El Fascio
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diario– que obtengan libertad para sus propagandas, los que después la niegan en sus programas. En
un mismo día dos capitostes del socialismo, amenazan con estrangular al movimiento por la
violencia. Los socialistas haremos una represión que será una epopeya, dice un bravucón.
¿Cómo una cosa que hace cuatro días era una cosa ridícula, la esencia de la cursilería, ha podido
hacerles descomponer el gesto hasta esos extremos? Esas amenazas ¿no son la revelación del miedo
que les inspira la posible aparición del fascio? ¿Por qué no dejar que muera en el ridículo lo que es
por esencia ridículo? o ¿por qué no conceder a un organismo político la libertad que conceden al
anarquismo, al comunismo, y a la propaganda de tantas aberraciones que son otros tantos delitos?
¿Qué secreto oculta ese fascio, que aun en embrión así atemoriza y desata en sus enemigos la furia
y los truenos?
He aquí por qué nace la curiosidad de las gentes.» (Joaquín Arrarás, «Actualidad española», Acción
Española, nº 25, 16 de marzo de 1933, páginas 62-63.)
En las Obras completas de José Antonio Primo de Rivera figura recogido el siguiente
artículo que se publicó en La Nación el mismo día en que apareció El Fascio:
Una nota de EL FASCIO
Esta mañana, antes de que saliera un solo número a la calle, fue secuestrado por la Policía, sin
mandamiento judicial alguno, la edición íntegra de El Fascio.
Trátase de una revista puramente doctrinal, propaladora de ideas que hoy prevalecen en naciones
amigas de España y se están abriendo paso en todo el mundo.
No había en nuestro periódico una sola línea en que se aludiera al Gobierno ni se combatiera al
régimen, porque El Fascio venía a combatir por algo más grande y permanente: la formación de un
nuevo Estado gremial, sindical, corporativo, conciliador de la Producción y del Trabajo y con
seriedad bastante en su estructuración y en sus masas para contener el avance de las propagandas y
de los procedimientos disolventes que, a nuestro juicio, representa el marxismo en todas sus formas,
según se está comprobando, desgraciadamente, en España.
El Fascio declaraba que su preocupación no era el régimen, sino el Estado; porque mientras éste no
capte masas que le permitan resistir a las acometidas del internacionalismo sectario, mantener la
unidad nacional y proyectar sobre el mundo la recia figura de una España independiente, firmemente
organizada para todas las eventualidades defensivas y ofensivas, no tiene derecho a proclamar su
consustancialidad con ningún régimen.
El socialismo, por lo que se advierte, ha visto en la predicación de estas doctrinas un enorme peligro
para su ya quebrantada situación, que azotan, de una parte, sindicalistas y comunistas, y de otra,
elementos conservadores, dentro de la propia República, y acordó, en reunión de sus entidades,
que El Fascio no llegara al público, apelando, para impedirlo, a todos los procedimientos.
No necesitaron poner en práctica el acuerdo, porque esta misma madrugada la Policía, tanto en
Madrid como en provincias, se incautó de la copiosísima edición de nuestra revista.
Cuando las circunstancias nos permitan reproducir este primer número de El Fascio, para cuya
publicación se habían cumplido todos los requisitos legales, los españoles juzgarán.
Por ahora, todas las demás apelaciones nos parecen inútiles.
En 1935 Ramiro Ledesma Ramos, en su libro ¿Fascismo en España? (publicado bajo
el pseudónimo de Roberto Lanzas), escribe lo siguiente sobre El Fascio:
La aparición de EL FASCIO
Aquí reseñaremos ahora un episodio que tuvo bastante resonancia, y al que le corresponde,
naturalmente, en este libro, una alusión en cierto modo amplia. Nos referimos a la aparición de El
Fascio, semanario del que no salió más que un número, recogido casi íntegramente por la policía.
El episodio es sintomático; pero en realidad fue una formidable ventaja que el Gobierno suspendiese
aquella publicación, que en medio de algunos aciertos suponía para el movimiento nacional una
posición falsísima y errónea. (Por ejemplo, su misma denominación, El Fascio, titulo que no tenía
por que decir nada al alma española, era la primera contradicción grave.)
La idea de la fundación de El Fascio corresponde íntegra a Delgado Barreto, entonces, y creo que
todavía ahora, director de La Nación. Se le ocurrió, naturalmente, a la vista del triunfo de Hitler,
cuando la enorme masa española, que comenzaba a estar de uñas con el Gobierno Azaña, asistía con
admiración a las gestas del fascismo alemán.
Delgado Barreto, con su formidable olfato de periodista garduño, vio con claridad que en un
momento así, en una atmósfera como aquélla, si un semanario lograba concentrar la atención y el
interés de las gentes por el fascismo, tenía asegurada una tirada de 100.000 ejemplares. Barreto no
se engañaba en esta apreciación. Era un hombre que no tenía, posiblemente, del fascismo más que
ideas muy elementales, y hasta incluso falsas; pero sabía a la perfección el arte de hacer un periódico
fascista para el tendero de la esquina, para el hombre de la calle. Lo que es, desde luego, un valor.
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Indudablemente, tras de Barreto estaba ya José Antonio Primo de Rivera. No se olviden las
relaciones de Delgado Barreto con el general. Y ahora, ante la empresa fascista, operaba de acuerdo
con los propósitos políticos del hijo, de José Antonio, que en estas fechas comenzó a soñar con un
partido fascista del que él fuese el jefe. No obstante, Delgado Barreto daba ya entonces la sensación
de que no le dominaba una fe absoluta en cuanto a la capacidad de José Antonio, y con mucha
prudencia eludía jugarlo todo a la carta exclusiva de éste.
Se formó un consejo de redacción, para el que fueron requeridos los jonsistas. Estos se prestaron de
malísima gana, porque les horrorizaba verdaderamente el título del periódico y porque no veían
garantías de que aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de destacar
su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista pudo más que todo, y convinieron
entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso de que ellos, los de las J.O.N.S., redactarían dos
planas, que de un modo exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo.
El Consejo de redacción, además del director, que era Barreto, lo formaban: Giménez Caballero,
Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan Aparicio.
Con anterioridad a su salida, El Fascio fue profusamente anunciado. Ello hacía que pudieran
percibirse las reacciones de la gente, y también que aumentasen de día en día los pedidos de los
corresponsales, que a última hora rebasaban los 130.000 ejemplares.
El Gobierno asistía con bastante inquietud a esta realidad. Pero más aún que el Gobierno, los
socialistas, a quienes una salida así, descarada y desnuda, de un periódico fascista, al mes y medio
escaso de ser batida por Hitler la socialdemocracia alemana, les parecía intolerable.
Al mismo ritmo que aumentaba la expectación de la gente crecía la inquietud del Gobierno, que se
disponía a movilizar su aparato policiaco.
En esto, de modo apresurado y espectacular, se reunieron las directivas del partido socialista y de la
U.G.T. El acuerdo consistió en anunciar que ambas organizaciones se disponían por sí, y con todas
sus fuerzas, a impedir la publicación y venta de El Fascio, si las autoridades no se adelantaban a
suspenderlo gubernativamente.
El periódico estaba listo y se disponía a arrostrar cualquier vendaval. Desde luego, y después de la
actitud coactiva de los socialistas, era segura la intervención del Gobierno, y muy probable el
encarcelamiento de los redactores más destacados. El día antes de la salida no faltaba más que el
artículo de Sánchez Mazas, hombre al parecer no muy provisto de heroísmo, que, ante la inclemencia
del temporal, con diversas excusas, no escribió el artículo y se fue a pasar el día fatídico a El Escorial.
Giménez Caballero hizo todo un plan programático de bastante interés, si bien quizá demasiado
severo, intelectual y seco. Primo de Rivera escribió un artículo teórico contra el Estado liberal, que
firmó con la inicial E. Ledesma y Aparicio llenaron las dos planas jonsistas. Y Barreto, periodista
fecundo, escribió innumerables cuartillas haciendo llamamientos, perfilando la futura organización,
etc.
El Fascio apareció el día 16 de marzo y sólo pudo venderse en un corto número de poblaciones. Fue
rigurosamente recogido por la policía. En Madrid se incautó de una camioneta con más de 40.000
ejemplares.
Repitamos que fue una gran ventaja que la aventura de El Fascio terminase apenas nacida. Se iba
desde él a una segunda edición del antiguo upetismo, que, naturalmente, para quienes representaban
un sentido nuevo, nacional-sindicalista y revolucionario, hubiera significado el mayor de los
contratiempos.
Hubiera representado, asimismo, la renuncia a hacer del movimiento una cosa propia, una cosa de
la juventud nacional, con su doctrina, su táctica y sus propósitos, en absoluto desligados de la carroña
pasadista y superviviente.
Los jonsistas, a la vista de aquella gente, y después de alegrarse de la suspensión, volvieron a sus
tiendas, pues comenzaba para ellos su mejor etapa, la que los convirtió en señaladores y orientadores
innegables del nuevo movimiento.
Por primera vez conocieron entonces a Primo de Rivera, del que justo es decir no se mostraba
tampoco muy conforme con aquella virgolancia de El Fascio, pues aunque nada provisto de
cualidades de caudillo, es hombre inteligente y de buen sentido. En aquella ocasión, como luego en
muchas otras, se dejaba, sin embargo, llevar.
Artículos de El Fascio en esta hemeroteca
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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El Fascio
Nace esta revista bajo el signo y el nombre de EL FASCIO.
Hemos querido dejar por el primer momento este nombre, que aun siendo extranjero
en sus orígenes, hoy se ha universalizado y constituye un punto de referencia
internacional. Al fin y al cabo, el «Fascio» es el haz de vergas con el hacha lictoria, de
que se servía Roma para ir fundando y consolidando su «Pax Romana», el «orbis
romanus», la primera Europa unida y civilizada de nuestra historia.
Todo el mundo sabe instintivamente lo que quiere representar este signo salvador frente
a otros disolventes. Frente a la «Hoz y el Martillo» del comunismo y frente al «Triángulo
y el Compás» de la masonería.
Nosotros aspiramos desde esta revista a informar a nuestro pueblo, a propagar a nuestro
pueblo lo que el «Fascio» es como doctrina, como política, como acción y como salvación
del mundo. Y sobre todo, como salvación de España frente a todos los peligros
disolventes que amenazan aplastarla.
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El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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Orientaciones
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El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en su destino propio, ni siquiera en sí mismo. El
Estado liberal permite que todo se ponga en duda, incluso la conveniencia de que él mismo
exista.
Para el gobernante liberal, tan lícita es la doctrina de que el Estado debe subsistir, como la de
que el Estado debe ser destruído. Es decir, que puesto a la cabeza de un Estado «hecho», no
cree ni siquiera en la bondad, en la justicia, en la conveniencia del Estado ese. Tal un capitán de
navío que no estuviera seguro de si es mejor la arribada o el naufragio. La actitud liberal es una
manera de «tomar a broma» el propio destino; con ella es lícito encaramarse a los puestos de
mando sin creer siquiera en que debe haber puestos de mando, ni sentir que obliguen a nada, ni
aun a defenderlos.
Sólo hay una limitación: la ley. Eso sí: puede intentarse la destrucción de todo lo existente,
pero sin salirse de las formas legales. Ahora que, ¿qué es la ley? Tampoco ninguna unidad
permanente; tampoco ningún concepto referido a principios constantes. La ley es la expresión
de la voluntad soberana del pueblo; prácticamente, de la mayoría electoral.
Primera. La Ley –el Derecho– no se justifica para el liberalismo por su «fin», sino por su
«origen». Las escuelas que persiguen como meta permanente el bien público consideran buena
ley la que se pone al servicio de tal fin. Y mala ley, la promulgue quien la promulgue, la que se
aparta de tal fin. La escuela democrática –y la democracia es la forma en que se siente mejor
expresado el pensamiento liberal– estima que una ley es buena y legítima si ha logrado la
aquiescencia de la mayoría de los sufragios, así contenga en sus preceptos las atrocidades
mayores.
Todo ello se expresa en una sola frase: «El pueblo es soberano». Soberano; es decir, investido
de la virtud de autojustificar sus decisiones. Las decisiones del pueblo son buenas por el hecho
solo de ser suyas. Los teóricos del absolutismo real habían dicho: «Quod principi placuit legem
habet vigorem.» Había de llegar un momento en que los teóricos de la Democracia dijeran: «Hace
falta que haya en las sociedades cierta autoridad que no necesite tener razón para validar sus
actos; esta autoridad no está más que en el pueblo.» Son palabras de Jurien, uno de los
precursores de Rousseau.
El Estado Liberal –el Estado sin fe, encogido de hombros– escribe en el frontispicio de su
templo tres bellas palabras: «Libertad, Igualdad, Fraternidad.» Pero bajo su signo no florece
ninguna de las tres.
La Libertad no puede vivir sino al amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los
principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la
mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo los tiranos medievales
quedaba a las víctimas el consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir, pero los
materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las cabezas
de tiranos y súbditos estaban escritas palabras eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el
Estado democrático, no: la ley –no el Estado, sino la ley, voluntad presunta de los más– «tiene
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siempre razón». Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado de díscolo peligroso si moteja
de injusta a la ley. Ni esa libertad le queda.
Por eso ha tachado Duguit de «error nefasto» la creencia en que un pueblo ha conquistado
su libertad el día mismo en que proclama el dogma de la soberanía nacional y acepta la
universalidad del sufragio. ¡Cuidado –dice– con substituir el absolutismo monárquico por el
absolutismo democrático! Hay que tomar contra el despotismo de las asambleas populares
precauciones más enérgicas quizá que las establecidas contra el despotismo de los Reyes. «Una
cosa injusta sigue siéndolo, aunque sea ordenada por el pueblo y sus representantes, igual que
si hubiera sido ordenada por un Príncipe. Con el dogma de la soberanía popular hay demasiada
inclinación a olvidarlo.»
Así concluye la libertad bajo el imperio de las mayorías. Y la Igualdad. Por de pronto, no hay
igualdad entre el partido dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los ciudadanos, que lo
soporta. Más todavía, produce el Estado liberal una desigualdad más profunda: la económica.
Puestos, teóricamente, el obrero y el capitalista en la misma situación de libertad para contratar
el trabajo, el obrero acaba por ser esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a aquél a
aceptar por la fuerza unas condiciones de trabajo; pero le sitia por hambre: le brinda unas ofertas
que, en teoría, el obrero es libre de rechazar; pero si las rechaza, no come, y al cabo tiene que
aceptarla. Así trajo el liberalismo la acumulación de capitales y la proletarización de masas
enormes. Para defensa de los oprimidos por la tiranía económica de los poderosos hubo de
ponerse en movimiento algo tan antiliberal como es el socialismo.
Todas las aspiraciones del nuevo Estado podrían resumirse en una palabra: «unidad». La
Patria es una totalidad histórica, donde todos nos fundimos, superior a cada uno de nosotros y a
cada uno de nuestros grupos. En homenaje a esa unidad han de plegarse clases e individuos. Y
la construcción del Estado deberá apoyarse en estos dos principios:
Primero. En cuanto a su «fin», el Estado habrá de ser instrumento puesto al servicio de aquella
unidad, en la que tiene que creer. Nada que se oponga a tal entrañable, trascendente unidad,
debe ser recibido como bueno, sean muchos o pocos quienes lo proclamen.
La edificación de una nueva política, en que ambos principios se compaginen, es la tarea que
ha asignado la Historia a la generación de nuestro tiempo.
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Distingos necesarios
Lo que pasó en la Dictadura española es que ella misma limitó constantemente su vida y
apareció siempre, por propia voluntad, como un Gobierno de temporal cauterio. No hay, pues,
que creer, no hay siquiera que pensar, que nosotros perseguimos la implantación de un nuevo
ensayo dictatorial, pese a las excelencias del que conocimos. Lo que buscamos nosotros es la
conquista plena y definitiva del Estado, no para unos años, sino para siempre.
Los últimos partidarios de la democracia, fracasada y en crisis, procuran, con la mala intención
que es de suponer y en defensa de los reductos agrietados, llevar el confusionismo al
pensamiento de las gentes. Estamos aquí nosotros para impedir el engaño de todos los que no
quieran dejarse engañar. Nosotros no propugnamos una dictadura que logre el calafateo del
barco que se hunde, que remedie el mal una temporada y que suponga sólo una solución de
continuidad en los sistemas y en las prácticas del ruinoso liberalismo. Vamos, por el contrario, a
una organización nacional permanente, a un Estado fuerte, reciamente español, con un Poder
ejecutivo que gobierne y una Cámara corporativa que encarne las verdaderas realidades
nacionales. Que no abogamos por la transitoriedad de una dictadura, sino por el establecimento
y la permanencia de un sistema.
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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1915-1931
La Camisa Negra
En las horas maduras de 1915 algún joven español perplejo hubo de preguntarse su
futuro. Entonces iba Italia a seguir a D'Annunzio; al tuberculoso Corridoni; a Mussolini,
el socialista. Una sangre popular y noble empapaba el hálito de la nación. La antigua
sangre garibaldina de Bruno Garibaldi, el voluntario muerto en el frente francés, era un
ansia de guerra, un alarido de venganza.
La multitud legendaria y exasperada ondeó por el foro romano la camisa del héroe. La
roja camisa de la unidad y luego del martirio. Cada mártir traía un testimonio de virtudes
y una pasión de ejemplos para la Europa endomingada de la neutralidad. Esa Europa
cobarde de los mercachifles y el marxismo, cuyo pecado fue ofrecer a la pugna sacra y
varonil del mundo, o su pedantería derrotista, o se negocio infame.
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Era la camisa de Bruno Garibaldi, la roja camisa interventora, desplegada también aquí
–dentro de ESPAÑA– por el capitán de una generación sincrónica de la italiana. (Los
cincuenta años redondos de Mussolini. El medio siglo espectador del profesor Ortega.)
Ortega proclamaba: «Y hoy, cuando llega la hora, ya inminente, de entrar Italia en la
guerra absoluta, en la guerra definitiva, vamos a sentir con evidencia aterradora que
somos una nación descamisada.» Y más adelante: «Desde el momento en que Italia
apareció desintegrada de la Triple Alianza, debemos fijar en ella los ojos. Toda una nueva
política comenzó entonces a ser posible. Acaso la única posible.»
Detrás del trapo rojo del legionario itálico, su patria desemboca en Vittorio Veneto.
Después en la negra camisa del fascismo: «la nueva política posible, la única posible.»
Pero en abril de 1931, la gente pusilánime –ni vencedora ni vencida– del año 15
recolecta por sorpresa el Poder. Ministros son sus redactores y colaboradores: Azaña, De
los Ríos, Albornoz, Domingo, Zulueta. Embajadores son Canedo, Pérez de Ayala,
Araquistáin... El mismo Casares Quiroga fue el oscuro corresponsal provinciano en «A
Cruña» de la revista ESPAÑA.
Juan Aparicio
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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1927
Haz y yugo
Ante la torre casi derruida de Castellamare, en Palermo, una fina puerta de arco rebajado,
hermana de las de Toledo y Alcalá, sostiene las armas reales. El sol de mediodía da, como en
el rostro de un cuadrante solar, en el viejo escudo de España. Sobre el intenso azul del mar,
aquietado en el cerco de oro de los montes, flotan, como pétalos en una copa, las embarcaciones
pintadas a la antigua, de colores claros. Bajo las nubes blancas, que desunen ya de su cortejo
matinal de bodas, el escudo del Rey Fernando y de la Reina Isabel casi brilla en el mármol donde
fue sobriamente inciso sin escarolados follajes. A los flancos lleva esculpidos –invención de
Antonio Nebrija– el yugo del buey y el haz de flechas. ¡Escudos españoles de Sicilia! Ellos dicen
que tuvimos alguna parte en la idea humana, virgiliana, clásica y cristiana del Imperio. Se quiso
defender con ellos una unicidad, una civilización, una religión, una cultura, una católica y romana
pastoral de los Cárpatos a los Andes, un concierto de pueblos superiores... Ellos dicen cómo
supimos continuar el discurso milenario de las armas y de las letras, cómo invocamos, hasta
donde nos fue posible, en la larga pelea, el socorro de las musas; cómo dimos nuestra odisea
de ultramar y nuestra Edad de Oro; cómo ensayamos no sólo humillar y oprimir a los pueblos –
según se nos reprocha–, sino también establecer una cooperación más elevada, inteligente y
generosa que la que existe ahora. Hicimos un esfuerzo por establecer una Monarquía universal,
por hacer copartícipes a los pueblos en una jerarquía de las mejores... Quisimos una paz y unidad
en la religión, en la cultura, en el heroísmo.
Aquí, a la tierra de Sicilia, antes que con el de las columnas del Plus Ultra, vinimos con aquel
otro escudo. Trajimos, entre un yugo y un haz de flechas, los cuarteles de la nacional dinastía.
Cantaba sus Geórgicas con el yugo y cantaba su Eneida con el haz. Más que ningún otro blasón
se acomodaba éste a la sencillez, al consejo de Hesiodo, a la modestia, a la fuerte y templada
dignidad de Itaca y de Castilla, al griego de Homero como a los latines de Isidoro y al romance
de Garcilaso y de Fray Luis. Nunca tuvimos otro escudo mejor. Con su haz de flechas y su yugo
arcaico él hacía pensar en la patria romana, «rica de cosechas y de héroes», que Virgilio había
cantado.
Repongamos en el escudo yugo y haz. Si el yugo sin las flechas resulta pesado, las flechas
sin el yugo corren peligro de volverse demasiado voladoras. Tornemos, más que a una política,
10
a una disciplina, a una conducta, a un estilo, a un modo de ser, a una educación. Unamos a la
laboriosidad cotidiana la audacia vigilante y el ojo seguro del sagitario.
Poco diría el yugo si sólo dijese: sujeción. Dice también instrumento para realizar la fatiga,
ayuda piadosa, domesticidad, mansedumbre, coyunda sacramental de amor. Poco diría el haz
si sólo dijese: la unión es la fuerza. Dice también que tiene en ligadura presta a soltarse alas de
pluma y aguijones de acero.
¡Escudo virgiliano de la Reina Isabel! Haznos volar, aguijonear, arar, tender el arco en afinada
puntería, espolear la yunta y el vuelo, tener una conciencia diaria del surco y de la trayectoria.
Entre el yugo del buey y el haz de flechas tú podrías volverte nuestro cuadrante, en espera del
Mediodía.
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
página 10
Los interesados en mantener el equívoco –y son muchos en España– habían hecho creer a
las buenas gentes que el Fascismo significaba algo negativo, reaccionario, capitalista,
monárquico, clerical y tiránico del pueblo. Habían hecho creer a nuestras buenas gentes –y son
muchas en España– que el Fascismo era algo así como un pronunciamiento a lo siglo XIX.
***
Pero las cosas se han precipitado de tal modo que en el ambiente español –y en el ambiente
europeo– que la palabra «Fascismo» va teniendo un nuevo sentido, un nuevo sentido salvador,
positivo, social y universal.
Hoy Europa –y el mundo– están divididos en tres campos de lucha: el «campo comunista»,
que desea arrasar con su avalancha, oriental y bárbara, toda una civilización secular, hecha entre
lágrimas, heroísmos y sangre; el «campo liberal socialdemócrata», que con sus anticuados
órganos de Gobierno (Parlamento, sufragio universal) quiere por un lado contener inútilmente el
cataclismo, y por otro, instaurar un iluso equilibrio de fuerzas sociales, a base del mito de «la
libertad individual». Y por último, el «campo fascista», que aceptando las masas sociales y los
procedimientos de acción directa propios del comunismo, salva con ellos cierta autonomía
individual, salva esencias imponderables de la civilización europea, y organiza de nuevo el
mundo en una paz equilibrada, en una armonía de Capital y de Trabajo, en un sentido corporativo
del Estado.
***
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Frente al «Comunismo», que todo lo quiere para la «Masa» («todo el poder para el Soviet»),
y frente al «Liberalismo», que todo lo quiere para el «individuo», llega el «Fascismo», para
integrar estos dos factores en un único cuerpo o «Corporación». La derecha y la izquierda sirven
en el Fascismo a un solo cuerpo: «el Estado.» Lo mismo que en el hombre, la derecha y la
izquierda le sirven para la lucha del cuerpo y del alma.
Roma, otra vez en la historia, ha resuelto la gran ecuación social. Como en tiempos de César,
de San Pablo, de Constantino, de San Agustín, de Santo Tomás, de Campanella, de San Ignacio.
Mussolini tiene ese sentido profundo en la nueva historia del mundo. Siendo socialista,
marxista, aportó en su movimiento el «genio de Oriente», comunista, y admitió las masas al
Poder. Pero siendo también europeo, aceptó la función de la «iniciativa privada», del capital, y la
libertad, para que las masas pudieran moverse.
Por eso los que visitan Italia, tras diez años de este régimen tan nuevo y tan antiguo, tan
moderno y tan tradicional, observan que el secreto y el sentido del Fascismo es
«fundamentalmente social».
El Capital no ha sido aplastado por la Masa. Sino controlado por el Estado, para que sirva a
la Masa, a los humildes. El trabajador en el régimen fascista, lo es todo. Es el auténtico régimen
de los «trabajadores». Los trabajadores en el Fascismo han ascendido a primera clase social.
Todo está en el Fascismo, en vista de la producción nacional.
***
La Historia se repite porque es siempre la misma. Antiguamente se decía: «Todos los caminos
llevan a Roma.» Hoy lo podemos repetir. Sobre todo, los pueblos que nacimos del genio romano.
Y es porque Roma, con el Fascismo, ha encontrado de nuevo la «solución de la Historia», la
salvación de Europa, el «sentido de lo social».
E. Giménez Caballero
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
páginas 14-15
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las masas.
¡Viva España!
(EL FASCIO se encuentra al nacer con el hecho gratísimo de que existe en España una
organización de juventudes, las JONS, disciplinada en torno a ideales muy afines a los
nuestros. Pondremos a disposición de estos grupos, verdaderos fascios de jóvenes
combatientes, una página de nuestra revista, desde la que lanzarán sus consignas, sus
razones y sus gritos. Hoy, uno de los fundadores más destacados, Ramiro Ledesma
Ramos, señala los orígenes, las rutas y las metas de las JONS.)
Sentido nacional
—¿...?
—¿...?
—¿...?
13
—No hay política, eficacia política, sin acción. No interesa tanto a las JONS atraer
millones de españoles a sus banderas como organizar cientos de miles en un haz de
voluntades, con una disciplina y una meta inexorable que atrapar. El nombre mismo de
nuestros grupos, las Juntas señala la primera preocupación del partido, la de promover a
categoría activa, militante, el mero existir pasivo y frío que caracteriza hoy la intervención
política del pueblo.
—¿...?
—¿...?
—En efecto: imperio y pan. No hay grandeza nacional y dignidad nacional sin estas
dos cosas: un papel que realizar en el mundo, en la pugna de culturas, razas y regiones
que caracteriza el vivir humano del planeta; un pueblo satisfecho, de coma y alcance, un
nivel de vida superior, o, por lo menos, igual que el de otras naciones y países. Pero hay
más. Si la economía nacional ha de ser próspera, es decir, lo necesariamente rica para
asegurar el esplendor vital del pueblo, el primer factor es el de tener como base una
pujanza y una fortaleza nacionales, una capacidad productora y un optimismo creador,
imperial, que sólo consiguen y atrapan los pueblos que aparecen en la historia formados
apretadamente en torno a la bandera de su Patria. Por ejemplo, la España del siglo XVI.
Y hoy, el fascismo italiano.
—¿...?
—Nada es hoy posible sin un orden, una disciplina y una colaboración activísima de
las masas. Quien rechace o prescinda de las masas como de algo molesto y negativo está
fuera del espíritu español de nuestro siglo, de la realidad que ahora vivimos. Las JONS
aceptan, acogen y comprenden en su verdadera significación esa especie de glorificación
de las masas a que asistimos hoy. Y por ello creemos que la única garantía de que pueda
lograrse en España un orden permanente, una fecunda disciplina española, es aceptar, o
más aún, reclamar la presencia palpitante del pueblo, de las masas españolas.
Demostraremos al marxismo que no nos asustan las masas, porque son nuestras. Es, pues,
tarea del partido, primera justificación del partido, el encontrar los moldes, los perfiles
recios, durables y auténticos sobre que volcar la colaboración, efusividad y fuerza
creadora del pueblo español. El marxismo encrespa las masas e inutiliza su carácter de
españolas, movilizándolas bajo consignas negativas y rabiosas. Las hace bárbaras,
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insolidarias y hasta criminales. Al contrario de eso, las JONS intentarán ofrecer, aclarar
y señalar a las masas hispánicas cuál es la ruta del pan; es decir, de la prosperidad y del
honor; esto es, de su salvación como hombres libres y como españoles libres. Sabemos
bien que sólo será libre el pueblo español cuando recobre su ser, su coraje y su fuerza –
que viene negando o desconociendo desde hace dos siglos– y proyecte todo eso sobre el
cerco enemigo que le ataca.
Moviles de índole nacional
—¿...?
—¿...?
—Las JONS constituyen, puede decirse, un partido contra los partidos. No admitimos
como lícitos en política otros móviles que los de índole nacional. España va a la deriva,
gobernada por el egoísmo de los partidos, que hacen jirones la unanimidad histórica de
España, su capacidad de independencia y sus defensas esenciales. Queremos el partido
único, formado por españoles sin calificativo alguno derrotista, que interprete por sí los
intereses morales, históricos y económicos de nuestra Patria. Queremos la dictadura
transitoria de ese partido nacional, forjado, claro es, en la lucha y asistido activamente
por las masas representativas de España. ¡¡Dictadura nacional frente a la dictadura del
proletariado que propugnan los rojos y frente a los desmanes de la plutocracia capitalista!!
Hasta conseguir las nuevas instituciones, el nuevo orden español, el nuevo Estado
nacional de España. Nada nos liga a la España liberal y blanducha anterior al 14 de abril.
Nada nos impide, pues, comenzar nuestro camino desde esta situación republicana que
hoy existe. Pero, repito, la historia de España es gloriosa, formidable. Algunos de sus
Reyes, magníficos jerarcas, geniales creadores de alma nacional, y de ellos estamos
orgullosos ante el mundo. Ahora bien: hoy España, el pueblo español, vive una forma
republicana de gobierno, y las JONS declaran que se librarán mucho de aconsejar al
pueblo su abandono. En todo caso, ni Monarquía ni República: el régimen nacional de las
JONS, el nuevo Estado, la tercera solución que nosotros queremos y pedimos.
Revolucionarias y católicas
—¿...?
—Las JONS se consideran revolucionarias. Por su doble índole de partido que utiliza
y propugna la acción directa y lucha por conseguir un nuevo orden, un nuevo Estado,
subvirtiendo el orden y el Estado actuales. Somos, en lo económico, sindicalistas
nacionales. Tenemos en nuestro programa la sindicación forzosa de productores, y desde
los Sindicatos de industria a la alta Corporación de productores –capital y trabajo–, una
jerarquía de organismos nacionales garantizará a todos los legítimos intereses
económicos sus rotundos derechos. Otra cosa es en nuestra época caos, convulsión, ruina
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de los capitales y hambre del pueblo. Sólo nosotros, nuestro sindicalismo nacional, puede
hacer frente a todo eso, aniquilando la lucha de clases y la anarquía económica.
—¿...?
—¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional
española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación
histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus
fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España. Pero quede
bien claro que las JONS aceptan muy poco, se sienten muy poco solidarias de la actuación
política de los partidos católicos que hoy existen en España. Viven éstos apartados de la
realidad mundial, y al indicar como metas aceptables las conquistas y los
equilibrios belgas, denuncian un empequeñecimiento intolerable de sus afanes
propiamente nacionales, españoles.
—¿...?
—Sí. ¡Viva España! Vamos a airear este grito, haciendo que las masas lo hagan resonar
con orgullo. Una de las más tristes cosas, de tantas cosas tristes como se ofrecían a los
españoles desde hace sesenta años, era esta realidad de que el grito de ¡Viva España!
fuese considerado como un grito reaccionario, al que había que proscribir en nombre de
Europa y del progreso. ¡Oh, malditos!
Domicilio de las JONS, en Madrid:
Calle del Acuerdo, 16
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Ramiro Ledesma Ramos1930-1939
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