El Fascio

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El Fascio (Madrid, 16 de marzo de 1933)artículos

El Fascio

Periódico político de vida efímera –


sólo apareció un número, que además apenas pudo ser difundido al ser retirado por la
policía de la República– que se publicó en Madrid el jueves 16 de marzo de 1933 (fecha
coincidente, no por azar, con el tercer aniversario del fallecimiento del General Primo de
Rivera), que ocupa sin embargo un lugar significativo en la definición de posiciones
ideológicas durante la segunda República española. Tras el triunfo democrático de Hitler
en Alemania el 30 de enero de 1933, en ambientes conservadores que habían estado
cercanos al poder durante la dictadura de Primo de Rivera pareció llegado el momento de
ensayar la posibilidad de un partido fascista en España, que podría ser capitaneado por el
hijo del dictador, José Antonio Primo de Rivera, Marqués de Estella. El encargado de
poner en marcha El Fascio. Haz hispano, globo sonda de tal proyecto, fue el periodista y
político Manuel Delgado Barreto: nacido en La Laguna en 1879, diputado por Canarias,
fundador de El Mentidero, semanario que llegó a ser muy popular, y en 1916 de La
Acción, diario cercano a Maura que dirigió durante ocho años hasta su desaparición en
1924, en el que más de una vez se había reclamado la necesidad de un «fascismo a la
española». Delgado Barreto era director desde 1925 de La Nación –diario que había
ejercido de portavoz oficioso durante la dictadura y del que era accionista José Antonio–
y también responsable de los semanarios Gracia y Justicia. Organo extremista del
humorismo nacional y de Bromas y Veras (el 23 de febrero de 1933 podía allí leerse: «El
fascismo es la conjunción de todos los que sienten los dolores de la Patria y quieren
remediarlos. De esa conjunción surgirá el caudillo que conduzca a las masas populares a
la victoria»).
La aparición de El Fascio fue precedida por una potente campaña publicitaria, sobre
todo desde La Nación, por lo que los pedidos en firme de toda España antes de que
apareciese el primer número rebasaban al parecer los 130.000 ejemplares. El Gobierno
de Manuel Azaña, el PSOE y la UGT procuraron evitar su difusión: la Guardia de Asalto
requisó ejemplares de El Fascio en la imprenta de La Nación, los vendedores acordaron
el boicot, se incautaron ejemplares enviados por correo... y la publicación ulterior del
semanario quedó indefinidamente suspendida por la autoridad republicana.
Para organizar la redacción del periódico contó Delgado Barreto con la colaboración
de Ernesto Giménez Caballero, quien organizó en su casa una reunión con José Antonio,
Julio Ruiz de Alda y Rafael Sánchez Mazas, así como con los jonsistas Ramiro Ledesma
Ramos (que acababa de cumplir una condena de dos meses de cárcel por un artículo que
había publicado en La Conquista del Estado en 1931) y Juan Aparicio, todos los cuales
participaron en el efímero proyecto. José Antonio buscó un prudente segundo plano
signando con una E. [abreviatura de su marquesado] el artículo doctrinal, Hacia un nuevo
Estado, que ocupa la segunda página, y dejando sin firmar un «distingo necesario»: El
fascio no es un régimen esporádico.
El Fascio, Haz hispano representa el primer intento significativo de la voluntad del
grupo en torno a José Antonio por absorber el potencial ideológico que alrededor de
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Ramiro Ledesma se había ido conformando primero en La Conquista del Estado y luego
en las JONS: de hecho El Fascio copió el emblema que ya había adoptado el nacional-
sindicalismo, convirtiendo en siete las cinco flechas del yugo jonsista.
El único número publicado de El Fascio, Haz hispano ocupó 16 páginas. En la página
2 se advierte: «El Fascio, porque no es un periódico de empresa ni de negocios, sino de
ideas, no tendrá número fijo de páginas. Lo mismo publicará 16, 12, que 8 o que 20. Su
precio será siempre, a menos que se anuncie extraordinario, el de 15 céntimos, en toda
España.» El precio de 15 céntimos era muy económico (25 céntimos costaba en 1931 La
Conquista del Estado, 40 céntimos La Gaceta Literaria en 1932, 20 céntimos
costaría F.E. a finales de 1933, 2 pesetas [200 céntimos] costaba entonces cada número
de la quincenal Acción Española).
En la cabecera de El Fascio figura como dirección de las oficinas: «Av. Pi y Margall,
18»; y el «Apartado de Correos 546» (al que también se remite en las páginas 12, 13 y
15). Este Apartado 546 de Madrid será el mismo que, a partir de diciembre de 1933, figure
como dirección postal del periódico F.E., una vez constituida Falange Española en
octubre de 1933.
El primer número (y último) de El Fascio contaba ya con más de doce anuncios, que
no dejan de tener su significación, tanto por lo que pueden ser posibles patrocinios como
por lo que hace al público que se suponía destinatario de tal publicidad comercial: Jabón
Chimbo (Bilbao), Cementos y Cales Freixa (Barcelona), Alirón («mucho brillo con
poco esfuerzo es el ideal en la limpieza de suelos y muebles...»), Lacoma
S.A. («presentará su colección de primavera-verano compuesta por más de 400 modelos
de vestidos y sombreros en el té que se celebrará en el Palace Hotel, a las cinco y media
de la tarde, el próximo jueves, día 16. Pida su tarjeta...»), Los 13 («la novela semanal de
los maestros, publica una originalísima y apasionante novela de El Caballero
Audaz...»), Leed Genio de España («de E. Giménez Caballero, un estudio básico sobre
el Fascismo como nueva catolicidad del mundo, un libro básico para los fundamentos de
un Fascismo español, cinco pesetas, en todas las librerías»), Crowner («muebles de
decoración»), Pedro López («antigüedades y objetos de arte»), La Hernia («sólo puede
ser vencida con el vendaje super neo barrere sin palas, único en el mundo»), La
Higiénica («Camas, del fabricante al consumidor, las mejores»), Digestónico («El
estómago es el manantial de alegría de la vida, cuídelo usted con una buena alimentación
y algunas cucharadas de...»), Matías Torija («Joyas, tasaciones
autorizadas...»), González Byass (Vinos, manzanillas y «coñac jerezano», Jerez de la
Frontera).
Muestra de cómo socialistas y comunistas comenzaban a reconocer beligerancia
política al fascismo, tras demostrar los nazis la vía democrática y no revolucionaria por
la que habían logrado el poder en Alemania, puede leerse en el comentario publicado en
el número de Acción Española fechado el mismo 16 de marzo de 1933 en el que la
Republica burguesa bloqueaba el nuevo periódico:
«Se anuncia la formación de un bloque fascista. Sin decirse hasta ahora los nombres de sus directores
ni detallarse sobre su organización, el hecho es que se habla del fascio y que son innumerables las
personas que lo esperan con la mayor curiosidad.
Por desconocer, como antes decimos, los nombres de sus organizadores y sus propósitos, no nos es
dable, un comentario concreto.
Pero sí podemos decir que la noticia de la aparición del fascio, ha sido un revulsivo para los hombres
y la prensa revolucionaria. Resulta curioso observar la metamorfosis que han sufrido los adversarios
del fascio, en pocos días. Ante los primeros rumores, parecíó obligado el gesto despreciativo. Nos
reimos, decía El Liberal, con carcajada histérica. No faltó la consabida alusión a las camisas, que
unos propugnaban porque fueran rosa, y otros porque fueran lila.
Pocos días después, el comentario humorístico es sustituído por unas frases duras y avinagradas. Al
fascio hay que negarle la sal y el agua. Hay que matarlo en flor. No podemos consentir –dice un

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diario– que obtengan libertad para sus propagandas, los que después la niegan en sus programas. En
un mismo día dos capitostes del socialismo, amenazan con estrangular al movimiento por la
violencia. Los socialistas haremos una represión que será una epopeya, dice un bravucón.
¿Cómo una cosa que hace cuatro días era una cosa ridícula, la esencia de la cursilería, ha podido
hacerles descomponer el gesto hasta esos extremos? Esas amenazas ¿no son la revelación del miedo
que les inspira la posible aparición del fascio? ¿Por qué no dejar que muera en el ridículo lo que es
por esencia ridículo? o ¿por qué no conceder a un organismo político la libertad que conceden al
anarquismo, al comunismo, y a la propaganda de tantas aberraciones que son otros tantos delitos?
¿Qué secreto oculta ese fascio, que aun en embrión así atemoriza y desata en sus enemigos la furia
y los truenos?
He aquí por qué nace la curiosidad de las gentes.» (Joaquín Arrarás, «Actualidad española», Acción
Española, nº 25, 16 de marzo de 1933, páginas 62-63.)
En las Obras completas de José Antonio Primo de Rivera figura recogido el siguiente
artículo que se publicó en La Nación el mismo día en que apareció El Fascio:
Una nota de EL FASCIO
Esta mañana, antes de que saliera un solo número a la calle, fue secuestrado por la Policía, sin
mandamiento judicial alguno, la edición íntegra de El Fascio.
Trátase de una revista puramente doctrinal, propaladora de ideas que hoy prevalecen en naciones
amigas de España y se están abriendo paso en todo el mundo.
No había en nuestro periódico una sola línea en que se aludiera al Gobierno ni se combatiera al
régimen, porque El Fascio venía a combatir por algo más grande y permanente: la formación de un
nuevo Estado gremial, sindical, corporativo, conciliador de la Producción y del Trabajo y con
seriedad bastante en su estructuración y en sus masas para contener el avance de las propagandas y
de los procedimientos disolventes que, a nuestro juicio, representa el marxismo en todas sus formas,
según se está comprobando, desgraciadamente, en España.
El Fascio declaraba que su preocupación no era el régimen, sino el Estado; porque mientras éste no
capte masas que le permitan resistir a las acometidas del internacionalismo sectario, mantener la
unidad nacional y proyectar sobre el mundo la recia figura de una España independiente, firmemente
organizada para todas las eventualidades defensivas y ofensivas, no tiene derecho a proclamar su
consustancialidad con ningún régimen.
El socialismo, por lo que se advierte, ha visto en la predicación de estas doctrinas un enorme peligro
para su ya quebrantada situación, que azotan, de una parte, sindicalistas y comunistas, y de otra,
elementos conservadores, dentro de la propia República, y acordó, en reunión de sus entidades,
que El Fascio no llegara al público, apelando, para impedirlo, a todos los procedimientos.
No necesitaron poner en práctica el acuerdo, porque esta misma madrugada la Policía, tanto en
Madrid como en provincias, se incautó de la copiosísima edición de nuestra revista.
Cuando las circunstancias nos permitan reproducir este primer número de El Fascio, para cuya
publicación se habían cumplido todos los requisitos legales, los españoles juzgarán.
Por ahora, todas las demás apelaciones nos parecen inútiles.
En 1935 Ramiro Ledesma Ramos, en su libro ¿Fascismo en España? (publicado bajo
el pseudónimo de Roberto Lanzas), escribe lo siguiente sobre El Fascio:
La aparición de EL FASCIO
Aquí reseñaremos ahora un episodio que tuvo bastante resonancia, y al que le corresponde,
naturalmente, en este libro, una alusión en cierto modo amplia. Nos referimos a la aparición de El
Fascio, semanario del que no salió más que un número, recogido casi íntegramente por la policía.
El episodio es sintomático; pero en realidad fue una formidable ventaja que el Gobierno suspendiese
aquella publicación, que en medio de algunos aciertos suponía para el movimiento nacional una
posición falsísima y errónea. (Por ejemplo, su misma denominación, El Fascio, titulo que no tenía
por que decir nada al alma española, era la primera contradicción grave.)
La idea de la fundación de El Fascio corresponde íntegra a Delgado Barreto, entonces, y creo que
todavía ahora, director de La Nación. Se le ocurrió, naturalmente, a la vista del triunfo de Hitler,
cuando la enorme masa española, que comenzaba a estar de uñas con el Gobierno Azaña, asistía con
admiración a las gestas del fascismo alemán.
Delgado Barreto, con su formidable olfato de periodista garduño, vio con claridad que en un
momento así, en una atmósfera como aquélla, si un semanario lograba concentrar la atención y el
interés de las gentes por el fascismo, tenía asegurada una tirada de 100.000 ejemplares. Barreto no
se engañaba en esta apreciación. Era un hombre que no tenía, posiblemente, del fascismo más que
ideas muy elementales, y hasta incluso falsas; pero sabía a la perfección el arte de hacer un periódico
fascista para el tendero de la esquina, para el hombre de la calle. Lo que es, desde luego, un valor.

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Indudablemente, tras de Barreto estaba ya José Antonio Primo de Rivera. No se olviden las
relaciones de Delgado Barreto con el general. Y ahora, ante la empresa fascista, operaba de acuerdo
con los propósitos políticos del hijo, de José Antonio, que en estas fechas comenzó a soñar con un
partido fascista del que él fuese el jefe. No obstante, Delgado Barreto daba ya entonces la sensación
de que no le dominaba una fe absoluta en cuanto a la capacidad de José Antonio, y con mucha
prudencia eludía jugarlo todo a la carta exclusiva de éste.
Se formó un consejo de redacción, para el que fueron requeridos los jonsistas. Estos se prestaron de
malísima gana, porque les horrorizaba verdaderamente el título del periódico y porque no veían
garantías de que aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de destacar
su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista pudo más que todo, y convinieron
entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso de que ellos, los de las J.O.N.S., redactarían dos
planas, que de un modo exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo.
El Consejo de redacción, además del director, que era Barreto, lo formaban: Giménez Caballero,
Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan Aparicio.
Con anterioridad a su salida, El Fascio fue profusamente anunciado. Ello hacía que pudieran
percibirse las reacciones de la gente, y también que aumentasen de día en día los pedidos de los
corresponsales, que a última hora rebasaban los 130.000 ejemplares.
El Gobierno asistía con bastante inquietud a esta realidad. Pero más aún que el Gobierno, los
socialistas, a quienes una salida así, descarada y desnuda, de un periódico fascista, al mes y medio
escaso de ser batida por Hitler la socialdemocracia alemana, les parecía intolerable.
Al mismo ritmo que aumentaba la expectación de la gente crecía la inquietud del Gobierno, que se
disponía a movilizar su aparato policiaco.
En esto, de modo apresurado y espectacular, se reunieron las directivas del partido socialista y de la
U.G.T. El acuerdo consistió en anunciar que ambas organizaciones se disponían por sí, y con todas
sus fuerzas, a impedir la publicación y venta de El Fascio, si las autoridades no se adelantaban a
suspenderlo gubernativamente.
El periódico estaba listo y se disponía a arrostrar cualquier vendaval. Desde luego, y después de la
actitud coactiva de los socialistas, era segura la intervención del Gobierno, y muy probable el
encarcelamiento de los redactores más destacados. El día antes de la salida no faltaba más que el
artículo de Sánchez Mazas, hombre al parecer no muy provisto de heroísmo, que, ante la inclemencia
del temporal, con diversas excusas, no escribió el artículo y se fue a pasar el día fatídico a El Escorial.
Giménez Caballero hizo todo un plan programático de bastante interés, si bien quizá demasiado
severo, intelectual y seco. Primo de Rivera escribió un artículo teórico contra el Estado liberal, que
firmó con la inicial E. Ledesma y Aparicio llenaron las dos planas jonsistas. Y Barreto, periodista
fecundo, escribió innumerables cuartillas haciendo llamamientos, perfilando la futura organización,
etc.
El Fascio apareció el día 16 de marzo y sólo pudo venderse en un corto número de poblaciones. Fue
rigurosamente recogido por la policía. En Madrid se incautó de una camioneta con más de 40.000
ejemplares.
Repitamos que fue una gran ventaja que la aventura de El Fascio terminase apenas nacida. Se iba
desde él a una segunda edición del antiguo upetismo, que, naturalmente, para quienes representaban
un sentido nuevo, nacional-sindicalista y revolucionario, hubiera significado el mayor de los
contratiempos.
Hubiera representado, asimismo, la renuncia a hacer del movimiento una cosa propia, una cosa de
la juventud nacional, con su doctrina, su táctica y sus propósitos, en absoluto desligados de la carroña
pasadista y superviviente.
Los jonsistas, a la vista de aquella gente, y después de alegrarse de la suspensión, volvieron a sus
tiendas, pues comenzaba para ellos su mejor etapa, la que los convirtió en señaladores y orientadores
innegables del nuevo movimiento.
Por primera vez conocieron entonces a Primo de Rivera, del que justo es decir no se mostraba
tampoco muy conforme con aquella virgolancia de El Fascio, pues aunque nada provisto de
cualidades de caudillo, es hombre inteligente y de buen sentido. En aquella ocasión, como luego en
muchas otras, se dejaba, sin embargo, llevar.
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El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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El Fascio
Nace esta revista bajo el signo y el nombre de EL FASCIO.

Hemos querido dejar por el primer momento este nombre, que aun siendo extranjero
en sus orígenes, hoy se ha universalizado y constituye un punto de referencia
internacional. Al fin y al cabo, el «Fascio» es el haz de vergas con el hacha lictoria, de
que se servía Roma para ir fundando y consolidando su «Pax Romana», el «orbis
romanus», la primera Europa unida y civilizada de nuestra historia.

Todo el mundo sabe instintivamente lo que quiere representar este signo salvador frente
a otros disolventes. Frente a la «Hoz y el Martillo» del comunismo y frente al «Triángulo
y el Compás» de la masonería.

Nosotros aspiramos desde esta revista a informar a nuestro pueblo, a propagar a nuestro
pueblo lo que el «Fascio» es como doctrina, como política, como acción y como salvación
del mundo. Y sobre todo, como salvación de España frente a todos los peligros
disolventes que amenazan aplastarla.

El «Fascio» en español significa «Haz», que es una palabra popular, campesina e


histórica. Pues va desde la gavilla de espigas –desde el pan nuestro de cada día– hasta el
«haz» simbólico de «flechas» con que nuestros Reyes Católicos hicieron la unidad de
España en el Renacimiento.

Cuando nuestros lectores se hayan familiarizado con el contenido de EL FASCIO no


habrá inconveniente en nacionalizar esta palabra y emplear la nuestra castiza de «Haz».

«Haz» significará, no sólo el agruparse los genuinos españoles en Juntas de ofensa y


defensa contra los enemigos de España. Significará también el imperativo que más
necesita el español: el imperativo de «hacer». «¡Haz!»

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El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
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Orientaciones

Hacia un nuevo Estado


Los fundamentos del Estado liberal

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El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en su destino propio, ni siquiera en sí mismo. El
Estado liberal permite que todo se ponga en duda, incluso la conveniencia de que él mismo
exista.

Para el gobernante liberal, tan lícita es la doctrina de que el Estado debe subsistir, como la de
que el Estado debe ser destruído. Es decir, que puesto a la cabeza de un Estado «hecho», no
cree ni siquiera en la bondad, en la justicia, en la conveniencia del Estado ese. Tal un capitán de
navío que no estuviera seguro de si es mejor la arribada o el naufragio. La actitud liberal es una
manera de «tomar a broma» el propio destino; con ella es lícito encaramarse a los puestos de
mando sin creer siquiera en que debe haber puestos de mando, ni sentir que obliguen a nada, ni
aun a defenderlos.

Sólo hay una limitación: la ley. Eso sí: puede intentarse la destrucción de todo lo existente,
pero sin salirse de las formas legales. Ahora que, ¿qué es la ley? Tampoco ninguna unidad
permanente; tampoco ningún concepto referido a principios constantes. La ley es la expresión
de la voluntad soberana del pueblo; prácticamente, de la mayoría electoral.

De ahí dos notas:

Primera. La Ley –el Derecho– no se justifica para el liberalismo por su «fin», sino por su
«origen». Las escuelas que persiguen como meta permanente el bien público consideran buena
ley la que se pone al servicio de tal fin. Y mala ley, la promulgue quien la promulgue, la que se
aparta de tal fin. La escuela democrática –y la democracia es la forma en que se siente mejor
expresado el pensamiento liberal– estima que una ley es buena y legítima si ha logrado la
aquiescencia de la mayoría de los sufragios, así contenga en sus preceptos las atrocidades
mayores.

Segunda. Lo justo para el liberalismo no es una categoría de razón, sino un producto de


voluntad. No hay nada justo por sí mismo. Falta una norma de valoración a que referir, para
aquilatar su justicia, cada precepto que se promulgue. Basta con recontar los votos que lo
abonen.

Todo ello se expresa en una sola frase: «El pueblo es soberano». Soberano; es decir, investido
de la virtud de autojustificar sus decisiones. Las decisiones del pueblo son buenas por el hecho
solo de ser suyas. Los teóricos del absolutismo real habían dicho: «Quod principi placuit legem
habet vigorem.» Había de llegar un momento en que los teóricos de la Democracia dijeran: «Hace
falta que haya en las sociedades cierta autoridad que no necesite tener razón para validar sus
actos; esta autoridad no está más que en el pueblo.» Son palabras de Jurien, uno de los
precursores de Rousseau.

Libertad, Igualdad, Fraternidad

El Estado Liberal –el Estado sin fe, encogido de hombros– escribe en el frontispicio de su
templo tres bellas palabras: «Libertad, Igualdad, Fraternidad.» Pero bajo su signo no florece
ninguna de las tres.

La Libertad no puede vivir sino al amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los
principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la
mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo los tiranos medievales
quedaba a las víctimas el consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir, pero los
materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las cabezas
de tiranos y súbditos estaban escritas palabras eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el
Estado democrático, no: la ley –no el Estado, sino la ley, voluntad presunta de los más– «tiene

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siempre razón». Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado de díscolo peligroso si moteja
de injusta a la ley. Ni esa libertad le queda.

Por eso ha tachado Duguit de «error nefasto» la creencia en que un pueblo ha conquistado
su libertad el día mismo en que proclama el dogma de la soberanía nacional y acepta la
universalidad del sufragio. ¡Cuidado –dice– con substituir el absolutismo monárquico por el
absolutismo democrático! Hay que tomar contra el despotismo de las asambleas populares
precauciones más enérgicas quizá que las establecidas contra el despotismo de los Reyes. «Una
cosa injusta sigue siéndolo, aunque sea ordenada por el pueblo y sus representantes, igual que
si hubiera sido ordenada por un Príncipe. Con el dogma de la soberanía popular hay demasiada
inclinación a olvidarlo.»

Así concluye la libertad bajo el imperio de las mayorías. Y la Igualdad. Por de pronto, no hay
igualdad entre el partido dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los ciudadanos, que lo
soporta. Más todavía, produce el Estado liberal una desigualdad más profunda: la económica.
Puestos, teóricamente, el obrero y el capitalista en la misma situación de libertad para contratar
el trabajo, el obrero acaba por ser esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a aquél a
aceptar por la fuerza unas condiciones de trabajo; pero le sitia por hambre: le brinda unas ofertas
que, en teoría, el obrero es libre de rechazar; pero si las rechaza, no come, y al cabo tiene que
aceptarla. Así trajo el liberalismo la acumulación de capitales y la proletarización de masas
enormes. Para defensa de los oprimidos por la tiranía económica de los poderosos hubo de
ponerse en movimiento algo tan antiliberal como es el socialismo.

Y por último, se rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema democrático funciona


sobre el régimen de mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él, ganar la mayoría a
toda costa. Cualesquiera armas son lícitas para el propósito; si con ello se logra arrancar unos
votos al adversario, bien está difamarle, calumniarle y deformar de mala fe sus palabras. Para
que haya minoría y mayoría tiene que haber por necesidad «división». Para disgregar al partido
contrario tiene que haber por necesidad «odio». División y odio son incompatibles con la
fraternidad. Y así los miembros de un mismo pueblo dejan de sentirse integrantes de un todo
superior, de una alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio solar se convierte en mero
campo de lucha, donde procuran despedazarse dos –o muchos– bandos contendientes, cada
uno de los cuales recibe la consigna de una voz sectaria, mientras la voz entrañable de la tierra
común, que debiera hermanarlos a todos, parece haber enmudecido.

Las aspiraciones del nuevo Estado

Todas las aspiraciones del nuevo Estado podrían resumirse en una palabra: «unidad». La
Patria es una totalidad histórica, donde todos nos fundimos, superior a cada uno de nosotros y a
cada uno de nuestros grupos. En homenaje a esa unidad han de plegarse clases e individuos. Y
la construcción del Estado deberá apoyarse en estos dos principios:

Primero. En cuanto a su «fin», el Estado habrá de ser instrumento puesto al servicio de aquella
unidad, en la que tiene que creer. Nada que se oponga a tal entrañable, trascendente unidad,
debe ser recibido como bueno, sean muchos o pocos quienes lo proclamen.

Segundo. En cuanto a su «forma», el Estado no puede asentarse sobre un régimen de lucha


interior, sino sobre un régimen de honda solidaridad nacional, de cooperación animosa y fraterna.
La lucha de clases, la pugna enconada de partidos, son incompatibles con la misión del Estado.

La edificación de una nueva política, en que ambos principios se compaginen, es la tarea que
ha asignado la Historia a la generación de nuestro tiempo.

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Distingos necesarios

El fascio no es un régimen esporádico


Los que, refiriéndose a Italia, creen que el fascismo está ligado a la vida de Mussolini, no
saben lo que es fascismo ni se han molestado en averiguar lo que supone la organización
corporativa. El Estado fascista, que debe tanto a la firme voluntad del Duce, sobrevivirá a su
inspirador, porque constituye una organización inconmovible y robusta.

Lo que pasó en la Dictadura española es que ella misma limitó constantemente su vida y
apareció siempre, por propia voluntad, como un Gobierno de temporal cauterio. No hay, pues,
que creer, no hay siquiera que pensar, que nosotros perseguimos la implantación de un nuevo
ensayo dictatorial, pese a las excelencias del que conocimos. Lo que buscamos nosotros es la
conquista plena y definitiva del Estado, no para unos años, sino para siempre.

Los últimos partidarios de la democracia, fracasada y en crisis, procuran, con la mala intención
que es de suponer y en defensa de los reductos agrietados, llevar el confusionismo al
pensamiento de las gentes. Estamos aquí nosotros para impedir el engaño de todos los que no
quieran dejarse engañar. Nosotros no propugnamos una dictadura que logre el calafateo del
barco que se hunde, que remedie el mal una temporada y que suponga sólo una solución de
continuidad en los sistemas y en las prácticas del ruinoso liberalismo. Vamos, por el contrario, a
una organización nacional permanente, a un Estado fuerte, reciamente español, con un Poder
ejecutivo que gobierne y una Cámara corporativa que encarne las verdaderas realidades
nacionales. Que no abogamos por la transitoriedad de una dictadura, sino por el establecimento
y la permanencia de un sistema.

El distingo es muy importante, y no hay que olvidarlo.

El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
página 8

1915-1931

La Camisa Negra
En las horas maduras de 1915 algún joven español perplejo hubo de preguntarse su
futuro. Entonces iba Italia a seguir a D'Annunzio; al tuberculoso Corridoni; a Mussolini,
el socialista. Una sangre popular y noble empapaba el hálito de la nación. La antigua
sangre garibaldina de Bruno Garibaldi, el voluntario muerto en el frente francés, era un
ansia de guerra, un alarido de venganza.

La multitud legendaria y exasperada ondeó por el foro romano la camisa del héroe. La
roja camisa de la unidad y luego del martirio. Cada mártir traía un testimonio de virtudes
y una pasión de ejemplos para la Europa endomingada de la neutralidad. Esa Europa
cobarde de los mercachifles y el marxismo, cuyo pecado fue ofrecer a la pugna sacra y
varonil del mundo, o su pedantería derrotista, o se negocio infame.

El español sin zoco ni materialismo histórico, el español ingenuo y genuino de una


tradición de contiendas civiles y universales, ese español leía en el primer número y en la
primera página, en el atrio remoto ya de una revista de 1915, un artículo preliminar de
Ortega y Gasset: «La camisa roja».

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Era la camisa de Bruno Garibaldi, la roja camisa interventora, desplegada también aquí
–dentro de ESPAÑA– por el capitán de una generación sincrónica de la italiana. (Los
cincuenta años redondos de Mussolini. El medio siglo espectador del profesor Ortega.)
Ortega proclamaba: «Y hoy, cuando llega la hora, ya inminente, de entrar Italia en la
guerra absoluta, en la guerra definitiva, vamos a sentir con evidencia aterradora que
somos una nación descamisada.» Y más adelante: «Desde el momento en que Italia
apareció desintegrada de la Triple Alianza, debemos fijar en ella los ojos. Toda una nueva
política comenzó entonces a ser posible. Acaso la única posible.»

Detrás del trapo rojo del legionario itálico, su patria desemboca en Vittorio Veneto.
Después en la negra camisa del fascismo: «la nueva política posible, la única posible.»

La ambición belicosa de la revista ESPAÑA fracasaba pacíficamente. Se nos


escamoteó la coyuntura del peligro, el trance del combate y de la gloria, cuando la
metralla hubiera sido el mejor cirujano de hierro de Costa. La agitación de ESPAÑA se
desleía en algo frígido y aséptico, como los muebles de pino inglés de la Institución Libre
o el «humanismo» socialista de nuestro partido obrero. (Ante la divinidad o lo demónico,
lo humano –nunca el hombre– es una cosa helada.) Quisieron el triunfo sin ganarlo, y su
poca gana no pudo siquiera imponer la intervención a Dato –a Dato le asesinaron los
sindicalistas–. La embestida de España frente a la tela carmesí permanecía inédita. El
viejo toro ibérico era todo cuernos y resignación, cornucopia florida de Museo.

Pero en abril de 1931, la gente pusilánime –ni vencedora ni vencida– del año 15
recolecta por sorpresa el Poder. Ministros son sus redactores y colaboradores: Azaña, De
los Ríos, Albornoz, Domingo, Zulueta. Embajadores son Canedo, Pérez de Ayala,
Araquistáin... El mismo Casares Quiroga fue el oscuro corresponsal provinciano en «A
Cruña» de la revista ESPAÑA.

El centenar de diputados socialistas es casi análogo en su sentido y cifra a los 156


diputados rojos de la Italia de 1920. La España neutral produce como un hongo insólito
las setas venenosas de la postguerra. La historia convulsiva y explicable de quien acaba
de disparar su arma –utopías marxistas, 1917-1918: Hungría, Alemania, Rusia– es la
parodia hoy, entre cándida y cínica, de este país inerme, zarrapastroso, maniatado,
descamisado todavía.

Nosotros le ofrecemos la armadura compacta y juvenil de una camisa negra. El luto de


una pena antiquísima, el porvenir de una ilusión enorme. Tendrá que pelear esta batalla
la mocedad valerosa de España. Tendrá que decidirse de una vez para siempre por una
guerra auténtica. Con sus cruces sobre los caídos. Y sus himnos de júbilo adelante del
éxito. La trinchera fascista nos espera ansiosa. Vayamos antes que presenciemos la
mascarada o la felonía de aprovecharse del fascismo, sin haberlo logrado palmo a palmo,
muerto a muerto, victoria a victoria. Hasta imponer a la anarquía y a la vesania nacionales
una hercúlea camisa de fuerza. Nuestra camisa negra.

Juan Aparicio

El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
página 8

9
1927

Haz y yugo

Ante la torre casi derruida de Castellamare, en Palermo, una fina puerta de arco rebajado,
hermana de las de Toledo y Alcalá, sostiene las armas reales. El sol de mediodía da, como en
el rostro de un cuadrante solar, en el viejo escudo de España. Sobre el intenso azul del mar,
aquietado en el cerco de oro de los montes, flotan, como pétalos en una copa, las embarcaciones
pintadas a la antigua, de colores claros. Bajo las nubes blancas, que desunen ya de su cortejo
matinal de bodas, el escudo del Rey Fernando y de la Reina Isabel casi brilla en el mármol donde
fue sobriamente inciso sin escarolados follajes. A los flancos lleva esculpidos –invención de
Antonio Nebrija– el yugo del buey y el haz de flechas. ¡Escudos españoles de Sicilia! Ellos dicen
que tuvimos alguna parte en la idea humana, virgiliana, clásica y cristiana del Imperio. Se quiso
defender con ellos una unicidad, una civilización, una religión, una cultura, una católica y romana
pastoral de los Cárpatos a los Andes, un concierto de pueblos superiores... Ellos dicen cómo
supimos continuar el discurso milenario de las armas y de las letras, cómo invocamos, hasta
donde nos fue posible, en la larga pelea, el socorro de las musas; cómo dimos nuestra odisea
de ultramar y nuestra Edad de Oro; cómo ensayamos no sólo humillar y oprimir a los pueblos –
según se nos reprocha–, sino también establecer una cooperación más elevada, inteligente y
generosa que la que existe ahora. Hicimos un esfuerzo por establecer una Monarquía universal,
por hacer copartícipes a los pueblos en una jerarquía de las mejores... Quisimos una paz y unidad
en la religión, en la cultura, en el heroísmo.

Aquí, a la tierra de Sicilia, antes que con el de las columnas del Plus Ultra, vinimos con aquel
otro escudo. Trajimos, entre un yugo y un haz de flechas, los cuarteles de la nacional dinastía.
Cantaba sus Geórgicas con el yugo y cantaba su Eneida con el haz. Más que ningún otro blasón
se acomodaba éste a la sencillez, al consejo de Hesiodo, a la modestia, a la fuerte y templada
dignidad de Itaca y de Castilla, al griego de Homero como a los latines de Isidoro y al romance
de Garcilaso y de Fray Luis. Nunca tuvimos otro escudo mejor. Con su haz de flechas y su yugo
arcaico él hacía pensar en la patria romana, «rica de cosechas y de héroes», que Virgilio había
cantado.

Así volvía, en el escudo virgiliano de la Reina Isabel, aquel equilibrio de la pastoral y de la


epopeya que pasa todavía como un sueño dorado de Cervantes. A la tierra de Cíclopes y de
pastores, donde Vulcano acicalaba las armas de Aquiles y donde Minerva enseñaba a los
hombres el arte de arar y de uncir los bueyes, volvía, en signos castellanos y aragoneses, el
recuerdo de la lección maravillosa. En los trabajos y en los días, de España, en las mocedades
de un Imperio, he aquí los símbolos sin énfasis que bastan al esfuerzo común. Significaron en
sus acepciones más altas, más que predominio vanaglorioso, educación perfecta, hecha de
soportar los yugos de las Ciencias y de las Artes y de afinarse en punterías y destrezas exactas
de arquero.

Repongamos en el escudo yugo y haz. Si el yugo sin las flechas resulta pesado, las flechas
sin el yugo corren peligro de volverse demasiado voladoras. Tornemos, más que a una política,

10
a una disciplina, a una conducta, a un estilo, a un modo de ser, a una educación. Unamos a la
laboriosidad cotidiana la audacia vigilante y el ojo seguro del sagitario.

Poco diría el yugo si sólo dijese: sujeción. Dice también instrumento para realizar la fatiga,
ayuda piadosa, domesticidad, mansedumbre, coyunda sacramental de amor. Poco diría el haz
si sólo dijese: la unión es la fuerza. Dice también que tiene en ligadura presta a soltarse alas de
pluma y aguijones de acero.

¡Escudo virgiliano de la Reina Isabel! Haznos volar, aguijonear, arar, tender el arco en afinada
puntería, espolear la yunta y el vuelo, tener una conciencia diaria del surco y de la trayectoria.
Entre el yugo del buey y el haz de flechas tú podrías volverte nuestro cuadrante, en espera del
Mediodía.

Rafael Sánchez Mazas

(Fragmento de una conferencia dada en Santander y publicada por el Boletín de la «Biblioteca


Menéndez y Pelayo» en 1927.)

El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
página 10

Primacía del trabajo

El sentido social del fascismo


Hasta ahora que ha llegado la República a España, para seguir despertando a España –tras
el clarinazo de la Dictadura– de una modorra casi secular, ha sido difícil y peligroso hablar en
serio del Fascismo entre nosotros.

Los interesados en mantener el equívoco –y son muchos en España– habían hecho creer a
las buenas gentes que el Fascismo significaba algo negativo, reaccionario, capitalista,
monárquico, clerical y tiránico del pueblo. Habían hecho creer a nuestras buenas gentes –y son
muchas en España– que el Fascismo era algo así como un pronunciamiento a lo siglo XIX.

***

Pero las cosas se han precipitado de tal modo que en el ambiente español –y en el ambiente
europeo– que la palabra «Fascismo» va teniendo un nuevo sentido, un nuevo sentido salvador,
positivo, social y universal.

Hoy Europa –y el mundo– están divididos en tres campos de lucha: el «campo comunista»,
que desea arrasar con su avalancha, oriental y bárbara, toda una civilización secular, hecha entre
lágrimas, heroísmos y sangre; el «campo liberal socialdemócrata», que con sus anticuados
órganos de Gobierno (Parlamento, sufragio universal) quiere por un lado contener inútilmente el
cataclismo, y por otro, instaurar un iluso equilibrio de fuerzas sociales, a base del mito de «la
libertad individual». Y por último, el «campo fascista», que aceptando las masas sociales y los
procedimientos de acción directa propios del comunismo, salva con ellos cierta autonomía
individual, salva esencias imponderables de la civilización europea, y organiza de nuevo el
mundo en una paz equilibrada, en una armonía de Capital y de Trabajo, en un sentido corporativo
del Estado.

***

11
Frente al «Comunismo», que todo lo quiere para la «Masa» («todo el poder para el Soviet»),
y frente al «Liberalismo», que todo lo quiere para el «individuo», llega el «Fascismo», para
integrar estos dos factores en un único cuerpo o «Corporación». La derecha y la izquierda sirven
en el Fascismo a un solo cuerpo: «el Estado.» Lo mismo que en el hombre, la derecha y la
izquierda le sirven para la lucha del cuerpo y del alma.

Roma, otra vez en la historia, ha resuelto la gran ecuación social. Como en tiempos de César,
de San Pablo, de Constantino, de San Agustín, de Santo Tomás, de Campanella, de San Ignacio.

Mussolini tiene ese sentido profundo en la nueva historia del mundo. Siendo socialista,
marxista, aportó en su movimiento el «genio de Oriente», comunista, y admitió las masas al
Poder. Pero siendo también europeo, aceptó la función de la «iniciativa privada», del capital, y la
libertad, para que las masas pudieran moverse.

Es hora ya de decir que el Fascismo, consecuencia de la Revolución rusa, es el triunfo de lo


social: nacionalizado, universalizado, racionalizado.

Ni Oriente ni Occidente, sino lo universal, lo ecuménico. Ni Moscú ni Ginebra: Roma.

Por eso los que visitan Italia, tras diez años de este régimen tan nuevo y tan antiguo, tan
moderno y tan tradicional, observan que el secreto y el sentido del Fascismo es
«fundamentalmente social».

El Capital no ha sido aplastado por la Masa. Sino controlado por el Estado, para que sirva a
la Masa, a los humildes. El trabajador en el régimen fascista, lo es todo. Es el auténtico régimen
de los «trabajadores». Los trabajadores en el Fascismo han ascendido a primera clase social.
Todo está en el Fascismo, en vista de la producción nacional.

Y el trabajador, ascendido a primate histórico, ha dejado de ser proletario. Y es patriota, y es


espiritual, y siente ansias nobles de expansión y de dominio, de gloria.

***

La Historia se repite porque es siempre la misma. Antiguamente se decía: «Todos los caminos
llevan a Roma.» Hoy lo podemos repetir. Sobre todo, los pueblos que nacimos del genio romano.
Y es porque Roma, con el Fascismo, ha encontrado de nuevo la «solución de la Historia», la
salvación de Europa, el «sentido de lo social».

E. Giménez Caballero

El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933número 1
páginas 14-15

Movimiento español JONS


(Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista)

Qué son las JONS


Los orígenes. Fe política militante. La maravilla y el orgullo de ser
españoles. Lo primero, la acción. Buscamos haces, juntas. Al servicio de
una mística de juventud y de violencia. Imperio y pan. La glorificación de

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las masas.
¡Viva España!
(EL FASCIO se encuentra al nacer con el hecho gratísimo de que existe en España una
organización de juventudes, las JONS, disciplinada en torno a ideales muy afines a los
nuestros. Pondremos a disposición de estos grupos, verdaderos fascios de jóvenes
combatientes, una página de nuestra revista, desde la que lanzarán sus consignas, sus
razones y sus gritos. Hoy, uno de los fundadores más destacados, Ramiro Ledesma
Ramos, señala los orígenes, las rutas y las metas de las JONS.)

Ramiro Ledesma Ramos


Del Triunvirato Ejecutivo Central de las JONS

Sentido nacional

He aquí nuestra conversación con Ledesma Ramos:

—¿...?

—Localice usted el nacimiento y creación de las Juntas de Ofensiva


Nacionalsindicalista en la hora misma en que suspendió su publicación «La Conquista
del Estado», víctima del rigor policiaco de Galarza, y tanto como eso, de la atmósfera de
entontecimiento demoliberal que se respiraba en España –derecha, izquierda y centro–
hasta hace unos meses. «La Conquista del Estado» desapareció hace ya un año y medio;
pero sus veinticinco números denunciaron antes que nadie toda la mentira, toda la
ineficacia, toda la candidez y todo el peligro de desviación y hasta de traición nacional
que representaban aquellos pobres principios decimonónicos de las jornadas abrileñas. Y
no era eso oposición a la República, como tal. No. Pues ante nuestra vista estaba bien
cercano el pobrísimo impulso y el fracaso terminante de la Monarquía. Era otra cosa:
teníamos sentido nacional español, ansia de servicios eficaces a la cultura y a la tierra que
constituían nuestro ser de españoles; sabíamos quién era el enemigo –las organizaciones
marxistas, poderosas y violentas–, y nos creíamos, por último, en posesión de las técnicas
más precisas para debilitarlo.

—¿...?

—Y entonces, abrazados a una interpretación militante de nuestra fe política, dimos


paso a las JONS, donde, repito, los grupos de jóvenes lectores que se habían adherido a
la consigna de resurgimiento nacional propagada en nuestro periódico, colaboraron
durante un año en una tarea silenciosa y resignada, con perfecta cohesión y disciplina.
Nos sostenía un espíritu vigilante, seguros de que muy pronto el pueblo español sentiría
la necesidad de defender a la desesperada su derecho a una Patria y a una cultura que él
mismo había creado. Pues la presencia angustiosa de tres realidades, de tres amenazas,
como son: los separatismos roedores de la Unidad, la ola marxista antinacional y bárbara
operando en nuestro suelo; la ruina económica y el paro constituyen peligro suficiente
para que la gran mayoría de los españoles, o por lo menos la minoría más heroica, tenaz
y responsable, aceptasen el compromiso de una acción política encaminada a recuperar
la fortaleza de la Patria y la prosperidad económica del pueblo.
La eficacia política

—¿...?

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—No hay política, eficacia política, sin acción. No interesa tanto a las JONS atraer
millones de españoles a sus banderas como organizar cientos de miles en un haz de
voluntades, con una disciplina y una meta inexorable que atrapar. El nombre mismo de
nuestros grupos, las Juntas señala la primera preocupación del partido, la de promover a
categoría activa, militante, el mero existir pasivo y frío que caracteriza hoy la intervención
política del pueblo.

—¿...?

—Sí. Delimitamos, por ahora, el sector de nuestras propagandas. Sabemos que el


espíritu y la táctica de las JONS, es decir, sus ideas y su estilo de acción, sólo puede ser
aceptado por la juventud española universitaria y obrera. Esto es, hijos de burgueses y
proletariado joven, unidos en dos logros supremos: el resurgimiento de la grandeza y
dignidad de España y la elaboración de una economía nacional, de sentido sindicalista,
corporativo, sin lucha de clases ni marxismo. Sólo la juventud sabe que las instituciones
y procedimientos que sirven de base al Estado liberal-burgués son una ruina en nuestro
siglo, capaces tan sólo de despertar la adhesión y el entusiasmo de las gentes viejas. Y
sólo ella sabe también que no hay licitud política alguna a extramuros de una idea nacional
indiscutible, irrevisable, y que para mantener en su más firme pureza esa fe nacional, ese
sentimiento de la Patria, es hoy necesario formar en unas filas uniformadas y violentas
que contrarresten y detengan las calidades temibles del enemigo rojo.
El pueblo español

—¿...?

—En efecto: imperio y pan. No hay grandeza nacional y dignidad nacional sin estas
dos cosas: un papel que realizar en el mundo, en la pugna de culturas, razas y regiones
que caracteriza el vivir humano del planeta; un pueblo satisfecho, de coma y alcance, un
nivel de vida superior, o, por lo menos, igual que el de otras naciones y países. Pero hay
más. Si la economía nacional ha de ser próspera, es decir, lo necesariamente rica para
asegurar el esplendor vital del pueblo, el primer factor es el de tener como base una
pujanza y una fortaleza nacionales, una capacidad productora y un optimismo creador,
imperial, que sólo consiguen y atrapan los pueblos que aparecen en la historia formados
apretadamente en torno a la bandera de su Patria. Por ejemplo, la España del siglo XVI.
Y hoy, el fascismo italiano.

—¿...?

—Nada es hoy posible sin un orden, una disciplina y una colaboración activísima de
las masas. Quien rechace o prescinda de las masas como de algo molesto y negativo está
fuera del espíritu español de nuestro siglo, de la realidad que ahora vivimos. Las JONS
aceptan, acogen y comprenden en su verdadera significación esa especie de glorificación
de las masas a que asistimos hoy. Y por ello creemos que la única garantía de que pueda
lograrse en España un orden permanente, una fecunda disciplina española, es aceptar, o
más aún, reclamar la presencia palpitante del pueblo, de las masas españolas.
Demostraremos al marxismo que no nos asustan las masas, porque son nuestras. Es, pues,
tarea del partido, primera justificación del partido, el encontrar los moldes, los perfiles
recios, durables y auténticos sobre que volcar la colaboración, efusividad y fuerza
creadora del pueblo español. El marxismo encrespa las masas e inutiliza su carácter de
españolas, movilizándolas bajo consignas negativas y rabiosas. Las hace bárbaras,

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insolidarias y hasta criminales. Al contrario de eso, las JONS intentarán ofrecer, aclarar
y señalar a las masas hispánicas cuál es la ruta del pan; es decir, de la prosperidad y del
honor; esto es, de su salvación como hombres libres y como españoles libres. Sabemos
bien que sólo será libre el pueblo español cuando recobre su ser, su coraje y su fuerza –
que viene negando o desconociendo desde hace dos siglos– y proyecte todo eso sobre el
cerco enemigo que le ataca.
Moviles de índole nacional

—¿...?

—Nuestra negación radical es el marxismo. Nuestra afirmación primera, la grandeza y


dignidad de España. Claro que estos dos afanes pueden compartirlos asimismo –en la
letra, no en el espíritu– los sectores burgueses de izquierda; pero las JONS saben bien que
sólo coronando esos propósitos con una política de sacrificio y de violencia, de realidad
nacional y no de farsa parlamentaria, de heroísmo en la calle popular frente a los rojos,
pueden ser obtenidos rotundamente. Esperamos, pues, la adhesión inmediata de esas
juventudes burguesas de izquierda, ilusionadas hasta ahora por los mitos del siglo XIX,
ingenuos, candorosos, y lo que es peor, ineficaces y blandos ante el enemigo.

—¿...?

—Las JONS constituyen, puede decirse, un partido contra los partidos. No admitimos
como lícitos en política otros móviles que los de índole nacional. España va a la deriva,
gobernada por el egoísmo de los partidos, que hacen jirones la unanimidad histórica de
España, su capacidad de independencia y sus defensas esenciales. Queremos el partido
único, formado por españoles sin calificativo alguno derrotista, que interprete por sí los
intereses morales, históricos y económicos de nuestra Patria. Queremos la dictadura
transitoria de ese partido nacional, forjado, claro es, en la lucha y asistido activamente
por las masas representativas de España. ¡¡Dictadura nacional frente a la dictadura del
proletariado que propugnan los rojos y frente a los desmanes de la plutocracia capitalista!!
Hasta conseguir las nuevas instituciones, el nuevo orden español, el nuevo Estado
nacional de España. Nada nos liga a la España liberal y blanducha anterior al 14 de abril.
Nada nos impide, pues, comenzar nuestro camino desde esta situación republicana que
hoy existe. Pero, repito, la historia de España es gloriosa, formidable. Algunos de sus
Reyes, magníficos jerarcas, geniales creadores de alma nacional, y de ellos estamos
orgullosos ante el mundo. Ahora bien: hoy España, el pueblo español, vive una forma
republicana de gobierno, y las JONS declaran que se librarán mucho de aconsejar al
pueblo su abandono. En todo caso, ni Monarquía ni República: el régimen nacional de las
JONS, el nuevo Estado, la tercera solución que nosotros queremos y pedimos.
Revolucionarias y católicas

—¿...?

—Las JONS se consideran revolucionarias. Por su doble índole de partido que utiliza
y propugna la acción directa y lucha por conseguir un nuevo orden, un nuevo Estado,
subvirtiendo el orden y el Estado actuales. Somos, en lo económico, sindicalistas
nacionales. Tenemos en nuestro programa la sindicación forzosa de productores, y desde
los Sindicatos de industria a la alta Corporación de productores –capital y trabajo–, una
jerarquía de organismos nacionales garantizará a todos los legítimos intereses
económicos sus rotundos derechos. Otra cosa es en nuestra época caos, convulsión, ruina

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de los capitales y hambre del pueblo. Sólo nosotros, nuestro sindicalismo nacional, puede
hacer frente a todo eso, aniquilando la lucha de clases y la anarquía económica.

—¿...?

—¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional
española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación
histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus
fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España. Pero quede
bien claro que las JONS aceptan muy poco, se sienten muy poco solidarias de la actuación
política de los partidos católicos que hoy existen en España. Viven éstos apartados de la
realidad mundial, y al indicar como metas aceptables las conquistas y los
equilibrios belgas, denuncian un empequeñecimiento intolerable de sus afanes
propiamente nacionales, españoles.

—¿...?

—Sí. ¡Viva España! Vamos a airear este grito, haciendo que las masas lo hagan resonar
con orgullo. Una de las más tristes cosas, de tantas cosas tristes como se ofrecían a los
españoles desde hace sesenta años, era esta realidad de que el grito de ¡Viva España!
fuese considerado como un grito reaccionario, al que había que proscribir en nombre de
Europa y del progreso. ¡Oh, malditos!
Domicilio de las JONS, en Madrid:
Calle del Acuerdo, 16
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Ramiro Ledesma Ramos1930-1939
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