¿Que Te Pasa?

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¿Qué te pasa?

Hace algún tiempo mi coche empezó a comportarse de forma extraña, no tenía ni idea de lo
que le pudiera estar pasando, pero claramente no estaba bien. Hice lo que todo automovilista
que se precie hace en estos casos, abrir el capó y mirar el motor. Tras unos minutos de
observación volví a bajar el capó, no tenía ni la más mínima idea de lo que podría estar
fallando y decidí llevarlo a un taller mecánico.

El mecánico que me atendió no quiso escuchar mi descripción de todo lo que había


observado como alteración de conducta del vehículo. No salí de mi asombro cuando en vez
de probar el coche, observar y escuchar con atención el motor o lo que sea, empezaron a
conectarlo a multitud de cables. Unos minutos más tarde un señor amable vino a contarme el
resultado de lo que llamó “prueba diagnóstica”. Un componente de cuyo nombre soy incapaz
de acordarme fallaba pero podrían sustituirlo en breve a cambio de una bárbara cantidad de
dinero. Quise negociar una posible reparación de la pieza en cuestión pero al parecer era un
planteamiento cuasi ofensivo – Esas cosas ya no las hacemos – fue la respuesta que obtuve.

Me resigné, firmé el consentimiento para la intervención, les di la tarjeta (de crédito) y en


taxi me llevaron a casa. Al día siguiente me llamaron para darme la buena nueva de que la
intervención había sido un éxito y que podría ir a buscar el vehículo que efectivamente volvió
a funcionar como antes, pero algo me inquietaba.

Hace algún tiempo mi cuerpo empezó a comportarse de forma extraña, no tenía ni idea
de lo que me pudiera estar pasando pero me encontraba verdaderamente mal. Hice lo que creo
que todos hacemos en estos casos, me tomé el día, me observé, tomé medicamentos varios
que creí oportunos y consulté con los más allegados. Tras unos días e incluso consultar un par
de libros y varias páginas de internet me di por vencido, no tenía ni la más mínima idea de lo
que me podría estar pasando y decidí acudir al médico.

El doctor que me atendió a duras penas escuchó la introducción de lo que iba a ser un
relato cronológico e ilustrado de lo que había observado como alteraciones de conducta de mi
cuerpo. No salí de mi asombro cuando en vez de explorarme y hacer una anamnesis o lo que
sea, rellenó papeles varios para solicitar pruebas diagnósticas, análisis de sangre y otros cuyos
nombres me preocuparon. Quise negociar un posible remedio para salir del paso y
encontrarme mejor pero al parecer era un planteamiento cuasi ofensivo – Mejor esperamos
los resultados para saber lo que hay – fue la respuesta que obtuve.

Me resigné y durante varias horas al teléfono concerté citas para cada una de las pruebas y
tomé nota de los procedimientos previos necesarios para el buen desarrollo de los mismos.
Pasé varios días y en establecimientos médicos varios firmando consentimientos, entregando
la tarjeta (sanitaria) y sometiéndome a experiencias sin las cuales hubiese preferido vivir el
resto de mis días. Al cabo de una semana y pico acudí de nuevo al médico con los resultados
de las pruebas diagnósticas. Afortunadamente no hubo que sustituir ninguna pieza y bastó una
pequeña colección de pastillas para volver a funcionar como antes, pero algo me inquietaba.
Hace poco que tras largos años de servicio, nuestra lavadora no pudo más y hubo que ir
a comprar una nueva, acontecimiento que dio pie a una interesante revelación: Según el
vendedor, uno de los modelos más avanzados (que no compramos) tenía una innovación
sorprendente. – En caso de avería, lo único que tendrán que hacer es llamar a un teléfono que
se les facilitará y acercar el aparato a la lavadora para que esta indique lo que le sucede. –
explicó con ganas. Debo haberme quedado con cara de tonto ya que añadió: - Es como si la
lavadora le contara al servicio técnico que es lo que le pasa… - El hombre contó más cosas
pero yo me perdí en mis propios pensamientos me di cuenta de qué era lo que me venía
inquietando: El mecánico no quiso escuchar a mi coche (ni a mi), el médico no quiso
escucharme pero el servicio técnico de la lavadora sí estaba dispuesto a escuchar para saber
qué le pudiera pasar a la máquina… ¡En qué mundo más loco vivimos!

Una parte fundamental de mi trabajo cosiste en escuchar a personas que intentan contarme
lo que les pasa. Es frecuente tener que ayudarles a poner palabras a lo que les pasa, a lo que
están sintiendo, a lo que les está fallando. Lograr contar lo que nos pasa es tranquilizador y
sabernos escuchados y comprendidos des-angustia y es un paso importante en el proceso de
sanación de lo que sea que nos pasa.

En la tienda de electrodomésticos me acordé de mi amigo Nacho que incluso


cuando era médico sustituto en un ambulatorio siempre preguntaba a sus pacientes
que era lo que les pasaba. Es en su memoria que suelo empezar la primera entrevista
con un nuevo paciente con un simple ¿Qué te pasa?

Peter A. van Wijk

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