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Margarita Magdaleno
La ciudad de México ha tenido dos épocas muy claras que se caracterizan por
sus acciones de vivienda: una, cuando la ciudad se fue poblando y se constru-
yeron las viviendas, casonas y palacios, que respondían a un tipo de necesida-
des específicas de poder, posición social, tenencia de la tierra, jerarquía eclesiás-
tica, etc.; es decir, cuando había que demostrar a la Corona el alto rendimien-
to de la Conquista y disfrutar de las delicias después de los embates.
Y otra, con muchas historias previas, cuando todo el pueblo mexicano
(más que durante la Revolución) sintió el alma estrujada y su porvenir sin es-
peranza frente al desastre de los sismos de 1985.
Estas dos grandes zancadas en la historia, no pretenden menospreciar to-
do lo que pasó en los tiempos intermedios, siempre con sus motivos y circuns-
tancias, que hoy reconocemos como la enorme ciudad y el no menos extenso
país que tenemos.
La primera etapa a la que aludo, y confieso que la edad precolombina ni
siquiera la regreso a ver, más por ignorancia que por falta de interés; era un mo-
mento de desarrollo natural de una ciudad total, con edificios singulares y sig-
nificativos, vialidades, espacios públicos, infraestructura y lógicamente: vivien-
da; todo inmerso en un proceso constructivo que además de ir creando un es-
pacio para la vida de los habitantes iba, simultáneamente, forjando la identidad
de un pueblo que asimilaba su nuevo escenario cultural tratando de asentarse.
En ese momento, lo que ahora es solamente el centro, era toda la ciudad;
y el tiempo y las modas marcaban la vivienda bajo ciertas tipologías espaciales
que daban fe de las necesidades, pero también de las posibilidades, no precisa-
mente precarias, para resolverlas.
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mas, no sólo para la acción, sino con obligaciones que sean claras para todos.
Esta planeación participativa no puede mirarse de soslayo ni con formas pater-
nalistas; se trata de que cada quien asuma su papel y lo cumpla.
Ante la imposibilidad de tener cambios jurídicos en tiempos breves, los
Programas Parciales de Desarrollo Urbano representan la gran posibilidad de
ordenar el territorio, dado que una vez que son aceptados por la asamblea le-
gislativa, se convierten en ley. En este aspecto, las leyes federales no aterrizan lo-
calmente y las instituciones del siguiente nivel del gobierno, aunque han cons-
truido en los centros históricos, no han logrado combinar la presión de los gru-
pos demandantes con las necesidades y ofertas al sitio histórico o artístico; ge-
neralmente, se confunden diagnóstico y demanda con promesas no cumplidas.
Los programas parciales cuentan con un anexo muy útil que es el catálo-
go de monumentos históricos y artísticos; este documento hace propuestas, que
aunque generalizadas para la zona, admiten revisar de manera particular cada
edificación que sea sujeto de intervención, tanto para vivienda como para cual-
quier otro uso que se pretenda, mirando no solo la salvaguarda del inmueble de
manera aislada sino el contexto del programa parcial con estrategias e instru-
mentos diseñados para la zona y su inserción en la ciudad. Hay 18 catálogos del
siglo XX que comprenden más de 4500 inmuebles, realizados en esta adminis-
tración del gobierno local.
Por la importancia y magnitud del centro histórico, actualmente se reali-
zan tres programas parciales: Merced, Centro Histórico y Centro Alameda. Ca-
da uno aborda un capítulo llamado ‘sitios patrimoniales’ y otro sobre vivienda,
pero siguen disociados con estrategias generales y buenos diagnósticos, sin in-
tegrarse en un programa sectorial conjunto que conduzca las acciones hacia un
mismo fin.
En este aspecto, el Programa de Rescate Integral del Centro Histórico,
puesto en marcha por el Fideicomiso del Centro Histórico, que no requiere de
la aprobación de la asamblea, pero sí está sustentado en los programas parcia-
les, es un instrumento que intenta canalizar esfuerzos y generar gestiones enca-
minadas hacia la vivienda en el centro, con el fin de revertir el despoblamien-
to, rescatar la centralidad y conservar el patrimonio cultural urbano. Pero tam-
poco es lo óptimo.
No es posible para el centro histórico operar propuestas tradicionalmente
realizadas en otras partes. Aquí la creación de nuevos instrumentos es tan im-
portante como la conservación misma, éstos deben adaptarse a cada caso, de allí
que sean tan difíciles de diseñar.
Vivienda en centros históricos 373