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La nueva frontera urbana

Ciudad revanchista y gentrificación

Neil Smith
2. ¿Es la gentriÞcación una
palabrota?

La ma–ana del 23 diciembre de 1985, los lectores del New York Times se encon-
traron al despertarse que el espacio publicitario más prestigioso de su perió-
dico matutino había sido ocupado por una solicitud a favor de la gentriÞca-
ción. Algunos años antes, este mismo periódico había empezado a vender la
esquina inferior derecha de su página de opinión a la Mobil Corporation, que
la utilizó para pregonar las ventajas sociales y culturales del capitalismo glo-
bal organizado. A mediados de 1980, con un inßamado mercado inmobiliario
en Nueva York, cada vez más personas empezaron a percibir la gentriÞcación
como una amenaza para los alquileres, las viviendas y las comunidades; la
Mobil Corporation ya no tenía derechos exclusivos sobre la tinta ideológica
de la página de opinión del Times. Era «The Real Estate Board of New York,
Inc.» [el consejo de bienes inmuebles de Nueva York] quien ahora compraba
el espacio para llevar a cabo una defensa de la gentriÞcación ante los ciudada-
nos de Nueva York. El anuncio comenzaba con la siguiente aÞrmación: «Hay
pocas palabras en el vocabulario de un neoyorquino que tengan una carga
emocional tan fuerte como el término “gentriÞcación”». El Consejo de Bienes
Inmuebles admitía que la gentriÞcación tenía diferentes signiÞcados para dis-
tintas personas, pero aÞrmaba que «en términos sencillos, la gentriÞcación ge-
nera una mejora en los negocios inmobiliarios y minoristas de un barrio, y por
lo general aumenta la entrada de la inversión privada». El anuncio aÞrmaba
que la gentriÞcación constituía una contribución a la diversidad, al gran mo-
saico de la ciudad: «Los barrios y la vida ßorecen». El Consejo sugería que, si
la «recuperación» del mercado privado de un barrio genera inevitablemente

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un mínimo de desplazamiento, «creemos debe ser acompañado por políticas


públicas que promuevan la construcción y la rehabilitación de viviendas para
familias con ingresos bajos y moderados, y la revisión de la zoniÞcación, de
forma que se den facilidades a los usos minoristas en lugares menos costosos
ubicados en las calles laterales». Concluía: «También creemos que la mayor
esperanza de Nueva York reside en las familias, los comercios y los prestamis-
tas que desean comprometerse a largo plazo con los barrios que lo necesitan.
Eso es la gentriÞcación».

Era una declaración realmente sorprendente, no tanto por el previsible


tono ideológico de lo que aÞrmaba sino más bien por la aÞrmación en sí mis-
ma. ¿Cómo era posible que el tan poderoso Consejo de Bienes Inmuebles de
Nueva York —el lobby profesional de promotores inmobiliarios más impor-
tantes de la ciudad, una especie de cámara de comercio para la promoción
de los intereses inmobiliarios— se encontrara en una posición tan defensiva
como para tener que publicar un anuncio en el Times con el Þn de tratar de
redeÞnir una de sus mayores preocupaciones? ¿Cómo es que la gentriÞca-
ción se había transformado en una cuestión tan polémica como para que sus
defensores se vieran obligados a convocar al complemento ideológico de «la
familia» y del mercado privado en su defensa?

A medida que leía este anuncio, apoyado en la cama, reßexionaba acerca


del intenso modo en que habían cambiado las cosas en apenas diez años.
Comencé a investigar la gentriÞcación en FiladelÞa en 1976, siendo un estu-
diante universitario que llegaba a Estados Unidos desde un pequeño pue-
blo de Escocia. En aquella época me veía obligado a explicarle a todo el
mundo —amigos, colegas estudiantes, profesores, conocidos, en diálogos
casuales— cuál era el signiÞcado de este arcaico término académico. La gen-
triÞcación es el proceso, comenzaba a explicar, por el que los barrios pobres
y proletarios, ubicados en el centro de la ciudad, son reformados a partir de
la entrada del capital privado y de compradores de viviendas e inquilinos
de clase media —barrios que previamente habían sufrido una falta de inver-
sión y el éxodo de la propia clase media. Los barrios más humildes de clase
trabajadora están en proceso de reconstrucción; el capital y la alta burguesía
están volviendo a casa, y para algunos de los que se encuentran a su paso, no
se trata precisamente de algo agradable. La mayoría de las veces esta expli-
cación daba por terminada la conversación, pero de vez en cuando también
llevaba a exclamaciones acerca de que la gentriÞcación parecía ser una gran
idea: ¿acaso la había inventado yo?
¿Es la gentriÞcación una palabrota? 75

Lámina 2.1. «¿Es la gentriÞcación una palabrota?» (Real Estate Board of New
York, Inc.)
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Apenas diez años más tarde, la notoriedad de la gentriÞcación había alcan-


zado al proceso mismo, un proceso que se encontraba en marcha en muchas
ciudades desde Þnales de la década de 1950 y comienzos de la de 1960. De
Sydney a Hamburgo, de Toronto a Tokio, activistas, inquilinos y personas
corrientes sabían exactamente qué era la gentriÞcación y cómo afectaba a su
vida cotidiana. La gentriÞcación era cada vez más reconocida por lo que era:
un cambio dramático pero imprevisto de lo que la mayoría de las teorías ur-
banas del siglo XX habían vaticinado como el destino de los barrios pobres del
centro de las ciudades. En tanto tal, el proceso era tan públicamente polémico,
en las páginas de los periódicos, en las revistas populares, en publicaciones
académicas y en la calle, que en medio de la más intensa oleada de gentriÞ-
cación que afectó a la ciudad, el espacio publicitario más prestigioso del New
York Times fue adquirido por los promotores inmobiliarios, que se sintieron
obligados a defender la gentriÞcación de su ciudad.

El lenguaje de la gentriÞcación resultaba irresistible. Y esto tanto para


aquellos que se oponían al proceso y a sus nocivos efectos sobre las humil-
des viviendas de las áreas afectadas, como para aquéllos que simplemente
desconÞaban del mismo; esta nueva palabra, gentriÞcación, capturaba con
precisión las dimensiones de clase de las transformaciones que se estaban
produciendo en la geografía social de muchos centros urbanos de las princi-
pales ciudades. Muchas de las personas que se mostraban favorables al pro-
ceso recurrieron a una terminología más anodina —«reciclaje del barrio»,
«mejoramiento», «renacimiento» y otras por el estilo—, en tanto forma de
moderar las connotaciones clasistas y también raciales de la «gentriÞca-
ción», pero muchos otros se vieron atraídos por el aparente optimismo de
la «gentriÞcación», el sentido de modernización, de renovación, la limpie-
za urbana llevada a cabo por las clases medias blancas. Después de todo,
el periodo de postguerra había intensiÞcado la retórica de la desinversión,
la dilapidación, la decadencia, la peste y la «patología social» aplicada a
los centros urbanos a lo largo del mundo capitalista avanzado. Si bien este
«discurso de la decadencia» (Beauregard, 1993) estaba más desarrollado en
Estados Unidos, tal vez debido a su correspondencia con la experiencia de
deterioro y gheĴización, tenía de todos modos un amplio margen de aplica-
ción e invocación.

El lenguaje de la revitalización, del reciclaje, del ascenso y del renaci-


miento sugiere que en la etapa previa a la gentriÞcación los barrios afecta-
dos carecían de algún modo de vida, que eran culturalmente moribundos. Si
bien en algunos casos esto era cierto, también es verdad que con frecuencia
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comunidades obreras muy vitales perdieron su vitalidad cultural a causa de


la gentriÞcación, debido al desdén de la nueva clase media por la calle en
favor de sus salones y de sus habitaciones. La idea de los «pioneros urba-
nos» aplicada a las ciudades contemporáneas es igual de insultante que la
idea originaria de los «pioneros» utilizada en el Oeste de Estados Unidos.
Ahora, igual que entonces, esta idea supone que nadie vive en las zonas que
están siendo colonizadas —al menos, nadie digno de mención. En Australia,
el proceso es conocido como trendiÞcation, y en otros lugares los recién lle-
gados son conocidos como hipiburguesía. El término gentriÞcación expresa
el obvio carácter clasista del proceso, y por ese motivo, si bien el que se
muda al barrio puede no ser técnicamente un «miembro de la alta burgue-
sía» [gentry] sino un profesional blanco de clase media, el término es de lo
más razonable.

Tal y como hoy sabemos a partir de una gran cantidad de documentos, el


término «gentriÞcación» fue acuñado en Londres en el año 1964 por la emi-
nente socióloga Ruth Glass. He aquí su clásica deÞnición:

Uno a uno, gran parte de los barrios de la clase trabajadora de Londres se han visto
invadidos por las clases medias —altas y bajas. Las degradadas y modestas calles
ßanqueadas por antiguas caballerizas, convertidas en viviendas, y las casitas —dos
habitaciones arriba y dos abajo— fueron sustituidas cuando expiraron los contratos
de arrendamiento por elegantes y costosas residencias. Grandes casas de la época
victoriana que se habían degradado en el periodo anterior o más recientemente —al
ser utilizadas como albergues u ocupadas por varias familias— han subido nueva-
mente de categoría [...] Cuando este proceso de «gentriÞcación» comienza en un
barrio, avanza rápidamente hasta que todos o la mayoría de los ocupantes iniciales,
miembros de la clase trabajadora, son desplazados, así se modiÞca el carácter social
del barrio. (Glass, 1964: xviii)

La intención crítica del nuevo término acuñado por Glass es inequívoca, y


fue ampliamente comprendida a medida que la palabra empezaba a hacerse
popular. Precisamente, fue esta intención crítica lo que los promotores inmo-
biliarios, los terratenientes y el Consejo de Bienes Inmobiliarios han sido inca-
paces de mitigar, y esto a pesar de la vigorosa promoción de eufemismos que
parecían más neutrales en relación con las líneas de clase y raza de la gentri-
Þcación. Con el anuncio de 1985, el Consejo de Bienes Inmuebles, que había
fracasado en su intento de acabar con la palabra, trataba ahora de redeÞnirla,
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darle una connotación nueva y menos sensible, gentriÞcar la palabra misma.


Y no estaban solos. Sólo dos meses antes de la publicación del anuncio del
Consejo de Bienes Inmuebles, el senador neoyorquino Alfonse D’Amato, un
exuberante defensor y benefactor del capital inmobiliario, que daba entonces
sus primeros pasos en un gran proyecto de gentriÞcación en Harlem, respon-
dió con ira a los manifestantes aÞrmando que la gentriÞcación no signiÞcaba
ni más ni menos que «viviendas para los trabajadores».

Sin embargo, el prestigio de la «gentriÞcación» era demasiado impor-


tante como para impedir que la palabra y su signiÞcado se propagaran, a
veces de modo asombroso. Por ejemplo, en un informe periodístico acer-
ca de los nuevos indicios paleontológicos en relación con el avance de la
agricultura doméstica en Europa hace aproximadamente 9.000 años, a ex-
pensas de los cazadores-recolectores, se brindaba la siguiente explicación,
incluida una cita de un académico británico: «Los cazadores-recolectores
que se interpusieron en el camino de este avance sufrieron un proceso de
gentriÞcación —o incluso yuppiÞcación— desde el Este» (Stevens, 1991).
Probablemente, la siguiente concatenación crítica de toda nueva historia
con la experiencia del gentriÞcante «East Village» de Nueva York, resulte
aun más asombrosa:

Cuando «la historia» supera una parte del pasado reciente siempre supone un alivio
—una de las cosas que hace la historia [...] es fumigar la experiencia, haciéndola se-
gura y estéril [...] La experiencia sufre una gentriÞcación eterna; el pasado, todas sus
partes desagradables y excitantes y peligrosas, incómodas y reales, se transforman
gradualmente en el East Village. («Notas y comentario», 1984: 39; véase también
Lowenthal, 1986: xxv)

El poder simbólico de la «gentriÞcación» implica que estas generalizaciones


de su signiÞcado sean, sin duda, inevitables, pero incluso cuando esto suce-
de desde una perspectiva crítica tienen tanto aspectos favorables como nega-
tivos. Tal y como sucede con todas las metáforas, el término «gentriÞcación»
puede ser utilizado para brindar una entonación crítica (o no tan crítica) a
experiencias y hechos radicalmente diferentes. Pero, llegado el momento, la
propia «gentriÞcación» viene afectada por su apropiación metafórica, hasta
el punto en el que la «gentriÞcación» se generaliza para representar la «eter-
na» inevitabilidad del renacimiento moderno y de la renovación del pasado,
dejando a oscuras las profundamente polémicas políticas de clase y raza
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de la gentriÞcación contemporánea. La oposición a la gentriÞcación, aquí


y ahora, debe ser rápidamente desechada, tal y como el cazador-recolector
rechazó el «progreso». De hecho, para aquéllos que se han visto empobreci-
dos, que han sido desalojados o han perdido sus hogares a su paso, la gen-
triÞcación es realmente una palabrota y debería seguir siéndolo.

Una breve historia de la gentriÞcación

Aunque el surgimiento de la gentriÞcación propiamente dicha se remonta


a las ciudades de postguerra del mundo capitalista avanzado, ésta tiene
también importantes precursores. En su famoso poema, «Los ojos de los
pobres», Charles Baudelaire envuelve una narrativa proto-gentriÞcación
dentro de un poema de amor y distanciamiento. Ambientado a Þnales de
1850 y principios de 1860, en medio de la destrucción del París de clase
trabajadora a manos del Barón Haussmann y de su monumental recons-
trucción (véase Pinkney, 1972), el narrador del poema intenta explicar a
su amante por qué se siente tan distanciado de ella. Recuerda un recien-
te incidente ocurrido mientras estaban sentados en la terraza de un café
«centelleante», brillantemente iluminado por las lámparas de gas que co-
menzaban a hacer su debut. El interior era menos llamativo, decorado con
las ostentosas bagatelas de la época: sabuesos y halcones, «las ninfas y las
diosas que llevaban sobre la cabeza frutas, pasteles y caza», un derroche
de «toda la historia y toda la mitología puestas al servicio de la glotone-
ría». El café estaba en la esquina de un nuevo bulevar donde todavía había
escombros desparramados, y mientras los amantes se derretían en los ojos
del otro, una familia pobre y harapienta —padre, hħo y bebé— se detiene
frente a ellos y mira Þjamente con grandes ojos el espectáculo de consumo.
«¡Qué bello es!» parece estar diciendo el hħo, aunque no pronunciara nin-
guna palabra: «Pero es un lugar donde sólo puede entrar la gente que no es
como nosotros». El narrador se siente «un poco avergonzado de nuestros
vasos y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed» y por un momento
siente empatía en «los ojos de los pobres». Luego se vuelve hacia los ojos
de su amada, «querido amor mío, para leer en ellos mis pensamientos».
Pero, en cambio, en sus ojos no ve más que repugnancia. Dice repentina-
mente ella: «¡Esa gente se me hace insoportable con sus ojos tan abiertos
como puertas cocheras! ¿Por qué no le dices al dueño del café que los eche
de aquí?» (Baudelaire, 1947 ed. no. 26).
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Marshall Bernan (1982: 148-150) utiliza este poema como introducción al


debate sobre el «modernismo en las calles», equiparando este temprano
aburguesamiento de París (Gaillard, 1977; véase también Harvey, 1985a)
con el surgimiento de la modernidad burguesa. En aquella época, aun-
que al otro lado del Canal de la Mancha, se estableció la misma relación.
Ochenta años antes de que Robert Park y E. Burgess (Park et al., 1925)
desarrollaran su inßuyente modelo del «anillo concéntrico» para la estruc-
tura urbana de Chicago, Friedrich Engels hizo una generalización similar
acerca de Manchester:

Manchester contiene, en el corazón de la ciudad, un distrito comercial más bien


grande, tal vez de media milla de largo y aproximadamente lo mismo de ancho,
que consiste en su mayoría en oÞcinas y almacenes. Casi todo el distrito ha sido
abandonado por sus habitantes [...] este distrito está atravesado por ciertas calles
principales sobre las cuales se concentra el vasto tráÞco, y en las que el nivel del
suelo está alineado con brillantes comercios [...] con la excepción de este distrito
comercial, todos los barrios que son realmente de clase obrera, se estiran en una
franja de una milla y media de media de ancho, alrededor del distrito comercial.
En las afueras, más allá de esta franja, vive la burguesía media y alta. (Engels,
1975 ed.: 84-85)

Engels tenía una aguda visión de los efectos sociales de esta geografía urba-
na, y especialmente del eÞciente escamoteo de «la mugre y la miseria» a «los
ojos de los hombres y mujeres ricos» que residían en el anillo exterior. Pero
también fue testigo de las denominadas «Mejoras» de la Gran Bretaña de me-
diados del siglo XIX, un proceso para el que escogió el término «Haussmann».
«Entiendo aquí por “Haussmann”», explicaba Engels, «no sólo el especíÞco
modo bonapartista del Haussmann parisino»; el prefecto de París que estaba
construyendo bulevares atravesando «los barrios obreros de estrecha cons-
trucción, para bordearlos a cada lado con lujosos ediÞcios», con el objetivo
estratégico de «hacer más difícil la lucha de barricadas» y de transformar a
«París en una ciudad de lujo» (Engels, 1975 ed.: 71). Antes bien, Engels sugirió
que se trataba de un proceso más general:

Entiendo por «Haussmann» la práctica generalizada de abrir brechas en los barrios


obreros, particularmente en aquellos situados en el centro de nuestras grandes ciu-
dades, ya responda esto a un interés por la salud pública o el embellecimiento, o
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bien a una demanda de grandes locales de negocios en el centro urbano, o bien a las
necesidades de transporte [...] Cualquiera que sea el motivo invocado, el resultado
es en todas partes el mismo: las callejuelas y los callejones sin salida más escandalo-
sos desaparecen y la burguesía se gloriÞca con un resultado tan grandioso. (Engels,
1975 ed.: 71)

Ya se han mencionado tempranos ejemplos de gentriÞcación. Roman Cy-


briwsky, por ejemplo, nos provee un lienzo del siglo XIX que muestra a una
familia desplazada de una vivienda de Nantes en 1685. El autor señala que
el Edicto de Nantes, Þrmado por Enrique IV en 1598, garantizaba a los hu-
gonotes pobres ciertos derechos que incluían el acceso a la vivienda, pero
cuando el Edicto fue revocado casi un siglo más tarde por Luis XIV, se pro-
dujo un sistemático desplazamiento empujado por los terratenientes, los
comerciantes y los ciudadanos ricos (Cybriwsky, 1980). Sea como fuere, a
mediados del siglo XIX hizo su aparición algo más semejante a la gentriÞ-
cación, conocido bajo el nombre de «aburguesamiento» [embourgeoisement],
«Haussman» o «Mejoras». Era casi «común», utilizar la palabra de Engels,
si bien de forma esporádica, y ciertamente restringida a Europa, dado que
pocas ciudades de Norteamérica, Australia o cualquier otro lugar tenían una
historia urbana lo suÞcientemente amplia como para proveer barrios com-
pletos de tal deterioro. Chicago tenía apenas diez años de vida cuando En-
gels hizo sus primeras observaciones sobre Manchester; y todavía en 1870,
el desarrollo urbano de Australia era escaso. El paralelo más cercano con
Norteamérica pudo ser el proceso por el cual la generación de ediÞcios de
madera fue rápidamente derribada para ser reemplazada por estructuras
de ladrillo, y llegado el momento —al menos en las ciudades más antiguas
de la Costa Este— éstas fueron demolidas para dar lugar a grandes vivien-
das o a casas unifamiliares. Sin embargo, sería confuso considerar este pro-
ceso como gentriÞcación, y esto en la medida en que este nuevo desarrollo
constituyó una parte integral de la expansión geográÞca de la ciudad y no,
como sucede con la gentriÞcación, una reconcentración espacial.
82 La nueva frontera urbana

Lámina 2.2. «Persecución posterior al Edicto de Nantes»: grabado de Jules Girardot, 1885. (Cor-
tesía de Roman Cybriwsky)
¿Es la gentriÞcación una palabrota? 83

Incluso en las décadas de 1930 y 1940, la gentriÞcación seguía siendo un


acontecimiento esporádico; sin embargo a esas alturas comenzaron a darse
experiencias precursoras en Estados Unidos. En cualquier caso, el carácter
seguía siendo decididamente europeo y aristocrático, encajado con un po-
quito de culpa liberal. El espíritu de empresa fue muy bien capturado en
una reciente retrospectiva de Maureen Dowd, que rememoraba la escena
de Georgetown en Washington, el barrio más gentriÞcado del Distrito de
Columbia, a través de los ojos de una patricia cortesana convertida en histo-
riadora, Susan Mary Alsop:

Ellos gentriÞcaron Georgetown, un barrio de clase trabajadora poco elegante con


un gran contingente negro. Mientras la señora Alsop comentaba la revista Town and
Country: «Los negros mantenían tan bien sus casas. Todos nosotros sentimos una
terrible culpa en los años treinta y cuarenta por comprar viviendas tan baratas y
forzarlos a mudarse».
La alta burguesía y las cortesanas entraron en decadencia a lo largo de los años
setenta. (Dowd, 1993: 46)

Escenas similares se dieron en Beacon Hill, Boston (Firey, 1945), si bien con un
carácter local distinto, o también en Londres, aunque por supuesto la distin-
guida sociedad inglesa no había renunciado de ningún modo a sus derechos
sobre muchos barrios de la ciudad.

¿Qué hace entonces que estas experiencias puedan ser consideradas como
«precursoras» de un proceso de gentriÞcación que comenzó seriamente en el
periodo de postguerra? La respuesta está en la extensa y sistemática recons-
trucción y recuperación de las zonas urbanas deprimidas que comenzó en
la década de 1950. Las experiencias del siglo XIX en Londres y París fueron
únicas, son el resultado de la conßuencia de una política de clase que apun-
taba a las peligrosas clases trabajadoras, diseñada para consolidar el control
burgués de la ciudad, y que constituía una cíclica oportunidad económica de
obtener ganancias a partir de la remodelación. Por supuesto, las «Mejoras»
fueron replicadas de distintas maneras y en menor escala en otras ciudades
—por ejemplo, en Edimburgo, Berlín, Madrid— pero, al igual que en Londres
y en París, se trató de acontecimientos históricamente diferenciados. Durante
las primeras décadas del siglo XX, no se dieron «Mejoras» sistemáticas en
Londres, o un continuo aburguesamiento de París que alterase el paisaje ur-
bano de forma sistemática. En relación con los índices de gentriÞcación de
84 La nueva frontera urbana

mediados del siglo XX, éstos fueron tan esporádicos que el proceso no fue
conocido en la mayoría de las grandes ciudades. Eran más bien una excepción
dentro de los grandes procesos geográÞcos urbanos. Sus agentes, como en
el caso de Georgetown o Beacon Hill, procedían generalmente de un estrato
social tan limitado y en muchos casos tan adinerado que podían darse el lujo
de menospreciar los meros dictados del mercado inmobiliario urbano, o al
menos moldear a su gusto el mercado local.

Todo esto comenzó a cambiar en el periodo de postguerra, y no es ac-


cidental que la palabra «gentriÞcación» fuera acuñada a comienzos de la
década de 1960. En el Greenwich Village de Nueva York, donde estaba aso-
ciada a una reciente contracultura; en el barrio de Glebe en Sydney, donde la
desinversión sostenida, la desregulación de los alquileres, la llegada de in-
migrantes del sur de Europa y el surgimiento de un grupo de acción vecinal
de la clase media conspiraron a favor de la gentriÞcación (B. Engels, 1989);
en Islington en Londres donde el proceso se dio de un modo relativamente
descentralizado; y en una docena de otras ciudades importantes de Nortea-
mérica, Europa y Australia, la gentriÞcación comenzó a tomar cuerpo. Este
proceso no sólo se produjo en las grandes ciudades. Hacia 1976, un estudio
concluía que cerca de la mitad de las 260 ciudades de Estados Unidos con
una población de más de 50.000 personas estaban experimentando procesos
de gentriÞcación (Urban Land Institute, 1976). Apenas doce años después de
que Ruth Glass acuñara el término, ya no sólo Nueva York, Londres y París
estaban siendo gentriÞcadas, sino que a ellas se sumaban Brisbane y Dundee,
Bremen y Lancaster (Pensilvania).

Hoy en día la gentriÞcación es omnipresente en las zonas urbanas depri-


midas de las grandes ciudades del mundo capitalista avanzado. En 1990 una
ciudad tan insólita como Glasgow, símbolo y fortaleza del valor y de la polí-
tica de la clase obrera, estaba lo suÞcientemente gentriÞcada, en el marco de
un proceso impulsado por un agresivo gobierno local, como para ser elegida
«Ciudad Europea de la Cultura» (Jack, 1984; Boyle, 1992). Probablemente,
PiĴsburgh y Hoboken sean sus equivalentes en Estados Unidos. En Tokio,
el distrito central de Shinjuku, que alguna vez fuera un lugar de encuentro
de artistas e intelectuales, se ha transformado en un «clásico campo de bata-
lla» de la gentriÞcación en medio de un arrasador mercado inmobiliario (Ra-
nard, 1991). Lo mismo ha ocurrido con Montparnasse en París. La respuesta
de Praga al desenfreno del mercado inmobiliario a partir de 1989 ha sido una
entusiasta gentriÞcación, casi a la misma escala que en Budapest (Sýkora, 1993),
mientras que en Madrid fueron la culminación del fascismo de Franco y una
¿Es la gentriÞcación una palabrota? 85

relativa democratización del gobierno urbano los que abrieron el camino a


las nuevas inversiones (Vásquez, 1992). En la zona de Christianhavn, alre-
dedor de la «ciudad libre» experimental de Christiania, en el distrito costero
de Copenhague (NiĴen, 1992), y en los callejones de Granada adyacentes a
la Alhambra, la gentriÞcación avanza en una tensa aÞnidad con el turismo.
Incluso, más allá de los continentes más desarrollados (Norteamérica, Europa
y Australasia) el proceso también ha comenzado. En Johannesburgo, la gen-
triÞcación que se produjo durante los años ochenta (Steinberg et al., 1992) se
ha atenuado considerablemente por un nuevo tipo de «huida blanca», a partir
de la elección del Congreso Nacional Africano en abril de 1994 (Murris, 1994:
44-48), pero el proceso también ha afectado a ciudades más pequeñas como
Stellenbosch (Swart, 1987). En Sao Paolo se ha desarrollado un patrón muy
distinto de desinversión sobre el territorio (Castillo, 1993), pero una modesta
renovación y reinversión en el distrito de Tatuapé ha hecho que los dueños
de pequeños comercios y los profesionales que trabajan en el distrito central
de negocios no puedan hacer frente a los precios cada vez más elevados de
los enclaves centrales más prestigiosos, tales como Jardín. Gran parte de este
nuevo desarrollo supone una «verticalización» (Aparecida, 1994), a medida
que el suelo que sirve como servicio elemental se vuelve escaso. De forma
más general, las «zonas intermedias» alrededor de Sao Paolo y Río de Janeiro
están experimentando procesos de crecimiento y reurbanización para la clase
media (Queiroz y Correa, 1995: 377-379).

A partir de los años sesenta, la gentriÞcación no sólo se ha convertido en


una vasta experiencia, sino que también ha sido sistemáticamente integrada
en procesos urbanos y globales más amplios, lo cual también la diferencia
de experiencias previas y distintas de «rehabilitación de espacios». Si el pro-
ceso que Ruth Glass observó en Londres a comienzos de los años sesenta,
o incluso la reconstrucción planiÞcada de Society Hill en FiladelÞa durante
el mismo periodo, representaron de algún modo desarrollos aislados en los
mercados de suelo y vivienda, ahora ya no ocurre de ese modo. En la dé-
cada de 1970, la gentriÞcación comenzó a transformarse claramente en un
entramado residencial integral en el marco de una reestructuración urbana
mucho más amplia. A medida que buena parte de las economías urbanas
del mundo capitalista desarrollado experimentaban una dramática pérdida
de puestos de trabajo en el sector industrial, al tiempo que un incremento
paralelo de la provisión de servicios, del empleo profesional y de una mayor
cantidad de empleo en el ámbito de las Þnanzas, los seguros y los servicios
inmobiliarios, toda su geografía urbana sufría una análoga reestructuración.
La renovación de los consorcios y de los complejos residenciales en Estados
86 La nueva frontera urbana

Unidos, la modiÞcación de las formas de tenencia en Londres y las inver-


siones del capital internacional en alojamientos de lujo en el centro de las
ciudades, a menudo pasaron a ser el componente residencial de un conjunto
de cambios más amplios. Fueron estos los que trajeron consigo el boom de
construcción de oÞcinas en el Canary Wharf de Londres (A. Smith, 1989) y
en el BaĴery Park City de Nueva York (Fainstein, 1994), así como la cons-
trucción de nuevos complejos comerciales y de recreo desde Darling Har-
bour en Sydney hasta Ackerbrygge en Oslo. Por lo general, estas transfor-
maciones económicas se acompañaron de cambios políticos, a medida que
las ciudades se vieron forzadas a competir en el mercado global, despojadas
de gran parte de la protección tradicional de las instituciones y de las regu-
laciones de los Estados nacionales: luego comenzaron a darse rápidamente
los procesos de desregulación, la privatización de los servicios urbanos y de
vivienda, el desmantelamiento de los servicios sociales —en pocas palabras,
la mercantilización de las funciones públicas—, incluso en bastiones de la
democracia social, como Suecia. En este contexto, la gentriÞcación se trans-
formó en un sello de la emergente «ciudad global» (Sassen, 1991), pero esta
tuvo una presencia similar en centros nacionales y regionales que sufrían su
propia reestructuración económica, política y geográÞca (M. P. Smith, 1984;
Castells 1985; Beauregard, 1989).

En este sentido, lo que concebimos como gentriÞcación ha experimen-


tado una vital transición. Si a principios de la década de 1960 tenía sentido
pensar en la gentriÞcación, utilizando el lenguaje pintoresco y especializa-
do de la renovación residencial de Ruth Glass, esto ya no es válido en la
actualidad. En mi propia investigación he intentado trazar una rigurosa
distinción entre la gentriÞcación (que implicaba la renovación de las cons-
trucciones existentes) y la reurbanización que suponía construcciones com-
pletamente nuevas (N. Smith, 1979a); esto tenía sentido en un momento en
el que la gentriÞcación se distingue de la renovación urbana a gran escala.
Pero he dejado de pensar que se trata de una distinción útil. De hecho, en
1979 era ya un poco tarde para sostener esta distinción. ¿Cómo distinguir
adecuadamente, en el amplio contexto de las cambiantes geografías socia-
les, entre la rehabilitación de viviendas del siglo XIX, la construcción de
nuevas torres de apartamentos, la apertura de centros comerciales para
atraer a turistas locales y no tan locales, la proliferación de bares (y bouti-
ques de todo tipo) y la construcción de modernos y postmodernos ediÞcios
de oÞcinas que emplean a miles de profesionales, todos ellos en busca de
un lugar para vivir (véase, por ejemplo, A. Smith, 1989)? Después de todo,
ésta es la descripción de los nuevos paisajes del centro de Baltimore o de
¿Es la gentriÞcación una palabrota? 87

Edimburgo, de la zona costera de Sydney o de Mineápolis. Ya no se puede


concebir la gentriÞcación como una rareza limitada y quħotesca del mer-
cado de la vivienda, ésta se ha transformado en el extremo residencial do-
minante de un proyecto mucho más grande: la reconstrucción de clase del
paisaje de los centros urbanos. Sería anacrónico excluir la reurbanización
de la rúbrica de la gentriÞcación, para suponer que la gentriÞcación de la
ciudad está más restringida a la recuperación de la elegante historia de
callejones de viejas ciudades y pintorescas calles ßanqueadas de antiguas
caballerizas convertidas en viviendas, que relacionada con una reestructu-
ración más amplia (Smith y Williams, 1986).

Cuando destaco la ubicuidad de la gentriÞcación de Þnales del siglo XX,


y su conexión directa con los procesos fundamentales de la reestructuración
económica, política y geográÞca, pienso que es importante matizar este pa-
norama con el contexto. Sería insensato pensar que la parcial transformación
geográÞca del foco de la inversión urbana supone su contrario, el Þnal de los
suburbios. No cabe duda de que la suburbanización y la gentriÞcación es-
tán interconectadas. La dramática suburbanización del paisaje urbano en el
último siglo, o antes, ha provisto de un locus geográÞco alternativo para la
acumulación de capital y, de ese modo, ha fomentado una relativa desinver-
sión en el centro —más intensa en Estados Unidos. Pero, en realidad, no hay
señales que indiquen que el auge de la gentriÞcación haya hecho disminuir
la suburbanización contemporánea. Todo lo contrario. Las mismas fuerzas
de la reestructuración urbana que han dado paso a los nuevos paisajes de
la gentriÞcación en los centros urbanos han transformado también los su-
burbios. La recentralización de las funciones administrativas, comerciales,
recreativas y turísticas ha venido acompañada de una paralela descentrali-
zación que ha producido suburbios mucho más integrados funcionalmente
con sus propios centros más o menos urbanos —las denominadas edge cities
(Garreau, 1991). Si a partir de la década de 1970, en la mayoría de los lugares,
el desarrollo suburbano ha sido más volátil, como respuesta a los ciclos de
expansión y contracción económica, la suburbanización todavía representa
una fuerza más poderosa que la gentriÞcación en el modelado geográÞco de
la metrópolis.

Sin embargo, desde la década de 1960 hasta los años noventa, a medida
que crecía la crítica académica y política a la urbanización residencial de los
barrios periféricos, la gentriÞcación ha pasado a expresarse, en muchas per-
sonas, con un optimismo extraordinario, fundado o no, con respecto al futuro
de la ciudad. A pesar de las revueltas urbanas y de los movimientos sociales
88 La nueva frontera urbana

de los años sesenta, la gentriÞcación ha representado una novedad comple-


tamente imprevisible en el paisaje urbano, un nuevo conjunto de procesos
urbanos que ha adquirido inmediatamente una fuerte importancia simbólica.
La contienda en torno a la gentriÞcación representa una lucha no sólo por los
nuevos y viejos espacios urbanos sino también por el poder político y simbó-
lico en la determinación del futuro urbano. La contienda ha sido tan intensa
en los periódicos como en las calles, y por cada defensa de la gentriÞcación,
como la realizada por el Consejo de Bienes Inmobiliarios de Nueva York, se ha
producido un ataque contra los desplazamientos provocados por la misma,
por el aumento de los alquileres y por la transformación de los barrios (véase,
por ejemplo, Barry & Derevlany, 1987). Pero la contienda en torno a la gentri-
Þcación también se ha dado en las páginas, por lo general más aburridas, de
los libros y de las revistas académicas.

Los debates en torno a la gentriÞcación: ¿teorías de la gentriÞcación o gen-


triÞcación de la teoría?

Desde comienzos de los años ochenta, la aparición de la gentriÞcación ha


desencadenado un intenso debate en el ámbito académico. Chris Hammet
ha señalado algunas razones de importancia para que esto sucediera. Como
ya hemos expuesto, en primer lugar, la gentriÞcación implica un conjunto
novedoso de procesos, al tiempo que constituye «una de las principales “van-
guardias” de la reestructuración metropolitana contemporánea» (Hammet,
1991: 174). En segundo lugar, en la medida en que la gentriÞcación produce
un importante desplazamiento, pone sobre el tapete cuestiones vinculadas a
la pertinencia de las políticas urbanas. Tercero, la gentriÞcación desafía cla-
ramente las teorías tradicionales de la Escuela de Chicago, la tradición de la
Ecología Social o la Escuela positivista de Economía Urbana de postguerra
(véase, por ejemplo, Alonso, 1964). En ninguna de estas tradiciones existía
la posibilidad de que un «retorno a la ciudad» pudiera ser adecuadamente
previsto. Por último, la gentriÞcación se ha transformado en «un campo de
batalla teórico e ideológico clave» entre, por un lado, aquéllos que ponían el
énfasis en la decisión cultural e individual, en la demanda de consumo y de
los consumidores y, por otro, aquéllos que daban prioridad a la importancia
del capital, las clases y el ímpetu de las transformaciones en la estructura de
la producción social (Hammet, 1991: 173-174).

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