05 Garro - La Culpa Es de Los Tlaxcaltecas
05 Garro - La Culpa Es de Los Tlaxcaltecas
05 Garro - La Culpa Es de Los Tlaxcaltecas
de Elena Garro
Nacha oyó que llamaban a la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando —¿Sabes, Nachita? Ahora sé por qué tuvimos tantos accidentes en el famoso
volvieron a insistir abrió con sigilo y miró la noche. La señora Laura apareció con viaje a Guanajuato. En Mil Cumbres se nos acabó la gasolina. Margarita se asustó
un dedo en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco porque ya estaba anocheciendo. Un camionero nos regaló una poquita para llegar
quemado y sucio de tierra y sangre. a Morelia. En Cuitzeo, al cruzar el puente blanco, el coche se paró de repente.
—¡Señora!... —suspiró Nacha. Margarita se disgustó conmigo, ya sabes que le dan miedo los caminos vacíos y
La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. los ojos de los indios. Cuando pasó un coche lleno de turistas, ella se fue al pueblo
Luego, confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiera a buscar un mecánico y yo me quedé en la mitad del puente blanco, que atraviesa
visto nunca. el lago seco con fondo de lajas blancas. La luz era muy blanca y el puente, las
—Nachita, dame un cafecito... Tengo frío. lajas y el automóvil empezaron a flotar en ella. Luego la luz se partió en varios
—Señora, el señor... el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por pedazos hasta convertirse en miles de puntitos y empezó a girar hasta que se
muerta. quedó fija como un retrato. El tiempo había dado la vuelta completa, como
—¿Por muerta? cuando ves una tarjeta postal y luego la vuelves para ver lo que hay escrito atrás.
Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas Así llegué en el lago de Cuitzeo, hasta la otra niña que fui. La luz produce esas
sobre la silla, se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha puso a hervir el catástrofes, cuando el sol se vuelve blanco y uno está en el mismo centro de sus
agua para hacer el café y miró de reojo a su patrona; no se le ocurrió ni una rayos. Los pensamientos también se vuelven mil puntitos, y uno sufre vértigo. Yo,
palabra más. La señora recargó la cabeza sobre las rodillas, parecía muy triste. en ese momento, miré el tejido de mi vestido blanco y en ese instante oí sus pasos.
—¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas. No me asombré. Levanté los ojos y lo vi venir. En ese instante, también recordé la
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía. magnitud de mi traición, tuve miedo y quise huir. Pero el tiempo se cerró
Afuera la noche desdibujaba a las rosas del jardín y ensombrecía a las alrededor de mí, se volvió único y perecedero y no pude moverme del asiento del
higueras. Muy atrás de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas automóvil. “Alguna vez te encontrarás frente a tus acciones convertidas en piedras
vecinas. La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, irrevocables como ésa”, me dijeron de niña al enseñarme la imagen de un dios,
por un compás de espera. que ahora no recuerdo cuál era. Todo se olvida, ¿verdad Nachita?, pero se olvida
—¿No estás de acuerdo, Nacha? sólo por un tiempo, En aquel entonces también las palabras me parecieron de
—Sí, señora... piedra, sólo que de una piedra fluida y cristalina. La piedra se solidificaba al
—Yo soy como ellos: traidora... —dijo Laura con melancolía. terminar cada palabra, para quedar escrita para siempre en el tiempo. ¿No eran así
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores. las palabras de tus mayores?
—¿Y tú, Nachita, eres traidora? Nacha reflexionó unos instantes, luego asintió convencida.
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, —Así eran, señora Laurita.
y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche. —Lo terrible es, lo descubrí en ese instante, que todo lo increíble es
Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a verdadero. Allí venía él, avanzando por la orilla del puente, con la piel ardida por
hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a el sol y el peso de la derrota sobre los hombros desnudos. Sus pasos sonaban
gusto cerca de su patrona. como hojas secas. Traía los ojos brillantes. Desde lejos me llegaron sus chispas
—Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita. negras y vi ondear sus cabellos negros en medio de la luz blanquísima del
Contenta, sirvió el café en una tacita blanca, le puso dos cuadritos de azúcar y encuentro. Antes de que pudiera evitarlo lo tuve frente a mis ojos. Se detuvo, se
lo colocó en la mesa, frente a la señora. Ésta, ensimismada, dio unos sorbitos. cogió de la portezuela del coche y me miró. Tenía una cortada en la mano
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izquierda, los cabellos llenos de polvo, y por la herida del hombro le escurría una Su pelo negro me hacía sombra. No estaba enojado, nada más estaba triste.
sangre tan roja, que parecía negra. No me dijo nada. Pero yo supe que iba Antes nunca me hubiera atrevido a besarlo, pero ahora he aprendido a no tenerle
huyendo, vencido. Quiso decirme que yo merecía la muerte, y al mismo tiempo respeto al hombre, y me abracé a su cuello y lo besé en la boca.
me dijo que mi muerte ocasionaría la suya. Andaba malherido, en busca mía. “—Siempre has estado en la alcoba más preciosa de mi pecho —me dijo.
—La culpa es de los tlaxcaltecas— le dije. Agachó la cabeza y miró la tierra llena de piedras secas. Con una de ellas dibujó
El se volvió a mirar al cielo. Después recogió otra vez sus ojos sobre los míos. dos rayitas paralelas, que prolongó hasta que se juntaron y se hicieron una sola.
“—¿Qué te haces? —me preguntó con su voz profunda. No pude decirle que “—Somos tú y yo —me dijo sin levantar la vista. Yo, Nachita, me quedé sin
me había casado, porque estoy casada con él. Hay cosas que no se pueden decir, palabras.
tú lo sabes, Nachita. “—Ya falta poco para que se acabe el tiempo y seamos uno solo... por eso te
“—¿Y los otros? —le pregunté. andaba buscando—. Se me había olvidado, Nacha, que cuando se gaste el tiempo,
“—Los que salieron vivos andan en las mismas trazas que yo—. Vi que cada los dos hemos de quedarnos el uno en el otro, para entrar en el tiempo verdadero
palabra le lastimaba la lengua y me callé, pensando en la vergüenza de mi convertidos en uno solo. Cuando me dijo eso lo miré a los ojos. Antes sólo me
traición. atrevía a mirárselos cuando me tomaba, pero ahora, como ya te dije, he aprendido
“—Ya sabes que tengo miedo y que por eso traiciono... a no respetar los ojos del hombre. También es cierto que no quería ver lo que
“—Ya lo sé —me contestó y agachó la cabeza. Me conoce desde chica, Nacha. sucedía a mi alrededor... soy muy cobarde. Recordé los alaridos y volví a oírlos:
Su padre y el mío eran hermanos y nosotros primos. Siempre me quiso, al menos estridentes, llameantes en mitad de la mañana. También oí los golpes de las
eso dijo y así lo creímos todos. En el puente yo tenía vergüenza. La sangre le piedras y las vi pasar zumbando sobre mi cabeza. Él se puso de rodillas frente a
seguía corriendo por el pecho. Saqué un pañuelito de mi bolso y sin una palabra, mí y cruzó los brazos sobre mi cabeza para hacerme un tejadito.
empecé a limpiársela. También yo siempre lo quise, Nachita, porque él es lo “—Éste es el final del hombre —dije.
contrario de mí: no tiene miedo y no es traidor. Me cogió la mano y me la miró. “—Así es —contestó con su voz encima de la mía. Y me vi en sus ojos y en su
“—Está muy desteñida, parece una mano de ellos —me dijo. cuerpo. ¿Sería un venado el que me llevaba hasta su ladera? ¿O una estrella que
“—Hace ya tiempo que no me pega el sol—. Bajó los ojos y me dejó caer la me lanzaba a escribir señales en el cielo? Su voz escribió signos de sangre en mi
mano: Estuvimos así, en silencio, oyendo correr la sangre sobre su pecho. No me pecho y mi vestido blanco quedó rayado como un tigre rojo y blanco.
reprochaba nada, bien sabe de lo que soy capaz. Pero los hilitos de su sangre “—A la noche vuelvo, espérame... —suspiró. Agarró su escudo y me miró
escribían sobre su pecho que su corazón seguía guardando mis palabras y mi desde muy arriba.
cuerpo. Allí supe, Na-chita, que el tiempo y el amor son uno solo. “—Nos falta poco para ser uno —agregó con su misma cortesía.
“—¿Y mi casa? —le pregunté. Cuando se fue, volví a oír los gritos del combate y salí corriendo en medio de
“—Vamos a verla—. Me agarró con su mano caliente, como agarraba a su la lluvia de piedras y me perdí hasta el coche parado en el puente del Lago de
escudo y me di cuenta de que no lo llevaba. “Lo perdió en la huida”, me dije, y Cuitzeo.
me dejé llevar. Sus pasos sonaron en la luz de Cuitzeo iguales que en la otra luz: “—¿Qué pasa? ¿Estás herida? —me gritó Margarita cuando llegó. Asustada,
sordos y apacibles. Caminamos por la ciudad que ardía en las orillas del agua. tocaba la sangre de mi vestido blanco y señalaba la sangre que tenía en los labios
Cerré los ojos. Ya te dije, Nacha, que soy cobarde. O tal vez el humo y el polvo y la tierra que se había metido en mis cabellos. Desde otro coche, el mecánico de
me sacaron lágrimas. Me senté en una piedra y me tapé la cara con las manos. Cuitzeo me miraba con sus ojos muertos.
“—Ya no camino... —le dije. “—¡Estos indios salvajes!... ¡No se puede dejar sola a una señora! —dijo al
“—Ya llegamos —me contestó. Se puso en cuclillas junto a mí y con la punta saltar de su automóvil, dizque para venir a auxiliarme. Al anochecer llegamos a la
de los dedos acarició mi vestido blanco. ciudad de México. ¡Cómo había cambiado, Nachita, casi no puede creerlo! A las
“—Si no quieres ver cómo quedó, no lo veas —me dijo quedito. doce del día todavía estaban los guerreros y ahora ya ni huella de su paso.
Tampoco quedaban escombros. Pasamos por el Zócalo silencioso y triste; de la
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otra plaza, no quedaba ¡nada! Margarita me miraba de reojo. Al llegar a la casa dientes blancos. Pero Pablo habla a saltitos, se enfurece por nada y pregunta a
nos abriste tú. ¿Te acuerdas? cada instante: “¿En qué piensas?” Mi primo marido no hace ni dice nada de eso.
Nacha asintió con la cabeza. Era muy cierto que hacía apenas dos meses —¡Muy cierto! ¡Muy cierto que el señor es fregón! —dijo Nacha con disgusto.
escasos que la señora Laurita y su suegra habían ido a pasear a Guanajuato. La Laura suspiró y miró a su cocinera con alivio. Menos mal que la tenía de
noche en que volvieron, Josefina la recamarera y ella, Nacha, notaron la sangre en confidente.
el vestido y los ojos ausentes de la señora, pero Margarita, la señora grande, les —Por la noche, mientras Pablo me besaba, yo me repetía: “¿A qué horas
hizo señas de que se callaran. Parecía muy preocupada. Más tarde Josefina le vendrá a buscarme?”. Y casi lloraba al recordar la sangre de la herida que tenía en
contó que en la mesa el señor se le quedó mirando malhumorado a su mujer y le el hombro. Tampoco podía olvidar sus brazos cruzados sobre mi cabeza para
dijo: hacerme un tejadito. Al mismo tiempo tenía miedo de que Pablo notara que mi
—¿Por qué no te cambiaste? ¿Te gusta recordar lo malo? primo me había besado en la mañana. Pero no notó nada y si no hubiera sido por
La señora Margarita, su mamá, ya le había contado lo sucedido y le hizo una Josefina que me asustó en la mañana, Pablo nunca lo hubiera sabido.
seña como diciéndole: “¡Cállate, tenle lástima!”. La señora Laurita no contestó; se Nachita estuvo de acuerdo. Esa Josefina con su gusto por el escándalo tenía la
acarició los labios y sonrió ladina. Entonces el señor, volvió a hablar del culpa de todo. Ella, Nacha, bien se lo dijo: “¡Cállate! ¡Cállate por el amor de
presidente López Mateos. Dios, si no oyeron nuestros gritos por algo sería!”. Pero, qué esperanzas, Josefina
“—Ya sabes que ese nombre no se le cae de la boca —había comentado apenas entró a la pieza de los patrones con la bandeja del desayuno, soltó lo que
Josefina, desdeñosamente. debería haber callado.
En sus adentros ellas pensaban que la señora Laurita se aburría oyendo hablar “—¡Señora, anoche un hombre estuvo espiando por la ventana de su cuarto!
siempre del señor presidente y de las visitas oficiales. ¡Nacha y yo gritamos y gritamos!
—¡Lo que son las cosas, Nachita, yo nunca había notado lo que me aburría “—No oímos nada... —dijo el señor asombrado.
con Pablo hasta esa noche! —comentó la señora abrazándose con Pablo hasta esa “—¡Es él...! —gritó la tonta de la señora.
noche dándoles súbitamente la razón a Josefina y Nachita. “—¿Quién es él? —preguntó el señor mirando a la señora como si la fuera a
La cocinera se cruzó de brazos y asintió con la cabeza. matar. Al menos eso dijo Josefina después.
—Desde que entré a la casa, los muebles, los jarrones y los espejos se me La señora asustadísima se tapó la boca con la mano y cuando el señor le volvió
vinieron encima y me dejaron más triste de lo que venía. ¿Cuántos días, cuántos a hacer la misma pregunta, cada vez con más enojo, ella contestó:
años tendré que esperar todavía para que mi primo venga a buscarme? Así me dije “—El indio... el indio que me siguió desde Cuitzeo hasta la ciudad de
y me arrepentí de mi traición. Cuando estábamos cenando me fijé en que Pablo no México...
hablaba con palabras sino con letras. Y me puse a contarlas mientras le miraba la Así supo Josefina lo del indio y así se lo contó a Nachita.
boca gruesa y el ojo muerto. De pronto se calló. Ya sabes que se le olvida todo. Se “— ¡Hay que avisarle inmediatamente a la policía! —gritó el señor.
quedó con los brazos caídos. “Este marido nuevo, no tiene memoria y no sabe Josefina le enseñó la ventana por la que el desconocido había estado fisgando
más que las cosas de cada día.” y Pablo la examinó con atención: en el alféizar había huellas de sangre casi
“—Tienes un marido turbio y confuso —me dijo él volviendo a mirar las frescas.
manchas de mi vestido. La pobre de mi suegra se turbó y como estábamos “—Está herido... —dijo el señor Pablo preocupado.
tomando el café se levantó a poner un twist. Dio unos pasos por la recámara y se detuvo frente a su mujer.
“—Para que se animen —nos dijo, dizque sonriendo, porque veía venir el “—Era un indio, señor —dijo Josefina corroborando las palabras de Laura.
pleito. Pablo vio el traje blanco tirado sobre una silla y lo cogió con violencia.
“Nosotros nos quedamos callados. La casa se llenó de ruidos. Yo miré a Pablo. “—¿Puedes explicarme el origen de estas manchas?
“Se parece a...” y no me atreví a decir su nombre, por miedo a que me leyeran el La señora se quedó sin habla, mirando las manchas de sangre sobre el pecho
pensamiento. Es verdad que se le parece, Nacha. A los dos les gusta el agua y las de su traje y el señor golpeó la cómoda con el puño cerrado. Luego se acercó a la
casas frescas. Los dos miran al cielo por las tardes y tienen el pelo negro y los señora y le dio una santa bofetada. Eso lo vio y lo oyó Josefina.
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—Sus gestos son feroces y su conducta es tan incoherente como sus palabras. hacíamos de comida, me vino un pensamiento a la cabeza: “¡Al Café de Tacuba!”.
Yo no tengo la culpa de que aceptara la derrota —dijo Laura con desdén. Y ni siquiera conocía ese café, Nachita, sólo lo había oído mentar.
—Muy cierto —afirmó Nachita. Nacha recordó a la señora como si la viera ahora, poniéndose su vestido
Se produjo un largo silencio en la cocina. Laura metió la punta del dedo hasta blanco manchado de sangre, el mismo que traía en este momento en la cocina.
el fondo de la taza, para sacar el pozo negro del café que se había quedado “—¡Por Dios, Laura, no te pongas ese vestido! —le dijo su suegra. Pero ella
asentado, y Nacha al ver esto volvió a servirle un café calientito. no hizo caso. Para esconder las manchas, se puso un sweater blanco encima, se lo
—Bébase su café, señora —dijo compadecida de la tristeza de su patrona. abotonó hasta el cuello y se fue a la calle sin decir adiós. Después vino lo peor.
¿Después de todo de qué se quejaba el señor? A leguas se veía que la señora No, lo peor no. Lo peor iba a venir ahora en la cocina, si la señora Margarita se
Laurita no era para él. llegaba a despertar.
—Yo me enamoré de Pablo en una carretera, durante un minuto en el cual me —En el Café de Tacuba no había nadie. Es muy triste ese lugar, Nachita. Se
recordó a alguien conocido, a quien yo no recordaba. Después, a veces, me acercó un camarero, “¿Qué le sirvo?”. Yo no quería nada, pero tuve que pedir
recuperaba aquel instante en el que parecía que iba a convertirse en ese otro al algo. “Una cocada”. Mi primo y yo comíamos cocos .de chiquitos... En el café un
cual se parecía. Pero no era verdad. Inmediatamente volvía a ser absurdo, sin reloj marcaba el tiempo. “En todas las ciudades hay relojes que marcan el tiempo,
memoria, y sólo repetía los gestos de todos los hombres de la ciudad de México. se debe estar gastando a pasitos. Cuando ya no quede sino una capa transparente,
¿Cómo querías que no me diera cuenta del engaño? Cuando se enoja me prohíbe llegará él y las dos rayas dibujadas se volverán una sola y yo habitaré la alcoba
salir. ¡A ti te consta! ¿Cuántas veces arma pleitos en los cines y en los más preciosa de su pecho”. Así me decía mientras comía la cocada.
restaurantes? Tú lo sabes, Nachita. En cambio mi primo marido, nunca, pero “—¿Qué horas son? —le pregunté al camarero.
nunca, se enoja con la mujer. “—Las doce, señorita.
Nacha sabía que era cierto lo que ahora le decía la señora, por eso aquella “A la una llega Pablo”, me dije, “si le digo a un taxi que me lleve por el
mañana en que Josefina entró a la cocina espantada y gritando: “¡Despierta a la Periférico, puedo esperar todavía un rato”. Pero no esperé y me salí a la calle. El
señora Margarita, que el señor está golpeando a la señora!”, ella, Nacha, corrió al sol estaba plateado, el pensamiento se me hizo un polvo brillante y no hubo
cuarto de la señora grande. presente, pasado ni futuro. En la acera estaba mi primo, se me puso delante, tenía
La presencia de su madre calmó al señor Pablo. Margarita se quedó muy los ojos tristes, me miró largo rato.
asombrada al oír lo del indio, porque ella no lo había visto en el Lago de Cuitzeo, “—¿Qué haces? —me preguntó con su voz profunda.
sólo había visto la sangre como la que podíamos ver todos. “—Te estaba esperando.
“—Tal vez en el Lago tuviste una insolación, Laura, y te salió sangre por las Se quedó quieto como las panteras. Le vi el pelo negro y la herida roja en el
narices. Fíjate, hijo, que llevábamos el coche descubierto. Dijo casi sin saber qué hombro.
decir. “—¿No tenías miedo de estar aquí sólita?
La señora Laura se tendió boca abajo en la cama y se encerró en sus “Las piedras y los gritos volvieron a zumbar alrededor nuestro y yo sentí que
pensamientos, mientras su marido y su suegra discutían.—¿Sabes, Nachita, lo que algo ardía a mis espaldas.
yo estaba pensando esa mañana? ¿Y si me vio anoche cuando Pablo me besaba? “—No mires —me dijo.
Y tenía ganas de llorar. En ese momento me acordé de que cuando un hombre y “Puso una rodilla en tierra y con los dedos apagó mi vestido que empezaba a
una mujer se aman y no tienen hijos están condenados a convertirse en uno solo. arder. Le vi los ojos muy afligidos.
Así me lo decía mi otro padre, cuando yo le llevaba el agua y él miraba la puerta “—¡Sácame de aquí! —le grité con todas mis fuerzas, porque me acordé de
detrás de la que dormíamos mi primo marido y yo. Todo lo que mi otro padre me que estaba frente a la casa de mi papá, que la casa estaba ardiendo y que atrás de
había dicho ahora se estaba haciendo verdad. Desde la almohada oí las palabras mí estaban mis padres y mis hermanitos muertos. Todo lo veía retratado en sus
de Pablo y de Margarita y no eran sino tonterías. “Lo voy a ir a buscar”, me dije. ojos, mientras él estaba con la rodilla hincada en tierra apagando mi vestido. Me
“Pero ¿adónde?”. Más tarde cuando tú volviste a mi cuarto a preguntarme qué dejé caer sobre él, que me recibió en sus brazos. Con su mano caliente me tapó los
ojos.
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“—Éste es el final del hombre —le dije con los ojos bajo su mano. Nacha la miró desaprobándola. El señor revisó el vestido y las piernas de la
“— ¡No lo veas! señora.
“Me guardó contra su corazón. Yo lo oí sonar como rueda el trueno sobre las “—Es verdad... también las suelas de sus zapatos están ardidas... Mi amor,
montañas. ¿Cuánto faltaría para que el tiempo se acabara y yo pudiera oírlo ¿qué pasó?, ¿dónde estuviste?
siempre? Mis lágrimas refrescaron su mano que ardía en el incendio de la ciudad. “—En el Café de Tacuba —contestó la señora muy tranquila.
Los alaridos y las piedras nos cercaban, pero yo estaba a salvo bajo su pecho. La señora Margarita se torció las manos y se acercó a su nuera.
“—Duerme conmigo... —me dijo en voz muy baja. “—Ya sabemos que anteayer estuviste allí y comiste una cocada. ¿Y luego?
“—¿Me viste anoche? —le pregunté. “—Luego tomé un taxi y me vine acá por el Periférico.
“—Te vi... Nacha bajó los ojos, Josefina abrió la boca como para decir algo y la señora
“Nos dormimos en la luz de la mañana, en el calor del incendio. Cuando Margarita se mordió los labios. Pablo, en cambio, agarró a su mujer por los
recordamos, se levantó y agarró su escudo. hombros y la sacudió con fuerza.
“—Escóndete hasta el amanecer. Yo vendré por ti. “—¡Déjate de hacer la idiota! ¿En dónde estuviste dos días?... ¿Por qué traes
“Se fue corriendo ligero sobre sus piernas desnudas... Y yo me escapé otra el vestido quemado?
vez, Nachita, porque sola tuve miedo. “—¿Quemado? Si él lo apagó... —dejó escapar la señora Laura.
“—Señorita, ¿se siente mal? “—¿Él?... ¿el indio asqueroso? —Pablo la volvió a zarandear con ira.
Una voz igual a la de Pablo se me acercó a media calle. “—Me lo encontré a la salida del Café de Tacuba... —sollozó la señora muerta
“—¡Insolente! ¡Déjeme tranquila! de miedo.
“Tomé un taxi que me trajo a la casa por el Periférico y llegué... “—¡Nunca pensé que fueras tan baja! —dijo el señor y la aventó sobre la
Nacha recordó su llegada: ella misma le había abierto la puerta. Y ella fue la cama.
que le dio la noticia. Josefina bajó después, desbarrancándose por las escaleras. “—Dinos quién es —preguntó la suegra suavizando la voz.
“—¡Señora, el señor y la señora Margarita están en la policía! —¿Verdad Nachita, que no podía decirles que era mi marido? —preguntó
Laura se le quedó mirando asombrada, muda. Laura pidiendo la aprobación de la cocinera.
“— ¿Dónde anduvo, señora? Nacha aplaudió la discreción de su patrona y recordó que aquel mediodía, ella,
“—Fui al Café de Tacuba. apenada por la situación de su ama, había opinado:
“—Pero eso fue hace dos días. “—Tal vez el indio de Cuitzeo es un brujo.
Josefina traía el Últimas Noticias. Leyó en voz alta: “La señora Aldama Pero la señora Margarita se había vuelto a ella con ojos fulgurantes para
continúa desaparecida. Se cree que el siniestro individuo de aspecto indígena que contestarle casi a gritos:
la siguió desde Cuitzeo, sea un sádico. La policía investiga en los estados de “—¿Un brujo? ¡Dirás un asesino!
Michoacán y Guanajuato”. Después, en muchos días no dejaron salir a la señora Laurita. El señor ordenó
La señora Laurita arrebató el periódico de las manos de Josefina y lo desgarró que se vigilaran las puertas y ventanas de la casa. Ellas, las sirvientas, entraban
con ira. Luego se fue a su cuarto. Nacha y Josefina la siguieron, era mejor no continuamente al cuarto de la señora para echarle un vistazo. Nacha se negó
dejarla sola. La vieron echarse en su cama y soñar con los ojos muy abiertos. Las siempre a exteriorizar su opinión sobre el caso o a decir las anomalías que
dos tuvieron el mismo pensamiento y así se lo dijeron después en la cocina: “Para sorprendía. Pero, ¿quién podía callar a Josefina?
mí, la señora Laurita anda enamorada”. Cuando el señor llegó ellas estaban —Señor, al amanecer, el indio estaba otra vez junto a la ventana —anunció al
todavía en el cuarto de su patrona. llevar la bandeja con el desayuno.
“—¡Laura! —gritó. Se precipitó a la cama y tomó a su mujer en su brazos. El señor se precipitó a la ventana y encontró otra vez la huella de sangre
“—¡Alma de mi alma! —sollozó el señor. fresca. La señora se puso a llorar.
La señora Laurita pareció enternecida unos segundos. “—¡Pobrecito!... ¡pobrecito!... —dijo entre sollozos.
“—¡Señor! —gritó Josefina—. El vestido de la señora está bien chamuscado.
6
Fue esa tarde cuando el señor llegó con un médico. Después el doctor volvió cuando el viento de febrero las lleva sobre las piedras. Antes no necesitaba volver
todos los atardeceres. la cabeza para saber que él estaba ahí mirándome las espaldas”... Andaba en esos
—Me preguntaba por mi infancia, por mi padre y por mi madre. Pero, yo, tristes pensamientos, cuando oí correr al sol y las hojas secas empezaron a
Nachita, no sabía de cuál infancia, ni de cuál padre, ni de cuál madre quería saber. cambiar de sitio. Su respiración se acercó a mis espaldas, luego se puso frente a
Por eso le platicaba de la Conquista de México. ¿Tú me entiendes, verdad? — mí, vi sus pies desnudos delante de los míos. Tenía un arañazo en la rodilla.
preguntó Laura con los ojos puestos sobre las cacerolas amarillas. Levanté los ojos y me hallé bajo los suyos. Nos quedamos mucho rato sin hablar.
—Sí, señora... —Y Nachita, nerviosa, escrutó el jardín a través de los vidrios Por respeto yo esperaba sus palabras.
de la ventana. La noche apenas si dejaba ver entre sus sombras. Recordó la cara “—¿Qué te haces? —me dijo.
desganada del señor frente a su cena y la mirada acongojada de su madre. Vi que no se movía y que parecía más triste que antes.
—Mamá, Laura le pidió al doctor la Historia de Bernal Díaz del Castillo. Dice “—Te estaba esperando —contesté.
que eso es lo único que le interesa. “—Ya va a llegar el último día...
La señora Margarita había dejado caer el tenedor. Me pareció que su voz salía del fondo de los tiempos. Del hombro le seguía
“—¡Pobre hijo mío, tu mujer está loca! brotando sangre. Me llené de vergüenza, bajé los ojos, abrí mi bolso y saqué un
“—No habla sino de la caída de la Gran Tenochtitlán —agregó el señor Pablo pañuelito para limpiarle el pecho. Luego lo volví a guardar. El siguió quieto,
con aire sombrío. observándome.
Dos días después, el médico, la señora Margarita y el señor Pablo decidieron “—Vamos a la salida de Tacuba... Hay muchas traiciones...
que la depresión de Laura aumentaba con el encierro. Debía tomar contacto con el Me agarró de la mano y nos fuimos caminando entre la gente, que gritaba y se
mundo y enfrentarse con sus responsabilidades. Desde ese día, el señor mandaba quejaba. Había muchos muertos que flotaban en el agua de los canales. Había
el automóvil para que su mujer saliera a dar paseítos por el Bosque de mujeres sentadas en la hierba mirándolos flotar. De todas partes surgía la
Chapultepec. La señora salía acompañada de su suegra y el chofer tenía órdenes pestilencia y los niños lloraban corriendo de un lado para otro, perdidos de sus
de vigilarlas estrechamente. Sólo que el aire de los eucaliptos no la mejoraba, padres. Yo miraba todo sin querer verlo. Las canoas despedazadas no llevaban a
pues apenas volvía a su casa, la señora Laurita se encerraba en su cuarto para leer nadie, sólo daban tristeza. El marido me sentó debajo de un árbol roto. Puso una
la Conquista de México de Bernal Díaz. rodilla en tierra y miró alerta lo que sucedía a nuestro alrededor. El no tenía
Una mañana la señora Margarita regresó del Bosque de Chapultepec sola y miedo. Después me miró a mí.
desamparada. “—Ya sé que eres traidora y que me tienes buena voluntad. Lo bueno crece
“—¡Se escapó la loca! —gritó con voz estentórea al entrar a la casa. junto con lo malo.
—Fíjate, Nacha, me senté en la misma banquita de siempre y me dije: “No me Los gritos de los niños apenas me dejaban oírlo. Venían de lejos, pero eran tan
lo perdona. Un hombre puede perdonar una, dos, tres, cuatro traiciones, pero la fuertes que rompían la luz del día. Parecía que era la última vez que iban a llorar.
traición permanente, no.” Este pensamiento me dejó muy triste. Hacía calor y “—Son las criaturas... —Me dijo.
Margarita se compró un helado de vainilla; yo no quise, entonces ella se metió al “—Éste es el final del hombre —repetí, porque no se me ocurría otro
automóvil a comerlo. Me fijé que estaba tan aburrida de mí, como yo de ella. A pensamiento.
mí no me gusta que me vigilen y traté de ver otras cosas para no verla comiendo El me puso las manos sobre los oídos y luego me guardó contra su pecho.
su barquillo y mirándome. Vi el heno gris que colgaba de los ahuehuetes y no sé “—Traidora te conocía y así te quise.
por qué, la mañana se volvió tan triste como esos árboles. “Ellos y yo hemos visto “—Naciste sin suerte —le dije. Me abracé a él. Mi primo marido cerró los ojos
las mismas catástrofes”, me dije. Por la calzada vacía, se paseaban las horas solas. para no dejar correr las lágrimas. Nos acostamos sobre las ramas rotas del pirú.
Como las horas estaba yo: sola en una calzada vacía. Mi marido había Hasta allí nos llegaron los gritos de los guerreros, las piedras y los llantos de los
contemplado por la ventana mi traición permanente y me había abandonado en niños.
esa calzada hecha de cosas que no existían. Recordé el olor de las hojas de maíz y “—El tiempo se está acabando... —suspiró mi marido.
el rumor sosegado de sus pasos. “Así caminaba, con el ritmo de las hojas secas
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Por una grieta se escapaban las mujeres que no querían morir junto con la —Malditos animales, los hubieras visto hoy en la tarde —dijo.
fecha. Las filas de hombres caían una después de la otra, en cadena como si —Con tal de que no estorben el paso del señor, o que le equivoquen el camino
estuvieran cogidos de la mano y el mismo golpe los derribara a todos. Algunos —comentó Nacha con miedo.
daban un alarido tan fuerte, que quedaba resonando mucho rato después de su —Si nunca los temió ¿por qué había de temerlos esta noche? —preguntó
muerte. Laura molesta.
Falta poco para que nos fuéramos para siempre en uno solo cuando mi primo Nacha se aproximó a su patrona para estrechar la intimidad súbita que se había
se levantó, me juntó ramas y me hizo una cuevita. establecido entre ellas.
“—Aquí me esperas. —Son más canijos que los tlaxcaltecas —le dijo en voz muy baja.
Me miró y se fue a combatir con la esperanza de evitar la derrota. Yo me Las dos mujeres se quedaron quietas. Nacha devorando poco a poco otro
quedé acurrucada. No quise ver a las gentes que huían, para no tener la tentación, puñito de sal. Laura escuchando preocupada los aullidos de los coyotes que
ni tampoco quise ver a los muertos que flotaban en el agua para no llorar. Me llenaban la noche. Fue Nacha la que lo vio llegar y le abrió la ventana.
puse a contar los frutitos que colgaban de las ramas cortadas: estaban secos y —¡Señora!... Ya llegó por usted... —le susurró en una voz tan baja que sólo
cuando los tocaba con los dedos, la cáscara roja se les caía. No sé por qué me Laura pudo oírla.
parecieron de mal agüero y preferí mirar el cielo, que empezó a oscurecerse. Después, cuando ya Laura se había ido para siempre con él, Nachita limpió la
Primero se puso pardo, luego empezó a coger el color de los ahogados de los sangre de la ventana y espantó a los coyotes, que entraron en su siglo que acababa
canales. Me quedé recordando los colores de otras tardes. Pero la tarde siguió de gastarse en ese instante. Nacha miró con sus ojos viejísimos, para ver si todo
amoratándose, hinchándose, como si de pronto fuera a reventar y supe que se estaba en orden: lavó la taza de café, tiró al bote de la basura las colillas
había acabado el tiempo. Si mi primo no volvía, ¿qué sería de mí? Tal vez ya manchadas de rojo de labios, guardó la cafetera en la alacena y apagó la luz.
estaba muerto en el combate. No me importó su suerte y me salí de allí a toda —Yo digo que la señora Laurita, no era de este tiempo, ni era para el señor —
carrera perseguida por el miedo. “Cuando llegue y me busque...” No tuve tiempo dijo en la mañana cuando le llevó el desayuno a la señora Margarita.
de acabar mi pensamiento porque me hallé en el anochecer de la ciudad de —Ya no me hallo en casa de los Aldama. Voy a buscarme otro destino, le
México. “Margarita ya se debe haber acabado su helado de vainilla y Pablo debe confió a Josefina—. Y en un descuido de la recamarera, Nacha se fue hasta sin
de estar muy enojado”... Un taxi me trajo por el Periférico. ¿Y sabes, Nachita?, cobrar su sueldo.
los Periféricos eran los canales infestados de cadáveres... por eso llegué tan
triste... Ahora, Nachita, no le cuentes al señor que me pasé la tarde con mi
marido”.
Nachita se acomodó los brazos sobre la falda lila.
—El señor Pablo hace ya diez días que se fue a Acapulco. Se quedó muy flaco
con las semanas que duró la investigación —explicó Nachita satisfecha.
Laura la miró sin sorpresa y suspiró con alivio.
—La que está arriba es la señora Margarita —agregó Nacha volviendo los ojos
hacia el techo de la cocina.
Laura se abrazó las rodillas y miró por los cristales de la ventana a las rosas
borradas por las sombras nocturnas y a las ventanas vecinas que empezaban a
apagarse.
Nachita se sirvió sal sobre el dorso de la mano y la comió golosa.
—¡Cuánto coyote! ¡Anda muy alborotada la coyotada! —dijo con la voz llena
de sal.
Laura se quedó escuchando unos instantes.