San Siluan. Patrono конвертирован

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VIDA DE NUESTRO PADRE Y PATRONO SAN SILUAN DEL

MONTE ATHOS

El sjimonje padre Siluan (el nombre y apellido — Simón


Ivanovich Antonov). Nació en el año 1866 en una aldea de la provincia
de Tambov, Rusia). Llegó al monte Athos en 1892, fue tonsurado
monje en 1896 y tomo la sjima en el año 1911. (Los votos de la sjima
son más severos y al monje se le cambia el nombre y los hábitos).
Cumplía la obediencia en el molino del monasterio de Viejo Rusik, en
economía. Falleció el 24 de septiembre de 1938. Esos pocos datos se
tomaron del monasterio de Athos.

Desde que “nació” hasta que “falleció” podemos contar muy poco,
pues es el tema de la vida interior de un monje ante Dios — algo
indiscreto y atrevido. Hablar sobre “la profundidad del corazón” de un
cristiano es un sacrilegio, pero creemos que ahora el starez ya no
teme a nada. Nada va a perturbar su descanso eterno en Dios. Por
eso nos permitimos relatar su extraordinariamente rica vida y también
teniendo en cuenta a aquellos pocos que son atraídos por esta vida
divina.

Muchos, que están en contacto con los monjes en general y con


el starez Siluan en particular, no encuentran nada especial y se
quedan con el deseo incumplido y hasta desilusionados. Esto pasa
porque se acercan al monje con demandas y búsquedas erróneas. El
monje constantemente está en un estado de lucha, muchas veces muy
intensa, pero el monje ortodoxo no es un faquir. A el no le interesa un
logro con ejercicios especiales, con un particular desarrollo de las
fuerzas psíquicas, lo que atrae a muchos ignorantes buscadores de la
vida mística. Toda su vida el monje realiza una lucha fuerte. Algunos
de ellos, como el padre Siluan, llevan una lucha titánica con el mundo
invisible para matar en su corazón al animal orgulloso para hacerse un
verdadero hombre dócil y humilde según la imagen del Hombre-Cristo.
Para el mundo es extraña e incomprensible la vida cristiana. Una
paradoja. Todo parece que es contrario al orden en el mundo y no hay
posibilidad de explicarlo con palabras. El único camino para
comprender — es cumplir la voluntad de Dios, lo que significa cumplir
todos los mandamientos y enseñanzas de Jesucristo.
La infancia y los años de juventud.

De la larga vida del starez queremos mencionar algunos hechos


que demuestran su vida interior y al mismo tiempo “su historia.” El
primero corresponde cuando él tenía 4 años de edad. Su padre, como
muchos campesinos rusos, daba buena acogida a los peregrinos. En
un día festivo invitó a su casa a un librero ambulante, con la esperanza
de enterarse de algo nuevo e interesante, ya que le gustaba instruirse.
Al huésped fue ofrecida la comida y el te. El pequeño Simeón
escuchaba con curiosidad la conversación. El librero trataba de
demostrar, que Cristo no era Dios y que Dios no existe. Al niño le
sorprendieron especialmente las palabras: “¿Y donde esta Dios?” y el
pensó: “Cuando creceré y seré grande e iré a buscar a Dios.” Cuando
se fue el huésped, Simeón le dijo al padre: “Tu me enseñas a orar,
pero él dice que Dios no existe.” El padre contestó: “Yo pensaba que
él era un hombre inteligente, pero resulto ser un estúpido. No lo
escuches.” Pero las palabras del padre no borraron las dudas del alma
del niño.

Pasaron muchos años, Simeón se convirtió en un mozo grande y


robusto. Trabajaba como carpintero en una estancia. Era miembro de
una unión agrícola. Una mujer del pueblo les cocinaba la comida. Una
vez ella hizo una peregrinación para visitar la tumba de un famoso
ermitaño Juan Sesenovsky (1791-1839). Al regresar, ella contó que
sobre la tumba del ermitaño se producen milagros. Otra gente también
confirmo el hecho de los milagros y que Juan era un santo.
Escuchando esto, Simeón pensó: Si Juan es santo, significa que Dios
está con nosotros y no es necesario andar por la tierra buscándolo.
Con este pensamiento su joven corazón se lleno de amor a Dios.

Una cosa sorprendente, desde los 4 años hasta los 19 lo


incomodaba el pensamiento sobre la existencia de Dios, que le puso el
incrédulo librero. Su problema se soluciono en una forma algo
ingenua.

Después que Simeón recupero la fe, su pensamiento estaba


siempre con Dios y el empezó a rezar mucho, llorando. Entonces sintió
un cambio dentro de si y la atracción de la vida monacal. Como él
contaba después, ya no lo atraían, como antes, las hermosas jóvenes,
las miraba como si fueran hermanas. En aquel momento el pidió a su
padre el permiso de entrar en el gran monasterio Lavra de Kiev. Pero
el padre fue categórico: “Primero hay que hacer el servicio militar y
después sería libre de ir.” En un estado tan especial estuvo tres
meses, pero después empezó nuevamente a relacionarse con las
personas de su misma edad, pasear con las mujeres, tomar vodka,
tocar acordeón y vivir como los demás jóvenes de la aldea. Siendo
joven, hermoso y fuerte y para este tiempo rico, él gozaba de la vida.
Era amado por su carácter alegre y tranquilo y las jóvenes lo miraban
como a un novio conveniente. El mismo fue cautivado por una chica,
pero antes que se hablara de la boda, ocurrió “lo habitual” entre ellos.

Es remarcable que a la mañana siguiente, cuando el trabajaba


con su padre, este le dijo con voz baja: “Hijo donde estuviste ayer, me
dolía el corazón.” Este dulce reproche entró en el corazón de Simeón.
Y recordando después el starez decía; “Yo no llegue a la medida de mi
padre. El era sencillo y analfabeto. Aprendió a rezar el Padre Nuestro,
escuchando en la iglesia, pero era un hombre dócil.”

La familia de ellos era grande: los padres, 5 hijos y 2 hijas. Todos


juntos vivían en paz. Los hermanos mayores trabajaban con el padre.
Un día viernes a Simeón le toco preparar la comida, durante el tiempo
de la cosecha. El olvido que los viernes no se come carne y cocino
carne de cerdo. Lo llevó al campo y todos comieron. Pasó medio año,
en una fiesta de invierno, su padre le dijo, sonriendo: “te acuerdas,
como un día viernes, en el campo me hiciste comer carne de cerdo,
era come comer carroña.” — “¿y porque no me dijiste nada?” — “yo
hijo no quise turbarte.”

Relatando semejantes casos de su vida en la casa de su padre,


el starez Siluan agregaba: “he aquí el hombre, que yo quisiera tener
como “starez,” el nunca se enojaba, siempre era recto y dócil. Pensar
que espero medio año la oportunidad de corregirme sin turbarme.
Simeón era muy fuerte. El era muy joven, antes del servicio militar y un
día, durante las fiestas de Pascuas, después de un almuerzo
abundante con carne, cuando se quedó en la casa con la madre, ella
le ofreció una tortilla de media docena de huevos y el no se negó,
comió todo. En aquellos tiempos él trabajaba con sus hermanos en la
estancia del príncipe Trubezkoy .En los días de fiesta, a veces, iba a la
taberna, donde en una noche tomaba 2.5 litros de vodka y no se
embriagaba.

Una vez, cuando después del deshielo cayó helada, entró en la


posada un hombre y dijo que no podía partir porque una gruesa capa
de hielo cubrió los cascos de su caballo, que no se dejaba liberar por
el dolor. Simeón se ofreció ayudarle. Tomó el caballo por el cuello y le
dijo al hombre: “Ahora rompa el hielo.” El caballo no se pudo mover y
todo el hielo en los cascos se pudo sacar. El hombre pudo partir.

Enormes ollas calientes llevaba con las manos para servir la comida
en la mesa. O con un puñetazo rompía una gruesa tabla. Podría
trabajar mucho y comer mucho y aguantaba fácilmente el calor y el
frío.

Pero esta fuerza fue la causa de un gran pecado, seguido por un


gran arrepentimiento. Un día de la fiesta parroquial de su aldea y
cuando todos los aldeanos charlaban alegremente delante de sus
moradas, Simeón paseaba por la calle con sus amigos, tocando el
acordeón. A su encuentro venían dos hermanos — zapateros de la
aldea. El mayor — un hombre grande y fuerte, escandaloso estaba
borracho y quiso quitar el acordeón a Simeón. Pero el último alcanzo
entregarlo a un amigo. Simeón quiso persuadir al borracho de seguir
su camino, pero viendo a las muchachas que los observaban el
zapatero ataco a Simeón. También Simeón, quien al principio quería
ceder, pensando que las muchachas se iban reír de él, le dio un fuerte
golpe en el pecho. El voló lejos y se cayó en medio de la calle. De su
boca salía sangre y espuma. Todos se asustaron y Simeón pensó que
lo había matado. Y se quedo parado. En este momento el hermano
menor del zapatero tiró una piedra grande sobre Simeón, pero el pudo
esquivarla y la piedra le rozó la espalda. Entonces dijo Simeón: “¿que
quieres, que te pase lo mismo?” pero el otro escapo. Durante largo
rato estaba tirado el zapatero sobre la calle. La gente vino a ayudar.
Lo lavaron con agua fría. Recién, media hora después, pudo
levantarse y lo llevaron a casa. Cerca de dos meses estuvo enfermo,
pero, por suerte, no murió. Los hermanos zapateros, con sus amigos,
esperaban a Simeón en las callejuelas con palos y cuchillos, pero Dios
lo salvo.
Así, en bullicio de la vida, comenzó a desaparecer en el alma de
Simeón el primer llamado de Dios para la vida monacal. Pero Dios,
que lo había elegido, lo llamo de nuevo por medio de una visión. Una
vez, después de pasar un tiempo indecentemente, Simeón se
adormeció y vio como una serpiente penetro por la boca en su interior.
Sintió un fuerte asco, se despertó y al mismo tiempo escucho las
palabras: “Tu tragaste en el sueño la serpiente y te dio asco; así a Mi
no Me gusta ver lo que estas haciendo.” Simeón no vio a nadie, solo
oyó la voz que por su hermosura y dulzura era totalmente singular.
Según la indudable convicción del starez — esta fue la voz de la
Madre de Dios. Hasta el fin de sus días, el daba las gracias a Ella por
no haberlo despreciado y visitarlo personalmente para salvarlo de la
caída. El decía: “Ahora veo como el Señor y la Virgen María se
apiadan de la gente. Piensen, la Madre de Dios bajó del cielo para
advertirme de mis pecados.” El aseguraba que no fue honrado de
verla a causa del estado de impureza en que se encontraba

Este segundo llamado, ocurrido un poco antes del servicio militar,


decidió la elección de su futuro camino. Lo primero que paso fue un
cambio radical en su vida, que tomaba un mal camino. Simeón sentía
una profunda vergüenza por su pasado y empezó a arrepentirse muy
profundamente ante Dios. La decisión de entrar en un monasterio,
después del servicio militar, se duplicó. Y empezó a cambiar su
conducta sobre lo que el veía en la vida. El cambio no fue solamente
en sus cosas, también en sus muy interesantes conversaciones con la
gente.
El tiempo del servicio militar.

Simeón hizo el servicio militar en la Guardia Imperial, en el


batallón de zapadores. Vino con mucha fe y arrepentimiento y no
dejaba de pensar en Dios.

En el ejército lo querían mucho como a un soldado cumplidor,


tranquilo, de buena conducta. Y los compañeros como a un fiel y
agradable amigo. Pero esto era normal en Rusia, donde los soldados
vivían como hermanos.

Una vez, en vísperas de una fiesta, Simeón con tres compañeros


se fueron a la ciudad. Entraron en un bodegón grande con mucha luz y
música. Pidieron la cena con vodka y se pusieron a conversar en voz
alta. Simeón hablaba poco. Un amigo le pregunto: ¿Simeón, estas
callado, en qué piensas?.

Yo pienso que nosotros lo pasamos alegremente en un bodegón.


Comemos, tomamos vodka, escuchamos música y nos divertimos,
pero en el Monte Athos los monjes hacen vigilia y rezan durante toda
la noche. ¿Entonces quien de nosotros dará la mejor contestación en
el Juicio Final, ellos o nosotros?

Entonces otro le dijo:


¡Como es Simeón! Nosotros nos divertimos y escuchamos
música y sus pensamientos están en Athos y en el Juicio Final.
Las palabras del soldado de Guardia sobre Simeón de que sus
pensamientos están en Athos y en el Juicio Final, no son solamente de
este momento, cuando ellos estaban sentados en el bodegón. El
siempre pensaba en el Monte Athos y también enviaba dinero para
ayudar a los monasterios.

Una vez el regresaba de una aldea, donde fue para mandar


dinero a Athos. Un perro rabioso se le vino directamente a él. Cuando
se le acercó y estaba por atacarlo, Simeón, lleno de miedo, exclamó:
“¡Señor, ayúdame!” Ni bien el pronunció este rezo, una fuerza extraña
lanzo al perro al costado como si hubiere tropezado con algo y
contorneando a Simeón el perro corrió hacia la aldea, donde hizo
mucho daño a la gente y al ganado. Este acontecimiento le produjo
una impresión muy fuerte a Simeón. El sintió la proximidad de Dios,
Quien nos custodia, y se acerco más a Dios.

Poco tiempo antes de terminar su servicio militar en la Guardia,


Simeón juntamente con un escribiente del batallón fueron a ver al
padre Juan de Kronstadt, para pedirle su bendición y rezos. Como no
lo encontraron, le dejaron escritas sus cartas. El escribiente dejó una
carta larga, escrita con su hermosa letra. Pero Simeón escribió pocas
palabras: — “Padrecito, quiero hacerme monje, rece que el mundo no
me retenga.” Regresaron a San Petersburgo, al cuartel. Y al otro día,
según las palabras del starez, el sintió, que a su alrededor “resonaba
una llama infernal.” Regresó a su casa y permaneció ahí solo una
semana. Rápidamente le juntaron los lienzos y otros regalos para el
monasterio. Simeón se despidió de todos y viajo a Athos. Pero, desde
el día cuando el padre Juan empezó a rezar por él, “la llama infernal”
resonaba alrededor de él sin parar, en todos los lados donde se
encontraba. En el tren, en el puerto de Odessa, en el barco y aún en el
monasterio de Athos, en la iglesia y en todas partes...

La llegada al Monte Sagrado y sus devociones monásticas.


Simeón llego a Athos en el otoño del 1892, y entro en el
monasterio ruso del gran mártir San Pantaleón. Empezó su nueva vida
de sacrificios y vigilias.

Según las costumbres de Athos, el novicio “hermano Simeón”


debía pasar unos días en paz completa, para recordar los pecados de
su vida, anotarlos para decirlos al confesor. El tormento infernal, que
no se quitaba, le produjo un arrepentimiento muy fuerte. En el
Sacramento de la Confesión Simeón quería liberar su alma de todos
los pecados y relató con buena disposición y gran miedo todo lo que
había hecho en su vida, sin ningunas justificaciones.

El confesor dijo al hermano Simeón: “Tu te confesaste delante de


Dios y debes saber que estas perdonado... Desde hoy comienza la
nueva vida... Ve con Dios y alégrate que El te trajo a este refugio de
salvación.”

El hermano Simeón fue introducido, para su desarrollo espiritual,


con la ayuda del régimen sempiterno de la vida del monasterio, con el
continuo recuerdo de Dios, la oración en la celda solo, largos oficios
en el templo, los ayunos y vigilias, frecuentes confesiones y
comuniones, lecturas, trabajos y obediencia. Pronto aprendió “la
oración a Jesús” con el rosario. Pasó poco tiempo, cerca de tres
semanas y una vez al atardecer, durante la oración delante del icono
de la Virgen, la oración entro en su corazón y empezó a realizarse ahí
de día y noche, pero entonces el todavía no comprendía la grandeza y
el extraordinario valor del don recibido de la Madre de Dios.

El hermano Simeón era paciente, bondadoso, obediente: en el


monasterio lo amaban, lo elogiaban por los trabajos bien hechos y por
el buen carácter y esto le agradaba. Luego empezó a pensar: “vivís sin
pecar, te arrepentiste, estas perdonado, rezas continuamente y
cumplís bien tus obligaciones.” La mente del novicio vacilaba a causa
de estos pensamientos y una inquietud penetraba en su corazón, pero,
debido a su inexperiencia, él no comprendía que es lo que pasaba.
Una noche su celda se lleno con una luz extraña, la cual penetró hasta
el interior de su cuerpo y el vio sus intestinos. El pensamiento le decía:
“acepta — es la bendición,” pero su alma de novicio se quedó confusa
y el quedó en una gran confusión.
Después de ver la luz extraña, empezaron a aparecerle los
demonios, y él, ingenuo, hablaba con ellos como con la “gente.” Poco
a poco estas agresiones aumentaron. Algunas veces ello le decían:
“ahora tu eres un santo,” otras veces: “tu no te salvaras.” El hermano
Simeón preguntó una vez al demonio: “porque vosotros habláis
distinto: o dicen que soy santo, o que no me salvare.” Burlándose, el
demonio le dijo: “nosotros nunca decimos la verdad.”

Las insinuaciones demoniacas de llevarlo al “cielo,” en su orgullo,


o precipitarlo a la perdición eterna. Y el rezaba a Dios con un fervor
excesivo. Dormía poco, a ratos. Físicamente fuerte, un gigante, el no
se acostaba. Pasaba rezando todas las noches, parado o sentado en
un banco. Cansado se dormía 15-20 minutos y después rezaba de
nuevo.

Pasaban meses, pero las agresiones demoniacas se hacían cada


vez más fuertes. Las fuerzas espirituales del novicio empezaron a
ceder y su ánimo decaía. El miedo a la perdición eterna y
desesperación aumentaban. El ya no soportaba más. Llego al último
paso de la desesperación y estando sentado en su celda, al atardecer,
pensó: “No se puede implorar a Dios.” Con este pensamiento el sintió
completo abandono y su alma se hundió en la oscuridad de la angustia
infernal y tristeza.

En el mismo día, durante el servicio vespertino, en la iglesia del


Santo Profeta Elías, a la derecha de la puerta central del Iconostasio,
el vio a Cristo vivo. ”Incomprensiblemente el Señor apareció al joven
novicio” — y todo su ser se llenó con el fuego de Gracia del Espíritu
Santo, con aquel fuego, que nuestro Salvador hizo descender con Su
presencia en la tierra (Lc. 12:49). Con esta visión, Simeón se quedo
extenuado y el Señor se hizo invisible. Es imposible describir el estado
de ánimo de Simeón, a esta hora. Lo ilumino la gran luz Divina.
Espiritualmente fue elevado al cielo donde oía las palabras indecibles.
Fue el momento en que nacía por segunda vez (Juan 1:13; 3:3). La
mirada dulce de Jesucristo que todo perdona, llena de amor, alegre,
atrajo a todo el hombre y después de desaparecer, llevó su alma a la
contemplación Divina, fuera del mundo material... Mas adelante, en
sus escritos, él repite constantemente que el conoció a Dios y lo vio
por intermedio del Espíritu Santo. También afirma que cuando el
Mismo Dios se aparece al alma, ella no puede no reconocer en El a su
Creador y Dios.

Al renacer su alma después de la Divina Aparición, después de


haber visto la luz de la verdad y eterna existencia, Simeón sentía una
alegría pascual. Todo le parecía bueno. El mundo excelente, la gente
amable, la naturaleza hermosa. Y el cuerpo se cambio, más ligero y
parecería que aumentaron sus fuerzas. Pero, con el tiempo, el
sentimiento de la gracia se debilito. ¿Por qué? ¿Que hacer, para no
permitir esta perdida?
Empezó la atenta búsqueda de la respuesta a la creciente
confusión en los consejos de su confesor y en las obras de los Santos
Padres-ascetas. El padre-starez Anatolio, del Santo Rusac, le dijo:
“durante la oración mantén tu mente limpia de toda imaginación y
pensamiento. Concéntrate en las palabras de la oración.” Simeón pasó
bastante tiempo con el starez Anatolio. Su conversación instructiva y
útil concluyó el padre Anatolio con las siguientes palabras: “si tu ahora
eres así, ¿como serás, cuando seas viejo?” Pero esta pregunta le dio
al joven novicio un fuerte pretexto para la soberbia, contra la cual él
todavía no sabia luchar. Joven y todavía inexperto el monje Simeón
comenzó la más difícil, más compleja, más sutil lucha contra la
soberbia. El orgullo y la soberbia traen consigo todas las desgracias y
caídas. La gracia se aleja, el corazón se enfría, se distrae la mente en
la oración y así comienzan los pensamientos pecaminosos.

El joven monje Siluan gradualmente aprende los más perfectas


hechos ascéticos, las cuales parecen imposibles a la mayoría. Su
sueño sigue entrecortado — varias veces durante las 24 horas de 15-
20 minutos. No se acuesta, duerme sentado en un banco. De día
trabaja como un obrero, se dedica a la obediencia, renunciando a su
propia voluntad. Aprende a guiarse por la voluntad Divina, se abstiene
en la comida, se aleja de las conversaciones, reduce los movimientos.
Durante largas horas reza la oración de Jesús, rica en su contenido. Y
a pesar de todos sus esfuerzos, frecuentemente la luz de la gracia lo
abandona y los demonios lo rodean de noche.

Los cambios de estado, algo de gracia y abandono después, y las


agresiones demoníacas no pasan infructuosas. Gracias a estos
cambios el alma de Siluan se encuentra en continua lucha, pasa las
noches sin dormir en la búsqueda de salida. Pasaron 15 años desde el
día de la aparición de Cristo. Una vez, cuando luchaba con los
demonios, cuando a pesar de todos los esfuerzos no podía rezar con
pureza, Siluan se levanta del banco para hacer una inclinación, pero
ve delante suyo a un enorme demonio, parado delante de los iconos,
quien espera una inclinación a si mismo. La celda estaba llena de
demonios. El padre Siluan se vuelve a sentar y inclinando la cabeza
con el corazón dolorido dice la oración: “Señor, Tu ves, que yo trato de
rezar con la mente pura, pero los demonios me lo impiden. Enséñame,
¿que debo hacer para que ellos no me molesten?” Y recibió la
respuesta en su alma: “los orgullosos siempre sufren así a los
demonios.” — “Señor, — dice Siluan, — “¿enséñame, que debo hacer
para que mi alma sea humilde?” Y otra vez la respuesta de Dios en el
corazón: “Ten tu mente en el infierno y no te desesperes.”

Desde entonces le ha sido abierto en su alma, que la raíz de


todos los pecados, la semilla de la muerte — es el orgullo, y que el
Dios es — la humildad. Por eso, el que quiere llegar a Dios debe tener
la humildad. El comprendió, que aquella indecible, enorme humildad
de Cristo, que él vivió durante Su Aparición, es parte integrante del
amor Divino, de existencia Divina. Ahora el comprendió con claridad
que todo el esfuerzo debe ser dirigido para tener la humildad. Le fue
dado a conocer el gran misterio de la Existencia Divina.

Espiritualmente el penetró en el misterio de la lucha del venerable


Serafín de Sarov, quien después de haber visto a nuestro Señor
durante la Liturgia en el templo, y sintiendo después la perdida de la
gracia y abandono Divino, se fue al desierto y ahí paso mil días y
noches, parado sobre una piedra, implorando: “Dios, ten piedad de mi,
pecador.”

Le fue revelado el verdadero sentido y vigor del venerado Pimen


el Grande. En la respuesta a sus discípulos:
“Créanme, hijos, Donde esta el demonio, ahí estaré yo.” El
comprendió porque el venerado Antonio el Grande fue enviado por
Dios al zapatero en Alejandría, para aprender de él como hay que
pensar humildemente. Del zapatero el aprendió a pensar: “todos serán
salvados, solo yo pereceré.”

El comprendió por su propia experiencia que el campo de la lucha


espiritual con el mal cósmico es el propio corazón del hombre.
Espiritualmente, el vio que la mas profunda raíz del pecado es el
orgullo — este azote de la humanidad, que alejó a los hombres de
Dios y que hunde al mundo en innumerables desgracias y
sufrimientos. Esa verdadera semilla de la muerte que cubre la
humanidad con oscura desesperación. Ahora Siluan, prominente
gigante del espíritu, concentra todas sus fuerzas por la humildad de
Cristo, que le fue dada a conocer en la primera Aparición, pero que él
no conservó.

Después de la revelación Divina, el monje Siluan se paro con


firmeza en el camino espiritual. A partir de ese día su “canto
predilecto,” como el mismo expresaba, era así: “pronto moriré, y mi
alma condenada ira al estrecho y negro infierno, y ahí estaré solo,
sufriendo en el oscuro fuego, llorando al Señor: ¿donde estas la luz de
mi alma? ¿Porque me abandonaste? Yo no puedo vivir sin Ti.”

Esta acción lo llevo a la paz espiritual y a la oración pura. Pero


aun y este camino ardiente resulto largo.

La gracia no lo abandona como antes, él la percibe y la lleva en el


corazón, el siente la viviente presencia de Dios. El está lleno de
asombro ante la misericordia Divina. La profunda paz de Cristo está
con el. El Espíritu Santo le da la fuerza del amor y aunque el ahora no
es más aquel insensato, como lo fue antes de la larga y difícil lucha,
salió instruido y se convirtió en un gran luchador espiritual, — sin
embargo seguía sufriendo a causa de las vacilaciones e inconstancias
de la naturaleza humana. Y continuaba con el llanto en su corazón,
cuando disminuía en él la gracia Divina. Pasaron 15 años mas, hasta
que recibió la fuerza para rechazar, con un movimiento de la mente
aquello que antes lo perturbaba gravemente. Con la oración pura y
sensata el asceta aprende los grandes misterios del espíritu.
Penetrando en su corazón, primeramente en el fondo de su corazón
corporal, después empieza a penetrar a las profundidades que no son
materiales. El encuentra su profundo corazón espiritual, metafísico y
ve en él que la existencia de la humanidad no es algo ajeno y extraño
a él, pero es inseparable con su propia existencia.

“El hermano nuestro es nuestra vida” — decía el starez. A través


del amor Divino toda la gente se percibe como una parte inseparable
de nuestra existencia eterna. El mandamiento — amar al prójimo,
como a si mismo, — él empieza a comprender no solamente como una
norma ética, y en la palabra como, el ve no la medida del amor, sino
un ecológico conjunto de la existencia.
“Dios Padre no juzga a nadie, sino todo el juicio dio al Hijo.... por
cuando es el Hijo del Hombre” (Juan 5:22-27). Este Hijo del hombre, el
gran Juez del universo — dirá en el juicio final, que “cada uno de estos
menores” es El Mismo; en otras palabras, la existencia de cada
persona El une con la Suya, incorpora a su existencia Personal. Toda
la humanidad “todo Adan” El incorporó en Si mismo y sufrió por todos
Adan.

Después de la experiencia de los sufrimientos infernales,


después de la indicación Divina: “ten tu mente en el infierno” el padre
Siluan se acostumbró a rezar por los muertos, que sufren en el
infierno. Pero también rezaba por los que viven y por los que tienen
que venir. En su rezo, que salía de los límites del tiempo, desapareció
el pensamiento sobre los acontecimientos pasajeros de la vida
humana, de los enemigos. Le fue dado en la tristeza del mundo dividir
a los hombres en creyentes, y no creyentes. El no aguantaba el
pensamiento que los hombres van a sufrir “el fuego eterno.”

Durante una conversación con un monje-ermitaño, este le dijo:


“Dios castigará a todos los ateos. Ellos estarán quemándose en el
fuego eterno.” Por lo visto le causaba satisfacción este castigo. El
starez Siluan le contesto con gran emoción: “y dime, estando vos en el
paraíso, y viendo de ahí gente quemándose en el fuego infernal,
¿podrás estar tranquilo? — “y que vas a hacer, ellos solos son
culpables” — contestó el monje. Entonces el starez dijo tristemente: —
“el amor no puede tolerar esto... Es necesario rezar por todos.”

Y él realmente rezaba por todos. Rezar solamente por sí mismo


se le hizo impropio. “Todos pecaron y están destruidos de la gloria de
Dios” (Rom. 3:23). Para él, que ha visto la gloria de Dios, y que
sobrevivió su pérdida, el solo pensar de esta pérdida era penoso. Su
alma sufría pensando que hay gente que vive sin conocer a Dios y Su
amor. Y él rezaba la gran oración para que el Señor, con Su amor,
diese a ellos conocerlo.

Hasta el fin de su vida, a pesar de su debilidad y enfermedades,


él conservo la costumbre de dormir a ratos. Le quedaba mucho tiempo
para la oración solitaria y siempre rezaba, cambiando según las
circunstancias, la forma de oración. Pero su oración se hacia mas
fuerte sobre todo en las horas de la noche, antes de Matines.
Entonces él rezaba por los vivos y los muertos, por los amigos y
enemigos, por todo el mundo.

Monasterio en el Livio San Siluan su vida de monje San Siluan

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