Teoría de La Democracia

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN


UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LOS LLANOS
EZEQUIEL ZAMORA
GUANARE – PORTUGUESA

TEORÍA DE LA DEMOCRACIA Y EL
DESARROLLO LOCAL

Estudiante: Katiuska Rojas


V 22093818

Guanare , 2024
TEORÍA DE LA DEMOCRACIA Y EL DESARROLLO LOCAL

Sobre la base del marco referencial descrito, resulta más fácil ubicar la
reflexión sobre la perspectiva del desarrollo local. Podría ser útil una ayuda de
memoria sobre los elementos que componen dicho marco: a) el sistema político
democrático es la otra cara de la misma moneda: el desarrollo humano (cuyo
anverso sería el desarrollo socioeconómico); b) la democracia participativa no
sustituye a la democracia ciudadana, que supone la armonización de los
fundamentos de la representación y la participación; c) la organización de la
sociedad civil no puede ni debe sustituir a la ciudadanía, cuya construcción, en
sus dimensiones sustantiva y activa, es la garantía de la democracia
ciudadana.

Ahora bien, si existe suficiente grado de consenso sobre dicho marco, es


necesario revisar el enfoque y la práctica del desarrollo local para comprobar
como opera realmente sobre la democracia. Como se sabe, el desarrollo local
(DL) tiene orígenes instrumentales y diversas motivaciones sociales y políticas,
especialmente en América Latina, pero muy rápidamente tendió a convertirse
en un enfoque alternativo de desarrollo.

Es importante recordar que los orígenes del DL están referidos a la crisis


del Estado de Bienestar en Europa. Como sintetiza Umaña, “La teoría del
desarrollo local surge a mediados de los 70 en Europa, se expande en
Sudamérica en los 80 y llega a territorio centroamericano a inicios de los 90. A
la par de su expansión internacional, la teoría del DL ha ido ganando cuerpo,
creciendo como estrategia, metodología y como un conjunto instrumental de
técnicas y procedimientos para promover el desarrollo” (2003).

Estos orígenes refieren sobre todo a la idea del desarrollo económico


local, en la perspectiva de responder de alguna forma a la crisis de los países
industrializados a mediados de los años setenta. Especialmente en Francia, en
la segunda mitad de los años setenta, la Administración lanza la idea de que
cada persona o colectivo debe de crear su propio puesto de trabajo desde el
ámbito local. Es decir, la estrategia del DL nace marcada por la necesidad de
compensar o corregir la crisis de un determinado modelo de desarrollo, algo
que también se reproducirá en su extensión por América Latina.
En esta región, desde los años ochenta, la estrategia del DL tiene
motivaciones y agencias diversas. Por un lado, es impulsada por distintos
agentes de cooperación y agencias de crédito externas (sobre todo Banco
Mundial y BID). La intención refiere a compensar los efectos del ajuste
estructural y la apertura comercial, que llevan asociado el proceso de reducción
del Estado y sus funciones. Esta motivación tiene dos perspectivas: una
propiamente neoliberal, que busca reducir la responsabilidad del Estado en
cuanto al bienestar social y trasladar esa responsabilidad a las propias
poblaciones locales y otra, más pragmática, que lo que trata de hacer es
simplemente compensar los efectos del ajuste estructural económico y la crisis
del Estado. Pero ambas coinciden en trasladar funciones y responsabilidades
del Estado nacional hacia los territorios locales.

Otra motivación que da pie al enfoque de DL, tiene una orientación


sociopolítica distinta y, en algunos casos, opuesta. Se trata de avanzar en la
gestión del DL, mediante la participación directa y la concertación de actores.
Esta motivación también se concreta en distintas modalidades. Una de ellas se
refiere a la posibilidad de lograr espacios de acción política, compensatoria de
la falta de apoyo electoral en el plano nacional, que trata de recuperar
estrategias políticas de acumulación del poder popular. Otra perspectiva se
refiere a la tendencia más puramente participacionista, que ve en los espacios
locales la posibilidad de superar la crisis de la representación, mediante la
participación directa. En todo caso, estas distintas alternativas coinciden en
impulsar el DL desde la posibilidad que ofrece la participación ciudadana.

Como afirma Umaña, “El DL es un cuerpo teórico en formación al cual


Centroamérica se incorpora no únicamente como área de aplicación, sino de
construcción teórica. Y en este proceso no sólo es de buscar tendencias hacia
el futuro sino de delimitar herencias con el pasado. Esto es muy importante,
porque cuando no se saldan cuentas con el pasado y no se cierra
adecuadamente, lo obsoleto, vuelve a resurgir como contenido, disfrazado con
un título nuevo. Esto precisamente está pasando con el desarrollo local en
Centroamérica. Teorías del desarrollo y metodologías de trabajo de campo
tradicionales como el “desarrollo comunal”, el municipalismo, el extensionismo
rural, “el poder local y la organización de base” resurgen, sólo que ahora se le
denomina desarrollo local: viejas prácticas con nuevos nombres, con la ilusión
de mantener viejos sueños” (2003).

Sobre la base de este balance acerca de sus orígenes, puede


examinarse con más rigor su experiencia en relación con la democracia local.
Pero antes conviene detenerse brevemente en la relación entre desarrollo local
y desarrollo nacional. Algo que guarda relación con el papel que puede tener el
Estado-nación en un enfoque, como el DL, que se plantea como una óptica
alternativa de desarrollo, con su propia metodología y herramientas operativas.
Y la respuesta que se obtiene, hasta el momento, de quienes promueven el
enfoque de DL, no está del todo clara.

Hace poco tiempo, un promotor del enfoque DL, el uruguayo Gallicchio,


veía la futura reducción de la relevancia del Estado Nación, ante la posibilidad
de la constitución de la díada dinámica global – dinámica local. De esta
manera, afirmaba: “El Estado Nación está cuestionado desde varios aspectos.
Daniel Bell dice: “El Estado Nación es demasiado pequeño para los grandes
problemas de la vida y demasiado grande para los pequeños problemas de
cada día”. Es, por tanto, el propio proceso de globalización y los cambios que
se están dando, los que potencian el rol de los territorios locales” (Gallicchio,
2003).

No deja de tener interés la propia cita de Bell, porque resulta


evidentemente difícil que la gente pueda controlar el destino de toda su vida,
pero tampoco es cierto que decida su vida únicamente en el día a día; más
bien, la gente organiza su vida por períodos de mediano plazo, de acuerdo a
intereses y deseos en su vida profesional, amorosa, etc. Es decir, siguiendo el
símil, la gente todavía necesita del Estado Nación. Y es en este ámbito donde
todavía tienen anclaje los procesamientos colectivos que permiten la
convivencia democrática y el desarrollo sostenible. La cuestión de cómo
articular la estrategia de desarrollo local y las estrategias nacionales de
desarrollo tiene una importancia decisiva, pero no parece que ello pueda
lograrse sustituyendo la primera por las segundas.
Peor aun, la fascinación sobre lo “glocal” (global-local) resulta
extremadamente peligrosa. En primer lugar, porque no es cierto que contribuya
al equilibrio del desarrollo territorial, sino más bien presenta enormes riesgos
de que las diferencias se incrementen, si cada espacio local se inserta en la
globalización de forma independiente. Pero sobre todo porque contribuye a
fraccionar y separar los procesos locales de los procesos colectivos del
conjunto de la ciudadanía. Las “tribus locales”, como han sido llamadas, se
desconectan del proceso colectivo nacional, donde todavía se procesan las
decisiones ciudadanas, o, por lo menos, colocan esos procesos colectivos en
segundo orden.

Ello tiende a suceder especialmente cuando el gobierno nacional es de


otro color político que el nuestro. Algo que sólo puede ser legítimo dentro de
ciertos límites: los que están determinados por las reglas del juego
democrático. Porque, en caso contrario, nuestra visión del Estado Nación,
parece mutante. Un ejemplo de eso lo ofrece el propio Gallicchio, que vimos
cómo en el 2003 ponía seriamente en duda el papel del Estado, y dos años
más tarde, en su reciente presentación del informe en la Segunda Cumbre
Iberoamericana por el Desarrollo Local y la Descentralización (2005), concluye:
“el desarrollo local y la descentralización no son, no podrían ser, procesos
autárquicos. Deben articularse con los procesos nacionales. La acción local
será más útil si la unimos a una acción por cambiar los marcos nacionales de
desarrollo”. Un observador suspicaz podría preguntarse: y este cambio de
énfasis ¿tendrá algo que ver con el hecho de la llegada al gobierno del Frente
Amplio en el Uruguay?

Sea o no así, lo cierto es que sus más recientes conclusiones parecen


ciertas: el desarrollo local no puede pensarse al margen del desarrollo nacional.
Pero entonces hay que sacar las correspondientes conclusiones: el desarrollo
local no es una alternativa al desarrollo humano nacional, sino una parte
fundamental del mismo. Y así, las ideas de ese desarrollo local alternativo que
va ascendiendo hasta formar fabulosos sistemas de redes nacionales, que no
guardan relación con un sistema político nacional que exige decisiones
políticas colectivas sintéticas, no sólo resultan construcciones teleológicas, sino
que pueden contribuir poderosamente a la inequidad territorial en el camino.

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