Readmio-Cuento para Imprimir #3741 El Álamo
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Tecnología, Ecología
A diferencia de otros niños, a Manuel no le gusta nada visitar la biblioteca porque no le gusta
mucho leer. Pero eso cambia un día cuando de pronto un árbol ilustrado en un libro le habla y le
cuenta la historia de las vidas que ha tenido. Ciertamente ha llevado una vida muy interesante... 12 min 3+
Nada a su alrededor interesaba a los niños, ya que habían caminado por aquí
miles de veces. Veían el mismo césped y los mismos árboles.
—No te gustan los libros, ¿verdad? —le preguntó una bibliotecaria al ver que
el niño parecía un poco perdido.
—No me gustan las letras —dijo Manuel en voz baja, con la cabeza agachada.
Aunque Manuel fingió que buscaba algo, en realidad deseaba haberse ido de
allí hacía tiempo. Mientras pasaba el rato entre los libros, de repente su codo
golpeó un libro que sobresalía de la estantería. El libro cayó justo enfrente de
los pies de Manuel.
—¿Me levantas del suelo, por favor? —preguntó una voz, amablemente. La
voz sonaba muy anciana.
Manuel lo pensó, pero no recordaba haber hecho caer a nadie. Pero por si
acaso, miró hacia el suelo. Había un libro ilustrado a sus pies, con las
páginas abiertas a la imagen de un álamo.
—Escucha, —repitió la voz a sus pies—. ¿Me levantas del suelo ya, por favor?
—No es nada especial. Pero solamente los que realmente escuchan pueden
oírme —dijo el álamo. O más bien, lo dijo la imagen en el libro y su voz casi
sonaba como si estuviera sonriendo. Sin embargo, esto no se podía ver en la
imagen.
—Pues bien, escucha. Hace muchos años, yo era un árbol que crecía en el
bosque... —comenzó a decir la voz anciana del libro.
—¿Cuál árbol?, ¿no estás solamente hecho de papel? —preguntó Manuel con
sospecha.
El álamo continuó: —Había una liebre que les tenía especial miedo a todos
ustedes. Pero las liebres tienen miedo de todo. Una cierva me dijo alguna vez
que cuando se lastimó una pata, un humano ayudó a curarla. Y los pájaros
piaban diciendo que algunos niños les daban de comer en invierno.
—Así es, —replicó el álamo—. Pensé que mi fin había llegado. Pero fue todo
lo contrario. Después, esas personas me cortaron las ramas y cargaron mi
tronco, junto con los troncos de los otros árboles, en un camión grande y me
sacaron del bosque.
—Ni yo tenía idea al principio. Nos llevaron a una fábrica. Allí, nos quitaron
la corteza. La corteza se convierte en un té que ayuda a los humanos con
diferentes enfermedades.
—Sí, recuerdo que una vez mi mamá me preparó té de álamo cuando tenía
fiebre. Y eso me ayudó —afirmó Manuel, asintiendo con la cabeza.
—Me alegro que sea así —contestó el álamo con voz tranquila. Bueno, lo dijo
el libro, no el álamo.
—Ves, qué inteligentes ya son todos los humanos. ¡Saben tanto! Por eso yo
quería conocer a los humanos. Pueden dar más formas a las cosas, y así
darles más vidas.
»Me gusta mucho esta vida. Algunos de mis hermanos terminaron como
sillas o ventanas. Aunque eso también podría ser agradable. No como lo que
sucedió a varios de mis pobres hermanos, a quienes unas personas
descuidadas tiraron entre la basura mixta. Ahora tienen que pudrirse allí.
—¿Estás leyendo? Dijiste que no te gustaban las letras —Se escuchó la amable
voz de la bibliotecaria detrás de Manuel.
Ese día, todos los niños salieron satisfechos de la biblioteca. Pero Manuel
parecía el más contento. Llevaba bajo el brazo con orgullo el primer libro
que tomó prestado. Y de camino a casa saludó con una inclinación de la
cabeza a cada árbol que crecía a lo largo del camino, con un nuevo respeto.