Readmio-Cuento para Imprimir #3741 El Álamo

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El álamo

Tecnología, Ecología

A diferencia de otros niños, a Manuel no le gusta nada visitar la biblioteca porque no le gusta
mucho leer. Pero eso cambia un día cuando de pronto un árbol ilustrado en un libro le habla y le
cuenta la historia de las vidas que ha tenido. Ciertamente ha llevado una vida muy interesante... 12 min 3+

Un día, los niños de un colegio fueron a visitar la biblioteca. Los niños


charlaban por el camino; cada par parloteaba de sus cosas, sin escucharse
los unos a los otros... Y así, el bullicioso grupo de pequeños avanzó lenta pero
seguramente hacia la biblioteca municipal.

Nada a su alrededor interesaba a los niños, ya que habían caminado por aquí
miles de veces. Veían el mismo césped y los mismos árboles.

Sin embargo, al llegar a la biblioteca, todo cambió. Justo en la puerta de la


majestuosa biblioteca, los bibliotecarios les hicieron callar.

—¡Silencio, niños! —dijo su maestra, indicando que callaran con un dedo en


los labios.

Los niños finalmente callaron, aunque de mala gana. Primero, los


bibliotecarios les explicaron cómo funciona todo en la biblioteca. Después,
los niños podrían ir a ver los libros por sí mismos y si un libro les llamara la
atención, podrían tomarlo prestado y llevarlo a casa. Todos estaban
entusiasmados, menos el pequeño Manuel.

—No te gustan los libros, ¿verdad? —le preguntó una bibliotecaria al ver que
el niño parecía un poco perdido.

—No me gustan las letras —dijo Manuel en voz baja, con la cabeza agachada.

Incluso en el colegio trataba de evitar las letras, pues bailaban y giraban


constantemente frente a sus ojos. No había manera de que pudiera
entenderlas y leerlas bien. Sus compañeros siempre se burlaban de él por
eso.

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—Entonces busquemos algunos libros ilustrados. Quizás encuentres algo
interesante.

La bibliotecaria tomó a Manuel de la mano y lo llevó a la estantería de libros


ilustrados.

Aunque Manuel fingió que buscaba algo, en realidad deseaba haberse ido de
allí hacía tiempo. Mientras pasaba el rato entre los libros, de repente su codo
golpeó un libro que sobresalía de la estantería. El libro cayó justo enfrente de
los pies de Manuel.

—¡Ay! —Manuel escuchó un pequeño grito que provenía de alguna parte. Se


estremeció. No había nadie cerca.

—¿Me levantas del suelo, por favor? —preguntó una voz, amablemente. La
voz sonaba muy anciana.

—¿Dónde estás? —preguntó el niño, sin poder ocultar su sorpresa.

—Aquí, a tus pies. ¿No me ves? Me hiciste caer hace un momento.

Manuel lo pensó, pero no recordaba haber hecho caer a nadie. Pero por si
acaso, miró hacia el suelo. Había un libro ilustrado a sus pies, con las
páginas abiertas a la imagen de un álamo.

—Escucha, —repitió la voz a sus pies—. ¿Me levantas del suelo ya, por favor?

Manuel se inclinó y tomó el libro. Hojeó varias páginas con interés.

—Gracias —escuchó que dijo la imagen.

—¿Cómo es que puedes hablar? —preguntó Manuel.

—No es nada especial. Pero solamente los que realmente escuchan pueden
oírme —dijo el álamo. O más bien, lo dijo la imagen en el libro y su voz casi
sonaba como si estuviera sonriendo. Sin embargo, esto no se podía ver en la
imagen.

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—Te contaré una historia sobre el viaje de un árbol entre las personas, ¿qué
te parece? —preguntó el árbol.

—¡Me encantaría escucharla!

A Manuel le estaba empezando a gustar cada vez más la biblioteca. Se sentó


en la silla más cercana y puso el libro ilustrado en sus piernas.

—Pues bien, escucha. Hace muchos años, yo era un árbol que crecía en el
bosque... —comenzó a decir la voz anciana del libro.

—¿Cuál árbol?, ¿no estás solamente hecho de papel? —preguntó Manuel con
sospecha.

—¿De simple papel? —dijo el álamo, riendo—. Al contrario. Sigue


escuchando y lo descubrirás. Estaba creciendo lentamente, como muchos
otros árboles en el bosque. Y quería llegar a conocer a los humanos. Había
todo tipo de rumores sobre ustedes en el bosque. Rumores buenos y malos.
Los árboles también pueden hablar entre sí, ¿lo sabías?

El niño solamente negó con la cabeza.

—Sí, nos enviamos mensajes a través de nuestras raíces. Lentamente, de un


árbol a otro. Pero los animales en el bosque también hablaban de ustedes
muchas veces. A diferencia de nosotros los árboles, los animales podían
moverse. Algunos animales decían que los humanos eran malos, que hacían
ruido en el bosque y que dejaban basura allí.

El álamo continuó: —Había una liebre que les tenía especial miedo a todos
ustedes. Pero las liebres tienen miedo de todo. Una cierva me dijo alguna vez
que cuando se lastimó una pata, un humano ayudó a curarla. Y los pájaros
piaban diciendo que algunos niños les daban de comer en invierno.

Seguía recordando y contando su historia. —Pero yo nunca había visto a un


humano. Una vez, durante el hermoso otoño, de pronto escuché un ruido
extraño. Algunas personas entraron en nuestra parte del bosque. Sostenían
unos objetos extraños que hacían un terrible ruido como de rugido. Y luego,

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de repente, ¡zas! caí al suelo.

—¡Oh, no! —exclamó Manuel con voz entrecortada, asustado.

—Así es, —replicó el álamo—. Pensé que mi fin había llegado. Pero fue todo
lo contrario. Después, esas personas me cortaron las ramas y cargaron mi
tronco, junto con los troncos de los otros árboles, en un camión grande y me
sacaron del bosque.

—¿Pero por qué lo hicieron? —preguntó Manuel. Esto le daba un poco de


tristeza.

—Ni yo tenía idea al principio. Nos llevaron a una fábrica. Allí, nos quitaron
la corteza. La corteza se convierte en un té que ayuda a los humanos con
diferentes enfermedades.

—Sí, recuerdo que una vez mi mamá me preparó té de álamo cuando tenía
fiebre. Y eso me ayudó —afirmó Manuel, asintiendo con la cabeza.

—Me alegro que sea así —contestó el álamo con voz tranquila. Bueno, lo dijo
el libro, no el álamo.

—Después de eso, fabricaron papel con mi tronco.

—¡Es verdad, lo aprendimos en el colegio! El papel se hace a partir de la


madera —dijo Manuel, recordando.

—Ves, qué inteligentes ya son todos los humanos. ¡Saben tanto! Por eso yo
quería conocer a los humanos. Pueden dar más formas a las cosas, y así
darles más vidas.

—¿Qué quieres decir? —Manuel sintió curiosidad de inmediato.

—Sinceramente, te diré que ahora vivo mi cuarta vida. Después de ser un


árbol, primero fui un cuaderno. Una niña de tu edad me llevaba al colegio y
escribía en mis páginas. Aprendí mucho de lo que ella escribió. Y cuando ya
no quedaba espacio en mis páginas para escribir, me reciclaron.

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—¿Qué significa reciclar? —preguntó Manuel. Su curiosidad iba en aumento.

—Mmm... ¿Cómo lo puedo explicar...? —El álamo pensó por un momento—.


Ah, de acuerdo. Simplemente me renovaron. E hicieron un periódico de mí.
Sin embargo, los periódicos también tienen una vida corta. La gente los lee y
generalmente los tira tan pronto como terminan.

Continuó: —Por suerte, el señor que me compró en el puesto de periódicos


me tiró amablemente al basurero, así que tuve otra oportunidad. Acabé en
una fábrica donde me reciclaron una vez más. Y gracias a eso, ahora soy un
hermoso libro ilustrado.

»Me gusta mucho esta vida. Algunos de mis hermanos terminaron como
sillas o ventanas. Aunque eso también podría ser agradable. No como lo que
sucedió a varios de mis pobres hermanos, a quienes unas personas
descuidadas tiraron entre la basura mixta. Ahora tienen que pudrirse allí.

—Mmm, tienes razón —asintió Manuel—. Nunca lo había pensado de esa


manera.

—¡Pero tuve suerte! —exclamó el álamo, encantado—. Muchos niños ya me


han leído. ¡Y cuántos dormitorios de niños he visto en todo este tiempo! Si
quieres, también me puedes llevar a casa. Aprenderás más sobre mí, así
como sobre otros árboles. Debajo de cada imagen hay algunas oraciones
sobre el árbol específico: para qué se usa y cómo ayuda a las personas. Mira,
las letras son bastante grandes, ¿no crees? No saldrán corriendo, no te
preocupes.

—Me encantaría —dijo Manuel. Ahora no dudó un momento y tomó el


simpático libro.

—¡Cuando llegue a casa, me pondré a leer enseguida!

—¿Estás leyendo? Dijiste que no te gustaban las letras —Se escuchó la amable
voz de la bibliotecaria detrás de Manuel.

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—¡Ahora sí me gustan! Quiero saber más sobre los árboles —respondió
Manuel con entusiasmo. La bibliotecaria sonrió, asintiendo.

Ese día, todos los niños salieron satisfechos de la biblioteca. Pero Manuel
parecía el más contento. Llevaba bajo el brazo con orgullo el primer libro
que tomó prestado. Y de camino a casa saludó con una inclinación de la
cabeza a cada árbol que crecía a lo largo del camino, con un nuevo respeto.

También saludó a cada puerta y banco de madera y a cada periódico del


puesto. A todos esos árboles que estaban viviendo su primera, segunda o
incluso quinta vida. Y el que algún día fue un álamo sonreía de página en
página en su mano.

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