Antología Viajeros Voragine
Antología Viajeros Voragine
Antología Viajeros Voragine
soledades
Juan David Correa Ulloa Adriana Martínez-Villalba
Ministro Carlos Guillermo Páramo
Ministerio de las Culturas, Diego Pérez Medina
las Artes y los Saberes María Angélica Pumarejo
Marcela Quiroga
Luisa Fernanda Trujillo Bernal Daniella Sánchez Russo
Secretaria General Comité editorial
Ministerio de las Culturas, Biblioteca Vorágine
las Artes y los Saberes
Camilo Sierra Sepúlveda
Adriana Martínez-Villalba Coordinación editorial para
Directora esta publicación
Biblioteca Nacional
de Colombia Juan Pablo Fajardo / PTP
Diseño de colección
María del Pilar Ordóñez Méndez
Directora General Paula Andrea Gutiérrez
Corporación Colombia Diagramación
Crea Talento
Imprenta Nacional de Colombia
Óscar Medina Sánchez Impresión
Director Corporativo
Corporación Colombia Primera edición: Bogotá, D.C.,
Crea Talento marzo de 2024
Edición y compilación
Carlos
Guillermo
Páramo
Bonilla
CIEN AÑOS DE VORÁGINES
Juan David Correa Ulloa .11.
LLANOS ORIENTALES
.51.
Al Meta
.53.
Casanare
.104.
Excursiones por Casanare
.129.
Carta a Elías Quijano y Guillermo Arana .172.
.17. PRESENTACIÓN
Carlos Guillermo
Páramo Bonilla
.193. AMAZONIA
Juan David
Correa Ulloa
Ministro de las Culturas,
las Artes y los Saberes de Colombia
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Cien años de vorágines
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Cien años de vorágines
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PRESENTACIÓN
Carlos
Guillermo
Páramo
Bonilla*1
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Presentación
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Comenzamos por el viaje del historiador,
pensador social, matemático e ingeniero Mi-
guel Triana. Reconocido adalid de las ideas
darwinianas y positivistas, con una voz in-
fluyente en los gobiernos de las primeras dé-
cadas del siglo XX , a Triana le obsesionaba, al
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Presentación
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Así, concurren en esta colección ingenieros,
geógrafos, médicos, periodistas, misione-
ros, agentes estatales, colonos, explorado-
res, aventureros de dudosa moral y por lo
menos un literato consumado. Todos son
hombres; aunque la mujer viajera no es des-
conocida por entonces, se trata aún de una
rara especie y, que sepamos, no existe algu-
na que haya dejado testimonio de su viaje
por la macrorregión amazorinoquense por
la época que aquí interesa. Todos respon-
den, en mayor o menor grado, a los ideales y
prejuicios de su tiempo; pocos, más bien, son
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LLA-
NOS
ORIEN-
TALES
Al Meta
MIGUEL TRIANA
1913
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Llanos Orientales
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Llanos Orientales
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No se conoce la llanura de un modo comple-
to sin conocer sus productos, el principal de
los cuales es el llanero; pero la elaboración
de ese bello producto, en que era maestra la
pampa, está sufriendo perturbaciones por
causa de la civilización actual. Esa sabia y
paciente orfebre de joyas antiguas no puede
ya trabajar a gusto y empieza a dejar incon-
clusas sus obras.
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En el Llano la agricultura es un accesorio
de la ganadería, y las labranzas se estable-
cen como simple apoyo de esta industria ne-
tamente llanera. Lo que en todas partes es
tópico fundamental, aquí es apenas de im-
portancia secundaria. Una fundación es una
hacienda de ganado, que tiene como comple-
mento algunos cultivos y la explotación de
tal cual producto natural del bosque, como
el caucho y la copaiba. Considerados ligera-
mente estos detalles, sigamos nuestra visita
a la fundación.
Al frente tiene el lector un paisaje: el río
al pie, de aguas azulinas y transparentes, en
cuyo fondo se ven jugar en número infinito
los pescados; sobre la linfa la canoa, digamos
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Casanare
GEORGE BRISSON*3
1896
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El Llano, entremezclado de pastales y bos-
quecitos, presenta agreste aspecto; hay ver-
daderos bosques de palmeras que ofrecen
infinidad de variedades en esta familia: la
palma real (chamoerops humilis) ó cuesco: de
la fruta de esta palma se saca aceite de alum-
brar, del tronco una bebida, y las hojas sirven
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En estas llanuras, la vista, que corre sin en-
contrar barrera, adquiere, á la larga, una
intensidad y potencia extraordinarias, y los
llaneros distinguen á distancias enormes y
á donde nosotros, profanos, no vemos abso-
lutamente nada. El llanero, con su caballo
alto y seco, su silla levantada de adelante y
de atrás, su rejo, del cual no se separa nunca,
sus estribos de plata, sus riendas de cadena
de acero, su cacho amarrado con un cordelito
para alcanzar agua en los caños sin apearse,
su sombrero de fieltro, sin grandes alas para
evitar la fuerza del viento, su cara tostada
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Llanos Orientales
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A las 3 y 50’ p. m. llegamos á los alrededores
del caño del Rosario (Flores amarillas), á don-
de pararon los arrieros y apearon las cargas
por temor de entrarse sin nosotros en Iguani-
to y Los Cuarteles, lugares que tienen fama de
ser muy frecuentados por los indios goahivos.
La distancia de Mata de Marrero al caño
del Rosario es de tres leguas (altura, 180 me-
tros s. el n. del m.).
Durante toda la noche los indios prendie-
ron infinidad de candeladas en el Llano, y se
puede decir que estamos acampados en medio
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Excursiones
por Casanare
DANIEL DELGADO
1909
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No sería extraño á estos apuntes hacer una
descripción detallada de las diferentes fa-
ces que presenta la recogida de ganado, pero
traspasaría los límites de este escrito y abu-
saría quizá de la paciencia de los lectores.
Me limitaré á transcribir las breves notas
que hallo en la cartera, las cuales dicen de
esta manera:
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Como en los antiguos castillos señoriales,
no faltaba en Mare-mare una especie de bu-
fón enano que daba placer y solaz refiriendo
las destrezas nigrománticas ó bufonas que
había llevado á dichoso término desde que,
probando fortuna, se había desprendido de
las montañas del reino. Tanto como bufón no
era: llamábase apenas curandero de anima-
les y cazador de culebras. ¡Con cuánta can-
didez ó tontera ó picardía (que todo podía
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Llanos Orientales
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Fresca está aún sobre las incultas sabanas
de Casanare la sangre derramada por seres
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Llanos Orientales
Algo de historia
Con fecha 22 de Junio de 1805, el Goberna-
dor de los Llanos, D. José Planes, enviaba al
Virrey Amar breve y alarmante reseña de las
víctimas que habían hecho los salvajes duran-
te aquellos años, y su número se eleva al de
setenta y nueve. Aterrado el Gobernador con
semejantes asesinatos que se sucedían con
rapidez, solicitaba del Virrey una escolta
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Carta a Elías
Quijano
y Guillermo
Arana*1
JOSÉ EUSTASIO RIVERA
1916
Bogotá, febrero 22 de 1916
Señores
Elías Quijano y Guillermo Arana
Cali
Queridos amigos:
Estas líneas escritas de prisa los noticiarán
de mi regreso de los Llanos, y al mismo tiem-
po les expresarán mi cordial agradecimiento
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AMA-
ZO-
NIA
I
América
del Sud:
exploración
de regiones
desconocidas* 1
RAFAEL REYES
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La Amazonia
colombiana
DEMETRIO SALAMANCA TORRES
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Margen izquierda:
Unión:
Lat. S., 1° 43’ 09”. Long., 71° 53’ 36” O. G.
Mediodía:
Lat. S., 1° 32’ 12”. Long., 72° 24’ O. G.
Indostán
Lat. S., 1° 28’ 39”. Long., 72° 29’ 24” O. G.
Santa Julia:
Lat. S., 1° 20’ 54”. Long., 72° 29’ 24” O. G.
Margen derecha:
Soledad:
Lat. S., 1° 20’ 42”. Long., 72° 32’ 36” O. G.
Menage:
Lat. S., 1° 03’ 48”. Long., 72° 42’ 18” O. G.
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Colonia Indiana
Lat. S., 0° 46’ 06”. Long., 73° 00’ 42” O. G.
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Abusos
y atrocidades
cometidos por
los peruanos
contra el
colombiano
Cornelio
Josa M.
CORNELIO JOSA
1913
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Por Colombia
Hace algunos días se nos presentó un ami-
go acompañado del ciudadano colombiano
señor Cornelio Josa con quien entramos en
relaciones y pudimos oír de sus labios toda
una historia de iniquidades y crueldades per-
petradas en su persona y en las de su familia
por súbditos peruanos, allá en las márgenes
del Putumayo.
El señor Josa, hombre honrado y trabaja-
dor, había fundado una finca de agricultura a
orillas del río Yuvineto, afluente del Putuma-
yo, allá por los años de 1900 a 1911. Confia-
do en el derecho que tiene todo colombiano
de trabajar en cualquier punto del territorio
de su Patria, siempre que ese punto haya sido
adquirido por compra o cesión de su primitivo
propietario, este señor se estableció allí con su
esposa y tiernos hijos, y empezó a labrar la tie-
rra arrostrando todo, mal clima, pésimos ali-
mentos, plagas terribles y soledad completa.
Bien pronto ese sitio, antes yermo, se convir-
tió en graciosa labranza, a impulsos de los es-
fuerzos del hombre que sin temor de nada de-
safiaba allí la muerte y todas las calamidades
que pudieran sobrevenirle.
Mas he aquí que el 15 de abril de 1911
estando el señor Josa ausente de su casa
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La Amazonia
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RAFAEL THOMAS
1918
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Era un gran caminador nuestro amigo. Por
la tarde nos salió al encuentro a la entrada
de la trocha que conduce al tambo menciona-
do, llevando su benevolencia hasta traernos
hacia el camino un socorro inesperado. A re-
gular distancia lo distinguimos a un lado de
aquél con su actitud humilde, sencilla y toda
bondad, sin saco, cubierta la cabeza con el
inseparable sombrero de fieltro negro de alas
caídas; en el suelo y a corta distancia de él
notamos también más tarde una olla de me-
tal pintada de azul.
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Si habíamos de dar completo crédito a las
historias que corrían, los indios, ya fueran
carijonas, uitotes o andoques, eran de un
valor y de una ferocidad extraordinarias,
que ante nada se contenían ni les temían a
las lanchas armadas en guerra ni a muchos
hombres armados. Para los colonos, en es-
pecial para las mujeres, éramos nosotros
bueyes destinados al sacrificio. En el fondo
de todo eso tenía que haber algo de cier-
to. Personas serias y veraces nos referían
también muchos casos de hombres aislados
asesinados, y aún de correrías (grupo de ex-
ploradores, en lenguaje cauchero) enteras,
de diez y más hombres, y aún de sesenta y
tres personas. Esta última dizque fue envia-
da en años anteriores de una colonia parece
que del Caraparaná adonde los andoques,
y que de ellos sólo tres pudieron salvarse.
Verdad es que en todos los casos referidos
había sucedido una de éstas: O se trataba de
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No pude formarme una idea cabal ni siquiera
aproximada del número de colonos del Caucho
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A la mañana siguiente, después de menos de
media hora de andar, divisamos las casas de
Miraflores agrupadas en una elevada emi-
nencia. El júbilo fue indescriptible así como
el remordimiento por no haber apresurado
un poco más en la noche anterior.
El sonido incesante del cuerno y los re-
petidos disparos de revólver y de escopeta
—modo de anunciarse y de expresar alegría
muy común en el Vaupés— advirtieron de
nuestra presencia a los habitantes de Mira-
flores, quienes bajaron al puerto a recibirnos
no poco maravillados de ver contra lo de cos-
tumbre un número tan crecido de viajeros
desconocidos. El cuidandero, el señor Casi-
miro, nos ofreció la casa para hospedarnos,
pero como nosotros teníamos aún más pre-
tensiones, se hizo preciso mandar a llamar al
encargado de la empresa, al señor Abraham
Ramírez, que estaba en Nare.
Don Abraham, caballero oriundo de la
ciudad de Neiva, contribuyó a afianzar la opi-
nión que teníamos formada de los colonos
acerca de lo atenciosos para con los viajeros y
el buen deseo de proporcionarles cuantas fa-
cilidades estuviesen a sus alcances, así como
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Era el medio día. En el punto indicado pa-
samos la noche. Es una pequeña posesión
dependiente de Miraflores, en la cual hay
también variados y considerables cultivos y
muchos indios de ambos sexos.
Salimos un poco tarde al día siguiente, y
alcanzamos a llegar hasta El Lago, una ba-
rraca de siringueros deshabitada todavía por
no haber comenzado la época de la extrac-
ción del caucho de esa especie.
El siringa (hevea) es un árbol elevado, de
tronco delgado, corteza rugosa y de follaje
escaso; éste, compuesto de cinco o más ra-
mas delgadas, se forma en la extremidad, de-
jando así el tronco desnudo en todo el resto.
Es la goma más estimada en el mercado por
su calidad superior. Desde Génova comien-
za a encontrársele aisladamente, y tal vez
distante de las márgenes del río los haya en
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El señor Joao Evangelista Reis e Silva es un
cumplido caballero; más aún: tiene un buen co-
razón; es de aquellas personas cuya nobleza de
alma obliga a un reconocimiento de por vida de
parte de quienes alguna vez han tenido la suer-
te de tratarlo, y consiguientemente, de recibir
servicios de su mano, prestados de manera tan
natural y sencilla, que dá la ilusión del desem-
peño de funciones anexas a su cargo.
Es por sobre todo, buen amigo de Colom-
bia. Y por cierto que no hace un misterio de
su espontánea simpatía hacia nuestro país;
y quien quiera que en los luctuosos días de
mediados del año de 1911 se hubiese visto
precisado a refugiarse en Solimses (antiguo
Puerto Nariño), daría fé de estas aseveracio-
nes llenas de honradez y de gratitud.
El señor Reis e Silva tiene un carácter ex-
celente. Es franco, comunicativo y afable.
Fué la providencia de los colombianos que de
una o de otra suerte, dejaron a la desbandada
los sucesos de La Pedrera. Era en esa época
Jefe del Posto Fiscal Federal, y gozaba de
bastante influencia política en su país.
Como pobres náufragos y fatigados nave-
gantes, obtuvimos en el establecimiento de
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Un viaje
por el
Putumayo y
el Amazonas.
Ensayo de
navegación
FRAY GASPAR DE PINELL
1924
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Permanencia forzada en El
Encanto - Pánico disimulado en
la empresa Arana - Objeto del
viaje de la “Callao” - El señor de
Loaisa visita a la “Telefuncke”
- Respuestas evasivas de Curiel -
Alegatos infructuosos. Atenciones
simuladas de la casa Arana - Notas
cruzadas entre el Capitán peruano
y el Comandante brasilero -
Radiogramas a Manaos e Iquitos.
Protesta formal contra el Gobierno
del Perú a bordo de la “Yaquirana”
Tan pronto como llegámos a El Encanto, pe-
dímos respetuosamente al Capitán Curiel
que nos despachara, el cual nos contestó que
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Señor Comandante:
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Firmado,
Augusto Viera,
Comandante de Yaquirama
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Un año en el
Putumayo.
Resumen
de un diario
ALBERTO GRIDILLA
1914
Gran tempestad
La pesquería de tortugas
Muy de madrugada salimos al día siguiente,
para poder llegar a El Encanto.
El calor fué excesivamente fuerte. A las
4 p.m., encontrándonos a la vista del Cara-
paraná, en un momento se desató una fu-
riosa tempestad, acompañada de viento. El
olaeje era tan grande, que estuvimos a punto
de zozobrar.
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—¡Cigarru…! ¡Cigarru…!
Les fui dando, hasta que se me acabó la pro-
visión que llevaba. Como nuevo en aquellos lu-
gares, no dejó de impresionarme todo aquello.
Al P. Furlong, lo encontré atacado de pa-
ludismo, y salió para Inglaterra en el primer
vapor que llegó a La Chorrera.
Yo no me sentía bien; y en el mes de mayo
salí para recorrer las Secciones del alto Iga-
raparaná, en compañía de los PP. Sambrook
y Byrne, tomando el vaporcito sobre la cas-
cada. Partimos temprano, llegando a almor-
zar a los simenes (nombre de la tribu y de la
Sub-sección) y a la media noche, anclamos en
el puerto de Occidente, Sección que estaba
a cargo del doctor Adán Negrete. Esta Sec-
ción, la más importante de todas, está divi-
dida en varias Sub-secciones, y en todas ellas
había empleados blancos.
Ahí me encontré con un antiguo amigo
del Barranco, César Bustamante; y aunque
hacía muchos años que no nos veíamos, nos
reconocimos al momento. Hicimos reminis-
cencias de otros tiempos, recordando a los
amigos, Felipe Sassone, hoy célebre literato,
a Alberto Cazorla, y a Carlos Lareo Herrera.
Descansamos un día, y al siguiente muy
temprano, zarpamos para Ultimo Retiro, a
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El Encanto
Visita a algunas secciones
Diálogo con algunos jefes salvajes
Llegamos a El Encanto en 8 días. Allí encon-
tré al P. Sambrook. Todos los de la casa eran
mis conocidos: Loayza, Gerente, Coloma,
cajero, Egoaguirre, a cargo de la tienda, y
Salinas, almacenero. Loayza era tarapaque-
ño, Alfredo Coloma, limeño, lo mismo que
Egoaguirre, y Salinas, huachano. Había
otros empleados de menor cuantía, entre
ellos un portugués, comandante de la lancha
“Callao”. En la casa, vivía también el doctor
Vivar, médico de la guarnición. Este era ique-
ño, y había sido médico de nuestro convento.
En El Encanto, permanecimos cuatro
meses, durante los cuales hicimos muchas
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—¿Cómo te llamas?
—Alberto.
—¿Albreto?
—Alberto
—Albreto.
Y con Albreto me quedé.
—¿A qué has venido?
—A enseñaros la religión cristiana.
—¿Y de dónde has venido?
—De dos lunas lejos de aquí.
—Y en tu tierra, ¿para qué queréis el cau-
cho? ¿Lo coméis acaso?…
Y enseñándoles un objeto fabricado con
esa goma, les hice ver para qué servía el cau-
cho.
—¿Y cuándo te vas?
—No lo sé…
—¿Tienes mujer?
Y al decirle el jefe colombiano, que noso-
tros no la podíamos tener, quedó más que ad-
mirado, pasmado; y después de un momento
de reflexión, exclamó:
—Este es jusínamuy, es un sabio…
Descubrió un algo, para él incomprensi-
ble. No podía concebir un hombre sin mujer,
y veía que era lo primero que buscaban los
blancos.
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Otras secciones
Caigo de un puente con el caballo
De la Sección Esperanza, pasé a la India.
Era jefe don Oscar Coloma, hermano del
Contador de El Encanto. Aquí hubo baile,
y ví la ceremonia de la fabricación del man-
guaré, telégrafo sin hilos, de que trataré
más adelante.
A Esmeralda, fuí en compañía de Alfre-
do Coloma. Era Jefe de la Sección el Chalaco
Daniel Dancourt, y nos invitó para una fiesta
extraordinaria. Se trataba del abandono del
lugar, por haberse acabado el caucho, y del
traslado de la tribu a otra parte, en donde ya
tenían preparada casa y chacra. El baile duró
tres días con sus noches, terminando todo con
el incendio de las casas que abandonaban.
—Mucho me temo, le dije a Dancourt, por
la suerte de esta gente.
—¿Por qué? me contestó.
—Porque he observado en el Pichis, que
cuando los salvajes se instalaban en vivien-
das levantadas en terrenos recién rozados, se
morían muchos.
No pasó un mes, y ya habían muerto 21.
Fuimos y regresamos a caballo. Al re-
greso, por seguir mi mala costumbre de no
apearme en los sitios peligrosos, al pasar por
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Reparto de mercaderia
El perro negro
Occidente es la Sección que tiene más habi-
tantes, entre las de La Chorrera. Cuenta con
unos 600 hombres, sin contar las mujeres y los
niños; pero en el baile, que duró cinco días con
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Secciones de la Gerencia
Habitantes
La Gerencia de La Chorrera estaba dividida
en las Secciones siguientes:
Ultimo Retiro, Abisinia. Andokes, Sur,
Occidente, Atenas, Oriente, Indostán, La
Sabana, Santa Catalina y Entre Ríos, siendo
jefes, respectivamente, Ganoza, Morandi,
Vega, Plaza, Negrete, Alcorta, Seminario,
Bourke y Becerra.
Empleados superiores eran: Jorge Mea-
ve Seminario, Gerente y Contador; Carlos
Loayza y Hugo Jorquiera, a cargo de la tien-
da, y médico el inglés doctor Dickei Spencer1.
Los empleados secundarios, comandantes
de lancha, mecánicos, carpinteros, herre-
ros, cocinero y panadero, eran una porción,
y todos ellos ganaban Lp. 20 mensuales, casa
y comida. El panadero y el cocinero eran
negros barbadientes. Al cocinero, lo había
conocido en Chanchamayo en la casa de los
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La leyenda negra
La zafra del caucho
Durante el año íntegro que permanecí en el
Putumayo, me di cuenta de todo. Nada anor-
mal observé en el trato con los salvajes, y aún
me pareció que estaban mejor tratados que
en el resto de la Montaña.
Entre los muchos horrores que yo había
leído en los periódicos de Lima respecto al
Putumayo (la prensa nacional coadyuvó, in-
conscientemente, a la obra de difamación del
Perú, haciéndose eco de los crímenes denun-
ciados), uno era, que a los pobres salvajes los
trataba la Casa Arana como a bestias, dándo-
les de comer en pesebre. La Empresa, nunca
dió de comer al salvaje, ni en pesebre ni fue-
ra de él. El indio tiene sus comidas peculia-
res, y de lo que comíamos los civilizados, no
aceptaba más que salmón y sardinas, y estas
conservas se las daban por vía de obsequio,
cuando se acercaban a la casa de los blancos.
Los salvajes del Putumayo no tenían su-
puestas y grandes deudas, como acontecía
en los demás ríos; y cada cuatro meses, se les
pagaba su caucho en mercadería y a razón
de unos 6 centavos oro el kilo. En el traba-
jo, eran enteramente libres, y la ocupación
de recoger las lágrimas de goma, cada día,
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Antiguo sistema
Rancho de empleados
En los años anteriores, hasta la visita de Cas-
sement, los empleados, además del sueldo,
tenían el tanto por ciento sobre la producción
de caucho. Esto fué, indudablemente, causa
de muchos abusos con los indios. Cuando yo
visité aquello, estaban todos a sueldo única-
mente, y además tenían casa y comida, mar-
chando todo con regularidad.
El llamado rancho para los empleados
y jefes de las Secciones, era algo extraordi-
nario. Ellos presentaban la lista, y de los al-
macenes les mandaban lo que pedían, que no
era cualquier cosa. En mis manos tuve una de
esas listas. Decía así:
—Sección Atenas: 2 costales de arroz de
la India; 1 costal de azúcar; 1 arroba de café;
20 latas de té; 1 cajón de leche condensada;
2 cajones de sardinas finas; 1 cajón de sal-
món; 2 cajones de galleta de agua; 1 cajón de
latas de carne; 1 barril de jamones, etc. Y así
por el estilo. Y estas listas, las presentaban
cada cuatro meses.
Los jefes de Sección tenían en sus casas
muchas comodidades, y en ninguna faltaba
su baño de ducha.
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Las
desventuras
de un médico
tropical
HERBERT SPENCER DICKEY
Y HAWTHORNE DANIEL
1929
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***
Me sentía dichoso con mi nuevo trabajo, y
con el entusiasmo propio de la juventud ins-
peccionaba la agencia, en medio de la selva,
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ORI-
NO-
QUIA
I
Del Zulia
al Magdalena
MELITÓN ESCOBAR LARRAZÁBAL
1921
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Recuerdos
de un viaje.
De Orocué a
Manaos*
PABLO V. GÓMEZ
19131
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I
El Vichada
Ya la vanguardia de las fuerzas enemigas
pisaba las primeras calles de Orocué, cuando
me embarcaba en una pequeña canoa fondea-
da en una de las bocacalles más excusadas de
aquel puerto. Un indio joven de la tribu Sáliva,
único tripulante de la canoa, apoyando con
fuerza su canalete en el barranco de la orilla,
lanzó la pequeña embarcación al medio del
río, que nos llevó demasiado lejos a pesar de
los esfuerzos que el indio aterrorizado hacía
para cortar la corriente. ¡Cuán cierto es que
hasta para huir se necesita valor! No había-
mos llegado a la opuesta orilla, cuando ya se
oían las descargas y la vocería con que las tro-
pas celebraban la toma de la indefensa villa.
Por fin tocamos a tierra. El indiecito jade
ante amarró la canoa y mostrando con la mano
abierta el lejano horizonte, me indicó la ruta
que debíamos seguir para llegar a Raudalito a
donde, se había comprometido a llevarme.
Emprendimos la marcha, el indio ade-
lante con su paso corto y ligero peculiar a su
raza, yo en seguida cargado con mi rifle y mi
cobija y atrás mi perro grande y temible ani-
mal, valioso obsequio de un amigo y al que
debí en muchas ocasiones la vida. Eran las
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II
Atabapo, Casiquiare y Rionegro
El aspecto de una persona que tras una larga
y cruda campaña pasa dos meses entre sal-
vajes, soportando hambres y angustias, no
debió parecer muy agradable a los que por
primera vez me veían en la población vene-
zolana de San Fernando de Atabapo; sobre
todo donde se nos mira y se nos trata a los
colombianos poco menos que como a perros.
Sin embargo, yo sería injusto si me quejara,
pues, aunque acababa de estallar la revolu-
ción en Venezuela y los ánimos se hallaban
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El río de las
siete estrellas
ARTHUR O. FRIEL
1924
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La serpiente y el gavilán
Ahora, hacia el norte de Venezuela estaba
otro hombre cuya captura el gobierno ar-
dientemente deseaba apresurar. Se llamaba
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Viaje
a Manaos
EARL PARKER HANSON
1938
El patrón de la tiranía
Alguna vez mi casa había sido el “palacio” de
Funes. Se extendía sobre un costado de la
plaza y dominaba la ciudad, tal y como él
la había dominado. Ahora permanecía en pié
en sombría desolación, deteriorada, reple-
ta de vampiros que chillaban y silbaban en
todas las vigas. Las paredes de mi cuarto,
por dentro y por fuera, estaban salpicadas
de impactos de bala, como recordatorios de
la batalla de enero de 1921 que había puesto
punto final a la carrera de Funes. El piso se
veía perforado en una docena de puntos.
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“¿Cedeño?”.
“¡Pues claro! Arévalo Cedeño, el liberta-
dor. Toda esta gente le rinde culto porque
vino río arriba con sus bandidos a asesinar
a Funes. Le digo que aquí Cedeño es visto
como un gran hombre. ¡Ese bandido! ¡Ese
traidor! Había estado atacando al General
Gómez durante veinte años. Déjeme decir-
le: si Gómez no fuera un hombre tan grande,
simplemente saldría y capturaría a todos los
de la ralea de Cedeño y los tiraría a los cala-
bozos. No se molestará en hacerlo. ‘Déjelos
ir’, dice. ‘No pueden hacerme daño.’ ¿No es
eso importante? Fue sin duda lo que ocurrió.
Cedeño vino dizque a ‘liberar’ de Funes la
región, y aprovechó para robarle todas sus
armas y su capital”1.
No había mucho más para sonsacarle al
coronel, así que cambié de tema y le dije que
había decidido no comprarle su lámpara de
acetileno. Durante varios días había estado
tratando de vendérmela. Pareció tomar mi
negativa como ingratitud porque me la había
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Obras
citadas
Brisson, Jorge. Casanare. Imprenta Nacional, 1924.
•604•
Obras citadas
Josa, Cornelio. Abusos y atrocidades cometidos por los
peruanos contra el colombiano Cornelio Josa.
Imprenta La Libertad, 1913.
•605•
Bibliografía
recomendada
Anónimo. El libro rojo del Putumayo. Arboleda & Va-
lencia, 1913[1].
•606•
Bibliografía recomendada
Gómez, Augusto, Ana Cristina Lesmes y Claudia Ro-
cha. Caucherías y conflicto colombo-peruano.
Testimonios, 1904-1934. Disloque Editores,
1995.
•607•
· Vastas soledades ·
Olarte Camacho, Vicente. Las crueldades de los perua-
nos en el Putumayo y en el Caquetá. Imprenta
Nacional, 1932.
•608•
Bibliografía recomendada
Rivero, Juan. Historia de las misiones de los llanos de
Casanare y los ríos Orinoco y Meta. Prólogo de
Ramón Guerra Azuola. Biblioteca de la Presi-
dencia de Colombia, 1956.
•609•
Sobre los
autores
George Brisson
Ingeniero civil y militar francés que recorrió
y describió extensamente muchos lugares del
territorio nacional. Tuvo un marcado interés
por los Llanos Orientales antes de la Guerra
de los Mil Días y, durante esta, fue testigo de
la batalla de Palonegro, en 1900.
Hawthorne Daniel
(Norfolk, Estados Unidos, 1890-Lynchburg,
Estados Unidos, 1980)
Editor de varias publicaciones periódi-
cas, corresponsal durante la Primera Guerra
Mundial, autor de historias de mar y novelas
juveniles y, posiblemente, el escritor fantas-
ma del libro del entonces explorador Herbert
Spencer Dickey, con quien se asocia para
narrar la historia de su compatriota en el
Putumayo y su búsqueda del nacimiento del
Orinoco.
•610•
Sobre los autores
Daniel Delgado
Misionero agustino recoleto español que
visitó los Llanos Orientales durante 1909,
donde pudo ver y documentar los estragos
de la guerra civil y su impacto en los pueblos
indígenas.
•611•
· Vastas soledades ·
Pablo V. Gómez
Peón del llano en Casanare, cauchero en el
Casiquiare, capitán de buques en el río Ne-
gro, militar en el Acre y comerciante en Ma-
naos, el Yavarí, el Vaupés y muchos otros
ríos. Escribió a José Eustasio Rivera para
presentar su admiración por La vorágine, ya
que conoció de primera mano muchos de los
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Sobre los autores
Alberto Gridilla
Fraile franciscano, historiador y arquitecto.
Fue comisionado por el Gobierno peruano
para acompañar a la Orden de Frailes Meno-
res que había llegado a la región, con el fin
de verificar los maltratos denunciados por el
papa Pío X en la encíclica Lacrimabili statu
indorum.
Cornelio Josa
Colono cauchero nariñense. En 1908, por
orden de Bartolomé Zumaeta, su rancho fue
quemado para provocar su reubicación. Tres
años después, en una de las avanzadas del
Ejército peruano en territorio colombiano
auspiciadas por la Casa Arana, finalmente le
expropiaron su terreno y tuvo que salir des-
plazado junto con su familia.
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· Vastas soledades ·
Rafael Reyes
(Santa Rosa de Viterbo, 1849-Bogotá, 1921)
Además de haber sido presidente de
Colombia entre 1904 y 1909, también fue
abogado, político, explorador, empresario
quinero y un importante pionero en la colo-
nización de las selvas amazónicas colombia-
nas, a través de la empresa Hermanos Reyes,
cuyas exploraciones dejó consignadas en el
libro A través de la América del Sur (1902).
En 1910 fue acusado ante la Procuraduría
General de la Nación por haber facilitado y
haberse beneficiado de la adjudicación a la
Casa Arana de buena parte del Putumayo y
su explotación.
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Sobre los autores
Rafael Thomas
Militar, académico, investigador e historia-
dor. Durante su época en el Ejército, descri-
bió extensamente el recorrido que hizo entre
Bogotá hasta la ciudad amazónica brasileña
de Tefé, pasando por los Llanos, Guaviare y
Vaupés. De esta travesía quedó el importante
recuento de la vida en las estaciones cauche-
ras por las que pasó y el proceso de varios ti-
pos de caucho.
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· Vastas soledades ·
Miguel Triana
Historiador, pensador social, matemático
e ingeniero. Reconocido adalid de las ideas
darwinianas y positivistas, e influyente en
los Gobiernos colombianos de las primeras
décadas del siglo xx, Triana fue un apasiona-
do defensor de la utilidad de las tierras bajas
y los Llanos Orientales, con la idea de que,
a mayor altura sobre el nivel del mar, mayor
grado de civilización. Así, Triana recorrió la
región en busca de toda suerte de posibili-
dades para su aprovechamiento, en especial
con miras en la extracción de sal.
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Sobre los autores
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TÍTULOS DE LA
BIBLIOTECA
VORÁGINE
1. La vorágine
José Eustasio Rivera
5. Historia de Orocué
Roberto Franco García
6. Los infiernos del Jerarca Brown
seguido de “Ruido y desolación”
Pedro Gómez Valderrama