Análisis Del Aprendizaje Social de La Agresión

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Análisis del aprendizaje social de la agresión

En este análisis se define a la agresión como la conducta que produce daños a la


persona y la destrucción de la propiedad. La lesión puede adoptar formas
psicológicas de devaluación y de degradación lo mismo que de daño físico.
Aunque el daño es la propiedad cardinal que define a la agresión, se vincula
también a procesos de clasificación social, determinantes de que los actos
perjudiciales probablemente se juzguen de índole agresiva.

Las discusiones sobre la clasificación de actos agresivos adquiere importancia


especial en el caso de la conducta colectiva. La manera como se caracteriza la
protesta coercitiva determina parcialmente las contramedidas empleadas, que
pueden tener efectos de largo alcance. Cuando los desafíos colectivos se
clasifican como ilegales, surgen las medidas de contracontrol coercitivo, al paso
que si se clasifican como protestas legítimas en contra de prácticas injustas o
dolorosas, lo más probable es que se hagan esfuerzos para realizar reformas
sociales.

Quienes consideran que sus intereses sociales y económicos están


salvaguardados por el sistema, aplauden las prácticas represivas que mantienen
el control social; por lo contrario, los disidentes que persiguen cambios sociales a
través de la presión colectiva ven en las contramedidas coercitivas, tomadas por
los agentes de control, actos agresivos, con los que se intenta más bien preservar
el statu quo que proteger imparcialmente el bienestar de todas las capas de la
sociedad. Cuando el autor de la agresión es la autoridad sancionada, tal
comportamiento es justificado atribuyéndolo a celoso cumplimiento del deber, pero
si es un individuo común, quien por propia iniciativa comete los ataques, lo más
probable es que sea juzgado por sus actos de violencia.

LA ADQUISICIÓN DE LOS MODOS AGRESIVOS DE CONDUCTA


Las personas no nacen con repertorios prefabricados de conducta agresiva; deben
aprenderlos de una u otra manera. Algunas formas elementales de agresión
pueden perfeccionarse con un mínimo de enseñanza, pero las actividades de
índole más agresiva —sea entablar un duelo con navajas, liarse a golpes con un
enemigo, combatir como soldado o aplicar el ridículo como venganza— exigen el
dominio de destrezas difíciles que a su vez requieren de extenso aprendizaje. Las
personas pueden adquirir estilos agresivos de conducta, ya sea por observación
de modelos agresivos o por la experiencia directa del combate.

Aprendizaje por observación


Las conductas que las personas muestran son aprendidas por observación, sea
deliberada o inadvertidamente, a través de la influencia del ejemplo. Observando
las acciones de otros, se forma en uno la idea de la manera cómo puede
ejecutarse la conducta y, en ocasiones posteriores, la representación sirve de guía
para la acción La investigación de laboratorio se ha ocupado principalmente del
aprendizaje por observación de acciones agresivas específicas; sin embargo, los
modelos pueden enseñar también lecciones más generales. Observando la
conducta de los demás, puede uno aprender estrategias generales que
proporcionen guías para acciones que trasciendan los ejemplos concretos
modelados (Bandura, 1973).

Por varias razones, la exposición a modelos agresivos no asegura


automáticamente el aprendizaje por observación. En primer lugar, algunas
personas no sacan gran provecho del ejemplo porque no observan los rasgos
esenciales de la conducta del modelo. En segundo lugar, la observación de la
conducta de un modelo no influirá mucho en las personas si éstas se olvidan de lo
observado. Las influencias del modelamiento pasado alcanzan algún grado de
permanencia cuando pueden representarse a manera de imágenes, palabras o
cualquier otra forma simbólica (Bandura, Grusec y Menlove, 1966).

En la teoría del aprendizaje social se distingue entre adquisición de conductas con


potenciales destructivo y lesivo y los factores que determinan si una persona
ejecutará o no lo que ha aprendido. Esta distinción es muy importante porque no
todo lo que se aprende se realiza. Las personas pueden adquirir, retener y poseer
la capacidad para actuar agresivamente, pero tal aprendizaje rara vez se
expresará si la conducta no tiene valor funcional para ellas o si está sancionada de
manera negativa. Si en lo futuro llegan a presentarse los móviles adecuados, los
individuos pondrán en práctica lo que han aprendido (Bandura, 1965; Madsen,
1968). Al predecir la ocurrencia de la agresión debiera atenderse más a las
condiciones que predisponen que a los individuos predispuestos.

La influencia del modelamiento simbólico es más notable en el moldeo y


propagación de la agresión colectiva. El contagio social de nuevos estilos y
tácticas de agresión se conforma a un patrón que caracteriza a los cambios
transitorios de muchos otros tipos de actividades que también se propagan por
contagio: la conducta nueva se inicia con un ejemplo preeminente; se propaga de
manera rápida como enfermedad contagiosa; se adopta ampliamente y luego se
descarta, en favor de una forma nueva que sigue un curso similar. Las soluciones
modeladas que alcanzan cierto grado de éxito para resolver un problema
determinado no sólo se adoptan ampliamente y se aplican a dificultades
semejantes, sino que también tienden a propagarse a otras clases de problemas.

Las discrepancias entre las consecuencias previstas y las experimentadas


desempeñan importantísimo papel al determinar los cursos futuros de la agresión.
La observación directa y las informaciones sobre agresiones en masa se limitan
casi siempre a los episodios dramáticos, pero no a las largas horas intermedias de
aburrimiento y fatiga. Lo que se ve de los grupos en acción trasmite generalmente
un sentimiento de camaradería y de entrega absoluta en lugar de la tensión de las
presiones hacia la conformidad, el sentimiento de aislamiento que acompaña a
vivir apartado de la comunidad y el desaliento que surge cuando no se logra la
realización de cambios fundamentales.

Un estilo distinto de conducta pierde rápidamente su valor positivo a través del uso
excesivo. Cuando se emplean repetidamente la misma retórica y las mismas
tácticas, las actividades de protesta adoptan la cualidad de escenificaciones
largamente ensayadas en lugar de expresiones genuinas de un principio. A
medida que la retórica trillada reduce la autenticidad de los líderes, las excitativas
de éstos tienden a ser consideradas más bien como manipulaciones y cada vez
hay mayor resistencia a cumplirlas. Algunos de los seguidores más idealistas
terminarán por desilusionarse ante los usos del poder dictados no por
consideraciones morales, sino por necesidades estratégicas.

El aprendizaje por experiencia directa


Rara vez se enseñan conductas sociales que nunca son ejemplificadas por otras
personas. Aunque las influencias del modelamiento están universalmente
presentes, los patrones de conducta pueden ser modelados también por una
forma de aprendizaje más rudimentaria, que se funda en recompensar y castigar
las consecuencias de ejecuciones de ensayo y error. Pocos son los trabajos
experimentales que se han hecho para modelar nuevas formas de agresión tan
solo por reforzamiento diferencial.
Patterson, Littman y Bricker (1961) publicaron un estudio de campo que ilustra la
manera cómo niños pasivos pueden ser convertidos en agresivos mediante un
proceso en el que desempeñan el papel de víctimas y posteriormente contratacan
con resultados exitosos. Los niños pasivos que una y otra vez eran víctimas, y
cuyos contrataques a menudo resultaban eficaces cuando los oponentes no lo
eran, no solamente incrementaron la eficacia de la conducta de luchar a la
defensiva sino que, finalmente, comenzaron a iniciar por sí mismos los ataques.
Por otra parte, los niños pasivos que rara vez eran maltratados porque evitaban a
los demás, y los que hacían contrataques ineficaces, conservaron sus conductas
sumisas.

Los estilos de agresión son aprendidos en gran parte por observación y


posteriormente perfeccionados a través de la práctica reforzada. Los poderosos
efectos que estos dos determinantes ejercen sobre la forma y la incidencia de la
agresión se revelaron gráficamente en informes etnográficos de sociedades que
perciben la belicosidad como forma de vida y los que muestran estilo pacífico de
conducta. En culturas en que se desalienta y menosprecia la agresión
interpersonal la gente vive apaciblemente (Alland, 1972; Levy, 1969; Mead, 1935;
Turnbull, 1961). En otras sociedades, en que se proporciona gran cantidad de
entrenamiento en agresión y esta constituye un índice de la importancia o el valor
personal, abundan las amenazas, las luchas, las mutilaciones y los asesinatos
(Bateson, 1936; Chagnon, 1968; Gardner y Heider, 1968; Whiting, 1941).

INSTIGADORES DE LA AGRESIÓN
Una teoría debe explicar no únicamente la manera cómo se adquieren los
patrones de agresión, sino también la forma en que se activan y canalizan. La
mayor parte de los acontecimientos que hacen que la gente agreda, como son los
insultos, los desafíos verbales, las amenazas en contra del estatus, el tratamiento
injusto y las acciones provocadoras adquieren esta capacidad de activación, no
por la notación genética del individuo, sino a través de experiencias de
aprendizaje. La gente aprende a detestar y a atacar a ciertos tipos de individuos.
Tal aprendizaje puede consistir en encuentros desagradables con aquellos o bien
en experiencias simbólicas y vicarias que suscitan odio; pero los estímulos
también llegan a desempeñar funciones de encauzar la agresión, asociándose con
las consecuencias de respuestas diferentes.
Influencias del modelamiento
Gran parte de la conducta humana está bajo el control de estímulos de
modelamiento. Por consiguiente, una manera eficaz de que la gente sea inducida
a agredir consiste en que haya otros que lo hagan. La teoría del aprendizaje social
distingue cuatro procesos mediante los cuales las influencias de modelamiento
activan la conducta agresiva. Un modo de operación se da en razón de la función
discriminativa de las acciones modeladas. En muchos casos, conducirse como los
demás es satisfactorio porque los modos prevalecientes han dado pruebas de ser
más funcionales, al paso que otros cursos de acción son menos eficaces e incluso
podrían ser desaprobados. Por consiguiente, a través de la asociación con
reforzamientos pasados, los actos modelados terminan por servir de indicios
informativos para que otros se conduzcan de modo similar.

Tratamiento aversivo
En la teoría del aprendizaje social, en lugar de que la frustración genere una
pulsión agresiva que pueda reducirse únicamente emitiendo conducta lesiva, el
tratamiento aversivo crea un estado general de activación emocional que puede
facilitar toda una variedad de conductas, según los tipos y la eficacia de las
respuestas que la persona haya aprendido para enfrentarse al stress (Bandura,
1973). Sometidos a la adversidad, hay quienes buscan ayuda y apoyo; quienes
incrementan sus esfuerzos de logro; quienes prefieren retirarse y resignarse;
algunos agreden; otros experimentan intensa reactividad somática; otros más
todavía se “anestesian” a sí mismos en contra de una existencia miserable con
drogas o con alcohol; y la mayoría intensifica sus esfuerzos constructivos para
vencer las fuentes de aflicción. Supuesto que diferentes formas de estimulación
aversiva tienen a menudo efectos conductuales distintos, en el análisis del
aprendizaje social la conducta lesiva se relaciona con diferentes clases de
antecedentes aversivos.

Móviles de incentivos
La discusión precedente se ocupó exclusivamente de la agresión motivada
aversivamente que ocupa un lugar preeminente en la teoría psicológica, aunque
no así en el terreno de lo empírico. La capacidad cognoscitiva de los humanos
para representarse consecuencias futuras los ayuda a guiar sus conductas
mediante resultados que se proyectan en el tiempo. Gran cantidad de agresión
humana es, de hecho, impulsada por consecuencias positivas antevistas. Aquí, el
instigador es el “jalón” de la recompensa esperada, antes de que el “empujón” del
tratamiento doloroso.
Control instruccional
Durante el proceso de socialización, la gente es enseñada a obedecer órdenes.
Recompensando la obediencia a los mandatos y castigando el incumplimiento a
los mismos, las órdenes terminan por adquirir poder suscitador. Establecida esta
forma de control social, las autoridades legítimas pueden ordenar y lograr que los
demás agredan, especialmente cuando las acciones se presentan como
justificadas y necesarias, y cuando los agentes poseen gran poder coercitivo. Es
relativamente fácil herir a una persona cumpliendo órdenes, cuando los
sufrimientos de ésta no son visibles y cuando las acciones causales parecen estar
física o temporalmente remotas de los efectos nocivos. Ciertas formas de guerra
mecanizada, donde puede darse muerte a gran número de gente liberando
remotamente fuerzas destructivas, ilustra este tipo de agresión despersonalizada.
Por otra parte, cuando las consecuencias lesivas de las acciones de uno son del
todo evidentes, el dolor suscitado vicariamente y la pérdida del respeto a sí mismo
sirven de influencia restrictiva sobre la conducta agresiva que, por otra parte, está
sancionada autoritariamente.

El control ilusorio
Además de los diversos instigadores externos, la conducta agresiva puede quedar
sometida a control simbólico grotesco. Cada cierto tiempo ocurren episodios
trágicos en que, impulsados por creencias ilusorias, hay individuos que cometen
actos de violencia. Algunos obedecen voces divinas interiores que los instan a
cometer asesinatos. Otros se sienten instigados a realizar ataques defensivos bajo
el impulso de sospechas paranoicas de que los demás están conspirando para
destruirlos (Reich y Hepps, 1972).

CONDICIONES DE MANTENIMIENTO
El tercer rasgo principal del modelo de aprendizaje social es el relativo a las
condiciones que mantienen el responder agresivo. Prolongadas investigaciones
psicológicas han fundamentado que la conducta está controlada extensamente por
sus consecuencias. Este principio se aplica igualmente a la agresión. Los modos
agresivos de responder, como otras formas de conducta social, pueden ser
inducidos, eliminados y restablecidos con sólo alterar los efectos que producen
(Bandura, 1963). En las teorías tradicionales, las influencias del reforzamiento se
confinan extensamente a los efectos de resultados externos que inciden
directamente sobre quien ejecuta la conducta. La teoría del aprendizaje social, por
otra parte, distingue tres formas de control del reforzamiento: se incluyen entre
éstas la influencia del reforzamiento directo, el reforzamiento vicario u observado y
el autorreforzamiento.
Reforzamiento externo directo
La agresión es fuertemente influida por sus consecuencias directas, las cuales
adoptan muchas formas. Las recompensas extrínsecas adquieren importancia
especial en la agresión interpersonal porque tal conducta, por su propia
naturaleza, origina comúnmente cierto precio doloroso. La persona que se lance a
pelear sufrirá algunas lesiones aunque a la larga triunfe sobre su antagonista. En
condiciones no coercitivas, se necesitan incentivos positivos para vencer las
inhibiciones que surgen de los concomitantes aversivos de la agresión. Los
análisis del reforzamiento social de la conducta agresiva en ambientes naturales
concuerdan en general con los resultados de los estudios de laboratorio. Los
padres de niños agresivos por lo general no permiten que sus hijos manifiesten
conductas agresivas en el hogar, pero perdonan, alientan activamente y refuerzan
los actos de provocación y agresión que cometen con otras personas de la
comunidad (Bandura, 1960; Bandura y Walters, 1969).

En el análisis del aprendizaje social, la agresión defensiva se mantiene en mayor


grado por consecuencias previstas que por sus efectos instantáneos. La gente
soportará represalias si espera que, agrediendo, terminará por suprimir las
condiciones nocivas. Las acciones agresivas pueden mantenerse también
parcialmente ante contrataques dolorosos, mediante el precio previsto de la
timidez. En círculos orientados hacia la agresión, el fracaso al retener agresiones
puede suscitar el temor de agresiones y humillaciones futuras. El alcance de los
tratamientos experimentales y las poblaciones estudiadas son demasiado
limitados como para garantizar la conclusión de que las expresiones de dolor no
sirven nunca como reforzadores positivos de la conducta agresiva.

Desde el punto de vista de la teoría del aprendizaje social, el sufrimiento del


enemigo de uno es menos satisfactorio cuando el daño sufrido por éste alivia las
molestias de los agresores o los beneficia de cualquier otra manera. Cuando los
agresores son víctimas de represalias o de menosprecio por hacer daño a los
demás, sus signos de sufrimiento funcionan como reforzadores negativos que
disuaden de que se les ataque. No hay bases conceptuales ni empíricas para
considerar que la agresión mantenida por ciertos reforzadores sea más genuina e
importante que otra. Una teoría totalizadora debe explicar todas las acciones
agresivas cualesquiera que sean los propósitos de éstas. Restringir el análisis de
la agresión a conductas que son reforzadas por expresiones de dolor es excluir
algunas de las actividades más violentas en que el daño es concomitante
inevitable en lugar de función principal de la conducta.
Reforzamiento vicario
La gente observa repetidamente las acciones de los demás y las ocasiones en
que son recompensados, pasados por alto o castigados. Los resultados
observados influyen en la conducta casi de la misma manera que las
consecuencias experimentadas directamente (Bandura, 19716; Kanfer, 1965). .El
reforzamiento vicario produce sus efectos conductuales a través de varios
mecanismos (Bandura, 19716). Las consecuencias de respuesta que se acumulan
en los demás, trasmiten a los observadores información sobre los tipos de
acciones que probablemente sean aprobadas o reprobadas y las condiciones
específicas en que es propio ejecutarlas; pero el reforzamiento observado es algo
más que informativo.

Hay diversos factores sociales que pueden alterar considerablemente los efectos
habituales de las consecuencias observadas. Modelos y observadores difieren a
menudo de maneras perceptibles, de modo que una conducta considerada
aceptable por uno, tal vez sea castigable por el otro, según diferencias de sexo,
edad y estatus social. Cuando la misma conducta produce consecuencias
desiguales en miembros diferentes, la recompensa observada acaso no eleve el
nivel de agresividad imitativa (Thelen y Soltz, 1969).

En ciertas circunstancias, el castigo observado eleva en lugar de disminuir la


agresión. Cuando los agentes sociales hacen mal uso de su poder para
recompensar y castigar minan la legitimidad de su autoridad y originan fuertes
resentimientos. Ver castigos injustos, en lugar de promover el cumplimiento,
puede provocar que observadores exasperados dejen de censurar sus propias
acciones y, con ello, se incrementan sus conductas agresivas. En realidad, los
líderes de los movimientos de protesta tratan a veces de ganar partidarios a su
causa seleccionando tácticas agresivas, calculadas para que las autoridades
ejerzan acciones represivas.

Ordinariamente, el castigo observado tiende a devaluar tanto al modelo como a su


conducta, mientras que este mismo adquiere cualidades dignas de ser emuladas
cuando sus acciones son recompensadas; sin embargo, un agresor puede ganar
en lugar de perder estatus, ante los ojos de sus compañeros, cuando es castigado
por un estilo de conducta tenido en alto valor por el grupo o cuando aquél agrede
las prácticas sociales que violan los valores profesados por esa sociedad. Por esta
razón es que las autoridades son comúnmente muy cuidadosas y procuran no
aplicarles a los disidentes castigos que puedan convertirlos en mártires.
Autorreforzamiento
Una teoría que considerase la ejecución de la agresión únicamente en términos de
recompensas y castigos externos sería incompleta, pues los seres humanos
pueden —y efectivamente así lo hacen— regular en cierto grado sus propias
acciones por las consecuencias producidas por ellos mismos. Hacen cosas que
les procuran satisfacciones y sentimientos de dignidad; y se abstienen de
conducirse de maneras que produzcan críticas a sí mismos o cualesquier otras
consecuencias de auto- menosprecio. Por causa de estas tendencias
autorreactivas, los agresores deben luchar consigo mismos de la misma manera
que con los demás cuando se conducen de modo lesivo.

Autorrecompensa por agresión


Pueden distinguirse varias maneras en que las consecuencias autogeneradas
intervienen, en la autorregulación de la conducta agresiva. En un extremo, están
los individuos que han adoptado códigos de autorreforzamiento que hacen de la
conducta agresiva una fuente de orgullo personal. Tales individuos se empeñan
con prontitud en actividades agresivas y, de posteriores conquistas físicas,
obtienen sentimientos acrecentados de su propio valor (Bandura y Walters, 1959;
Toch, 1969).

Autocastigo por agresión


En el curso de la socialización los individuos, en su mayoría, adquieren a través de
ejemplos y preceptos sanciones negativas en contra de la conducta cruel. A
resultas de esto, se abstienen de realizar agresiones, censurándose por
anticipado. No hay castigo más devastador que el automenosprecio. Los
resultados del estudio de Bandura y Walters (1959) revelan la manera cómo la
autorreprobación anticipatoria por la agresión repudiada sirve de influencia
motivadora para mantener la conducta dentro de los límites que señalan las
normas aceptadas.

Neutralización de la autocondenación por agresiones


Independientemente de la víctima o de las circunstancias en que se haya
realizado la agresión, el autor de ésta rara vez se castiga o recompensa a sí
mismo, uniformemente. Realizando prácticas de absolverse a sí mismo, la gente
de moral humanista puede conducirse con crueldad y sin autocondenarse. La
propia exoneración adopta formas muy diferentes. Práctica muy extendida es la de
disminuir los alcances de las propias acciones agresivas comparándolas con
hechos más nefandos. Los responsables norteamericanos de la guerra asiática y
sus ardientes partidarios, por ejemplo, sutilizaron la matanza de incontables
indochinos atribuyéndola a medidas necesarias para contrarrestar la esclavitud
comunista. Dada la definición benevolente de las prácticas destructivas, los
agresores permanecieron impertérritos ante el hecho de que los presuntos
beneficiarios eran exterminados en proporción alarmante.

Una forma íntimamente relacionada con la autovindicación es la de fundamentar la


agresión propia en función de valores más elevados. Dados ciertos propósitos
suficientemente nobles, casi cualquier forma de agresión puede calificarse de
justa. Para tomar un ejemplo histórico, los cruzados cristianos perpetraron
devotamente muchas masacres al servicio de elevados principios religiosos.
Igualmente en la actualidad la violencia es defendida frecuentemente en nombre
de la libertad, la justicia social, la igualdad y el orden civil. Puede lograrse que la
gente se conduzca de manera agresiva siempre y cuando la autoridad legítima
esté dispuesta a asumir la responsabilidad que resulte de tal conducta. Quienes
participaron en los estudios sobre la obediencia y que eran disuadidos de
intensificar la agresión ordenada al afligirse por el sufrimiento que estaban
infligiendo, continuaron aumentando los choques eléctricos hasta niveles
peligrosos a pesar de los gritos agonizantes de sus víctimas, después de que el
experimentador les aseguró que él sería el responsable absoluto de las
consecuencias de sus conductas (Milgram, 1963).

La inmunidad a la autocrítica puede alcanzarse en cierto grado ocultando y


difundiendo la responsabilidad por realizar prácticas agresivas. En la agresión
colectiva hay muchas tareas que necesitan el apoyo de un aparato organizativo.
La departamentalización de las actividades destructivas contribuye de diversos
modos a reducir el sentido de responsabilidad personal de los activistas. A través
de la división del trabajo, la división de la toma de decisiones y la acción colectiva,
las personas pueden participar en prácticas crueles y en derramamiento de sangre
sin sentirse personalmente responsables o llenas de desprecio a sí mismas por
haber tomado parte. Otra manera de protegerse en contra del desprecio a sí
mismo consiste en deshumanizar a la víctima. A los elegidos como blancos se les
despoja a menudo de cualidades humanas considerándolos no individuos
sensibles, sino objetos estereotipados que llevan etiquetas degradantes como “los
indios” o “los negros”. Si con desposeer a las víctimas de cualidades humanas no
se logra eliminar completamente el autorreproche, este puede reducirse más
todavía atribuyéndoles características infrahumanas y degradantes. Los enemigos
se convierten en “degenerados”, “puercos”, y toda otra variedad de seres
bestiales.
Atribuir culpa a las víctimas es otro expediente más al que puede recurrirse para
mitigar los remordimientos propios. En este proceso, los agresores se ven a sí
mismos como personas de buena voluntad pero forzadas a realizar ataques en
contra de adversarios infames. Las víctimas son acusadas de acarrearse
sufrimientos a sí mismas, ya sea por sus defectos de carácter o por sus conductas
necias y provocativas. Los observadores de la caída de las víctimas pueden ser
afectados casi de la misma manera que los agresores. Después de ejecutada la
agresión, hay todavía otros recursos para mitigar la culpa propia, los cuales
operan principalmente por tergiversación de las consecuencias de las acciones de
uno. Cuando las personas son inducidas a conducirse de modos que
desaprueban, en condiciones en que han tenido alguna oportunidad de elegir,
tienden a reducir al mínimo las consecuencias lesivas y a invocar los beneficios
potenciales, pero no los daños de sus maniobras agresivas (Brock y Buss, 1962).

Las prácticas mencionadas anteriormente no transformarán instantáneamente a


personas amables en agresores brutales. Lejos de ello, el cambio se logra
comúnmente por un proceso de desensibilización gradual, en que los participantes
no reconocen totalmente los cambios marcados que han sufrido. En un principio,
los individuos son inducidos a realizar actos agresivos que pueden tolerar sin
remordimientos excesivos. Después de que, por la ejecución repetida, se les
extinguen el malestar y el autorreproche, el nivel de agresión se aumenta de
manera progresiva hasta que, por último, pueden, sin afligirse demasiado, cometer
actos infames, que originalmente consideraban aberraciones.

Con todo, de la misma manera que los principios morales elevados pueden servir
para justificar actividades despiadadas, los vínculos positivos pueden aumentar la
agresividad en ciertas condiciones. Dada la gran variedad de mecanismos de
autoabsolución, una sociedad no puede confiar en que sus individuos ennoblezcan
sus convicciones, para protegerse en contra de hechos brutales. De la misma
manera que la agresión no arraiga en el individuo, tampoco el control de aquella
reside solamente allí. La humanidad requiere, además de códigos benevolentes
de autorreforzamiento, sistemas de reforzamiento social que apoyen
continuamente la conducta compasiva y desalienten la crueldad.

Como en muchos otros problemas a los que se enfrenta el hombre, no hay aquí
ningún gran proyecto único, con cuya realización se disminuya el nivel de
destructividad dentro de una sociedad. Es preciso que así el individúo como el
grupo emprendan acciones destinadas a cambiar las prácticas de los sistemas
sociales. Como la agresión no es un aspecto inevitable o inmutable del hombre,
sino un producto de condiciones que fomentan la agresión, las cuales operan
dentro de una sociedad, la teoría del aprendizaje social sostiene una concepción
más optimista de la capacidad del hombre para reducir su nivel de agresividad.

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