El Secreto de La Casa Del Árbol
El Secreto de La Casa Del Árbol
El Secreto de La Casa Del Árbol
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Notó como sus tripas empezaban a rugir. Era el hambre que
se apoderaba de él. Tenía que bajar a comer algo, porque
eso sí, la comida hasta su habitación no subía.
Papá no vendría hasta bien entrada la tarde, se pasaba el
día en una oficina aburrida, llevando una corbata aburrida,
con una camisa aburrida, en un mundo que a él le parecía
muuuuuy aburrido… ¡Puagh! Él, de mayor, se imaginaba
viviendo aventuras sin parar, realizando viajes a la jungla
en busca de tesoros escondidos en cuevas, visitando países
exóticos de esos que se comen bichos fritos, y durmiendo
en pensiones donde se hubiesen cometido crímenes atroces,
acompañado siempre de su inseparable mochila. No sabía
qué se tenía que estudiar para eso, pero lo cierto es que no
le preocupaba mucho ahora mismo.
Se levantó dando un bote de la cama y subió la persiana.
Efectivamente, debía de ser cerca del mediodía. El sol ca-
lentaba ya de lo lindo, y las cigarras ya habían dado por in-
augurada la temporada de conciertos. Salió de la habitación
y se encontró de bruces con su hermana pequeña, que le
estaba esperando en la puerta.
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¡Cachis! ¿Fruta? ¿Yogur? ¡Sus tripas no demandaban eso!
Pedían a gritos un bocata con atún y tomate, con jamón,
con salchichas, no sé… ¡Algo comestible! No se le puede
decir a alguien que está canino que coja fruta, debería estar
prohibido por ley.
De momento, una bombilla se iluminó dentro de su cabeza.
En la casita del árbol, la que papá le ayudó a construir el
verano pasado, tenía escondidas cosas, cosas que sólo él y
el Bola conocían. El pasado cumpleaños de una de las niñas
repipis de la clase había sido un desparrame de chucherías.
Su familia estaba forrada de pasta, y eso no era como un
cumpleaños, más bien parecía la boda de su tía Laia, la que
se casó el verano pasado; hinchables, piñatas por todos la-
dos, cestas con chucherías… El Bola y él se llenaron los
bolsillos con todo lo que pudieron, y para evitar que sus
madres controlaran el alijo, decidieron dejarlo en una caja
en la casita del árbol.
¡Ya estaba solucionado! El Bola ni se acordaría de todas
las chuches que cogieron, y, además, la casita estaba en su
casa, así que por derecho seguro que le tocaba más parte. Y
si no era así, se lo inventaba él.
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En ese momento decidió que más valía compartir las chu-
ches con su hermana y llenar la panza.
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CAPÍTULO II
El Bola
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CAPÍTULO III
A “alguien” le gustan mis cómics
–¡Patricia¡¡Espera!¡Espera!
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Emprendieron la marcha hacia casa de Toni. Mamá estaba
en el jardín cortando unas rosas. Patricia jugaba sentada a
su lado con sus muñecos y las perras brincaban a su alre-
dedor.
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CAPÍTULO IV
La acampada
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–Bueno, pues esperaremos a ver qué pasa…
Mientras tanto nos comeremos unas buenas
hamburguesas y lo pasaremos bien.
–Toooooniii...
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CAPÍTULO V
Nebulosas y recuerdos
Alberto le contestó:
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El resto de la pandilla se dio cuenta, claro. Alberto sabía
cómo hacerse notar cuando quería.
Paco contestó:
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Paco respondió:
–¡Abuela! ¡Abuela!
–Alberto, ¡mira!
El chico le contestó:
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Buscaron en el largo pasillo y encontraron un apartado de-
dicado a su propia ciudad. Y empezaron por 1936. Y lo mis-
mo. Hasta julio todo normal. Alguna noticia política que ya
parecía turbia, necrológicas locales, anuncios de mercerías
y droguerías… A Toni siempre le había hecho mucha gracia
eso de “droguería”. Parecía que dentro debía haber gente
consumiendo drogas de todo tipo, y sin embargo vendían
perfumes, cremas y potingues para la casa. A partir de julio
se acabaron los anuncios. Las páginas se vieron inundadas
de pánico y noticias terribles. En una noticia encontraron
justo lo que describía la abuelita de Alberto. El periódico
anunciaba a sus conciudadanos que, si escuchaban el repi-
queteo de las campanas de las iglesias y las sirenas situa-
das en puntos estratégicos, debían acudir a los diferentes
refugios repartidos por la ciudad para estar a salvo de los
bombardeos. Claro, a eso se refería la abuela. Esos eran los
ruidos de los que hablaba. Ella lo percibía desde el punto
de vista de una niña muy pequeña. Toni no era capaz de
imaginar el terror que vivirían encerrados en refugios oscu-
ros, mientras oían cómo las bombas destrozaban la ciudad
que tanto les había costado levantar. Cuanta gente se habría
quedado sin hogar, sin trabajo, sin familia… “¡Qué pena!”
Pensó Toni para sí.
De repente, a Toni se le ocurrió una idea. ¡Buscar en las
necrológicas o esquelas! Tenía un nombre, y sabía que era
un niño más o menos de su edad… Intuyó que buscando en
un periódico local no sería demasiado difícil.
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A Alberto empezaba a molestarle la actitud de aquel chico,
que ya rozaba la grosería, así que no pudo evitar contestarle
mal.
–¿Eres Alfonso?
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CAPÍTULO VII
Finca “Los Cerezos”
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En el horno le esperaban unas tostadas de pan crujiente y
doradito con aceite de oliva y unas deliciosas lonchas de
jamón. “¡Qué rico!” Pensó Toni, así daba gusto empezar el
día.
El reloj de la cocina marcaba las 9:10 de la mañana. En
unas horas empezarían a llegar sus amigos… ¡Y Marta y
Estela! Estaba tan nervioso por la llegada de Marta que
apenas se había acordado de Alfonso. Era un misterio si se
manifestaría y si podrían hablar con él.
Acabó de desayunar y salió hacia la zona de acampada con
todos sus cachivaches a cuestas. Lo organizó todo de forma
metódica, les allanó el terreno a las chicas para que pu-
diesen montar tranquilamente su tienda de campaña, y por
supuesto, colocó su saco de dormir en el lado que daba a
la tienda de ellas. Quería ser el primero en enterase de si a
Marta le pasaba algo. Si se colaba una araña y ella se asus-
taba, él sería el primero en acudir a su rescate.
Todavía faltaba un ratito para que llegasen todos, así que
subió a la casita del árbol, todo estaba tal y como se había
quedado ayer. Alfonso, por lo visto, no había acudido a leer
más. Lo cierto es que aquel chico había provocado en Toni
curiosidad y tristeza a partes iguales. Dijo que su familia
se había marchado y se encontró allí sólo, eso debía de ser
muy triste. Pero, ¿por qué lo abandonaron?
Toni entonces pensó en lo que le había contado su madre.
Alfonso había muerto en junio de 1936 y la guerra estalló
en julio. Mamá le había contado que mucha gente había
tenido que irse a otros países huyendo de las consecuencias
de la guerra, o para salvar su vida. Quizás, la familia de
Alfonso se había encontrado en aquella tesitura. Era muy
probable que se viesen forzados a huir, y que Alfonso se
hubiese quedado allí atrapado sin saber qué había pasado
con ellos.
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–¡Alfonso! ¿Estás aquí? –Dijo Toni. No sabía muy
bien cómo se llamaba a un fantasma. Pero suponía
que por su nombre, como con todo el mundo, pero
no obtuvo respuesta.
Toni no pudo evitar dar un salto del susto. Si cada vez que
Alfonso aparecía tenía que ser de aquella forma, al final
temía que su corazón se parase de puro pánico.
–¡Alberto! ¡Toni!
Alfonso se esfumó.
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CAPÍTULO VIII
Búsqueda internacional
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– ¿Alguien ha pensado en cómo podemos ayudar a
Alfonso? –Dijo al fin Toni.
–Yo he estado dándole vueltas, pero no sé muy bien
cómo hacerlo. Pienso que su familia debe haber
dejado algún rastro en los sitios donde haya vivido.
–Aportó Marta.
–Es cierto que todo esto antes era una finca llamada
“Los Cerezos”. La constructora lo compró y el
ayuntamiento lo declaró zona urbanizable. Estaba
todo en ruinas y los campos abandonados.
Supongo que esa pobre gente tuvo que dejar sus
viviendas buscando una vida más tranquila y
mejor. Fueron tiempos muy complicados. Tengo
entendido que mucha gente de la zona emigró a
Francia. Es posible que todavía estén por allí.
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Justo acababa de decir eso Alberto, cuando la madre de
Toni se les acercó:
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Luís levantó la vista en la estantería y alargó los brazos,
para bajar una caja de cartón, con un palmo de polvo y, a su
vez, llena de carpetas de cartón viejo.
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en la cabeza.
–Vamos a ver, por lo que yo intuyo, este tal Lucia-
no, por su nombre y sus apellidos, era de padre
español y madre francesa. Es muy probable que
parte de su familia todavía esté en Francia.
Podría haber venido a España por muchos motivos,
por amor, por haber heredado la famosa
finca Los Cerezos de su parte española… ¡Buf! La
gente se desplaza de aquí para allá por infinidad
de razones. Ahora, eso sí, no veo razón de más peso
para volver a Francia que huir de una guerra. Ahí sí
que te aseguro yo, que ni finca ni nada, me pasa a
mí, y me faltan piernas para correr.
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Toni pensó que lo más práctico era, sencillamente, pregun-
társelo a Alfonso. Seguro que recordaría los años que tenía
su hermanita.
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Los chicos salieron del registro, dejando atrás a Luís que se
quedó devolviendo las carpetas a su sitio.
Mientras salían, Alberto preguntó a Toni:
Estela dijo:
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CAPÍTULO IX
El que busca, encuentra
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–No son cambios buenos, Toni; deshacerte así de la
gente que te estorba no está bien. Y la odio, cada
día la odio más.
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–Sí, en realidad hay algo que nos gustaría decir.
Toni… díselo ya, ¡venga!
Toni había estado con Alfonso esa misma mañana, así que
sabía que no andaría muy lejos. El niño empezó a llamarle:
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–No me quites los cómics, Toni.
Alberto intervino:
Toni, le dijo:
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Los dos chicos asintieron. Patricia dijo:
–¿Puedo ir yo también?
–Claro cariño, iremos y te compraremos un bonito
libro. ¿Os parece que ahora comamos? ¿Tenéis
hambre?
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CAPÍTULO X
Famílias perdidas
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Subieron todos al coche y llegaron a casa de Alberto en si-
lencio. Su madre estaba esperándoles en la entrada, dentro
del coche.
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Alberto subió al coche con su madre, y ésta, arrancó y salió
derrapando a toda velocidad.
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–Bueno, vamos allá, chicos. –Dijo la madre de
Toni.
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La niña asintió con los ojos brillantes de la emoción.
Cuando llegaron a la sala que les había indicado María, se
encontraron ante sí a un hombre que, a pesar de su edad,
imponía por su físico. Contaba con un frondoso cabello
cano y unos profundos ojos verdes. Sus manos eran gran-
des, al igual que su estatura y su cuadrado mentón. Estaba
colocando sillas alrededor de una mesa; la mesa en la que
se suponía, se tenía que presentar un determinado libro.
La madre de Toni se dirigió hacia él, aunque el paso de la
mujer era algo dubitativo. Por su mente pasaban a toda pri-
sa un montón de palabras que no lograba ordenar de forma
lógica. Casi sin quererlo, empezaron a salir de su boca:
La niña rio.
A parte de todo eso, existía otra cosa que Toni quería en-
señarle a Alfonso; se había traído la tablet de casa para en-
señarle, nada más y nada menos, que una película de Spi-
derman.
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“¡Alberto! ¿Qué habrá pasado?” Pensó…
Su madre sentía, igual que él, que las cosas iban a cambiar,
y accedió.
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CAPÍTULO XI
Despedidas y comienzos
De pronto aire frio, muy frio… Toni pensó que Alfonso es-
taba realmente enfadado.
Y se marchó.
Nada.
Siguieron las rogativas de Marta y Estela. Al final Alfonso
apareció.
No hubo frio esta vez. Apareció de una forma rápida y sin
espectáculos. Sólo se sentó en el centro de los chicos, y
con las manos apoyadas en la cara en señal de aburrimiento
dijo:
–¿Qué queréis?
–Chico, ¡qué entusiasmo! –Le reprochó Toni–.
¿Tanto te molestamos? No creo que tengas muchas
cosas que hacer…
–He oído lo que le ha pasado a Alberto. Me ha he-
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cho sentir muy triste. –Le contestó Alfonso–. Lo
ha abandonado su madre, igual que me abandona-
ron a mí.
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–¡Chicos! Han venido a buscaros. ¡Venga!
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CAPÍTULO XII
Todos somos niños
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–Y ya le dije que yo era un hombre de palabra. ¿Le
viene bien que les visitemos mañana hacia las 11?
Mi madre insiste en ir a verles lo antes posible.
Realmente me parece increíble que esta historia
haya despertado tanto su interés.
–A mí no me sorprende tanto Leonardo, la guerra
dejó grandes heridas abiertas, que sólo el que las
tiene lo comprende.
–Sí, supongo que tiene razón; para mí han sido sólo
historias, como cuentos que he escuchado desde
pequeño. Pues bueno, no la molesto más, siga
escribiendo que necesito que haga pronto la
presentación. Sus lectores empiezan a preguntar
por usted.
–Gracias, nos vemos mañana.
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De fondo oyeron el coche del padre de Toni. Llegaba del
trabajo y las perras lo recibieron de forma efusiva. Esa no-
che cenarían barbacoa, las vacaciones de su padre se acer-
caban y había que celebrarlo.
–¡Abre! –Gritó.
–¡Voy!
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La madre de Toni les llamó:
Una señora mayor, pero con muy buen aspecto bajó del
coche, acompañada por una mujer más joven, vestida de
forma muy elegante, y por Leonardo. Se dirigieron hacia la
madre de Toni:
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–Encantada de conocerla. –Nathalie todavía
hablaba con el acento francés más marcado.
–Bueno, pues estos son mis hijos, Toni y Patricia, y
un amigo de la familia, Alberto. Ellos son los que
entraron en contacto con Alfonso. Lo siento,
estoy algo nerviosa, no sé muy bien cómo
encarar todo esto. Créanme que no soy una
persona crédula para nada, ni hubiese creído el
relato de los chicos, a no ser que… –La madre de
Toni no acabó la frase, Carmen la acabó por ella.
–A no ser que usted misma, con sus propios ojos
hubiese visto a mi hermano. –Toni vio como los
ojos de la anciana brillaban y denotaban tristeza–.
¿Sería mucho pedir tomar un café y hablar
tranquilamente? Necesito contarle algunas cosas.
– Dijo la señora.
–¡Oh! ¡Claro! Perdonen mi torpeza… –Dijo la
madre de Toni–.Vamos dentro de la casa, estaremos
más cómodos.
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–Ejem… Entiendo. Supongo que la guerra quiso
borrar realmente nuestra historia. Mi padre era,
digamos… Políticamente activo, y no muy bien
visto en algunos círculos, y en los círculos en los
que era bien visto, no les gustó que se fuera. En
fin… Supongo que tendremos que ir al grano.
–Hola hermanito.
FIN
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ÍNDICE
II EL BOLA............................................................ 18
IV LA ACAMPADA................................................ 40