Auerbach - Sobre Maquiavelo

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Sobre Maquiavelo

E l principe de Maquiavelo es una de esas obras antiguas que


han recuperado su vigor y despiertan amplio interés a la luz de
los acontecimientos de los últimos años.
Cuando nos encontramos con ideas como: “El mejor modo
de conquistar un país es hacerse llamar por los insatisfechos
como salvador”17 o: “a los hombres se les ha de mimar o aplas­
tar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves
no pueden: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por
tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza”18 nos

17 Esta frase no se corresponde con ninguna cita de El príncipe. Pero el


principio se reitera varias veces en el texto italiano, por ejemplo en
el siguiente pasaje (cap. Ill: “De principatibus mixds”): “Debbe anco­
ra chi è in una provincia disforme come è detto, farsi capo e defensore
de’ vicini minori potenti [...]. E sempre interverrá che vi sara messo
da coloro che saranno in quella malcontenti [...] per paura” (Niccoló
Machiavelli, Tutte le opere storicbe e letterarie, ed. de G. Mazzoni y M.
Casella, Florencia, Barbera, 1929, p. 7) [trad, esp.: “Quien, como se
ha dicho, se encuentra en un país diferente debe además convertir­
se en jefe y defensor de los vecinos menos poderosos, [...] pues ocu­
rrirá siempre que lo llamarán aquellos que están descontentos [...]
por miedo.” (Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, trad, de Miguel Ángel
Granada, Buenos Aires, Alianza, 1997, p. 38)]. [Nota del editor]
18 Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 37. El original italiano dice: “li
uomini si debbono o vezzeggiare o spegnere; perché si vendicano

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vienen a la mente ciertos tramos de la historia contemporánea


y no podemos dejar de admirar a Maquiavelo por la poten­
cia, la honestidad y la destreza con las que formula sus ideas.
Maquiavelo escribió su libro en el año 1513, mientras se hallaba
en una situación bastante difícil. Cuando los Medici volvieron
al poder, Maquiavelo fue destituido de su cargo de “secretario”
[del Consejo de los Diez], un puesto bastante importante en la
República de Florencia, y separado de los asuntos del Estado,
y se retiró a su pequeña finca en los alrededores de la ciudad,
donde llevó una vida muy humilde, lleno de preocupaciones
e impaciencia. Escribió esta pequeña obra con una ambición
que le dominaba el alma y, puesto que era un político, con el
propósito de ser útil a los nuevos señores de Florencia y volver a
intervenir en política. Permítanme anticiparles que no lo logró.
Ya por haberse mostrado dispuesto a cambiar de bando perdió
la confianza de sus amigos y murió sin haber podido conseguir
un nuevo puesto.
Sin embargo, sería incorrecto leer El príncipe como la mera
obra de un sicofante que se esfuerza ambiciosamente por con­
seguir un puesto. Maquiavelo era un hombre de grandes ideas
y una potente imaginación. La actitud oportunista que adoptó
frente a los Medici fue el método que le pareció más adecuado,
dadas las circunstancias, para poner en práctica su gran idea
largamente acariciada, un ideal. Este ideal consistía en volver a

delle leggieri offese, delle gravi non possono; sí che l’offesa che
si fa all’uomo debbe essere in modo che la non tema la vendetta.”
(Machiavelli, Tutte le opere storiche e letterarie, op. cit., p. 7). [Nota del
editor]
[El editor opta por la siguiente traducción al alemán: Niccoló
Machiavelli, Der Fürst und kleinere Schriften, trad, de Ernst Merian-
Genast, Berlín, Hobbing, 1923. -N. de la T.]

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SOBRE MAQUIAVELO

unir a la Italia subdividida en pequeños estados, desmembra­


da, que había olvidado su sentimiento de unidad nacional y
se hallaba en parte bajo el dominio extranjero; en expulsar a
los españoles y franceses, quebrar la influencia del papado y re­
cuperar, en general, la antigua grandeza de Roma. Maquiavelo
había llegado a la conclusión de que un asunto de tanta enver­
gadura era algo que sólo podía conseguir con poder y astucia
un hombre capaz de asumir todos los riesgos y exento de todo
escrúpulo de la moral y la conciencia. Maquiavelo, que sentía
una gran admiración por el terrible César Borgia, atribuía el
fracaso de su política de traiciones y crueldades exclusivamen­
te a la infeliz coincidencia de condiciones extraordinariamente
desfavorables. El autor esperaba que la dedicatoria de su obra a
un joven Medici acicateara en él la ambición de convertirse en
el salvador de Italia sirviéndose de esos métodos.
Con ese propósito y en esas circunstancias Maquiavelo, que
en realidad aborrecía el despotismo, que se sentía cerca del pue­
blo y amaba la libertad por sobre todas las cosas, redactó este
libro de técnica política que debía guiar a un joven príncipe
hasta sus conquistas. Aquí expuso por primera vez y en forma
muy precisa el principio de la “razón de Estado” que debía estar
por encima de todas las consideraciones morales y religiosas.
Por su educación y evolución Maquiavelo era en principio
un “humanista” Tenía fundamentalmente un gran interés por
los temas históricos y sentía una admiración ilimitada por la
Antigüedad redescubierta y en especial por la historia de Roma.
Creía, con un entusiasmo que hoy nos parece algo ingenuo,
en todas las historias legendarias relatadas por Tito Livio, que
ponía por las nubes la “virtud” de la antigua República romana; y
sufría y se avergonzaba cuando comparaba aquel antiguo estado
de las cosas con la decadencia política de la Italia de su tiempo.

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LA CULTURA COMO POLÍTICA

Pero la “virtud” que Maquiavelo encontraba en la historia


antigua no tenía nada en común con, digamos, el cristianismo
y la moral. Porque esa “virtud” de carácter político no era otra
cosa que la “vitalidad” que ponía de pie a los hombres y a los
pueblos y les permitía dominar a otros. Maquiavelo amaba y
admiraba la libertad de la República romana y deseaba que los
hombres fueran libres, pero estaba convencido de que para ob­
tener y después conservar esa libertad era ineludible la lucha. Y
por encima de todo amaba a los fuertes, a los que sabían hacer
uso de su fuerza física.
La idea del Estado que tenían el cristianismo y la Edad
Media -que la tarea que le corresponde al Estado es la de prepa­
rar a la sociedad humana para la salvación en el próximo mun­
d o- le era totalmente ajena. Según Maquiavelo, el Estado no
estaba obligado a servir a la religión. Al contrario, la religión
(cualquier religión) era valiosa en la medida en que ayudara a
asegurar el orden estatal.
No debemos olvidar que Maquiavelo era un italiano -y
especialmente un florentino- del siglo xvi. Hay un realismo
propio de los florentinos que conjuga la astucia y la amabili­
dad, la generosidad y la indiferencia respecto de los principios
morales, el pensamiento práctico y lo artístico. Vemos que
estas características echaron profúndas raíces en la psique de
Maquiavelo. A los “humanistas” que le precedieron la historia
antigua les había servido para poder pronunciar discursos de
retórica atractiva. Pero Maquiavelo se inspiró en esta fuente
para esbozar métodos prácticos aplicables a la política contem­
poránea. Porque creía que la naturaleza de los seres humanos es
inmodificable y que tienen las mismas características en todas
partes, estaba convencido de que se podía tomar a los antiguos
como modelo en cualquier aspecto, y sobre todo en la política.

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SOBRE MAQUIAVELO

Y utilizaba ejemplos que encontraba en la crónica de Tito Livio


para comprender, criticar o aprobar el modo de actuar de sus
contemporáneos. Maquiavelo, que buscaba un método para
reformar a una Italia que estaba dividida políticamente, desor­
ganizada militarmente y envilecida moralmente, había llegado
a la conclusión de que sólo la “virtud” creativa de un gran hom­
bre podía recuperar la grandeza de la antigua Roma. Por eso el
hombre que en los Discorsi sobre Tito Livio había expresado su
admiración por la libertad, en El príncipe le indica el camino a
un dictador ficticio, ideal.
Desde el siglo xiv la política italiana estaba marcada por la
traición y había asumido formas descontroladas, en especial en
los Estados pequeños: lo único que se veía por todas partes era
deslealtad y muerte. Al recomendar abiertamente al príncipe
recurrir a esos medios inmorales de ser necesario, Maquiavelo
en el fondo transformó esos recursos, empleados por todos para
fines personales y especiales, en una teoría para alcanzar una
gran meta, una meta nacional.
Según Maquiavelo, para el gobernante es imposible man­
tenerse virtuoso y ser siempre absolutamente fiel a sus propias
palabras en un mundo malo, porque corre el riesgo de fracasar
en todas sus empresas. Tiene que ser más astuto y enérgico que
sus enemigos. Cuando se trata de la seguridad del Estado, el
gobernante no puede ponerse a pensar si una acción es correcta
o incorrecta, justa o desleal, honrada o deshonrosa; sólo puede
tomar, sin contemplaciones, la decisión que asegure la subsis­
tencia y la libertad del Estado.
Permítanme agregar, a todo lo que ya hemos dicho, que
Maquiavelo era un buen escritor y un hombre creativo. Sus
ideas y el placer que le produce exponerlas de un modo agrada­
ble y fluido le dan alas. Si no hubiera sido más que un político,

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LA CULTURA COMO POLITICA

no habría expuesto tan francamente los principios que quería


llevar a la práctica. Si no se hubiera dejado arrastrar por el fuego
de su imaginación, no habría expresado a veces ideas contra­
puestas. (Aunque hay que decir que esa contradicción se da más
bien en la forma, no en la realidad.) Maquiavelo con frecuencia
simplifica y exagera el carácter de los procesos.
No obstante, esa mezcla singular de pesimismo y amor a
la libertad que vive en su alma dio a luz a una obra abierta al
rechazo y a la calumnia, pero a la vez fuerte y sumamente origi­
nal. Los teóricos del absolutismo que le siguieron hicieron suya
en general su “razón de Estado” pero consideraron necesario
conferirle una envoltura moral. Entre ellos Maquiavelo tenía
muy mala fama; la expresión “maquiavelismo” se convirtió en
sinónimo de una política diabólica. Pero sin duda la mayoría de
sus adversarios no eran idealistas tan honestos como él, y menos
aún tenían su estatura artística.

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