02 - Habilidades Que Facilitan El Lenguaje Escrito
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MÓDULO 2
Siguiendo esta lógica, y en primer lugar, lo que hacemos al leer una palabra es
tomar conciencia que el lenguaje escrito tiene una correspondencia con el
lenguaje oral, es decir, cada uno de los símbolos escritos (las letras) tienen una
representación sónica. Complementariamente, un alumno toma conciencia que
un sonido (fonema) tiene una representación gráfica (grafema). Y esto ocurre en
nuestro idioma con más facilidad que en otros. Por este motivo, los procesos de
adquisición de la lectoescritura tienen características idiosincrásicas
relacionadas con el idioma, especialmente en los primeros momentos del
aprendizaje de la lectura, esto es, relacionado con los procesos léxicos. En este
sentido, la principal característica del idioma en su influencia con el aprendizaje
y la enseñanza del lenguaje escrito es su transparencia (u opacidad). Es decir,
transparencia en cuanto al establecimiento de reglas estables entre un fonema
y un grafema.
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Y en tercer lugar, una vez que el alumno ha asignado las reglas correspondientes
para transformar los grafemas en fonemas debe recodificar o integrar esta
asociación grafema fonema. Por ejemplo, ante la palabra “pato” el alumno lee
/p/- /a/- /t/ -/o/, pero una verdadera comprensión no puede darse hasta que la
atomización del proceso de decodificación, que tiene su proyección en la
representación fonémica, no se integra como unidad léxica, uniendo los fonemas
para formar una palabra. Es un momento mágico también, cuando el alumno
reflexiona y dice: “¡Ah!, lo que dice es /pato/”.
Por tanto, además del conocimiento del sonido de las letras, el alumnado que se
inicia en el aprendizaje de la lectura y la escritura debe tener adecuadamente
desarrollado estos tres aspectos: la conciencia fonológica, las habilidades
cognitivas y las habilidades lingüísticas.
1. LA CONCIENCIA FONOLÓGICA
Han sido numerosos los investigadores educativos de las últimas décadas que han
dedicado gran parte de sus esfuerzos a estudiar la relación entre la conciencia
fonológica y el aprendizaje de la lectoescritura. Existe una gran coincidencia en
destacar la importancia de dicho conocimiento, ya que el dominio de los procesos
de lectura y escritura comienza aprendiendo las correspondencias entre los
sonidos del lenguaje oral (fonemas) y las letras que los representan (grafemas).
Las investigaciones a las que aludiremos a lo largo de este apartado demuestran
la importancia de la conciencia fonológica a la hora de iniciar el aprendizaje de la
lectoescritura, puesto que un niño que posea tal conocimiento puede captar que la
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Desde nuestro punto de vista, la primera forma de dividir una palabra es por medio
de sílabas, y estas unidades lingüísticas pueden percibirse prácticamente sin
entrenamiento previo. La conciencia silábica se aprende de forma bastante natural,
puesto que desde los tres o cuatro años los alumnos toman conciencia de estas
unidades mediante el uso del lenguaje espontáneo, y a través de canciones y
retahílas. En general, observamos que a los cinco años los niños no tienen grandes
dificultades en identificar o segmentar palabras en sílabas, mientras que sí tienen
dificultades en identificar o segmentar palabras en fonemas. A esta forma de
conciencia fonológica, la denominamos conciencia fonémica y es producto de la
enseñanza explícita, o se adquiere cuando el alumno entra en contacto con el
aprendizaje de la lectura y escritura en un sistema alfabético como el del idioma
español.
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Otro nivel de conciencia fonológica fue el introducido por Treiman (1991), quien
añade la “conciencia intrasilábica” a la anterior clasificación, considerándola como
la habilidad para segmentar las sílabas en sus componentes intrasilábicos de
principio y rima. El principio, también denominado onset, es una parte integrante
de la sílaba constituida por la consonante, o bloque de consonantes iniciales (fl/ en
flor). La otra parte de la sílaba es la rima, la última parte de la palabra, formada por
la vocal y consonantes siguientes (/or/ en flor).
Rueda (1995), una vez que analiza las discrepancias conceptuales existentes entre
los distintos investigadores, admite que la conciencia fonológica no es una entidad
homogénea, sino que se dan diferentes niveles, admitiendo distintos componentes
de la conciencia fonológica, entre los que se encuentran la sensibilidad a la rima y
aliteración, la conciencia silábica, el intrasilábico y el conocimiento segmental.
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conciencia y manipular los elementos más simples del lenguaje oral como son
las sílabas y los fonemas. Cuando dicho conocimiento se refiera al nivel de
sílabas lo denominaremos conciencia silábica, mientras que denominaremos
conciencia fonémica cuando dicho conocimiento se refiera exclusivamente a los
fonemas. Sin embargo, también podemos hablar de conciencia fonológica
cuando nos referimos a las palabras. En este caso hablamos de conocimiento
léxico, pero contrariamente a lo que pueda suponerse, es más difícil que el
alumno tome conciencia y manipule los elementos léxicos en las frases que las
sílabas. Esta afirmación tiene una consecuencia práctica muy importante de cara
a la intervención: que los programas para trabajar secuencialmente la conciencia
fonológica no pueden comenzar por el entrenamiento en conocimiento léxico,
sino que debemos dejar este tipo de conocimiento metalingüístico para
posteriores etapas en las que el alumno requiera escribir frases. De hecho,
aquellos niños que tienen dificultades en tomar conciencia de la palabra,
considerada como una unidad fonológica que expresa un concepto, tienen
también dificultades en separarlas correctamente en las frases y cometen
errores de unión-separación indebida; es decir, error de fragmentación de
palabras.
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en las tareas que miden conciencia fonológica. Estas tareas son, de menor a mayor
dificultad, las siguientes: recordar rimas familiares, reconocer y clasificar patrones
de rimas y aliteración en palabras, recomposición de sílabas en palabras, separar
sílabas en palabras, segmentar palabras en fonemas y añadir, omitir o invertir
fonemas y producir la palabra o pseudopalabra resultante.
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siendo precisa una instrucción específica para que los niños lo adquieran, ya que
no surge espontáneamente.
Una propuesta similar es aportada por Rueda (1995), quien distingue cuatro
niveles de conciencia fonológica. Enumerados de menor a mayor dificultad,
señala los siguientes:
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Por su parte Jiménez y Ortiz (1995), aportan una síntesis de cómo se desarrolla
la conciencia fonológica. Según estos autores, la primera explicación considera
que la conciencia fonológica es parte integral del proceso de la adquisición del
lenguaje oral, y se desarrolla al mismo tiempo que éste. Los partidarios de esta
explicación (Clark y Andersen, 1979; Marshall y Morton, 1978), se basan en la
existencia de los mecanismos de detección de errores que controlan los
resultados del habla a edades tempranas. Creen que, para detectar y corregir
los errores, hay que reflexionar sobre el lenguaje. E insisten en que esta
conciencia juega un papel importante en el desarrollo del lenguaje.
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Por su parte, los investigadores españoles han demostrado un gran interés por
el estudio y análisis de la conciencia fonológica en los niños de lengua castellana.
Podemos destacar los trabajos de realizados en diversas universidades. En la
Universidad Autónoma de Madrid, Sebastián y Maldonado, afirman que existe
una relación estrecha entre la conciencia que el niño tiene de las unidades del
habla (palabras, sílabas, fonos) y su rendimiento en lectura. En un primer trabajo
(1984), comprobaron la existencia de correlación significativa entre el análisis
segmental del habla y el rendimiento en lectura (r = 0,67; p<0,001). Asimismo,
verifican que, previa a la estrategia silábica, el alumno, utiliza una estrategia
vocálica (/pescado/ y /dormido/ se parecen al final en /o/). Esta estrategia
vocálica sería el punto de partida en la segmentación de sílabas y fonemas.
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una media y una mediana inferiores a los lectores jóvenes de 1º. Es decir, que
las habilidades de reflexión sobre el habla son un prerrequisito de la lectura;
porque, ante igual edad lectora, la diferencia está en su habilidad de manipular
segmentos del habla. Años más tarde, Calero, Pérez, Maldonado y Sebastián
(1991) desarrollaron un proyecto de investigación para evaluar el efecto de un
programa de entrenamiento en habilidades de segmentación. Los resultados
demuestran que los grupos experimentales obtienen resultados superiores en
tareas de comparación y omisión de sílabas y de comparación, omisión e
inversión de fonemas. En general, los autores afirman que el trabajo desarrollado
durante un curso escolar, sobre la base del programa de 100 ejercicios, ha
generado un mejor nivel de conciencia fonológica en los grupos experimentales.
Por su parte, Domínguez (1992) examina el papel que juegan las habilidades de
análisis fonológico en el aprendizaje de la lectura y diferentes actividades que
pueden ser utilizadas para la enseñanza de estas habilidades. Construye tres
programas: 1) Programa de identificación de fonemas, 2) Programa de omisión
de fonemas, y 3) Programa de rima. Realiza un estudio longitudinal en el que 48
niños pre-lectores reciben sesiones diarias durante 10 semanas. Los resultados
le permiten afirmar que, primero, es posible desarrollar habilidades
metalingüísticas en niños pre-lectores y; segundo, que tales habilidades parecen
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Por otro lado, Mann (1986) demostró que los niños japoneses de primer grado
que aprenden a leer en un silabario no tienen conciencia fonémica. Pero sí la
tienen cuando llegan a cuarto grado, a pesar de que en este período de tiempo
tampoco han recibido instrucción lectora en un sistema alfabético. Por ello,
concluye que la adquisición de la conciencia fonémica no depende
exclusivamente de la instrucción en un sistema alfabético, ya que también puede
desarrollarse a partir de la instrucción en un silabario. Lo que ocurre es que en
este caso la adquisición de conciencia fonémica requiere más tiempo.
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Por tanto, tomando como base los resultados obtenidos por las investigaciones
expuestas, podemos concluir que en los sistemas en los que hay una relación
entre segmentos del habla y segmentos escritos se facilita la conciencia
fonológica. Es decir, la relación entre la conciencia fonológica y el aprendizaje
de la lectura es aparentemente circular: para aprender a leer en un sistema
alfabético hay que ser capaz de manipular segmentos fonémicos de la lengua, y
para manipular los segmentos fonémicos de la lengua hay que aprender a leer
en un sistema alfabético.
Por su parte, Goswami y Bryant (1990), afirman que antes de la lectura los niños
son conscientes de unidades intrasilábicas (onset y rimas) y, además, que esta
habilidad les permite descubrir que aquellas palabras que riman tienen un patrón
ortográfico similar. Este conocimiento les permite hacer inferencias o analogías
acerca de nuevas palabras, sobre la base de los patrones de escritura que ellos
ya conocen. Después, y al mismo tiempo que reciben una instrucción lectora
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Al finalizar la Educación Infantil la mayoría de los alumnos sabían leer palabras compuestas por vocales y las doce
consonantes que se habían presentado en clase durante el período de enseñanza.
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2. HABILIDADES COGNITIVAS
Memoria operativa
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Velocidad de denominación
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letras, números o colores), tan rápido como sea posible y se toma como
parámetro el tiempo total que se emplea para nombrarlos. Existen cada vez más
evidencias de la importancia de la velocidad de denominación en el desarrollo
lector y en el origen de las dificultades para la adquisición de la lectura.
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3. HABILIDADES LINGÜÍSTICAS
Por su parte, son numerosos y variados los estudios que relacionan las
insuficiencias en el desarrollo del lenguaje oral con las dificultades encontradas
en el lenguaje escrito. Una clasificación muy superficial entre la relación entre el
lenguaje oral y escrito nos muestra que dichos estudios se han llevado a cabo
con tres tipos de alumnos. En unos casos con alumnos disléxicos, Bravo (1985)
compara a alumnos disléxicos con lectores normales y afirma que los disléxicos
tienen una serie de aspectos lingüísticos peor desarrollados que los lectores
normales, tales como la memoria verbal inmediata, la velocidad en la nominación
de objetos, la evocación de información mediante claves verbales y el
procesamiento auditivo-fonológico. De ahí que hayamos denominado teoría del
déficit verbal a la explicación de las dificultades lectoescritoras de numerosos
alumnos cuando se pone el acento en un déficit lingüístico. En otros con alumnos
de ambientes socioeconómico bajo (Bravo, 1999). Este investigador defiende la
relevancia del lenguaje oral (vocabulario, configuración sintáctica de las
oraciones y la articulación de palabras) en el desarrollo del lenguaje escrito, al
afirmar que los niños procedentes de ambientes socioeconómicos bajos han
requerido un reaprendizaje previo del lenguaje oral para facilitar el
reconocimiento de los fonemas. Y otros estudios se realizan con retrasados
lectores, como el trabajo de Bryant y Bradley (1998) quienes se preguntan si en
los lectores retrasados realmente existe un déficit y afirman que, una vez
abandonado la defensa del “déficit perceptivo visual”, la teoría del déficit
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del déficit verbal fuera correcta, dicho déficit debería existir antes de que
comenzaran las dificultades y, por tanto, antes de que el niño comience a leer.
No obstante, los resultados contradicen la teoría del déficit verbal. Estos autores
estudiaron a un grupo de alumnos de cuatro años y medio y les aplicaron la
Escala de Inteligencia para Preescolar y Primaria de Wechsler (WPPSI).
Después, volvieron a evaluarlos cuatro años más tarde, pero en este caso
utilizaron la Escala de Inteligencia de Wechsler para niños (WISC). Los
resultados mostraron que, en la segunda aplicación, cuando los niños tenían
ocho años, las pruebas verbales tenían más relación con las dificultades de
lectura que las no verbales. Sin embargo, también encontraron en las
puntuaciones de inteligencia en la primera evaluación que la relación entre los
aspectos verbales y no-verbales con el éxito posterior en lectura era la misma.
Es decir, los niños con retraso lector no realizaron especialmente mal las pruebas
verbales; por el contrario, su posterior déficit verbal se produjo después de
comenzar a leer y no antes. Este interesante trabajo de Bishop y Butterworth
demuestra que la relación entre dos fenómenos no basta para establecer la
causalidad de uno sobre otro. La alternativa posible es que ambos fenómenos
(A y B) pudieran estar determinados por otro factor o factores desconocidos, en
cuyo caso ni A ni B serían causa uno de otro, sino que ambos podrían estar
relacionados e incluso depender de otra variable (C).
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esta conexión. De ahí, que su lenta producción de palabras les impida aprender
a leer. La idea parece coherente, pero también podríamos pensar que la
diferencia encontrada entre la rapidez de denominación podría devenir de los
distintos niveles de lectura, siendo esta la causa y no la consecuencia. Así pues,
¿podríamos pensar que los alumnos con mejor nivel de lectura pueden pensar
con mayor rapidez en las palabras que los retrasados?
Los resultados de Bradley y Bryant (1985) tratan este mismo hecho al examinar
a 368 niños durante cuatro años, desde que tenían cuatro o cinco años y no
sabían leer hasta los ocho o nueve años de edad. Una de las pruebas que
aplicaron fue una medida de memoria de palabras. Los resultados demuestran
que la memoria de palabras, evaluada a los niños en el primer momento, no
predice el nivel de lectura algún tiempo después. Por el contrario, el nivel de
lectura de los niños tomadas a los siete años sí pudo predecir el nivel de memoria
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cuando estos niños tuvieron ocho o nueve años. En opinión de Bradley y Bryant,
la investigación demuestra que es mucho más probable que la lectura sea causa
de la memoria y no a la inversa.
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Por otro lado, al trabajar con palabras bisílabas y trisílabas no se requiere de una
gran capacidad de memoria operativa para la recodificación, pero está claro que
aquellos alumnos que más han automatizado los procesos de decodificación,
más facilidad tendrá para recodificar y acceder al significado.
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Resulta muy fácil para un niño de tres años decir el nombre de objetos conocidos
de una lámina. Por el contrario, el hecho de reconocer o evocar el sonido de una
letra implica poner en juego un proceso de nominación específica con ausencia
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