El Enemigo Interior
El Enemigo Interior
El Enemigo Interior
Desde el comienzo, Juan tuvo la sensación de estar luchando sólo...; la impresión de ser un
francotirador solitario y la situación en la que cual se encontraba ahora le daba la razón, pues
no veía a nadie por los alrededores (ahora que lo pensaba, desde el comienzo de la batalla no
recordaba haber visto a nadie y si retrocedía aún más en el tiempo nada se presentaba a su
mente, sólo vacío). Sentía lo inútil de la lucha, perdida casi desde el comienzo; sus fuerzas
desfallecían, esporádicamente el vértigo lo envolvía haciendo que todo girara a su alrededor;
como si sucediera en un calidoscopio, las imágenes se repetían desenfocadas, distorsionadas,
aplastadas y estiradas como por la acción de una fuerza gigantesca.
Perdida la noción del tiempo, no sabía exactamente cuanto llevaba así tumbado,
semienterrado de espaldas en un mullido manto que formaba pliegues a su alrededor y que lo
ocultaba perfectamente del enemigo en esa especie de semipenumbra permanente en que se
había convertido el tiempo. Desde el último ataque (en el que estaba seguro habían empleado
bombas incendiarias), sentía un calor abrasador y la sed comenzaba a torturarlo, pero no
quería moverse para alcanzar su cantimplora por temor a ser descubierto. Desde la posición en
la que se encontraba no lograba divisar nada al otro lado del reborde donde apoyaba su
cabeza, por lo tanto sólo interpretaba lo que ocurría a su alrededor por los sonidos que le
llegaban, distorsionados, provenientes de lugares inciertos, pues no lograba adivinar su
procedencia.
Sufrió un ataque de pánico al salir de su ensimismamiento, allí muy cerca suyo una
aparición salida de la nada le hablaba en un idioma que él no comprendía, gesticulando con
movimientos irreales. Su voz parecía salida de un largo túnel, como si estuviera muy lejana.
Las manos de mujer (así lo creía él), se acercaron hasta tocarle el rostro y al contacto su
cuerpo se estremeció aún más; las manos (las de ella), le parecieron húmedas y frías-como las
de un muerto- pensó, luego unos labios le aletearon en la mejilla y con demorados
movimientos se escurrieron de su visual, como en un sueño. Tuvo un vahído y el vértigo lo
envolvió, sintió que el suelo cedía bajo su cuerpo y que lentamente era engullido por unas
enormes fauces; en su debilidad se aferró como pudo a la seguridad que le ofrecía el entorno
al que ya se había habituado. Poco a poco fue saliendo del angustioso trance; ahora una suave
música llegaba hasta sus oídos, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo todo le parecía
ajeno y circunstancial. Entorno los ojos y se quedó dormido…en su cama…la fiebre había
cedido, los antibióticos habían triunfado en su lucha invisible…