Berenstein - Cap.4-Lo Representable (Devenir Otro Con Otros)
Berenstein - Cap.4-Lo Representable (Devenir Otro Con Otros)
Berenstein - Cap.4-Lo Representable (Devenir Otro Con Otros)
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CAPÍTULO 4
LO REPRESENTABLE, LO IRREPRESENTABLE
Y LA PRESENTACIÓN1
1. INTRODUCCIÓN
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nes positivas. El dominio de la representación hace que sólo lo
relacionado con ella pueda ser atravesado por la palabra, y los otros
estados mentales que ella no cubre se refieren como negatividad,
como si fuera una estación intermedia de una positividad
incompleta. Quizá sea consecuencia de un pensamiento basado en la
semejanza y reñido con lo ajeno el hecho de que éste carezca de
términos propios y se lo nombre como una falta, una incompletud.
La mente incluye lo positivo y lo negativo y quizá esta última opere
en momentos previos a la institución de la palabra y del lenguaje
hablado, lo que se vincula a su relación con la representación.
2. ACERCA DE LA REPRESENTACIÓN
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co adquiere capacidad para representarse después de tener un registro
como inscripción, lo cual supone la ausencia del otro que junto con el yo
produjo las marcas, cuyo trabajo de representación las presupone y hace al
psiquismo inconsciente. Estas inscripciones inconscientes tienen una
fuerte referencia a la historia del sujeto y al pasado infantil.
Green (1993) distingue entre el representante psíquico de la
pulsión, correspondiente a aquellas excitaciones del interior del
cuerpo que llegan al psiquismo, “delegación no figurable”, y la
representación de objeto o de cosa como aquélla derivada de la
percepción, y considera la conjunción de ambas como la
Vorstellung-Repräsentanz. Gomel (1999) enfatiza que la Vorstellung
se refiere a la inscripción de un objeto pulsional y a través de ella
encuentra la representación. Se hace posible reencontrarlo porque
se trata de un objeto perdido que la representación conserva como
una suerte de inscripción asociada a una investidura y tratará de
hacer presente en ciertas circunstancias, cuando se pone en juego el
juicio de existencia y el juicio de atribución (Freud, 1925a).
Mediante una cadena asociativa tratará de evocar, de hacer
figurable aquello originalmente representado a la manera de una
fantasía. Porque del otro habrá que considerar también lo que aún
no ha sido representado, que se le presenta y trata de tener una
inscripción. Ése es el lugar de la impugnación de la fantasía, propia
del juicio de presencia (capítulo 3, parágrafo 1). Reina cierta
ambigüedad entre lo encontrado y lo reencontrado o entre lo que se
presenta y lo que la representación representa, es decir, vuelve a
hacer presente en imagen a partir de signos inscriptos de la cosa
asociados a la actividad corporal ligada a ella. No podría hacerlo de
otra manera, porque la experiencia inicial es pasada. La
representación es resultado del registro ocurrido en ese pasado y,
aunque perdido como experiencia, persiste como inscripción luego
re-trabajada y elaborada.
En el campo de la práctica histórica, representación es la imagen
instituida de sí mismo realizada por un conjunto social (Campano y
Lewkowicz, 1998: 58). Se puede aplicar esta definición a lo vincular
en el sentido de cómo se inscribe y elabora la ubicación y la
pertenencia inconsciente de los sujetos del conjunto, suerte de
creación más aproximada o alejada de la realidad social y/o
vincular. Un obstáculo con el que nos en
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frentamos quienes nos ocupamos psicoanalíticamente de los
vínculos -que, como la familia y la pareja matrimonial, constituyen
un conjunto- es la hegemonía de lo individual. En dicha hegemonía
se sostiene que lo producido en el “entre-dos”, la relación, resulta de
la prolongación proyectiva de la representación individual. Pensado
desde el mundo interno como la ubicación de la relación de objeto
proyectada en la relación con el otro, implica un complejo
corrimiento y encubrimiento de “lo conjunto” por “lo individual”. Es
menester establecer la oscilación individual/vincular o sujeto del
inconsciente? sujeto del vínculo ya que la inscripción del vínculo
con el otro y la producción del sujeto del vínculo requieren la
presencia, aquello del otro no cubierto por la representación o que
excede al objeto proyectado, o, dicho en otros términos, aquello
inabordable de cada cual. Lo no representado o lo excedente
corresponde a lo que en este libro llamamos lo ajeno. Por resultar
un existente no inscripto e irrepresentable tiende a volver a ocupar
su lugar en el vínculo y obliga a un trabajo de renovada exclusión
porque le acompaña el sentimiento de que su emergencia puede
desestructurar el vínculo y al propio sujeto. Pero también lleva a
nuevas producciones simbólicas que generan una ampliación de la
relación.
Esta ajenidad ofrece uno de los diversos irrepresentables. Otro
proviene del propio cuerpo, donde la representación de la pulsión no
cubre pero puede ofrecerse para hacerlo encubridora y
sustitutivamente. Sería el territorio del más allá del principio de
placer. Otro irrepresentable es lo que llamaremos más allá del
principio de realidad, el mundo social y cultural no posible de
representar y que cuando se presenta aparece como incerteza, lo
que se suele llamar imperfectamente trauma social. Deberemos
establecer una diferencia significativa entre el trauma -social en
este caso- como exceso que barre con las posibilidades de
representación o de establecer signos de esa experiencia, y la
emergencia de una situación distinta, social en este caso, que no
puede ser aprehendida con las categorías anteriores, que está a la
espera de inscripción y despierta incertidumbre en el sujeto por no
saber ni cómo ni dónde ubicarla. No es sólo un contenido más a
pensar junto con otros, requiere una modificación en el pensar,
porque la forma anterior de hacerlo no lo abarca, en cuyo caso
produce la vivencia de no tener lugar en el espacio mental.
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La falta de una conceptualización para lo irrepresentable llevó a
suponer que todo podía ser representado y abarcado por las
inscripciones de los primeros años a través de la relación con los
objetos privilegiados que, en todas las concepciones psicoanalíticas,
son primero la madre y luego el padre, un poco más apartado en el
tiempo y en el espacio. Apartado porque, desde el punto de vista
perceptivo, el bebé no está en contacto corporal con él como lo está
con la madre, y porque estas concepciones siguieron arrastrando
hacia el plano simbólico la marca de lo biológico.
Quizá haya que distinguir lo irrepresentable de lo no posible de
representar y por lo tanto de conocer, siendo en cambio susceptible
de ser pensado desde aquello que se constituye como ausencia de
representación. Green (1977) caracteriza como alucinación negativa
la “representación de la ausencia de representación”, es decir, como
precondición de la teoría de la representación. Por mi parte digo
que lo irrepresentable es la condición de un campo mental distinto,
que supone otro origen, y abre el camino para pensar lo no
conocido, en tanto lo conocido se apoya en la representación.
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sencadenados por aquél y el registro de placer. La evocación del
objeto desencadena la memoria de los otros dos. He ahí el origen, y
los encuentros con los otros serían conocidos desde allí y remitirán
en su significado a una búsqueda de ese origen fantaseado.
La representación está estrechamente ligada a la represión
originaria que constituye lo inconsciente sobre una materia que era
en un principio tanto consciente como inconsciente, sin una barrera
de censura que la separase. Lo irrepresentable fue pensado como
efecto de una interrupción, de efracción, de ruptura en un orden
dado, efecto de un exceso respecto de lo representable, y por eso
pensado como efecto traumático. Veamos como describe Puget lo
impensable y lo impensado desde la caída de la representación:
“Lo impensable es del orden del vacío, del desecho, del agujero, de la
herida” (Kaës, 1980). Se refiere a ciertas percepciones que pueden
despertar emociones intolerables y no encuentran traducciones en
palabras. Quedan en su estado original ligadas a lo concreto, al vacío, a la
pérdida de límites y a la repetición. La producción de imágenes puede
estar interrumpida.
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cuando se dice “todos somos culpables” o “todos somos respon-
sables”, cuando sólo lo son algunas personas singulares e
identificables. La idea de un exceso secundario respecto de uno
primario constitutivo del humano incluye frecuentemente un
intento de unicidad y cierta banalización de la violencia. Toda
concepción de lo único en el lugar de lo diverso sustrae una cuota no
poco importante de significatividad. Quizá el mal, que es otro
término usado para estas circunstancias, resulte de esta
sustracción.
Una forma extrema de aniquilación de lo ajeno y de la sub-
jetividad del otro y de los otros es la eliminación de los sujetos
registrados como ajenos, allí donde esta ubicación está adscripta a
“enemigo”, por lo tanto susceptible de ser eliminado porque de otra
manera me puede eliminar a mí. Si un sujeto y una familia
musulmana comparten la comunidad, la región y el pueblo con
personas serbias, y los diferencian su pertenencia religiosa o su
dialecto, entonces la ajenidad está acotada a aspectos no
compartibles. El exterminio de unos vecinos a manos de otros
vecinos nos acerca a lo que podría ser una caracterización del mal,
lo que promueve esa acción por la cual un sujeto o varios deciden
borrar a los diferentes de la superficie de la Tierra para que
florezca sólo lo semejante, imponiendo un mundo de
representaciones sin presentación. Aunque lo irrepresentable a
veces reconoce esta génesis, podemos también referirlo a aquello
novedoso que siendo inicialmente tanto consciente como
inconsciente debe ser inscripto para ser representable. Aparece
como un mundo de percepciones internas-externas, una no
ausencia y una no presencia.
El trabajo con lo irrepresentable consistiría en maniobrar con
una paradoja, pues cuando se realiza la correspondiente inscripción
inconsciente pasará a la representación (véase parágrafo 5 en este
mismo capítulo), con lo cual dejaría de ser irrepresentable, para
encontrarse que lo ajeno sigue siendo irrepresentable. Es una
paradoja constitutiva de la subjetividad, donde lo irrepresentable
es a su vez motor y estímulo del vínculo y del sujeto. También su
intolerancia puede ser fuente de sufrimiento e intento de anulación
del otro por la vía de hacerlo totalmente representable, es decir,
asimilable, despojándolo de ajenidad.
Se puede decir que si en su momento una de las fórmulas de
Freud para la tarea psicoanalítica fue la de hacer cons-
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ciente lo inconsciente, lo cual es válido para la representación
inconsciente y su relación con el deseo después de instalada la
represión, agregaríamos que el trabajo con lo irrepresentable es
hacerlo inscribible, tornar inconsciente lo consciente. Para esta
tarea el sujeto no encontraría referencia en su pasado infantil,
salvo que encubridoramente lo superponga a lo que fue
representado. Habría inscripciones que se tornan actuales,
inconscientes, y que no remitirían a las existentes. En esto se basa
la tarea de inscripción propia del análisis, su carácter de novedad y
la concepción de una producción de subjetividad propia de la
situación actual, en tanto ésta sea significativa.
Lo irrepresentable tiene un régimen ligado al pensar y no al
conocer, dado que el conocimiento sólo puede darse con lo
previamente representado, por eso es posible que nada se pueda
decir de lo ajeno que no esté destinado a ser representado.
Todo vínculo con otro retiene un fuerte carácter de irrepre-
sentable aunque la poética haya pugnado por darle nombres y
ponerle palabras.
Cuando lo irrepresentable se mantiene y produce síntoma,
adquiere la forma persistente de imágenes, con fenómenos
perceptivos que ocupan la mente mucho más allá del tiempo en que
fueron percibidos, debido a la falta de posibilidad de inscripción.
Esta reverberación perceptiva debería diferenciarse de la
repetición ligada a los hechos infantiles.
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Sugiero llamar “irrepresentable” a una serie de hechos mentales
vinculados al devenir, cuya característica es la discontinuidad
respecto del origen infantil; son sin inscripción o están a la espera
de ella y no existen bajo el imperio de la representación. El propio
yo habría desarrollado, como modalidad defensiva, la de ponerlos
bajo una continuidad que otorgue identidad al hecho discontinuo,
para no alterar la permanencia de la llamada “forma de ser” del
sujeto. Esta defensa frente al devenir se sostiene en la afirmación
de que todo remite a un solo origen, del cual sería una derivación
más próxima o más alejada y que se despliega cuando el yo
progresa.
El ámbito de la representación se relaciona con la centralidad
del yo y el objeto girando en su órbita; supone una identidad del
sujeto aunque sostenga la escisión del yo, con la posibilidad de
conocer y el concepto de integración como superación de la
diferencia realidad interna/realidad exterior. No hay lugar para el
suceder salvo como repetición del pasado.
A propósito de la práctica historiadora, dicen Campagno y
Lewkowicz (1998) que tres decisiones apuntan a la unificación de
problemas distintos y son:
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del cristalino llegan a la retina, que las capta mediante los conos y
bastoncitos, las terminaciones de las células visuales. El punto
ciego es aquella parte de la retina donde se origina e inicia su
recorrido el nervio óptico, allí no hay conos ni bastoncitos y la zona
del mundo exterior que vaya a dar a esta área no será vista. Lo
sorprendente es que el campo visual obtenido con cada ojo no tiene
solución de continuidad, es decir, no se nota una falta, como
debería ocurrir con lo no visto, con el punto ciego. Habría una doble
ceguera de distinto nivel, una en el nivel perceptivo y otra en un
nivel meta que llevaría a no darse cuenta de la primera.
El ver está tan sincronizado con el oír que las palabras es-
cuchadas son inmediatamente asimiladas a los gestos vistos en el
otro, pero uno puede llegar a no oír sus palabras. Mucho más serio
es no registrar que no se oye porque se afirma conocer aquello que
no se oye que no se oye. De ahí que la adjudicación de sentido
pueda llevar a entender que no se entiende, o a no entender que no
se entiende, o a no reconocer que no se reconocen los distintos
sentidos de las cosas. Ya para ese entonces se vive en un reino
oscuro que parece hiperclaro en su consistencia, integración y
unidad, surcado de malentendidos y persecución acerca de las
secretas intenciones de los otros.
Dice Von Foerster, y coincido totalmente con él, que la única
manera de vernos a nosotros mismos y compensar un tanto la
ceguera es a través de los ojos de los demás. Los nuestros velan la
inconsistencia y lo ilusorio de la unidad así como la inconsistencia
del criterio identitario. El insight psicoanalítico es la posibilidad de
verse con los ojos del analista que a su vez deberá poder verse con
los ojos de su paciente. Éstas son variaciones acerca del
malentendido inevitable de considerar al otro como un semejante y
desearlo por esa propiedad, desestimando, aceptarlo y hasta amarlo
en tanto la visión que él nos ofrece nos da a conocer algo ajeno
acerca de nosotros mismos. Mucho aprenderíamos si admitiéramos
vernos como nos ven los otros o escucharnos como nos escuchan.
El narcisismo consistirá en repudiar los ojos y los oídos de los
otros y suponer que los del propio sujeto son suficientes o
superiores, no ve que no ve y no oye que no oye. Consiste en
afirmar que nadie se conoce mejor que uno mismo. Desde esta
perspectiva la visión o la escucha del otro se constituyen en heridas
narcisistas. A esto se agrega una complicación, lo co
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nocido se encuentra por lo que está representado, lo que en realidad
quiere decir que es re-conocido. Resulta de un re-encuentro. Si lo
inconsciente no es visto por el yo, sino que se le presenta al sujeto
en relación al otro, podríamos decir que las resitencias al análisis
basadas en la represión se asocian con los obstáculos en la relación
y reconocen una fuente vincular, además de la que mora en la
interioridad.
Postular lo irrepresentable como fuente de novedad implica una
ampliación y también una restricción en la relación con el otro,
dado que lo irrepresentado no ha de ser re-encontrado. La novedad
se presenta, no se representa, y su singularidad es remitir a lo del
otro no representable, pues si se representa ya es evocación.
Por otro camino von Forester sugiere sustituir ser por devenir y
pensarlo como devenir humano en lugar de ser humano. Es en este
último movimiento que se ubica lo irrepresentable. En lo que a
nosotros concierne, debemos saber que la sesión analítica
individual, el lugar privilegiado para el mundo representacional y
sus vicisitudes, deberá hacer un lugar al pensamiento de lo
irrepresentable, como esa dimensión del sujeto correspondiente al
devenir, basado en lo novedoso de toda relación con el otro y que
excede las dimensiones existentes.
Cuando el devenir se hace representable se convertirá en ser y
marcará el camino al tener acorde con el ser, fijándose mediante la
serie de operaciones mentales consideradas como mecanismos de
defensa, que protegen la construcción de la semejanza y el manejo
de la diferencia entre ausencia del otro y presencia del objeto
interno, presencia del otro y ausencia del objeto interno. Si lo
representable inaugura y establece el ser y el tener y el mundo
interno, lo irrepresentable problematiza al sujeto porque le trae el
devenir y el mundo de los otros, esto es, de los vínculos. La bisagra
entre ambos campos la configura el hacer. Dado el papel de lo
representable en la constitución del sujeto, el paso por el complejo
de Edipo organiza la identificación, que constituye lo que se querría
ser y, a través de la elección de objeto, aquello que se desearía tener
(Freud, 1921). Es completado por aquello que no puede realizar
(Freud, 1923b) y que introduce esta tercera dimensión: el hacer,
referido a las acciones posibles.
Esta dimensión del análisis incluye no sólo la revisión del
pasado sino qué y cómo ha de hacer el sujeto con lo que se le
presenta, con la interferencia (capítulo 7), con aquello que antes se
mencionó como obstáculo que ha de existir junto a la transferencia.
La intolerancia al devenir instala el repetir tanto en el paciente
como en el analista.
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novedoso que busca inscripción. Paradoja de la memoria y por tanto
de la vida psíquica.
A partir de Badiou (1988) y Lewkowicz (1996, 1997) se da en
llamar “acontecimiento” a aquello que no cabiendo en la
representación deberá hacer una operación agregada, no de
complementación como si se tratara de un faltante en una totalidad
sino de suplementación de un agregado que no formaba parte de lo
que fue hasta ese momento una unidad. No había un lugar
esperándolo, y cuando se le hace un lugar cambia la significación
que había hasta ese momento.
Lo que se opone a acontecimiento es repetición, aunque podamos
decir que nunca una repetición es idéntica a otra y la acompaña
una diferencia. Podemos decir que la relación y la diferencia entre
acontecimiento y repetición es del orden de una complejidad que
abarca toda la existencia desde el origen. Al decir de Derrida
(2001), la repetición está ahí como posibilidad en esa primera vez
cuando había resistencia al Bahnung. Lo inscripto anteriormente y
sus componentes serán ordenados por un término nuevo, que los
ubica en un conjunto que previamente no había. Decir que esos
elementos estaban desde antes es incompleto, el orden simbólico
nuevo los hace diferentes y por lo tanto su significación también lo
es.
Se caracteriza como acontecimiento la emergencia de un hecho
nuevo del cual se puede decir que no tiene lugar ni representación
previa, que se da en un campo donde es posible que ocurra y a la
vez no es posible aprehenderlo hasta después de producido
(Berenstein, 2001a). Aquello que modifica no es un desarrollo de lo
que está predispuesto, de una latencia o de algo que está en
potencia. Lo nuevo puede ser una época, una subjetividad e
intersubjetividad, un vínculo, formas que adquieren otra respecto
de la anterior. Nuevo se refiere a una no inscripción previa,
caracterizada con términos en negativo por dos motivos: I) por que
es preciso re-acomodar y desechar una serie de nociones previas que
funcionan como obstáculo del nuevo surgimiento o que tienden a
cubrirlo de su anterior significación; II) porque tiene valor fundante
como soporte de una modificación por sí y no sólo como lo contrario
de positivo.
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5. LOS REGISTROS QUE ESTÁN EN LA BASE DE LA SUBJETIVIDAD
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Roudinesco (Derrida y Roudinesco, 2001) comenta que Lévi-
Strauss muestra cómo la escritura surge en un grupo de indios que
no conoce sus reglas. El jefe utiliza unos trazos dibujados en un
papel como un recurso para hacer creer a su tribu que él tiene el
poder de comunicarse con los blancos. Dice además que Lévi-
Strauss deduce que la escritura es el instrumento de la
colonización, de una violencia, que pone fin a un estado natural
fundado en la palabra plena. También agrega que Rousseau
condena la escritura porque sería una destrucción de la “plenitud
de la presencia”.
La marca puede desaparecer o persistir. Si ocurre lo primero,
nada se sabrá de lo ocurrido. Si acontece lo segundo, es un hecho
destinado a ejercer efectos en el sujeto. Tanto si es individual como
vincular o social, las marcas devienen inscripciones y persisten
como una base lejana a la que se atribuye el origen de experiencias
actuales. 2 Pero aquí surge una cuestión importante. Aun siendo
vincular será necesario distinguir entre lo pulsional como base de lo
interno y trabajo con lo ausente, y lo vincular como base de la
relación con el otro o con lo social como trabajo con la/s presencia/s.
Quizá Green (1993: 103) lo diga certeramente cuando señala que
para Freud hablar de investiduras no pulsionales era inconcebible,
aunque podamos recurrir al análisis minucioso de Psicología de las
masas en cuyo capítulo VII sobre “Identificación” Freud habla de
los dos modos de ligadura del niño con sus padres, previa a su
diferencia sexual: una que recae en el sujeto y otra en la elección
sexual del objeto. Green mismo afirma que estos dos movimientos
en Freud son “sin renunciar a la referencia única de la vida
pulsional” (ibíd.: 103).
Parece un movimiento lógico en quien estaba creando la teoría
del inconsciente que se viese llevado a reducir lo más posible el
papel del otro, y así poder desarrollar hasta sus máximas
consecuencias el de la representación inconsciente.
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Por mi parte, como dije en el capítulo 1, la pulsión es una base
para pensar el mundo interno, y el vínculo lo es para el mundo
intersubjetivo, dado “entre” los sujetos, que ha de determinar a su
vez la posición de lo pulsional. Es en la relación donde se obtiene la
fuerza propia para la constitución de las marcas e inscripciones
vinculares. La presencia del otro pone en movimiento la pulsión,
que tenderá a sustituir la presencia por una ausencia. Con lo que
falta, con lo que está ausente, el psiquismo recurre a lo que quedó
marcado, especie de recuerdo duradero de una experiencia
fundante que en otra época modificó al yo. Las huellas no son fijas
ni inertes, pueden modificarse, enriquecerse o deformarse en exceso
(ibíd.: 86). Estas vicisitudes de las marcas ya constituidas deberían,
no obstante, poder diferenciarse de las marcas nuevas. Como
señala Green (ibíd.: 89), el trabajo de lo negativo requiere la
suspensión de la presencia así como la intervención de la
contrainvestidura.
Desde la marca y la inscripción se abren dos caminos: el de la
representación inconsciente y el de la simbolización. La primera
recrea lo que del otro puede figurar como objeto creado desde las
investiduras propuestas por el propio yo. Se asegura así la ausencia
del otro y especialmente se erige como defensa ante la ajenidad del
otro, aquello que no podrá representar. Este trabajo consiste en
preparar al yo para lo que puede resultar imposible y así evitarlo,
pues no hay inscripción ni memoria. La presencia del otro
sistemáticamente elude y excede la representación.
La simbolización consiste en hallar un término que sustituya a
otro ausente. Es una suerte de metáfora, como cuando el poeta
dispone del término perla para sustituir al de dientes cuando quiere
describir la belleza y la blancura de una boca. La simbolización
contiene una ausencia de aquello que hizo marca y sustitución por
otro término que lo reemplaza. Es del orden de lo subjetivo recurrir
a ambos para anticipar el nuevo encuentro con el otro, para
encontrarse siempre con la paradoja fundante de la subjetividad: el
que se espera nunca coincide con lo inscripto ya que ofrece
sistemáticamente algo nuevo, y lo hace desde eso del otro que
nunca se podrá inscribir. No obstante el sujeto insiste. Aunque no
habrá marca e inscripción por fuera de un vínculo entre sujetos, el
trabajo psíquico ha de ser doble: singular y vincular (Puget, 1998),
en el mundo interno y en el mundo intersubjetivo. EI camino de la
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simbolización se transita necesariamente en ausencia del otro y
mediante el término que sustituye logra la conversión en objeto del
mundo interno.
Las alternativas para pensar la relación con el otro son: a) como
despliegue de la relación de objeto cuyo significado se irradia a los
habitantes del mundo vincular o el mundo externo; b) como relación
entre lo interno y lo interpersonal, que funcionan con dos lógicas
diferentes, no complementarias sino suplementarias. La primera
alternativa resulta de una concepción individual que contiene la
contingencia de devenir solipsista, y la segunda va en camino de
una concepción intersubjetiva y su riesgo es pensarla en forma
sumatoria, como si el vínculo resultara de la suma de uno más uno,
basada en la consideración del otro como semejante y
principalmente como soporte de lo ajeno. Esto requiere una
precisión.
Puesto que lo inconsciente consta como una ajenidad que
podemos llamar interna, habrá que diferenciarla de la ajenidad del
otro. A este tema se han referido de distinta manera Green y
Laplanche. El primero (Green, 1993: 68), al tratar la
heterogeneidad entre la pulsión como exigencia del cuerpo y el
objeto, “ese-otro-que-puede-asegurar-la-satisfacción”, señala la
necesariedad de remarcar la alteridad en una discontinuidad
fundamental con la conciencia. Menciona una doble alteridad: en el
yo y en relación con lo que no es del yo, a la vez que postula dos
polaridades: intrapsíquica e intersubjetiva, y su puesta en relación
como trabajo de lo negativo (pág. 70). El anverso sería el yo con lo
inconsciente como alteridad, y el reverso sería el otro habitado por
la misma heterogeneidad constitutiva. Si la interrogación parte del
yo y supone una respuesta proveniente del otro, no obstante el
esclarecimiento recae en lo que liga al sujeto con el otro, lo cual
hace que no se ubique en relación de exterioridad respecto del yo.
Una diferencia importante en las consecuencias teóricas y técnicas
es el énfasis en la exterioridad del otro, en tanto se entienda
exterioridad como presencia y ésta como inaccesible al sujeto aun
cuando esté siempre. En cambio, como fue dicho, lo intrasubjetivo
está caracterizado por la ausencia del otro. Todo lo que diluya esta
diferencia recluye la ajenidad a la sola relación con lo inconsciente
y no da lugar al vínculo, a lo propiamente intersubjetivo, por lo cual
mantiene un riesgo latente de hegemonía del yo.
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Considerándolo en la relación transferencial, el analista está en
relación de exterioridad y de presencia, pero no sólo como
contratransferencia que incluiría lo que corresponde al paciente
sino por aquello que los liga como sujeto y otro. Doble extrañeza,
dice Green: de sí mismo a sí mismo y de sí mismo frente al otro en
una relación de deseo o de conocimiento.
Laplanche (1992) describe minuciosamente lo que llama el
extravío, la falsa vía* adoptada por Freud frente a su propio
descubrimiento, el inconsciente, y la teoría inicial de la seducción
que lo pone sobre la huella del niño y ese otro que es el adulto en su
extranjería (pág. 22). Se refiere al temprano cambio en Freud de la
formulación del episodio sexual infantil real por la fantasía de
seducción. La ajenidad (de lo inconsciente) se ve reducida por un
lado, por la psiquiatría y, por el otro, mucho más radicalmente, por
el propio psicoanálisis. Su consecuencia es señalada por el autor
francés:
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tanto huella, recuerdo, que habita la interioridad de la subje-
tividad, y por otra parte, el otro en tanto presencia.
No quisiera abundar en las citas, pueden ser muchas y nos
alejarían del objeto específico de este trabajo. Pero no dejaré de
señalar cómo se reintroduce en la original formulación de
Laplanche la misma vía por él cuestionada.
En el marco de una crítica a la noción de neutralidad del
analista, la concepción solipsista de base se apoya en el uso
excesivo de la proyección, que remite todo (o casi todo) a la relación
con el paciente y al interior del mismo. Dice:
Pero hay que ir más lejos, hacia algo difícil de pensar, tan difícil de
pensar como la prioridad del otro en la constitución del sujeto sexual
(pág. 182).
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te ajeno, como alteridad; no todo remite a la alteridad interna.
Como señalé antes, toda manifestación re incluye cierta repetición
aunque surja alguna diferencia. Como vemos, es distinta de la
formulación de Green pero semejante en cuanto a la búsqueda de
unicidad entre la alteridad externa e interna.
El tránsito por este camino que parece sin salida puede deberse
a varios obstáculos: a) el psicoanálisis como práctica, como método,
comprende para la mayor parte de los psicoanalistas sólo la sesión
bipersonal; los otros encuadres son desestimados y considerados
fuera de la cura, en tanto se considera a ésta únicamente como la
desplegada con el paciente individual; b) es considerada
experiencia originaria la relación siempre asimétrica entre la
madre (o un adulto), con su inconsciente ya constituido, y el niño
con el suyo en vías de hacerlo. Es desechada o no pudo ser pensada
hasta ahora la producción de inconsciente entre dos sujetos con
aparato psíquico constituido, ligados en una experiencia
significativa; c) el inconsciente tendría un solo momento originario
y se debería remitir a él. Premisas éstas que angostan el campo del
psicoanálisis a partir de la noción de un solo origen y un centro: el
yo.
Como se sabe, Copérnico descubrió que el Sol estaba en el centro
del universo y no la Tierra, planeta que gira a su alrededor. Como
lo señala admirablemente Laplanche (1992), el heliocentrismo dará
como resultado que la misma noción de centro quedará
cuestionada, al considerar un mundo de distancias infinitas y
distintas dimensiones. El Sol ocupará el centro del sistema solar,
pero este sistema formará parte de otro, del cual otra estrella
ocupará el centro y así sucesivamente. Es inherente al centro ser
único, y si no lo es cae la noción misma de centro.
El sujeto está en distintos lugares, en distintas tramas
vinculares. No se está en un solo lugar en el mundo sino en lugares
subjetivos varios. Los lugares psíquicos están afectados por este
término excedentario. La pregunta respecto de lo nuevo se ha de
formular en cada lugar: trabajando, como paciente, esposa o esposo,
madre o padre o hijo, como ciudadano, etc. Es decir, cada nueva
inscripción, como un nuevo nombre, amenaza con borrar la
identidad. Se pertenece a diversas configuraciones vinculares y no
es posible converger en una sola. Así, se jerarquiza devenir sujeto
en cada relación con cada otro significativo.
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