Amunategui Perello - Derecho Civil y Medio Ambiente
Amunategui Perello - Derecho Civil y Medio Ambiente
Amunategui Perello - Derecho Civil y Medio Ambiente
1. INTRODUCCIÓN
"El dominio (que se llama también propiedad) es el derecho real en una cosa
corporal, para gozar y disponer de ella arbitrariamente; no siendo contra la ley o
contra derecho ajeno".
Aunque formalmente son similares, con la sola lectura saltan a la vista algunas
diferencias que tienen interés dogmático. En la versión francesa no aparece la
mención expresa de las cosas corporales, la expresión "de la manera más absoluta"
ha sido reemplazada por la voz "arbitrariamente", pero, lo más notable desde
nuestra perspectiva es que la limitación reglamentaria del uso que puede hacerse
de la propiedad ha sido reemplazada por una limitación en interés del derecho
ajeno, que se encuentra preñada de consecuencias dogmáticas.
En verdad, durante el siglo XIX lo más común a la hora de definir el dominio era
simplemente copiar la definición francesa 6, puesto que se creía vulgarmente que
era la transcripción de cierta definición romana de propiedad 7, la cual, por cierto,
nunca existió 8. Así, se solía imputar la existencia de tal definición a cierta
constitución imperial contenida en el Codex de Justiniano que en verdad trataba del
mandato 9. El precepto simplemente intentaba diferenciar las facultades que un
mandatario tiene respecto a las cosas objeto del encargo respecto al dueño del
negocio, quien es "es moderador y árbitro... de sus propias cosas ". En verdad no
es una definición de dominio lo que contiene, pero sí las primeras notas de lo que
un día constituirá dicha definición. Estas palabras, y especialmente la
voz arbiter con que define el uso que el dueño puede hacer de sus cosas, se puso
en contacto con la idea de libertad del dueño. En efecto, el molde sobre el que está
compuesta la definición de propiedad es la definición de libertad que contiene el
Digesto:
D. 1.5.4.1 10Florentino, libro noveno de las instituciones. La libertad es la facultad
natural de uno para hacer lo que desee, salvo si ello está prohibido por la fuerza o
el derecho .
El principio es bastante claro, cada cual puede hacer en lo propio lo que desee,
siempre que las consecuencias de sus actos no menoscaben lo ajeno, es decir, no
siendo contra derecho ajeno. En la glosa a las mismas, Gregorio López, el principal
comentarista de las Partidas y cuyas glosas pasaron a formar parte de una suerte
de edición oficial de las mismas que se utilizó en todos los dominios castellanos
hasta la codificación, explica la ley haciendo referencia a un fragmento romano del
jurista Aristón que se encuentra en el Digesto y que analizaremos en repetidas
oportunidades, D.8.5.8.5, donde efectivamente aparece el dictum que las Partidas
traducen. Sin perjuicio de darle un tratamiento detallado en otro lugar, de momento
nos basta con describir brevísimamente el caso. Un particular llamado Cerelio Vital
arrienda un edificio a la ciudad de Minturno donde instala una fábrica de quesos. El
resultado es que emite una gran cantidad de pesados humos que molestan a los
vecinos de los predios superiores. Consultado al respecto, el jurista responde que,
si no hay servidumbre, no tiene derecho a inmitir humos en los edificios superiores
y que, a más de la acción negatoria, puede interponerse en su contra el interdicto uti
possidetis , es decir el antecedente romano de nuestra querella de amparo. Es en
este contexto que expresa " in suo enim alii hactenus facere licet, quatenus nihil in
alienum immittat ", es decir, cada uno puede hacer en lo suyo lo que desee, siempre
que no invada lo ajeno. El dictum de las Partidas está tomado directamente del
fragmento romano.
"...el derecho de disponer libremente de una cosa, sin menoscabar, con todo el
derecho de otro ni atentar contra las leyes. Jus de re libere disponendi o jus utendi
et abutendi ".
Estas críticas, que nos parecen injustas respecto al precepto francés, son del todo
inadmisibles en cuanto a la definición de Bello que manifiestamente ha cambiado
los términos de la misma, recibiendo una concepción de la propiedad mucho más
limitada desde la tradición de Pothier y las Siete Partidas. Al respecto, la primera
redacción de la definición de propiedad se encuentra en el artículo 686 del Proyecto
de Código Civil de 1853 27:
"El dominio (que se llama también propiedad) es el derecho real en una cosa
corporal, para gozar i disponer de ella a nuestro arbitrio, no siendo contra lei o
contra derecho ajeno".
La única diferencia con la redacción definitiva del artículo 582 es aquel "a nuestro
arbitrio" que será reemplazado por "arbitrariamente" en el 682 del llamado Proyecto
Inédito 28. No obstante ser tal vez más precisa la redacción original y mejor
concordante con el arbiter del Codex justinianeo, pareció poco elegante usar una
primera persona plural en una definición 29.
Hasta aquí podemos concluir, observando la historia de la tradición textual de la
definición de dominio, que Bello tomó la definición antes de Pothier que de la
codificación francesa 30. Su visión del ejercicio de la propiedad como limitado por el
derecho ajeno tiene su origen en una doble conjunción, por una parte, la tradición
castellana de las Partidas que establece que las cosas no pueden usarse de manera
que dañen a otro, y por otra las relaciones de vecindad a que hace referencia la
limitación de ejercicio de Pothier.
"Se llama servidumbre el derecho constituido sobre una cosa ajena, por el cual es
obligado el dueño a sufrir o no hacer algo en ella, para que esto resulte en beneficio
a otra persona o cosa". 34
Se aparta también ostensiblemente de la tradición hispana, toda vez que las Siete
Partidas definían las servidumbres en otros términos 36, como también de la
tradición medieval 37e incluso de los humanistas del siglo XVI 38y de los racionalistas
de los siglos XVII y XVIII 39.
Sin embargo, los juristas del racionalismo parecen volver a los esquemas
bartolistas. En efecto, Domat mantiene una sistemática tradicional, distinguiendo
entre servidumbres personales y reales, y centrando su tratamiento en la
diferenciación entre rústicas y urbanas. Como siempre, algunas delimitaciones de
la propiedad quedan tratadas entre las servidumbres, como consecuencia del orden
sistemático del Digesto de Justiniano que Domat sigue al pie de la letra 62. Pothier,
por su parte, también representa una continuidad con el pasado respecto a su
tratamiento de las servidumbres. En efecto, él sigue la división tradicional entre
servidumbres reales y personales y, a continuación, trata las urbanas y rústicas para
concluir de la misma manera que el Corpus 63, con la salvedad que aquellas
relaciones de vecindad y delimitaciones del dominio, que tradicionalmente eran
tratadas como servidumbres, son concebidas por él como cuasi contratos y, por lo
tanto, separadas y tratadas aparte.
Uno de los casos más notorios se encuentra en el artículo 856 del Código Civil,
tomado del 674 del Code, donde se encuadra dentro de las servidumbres legales
una suerte de deber general de no inmitir en el fundo vecino, es decir, una
servidumbre legal in prohibiendo de no inmitir en lo ajeno 72. Esta norma, por la
particular historia del Código Civil que recoge los casos de relaciones de vecindad
entre las servidumbres legales, para luego volver a tratarlos entre los interdictos
posesorios, se encuentra repetida en el artículo 941 del Código:
"El dueño de una casa tiene derecho para impedir que cerca de sus paredes haya
depósitos o corrientes de agua, o materias húmedas que puedan dañarla".
En cuanto al artículo 941, este toma el mismo caso, pero mirando el problema
desde la perspectiva de las acciones posesorias. Al respecto sigue la tradición de
las Siete Partidas, donde el problema se trataba en dicha sede, y específicamente
de la ya citada P. 3, t. XXXII, L. 13. Bello toma de aquí su tratamiento dentro de las
querellas posesorias y reitera el caso.
En principio, y siguiendo a Claro Solar, podemos decir que 82"el artículo 856,
colocado en el título de las servidumbres, no importa otra cosa que una restricción
de los propietarios para disponer de su predio a su antojo... Esta disposición
restringe el derecho de los dos propietarios vecinos, a fin de evitar que
recíprocamente puedan dañarse en su derecho de dominio... Pero, si a pesar de
observarse las prescripciones de las ordenanzas el daño se produjere, el propietario
de la casa podría reclamar a fin de impedir sus consecuencias". En el mismo se
enuncia una serie de actividades que el dueño de un predio puede realizar en su
propio bien, de las cuales se proyectan consecuencias negativas en los predios
vecinos . La enumeración es, por supuesto, netamente ejemplar, como revela la
coletilla "u otras obras" que se agrega a continuación. Todas las actividades tienen
por común denominador la emisión de sustancias fuera del espacio jurídico del
inmueble donde se producen, como es el caso de las chimeneas, de las fraguas y
de los hornos, resultando los predios vecinos perjudicados por tales actividades. La
norma, a pesar de estar comprendida dentro de la medianería, no se limita a los
perjuicios que se causen en dicha pared, toda vez que expresamente señala que lo
mismo da dicha cualidad. El sentido de la norma, al igual que el caso romano de
donde está tomada, es más amplio y abarca cualquier tipo de acto que proyecte
perjuicios al predio vecino, aunque éste se realice en el inmueble propio. En
principio, el artículo remite a las ordenanzas generales o locales para establecer el
límite que deberá soportar el vecino respecto a dichas inmisiones.
Independientemente del hecho de existir recursos administrativos para el caso de
no observarse tales límites, parece evidente que el vecino que resulta perjudicado
por dichas actividades deberá tener una acción de fondo que le permita dirigirse
directamente en contra del emisor, sin necesidad de confiar en la mayor o menor
diligencia de la administración para fiscalizar el cumplimiento de su normativa. Es
cierto que a través del artículo 941 podría actuar con una acción posesoria, pero
debe plantearse el caso de qué sucede si no puede recurrir por tal vía, si los plazos
se encuentran prescritos y se requiere de una acción de fondo. Lo que se reclama
es la libertad del fundo, el hecho de no estar sujeto a soportar una inmisión por no
existir servidumbre alguna que haya alterado la situación de inviolabilidad de los
predios. En principio, para reclamar el ejercicio pleno de los atributos del dominio
corresponde el ejercicio de acciones reales, pero nuestro Código Civil solamente
reglamentó el ejercicio de la acción reivindicatoria, la cual puede utilizarse para
reclamar los demás derechos reales cuando no se está en posesión de ellos (art.
891). Sin embargo, en el caso lo que se pretende no es exigir la posesión de un
derecho real, sino todo lo contrario, negar la existencia de una servidumbre que
ponga al vecino en la necesidad de soportar la inmisión. En derecho romano 83y
comparado 84se conoce a esta acción como negatoria. Puesto que por el principio
de inexcusabilidad, los tribunales de justicia no podrían dejar de pronunciarse
respecto a una acción que intente hacer valer el imperio del artículo 856 del Código
Civil, aunque no se hubiese establecido una reglamentación propia para ella,
bastaría con interponer una acción meramente declarativa que intente establecer
que las inmisiones sufridas por el predio no han de ser soportadas, salvo que
existiese una servidumbre, y que se declare que en el caso particular ésta no existe.
Ésta sería la acción negatoria, cuya ausencia la doctrina ya ha reclamado 85y que
desarrollaremos con mayor detalle más adelante en este libro. De momento, baste
con saber que el artículo 856 contempla un principio general de uso limitado de la
propiedad, toda vez que prohíbe la realización de actos cuyo resultado sea de
carácter inmisivo en la propiedad vecina, concordante con el sentido de la coletilla
final del artículo 582, y que, en principio, puede hacerse valer a través de una acción
de fondo que denominamos negatoria.
Llegados a este punto, nos corresponde ahora intentar un somero análisis del
tratamiento que da nuestro Código Civil a las relaciones de vecindad en el ámbito
de las acciones posesorias, puesto que, producto de la secular tradición hispánica,
abordó las consecuencias de las inmisiones entre vecinos desde el punto de vista
no sólo del dominio y las servidumbres, sino también dentro de la óptica de las
acciones posesorias.
Con cierta perplejidad declara Alessandri que sólo dos de las acciones tratadas
por Bello son posesorias 93, cuestión que revela, más bien, su comprensión estrecha
de la conservación de la posesión y del objeto de las acciones posesorias en
general. Parece sorprenderle que no todas ellas estén destinadas a prevenir el
despojo posesorio. En efecto, la posesión consiste básicamente en la detentación
material de la cosa, la cual se traduce en el ejercicio de actos posesorios en ella, es
decir de actividades donde de hecho se ejerzan las facultades del dominio, sean de
uso, goce o disposición. Turbar la posesión no es sólo despojar al detentador del
bien, sino también impedirle de hecho el ejercicio de dichos actos posesorios. De
ahí que la casuística romana incorporara a las acciones posesorias como una
herramienta para detener las conductas de carácter inmisivo que el vecino realizase
en sus propios bienes, pero cuyas consecuencias se manifestasen en los bienes
ajenos. Especialmente notable es el caso de la taberna de quesos, donde amén de
entregarse la acción de fondo contra quien emitía los humos, el jurista expresa que
cabe el interdicto posesorio uti possidetis para reprimir tal conducta 94, es decir, el
antecedente directo de nuestra querella de amparo 95.
"No compete solamente este interdicto contra otro que pretenda la misma
posesión, sino también contra aquél que sin pretenderla nos inquieta y molesta en
la que tenemos, no dejándonos usar de la cosa a nuestro arbitrio en sembrar, cavar,
labrar, edificar o hacer otra cosa... El que intenta en este caso el interdicto debe
probar que es poseedor al tiempo de la contestación del pleito, y que el reo a quien
conviene la turba en la posesión y en su conformidad pedir que se declare ser el
poseedor, y mande, que el reo no le moleste en lo sucesivo en su posesión, y le
pague los perjuicios que le haya causado por haberle molestado...".
Es decir, la acción tendría por finalidad defender al poseedor tanto contra quien
pretende sustituirle en la posesión, como contra otros ataques de carácter material
en la misma, que le impidan el ejercicio de actos posesorios, tales como las
inmisiones que realiza su vecino en su bien. No obstante, durante el siglo XX la
comprensión de la función de la querella de amparo se ha visto más bien
oscurecida, toda vez que la doctrina ha tendido a ignorar buena parte de la función
protectora de la acción, limitando su aplicabilidad sólo a aquellos casos en que el
turbador intenta sustituirse al poseedor en el control de la cosa. La idea proviene de
la adopción por parte de Claro Solar de las ideas francesas sobre dicho interdicto y
ha limitado fuertemente el alcance del mismo 98; incluso existió quien postuló la
improcedencia de la acción de amparo por turbaciones materiales a la posesión 99,
aunque hoy en día tan alocada opinión, que retiraba todo posible efecto práctico a
la institución, parece completamente descartada. No obstante, la función protectora
amplia de la querella de amparo sigue inmanente en su naturaleza y con una
ampliación de su función por parte de la jurisprudencia, ésta podría fácilmente
recobrar su plena fuerza en la defensa de los intereses de los poseedores en las
relaciones de vecindad. Trataremos de ello en detalle en el lugar oportuno, más de
momento hemos de pasar al estudio de las acciones posesorias especiales.
En el Título XIV del Libro II, Bello recepcionó una compleja casuística relativa a
los interdictos posesorios de las Siete Partidas donde se trata específicamente de
algunos casos frecuentes de turbaciones posesorias en las relaciones de vecindad
(arts. 930-950) 100. Éste es un conjunto de reglas bastante heterogéneas donde se
crean algunas acciones posesorias especiales y se otorgan reglas específicas para
tipos de inmisiones determinados que tienen valor respecto a todas las acciones
posesorias en general. Buena parte de las disposiciones de este título fueron
derogadas para ser trasladadas al Código de Aguas, por lo que en él se observan
numerosos vacíos. Nosotros no trataremos aquí dichas materias, sino que nos
limitaremos al examen de las disposiciones actualmente vigentes.
La primera acción que se trata es la denuncia de obra nueva, la cual tiene por
finalidad impedir la construcción de obras ajenas en el suelo del poseedor, así como
también impedir la construcción de obras en el inmueble vecino que impidan el
ejercicio de servidumbres constituidas a favor del querellante. A pesar de su
relevancia en las relaciones de vecindad, no parece ser especialmente interesante
en materias de inmisiones, por lo que dejamos su tratamiento para especialistas en
la materia.
Art. 941. El dueño de una casa tiene derecho para impedir que cerca de sus
paredes haya depósitos o corrientes de agua, o materias húmedas que puedan
dañarla.
Los incisos segundo, tercero y cuarto del artículo en comento son la recepción de
la constitución imperial de Zenón sobre distancias en nuestro propio Código Civil.
Constituye una limitación al dominio y existe una acción posesoria para el caso de
violarse dicha limitación, pero no tiene mayor relevancia para nuestro estudio. Otro
tanto diremos de los artículos 942 y 943, que son una aplicación del interdicto
de glande legenda , que, aunque muy interesantes en sí, no tienen mayor relación
con el problema central de este estudio.
Llegamos, así, a la última acción involucrada en el título de las acciones
posesorias especiales, aquélla popular establecida por los artículos 948 y 949:
Art. 948. La municipalidad y cualquiera persona del pueblo tendrá, en favor de los
caminos, plazas u otros lugares de uso público, y para la seguridad de los que
transitan por ellos, los derechos concedidos a los dueños de heredades o edificios
privados.
Y siempre que a consecuencia de una acción popular haya de demolerse o
enmendarse una construcción, o de resarcirse un daño sufrido, se recompensará
al actor, a costa del querellado, con una suma que no baje de la décima, ni exceda
a la tercera parte de lo que cueste la demolición o enmienda, o el resarcimiento
del daño; sin perjuicio de que si se castiga el delito o negligencia con una pena
pecuniaria, se adjudique al actor la mitad.
Art. 949. Las acciones municipales o populares se entenderán sin perjuicio de las
que competan a los inmediatos interesados.
Ambos artículos son de sumo interés, no sólo para el estudio de los problemas de
inmisiones y de relaciones de vecindad, sino para el establecimiento de un Derecho
ambiental de corte privado en nuestro sistema jurídico. El punto de partida se
encuentra en las acciones posesorias de que es titular el poseedor a título dominical
de una heredad, a saber, querella de amparo, de restablecimiento, de obra nueva,
de obra ruinosa y la especial del artículo 941. Todas estas acciones posesorias, de
conformidad al Código Civil, pueden ser ejercidas tanto por los municipios, como
por cualquier ciudadano cuando el bien cuya perturbación se quiere impedir es una
plaza, un camino o cualquier otro lugar de uso público. Esta es una acción de
carácter popular, derivada directamente del interdicto romano ne in loco publico fiat ,
cuya función era, justamente, la protección del uso común de los lugares de uso
público, el cual fue contemplado específicamente en las Siete Partidas 103y de ahí
recepcionado en nuestro Código Civil.
104
Textualmente se encuentra tomado de D.43.7.1, donde se establece :
En relación al artículo 948, al igual que el interdicto romano, éste entrega dos
ejemplos para ilustrar los lugares públicos, las vías y caminos, agregando luego la
cláusula general "u otros lugares de uso público" para especificar a favor de qué
tipo de bienes puede interponerse. Por lugares públicos, en el caso del interdicto
romano, parece entenderse, más bien, lugares destinados al uso público 107, según
la famosa definición de Celso contenida en D.18.1.6.pr 108:
"[...] porque los lugares sagrados y religiosos no están dentro del comercio, como
tampoco los públicos, entendiendo por aquéllos los que no están en el peculio del
pueblo [es decir, los bienes fiscales] sino los que están destinados al uso público,
como es el caso del Campo de Marte".
Es de destacar que tal concepto fue recibido por nuestro Código en el artículo 589
que establece que aquellos bienes nacionales cuyo uso pertenece a toda la nación,
"como el de las calles, plazas, puentes y caminos, el mar adyacente y sus playas"
se denominan bienes públicos o bienes nacionales de uso público. Para el caso de
nuestra acción posesoria especial del 948, la mención a los lugares públicos remite
directamente a dicho concepto. Es más, incluso los ejemplos citados en el 948
coinciden con aquellos referidos en el 589, lo cual refuerza dicha idea.
En cuanto a la finalidad de tal interdicto, esta es doble. Por una parte, puede
buscar la protección de los lugares mismos o también la seguridad de los posibles
transeúntes por tales lugares. En efecto, el uso del copulativo "y" no deja más
alternativa que inclinarse por una doble función.
Art. 937. Ninguna prescripción se admitirá contra las obras que corrompan el aire
y lo hagan conocidamente dañoso.
5. CONCLUSIONES
A modo de conclusión podemos señalar que nuestro Código Civil contiene una
normativa que regula las relaciones de vecindad y el problema de las inmisiones, la
cual se encuentra dispersa en tres lugares específicos del mismo.
El principio general de no inmitir en los bienes ajenos que permite aplicar la teoría
de las inmisiones a las relaciones de vecindad se encuentra en la coletilla final del
artículo 582 que define el dominio como limitado en razón del derecho ajeno. Este
es un principio general en materia de bienes, por lo que debe entenderse que el
ejercicio de las facultades de dominio siempre encuentra su límite en la no
realización de actos que afecten el ejercicio de actos de uso, goce o disposición de
otros titulares dominicales, por lo que la penetración de las emisiones producidas
en un predio en otro se encuentra, en principio, prohibida.
1. NACIMIENTO DE LA TEORÍA
D. 8,5,8,5 [Ulpiano libro décimo séptimo al edicto] Aristón respondió a Cerelio Vital
que no pensaba que hubiese derecho a expeler humo desde la taberna de quesos
hacia los edificios superiores, salvo que existiese tal servidumbre. Igualmente dijo
que desde los edificios superiores a los inferiores tampoco es lícito echar agua ni
alguna otra cosa, porque sólo es lícito hacer alguna cosa en lo suyo en cuanto no
se entrometa en lo ajeno y la del humo, como la del agua, es una inmisión. Por
tanto, el del edificio superior puede litigar con el del inferior alegando que éste no
tiene derecho a hacer tal cosa. Finalmente, dice Aristón que escribió Alfeno que
igualmente se puede demandar alegando que el otro no tiene derecho a extraer
piedra en su propiedad de tal forma que los fragmentos caigan en mi fundo. Dijo
Aristón al que tomó la fábrica de quesos en arrendamiento a los minturnenses que
los de los edificios superiores le pueden prohibir la inmisión de humos, pero que él
puede demandar a los minturnenses por el arrendamiento y que puede demandarse
al que inmite humo alegando que no tiene derecho para hacerlo. Por el contrario,
se puede demandar alegando que hay derecho para emitirlo, lo que se ve que
también aprueba Aristón. Pero también puede tener lugar el interdicto uti
possidetis si se prohíbe a alguien usar de lo suyo comoquiera. 119
Este caso es aquel que servirá de base a la jurisprudencia alemana del siglo XIX
para la elaboración de la teoría de las inmisiones, por lo que lo trataremos con algún
detenimiento a fin de poder analizar el desarrollo jurisprudencial posterior. En el
fragmento en cuestión Ulpiano, comentando una rúbrica edictal, relata la respuesta
que el jurista Aristón dio a cierto caso planteado por un tal Cerelio Vital. La ciudad
de Minturno arrendó a Cerelio Vital un inmueble a fin de que éste instalara una
fábrica de quesos. El problema es que de resultas de su actividad industrial se
producían pesados humos que se inmitían en los predios superiores. En el caso se
tocan tres puntos diversos. En primer término, el jurista aclara que Cerelio Vital no
tiene derecho a inmitir humos en los predios superiores ( in superiora aedificia iure
immitti posse, nisi ei rei seruitutem talem admittit ), salvo que se haya constituido tal
servidumbre en dichos predios superiores, por lo que cabe la acción negatoria en
contra de la taberna de quesos. Por vía ejemplar se señala que, de la misma manera
que desde el predio superior no se puede echar agua al inferior, ni ninguna otra
cosa, desde el superior no se puede inmitir humos en el inferior. Una vez aclarado
esto, entrega una suerte de regula iuris respecto a la propiedad y las inmisiones
que, con el transcurso de los siglos, terminará en la definición de propiedad de don
Andrés Bello: in suo enim alii hactenus facere licet, quatenus nihil in alienum
immittat , es decir, en lo suyo cada cual puede hacer lo que desee, con tal que nada
inmita en lo ajeno. De contar efectivamente con las servidumbres de humos
necesarias, Cerelio Vital podría demandar vindicando su servidumbre y afirmando
que sí tiene derecho a llevar adelante su actividad económica. Finalmente, si como
consecuencia del ejercicio de la acción negatoria el arrendatario no puede utilizar el
inmueble para el fin previsto en el contrato de arrendamiento, el mismo Aristón
habría señalado que Cerelio Vital podría demandar a la ciudad de Minturno por el
contrato de arrendamiento, ya que en el inmueble arrendado no podría llevar
adelante la actividad económica para la cual lo ha tomado. Por último, se indica que
también cabría la interposición del interdicto uti possidetis , el antecedente histórico
de la querella de amparo, para hacer cesar a Cerelio Vital en su actividad inmisiva.
Sin embargo, la teoría de los actos de emulación no fue el único desarrollo que
experimentó el estudio de las relaciones de vecindad durante el medioevo. Junto
con la sistematización de las servidumbres, también se interpretó el problema de
las inmisiones, aunque no se desarrolló una teoría general de las mismas. El caso
de la taberna de quesos de D.8.5.8.5 resultó, naturalmente, fundamental y las
interpretaciones de los comentaristas parecen ser la base desconocida de las
actuales teorías sobre la materia.
Esta vertiente será tomada luego por Pothier, quien desarrollará una nueva teoría
sobre las inmisiones, esta vez desde el punto de vista de las obligaciones. Al
respecto, Pothier, luego de incluir la limitación del ejercicio de los actos posesorios
en perjuicio ajeno dentro de la definición de la propiedad 143, pasa a ocuparse del
tema de las relaciones de vecindad a propósito de los cuasicontratos, en un
apéndice de su tratado de la sociedad. La explicación para el lugar preciso elegido
a este respecto radica en la necesidad de dar cuenta del origen de las obligaciones
que existirían entre los vecinos, especialmente aquéllas de no hacer relativas a no
inmitir en los bienes del otro. Así, puesto que la vecindad es un acto lícito no
convencional, sólo puede encontrarse, como fuente de las obligaciones entre los
cuasicontratos. En efecto, desde la sistemática de Pothier, puesto que algunas de
las obligaciones nacidas de la vecindad suponen un grado de comunidad, como la
de reparar la pared medianera, explicar la vecindad luego del cuasicontrato de
comunidad parecía lógico. Toda vez que los cuasicontratos, en la óptica de Pothier,
se explican a continuación de los contratos que les sirven de referencia (así, la
agencia oficiosa luego del mandato, la comunidad a continuación de la sociedad,
etc.), tratar la vecindad junto a su género más próximo, la comunidad, que a su vez
está junto a la sociedad, tenía sentido. Fue así como las relaciones de vecindad
fueron extraídas de su lugar tradicional desde la codificación justinianea, las
servidumbres, para ser estudiadas en un apéndice del tratado de la sociedad. Al
respecto señala el autor:
Tal como anuncia, establece, como producto del cuasicontrato de vecindad, una
primera obligación de acotar o cercar l as heredades. En verdad, y a pesar de los
inconvenientes técnicos que plantea esta opción teórica, el cercamiento queda
bastante mejor explicado como una obligación de los vecinos que como una especie
de servidumbre legal, que será la opción tomada tanto por el Code Napoléon como
por el Código Civil de Bello, toda vez que en el cercamiento no sólo no se percibe
cuál es el gravamen en que la servidumbre consistiría, sino que ni siquiera es
posible establecer cuál es el predio dominante y cuál el sirviente. A continuación, en
el artículo segundo de dicho acápite, establece una obligación de amplio alcance
que provendría de tal cuasicontrato:
"La contigüidad obliga a los vecinos a usar cada cual de su heredad de manera
que no perjudique al otro... Esta regla debe entenderse en el sentido de que, por
libre que sea uno de hacer lo que mejor le parezca en su heredad, no puede sin
embargo hacer nada de que pueda resultar algún daño sobre la heredad vecina: In
suo hactenus facere licet, quatenus nihil in alterum immitat " 145.
"Si bien las leyes de buena vecindad me prohíben hacer pasar de mi heredad a
la del vecino nada que pueda perjudicarle, no me impiden sin embargo el privarle
de una comodidad que de mi heredad sacase, com o si un patio mío le
proporcionase tener luz en su casa, no por esto me puede privar de edificar sobre
él..." 147.
Esta categoría, que será la doctrina común hasta la época de Ihering, dejará fuera
del campo de aplicación de la teoría de las inmisiones a los casos de ruidos,
vibraciones, malos olores y otras situaciones análogas, dejando un margen de
insatisfacción amplio en la sociedad alemana que se encontraba en plena revolución
industrial.
§. 906. Der Eigenthümer eines Grundstücks kann die Zuführung von Gasen,
Dämpfen, Gerüchen, Rauch, Ruß, Wärme, Geräusch, Erschütterungen und
ähnliche von einem anderen Grundstück ausgehende Einwirkungen insoweit nicht
verbieten, als die Einwirkung die Benutzung seines Grundstücks nicht oder nur
unwesentlich beeinträchtigt oder durch eine Benutzung des anderen Grundstücks
herbeigeführt wird, die nach den örtlichen Verhältnisse n bei Grundstücken dieser
Lage gewöhnlich ist. Die Zuführung durch eine besondere Leitung ist unzulässig.
364 ABGB Ueberhaupt findet die Ausübung des Eigenthumsrechtes nur in so fern
Statt, als dadurch weder in die Rechte eines Dritten ein Eingriff geschieht, noch
die in den Gesetzen zur Erhaltung und Beförderung des allgemeinen Wohles
vorgeschriebenen Einschränkungen übertreten werden.
[364 ABGB En general, el ejercicio del derecho de propiedad sólo tiene lugar en
la medida que no afecte los derechos de terceros, ni transgreda lo prescrito en las
leyes y las restricciones establecidas para la preservación y promoción del bien
común].
Así fue como, tomando como fundamento el artículo 574 168Codice Civile de 1865
comenzó la construcción de una teoría propia de las inmisiones 169. Este artículo,
que no era otra cosa que una adaptación del artículo 674 del Code Napoléon 170,
que, a su vez, constituía la recepción de la compleja casuística romana sobre
inmisiones, específicamente de D.8.5.17.2 171, donde se consulta al jurista Alfeno
sobre un estercolero que se ubica junto a una pared en el linde de una finca. La
jurisprudencia italiana utilizó este caso como base para establecer el uso limitado
de la propiedad en razón de los intereses del vecino, dándole un alcance general
que prohíbe la realización de actos en lo propio, en la medida que de sus
consecuencias se deriven efectos nocivos para el vecino. Para proteger el predio
vecino de las consecuencias nocivas de los actos inmisivos, se utilizó la acción
negatoria, que tampoco tenía consagración legal expresa en el Código de 1865.
"La necesidad es el límite de todo derecho positivo. La ley positiva puede regular
mal la coexistencia social, mas no puede romperla. Cuando entramos en la esfera
de las necesidades sociales generales y absolutas no cabe hablar de un immittere o
un facere ilícitos" 173.
176
En el artículo 844 del Código Civil italiano se establece :
Art. 590. Nadie podrá construir cerca de una pared medianera pozos, cloacas,
acueductos, hornos, fraguas, chimeneas, establos, depósitos de materias
corrosivas, artefactos que se muevan por vapor, o fábricas que por sí mismas o
por sus productos sean peligrosas o nocivas, sin guardar las distancias prescritas
por los reglamentos y usos del lugar, y sin ejecutar las obras de resguardo
necesarias, con sujeción, en el modo, a las condiciones que los mismos
reglamentos prescriban.
Otra alternativa fue planteada por Ripert, quien hizo su tesis doctoral en la
materia 194. Según este autor "[e]s necesario admitir, pues, que la jurisprudencia ha
establecido en lo referente a las relaciones de vecindad una regulación particular de
los daños causados. Los tribunales investigan si el daño excede al que resulta de
las obligaciones ordinarias de vecindad. En este sentido, la idea de Pothier no es
falsa. Los propietarios vecinos forman una especie de comunidad y esa comunidad
tiene sus leyes. Aquel que en su explotación ha destruido el orden establecido por
la costumbre debe una reparación". 195En este sentido, concuerda con Planiol en
que las obligaciones de vecindad serían de carácter real, circulando con la
titularidad del bien. No obstante, esta idea no fue en general acogida por la doctrina.
Los actos que el tercero ejecuta (o las omisiones, según el caso) deben realizarse
fuera del espacio físico del bien, esto es, más allá de sus lindes. Un acto realizado
dentro del bien en sí por un tercero constituye una violación directa a la propiedad
del vecino y atenta contra su ius excludendi o derecho a excluir a terceros del
mismo. En este caso estamos más allá de la simple inmisión y tal tipo de ataque
puede ser rechazado sin regirse por las complejas reglas de tal teoría e incluso por
vías de hecho. En doctrina se califica los actos de un tercero dentro del bien ajeno
de inmisión directa, mientras que las inmisiones propiamente tales se suelen
denominar indirectas. No obstante, hay un evidente consenso en que las inmisiones
directas son siempre contrarias a derecho, sea cual fuera su naturaleza o la
intención del agente 212, mientras que las indirectas son aquellas que se norman a
través de la teoría. Al respecto señala Bonfante 213:
Ahora bien, lo normal será que las inmisiones se realicen cuando el tercero actúa
en lo suyo, en decir, dentro de los límites de su propio bien y en ese contexto sus
actos atenten en contra de la interdicción de usar su propiedad "contra derecho
ajeno", en los términos del artículo 582 del Código Civil. Sin embargo, es también
posible que los actos del tercero se realicen no en sus propios bienes, sino en los
bienes de uso público, como, por ejemplo, en la calle. En este caso evidentemente
también podrá accionarse en su contra, puesto que lo esencial es que, a través de
sus actos, está perjudicando al poseedor de un bien impidiéndole el pleno ejercicio
de sus facultades del dominio y, por tanto, perturbando su posesión. La posesión
ha de ser defendida de las interferencias fácticas de terceros y no existe razón
alguna para limitar esta defensa sólo respecto de quienes obran en lo propio y no
en lo común, puesto que es propietario (y, por tanto, tiene derecho a servirse de sus
bienes) no sólo respecto a los vecinos, sino respecto a toda persona. Para que en
este caso podamos hablar de una perturbación posesoria las inmisiones deben
tener un carácter habitual, puesto que el esporádico grito de un niño no es suficiente
como para estimar afectada la posesión de un inmueble. Por lo demás, el agente
debe ser identificable, puesto que en caso contrario no habrá un sujeto pasivo
determinado en contra quien interponer la demanda. Evidentemente, esto ha de
entenderse sin perjuicio de los derechos fundamentales de reunión y expresión que
asisten a todos los ciudadanos, puesto que el sueño de una persona no puede
usarse como excusa para prohibir una manifestación.
De acuerdo con lo expuesto, los actos del tercero han de producir emisiones que
penetren las fronteras del bien afectado. Este es el punto central de la teoría de las
inmisiones, puesto que no se trata de las perturbaciones posesorias que se realizan
mediante la injerencia directa en los bienes de otro, sino que el tercero, a través de
actos en lo propio que generan emisiones, perturba la posesión de un vecino. Estas
emisiones pueden derivarse de cualquier tipo de acción, sea que forme parte de los
usos normales de la propiedad o de un uso extraordinario. Es el hecho de la
penetración de dichas emisiones dentro de la esfera material del bien del vecino,
cuando éstas tienen una entidad suficiente para constituir perturbaciones
posesorias, lo que permite al afectado accionar. Durante el siglo XIX en Alemania
se limitó la vigencia de la protección contra inmisiones a injerencias que se
denominaron corporales 214, es decir, aquellas que constituían una sustancia
materialmente apreciable por los sentidos, como los humos, la humedad y las
piedras. No obstante, esta visión limitada de las inmisiones fue superada por la obra
de Ihering 215y, desde entonces, no se duda en la doctrina 216que no sólo las
sustancias de naturaleza corporal, sino también las denominadas incorporales
(como las ondas sonoras o los olores) pueden constituir inmisiones. En verdad, la
categorización de las inmisiones en corporales e incorporales corresponde a una
teoría física anticuada en que se dudaba de la naturaleza material de las ondas.
Hoy por hoy, no sólo es muy difícil determinar si un fenómeno en concreto tiene
naturaleza corporal (es decir, formada por partículas, sea a nivel atómico o
subatómico, puesto que esto depende de la presencia y comportamiento del boson
de Higgs), sino que es ocioso. El Derecho rige relaciones sociales y las inmisiones
son, ante todo, categorías sociales, no físico-naturales 217. Si la luz o el
electromagnetismo están compuestos por partículas o no, esto no tiene influencia
alguna en que constituyan perturbaciones posesorias. Por lo demás, existen
fenómenos que, a pesar de estar evidentemente compuestos de partículas (como
los neutrinos), no son susceptibles de interactuar con otras partículas y, por ende,
no constituirán nunca una inmisión.
Las emisiones deben ingresar en las fronteras del bien afectado. No es suficiente
que afecten su entorno, sino que deben penetrarlo, puesto que de lo contrario no se
afectará su posesión, sino tal vez su valor de mercado u otro aspecto de carácter
ideal. Sin penetración no hay inmisión y, por tanto, las mediciones necesarias para
determinar su entidad deben realizarse dentro del bien afectado. En todo caso, es
posible que el bien afectado sea un bien nacional de uso público, como las plazas,
calles y parques naturales, en cuyo caso las fronteras del mismo pueden resultar un
tanto difusas, aunque no por ello indeterminables.
El punto es que "para plantear bien la cuestión, debe ante todo evitarse, entre
otros, el equívoco de creer que se trata de materia propia del derecho administrativo.
Ciertamente que le interesa; pero independientemente hay una cuestión de
coordinación de derechos subjetivos que es propia del civil". 232En este sentido, la
autorización administrativa es un asunto que atañe a la relación entre la
administración y el administrado, mas no puede ser el criterio que fundamente las
relaciones entre particulares, que el Derecho civil es llamado a configurar. El contar
con una autorización no significa que "el que dispone de una licencia administrativa
goza de una patente de corso para producir inmisiones" 233y las autorizaciones
administrativas otorgadas no constituyen excusa para perturbar la propiedad ajena.
El problema consiste "no si las inmisiones de tal tipo provienen de la finca colindante
son administrativamente correctas, sino si son civilmente excesivas y molestas para
los vecinos". 234
Por último, la Ley se remite expresamente a las disposiciones del Código Civil en
materia de responsabilidad 242, de manera que no puede entenderse que las
derogue, sino todo lo contrario, las confirma.
En fin, una vez analizada la teoría de las inmisiones, elaborado un concepto para
nuestro derecho nacional y analizado el mismo en su relación con los actos
administrativos, debemos pasar a considerar el problema de corte más bien forense
de las acciones aplicables para el caso de producirse inmisiones.
2. ACCIONES APLICABLES
3. ACCIONES CAUTELARES
Históricamente, la sede posesoria fue una instancia adecuada para resolver las
diferencias que se producían en razón de las relaciones de vecindad 243durante la
Antigüedad Tardía y la Baja Edad Media, luego de la recepción del Corpus Iuris 244.
Creemos haber demostrado que nuestro Código Civil recepcionó dicha tradición y
que en él también las acciones posesorias tienen el potencial para utilizarse como
remedio cautelar frente a las inmisiones, aunque no es el único que eventualmente
tendría dicha virtualidad. Frente a ellas se encuentra la acción constitucional de
protección, que también podría ser la vía elegida para hacer valer la defensa de la
propiedad frente a las inmisiones ajenas.
Como ya hemos señalado, tanto de la historia como del tenor literal del artículo
921 debe entenderse que la querella de amparo no sólo tiene lugar cuando se
disputa la titularidad de la posesión del bien, es decir, cuando se amenaza con un
despojo posesorio, sino cuando se perturba la posesión del mismo de cualquier
forma que haga imposible, difícil o incluso incómodo el ejercicio de actos posesorios.
El sujeto pasivo será cualquier persona que turbe dicha posesión, con
independencia de su calidad respecto al bien desde donde realiza las emisiones,
sea dueño, poseedor, mero tenedor o simple ocupante ocasional, toda vez que no
se requiere de ninguna calidad jurídica especial para constituirse en emisor de
influencias que eventualmente pueden transformarse en inmisiones.
Esta acción prescribe una vez transcurrido un año contado del primer acto de
perturbación posesorio (Art. 920), aunque, de tratarse de actos que generan
contaminación atmosférica, la acción es imprescriptible 250.
Al respecto, la confusión comenzó hacia la segunda década del siglo XX. Hasta
entonces, la posibilidad de exigir una indemnización de perjuicios en el ámbito de
una querella posesoria parece una verdad indiscutida 256. Sin embargo, en esta
época se pone en discusión dicha posibilidad 257. Aparentemente, el conflicto surge
a raíz de la redacción del antiguo artículo 704, actual 551, del Código de
Procedimiento Civil que enumera los contenidos mínimos de la demanda en una
querella de amparo. En efecto, en el primer proyecto había incluido la mención de
los perjuicios en su numerando segundo 258. Sin embargo, en la redacción final del
mismo no quedó esta mención. Puesto que no tenemos actas de tal proyecto, las
razones de ello nos son ignotas 259. Así, en esta época la doctrina y la jurisprudencia
comienzan a vacilar en torno a la procedencia del cobro de indemnización de
perjuicios en el marco de una querella de amparo.
Una vez asentada la procedencia del cobro de perjuicios dentro del marco de una
querella de amparo, para lo cual debería bastar la sola lectura del artículo 921 del
Código Civil, nos queda la parte más relevante de este trabajo, esto es, determinar
su naturaleza y la necesidad de acreditar la posición subjetiva del causante. No
obstante que la regla general en nuestro Código Civil es que para reclamar
perjuicios sea necesario probar la existencia de culpa o dolo, es decir, los elementos
de la posición subjetiva del agente, dicho sistema es propio de los delitos y
cuasidelitos, aunque no necesariamente común a todos los casos de indemnización
que el Código establece. Esto, porque los modernos sistemas de responsabilidad
extracontractual son sistematizaciones que se han aplicado al Código Civil, antes
que un criterio inherente al mismo. Algo similar ocurre con el acto jurídico y con otras
instituciones dogmáticas que no viene al caso estudiar en detalle.
Artículo 921: El poseedor tiene derecho para pedir que no se le turbe o embarace
en su posesión o se le despoje de ella, que se le indemnice del daño que ha
recibido, y que se le dé seguridad contra el que fundadamente teme.
En el primer régimen proyectado por don Andrés Bello, existía una indemnización
de los daños recibidos, para el caso de ser turbada la posesión o despojado; una
indemnización contra todo perjuicio, para el caso de despojo injusto, y una tercera,
por el duplo de los perjuicios, si es que hubiere intervenido violencia, clandestinidad
o precario. Es decir, el alcance de los perjuicios en el primer caso, en el 1073=921
no abarcaría todo perjuicio, sino que simplemente el daño emergente, mientras que
la totalidad de los perjuicios entraría sólo en la hipótesis del 1079=926, e incluso, a
título penal, el doble de ellos en caso de violencia, clandestinidad o precario.
"todos sus frutos y utilidades [de la cosa de que ha sido despojado el poseedor],
y resarza los daños, y si hubiere dejado de poseer se le condene in id quod
interest ".
Es decir, el daño emergente, lucro cesante y todos los demás daños concebibles.
Con la supresión del artículo 1080 de la redacción final del Código, la privación
injusta del 926 abarcaría tanto las hipótesis de violencia, clandestinidad o precario,
como los demás despojos injustos, es decir, aquéllos donde se pruebe culpa o dolo.
En todos ellos se indemnizaría la totalidad de los perjuicios. En los casos en que no
medie culpa o dolo, la indemnización se deberá de igual manera, aunque limitada
al daño emergente.
"El que intenta en este caso el interdicto [de amparo] debe probar que es poseedor
al tiempo de la contestación del pleito, y que el reo a quien conviene le turba en la
posesión, y en su conformidad pedir que se declare ser el poseedor, y mande que
el reo no le moleste en lo sucesivo en su posesión, y le pague los perjuicios que le
ha causado por haberle molestado ". Las cursivas son nuestras.
Art. 941. El dueño de una casa tiene derecho para impedir que cerca de sus
paredes haya depósitos o corrientes de agua, o materias húmedas que puedan
dañarla.
El juez competente será, nuevamente, el juez de letras del lugar donde se ubiquen
los inmuebles 273. El procedimiento es asombrosamente breve (Art. 579 CPC),
rigiéndose por las normas de la denuncia de obra nueva (artículos 571 a 574 CPC).
Se presenta la demanda y el juez debe ordenar la inspección personal del tribunal
en el lugar en cuestión asesorado por un perito nombrado por el tribunal. Las partes
podrán concurrir a la diligencia también asesoradas por un perito. Con el mérito de
tal inspección, se cita a las partes a oír sentencia en el acto, la cual se dictará de
inmediato o, a más tardar, en los tres días siguientes. Ordenadas en la sentencia la
demolición o la realización de enmiendas, la demandante puede exigir se ejecuten
de inmediato sin que sea apelable dicha ejecución.
Por expresa disposición legal 274la acción no prescribe mientras exista un motivo
para temer el daño que potencialmente los depósitos de materias húmedas puedan
ocasionar. Si de los humedales se genera contaminación ambiental (es decir, malos
olores y emanaciones insalubres, como en los casos de Freirina y Pelequén), la
acción es imprescriptible (Art. 937).
.
3.3. Acción popular
Las acciones que podrá interponer para el caso de inmisiones son la acción de
amparo y la acción especial del 941, quedando el desarrollo de las mismas regido
por las reglas propias de dichas acciones, con la única particularidad de indicarse
en la demanda que el actor se encuentra legitimado en virtud de dichos artículos.
4. ACCIONES DE FONDO
Tal como hemos señalado, no sólo pueden entablarse acciones cautelares a fin
de obtener la cesación de las inmisiones, sino también acciones de fondo. En efecto,
a cada acción cautelar corresponde una acción de fondo en virtud de la cual se
reclama la fijación definitiva de las posiciones jurídicas de las partes. En este
sentido, las materias posesorias reclamadas mediante interdictos, han de discutirse
en sede ordinaria a fin de obtener un pronunciamiento definitivo que produzca cosa
juzgada.
Las acciones que pueden corresponder para el caso de inmisiones son dos, una
de carácter real que tiene por objeto el cese de las inmisiones provocadas por el
emitente que se denomina —en derecho comparado— acción negatoria y otra, de
carácter personal, que tiene por objeto la eventual indemnización de los perjuicios
que puedan haberse causado, tanto materiales como morales, en el contexto de las
inmisiones. Aunque dichas acciones son diferentes y tienen por objeto bienes
jurídicos distintos, no cabe duda de que pueden ejercerse conjuntamente, toda vez
que emanan directamente de los mismos hechos y requieren pronunciamientos
jurisdiccionales complementarios, en los términos de los artículos 17 y 92 del
CPC 277. En efecto, si se niega lugar a la acción negatoria por inmisiones,
malamente puede haber lugar a la acción de perjuicios, por lo que la primera es
el pies lógico de la segunda. No obstante, dado el régimen de responsabilidad
aquiliana vigente en nuestro sistema de responsabilidad extracontractual, el
otorgamiento de la cesación de inmisiones en virtud de la acción negatoria puede
no implicar, necesariamente, que haya lugar a los perjuicios.
A fin de dar mayor claridad a las particularidades de ambas acciones es que las
trataremos separadamente, aunque en la práctica debiesen interponerse de manera
conjunta. Comenzaremos por la acción negatoria.
Por su parte, el artículo 856 del Código 280prohíbe a un propietario realizar sin
servidumbre previa que lo autorice ciertos actos e industrias (como el
establecimiento de letrinas, chimeneas, fraguas, etc.) de los que se derivan
consecuencias negativas a los predios circundantes. En caso de contravenirse tal
disposición, esto es, de establecerse tales actividades, el dueño podrá accionar en
su contra.
El sujeto pasivamente legitimado será cualquier tercero que realice actos cuyas
emisiones, al penetrar en los confines de un inmueble ajeno, se conviertan en
inmisiones. No es necesario que tenga ningún título o calidad especial respecto al
bien donde ejerce sus actividades. En efecto, ya en el caso de la taberna de quesos
de D.8.5.8.5 el inmitente era arrendatario, es decir, mero tenedor. Incluso las
inmisiones podrían ser el resultado de actividades en bienes concesionados o en
bienes nacionales de uso público.
Es relevante que las inmisiones tengan una entidad mensurable, sea que
consistan en ondas, en gases o en cualquier otro residuo. En caso contrario, el
tribunal no podrá apreciar su cuantía y, por tanto, la forma en que éstas provocan
una perturbación posesoria en los bienes del actor. En cuanto al tipo de bien
afectado, en principio, lo más frecuente será que se ejerza en defensa de bienes
inmuebles, aunque también podría darse el caso de ejercerse una acción negatoria
en defensa de un bien mueble. No obstante, el caso es más bien raro, toda vez que
estos suelen ser desplazados cuando hay riesgo de inmisiones 283.
En primer término, podemos encontrarnos ante una actividad que requiere de una
autorización administrativa para su ejecución, siendo el caso que dicha autorización
no se ha recabado o no se han cumplido los elementos establecidos en la misma
para su desarrollo. Este es un típico caso de culpa infraccional o culpa contra la
legalidad 292, toda vez que el quebrantamiento de la norma gatilla la responsabilidad
del autor 293. En palabras de Alessandri: "La apreciación de la conducta del autor
del daño es innecesaria si éste proviene de la violación de una obligación
determinada impuesta por una ley o un reglamento" 294. En este tipo de casos basta
con acreditar que el daño proviene del quebrantamiento de las normas regulatorias
que imponen un deber de cuidado para estimar inmediatamente que la acción es
culpable. Especialmente importante resulta al efecto la regulación medioambiental,
que fija rigurosos requisitos para una amplia gama de actividades, como también
una expresa presunción legal de responsabilidad para el caso de infracción a sus
disposiciones 295. No obstante, debemos señalar que el mero hecho de cumplir con
las regulaciones administrativas no es suficiente para eximir de culpa al autor 296,
puesto que el respeto a la normativa vigente no descarta la imprudencia ni la
negligencia.
La teoría de los actos de emulación postula que los actos realizados en los bienes
propios que se encuentren exclusivamente encaminados a perjudicar a terceros
deben ser prohibidos. Su origen se relaciona con un caso romano en que una ciudad
realiza obras, sin la aprobación imperial, con el fin exclusivo de perjudicar a otra
ciudad 306. Al respecto, Bártolo expresa que pueden realizarse obras en los lugares
privados, a pesar de no contar con autorización imperial, salvo que su único fin sea
el dañar a terceros 307. Esta doctrina fue efectivamente utilizada durante la vigencia
del ius commune para moralizar las relaciones sociales, aunque la naturaleza
individualista del Code Napoleón la dejó, naturalmente, excluida al formular la
propiedad como un derecho que se ejerce de la manière la plus absolue 308. No
obstante, Josserand estima que habrá lugar a responsabilidad en las relaciones de
vecindad cuando el emitente actúe abusando de su derecho, es decir, cuando exista
intención de dañar a otro, se trate de satisfacer un interés egoísta o, cuando
existiendo varias maneras de ejercer un acto, el dueño elija aquella que sea más
nociva para los demás 309.
La formulación de Josserand es bastante buena, toda vez que concibe al abuso
del derecho como una forma específica de comportamiento culpable en el ejercicio
de los derechos que gatilla la responsabilidad extracontractual al producirse, de
resultas de este actuar, daños a terceros. Así, cuando en las relaciones de vecindad
se actúa con dolo, es decir, con intención de dañar a otro, o a través de otros
comportamientos culpables predefinidos, hay lugar a la responsabilidad. Esta idea
fue adoptada por la doctrina francesa de manera unánime 310. No obstante, el
problema surge al conjugarse la teoría del abuso del derecho con el problema de
los usos anormales de la propiedad.
No obstante, la doctrina francesa terminó por entender que los usos anormales
eran un caso independiente del abuso del derecho exclusivamente enfocado a la
responsabilidad extracontractual entre vecinos 313. En pocas palabras, la
responsabilidad por usos anormales sería una excepción a la responsabilidad
aquiliana general que objetivaría la responsabilidad en las relaciones de vecindad.
Respecto al problema de los usos anormales, debemos señalar que, al carecer el
sistema francés de una verdadera teoría de las inmisiones, la naturaleza de las
influencias que se proyectan de un predio al otro no se encuentran definidas. Así,
puesto que ni el tipo de acto ni el supuesto daño están delimitados, cualquier acción
de un vecino que haga descender el teórico valor de mercado de la propiedad de
otro, termina siendo objeto de acción de responsabilidad extracontractual, como la
inauguración de un hospital o la construcción de un colegio 314. Ironizando, Bonfante
se pregunta por qué no se acciona en contra de las familias harapientas que optasen
por vivir en barrios de lujo 315. Por la aplicación de esta teoría los tribunales
franceses terminan en convertirse en los censores de la propiedad y vetan cualquier
uso nuevo que se quiera dar a la misma. Por lo demás, la pirueta técnica necesaria
para convertir la responsabilidad extracontractual en materias de vecindad en un
caso de responsabilidad objetiva es bastante grosera. El sistema francés es
evidentemente subjetivo y el intento de objetivarlo vía los usos anormales contradice
el texto y el espíritu de sus disposiciones legales. Además, envuelve una tautología,
toda vez que se afirma que se responderá de los daños causados por usos
extraordinarios de la propiedad, en virtud de lo extraordinario del uso, es decir, el
mismo elemento, la anormalidad, se ubica en el supuesto y el consecuente de la
disposición.
Las fallas teóricas y las dificultades prácticas que la teoría de los usos normales
supone, ha causado el general rechazo de la misma en todos los demás medios
jurídicos que, unánimemente, han optado por aplicar la teoría de las inmisiones para
regular estos supuestos. Si bien creemos que la teoría francesa, como un todo,
termina siendo insatisfactoria, el abuso del derecho sí puede constituirse en un
elemento válido para determinar la procedencia de la responsabilidad
extracontractual en caso de inmisiones. Si una persona ha utilizado sus bienes
provocando inmisiones y puede estimarse que el uso que hace de estos es abusivo,
en principio nace la responsabilidad extracontractual. En efecto, el criterio subjetivo
enunciado por Josserand para este tipo de casos parece bastante adecuado: habrá
abuso del derecho —y por tanto culpa en la responsabilidad extracontractual— si
(1) existe intención positiva de dañar a otro, (2) si se trata de satisfacer un interés
egoísta o, (3) si existen varias formas de realizar un acto, y el dueño eligió la más
nociva para los demás. Todos estos casos implican dolo (1) o negligencia (2 y 3) y
son perfectamente asimilables dentro de nuestro sistema de responsabilidad
extracontractual basado en la culpa aquiliana.
Sin embargo, en nuestro sistema jurídico la naturaleza misma del abuso del
derecho se encuentra bajo debate. La mayor parte de la doctrina y
jurisprudencia 316sostienen que sería un ilícito extracontractual y, por tanto, un
elemento asimilable dentro de los delitos y cuasidelitos donde los elementos
subjetivos de culpa y dolo serían aplicables. Los más notorios defensores de esta
corriente son Alessandri 317y Barros 318, quienes aparecen frecuentemente citados
de manera textual en nuestra jurisprudencia. Otra parte de la doctrina se encuentra
representada por Rodríguez Grez 319, quien defiende una teoría objetiva del abuso
del derecho, donde cualquier uso desviado de la finalidad social del mismo
constituiría un abuso y, por ello, sería ilegítimo, permitiendo tanto el ejercicio de la
responsabilidad extracontractual como de otras acciones. Esta postura ha recibido
algún apoyo jurisprudencial 320, aunque no mayoritario. Como destaca Terrazas, tal
vez la consecuencia más importante de esta teoría no se encontraría en materia de
indemnización por responsabilidad extracontractual, sino en que permitiría el
ejercicio de acciones de cese de actos nocivos por considerarlos abusivos 321.
Pensamos que, en materia de inmisiones, al distinguirse nítidamente la acción de
cese —o negatoria— de aquella de responsabilidad por los daños causados,
podemos optar cómodamente por una posición subjetiva en materia de
responsabilidad, puesto que, las manifestaciones objetivas más relevantes del
abuso del derecho en este campo, se encuentran cubiertas. En último término, la
teoría de las inmisiones y del abuso del derecho comparten antecedentes históricos
y dogmáticos importantes y, si bien en cierto sentido podría sostenerse que la teoría
de las inmisiones es una manifestación de un principio general que prohíbe abusar
del derecho 322—lo cual se manifiesta en la procedencia de una acción negatoria—
, esto es distinto a sostener que nuestro sistema jurídico admite la procedencia de
indemnizaciones sin culpa, lo cual contradice el texto y el espíritu del Código Civil.
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