Arte Latinoamericano

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ARTE LATINOAMERICANO

El concepto de arte latinoamericano se refiere al que se realizó o se realiza en los


países latinoamericanos, es decir, en la zona del globo terráqueo que corresponde al
continente o islas que hacen parte de lo que se conoce como continente americano,
donde en su habla predomina el lenguaje que deviene de las lenguas latinas, tales
como el castellano, el portugués, el francés, el italiano, en contraposición de los
lugares o países americanos donde se habla una lengua de origen anglosajón, como la
inglesa en los Estados Unidos, e incluso la francesa, como sucede en Canadá.
Por arte latinoamericano, se comprende, en fin, al desarrollado con toda independencia
y particularidad, por los artistas de América Latina que, luego de un proceso histórico
marcado e influenciado por el poder de los países colonialistas europeos en una
primera instancia, y luego por las políticas colonialistas en el continente americano por
parte de los Estados Unidos, y que tomando conciencia de su unidad cultural,
lingüística, e histórica, comienzan a reivindicar su propio pasado ancestral, retomando
en sus temáticas o exaltando el arte de las grandes culturas precolombinas, o
retomando elementos del arte popular de los pueblos de América Latina. Este proceso
de identificación del arte latinoamericano comienza a finales del siglo XIX y se
consolida a principios del siglo XX, cuando muchos artistas de la región viajan a
Europa, principalmente a París, que era el centro artístico y cultural donde se
desarrollaban una cantidad de propuestas artísticas que a la postre marcaron una
revolución en el arte moderno, y se vieron influenciados por lo que en la historia del
arte se conocen como vanguardias artísticas, tales como el cubismo, el surrealismo, el
constructivismo, el expresionismo, el abstraccionismo, etc.

ARTE LATINOAMERICANO COLONIAL:

Se refiere al desarrollado en los países de América Latina durante el período histórico


correspondiente al proceso de colonización por parte de la corona española, entre los
siglos XVI y XVIII. Se caracterizó básicamente por la imposición violenta de los
elementos de catequización y adoctrinamiento en los asuntos religiosos relacionados
con el poder ideológico derivado de la Iglesia Católica y que se expresó, en términos
del arte, en influencias de los estilos románico, barroco, manierista, rococó y algo de
gótico, tanto en la arquitectura como en la pintura y la ornamentación de iglesias y
catedrales. Sin embargo estos estilos europeos fueron adoptados o transformados por
los pueblos aborígenes colonizados, que en muchos casos agregaron o yuxtapusieron
elementos propios de sus culturas en un proceso de sincretismo cultural, es decir, que
de alguna u otra forma seguían expresando, a través de formas artísticas foráneas
contenidos camuflados de sus creencias ancestrales, siendo de particular importancia
artística y estética las obras que en este sentido se desarrollaron en países como
México y Perú, dando paso a un nuevo estilo, que en la historia del arte se conoce
como barroquismo latinoamericano.
ARTE LATINOAMERICANO REPUBLICANO:

A finales del siglo XVIII y a inicios y hasta mediados del siglo XIX, en general, se llevan
a cabo los procesos de emancipación e independencia de los pueblos latinoamericanos
respecto a la dominación española. Las ideas de la ilustración y de los enciclopedistas
franceses, así como los elementos de modernización e industrialización que se
consolidaban en Inglaterra y Norteamérica, influyeron en forma significativa en la
concientización de que los pueblos latinoamericanos tenían derecho a la
autodeterminación e independencia, lo cual hizo posible que surgieran una serie de
líderes o caudillos que supieron interpretar esta nueva realidad y supieron ganarse el
apoyo de gran parte de la población mestiza, indígena y negra, así como de los criollos
acaudalados e inconformes con el seguir pagando tributo a la corona española. La
relación entre arte y ciencia fue muy importante en algunos proyectos relacionados con
el conocimiento de la realidad latinoamericana. Como ejemplo particular vale señalar la
Expedición Botánica en Colombia, dirigida por José Celestino Mutis, la cual dejó una
gran cantidad de registro gráfico, ilustrativo y pictórico sobre plantas, flores, paisajes
rurales y de poblaciones, tipos humanos, y de otros aspectos concernientes al medio
en los cuales los artistas se veían inmersos y cuestionados respecto a lo que es la
representación y respecto a lo maravilloso de la realidad que se presentaba a sus ojos
y que de alguna forma sutil, técnica, utilizando incluso pigmentos no conocidos por los
pintores europeos, daban cuenta de la magnificencia y riqueza de motivos o temáticas
pintorescos. Igualmente otros pintores o dibujantes ingleses, franceses y criollos
dejaron plasmados en dibujos y acuarelas escenas, retratos, paisajes, episodios de
guerras, etc., que quedaron como testimonio de una interpretación de la realidad
supuestamente captada directamente. Sin embargo, como se dijo anteriormente, esta
fue una buena fuente para que algunos artistas trascendieran lo anecdótico y se
interesaran en lo sensible, e influenciados por el impresionismo, movimiento pictórico
que estaba en su apogeo en París, empezaron a realizar trabajos interesantes en este
sentido, de captar lo efímero y mágico del paisaje del momento, pero agregando a su
percepción la luz, el color, lo exuberante de una tierra de trópico poblada con gran
cantidad de tipos humanos y razas.

ARTE LATINOAMERICANO MODERNO:

“La América Latina en proceso de “inventarse”, tal como la describen el historiador


mexicano Edmundo O'Gorman y el esteta peruano Juan Acha, es una constante que
convierte la movilidad en prisma interpretativo para observar la historia del arte
moderno de este continente. Ubicados en su ser europeo y la necesaria pertenencia a
una cultura nacional, los artistas buscarán desde comienzos de siglo y particularmente
durante los años veinte, una identificación con Europa y la modernidad, ponderando
los límites de esta mirada en el espejo y pretendiendo instaurar sus diferencias. (…)

Los artistas se han sentido, a través de sus obras, según los momentos y en grados
diferentes, más “latinoamericanos” o más “europeos”. Este sentimiento que se refleja
en sus creaciones artísticas con intensidad y éxitos distintos, nació bajo la presión de
una variedad de influencias y acontecimientos ligados a la situación interior y a las
contingencias exteriores. La diversidad de los países, pese a la historia y la cultura
comunes, es una realidad inseparable de su unidad.

Los artistas latinoamericanos se orientarán hacia un camino creativo que evidencie y


cierna en términos plásticos su propia identidad. (…) El arte latinoamericano del siglo
XX relata la historia de identidades múltiples, la de América Latina pensada como
realidad colectiva, pero también como manera individual de ser. Se trata de dos
visiones diferentes, a veces antagónicas, que algunos artistas logran amalgamar al
servicio de sus designios conceptuales o ideológicos. Variedad de lugares, de historias
y de sociedades, a la vez que heterogeneidad de corrientes, producciones, posturas y
compromisos. (…)

A lo largo de la primera mitad del siglo la producción artística latinoamericana se divide


en dos corrientes. La primera, figurativa y narrativa en el Norte (México), fue un
movimiento comprometido de arte público y mural que halló un terreno favorable con
las ideas y el gobierno surgidos de la Revolución de 1910. Nacido en 1922, este arte
oficial ocupará el terreno durante cuarenta años. Más de mil pinturas murales serán
realizadas en todo el país (edificios públicos y privados), así como fuera de México,
principalmente en Estados Unidos. La escuela mexicana de pintura es una experiencia
sui géneris que no tiene equivalente en nuestro siglo.

La influencia del realismo social y la urgencia circunstancial de un arte comprometido


también se hará sentir en Argentina con Antonio Berni, en Brasil con Cándido Portinari
y Emilio di Cavalcanti, así como en el movimiento mural chicano que se desarrollará
durante las tres últimas décadas en todo el sur de Estados Unidos. La dimensión social
y política de la creación atravesará el curso de la historia del arte latinoamericano,
simultáneamente a la interrogación por la identidad.

En el Sur, la situación es algo diferente por la aparición de un polo abstracto,


geométrico y constructivista. Estamos ante el dominio de la forma, antes que del
contenido y la función del arte, así como ante las interrogaciones sobre el espacio y su
relación con los problemas de construcción. La modernidad se instala más rápido el Río
de la Plata y Brasil, donde los viajes de ida y vuelta a Europa emprendidos por
numerosos artistas gravitan de manera determinante sobre sus evoluciones. En
Uruguay y Argentina surgen los movimientos más importantes con artistas como
Joaquín Torres García (1874-1949) (…) Torres García cumple un papel de faro,
maestro indiscutible, inspirador de varias generaciones. Los cuarenta y dos años que
pasó fuera de América Latina (Barcelona, New York y París) le revelaron la profundidad
y la fuerza de sus orígenes, conduciéndolo a la invención de un lenguaje personal. Su
arte constructivista oscila de la tradición a la universalidad, de lo primitivo a lo
contemporáneo, de la figuración a la abstracción. Sus textos fundadores, entre los que
destaca Querer Construir (París, reveu Cercle el Carré, 1931), La Escuela del Sur
(Montevideo, 1935) y El Universalismo Constructivista (Buenos Aires, 1944) forman un
sólido corpus teórico, impregnado por el impacto de su célebre fórmula: Nuestro Norte
es el Sur. Lo racional y lo sensible se equilibran en una geometría humanista de la
memoria donde el signo, considerado como “la tradición del hombre abstracto” es al
mismo tiempo mito y estructura. (…)

Pero además existe una tercera corriente que cubre tanto el Norte como el Sur del
continente. Que se trata de lo “real maravilloso” descrito por el cubano Alejo
Carpentier para referirse a la pintura de Wilfredo Lam (…) En “la maravillosa realidad
en sí misma” que es América, artistas tan diferentes como Wilfredo Lam (Sagua la
Grande, Cuba, 1902-1982), Roberto Matta (Santiago de Chile, 1911) o Rufino Tamayo
(Oaxaca, 1899-1991) han superado influencias y cruces variados (el cubismo, Picasso,
el surrealismo, el expresionismo norteamericano), construyendo una escritura pictural
propia, creando un auténtico lenguaje iconográfico a partir de una pluralidad de
fuentes atravesadas por sedimentos identitarios, lo que les permite figurar junto a los
grandes artistas del arte occidental.

Rufino Tamayo supo conjugar el interés por su cultura de origen indígena-la estatuaria
zapoteca- y la apertura a la modernidad para elaborar una iconografía fantasmagórica
a partir de animales, frutas y figuras femeninas. La utilización de colores vivos (rosado,
rojo, azul, verde) y un trabajo paciente sobre la materia producen una textura que es
a la vez transparente y profunda. (…)

Roberto Matta es el único sobreviviente de esta estirpe de grandes maestros que han
elaborado un inédito sistema plástico e iconográfico en un espacio pictural sui generis.
Como escribió Octavio Paz, “la obra de Matta es el matrimonio de la pasión y la
cosmogonía, de la física moderna y el erotismo”. El tema de la transformación
obsesiona a Matta y la confusión de sus “imágenes” existe sólo en apariencia. La
imbricación de formas y signos responde a este “deseo-delirio” donde logra conjugar
en simbiosis el mundo de lo íntimo y de lo social. Su obra existe bajo el signo de la
dualidad y la ambivalencia. En sus cuadros una vena dramática corre paralela a una
vena jubilatoria, discurriendo contradictoriamente en la fiesta y la tortura, el desorden
y la serenidad. Matta se refiere a “las luchas al interior de mí mismo” y habla del arte
como “expresión entre el caos y el cosmos”.
Actualmente, los jóvenes artistas latinoamericanos confirman lo que Matta escribió
hace algunos años: “Pinto para que la libertad no se convierta en estatua”. De Alfredo
Jaar (Chile) a Luis Camintzer (Uruguay), de Víctor Grippo (Argentina) a Silvia Gruner
(México), de José Bedia (Cuba) a Nadin Ospina (Colombia), para limitarnos a ellos, la
problemática local se conjuga con un lenguaje contemporáneo. América Latina
aparece, en su irreductible capacidad de asimilación y renovación, como un
“laboratorio de la modernidad y la pos-modernidad” al mismo tiempo que “guarda de
su pasado recursos para confrontar el mundo pos-moderno al que estamos
precipitándonos””.

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