Santiago - Joyce Meyer

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Derechos de Autor

Copyright edición en español © 2019 por Hachette Book Group, Inc.


Publicado en inglés bajo el título James: Biblical Commentary © 2019 por
Joyce Meyer
Copyright de portada © 2019 por Hachette Book Group, Inc.
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Traducción, edición y corrección en español por LM Editorial Services |


lmeditorial.com | [email protected] con la colaboración de Belmonte
Traductores

ISBN 978-1-546-01336-5

E3-20190103-JV-NF-ORI
ÍNDICE

CUBIERTA
PÁGINA DEL TÍTULO
DERECHOS DE AUTOR
INTRODUCCIÓN: Acerca de Santiago

CAPÍTULO 1: Las pruebas y dificultades llevan al gozo


CAPÍTULO 2: Pedir en fe, contentamiento y perseverancia
CAPÍTULO 3: Lidiar con la tentación y ser hacedor de la Palabra
CAPÍTULO 4: Vivir por la ley real del amor
CAPÍTULO 5: Cómo tener una fe viva
CAPÍTULO 6: La fe y el poder de las palabras
CAPÍTULO 7: Llegar a ser verdaderamente sabio
CAPÍTULO 8: La oración eficaz y poner a Dios primero
CAPÍTULO 9: La gracia de Dios
CAPÍTULO 10: Evitar lo que está mal, hacer lo que está bien
CAPÍTULO 11: Consejos prácticos para creyentes

EN CONCLUSIÓN
¿TIENE UNA VERDADERA RELACIÓN CON JESÚS?
ACERCA DE LA AUTORA
JOYCE MEYER MINISTRIES
BOLETINES DE NOTICIAS
ACERCA DE SANTIAGO

Autor: Santiago
Fecha: Aproximadamente 48 d.C.
Audiencia: Cristianos judíos en la iglesia primitiva

Santiago era un nombre común en tiempos del Nuevo Testamento, como lo


es hoy día. Dos de los doce discípulos de Jesús se llamaban Santiago, pero
ninguno de ellos es el autor de esta carta. El autor de esta epístola se cree
que es Santiago, llamado el hermano de Jesús, aunque técnicamente era su
hermanastro. Jesús y Santiago eran hijos de María; el padre de Santiago era
José, mientras que el Padre de Jesús era Dios mismo. A veces la gente no ve
la grandeza en los propios miembros de su familia porque están con ellos
todo el tiempo y pueden ver sus errores. Aunque Santiago era el hermano
de Jesús, lo reconoció como el Señor resucitado, porque se refiere a sí
mismo como un siervo de Dios y del Señor Jesucristo, lo cual es muy
interesante y demuestra la humildad de Santiago porque fácilmente pudo
haber escrito que él era el “hermano” o pariente de Jesús, pero en cambio se
posiciona como un siervo.
Podemos ver por el Nuevo Testamento que Santiago ocupaba un lugar
prominente en la iglesia de Jerusalén, y se le menciona varias veces en el
libro de Hechos. En Hechos 1:13-14 vemos que Santiago era una de las
personas que estaban orando en el aposento alto, junto a Pedro, Juan, María
y otros. En Hechos 12:17, después de que un ángel liberase a Pedro de la
cárcel (Hechos 12:6-10), Pedro quería asegurarse de que Santiago supiera
que era libre, mencionándolo por nombre. Junto a Pedro, Santiago lideró lo
que se conoce como el Concilio de Jerusalén, en el cual se trató la relación
entre los seguidores gentiles de Jesús y la ley de Moisés. Santiago resume
su juicio sobre los asuntos en Hechos 15:13-21. Cuando Pablo regresó a
Jerusalén después de algunos viajes, se propuso específicamente visitar a
Santiago (Hechos 21:17-19), junto con los ancianos de la iglesia, para
decirles lo que Dios estaba haciendo a través de su ministerio. En Gálatas,
Pablo menciona ver a Santiago de nuevo, en otro viaje. Obviamente,
Santiago tenía una estrecha relación con Pedro y Pablo y fue clave en el
comienzo de la iglesia primitiva.
La Epístola de Santiago tiene mucho que decir sobre vivir una vida
cristiana exitosa, y trata varios asuntos importantes para los cristianos que
están creciendo. Este libro nos enseña no solo que necesitamos leer la
Palabra de Dios y saber lo que dice, sino también que necesitamos actuar en
base a ella. Según H. A. Ironside: “El tema de la epístola es ‘Una fe viva’,
una fe que se evidencia por una vida recta y una buena conducta” (H. A.
Ironside, James and 1 and 2 Peter: An Ironside Expository Commentary
[Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 1947; repr. 2008], p. 12). Me gusta
describir “una fe viva” como una fe que obra y produce cosas buenas en
nuestra vida y en las vidas de otros.
Uno de los principales mensajes de este libro es que la fe verdadera en
Dios lleva a las buenas obras. Servimos a Dios y hacemos buenas obras
debido a nuestro amor genuino por Él. Existen todo tipo de formas prácticas
de demostrar nuestra fe al amar a Dios amando a otras personas,
ayudándolas, apoyándolas, animándolas y diciendo cosas positivas de ellos
y acerca de ellos. Siempre deberíamos recordar que las buenas obras no
demuestran que una persona cree en Dios o que tiene una relación con Él,
sino que cuando tenemos fe en Dios, siguen las buenas obras. La fe tiene
que venir primero, porque cuando las buenas obras se hacen en fe, Dios
recibe la gloria.
Hay cinco capítulos en el libro de Santiago, y H. A. Ironside los describe
de esta forma:
Santiago 1: Una fe victoriosa
Santiago 2: Una fe manifestada
Santiago 3: Una fe que controla y vigoriza
Santiago 4: Una fe sumisa
Santiago 5: Una fe paciente y expectante
En cinco capítulos, Santiago cubre temas que tenemos que entender
como cristianos. Entre ellos están por qué las pruebas y dificultades son
importantes para el desarrollo de nuestra fe y cómo tenemos que verlas y
soportarlas, sabiduría, la importancia de no tener doble ánimo, perseverar
en los desafíos, resistir al diablo, crecer en fe y orar con eficacia. Además,
Santiago escribe extensamente sobre la lengua, explicando cuán poderosas
pueden ser nuestras palabras. Se pueden convertir en algo peligroso para
nosotros mismos y para otros cuando las usamos sin cuidado, con ira o sin
pensar, pero pueden ser una bendición y hacer bien cuando las usamos
correctamente.
El libro de Santiago no nos enseña mucho sobre doctrinas específicas de
la fe cristiana, como hacen algunas epístolas, pero nos ofrece lecciones
valiosas de conducta cristiana práctica y el poner nuestra fe en práctica en
las situaciones que enfrentamos cada día. Por esta razón, es muy importante
que leamos, estudiemos y apliquemos a nuestra vida las verdades y
principios que Santiago nos aporta. A medida que aprende usted más sobre
el libro de Santiago, es mi oración que no solo avive su fe en Dios sino
también le inspire a vivir rectamente de formas prácticas y a hacer buenas
obras por su amor por Dios y por su deseo de glorificarlo a Él en su vida.

Verdades clave en Santiago:


• Incluso en medio de las pruebas, podemos encontrar gozo porque las
pruebas producen buenos frutos en nuestra vida, el fruto de la
perseverancia que lleva al crecimiento y a la madurez espiritual.
• Nuestras palabras son extremadamente poderosas, así que vigilar
nuestras palabras y usarlas con cuidado es de vital importancia. Las
palabras negativas pueden producir dolor y destrucción, pero las
palabras positivas producen bendición.
• Podemos resistir al diablo y él huirá de nosotros.
• Las oraciones sinceras y de corazón son muy poderosas y eficaces.
El primer capítulo de la Epístola de Santiago es un llamado a la
madurez espiritual. Trata una variedad de temas importantes para la
vida cristiana, incluyendo mantener una buena actitud en medio de
las pruebas, evitar tener doble ánimo, tener contentamiento, aceptar
la responsabilidad cuando hacemos frente a la tentación y dejar que
eso nos enseñe algo de valor, controlar nuestra ira, obedecer la
Palabra de Dios, guardar nuestras palabras con cuidado, ayudar a
los pobres y estar en el mundo sin volvernos como el mundo.
Tened por sumo gozo
Santiago 1:2-4

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas


pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y
cabales, sin que os falte cosa alguna.

Santiago 1:2-4 habla de lidiar con las pruebas. Santiago debió haber
pensado que aprender a comportarnos adecuadamente en medio de nuestras
pruebas es muy importante, porque es el primer tema que aborda en esta
epístola. No siempre nos gusta pensar en las dificultades que enfrentamos,
pero la Biblia nos enseña que tienen un gran valor en nuestra vida. No
siempre nos sentimos gozosos cuando atravesamos dificultades, pero
podemos tenerlas por sumo gozo si sabemos lo que producen en nuestras
vidas después de haber hecho su obra en nosotros. Las personas
frecuentemente me dicen que sus pruebas les han hecho ser más fuertes y
mejores de lo que eran antes de ellas.
Podemos comparar nuestras pruebas y dificultades con una mujer que da
a luz. Siente dolor mientras da a luz un niño, pero a la vez siente gozo
porque sabe cuál será el resultado. Hacia el final de su embarazo, ella ora
para que empiecen los dolores de parto. Aunque sabe que será difícil, sabe
que cuanto antes empiece, antes tendrá su bebé. Está lista para soportar las
dificultades a fin de obtener la recompensa. Sabemos que el gozo es mayor
que el dolor, porque en un par de años muchas mujeres deciden soportar
todo el dolor de nuevo por el gozo de tener otro hijo.
Así como una madre comienza a anhelar e incluso orar para que lleguen
sus dolores de parto porque ya no quiere seguir estando embarazada,
podemos llegar al punto en el que estemos muy cansados de vivir como
hemos estado viviendo, en temor, ira o celos; con nuestras emociones llenas
de altibajos todo el tiempo; luchando por tomar decisiones en vez de estar
firmes en la fe, que estamos listos para que algo nos ayude a terminar con
ello y nos avance hacia el siguiente lugar de crecimiento espiritual. A
menudo, Dios usa las pruebas para hacer eso. Así que, si está listo para
dejar atrás sus antiguas formas de vida, puede orar: “Dios, permite que
comiencen mis dolores de parto”. Quizá sea doloroso por un tiempo, pero el
gozo que finalmente obtendrá valdrá la pena.
Durante los tiempos de prueba crecemos espiritualmente, y nos hacemos
más fuertes. Las pruebas también desarrollan el carácter de Cristo en
nosotros y sacan de nosotros perseverancia, firmeza y paciencia, que son
cualidades poderosas que Jesús mostró y que nosotros deberíamos desear
profundamente. Al margen de lo que enfrentemos, Dios siempre obrará para
nuestro bien si pasamos por ello con la actitud correcta.
Aceptar la dificultad en vez de menospreciarla es un desafío para la
mayoría de nosotros. Tendemos a resistirla, luchar contra ella y buscar
alguna manera de zafarnos. Aunque esta es una respuesta natural, no es la
mejor. Lo mejor que puede hacer es orar para poder soportar lo que venga
con un buen ánimo, confiar en que Dios le librará a su debido tiempo, y
creer que Él hará que de ello salga algo bueno. Quizá le ayude decirle a
Dios exactamente cómo se siente con lo que está viviendo y también
expresar su confianza en Él. Dios es bueno, y podemos estar seguros de
que, nos pase lo que nos pase, obrará para nuestro bien y nos ayudará a
crecer espiritualmente si se lo permitimos.
Nuestra actitud durante los tiempos de prueba y dificultades desempeña
su papel a la hora de determinar cuánto durará y qué obtendremos de esos
tiempos. Podemos malgastar nuestro dolor, o podemos permitir que se
convierta en nuestra ganancia.
Si cree que Dios está siempre obrando para su bien, incluso en los
momentos duros, llegará el día en que se alegrará de haber dejado de
resistirse y huir de las dificultades y haber aprendido a caminar por ellas
con Dios, hasta recibir la victoria. Dios no le dejará en la estacada en sus
problemas. Los está atravesando, y tendrá un gran testimonio y será capaz
de ayudar a otros en sus luchas cuando llegue al otro lado. Todos queremos
un testimonio, pero deberíamos recordar que la palabra comienza por test
(prueba). Sin un test, nunca habrá un buen testimonio.
Permítame animarle a enfocarse siempre en la fortaleza que está
obteniendo en lugar de hacerlo en la oposición que está experimentando.
Deje que los problemas que experimenta se conviertan en una oportunidad
de ejercitar su fe, y esa fe se fortalecerá. Mientras más fuerte sea nuestra fe,
menos nos incomodarán los problemas. Tenemos que llegar al punto de
poder decir con el apóstol Pablo: “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que
es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las
circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de
sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Filipenses 4:12-13, NVI).
Una versión en inglés de Isaías 41:10 dice: “No temas, no hay nada que
temer, porque yo estoy contigo; no mires a tu alrededor aterrado y
desanimado, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y endureceré con las
dificultades, sí, te ayudaré; sí, te levantaré y te sostendré con mi diestra
victoriosa de rectitud y justicia” [traducido de la Amplified Classic]. Si
Dios mismo nos fortalece y endurece con las dificultades, las pruebas que
nos decepcionan ahora no nos volverán a molestar de nuevo en el futuro.
Cada vez que una prueba nos endurece, podemos soportar la siguiente con
más fuerza.
También en Isaías 41, versículo 15, dice: “Te convertiré en una trilladora
nueva y afilada, de doble filo. Trillarás las montañas y las harás polvo;
convertirás en paja las colinas”. Este versículo nos enseña que Dios quiere
que crezcamos. Los bebés espirituales necesitan leche espiritual, pero al
crecer espiritualmente, Él quiere darnos “carne”, y tendremos que ser como
una “trilladora afilada” que tiene dientes para recibirla. Las pruebas nos
ayudan a crecer para pasar de la infancia espiritual a la madurez espiritual.
Dios nunca nos dará más de lo que podamos soportar, pero intentará
ayudarnos a crecer.
Una cosa que Dios quiere hacer en nosotros cuando pasamos por
pruebas es enseñarnos a apartar los ojos de nosotros mismos y a enfocarlos
en cambio hacia lo que podemos hacer por otras personas y por Él. Isaías
41:17 dice: “Los pobres y los necesitados buscan agua, pero no la
encuentran; la sed les ha resecado la lengua. Pero yo, el Señor, les
responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré”. Las dificultades que
vivimos nos ayudan a crecer y a llegar a ser vasos adecuados para que Dios
los use, a fin de que Él pueda trabajar a través de nosotros para ayudar a
otras personas.
La primera palabra de Santiago 1:2 es tened, y es una palabra muy
importante que tenemos que mirar de cerca. Tener algo tiene que ver con
nuestro proceso mental al respecto, así que solo esta palabra nos enseña
mucho sobre llegar al punto en el que nuestras pruebas y dificultades se
convierten en una fuente de gozo para nosotros. Si podemos entrenar
nuestra mente para pensar en las pruebas como semillas que finalmente
producirán una cosecha de gozo, estaremos en buena disposición para
experimentar el gozo que pueden traer a nuestra vida. Según Santiago 1:3-4,
las pruebas producen perseverancia, madurez espiritual y paz interior, para
que podamos estar “completamente desarrollados” en nuestra fe, sin que
nos falte nada. Todos estos son rasgos poderosos que Jesús mostró y que
nosotros deberíamos desear profundamente. Nos capacitan para alcanzar
nuestras metas y vivir en el plan de Dios para nuestra vida. Conllevan la
idea de que necesitamos la capacidad de pasar por cosas difíciles confiando
en Dios, permitiéndole hacer en nosotros la obra que sea necesaria hacer,
sin rendirnos.
Aunque las pruebas finalmente producen cosas buenas en nosotros, a
menudo, al principio sacan de nosotros cosas malas. Hacen que cosas como
la ira, el temor, los celos, la queja, las emociones volátiles, los pensamientos
y las palabras negativas salgan a la superficie, ayudándonos a enfrentarlas y
a permitir que Dios las trate y nos libere de ellas. Si continuamos
caminando con Dios todo el tiempo durante nuestras pruebas, veremos el
buen fruto que Él quiere desarrollar en nuestra vida. A menudo digo que
nuestras dificultades son solo pruebas, y deberíamos pasarlas rápidamente,
o de lo contrario tendremos que experimentarlas una y otra vez hasta que
las superemos.
Dios quiere bendecirnos, más de lo que nos podemos imaginar, pero no
puede bendecirnos en la esfera natural más allá de donde estemos
espiritualmente. No le daríamos a un niño de tres años las llaves de nuestro
auto porque sabemos que no puede manejar un automóvil. Mantenemos las
llaves alejadas de él, aunque él quiera manejar el automóvil, porque le
amamos y no queremos ponerle en una situación de peligro. De forma
similar, Dios no nos dará cosas que Él sabe que no somos lo
suficientemente maduros para manejar adecuadamente. A menudo oro así:
“Dios, por favor, no me des nada que no pueda manejar y a la vez
mantenerte como lo primero en mi vida”. Para ser buenos administradores
de todo aquello con lo que Él quiere bendecirnos, tenemos que madurar, y
es ahí donde entran en juego las dificultades y las pruebas. Desarrollan
madurez y carácter en nosotros, razón por la cual Santiago dice que
podemos tenerlas por “sumo gozo”.
Recuerde siempre que cada vez que pase por una dificultad de una
forma madura, se vuelve cada vez más fuerte. Pronto, las pruebas que
experimente en la vida no le decepcionarán como le solía pasar, porque sabe
que no durarán para siempre y que Dios sacará algo bueno de ellas.
Aunque no nos gusta pasar por dificultades, es importante que
entendamos que las pruebas no son evidencia del desagrado o la ira de
Dios. Él no las permite o las usa para que sean un castigo para nuestra vida,
sino para ayudarnos a crecer. Mientras aprendemos a pensar bien en
nuestras pruebas, recordemos estos tres puntos clave:

1. Si decimos tener fe, podemos tener la garantía de que tarde o


temprano nuestra fe será probada.
2. Aunque quizá abramos puertas para el enemigo mediante el pecado
y la desobediencia, aun así, Dios usará nuestras pruebas para nuestro
bien y ventaja, si confiamos en Él.
3. Lo último que necesitamos durante los tiempos de prueba es
condenación encima de las dificultades con las que ya estamos
teniendo que lidiar.

Saber estas cosas nos ayudará a estar firmes contra la mentira de que,
cuando sufrimos dificultades, Dios nos está castigando por algún pecado
que hemos cometido.
Hay varias formas en las que las pruebas nos ayudan:

1. Nos entrenan. Nos obligan a usar nuestra fe, la cual nos capacita
para finalmente volvernos estables durante las tormentas de la vida.
2. Nos humillan (ver Proverbios 18:12; 2 Corintios 12:7; 1 Pedro 5:6-
8). Nada nos humilla más que encontrarnos en medio de una
situación o crisis que no podemos manejar y tener que mirar a Dios
y a otras personas en busca de ayuda.
3. Nos recuerdan que debemos depender totalmente de Dios (2
Corintios 1:8-9).
4. Nos ayudan a desarrollar nuestro carácter (Romanos 5:3-4).
5. Para la gloria de Dios, nuestras pruebas nos dan un testimonio
(Salmos 40:4-5; 71:14-17; Apocalipsis 12:11).

Las pruebas también producen paciencia en nosotros. De hecho,


Santiago 1:3-4 dice: “sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos
y cabales, sin que os falte cosa alguna”.
Cuando las personas son completamente pacientes, están “perfectos y
cabales, sin que os falte cosa alguna”. Esto me parece maravilloso, y nos
enseña que la paciencia tiene un gran poder. Cuando somos completamente
pacientes, podemos confiar en Dios en cuanto a su tiempo y forma, y
estamos convencidos de que Él sabe exactamente cómo ocuparse de
nuestros problemas y hacer lo que le hemos pedido, si es acorde a su
voluntad. Somos capaces de habitar en paz y disfrutar de nuestra vida
incluso en tiempos de prueba y tribulación.
Cuando nació de nuevo, la naturaleza de Dios fue depositada en usted.
La paciencia es parte de esa naturaleza, así que está en usted, aunque ahora
mismo puede que sea una semilla diminuta, y Dios obrará con usted para
desarrollarla y que así pueda experimentar las bendiciones de ser
completamente paciente.
Yo personalmente tuve que recorrer un largo camino para desarrollar
paciencia. He dicho que había que sacar muchas cosas de mí antes de que
pudiera experimentar algún grado de paciencia. Estaba enterrada en mi
espíritu, depositada ahí por el Espíritu Santo, pero estaba debajo de mi alma
carnal. ¡Gracias a Dios que Él es paciente con nosotros! El Espíritu Santo
me ayudó y me enseñó hasta que aprendí el valor de ser paciente, y hará lo
mismo con usted. No he llegado aún al punto de tener una paciencia
perfecta, pero sigo progresando.
En el Salmo 31:1-3, David nos da un cuadro de la paciencia
ejemplificada:

En ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame


en tu justicia. Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca
fuerte, y fortaleza para salvarme. Porque tú eres mi roca y mi
castillo; por tu nombre me guiarás y me encaminarás.

Al desarrollar la paciencia, el carácter cristiano fuerte se desarrolla. Ya


no deseamos lo que Dios desea que dejemos, y estamos contentos con su
tiempo en nuestra vida. Confiamos en la Palabra de Dios y creemos
Romanos 8:28, que Dios está haciendo que todas las cosas nos ayuden a
bien, y entramos en el reposo de Dios.
Se puede decir mucho sobre las pruebas y sus beneficios y lo que
tenemos que aprender por medio de ellas. Pero permítame terminar esta
sección diciendo que tendremos varias pruebas y tribulaciones a lo largo de
nuestras vidas. Nuestra meta debería ser sortearlas bien y superarlas lo antes
posible según el Señor nos lo permita.
Cuando necesita sabiduría
Santiago 1:5

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el


cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.

Una de las cosas más beneficiosas que podemos buscar en esta vida es
sabiduría. Cuando usamos la sabiduría, tomamos decisiones ahora con las
que estaremos contentos después. Cuando seguimos la sabiduría de Dios,
siempre nos llevará a lo mejor que Dios tiene para nosotros, y nos ayudará a
no vivir con lamentos.
Cuando nos encontramos con falta de sabiduría en algún área de nuestra
vida, tenemos dos opciones: podemos manejar la situación de forma natural
o de forma espiritual. Santiago 1:5 nos enseña a resolver cualquier tipo de
dilema de forma espiritual. Dice que cuando no tenemos la sabiduría que
necesitamos, simplemente deberíamos preguntarle a Dios qué hacer.
Quizá no recibamos una respuesta inmediata, pero veremos que esa
sabiduría divina (sabiduría más allá de nuestro entendimiento natural)
comenzará a operar a través de nosotros, ayudándonos a saber qué hacer.
Como nos promete este versículo, Dios no solo nos dará la sabiduría que
necesitamos, sino que nos la dará generosamente.
Duda y doble ánimo
Santiago 1:6-8

Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante
a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una
parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa
alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos
sus caminos.

Cuando afrontamos pruebas, podemos pedir la ayuda de Dios con la certeza


de que la recibiremos. Incluso aunque nos hayamos buscado nuestros
problemas, Dios está siempre dispuesto a ayudarnos. Él no nos echará en
cara nuestros errores ni nos los recordará. ¡Este amor es asombroso!
Es vital para nuestro crecimiento espiritual que decidamos creer en Dios
en todo tiempo, no creer un rato y después caer en la duda. No creer durante
un mes y después dejar de creer. Esta oscilación entre la fe y la duda es lo
que se llama doble ánimo, y Santiago nos enseña que la persona de doble
ánimo no debería esperar recibir nada de Dios, porque es “inconstante en
todos sus caminos”.
Uno de mis versículos favoritos es Marcos 5:35-36, que es la historia de
Jairo, un principal de la sinagoga, y su hija. Jesús iba de camino a la casa de
Jairo a orar por su hija enferma cuando alguien le interrumpió, retrasando
así su llegada. Mientras Jesús hablaba con esta persona, alguien se acercó a
decirle a Jairo que su hija había muerto y le sugirió que no molestase más a
Jesús. En otras palabras, era demasiado tarde. Jesús no llegó allí a tiempo.
El pasaje dice que Jesús escuchó esos comentarios, pero los ignoró, y
animó a Jairo a “seguir creyendo”. Después de eso, resucitó a la hija de
Jairo de la muerte. Tenemos que hacer exactamente lo que hizo Jairo.
Cuando el enemigo intenta hacernos dudar, podemos oír la tentación, pero
podemos decidir ignorarla y seguir creyendo.
Todos seremos tentados a dudar a veces, porque tenemos un enemigo
que siempre quiere apartarnos de Dios e impedir que obedezcamos la
Palabra de Dios. Según Juan 10:10, el enemigo solo viene a “robar, matar y
destruir”, y quiere que nosotros le ayudemos a hacerlo cediendo a la
tentación. Pero sentir la tentación no significa que tengamos que rendirnos
a ella. Con la fuerza de Dios, podemos resistir a nuestro enemigo.
También en Juan 10:10, Jesús dice que Él vino para que “tengáis vida, y
vida en abundancia”. Si nos enfocamos en nosotros o en nuestras
circunstancias, la duda gana terreno en nuestra mente. La historia de Pedro
caminando sobre las aguas nos enseña a enfocarnos no en lo que ocurre a
nuestro alrededor, sino en Jesús. Cuando se enfocó en el viento y las olas,
comenzó a hundirse (Mateo 14:28-31), pero en cuanto miró a Jesús en vez
de mirar a su entorno, ocurrió un milagro y pudo caminar sobre el mar. Si
queremos ser como Pedro y conseguimos mantener nuestros ojos en Jesús,
podremos estar firmes en la fe y disfrutar de la vida abundante que Él nos
dio con su muerte.
Jesús frecuentemente animaba a las personas a que fueran fuertes en la
fe, y de hecho reprendió la duda en Marcos 4:35-40, cuando una fuerte
tormenta se levantó en el mar de Galilea y Él estaba durmiendo en la barca.
Los discípulos tuvieron temor y comenzaron a dudar de que a Jesús le
importaran. Él respondió: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no
tenéis fe?” (Marcos 4:40).
He dicho durante años que tenemos que dudar de nuestras dudas.
Debemos ser fuertes en la fe, sin saber siempre exactamente lo que Dios
hará o cuándo lo hará, pero creyendo que Él siempre hará lo que sea mejor
para nosotros a su debido tiempo.

Orar sin dudar


Si oramos sin dudar, recibiremos. Marcos 11:22-24 dice:

Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os


digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el
mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que
dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que
pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.
Cuando oramos, tenemos que estar seguros lo mejor que sepamos de que
aquello por lo que estamos orando es la voluntad de Dios. También tenemos
que mantener nuestros ojos en Jesús para que las circunstancias o retrasos
en la oración respondida no nos distraigan de nuestra fe, haciéndonos dudar
(Hebreos 12:2).
Si le pedimos algo a Dios, lo correcto en el momento adecuado según su
voluntad, y somos lo suficientemente maduros espiritualmente para
manejarlo, y lo pedimos en el nombre de Jesús (presentando todo lo que Él
es, y no lo que somos nosotros), Él lo hará. Podemos darlo por hecho,
porque Dios no es un hombre para que mienta (Números 23:19). Él cumple
sus promesas.

Tomar decisiones sin dudar


Una manera en la que la duda puede herirnos es en el área de la toma de
decisiones. Cuando hemos orado y hemos tomado una decisión
concienzudamente, tenemos que ser consecuentes con ella. Colosenses 3:2
dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Una vez
que hemos decidido lo que hacer en una situación dada, tenemos que
mantener esa decisión en nuestra mente, sin dudar de ella, y seguir adelante.
Muchas de nuestras dudas vienen de la inseguridad y la falta de
confianza, o del temor a equivocarnos en algo. Dios quiere que confiemos
en que Él nos ayuda con nuestras decisiones y a tener confianza en Él.
Todos nos equivocaremos a veces, pero Dios nos ayudará a volver al
camino correcto, y usará nuestros errores para ayudarnos a aprender algo si
seguimos confiando en Él.
Ocho pasos para tomar una decisión sólida son:

1. Orar.
2. Considerar todas sus opciones.
3. Escribir las ventajas y desventajas de cada opción.
4. Tomar una decisión.
5. No intentar tomar una decisión importante cuando esté sensible,
porque probablemente no será una buena decisión.
6. Dormir en cuanto a la decisión. Ver si tiene paz a la mañana
siguiente.
7. Si siente que necesita confirmación sobre la decisión, hable con un
profesional o amigo cristiano maduro de su confianza.
8. Comenzar a emprender la acción.
Conténtese
Santiago 1:9-11

El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación;


pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor
de la hierba.

Por muy ricas que sean las personas en cuanto a bienes materiales,
realmente son pobres a menos que sean ricos en su relación con el Señor.
Del mismo modo, por muy pobres que sean algunas personas en cuanto a
bienes materiales, realmente son ricos si conocen al Señor y entienden su
amor por ellos. Poner a Dios primero en nuestra vida es lo más importante
que podemos hacer.
Las circunstancias en nuestra vida pueden cambiar rápidamente, así
como una flor puede florecer y después en pocos días secarse. Esto no
debería asustarnos, porque mientras tengamos a Jesús, tenemos lo más
valioso que podamos tener nunca. Jamás deberíamos dejar que nuestras
circunstancias dicten nuestro gozo; estas siempre fluctúan, pero Dios se
mantiene igual.
Ya sea que tengamos mucho o poco, podemos estar contentos, y el
contentamiento es un aspecto importante de la madurez espiritual. Pablo
dijo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”
(Filipenses 4:11). Él sabía cómo vivir con poca provisión y en prosperidad
(v. 12), y seríamos sabios en seguir su ejemplo.
Contentarse no significa que no deseemos nunca el cambio o mejores
circunstancias, sino que mientras estamos esperando a que Dios haga lo que
tenga que hacer en nuestra vida, podamos estar contentos y felices con la
vida que nos está dando ahora mismo.
Al margen de lo que no tenga, siempre esté agradecido por las cosas que
tiene. Hacer esto le impedirá desanimarse y caer en el descontento.
Firmeza y perseverancia
Santiago 1:12

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando


haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.

Santiago ofrece una promesa de ánimo para los que son firmes, pacientes y
estables, cuando afrontan dificultades, y que pueden perseverar en medio de
la tentación. Estos creyentes recibirán la corona de vida del vencedor.
La firme fidelidad que persevera y vence a la tentación es algo poderoso.
A todos nos gusta tener un buen testimonio, pero es interesante notar que la
palabra testimonio comienza por test (prueba). Dios recompensa a los que
perseveran y no se rinden en los tiempos difíciles. Si podemos tener eso en
mente, podemos soportar mejor las dificultades que experimentamos en la
tierra.
Una respuesta apropiada a la tentación
Santiago 1:13-15

Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios;


porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie;
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a
luz la muerte.

Es importante entender que la tentación le llega a todo el mundo y a


menudo ocurre durante tiempos de prueba, cuando quizá estamos
estresados, cansados, distraídos o vulnerables de alguna otra forma. Dios
nos permitirá ser probados, pero nunca nos tentará a pecar. Sin embargo,
Satanás sí lo hará, así como tentó a Jesús en el desierto (Lucas 4:1-13).
Cuando somos tentados, tenemos que reconocer que Dios quiere darnos la
fuerza para vencer la tentación y crecer en nuestra fe.
Sucumbimos a la tentación cuando tenemos malos deseos, lujurias o
pasiones que no están controladas, o en otras áreas de debilidad personal.
Yo nunca tengo la tentación de robar, esa no es una de mis debilidades. Sin
embargo, frecuentemente tengo tentaciones de volverme impaciente con las
cosas que no salen como me gustaría; esa es una debilidad para mí, o así es
como el enemigo probablemente más me tienta. No veo la tendencia a ser
impaciente a menos que esté bajo algún tipo de prueba. Cuando todo en la
vida va bien, no soy nada impaciente. Esta es una razón por la que las
pruebas son buenas para nosotros. Nos revelan nuestras debilidades para
que podamos orar por ellas y pedirle al Espíritu Santo que nos fortalezca.
Cuando vemos nuestras debilidades, ya no culpamos a otros de nuestros
problemas.
Deberíamos tomar la responsabilidad por nuestra conducta y permitirle
al Señor que nos ayude. Culpar a otros es a menudo tan solo una manera de
evitar asumir la responsabilidad personal de nuestros errores. Una vez oí a
alguien decir que el primer paso hacia la sanidad personal es asumir el cien
por ciento de responsabilidad de nuestra vida. Lo creo porque durante años
pensé que todo lo que ocurría era por culpa de alguien. No progresé hasta
que comencé a asumir la responsabilidad por la parte que yo misma
desempeñaba en mis problemas. Incluso si nuestros problemas no son culpa
nuestra, las actitudes que tenemos hacia ellos sí son nuestra
responsabilidad. No podemos controlar lo que otras personas hacen, pero
podemos controlar cómo respondemos ante ellos y sus acciones.

Aprender a manejar las cosas responsablemente es un paso importante


hacia convertir la tragedia en triunfo. Dios es mayor que cualquier cosa que
pueda sucedernos y cualquier cosa que alguien pueda hacernos. Él usará las
cosas que quizá nos parecen negativas para mejorarnos y fortalecernos.
No tiene sentido que oremos para que no seamos tentados, pero
podemos y deberíamos orar para que permanezcamos fuertes contra la
tentación. Jesús dice en Mateo 26:41: “Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
Dios es siempre bueno
Santiago 1:17-18

Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del


Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de
verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.

Santiago usa estas pocas frases para recordarnos que Dios siempre es
bueno, y solo bueno. Una de las cosas más perjudiciales que podemos hacer
es culpar a Dios cuando experimentamos dolor, una pérdida o un trato
injusto. Tampoco deberíamos culparlo a Él cuando acabamos en situaciones
que nos tientan. Estas cosas son todas ellas parte de la vida de cada persona,
y tener en mente que Dios es siempre bueno y que es nuestro Ayudador y
Amigo es la mejor actitud que podemos tener.
Hacedores de la Palabra
Santiago 1:19-20

Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no
obra la justicia de Dios.

Los cristianos maduros son rápidos para oír, discretos para hablar y lentos
para airarse. Siempre que veo una lista como esta en la Biblia, me gusta
preguntarme cómo lo estoy haciendo. ¿Soy rápida para oír, discreta para
hablar y lenta para enojarme? Puedo decir que, por lo general, soy lenta
para enojarme, pero a veces no soy tan rápida para oír o discreta para hablar
como me gustaría. He mejorado con el paso de los años, pero estoy segura
de que aún no estoy donde tengo que estar y quiero estar. Le animo a no
pensar jamás: Lo estoy haciendo bastante bien. El deseo de crecer
continuamente en bondad es un buen deseo y uno que Dios admira y honra.
Como Pablo, prosigamos hacia la meta de la perfección sin sentirnos
condenados respecto a nuestros errores (Filipenses 3:13-14).
Durante los años me he dado cuenta de que ser rápida para oír, en otras
palabras, escuchar más a otros, es muy beneficioso. Podemos aprender
mucho escuchando con atención y pacientemente a otras personas. Creo que
este versículo nos anima a hacer eso, pero creo que también tiene otro
significado y se aplica a escuchar al Espíritu Santo en medio de situaciones
para poder responder bien a ellas.
Vivimos en dos mundos: el mundo que podemos ver y el mundo que no
podemos ver. Existimos en la realidad física, pero hay también un aspecto
espiritual en nuestras vidas. Podemos estar involucrados en una
conversación con alguien y ser rápidos para oír a esa persona, pero también
podemos prestar oído a Dios. Al interactuar con otras personas, podemos
estar escuchando a Dios para que nos guíe, preguntándole: “¿Qué digo
ahora? ¿Debo comentar algo sobre lo que me acaba de decir, o debería
callarme?”. Tomar tiempo para buscar y oír a Dios, incluso rápidamente en
medio de una conversación antes de hablar, puede ser algo muy sabio.
Jesús siempre estaba escuchando a Dios en medio de su actividad. A
veces cuando lo acusaban falsamente, con frecuencia ni siquiera respondía a
sus acusadores. Una vez creo que estaba escuchando a Dios
intencionadamente cuando se encontró con la mujer sorprendida en
adulterio (Juan 8:1-11). Él sabía que ella había quebrantado la ley, y sabía
que los fariseos estaban intentando hacer que Él también quebrantara la ley.
Según la ley, el castigo de la mujer debería ser el apedreamiento. En lugar
de condenarla, Él simplemente pidió que cada una de las personas a su
alrededor que no tuviera pecado alguno le tirase la primera piedra. Uno a
uno, dejaron sus piedras y se alejaron. Si fuésemos como Jesús, nos
calmásemos, oyésemos de Dios y tomásemos más tiempo antes de hablar,
las cosas irían mucho mejor.
Oír y obedecer
Santiago 1:21-25

Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia,


recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede
salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan
solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si
alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.
Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y
persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la
obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

Santiago de inmediato le da seguimiento a su instrucción de ser rápido para


oír, lento para hablar y lento para airarse con el ánimo para recibir la
Palabra de Dios con humildad. Es casi como si Santiago primero dijera:
“Esto es lo que haces”, y después dijera: “Esto es cómo lo haces”.
La Palabra de Dios tiene poder para cambiarnos si la recibimos con
mansedumbre y con un espíritu humilde. Salva (madura) el alma de las
personas que nacen de nuevo, y cuando se recibe con un corazón humilde,
realmente tiene el poder de limpiarnos de cosas malas como ira, egoísmo y
falta de disciplina. Nos da la fuerza para reconocer y actuar en base a lo que
Dios quiere que hagamos.
Me gusta pensar en la Palabra de Dios como un botiquín enorme.
Contiene todo lo que necesitamos para resolver cada problema que
tengamos. Así como podemos estar enfermos o con dolor, y después ser
sanados cuando tomamos un medicamento de forma regular durante cierto
periodo de tiempo, si leemos, estudiamos y obedecemos la Palabra
regularmente, se ocupará de las cosas que aquejan a nuestras almas.
Si necesita ayuda con alguna lucha en concreto en su vida, quizá celos,
ira, tristeza, egoísmo, temor u otra cosa, tiene ayuda disponible en la
Palabra de Dios. Simplemente busque versículos que tengan que ver con
ese tema en particular y lea lo que la Palabra dice al respecto; diga esos
versículos en voz alta, medite en ellos y obedézcalos, y el poder de la
Palabra sanará su alma.

Podemos ir a la iglesia tres veces en semana, ver la televisión cristiana


cada mañana, y oír enseñanzas bíblicas en el automóvil mientras vamos al
trabajo, pero si nunca hacemos nada con lo que oímos, no nos hará ningún
bien. Por eso es tan importante oír y obedecer, ambas cosas. Somos
bendecidos cuando vivimos una vida de obediencia, no solo una vida de oír
o conocer.
Si solamente escuchamos y no obedecemos, Santiago 1:22 dice que nos
engañamos a nosotros mismos al no pensar bien, queriendo decir que
encontramos una razón que nos exima de obedecer. Como ejemplo,
digamos que veo a alguien en mi equipo de trabajo y siento en mi corazón
que le vendría bien una bendición. Después digamos que veo una pulsera en
mi muñeca y recuerdo que esa mujer en un momento del día me dijo que le
gustaba mi pulsera. Si Dios me guía a regalársela porque ella necesita una
bendición, pero yo quiero quedármela, podría encontrar todo tipo de
razones para no dársela. Puedo pensar que le gustará pero que no le quedará
bien con la ropa que lleva ese día. Puedo pensar que no será de su tamaño, o
puedo pensar: Nunca la he visto con una pulsera. ¡No creo que le guste
llevar pulseras! Todas estas razones podrían hacer que no obedeciera el
impulso de Dios de regalarle la pulsera. Si las escucho, me engaño a mí
misma y termino no obedeciendo lo que Dios me guió a hacer.
La verdadera religión
Santiago 1:26-27

Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua,


sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. La religión
pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los
huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin
mancha del mundo.

Poder controlar la lengua es una parte muy importante de la madurez


espiritual. El libro de Santiago trata este tema de forma extensa, y yo lo
trataré en mayor detalle más adelante en el libro. Aquí, simplemente quiero
decir esto: Si quiere ubicarse, escúchese. Esto significa que podemos juzgar
nuestro nivel de madurez espiritual y ver dónde estamos con Dios
simplemente escuchándonos: lo que decimos acerca de Dios, acerca de
otros, y acerca de nosotros mismos. Nuestras palabras son expresiones
verbales de nuestra alma, y podemos saber lo que hay en nosotros oyendo
lo que sale de nosotros. Si no podemos controlar lo que decimos, Santiago
enseña que nuestra religión es vana.
En contraste con la religión vana, Santiago dice que la expresión de la
“religión pura y sin mácula” se puede ver en actos de misericordia hacia los
pobres. No vamos a la iglesia o a un estudio bíblico y después nos vamos a
casa y no hacemos nada; demostramos nuestro amor por Dios de formas
prácticas. La instrucción sobre nuestra responsabilidad hacia los pobres se
encuentra en toda la Palabra de Dios. La forma en que los tratamos revela la
verdadera condición de nuestro corazón. Job 31:16-22, escrito mucho antes
que Santiago, expresa la misma verdad:

Si estorbé el contento de los pobres, e hice desfallecer los ojos de la


viuda; Si comí mi bocado solo, y no comió de él el huérfano (porque
desde mi juventud creció conmigo como con un padre, y desde el
vientre de mi madre fui guía de la viuda); Si he visto que pereciera
alguno sin vestido, y al menesteroso sin abrigo; Si no me bendijeron
sus lomos, y del vellón de mis ovejas se calentaron; Si alcé contra el
huérfano mi mano, aunque viese que me ayudaran en la puerta; Mi
espalda se caiga de mi hombro, y el hueso de mi brazo sea quebrado.

Finalmente, Santiago 1:27 dice que la prueba de nuestra verdadera


religión es guardarnos “sin mancha del mundo”. A menudo oímos que
debemos estar “en” el mundo pero que no somos “del” mundo. Esto
significa que podemos disfrutar de las cosas buenas que el mundo ofrece,
pero es importante que no nos apeguemos demasiado a ellas ni permitamos
que contaminen nuestro corazón y nuestra mente. La Palabra de Dios dice
que debemos vivir en el mundo como extranjeros y peregrinos, y recordar
que simplemente estamos de paso. Este mundo no es nuestro hogar. Dios es
nuestro hogar, y nuestro viaje por este mundo finalmente nos llevará a vivir
en su presencia eternamente.
Como cristianos, es importante que vivamos en el mundo como buenos
embajadores y ejemplos para Cristo, y a la vez que nos guardemos del
mundo. Parte de ser capaces de hacer esto con éxito tiene que ver con tener
un oído sintonizado en Dios mientras vivimos nuestra vida cotidiana,
escuchándolo a Él, haciendo rápidos ajustes según nos guía, y actuando en
base a lo que hemos oído.
El segundo capítulo de Santiago está dividido en dos partes: los
versículos 1-13, que trataré en este capítulo, y los versículos 14-26,
de los que escribiré en el capítulo 5. La primera parte subraya la
importancia de no pensar que podemos ser justificados ante Dios
guardando la Ley de Moisés, que es la ley del Antiguo Testamento.
Como somos creyentes del Nuevo Testamento, no vivimos bajo la
Ley de Moisés, sino bajo una nueva ley. Se llama la Ley Real de la
Libertad, y es básicamente la ley del amor.

Como creyentes del Nuevo Pacto, ahora no vivimos bajo la ley de


rituales sino bajo la ley del amor. Cuando andamos en amor,
cumplimos todos los demás mandamientos. En mi opinión, tenemos
que aumentar nuestro enfoque en amar a Dios y amar a otros como
nos amamos a nosotros mismos. Jesús dijo que, si le amamos, le
obedeceremos (Juan 14:15), y la simple obediencia a Dios resuelve
todos nuestros problemas. Deberíamos amarnos y respetarnos a
nosotros mismos porque Dios nos ama, y deberíamos amar a otros,
preocupándonos más por su bienestar que por el nuestro. Puede
que una persona se esfuerce por seguir todas las leyes (reglas y
estipulaciones) halladas en la Biblia y a la vez no anda en amor.
Tratar a todos por igual
Santiago 2:1-7

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo


sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación
entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también
entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que
trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y
decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces
con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha
elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y
herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero
vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no
son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No
blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?

En estos versículos, Santiago nos advierte repetidamente que tratemos igual


a todas las personas, al margen de su riqueza o estatus social. El egoísmo
del corazón humano se ve fácilmente cuando nos vemos inclinados a
favorecer a los ricos o a quienes consideramos influyentes o poderosos,
mientras ignoramos a los pobres y a quienes no pueden hacer nada por
nosotros.
La importancia de valorar a otras personas se puede ver a lo largo de la
historia. Se han librado guerras durante siglos simplemente porque personas
con una cultura o trasfondo étnico menospreciaron a personas con otro
distinto.

• Este tipo de conflicto comenzó en Génesis, cuando Caín mató a Abel


porque le odiaba.
• De 1618 a 1648, católicos y protestantes pelearon una guerra basada en
el odio religioso.
• Durante el Holocausto, seis millones de personas murieron por su fe
judía.
• Desde 1967 hasta 1970, un millón de personas murió en una guerra
civil nigeriana entre dos tribus que se odiaban mutuamente.
• Durante el genocidio de Ruanda, durante un periodo de solo cien días
desde abril a julio de 1994, un millón de personas fueron brutalmente
sacrificadas como resultado de la lucha entre la tribu tutsi y la tribu
hutu, por el odio de unos contra otros.
• En Irlanda, la lucha ha aumentado con los años por el conflicto entre
católicos y protestantes.
• Hay también una guerra que ha durado más de 960 años entre la iglesia
católica occidental con base en Roma y la iglesia católica oriental
(ortodoxa rusa o griega). Los dos grupos se dividieron en 1054 y no
han tenido comunión oficialmente desde ese entonces. Su lucha está
arraigada en una diferencia doctrinal respecto al origen del Espíritu
Santo y a si se debería celebrar la eucaristía con pan con o sin levadura.

¡Y nos preguntamos por qué como cristianos nos cuesta influenciar al


mundo para Cristo!
Como puede ver, las diferencias entre personas y grupos pueden llevar a
grandes problemas y sufrimientos. Incluso hoy, otros argumentos y
prejuicios crecen entre cristianos. Hay literalmente miles de
denominaciones y grupos que se distinguen de otros basado en cierto
principio o idea, o en la forma en que interpretan las Escrituras. Esto hace
daño a la causa del evangelio, y estoy segura de que no es agradable a los
ojos de Dios.
Si queremos vivir por la Palabra de Dios, tenemos que preguntarnos si
podemos tener comunión con otros cristianos que quizá no creen
exactamente como nosotros en cada punto de teología, o que no son parte
de nuestra denominación. ¿Podemos dejar de juzgarlos, y amarlos como la
Biblia nos enseña? ¿Podemos ser amigos de personas de distinto trasfondo
socioeconómico? ¿Podemos dejar de mirar el color de la piel de una
persona y ver simplemente a un ser humano? Espero que sí.
No estoy recomendando que nos volvamos tan inclusivos que aceptemos
el pecado sin confrontarlo, ni estoy sugiriendo que ignoremos y que nunca
tratemos el error doctrinal, pero sin duda podemos amar a todo tipo de
personas y demostrar a todos una bondad humana básica. Si no estamos de
acuerdo, podemos aprender a discrepar de forma respetuosa.
Santiago señala con especial atención a las relaciones entre los ricos y
los pobres. Cuando escribe sobre los que son “ricos en fe”, pienso en las
cualidades que he observado en personas que carecen de bienes materiales,
pero confían y siguen a Dios de todo corazón. Con mucha frecuencia son
amables y están prestos a ayudar a otros con necesidades. Son generosos y
están dispuestos a sacrificarse por otros. Valoran y muestran más aprecio
por lo poco que tienen que muchas personas que viven en abundancia.
Dave y yo, junto a nuestro equipo, a menudo hemos viajado a países del
tercer mundo donde hay mucha pobreza. Las personas en esos lugares nos
han ofrecido más hospitalidad cristiana genuina que en muchas otras partes
ricas de los Estados Unidos. He llegado a la conclusión de que esas
personas, por lo general, dan valor a lo que verdaderamente es valioso, otras
personas y relaciones, en vez de dárselo al dinero y los bienes materiales.
No han tenido exceso de cosas materiales, así que nunca les han dado a
estas cosas más importancia de la que deben.
Santiago entendió claramente que todos son importantes y que Dios ve a
todas las personas igualmente, amándonos del mismo modo. A medida que
crecemos en nuestro caminar con Dios, también tenemos que valorar y
estimar a los demás, no menospreciando a algunos o mostrando favoritismo
a otros.
Existen todo tipo de diferencias entre las personas. Quizá las diferencias
más obvias están en la apariencia de la gente. Vemos esa diferencia todos
los días. Hace años, si usted entraba en una tienda o una iglesia, o un
edificio de oficinas, incluso si entraba en un avión para volar, la gente vestía
de cierto modo. Por lo general, llevaban lo que llamábamos “ropa de vestir”
e iban arreglados, con la ropa planchada, y ni siquiera pensaban en ponerse
ropa que tuviera agujeros en ella. Su cabello era casi siempre de su color
natural o se teñía para igualar ese color. Los únicos piercings que veíamos
eran los pendientes de las mujeres, y los tatuajes raras veces se veían en
público.

Hoy día, algunas personas tienen otra apariencia. Llevan ropa con
arrugas y agujeros, ¡y se consideran estilosas en la cultura actual! Podemos
ver mechas rosas, moradas o azules en su cabello, o un cabello totalmente
verde, morado o rosa. Veo piercings en muchos lugares, y tatuajes que a
veces cubren casi todos los brazos y las piernas de la persona.
Si las personas de mi generación, quizá los que tienen más de cincuenta
años, no tienen cuidado, podemos juzgar y criticar a los jóvenes que no
tienen nuestro aspecto. Puede que los menospreciemos y saquemos
conclusiones sobre ellos que sean completamente erróneas, basadas en su
aspecto exterior. A la vez, los jóvenes pueden mirar a los mayores y decidir
que no tenemos nada en común con ellos y que no merece la pena hablar
con nosotros. La verdad es que Dios ama a todos, y hay todo tipo de
personas que aman a Dios. Si una persona lleva algo que yo nunca me
pondría, eso no elimina la unción (el poder y la presencia de Dios) sobre su
vida. Pero si tengo una actitud altanera que dice: “Yo soy mejor que usted”,
esa condenación tendrá un efecto negativo sobre la unción en mi vida.
El juicio crítico de otras personas es un gran problema en el mundo y
entre los cristianos, y cada uno de nosotros ha de tener mucho cuidado con
su propia actitud para asegurarse de que no sea un problema para nosotros.
Ser crítico es fruto del orgullo, y creo que el orgullo es el peor de todos los
pecados. Fue por orgullo que Satanás cayó del cielo, y la Biblia dice que el
orgullo siempre precede a la caída o la destrucción (Proverbios 16:18).
Oremos para que andemos siempre en amor y tratemos a todas las personas
como valiosas porque son muy valiosas para Dios.
Si podemos obedecer la instrucción de Santiago y rehusar mostrar
parcialidad, será algo que agrade mucho a Dios, y creo que aumentará el
poder del Espíritu Santo en nuestra vida. Podemos aprender los unos de los
otros y apreciar nuestras diferencias según vamos aprendiendo a mostrar el
amor de Dios a los demás.
La ley real
Santiago 2:8-9

Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a


tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de
personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como
transgresores.

La Ley Real es la ley de amar a otros como a nosotros mismos. Esto es


exactamente de lo que Jesús estaba hablando en Juan 13:34-35: “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he
amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. También
habló de ello en Mateo 22:37-39, cuando sus discípulos le preguntaron cuál
era el mayor mandamiento de la Ley. Él dijo: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero
y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
El amor se ve en la forma en que tratamos a la gente. Las personas con
las que nos relacionamos quizá no lleguen a recordar lo que les dijimos,
pero recordarán siempre cómo les hicimos sentir. Cuando piensen en sus
interacciones con nosotros, recordarán si les hicimos sentir bien o mal,
valiosos o sin valor. Podemos hacer todo tipo de cosas pequeñas que ayuden
a las personas a sentirse bien consigo mismas y comunicarles que tienen
valor, cualquier cosa desde escuchar con interés a las personas y no
interrumpirles mientras hablan, decirles que verdaderamente nos gusta estar
con ellos y que estamos contentos de tenerlos en nuestra vida, darles algún
tipo de regalo o suplir una necesidad que puedan tener. Podemos hablar con
alguien que veamos solo en una sala llena de gente o decir “gracias” a la
persona de mantenimiento que limpia nuestra oficina o la persona que nos
entrega el correo.
Creo que, para Dios, amar a otras personas y tratarles bien es una de las
cosas más importantes que podemos hacer. Si pasamos nuestra vida amando
a las personas, valorándolas y tratándolas bien, seremos bendecidos. Nunca
he visto a una persona egoísta y egocéntrica que fuera verdaderamente feliz.
Quebrantar una ley significa quebrantarlas todas
Santiago 2:10-13

Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un


punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás
adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes
adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así
hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley
de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que
no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.

Si intentamos vivir bajo la ley del Antiguo Pacto, es como jugar a un juego
llamado Guaca Mole (un juego de niños donde se usa una maza para
golpear a un muñequito de madera que sale de un agujero, pero en cuanto
consiguen meterlo en su agujero, de inmediato sale otro de otro agujero).
Quizá seamos capaces de cumplir una ley, pero si quebrantamos una, somos
culpables de quebrantarlas todas. Eso es agotador y nos conduce a una vida
miserable. No hay forma de cumplir cada una de las leyes, y cuando
estamos en Cristo dejamos de estar atados a las antiguas leyes; ahora
podemos vivir bajo la nueva ley del amor. Amar a Dios y a otros libera
gozo en nuestra vida más que cualquier otra cosa que conozca.
Deberíamos tener cuidado de no dejar que nadie nos ponga bajo ninguna
ley salvo la ley del amor. Por ejemplo, no tenemos que cumplir rituales
religiosos mientras ignoramos a otras personas y no les mostramos amor y
bondad. La ley del amor nos enseña a no orar durante una hora cada
mañana y después salir en público y ser rudos con un vendedor que no nos
atiende tan rápidamente como nos gustaría. Cuando vivimos bajo la ley del
amor, no damos nuestra ofrenda cada domingo en la iglesia y después
salimos de la reunión criticando al pastor. Las personas legalistas, por lo
general, son duras con otras personas que no hacen lo mismo que ellos.
Jesús fue muy firme con los escribas y fariseos de su tiempo. Eran muy
rigurosos en cuanto a cumplir todas las reglas, pero no ayudaban a otras
personas. Él dijo que ponían pesadas cargas difíciles de llevar sobre los
hombros de otras personas y después no movían un dedo para ayudar a esas
personas a llevarlas (Mateo 23:4).

La mejor descripción de amor es la que Pablo escribió en 1 Corintios


13:1-8. En los tres primeros versículos menciona actividades y dones
espirituales, como hablar en lenguas y tener habilidades proféticas, y dice
que todo eso es vano si la persona que las practica no tiene amor. En el
versículo 3 dice que incluso dar hasta la última moneda que alguien tenga
para ayudar a los pobres o entregar nuestro propio “cuerpo para ser
quemado” no sirve de nada sin amor. Después, en los versículos 4-7, define
el amor de esta forma:

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no


es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo
suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas
se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta.

Como creyentes, somos llamados a ser amorosos y misericordiosos. La


misericordia es bondad más allá de lo que nadie podría esperar, y Santiago
2:13 enseña que la misericordia triunfa sobre el juicio. La misericordia no
se puede ganar o merecer; solo se puede dar con amor y recibir con gratitud.
La fe sin obras es muerta
Santiago 2:14-26

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y
no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una
hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de
cada día y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y
saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el
cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras.
Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.
Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y
tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es
muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre,
cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó
juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y
se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue
contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis,
pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por
la fe. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por
obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?
Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin
obras está muerta.

En esta segunda parte del capítulo 2 de Santiago, él nos insta a no pensar


que podemos tener una fe verdadera sin obras de obediencia. Nadie puede
ver nuestra fe o saber que somos verdaderos creyentes si no nos ven
haciendo buenas obras. Los que han recibido a Cristo demostrarán su fe por
sus obras. Una persona legalista sigue reglas y estipulaciones con la
esperanza de conseguir algo de Dios por hacerlas. Quizá quiera admiración,
favor, un privilegio especial o cualquier otra cosa de Él. No está haciendo
buenas obras por fe con motivos correctos. Los que tienen una fe verdadera
hacen buenas obras y se esfuerzan por agradar a Dios en todas las cosas
porque lo aman, no para obtener nada de Él. La fe viene primero y después
las obras. Podríamos decir que las buenas obras son el fruto, o la prueba, de
la fe verdadera.
A menos que se entienda bien, Santiago 2:14-26 puede ser confuso
cuando se ve a la luz de las enseñanzas de Pablo, que dicen que somos
justificados solo por la fe y no por las obras. Es importante leer con
atención estos versículos, porque sabemos que Pablo escribe repetidamente
que somos salvos solo mediante la fe (Romanos 3:28; Gálatas 2:16; Efesios
2:8-9). Esto significa que no hay nada que podamos hacer para ganar el
amor de Dios o nuestra salvación. No hay cantidad alguna de buenas obras
que hagan que Dios nos ame o nos acepte. Nuestra relación con Él está
basada por completo en la obra que Dios ha hecho por nosotros, la cual
recibimos mediante la fe.
Algunas personas se preguntan si Santiago está contradiciendo a Pablo
cuando escribe en el versículo 17 que “la fe, si no tiene obras, es muerta en
sí misma”. No creo que esté en desacuerdo con Pablo en absoluto. Creo que
Pablo tiene razón, y que Santiago también tiene razón.
Santiago simplemente está enfatizando la verdad de que, si tenemos una
fe auténtica, haremos obras que la demostrarán. Mediante nuestras buenas
obras podemos mostrar a la gente nuestra fe, pero no podemos mostrar
nuestra fe sin buenas obras. Puede que cuando muramos vayamos al cielo
por nuestra fe, pero sin buenas obras no disfrutaremos de nuestra vida en la
tierra y no habremos ayudado a nadie más a encontrar la vida eterna. Las
buenas obras validan nuestro testimonio de Cristo.
Me gusta decir que somos justificados delante de Dios por la fe, y somos
justificados ante otras personas mediante nuestras obras. Pablo escribe en 2
Corintios 5:20 que los creyentes somos “embajadores en nombre de Cristo”,
queriendo decir que somos quienes lo representamos ante el mundo. ¿Cómo
puede alguien ver nuestra fe si no hay obras que la demuestren? Santiago
está aclarando que si vemos a alguien en necesidad y le decimos: “Vaya
usted en paz. Caliéntese y sáciese”, pero no le damos ni ropa ni alimento,
¿qué bien hacemos? (ver Santiago 2:15-16). Si vemos a alguien luchando o
con carencia y tenemos la capacidad de ayudarle, ¿deberíamos demostrar
nuestra fe solamente orando por esa persona, o deberíamos hacer buenas
obras y ayudarle de una forma tangible? Por supuesto que la oración es útil
e importante, y si eso es lo único que podemos hacer, entonces es suficiente;
pero si oramos para que Dios ayude a alguien cuando nosotros mismos
podríamos ayudarle, estamos perdiéndonos la plenitud de la tarea de Dios
para nosotros.
Si todos los cristianos vivieran sus vidas cotidianas en el mundo como
hijos de Dios obedientes, las iglesias no podrían albergar a las personas que
intentarían entrar. Nuestras buenas obras serían como imanes, que atraerían
a la gente a la bondad y al amor de Dios.
Cuando nuestro amor por Dios nos inspira a ser buenos, ayudadores y
generosos con otros, ellos pueden ver nuestra fe, y quizá tengamos la
oportunidad de hablarles de Jesús. Si lo único que hacemos es ir a la iglesia,
escuchar música cristiana y ver sermones en televisión, la gente quizá
reconozca que estamos interesados en cosas espirituales, pero no serán
tocados, ayudados o animados por nuestra fe. Si queremos tener un impacto
sobre el mundo que nos rodea, debemos tener tanto fe como buenas obras.
Una parte de la madurez espiritual tiene que ver con cuidar de otras
personas y no de nosotros mismos. Como cristianos, todos tenemos una
tarea, no solo un trabajo de oficina, un trabajo de enseñanza o un trabajo en
un hospital, un banco o una fábrica. Todos los creyentes tenemos un trabajo
en común, además de la forma en que conseguimos un sustento. Nuestro
trabajo es comportarnos como personas que conocen y aman a Dios. Es
salir al mundo y enseñar a la gente de maneras prácticas que Dios las ama y
las cuida. Es mostrar el fruto de nuestra fe siendo amables, de ayuda,
animando, apoyando y siendo generosos con las personas que nos rodean.
En los versículos 19-20, Santiago dice algo interesante sobre creer en
Dios. Todos sabemos que creer en Dios es algo bueno, pero incluso los
demonios creen. Si no somos productivos y eficaces, nuestra creencia es
vana en lo que respecta a ayudar a otros.
Veamos también en Santiago 2:21-22. La creencia de Abraham en Dios
se contó como justicia para Dios, pero no fue hasta que ofreció a Isaac
como prueba de su fe que se completó y alcanzó su expresión suprema
(Génesis 22:1-19). Él definitivamente tenía una gran fe. Incluso se le ha
llamado “el padre de la fe”, pero Dios pidió que incluso Abraham afirmara
su fe con una obra de obediencia.
No solo fracasaremos en influenciar al mundo para Dios si tenemos una
fe sin obras, sino que tampoco cosecharemos las recompensas que nos
esperan en el cielo basadas en cómo vivimos nuestra vida en la tierra. Me
gusta decir que tenemos que pasar tiempo aquí (refiriéndome a nuestra vida
en este mundo) preparándonos para el allí (vida eterna en el cielo). Cuando
hacemos buenas obras, no nos ganamos nada ante Dios, pero sabemos que
podemos esperar que Él verá las formas en que lo servimos en la tierra y
nos recompensará algún día, porque esa es su promesa.
A menudo, el fruto, o resultado, de una buena obra es que otros ven algo
distinto en nosotros, algo que les hace sentir valiosos, y les hace querer
experimentar la fe que tenemos. Es entonces cuando Dios puede usarnos
para llevar a otros a Cristo y darles la esperanza de pasar la eternidad en el
cielo. Es asombroso que podamos ser colaboradores de Dios ¡en marcar una
diferencia en su destino eterno! No siempre sabemos quién puede ver o
beneficiarse de nuestras buenas obras, pero creo que cuando vivimos según
la Palabra de Dios y hacemos lo que Él nos dice que hagamos, habrá gente
en el cielo que nos diga: “¡Yo no estaría aquí si no fuera por usted!”. No
tenemos ni idea de cuán poderosas pueden ser las buenas obras. Si
queremos marcar una diferencia en este mundo y ser usados por Dios para
aumentar la población del cielo, hagamos todo lo que podamos para
demostrar nuestra fe mediante buenas obras.
¿Qué decimos sobre alguien que afirma creer en Jesús y tener fe, pero a
la vez no tiene buenas obras? Lo único que sé es que en Juan 21:15-17
(NTV) Jesús le preguntó tres veces a Pedro si le amaba, y cada vez Pedro
respondió que sí. Entonces Jesús respondió: “Alimenta a mis corderos”.
Para mí, “alimenta a mis corderos” significa “¡Ayuda a alguien!”. Si
verdaderamente amamos a Jesús, ayudaremos a otros y les mostraremos el
amor de Dios.
Como creyentes, nuestra responsabilidad es estudiar y conocer la
Palabra de Dios, crecer en fe, ser obedientes a Dios, y hacer buenas obras
según nos dirige el Espíritu Santo para poder representar con eficacia a
Dios ante un mundo perdido.
La Epístola de Santiago trata sobre la fe, y nos ayuda a entender
cómo obra nuestra fe en varias situaciones prácticas. La fe de la que
habla Santiago es una fuerza vital que nos permite controlar una
parte de nosotros que puede causar un gran daño en nuestra vida y
a otras personas: la lengua. Su mensaje principal en el comienzo del
capítulo 3 es que lo que decimos marca una diferencia. Controlar la
lengua y aprender a usarla para bien, y no para mal, no se puede
hacer sin la ayuda de Dios, pero se puede hacer.

La gente, a menudo, usa sus palabras de formas que deshonran a


Dios y dañan a otros seres humanos. De hecho, las palabras son la
causa subyacente de la mayoría de las disputas en la iglesia y en el
mundo. La gente también usa palabras para inspirar y animar a
otros, y las palabras han sido la base para algunas de las grandes
cosas que han ocurrido en el mundo. Las relaciones se pueden
edificar o destruir con las palabras. Trabajos y oportunidades se
pueden ganar o perder por algo que alguien diga. La lengua es uno
de los miembros más diminutos del cuerpo y, sin embargo, es uno
de los más poderosos. Seamos sabios en considerar seriamente lo
que nos dice Santiago acerca de la lengua.
Cada creyente es un maestro
Santiago 3:1

Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros,


sabiendo que recibiremos mayor condenación.

A veces las personas leen este versículo y se lo saltan porque piensan: Yo no


soy pastor o maestro de la Biblia. Aunque Santiago está escribiendo
principalmente a quienes están en posiciones oficiales de enseñanza, todos
los creyentes son maestros de una u otra forma. Como escribí en el
comentario sobre Santiago 2, cada cristiano tiene un trabajo, y es hacer
buenas obras que muestren el amor de Dios y acerquen a las personas a Él.
Si es usted padre o madre, está enseñando a sus hijos. Si es entrenador, está
enseñando a deportistas. Si tiene un empleo y quizá es el único cristiano en
su empresa, usted está enseñando a sus compañeros de trabajo, quizá sin
darse cuenta.
Como creyentes, enseñamos mediante el ejemplo. No queremos
meramente citar versículos bíblicos, decir cosas espirituales o decirle a la
gente que oraremos por ellos, sino que queremos mostrarles con nuestra
vida cómo ellos también pueden conocer el amor de Dios y experimentar su
presencia personalmente. De hecho, puede que hagamos más mal que bien
si decimos que somos cristianos, pero después no nos comportamos de una
forma que muestre que lo somos.
El poder de la lengua
Santiago 3:2

Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en


palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el
cuerpo.

La única persona perfecta que haya vivido jamás es Jesús. A lo largo de los
Evangelios y en enseñanzas proféticas sobre Él, vemos que usó mucha
sabiduría y cautela con sus palabras. En Juan 14:30, Jesús estaba hablando
con sus discípulos y dijo: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene
el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”. Creo que, como Jesús
estaba a punto de iniciar su tiempo de gran sufrimiento, sabía que sería
sabio decir menos, porque cuando estamos bajo presión tendemos a decir
cosas que no nos ayudan ni a nosotros ni a los que tenemos a nuestro
alrededor. Esto nos enseña que Él sabía cuándo dejar de hablar, y esa es una
sabia lección para que aprendamos nosotros también.
A menudo, cuando nos ofendemos o sentimos que nos han tratado mal,
hablamos para defendernos. Isaías escribió proféticamente que Jesús
resistió esta tentación: “Fue oprimido y tratado con crueldad, sin embargo,
no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como
oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su boca” (Isaías 53:7,
NTV).
Además, Jesús nunca respondió a personas que lanzaron acusaciones
contra Él ni se esforzó por defenderse de ellos. Eso sería extremadamente
difícil para la mayoría de nosotros, pero Él lo hizo. Lucas 23:9-10 dice que
el sumo sacerdote “le hizo una pregunta tras otra, pero Jesús se negó a
contestar. Mientras tanto, los principales sacerdotes y los maestros de la ley
religiosa se quedaron allí gritando sus acusaciones” (NTV). Y Marcos
14:60-61 dice: “el sumo sacerdote interrogó a Jesús:—¿No tienes nada que
contestar? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra? Pero Jesús se
quedó callado y no contestó nada” (NVI).
Quiero recordarle Santiago 1:19, que dice: “Por esto, mis amados
hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para
airarse”. Jesús ciertamente fue así, y nosotros seríamos sabios en seguir su
ejemplo y el consejo de Santiago.

Poder controlar lo que decimos es una señal de madurez espiritual. Si no


ofendemos con nuestras palabras, podemos ejercer autocontrol en otras
áreas. Millones de personas se ponen a dieta intentando controlar lo que
entra en su boca, pero quizá deberíamos prestar más atención a lo que sale
de ella. La mayoría de nosotros testificaríamos que ha habido muchas
ocasiones en nuestra vida en las que hubiéramos deseado no haber dicho lo
que dijimos, porque causó un problema.
Las pequeñas cosas marcan una gran diferencia
Santiago 3:3-6

He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que


nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las
naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son
gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las
gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero
se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende
un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La
lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el
cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada
por el infierno.

Algo diminuto, como el bocado de un caballo o el timón de un barco, puede


marcar una gran diferencia. Un caballo grande puede pesar más de mil
kilos, y a la vez con una pequeña pieza de metal en su boca podemos
controlar su dirección. Incluso un ligero toque en las riendas mueve el
bocado, y cuando el caballo siente ese movimiento, se dirige hacia la
dirección en la que el jinete quiere ir.
Aunque todos los barcos son distintos, un trasatlántico medio pesaría
aproximadamente 210 000 toneladas. La dirección de esta gigantesca nave
se controla con un pequeño timón que dirige una persona que controla el
barco. Del mismo modo, la lengua es una parte diminuta del cuerpo
humano, pero puede determinar la dirección de nuestra vida.
Santiago también compara la lengua con una pequeña chispa que
incendia un fuego descontrolado. Hemos visto en las noticias que una
pequeña cerilla arrojada de forma descuidada, una fogata que no se ha
apagado correctamente, o una pequeña chispa puede comenzar rápidamente
un fuego que consuma millones de hectáreas de bosque e incluso hogares o
empresas. Los incendios forestales, como la lengua, son difíciles de
controlar, y se tardan días o semanas en extinguir o contener, y a menudo se
necesita que lleguen bomberos de otras ciudades o estados que están lejos
del incendio para ayudar. Si la gente simplemente se disciplinara para usar
sabiduría y sentido común respecto a las cerillas y las fogatas, la mayoría de
los incendios forestales se podrían evitar. Así como una pequeña chispa
puede hacer un gran daño, así también lo puede hacer una de las partes más
pequeñas de nuestro cuerpo: la lengua.
Santiago está enseñándonos en este pasaje que podemos controlar lo que
sucede en muchos aspectos de nuestra vida simplemente disciplinando
nuestra boca. Las palabras que decimos pueden dar dirección a toda nuestra
vida, y nos haremos un gran favor si aprendemos esta lección. ¡Nuestras
palabras son poderosas! Proverbios 18:20-21 dice: “Del fruto de la boca del
hombre se llenará su vientre; se saciará del producto de sus labios. La
muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus
frutos” (énfasis de la autora).
Especialmente cuando pasamos por tiempos difíciles en la vida, tenemos
que tener mucho cuidado en cuanto a cómo hablamos de nuestros
problemas, pruebas y tribulaciones. Si queremos pasar por estas situaciones
de forma victoriosa, tenemos que hablar de forma positiva, y no negativa,
declarar palabras de fe y no palabras de duda, palabras de esperanza en vez
de palabras de desesperación.
Los creyentes no tienen que ser quienes se quejan en el lugar de trabajo,
ni los que dicen: “Bueno, oigo que la empresa va a reducir la plantilla, así
que seguro que pierdo mi empleo”. No tenemos que hablar de forma
negativa sobre lo que está ocurriendo en el mundo, en nuestras iglesias o en
nuestras familias. No se consigue nada bueno hablando mal sobre nuestra
vida al decir cosas como: “Nunca lograré nada”, o “Mis sueños nunca se
cumplirán”. En su lugar, tenemos que creer lo que la Palabra de Dios dice
de nosotros, y después usar nuestras palabras para demostrar nuestra fe y
confianza en Él.
Podemos y deberíamos decidir decir cosas buenas de la Palabra de Dios
sobre lo que esté ocurriendo en cada instante en nuestra vida y sobre el
futuro. Si recibimos la gracia de Dios para cambiar nuestra forma de hablar,
afectará a nuestras circunstancias y cambiará nuestra vida.
Podemos declarar bendiciones o maldiciones
Santiago 3:8-12

… pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no


puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al
Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos
a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y
maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna
fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?
Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la
vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y
dulce.

Santiago 3:8 dice que es imposible que alguien dome la lengua humana.
Controlar nuestra boca exige la ayuda de Dios, y esto significa que
necesitamos orar con frecuencia sobre nuestra forma de hablar. De hecho,
no creo que podamos esperar ser capaces de controlar nuestra lengua sin
dedicar oración específica y estudio a este asunto de forma regular. En el
Salmo 141:3 el salmista dice: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la
puerta de mis labios”. El Salmo 19:14 dice: “Que las palabras de mi boca y
la meditación de mi corazón sean de tu agrado, oh Señor, mi roca y mi
redentor” (NTV). Usted y yo podemos hacer estas mismas oraciones cada
día.
Este pasaje de Santiago 3 también nos enseña que podemos usar nuestra
boca tanto para fines buenos como malos. Podemos dejar que Dios use
nuestra boca, o podemos dejar que el diablo la use.
He estudiado el poder de las palabras durante años y he enseñado sobre
ello a menudo, y a la vez me sigo sorprendiendo de que las palabras puedan
marcar una diferencia tan grande en nuestra vida y en las vidas de otros.
Como dice Santiago, la misma boca puede declarar palabras de bendición y
palabras de maldición. Podemos ir a la iglesia el domingo y alabar a Dios y
salir el lunes y contar chismes sobre un compañero de trabajo.
Aprender a no decir palabras negativas ni dañinas es muy importante.
Las palabras pueden causar un gran daño a las personas y las relaciones.
Seríamos sabios en evitar las palabras duras, rudas e injustas y lo que la
Biblia llama “la lengua maliciosa” (Isaías 58:9, NVI). Debido a que cuando
decimos algo, aunque podemos disculparnos, nunca podemos recuperar lo
dicho, deberíamos tener mucho cuidado con lo que decimos.
Aprender a no decir las palabras incorrectas definitivamente es bueno,
pero es solo el primer paso para controlar la lengua, y tenemos que ir más
allá de eso. También necesitamos disciplinarnos para declarar palabras
positivas y poderosas que estén en consonancia con los principios bíblicos.
He dicho muchas veces: “La mejor manera de no decir las cosas erróneas es
mantener nuestra boca llena de lo correcto”. Le animo a establecer el hábito
de usar sus palabras para hacer que las personas se sientan bien consigo
mismas. Deje que la gente sepa que les aprecia, diga “gracias”, y hágales
halagos genuinos.
Uno de los mejores compromisos que podemos establecer es decir
palabras buenas y edificantes. Si no podemos hacer esto en ciertas
situaciones, muchas veces es mejor no decir nada, como nos enseña
Proverbios 17:28: “Hasta los necios pasan por sabios si permanecen
callados; parecen inteligentes cuando mantienen la boca cerrada” (NTV).
Podemos usar nuestras palabras para levantar a las personas y darles
confianza o para derribarlos. Podemos hablarles de formas en las que les
hagamos sentir bien o mal consigo mismos. A veces lo que a nosotros nos
puede parecer algo sin importancia es lo que alguien necesita oír para tener
un buen día. Sin embargo, contrariamente, las palabras descuidadas o
casualmente negativas pueden arruinarle el día a alguien. Permítame
animarle a declarar palabras llenas de paz, gozo y esperanza. Dese cuenta
de que sus palabras pueden impactar poderosamente a otras personas, así
que diga cosas buenas de ellos y a ellos.
Muchas personas se han criado en entornos como en el que yo me crié.
Por muchos años oyeron palabras negativas de boca de padres y familiares,
y quizá incluso de maestros de escuela o amigos. Nunca oyeron a nadie
decir nada que les afirmara o les diera esperanza para su futuro. Entiendo
eso completamente. Cuando Dios comenzó a enseñarme sobre el poder de
las palabras, saber que toda mi vida podía cambiar si cambiaba mis palabras
me llenó de esperanza. Él me guió a hacer una lista de confesiones basadas
en las Escrituras. Ni una sola de ellas era una realidad en mi vida en ese
tiempo, pero las confesé dos veces al día durante mucho tiempo. Hoy, cada
una de ellas es una realidad para mí.

Las palabras más poderosas que usted puede decir son las palabras que
Dios dice. Le animo a pasar tiempo con su Biblia, encontrando promesas y
verdades que pueda confesar sobre usted y su vida. O consiga un ejemplar
de mi libro El poder secreto para declarar la Palabra de Dios, que está
lleno de confesiones basadas en la Biblia que cambiarán su vida.
El fruto de la sabiduría
Santiago 3:13-14

¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena


conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos
amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis
contra la verdad.

La verdadera sabiduría se ha de buscar. No nos llegará solo por ser


cristianos. Es algo que tenemos que buscar diligentemente, y es más valiosa
que ninguna otra cosa en la tierra. Aprendemos de estos versículos que la
persona que es orgullosa y altanera, o que piensa que es mejor que los
demás, no posee sabiduría.
La humildad es un fruto apropiado de la sabiduría. Las personas que
verdaderamente son humildes:

• saben que no son nada sin Dios


• están prestos a darle a Dios toda la gloria por sus éxitos
• no piensan de sí mismos más alto de lo que deben
• no sobrestiman sus capacidades y subestiman las capacidades y la valía
de los demás
• no son presto a mostrar su conocimiento o dar a otras personas el
consejo que no quieren
Sabiduría de Dios
Santiago 3:15-18

… porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino


terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención,
allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es
de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna,
llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni
hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que
hacen la paz.

La sabiduría humana, que en este pasaje se llama “terrenal”, “animal”,


“diabólica”, es muy distinta de la verdadera sabiduría, que es la sabiduría
que viene de lo alto y es buena. Si permitimos que nuestra propia mente nos
guíe sin buscar al Espíritu Santo para que nos ayude a encontrar la sabiduría
buena, las cosas no nos irán bien.
Cuando consultamos nuestros propios pensamientos y comenzamos a
pensar en situaciones de todo tipo de maneras, dibujando escenarios en
nuestra mente e intentando descubrir cómo lidiar con ellas, estamos
razonando. La Biblia nos advierte contra el mero razonamiento. Proverbios
2:5-7 dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu
propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te
mostrará cuál camino tomar. No te dejes impresionar por tu propia
sabiduría. En cambio, teme al Señor y aléjate del mal” (NTV). No está mal
pensar en una situación y buscar una solución, pero eso lo deberíamos hacer
con Dios, en vez de apartados de Él.
Cuando el diablo le dijo a Eva en el huerto del Edén que Dios le había
mentido cuando le dijo que no comiera del árbol que había en medio
(Génesis 3:1-7), tuvo sentido para su mente, así que lo creyó. Su decisión
de rechazar lo que Dios dijo y aceptar lo que dijo el diablo provocó
problemas para toda la raza humana.
Romanos 8:5-6 nos ayuda a entender la diferencia entre la mente de la
carne, que representa la sabiduría humana, y la mente del Espíritu, que
representa la sabiduría divina: “Los que viven conforme a la naturaleza
pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los
que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La
mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene
del Espíritu es vida y paz” (NVI).
La sabiduría humana nos dice que nos venguemos de quienes nos han
ofendido, mientras que la sabiduría divina nos enseña a perdonar. La
sabiduría humana dice que deberíamos ahorrar y acumular nuestro dinero,
conseguir lo máximo que podamos para nosotros mismos. Pero la sabiduría
divina dice que debemos ser generosos con otros, especialmente con los
pobres. La sabiduría humana nos insta a mantenernos alejados de nuestros
enemigos, mientras que la sabiduría divina quiere que seamos bondadosos
con ellos.
La verdadera sabiduría no es celosa
Santiago 3:16 indica que no hay sabiduría donde hay celos y contención.
Santiago deja clara su posición respecto a esto, diciendo que los celos y la
ambición egoísta producen “perturbación y toda obra perversa”. Nadie
quiere vivir así. Tenemos que tomarnos en serio estas palabras de
advertencia, entendiendo que donde haya celos y egoísmo en nosotros o en
una situación, no hay sabiduría.
Una de las mayores necedades que podemos hacer es ser celosos de
otros. Ser celoso de lo que otro tiene es vano porque los celos nunca le
darán lo que otra persona tiene. La única forma de conseguir algo es
pedírselo a Dios y dejar que nos lo dé a su propia manera y en su propio
tiempo. Ser egoísta y celoso no es algo que está de acuerdo con la Palabra
de Dios y le llevará a una vida de contención, riña y falta de paz. La
sabiduría que viene de Dios, por el contrario, resulta en bendición, gozo y
paz.
Pídale a Dios lo que quiere, conténtese con lo que tiene, y a su tiempo
adecuado, si este llega, Dios le dará más. Si Él no le da lo que ha pedido, le
dará algo mejor.
La verdadera sabiduría ama la paz
La verdadera sabiduría está sobre todo llena de buen fruto. Santiago 3:17
dice que el primer fruto de la verdadera sabiduría es que es pura, y después
pacífica. Hace lo que haya que hacer para ser pacífico y mantener la paz.
Antes de que Jesús ascendiera al cielo, les dijo a sus discípulos que no
estaría con ellos mucho más tiempo (Juan 13:33). En Juan 14:27 les habló
de un regalo que quería dejarles: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la
doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
Claramente, Dios quiere que vivamos nuestras vidas en paz. Podemos ver
por este versículo que, aunque Jesús nos da paz, también nos da una
responsabilidad cuando dice: “No se turbe vuestro corazón”. Podemos
escoger si nos permitimos perder nuestra paz o no. Él quiere que decidamos
a propósito no dejar que nada robe la paz que Él nos da. No siempre
podemos controlar nuestras circunstancias, pero con la ayuda de Dios
podemos controlar nuestras respuestas a ellas, y podemos escoger la paz.
Una razón por la que muchas situaciones y relaciones se vuelven
estresantes en vez de pacíficas es que alguien dice algo que no debería
decir, y eso enoja a otras personas. Si simplemente aprendiéramos a
disciplinar nuestra boca, tendríamos mucha más paz.
Primera de Pedro 3:10-11 dice: “En efecto, el que quiera amar la vida y
gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de
proferir engaños; que se aparte del mal y haga el bien; que busque la paz y
la siga” (NVI).
Observe cómo estos versículos concuerdan con lo que está diciendo
Santiago en el capítulo 3 de su epístola. Resumen algunos de sus puntos
clave del capítulo, especialmente que debemos tener cuidado con nuestras
palabras y usarlas de una forma que promueva la paz.
La paz es una de las cosas más valiosas y poderosas que puede tener.
Está conectada con la unción de Dios (su poder y presencia en nuestra vida)
y sus bendiciones. He aprendido con el paso de los años que, si quiero tener
paz, debo seguirla intencionalmente. La sabiduría que viene de Dios no solo
desea la paz, sino que la sigue (Salmos 34:14). Así que la única forma de
tener paz en su vida es buscarla intencionalmente y hacer los cambios que
sean necesarios en su vida, sus pensamientos y su conducta.
H. A. Ironside escribió: “Un hombre sabio es un hombre de fe, un
hombre sujeto a Dios y enseñado por Él. Tal persona manifestará su
verdadero estado espiritual mediante la buena conducta. Su lenguaje será
con mansedumbre de sabiduría” (H. A. Ironside, James and 1 and 2 Peter:
An Ironside Expository Commentary [Grand Rapids, MI: Kregel
Publications, 1947; repr. 2008], p. 30).
Santiago 4 es un capítulo abundante y lleno de consejo práctico
sobre ser cristiano. Al principio, nos ayuda a entender por qué no
siempre conseguimos lo que pedimos en oración y nos ayuda a
saber cómo orar con más eficacia. Después avanza para enfatizar la
importancia de poner a Dios primero en nuestra vida. También nos
recuerda que no podemos cambiarnos a nosotros mismos, pero que
Dios siempre pone a nuestra disposición “mayor gracia”. Contiene la
familiar frase “resistid al diablo, y huirá de vosotros”, mientras que
también nos enseña que ser capaces de resistir al enemigo
depende de estar sometidos a Dios. El capítulo también nos
reafirma que cuando nos acercamos a Dios, Él se acerca a
nosotros, y si nos humillamos en su presencia, Él nos levantará.
Por qué no siempre recibimos lo que pedimos
Santiago 4:1-3

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de
vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?
Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis
alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque
no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites.

Creo que Santiago está diciendo en Santiago 4:1-2: “Están enojados todo el
tiempo porque intentan conseguir todo lo que quieren mediante sus propios
esfuerzos. Nunca lo conseguirán así. Solo terminarán siendo celoso,
odiando a la gente y teniendo malas relaciones, porque quieren lo que otros
tienen”. Después Santiago resume toda la situación en una sola frase: “Pero
no tenéis lo que deseáis, porque no pedís [a Dios]” (v. 2).
La disputa es un gran problema en nuestras vidas. No solo nos roba la
paz, sino que abre una puerta al enemigo en nuestra vida. Dios nos llama a
la unidad y nos deja saber en varios lugares de su Palabra que, si somos
hacedores y mantenedores de paz, Él lo considera una señal de madurez
espiritual y libera más de su poder en nuestra vida. Le insto fuertemente a
que haga todo lo que esté en su mano para eliminar la disputa de su vida. La
disputa es riña, discutir o desacuerdo acalorado. Podemos discrepar, pero
debemos aprender a hacerlo con respeto y afabilidad.
Para eliminar la disputa de nuestra vida debemos amar la paz y entender
verdaderamente su poder. Satanás trabaja incansablemente para
mantenernos en agitación, y deberíamos prestar mucha atención a lo que
Santiago está diciendo sobre cómo se adentra la disputa.
Si le pedimos algo a Dios y no nos lo da, la razón no es que nos está
haciendo esperar. Puede que no sea su voluntad o que el tiempo en nuestra
vida no sea el adecuado. También puede ser que haya algo mejor que Él
quiere darnos pero que aún no somos espiritualmente maduros para tenerlo.
Sea cual sea la razón, nunca es porque Él no quiera que seamos bendecidos.
Muchas personas usan la manipulación y las formas mundanas para
conseguir cosas que no les corresponde tener, y esas son las cosas que
terminan arruinándolos. He descubierto que el secreto de estar contento es
pedirle a Dios lo que yo quiero y descansar sabiendo que, si es lo correcto,
Él hará que suceda en el tiempo correcto. Si no es lo correcto, Él hará algo
mucho mejor de lo que yo había pedido.
Las razones que están detrás de lo que hacemos y lo que pedimos son
muy importantes. Dios quiere que nuestros motivos sean puros, no egoístas.
Nuestra obra para Dios se debe hacer con motivos puros, o de lo contrario
perderemos nuestra recompensa (Mateo 6:1-2). Ser honestos con nosotros
mismos respecto a por qué hacemos lo que hacemos requiere madurez
espiritual. Siempre que enseño sobre los motivos, la sala por lo general se
vuelve muy callada, y pienso que es porque estamos tan ocupados
“haciendo” que no siempre nos tomamos el tiempo de preguntarnos por qué
estamos haciendo las cosas. Nuestras acciones siempre deberíamos hacerlas
porque creemos que Dios nos está llevando a hacerlas o porque sabemos
que serán una bendición para alguien.
Definitivamente no es malo pedir lo que queremos, pero asegurémonos
de que nuestras peticiones no estén basadas en la avaricia o en el mero
egoísmo. Podemos estar seguros de que Dios suplirá todas nuestras
necesidades válidas.
Poner a Dios primero
Santiago 4:4

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es


enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del
mundo, se constituye enemigo de Dios.

Aunque este versículo usa la palabra adúlteras, se está refiriendo a


cualquiera que se olvida de Dios o le da la espalda. Poner a Dios primero en
nuestra vida es algo en lo que deberíamos trabajar de forma regular. El
punto de este versículo es que nunca deberíamos cometer el error de pedirle
a Dios que nos dé algo que, una vez que lo recibimos, nos aparte de Él; por
ejemplo, una carrera que siempre hemos querido, un ministerio, una
familia, un negocio o cualquiera de los placeres que el mundo ofrece.
Poner a Dios primero no significa que no podamos disfrutar de nada que
no sea espiritual o no tener otros intereses, sino que significa que Dios tiene
que ser lo primero. Eso supone que Él tiene que ser lo primero en todo lo
que hacemos. El primero en nuestro tiempo, el primero en nuestras
conversaciones, el primero en nuestros pensamientos, el primero en nuestra
economía, y el primero en cada decisión que tomemos. Si ponemos a Dios
primero, entonces Él siempre cuidará de nosotros.
La instrucción de poner a Dios primero es tan importante que podemos
encontrarla en varios lugares a lo largo de la Palabra de Dios:

• Salmo 37:4: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las


peticiones de tu corazón”.
• Proverbios 3:6: “Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te
mostrará cuál camino tomar” (NTV).
• Mateo 6:33: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas”.
• 1 Juan 5:21: “Queridos hijos, aléjense de todo lo que pueda ocupar el
lugar de Dios en el corazón” (NTV).

Permítame decir otra vez que Santiago 4:4 no nos está diciendo que no
podemos disfrutar de estar en el mundo o disfrutar de las cosas buenas que
el mundo ofrece. Pero tenemos que reconocer a Dios en todas las cosas y
hacer el esfuerzo de ponerlo a Él siempre en primer lugar. Todos los
cristianos somos tentados en esta área, así que es algo en lo que tenemos
que trabajar y hacer a propósito. Muchas cosas en nuestra vida compiten
por el primer lugar e intentan expulsar a Dios. Nuestro trabajo, nuestras
relaciones, las cosas que nos gustan, todo esto podría tomar el lugar que
solo le pertenece a Dios si se lo permitimos. Por eso Santiago 4:4 compara
el amor excesivo hacia el mundo con romper un voto matrimonial con Dios.
La idea de un voto matrimonial entre Dios y su pueblo es interesante.
Verá, Dios nos considera su esposa. Al margen de que la persona sea varón
o hembra, todos los creyentes somos considerados la novia de Cristo.
Estamos casados con Dios. Un punto que quisiera establecer sobre esto es
que, así como una esposa a menudo adopta el apellido del esposo, Dios nos
da el nombre de Jesús, “nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).
Yo había adoptado el apellido de Dave durante muchos años, pero no lo
recibí hasta que no me casé con él. No recibí su nombre cuando éramos
novios. A menudo le digo a la gente que la única forma de disfrutar de los
privilegios que vienen con el nombre de Jesús es pasando de una relación
informal a un compromiso total.
¡El nombre de Jesús es poderoso! Filipenses 2:10-11 dice: “… para que
ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y
debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para
gloria de Dios Padre” (NVI). Cuando oramos en ese nombre, estamos
presentando al Padre todo lo que Jesús es, y esas oraciones recibirán su
respuesta en el tiempo de Dios si están en consonancia con la Palabra y
voluntad de Dios, mientras mantengamos nuestro voto matrimonial con
Dios. Tenemos que ponerlo a Él primero en nuestras vidas.
A veces las personas se acuerdan de Dios solo cuando sufren una
emergencia o una crisis. Eso no es ponerlo a Él primero. Deberíamos ser
conscientes de que a menos que Dios nos ayude en todas las cosas, seremos
un profundo y completo fracaso, así que la verdad es que necesitamos a
Dios desesperadamente todo el tiempo, ya sea que nos demos cuenta o no.
Si buscamos a Dios como si estuviéramos desesperados por Él, nos
veremos en situaciones desesperadas menos veces. ¡Siempre necesitamos a
Dios! Mientras más nos demos cuenta de ello, más atención le prestaremos.
Dios nunca está a más de un pensamiento de distancia de usted. Si
quiere experimentar más de Dios en su vida, piense en Él y hable con Él.
No tiene que usar ciertas palabras o sentarse en cierta postura para orar;
solo tiene que hablar con Él desde su corazón. Recuerde: Él quiere
involucrarse en cada aspecto de su vida. No hay nada en su vida en lo que
Dios no esté interesado.
Una de las mejores formas que conozco de poner a Dios primero en su
vida es tener una conversación continua con Él. Hable con Él y escúchelo.
Él no siempre nos responde usando palabras; a veces responde dándonos
pensamientos o ideas. Él nos habla de muchas formas, y el valor de
desarrollar una relación íntima, personal y coloquial con Él es de un valor
incalculable.
Las personas que están demasiado ocupadas para pasar tiempo con Dios
emplean demasiado tiempo en cosas que no añaden nada a sus vidas sino
más bien que les quitan algo de sus vidas. He aprendido con el paso de los
años que una de las formas más rápidas de abrir una puerta al enemigo es
comenzar a poner otras cosas por delante de Dios. Si lo ponemos a Él
primero, nos protegemos a nosotros mismos, pero cuando dejamos que
otras cosas tomen el lugar de Dios o nos hagan pensar que Él no es tan
importante para nosotros como realmente es, el enemigo ve que puede
aprovecharse de nosotros, y lo hace.
Ser diligente en mantener una relación fuerte y cercana con Dios y
ponerlo a Él primero puede ser un desafío debido a las demás cosas que
compiten por su tiempo y atención, pero es lo mejor que puede hacer, y
tendrá un impacto positivo en cada área de su vida. Si usted prioriza su
relación con Él ante todas las demás cosas, se sorprenderá de las cosas
buenas que resultarán de ello.
La razón por la que Jesús murió fue para derribar el velo que nos
separaba de Dios (Mateo 27:51), para posibilitar que pudiéramos entrar en
la presencia de Dios y tener una relación personal con Él. Jesús pagó por
nuestros pecados porque Dios es santo y no puede estar en presencia del
pecado. Así que cuando acudimos a Dios a través de Jesús, Él nos ve a
través de la sangre de Jesús: completamente limpios. Debido a lo que Él
hizo por nosotros, podemos entrar y salir con libertad de nuestra comunión
con Dios, y Él puede ser una parte regular de nuestra vida cotidiana.

Al pensar en poner a Dios primero, antes de todo y de todas las personas


en nuestra vida, recordemos Mateo 22:35-39:

Uno de ellos, experto en la ley, le tendió una trampa con esta


pregunta:—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la
ley?—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y
con toda tu mente”—le respondió Jesús—. Este es el primero y el
más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este:
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (NVI).
El Espíritu Santo vive en nosotros
Santiago 4:5

¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha


hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?

Este versículo dice que la envidia es parte de la condición humana; pero


quiero destacar que, como creyentes, el Espíritu Santo vive en nosotros, y
Dios nos hace santos. No debemos dejar que nuestros pensamientos o
emociones humanas determinen nuestra conducta. Debemos permitir que el
Espíritu de Dios nos guíe.
Dios no está sentado en el cielo esperando que intentemos centrar
nuestra atención en Él. Cuando Jesús ascendió al cielo, envió al Espíritu
Santo a la tierra para representarlo y ocupar su lugar (Juan 14:26). Él ahora
vive en cada uno de los creyentes en Cristo, y en todo lo que hagamos y a
cualquier lugar que vayamos, Él está con nosotros. Nunca hay un tiempo o
lugar en el que Él no esté con nosotros. Si recordamos esto, tendrá un
impacto positivo en nuestros pensamientos, decisiones y acciones.
Estos son algunos versículos más que prometen que Dios está siempre
con nosotros:

• “… porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).


• “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni
desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que
vayas” (Josué 1:9).
• “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor
eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías
31:3).
• “¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu
presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí
estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los
océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu
fuerza. Podría pedirle a la oscuridad que me ocultara, y a la luz que me
rodea, que se convierta en noche; pero ni siquiera en la oscuridad
puedo esconderme de ti” (Salmos 139:7-12, NTV).
Gracia, gracia y más gracia
Santiago 4:6-10

Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios,
y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al
diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a
vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble
ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad.
Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.
Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.

Dios nos da gracia para vencer todas las tentaciones y tendencias negativas
o malas en nuestra vida para que podamos vivir en obediencia a Él. La
tendencia a no poner a Dios primero en nuestra vida es ciertamente algo
malo, así que podemos contar con que el Espíritu Santo nos ayuda a
resistirlo. Podemos intentar una vez tras otra poner a Dios primero mediante
nuestra fuerza humana y autodeterminación, pero necesitamos la gracia de
Dios si queremos hacerlo con eficacia. Gracia es el favor inmerecido de
Dios y su poder para ayudarnos a hacer con facilidad lo que no podemos
hacer con ninguna cantidad de esfuerzo humano.
Dios está siempre dispuesto a ayudarnos y darnos gracia para todo lo
que necesitamos, pero tenemos que pedírselo. Las personas que son
altaneras creen que pueden hacer todo por sí mismos, pero la verdad es que
no podemos cambiarnos sin la ayuda de Dios. Sin duda, no podemos
cambiar a los demás y tampoco podemos cambiar nuestras circunstancias.
Cuando hay un trabajo que se tiene que hacer en nosotros o en alguna parte
de nuestra vida, necesitamos que Dios lo haga. Nuestra responsabilidad es
estudiar la Palabra, especialmente en nuestras áreas de debilidad, y pasar
todo el tiempo que podamos con Dios. Cuando hacemos nuestra parte, Dios
se mueve a nuestro favor para hacer lo que solamente Él puede hacer.
El apóstol Pablo pasó por una situación en la que quería cambiar, pero
vio que era imposible hacerlo en sus propias fuerzas. Romanos 7:15-25 lo
explica así:

No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que


aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en
que la ley es buena; pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a
cabo, sino el pecado que habita en mí. Yo sé que, en mí, es decir, en
mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo
bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no
soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Así que
descubro esta ley: que, cuando quiero hacer el bien, me acompaña el
mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero
me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley,
que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y
me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este
cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro
Señor! En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de
Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado
(NVI).

Cuando leo este pasaje, me parece que Pablo se ha cansado de intentar


cambiar y convertirse en la persona que cree que Dios quiere que sea. Lo ha
intentado una y otra vez, pero se da cuenta de que no puede cambiarse, así
como nosotros tampoco podemos. No somos capaces de vivir la vida
cristiana en nuestras propias fuerzas. Solo Jesús puede vivirla a través
nuestro. Deberíamos hacer nuestra parte estudiando la Palabra de Dios,
pasando tiempo con Él, orando, confiando en Dios, manteniendo nuestra fe
y haciendo regularmente lo que Él nos pide hacer. Pero finalmente
necesitamos la ayuda y la gracia de Dios para poder ser las personas que Él
desea que seamos. Le animo a desarrollar el hábito de confiar en Dios en
todo lo que haga, incluso en las cosas que quizá haya hecho muchas veces
antes y haya tenido mucho éxito en ellas. Necesitamos la gracia de Dios
todo el tiempo en cada cosa que hacemos.
Filipenses 1:6 dice que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Dios es el que hace una buena
obra en nosotros, y siempre podemos contar con “mayor gracia” a medida
que Él obra en nuestras vidas.
El Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento
exhaustivo de Vine dice esto sobre Santiago 4:6: “‘Pero él da más gracia’
(en griego, ‘una gracia mayor’) […] Dios le dará una ‘gracia mayor’, es
decir, todo lo que surge de la humildad y de apartarnos del mundo”. Nuestra
parte en esto es tomar la decisión de obedecer Santiago 4:7 y humillarnos,
apartarnos del mundo y someternos a la autoridad de Dios; su parte es
proveer la gracia (su favor inmerecido y el poder del Espíritu Santo) para
capacitarnos para hacerlo. La decisión es nuestra; el poder es de Dios.
Santiago 4:7 es familiar para muchas personas. Cuando citan este
versículo, a menudo dicen: “Resiste al diablo y él huirá”, pero se saltan la
primera parte, que dice: “Someteos, pues, a [la autoridad de] Dios” [nota
aclaratoria]. Aunque es muy importante que sepamos que tenemos un
enemigo y entendamos que huirá si lo resistimos, es igualmente importante
que entendamos que, según este versículo, nuestro poder sobre el enemigo
se encuentra en someternos a Dios. De hecho, mientras más caminamos en
obediencia a Él, menos puede hacernos el enemigo. Puede molestarnos o
fastidiarnos, pero si nos sometemos a Dios, el enemigo no llegará muy lejos
con sus artimañas contra nosotros.
Santiago 4:8 dice que, si nos acercamos a Dios, Él se acercará a
nosotros. Como mencioné antes, Él nunca está a más de un pensamiento de
distancia de nosotros. Lo único que tenemos que hacer para acercarnos a
Dios es pensar en Él o simplemente pronunciar su nombre.
Santiago 4:9 aparece de una forma drástica, instándonos a “afligirnos,
lamentar y llorar” por nuestro pecado, pero esto no significa que debamos
pasar todo nuestro tiempo llorando y pensando que somos terribles. Este
versículo es realmente un recordatorio de que el pecado es muy grave y una
exhortación a tomarlo en serio. Muchas de las cosas que son claramente
pecado en la Biblia ya no se consideran erróneas. En el mundo de hoy,
algunas de estas cosas se llaman “decisiones de estilo de vida”,
“condiciones”, o “adicciones”. Uno de los mayores peligros que los
cristianos enfrentan es desviarse de los estándares que Dios nos ha dado en
su Palabra e ir hacia las opiniones y valores del mundo. Como creyentes, no
podemos darnos el lujo de pensar como el mundo piensa, hablar como el
mundo habla, actuar como el mundo actúa o creer como el mundo cree.
Tenemos algo más alto, y es la Palabra de Dios. La Palabra es verdad, y
cualquier cosa que discrepe de ella es una mentira.

Cuando pecamos, tenemos que entender que es algo serio y tenemos que
arrepentirnos de forma sincera. David estaba muy cerca de Dios, pero aun
así pecó. Usted puede leer su sentido arrepentimiento en el Salmo 51. Dios
siempre está deseoso de perdonar nuestro pecado y restaurarnos a una
relación correcta con Él, pero tenemos que reconocer y confesar nuestro
pecado, arrepentirnos y pedir su perdón antes de poder recibirlo. Una vez
que hemos hecho esto, Él no solo nos perdona nuestro pecado, sino que
también lo olvida (Hebreos 8:12).
En Santiago 4:10 hay una palabra que podría provocar cierta confusión.
Dice: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. Sugiere que debemos
tener una actitud de insignificancia. Dios nos valora, y no creo que Él
quiera que pensemos en pequeño sobre nosotros mismos o que sintamos
que no somos importantes. Al mismo tiempo, Él no quiere que pensemos
que somos más de lo que somos (Romanos 12:3). Creo que deberíamos
pensar y hablar de nosotros como lo que yo llamo un “Todo-Nada”. Esto
significa que no somos nada en nosotros, y que somos todo en Cristo y a
través de Cristo; no tenemos nada sin Él, y lo tenemos todo en Él.
Si nos humillamos ante el Señor y seguimos persiguiendo una relación
personal con Él, Él nos levantará y nos dará la victoria en su tiempo
perfecto.
No juzgar a otros con crítica
Santiago 4:11-12

Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del


hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley;
pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno
solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién
eres para que juzgues a otro?

Este pasaje contiene muchas cosas tocantes a la Ley y el juicio e incluso


juzgar la Ley, pero básicamente está diciendo que no deberíamos hablar con
crítica contra los demás y que ningún ser humano puede juzgar a otros,
porque Dios es el único juez verdadero.
Cuando juzgamos a las personas o usamos palabras en su contra, no
estamos andando en amor. Si pudiéramos aprender a vivir bajo la ley real
del amor, cumpliríamos el resto de las leyes de Dios. Por eso la Biblia dice:
“Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los
traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12, NVI).
En Mateo 7:1-2, Jesús nos da un claro aviso contra juzgar a otros: “No
juzguen a los demás, y no serán juzgados. Pues serán tratados de la misma
forma en que traten a los demás. El criterio que usen para juzgar a otros es
el criterio con el que se les juzgará a ustedes” (NTV).
La tendencia a ser crítico es parte de la naturaleza humana. Muchos
encontramos cosas que criticar de otras personas con más facilidad de lo
que encontramos cosas que elogiar. A veces, a pesar de que haya muchos
aspectos buenos en una situación, podemos detectar de inmediato el único
que es malo. Aunque esto es una inclinación natural, no está en consonancia
con la Palabra de Dios. Así que cuando seamos tentados a juzgar, tenemos
que resistir al diablo y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a resistir la
tentación y que nos ayude a obedecer la Palabra.
En Romanos 14:10-13, Pablo escribe:

Tú, entonces, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué lo


menosprecias? ¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de
Dios! Está escrito: «Tan cierto como que yo vivo—dice el Señor—,
ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua confesará a Dios». Así
que cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas de sí a Dios. Por
tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no
poner tropiezos ni obstáculos al hermano (NVI).

En este pasaje, Pablo se hace eco de la enseñanza de Jesús en Mateo 7 y


la instrucción en Santiago 4, diciendo que no deberíamos juzgar a otras
personas críticamente. En cambio, tenemos que hacer todo lo posible por
impedir que nuestros hermanos creyentes tropiecen. Cada uno somos
responsable de nosotros mismos y de nuestras acciones. Según Romanos
14:12, cuando venga el día del juicio, Dios no va a preguntarnos sobre
nadie ni nada salvo lo que hayamos hecho personalmente. Él no me va a
preguntar por qué Dave hizo o no hizo esto o aquello. Él me pedirá que le
dé cuentas de lo que yo haya hecho, y nada más.
En vez de juzgar a otras personas, esforcémonos por ser buenos
embajadores de Cristo y buenos ejemplos para todos. Si quienes nos rodean
están batallando con ciertas cosas, quizá podamos ayudarles o enseñarles
algo siendo un buen ejemplo para ellos en vez de criticarlos.
No juzgar a otros no significa que no reconozcamos el pecado o que lo
ignoremos cuando se cometa. Deberíamos reconocer la mala conducta, pero
responder orando por los ofensores y ser misericordiosos con ellos como
Dios lo es con nosotros, no siendo críticos, juzgándolos o contando chismes
sobre ellos. Quizá haya veces en las que Dios quiera que incluso
confrontemos a alguien por alguna mala conducta, pero incluso eso no lo
deberíamos hacer con una mala actitud sino en amor, manteniendo un ojo
abierto y pendiente de nosotros mismos para no caer en el mismo pecado.
Cuidado con la presunción
Santiago 4:13-16

¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y
estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos cuando no
sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida?
Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y
luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor
quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en
vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala.

Santiago 4:13-16 describe a personas que son presuntuosas y hacen


conjeturas sobre lo que harán sin consultar a Dios. Según estos versículos,
la forma de pensar es pretenciosa y arrogante, incluso maligna.
Presunción no es una palabra que oímos muy a menudo, pero parece ser
un verdadero problema en nuestra sociedad de hoy. Cuando hablamos de
ello, a menudo usamos la palabra derecho. Describe una actitud en la que la
gente piensa que ciertas cosas se les deben, como oportunidades, posiciones
de influencia, finanzas, trato preferente o exención de reglas que otras
personas tienen que obedecer. Las personas que tienen esta actitud no
quieren trabajar para ganarse las cosas; quieren que les den las cosas. Esta
presunción no es agradable a Dios.
Creo que una de las cosas en las que tenemos que pensar más y de las
que tenemos que hablar mucho más a menudo es “si Dios quiere” o “si Dios
lo aprueba”. Realmente tenemos que tomarnos en serio que Dios determina
el éxito o fracaso de lo que hacemos, y deberíamos respetarlo y honrarlo
buscando su voluntad en todas las cosas, y como dice Proverbios 3:6,
reconocerlo en todos nuestros caminos. Es una forma más de poner a Dios
primero, como escribía antes.
A menudo hacemos planes y esperamos que Dios los haga funcionar,
pero las personas verdaderamente humildes siempre le preguntarán a Él qué
deben hacer. Ellos oran primero, y después planifican. No asumen que
saben lo que está bien, y no supondrán de la bondad de Dios o de otras
personas. Cuando oramos, deberíamos ser sabios en incluir más frases
como “Si es tu voluntad, Dios” o “Dios, si esto es lo que quieres para mí”.
Los creyentes maduros se dan cuenta de que no siempre saben lo que es
mejor. Solo Dios sabe lo que es mejor, y no somos nada sin Él.
Uno de los mejores ejemplos de presunción en la Biblia se encuentra en
Números 14:40-45:

Al otro día, muy de mañana, el pueblo empezó a subir a la parte alta


de la zona montañosa, diciendo:—Subamos al lugar que el Señor nos
ha prometido, pues reconocemos que hemos pecado. Pero Moisés les
dijo:—¿Por qué han vuelto a desobedecer la orden del Señor? ¡Esto
no les va a dar resultado! Si suben, los derrotarán sus enemigos,
porque el Señor no está entre ustedes. Tendrán que enfrentarse a los
amalecitas y a los cananeos, que los matarán a filo de espada. Como
ustedes se han alejado del Señor, él no los ayudará. Pero ellos se
empecinaron en subir a la zona montañosa, a pesar de que ni Moisés
ni el arca del pacto del Señor salieron del campamento. Entonces los
amalecitas y los cananeos que vivían en esa zona descendieron y los
derrotaron, haciéndolos retroceder hasta Jormá (NVI).

Hay otros casos de presunción en la Biblia:

• Cuando los discípulos asumieron que Jesús no quería que ser


molestado por los niños que se acercaban a Él, les dijeron a los niños
que no le molestasen, pero Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a
mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son
como ellos” (Mateo 19:14, NVI).
• Cuando Pedro reprendió a Jesús, diciendo que no debía ir a Jerusalén y
sufrir y morir, Jesús reconoció la presunción de Pedro y le habló con
mucha firmeza: “¡Aléjate de mí, Satanás! Representas una trampa
peligrosa para mí. Ves las cosas solamente desde el punto de vista
humano, no desde el punto de vista de Dios” (Mateo 16:23, NTV).
• Cuando Pedro cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote (Juan 18:10;
Lucas 22:50), Jesús lo sanó (Lucas 22:51).

Todos podemos ser tentados a ser presuntuosos, pero a medida que


crecemos espiritualmente, aprendemos a no adelantarnos sino a esperar a
que Dios lo haga. Jesús enseña sobre esto en Lucas 14:8-10:

Cuando te inviten a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de


honor. ¿Qué pasaría si invitaron a alguien más distinguido que tú? El
anfitrión vendría y te diría: “Cédele tu asiento a esta persona”. Te
sentirías avergonzado, ¡y tendrías que sentarte en cualquier otro lugar
que haya quedado libre al final de la mesa! Más bien, ocupa el lugar
más humilde, al final de la mesa. Entonces, cuando el anfitrión te
vea, vendrá y te dirá: “¡Amigo, tenemos un lugar mejor para ti!”.
Entonces serás honrado delante de todos los demás invitados (NTV).

Somos tentados a ser presuntuosos o a adelantarnos en varias situaciones


en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, a veces…

• Los jóvenes con títulos superiores presuponen que deberían conseguir


mejores empleos y mejores sueldos que empleados de mucho tiempo
que han trabajado durante años y tienen el beneficio de la experiencia
en sus trabajos.
• Los atletas asumen que deberían jugar más tiempo porque sus padres
son amigos de sus entrenadores.
• Los miembros de una iglesia suponen que deberían tener los mejores
estacionamientos o poder sentarse en el mismo sitio cada semana
porque son miembros desde hace muchos años o porque dan grandes
sumas de dinero.
• Los compradores que solo llevan uno o dos artículos suponen que
deberían adelantarse a los que llevan muchos más artículos para
comprar.
• Los conductores asumen que deberían poder sobrepasar los límites de
velocidad porque tienen prisa.

Todos tenemos que demostrar quiénes somos en la vida. Si trabajamos


mucho, somos fieles y hacemos un buen trabajo en todo lo que hacemos,
nos ganaremos el derecho a tener mayores oportunidades y
responsabilidades. Al final, Dios es quien nos abre puertas y nos promueve
en el momento oportuno. Siempre podemos confiar en que Él nos ponga
donde quiera que estemos en el momento oportuno.
Hacer lo correcto
Santiago 4:17

… y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.

Santiago 4 termina enseñándonos que cuando sabemos lo que debemos


hacer y no lo hacemos, es pecado. Cuando oímos la Palabra de Dios, esta
nos enseña algo. Cuando aprendemos de ella, nuestra responsabilidad de
obedecerla aumenta. No hacer lo que sabemos que debemos hacer es tan
malo como hacer algo erróneo que sabemos que no deberíamos hacer.
Algunos se refieren a esto como el “pecado de omisión”. Podemos cometer
pecado, pero también podemos omitir hacer lo bueno. Asegurémonos de no
ser tan solo oidores de la Palabra sino hacedores de ella.
Una advertencia contra el egoísmo
Santiago 5:1-6

¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os


vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están
comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su
moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes
como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He
aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras
tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los
clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del
Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y
sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de
matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace
resistencia.

Santiago lanza una advertencia a las personas que se enfocan en su riqueza


sin considerar a Dios o a otras personas. Ser rico en sí mismo no es malo,
pero es malo anhelar ser rico e ignorar a Dios en la búsqueda del dinero.
También está mal usar a las personas para conseguir más para nosotros y
maltratarles en el proceso. La actitud adecuada hacia el dinero es que
deberíamos disfrutar lo que Dios nos da, pero también asegurarnos de dar
generosamente a la obra del ministerio, ayudar a personas en necesidad, y
hacer lo que podamos hacer con ello para beneficiar a otros. Mientras más
tenemos, más bendición podemos ser. Nunca deberíamos dejar que el
dinero nos aparte de Dios, sino usarlo siempre para servirle y glorificarle.
Jesús dice en Mateo 6:24: “Nadie puede servir a dos señores, pues
menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al
otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas” (NVI). Él no está
diciendo que no podamos o debamos tener dinero. Está diciendo que no nos
permitamos servir al dinero.
La única forma que he encontrado de resistir con éxito ser egoísta es ser
agresivamente generoso y ser así a propósito. Mi carne frecuentemente me
dice lo que quiere. Por ejemplo, cuando doy mi paseo matutino, oigo
pensamientos como estos: ¿Qué comeré hoy? ¿Cuándo me tomaré otra taza
de café? ¿Qué vestido me pondré para parecer más delgada?
Oigo muchas frases del tipo “quiero” procedentes de mi carne:

• “Quiero unos zapatos nuevos”.


• “Hoy quiero un postre”.
• “Quiero salir a cenar”.
• “Quiero descansar”.
• “Quiero hacer algo divertido”.

Pero Gálatas 5:16 dice que no debemos permitir que nuestra carne
gobierne nuestra vida. Debemos en cambio ser guiados por el Espíritu: “Por
eso les digo: dejen que el Espíritu Santo los guíe en la vida. Entonces no se
dejarán llevar por los impulsos de la naturaleza pecaminosa” (NTV).
Nuestra carne siempre tendrá sus deseos, y la tentación llegará. Pero
podemos seguir al Espíritu y no obedecer los deseos de la carne o ceder a la
tentación.
Este pasaje también habla de las personas que no han tratado bien a sus
empleados. Creo que todos los cristianos que tienen empresas o que tienen
personas que trabajan para ellos deberían tratarlos como ellos quisieran ser
tratados. No deberían hacerles trabajar de más y pagarles de menos, sino
compensarles como ellos mismos quisieran que les compensaran por el
mismo trabajo y ofrecer condiciones laborales justas, un entorno laboral
agradable y buenos beneficios. Cualquiera que ocupe una posición de
autoridad representa al Señor, y tiene que tratar bien a las personas.
Esperar pacientemente
Santiago 5:7-11

Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor.


Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra,
aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la
tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros
corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os
quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el
juez está delante de la puerta. Hermanos míos, tomad como ejemplo
de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre
del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren.
Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor,
que el Señor es muy misericordioso y compasivo.

Santiago empieza su epístola escribiendo acerca de la paciencia, y aquí en


el último capítulo escribe de nuevo acerca de la paciencia. La paciencia no
es tan solo la capacidad de esperar; es la capacidad de tener una buena
actitud mientras esperamos; no solo esperar porque nos vemos obligados a
ello, sino comportarnos bien mientras esperamos. Es también un fruto del
Espíritu que solo se puede desarrollar bajo las pruebas. Esa es la razón por
la que Dios nos permite pasar por tiempos de prueba y dificultad en vez de
librarnos de ellas tan rápidamente como nos gustaría. Dios siempre tiene un
plan para nuestra liberación, pero quiere que crezcamos y nos estiremos
para que seamos más fuertes cuando salgamos de la prueba.
Santiago menciona al labrador que espera sus cosechas, y podemos
aprender mucho de ellos. Dios nos está diciendo: “Mientras esperan, sigan
haciendo lo que saben hacer”. Un labrador que espera una cosecha hace
eso. Riega su semilla y arranca las malas hierbas, una y otra vez, día tras
día. De forma similar, cuando estamos esperando en Dios a que haga
suceder algo para nosotros, seguimos haciendo lo que sabemos hacer: orar,
creer, pasar tiempo en la Palabra, tener comunión con Dios y ser una
bendición para otras personas. Seguimos haciendo estas cosas mientras
esperamos, y no nos quejamos, según Santiago 5:9, sabiendo que Dios
actuará a nuestro favor a su debido tiempo.

Isaías 40:31 es un versículo muy conocido tocante a esperar en el Señor:


“pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas
como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.
Este versículo nos enseña que esperar en Dios es tener expectativa,
buscar, y tener esperanza en Él. Es pasar tiempo con Él en su Palabra y en
su presencia. No nos preocupamos mientras esperamos en Dios; no nos
frustramos mientras esperamos en Dios; no nos enojamos mientras
esperamos en Dios. Descansamos en fe creyendo que Dios hará lo que se
tenga que hacer en nosotros a su debido tiempo.
Aprender a esperar con paciencia y una expectativa esperanzadora es
una marca de madurez espiritual. Cuando nos vemos en una situación en la
que tenemos que esperar algo, podemos sentarnos pacientemente ante Él y
descansar en la presencia de Dios. La promesa de la paz de Dios no es para
los que trabajan y batallan en sus propias fuerzas sino para los que
descansan en Cristo Jesús. Al esperar en Él, nuestra fortaleza se renueva.
Un simple sí, un simple no
Santiago 5:12

Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la


tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y
vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación.

Tras tomar una decisión, tenemos que estar firmes, dejando que nuestro sí
sea un simple y veraz sí y nuestro no sea un simple y veraz no. Creo que la
indecisión y el doble ánimo no solo producen confusión y complicación,
sino que también (como observa Santiago 5:12) causan sentimientos de
juicio o condenación. Si creemos en nuestro corazón que deberíamos hacer
algo y después permitimos que nuestro razonamiento nos persuada de otra
cosa, dejamos una puerta abierta para la condenación. A menudo sufrimos
con las decisiones cuando en verdad tan solo tenemos que orar y después
seguir a nuestro corazón.
Cuando decidimos dejar que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no,
podemos tomar decisiones sin preocuparnos de ellas. No tenemos que vivir
con el temor de equivocarnos. Si nuestro corazón está bien y tomamos una
decisión que no está en consonancia con la voluntad de Dios, Él nos
perdonará y nos pondrá de nuevo en el camino correcto.
La importancia de la oración
Santiago 5:13-15

¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno


alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros?
Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con
aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán
perdonados.

Estos versículos dejan muy clara la importancia de la oración. Representan


algo que yo digo a menudo, que es que deberíamos aprender a “orar
mientras avanzamos en nuestro día”. En otras palabras, deberíamos orar por
cada cosa que surja y no meramente hacer oraciones que piden algo.
Deberíamos también hacer oraciones en las que demos gracias a Dios por lo
que Él está haciendo. Si tiene una necesidad, ore, y si ha sido bendecido,
ore. Si usted o alguien que conoce necesita perdón, ore, y el perdón llegará.
La oración no es una obligación; es nuestro mayor privilegio y uno que
deberíamos usar todas las veces que nos sea posible.
Confesar nuestras faltas nos lleva a la sanidad
Santiago 5:16

Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para
que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.

Santiago 5:16 nos enseña que confesar nuestras faltas unos a otros, nos
ayuda en el proceso de sanidad y restauración. Muchas veces recibimos un
alivio de lo que nos molesta cuando finalmente le contamos a alguien las
cosas que hemos escondido durante años en nuestra vida. Cualquier cosa
que sentimos que tenemos que esconder tiene poder sobre nosotros, pero
cuando las cosas son expuestas, la verdad nos hará libres. Siempre tenemos
que usar sabiduría y ser guiados por el Espíritu cuando escogemos a una
persona en la que confiar. Es importante escoger a alguien en quien
sepamos que podemos confiar, alguien con entendimiento y que no nos
juzgue, un creyente maduro que guardará nuestros secretos y que no será
cargado o dañado con lo que le compartamos ni lo usará para hacernos daño
a nosotros o hacernos sentir peor con nosotros mismos.
No siempre tenemos que confesar cada ofensa a alguien, pero hay veces
en que es útil hacerlo. Yo animo mucho a las personas a seguir la
instrucción bíblica de confesar sus faltas a otros cuando lo necesiten para
ser sanados y restaurados, pero también a usar sabiduría.
Santiago 5:16 dice que la oración que “puede mucho” es “eficaz”, algo
que se podría entender mal fácilmente. Puede que pensemos en
“esforzarnos” por conseguir una fuerte emoción antes de orar si queremos
que nuestras oraciones sean eficaces. Durante muchos años yo creí eso,
pero ahora creo que Santiago 5:16 significa que nuestras oraciones deben
ser sinceras, tienen que salir del corazón y no solo de nuestra cabeza.
Veamos otras traducciones de este versículo para ver su significado con
más claridad: “eficaz… puede mucho” (RVR1960); “tiene mucho poder y
da resultados maravillosos” (NTV); “poderosa y eficaz” (NVI).
A veces experimento mucha emoción en la oración, pero la mayoría de
las veces no me siento emocional. La oración que cree no es posible si
basamos el valor de nuestras oraciones en los sentimientos. Recuerdo
disfrutar de algún tiempo de oración cuando sentía la presencia de Dios, y
después preguntarme qué pasaba durante los tiempos en los que no sentía
nada. He aprendido a dejar todo eso en las manos de Dios y orar por fe, no
preocupándome demasiado por lo que siento o no siento.
Tenemos que confiar en que nuestra oración sentida, de corazón y
persistente, es eficaz y que puede mucho porque nuestra fe está en Dios, no
en nuestra capacidad de orar con elocuencia.
Dios escucha nuestras oraciones
Santiago 5:17-18

Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró


fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por
tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra
produjo su fruto.

Me gusta el hecho de que Santiago destaca que Elías tenía una naturaleza
como la nuestra. Era imperfecto y mostraba debilidades, pero Dios oyó y
respondió sus oraciones. Él hará lo mismo con nosotros. No deje que el
diablo le convenza de que Dios no escuchará sus oraciones porque ha
pecado. Todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios
(Romanos 3:23), pero todos podemos ser perdonados y restaurados
mediante la gracia y la misericordia de Dios. Cuando nos arrepentimos de
nuestros pecados, Dios los perdona y olvida. Para Él, es como si nunca
hubiéramos hecho nada mal y se hubiera producido un borrón y cuenta
nueva. Deberíamos aprender a vernos del mismo modo y acercarnos con
valentía ante el trono de Dios en oración (Hebreos 4:16), esperando que Él
responda.
Ayudar a las personas a encontrar el camino correcto
Santiago 5:19-20

Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad,


y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del
error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de
pecados.

En vez de criticar a las personas por sus debilidades y juzgarlas por sus
pecados, deberíamos trabajar para apartarlas del mal camino y conducirlas
al camino correcto. Qué poder y privilegio tan grande de ser capaces de
ayudar a otros a acudir a Dios y saber que estarán en el cielo toda una
eternidad.
EN CONCLUSIÓN

La Epístola de Santiago es muy poderosa, y está llena de información


práctica para nuestras vidas cotidianas. Espero que haya disfrutado
estudiándola y que regrese a ella una y otra vez.
Dedique tiempo a pensar en cada principio, y úselos para examinar su
vida y su conducta, pidiéndole a Dios que le ayude a hacer los cambios que
crea que tiene que hacer para estar en consonancia con los deseos de Él para
su vida.
Que sea bendecido en su búsqueda de una vida más profunda con Dios.
¿Tiene una verdadera relación con Jesús?

¡Dios le ama! Él le creó para que sea un individuo especial, singular y único
en su especie, y Él tiene un propósito y plan específicos para su vida. Y
mediante una relación personal con su Creador, Dios, puede descubrir una
forma de vida que satisfará por completo su alma.
Independientemente de quién sea, lo que haya hecho o dónde esté en su
vida ahora mismo, el amor y la gracia de Dios son mayores que su pecado:
sus errores. Jesús dio su vida voluntariamente para que usted pueda recibir
el perdón de Dios y tener una nueva vida en Él. Él solo está esperando que
usted lo invite a ser su Salvador y Señor.
Si está listo para entregar su vida a Jesús y seguirlo, lo único que tiene
que hacer es pedirle que le perdone sus pecados y le dé un nuevo comienzo
en la vida que Él quiere que usted viva. Comience haciendo esta oración…

Señor Jesús, gracias por darme tu vida y por perdonar todos mis
pecados, para que pueda tener una relación personal contigo. Siento
mucho los errores que he cometido, y sé que necesito que me ayudes
a vivir rectamente.

Tu Palabra dice en Romanos 10:9: “que, si confiesas con tu boca


que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de
entre los muertos, serás salvo” (NVI). Creo que eres el Hijo de Dios
y te confieso como mi Salvador y Señor. Tómame como soy, y obra en
mi corazón, haciéndome la persona que tú quieres que sea. Quiero
vivir para ti, Jesús, y también estoy muy agradecido de que me des
un nuevo comienzo en mi vida contigo hoy.

¡Te amo, Jesús!

¡Es maravilloso saber que Dios nos ama tanto! Él quiere tener una
relación íntima y profunda con nosotros que crezca cada día al pasar tiempo
con Él en oración y estudio bíblico. Y queremos animarle en su nueva vida
en Cristo.
Por favor, visite https://tv.joycemeyer.org/espanol/como-conocer-jesus/.
También tenemos otros recursos gratuitos en línea para ayudarle a crecer y
perseguir todo lo que Dios tiene para usted.
¡Enhorabuena por su nuevo comienzo en su vida en Cristo! Esperamos
oír de usted pronto.
ACERCA DE LA AUTORA

JOYCE MEYER es una de las principales maestras prácticas de la Biblia en el


mundo. Autora de éxitos de ventas del New York Times, los libros de Joyce
han ayudado a millones de personas a encontrar esperanza y restauración a
través de Jesucristo. Los programas de Joyce, Disfrutando la vida diaria y
Everyday Answers with Joyce Meyer, recorren el mundo entero por
televisión, radio y el internet. A través del ministerio Joyce Meyer
Ministries, Joyce enseña internacionalmente sobre varios temas con un
enfoque particular en cómo la Palabra de Dios aplica a nuestra vida diaria.
Su cándido estilo de comunicación le permite compartir de manera abierta y
práctica acerca de sus experiencias para que otros puedan aplicar a sus
vidas lo que ella ha aprendido.
Joyce ha escrito más de cien libros, que se han traducido a más de cien
idiomas, y se han distribuido en el mundo más de 65 millones de sus libros.
Entre sus éxitos de ventas están: Pensamientos de poder; Mujer segura de
sí misma; Luzca estupenda, siéntase fabulosa; Empezando tu día bien;
Termina bien tu día; Adicción a la aprobación; Cómo oír a Dios; Belleza
en lugar de ceniza y El campo de batalla de la mente.
La pasión de Joyce de ayudar a personas lastimadas es fundamental para
la visión de Hand of Hope, el brazo misionero del ministerio Joyce Meyer
Ministries. Hand of Hope realiza viajes humanitarios por todo el mundo
como programas de alimentación, cuidado médico, orfanatos, respuesta a
desastres, intervención en el tráfico humano y rehabilitación, y mucho más,
siempre compartiendo el amor y el evangelio de Cristo.
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