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S O F ÍA
RH E I SOFÍA RHEI
Otros títulos Minotauro Elliot ha vivido la mejor de las infancias. Libertad, Elige tu propia utopía
hamburguesas, bicicletas, walkie-talkies, video-
Róndola juegos, helados nuevos cada verano y una radio
Sofía Rhei en la que suenan los mejores temazos de la histo-
ria. Sin embargo, existe la posibilidad de que esa
vida idílica no sea tan auténtica como él ha creído.
Las hijas de Tara
10252016
Diseño de cubierta: Cover Kitchen www.edicionesminotauro.com Fotografía de la autora: © Juan Carlos Jurado
Elige tu propia utopía
S O F Í A RHE I
ISBN: 978-84-450-0847-8
Depósito legal: B. 11.764-2020
Preimpresión: Maria García
Impreso en España
Printed in Spain
E
lliot pedaleaba como si su bici fuera a despegar. Cortando el
viento, se sentía veloz e invulnerable. La noche era perfecta:
ni una nube en el cielo de junio, tan solo las estrellas, que
siempre le recordaban a la gloriosa cortinilla de Star Wars.
Impulsó la bici con toda la fuerza de sus piernas, como si la velocidad
fuese a llevarlo a esas mismas estrellas, como si fuera posible acelerar el
tiempo con sus propios músculos para llegar al futuro antes que nadie.
Cada segundo que ganara sería un instante más que podría disfrutar
con sus amigos. El verano acababa de empezar y ya tenía la sensación
de que se estuviera terminando.
Un poco antes, el walkie con el que se comunicaba con Cindy ha-
bía hecho ruidos raros, como si hubiera alguien que intentara transmi-
tir. Era un cacharro. Normalmente lo utilizaban para quedar en el re-
fugio, pero aquella noche... Precisamente aquella noche, Elliot tenía el
pálpito de que algo importante iba a pasarle. Y no podía quedarse en
casa viendo reposiciones de Eurovisión con un presentimiento seme-
jante.
En un impulso, había robado dos cervezas de la ventana fresquera.
Sintió cierto vértigo, ¡era la primera vez que hacía una cosa parecida!
Pero ya casi tenía la edad, se lo merecía después de haber trabajado
tanto en la escuela y con la campaña de la candidata a alcaldesa. Si te-
nía edad para participar en la política, también debía tenerla para be-
ber algo más fuerte que la Orangina. No se podía creer que solo falta-
ran tres días para su cumpleaños. ¡Pronto tendría dieciséis! Era una
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V
erbena había arrastrado a su elegida a una roca recóndita de
la Foresta, abrigadas de miradas indiscretas. Una vez allí,
sin querer controlar su pasión, infiltró las manos bajo la
blusa de Liatris y le besó la clavícula.
—¿Qué haces? —susurró Liatris, asustada.
—Quiero estar contigo... completamente.
—No hace falta..., hay cosas que no debemos hacer...
—Quiero hacerlas. Quiero... que nos fundamos en una sola. Si paso
la prueba y me envían a las tierras bárbaras puede suceder cualquier cosa.
Preferiría irme con la memoria de tu forma entregándose a la mía.
Liatris suspiró. Verbena la amaba tanto que era incapaz de leerla.
¿Era decepción? ¿Temor?
—Deberíamos ser tres para hacer algo así, ¿no crees? —aclaró por
fin Liatris—. Se lo podríamos proponer a Jara, no está formando parte
de ninguna tríada. Lleva toda la primavera echándonos miraditas...
—No hay ninguna otra que me despierte..., que despierte mi for-
ma como tú lo haces. No quiero reprimirme. ¡Es comprensible que
queramos tocarnos! Es la naturaleza.
Liatris se retrajo.
—Es... ¿es por esa cosa para la que aquí no tenemos palabra? —le
preguntó Verbena. Nunca se había atrevido a hablar de esa cuestión.
Su elegida se tensó aún más.
—Actúas... como las chicas de fuera, Verbena. Estás llena de pa-
sión y de llama. Vine aquí en busca de una vida diferente y...
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