Fides Et Ratio - EXTRACTOS
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EXTRACTOS
3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo
que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía,
que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la
respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad.
El término filosofía según la etimología griega significa « amor a la sabiduría ». De hecho, la
filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre
el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de
verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. El interrogarse sobre el por qué de las
cosas es inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando se enmarcan en
un horizonte que pone en evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que
vive el hombre.
1
origen y al cual debe servir de forma coherente.
[...]
5. La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan
cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer
verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a la
filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la
verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.
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surgido en el hombre contemporáneo, y no sólo entre algunos filósofos, actitudes de difusa
desconfianza respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano. Con falsa
modestia, se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas
radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social. Ha
decaído, en definitiva, la esperanza de poder recibir de la filosofía respuestas definitivas a tales
preguntas.
[...]
9. El Concilio Vaticano I enseña, pues, que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica
y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden, ni una hace superflua la otra: « Hay
un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto;
por su principio, primeramente, porque en uno conocemos por razón natural, y en otro por fe
divina; por su objeto también porque aparte aquellas cosas que la razón natural puede
alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios de los que, a no haber sido
divinamente revelados, no se pudiera tener noticia »1. La fe, que se funda en el testimonio de
Dios y cuenta con la ayuda sobrenatural de la gracia, pertenece efectivamente a un orden
diverso del conocimiento filosófico. Éste, en efecto, se apoya sobre la percepción de los
sentidos y la experiencia, y se mueve a la luz de la sola inteligencia. La filosofía y las ciencias
tienen su puesto en el orden de la razón natural, mientras que la fe, iluminada y guiada por el
Espíritu, reconoce en el mensaje de la salvación la « plenitud de gracia y de verdad » (cf. Jn 1,
14) que Dios ha querido revelar en la historia y de modo definitivo por medio de su Hijo
Jesucristo (cf. 1 Jn 5, 9: Jn 5, 31-32).
[...]
13. De todos modos no hay que olvidar que la Revelación está llena de misterio. Es verdad que
con toda su vida, Jesús revela el rostro del Padre, ya que ha venido para explicar los secretos
de Dios; 13 sin embargo, el conocimiento que nosotros tenemos de ese rostro se caracteriza
por el aspecto fragmentario y por el límite de nuestro entendimiento. Sólo la fe permite penetrar
en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente.
El Concilio enseña que « cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe ».14 Con
esta afirmación breve pero densa, se indica una verdad fundamental del cristianismo. Se dice,
ante todo, que la fe es la respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerle en su
divinidad, trascendencia y libertad suprema. El Dios, que se da a conocer desde la autoridad
de su absoluta trascendencia, lleva consigo la credibilidad de aquello que revela. Desde la fe el
hombre da su asentimiento a ese testimonio divino. Ello quiere decir que reconoce plena e
integralmente la verdad de lo revelado, porque Dios mismo es su garante. Esta verdad, ofrecida
al hombre y que él no puede exigir, se inserta en el horizonte de la comunicación interpersonal
e impulsa a la razón a abrirse a la misma y a acoger su sentido profundo. Por esto el acto con
el que uno confía en Dios siempre ha sido considerado por la Iglesia como un momento de
elección fundamental, en la cual está implicada toda la persona. Inteligencia y voluntad
desarrollan al máximo su naturaleza espiritual para permitir que el sujeto cumpla un acto en el
cual la libertad personal se vive de modo pleno2. En la fe, pues, la libertad no sólo está
1
Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. IV: DS 3015; citado también en Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 59.
2
El Concilio Vaticano I, al cual se refiere la afirmación mencionada, enseña que la obediencia de la fe
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presente, sino que es necesaria. Más aún, la fe es la que permite a cada uno expresar mejor la
propia libertad. Dicho con otras palabras, la libertad no se realiza en las opciones contra Dios.
En efecto, ¿cómo podría considerarse un uso auténtico de la libertad la negación a abrirse
hacia lo que permite la realización de sí mismo? La persona al creer lleva a cabo el acto más
significativo de la propia existencia; en él, en efecto, la libertad alcanza la certeza de la verdad y
decide vivir en la misma.
Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos
contenidos en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y
permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del misterio. Estos
signos si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten investigar en el misterio
con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa, por otra parte la empujan a ir
más allá de su misma realidad de signos, para descubrir el significado ulterior del cual son
portadores. En ellos, por lo tanto, está presente una verdad escondida a la que la mente debe
dirigirse y de la cual no puede prescindir sin destruir el signo mismo que se le propone.