Ley Del Espíritu y Conciencia Cristiana

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INSTITUTO TEOLÓGICO PARA

LAICOS
MISIONEROS SERVIDORES DE LA PALABRA

Moral Fundamental

Instructor: Pbro. Ángel Alfredo Castro González, MSP

Ley del espíritu y conciencia cristiana

(Parte I)

Presenta: José Gabriel Aguilera González

Diciembre 21 de 2013
Contenido
INSTITUTO TEOLÓGICO PARA LAICOS...................................................................................................................................1
La moral del pueblo de la nueva alianza, llamado a la santidad........................................................................................3
La nueva alianza en Cristo.............................................................................................................................................3
Teología Moral de la Santidad...........................................................................................................................................3
La santidad de Dios........................................................................................................................................................3
La llamada universal a la santidad.................................................................................................................................3
Naturaleza de la santidad cristiana...............................................................................................................................3
La obligación de tender a la santidad............................................................................................................................3
La ley de Cristo es el Espíritu Santo...................................................................................................................................3
El amor y la libertad como dones del Espíritu Santo.........................................................................................................4
¿Qué es el amor cristiano?............................................................................................................................................4
Actúen como hombres libres........................................................................................................................................5
La ley externa en la ley del Espíritu...................................................................................................................................5
Los tres usos o servicios de la ley externa.....................................................................................................................5
La ley natural en la ley del Espíritu....................................................................................................................................5
Leyes positivas en la ley del Espíritu..................................................................................................................................5
La moral del pueblo de la nueva alianza, llamado a la santidad
Dios “nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef
1,4), estamos pues llamados a ser santos, es decir, a participar de la misma vida de Dios; dice la constitución sobre la Iglesia en el
número 9: “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente”.
No se trata de negar la salvación individual, sino que no es tanto mi santificación y salvación personal, cuanto la santificación y
salvación de la Iglesia.
La nueva alianza en Cristo
Los sacrificios animales son sustituidos por un sacrificio nuevo, cuya sangre realiza eficazmente la unión definitiva entre Dios y los
hombres; la muerte de Cristo lleva a su cumplimiento las figuras del Antiguo Testamento que la esbozaban de distintas maneras. Y,
puesto que este acto se haría en adelante presente en un gesto ritual que Jesús ordena celebrar en memoria suya, los miembros del
nuevo pueblo de Dios unirán estrechamente con el misterio de la nueva alianza y participarán de sus promesas de bendición cada vez
que unidos entre sí en asamblea por la fe celebren la eucaristía, cuya participación consciente deberá entrañar el compromiso ético de
ser fieles a las exigencias de la alianza en Cristo, acogiendo el don de la santidad de Dios en Cristo por la fe y andar en novedad de
vida, muerto al pecado (Rom 6,4.11).
Teología Moral de la Santidad
La santidad de Dios
La Iglesia es el pueblo de Dios de la nueva alianza y es indefectiblemente santa, por ello en la Iglesia todos, lo mismo quienes
pertenecen a la jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad.
Nuestra santidad individual tiene sentido en cuanto es participación de la santidad de la Iglesia, la que, a su vez, es participación de la
santidad del Padre, en Cristo, por el Espíritu: la santidad cristiana debe manifestarse necesariamente en la tarea de colaborar en la
construcción del Reino.
Para la Sagrada Escritura la santidad expresa la misma esencia de Dios, lo más íntimo de du Ser, aquello que lo distingue
radicalmente de los demás seres. La bondad, la justicia, la omnipresencia, la eternidad, la misericordia, la sabiduría infinita, todo está
contenido en la santidad de Dios.
Pero Dios ha comunicado de algún modo su santidad a las criaturas, así como los ángeles son llamados santos porque tratan a Dios de
cerca (cf. Jb 15,15; Sal 86.6-8), así también el pueblo unido a Yavé ha de ser su pueblo santo porque se ha convertido en propiedad de
Yavé (cf. Dt 7,6). Esta santidad colectiva supone la individual.
La llamada universal a la santidad
“Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla” (Ef 5,25) La Iglesia es una “nación santa” (1 Pe 2,9).
Esta santidad de la Iglesia no sólo es una cualidad del pueblo de Dios en cuanto tal, sino algo que exige a cada uno de sus miembros
por el mismo hecho de pertenecer a la Iglesia: La Iglesia es santa, luego todos los que formamos parte de ella estamos llamados a la
santidad, que no es primariamente de orden moral, sino de orden entitativo: estamos llamados gratuitamente a participar del ser mismo
de Dios, de su vida, es decir, de su santidad; el don por el que participamos de la naturaleza de Dios es la gracia santificante (2 Pe 1,4)
Queda pues claro que todos los cristianos debemos tender a la santidad y que el título o motivo esencial que nos mueve a ello es
nuestra condición de bautizados.
Naturaleza de la santidad cristiana.
La santidad no es en primer lugar un modo de comportarse, de actuar, sino un modo de ser. El obrar cristiano y el vivir santamente no
son sino una consecuencia lógica y natural de nuestro ser cristiano, es decir, el don de la santidad o participación de la vida de Dios
que hemos recibido.
El santo cristiano, además de poseer el don divino o “santidad ontológica”, debe responder viviendo en el amor a las orientaciones
concretas de la vida divina. “La santidad cristiana implica la realización ‘encarnada’, ‘ética’ de la santidad, su traducción en la
inteligencia, la voluntad, el carácter y los sentimientos, el cuerpo y la vida, hasta en los productos humanos del trabajo, la cultura y la
sociedad.
El que posee los dos elementos, la santidad ontológica, que es la gracia santificante, y la santidad ética, que son las virtudes
informadas por la caridad, puede ser llamado santo en el pleno sentido teológico de la expresión.
La obligación de tender a la santidad
Lo que se nos manda primariamente no es “ser santos”, sino “buscar la santidad”, tender hacia ella.
La santidad no es exclusiva de ningún estado de vida y “una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y
ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios”.
Así pues, es errónea la idea de que es necesario huir del mundo para conseguir la santidad, puesto que se debe encontrar en las
ocupaciones propias el perfeccionamiento, el medio de ayudar a los conciudadanos y de contribuir a elevar el nivel de la sociedad
entera y de la creación; la santidad, pues, de los seglares, no ha de ser una copia de la de los sacerdotes y religiosos, sino que su vida
en el mundo es su medio de santificación.
La ley de Cristo es el Espíritu Santo
San Pablo nos dice que el cristiano ya no puede ser un esclavo de la ley y del pecado; somos pues libres de la ley mosaica y de toda
ley que intente eliminar la libertad de Cristo que nos ha conquistado.
El cristiano ya no está bajo la ley mosaica o externa, pero está bajo la “ley de la fe”, bajo la gracia, bajo “la ley del Espíritu de la vida
en Cristo Jesús”, bajo “el Espíritu”, “bajo la ley de Cristo”; así pues, el cristiano tiene una ley, pero no una ley grabada en tablas de
piedra, sino una ley escrita en nuestro corazón, que es la gracia y el don del Espíritu Santo.
Los preceptos de Dios son la misma presencia del Espíritu Santo, que es el dedo de Dios, por cuya presencia es derramada en nuestros
corazones la caridad, que es la plenitud de la ley y la finalidad del precepto.
Donde está el Espíritu de Dios hay libertad. Este es el Espíritu de Dios, por cuya gracia somos justificados y cuya virtud hace que nos
deleite la abstención del pecado, en lo cual consiste la perfecta libertad.
La ley de Cristo o ley nueva no es sino el dinamismo divino que hace al hombre capaz de conseguir su finalidad sobrenatural: la
santidad, la participación de la divina naturaleza, el caminar hacia la manifestación plena del Reino de Dios; este dinamismo
introducido por Cristo en la humanidad no es otra cosa que la gracia del Espíritu Santo que actúa en el hombre justificado para
transformarlo interiormente y dar a todos sus actos un valor sobrenatural.
Para una mentalidad legalista lo primero es el cumplimiento de la ley en cuanto conjunto de obras que hay que realizar o de las cuales
hay que abstenerse bajo pena de pecado. Después viene la gracia como ayuda para llevar a feliz término la realización o la abstención
de dichas obras; sin embargo, “la nueva ley”, siendo ley de gracia nos prohíbe colocar en primera línea lo ético, o sea lo mandado, y
considerar la gracia como algo secundario, o como simple medio que ayuda a cumplir la ley. El orden no es “ley y gracia”, sino
“gracia y ley”. Lo primero es “estar en Cristo” por la gracia merced del Espíritu Santo; lo segundo, las obras cuya ejecución nos
inspire la gracia; nuestro deber y nuestra libre cooperación con la gracia viene sólo en tercer lugar.
El don o la gracia no procede del mandamiento y de su cumplimiento, sino que el mandamiento y su cumplimiento nos vienen de la
gracia o don de Dios, es decir, nos somos principalmente nosotros los que cumplimos las leyes morales, sino que es el Espíritu Santo
el que las cumple en nosotros, aunque no sin nosotros.
A este respecto dice Juan Pablo II: “Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más
profunda… El discípulo se asemeja a su Señor y se configura con él; lo cual es el fruto de la gracia, de la presencia operante del
Espíritu Santo en nosotros”
Sólo hay un mandamiento, amar a Dios y al prójimo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Pero como no todas
las fuerzas son iguales, cada uno debe hacerlo en la medida del don recibido de Dios.
La moral cristiana no es sino una consecuencia del ser en Cristo, por esto, no podemos contentarnos con una mera moral general, sino
que la palabra amor de Dios, que cada uno de nosotros es, debe expresarse en nuestro comportamiento concreto, si no queremos ser
infieles a la gracia del Espíritu que actúa en nosotros.
Así, quien ha recibido un carisma, un don especial, una misión particular, está indudablemente obligado a seguir la llamada de Dios:
“quedarse de modo consciente y voluntario más abajo del ideal cristiano, omitir con toda conciencia y voluntad lo que claramente se
reconoce como más apropiado a la situación personal, mejor que imperfección, debe llamarse pecado”
Dios no nos pide lo mismo en los diferentes momentos de nuestra existencia. Podemos decir que el cristiano está obligado a realizar
en cada momento lo más perfecto, pero no lo más perfecto en sí, objetivamente, sino lo más perfecto subjetivamente, es decir, dada la
situación, las fuerzas y la evolución espiritual del individuo, porque ciertamente Dios nos pedirá siempre que lo amemos “con todo el
corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma”.
El amor y la libertad como dones del Espíritu Santo
El Espíritu obra en nosotros la caridad, el ágape, que consiste no solo en que nosotros amemos, sino en que nosotros amemos con el
mismo amor de Dios, por ello San Pablo habla indistintamente de que el cristiano debe vivir en caridad y vivir según el Espíritu; si el
cristiano ha sido liberado de la ley grabada en las tablas de piedra, no ha sido para caer en la inmoralidad, sino para vivir la moral en
su plenitud, para obrar en todo en conformidad con el amor, pero junto con el don del amor, el Espíritu pone en nosotros el don de la
libertad, ya que la libertad del cristiano se expresa en el amor.
En la medida en que el cristiano se deja llevar por el Espíritu Santo no puede pecar (cf. Jn 3, 6-9).
La oposición entre el espíritu y la carne no es una dualidad en el interior de una naturaleza, como lo es el dualismo substancial del
alma y cuerpo, sino la oposición entre el orden del mundo contrario a Dios y el orden sobrenatural revelado en Cristo; “caminar según
la carne”, es negarse al diálogo con Dios que nos llama a participar su vida, al contrario, los que viven según el Espíritu son los que
han dado un sí a la llamada amorosa de Dios; el cristiano, el hombre según el Espíritu, cumple perfectamente “la justicia de la ley”,
pero no como esclavo de la ley sino libremente, con la libertad de los hijos de Dios.
¿Qué es el amor cristiano?
Si Dios nos ama a cada uno de nosotros independientemente de nuestras cualidades, si el amor divino se extiende a los buenos y a los
malos, así también debe ser nuestro amor al prójimo.
Cada uno debe amar a Dios y al prójimo de acuerdo con las gracias que ha recibido del Señor; el precepto para cada uno es amar a
Dios tanto como pueda.
En el N.T. pueden distinguirse dos clases de amor de Dios a los hombres: el amor universal, en el que Dios tiene la iniciativa, que
abarca igualmente a justos y pecadores, y el amor de aprobación con el que Dios ama a quienes han respondido a su iniciativa de
amor, amando a su vez: si nosotros podemos amar en cristiano es porque antes el Espíritu Santo ha infundido en nosotros el regalo de
su amor.
El amor es también una virtud teologal, que es la forma de todas las virtudes morales.
Actúen como hombres libres
Hay ciertos necios que pervierten el concepto de libertad, San Pablo en la carta a los Gálatas insiste en que eliminar la libertad del
cristiano frente a la ley es “manipular el evangelio de Cristo” (1,7) o hacer “estéril la gracia de Dios” (2,21).
Cumplir los mandamientos por miedo, como esclavos de la ley, es no cumplirlos.
El que evita las obras malas no porque son malas, sino porque están mandadas por el Señor, no es libre. Pero el que evita las obras
malas porque son malas, ése es libre. Esto es lo que realiza el Espíritu Santo, que perfecciona interiormente nuestra mente por medio
de un hábito bueno, de tal modo que se huya del mal por amor, como si lo mandase la ley divina.
Hay dos modos de estar bajo la ley. El primero es el sometimiento voluntario a la ley de Dios. En este sentido Cristo estuvo bajo la
ley… y también los cristianos están sometidos a la ley moral. Pero hay otro modo de estar bajo la ley: estar coaccionado por ella. De
este modo está bajo la ley el que no la observa voluntariamente por amor, sino obligado por el temor a la ley. El que así actúa carece
de la gracia, porque, si la tuviera, ésta le inclinaría a la observancia de la ley de tal modo que cumpliría los preceptos morales por
amor.
El legalismo se opone a la auténtica moral puesto que nuestro Dios no es un dios alienante.
Querer libremente el bien no significa que siempre haya que actuar con gusto sensible o sentimental puesto que el amor libre es ante
todo un acto de la voluntad y no puede reducirse a sentimentalismo.
La ley externa en la ley del Espíritu
Los tres usos o servicios de la ley externa
a. Uso teológico de la ley externa: El hombre sin Cristo no puede cumplir la ley, no puede salir del pecado; para el hombre que
no tiene o ha perdido culpablemente el Espíritu, la ley externa (los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia) ejercerá
el mismo papel que la ley mosaica para el judío.
La ley se convierte en un pedagogo que conduce a Cristo, no solamente supliendo de alguna manera la luz que el Espíritu no
le proporciona ya, sino sobre todo haciéndole tomar conciencia de su estado de pecador, es decir de un hombre que, por
definición, ha dejado de estar animado por el Espíritu.
Cuando la Iglesia declara que una acción está prohibida bajo pecado mortal, lo único que quiere decir es que realizar
voluntariamente dicha acción es señal normalmente segura que ya no se vive según el Espíritu, sino según la carne.
b. Uso pedagógico de la ley externa: La ley externa no sólo sirve para indicar al pecador la necesidad que tiene de convertirse a
Cristo. También para el justo, para el que en principio ya se ha convertido, es útil y conveniente. La ley entonces es un medio
para discernir con más claridad la voz del interior del Espíritu, algo que nos ayuda a distinguir las exigencias de la gracia de
lo que no son más que los impulsos de nuestros caprichos o de nuestras pasiones.
Tener delante unas pautas orientativas con las que poder comparar la realidad de nuestro comportamiento no es un lujo inútil
o engorroso, sino un instrumento prudente y necesario.
c. Uso político de la ley externa: Si el cristiano vive en la Iglesia, en el estado y en una serie de sociedades externas, el
dinamismo de estas sociedades hacia el bien común debe expresarse mediante una serie de ordenaciones y leyes, así el
cristiano no debe cumplir las leyes eclesiásticas y civiles sólo porque está mandado, sino porque normalmente son el mejor
medio de expresar el amor a los miembros de la comunidad a que uno pertenece.
La ley natural en la ley del Espíritu
La ley natural es el conjunto de criterios, valores y normas morales que derivan del ser del hombre en cuanto tal, es decir,
prescindiendo de la llamada a la gracia, que éste puede llegar a conocer con independencia lógica de la revelación.
Toda persona puede conocer por medio de su conciencia, sin necesidad de una revelación sobrenatural, lo que Dios le exige por ser
una persona humana; el hombre puede pues, conocer las exigencias éticas que se derivan de su condición humana con las simples
fuerzas de la razón natural, sin embargo, la ley natural, por sí sola, es incapaz de justificar al hombre como la ley del A.T.
Tanto la ley natural como la ley de Cristo son infundidas en nuestro interior, no escritas, pero la ley natural nos da sólo el
conocimiento de lo que tenemos que hacer, mientas que la ley de Cristo nos da también el cumplimiento de la ley, es el Espíritu Santo
el que la realiza en nosotros por amor y con libertad.
El cristiano tiene que cumplir la ley natural en cuanto ésta es una de las formas concretas en que se expresa la ley de Cristo; la ley
natural nos manda amar a Dios y al prójimo y la ley de Cristo nos da la perfección, ya que es el Espíritu Santo el que lo cumple en
nosotros y con nosotros de un modo que supera las posibilidades naturales.
Leyes positivas en la ley del Espíritu
Nuestra vida moral en el terreno de las leyes humanas no ha de ser simple sujeción a los hombres, sino que ha de ser siempre, en su
más honda entraña, seguimiento de Cristo. Por lo mismo, cuando Cristo nos somete a la Iglesia y a sus leyes, y en la nación a las leyes
civiles, la obediencia que presamos a estas diversas entidades se dirige a Cristo mismo. Pero el seguimiento de Cristo nos da también
la medida y los límites de la obediencia a las leyes humanas.
La ley debe ser una ordenación dirigida al bien común, y toda ley que no esté ordenada al bien común o, dicho de otro modo, que no
respete los justos derechos de la persona humana, es decir toda ley injusta, no obliga.
A veces la ley no puede indicar lo mejor, sino lo bueno o lo menos malo.
El cristiano está obligado en conciencia a cumplir las leyes dadas por la autoridad civil, partiendo siempre del supuesto de que si una
ley no es justa no es ley.
El estado que se diviniza a sí mismo y, desbordando los límites de su competencia, pisotea la ley de Dios, es un instrumento de
Satanás.
El Estado, pues, que sirve al bien común, es ministro de Dios y, como tal, debe ser obedecido. Pero si la autoridad no está al servicio
de los verdaderos intereses del ciudadano, deja entonces de ser el representante de Dios para convertirse en un obstáculo a la presencia
de Su reino.
Las relaciones entre el Estado y el cristiano se resumen en las palabras de Jesús: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios” (Mt 22,21)
Algunos principios acerca del cumplimiento de las leyes humanas
a. Una ley humana cuyo cumplimiento sea física o moralmente imposible no obliga.
b. Una ley injusta no obliga
c. Si la ley es injusta, pero lo que manda es moralmente bueno, por prudencia y en algunos casos, para no perturbar
innecesariamente el orden público, aconsejen e incluso ordenen cumplir la ley.
d. Cuando una ley, además de ser injusta, manda algo inmoral hay obligación de no obedecer.
e. En el cumplimiento y la interpretación de las leyes positivas hay que guiarse por la epiqueya
Referencias
Eduardo Bonnín, s. p. (2003). Ley del Espíritu y conciencia cristiana (Moral fundamental y libertad). México, D.F.: Dabar.

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