21-30 Los Ojos de Laura

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del otro o, mejor formulado, uno pone en acto el incon­

ciente de la relación analítica, como si el par significante


S1-S2 circulara, se desplazara entre analista y analiza­
do: cada uno de ellos ocuparía por turnos el puesto de
51 cuando dice, y el de S2 cuando se borra. Pero S i y
52 hacen m ás que desplazarse: anudan y ligan entre sí
a los participantes del análisis, y esto a espaldas de ellos.
Estas frases de Freud ponen el acento en el origen in­
conciente de la interpretación. Nos parece que la inter­
pretación es la prueba m ism a de la existencia de la tras­
ferencia y que constituye m ás un efecto producido por
la trasferencia que un elemento que obrara sobre esta.
Con arreglo a esto, la fórm ula por nosotros propuesta se­
ría: la interpretación es la puesta en acto de la trasfe­
rencia.

7. Tesis final
Ha llegado el momento de formular nuestra tesis fi­
nal sobre la trasferencia. En efecto, ¿qué es esta alter­
nancia y circulación significante, si no la trasferencia m is­
m a? Una trasferencia m ás vinculante que el amor-odio
de trasferencia, e infinitamente m ás firme que todas las
im plicaciones del sujeto-supuesto-saber. Nada nos vin ­
cula tanto al otro como una respuesta dada sin nosotros
quererlo: el psicoanalista escucha las palabras de su pa­
ciente, sabe olvidarlas y sabe esperar a que ellas vu el­
van. Pero sólo cuando ellas devienen en él sueño, acto fa­
llido o gesto imprevisto; sólo cuando y a no se distinguen
de él, hay verdaderamente trasferencia o, lo que es equi­
valente. hay inconciente. La trasferencia está m ás pre­
sente en un lapsus cometido por el psicoanalista que ha-
bla de su paciente en el curso de una supervisión, que
en una manifestación, explícita o no, de am or trasferen-
cial proveniente del paciente mismo. En el nivel de este
registro simbólico y significante de la trasferencia — y so­
lam ente en ese nivel— el psicoanalista es el igual de su
paciente.
Esta es entonces la idea que propongo: la trasferen­
cia analítica es equivalente al inconciente, una y otro son
homomorfos, a la m anera de dos conjuntos que se co­
rresponden recíprocamente punto por punto. Esto es una
m anera de decir que el inconciente y la relación trasfe-
rencial son, en el m om ento del acontecimiento, una sola

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y misma cosa. 10 No hay trasferencia entre analista y ana­
lizado salvo cuando el inconciente llega, único, para si­
tuarse en medio de los participantes, tanto afuera como
adentro del espacio de las sesiones, y en un tiempo otro.
El inconciente y la trasferencia sólo ex-sisten cuando, en
un hora m uy rara, uno de ellos dice sin saber.

De esta tesis final derivan dos corolarios. Primero, está


claro que el psicoanalista en posición de escucha ocupa­
ría, desplazándose, cada uno de los puestos constituti­
vos del inconciente. Según que esté en silencio o que in­
terprete, deviene lo reprimido — S2— , se identifica con el
dicho —S i — . Pero he aquí lo que quisiéramos destacar, y
será nuestro primer corolario: esas instancias no perte­
necen a ninguno de los participantes analíticos, sino que
están fuera de ellos. Como si entre el paciente y el ana­
lista se instalara, en medio de ellos, a través de ellos y
sin que ellos lo supieran, un enorme aparato psíquico,
una única y m onstruosa cabeza psíquica que los englo­
bara. Si aceptam os que la experiencia analítica se redu­
ce a un corte que condensa y resume la puesta en juego
de esas instancias que son el inconciente y el goce, des­
cubrimos entonces el sentido de esa increíble proposi­
ción de Freud que es considerar que el aparato psíquico
se extiende en el espacio y se confunde con él. Conserve­
mos a la psique confundida con el espacio, pero en lugar
de extenderla, reduzcám osla al espesor de una delgada
línea y al tiempo de un relámpago; he ahí la experiencia
del análisis: un relámpago que corta y divide. Hacer la
experiencia de decir significa crear un espacio psíquico
de extensión física sin m ás duración que un relámpago.

10 En el intento de distinguir sexualidad y amor en la experiencia


del análisis, Lacan se vio llevado a relacionar estos dos términos de
trasferencia y de inconciente:« . . . la trasferencia es lo que manifiesta
en la experiencia la puesta en acto de la realidad de lo inconciente,
en tanto ella es sexualidad» (Le Séminaire, libro X I, Seuil, 1973, pág.
159). Interrogando yo esta fórmula, he emprendido una vía un poco
diferente. La expresión «poner en acto» evoca sin duda nuestras tesis,
a condición de que se entienda que la puesta en acto de que hablamos
nosotros no es la de la sexualidad presente en acción en la trasferen­
cia, sino la de un dicho —sueño, síntoma o interpretación— que reúne
en un acto tanto lo inconciente como la trasferencia. No se trata de
que la trasferencia sea la puesta en acto de lo inconciente, sino de que
ella misma es puesta en acto junto con lo inconciente. La trasferencia
y lo inconciente sólo existen en el acto de un dicho.
El segundo corolario se reduce a una últim a pregun­
ta. Si entendemos que el concepto de inconciente supo­
ne la escucha del analista, ¿debemos concluir que por
eso no hay inconciente sin escucha? Concretamente:
¿puede haber inconciente sin psicoanalista que escu­
che ? 11 Y de manera m ás general: ¿hay inconciente fue­
ra de la trasferencia analítica? He ahí otras tantas pre­
guntas que no podemos responder tajantemente. El he­
cho de plantearlas es una manera de que se advierta
cuánto está el analista implicado en el inconciente y hasta
qué punto «la presencia del analista es ella m ism a una
manifestación del inconciente ».12 Y bien, el inconciente
depende tanto de la escucha psicoanalítica, que es legíti­
mo dudar de su existencia fuera del análisis. Cuando en
su último viaje a los Estados Unidos un interlocutor pi­
dió a Lacan le confirmara si todo lo que atañe al psico­
análisis es válido exclusivam ente en el interior de la si­
tuación analítica, él respondió: «Es exactam ente lo que
digo. No tenemos m anera de saber si el inconciente exis­
te fuera del psicoanálisis ».13

n Lacan en Télévision formula una pregunta parecida: «¿Lo incon-'


cíente implica que uno lo escuche? En mi opinión, sí. Pero no implica
seguramente, sin el discurso en que ex-siste, que se lo evalúe como
saber. . .», Seuil, 1973, pág. 26. Para que haya inconciente hace falta
entonces más que escucharlo: hace falta también que el discurso psi-
coanalitico lo haga existir como nombre.
12 J . Lacan, Le Séminaire, libro X I, Seuil, 1973, pág. 115.
13 J . Lacan, Scilicet, n ° 6-7, Seuil, 1976, pág. 26. Freud era de la
misma opinión. He aquí la restricción que impuso a la interpretación
de sueños fuera de la situación analítica: «De-nada valdría que alguien
se pusiese a interpretar sueños fuera del análisis. [. . . ] semejante in­
terpretación de sueños sin miramiento por las asociaciones del soñan­
te no pasa de ser, aun en el caso más favorable, una muestra de virtuo­
sismo acientífico de m uy dudoso valor». S . Freud, «Algunas notas adi­
cionales a la interpretación de los sueños en su conjunto», en op. cit.,
vol. 19, 1979, pág. 130.

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2. La trasferencia imaginaria: el sujeto-
supuesto-saber

Preocupémonos ahora por la dimensión imaginaria


de la trasferencia. El término «imaginario», m uy emplea­
do en los escritos psicoanalíticos, es engañoso. Da a en­
tender una prioridad exclusiva de imágenes especulares,
fantasmáticas, etc., que el sujeto produciría en relación
con el otro. Es cierto que el orden imaginario consiste
en una organización de imágenes yoicas libidinales in­
vestidas, que tienen la forma de los afectos o pasiones
primarias: el amor, el odio y la ignorancia. Pero lo que
caracteriza a este orden en lo que toca a la trasferencia
son sobre todo las creencias, los juicios y las suposicio­
nes implícitas en las palabras del analizado: lo im agina­
rio es ante todo la ficción que se instala por el solo hecho
de hablar. El paciente habla y su palabra crea el puesto
de un poder ficticio que el psicoanalista tendrá que ocu­
par o no. Una cosa es la autoridad conferida por la con­
fianza, justificada o no, en la capacidad personal del pro­
fesional, y otra m uy distinta el poder ficticio que se ins­
tala cuando el analizado que sufre de un síntoma intenta,
dirigiéndose al analista, descubrir razones a su sufrimien­
to. Sin quererlo el paciente asigna a su psicoanalista es­
te puesto único: ser el destinatario exclusivo de su queja
y de la búsqueda de una respuesta al porqué de su sín-

E 1 amor y el odio, las actitudes, los roles y las im áge­


nes reflejadas especularmente entre analista y analiza­
do descansan sobre ese fondo de suposiciones ficticias
inherentes al hecho de sufrir, de hablar de ello y de bus­
car respuestas. La creencia de que estas respuestas exis­
ten corresponde al prejuicio, habitual en nuestros pacien­
tes, de pensar que el inconciente es un yo doble, una es­
pecie de genio maligno que actuara en nosotros. El fondo
de suposiciones ficticias puede reducirse a una sola fic­
ción principal: suponer el inconciente como si fuera un
sujeto o un ser singular. J. Lacan ha propuesto un
concepto-fórmula para designar la suposición de que el

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sujeto es el inconciente, o bien que el inconciente es un
sujeto: el «sujeto-supuesto-saber».

El sujeto-supuesto-saber es en consecuencia una m a­


nera de nombrar la ficción principal de la cura y de con­
densar en tres palabras el desconocimiento en que des­
cansa el amor de trasferencia. Utilizamos este concepto-
fórmula para denominar todo lo que en la trasferencia
deriva de la demanda primordial del neurótico, «yo quie­
ro saber», con sus condiciones implícitas: una pregunta,
«¿quién soy?», y una premisa, «alguien sabe». Nos propo­
nemos demostrar que la noción de sujeto-supuesto-saber
desborda grandemente los límites de su acepción habi­
tual en el sentido de «un saber ficticio». No ha escapado
esta al uso abusivo que han sufrido otras expresiones la-
canianas, y su empleo frecuente en la comunidad analí­
tica ha terminado por reducir su alcance teórico y su inte­
rés clínico. Existen en efecto dos errores que simplifican
al extremo esta fórmula y le hacen perder su fuerza:
creer, en primer lugar, que el saber en juego es un saber
de conocimiento, y creer, después, que ese saber es atri­
buido a alguien. La m ala traducción del sujeto-supuesto-
saber equivaldría entonces a decir «el sujeto sapiente» o
también «el sujeto poseedor de un saber». Así traducidas,
estas tres palabras han conseguido desde luego un lugar
en nuestro vocabulario habitual, pero han perdido todo
su valor de concepto analítico trasmisible. Si las limita­
mos a esta sola acepción de un saber de conocimiento
atribuido a alguien, las privamos de su referencia esen­
cial al inconciente. El verdadero núcleo de esta fórmula
reside en la designación paradójica de lo inconciente: ella
Trombr£rla-ficción-deH:neoneien:te7~tanto-eomo-revela-el-
núcleo de su estructura.
Su carácter paradójico se concentra en la palabra cla­
ve de esta tríada, que es supuesto. Los dos sentidos del
término suposición — el sentido ficticio y el sentido
lógico— coexisten tan perfectamente en el seno de la fór­
m ula que el «sujeto-supuesto-saber» abarca esas dos pro­
blem áticas distintas y hasta opuestas. Por una parte, el
sujeto-supuesto-saber teoriza la función de la ficción en
la cura, y por otra parte cuestiona la relación lógica en­
tre el saber inconciente y el sujeto. Su compatibilidad
bajo una m ism a denominación, precisamente, permite
que dos perspectivas opuestas del inconciente, una pro­

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píamente ficticia, la otra formal o lógica, conserven su
diferencia y su unicidad.

1. Sentido lógico del «sujeto-supuesto-saber»


Empecemos por considerar la perspectiva lógica de
la palabra «supuesto». Partiendo del «hypokeimenon», ca­
tegoría aristotélica que designa el sujeto como sub-puesto
a una representación, los escolásticos, en particular Ock-
ham y Shyreswood , 1 establecieron una teoría de la supo­
sición cuyo valor fue en parte redescubierto a com ien­
zos de este siglo. Russell, en efecto,-apoyándose en esta
idea de la representación que supone un sujeto, funda
la distinción entre la implicación material y la im plica­
ción formal, distinción que ha señalado un paso esencial
en la elaboración de la lógica moderna .2 Entre los diver­
sos m atices del concepto de suposición descritos por los
lógicos medievales, sólo retendremos su sentido m ás es­
tricto, es decir su papel de elemento sustantivo en la pro­
posición. Así, de las cuatro partes o propiedades de la pro­
posición escolástica — la significación, la apelación, la co­
pulación y la suposición— , sólo esta últim a corresponde
al sujeto y lo representa. Es precisam ente esta propie­
dad de representación de la suposición la que nos intere­
sa porque los nominalistas, consecuentes con determi­
nada concepción de los universales según la cual la pa­
labra tiene una existencia autónoma frente a lo real,
entendían que la palabra sustantiva de la proposición era
idéntica al sujeto representado por ella. Tanto la cosa re­
presentada como el sustantivo que la representa son co­
sas materiales y existentes. El sustantivo no se lim ita a
designar~el-sujeto:-es-eTsujeto.-Advertimos-aquí el acuer­
do estrecho que existe entre el concepto escolástico de
supuesto ,3 según lo acabam os de exponer, y el concep­

1 Véase W. Shyreswood, Introductiones in logicam, Grabmann,


1937, págs. 74-6, y G . Ockham, Summa Logicae, vol. I, Boehmer, ed.,
1951, pág. 64. Estas dos referencias están tomadas del hermoso libro
de I. M. Bochenski, Fórmale Logik, K. Albert, ed., 1956. Esta útilísima
obra de Bochenski es la única recopilación de historia de la lógica que
retoma y cita exactamente los textos originales de los autores antiguos.
2 Véase R. Blanché, La logique et son histoire d ’Aristote á Russell,
Armand Colín, 1970, págs. 139-40; 145; 158-9 y 331-4.
3 Supuesto: literalmente «sub-puesto», en el sentido de «puesto de­
bajo».

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to psicoanalítico de sujeto del inconciente, definido co­
mo aquello que un significante representa — supone, po­
demos decir ahora— para otros significantes.
Dentro de esta perspectiva lógica, entonces, el nom ­
bre «sujeto-supuesto-saber» conceptualiza al sujeto del in­
conciente en tanto sujeto supuesto al saber significante,
es decir supuesto a la relación de un significante con el
conjunto de los otros significantes. Es el sentido que La-
can destaca en Télévision: «Para despertar mi mundo, a
esta trasferencia la articulo con el “ sujeto-supuesto-
saber” . Hay ahí explicación, despliegue de lo que el nom­
bre sólo oscuramente fija. Es decir: que el sujeto, por la
trasferencia, es supuesto al saber en que consiste como
sujeto del inconciente y que es eso lo trasferido sobre el
analista, o sea, ese saber en tanto si piensa, calcula o ju z ­
ga, no por ello deja de vehiculizar un efecto de trabajo ».4

2. Sentido ficticio del «sujeto-supuesto-saber»


En lo opuesto a esta vena lógica, el otro polo de la
fórmula que estudiam os concierne a un saber y a un su­
jeto ficticios. En esta acepción, la suposición se debe en­
tender como atribución falsa. Lleva consigo sobre todo
dos operaciones simultáneas: alguien que se atribuye una
existencia y dice «Yo soy», y conjugadam ente se refiere
a un testigo divino para garantizar este aserto. La supo­
sición im aginaria conlleva de este modo esos dos acto­
res, el neurótico que se afirma y la instancia últim a de
Otro que decide. Ahora bien, el sujeto-supuesto-saber es
tanto el nombre de esta doble ficción como su desmon­
taje. Nombrando la ficción que es el eje de la trasferen­
cia. analítica.-Lacanmonsig-ueúmnhién-deconsteu-i-Fla—yv
finalmente, develarla. El nombre «sujeto-supuesto-saber»
concentra en él la denominación de la ficción y al m is­
mo tiempo la demostración de que ninguna entidad, aun­
que fuera un dios o el genio maligno, puede garantizar
afirmación alguna y menos aún la afirmación del «Yo soy»
cartesiano. El mejor antídoto contra la ficción es un nom­
bre que sepa designarla bien.
Conocemos la distorsión que Lacan imprimió al cogi­
to cartesiano. El psicoanálisis quiebra — merced a una
puntuación singular— la sintaxis gram atical del cogito

4 J . Lacan, Télévision, Seuil, 1973, pág. 49.

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en dos niveles distintos. La escritura trasformada en Yo
pienso: «por lo tanto Yo soy» separa el y o pienso, que ocu­
pa el nivel de la enunciación, del por lo tanto yo soy, que
permanece en el nivel del enunciado. Separación impor­
tante para nosotros porque revela que el acto de pensar
(Fo pienso) es inconciente y que el enunciado existen-
cial (por lo tanto yo soy) es pensado, es decir, soportado
por la palabra, aunque no necesariamente dicho .5

a. La suposición neurótica del saber como Otro


Y bien, para que sea efectivamente sostenido el enun­
ciado existencial del «Yo soy», hace falta la presunción
y la caución de un saber, poseído o no por alguien. En
el horizonte del «Yo soy» se dibuja un saber que tiene el
rostro del Otro: alguien indeterminado sabe y, m ás toda­
vía, es el saber: más que poseer el saber es identificado
con el saber.
El «Yo soy» se afirma desde la primera palabra anali­
zante. Sabem os que cuando la regla fundamental dice
«Hable», quiere decir en verdad «Renuncie a ser», «Deje
venir», «Deje que su palabra lo borre», pero sabemos tam ­
bién que, por insistente que sea, esta regla nunca será
obedecida. Muy al contrario, hablar, y aun hablar con
asociación libre, puede significar el rehusamiento más
firme a resignar uno su ser, y también el más sólido re­
fuerzo del yo.
Ahora bien, el enunciado existencial del «Yo soy», co­
mo el saber ficticio que lo soporta, no se presenta siem­
pre de m anera manifiesta. Así, el «Yo soy» como enun­
ciado no necesariamente aparecerá de manera textual en
el relato del paciente. No es indispensable que se trate
Ttemna-declaTación-efectiva-o-deun-euestionainiento for­
mulado. Entendámoslo bien, y es el punto difícil: la afir­
m ación de ser, Yo soy, su figura interrogativa, ¿quién
soy?, y el saber supuesto que de ahí se desprende, de­
penden de la naturaleza de la lengua. En efecto, m ás ha­
bla y demanda el neurótico, más fuertes serán sus du­
das y, curiosamente, m ás tenaz su pretensión de ser. Más
tenaz, pero no necesariamente más proclamada. La afir-
5 «. . . no es vano redecir que haciendo la prueba de escribir Yo
pienso; “por ¡o tanto yo soy’’, con la segunda cláusula entre comillas,
se lee que el pensamiento no funda el ser si no es anudándose en la
palabra donde toda operación toca a la esencia del lenguaje». J . Lacan,
Ecrits, Seuil, 1966, págs. 864-5.

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m ación del Yo soy en general nunca es patente, sino que
se insinúa silenciosa en los intersticios de «lalengua».
Si el hecho de hablar refuerza el «Yo soy» en él implí­
cito, es empero con la palabra como el analizado interro­
ga su propia verdad, es decir, su síntoma. Es cierto que
m ientras m ás habla él, m ás el yo domina, pero es ver­
dad también que en tanto él habla y quiere saber, el
significante-síntoma tiene una posibilidad de ser susti­
tuido por otro significante que cambie el sujeto. Esta os­
cilación intrínseca al simple hecho de hablar sobre un
diván se reduplica con otra, esta vez propia del psico­
analista: es m enester interpretar la trasferencia desde el
interior de la trasferencia misma. Así se constituye una
coyuntura m uy paradójica en que del lado del analizado
su palabra lleva en sí el germ en de la ficción y la posibili­
dad de una verdad; y del lado del analista, la interpreta­
ción desmonta la ficción sin poder al mism o tiempo evi­
tar la instalación de un saber ficticio que la garantice.

Esquem áticam ente entonces, la expresión «sujeto-


supuesto-saber» se descompone en cuatro puntos que re­
sum en la ficción que hace del inconciente un ser o, si
se quiere, Otro:

1. En análisis, la palabra deja deslizar clandestina­


mente un saber supuesto; basta hablar lalengua para que
inexorablem ente despunte en el horizonte la ficción de
un saber.

2 . Este saber no depende de conocimiento alguno y


su expresión no necesariam ente es manifiesta.

3 . Este saber es como una m áscara que la palabra


moldea y que el psicoanalista puede o no llevar. No es
necesario que el paciente crea en la autoridad de su ana­
lista para atribuirle un saber; el saber está ya ahí desde
la prim era palabra pronunciada.

4 . Esta m áscara del saber, de que el analista se re­


vestirá o no, no entra en el orden del tener; no se trata
de un saber que uno posea o no posea, sino de un saber
que uno encarna. He ahí lo esencial de la ficción que fun­
da a la trasferencia analítica imaginaria; el saber supuesto
es un saber con forma hum ana.

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b. La suposición neurótica del saber como
causa
Decíamos que lalengua lleva en sí la suposición pará­
sita de un saber m ás allá. Ahora bien, para que haya su­
posición hace falta más que esta condición necesaria que
es la palabra y el hecho de hablar: hace falta la sorpresa;
hace falta que el sujeto quede consternado por la violen­
cia de una verdad que lo asombre. Cuando el analizado,
sobrepasado por uno de sus decires, desprovisto de toda
referencia al yo, se rehace, siempre descubrirá razones
para el acto que lo atraviesa. Es en ese momento cuando
la verdad cobra sentido, es decir, deja de ser verdad para
convertirse en saber supuesto. Habíamos definido al neu­
rótico como aquel que quiere saber; después, nos pare­
ció, porque él quiere saber es que una verdad puede ser
dicha; ahora debemos completar: quiere saber porque
una verdad lo altera y lo pasma. En lugar de emplear el
término «verdad», habríamos podido decir que el neuróti­
co quiere saber porque otro saber lo altera y lo pasma;
en efecto, la verdad es en rigor la actualización de ese
otro saber que llamamos saber inconciente. Tenemos que
reconocer entonces la coexistencia de esos dos saberes
asaz diferentes: uno buscado, al que llam am os supues­
to; y el otro impuesto, irrecusable, al que llamamos in­
conciente. En suma: el sujeto-supuesto-saber crece con
lalengua, pero es con el acontecimiento significante, un
dicho o un síntoma, como se afirma. Es por lo tanto el
correlato del acto, de la puesta en acto de lo inconciente.
verdad

Ahora bien, esta correlación entre la ficción y el acto,


entre el saber supuesto y la verdad o, mejor todavía, en­
tre dos saberes, es ante todo una correlación temporal
y, m ás allá, causal. Está claro que la sorpresa conlleva

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la suposición, pero el saber que será ahí supuesto lo será
como ya-ahí, antes que el síntom a se manifieste. La co­
rrelación temporal, ficción-acto, es doble: el saber es su­
puesto sólo después del acontecimiento, pero como si es­
tuviera antes del acontecimiento, en espera del aconte­
cimiento. Así insensiblemente nos deslizamos del registro
del tiempo al registro de la causa. El mito del antes y
del después se trasforma con toda naturalidad en el mito
de la causa antes del efecto y la correlación temporal se
convierte en correlación causal. El orden de los cambios
en la sustancia se confunde con el orden de los cambios
en el tiempo: la causa de lo que es precede a aquello de
lo cual es la causa. En el análisis y frente al síntoma, el
sujeto no sólo está trabajado por la suposición implícita
en su lengua, sino que sobre todo se ve llevado a remon­
tarse del efecto hacia la causa presunta, que lo explica
y lo precede. En suma, la trasferencia im aginaria es una
ficción que se organiza insidiosamente buscando causas.
Hablamos de ficción, de correlación causal y de una
trasferencia creada en la búsqueda de una razón para el
síntoma. Pero la estructura de la ficción no tiene por eje
el error humano, y la trasferencia im aginaria no depen­
de de la inocencia o de la lucidez del analizado. No; la
ficción está, insisto, en la lengua que hablamos; en tanto
hablemos, daremos a luz principios, imágenes, filiacio­
nes e historias. En tanto hablem os y pensemos con la-
lengua, inevitablemente nos verem os constreñidos sin
quererlo a buscar y descubrir el origen y la aurora de los
acontecimientos que advienen. Para creer, no hacen fal­
ta razones: basta «orar» en lalengua.
Tomem os el ejemplo de la pregunta «¿por qué?». Es
el prototipo de la m ala pregunta que impone la doble fi­
gura de un saber ya-ahí y, lo que es más, de un saber
que goza de ser la causa. Cómo sLelTlblbfT-sTmás~físico'~
de los dolores contuviera la pregunta «¿Por qué sufro?»,
y la respuesta inherente: «Algo, alguien es el responsa­
ble». Cualquier cambio o acontecim iento real, entonces,
tom ará en el curso de un análisis ese alcance significan­
te; así, un embarazo aparecerá a los ojos de la analizada
como algo que sin duda tiene su origen en el análisis y
en el «padre espiritual» del hijo... el psicoanalista. A par­
tir de su síntoma, el analizado busca y encuentra la cau­
sa; o sea, supone un saber Otro que es tam bién un saber
que goza de provocar efectos. Lo que equivaldría a de­
cir, con térm inos de fantasm a neurótico: «El Otro existe
y goza de mi castración». Lo vemos: la suposición del sa­

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ber con figura hum ana se trasforma en suposición de un
saber que es goce. El padre que sabe, y que es saber, es
también el mismo padre que goza de todas las mujeres.
El saber sin falla, gafante y razón del síntoma, se pro­
longa en el Otro que goza. En una palabra: para el neu­
rótico, el saber es el goce del Otro.
Hasta aquí, nuestra manera de concebir el sujeto-
supuesto-saber nos ha permitido comprender, primero,
que en el análisis la suposición se impone con indepen­
dencia de los participantes; después, que atribuir a la per­
sona del analista el poder de ser saber y causa es un pro­
blema secundario, aunque sólo fuera por el hecho de que
cualquier otro sujeto puede llegar a ser, según las cir­
cunstancias trasferenciales, el objeto de una imputación
así. Hay empero algo justo en esta falsa presunción de
que el analista, mi analista, es la causa de la aparición
o de la desaparición de m is síntomas. Para determinar
en qué reside ese algo justo, distingamos bien dos m ovi­
mientos en el proceso de la suposición: una cosa es su­
poner la causa, otra im putarla al psicoanalista. El pro­
blem a no está en suponer causas o que el efecto depen­
da de ellas, sino en hacer de la causa un ser. El problema
tampoco está en afirmar, como se hace en la teoría ana­
lítica, que el lugar del psicoanalista es el de la causa, si­
no en hacer recaer sobre la persona del analista esta fun­
ción que de hecho es insostenible. El lugar del analista,
es decir la causa, corresponde al lugar del sexo bajo la
forma del objeto a, y los dos tienen la función de causar
el deseo, es decir, de hacer trabajar la repetición de la
cadena significante y suscitar el saber inconciente. En
cambio, imputar al analista la responsabilidad de mis ac­
tos o síntomas es inevitablemente identificarlo con la cau­
sa y en el m ism o acto confundir a la persona del analista
con_eLlugar_deLanalista J i ñ a asimilación así es ficticia-
porque ningún analista está en condiciones de ocupar
ese lugar del objeto, que, es verdad, en principio le está
destinado. Y esto por la simple razón de que en tanto ser
hablante está sometido, no menos que su analizado, a
los efectos del lenguaje. Ningún hablante podría ser real.
Empleamos la expresión «lugar del analista», pero habría
sido más exacto decir «el deseo del analista». Como ocu­
rre con el lugar de la causa, el deseo del analista es ajeno
a la persona del analista, e identificarlos sería caer en
la ficción que justam ente estamos procurando desmon­
tar. La suposición del sujeto-supuesto-saber significa en
definitiva confundir erróneamente la persona y el lugar
del analista o, m ás exactam ente, la persona y el deseo
del analista.

Resum am os brevemente las diversas variantes del


sentido ficticio del sujeto-supuesto-saber:

a. Hay alguien, el Otro que sabe:


b. ese Otro es el saber;
c. ese saber como causa precede temporalmente al efec­
to, y
d. el saber, es decir el Otro, goza de ser causa.

3. La suposición psicoanalítica del saber


inconciente como lugar
Detengámonos un instante y preguntémonos: ¿No
equivale esta m anera de caracterizar el sujeto-supuesto-
saber a definir el inconciente? ¿Cuántas veces en el len­
guaje cotidiano, y aun teórico, no pensamos en el incon­
ciente como si fuera precisam ente ese saber, ese dios as­
tuto?
Al comienzo habíamos considerado el inconciente co­
mo un saber ignorado que sobrepasa al sujeto a través
de un dicho imprevisto. De esa m anera en realidad esta­
blecíamos una hipótesis que se enunciaría así: Un acto
psíquico (el dicho) supone el inconciente. Pero situar el
inconciente en estos términos ¿no importa recaer en la
ficción de un inconciente hipotéticamente supuesto? Evi­
temos resolver esto demasiado rápido porque estamos
frente-aJ-tdp>0-de-pregu.nt-as-que-s0n-ábieFtasTy^que-es-pFe-
ferible mantener sin respuesta. Bien considerado todo,
es fácil admitir que el inconciente no es ni un sujeto ni
un ser ontológico; es, por el contrario, m ás difícil susten­
tar una proposición positiva sobre el inconciente. Preci­
samente la fórmula del sujeto-supuesto-saber pone en jue­
go esta dificultad y mantiene en suspenso la cuestión del
inconciente, porque, desmontando la ficción, disocia sin
duda una cosa que es el saber ficticio, de otra m uy dife­
rente, que es el saber inconciente.
La suposición de la teoría analítica de un saber in­
conciente, y la del neurótico, dé un saber ficticio, tienen
un origen común: el dato de un dicho; y una conclusión

52
semejante: existe algo que sabe más que nosotros. La di­
ferencia entre el inconciente lacaniano y el inconciente
ficticio del neurótico consiste en que este le confiere la
figura de un sujeto, en tanto que la teoría analítica lo pien­
sa 6 como un lugar. Esta neta distinción se com plica sin
embargo si decimos que la teoría sufre también. . . de
neurosis. ¿Por qué no acusar a la teoría del mismo delito
de ficción que ella denuncia en el neurótico? Formule­
mos la cuestión en otros términos: ¿cuál es la función
de lo imaginario en la construcción teórica? O más bien:
¿en qué medida el inconciente freudiano, su descubri­
miento, depende de la ficción o del sentido? Vayam os
más lejos todavía. Si el error es ineluctable, ¿qué influjo
tiene sobre la concepción psicoanalítica del inconcien­
te? No: la teoría no está exenta del pecado de ficción. Al
menos no está más exenta que el neurótico. La diferen­
cia con este, la única diferencia — de la que depende el
orden ético del psicoanálisis— reside en que la teoría psi­
coanalítica asume los efectos de su propia afirmación. Por
ejemplo, cuando la teoría sostiene que todo lo que perte­
nece a la dimensión de lalengua es susceptible de fisura
[félure] inconciente, se reconoce como alcanzada ella mis­
ma por su enunciado. En una palabra, la teoría que pien­
sa a lo inconciente está sometida a los efectos de su obje­
to: el inconciente.
Pero abandonemos la referencia a la ética y veamos
cómo considerar el inconciente fuera de toda ficción. Pa­
ra ello postulemos, es decir demandemos aceptar provi­
sionalmente que el inconciente es un lugar. Esta hipóte­
sis nos evitará el escollo de la ficción de un sujeto que
goza de ser saber y causa, porque pensar el inconciente
como un lugar hace desaparecer todo riesgo de subjeti­
vism o. Aun así, el inconciente no consigue escapar del
sentidodicticiores^decir, fledolmaginaricrdefcuerpo.¿Qué
hacer entonces para desembarazarlo definitivamente de
todo lastre subjetivo y para concebirlo sin apelar a nin­
gún subterfugio ontológico? ¿Cómo escapar a la intui­
ción de creerlo ser latente, sombra desconocida, im agi­
nada detrás o delante de nosotros, como si la forma del

6 Acabo de decir que la teoría analítica «piensa»; habría debido co­


rregir, diciendo «escribe el inconciente como lugar». Que la teoría reco­
nozca la fragilidad de su universo es, ciertamente, una actitud ética
que la aleja del neurótico. Pero esto no basta. Existe otro antídoto para
la ficción, y es la escritura como combinatoria formal. En ese sentido,
la escritura es a la ficción lo que la interpretación es al sujeto-supuesto-
saber: las dos reducen el prejuicio y lo agotan.

53
cuerpo dominara la idea primaria que tenemos de lo in­
conciente?
Es innegable que Freud, con su clasificación de los
contenidos del sueño en contenido latente y manifiesto,
ha favorecido y sigue favoreciendo este error de compren­
der el inconciente como una latencia que se manifesta­
ría en la superficie. No obstante es cierto que, para la in­
terpretación de los sueños, Freud no utiliza dos registros,
sino tres: el tercero es la lengua analítica, que, a la m a­
nera de una clave ,7 permite traducir el contenido m ani­
fiesto en contenido latente. Sin embargo, considerar esos
dos niveles de lo manifiesto y de lo latente como si fue­
ran lenguas traducibles no basta para apartar definitiva­
mente el obstáculo, en últim a instancia ontológico, de
un inconciente profundo que se debiera explorar. Este
escollo es de remoción tanto m ás difícil cuanto que la
división en dos etapas, superficial y profunda, o en dos
estados, efectivo y virtual, hunde sus raíces en la pareja
aristotélica clásica de potencia y acto. Nuestra intuición
parece haber cobrado el hábito de apoyarse en estas dos
categorías de la Metafísica e im aginar que el significante
suelto en la superficie manifiesta del relato del analiza­
do sería la aparición lum inosa de un saber velado, laten­
te, todavía no expresado. De este modo el acontecim ien­
to psíquico se convierte en la m anifestación en acto de
una potencia que de lo contrario quedaría reducida al si­
lencio. No; para nosotros el significante no es la apari­
ción de un saber oculto o supuesto. No es que rechace­
mos la apariencia: simplemente nos rehusam os a con­
vertirla en una alternativa de lo oculto. Así, diremos que
el significante es la verdad alojada en la apariencia (por
esta razón la verdad sólo a medias puede ser dicha) y que
el inconciente es inmanente a esta verdad. El significan­
te.. pnx±anto^a:^jiáene.enixe-la-apaEienGia-==-pues.to-q.ue
él aparece en el relato— y el saber inconciente — puesto
que él es saber en acto— . Expresiones como «inmanen­
te» o «en acto», aunque imprecisas, concurren a señalar
que si el inconciente existe, él ex-siste concentrado en
ese punto significante de un dicho. Lo vem os ahora: to­

7 Esta clave no es otra que el significante fálico. Para pasar del con­
tenido manifiesto al contenido latente hace falta la clave del falo, es
decir que hace falta, al final de la construcción interpretativa, llegar
al deseo; mejor todavía: al deseo sexual. La lengua analítica parte del
relato manifiesto del sueño para leer en el contenido latente la roca
última de toda interpretación: el enigma del deseo sexual y su signifi­
cante, el falo.

54
do el problema reside en esta relación delicada de un sig­
nificante con el resto de los significantes (de S i con S2).
Pero para dar razón de esta articulación y al mismo tiem ­
po oponer, a la idea natural de un inconciente expresi­
vo, la noción de un inconciente productivo, apelaremos
a los conceptos de lugar y de límite.

4. Los tres aspectos del significante Uno (S J


¿Qué es un lugar? Un lugar es lo que un borde hace
consistir, o también lo que un límite produce. Así, en tan­
to lugar, el inconciente se engendra, adviene, se abre con
la inscripción de un límite representado por la aparición
contingente de un dicho. Pero este lugar, esta localidad
psíquica que es el inconciente, no posee ninguna exten­
sión física o corporal, sino sólo formal. El inconciente es
el lugar real de una combinatoria formal cuya verdadera
extensión, cu ya única sustancia posible, es el conjunto
de los significantes articulados — estructurados como un
lenguaje— en torno de ese significante solo que actúa co­
mo límite, y a partir de él. Sin límite no hay lugar, y sin
acto, no hay inconciente. Esto no significa una prioridad
lógica del Uno'— un significante— frente al resto — todos
los demás significantes— ; con este enunciado: «Sin acto
no hay inconciente» intento hacer comprender la impor­
tancia del dato concreto, de la circunstancia de un di­
cho, y señalar la vocación clínica del psicoanálisis. Aho­
ra bien, este acontecimiento significante, este Uno ins­
crito en la teoría lacaniana con la letra y el índice, S i,
tiene diversas facetas. Aquí retendremos tres:

1. La primera función deFUno lo sitúa como "límite


del resto de los significantes — S2— articulados en cade­
na. Como acabam os de decirlo, inscribe el contorno del
lugar que él inaugura; o también, da consistencia al con­
junto.

2 . Con su segunda función, este Uno tom a el nombre


de verdad y complementa el saber estructurado por to­
dos los otros significantes. Esta red de los significantes
otros responde a la matriz del Otro; entiéndase: el Otro
comprendido como lugar y como saber, y no, según se
pudiera imaginarlo, como sujeto. La sentencia lacania­
na «El Otro no existe» equivale justam ente al enunciado:

55
el Otro no es un sujeto, sino un lugar y un saber incon­
ciente. La identificación de S j con la verdad y de S2 con
el saber procura explicar, entre otras referencias (como
la del concepto de saber absoluto en Hegel), el hecho fun­
dador del psicoanálisis: el ser hablante sabe más de lo
que dice y dice más de lo que sabe. Si aplicam os a esta
aserción las dos categorías, hegelianas en su origen, de
verdad y de saber, este hecho fundador nos aparecerá
entonces como la verdad inaugural del saber freudiano.
Antes de pasar a la tercera función del Uno, me pre­
gunto si habré logrado desarraigar en el lector la ficción
de un inconciente latente en espera del acontecimiento,
es decir espacialmente oculto y temporalmente anterior.
Es probable que no, como también es probable que el
argumento del inconciente como lugar siga siendo pro­
blemático y de difícil aceptación. No me parece negativa
esta probable incertidumbre, porque atestiguaría al m e­
nos dos cosas: en primer lugar, que el sentido, es decir
lo imaginario del cuerpo y las ficciones que genera, es
en definitiva irreductible; la ficción puede ser modifica­
da o amansada, pero no desaparecerá nunca. Y en se­
gundo lugar, que la teoría, aun la m ás axiom ática, está
sujeta a un límite más allá del cual se vuelve indecidible.
En el interior de esta apertura teórica, y antes de tra­
tar el tercer aspecto del Uno, quiero someter al juicio del
lector otra manera de abordar el concepto de inconcien­
te, partiendo de las proposiciones de Spinoza sobre los
conceptos de potencia y de poder. Según Spinoza, la po­
tencia divina se efectúa necesariam ente en los modos o
afecciones que ella produce en el cuerpo. Correlativamen­
te, el poder de la potencia divina es un atributo de nues­
tro cuerpo y, m ás precisam ente, su capacidad de pade­
cer, su poder de ser afectado.8 Si ahora abordamos el in-
coneientemtihzando~ehsentido- pasivoríymo-activ'oj~del'
término «poder», forjamos la hipótesis siguiente: el incon­
ciente es el poder que el sujeto tiene de ser afectado por
la verdad. De esta m anera determinaremos no sólo el in­
conciente partiendo del Uno de la verdad, sino que tam ­
bién definiremos el ser hablante en tanto susceptible de
padecer la verdad o, aun, susceptible de inconciente.
3. Tras estas consideraciones pasem os a la tercera
faceta del Uno, la que Lacan, jugando con las letras, 11a­

8 Spinoza, Etica (I, proposiciones 34 y 35; III, postulados 1 y 2).

56
m a «hay algo del Uno» [y a de l ’Un].9 Es la faz brillante
del Uno, la que provoca resplandores imaginarios y por
consiguiente resulta más ligada a nuestro sujeto-su-
puesto-saber. Habíamos enunciado que la suposición
neurótica tiene el mismo punto de partida que la suposi­
ción freudiana del inconciente: el Uno, el dicho. En cam ­
bio, se distinguen claramente cuando la primera apre­
hende ese dicho como signo — lo que representa algo pa­
ra alguien— en tanto que la segunda lo teoriza como
significante — lo que representa el sujeto para otro
significante— .

5. El inconciente es un saber sin sujeto


Para terminar, abordemos por medio de una pregun­
ta la relación del sujeto con el inconciente: si el incon­
ciente es un lugar y no un sujeto, y si el inconciente quie­
re decir que hay un «saber sin sujeto» (Lacan), ¿cuál es
pues el estatuto del sujeto del inconciente? No nos equi­
voquemos: cuando decimos «sujeto» no nos referimos al
yo del yo soy, al yo [je] del enunciado, sino, al contrario,
al sujeto del acto, al sujeto en el acto de decir. Afirmar
que el inconciente es un saber sin sujeto significa que
el conjunto imperfecto, incompleto de los significantes
(puesto que falta el Uno, que constituye su límite y que
le da consistencia) concierne al sujeto, pero sin que por
eso lo represente, lo que en cambio consigue el S i. Con
otras palabras: el sujeto del inconciente está descentra­
do con relación al inconciente. Por una parte, la partícu­
la «de» denota la excentricidad del sujeto con relación al
saber inconciente, es decir que el saber no lo representa
o, también, que el sujeto esta ausente del saber; y por
otra parte, esta partícula señala sin embargo que ese m is­
mo saber concierne al sujeto, es decir que le «ex-siste».
Dicho de otro modo, la partícula de tiene el mismo al­
cance que la preposición «para» contenida en la defini­
ción que dice «Un significante es lo que representa el su­
jeto para otro significante». En este «para» yace la excen­
tricidad del sujeto y la ex-sistencia del inconciente para
el sujeto.

9 Véase J . Lacan. « . . . Ou pire», Scilicet, n ° 5, Seuil, 1975, págs.


5-10.

57
Resum am os ahora de m anera esquem ática nuestras
principales proposiciones:
UNO

Signo Significante

Sujeto-supuesto-saber Sujeto-supuesto-saber

• El sujeto Otro sabe. • El sujeto del inconcien­


te es supuesto al signi­
• El sujeto Otro es un ga­ ficante.
rante.
• El inconciente es un lu­
• El sujeto Otro es el saber. gar, el lugar del saber.

• El sujeto Otro goza de • El inconciente es un sa­


ser la causa. ber sin sujeto.
Segunda parte. El objeto a

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