21-30 Los Ojos de Laura
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7. Tesis final
Ha llegado el momento de formular nuestra tesis fi
nal sobre la trasferencia. En efecto, ¿qué es esta alter
nancia y circulación significante, si no la trasferencia m is
m a? Una trasferencia m ás vinculante que el amor-odio
de trasferencia, e infinitamente m ás firme que todas las
im plicaciones del sujeto-supuesto-saber. Nada nos vin
cula tanto al otro como una respuesta dada sin nosotros
quererlo: el psicoanalista escucha las palabras de su pa
ciente, sabe olvidarlas y sabe esperar a que ellas vu el
van. Pero sólo cuando ellas devienen en él sueño, acto fa
llido o gesto imprevisto; sólo cuando y a no se distinguen
de él, hay verdaderamente trasferencia o, lo que es equi
valente. hay inconciente. La trasferencia está m ás pre
sente en un lapsus cometido por el psicoanalista que ha-
bla de su paciente en el curso de una supervisión, que
en una manifestación, explícita o no, de am or trasferen-
cial proveniente del paciente mismo. En el nivel de este
registro simbólico y significante de la trasferencia — y so
lam ente en ese nivel— el psicoanalista es el igual de su
paciente.
Esta es entonces la idea que propongo: la trasferen
cia analítica es equivalente al inconciente, una y otro son
homomorfos, a la m anera de dos conjuntos que se co
rresponden recíprocamente punto por punto. Esto es una
m anera de decir que el inconciente y la relación trasfe-
rencial son, en el m om ento del acontecimiento, una sola
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y misma cosa. 10 No hay trasferencia entre analista y ana
lizado salvo cuando el inconciente llega, único, para si
tuarse en medio de los participantes, tanto afuera como
adentro del espacio de las sesiones, y en un tiempo otro.
El inconciente y la trasferencia sólo ex-sisten cuando, en
un hora m uy rara, uno de ellos dice sin saber.
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2. La trasferencia imaginaria: el sujeto-
supuesto-saber
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sujeto es el inconciente, o bien que el inconciente es un
sujeto: el «sujeto-supuesto-saber».
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píamente ficticia, la otra formal o lógica, conserven su
diferencia y su unicidad.
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to psicoanalítico de sujeto del inconciente, definido co
mo aquello que un significante representa — supone, po
demos decir ahora— para otros significantes.
Dentro de esta perspectiva lógica, entonces, el nom
bre «sujeto-supuesto-saber» conceptualiza al sujeto del in
conciente en tanto sujeto supuesto al saber significante,
es decir supuesto a la relación de un significante con el
conjunto de los otros significantes. Es el sentido que La-
can destaca en Télévision: «Para despertar mi mundo, a
esta trasferencia la articulo con el “ sujeto-supuesto-
saber” . Hay ahí explicación, despliegue de lo que el nom
bre sólo oscuramente fija. Es decir: que el sujeto, por la
trasferencia, es supuesto al saber en que consiste como
sujeto del inconciente y que es eso lo trasferido sobre el
analista, o sea, ese saber en tanto si piensa, calcula o ju z
ga, no por ello deja de vehiculizar un efecto de trabajo ».4
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en dos niveles distintos. La escritura trasformada en Yo
pienso: «por lo tanto Yo soy» separa el y o pienso, que ocu
pa el nivel de la enunciación, del por lo tanto yo soy, que
permanece en el nivel del enunciado. Separación impor
tante para nosotros porque revela que el acto de pensar
(Fo pienso) es inconciente y que el enunciado existen-
cial (por lo tanto yo soy) es pensado, es decir, soportado
por la palabra, aunque no necesariamente dicho .5
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m ación del Yo soy en general nunca es patente, sino que
se insinúa silenciosa en los intersticios de «lalengua».
Si el hecho de hablar refuerza el «Yo soy» en él implí
cito, es empero con la palabra como el analizado interro
ga su propia verdad, es decir, su síntoma. Es cierto que
m ientras m ás habla él, m ás el yo domina, pero es ver
dad también que en tanto él habla y quiere saber, el
significante-síntoma tiene una posibilidad de ser susti
tuido por otro significante que cambie el sujeto. Esta os
cilación intrínseca al simple hecho de hablar sobre un
diván se reduplica con otra, esta vez propia del psico
analista: es m enester interpretar la trasferencia desde el
interior de la trasferencia misma. Así se constituye una
coyuntura m uy paradójica en que del lado del analizado
su palabra lleva en sí el germ en de la ficción y la posibili
dad de una verdad; y del lado del analista, la interpreta
ción desmonta la ficción sin poder al mism o tiempo evi
tar la instalación de un saber ficticio que la garantice.
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b. La suposición neurótica del saber como
causa
Decíamos que lalengua lleva en sí la suposición pará
sita de un saber m ás allá. Ahora bien, para que haya su
posición hace falta más que esta condición necesaria que
es la palabra y el hecho de hablar: hace falta la sorpresa;
hace falta que el sujeto quede consternado por la violen
cia de una verdad que lo asombre. Cuando el analizado,
sobrepasado por uno de sus decires, desprovisto de toda
referencia al yo, se rehace, siempre descubrirá razones
para el acto que lo atraviesa. Es en ese momento cuando
la verdad cobra sentido, es decir, deja de ser verdad para
convertirse en saber supuesto. Habíamos definido al neu
rótico como aquel que quiere saber; después, nos pare
ció, porque él quiere saber es que una verdad puede ser
dicha; ahora debemos completar: quiere saber porque
una verdad lo altera y lo pasma. En lugar de emplear el
término «verdad», habríamos podido decir que el neuróti
co quiere saber porque otro saber lo altera y lo pasma;
en efecto, la verdad es en rigor la actualización de ese
otro saber que llamamos saber inconciente. Tenemos que
reconocer entonces la coexistencia de esos dos saberes
asaz diferentes: uno buscado, al que llam am os supues
to; y el otro impuesto, irrecusable, al que llamamos in
conciente. En suma: el sujeto-supuesto-saber crece con
lalengua, pero es con el acontecimiento significante, un
dicho o un síntoma, como se afirma. Es por lo tanto el
correlato del acto, de la puesta en acto de lo inconciente.
verdad
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la suposición, pero el saber que será ahí supuesto lo será
como ya-ahí, antes que el síntom a se manifieste. La co
rrelación temporal, ficción-acto, es doble: el saber es su
puesto sólo después del acontecimiento, pero como si es
tuviera antes del acontecimiento, en espera del aconte
cimiento. Así insensiblemente nos deslizamos del registro
del tiempo al registro de la causa. El mito del antes y
del después se trasforma con toda naturalidad en el mito
de la causa antes del efecto y la correlación temporal se
convierte en correlación causal. El orden de los cambios
en la sustancia se confunde con el orden de los cambios
en el tiempo: la causa de lo que es precede a aquello de
lo cual es la causa. En el análisis y frente al síntoma, el
sujeto no sólo está trabajado por la suposición implícita
en su lengua, sino que sobre todo se ve llevado a remon
tarse del efecto hacia la causa presunta, que lo explica
y lo precede. En suma, la trasferencia im aginaria es una
ficción que se organiza insidiosamente buscando causas.
Hablamos de ficción, de correlación causal y de una
trasferencia creada en la búsqueda de una razón para el
síntoma. Pero la estructura de la ficción no tiene por eje
el error humano, y la trasferencia im aginaria no depen
de de la inocencia o de la lucidez del analizado. No; la
ficción está, insisto, en la lengua que hablamos; en tanto
hablemos, daremos a luz principios, imágenes, filiacio
nes e historias. En tanto hablem os y pensemos con la-
lengua, inevitablemente nos verem os constreñidos sin
quererlo a buscar y descubrir el origen y la aurora de los
acontecimientos que advienen. Para creer, no hacen fal
ta razones: basta «orar» en lalengua.
Tomem os el ejemplo de la pregunta «¿por qué?». Es
el prototipo de la m ala pregunta que impone la doble fi
gura de un saber ya-ahí y, lo que es más, de un saber
que goza de ser la causa. Cómo sLelTlblbfT-sTmás~físico'~
de los dolores contuviera la pregunta «¿Por qué sufro?»,
y la respuesta inherente: «Algo, alguien es el responsa
ble». Cualquier cambio o acontecim iento real, entonces,
tom ará en el curso de un análisis ese alcance significan
te; así, un embarazo aparecerá a los ojos de la analizada
como algo que sin duda tiene su origen en el análisis y
en el «padre espiritual» del hijo... el psicoanalista. A par
tir de su síntoma, el analizado busca y encuentra la cau
sa; o sea, supone un saber Otro que es tam bién un saber
que goza de provocar efectos. Lo que equivaldría a de
cir, con térm inos de fantasm a neurótico: «El Otro existe
y goza de mi castración». Lo vemos: la suposición del sa
50
ber con figura hum ana se trasforma en suposición de un
saber que es goce. El padre que sabe, y que es saber, es
también el mismo padre que goza de todas las mujeres.
El saber sin falla, gafante y razón del síntoma, se pro
longa en el Otro que goza. En una palabra: para el neu
rótico, el saber es el goce del Otro.
Hasta aquí, nuestra manera de concebir el sujeto-
supuesto-saber nos ha permitido comprender, primero,
que en el análisis la suposición se impone con indepen
dencia de los participantes; después, que atribuir a la per
sona del analista el poder de ser saber y causa es un pro
blema secundario, aunque sólo fuera por el hecho de que
cualquier otro sujeto puede llegar a ser, según las cir
cunstancias trasferenciales, el objeto de una imputación
así. Hay empero algo justo en esta falsa presunción de
que el analista, mi analista, es la causa de la aparición
o de la desaparición de m is síntomas. Para determinar
en qué reside ese algo justo, distingamos bien dos m ovi
mientos en el proceso de la suposición: una cosa es su
poner la causa, otra im putarla al psicoanalista. El pro
blem a no está en suponer causas o que el efecto depen
da de ellas, sino en hacer de la causa un ser. El problema
tampoco está en afirmar, como se hace en la teoría ana
lítica, que el lugar del psicoanalista es el de la causa, si
no en hacer recaer sobre la persona del analista esta fun
ción que de hecho es insostenible. El lugar del analista,
es decir la causa, corresponde al lugar del sexo bajo la
forma del objeto a, y los dos tienen la función de causar
el deseo, es decir, de hacer trabajar la repetición de la
cadena significante y suscitar el saber inconciente. En
cambio, imputar al analista la responsabilidad de mis ac
tos o síntomas es inevitablemente identificarlo con la cau
sa y en el m ism o acto confundir a la persona del analista
con_eLlugar_deLanalista J i ñ a asimilación así es ficticia-
porque ningún analista está en condiciones de ocupar
ese lugar del objeto, que, es verdad, en principio le está
destinado. Y esto por la simple razón de que en tanto ser
hablante está sometido, no menos que su analizado, a
los efectos del lenguaje. Ningún hablante podría ser real.
Empleamos la expresión «lugar del analista», pero habría
sido más exacto decir «el deseo del analista». Como ocu
rre con el lugar de la causa, el deseo del analista es ajeno
a la persona del analista, e identificarlos sería caer en
la ficción que justam ente estamos procurando desmon
tar. La suposición del sujeto-supuesto-saber significa en
definitiva confundir erróneamente la persona y el lugar
del analista o, m ás exactam ente, la persona y el deseo
del analista.
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semejante: existe algo que sabe más que nosotros. La di
ferencia entre el inconciente lacaniano y el inconciente
ficticio del neurótico consiste en que este le confiere la
figura de un sujeto, en tanto que la teoría analítica lo pien
sa 6 como un lugar. Esta neta distinción se com plica sin
embargo si decimos que la teoría sufre también. . . de
neurosis. ¿Por qué no acusar a la teoría del mismo delito
de ficción que ella denuncia en el neurótico? Formule
mos la cuestión en otros términos: ¿cuál es la función
de lo imaginario en la construcción teórica? O más bien:
¿en qué medida el inconciente freudiano, su descubri
miento, depende de la ficción o del sentido? Vayam os
más lejos todavía. Si el error es ineluctable, ¿qué influjo
tiene sobre la concepción psicoanalítica del inconcien
te? No: la teoría no está exenta del pecado de ficción. Al
menos no está más exenta que el neurótico. La diferen
cia con este, la única diferencia — de la que depende el
orden ético del psicoanálisis— reside en que la teoría psi
coanalítica asume los efectos de su propia afirmación. Por
ejemplo, cuando la teoría sostiene que todo lo que perte
nece a la dimensión de lalengua es susceptible de fisura
[félure] inconciente, se reconoce como alcanzada ella mis
ma por su enunciado. En una palabra, la teoría que pien
sa a lo inconciente está sometida a los efectos de su obje
to: el inconciente.
Pero abandonemos la referencia a la ética y veamos
cómo considerar el inconciente fuera de toda ficción. Pa
ra ello postulemos, es decir demandemos aceptar provi
sionalmente que el inconciente es un lugar. Esta hipóte
sis nos evitará el escollo de la ficción de un sujeto que
goza de ser saber y causa, porque pensar el inconciente
como un lugar hace desaparecer todo riesgo de subjeti
vism o. Aun así, el inconciente no consigue escapar del
sentidodicticiores^decir, fledolmaginaricrdefcuerpo.¿Qué
hacer entonces para desembarazarlo definitivamente de
todo lastre subjetivo y para concebirlo sin apelar a nin
gún subterfugio ontológico? ¿Cómo escapar a la intui
ción de creerlo ser latente, sombra desconocida, im agi
nada detrás o delante de nosotros, como si la forma del
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cuerpo dominara la idea primaria que tenemos de lo in
conciente?
Es innegable que Freud, con su clasificación de los
contenidos del sueño en contenido latente y manifiesto,
ha favorecido y sigue favoreciendo este error de compren
der el inconciente como una latencia que se manifesta
ría en la superficie. No obstante es cierto que, para la in
terpretación de los sueños, Freud no utiliza dos registros,
sino tres: el tercero es la lengua analítica, que, a la m a
nera de una clave ,7 permite traducir el contenido m ani
fiesto en contenido latente. Sin embargo, considerar esos
dos niveles de lo manifiesto y de lo latente como si fue
ran lenguas traducibles no basta para apartar definitiva
mente el obstáculo, en últim a instancia ontológico, de
un inconciente profundo que se debiera explorar. Este
escollo es de remoción tanto m ás difícil cuanto que la
división en dos etapas, superficial y profunda, o en dos
estados, efectivo y virtual, hunde sus raíces en la pareja
aristotélica clásica de potencia y acto. Nuestra intuición
parece haber cobrado el hábito de apoyarse en estas dos
categorías de la Metafísica e im aginar que el significante
suelto en la superficie manifiesta del relato del analiza
do sería la aparición lum inosa de un saber velado, laten
te, todavía no expresado. De este modo el acontecim ien
to psíquico se convierte en la m anifestación en acto de
una potencia que de lo contrario quedaría reducida al si
lencio. No; para nosotros el significante no es la apari
ción de un saber oculto o supuesto. No es que rechace
mos la apariencia: simplemente nos rehusam os a con
vertirla en una alternativa de lo oculto. Así, diremos que
el significante es la verdad alojada en la apariencia (por
esta razón la verdad sólo a medias puede ser dicha) y que
el inconciente es inmanente a esta verdad. El significan
te.. pnx±anto^a:^jiáene.enixe-la-apaEienGia-==-pues.to-q.ue
él aparece en el relato— y el saber inconciente — puesto
que él es saber en acto— . Expresiones como «inmanen
te» o «en acto», aunque imprecisas, concurren a señalar
que si el inconciente existe, él ex-siste concentrado en
ese punto significante de un dicho. Lo vem os ahora: to
7 Esta clave no es otra que el significante fálico. Para pasar del con
tenido manifiesto al contenido latente hace falta la clave del falo, es
decir que hace falta, al final de la construcción interpretativa, llegar
al deseo; mejor todavía: al deseo sexual. La lengua analítica parte del
relato manifiesto del sueño para leer en el contenido latente la roca
última de toda interpretación: el enigma del deseo sexual y su signifi
cante, el falo.
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do el problema reside en esta relación delicada de un sig
nificante con el resto de los significantes (de S i con S2).
Pero para dar razón de esta articulación y al mismo tiem
po oponer, a la idea natural de un inconciente expresi
vo, la noción de un inconciente productivo, apelaremos
a los conceptos de lugar y de límite.
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el Otro no es un sujeto, sino un lugar y un saber incon
ciente. La identificación de S j con la verdad y de S2 con
el saber procura explicar, entre otras referencias (como
la del concepto de saber absoluto en Hegel), el hecho fun
dador del psicoanálisis: el ser hablante sabe más de lo
que dice y dice más de lo que sabe. Si aplicam os a esta
aserción las dos categorías, hegelianas en su origen, de
verdad y de saber, este hecho fundador nos aparecerá
entonces como la verdad inaugural del saber freudiano.
Antes de pasar a la tercera función del Uno, me pre
gunto si habré logrado desarraigar en el lector la ficción
de un inconciente latente en espera del acontecimiento,
es decir espacialmente oculto y temporalmente anterior.
Es probable que no, como también es probable que el
argumento del inconciente como lugar siga siendo pro
blemático y de difícil aceptación. No me parece negativa
esta probable incertidumbre, porque atestiguaría al m e
nos dos cosas: en primer lugar, que el sentido, es decir
lo imaginario del cuerpo y las ficciones que genera, es
en definitiva irreductible; la ficción puede ser modifica
da o amansada, pero no desaparecerá nunca. Y en se
gundo lugar, que la teoría, aun la m ás axiom ática, está
sujeta a un límite más allá del cual se vuelve indecidible.
En el interior de esta apertura teórica, y antes de tra
tar el tercer aspecto del Uno, quiero someter al juicio del
lector otra manera de abordar el concepto de inconcien
te, partiendo de las proposiciones de Spinoza sobre los
conceptos de potencia y de poder. Según Spinoza, la po
tencia divina se efectúa necesariam ente en los modos o
afecciones que ella produce en el cuerpo. Correlativamen
te, el poder de la potencia divina es un atributo de nues
tro cuerpo y, m ás precisam ente, su capacidad de pade
cer, su poder de ser afectado.8 Si ahora abordamos el in-
coneientemtihzando~ehsentido- pasivoríymo-activ'oj~del'
término «poder», forjamos la hipótesis siguiente: el incon
ciente es el poder que el sujeto tiene de ser afectado por
la verdad. De esta m anera determinaremos no sólo el in
conciente partiendo del Uno de la verdad, sino que tam
bién definiremos el ser hablante en tanto susceptible de
padecer la verdad o, aun, susceptible de inconciente.
3. Tras estas consideraciones pasem os a la tercera
faceta del Uno, la que Lacan, jugando con las letras, 11a
56
m a «hay algo del Uno» [y a de l ’Un].9 Es la faz brillante
del Uno, la que provoca resplandores imaginarios y por
consiguiente resulta más ligada a nuestro sujeto-su-
puesto-saber. Habíamos enunciado que la suposición
neurótica tiene el mismo punto de partida que la suposi
ción freudiana del inconciente: el Uno, el dicho. En cam
bio, se distinguen claramente cuando la primera apre
hende ese dicho como signo — lo que representa algo pa
ra alguien— en tanto que la segunda lo teoriza como
significante — lo que representa el sujeto para otro
significante— .
57
Resum am os ahora de m anera esquem ática nuestras
principales proposiciones:
UNO
Signo Significante
Sujeto-supuesto-saber Sujeto-supuesto-saber