Barbara Cassin 31-40
Barbara Cassin 31-40
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Doxografía y psicoanálisis, o minoremos la verdad 31
Así como con Diels aprendemos lo que es una cita, o más bien
lo que ella no es, con Diógenes Laercio aprendemos lo que es un
hecho, un hecho doxográfico: al igual que una cita, este hecho es
una ficción significante y es, para decirlo exactamente, la reifica-
ción de un sentido.
Se acusa siempre a Diógenes Laercio de no pensar, de demorarse
en anécdotas y bromas. De suerte que el prologuista y traductor de
Diógenes Laercio, Robert Genaille -hace unos diez años su trabajo
fue felizmente sustituido por una nueva edición-, se permitía pre
sentar la obra del siguiente modo:
agua.»21 Con lo cual se alaba a Tales por todos los objetos preciosos
hallados en el agua: un trípode, por ejemplo, recogido en las redes de
los pescadores milesianos, pasa de mano en mano hasta llegar a él
como su único destinatario posible. Todo el mundo conoce la historia
de Tales, quien sale de su casa para contemplar a los astros y cae en
un agujero, el célebre «pozo» del Teéteto de Platón, con la risueña
sirvienta tracia que, las manos sobre las caderas, mira desde arriba
al filósofo incapaz de saber dónde está apoyando los pies. Se sabe
menos cómo se venga Tales: inventando el capitalismo. Gracias a sus
conocimientos astronómicos, prevé que no lloverá y que la cosecha
de olivas será abundante; acapara entonces todos los lagares fuera
de temporada para, llegado el momento, rentarlos al precio que se le
ocurra; al inventar a la vez el monopolio y la crematística, demuestra,
dice Aristóteles, que «les es fácil a los filósofos enriquecerse cuando
quieren, pero no es ese el objeto de su celo».22 El hizo dinero con la
meteorología y la higrometría.
¿Y sabemos cómo murió? Murió de debilidad mirando los jue
gos gimnásticos porque tenía demasiado calor y demasiada sed. Mi
conclusión es que el nombre Tales es la arruga doxográfica en la
superficie del agua. Podemos decir, a elección, que es un puro nombre
propio o que se vuelve nombre común -como justamente «Home
ro»- y pierde entonces la virtud de identificar -de identificar tan
solo a uno- con certeza. Resulta a un tiempo normal y de destacar
que todas las doxografías, todas las vidas compuestas por Diógenes
Laercio, terminan con una lista de homónimos. Imaginemos que la
vida de Lacan por Elisabeth Roudinesco terminara con una lista de
homónimos: habría rivalizado entonces con un bios doxográfico.
Esto en cuanto a lo que es una anécdota. Lo mismo sucede
con todo lo que nuestro intrépido prologuista le reprochaba: care
cer de espíritu crítico, no indagar acerca de dónde está la verdad,
contentarse con yuxtaponer sin el menor escrúpulo tradiciones
heterogéneas y contradictorias: Fulano dice que Xenófanes es hijo
de Mengano, pero según Mengano es hijo de Zutano, nacido antes
TRANSMISIÓN-FIXIÓN/M ATEMA
repetición que hace del primero un acto, pues es ella la que intro
duce el apr'es-coup propio del tiempo lógico...».28
Segunda cuestión: ¿qué se transmite en una escuela, qué pasa en
ella de uno a otros? Aquí es preciso partir otra vez de la cita para
reflexionar sobre la oscilación entre cita literal y materna.
En lo que atañe a la cita literal, Milner propone, en La obra
clara,29 el término logion, con el que designa una proposición trans
misible caracterizada por la sintaxis más simple posible y su recu
rrencia; por ejemplo: «El inconsciente está estructurado como un
lenguaje». Aquí tenemos algo propio de Lacan, aquí quizá tenemos
incluso a Lacan. Lo mismo Tales con «Todo es agua.» Parménides
con «Todo es uno.» Protágoras con «El hombre es medida de todas
las cosas.» La cita literal es así tributaria del bien-decir, en cuanto
este pasa a la posteridad.
El logion es relevado por el materna: Milner llama a esto segun
do clacisismo lacaniano.30Es así en Aun: «La formalización mate
mática es nuestra meta, nuestro ideal. ¿Por qué? Porque solo ella
es materna, es decir, transmisible íntegramente».31 Esta vibración
entre cita literal y materna encuentra su punto de oscilación máxima
en «El atolondradicho». Cito una frase de «El atolondradicho»,
aquella en la que aparece justamente el término «fixión»: «Lo no
enseñable, lo hice materna con asegurarlo de la fixión de la opi
nión verdadera, fixión escrita con x, pero no menos venero de
equívoco».32 No es impertinente llamar doxa a este no-enseñable
íntegramente «fix(ion)ado».* De esto Milner concluirá justamente
que las turbulencias institucionales de la Escuela Freudiana no son
tributarias de los chismes de corte, sino del propio saber lacaniano,
38. J. Lacan, Encoré, op. cit., págs. 97-98; luego pág. 100; luego pág.
108 [Aun, op. cit., págs. 130-131; luego 134; luego 144],