2.. Clase Orden Sacerdotal
2.. Clase Orden Sacerdotal
2.. Clase Orden Sacerdotal
ORDEN SACERDOTAL.......................................................................................................4
INTRODUCCIÓN-TEOLOGÍA BÍBLICA............................................................................4
EL SACERDOCIO COMO HECHO RELIGIOSO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO....4
1. APUNTE HISTÓRICO DEL SACERDOCIO EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO...................................................................................................5
a. Vicisitudes de la tribu de Leví...................................................................6
b. Santuarios y sacerdocio.............................................................................8
c. El sacerdocio y el templo de Jerusalén....................................................10
2. NATURALEZA DEL SACERDOCIO VETEROTESTAMENTARIO..............10
a. Manifestaciones de los profetas sobre el culto........................................11
Reparos de los profetas al culto de oblación:................................................11
La crítica de los profetas al sacerdocio:........................................................12
3. RECAPITULACIÓN...........................................................................................13
EL MINISTERIO DON DIVINO EN EL NUEVO TESTAMENTO..................................14
1. FUNDAMENTACIÓN BLÍBLICA.................................................................................15
a. Cristo, enviado y sacerdote, según Pablo................................................16
b. Sacerdocio de Cristo en el evangelio de Juan..........................................18
c. Cristo, sacerdote y pastor.........................................................................19
LOS DOCE, PARTICIPES DE LA MISIÓN SACERDOTAL DE JESUCRISTO.............20
a. Doble llamada en el Evangelio................................................................20
b. Texto fundamental de Marcos.................................................................21
c. La potestad apostólica..............................................................................22
d. La elección de Matías, confirmación de la misión apostólica.................22
e. Los Doce y los discípulos........................................................................23
3. OBSERVACIÓN SOBRE LA SUCESIÓN APOSTÓLICA............................................24
a. Reflexión conceptual...............................................................................24
b. Verificación histórica...............................................................................25
4. EL APOSTOL AL FRENTE DE LA COMUNIDAD.........................................26
a. Responsabilidad eclesial de Pablo...........................................................28
b. Carismas y ministerios en las iglesias paulinas.......................................28
5. COOPERADORES ANÓNIMOS DE LOS APOSTÓLES.................................29
¿Ministros ordenados?...................................................................................30
6. OBISPOS-PRESBÍTEROS Y DIACONOS.........................................................31
a. Precisión del léxico..................................................................................32
b. El testimonio de Lucas sobre los obispos-presbíteros:............................33
c. Los obispos presbíteros en el cuerpo paulino..........................................33
d. e) El ministerio de los diáconos...............................................................34
CAPÍTULO II UNIDAD DE SACRAMENTO Y DIVERSIDAD DE MINISTERIOS......35
1. UNIDAD CONSTITUTIVA DEL SACERDOCIO.............................................35
a. Planteamiento de la cuestión...................................................................35
b. Unidad desde la institución......................................................................36
Evocación bíblica..........................................................................................36
Planteamiento del Vaticano II.......................................................................36
Testimonio de Jedin......................................................................................37
2. II. DETERMINACIÓN ECLESIAL DE LOS MINISTERIOS EN LA
ORDENACIÓN.................................................................................................38
a. Práctica de la Iglesia................................................................................39
Aportación documental-litúrgica de Andrieu................................................39
Planteamiento conceptual de K. Rahner.......................................................40
Planteamiento conceptual de K. Rahner.......................................................40
b. La capitalidad como definición posible del episcopado..........................41
La capitalidad, expresión de la sucesión apostólica de derecho divino........41
Refrendo del P. Bertrams S.I.........................................................................43
c. El presbítero, sacerdote colaborador del obispo......................................44
El presbítero, ministro de la Palabra:............................................................45
El presbítero, administrador de los sacramentos:..........................................46
El ministro, quía del pueblo de Dios:............................................................47
CAPÍTULO III EL DIACONADO EN LA IGLESIA..........................................................48
1. LUMEN GENTIUM 29.......................................................................................49
2. I. DIACONIA Y DIÁCONOS EN EL NUEVO TESTAMENTO.......................50
a. La diaconía como comportamiento.........................................................51
b. El diaconado como apelativo ministerial genérico..................................51
c. El diaconado como ministerio específico................................................52
3. III. EL MINISTERIO DIACONAL EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. .54
a. Planteamiento en el concilio de Trento...................................................54
b. Aportación de Pío XII..............................................................................54
c. Exposición del Vaticano II......................................................................55
d. Comentario de Juan Pablo II....................................................................56
CAPÍTULO IV EL MINISTRO Y EL SUJETO DEL SACRAMENTO DEL ORDEN.....58
1. I EL MINISTRO DEL ORDEN...........................................................................58
2. II. SUJETO DEL ORDEN...................................................................................61
¿ES POSIBLE ORDENAR A LA MUJER?.................................................61
a. Planteamiento histórico...........................................................................62
b. Pensamiento teológico sobre la mujer.....................................................63
c. La mujer en la liturgia..............................................................................64
d. Proposiciones papales sobre la ordenación de la mujer...........................67
3. CONCLUSIÓN....................................................................................................69
ORDEN SACERDOTAL
INTRODUCCIÓN-TEOLOGÍA BÍBLICA
Cristo pastor no sólo apacienta sus ovejas, sino que da la vida por ellas. En
virtud de lo cual, la categoría de pastor, que en el evangelio de Juan se predica de Cristo,
expresa unitariamente la realidad misional y sacerdotal de su persona y por lo tanto de su
obra. La imagen del Buen Pastor refrenda la doctrina misional y sacerdotal expuesta tanto
por Juan, en los anteriores pasajes ya vistos, como por Pablo.
Según los datos neotestamentarios, la denominación de pastor, predicada de
Cristo, equivale al cumplimiento de un titula mesiánico: el pastor enviado y la
ejecución de la misión recibida se identifica con la nota sacerdotal de Jesucristo por
tratarse del buen pastor que da su vida por las ovejas (Cfr. Heb 13,20, 1 Pe 2,25;
5,4; Ap7,17; 12, 5).
Tan sólo mediante una participación en el poder otorgado por Cristo a los Apóstoles,
continuado en una sucesiva misión ministerial, se puede valorar legítimamente el hecho
de computar los libros canónicos como inspirados.
b. Verificación histórica
Un segundo aspecto hay que tener en cuenta. La misma predicación de la Palabra de
Dios, que es por si misma salvación para los hombres, ha de ser anunciada por quienes para
ello han sido enviados y han de transmitirla desde la Iglesia y para la propia vida de la
iglesia. Ex a la palabra dicha por el enviado a la que se le presta asentimiento. Desde el
punto de vista histórico, el Nuevo Testamento ofrece los datos suficientes para poder
rastrear la sucesión en el ministerio Una verificación de los hechos permitirá llegar a una
conclusión.
Pero con el fin de que la verificación a realizar aporte la debida claridad, habrá que
aplicarle determinadas normas hermenéuticas.
1. hay que buscar el desarrollo de la estructura de la Iglesia que, partiendo de la
misión- autoridad conferida por Cristo a los Apóstoles, llega al ministerio
eclesial de los obispos presbíteros
2. los diversos escritos del Nuevo Testamento reflejan momentos distintos para
de esta forma poder verificar la evolución eclesial;
3. hay que evitar el querer ver en un momento dado, reflejada en un texto
determinado, una norma de valor absoluto;
4. el anacronismo que proyecta sobre el ayer el calco de la realidad actual,
además de ser historicamente falso, corre el riesgo de identificar con el
derecho divino determinadas concreciones humanas;
5. habrá que buscar los principios fundamentales de derecho divino para, desde
ellos, legalizar las concreciones a las cuales ha llegado la iglesia con el
correr del tiempo en fidelidad a la institución divina.
Los Apóstoles quedaron constituidos como tales en virtud de la misión inmediata
recibida de Cristo; los sucesores de los Apóstoles son tales en virtud de la misión mediata
recibida a través de los Apóstoles. La identidad de misión y el modo distinto de recibirla
identifica y separa al mismo tiempo a los Apóstoles y a sus sucesores. Cristo instituyó a los
Apóstoles como fundamento de la Iglesia; los sucesores de los Apóstoles son cabeza de la
iglesia, aunque no son su fundamento.
Se ha de intentar reconstruir el proceso de evolución que arranca de los Apostales y
termina en la estructura de la Iglesia regida por los obispos- presbíteros. Y para conseguir
este fin habremos de seguir un análisis histórico dentro del cual distinguiremos tres
momentos.
1. En el primera, el Apóstol se siente personalmente responsable de las
comunidades por el fundadas;
2. en el segundo hacen aparición los colaboradores del Apóstol cuyo ministerio
no se denomina todavía con un nombre propio, pero que ejercen
determinados quehaceres en la comunidad;
3. y en el tercero, cuando ya han desaparecido o, por lo menos, están en trance
de desaparecer los Apóstoles, figuran como encargados de las iglesias
aquellos que fas rigen y las presiden, y cuyo ministerio recibe el titula
determinado de obispos- presbíteros y de diáconos.
4. EL APOSTOL AL FRENTE DE LA COMUNIDAD
El sacerdocio de Cristo, tras la resurrección y por medio del Espiritu Santo, se hace
presente en la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles, que por ser participación del de
Jesucristo tiene un carácter sacerdotal.
A partir de esta participación en la obra sacerdotal de Jesucristo, Pablo se sabe
portador de una potestad que, al actuaria cuando anuncia el evangelio de Dios a los
gentiles, se asemeja al ejercicio de un oficio sagrado, tal y como lo pone de manifiesto en
Romanos (Rom 15,16: la de ser ministro de Jesucristo entre los paganos, perciendo el oficio
sagrado de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos Beguen a ser una
ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo).
Pablo, al otorgar a su ejercicio de predicar el evangelio a los gentiles un sentido
sacro, lo reconoce equivalente a una función litúrgica o sacerdotal, como desde puntos de
vista distintos lo han indicado los exegetas. Un sentido sacrificial, y por lo tanto sacerdotal
admite también en su propia labor apostólica, cuando la asimila a la oblación de la propia
sangre ofrecida por la fe de los gentiles (Flp 2,17, ef 2 Tim 4,6).
El anuncio sacerdotal del evangelio tiene para Pablo la forma concreta de ser en sí
misma un ministerio, pues se trata de una diaconía que está puesta al servicio de la Iglesia.
Esta consideración de la predicación como cumplimiento de la misión es un pensamiento
fundamental en la comprensión paulina del propio ministerio.
Pablo tiene conciencia clara de haber sido llamado por la gracia de Cristo para
anunciar el evangelio a los gentiles (Gal 1,11-16.). Es consciente de haber recibido el
ministerio de lo alto mediante una llamada particular, y, por fidelidad a esta llamada y a la
consiguiente misión, no desfallece en el ejercicio del ministerio, y se gasta hasta
desgastarse en bien de aquellos a quienes anuncia la palabra de Jesucristo (2 Cor 12,15).
Pablo se manifiesta explícitamente consciente del poder que ha recibido del Señor para la
edificación de la Iglesia (Cf. 2 Cor 10,8; 13,10).
Como ejercicio de tal potestad, el Apóstol enseña a las comunidades (1 Cor 7,17.);
les da normas concretas de tipo administrativo y urge la obediencia a lo que ha dispuesto (2
Tes 3,4); da orientaciones para el comportamiento de los hermanos (2 Tes 3,6.10.12);
corrige la celebración eucarística de los Corintios (1 Cor 11,17); sanciona cuestiones
morales (1 Cor5) y proclama el derecho que tiene a que la comunidad le proporcione el
sustento, no sólo a él sino también a Bernabé (1 Cor 9,4-6.12.18), a lo que gustosamente
renuncia (2 Tes 37- 9). Tanto la autoridad que ejerce sobre las Iglesias como los derechos
de tipo material a los que se refiere, los fundamenta Pablo en el Señor, que le ha constituido
su ministro.
a. Responsabilidad eclesial de Pablo
Pablo, desde el momento de su conversión con el consiguiente llamamiento al
apostolado, asume una función de diaconía en función de la Iglesia que va a configurar toda
su vida.
Sirve, en primer lugar, a Jesucristo, y para traer a los gentiles hacia el asiste
generosamente a los hombres, por quienes se afana y con los que se identifica hasta
desfallecer con los que desfallecen y abrasarse con los que se abrasan (2 Cor 11,29). Y
estos hombres, desde el momento que ya son creyentes en Jesucristo, quedan instalados en
una comunidad eclesial, que en el léxico paulino equivale al mismo cuerpo de Cristo.
La importancia que Pablo concede a la comunidad, y que se ha reflejado de manera
evidente en los saludos de sus cartas, obliga a preguntarse sobre la relación mantenida entre
Pablo y cada una de las Iglesias y sobre la naturaleza de las mismas.
Con respecto a las Iglesias por él fundadas, Pablo expresa una clara conciencia de su
responsabilidad, lo cual no es obstáculo para que coloque directamente a determinados
miembros de la asamblea al frente de una obligación que a todos compete y todos
comparten. Esta responsabilidad eclesial es a la vez efecto y expresión de la caridad que
debe animar a la Iglesia.
Por ello cabe afirmar que el Apóstol no sólo ha edificado la Iglesia, sino que la
preside en presencia y en ausencia. Ahora bien, ¿cómo comprendía Pablo la naturaleza de
las Iglesias? O, formulada la pregunta en otros términos, ¿la eclesiología de Pablo está toda
ella edificada sobre los carismas o supone desde el primer momento la existencia de
ministerios estables?
b. Carismas y ministerios en las iglesias paulinas
Las comunidades, y de una manera especial la de Corinto, aparecen descritas como
centros en los que la acción del Espíritu Santo promueve su unidad. De esta forma les habla
Pablo a los de Corinto: «El cuerpo es uno aunque tiene muchos miembros, así también
Cristo» (1 Cor 12,12), y añade después: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros,
cada uno por su partes (1 Cor 12,27).
Estas comunidades en las que rige como suprema norma de conducta la caridad, el
ágape, están asistidas por la acción del Espíritu Santo, que concede sus dones de manera
gratuita (1 Cor 12,7.). Las listas de dones redactadas por Pablo son varias (1 Cor 12,4-10;
12,27-30; Rom 12,6-7); sin embargo, en esta diversidad de dones se da como motivo
aglutinante el bien común, el servicio del amor (1 Cor 12,7). Mediante los carismas, es el
Espíritu Santo quien edifica la Iglesia en el amor.
Pero en relación con los carismas, y formando una unidad con ellos, Pablo hace la
primera mención a los ministerios. Las mismas cartas a Romanos y a Corintos, que han
servido para poner de manifiesto los dones del Espíritu Santo, sirven para insinuar la
existencia de los ministerios.
En primer lugar, para Pablo las manifestaciones del Espíritu Santo son dones, es
decir, carismas con los que se edifica la Iglesia (1 Cor 14, 5). El sentido eclesial de los
dones va ha quedado claramente puesto de manifiesto. Y al enumerar las diversas funciones
que, como dones o carismas eclesiales, se han de realizar en la iglesia, denomina en primer
lugar a la triada de los apóstoles, los profetas y los doctores (1 Cor 12, 28), Intentemos
aclarar el cometido asignado a cada uno de estos tres estamentos.
El apóstol, que en este caso no ha de ser identificado con los Doce, es el que
ha sido enviado por la comunidad. Se trata, pues, de quien actúa
representando de forma oficial a la comunidad. Aunque no se especifique
más, no se puede dejar de lado que entre los primeros ministerios se
enumera el del enviado, es decir, el del apóstol
Siguen los profetas, que, buscando un equivalente en nuestro lenguaje,
diríamos que son los que predican, los que anuncian la palabra.
En tercer lugar aparecen los doctores, que se encargan de la enseñanza
sistemática. Podría decirse que se trata de los catequistas de la comunidad.
5. COOPERADORES ANÓNIMOS DE LOS APOSTÓLES
Para analizar la estructura de las primitivas Iglesias paulinas, y para precisar si en
ellas hubo ministros con capacidad rectora, hemos de estudiar el momento en el cual los
Apóstoles incorporan a otros en Su ministerio apostólico.
Se trata de la ocasión en que los Apóstoles admiten colaboradores para que ejerzan
determinadas funciones en la comunidad. Desde el punto de vista histórico se trata de la
circunstancia más interesante, pues permite comprobar que los Apóstoles iniciaron la
sucesión de su ministerio. Y para andar por camino seguro hemos de advertir que el
ministerio de estos colaboradores de los Apóstoles no adquirió una denominación propia.
Pablo en sus cartas ofrece datos abundantes para comprobar la Incorporación de
auxiliares a su ministerio. Tito, Tíquico, Epafras, Arquipo, Timoteo y Epafrodito (2 Cor
8,16-24; Éf 6,21; Col 1,7; 4,7- 9.17; 1 Tes 3,2; Flp 2,19-30) fueron incorporados por Pablo
a su ministerio apostólico.
Bastante más explícito es el mandato que el Apóstol dirige a los Tesalonicenses,
cuando les pide «que acatéis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y
os amonestan» (1 Tes 5,12.)... se reconoce una autoridad local que preside, distinta a la
autoridad general que el Apóstol tiene sobre todas las Iglesias por él evangelizadas...
Pablo refrenda con su autoridad apostólica la autoridad de quienes están puestos al frente de
la comunidad con el ejercicio de la presidencia.
Tiquico recibe de Pablo el título de fiel diácono en el Señor (Ef 6,21), y, al repetir
idéntico tratamiento en la carta a los Colosenses (Col 4,7), añade que es su consiervo en el
Señor, ¿Hay que interpretar el léxico paulino como fruto de un mero afán retórico o, por el
contrario, hay que considerarlo en función y al servicio de categorías conceptuales?
En la conclusión de la carta a los Colosenses (Col 4,17), Pablo se dirige a Arquipo
por medio de la comunidad y le dice: «mira que cumplas el ministerio que has recibido del
Señor». No sabemos a ciencia cierta a qué ministerio se está refiriendo Pablo, pero lo que si
se deduce del texto es que se trata de un cometido personal, a realizar en la Iglesia, y cuyo
fundamento es el Señor.
¿Ministros ordenados?
Cabe preguntarse: ¿en virtud de qué fueron incorporados todos estos cristianos a
participar personalmente en el ministerio? ¿Se trataba tan sólo de un carisma, al que
correspondían con una respuesta personal y espontánea? No parece ser así, ya que en cada
uno de los casos aducidos aparece junto con el servicio eclesial la misión que le ha sido
encomendada por el Apóstol.
Ciertamente Pablo, en estos casos, no habla de ordenación, pero ¿la misión verbal
transmitida por el Apóstol a cada uno de ellos no podía constituir en enviado a quien la
recibía? Cristo envió a los Apóstoles por su palabra, sin que mediase ningún otro rito, ¿No
podían hacer lo mismo los Apóstoles?
Formulando la cuestión en términos técnicos, se podría afirmar que la sustancia del
sacramento del orden consiste en la misión. Y signo adecuado para expresarla puede ser el
mandato oral. En este sentido, el hecho de que en las cartas paulinas no aparezca un rito
peculiar para significar la misión, no quiere decir que no existió una transmisión de la
potestad mitente, equivalente a lo que en terminología litúrgico-dogmática se denomina
ordenación.
Prescindiendo de referencias concretas y tomando en consideración la estructura de
las comunidades, tal y como aparece descrita en las cartas paulinas, hay que admitir que
Pablo desde el primer momento habla, entre otros ministerios, de la presidencia y del
gobierno (Rom 12,8; 1 Cor 12,28..), y, como ya hemos visto, al dirigirse a la Iglesia de
Tesalónica le pide acatamiento para los que trabajan presidiéndola en el Señor y
amonestándola (1 Tes 5,12).
6. OBISPOS-PRESBÍTEROS Y DIACONOS
Comprobar que, según el Nuevo Testamento, la misión única por la que quedaron
constituidos los Apóstoles fue participada por quienes, como sus sucesores, fueron
incorporados al ministerio apostólico, es el cometido que nos proponemos abordar ahora.
Para estudiar el tercer momento histórico del Nuevo Testamento, aquel en que ya
aparecen claramente definidos determinados ministerios, hemos de recurrir como fuentes
básicas al testimonio de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles, y al cuerpo
paulino, de una manera especial a las Cartas Pastorales.
Entre los que aseguran de manera estable los servicios dentro de las comunidades ya
constituidas, encontramos en primer lugar una serie de términos que tienen que ver con
la dirección y el gobierno de la co- munidad: hégoumenos» (jefe, director: Heb 13, 7.
17. 24; Le 22, 26). <proistamenos» (presidente: Rom 12, 8: 1 Tes 5, 12), «presbyteros»>
a. Precisión del léxico
En el Nuevo Testamento aparecen dos términos que, procediendo de raíces
filológicas distintas, tienen significación cultual idéntica. Se trata de ancianos (en griego
presbíteros) e inspectores (en griego obispos)
La voz anciano es frecuente tanto en el Antiguo Testamento como en la literatura
judía de la época neotestamentaria. Filológicamente abarca el doble significado temporal de
ancianidad (Ex 10, 9; Esd 10,14..) y modal de dignidad (Ex 3,18). Y desde la acepción de
dignidad aparece en el Antiguo Testamento significando la función ministerial de aquellos
que tienen la misión de aglutinar al pueblo de Dios (Núm 12,16-17; 1 Sam 16,4.; Esd 5,5).
A partir de estos datos veterotestamentarios, se comprende que en la iglesia de
Jerusalén y en las nacientes comunidades cristianas de origen judío se aceptase el término
presbítero (anciano) para denominar a quienes estaban puestos al frente de la comunidad
(Hech 15,22-23)
El término obispo, que en su acepción filológica equivale a inspector, es de origen
profano y fue asumido en las comunidades helénicas.
Pablo utiliza directamente el término obispo para significar a quien está al frente de
la comunidad. Así aparece claro en el saludo de la carta a los de Filipo (Flp 1,1.).
Estos dos términos (presbítero - obispo), aunque de origen muy diverso tanto por
sus raíces semánticas como por su ambientación cultural y religiosa, tuvieron en el léxico
de las Iglesias neotestamentarias una significación común de raigambre cristológica, y
sirvieron para denominar a quienes estaban puestos por Dios al frente de las comunidades
cristianas para regirlas y defenderlas (Hech 20,17.28).
A la hora de intentar establecer una relación entre estos dos términos, parece que el
más antiguo fue el de presbitero, que más tarde, en ambientes helenistas, se cambió por
obispo.
Si se sigue la cronología de Hechos, el primer texto sobre los presbíteros aparece
unido al segundo viaje de Pablo a Jerusalén con ocasión de la colecta (Hech 11,30). Este
viaje, en el cómputo general de la cronología paulina, hay que colocarlo alrededor del año
44, fecha a simple vista muy primeriza.
Otro grupo de textos sobre los presbíteros aparece con ocasión del concilio de
Jerusalén (Hech 15,2.4.22-23).
Quedan por estudiar dos textos que por los datos geográficos tienen lugar en
territorio de gentiles, pero que circunstancialmente ocurren en un ambiente judío, pues
tienen por marco la sinagoga. Así, cuando en Hechos de los Apóstoles se refiere que en
Iconio Instituyeron presbíteros (Hech 14,23), se ha de tener en cuenta que el lugar de
encuentro y por lo tanto de evangelización de Pablo fue la sinagoga (Hech 14,1), y en Efeso
Pablo hablaba también en la sinagoga (Hech 19,8), luego en un ambiente judío, cuando
pronunció el discurso de Mileto.
b. El testimonio de Lucas sobre los obispos-presbíteros:
San Lucas ofrece en los Hechos de los Apóstoles una exposición acabada, aunque
con variantes personales, sobre qué es el ministerio de los obispos-presbíteros. En primer
lugar, hemos de advertir que en el vocabulario neotestamentario no hay que buscar la
precisión que los términos obispo y presbítero conseguirán con el tiempo.
Así, el ministerio eclesial aparece fundamentado institucionalmente en el Espiritu
Santo, y se propone como finalidad eclesial presidir y defender a la comunidad que le ha
sido encomendada al ministro.
Desde aquí se comprende que Lucas entienda esencialmente el ministerio como un
servicio a la comunidad, a la que sirve predicándole la conversión de los pecados,
proponiéndole la esperanza en la salvación y administrándole el sacramento del bautismo
(Hech 2, 40).
El ministerio, según los datos aportados por Lucas, es una realidad que Pablo y
Bernabé dejaban establecida al frente de cada una de las comunidades nuevamente
establecidas (Hech 14,23), mediante la imposición de las manos a la que acompañan la
oración y el ayuno. El rito de la ordenación, como se comprueba en este texto, se va
ampliando con nuevos elementos significantes nuevos como son la oración y el ayuno.
c. Los obispos presbíteros en el cuerpo paulino
En el cuerpo paulino las referencias a los obispos-presbíteros y a los diáconos
aparecen en varios lugares. Así, en el saludo de la carta a los Filipenses (Fip 1,1), en la 1.a a
Timoteo (1 Tim 3,1-7.8-13; 4,14; 5,17-19) y en la carta a Tito (Tit 1,5.7).
Con respecto al término diácono, hay que advertir que Pablo lo emplea en una doble
variante: en un sentido lato, cuando habla de la prestación de un servicio aunque sin hacer
referencia nominal a un ministerio (1 Tes 3,2, 1 Cor 3,5; 2 Cor 3,6,6,4, 11,13; Rom 15,1, Ef
3,7), y en una acepción estricta, cuando se refiere explícitamente a un ministerio eclesial
(Flp 1,1; 1 Tim 3,8- 13)
En el saludo de Filipenses el texto es muy escueto (Pablo y Timoteo, servidores de
Cristo Jesús, saludan a todos los santos en Cristo Jesús, que se encuentran en Filipos, así
como también a los que presiden la comunidad y a los diáconos); sin embargo, su contenido
es muy amplio. En primer lugar, hay que valorar la claridad con que aparecen nombrados
los obispos y los diáconos. Y con la distinción de los términos se pone de manifiesto la
primera cuestión teológica, ya que Pablo al referirse a los obispos no habla en singular, sino
en plural. Esta manera de expresarse obliga a concluir que con los obispos se trata de un
ministerio que rige colegialmente a la Iglesia.
Un intento de sistematización doctrinal de lo hasta aquí analizado en el Nuevo
Testamento permite concluir que el ministerio de los presbíteros aparece como una
institución apostólica (Tit 1,5), para llegar a la cual se han de poseer determinados
requisitos morales (1 Tim 3,2-7; Tit 1,6-9) y hay que haber recibido la ordenación mediante
la imposición de las manos.
La institución de estos presbíteros, tal y como aparece descrita en el Nuevo
Testamento, se inspira en el consejo de los ancianos de las antiguas instituciones judías.
d. e) El ministerio de los diáconos
a. Práctica de la Iglesia
Se parte del principio que afirma que la iglesia goza de total libertad en el modo de
administrar el orden, mientras en sus determinaciones rituales no afecte a la sustancia del
sacramento (Trento - Pio XII).
Se debe iniciar una reflexión para precisar cómo, desde dicha facultad, la Iglesia ha
practicado y continúa practicando una doble manera de conferir el sacramento del orden:
aquella con la que ordena a los obispos confiriéndoles la plenitud del sacerdocio, y aquella
otra con la que ordena a los presbíteros como verdaderos sacerdotes colaboradores de los
obispos.
Para iniciar, importa precisar aquello que corresponde a la sustancia sacramental del
orden y que, por ser de institución divina, no es susceptible de alteración. Si por vía
negativa hay que descartar todo rito concreto, tanto el de la entrega de los instrumentos
como el de la imposición de las manos, importa precisar por vía positiva en qué consiste la
sustancia del sacramento.
Hay que volver la vista al Nuevo Testamento, donde la institución de los Doce
aparece vinculada al mandato misional que les ha sido otorgado por Jesucristo... desde
aquí se habrá de concluir (como lo hizo el Vaticano II) que, la sustancia del sacramento,
aquello que no puede ser alterado por la Iglesia ni faltar en la ordenación, es la expresión
del mandato misional.
Cualquier signo que emplee la Iglesia para conferir el orden, bien sea la entrega de
los instrumentos o el más antiguo y apostólico de la imposición de manos, ha de expresar
siempre la transmisión de la misión, es decir, la delegación misional que constituye al
ministro en enviado y le capacita para actuar vicariamente en nombre de Jesucristo.
En el hecho de enviar la Iglesia en nombre de Cristo radica por derecho divino
la ordenación sacerdotal. El modo concreto de la administración es accidental y queda
vinculado a la voluntad pedagógica y pastoral de la Iglesia.
Aportación documental-litúrgica de Andrieu
Michel Andrieu, en un precioso trabajo titulado La carriére ecclésiastique des papes
et les documents liturgiques du Moyen Age (en RevSR 3-4 (1947) 90-120), ha puesto de
relieve que durante muchos siglos el proceder normal seguido por la Iglesia de Roma fue
elegir a los Papas de entre los diáconos, manifestando una preferencia por el archidiacono.
En algunos casos, el elegido era ya presbítero, pero jamás obispo, pues tal práctica estaba
formalmente prohibida.
Esta norma se alteró por vez primera el año 882 cuando Marino I, ya obispo de
Cerveteri, fue elegido para la Sede de Roma. A pesar de esta elección de un ya obispo, la
promoción de los diáconos al papado continuó siendo lo normal en la Edad Media.
Tan sólo a partir del siglo XI comienza a tomar cuerpo en el ambiente de la curia
romana el sentimiento de que el presbiterado es el antecedente necesario del episcopado, y
el primer caso que se conoce de un diácono elegido para el pontificado (el 22 de abril de
1073) y que recibió la ordenación sacerdotal (el 22 de mayo) antes que la consagración
episcopal (el 30 de junio) es el de Gregorio VII.
A partir de este hecho, hoy escrupulosamente verificable desde el conocimiento de
las fuentes históricas y litúrgicas, algunos teólogos, entre ellos Congar, han concluido que
la ordenación episcopal es el sacramento por antonomasia.
Planteamiento conceptual de K. Rahner
- Karl Rahner (Libro: La Iglesia y los sacramentos) aborda de modo explícito el
tema que aquí nos interesa sobre la unidad del sacramento del orden y la pluralidad de
ministerios en el mismo. Y a la hora de fundamentar la distinción de la triada ministerial
del episcopado, el presbiterado y el diaconado recurre a la decisión eclesial.
Planteamiento conceptual de K. Rahner
FRANCISCO:
A LOS DIACONOS PERMANENTES DE LA DIÓCESIS DE ROMA (19 de junio
de 2021)
(https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2021/june/documents/
20210519- diaconi.html)
Institución de la nueva comisión de estudio sobre el diaconado femenino (Abril 8 de
2020): La primera comisión de estudio fue creada por Francisco con historiadores, teólogos
y biblistas para estudiar el papel de las mujeres diaconisas en la iglesia primitiva y en el
curso de la historia. Fueron recogidas sus aportaciones pero no hubo un acuerdo que
unificara los criterios de todos los miembros. Esta segunda comisión para estudiar el
diaconado femenino, a diferencia de la primera, se enfocará más en un análisis teológico y
bíblico del papel, servicio y dignidad de las mujeres en los servicios de compartir la Palabra
y organizar la Caridad. Hay que recordar que en el Sínodo Extraordinario para la Región
Panamazónica, los obispos convocados votaron sobre la posibilidad de instituir
"diaconisas" para la región.
Libro: El Diaconado en el pensamiento de Papa Francisco. Una iglesia pobre para
los pobres (Enzo Petronilo-2018): El texto recopila las intervenciones del entonces
Arzobispo de Buenos Aires, sobre el diaconado durante el curso de su ministerio episcopal
en Argentina y aquellas más recientes pronunciadas como Obispo de Roma.
CAPÍTULO IV EL MINISTRO Y EL SUJETO DEL SACRAMENTO DEL
ORDEN
1. I EL MINISTRO DEL ORDEN
Según la actual legislación de la Iglesia en el Código de Derecho Canónico, el
obispo consagrado es el único ministro de la sagrada ordenación (Can 1012). De esta regla
jurídica se puede decir que recoge la que ha sido norma general en el proceder de la Iglesia.
Sin embargo, como quiera que a lo largo de la historia se han dado situaciones que
parece no han concordado con esta norma legal. Resulta imprescindible asomarse a los
momentos históricos en los que de alguna manera parece detectarse este comportamiento
extraordinario:
a) las bulas papales del siglo XV sobre el ministro de las órdenes mayores, y
b) el comportamiento del Vaticano II sobre el ministro de la ordenación episcopal.
a) Las bulas papales del siglo XV sobre el ministro de las órdenes mayores
Entre los medievales se adoptó como teoría canónica que cada cual, previa dispensa
del Papa, podía conferir el orden que había recibido... la historia permite comprobar
algunas situaciones en que la iglesia ha concedido a determinados presbíteros administrar
las órdenes mayores, incluso el presbiterado.
Según aduce Fransen, Casiano fue ordenado por el sacerdote Pafnucio en Egipto, y
el presbitero Willehad, en pleno siglo VIII, fue encargado por el emperador Carlomagno
para que ordenase sacerdotes en los territorios misionales de Frisia y de Sajonia. Estos
hechos, sumidos en las profundidades de la incipiente Edad Media, se ofrecen envueltos en
sombras que no permiten sacar una conclusión cierta
Sin embargo, otro es el caso cuando las fuentes aparecen reconocibles y cercanas,
como en el caso del siglo XV cuando tres papas distintos concedieron a diferentes
presbiteros la facultad de conferir las órdenes mayores, incluido el presbiterado
(estudiados por el jesuita Hocedez, 1924; también por el P. Congar, 1948; Journet;
Lennerz).
El papa Bonifacio IX (1356-1404) concedió al abad agustino de Santa Osytha, en
Essex, diócesis de Londres, la facultad de ordenar de diácono y de presbítero a sus monjes.
Este privilegio fue derogado tres años después, no por motivos teológicos, sino por la
reclamación del obispo de Londres, quien con tal privilegio vela conculcados sus derechos
de patronato y su jurisdicción sobre la abadía (DS 1145 -Bula Sacra religionis)
Martín V en 1427, en la que concede al abad del monasterio cisterciense de
Altzelle, en Sajonia, la facultad de conferir todas las sagradas órdenes (DS 1290-Bula
Gerentes ad vos).
Inocencio VIII en 1489, en la que concede al abad del monasterio cisterciense de
Citeaux poder ordenar a sus monjes de subdiácono y de diácono (DS 1435- Bula Exposcit
tuae devotionis).
Un grave problema de teología ha sido planteado, escribe el P. Hocedez, pues se
trata de saber si un simple presbítero con dispensa papal puede administrar el sacramento
del orden, en concreto el presbiterado.
El P. Congar, partiendo de estos datos, y tras haber aceptado la legitimidad de los
documentos, concluye afirmando que no se trata de una mera comunicación de la
jurisdicción, sino de un acto excepcional litúrgico por el cual la Iglesia determina ciertas
acciones sacramentales y cultuales.
Otro teólogo que ha tenido presente la temática emanada de las bulas ha sido
Journet, quien, apoyándose en el pensamiento del P. Lennerz, admite que un sacerdote
delegado por el Papa puede conferir el presbiterado, aunque no obstante mantiene que la
diferencia entre el obispo y el presbítero es de derecho divino
El P. Lennerz, por haber tratado el tema dentro de un manual de teología sobre el
sacramento del orden, ha estudiado la cuestión con minuciosidad académica y termina
afirmando que por la concesión del Sumo Pontífice el presbítero puede ser el ministro de la
ordenación del diácono y del presbítero.
Antes de formular la conclusión debemos tener presentes dos circunstancias. La
primera, que las bulas han sido recogidas en el Enchiridion (DS 1145, 1290 y 1435), y
aunque se trata de una mera reproducción, no se le puede quitar importancia al hecho de
que hayan sido admitidas en una colección de autoridades dogmáticas.
Y la segunda, que el cardenal Konig en su Relatio a los Padres conciliares en el
Vaticano II admitió la ordenación de presbíteros por presbíteros, aunque la calificó de
cuestión oscura.
En concordancia con la casi totalidad de los autores contemporáneos, lo prudente
es admitir que el presbítero, por concesión papal, puede ser ministro extraordinario
del sacramento del orden, incluido el presbiterado. Así lo enseñó implícitamente el
concilio de Florencia (DS 1326) cuando propuso que el ministro ordinario del orden es el
obispo. Al mencionar al obispo como ministro ordinario admitía al ministro extraordinario,
que no podía ser otro que el presbítero.
b) El comportamiento del Vaticano II sobre el ministro de la ordenación episcopal
El número 21 de Lumen gentium termina con la siguiente proposición: «Es de los
obispos acoger en el cuerpo episcopal, por el sacramento del orden, a los nuevos elegidos.
Según esta formulación conciliar, corresponde a los obispos ordenar a los nuevos obispos,
pero esta proposición tuvo su historia en el seno del Concilio.
A lo largo de las relaciones, tanto en el aula como a nivel de comisión doctrinal, la
ordenación episcopal aparecía siempre propuesta como un quehacer ministerial restringido
a los obispos... el textus emendatus, el que votaron los Padres capítulo a capítulo después
de haber escuchado la famosa relación de Konig y de Parente, decía que los obispos
solamente-soli episcopi-pueden por medio del sacramento del orden asumir a los nuevos
elegidos en el cuerpo episcopal (formulación restrictiva).
Pero antes de la votación solemne se hicieron enmiendas al texto... haciendo
desaparecer el carácter restrictivo de la ordenación vinculada a los obispos y aceptar el
indeterminado es de los obispos.
Betti hace notar sagazmente que con esta fórmula se afirma de hecho la
competencia de los obispos para ordenar a los nuevos obispos, aunque también se reconoce
que no es exclusiva de ellos.
2. II. SUJETO DEL ORDEN
El varón, sujeto de la ordenación. El Código de Derecho Canónico propone que la
ordenación sagrada tan sólo la puede recibir válidamente un varón que esté bautizado (Can.
1024: «Sacram ordinationem valide recipit solus vir baptizatus»). Sobre esta norma
canónica no se reconoce excepción alguna en la historia de la Iglesia. Tan sólo en
ambientes heréticos se han formulado proposiciones en contra, como ocurrió entre los
valdenses, cuando hacían depender la potestad sacerdotal del mérito personal y no del
oficio recibido mediante la ordenación. Por lo que cualquiera, incluidas las mujeres, a partir
de su bondad personal, era considerado vicario de los Apóstoles.
Mediante esta legislación canónica, la Iglesia pone de manifiesto que el sujeto del
orden es un varón bautizado. Pero hay que tener en cuenta que quien se ordena es una
persona que ha de responder libremente a la llamada vocacional y ha de estar capacitada
para emitir su respuesta: por ello la Iglesia ha promulgado en su legislación una serie de
normas que afectan a la capacidad del sujeto que ha de recibir la ordenación.
La Iglesia, al determinar en sus normas las condiciones físicas, intelectuales y
morales que han de acompañar al candidato a las órdenes sagradas, no hace más que
traducir al actual lenguaje jurídico las condiciones que en las Cartas Pastorales se exigen
tanto para el obispo-presbítero (1 Tim 3,2-7) como para el diácono (1 Tim 3,8-12). Y con
este comportamiento, la Iglesia está procurando que el sujeto que ha de ser ordenado reúna
en sí aquellas condiciones que le capaciten para ser un instrumento idóneo en manos de
Jesucristo, en cuyo nombre y representación ha de actuar.
¿ES POSIBLE ORDENAR A LA MUJER?
En nuestros días, y como consecuencia de la reconsideración de la mujer que se está
obrando en muchos ambientes de la sociedad, se ha suscitado un movimiento teológico en
favor de su ordenación sacerdotal.
a. Planteamiento histórico
Antes de tratar directamente la posibilidad de la ordenación de la mujer desde una
perspectiva estrictamente teológica y sacramental, es conveniente reconstruir las
circunstancias que han ido configurando esta nueva cuestión.
Y, como dato de obligada referencia histórica, proponemos en primer lugar la
declaración inter insigniores, de la Sagrada Congregación de la Fe, firmada el 15 de
octubre, fiesta de santa Teresa de Jesús, de 1976, y publicada el 27 de enero de 1977.
-Septiembre de 1958, la iglesia luterana de Suecia determinó admitir a las mujeres
al ministerio de pastor
1971 y en 1973 el obispo anglicano de Hong Kong ordenó a tres mujeres con el
consentimiento del sínodo de aquella Iglesia local.
1974, cuando los episcopalianos de Filadelfia ordenaron once mujeres, pero dicha
ordenación fue declarada inválida por la Cámara de los Obispos, órgano supremo de
gobierno en aquella iglesia.
1975, el Sínodo General de la iglesia anglicana de Canadá propuso que se admitiese
como válida la ordenación de la mujer. Escasamente un mes después, concretamente en
julio del mismo año, el Sínodo General de la Iglesia anglicana de Inglaterra hacia suya la
misma propuesta.
Este comportamiento de la Comunión anglicana dio pie a un cruce de cartas entre el
Dr. Cogan, Arzobispo de Cantorbery, y Pablo VI, que conviene reconstruir.
La nueva idea se concretaba, en expresión de la máxima autoridad anglicana, en que
no existen objeciones fundamentales, en el terreno de los principios, que se opongan a la
ordenación sacerdotal de la mujer.
A la notificación del Arzobispo de Cantorbery contestó Pablo VI el 30 de
noviembre y, tomando postura ante la afirmación propuesta como noción fundamental,
escribe:
«La Iglesia católica sostiene que no es admisible ordenar mujeres para el
sacerdocio por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el
ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles sólo
entre varones; la práctica constante de la lglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo
varones; y su viviente magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de
las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para la Iglesia» (Las cuatro
cartas aparecen traducidas en L'Osservatore Romano, edición en castellano, del 5 de
septiembre de 1976, p.9 (409)).
En este diálogo entre el Arzobispo de Cantorbery y el Papa se han puesto de
manifiesto los dos puntos de vista enfrentados, y mientras para los anglicanos no existen
razones fundamentales en contra de la ordenación de la mujer, para la Iglesia católica sí que
existen.
El comportamiento que el Arzobispo de Cantorbery había insinuado en su primera
carta ha ido creciendo, y, recurriendo a motivos de índole sociológica, se ha querido ver en
el hecho de no ordenar a la mujer un testimonio que evidencia la marginación que
secularmente ha padecido en la Iglesia. Este es el panorama conceptual que se ha ido
diseñando en torno a la ordenación de la mujer, y que ha sido refrendado en el seno de la
iglesia anglicana, desde el momento que ha concedido la ordenación sacerdotal a las
mujeres.
Ante tal modo de proceder, la iglesia católica por la carta apostólica de Juan Pablo
II ha reafirmado el firme y claro pensamiento de Pablo VI (Carta Apostólica sobre la
ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres, 1994).
b. Pensamiento teológico sobre la mujer
Como quiera que lo que se trata de discernir en este momento es el lugar posible de
la mujer en la iglesia ejerciendo el ministerio sacerdotal, hemos de tener en cuenta las
palabras de Juan Pablo II que dicen: «La meditación sobre los fundamentos antropológicos
y teológicos de la mujer debe iluminar y guiar la respuesta cristiana a la pregunta, tan
frecuente, y a veces tan aguda, acerca del espacio que la mujer puede y debe ocupar en la
iglesia y en la sociedad (Christifideles laici 50).
Para plantear una reflexión que, a partir de la teología, nos permita describir una
consideración seria y ponderada sobre la mujer, hay que comenzar precisando que la
razón sexuada del hombre y de la mujer es un dato constitutivo en la especie humana,
dentro de la cual se realiza la propia realidad personal del Individuo. El yo de cada
uno, el yo del hombre y el de la mujer, es un yo concretado por el sexo y que se realiza de
un modo peculiar desde el mismo.
A partir del Génesis, existe una identidad y una diferencia entre el hombre y la
mujer. Identidad sustancial en cuanto uno y otra son imagen de Dios; diferencia cualitativa
en cuanto desde el sexo él es macho y ella es hembra.
San Pablo propone en dos ocasiones que el hombre es la cabeza de la mujer (1 Cor
11,3.12; Ef 5.23.). ¿Se trata de establecer como ley cristiana la subordinación de la mujer al
hombre?
En 1 Cor san Pablo establece ciertamente un orden de subordinación desde la
precedencia, aunque no de subordinación peyorativa. Cristo aparece subordinado a Dios, el
hombre a Cristo, y la mujer al hombre. Si para Cristo y el hombre no es pevorativa la
subordinación, tampoco lo es para la mujer... La igualdad interpersonal ha quedado
perfectamente establecida en este texto paulino.
Hay un texto en san Pablo que merece especial atención. Se trata de aquel en que
manda que las mujeres callen en las asambleas porque no les está permitido tomar la
palabra, y si quieren saber algo, que lo pregunten a sus propios maridos en casa (1 Cor
14,34-35). Exegéticamente no resulta fácil comprender este mandato paulino si se tiene en
cuenta que en otro lugar de esta misma carta (1 Cor 11.5) ha admitido que la mujer ore y
profetice en la asamblea, con tal que lo haga con la cabeza cubierta.
Para reforzar la aceptación por Pablo del profetismo de la mujer en la asamblea, hay
que recordar que a lo largo de la Sagrada Escritura no son pocas las mujeres que han
aparecido ejerciendo el don del profetismo: María (Ex 15,20)-Débora (Jue 4,4-5)-Julda (2
Re 22,14-20)-Ana (Le 2,36-38)- Hijas de Felipe (Hech21.9)...
Pablo, al prohibir que las mujeres hablen en la asamblea, lo único que pretendía era
poner un poco de orden en unas reuniones que, según el testimonio del mismo Apóstol, no
siempre discurrían con la ejemplaridad que fuera de desear.
c. La mujer en la liturgia
A partir de la doctrina sobre el sacerdocio común de los cristianos, expuesta con
tanta precisión por el Concilio Vaticano II, parecería lógico que la mujer tuviese en el altar
las mismas atribuciones que el varón, salvo aquellas que son estrictamente sacramentales y
ministeriales. Sin embargo hay que reconocer que no ha sido así, pues se han dado
restricciones y aperturas para servir o no en el altar
En la instrucción Immensae caritatis se le permite a la mujer ser ministro
extraordinario de la comunión. Una interpretación auténtica de la Santa Sede ha abolido
estas leyes en lo que tienen de restrictivas, y ha permitido al obispo diocesano que, oída la
Conferencia episcopal, pueda conceder que la mujer sirva al altar igual que lo puede hacer
el varón seglar, siempre que no se trate de los ministerios laicales.
Se formuló una pregunta a la Comisión Pontificia del Código de Derecho
Canónico a partir del canon 230, que legisla que todos los seglares, con el pertinente
encargo, pueden ejercer una serie de ministerios como el ser lectores, cantores e incluso, si
la necesidad lo requiere, poder presidir la oración de los fieles, bautizar y administrar la
comunión. El parágrafo segundo del canon habla de los laicos en general, y a partir de esta
formulación se preguntó si los laicos, hombres o mujeres, pueden ser admitidos al servicio
del altar. La respuesta fue afirmativa.
Esta disposición, aunque a simple vista pueda parecer insignificante, tiene una densa
carga de significación por cuanto permite establecer la igualdad litúrgica entre el
hombre y la mujer a partir del sacerdocio común de los fieles
Al no haber ya órdenes menores, el mismo papa determina en 1972 organizar los
ministerios no vinculados al sacramento del Orden y mediante el Motu proprio Ministeria
quaedam estableció el lectorado y el acolitado como ministerios laicales. En virtud de ella
la Iglesia ha venido confiando a laicos (no clérigos), mediante un rito llamado 'institución,
el ministerio estable del lectorado con funciones de preparar a los fieles para la liturgia y
los sacramentos, además de proclamar los textos de la sagrada Escritura en la celebración.
Del mismo modo se le confía al acólito la función de ayudar al sacerdote a preparar el altar
para la misa y distribuir la Comunión.
La aplicación del Motu proprio de Pablo VI se vio constreñida por dos barreras, en
primer lugar, dejaba de lado a la mitad de los fieles laicos, pues lectorado y acolitado solo
se les podía confiar a los varones. De otra parte, estos ministerios laicales' no lograban
desprenderse del todo de la clericatura, pues se les confiaba a quienes avanzaban hacia el
diaconado o el presbiterado.
A los organismos rectores de la iglesia les ha costado admitir a la mujer en el altar.
El Misal Romano (libro que rige la celebración de la misa) en la edición de 1969
determinaba que la dignidad de la sagrada Escritura pedía que en la nave de la iglesia
hubiese un lugar reservado para proclamar los textos de la Biblia en la celebración: el
ambón; pero si era una mujer quien proclamaba las lecturas, ella debería leer desde un sitio
fuera del presbiterio (IGMR, 68, en la edición de 1969).
Esta recomendación fue retirada en la edición de 1975.
Aún en 1980 la congregación para los Sacramentos y el Culto divino prescribía que
durante la celebración de la misa las mujeres no podían ejercer ministerio alguno en el altar
(instrucción inaestimabile donum, n. 18).
Con el motu proprio "Spiritus Domini" (Enero 10 de 2021), que modifica el
primer párrafo del canon 230 del Código de Derecho Canónico, el Pontífice establece, por
tanto, que las mujeres pueden acceder a estos ministerios y que se les atribuye también
mediante un acto litúrgico que las Institucionaliza.
Francisco especifica que quiso aceptar las recomendaciones que surgieron de varias
asambleas sinodales, escribiendo que "se ha alcanzado en los últimos años un desarrollo
doctrinal que ha puesto de relieve cómo ciertos ministerios instituidos por la Iglesia tienen
como fundamento la condición común de los bautizados y el sacerdocio real recibido en el
sacramento del bautismo". Por lo tanto, el Papa nos invita a reconocer que estos son
ministerios laicos "esencialmente distintos del ministerio ordenado recibido en el
sacramento del Orden".
La nueva formulación del canon reza: "Los laicos de una edad y unos dones
determinados por decreto de la Conferencia Episcopal podrán ser empleados
permanentemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y
acólitos". Por lo tanto, se suprime la especificación "del sexo masculino" que se refería a
los laicos y que estaba presente en el texto del Código hasta la modificación de hoy.
Francisco, en su carta al cardenal, después de recordar en las palabras de San Juan
Pablo II que "con respecto a los ministerios ordenados la Iglesia no tiene en absoluto la
facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres", añade que "para los ministerios
no ordenados es posible, y hoy parece oportuno, superar esta reserva". El Papa explica que
"ofrecer a los laicos de ambos sexos la posibilidad de acceder a los ministerios de Acolitado
y Lectorado, en virtud de su participación en el sacerdocio bautismal, aumentará el
reconocimiento, también a través de un acto litúrgico (institución), de la preciosa
contribución que desde hace tiempo muchísimos laicos, incluidas las mujeres, ofrecen a la
vida y a la misión de la Iglesia". Y concluye que "la decisión de conferir estos cargos, que
implican estabilidad, reconocimiento público y el mandato del obispo, también a las
mujeres hace más efectiva la participación de todos en la labor de evangelización de la
Iglesia".
La medida viene después de una profundización de la reflexión teológica sobre
estos ministerios. La teología posconciliar ha redescubierto de hecho la relevancia del
Lectorado y el Acolitado, no sólo en relación con el sacerdocio ordenado, sino también y
sobre todo en referencia al sacerdocio bautismal. Estos ministerios forman parte de la
dinámica de colaboración recíproca que existe entre los dos sacerdocios, y han puesto de
relieve cada vez más su carácter propiamente "laico", vinculado al ejercicio del sacerdocio
que pertenece a todos los bautizados como tales.
d. Proposiciones papales sobre la ordenación de la mujer
De manera directa, la Santa Sede ha expuesto su pensamiento acerca de la
ordenación de la mujer en tres ocasiones distintas; en las dos cartas de Pablo VI al
Arzobispo anglicano de Cantorbery, en la declaración inter insigniores de la Sagrada
Congregación de la Fe, y en la carta apostólica de Juan Pablo
Tomando como punto de partida el pensamiento de Pablo VI, hay que proponer que
la iglesia rechaza la ordenación de la mujer por una razón en si misma fundamental, y esta
es que Cristo escogió a sus Apóstoles tan solo entre los varones y que la práctica constante
de la Iglesia se ha mantenido siempre fiel al comportamiento inicial del Señor. Estas dos
razones son las que se repetirán y se analizarán, ampliándolas, en los restantes documentos
oficiales de la Iglesia católica.
La Iglesia apela una y otra vez a esta fundamentación y confiesa que quiere
permanecer fiel al tipo de ministerio sacerdotal deseado por el Señor, Jesucristo, y
mantenido cuidadosamente por los Apóstoles... rechaza que se pueda probar de modo
categórico que Jesucristo procedió impulsado por motivaciones meramente socio-culturales
cuando no admitió a la mujer al apostolado. Según el parecer de la Sagrada Congregación,
Jesucristo obró motivado por un mero acto de su propia voluntad libre al llamar a los que él
quiso para enviarles a predicar... inter insigniores apostilla que la Iglesia sigue esta práctica
porque la considera conforme con el plan dispuesto por Dios para su Iglesia.
El hecho de la fidelidad de la Iglesia a la voluntad institucional de Jesucristo, al
llamar sólo a los varones para el ministerio apostólico, ha de ser valorado teológicamente
con el reconocimiento de estar ante una cuestión que afecta a la misma substancia del
sacramento, sobre la cual la Iglesia reconoce no tener potestad alguna.
En torno a esta idea se expresa Von Balthasar en estos términos «La intrinseca
referencia del ministerio sacerdotal al varón en una historia ininterrumpida de dos mil años
muestra con suficiente claridad que la Iglesia la incluye en la substancia que le fue dada
desde su misma fundación». Si esta proposición se entiende a la luz del magisterio de la
Iglesia en Trento, se ha de concluir que el sujeto de la ordenación, por afectar a la
substancia del sacramento, no puede ser alterado por la Iglesia, que no tiene potestad para
ello.
En una línea de pensamiento afín con la recién expuesta de Von Balthasar, aunque
desde otra perspectiva conceptual, Ratzinger escribe «El sacerdocio es un sacramento Esto
significa que no se trata de una profesión que está a disposición de la "institución" Iglesia,
sino que es algo previo a ella, de lo que no puede disponer a su antojo». Los límites que la
Iglesia tiene ante los sacramentos son aquellos que le vienen impuestos desde la misma
determinación de Jesucristo al instituirlos, y la determinación del varón como sujeto del
orden es reconocida por la Iglesia como una cualidad inherente a la misma substancia del
sacramento y por ello inalterable.
Desde aquí han de entenderse las palabras de Juan Pablo II al terminar su carta
apostólica, y al proclamar que la ordenación es exclusiva de los varones. Dada la fuerte
expresión literaria de tipo jurídico con que cierra la reflexión, la damos literalmente. Dice
así:
«En virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la
Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las
mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la
Iglesia».
LUIS F. LADARIA, S.I.
PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE A
PROPÓSITO DE ALGUNAS DUDAS ACERCA DEL CARÁCTER DEFINITIVO DE
LA DOCTRINA DE ORDINATIO SACERDOTALIS
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta a una duda sobre la
enseñanza de la Ordinatio sacerdotalis, ha confirmado que se trata de una verdad que
pertenece al depósito de la fe.
En este sentido, es motivo de gran preocupación ver que surgen en algunos países
voces que cuestionan el carácter definitivo de esta doctrina. Para sostener que esta doctrina
no es definitiva, se argumenta que no se definió ex cathedra y que, por tanto, una decisión
posterior de un futuro Papa o Concilio podría revocarla. Al sembrar estas dudas se crea una
seria confusión entre los fieles, no solo sobre el sacramento del Orden como parte de la
constitución divina de la Iglesia, sino también sobre el Magisterio ordinario, que puede
enseñar de manera infalible la doctrina católica.
3. CONCLUSIÓN
La conclusión queda claramente expuesta al decir que la mujer no es sujeto de la
ordenación ministerial, ni como presbítero ni, mucho menos, como obispo. Esta
determinación de la Iglesia, que se fundamenta en el derecho divino manifestado en la
institución del sacramento del orden, ¿no es un ultraje a la mujer?
La Iglesia ha salido al paso de esta supuesta cuestión, y, superando todo
subjetivismo, ha distinguido entre función ministerial y honor personal. Con respecto a la
funcionalidad del ministerio ha propuesto en la Declaración inter insigniores: «El
sacerdocio no es conferido como un honor o ventaja para quien lo recibe, sino como un
servicio a Dios y a la Iglesia». Esta doctrina, que tiene en sí un valor absoluto y no sólo
circunstancial al tomar en consideración a la mujer como posible sujeto del sacramento del
orden, ha sido reforzada por Juan Pablo II cuando, de manera concisa y a la par repleta de
doctrina, ha enseñado que los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros,
sino los santos.