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MÉXICO • 2016
COMISIÓN DE EDUCACIÓN CÍVICA Y CAPACITACIÓN
Presidenta
Olga González Martínez | Consejera electoral
Integrantes
Yuri Gabriel Beltrán Miranda | Consejero electoral
Gabriela Williams Salazar | Consejera electoral
Edición
Coordinación editorial: María Ortega Robles, coordinadora editorial
Diseño y formación: Kythzia Cañas Villamar, analista diseñadora
Corrección de estilo: Susana Garaiz Flores, analista correctora de estilo
Ilustración: Paulina Barraza
Autores
Diego Silvano Ruiz Betanzos • Luis Felipe Aguilar Olguín • Montserrat Martínez López • David Ramírez
Cacho • Sinead Engel Moreno Ortiz • Mayra Rebeca Guillermo Peña
Jurado calificador
Roxanna Erdman, Gabriela Damián Miravete y Antonio Malpica Mauri, coordinadores, con el apoyo de
la Escuela Mexicana de Escritores
www.iedf.org.mx
Impreso y hecho en México.
Lo expresado en esta obra es responsabilidad exclusiva de los autores.
Ejemplar de distribución gratuita, prohibida su venta.
Mi máximo triunfo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Luis Felipe Aguilar Olguín
Se vale enamorarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Montserrat Martínez López
Tercera categoría
(De 15 a 17 años)
Tocayo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Sinead Engel Moreno Ortiz
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porque, aunque suene extraño, en ese lugar se habla otro ehcarps
que no es el nuestro.
Todo allá suena tan diferente y tan raro y tan… aaaaah, increí-
ble. Sólo espero que ya sea mañana, entre más rápido mejor será
para mí, ya quiero conocer todo sobre ese lugar, aunque me siento
algo mal por mi eilimaf. Cuando se enteraron de mi viaje se preo-
cuparon mucho, mi retav me regaló su trewhcs favorita, mi rettum
se puso a tirar lágrimas por mi partida; en cambio… mi reregnüj
redurb… se puso a gritar de felicidad, decía que tenía nuevo cuarto
para dormir e invitar a sus amigas y… ña, cosas de nehcdäm.
En fin, ahora es hora de ir a “momir” ¿o era “comir”? No…
era, a ver… ah, ya: “dormir”. Es hora de dormir porque mañana
partimos al viaje de exploración.
Bitácora 001, se despide Rulf desde la habitación 58-3.
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—Mira qué tetlarev estructura –dijo un compañero de viaje–.
Seguro que los etuel de este lugar son unos netoidi.
—No digas eso –contesté yo–. Yo creo que es hermoso, tú eres
el netoidi al no apreciar las diferencias de este lugar.
Él era Tosk. No será importante contar de él, sólo diré que se
unió al final al viaje e irá cerca de donde yo me iba a hospedar
durante el mismo. Es un gran nrebla; él creía que esta clase sería la
más fácil y por ello se anotó, pero es el peor de todos; sólo porque
el viaje es obligatorio vino, si no, estaría en su suah sin molestar a
nadie.
Ya falta poco para que lleguemos a mi parada; cada vez más
cerca de llegar a Nova Llork. Me muero por llegar.
Bitácora 002, se despide Rulf desde el cielo de U. S. A.
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“mascosas” o “masotas”, pero las llama más por el eman de Fé-
lix, Jimmy, Puqui y Toby.
De ahí pasamos a la cocina. —Es algo pequeña, pero útil cuan-
do se vive sola. –Cielos, no pensé que fuera así, pensé que para
ser tan retieh tenía a alguien con ella–. Éste es mi cuarto, donde
vas a dormir conmigo… ¡digo, no conmigo de conmigo!, e…en
mi cama, sino en ese colchón de ahí. –Ja, no entendí la confusión,
pero creo que fue gitsul. A veces me confunde tanto lo que aquí
ocurre; este lugar es tan raro, pero trato de entender todo lo que
aquí ocurre; después de todo, a eso me enviaron aquí.
Bitácora 003, se despide Rulf desde el cuarto de Zoe.
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¡Woaw!, no sabía que aquí también escribían sus bitácoras. Zoe
tenía muchas páginas de “diario”. En las más recientes habla de
mí, diciendo que ella estaba muy emocionada porque estuviera con
ella, que era un poco “raro”, pero agradable y que le gustaba estar
conmigo… pero… sólo hubo una cosa que no entendí…
¿Qué ellöh es estar “enamorada”?
Bitácora 005, se despide Rulf desde el cuarto de Zoe.
Querido diar...
Bitácora 007, febrero
Hoy salí con Zoe a dar un paseo por el parque y me mostró una
costumbre muy peculiar de ahí… ¡el patinaje! Es lo más divertido y
raro que he visto y probado. Primero te pones unos zatapos… ¡per-
dón!, zapatos con ruedas en las plantas, y luego viene lo divertido:
¡andas con ellos! ¡Es una sensación increíble! Cada que intentas
dar un paso te resbalas como si fuera eenhcs… digo, nieve, y se
siente tan curioso. Creo que es muy especial todo lo que hay aquí;
a pesar de todas las diferencias que tiene con el lugar de donde
vengo, es lo más lindo que he visto.
Poco después me topé con Tosk, ¿se acuerdan de él? Bueno,
me vio patinar con Zoe y se acercó a hablar conmigo; nos fuimos a
un lugar más privado y comenzamos a hablar.
—¡¿Qué ellöh estás haciendo?! –me gritó Tosk– Debíamos
aprender sobre ellos, no volvernos ellos, netoidi.
—Sólo pasaba el rato con mi amiga.
—¿”Anija”?, ¿qué es…? Eres diferente a ella, no te ettib ni de
seguro tú le ettib a ella –él me replicó–. Mmm… mira nos enviaron
aquí por una razón, para saber de ellos, porque son crueles con los
que son hcildeihcsretnu. Sólo te estoy neigetorp.
Yo no le creo ni una palabra de lo que dice, pero… ¿si es cier-
to?, ¿y si en verdad no le agrado, sólo por ser “diferente”?
Buenas noches, “querido diario”.
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12 de febrero
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16 de febrero
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20 de febrero
Querido diario, hoy me casi me ganan los nervios, pero fui más
fuerte que mis debilidades e invité a Zoe a una cita. Las citas son un
ritual de aquí, que consiste en invitar a una persona que te gusta a
un lugar. Tal vez se parezca a lo que hicimos hace cuatro días, pero
aquí es una relación más formal; aunque suena raro, yo no veo la
diferencia. Le dije a Zoe que si quería ir a un baile que se iba a reali-
zar esa noche en el parque de la gran manzana, y ella se emocionó
mucho; dijo que nos veíamos ahí a las siete de la noche, porque
tenía que alistarse.
Al llegar ahí se veía tan hermosa, con un vestido rojo; parecía
un radiante rubí entre todos. Al principio estaba nervioso, tuve que
pasar todo el día de ayer ensayando, porque no sabía bailar, pero
al final todo salió bien.
En un punto del baile accidentalmente Zoe se resbaló con su
vestido y cayó al suelo; por suerte logré atraparla y cayó en mis bra-
zos. En ese momento el universo se detuvo, los dos estábamos muy
extrañados, sólo nos veíamos uno al otro, lo juro, podía ver su alma
a través de sus ojos, era bellísima, como un ángel de la guardia que
venía a protegerme sólo a mí y sin pensarlo el mayor acto de amor
se presentó entre los dos. No resisto más, tengo que decirle.
Buenas noches, “querido diario”.
16
26 de febrero
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Mi máximo triunfo
Segunda categoría
Segundo lugar
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podía ser que me promovieran en el trabajo? Pues llegó ese día.
¡Soy la nueva gerente del área de mercadotecnia de mi empresa!,
¿acaso no te da gusto?
En ese momento sentí como si todos los zombis de Guerra
Mundial Z se me vinieran todos juntos. Claro que no era una bue-
na noticia; era buena para ella, pero para mí nunca; eso implicaba
mudarnos a la Ciudad de México y dejar mi tan querida escuela,
donde todo mundo me quería, porque fui a esa escuela desde
maternal y ahora después de diez años tendría que empezar de
cero. Claro que por supuesto que no era una buena noticia, pero
volviendo a lo de mi madre, ella esperaba una respuesta de mi
parte y por supuesto no le iba a amargar su felicidad, por lo tanto
le dije: —Claro que estoy contento, nada más que me cayó de
sorpresa, pero sólo eso.
—Bueno, y es por eso que te compré este regalo, pero no lo
abras hasta que lleguemos a casa, ¿está bien?
—Pues ¿ya qué?, no tengo otra opción, ¿o sí?
Nos subimos al coche y la curiosidad por saber qué era mi re-
galo se hacía cada vez más grande. ¿Acaso será el nuevo X Box
One con sus respectivos juegos o ¡ya sé!, una lap o una tablet.
Eran unas ganas enormes de abrirlo. Total, de todos modos me iba
a tener que mudar a la ciudad y dejar todo lo que había logrado y
sobre todo a mis amigos; ella tenía que lucirse con mi regalo para
poder pagar sus culpas.
Por fin llegamos a la casa y entrando boté mi mochila y le arre-
baté el regalo para abrirlo y mejor ni lo hubiera hecho, parecía que
su regalo era una burla. En cuanto lo vi lo arrojé por la ventana
que daba al patio y me subí llorando a mi habitación. Ella tocó has-
ta cansarse, pero yo nunca le abrí, así que me dijo al otro lado de la
puerta: —De haber sabido que te ibas a poner así no hubiera acep-
tado el trabajo.
—No es lo del trabajo, sino tu tonto regalo, mejor no me hu-
bieras comprado nada –le grité tan enojado como nunca lo había
hecho.
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—¿Pero qué tiene de malo un balón de futbol? Yo lo compré
porque ahora que vayas a la nueva escuela de la ciudad tendrás
que hacer nuevos amigos y yo sé que a todos los chicos de tu edad
les gusta ese deporte; por lo tanto, si tú aprendes a jugar futbol
lograrás más rápido hacer amigos, ya lo verás.
—Sí, cómo no, si es tan fácil jugar futbol, no inventes y mejor
vete antes de que ya no me quiera ir contigo a la ciudad.
Pasaron sólo quince días cuando ya estábamos en la nueva casa
y al día siguiente iba a entrar a mi nueva escuela. Estaba súper ner-
vioso, recuerdo que esa noche no pude dormir nada más de pensar
qué clase de compañeros me iban a tocar, con eso de que en las
noticias siempre hablan de que en la Ciudad de México hacían mu-
cho bullying, estaba aterrorizado.
Pues llegó el día, me paré muy temprano para desayunar, mi
madre me dijo que todo iba a salir bien para los dos, que siempre
los cambios eran buenos, que sólo me sintiera seguro de quién era
y de lo que era capaz de hacer por mí solo, y que eso lo iba a pro-
yectar. Me dio un beso en la frente y me bajó en la entrada de la es-
cuela y entonces le dije: —¿Qué no me vas a acompañar a entrar?
—No.
—Mala madre, ya te dije que un día me iré a quejar al dif por
tus malos tratos.
—Anda ve, pero no te vayas a tardar, que cierran temprano,
¿de acuerdo? Te quiero mucho, hermoso, te cuidas.
Fue todo lo que se le ocurrió decirme y se fue a su nuevo trabajo,
mientras que yo no sabía si entrar o comenzar mi nueva vida siendo
un niño rebelde y no entrar a la escuela; pero para mi mala suerte ya
me había visto la prefecta de la puerta y me dijo: —De seguro tú eres
Maximiliano, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabe?
—Lo sé porque tu mami nos dijo que hoy ibas a entrar. Bienve-
nido, te voy a enseñar cuál es tu salón. Ven, te ayudo.
—No, gracias, yo puedo. Sólo dígame a dónde tengo que entrar
y yo iré. ¿Está bien?
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—Bueno, si es así, ve al Primero “B”, ése será tu salón.
Y pues busqué mi nuevo salón y, como me tardé, pues ya ha-
bían comenzado la clase de español. Toqué y el profesor salió a
abrirme. —¿Sí?, dígame en qué le puedo servir, joven; llega usted
cinco minutos tarde. ¿Qué no le han dicho que a mi clase nadie
llega tarde?
—Disculpe; es que yo no sabía que aquí los primeros grados
están hasta el último piso. En mi antigua escuela eran en el primer
nivel; es por eso que perdí tiempo.
—No se preocupe; sólo por hoy se lo pasaré. Pase usted y tome
la banca del fondo, junto a la ventana.
Pero por qué habiendo dos lugares al frente me mandó precisa-
mente al fondo, para que todos pudieran barrerme de arriba abajo
y a su gusto en lo que yo terminaba de pasar por todo el pasillo lle-
no de mochilas tiradas y con las cuales por poco me caía. Y ahí fue
donde conocí por primera vez a mi peor enemigo, Luciano Ramírez,
el clásico “todo mundo me tiene miedo” y “yo sólo hago lo que
quiero”. —¿Qué no te fijas, nuevo?, pisaste mi mochila.
—Perdón. no era mi intención.
Me senté y tomé la clase de español. Al salir el profesor, una
niña se me acercó: —¡Hola! Me llamo Carmen, ¿y tú?, ¿cómo te
llamas?
—¡Hola! Me llamo Maximiliano, pero me dicen Max.
—Ah, ok, Max, pues mucho gusto. Mira, te voy a presentar a
Víctor, está un poquito sordo pero sí te entiende si le gritas, es que
su aparato ya no sirve muy bien.
—¡Hola, Víctor, soy Max! –Se lo dije gritando para que me es-
cuchara bien y no hubiera falla.
—¡Hola!
—Sólo falta que conozcas a Brian; es que de seguro está en el
baño, él prefiere estar ahí que entrar a clases –dijo Carmen muy
triste.
—Y ¿por qué lo dices en ese tono? –le pregunté.
—Es que el tonto de Luciano siempre lo molesta y por lo tanto
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todos le siguen el juego, pero ahora que lo conozcas te va a caer
súper ya verás.
—Bueno, esperaré. –Y así pasaron las horas hasta que llegó el
receso, salimos y fue cuando por fin conocí a Brian, lo saludé, me
saludó.
Todo estaba perfecto con Carmen y Víctor hasta que llegó Lu-
ciano y comenzó a gritar:
—¡Arriba los novios! Uuuu, fiu, fiu, ya tan rápido te ligaste al
nuevo, Briancito. No inventes, Maxi, yo que tú escogía mejor a mis
amistades, le das la mano al gay, a la paisana y al sordo, no inven-
tes... bueno, pero pues ¿con quién más te ibas a juntar, sino con
los fenómenos de la escuela? Si vete, tú también eres fenómeno;
ja, ja, ja.
—No te enseñaron a respetar, ¿verdad, Luciano? –le dijo Car-
men, muy enojada.
—Claro que respeto, pero a quien se lo merece, no a los fe-
nó-me-nos, ¿ok? Tú qué respeto vas a tener, India María, ja, ja, ja.
Mejor vete a trapear los baños junto con tu mana la Brian y de paso
se llevan al sordito porque el Max no te servirá de mucho.
—Pues te equivocas. Aquí cómo me ves yo puedo hacer de
todo y hasta más que tú, hasta futbol sé jugar, ¿eh?
—Ja, ja, ja. Ahora sí me hiciste reír, Maxi, ¿cómo vas a jugar
futbol si te falta una pata?
Ah, por cierto, creo que no les había mencionado que no tenía
mi pierna derecha ¿verdad? Es que para mí es como si no me hicie-
ra falta. En mi antigua escuela, como ya les había mencionado,
estuve desde maternal, todos ya me conocían y nunca me hicieron
menos ni me hicieron sentir mal por no tener una pierna, y es por
eso que cuando mi madre me regaló un balón de futbol me enojé
tanto, porque nunca pensé que podría jugar futbol en mis condi-
ciones. Pero ella me ha enseñado que si quieres algo nunca hay lí-
mites para lograrlo. Siempre dice: “Si crees en ti, ni el cielo será tu
limite”. Yo crecí con esa ideología y por lo tanto desde ese día tomé
mi regalo y me puse a practicar todas las tardes con mi mamá. No
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domino muy bien todavía el balón porque me es-
torban un poco las muletas, pero yo sé que con
más entrenamiento lo podré lograr.
Pasaron los días y todo era súper en mi nueva
escuela. Mis nuevos amigos me caían muy bien,
mis profesores todos eran súper, menos Luciano y
sus amigos. Esos eran, como decía mi abuelita, “el
negrito en el arroz”. Cada que me molestaban, o a
mis amigos, me daba un coraje... pero ya ni les ha-
cíamos caso; sólo de esa forma dejaban de moles-
tar y fastidiaban a otros que sí les seguían el juego.
Un buen día llegaron las convocatorias para el
torneo de fut que hacía la escuela cada año y les
dije a Carmen, a Víctor y a Brian que por qué no
hacíamos un equipo. Pero ellos me dijeron que
como para qué, que el que siempre ganaba era
Luciano y que además el equipo ganador era el
que iba a representar a la escuela a nivel zona y
después, si ganaban, era a nivel estado y después
a nivel República, pero que Luciano por su mala
actitud nunca pasaba el nivel zona y que sólo es-
cogía a sus amigos y a niños que jugaran súper
bien al fut. O sea, que ni lo pensara. Pero yo sólo
quería divertirme, no ganar. Bueno, si ganábamos
pues qué mejor ¿no?, pero el punto era diver-
tirnos; así que los convencí de anotarnos y sólo
integramos a tres compañeros más y formamos
nuestro equipo al que, para gusto de Luciano, le
puse por nombre Los Fenómenos del Futbol. Se
me hacía un buen sarcasmo y un buen comienzo
para nuestro equipo.
El primer día que nos presentamos a jugar
hubo de todo: compañeros que se sorprendían al
vernos en la cancha; bueno, para ser sinceros, les
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sorprendía verme en la cancha; nadie creía que
yo, un niño sin pierna y con muletas, podría jugar.
Pero qué tal se quedaron con cara de what cuan-
do el árbitro silbó y comenzó el partido. Jugué
como si fuera a ganar la mejor copa, para que to-
dos vieran que no por mi condición no podía ser
parte de un equipo de fut. Y pues no sé si fueron
todas las ganas que le pusimos mis amigos y yo o
el rosario que se aventó mi mamá en todo el par-
tido, que ganamos ese día. Todos nos felicitaron,
a tal grado que hice como unos cincuenta amigos
más, que ni me conocían más que por ser el niño
de muletas que sube todos los días los tres pisos
para ir a su salón y que nunca se quejaba.
Así fueron pasando las semanas y las elimina-
torias. Les mentiría si les dijera que todos los par-
tidos los gané; hubo partidos ganados y perdidos,
pero eso es lo que le da la emoción a esto. Cuan-
do ganas se siente súper y cuando pierdes tratas
de ver tus fallas para que en el próximo partido lo
hagas mejor y se pueda ganar. Pero al que todo
mundo quería llegar, llegó; nos íbamos a enfren-
tar al equipo de Luciano. Obviamente nos dios sus
magníficos deseos antes del partido: —Que mis
fenómenos ahora sí van a jugar con un equipo de
verdad para que sepan lo que es jugar, no hacerle
al payaso como lo han hecho hasta ahorita. Es
más, déjenme tomarme una selfie para postearla
y decir: “Con los perdedores antes del partido”.
Ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja. Sí, Luciano, con todo gusto; tam-
bién me la etiquetas porfa, para después compar-
tirla y aclarar que el perdedor fue otro –le contesté
con el mismo sarcasmo con el que él se expresaba.
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Comenzó el partido y lo que nunca nadie pensó sucedió. Que-
damos empatados, por lo que Luciano no quiso, y quería que nos
fuéramos a penales para saber quién iba a representar a la escuela.
Pero el profe de educación física tuvo una mejor idea: dijo que de
los dos equipos iba a hacer sólo uno, porque los dos habíamos
llegado a la final y ambos éramos muy buenos. Por nuestra parte
no había ningún problema, pero por parte de Luciano sí. Comenzó
a decir: —No, profe. En primera, ¿cómo va a jugar la India María?
Ella es mujer y nunca había jugado una mujer en el equipo.
—En primera, no es la India María. Se llama Carmen. En se-
gunda no importa que sea mujer porque en las bases sólo dice que
deben ser alumnos que tengan 12 años cumplidos y sean alumnos
regulares de la escuela a representar –le contestó el profe de edu.
—Bueno, pero póngala en la banca, y tampoco se le ocurra
poner a los otros tres fenómenos. Que queden esos en la banca y,
en caso de que alguien de mi equipo se lesione, pues ya los saca
¿Le parece?
—No, Luciano, ¿qué te parece que mejor el que se va a ir a la
banca o sin jugar eres tú, por no respetar? ¿Cómo ves? –Entonces
a Luciano no le quedó de otra más que aguantarse y jugar con
nosotros.
Pues así pasó: el primer partido a nivel zona lo jugó Luciano,
tres de mis amigos, Brian, Víctor y Carmen, lo ganamos; el segundo
partido se perdió, pero fue porque no jugó Carmen, y es que no les
mencioné que es una superdelantera; y ya en la final jugó todo el
equipo de Luciano menos él, que lo cambió el profe por Carmen,
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y por supuesto lo ganamos, por lo que pasamos a nivel distrito, lo
que nunca había podido Luciano en los cinco años que había esta-
do jugando en la escuela.
Como ven, a mí no me metió el profe a ningún partido, pero
no me importaba; sabía que el día tendría que llegar y así fue. El
partido para saber quién iba a representar a la Ciudad de México
lo jugué yo y como era de esperarse causé la sensación, porque
además de ganar, todo mundo se sorprendió de que en mi estado
de niño con capacidades diferentes o minusválido logré llegar hasta
donde llegué. Pero eso fue gracias a mi madre, que siempre me
trató igual que a un niño con todas sus capacidades, nunca me hizo
sentirme diferente a los demás. Si todo mundo fuera como mi ma-
dre y si respetáramos las diferencias como las mías, las de Carmen,
Víctor y Brian, todos ganaríamos, no sólo un partido de futbol, sino
ganaríamos la igualdad que necesitamos para lograr en esta vida lo
que nos propongamos.
Espera, ¿creías que era el final? No, sólo es que me inspiré,
ja, ja, ja. ¿Qué?, ¿no quieres saber si ganamos el partido a nivel
República? Pues no, no lo ganamos. Pero gané algo mejor, el que
Luciano nos viera con respeto ya no poniéndonos etiquetas. Se dio
cuenta de que ante todo “El respeto al derecho ajeno es la paz” y
se volvió nuestro superamigo; de hecho, nos defendía de los abu-
sivos de tercer grado, que tampoco nos respetaban por ser de pri-
mero. Pero, bueno, eso ya se merece otra historia. Así que ya sabes,
amiga o amigo, nunca te sientas ni hagas sentir a nadie como bicho
raro, todos merecemos respeto para ganar.
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Se vale enamorarse
Segunda categoría
Tercer lugar
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Cada que terminaba una clase, corría con mis amigas a platicar,
y así cuatro horas hasta que llegó el tiempo del descanso. Estando
en el patio de la escuela, vimos pasar a unas niñas de primero, igual
que nosotras, lo único que nos diferenciaba era el grupo. ¡Estaban
horribles! En serio. Una muy chaparra, otra muy gorda, la otra con
un color de piel muy moreno y la otra con lentes.
No dejábamos de mirarlas, y en un momento vimos que una de
ellas sacó un gran billete de cien pesos, y ¿tú qué crees? Fuimos
todas mis amigas y yo a donde ellas, y le dijimos a esa niña de
lentes que nos diera su dinero. Obviamente se negó. Claro que no
me quedó de otra más que agarrarla del cabello y gritarle: —Pues
quédate con eso porque lo que tienes de dinero es lo que tienes de
fea, niña cuatro ojos.
Y la niñita se puso a llorar, pero sus amigas mejor ni se me acer-
caron. Le dije que era la última vez que le preguntaba si me daba su
dinero, y claro que esta vez me soltó todo lo que traía. La verdad es
que no me conmovieron sus lágrimas y nos fuimos al salón porque
teníamos examen de biología. El maestro entró y los nervios me
comían, pero aun así intenté tranquilizarme.
Rayos, pasó algo terrible. A una chica de mi salón se le ocurrió
mandarme una notita preguntándome la respuesta de la pregunta
15, y se la di. Pero eso no es lo peor, lo peor fue que el profesor nos
vio y de inmediato nos recogió el papelito; no tardó ni un segundo
para que nos cancelara el examen a ambas y para que nos mandara
a la dirección. ¿Y quién creen que estaba ahí? Así es, la cuatro ojos
con sus amigas las feas.
Le platiqué a mi compañera lo que había pasado en el receso
con ellas, me dio tanta risa lo que dijo: —¿Sabías que si respetamos
las diferencias, ganamos?
¿Ganamos?, ¿qué cosa? No entiendo.
Pasé a lado de las cuatro niñas, que sólo agacharon la mirada
en cuanto me vieron. No me importó y le dije a mi compañera:
—Mira nada más, las cuatro clones –y me eché a reír.
Una de ellas me dijo: —¿Qué te hicimos para que nos trates así?
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—Ser gordas, chaparras, de un color de piel horrible, y luego
lentes… Simplemente ser feas lo arruinó todo –les dije.
Fuimos por una cintilla para que nuestros padres vinieran a ha-
blar con el profesor de biología, y regresando al salón él la llenó y
advirtió que, si no venía nuestro tutor, no volveríamos a entrar a sus
clases. Terminaron las clases siguientes, y al fin salimos.
A la salida, mis amigas y yo escribimos en unas hojas: “La cua-
tro ojos y su crew de feas”. Cuando las vimos, fuimos corriendo y,
sin que ellas se dieran cuenta, les pegamos esas hojas por la espal-
da. Toda la escuela empezó a reír.
Llegando a casa tiré mi mochila al suelo, fui a cambiarme de
ropa porque detesto el uniforme de la escuela y, cuando salí, fui
al refrigerador a ver qué había de comer. Sólo encontré un par de
panes de caja y jamón para hacerme un sándwich. Tomé mi celular.
Toda la tarde me la pasé viendo anime.
Al poco rato llegaron mis padres y luego luego saqué la cintilla
que me había dado la directora. Sin darles explicaciones, me fui a mi
cuarto. Tomé mi libro favorito y leí un poco, porque no pasó tanto
tiempo y se me empezaron a cerrar los ojos. Me puse mi pijama, esa
color negro con unicornios por todas partes. Me metí a las cobijas y
cuando ya iba a dormir escuché unos gritos; me paré rápido y vi que
eran mis papás paleando otra vez. “¿Es que no te das cuenta de que
tu hija va mal en la escuela?”, le decía mi madre a él. Y la verdad es
que no, no voy tan mal en cuanto a mis calificaciones.
Me quise acercar, pero en cuanto me vio mi madre me gritó:
—¡Tú vete de aquí, tonta, todo esto es por tu culpa, jamás debiste
haber llegado a arruinar nuestras vidas!
Me fui corriendo a mi cuarto y me tiré a llorar. Me dolieron
demasiado las palabras que me dijo, ¿pues cómo no? Si ella es la
persona más importante en mi vida, y esas cosas son las que hieren
más. Estuve así por un largo rato, pero de tanto llorar me quedé
dormida cuando menos lo pensé.
Al siguiente día me desperté; en realidad no quería ir a la es-
cuela, pero no pretendía verle la cara a mi madre. Fui a desayu-
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nar y ahí estaban los dos; no dije nada, pero ella insistía en mo-
lestarme:
—¿Y cuándo piensas presentarnos a tu novio?
—No tengo –le dije.
—Pues claro, ¿quién se va a fijar en una inútil como tú?
Contuve mis lágrimas, tomé mi mochila y me fui corriendo; no
quise ni esperar a mi padre, así que me fui en transporte público.
Fui a la parada y subí; era un olor insoportable, pero aun así me
quedé parada porque ya no había asientos desocupados.
Pensé: “¿Por qué mi madre es así conmigo si yo no pretendo
hacerle daño?”. Pero no me entraba ninguna respuesta en la cabeza.
Vi la parada de la escuela y me bajé. Corrí lo más rápido que
pude porque noté que estaban a punto de cerrar la puerta. Ahí
estaban mis amigas, que no dejaban de preguntarme: —¿Por qué
tan tarde? –claro que no pretendía contarles la razón.
Salimos al patio porque teníamos educación física; no quisimos
hacer nada mis amigas y yo, así que prefirieron hablar de eso que
llaman “amor”. Pero ustedes ya saben qué pienso sobre eso, así
que no hace falta repetirlo.
—Deberíamos cambiar el nombre de nuestro grupo –dijo una
de ellas.
—¿Y si ponemos las iniciales de los chicos que nos gustan. Si se
forma algo que podamos pronunciar, lo dejamos –dijo otra. Las tres
empezaron a juntar las iniciales…
—¡Se ha formado dez! –dijeron todas–. Sólo faltas tú.
Yo sólo les respondí: —Ajá, claro, después les digo.
Fuimos por nuestras mochilas porque nos tocaba taller. Llegan-
do ahí, vi pasar a mi primo con un amigo, saludé a ambos y noté
algo extraño en el chico que venía con él. Se me ocurrió regalarle
un dulce; él me sonrió y, Dios mío, tenía la sonrisa más hermosa
que había visto en mi vida.
Justamente iban pasando por ahí las chicas a las que molestaba,
me vieron y dijeron: —No nos hagas daño, te damos todo lo que
quieras.
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El chico me miró y yo sólo entré a mi salón. Toda esa hora estu-
ve callada y mi amiga me dijo: —Anda, ve y pregúntale su nombre.
—¿Quéeee, estás loca? –No pretendía hacerlo, menos porque
se notaba que él era muy extraño.
Terminó la hora, salimos y, oh sorpresa, él estaba ahí, esperando
a que saliera. Lo saludé y me dijo que si me podía llevar a mi salón,
obvio no le iba decir que no. Me preguntó mi nombre y en seguida
él me dijo el suyo, tenía un nombre hermoso. Llegamos a mi salón
y nos despedimos…
Mis amigas me dijeron que me notaban un poco extraña, mas
sin embargo no les hice caso, porque no quería que pensaran que
yo estaba “enamorada”.
Llegué a casa y pensé en lo que había sucedido en la escuela.
¿Sabes algo? Ese chico era alto, era lindo, pero… tenía lentes, ¿y
qué pensarán de esto? Sí, ya sé que me odiarán por ser tan mala
con la chica de los lentes de la escuela, por todo lo que he hecho,
¿entonces por qué me he enamorado de alguien así? Porque since-
ramente, yo estaba enamorada de ese chico.
Mamá llegó esa noche a mi cuarto, me dio un chocolate calien-
te con un poco de pan, y me dijo: —Hija, me siento muy mal por
cómo te traté. Me arrepiento por cada palabra, tú sabes cuánto te
amo…
Las dos nos abrazamos porque comenzamos a llorar. Ni siquiera
sentí cuando nos dormimos, porque desperté y ella estaba mi lado.
Estando en la escuela, se me acercó el chico lindo del día an-
terior, no me contuve y le robé un beso… Bueno, y pues de ahí ya
saben lo que pasó, después de un tiempo quisimos iniciar algo más.
Y claro que mis amigas y yo ya no éramos dez, sino defz, porque la
inicial de mi chico estaba integrada.
Busqué a las chicas con las que me porté pésimo. Cuando las
encontré no se imaginan lo que pasó: me perdonaron y ahora so-
mos amigas.
Me siento bien sabiendo que…
Respetando las diferencias, ganamos.
37
La huida de
Augusto Zamorano
Tercera categoría
Primer lugar
41
Este día he de faltar a la escuela, tengo cita con la dermatóloga
Cecilia Barragán, es a las nueve de la mañana en el Centro Derma-
tológico “Doctor Ladislao de la Pascua” en la colonia Buenos Aires,
llevo mis recetas de las citas pasadas. Mi padre me está esperando
en el auto y termino de escribir estas palabras con una desmesurada
melancolía, sólo me pregunto: ¿qué pasó con Augusto Zamorano?
25 de marzo de 2011
42
que siempre fue excluido de todo grupo social: su nombre fue y es
repudiado. Incluso a pesar de su repentina desaparición, éste no
ha sido del todo aceptado, sólo genera lástima entre los imbéciles
del salón. La rabia me invade, algo me impulsa a seguir contando
esta historia, aunque sea un ejercicio meramente catártico. Todo
desahogo es parte fundamental en la vida.
Todo empezó hace dos semanas. La maestra de literatura le
pidió a Zamorano que pasara a anotar unos ejemplos de verboides
en el pizarrón. Zamorano, como de costumbre, con su paso lento y
despistado, dejando una estela de hedor agrio en el salón, se paró.
Su vestimenta era poco aliñada, gozaba de un contraste de múlti-
ples porquerías en su enclaustrado reflejo. Entonces una voz salió
disparada entre todos los letargos.
—Zamorano tiene batido el culo de sangre –gritó entonces
Juan Acosta.
La silla en la que se había sentado el pobre Zamorano la habían
batido de tinta roja.
—¡Fuiste tú, maldito Acosta! –señaló Zamorano.
De un grito la maestra calló a los dos y los mandó a la subdirec-
ción. Se pidieron disculpas y asunto “arreglado” –cabe mencionar
que Acosta siempre fue diligente en cuanto a los insultos y las fal-
tas de respeto hacia las personas ajenas a su naturaleza, porque él
aseguraba que tenía una capacidad diferente al resto, cuando en
verdad era un torpe en el sentido estricto de la palabra.
Pasaron algunas horas, Zamorano estaba angustiado y el coraje
invadía sus adentros; era la última hora y tocaba inglés, el maestro
dejó una actividad y salió a atender a la subdirectora. En ese mo-
mento vi cómo se envolvió Zamorano en el celaje del salón, como
un venado corriendo por los abetos, moviéndose invulnerablemen-
te a pesar del crujido de sus pasos, con unas tijeras de punta de
cruz en la mano, acercándose con cautela hacia el gran Acosta.
En cuestión de segundos se enmudeció el salón y a la reacción de
Acosta se vinieron encima de sus mejillas las tijeras de Zamorano,
dejando un rastro de sangre inmediatamente. El salón vio cómo
43
cayó Acosta, como un costal de papas sobre el arado desierto. Ver
caer a un gigante en cualquier lado es un acontecimiento anona-
dante, de esos que tienen motivo de celebración.
—Eso te pasa por llevado –exclamó entonces Zamorano.
Acosta encegueció, sus sentidos se anularon predeterminada-
mente y se tendió a llorar. Llegó el maestro, alterado por la impac-
tante imagen pidió auxilio inmediatamente al doctor de la escuela.
Zamorano fue suspendido el resto de la semana y le mandaron
citatorio a su padre.
26 de marzo de 2011
44
Aquella versión de Zamorano limpio y pulcro fue una novedad, in-
cluso vi cómo se extraviaron las miradas de algunas de las chicas del
salón en su nueva y atractiva forma física; al menos decente se veía.
Aunque seguían ahí sus dientes semiamarillentos, que denotaban
su otredad y su carácter pueril dentro de la nimiedad que significa-
ba la gente. Al contacto entre sus labios y sus dientes al pronunciar
cadenciosamente las palabras, cada parte de la escena me remitía
a Zamorano. Algo estaba cambiando, eso sí era seguro, pero la
quintaesencia de su alma aún aguardaba en sus entrañas.
—¿Dejaron mucha tarea el resto de la semana? –preguntó Za-
morano.
—Naturalmente –exclamé.
26 de marzo de 2011
45
gunda vuelta y trajo consigo los refrescos. Empezamos a hablar de
nuestras actividades extraclase, del lugar donde vivíamos, de cómo
veíamos la sociedad y con qué herramientas nos parábamos ante
ella, cosas básicas de política (fulgores incipientes), de las chicas
que me gustaban, de los libros que él estaba por acabar. Nues-
tra amistad tuvo ciertas convergencias; sentía cómo simpatizaban
nuestras magnitudes y con el paso de los minutos creía en algo más
inaudito que el somero trato con la gente, en la amistad, arista vital
en la adolescencia.
Ese mismo día vi a Zamorano palidecer en la penúltima clase, ma-
temáticas, vi cómo se ovillaba ante mi voz, que ensordecía sus nulos
instintos, vi su totalidad repentina sumirse en el antiguo Zamorano.
—¿Estás bien? –dije.
—Me cayó mal la torta, ando tocado del estómago.
—¿Tienes diarrea?
—Poquita.
Posteriormente solté una carcajada discretamente y preferí
ignorar sus quejidos. Pasaron quince minutos y noté más y más
rigidez en él, sucumbió en un halo de apatía y no entendí el des-
concierto; ni siquiera el malestar era motivo de aquella cara fatiga-
da. De improviso alcancé a percibir un olor muy pronunciado, un
olor como a huevo cocido.
—¿Te has tirado un pedo? –musité en su oído.
—Tal vez –sollozó.
—¿Seguro?
—Creo que me he cagado –dijo con simulada sordidez.
Quedé anonadado, mi cara también palideció.
—Ve al baño, enseguida, ahorita te llevo papel, hazlo discreta-
mente –musité en su oído.
Se levantó y el maestro le permitió salir, de pronto vi una estela de
agua correr por su trasero, el hedor no logró expandirse, nadie lo notó.
Consecuentemente le dije al maestro que tenía náuseas y que debía ir
al baño, llevé el papel, corrí apresuradamente hasta alcanzar el baño
y lo vi en uno de los escusados, pasé el papel por debajo de la puerta.
46
—¿Cómo estás?
—Algo mal, no me cagué del todo, fue una flatulencia y algo
más…
Inevitablemente los dos nos reímos.
—Ya me limpié, pero ha quedado un poco húmedo el calzoncillo.
—Límpialo con el papel.
—No ha sido suficiente.
—Te presto el mío, pero lo lavas y me lo traes limpio mañana.
Aceptó y posteriormente pasé al escusado de al lado y me quité
mi calzón y lo pasé por la rendija de abajo. Le dije que aventara el
calzón de él dos escusados más lejos. Lo hizo, y para concluir sali-
mos del baño y todavía había un rastrojo de agua petrificada (dia-
rrea) estampada en su pantalón, humedeció su trasero y difuminó
un poco la estela de mierda. Pudo disimular el inconveniente ama-
rrándose el suéter a la cintura. Él entró primero al salón, el maestro
no dijo nada, y dos minutos después entré yo.
—¿Estás bien, hijo?
—Sí, todo bien, maestro.
Mientras ensamblábamos nuestra conversación el profesor y
yo, una voz lanzó un disparo con una energía potente.
—¿Se ha ido a vomitar el bebé Mateo? –gritó Acosta (de nueva
cuenta).
El salón rió. Al día siguiente no se tocó el tema otra vez.
27 de marzo de 2011
47
sido un despertar para los dos, se escindían las cadenas de la co-
tidianidad y nuestros pensamientos lograban una resurrección, las
primicias de un elixir.
Aquel lunes nos tocaba educación física, jugamos un parti-
do de futbol, elegí a Zamorano en mi equipo, fue portero. Para
acabar pronto, Franco Juárez (amigo de Acosta) hizo un agresivo
remate afuera del área chica y fue a dar el balonazo al rostro
inocente de Zamorano. Su reacción fue precipitada y vi cómo la
sangre tentaba la imparcialidad de su inocuo rostro, caminó unos
pasos después de levantarse y escupió en la cara a Juárez. Empezó
la riña, los golpes redimieron la atención que había hacia el juego
y la súbita pelea penetró la atención de todo el grupo. Estiraron
sus cabezas, se golpearon (bastante), vi sangrar a Juárez y cómo
Zamorano le dio un recto con una velocidad pasiva, que sí logró
impactar en la cara de su adversario y ésta se rompió en sangre.
Sucesivamente, no sé cómo, todo el grupo acabó en la subdirec-
ción. Incluso las mujeres. Suspendieron un día a todo el grupo;
también desconozco las razones, aunque siempre es un alivio no
tener clases.
28 de marzo de 2011
48
Seguimos con la tarea, el ardor pesaba como remusgo sobre
nuestros ojos; eran las siete de la noche. La mucama se retiró, su
papá llegaba en media hora, mi padre tardaría en llegar ese mismo
intervalo de tiempo. Aprovechamos para jugar videojuegos; a los
quince minutos nos aburrimos y nos sentamos en el sofá-cama.
Tomó un libro de poesía de un tal Xavier Villarrutia, leyó un par
de poemas y comenzamos a filosofar un poco, de pronto sentí
su proximidad y cómo sus ojos acompasados con sus palabras se
clavaban como esquirlas en los míos y en ese acto infructuoso y
trabado sentí sus manos elevarse levemente hacia mi rostro. Sus
ojos diáfanos, su cara fina y desolada, tiñendo el espacio con mo-
vimientos melifluos indefinidamente estáticos y poco significantes,
pero aterradores. Escuché y escuché sus anhelos cuando sus labios
se acercaban tenuemente sobre los míos, un tanto precipitados, y
sentí cómo todo esto me incomodó. Estuve deshecho en esa latitud
desconocida. Entraron como caldera estos mismos entre los míos y
casi de inmediato protesté:
—¡Para!
No me dio asco, otra cosa me alejó. Quizá la certeza de que no
soy homosexual.
—¿Eres puto? –exclamé con enojo.
—¡Tú me besaste a mí! –dijo.
—¿Eres puto? –en ese momento me lancé contra él y lo golpeé
repetidas veces hasta que empezó a gotear sangre de su nariz. Salí
llorando despavorido al notar sus incipientes sollozos.
Antes de salir del departamento escuché:
—No te vayas, no es lo que crees.
—¿Esto significa nuestra amistad? Pinche puto –fue lo último
que dije y la última vez que vi a un Zamorano aniquilado bajo el
sombrío tapete que arropaba su sala. La última vez que vi algo real,
siendo más honesto.
Mi único amigo quedó sepultado entre andrajos dispersos de
mi habitación. Al día siguiente no se presentó a clases, ni al siguien-
te ni hasta el día de hoy.
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29 de marzo de 2011
30 de marzo de 2011
31 de marzo de 2011
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2 de mayo de 2011
3 de mayo de 2011
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6 de mayo de 2011
7 de mayo de 2011
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8 de mayo de 2011
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Epílogo
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He quedado con unos amigos después de la escuela. Uno de
ellos es mi mejor amigo y va a ir acompañado por su novio… sí, su
novio. Rosario me ha confirmado y nos veremos en la glorieta de
Vértiz en un café-bar. Espero que Augusto esté bien, hace dos se-
manas que no lo veo, está ocupado, buscando entre sus libros una
razón más de vida. También entrará a letras, quizá compartíamos
algo más que sólo gustos musicales, colores preferidos, afinidades
por los autos, marcas de ropa favoritas, el gusto por el whisky, el
gusto por la pizza, no lo sé. Sólo sé que gané algo más, más que
una historia, más que un motivo para escribir, más que una razón
para aliviar mi quejido constante, incluso, más que una sólida amis-
tad o el hecho de superar mis prejuicios y empezar a tolerar los
gustos de los otros. Quizá otra cosa me haya hecho abrir la brecha
del camino que está por recorrerse…
La verdad es que hoy la vida se torna más fuliginosa que otros
días, el sol brilla ferozmente y yo termino de escribir estas palabras.
55
Tocayo
Tercera categoría
Segundo lugar
59
nas, un programa o app que fuera el asistente
de vida perfecto, para que las personas pudie-
ran dedicarse a sí mismas. Sería el primer político
honesto, de una calidad moral intachable, y es-
cucharía a los atribulados y les daría casa, traba-
jo y comida a todos. Sería el primer hombre en
Marte, el primero en comenzar la terraformación
del planeta para adecuarlo a la colonización. Se-
ría un gran aventurero a lo Indiana Jones, y mi
sola presencia en la historia de la humanidad lo
cambiaría todo. De hecho, mi plan era continuar
con mis estudios una vez que me habituara al
trabajo. Cuando vi lo que me pagaban al mes
dije: “¡Al demonio, tengo dinero!”.
No sé exactamente cómo transcurrieron los
últimos veinte años, entre parrandas y desmanes
de fines de semana y la cotidianidad del trabajo.
Pero me salió panza, perdí cabello, me hice vie-
jo viviendo en automático y no me percaté de
ello hasta que vi una película donde aparecía ese
rockero rarito, Marilyn Manson, diciendo: “Si no
tienes a nadie que te odie o te envidie por cual-
quier cosa, algo estás haciendo realmente mal”.
Y es que a pesar de mi “carrazo” del año, mi
hermosa casa, mi guapísima esposa veintidós
años menor que yo y mi precioso y regordete
hijo, no conocía a nadie que me odiara, me envi-
diara o me admirara.
¿Que vestía bien y con estilo? Todos lo hacían
en la oficina. Un día, aterrado, noté que parecía-
mos copias los unos de los otros, bien peinados,
buen calzado, trajes caros y oliendo a perfumes
de precios absurdos, uniformados como en la
secundaria, sin personalidad. Todos comíamos
60
en los mismos lugares, parrandeábamos en los
mismos antros y hasta íbamos de vacaciones con
nuestras familias a los mismos “exclusivos” des-
tinos.
¿Que ganaba muy bien, tenía un buen auto
y una gran casa? Debido a mis estudios truncos
nunca pude aspirar a un ascenso, y en principio
no me molestaba, pero por ende ni siquiera era
quien ganaba más y mucho menos era el man-
damás de mi área. Por consecuencia no podía as-
pirar a uno de los grandes puestos y lógicamente
tampoco era quien tenía el mejor auto o la mejor
casa. Y ya que padecía tal ataque de lucidez, me
pesó mi falta de progreso personal.
¿Que tenía a una mujer guapísima? Sí, pero
no era la más guapa de todas las parejas de la
gente de la empresa. Siendo honesto, mi mujer
tendía demasiado a ser vulgar; pero el gancho
al hígado radicaba en su innata estupidez. Mi
querida esposa era abrumadoramente metaliza-
da y superficial, me aterraba verla platicar con
alguien, pues cuando decía algún sinsentido, de
inmediato volteaban a verme con lástima. Su-
pongo que eso te sacas por andar con escuinclas
de veintidós años que ni siquiera terminaron la
secundaria.
Entonces me pregunté: ¿qué ha cambiado en
el mundo mi presencia? ¿Cuáles son mis logros?
¿Simplemente tener dinero y moverle el rabo
cual perrito faldero constantemente a un infeliz
porque es mi jefe? Me sentí hueco e inútil. ¿Qué
cambiaria ahora que lo había notado? Si ya se
me había escapado media vida. Estuve meditan-
do sobre eso durante un rato sin encontrar una
61
solución y empecé a resignarme a morir en el
anonimato, llevándome todas las maravillas que
mi ser pudo brindarle a la humanidad.
Aburrido y decepcionado de mí mismo, re-
currí a la actividad de moda y comencé a buscar
gente de mi pasado a través de las redes sociales,
Twitter, WhatsApp, Instagram y cualquiera que
pudiera sacarme de mi monótona realidad. Un
día por Facebook contacté a quien fuera mi me-
jor amigo de la prepa, Nimoy; trekkie extremo,
inteligente nivel genio y gran admirador de Leo-
nard Nimoy (de ahí el mote), y así aparecía en su
página de Facebook, como Nimoy. Se convirtió
en científico y estaba involucrado en un proyecto
para cambiar al mundo, según él. Curiosamente,
de los dos siempre fue el más realista.
Nos citamos para comer unos tacos y tomarnos
un café, y platicamos hasta entrada la noche. Me
abrí con él lamentándome por mi vida, mi trabajo
y mi esposa, hasta terminar llorando. Diantres, los
tipos así me resultan insoportables y la verdad es
que ya no me soportaba a mí mismo y me sentí
aún más estúpido cuando Nimoy me contó a lo
que se dedicaba.
Se graduó en medicina y se especializó en bio-
logía y genética y cuando me habló de su labor
en el centro de investigación donde trabajaba
quedé boquiabierto. Desarrollaba clones huma-
nos de forma avanzada, igualándolos a la edad
del original, sea cual fuere. Parte del proyecto
consistía en integrar a la sociedad a dichos suje-
tos, dejando al clon al cuidado de los clonados,
haciéndoles revisiones periódicas para constatar
su evolución y salud, supervisando que los clones
62
llevaran un diario, revisado continuamente para
valorar su condición anímica y psicológica. De
acuerdo con mi amigo, los elegidos eran gente
preparada y escogida a través de un minucioso
proceso de selección, pero él tenía la opción de
designar a un tipo ordinario para el experimen-
to. Conmovido por mi sentir, me ofreció ser ese
tipo. Todo esto era un intrínseco secreto.
La sugerencia era permitirle al clon asumir
mis responsabilidades laborales y familiares, en
tanto yo emprendía la causa que siempre quise
enarbolar, aún indeterminada. Primero no me la
creía, pensé que Nimoy estaba bromeando con-
migo, pero él se mostró muy serio. Cuando el
asunto penetró mi mente me pareció muy arries-
gado, miles de cosas podrían salir mal. ¿Y qué
haría? ¿Me quedaría con la duda hasta la otra
vida? Era la idea más excitante de los últimos
veinte años y acepté sin chistar.
Bastó una simple muestra de mi sangre y un
amplio cuestionario sobre mi vida para iniciar el
proceso. No se me permitió ver el procedimiento
o saber al menos la ubicación del laboratorio, ni
siquiera hablé con Nimoy durante un tiempo, por
lo que hasta pensé que me había gastado una
elaborada broma. Casi medio año más tarde, mi
amigo me llamó convocándome a su oficina, la
cual se encontraba en una zona suburbana. Cuan-
do entré en el lugar Nimoy no se encontraba, pero
sí había alguien más. Parado frente a mí, se halla-
ba un sujeto de mi estatura, color de piel y com-
plexión, era panzón y de poco cabello y aunque
vestía como un simplón no se veía mal. Maldición:
era mi gemelo exacto sin lugar a dudas, tenía has-
63
ta las imperfecciones más reconocibles de mi piel.
¿Por qué entonces se veía mejor que yo y más
radiante vestido así? Se lo atribuí a lo novedoso
del atuendo. Contaba con los recuerdos de mi
vida, pero él sabía y estaba consciente de ser un
duplicado. Lo nombraban por un código de iden-
tificación a cambiar en cuanto le diera un nombre
y, como tendría que asumir mis roles en lo futuro,
le llamé despectivamente Tocayo. Al nombrarlo
sonrió estúpidamente y me abrazó eufórico, lo
aparté enfadado, puntualizando que yo no actúo
así. Él se apartó sin dejar de sonreír, diciéndome
que estaba orgulloso de ser mi “hermano”. Antes
de abandonar el lugar junto a Nimoy, le remarqué
que no éramos hermanos.
Permaneció oculto en el sótano de la casa por
unos días, mientras lo ponía al tanto de sus fun-
ciones y aprendió muy rápido. En los meses de su
gestación hice mis arreglos y en cuanto consideré
al clon listo, tomé mis maletas y partí con desti-
no a algún lugar desconocido. Era parte de la
aventura ser espontáneo. Antes de irme, esa
cosa me abrazó efusivo, llorando, y me deseó
buena suerte llamándome Tocayo. Me sentí un
poco incómodo y lo miré dudando un instante
de mi proceder, luego me fui.
Esperaba empezar mi incursión en algún
lugar exótico, por lo que decidí ir a Europa del
Este, un lugar lleno de problemas en donde qui-
zás haría una diferencia. Una vez ahí no supe
qué hacer; quise unirme a los cuerpos de paz,
pero cuando hubo un ataque terrorista cerca de
donde me encontraba, hice mis maletas y termi-
né borracho en Montecarlo.
64
Lo que siguió fue una larga francachela. Me
emborraché, me drogué, estuve con mujeres de
diversos tipos, diversas razas y en distintas situa-
ciones, en una parranda de tres años, y al cabo
de los mismos no hice diferencia en ningún lado.
Sólo era otro ebrio desbocado con dinero.
En una mañana de lucidez y melancolía, des-
perté con un enorme malestar y vi la habitación
del hotel donde me encontraba totalmente des-
trozada, con borrachos durmiendo la mona en
las formas más variadas y con el piso pegajoso
lleno de licor y vómito y otras cosas. Noté que
no conocía a nadie y ellos tampoco me conocían
a mí. ¿Por qué estaban ahí? O ¿por qué estaba
yo ahí? No lo sabía y terminé llorando como un
chiquillo; creo que aún estaba un poco tomado.
Al pensar en aquellos que me conocían y que
me querían para bien o para mal, me dio tris-
teza entender que ni siquiera me extrañaban.
¿Cómo? Si ni siquiera supieron que me fui. No
conocía bien a mi hijo porque lo dejé de tres
años de edad. ¡Demonios! Creo que hasta olvidé
su nombre. ¿Qué fue lo que hice?
En principio mi Tocayo me reportaba cons-
tantemente cómo iban las cosas, lo que en rea-
lidad no me interesaba mientras tuviera efectivo
disponible, por lo que le pedí que sólo llamara si
sucedía algo importante y posteriormente ignoré
sus llamadas.
A pesar de mi conflicto, continué en mi pa-
rranda, decidí sepultar mis penas en alcohol y
chicas, hasta esta tarde. En mi correo electrónico
encontré una comunicación perdida en video de
Nimoy. Hablaba desesperado sobre un problema
65
con los clones; según él, asimilaron lo peor de los
clonados y se salieron de control matando perso-
nas. En el video mi amigo lucía golpeado y en el
fondo su oficina se veía destrozada. Dijo algo
más; entendí: “Todos menos uno”, antes de que
la comunicación se interrumpiera debido a que al-
guien lo tomó por los cabellos levantándolo cual
muñeco, mientras él gritaba aterrado. Iba a lla-
mar a la policía, pero eran demasiadas explica-
ciones fantásticas y no pensé que me creerían.
Decidí ir a buscarlo cuando noté que el video te-
nía una semana de haber llegado a mi bandeja
de entrada. Si Nimoy estaba vivo o muerto ya no
importaba, ya nada importaba en realidad.
Estaba por salir de mi habitación y el espejo
me atrapó y me vi más viejo aún, abotagado por
los excesos del último año, y me sentí acabado.
Comprendí lo egoísta de mi proceder, pues nun-
ca le dediqué tiempo real a mi familia, quejándo-
me siempre por lo que otros tenían en lugar de
valorar lo mío. No necesitaba irme tan lejos, si
quería hacer algo simplemente debí hacerlo y no
esperar una solución tan extrema como clonar-
me. Lo que vi en mi reflejo fue una persona ho-
rrible, miserable; nunca pretendí cambiar al
mundo, conscientemente arrojé mis sueños al re-
trete y le jalé hace mucho tiempo. Todo ese sen-
timiento de frustración fue el perpetuo pretexto
para mi propia conmiseración, para renegar de
mi vida, para envidiar a otros, para pasar por en-
cima de otros, si podía, y justificar mi mediocri-
dad. Todo lo que quedaba al final era ese sujeto
viejo y mezquino mirándome rencoroso desde el
espejo. ¿Lo peor de mí? ¿Qué sería?
66
En ese instante entró una llamada a mi celu-
lar, de parte del Tocayo. Estaba de viaje de ne-
gocios y coincidiendo esa noche en Las Vegas
conmigo, para comunicarme su promoción a
vicepresidente de la empresa donde trabajaba.
¿Qué diablos? Quería verme para celebrar en el
bar del hotel donde me hospedaba.
Pero claro que lo vería.
Los clones se volvieron locos, dijo Nimoy; en-
tonces él estaba aquí para matarme. Nunca fui
hombre de armas, ni siquiera sabía disparar, pero
tenía una vieja automática de mi padre y siempre
la cargaba por cualquier cosa; ese bastardo no
me tomaría por sorpresa.
El shock al verlo fue brutal. Lucía al menos
quince años más joven, era ligeramente más alto,
sin panza y muy recio, no llevaba ropa de diseña-
dor, iba sencillo y lo más ofensivo de su aspecto era
que tenía el cabello largo y agarrado en una coleta.
¡Maldición, tenía cabello en abundancia! Mientras
lo observaba, me sentaba a la mesilla por inercia;
un camarero nos servía bebidas, en tanto mi Toca-
yo me contaba cómo había terminado mis estudios
en año y medio, de las estrategias empleadas para
ascender, de cuánto dinero estábamos ganando,
de cuán feliz era ahora mi esposa conmigo y de
cómo ella se metió a estudiar literatura, lo cual le
cambió la vida, de cuánto me quería mi hijo, a
quien siempre le hacía un espacio en medio de mi
apretada agenda, y de lo hermoso que era el nue-
vo bebé, nacido apenas un año atrás.
—¿Tuvieron un hijo? –pregunté incrédulo.
—No, Tocayo, tuviste un hijo maravilloso y
muy sano –mi consternación no le fue evidente
67
al parecer–. Y se llama como nosotros. –No supe
cómo tomar eso; mi hijo de mi sangre y de mi
carne, no era mi hijo en realidad y, aunque llevara
mi nombre, era en honor del infeliz usurpador, no
del mío.
Mientras, continuaba hablando de una forma
amable y confortable, como nunca pude expre-
sarme. Me di cuenta de que era un hombre exce-
lente, totalmente opuesto a mí y yo era tan horri-
ble que fui incapaz de aceptar esas diferencias, a
pesar de que funcionaban en mi propio bienestar.
—¿Por qué? –pregunté incrédulo de forma
retórica, aunque mi interlocutor no lo entendió
así. Alegremente respondió con cierto orgullo en
su voz, como si estuviera esperando el momento
de contarme el secreto de su éxito. Mis manos ya
temblaban y sudaba exageradamente, cada una
de sus palabras se clavaban cual agujas en mis
oídos. Ya no me era posible fingir, cómo odiaba a
ese sujeto, cómo me odiaba.
—¿Qué te puedo decir? La tolerancia es mi es-
tilo de vida y el aceptar las diferencias con respecto
a los demás nos ha llevado lejos, Tocayo. El ignorar
sentimientos horribles, como la envidia, la avaricia
y la mezquindad, nos ha dado una mente clara que
nos ha permitido enfocarnos en nuestras metas. A
diferencia de las horrendas personas que envidian
nuestra posición, nuestras posesiones materiales y
hasta a nuestra adorable y deliciosa esposa, y que
se encuentran estancadas en sus vidas, en medio
de esos sentimientos inútiles.
Al tocar el tema de las horribles personas que
me odiaban y envidiaban, me sentí abrumado,
desplazado y aludido como uno de esos idiotas
68
mezquinos cuyas vidas estancadas no iban a nin-
gún lado, y entonces exploté.
—¡Lo logramos, Tocayo! –Levantó su bebida
brindando eufórico.– Oye, ¿te sientes bien? –me
preguntó con auténtica preocupación.
Lo miré con rabia y levantándome furioso,
arrojando la mesilla entre nosotros a un lado, sa-
qué la pistola y le apunté.
—¿Qué sucede, Tocayo? –preguntó con sorpre-
sa; no sabía lo que ocurría, por qué le apuntaba.
No era por miedo a que me matara, no era
tampoco por el mensaje de Nimoy, aunque sus
últimas palabras resonaban en mi cabeza (“Todos
menos uno…”). Todos menos él.
—Si quieres volver no tienes más que pedirlo,
Tocayo, es tu vida después de todo –repetía con-
ciliador.
¡Malnacido! Su sola presencia materializaba
todos mis errores, dejaba de manifiesto mi inútil
existencia. Los clones sacaron la peor parte de los
clonados, excepto el mío, quien se llevó lo mejor.
¿Cómo sería lo peor de mí? Como yo exactamente.
—¡No me llames Tocayo, hijo de…! –le grité
levantando el arma, y disparé tres veces.
¡Carajo! No solamente se robó mi vida, también
mi suerte. La vieja arma se encasquilló y literalmente
me salió el tiro por la culata, muy poético. La escua-
dra explotó en mi mano destrozándola, la bala me
atravesó el cuello y los pedazos de arma se incrusta-
ron en mi rostro y pecho. Tendido en un charco de
sangre, veo entre una neblina personal a mi Tocayo
pidiendo ayuda desesperado mientras llora… Está
bien, maldito, quédatelo todo, me largo… será mu-
cho mejor… ya estoy hasta la… hasta la…
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¿Por qué estoy con vida? ¿Por qué está todo
tan blanco? ¿Estoy en un hospital? No puedo
moverme, no puedo mover la cabeza, no pue-
do hablar. ¡OH, DIOS MÍO, NO PUEDO HABLAR!
¿Y ese niño grande en la esquina? ¿Es mi hijo?
¡Debe tener al menos nueve o diez años! ¡¿Y
esa que trae de la mano a un niño pequeño y me
mira con lástima es mi esposa?! ¿A quién le hace
señas? ¿A quien está llamando? ¿A quién está
besando? ¿Por qué mi hijo le llamó papá? ¡Esa
persona viene a mí y me mira con gran ternura,
acariciando mi cabeza, es…!
—Ya despertaste, el daño fue muy extenso
en nervios, tendones y hueso y tu precaria salud
y malos hábitos lo hicieron peor. Lo que tienes se
llama cuadriplejia, jamás te volverás a mover, tal
vez ni siquiera puedas volver a hablar. Pero no te
preocupes, “hermano”, mi esposa, tus sobrinos
y yo cuidaremos bien de ti por el resto de tu vida.
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Frágil como
la porcelana
Tercera categoría
Tercer lugar
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—Regresa al basurero, fea –gritó la muñequita de vestido mo-
rado con rosa.
Ambas muñequitas de porcelana empujaron a Caro; la muñe-
quita cayó, se golpeó en la cabecera de la cama. Entre la cabecera y
la pared quedaba un hueco, la muñequita terminó en una caja que
estaba debajo de la cama.
—¿Estas bien, muñequita? –se escuchó una voz desde las som-
bras.
—Sí, pero ¿quién eres tú? –preguntó Caro, temblando de miedo.
—No te asustes, soy Leonora. Era una muñequita de porcela-
na –contestó con un tono triste la muñequita. Caro salió de la caja
y se acercó a Leonora. Era una muñequita muy hermosa, pero su
carita estaba partida a la mitad, sólo tenía un ojito color chocolate,
media nariz y media boquita; tenía puesto un vestido azul claro y
zapatillas de cristal.
—¿Qué te pasó, Leonora? –preguntó la muñequita de trapo,
preocupada.
—Las primitas de Diana son muy descuidadas. Cuando esta-
ban jugando conmigo me tiraron, mi carita se partió en dos y me
escondieron aquí bajo esta cama –explicó la muñequita y derramó
una lágrima.
—Lo siento mucho, no debí preguntar –Caro se sintió mal por
hacer que Leonora recordara algo tan triste.
—Mis amigas, Ana y Liana, te trataron mal, ¿verdad? –la muñe-
quita de trapo afirmó con la cabeza, Leonora la abrazó fuerte. Un
abrazo siempre puede curar un corazón lastimado.
—No entiendo, ¿por qué no me respetan? –dijo entre llantos la
pequeña muñequita de trapo, Leonora acariciaba el estambre que
tenía como pelo la muñequita de trapo.
—Eres como yo, todos somos iguales… Frágiles como la porcelana
–susurró y limpió las lágrimas de Caro. Eran muy distintas en aspecto
y forma de ser; a pesar de esto, ambas eran iguales a la porcelana.
El sonido de unos pasos llamó la atención de ambas muñecas,
era Diana que regresaba de comer. Una manita se adentró debajo
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de la cama, Caro sintió que algo la tomaba de su pierna; Diana
empezó a sacar a su muñequita.
—No me sueltes, Leonora –susurró Caro. Ambas muñequitas se
tomaron de las manos con fuerza.
Diana se sorprendió al ver dos muñequitas. Dejó a Caro en la
repisa y salió de la habitación con Leonora en brazos. Uno, dos,
tres días pasaron; Ana y Liana no le hablaban a Caro, pero eso
no era lo que le preocupaba a la muñequita de trapo. Caro no
sabía nada de Leonora, se preguntaba qué le habría pasado. ¿La
habrán tirado a la basura, la habrán regalado? ¿Qué pasó con
su amiga? Su preocupación aumentaba cada vez más. Pasaron
otros dos días y Diana entró a su habitación con una muñequita
en brazos, la colocó en la repisa y salió con una pelota para jugar
con su mascota.
—Leonora, eres tú, me alegra que estés bien –gritó emociona-
da Caro y abrazó con fuerza a su amiga.
—También me alegro de verte, Caro. Mira, arreglaron mi carita
–dijo feliz Leonora. Su carita ya estaba completa, ahora tenía dos
ojitos color chocolate, una nariz y una boquita.
—Leonora, ¿en serio eres tú, amiga? –preguntó Ana, sorpren-
dida y muy contenta.
—Sí soy yo, Diana me encontró y me arregló, todo fue gracias
a Caro –dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Caro, lo siento mucho, lamento haberte dicho esas palabras
tan ofensivas –se disculpó Ana y dio un codazo a Liana para que se
disculpara de igual forma.
—Sí, yo… Yo también lo siento mucho, Caro, prometo respetar
nuestras diferencias –dijo Liana con una mano en el pecho y otra al
aire. Era una forma de demostrar que de verdad prometía respetar
a los demás.
—Yo las perdono, y no olviden que todas y todos somos frágiles
como la porcelana.
Desde ese día, las cuatro muñequitas son las mejores amigas,
siempre toman el té juntas y hacen muy feliz a Diana.
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Cuentos de jóvenes para jóvenes. Cuentos ganadores del Décimo
Concurso Infantil y Juvenil de Cuento se terminó de imprimir el
31 de diciembre de 2016 en Talleres Gráficos de México, Aveni-
da Canal del Norte 80, colonia Felipe Pescador, 06280, Ciudad
de México. Martha Loya Sepúlveda coordinó la organización del
Décimo Concurso Infantil y Juvenil de Cuento, en la que colaboró
Pedro Piedras Hernández. El tiro consta de 1 000 ejemplares im-
presos en papel bond de 90 gramos y forros en cartulina cuché
mate de 250 gramos. El cuidado de la edición estuvo a cargo
de Susana Garaiz, analista correctora de estilo. Se utilizaron las
fuentes tipográficas Courier, Digitalino y Frutiger.