Carav 0008-0152 1972 Num 18 1 1845

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Cahiers du monde hispanique et

luso-brésilien

La situación política de Puerto Rico


Manuel Maldonado Denis

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Maldonado Denis Manuel. La situación política de Puerto Rico. In: Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, n°18, 1972.
pp. 7-20;

doi : https://doi.org/10.3406/carav.1972.1845

https://www.persee.fr/doc/carav_0008-0152_1972_num_18_1_1845

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La situación política de Puerto Rico

PAR

Manuel MALDON ADO DENIS


Faculté des Sciences sociales de l'Université de Puerto Rico

Parte de la labor de la nueva historiografía latinoamericana ha


consistido en desmistificar nuestra historia, en romper sin piedad
los mitos mediante los cuales las clases dominantes habían
distorsionado los hechos históricos mismos para poner la historia al
servicio de sus propios fines de dominación. Ha sido necesaria una
crisis de la propia sociedad latinoamericana para que las más
flagrantes fallas de las interpretaciones histórico-sociales de la
historia de América hayan salido a la luz. En cierto modo podemos decir
que la historiografía y la sociología tradicionales, como las
sociedades mismas que les sirvieron como trasfondo, se hallan en un
estado de profunda crisis. Lo dicho es cierto no únicamente para la
sociología y la historia latinoamericanas, sino también de la
sociología y la historia de los Estados Unidos. Todos los conceptos
utilizados tradicionalmente a manera de apoyaturas convenientes para
una interpretación social favorable a los intereses del sostenimiento
del « status quo », han estado demostrando, frente a la tozudez de
los hechos históricos mismos, sus profundas imperfecciones.
La historia misma de los países del Caribe ofrece una buena
ilustración de lo dicho. Como « frontera imperial », el Caribe ha
estado sujeto en un grado superlativo a toda la influencia desbocada
de la cosmovisión imperialista, tal y como ésta ha sido comunicada
a sus habitantes por las diversas metrópolis que nos han regentado
8 C. de CARAVELLE

a lo largo de la historia. El propio esterotipo del Caribe como un


plácido lugar de sol y palmeras donde sus hombres se agotan en
el sexo y el ron ha dado pábulo a no pocas interpretaciones de
nuestra historia como una de pueblos cuya indolencia innata les
condena al más abyecto subdesarrollo. Las propias élites coloniales
han contribuido también a este menosprecio de lo nuestro,
aduciendo muchas veces teorías acerca de nuestro carácter que no
distan mucho de las racionalizaciones para la dominación imperial
que a tales efectos ofrecen los ideólogos de las metrópolis. En un
excelente ensayo escrito recientemente, el sociólogo dominicano
Franklin J. Franco ha contribuido a desenmascarar el verdadero
prejuicio anti-africano que late en la hispanofilia de algunos de los
escritores más consagrados de la historia dominicana 0). Otro tanto
puede decirse del análisis del concepto de « negritude » en Price-
Mars realizado por René Depestre, del análisis de la ideología de
la élite colonial cubana hecha por Moreno Fraginalls y José Luciano
Franco, así como de lo que el autor del presente trabajo ha
pretendido hacer respecto a la ideología colonialista en Puerto Rico.
Uno de los grandes mitos urdidos por la ideología colonialista ha
sido el que pretende eximir al imperialismo norteamericano de todo
designio imperialista respecto a la América Latina. La elaboración
de esta tesis ha quedado la mayoría de las ocasiones a cargo de ciertos
sectores de la élite intelectual latinoamericana, que ha pretendido
en muchas ocasiones guardar un silencio cómplice en la
intervención del imperialismo en los asuntos internos de nuestros países.
Puerto Rico, quizás más que ningún otro país latinoamericano, es
una viva ilustración de lo expresado. Es aquí donde la tesis del
« imperialismo bobo » ha tenido sus más destacados exponentes.
Es en nuestra Patria donde el canto del « puente entre las dos
culturas del hemisferio » ha servido para perpetuar nuestra condición
colonial y para dulcificar el verdadero carácter de nuestra
dependencia.
La tesis del « imperialismo bobo » es muy sencilla. Los Estados
Unidos entraron en la guerra hispanoamericana no por motivos
expansionistas, sino porque súbitamente tuvieron que afrontar las
responsabilidades de una potencia mundial. Realmente el imperio
adquirido por los Estados Unidos en 1898 — dicen los ideólogos
criollos del imperialismo bobo — fue adquirido en un momento de
lo que los norteamericanos llaman « absentminded ness » . En cuanto
a las demás intervenciones yankis en el hemisferio, éstas han sido

(1) Franklin J. Franco. — La ideología del Trujillato en AHORA, 31 de mayo


de 1971.
LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 9

producto de los errores — si acaso — de algunos gobernantes, pero


nunca una consecuencia inevitable del propio desarrollo del
capitalismo norteamericano.
La nueva historiografía norteamericana — a la que allá han dado
en llamar la de los « historiadores revisionistas », ha puesto todas
estas nociones en su debida perspectiva. Sobre la política expan-
sionista de los Estados Unidos en 1890 nos dice el historiador
Walter La Feber :
« Para Mahan, William MacKinley, Theodore Roosevelt y Henry Cabot
Lodge, las posesiones coloniales, tal y como éstos las definían eran
piedras de toque hacia los dos grandes premios : los mercados
latinoamericanos y asiáticos. Esta política se asemejaba mucho menos al
colonialismo tradicional que al nuevo período de expansión industrial y
financiera de 1850-1914. Estos hombres no visualizaban « colonizar » a la
América Latina o a Asia. Sí querían explotar estas áreas económicamente
brindándoles (especialmente a Asia) los beneficios de la civilización
occidental y cristiana. Para hacer esto, estos expansionistas necesitaban
bases estratégicas desde las cuales los carriles marítimos y los intereses
interiores en Asia y América Latina pudiesen ser protegidos » (2).
Cuando los Estados Unidos comienzan su expansión hacia el Oeste
una vez establecida la República, nos dice el profesor Van Alstyne,
su experiencia imperialista no se distingue básicamente de la de
Inglaterra, ya que : « ambos imperios fueron criaturas de fuerzas
naturales — de la emigración y la colonización, del comercio y de
la religión, así como del deseo de expandir su influencia política.
Pero en ninguno de los casos fue la expansión inintencionada,
inplanificada u olvidadiza. Cada imperio seguirá un patrón estratégico,
y la historia de cada cual muestra la influencia de mucha
planificación y dirección consciente » (3). Y el prominente historiador
William Appleman Williams nos apunta que con el desarrollo de
la economía corporativa, los líderes norteamericanos de aquel
momento histórico « recalcaron crecientemente el papel de la
política exterior en la solución de los problemas domésticos e iniciaron
conscientemente un amplio programa de imperialismo sofisticado.
Subyacente en dicha expansión, y sustentándola hasta entrado el
siglo XX, estaba la idea central de que la expansión económica
ultramarina proveía el sine qua non de la prosperidad doméstica
y la paz social » (4).

(2) Walter La Feber. — The New Empire, An Interpretation of American


Expansion 1860-1898 (Ithaca, Cornell University Press, 1963) pág. 91.
(3) Richard W. Van Alstyne. — The Rising American Empire (Chicago :
Quadrangle Books, p. 965) pág. 100.
(4) William Appleman Williams. — The Contours of American History
(Chicago : Quadrangle Books, 1966) pág. 355.
10 C. de CARAVELLE

La intervención norteamericana de la República Dominicana en


1965, así como la de Indochina en el momento actual, son capítulos
adicionales que podrían añadirse — si es que ello fuese necesario —
a la historia imperialista de los Estados Unidos. La ocupación
e intervención de Puerto Rico, que data ininterrumpidamente desde
1898, ofrece la más flagrante ilustración de la perpetuación en
nuestra isla de un colonialismo al estilo clásico, si bien éste ha sido
maquillado con el propósito de ocultar sus máculas más visibles.
La anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos en 1898 promovió
un interesante debate constitucional en la metrópoli, cuando el
« status » del recién adquirido territorio ultramarino se planteó
ante la consideración del Congreso norteamericano. Como un hecho
curioso, cabe destacar el de que la oposición a la expansión
ultramarina provenía no sólo de algunos liberales que veían con
preocupación el nuevo papel imperialista de los Estados Unidos, sino
también de los racistas sureños que temían que la incorporación
de territorios con un alto porciento de negros pudiesen entrar
eventualmente a la unión como estados de ésta. Cuando se está
discutiendo en el seno del Congreso la primera ley orgánica (que regiría
en Puerto Rico a partir de 1900) el Senador Bate, de Tennessee,
exclamaría en actitud de protesta : « Bajo este nuevo orden de expansión,
¿ que sucederá con las Filipinas y Puerto Rico ? ¿ Se convertirán
en estados con representación aquí de estos países, de esa masa
heterogénea de mestizos que componen su ciudadanía ? Ello es
objetable al pueblo de este país, como debe ser, y ellos pondrán un
alto a ello antes de que se realice. Jefferson fue el más grande expan-
sionista, pero ni su ejemplo ni su precedente permite ninguna
justificación para la expansión sobre territorio en mares distintos,
sobre pueblos incapaces de gobierno propio, sobre religiones hostiles
a la Cristiandad y sobre salvajes adictos el canibalismo y a la cacería
de cabezas como sucede con algunos de estos isleños » (5).
Si bien no todos los congresistas se expresaron con igual
franqueza, es indiscutible que el mesianismo norteamericano no concebía
que los pueblos recién adquiridos pudiesen ser capaces de regir sus
propios destinos. El racismo, el Darwinismo social en boga durante
aquella época, no concebía que los pueblos como los nuestros fuesen
capaces de manejar sus propios asuntos. Por lo tanto procedía la
tutela de éstos, ya que algunos pueblos, como algunos hombres, se
hallaban aun en la minoría de edad. Era por lo tanto menester que
los países de las razas superiores les guiasen de la mano para su
propio beneficio.

(5) Congressionnal Record, Senado, abril 2, 1900, pág. 3612.


LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 11

Así sucedió en Puerto Rico. Cuando el General Nelson W. Miles


emite su famosa proclama al ocupar militarmente a la isla, su
alocución va envuelta en la retórica de la democracia. Hablaba el Gene
ral Miles de procurar a los habitantes de Puerto Rico « los
privilegios y bendiciones de las instituciones liberales de nuestro
gobierno », pero no es hasta 1900 — dos años después — que se
establece un gobierno civil en Puerto Rico. Los líderes
puertorriqueños, que habían experimentado una breve dosis de gobierno
propio bajo la Carta Autonómica de 1897, se encontraron primero
con el establecimiento de un gobierno militar y luego con la
aprobación de una ley orgánica — que no se aprueba hasta 1900 — que
es un retroceso en materia de gobierno para los puertorriqueños.
La negativa a conceder un régimen más generoso de gobierno
propio se asentaba sobre la premisa de que no estábamos capacitados
para gobernarnos. El autor de la primera ley orgánica que regirá
en Puerto Rico por ley del Congreso desde 1900 a 1917 lo dice con
toda claridad en un discurso que pronuncia en el Congreso : « El
pueblo de Puerto Rico difiere radicalmente de cualquier otro pueblo
para quien hayamos legislado anteriormente. Ellos han tenido una
experiencia diferente, sobre todo en materia de gobierno. No han
tenido experiencia alguna que los califique — a la luz del testimonio
aducido ante nuestro comité en las vistas celebradas — para la gran
labor de organizar un gobierno con todos los importantes negociados
y departamentos que necesita el pueblo de Puerto Rico » (6).
Una vez declarada dicha intención Puerto Rico quedaba sometido
a un régimen de inferioridad política que habría de subsistir hasta
nuestros días. El escenario queda preparado para el paso posterior
de la penetración económica de los grandes intereses de las
corporaciones norteamericanas. La aplicación a Puerto Rico de la tarifa
arancelaria vigente en los Estados Unidos asesta un rudo golpe a la
agricultura criolla. La devaluación de la moneda en un 40 % de su
valor original sirve para rematar el dominio norteamericano de la
economía, pues de un plumazo reduce el valor de las tierras y reduce
además el poder adquisitivo de los criollos. Dicha devaluación
— como ha indicado recientemente el profesor José Antonio
Herrero — tiene consecuencias más desastrosas aun para la economía
puertorriqueña que el huracán de 1899. Privado de sus
tradicionales mercados europeos como consecuencia de la nueva situación
creada por el cambio de soberanía, el café puertorriqueño sufre un
rudo golpe del cual no habrá de reponerse.

(6) Speech of Hon. John B. Foraker of Ohio in the Senate of the United States
(Washington : Government Printing Office, 1900) pag. 6.
12 C. de CARAVELLE

Según el estudio de los Diffie realizado en 1931, para 1899 los


agricultores puertorriqueños eran dueños del 93 % de las fincas
existentes en Puerto Rico, de forma tal que en la isla « un gran
número de personas pertenecientes a la población rural eran dueños
de sus hogares y residentes permanentes de la isla ■» (7). Del área
total de Puerto Rico = 3,435 millas cuadradas, el 41 % estaba
dedicado al café, el 15 % a la caña de azúcar, el 32 % a comestibles y
sólo el 1 % al cultivo del tabaco. Con la apertura de Puerto Rico a
la penetración económica de los consorcios azucareros
norteamericanos, para 1930 el 44 % del área total cultivable de la isla estaba
dedicada a la producción azucarera. Durante las primeras tres
décadas de dominación colonial estadounidense, la inversión absentista
ascendió a $ 120,000,000 (8). Para esta misma fecha el 60 % de la
producción del azúcar estaba dominada por cuatro grandes
corporaciones absentistas, y lo mismo podía decirse del tabaco (80 %),
servicios públicos y bancos (60 %), líneas marítimas (100 %) (9).
Como puede notarse, el proceso de la concentración de la riqueza en
manos de las grandes corporaciones Yankis nos convirtió en una
colonia productora de azúcar. Esta economía del monocultivo creó
además un vasto proletariado rural que laboraba inmisericordia-
mente por salarios que se hallaban por debajo del nivel de
subsistencia. El estudio de la Brookings Institution (1930), hecho a petición
del propio gobierno colonial, indica que para ese momento Puerto
Rico era « una comunidad de obreros agrícolas », y concluye
diciendo : « En términos generales el nacimiento, las enfermedades,
los accidentes y la muerte son soportados sin que se haga mucho
esfuerzo para aliviarlos. En las casas de la montaña del jíbaro uno
encuentra con demasiada frecuencia que la enfermedad y el
sufrimiento son aceptados con un fatalismo impotente » (10).
Este « fatalismo impotente » que muchos ideólogos colonialistas
pretendieron atribuir a características innatas de nuestro pueblo,
era el resultado directo de la conversión de Puerto Rico en un
venero de explotación imperialista. Si el excedente había sido
extraído durante la dominación española a través de la esclavitud
y de otras formas de servidumbre, ahora era extraído a través de la
explotación de mano de obra barata y de las materias primas
brindadas por nuestro territorio.
(7) Bailey W. Y. Justine W. Diffle, Porto Rico : a Broken Pledge (New
York : The Vanguard Press, 1931) págs. 21-22.
(8) Harvey S. Peloff. — Puerto Rico's Economic Future (University of Chicago
Press, 1950), pag. 28.
(9) Diffie, op. cit. pag. 150.
(10) Victor S. Clark (compilador) Porto Rico and its Problems (Washington,
D.C. : The Brookings Institution, 1930) pags. 13, 21, 27, 37.
LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 13

En los comienzos de ese decenio, la enajenación del patrimonio


nacional puertorriqueño llegó hasta el punto de que el líder
nacionalista Pedro Albizu Campos podría exclamar en 1932 : « El
imperialismo Yanki, en lo moral, nos ha conducido al desprecio de
nosotros mismos; en lo material de propietarios nos ha convertido
en peones, y de peones en mendigos sentenciados a muerte ».
En ese momento, un pequeño grupo de la débil burguesía
puertorriqueña servía a manera de intermediarios entre la isla y los grandes
consorcios azucareros yankis. En esta coyuntura, se hacía patente
una vez más — al igual que en el siglo XIX — la esencial debilidad
de la burguesía puertorriqueña. Esta carencia de una burguesía
nacional ha sido una constante del desarollo económico de Puerto
Rico y uno de los puntales primordiales de nuestra dependencia.
Pues de la burguesía puertorriqueña podría decirse lo que Fanon
apunta acerca de la burguesía de los países coloniales y
neo-coloniales. Escuchémosle :
« La burguesía nacional descubre como misión histórica la de servir
de intermediario. Como se ve, no se trata de una vocación de
transformar a la nación, sino prosaicamente de servir de correa de transmisión
a un capitalismo reducido al camuflaje y que se cubre ahora con la
máscara neocolonialista. La burguesía nacional va a complacerse, sin
complejos y muy digna, con el papel de agente de negocios de la burguesía
occidental. Ese papel lucrativo, esa función de pequeño gananciero, esa
estrechez de visión, esa ausencia de ambición simbolizan la incapacidad
de la burguesía nacional para cumplir su papel histórico de burguesía.
El aspecto dinámico y de adelantado, el aspecto de inventor y
descubridor de mundos que se encuentra en toda burguesía nacional está aquí
lamentablemente ausente. En el seno de la burguesía de los países
coloniales domina el espíritu de disfrute. Es que en el plano psicológico se
indentifica a la burguesía occidental cuyas enseñanzas ha absorbido.
Sigue a la burguesía occidental en su lado negativo y decadente, sin
haber franqueado las primeras etapas de exploración e invención que
son, en todo caso, un mérito de la burguesía occidental. En sus inicios,
la burguesía nacional de los países coloniales se identifica con la
burguesía occidental en sus finales. No debe crerse que quema etapas. En
realidad comienza por el final. Ya está en la senectud sin haber conocido
ni la petulancia, ni la intrepidez, ni el voluntarismo de la juventud y la
adolescencia » (n).
Al filo de la gran depresión, Puerto Rico se halla bajo el dominio
de un régimen colonial cuyos principales colaboradores pertenecían
a esta clase burguesa dependiente, débil, pero aun así capaz de servir
de correa de transmisión del poder metro-político. En la base de la
pirámide social, de otra parte, se hallaba la inmensa mayoría del

(11) Franz Fanon. — Los condenados de la tierra (México : Fondo de Cultura


Económica, 1961) págs. 139-40.
14 C. de CARAVELLE

proletariado rural y urbano y una pequeña burguesía de


profesionales, intelectuales, pequeños comerciantes, etc. Cuando la depresión
azota con fuerza al régimen económico de la metrópoli, la crisis
estremece también los cimientos del régimen colonial imperente en
Puerto Rico. La depresión acentúa aún más el verdadero carácter de
nuestra dependencia colonial y hace trizas los mitos acerca de la
omnipotencia estadounidense. El radicalismo nacionalista cobra
fuerza considerable en la isla y el imperio decide cambiar de táctica
haciendo ahora extensivos a Puerto Rico toda una serie de programas
de ayuda económica que, sin alterar fundamentalmente nuestra
condición colonial, no obstante fuesen lo suficientemente amplias
como para intentar ameliorar las más flagrantes injusticias del
sistema. Eso será todo. Las estructuras capaces de perpetuar la
dependencia a lo largo de las líneas del colonialismo clásico continuarán
vigentes.
Cuando accede al ejercicio del poder colonial un partido
reformista con retórica radical en 1940 — el Partido Popular
Democrático dirigido por Luis Muñoz Marín — la situación política de Puerto
Rico no ha combiado un ápice. Como en 1900, el poder fundamental
que afecta a la nación puertorriqueña residía en el Congreso de
los Estados Unidos. A partir de ese momento, comienzan a gestarse
nuevas formas de dependencia económica dentro del viejo marco
estructural de la vieja dependencia política.
En verdad, el Partido Popular Democrático cabalgará en la cresta
de la ola del reformismo novotratista que Franklin D. Roosevelt
inicia en la metrópoli. Parece reconciliar, desde el primer momento,
los anhelos nacionalistas y de justicia social de nuestro pueblo.
Para 1948, la situación comienza a definirse en sentido contrario.
Comienza a cristalizar el programa conocido como « Operación
manos a la obra », cuya teoría general consiste en promover un
programa de industrialización para Puerto Rico. Para cimentar
este « capitalismo de invernadero », se propone utilizar hasta el
máximo la circunstancia de que nuestra isla, aun siendo un
territorio de la unión norteamericana, estaba no obstante exenta de
de pagar contribuciones al Tesoro de los Estados Unidos. Así, la
exención contributiva industrial se convierte — bajo la dirección
de Teodoro Moscoso, primer administrador de la Administración
de Fomento Económico — en uno de los señuelos básicos mediante
los cuales se pretende atraer capital (generalmente norteamericano)
a Puerto Rico. El otro señuelo era el de la mano de obra barata. Es
así como comienza el programa de Fomento Económico, que sin
duda se convertiría en una de las principales atracciones — junto
con el « clima industrial adecuado » — de nuestro Puerto Rico. Las
LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 15

empresas a establecerse en Borinquen quedaban exentas — por un


período de hasta 17 años — del pago de tributos al erario
puertorriqueño. Como puede imaginarse el lector, la rentabilidad sobre lo
invertido era extraordinaria. El Wall Street Journal podría
regodearse en la siguiente descripción de Puerto Rico como paraíso de los
inversionistas tan cerca a nuestros días como el 1966 : « La
alarmante tasa de desempleo, que se estima entre un 12 y un 30 %,
está ayudando a atraer las industrias de Estados Unidos a Puerto
Rico en lo que puede considerarse un récord, dada la escasez laboral
que afecta a nuestro país. De una parte, los impuestos personales
y sobre la propiedad, además de los arbitrios y pagos de licencias,
son suspendidos a menudo por un período de hasta 17 años,
dependiendo del producto de una compañía y de cuanto ésta ayuda a la
industrialización del área. En adición, el gobierno puertorriqueño
concede subsidios generosos para todo, desde transportación hasta
entrenamiento » (12).
El énfasis sobre la industrialización puso de lado el sector
agrícola puertorriqueño. Privado además dicho sector de la protección
arancelaria de que disponen los pueblos soberanos, comienza en un
proceso precipitado de declinación que no se ha detenido hasta el
día de hoy. La industria azucarera, hasta el 1940 nuestra más
importante industria, yace hoy en ruinas con el cierre sistemático
de ingenio tras ingenio. El café, el tabaco, la ganadería, los frutos
menores, todos han sufrido el impacto de este proceso de
destrucción de la agricultura puertorriqueña. Se ha acentuado por lo tanto
la situación dependiente de nuestra economía, toda vez que, para
usar los términos del profesor Gordon K. Lewis, « Puerto Rico
produce lo que no consume y consume lo que no produce ».
El crecimiento elefantíasico del sector industrial se ha podido
palpar en una gran concentración poblacional en las áreas urbanas
y en la despoblación paulatina pero sistemática de las zonas rurales.
Lo que el Informe Brookings describió una vez como « una
comunidad de trabajadores agrícolas » es hoy todo menos eso. Más de
un 60 % de la población puertorriqueña vive hoy en zonas urbanas.
El éxodo rural-urbano se ha manifestado también — a partir de la
segunda guerra mundial — en un éxodo masivo de puertorriqueños
hacia Estados Unidos. Una de las políticas del Partido Popular
consistió en estimular esta emigración, justificándolo bajo una
teoría llamada « la válvula de escape ». Un prominente demógrafo
puertorriqueño ha llamado la atención hacia el hecho de que éste
es « uno de los más grandes éxodos de población que registra la

(12) The Wall Street Journal, 27 de diciembre de 1966.


lé C. de CARAVELLE

historia », y que ello ha traido como consecuencia que « si añadimos


al total de emigrantes el número de hijos que éstos hubiesen
procreado en la Isla de haberse quedado, llegamos a la conclusión de
que entre 1940 y 1960 la Isla dejó de ganar alrededor de un millón
de personas como resultado de esa emigración en masa » . La misma
fuente señala que durante la década del 1950 el 70 % de los
migrantes eran personas de 15 a 39 años (13). Este enorme
desplazamiento poblacional ha significado, desde luego, que Puerto Rico sea
un país con una tercera parte de su población viviendo fuera de su
territorio. Con una ligereza casi criminal el gobierno colonial ha
decidido lavarse las manos en la cuestión de los emigrantes, y todos
los días embarcan hacia la metrópoli cientos de obreros agrícolas
que van a engrosar allá el ejército de reserva compuesto por los
peor pagados de todos los obreros de la metrópoli.
Lo que se ha expandido considerablemente con el programa de
« industrialización por invitación » ha sido el sector terciario de la
economía, es decir, la clase media burocrática y profesional que
prolifera como consecuencia de los nuevos programas
gubernamentales. Esta clase se ha convertido en un importantísimo factor
tendente hacia el conservadurismo político, siendo como es un
prominente sector demográfico en nuestras áreas urbanas, pero
particularmente en las grandes ciudades. Esta clase es, asimismo, un
puntal esencial de una « economía de consumidores » (consumer
economy) que, bajo las circunstancias de un país que apenas si
produce nada — más del 90 % de los artículos de primera necesidad
en Puerto Rico tienen que ser importados — imita los patrones de
consumo de la clase media metropolítica.
Si alguna clase ha absorbido la cosmovisión imperialista, ha sido
la clase media puertorriqueña. Si en algún sector poblacional de
Puerto Rico encontramos el fenómeno de la alienación como secuela
del colonialismo, es en este sector.
De otra parte, es de la clase media de donde proviene por lo
general todo ese estrato que constituye el grupo de los intelectuales,
cuya concepción del mundo choca frecuentemente con la
sustentada por los componentes de su propia clase. Pero es éste un sector
minoritario numéricamente si se le compara con el enorme
contingente que componen los habitantes de las numerosas urbanizaciones
que proliferan alrededor de las grandes ciudades.
En las grandes ciudades como San Juan el propio éxodo rural
urbano ha cimentado todo un sector arrabalero, tan hábilmente

(13) José Luis Vázquez Calzada, « La emigración puertorriqueña : solución


o problema » Revista de Ciencias Sociales, vol. VII, num. 4, diciembre 1963.
LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 17

descrito por el fenecido Oscar Lewis en su libro La Vida. Este sector


marginalizado es de una gran importancia numérica, sobre todo en
las elecciones por el dominio del municipio de San Juan. En el seno
de esa comunidad surge el « Lumpenproletariat » urbano, una fuerza
que ha sabido ser utilizada recientemente por el actual gobierno en
su represión del movimiento independentista.
La industrialización de Puerto Rico se ha ubicado mayormente
cerca de los grandes centros urbanos. Esto ha significado, de hecho,
la despoblación de la campiña, dándose el caso de que ya
encontramos prácticamento varios « pueblos fantasmas » en el interior
de la isla, algo análogo a las « Casas Muertas » que describe Miguel
Otero Silva en una de sus novelas acerca de Venezuela. Esto a su
vez ha creado una enorme desproporción entre el nivel de vida de la
ciudad y el campo. El desempleo — increíblemente alto de por sí si
tomamos en consideración que se estima hasta en un 30 % —
alcanza cifras realmente alarmantes en algunos pueblos del interior
de la isla.
Esta situación de desempleo y sub-empleo, en adición a la creación
de un vasto ejército de reserva obrero, es explotada por el propio
régimen mediante prácticas tales como la distribución de alimentos
excedentes del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos,
lo que el pueblo llama « el mantengo ». De acuerdo con cifras
proporcionadas por el propio Departamento de Agricultura
estadounidense, una de cada 3 personas en Puerto Rico están recibiendo
« mantego ». Esto, como es natural, acentúa los hábitos de
dependencia y se le hace aparecer como una dádiva del generoso gobierno
norteamericano.
Existe sin lugar a dudas una especie de aristocracia obrera que
disfruta de salarios relativamente altos. Pero ésta es une minoría de
la fuerza obrera, que de otra parte se halla prácticamente sin
sindicalizar — el 18 % del total de la fuerza obrera puertorriqueña
pertenece a sindicatos o uniones obreras. Este hecho, como puede
colegirse, incide negativamente en el desarrollo de la lucha de clases
y es un factor retardatario en las reivindicaciones de las masas
obreras. Esto es parte, además, de toda política de desaliento a la
formación de uniones obreras que ha servido como norte a todo el
programa de Fomento Económico.
Señalé anteriormente, al intentar una precisión de los lineamientos
generales de la economía y la sociedad puertorriqueña, el carácter
de intermediarios que le cabe primordialmente a la burguesía y
pequeña burguesía puertorriqueña. Ello resulta aún más evidente si
tomamos en consideración el hecho de que el 78 % de las empresas
establecidas en Puerto Rico son de propiedad norteamericana. La
18 C. de CARAVELLE

gestión enajenadora de nuestro patrimonio nacional que


anteriormente realizaran las grandes compañías azucareras, es hoy función
de las grandes compañías petroquímicas.
En este instante se debate en Puerto Rico la suerte de los ricos
yacimientos de cobre que se encuentran ubicados en el centro mismo
de nuestra isla. Dichos yacimientos — cuyo descubrimiento ha
dado un mentís rotundo a la tesis colonialista de que somos un
país sin recursos naturales — han promovido la codicia de las
grandes corporaciones explotadoras del cobre de ese riquísimo filón
de nuestro patrimonio nacional.
En todo caso, el problema continúa siendo el mismo : se trata de
la carencia de poderes de nuestro pueblo para poder tomar las
decisiones que sirvan a sus mejores intereses. El marco constrictivo
del régimen colonial ciñe efectivamente el ámbito de acción del
pueblo puertorriqueño y le impone una camisa de fuerza que le
condena al inmovilismo. Setenta y un años han transcurrido, y
todavía pueden enumerarse las siguientes potestades del Congreso
norteamericano que cobraron vigencia en el 1900, según se
desprende del testimonio presentado por el Ledo. Yamil Galib en una
ponencia que éste hiciera en 1965 :
« En virtud de ese poder ilimitado, el Congreso (de Estados Unidos)
recluta nuestras juventudes y las envía a la guerra, determina quiénes
pueden entrar y salir de nuestro territorio mediante las leyes de
inmigración; mantiene aquí un tribunal federal que procesa y enjuicia a
puertorriqueños bajo leyes federales; controla la radio y la televisión y
sin su anuencia no puede erigirse en nuestro país una torre emisora ni
enviarse o recibirse mensaje alguno a través de estos medios de
comunicación. Censura libros y obras de arte a través de sus agentes en las
aduanas federales; controla nuestro comercio y nuestra economía mediante
el monopolio, hasta donde es posible hacerlo, como mercado consumidor.
Mantiene un absoluto e increíble control sobre los fletes marítimos y
aéreos entre Estados Unidos y Puerto Rico que le impone a nuestro país un
sobreprecio calculado entre 40 y 50 millones de dólares anualmente.
Interviene con exclusividad en las leyes sobre quiebra, naturalización
y ciudadanía. Mantiene poder ilimitado de expropiación de nuestras
tierras y nuestras propiedades, y aunque pudiera alegarse que ese poder
no lo ha ejercido siempre en forma abusiva, el hecho de no existir
limitación alguna a este respecto es inequívoca señal de que nuestro territorio
y nuestra riqueza están a merced y siguen siendo posesión y pertenencia
de Estados Unidos.
Controla la delegación aérea y marítima. Dirige con exclusividad las
relaciones exteriores. Nos prohibe fijar nuestros propios aranceles por
el artículo 3o de la Ley de Relaciones Federales, reservándose para sí la
única arma que podríamos esgrimir para proteger nuestras empresas de
producción contra competencias ruinosas de los poderosísimos
productores de Estados Unidos, llevándonos a la paradójica situación de que un
país pobre compre a los precios del país más rico del mundo; a que en el
LA SITUACIÓN POLÍTICA DE PUERTO RICO 19

intercambio de mercaderías tengamos anualmente una balanza


desfavorable para nosotros en una suma que fluctúa entre 250 y 300 millones de
dólares, balanza adversa a Puerto Rico desde que los norteamericanos
pusieron pie en nuestro suelo.
Mantiene el Congreso control sobre la industria azucarera. No nos
permite intervenir en los tratados comerciales que negocia Estados
Unidos con otros países, ni aun en aquellos aspectos que nos afectan
adversamente; controla correos y moneda y establece las determinaciones
fundamentales sobre las normas que rigen en el negocio bancário. Cubre
tierra, mar y aire puertorriqueños con su ejército, marina y aviación sin
siquiera tomarnos el parecer ni el consentimiento para encubrir las
apariencias de un sistema que tiene la pretensión de ser democrático.
Puede sostenerse, en fin, que está en manos del Congreso de Estados
Unidos casi todo lo que directa o indirectamente afecta la vida de
Puerto Rico ».
Es este dominio ejercido en forma directa sobre los asuntos que
determinan la vida de los puertorriqueños lo que nos hace — no una
neo-colonia como la República Dominicana o Haití — sino una
colonia en el sentido clásico del vocablo.
Podría además argumentarse que el esquema clásico del
imperialismo es perfectamente aplicable a nuestra isla. Está de una parte
la intervención militar y la ocupación del territorio por una potencia
extranjera. Este hecho persiste en Puerto Rico desde el 1898. De
otra parte encontramos la explotación de las materias primas y la
fuerza de trabajo del país colonizado, bajo condiciones leoninas
para éste. Esta situación de dependencia se acentúa además a través
de un proceso despiadado de asimilación cultural que amenaza con
destruir la cultura nacional puertorriqueña. Es esta ofensiva
cultural, dirigida a la total erradicion de toda conciencia nacional
puertorriqueña, la carta principal del imperialismo en Puerto Rico.
Pues la penetración cultural estadounidense ha tenido como
propósito alienar al puertorriqueño de su propia cultura y desarraigarlo
de sus vínculos con los países de habla hispana — particularmente
de América Latina. Es este proceso sistemático de disolución cultural
el más insidioso y pernicioso de los mecanismos mediante los cuales
en Puerto Rico ha perpetuado una situación colonial que ya resulta
un anacronismo en nuestro tiempo. Ese habrá de ser el tema de un
próximo trabajo, pero para antes de cerrar quisiera citar el siguiente
pasaje del libro del profesor Gordon Lewis sobre Puerto Rico. Dice
así :
« Desde un principio al niño puertorriqueño se le ha
enseñado historia americana antes que historia de Puerto Rico. Sus
capacidades se han desarrollado dentro de una atmósfera colonial, donde los
medios de comunicación de masas han representado al populacho una
cultura que no es la de ellos, y a la que han aprendido a atribuir todo lo
20 C. de CARAVELLE

que dentro de su experiencia ha sido digno de encomio. Los mismos


símbolos linguísticos del mérito y de la autoridad son los del poder
dominador. Así, el estudiante puertorriqueño todavía se las arregla, con bastante
frecuencia, para llamar a su maestro « mister » en vez de maestro o
profesor, como si el maestro fuese un norteamericano. Esto no se aplica
solamente al pasado, pues como ha señalado René Marques, el sentimiento
ancestral de desamparo del individuo puertorriqueño todavía le es
sicológicamente imbuido a través de métodos modernos de educación que
son algo más sutiles que los usados anteriormente. En vista de que la
carga de resolver los aspectos inconvenientes de las comunicaciones entre
los gobernados y los gobernantes en situaciones coloniales ha sido
siempre tarea forzosa de los gobernados, a los puertorriqueños se les ha
obligado a aprender inglés en vez de los americanos aprender español. La
desvalorización de la cultura local ha estimulado un correspondiente au-
todesprecio en los individuos que la componen. Para algunos, el auto-
desprecio ha adquirido la forma de una sumisión ciega al estilo
americano, expresado por un impulso imperioso hacia la identificación e
incorporación con la élite del poder gobernante; impulso que con
frecuencia es entendido sólo a medias por sus víctimas; y los sentimientos
de culpa así engendrados han sido encubiertos frecuentemente con el
recurso de identificar a Puerto Rico con la « Civilización Occidental >
en vez de con los Estados Unidos, de forma tal que términos como « la
crisis de Occidente », « cultura occidental >, « el mundo libre > y
así sucesivamente juegan un papel terapéutico en la sicología de ese
tipo de puertorriqueño. Para otros, de otra parte, la respuesta a una
situación tan intolerable para espíritus sensitivos y tan poderosamente
apoyada por todas las instituciones de la sociedad, privadas y públicas,
políticas y económicas, ha sido el refugiarse en sentimientos de rencor,
inferioridad y chauvinismo ».

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