Mad As A Hatter - Kendra Moreno

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Contents

Una colaboración de:


Estimado lector
Sinopsis
Staff
Índice
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Agradecimientos
Acerca de la autora
Ciudad del Fuego Celestial
Sombra Literaria
Notes
Una colaboración de:
Estimado lector:

La presente traducción fue posible gracias al trabajo


desinteresado de lectores como tú, es una traducción hecha por fans
para otros fans, por lo tanto, la traducción distará de alguna hecha
por una editorial profesional.

Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie
obtiene un beneficio económico del mismo, por eso mismo te
instamos a que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea
en formato electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la
traducción oficial al español si es que llega a salir.

También te instamos a no compartir capturas de pantalla de


nuestras traducciones en redes sociales o simplemente subir
nuestras traducciones en plataformas como Wattpad y Ao3, al
menos no hasta que haya salido una traducción oficial por parte de
alguna editorial al español, esto para evitar problemas con las
editoriales.

Las personas partícipes en esta traducción se deslindan de


cualquier acto malintencionado que se haga con la misma.

Gracias por leer y disfruta la lectura.


Sinopsis
Desciende a la locura...
Clara pasó toda su vida luchando en los tribunales por los
oprimidos, los extraños, los abusados. Es natural que cuando un
hombre con orejas de conejo en la cabeza venga a verla, no
parpadee...
...hasta que abre un portal y la arrastra al País de las Maravillas.
Pero este no es el mundo sobre el que ha leído en casa. Este
mundo ha sido retorcido, envenenado nada menos que por la Reina
Roja.
Hay una profecía, la única posibilidad de supervivencia que tiene
el País de las Maravillas. Se predice que Clara derrotará al Pillo y
reclamará el corazón del Sombrerero. Pero hay un problema. El
Sombrerero está loco y el País de las Maravillas está lleno de
horrores indescriptibles. La muerte espera detrás de cada árbol. Si
los Beezles no te atrapan, los Bandersnatch lo harán.
¿Clara podrá abrazar la locura y su destino, o continuará el
reinado de la Reina Roja?
Este no es el país de las maravillas que conoces...
**Este es un retelling de terror y romance del País de las
Maravillas lleno de todas las criaturas y personajes que creías
conocer. Contiene gore, temas para adultos y un Sombrerero sexy.
Cada libro de la serie se puede leer de forma independiente, aunque
se sugiere leerlo en orden.
—Mad as a Hatter (Sons of Wonderland #1)
Staff
Traducción:
Aryancx
AS
Emma Bane
Haze
LilyCarstair99
Lilu
Liv
Lixeto
mCrosswalker
Min
Nea
-Rompe Maldiciones-
Roni Turner

Corrección:
BLACKTH RN
Emma Bane
Haze
Jeivi37
Lyn♥
Nea
-Patty
Roni Turner

Edición:
Banana_mou
Mrs. Carstairs~
Roni Turner

Diseño:
Jani LD
EPUB:
jackytkat
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Agradecimientos
Sobre la autora
Para mi esposo, mi Chiwwy, por escuchar incansablemente
todas mis locas ideas. Te amo.
Prólogo
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

—¡Se supone que tú eras mi amigo! —gritó Alicia—. ¡Se suponía que
estarías ahí para mí! ¿Dónde estabas Sombrerero? ¿Dónde estabas cuando
te necesité?
—Nosotros no lo sabíamos, Alicia —suplicó el Sombrerero. Estaba
esposado a la pared, la sangre goteaba por sus brazos hasta su pecho
desnudo. Su sombrero y su largo abrigo le habían sido arrebatados en el
momento en el que Alicia ordenó que lo arrojaran a las mazmorras. Las
esposas estaban cubiertas de extraños símbolos, como los que Sombrerero
nunca había visto antes. Brillaban con el menor movimiento y enviaban
agujas de dolor a sus muñecas—. El tiempo se mueve de manera diferente
aquí. No es lineal. Podrías haberte ido ayer, o mañana o un año antes. No
hay forma de rastrearlo.
—Me fui hace veinticinco años —gruñó ella—. Tan pronto como dejé el
País de las Maravillas y empecé a escupir historias de flores parlantes y
conejos y Sombrereros, me arrojaron al asilo. Mis propios padres les
pagaron para que me llevaran por miedo y vergüenza. ¡Creyeron que estaba
loca! ¿Tienes una idea de lo que le hacen a la gente loca en mi mundo?
—Por favor Alicia —intentó el Sombrerero de nuevo—. Éramos amigos.
Esto no es lo que quieres hacer.
Alicia sonrió, acercándose a él. Ella ignoró su comentario, continuando
como si nunca lo hubiera escuchado hablar.
—Tratamiento de electroshock. Lobotomías. ¿Sabías que cortaron mi
cerebro? Dijeron que arreglarían la parte que sufría de locura. Pregúntame
si funcionó. Pregúntame si grité y grité y grité. —Ira salía de su voz,
cubriendo cada palabra.
—Tú no eres mi Alicia —dice con voz ronca, su voz ya se estaba
debilitando. Lo que sea que estuviera en las esposas, estaba funcionando.
—Esto es exactamente lo que soy, lo que siempre estuve destinada a ser.
Los tratamientos no funcionaron. Solo me hicieron enfurecer. Enfurecida
con el doctor que me cortaba. Enfurecida con el País de las Maravillas por
mostrarse ante mí en primer lugar. Enfurecida contigo por abandonarme.
Ahora quiero ver si puedes morir, Sombrerero. —Ella metió la mano en su
pecho desnudo, sus garras se envolvieron alrededor de su corazón que aún
latía. El Sombrerero gritó de agonía, sangre goteando de la comisura de sus
labios y fluyendo de donde su mano todavía estaba acurrucada en su pecho.
—Alicia —balbuceó el Sombrerero, su cabeza se hundió en su pecho—.
Alicia. —Su voz era apenas un susurro. El dolor estaba apagando su cuerpo.
—No —se burló, riendo maniáticamente mientras le arrancaba el
corazón por completo de la cavidad. Se lo llevó a los labios y lamió la
sangre, dejándola caer, bajando por su barbilla y sobre su pecho—. No soy
Alicia. Ya no. —Ella sonrió, una sonrisa trastornada, mientras aplastaba el
corazón en su mano—. Soy la Reina Roja.
Capítulo uno
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

—Así que, ¿cómo llegó a la investigación, Sr. Gregory? —le pregunto al


hombre que se mueve incómodo en el estrado de los testigos. Ha estado
mintiendo entre dientes desde el momento en que se sentó. Sé que estaba
mintiendo cuando sus ojos se movían de un lado a otro entre el acusado y el
techo. Lo había estado conduciendo a cavar un hoyo mucho más grande del
que había cavado.
—Am… —Está buscando en su mente la respuesta que le habían dicho
que memorizara. El pobre bastardo. Perdería su trabajo después de todo
esto, algo con lo que habría podido ayudarlo si él no hubiera tratado
intencionalmente de encubrir lo todo. Tal como está ahora, sería una gran
víctima del gran negocio como para que trabajara.
—Responda la pregunta por favor, Sr. Gregory —indica el juez, mirando
de cerca. Sostiene un bolígrafo en una mano, tomando notas, sus gafas se
deslizan a la punta de su nariz. Estoy bastante segura de que el juez sabe lo
que pasa. El jurado es otro caso. A algunos de ellos no les importa de una
forma o de otra, pero los que están invertidos en el caso son a los que
necesitamos ganar de nuestro lado.
Mis clientes lo han perdido todo, cuando la gran compañía, Industrias
Stanton, les había robado su idea. Todo el dinero que habían invertido se
fue por el desagüe. Habían perdido sus casas cuando no pudieron pagar la
hipoteca. Todo eso mientras Industrias Stanton estaba haciendo billones de
su programa y ni una vez, le dieron crédito a la pequeña empresa de mis
clientes, Jones Tech. No muchos abogados habrían tomado el caso,
considerando a Industrias Stanton demasiado poderosa para enfrentarse a
ellos. Sin embargo, yo no soy cualquier abogado.
—Alguien lo trajo a mi escritorio, uno de los desarrolladores. —Cuando
el Sr. Gregory finalmente habla, su voz se quiebra, gotas de sudor caen de
su frente.
—¿Cuál era el nombre de ese desarrollador? —pregunto.
—No lo sé. Hay demasiados nombres para recordarlos.
Reviso entre mis notas. Cada movimiento de página hace que el Sr.
Gregory se estremezca por el ruido, como si estuviera esquivando balas.
—Hay seis desarrolladores que podrían haber sido responsables de
llevarle la investigación a usted. Seis posibilidades. ¿No puede recordar seis
nombres, Sr. Gregory?
—No. —Está temblando visiblemente, ahora el sudor se está acumulando
y manchando las axilas de su camisa—. Soy malo con los nombres.
—De acuerdo. ¿Qué tal si le muestro las fotografías de los seis
empleados? ¿Sería capaz de elegir al desarrollador de las fotografías?
—No. —Se tira de la corbata antes de jugar con los botones—. No vi
cual era.
—¿Entonces cómo sabe que fue uno de los desarrolladores? ¿No pudo
haber sido el Sr. Stanton, el acusado, quien dejó la investigación en su
escritorio?
—No lo sé.
—¿No fue el Sr. Stanton quién le insistió que saliera con el programa lo
más pronto posible, incitándole a evitar los procedimientos normales?
—No lo sé.
—¿Qué es lo que sí sabe, Sr. Gregory? —pregunto, mi voz fría. No tengo
ningún respeto por las personas que se sientan en silencio y pretenden que
las cosas malas no han sucedido. Él podría haberse levantado, reportado el
robo a alguien y habría sido protegido por ello. Ahora se hundirá con el
embarque.
—Solo sé que alguien dejó la investigación en mi escritorio, así que
manejé el lanzamiento. No robamos ninguna idea. Había sido algo en lo que
nuestra compañía había estado trabajando durante un tiempo. El
lanzamiento no tiene nada que ver con la pequeña empresa. Solo estaba
haciendo mi trabajo.
—¿En serio? —Sonreí—. ¿No sabía que la idea había sido robada?
—No.
Me giro hacia el jurado, ojeando mis notas otra vez.
—Su señoría, me gustaría llamar la atención del jurado, evidencia
número cincuenta y tres.
Hay un cambio visible en el tribunal, todos curiosos ante la evidencia que
presentaría. Saco un estéreo portátil, con un dispositivo de grabación
conectado. La evidencia había sido añadida esta mañana, difícilmente hubo
tiempo suficiente para que la defensa encontrara la forma de desacreditarla.
Las voces comienzan a llenar la sala cuando el trabajador de la Corte
reproduce el audio.
—Lo saben. Saben que tomamos la idea. Saben sobre nosotros. ¿Qué
vamos a hacer?
—Nada. No haremos nada. Nadie se atrevería a desafiarnos. —La
segunda voz encaja con la del acusado y es baja y brusca, hablando en
susurros.
—¿Y si ellos lo hacen? Saben que tomamos la investigación y la
lanzamos antes de que pudieran actuar. Oh, Dios. Lo van a saber. Voy a
perderlo todo.
—Que te crezcan un par, Jhon. No digas nada y estarás a salvo.
Protegemos a los nuestros.
La grabación se detiene, y encuentro los ojos asustados de Jhon Gregory.
El jurado está murmurando. Hay charla en la sala del tribunal, la emoción
extendiéndose. Las personas siempre aman un buen show y no soy nada
más que complaciente.
—¿Le gustaría cambiar su declaración? —pregunto con calma, luchando
contra la necesidad de curvar mis labios ante su incomodidad.
Está en silencio por un momento, claramente intentado descifrar qué
decir. Su mirada gira por toda la habitación salvajemente, buscando ayuda.
Cuando no hay nada, se pone de pie rápidamente, señalando con su dedo a
Malcolm Stanton, el hombre detrás de la operación, el acusado. El hombre
al que mis clientes están demandando. El Sr. Stanton se había ofrecido
primeramente a comprar a mis clientes, pero cuando se negaron, sabiendo
que tenían una buena idea en sus manos, Stanton había tomado la
investigación aun así, robando cualquier esperanza de éxito de ellos.
—¡Él me hizo hacerlo! ¡No tuve opción!
El tribunal explota en caos cuando todos comienzan a hablar a la vez. El
juez golpea su mazo, el TUNTUNTUN hace eco a través de la habitación,
pero nadie está escuchando.
—¡Orden! —grita él. Nadie se detiene, puesto que están demasiado
entusiasmados con la admisión.
Tomo el asiento al lado de mi cliente con una amplia sonrisa en mi rostro
mientras miro a Malcolm Stanton. Él me había amenazado cuando accedí
por primera vez a tomar el caso, diciéndome que se aseguraría a que nunca
volviera a trabajar. Pero sobrevaloró la cantidad de personas que habían
sido perjudicadas por un conglomerado. Vi a mi padre perder los ahorros de
toda su vida cuando una gran compañía le robó su invento. Fue un despertar
para mí cuando era niña. Vi a abogado tras abogado rechazarlo, diciéndole
que no tenía oportunidad de ganar y que era un caso inútil. Cuando nadie
estuvo de acuerdo, decidí mi carrera. Ahora lucho por los desvalidos, por
los que todos los demás están demasiado asustados para representar.
Mis clientes, un dulce matrimonio, se habían esforzado mucho para
diseñar el programa que les habían quitado en las narices. Todo porque
alguien en quien confiaban había hablado de ello con la persona
equivocada. Ellos tenían tres niños en casa que alimentar. A la compañía
Stanton no le importaba eso, solo veían el programa por la joya que era. Así
que, la robaron, sin esperar ninguna represión por sus acciones. Las
personas como él me enferman.
El juez finalmente logra que todos se calmen antes de que comience a
relajar la sala del tribunal.
—¿Tiene alguna otra pregunta, Srta. Ortega? —me pregunta el juez.
La sonrisa sigue en mi rostro.
—No, su Señoría.
—Entonces el jurado discutirá la evidencia, y ustedes pueden esperar a
ser llamados cuando ellos hayan tomado una decisión.
Todos en el tribunal se levantan al mismo tiempo, encaminándose fuera
de la habitación. Sonrío gentilmente a mis clientes para tranquilizarlos
mientras salen y me dirijo al mostrador de café. Tenía una sería
dependencia a la cafeína desde que mi patrón de sueño está estropeado por
las altas cargas de trabajo. El caso había sido uno difícil, solo por encontrar
la evidencia lo suficientemente fuerte para probar la negligencia que se
había intentado. Y luego nos topamos con la cinta. Uno de los otros
empleados de la corporación se había enterado que el programa había sido
robado. Había hecho todo lo posible para obtener la evidencia para
nosotros, dándonos la pieza final del rompecabezas que necesitábamos, una
confesión de la intención y participación de Stanton. La mujer había
permanecido anónima por una buena razón, pero el matrimonio le dijo que
ya tenía trabajo siempre y cuando lo quisiera en su compañía. Cualquier
mujer con las agallas para tomarla contra la corporación Stanton y la moral
para saber lo que hace, es una mujer que quieren en su equipo. Recibí la
noticia anónima de que la mujer ya había aceptado.
—Eres persistente. Te concedo eso. —La voz me interrumpe mientras
tomo mi café de la barista. Echo veinte centavos en el tarro de propina,
compartiendo mi buen humor.
No levanto la vista después de agregar crema y azúcar por unos
momentos, concentrándome en la tarea. Finalmente, me encuentro con los
ojos de Malcolm Stanton.
—¿No tienes mejores lugares donde estar? ¿Ir a lamer tus heridas a algún
lugar? —pregunto, mi voz entre la indiferencia y el aburrimiento.
—Aún no has ganado.
Sonrío ampliamente, pero no digo nada más. Sus ojos se llenan de furia
mientras tomo un sorbo de mi café y me alejo. Hombres como él odian ser
ignorados. También odian ser revelados como los villanos. Tendría que
cuidarme la espalda después de este caso.
Cuando somos llamados de vuelta a la sala del tribunal, tomo mi asiento
al lado de mis clientes, barajando los papeles que tengo frente a mí.
Siempre había la posibilidad de que el jurado quisiera más información.
Un miembro del jurado se levanta de su silla mientras todos los demás se
sientan, con un papel en su mano.
—Por favor, lea el veredicto —indica el juez. Toda la sala contiene la
respiración, incluyéndome a mí. No importa cuántas veces haga esto, aún
dejo de respirar, la tensión es lo suficientemente gruesa para cortarse.
La mujer asiente y baja la mirada al papel.
—Nosotros, el jurado, encontramos a Malcolm Stanton, culpable. —Deja
de hablar cuando los murmullos extasiados llenan la sala. Existen muchas
personas a las que les gusta ver la caída de las grandes corporaciones.
El juez golpea su mazo y todos guardan silencio otra vez.
—¿Y el jurado tiene sugerencias?
—Sí, nos gustaría recomendar que el ochenta y cinco por ciento de los
ingresos del programa se pague a los demandantes en su totalidad. Que el
quince por ciento permanezca en la empresa del acusado, para los
empleados que no participaron en el robo.
—Sus recomendaciones son aceptadas. —El juez asiente con la cabeza,
complacido con el castigo—. Malcolm Stanton, se le acusará de fraude y
robo. Los procedimientos judiciales futuros determinarán el grado de
aplazamiento de la corte de crímenes. —El juez golpea con su mazo.
Mis clientes saltan de sus asientos, la esposa me rodea con los brazos y
las lágrimas corren por sus mejillas. La sala del tribunal es una cacofonía
de sonidos, mis oídos zumban por los gritos de alegría y sorpresa. Malcolm
Stanton me mira mientras su abogado se apresura a buscar, tratando de
encontrar algo, cualquier cosa para usar. Una objeción para, probablemente
pedir un nuevo juicio, lo que no es raro en casos como estos. Pero el
veredicto es sólido. Cuando el juez firma la entrada en vigor, los vítores
triplican su volumen.
Me doy la vuelta cuando me atraen en otro abrazo, mis ojos miran a las
personas que salen de la sala del tribunal. Hay un hombre sentado en los
bancos, el único que no se está moviendo, sus ojos fijos en mí. Tiene el
pelo rubio rizado hasta la barbilla, el color tan claro, es casi blanco. Lleva
un traje que parece fuera de lugar, como si fuera de una época diferente.
Echa un vistazo a un reloj antes de mirarme a los ojos.
Esta vez, miro fijamente. Sobre su cabeza, clara como el día, hay dos
orejas de conejo blancas. Se mueven, una de ellas dejándose caer en la linda
forma en que lo hacen los conejitos. Parpadeo con incredulidad.
¿Qué estaba haciendo un tipo con orejas de conejo en un tribunal?
Cuando abro los ojos nuevamente, el hombre ya no está, no hay ninguna
señal de que hubiese estado ahí. Lo olvido cuando el juez me llama para
que firme.
Capítulo dos
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Estoy corriendo, rápido a través de un fosforescente bosque. Los colores


son brillantes, pulsando a un ritmo que no puedo escuchar, llevándome a
un lugar donde nunca había estado. Los hongos se abren paso aquí y allá,
gigantes bestias que se elevan sobre mí y parecen estar tratando de
alcanzar algo. Tal vez están intentando alcanzarme a mí, con grandes
bocas abiertas que se abren en sus tallos. Algo salpica mi rostro y lo
limpio. Espero agua, el inicio de una tormenta. En su lugar, mi mano está
manchada de rojo. Levanto la mirada y deseo no haberlo hecho. Cuerpos,
balanceándose, goteando, docenas. No tengo idea de dónde estoy, de qué
estoy corriendo, pero continúo. Ignoro la humedad que comienza a cubrir
mi piel. No quiero saber.
La risa resuena a través de los árboles, alcanzándome mientras tropiezo
con raíces que parecen levantarse mientras salto sobre ellas. Sigue
corriendo, me grito a mí mismo. La risa resuena de nuevo, más cerca. Esta
vez, es difícil pasar por alto la amenaza en esa risa, el peligro. Este es un
juego, nada más. Soy el ratón, pero ¿quién es el gato?
Rompo a través de la línea de árboles, tropezando por lo repentino de
las ramas ya sin rasgar mi ropa. Miro hacia abajo al lujoso vestido que
nunca había utilizado antes, el púrpura brillante y fluido. Estoy rasgado
donde las ramas se han atorado con el material, con la falda prácticamente
en jirones. Frente a mí está el hombre de la sala del tribunal, el hombre con
las orejas de conejo, parado, con su rostro solemne. Levanta el brazo y toca
el reloj de su muñeca. El simple tintineo, tik-tik, a través del claro, hace eco
y me hace estremecer cada vez que llega a mis oídos. El miedo se desliza
por su rostro cuando la risa viene de nuevo. Su fuente, justo detrás de mí.
Me giro.
Me disparo erguida en mi cama, jadeando por aire, el miedo todavía me
pone la piel de gallina a lo largo de mis brazos. Mi cuerpo está húmedo, mi
cabello mojado por el sudor. Lo alejo de mi rostro, trabajando para
estabilizar mi corazón. Que sueño tan extraño tuve, pienso, tomando
respiraciones profundas.
Gracias al estrambótico funcionamiento de mi mente, mi día comienza
con la sensación de que algo está mal. Las cosas están fuera de lugar, como
si toda mi vida se hubiese movido un centímetro a la derecha. Casi
imperceptible, pero suficiente como para volverme loca. Me toma más
alistarme, mi cabello, normalmente domesticado, se niega a alisarse así que
lo dejo ondulado. Mi tacón se rompe después de apenas ponerme los
zapatos, mi par favorito. Casi salgo de mi apartamento sin mi maletín,
después tengp que regresar de nuevo porque realmente había olvidado mi
teléfono. En la boutique cafetería cara a la vuelta de la esquina, pido un
Venti en lugar de mi habitual, Tall. Hoy es el tipo de día de extra de cafeína.
Entro en la oficina de abogados utilitarios, café en mano y mis
empleados estallan en vítores. Alguien silba. Una sonrisa genuina cruza mi
rostro. Mis empleados lo son todo para mí. Yo solo soy la cara y la
experiencia, nada más. Mis empleados son la columna vertebral.
Casi tengo treinta y cuatro, prácticamente un bebé en el mundo legal,
pero eso no me detuvo de hacerme un nombre. Ya tengo una reputación, la
que lucha por aquellos por los que nadie más luchaba, y estoy malditamente
orgullosa de ello. Sé que mi padre hubiese estado orgulloso al verme ahora.
Desearía que hubiera podido vivir lo suficiente.
Antes de graduarme con mi título de abogada, un derrame cerebral le
cobró la vida. Fue un difícil semestre final. Uno que creí que no lograría.
Paso al grupo de empleados, estrechándoles las manos y agradeciéndoles.
Hago una nota mental para encontrarme y reunirme con finanzas mientras
hago una pequeña charla y acepto las felicitaciones. Estas personas se
merecen bonificaciones por todo su arduo trabajo. Solía estar en sus
zapatos, trabajando para un abogado, acumulando las horas que necesitaba
para llegar a donde estoy ahora. Había trabajado para un hombre que aún
era importante en el mundo legal. De hecho, me enfrenté a él a menudo, ya
que siempre parecía representar a las grandes corporaciones. Es un
completo idiota. Cuando trabajaba para él, pensó que le había dado el poder
de agarrar mi trasero cuando quisiera. El día que salí de ese bufete de
abogados con mi último cheque, fue uno de los momentos más
empoderantes de mi vida. Lo había engañado al salir. Aún podía ver la
indignación en su rostro mientras lo hacía. El pensamiento me hacía sonreír
ampliamente, como usualmente lo hacía. Quiero que mis empleados sepan
que son personas, no ganado o esclavos. Son mucho más que solo
trabajadores.
Mientras camino hacia mí oficina, mi asistente personal se acerca y
comienza a enlistar mis deberes del día. Jessica era un poco nueva en la
oficina, pero hace un trabajo malditamente bueno. Espero poder mantenerla
alrededor el mayor tiempo posible, pero actualmente tiene cinco meses de
embarazo. Ya temo que esté de baja por maternidad, pero estoy emocionada
por ella a partes iguales. Es su primer hijo, una pequeña niña. No puedo
esperar para conocerla.
—Oh —dice Jessica mientras toma asiento en mi escritorio—. También
tienes una nueva consulta a las tres. Con Alastair White.
Arrugué las cejas.
—No suena familiar. ¿Ya he hablado con él por teléfono?
—No estoy segura. Solo llamó y dijo que necesitaba programar una
consulta. Imagino que traerá un nuevo caso.
Asiento con la cabeza, revolviendo los papeles en mi escritorio.
—Gracias, Jessica.
Tengo mucho papeleo que hacer antes de tener que realizar las
numerosas llamadas telefónicas que debo hacer cada día. La tarde está llena
de citas. El esposo y esposa del caso del día anterior quieren venir y discutir
algunas de las acciones que querían tomar para protegerse a sí mismos en el
futuro. Son lindas personas. Tengo algunos casos en marcha con citas y
reuniones con un oficial de precinto.
Me entierro en mi trabajo. Dedico el día a preparar formularios para los
próximos casos, asignar tareas a mis empleados y programar varias
reuniones. Estoy tan metida en mi trabajo que, antes de saberlo, son las tres
de la tarde y Jessica asoma la cabeza para anunciar que el Sr. White ha
llegado.
—Hazlo pasar —respondo, poniendo mi papeleo a un lado. Siempre les
doy a mis clientes mi completa atención. Lo máximo que hago, es tomar
notas, escribiendo lo que sea que considere importante.
Cuando el hombre entra a la oficina, ajustando su chaqueta, tengo que
darle un segundo vistazo. Es el mismo hombre de la sala del tribunal, el
mismo hombre que había jugado un papel en mi extraño sueño. No tiene
orejas de conejo esta vez, y me alivia saber que las ha dejado en casa.
Tengo todo tipo de personas en mi oficina, pero uno peludo es nuevo.
—Sr. White, no creo que nos hayamos conocido antes. —Me levanto de
mi asiento y rodeo el escritorio para estrechar su mano. Dudo un momento
antes de colocar gentilmente sus dedos en los míos. Un hormigueo sube por
mi brazo, no del todo agradable. Un dolor comienza en mis huesos, como si
hubiese algo urgente de lo que me estuviese olvidando. Es rápido, pasa tan
rápido como llega, antes de que se alejara y tomara asiento. Hago lo mismo
y tomo mi pluma.
—Entonces, Sr. White, ¿qué lo trae a mi oficina? —pregunto.
Él sonríe y me sorprende su belleza. También hay algo más, algo
peligroso, pero no puedo decir el qué. Tal vez son sus ojos, el brillo en ellos
insinuando algo nefasto.
—Clara Ortega —comienza, su voz en tenor suave—. Me temo que
vengo en circunstancias extremas.
—¿Ya se ha abierto un caso judicial? ¿Han atrapado a alguien?
—No, las cosas apenas están comenzando. Los engranajes apenas
comienzan a ponerse en movimiento. Pero me temo que es ahora o nunca
—responde—. Te necesitamos desesperadamente.
—Explíqueme la situación —escribo “RÁPIDO” en mis notas. Si la
situación es como dice, todo necesita ser planeado rápidamente. Este tipo de
casos son brutales.
—Hay una Reina que ha tomado el control —comienza. Mantengo mi
rostro neutral. No es inusual en mis clientes el exagerar cuando se trata de
aquellos que les han hecho daño. Aunque, “Reina” definitivamente es
nuevo. La mayoría de veces recibo maldiciones o “Demonio” u otras cosas
por el estilo. A las personas les gustaba tejer sus historias en cuentos épicos.
Creía que hacer eso les hacía sentir más fuertes—. Ella está asfixiando a
nuestra gente, matándola, arruinándola y llevándose todo para ella. Estamos
a su merced y no podemos enfrentarla. Así que te necesitamos para poner el
plan en marcha y acabar con ella.
En mi papel escribo, “malversación, amenazas y hostigamiento”. Esto
suena como a un asqueroso CEO. Las cosas tendrían que ser manejadas
delicadamente.
—Está abusando de su poder —aclaro, sin dejar de escribir en mi papel
—. Drenando la empresa, a los empleados. ¿Qué tan grande es la
compañía?
—Masiva —replica White—. El valor de todo un mundo.
Escribo “internacional” antes de dejar la pluma y entrelazar mis dedos.
—No le voy a mentir, Sr. White. Este tipo de casos son difíciles,
especialmente sin pruebas. Tendremos que movernos rápido antes de que
los rumores se esparzan. Las palabras viajan rápido en el mundo de los
negocios.
—Lo entiendo. —Asiente con la cabeza.
—Primero lo primero, necesitamos pruebas. Cualquier documento que
muestre malversación, hostigamiento, abuso, cualquier cosa fuera de lo
natural. Si hay alguien el departamento de RR.HH. dispuesto a obtener
documentos, esa es una forma segura de hacerlo.
Tomo la pluma de nuevo y anoto las cosas que está diciendo, haciendo
un seguimiento. Siempre me gusta recordar lo que les digo a mis clientes.
—Puedo conseguirte las pruebas —dice él.
—Perfecto. —No pedimos nada de dinero hasta que el caso se haya
ganado. Si no ganas, los honorarios judiciales serán pagados en su totalidad
por nosotros. Solo tomamos el quince por ciento de su parte. La mayor
parte va hacia mis empleados y a la corte.
Levanto mi mirada de las notas hasta sus ojos, y mis ojos se abren.
Parpadeo y ahí están. Las orejas de conejo están tan claras como el día en
su cabeza. Miro alrededor por un momento, esperando que alguien me esté
jugando una broma. Tal vez mis empleados están jugando una broma en
celebración. Espero a que alguien salte y diga “¡Te tengo!”. Nadie lo hace.
Lo miro de nuevo. Hay una pequeña sonrisa curvando sus labios.
—¿Hay algo mal? —pregunta.
—Eh, no. En absoluto. ¿Cuándo podría conseguir los documentos para
mí, Sr. White? Me gustaría comenzar a preparar a mi equipo para este caso
tan pronto como sea posible.
Lo estaba mirando detenidamente, intentando ignorar las orejas que se
estaban moviendo y torciendo en su cabeza, algo que nunca había visto
hacer en orejas falsas. Mis ojos siguen vagando hacia ellas.
—Me encargaré de todo —dice él, mirando al reloj de su muñeca. Le
echo un rápido vistazo; es intrincado, los engranajes en movimiento son
evidentes a través de la esfera del reloj antes de que lo esconda debajo de la
manga nuevamente—. Ahora debo irme, llego tarde a un asunto importante.
—Espere, necesito su información de contacto. —Él se levanta mientras
hablaba. Lo imito, poniéndome de pie y caminando hacia la puerta de mi
escritorio con él a mi lado.
Él saca una tarjeta de su chaqueta y me la tiende. Una vez más, estoy
sorprendida por el anticuado traje. Lleva un chaleco y un pañuelo en la
solapa. Debe estar en todo el asunto del avivamiento vintage. Veo a hipsters
todo el tiempo, usando cosas como estas. Quizás también lleva consigo una
máquina de escribir en su tiempo libre, negándose a usar una computadora.
Miro la carta que está en mi mano, volteándola hacía atrás y hacía adelante.
No hay nada en el frente además de la silueta plateada de un conejo.
—Esto no tiene… —comienzo, pero cuando levanto la mirada, el Sr.
White se había ido. Miro alrededor de la oficina, buscando esas orejas de
conejo en su cabeza, pero es como si se hubiera desvanecido por completo,
justo como lo hizo en la sala del tribunal. El ascensor suena y las puertas se
abren, pero no hay nadie dentro ni esperando. Observo, extrañada, mientras
las puertas se cierran y los números comienzan a contar hasta uno.
—Jessica —llamo desde mi puerta. Ella me mira desde su escritorio
donde ha estado clasificando papeles—. Cuando tengas tiempo, ¿podrías
traerme otro café, por favor?
Aparentemente, voy a necesitarlo.
── ⋆✩⋆ ──
Miro al reloj en mi escritorio y suspiro. Otra larga noche. Es cerca de
media noche cuando empaco mi papeleo y cierro mi maletín. El resto de
mis empleados se han ido hace horas, hablando conmigo antes de hacerlo.
Me he quedado para terminar los papeles de la corte del último caso. Miro
la canasta gigante de frutas y chocolate que está en el suelo y sonrío. El
matrimonio apareció hoy, extasiados y de buen humor, como deberían
estarlo. Nunca sería capaz de comer tanta fruta. Planeo llevarla a la cocina
de la oficina y que todos tomen. Aunque ya había llevado algo de chocolate.
No puedo dejar que esto se desperdicie.
Me estiro mientras me levanto de la silla, mis articulaciones resuenan de
estar sentada en la misma posición durante tanto tiempo. Realmente
necesito obtener una de esas elegantes sillas que soportan tu espalda mucho
mejor. Dios sabe que paso demasiado tiempo en ella.
Apago las luces de la oficina mientras me voy, dejando el gran espacio
casi en total oscuridad. Las luces del pasillo permanecen encendidas,
enviando rayos directos de luz en la penumbra. Le da a la habitación una
sensación aterradora, como si me llamaran a la oscuridad. Sacudo la cabeza
para alejar el pensamiento y me adentro en el elevador.
En el vestíbulo, Gerald, el guardia nocturno, me saluda mientras mis
zapatos chocan contra el mármol. El sonido hace eco, añadiéndose a la
vibra siniestra que parece estar siguiéndome.
—¿Necesita que lo acompañe hasta su auto, Srta. Ortega? —pregunta,
sus ojos mirando la calle sospechosamente.
—No, gracias Gerald. Estaré bien. Nos vemos mañana —respondo,
dejando el edificio doblando hacia la izquierda. El estacionamiento de
empleados está en el garaje. Pero el edificio le da a cada compañía un lugar
de estacionamiento asignado alrededor del edificio. Es donde estaciono mi
Jaguar. Por supuesto, no siempre está tan oscuro cuando estaciono aquí.
Hago otra nota mental para decirle al jefe del edificio que hay que poner
luces alrededor del área del estacionamiento. En este momento, no hay
iluminación alguna. Si fuera cualquier otra mujer, estaría preocupada, pero
tomo unas clases de defensa personal de vez en cuando. La única manera en
la que alguien podría atraparme por sorpresa sería si dispararan primero.
Aparentemente, las posibilidades para eso son bastante bajas para una
mujer. Nosotras tenemos todas las preocupaciones extras además de ser
robadas.
Saco las llaves de mi maletín, tintinean fuerte en el silencio y me
maldigo por no haberlas sacado antes mientras estaba adentro. Regla
número uno de defensa personal: no te quedes ahí buscando en tu bolso. No
te distraigas. Levanto la mirada cuando hay un sonido por la calle,
atrapando mi atención. Al principio, no veo nada, pero un destello de
blanco capta mi atención. Estrecho los ojos intentando obtener un mejor
vistazo de una sombra que apenas puedo ver cuando mi vista parece
agudizarse. El Sr. White está parado al otro lado de la calle, parado sin
ninguna preocupación en el mundo a pesar de que todo a su alrededor es
oscuro y sórdido. Recordando que necesito su número de teléfono, ondeo
mi brazo para captar su atención.
—Sr. White —llamo, mi voz haciendo eco.
Él se gira para mirarme antes de comenzar a alejarse, sus pasos lentos y
perezosos. Esas orejas de conejo se contraen a un ritmo más rápido. Si fuese
una broma, debería haberse quitado esas cosas para estas alturas. Tengo que
asumir que es una peculiaridad rara que tiene.
—Espere —grito, bajando de la acera y corriendo tras él. Tal vez no me
había reconocido. Cruzo la calle abandonada, caminando tras él, el golpe de
mis talones lleno de propósito. Quizás estoy diez metros detrás de él cuando
se gira hacia un callejón oscuro. Hago una pausa en la entrada, dudando.
Todo en mi me grita que no vaya tras él, no tras un hombre que apenas
conozco dentro de un callejón oscuro, especialmente alguien tan raro como
Alastair White.
—Sr.White. —Incluso puedo escuchar la tensión en mi voz, el hilo
nervioso—. Realmente necesito su número de teléfono, así podremos
empezar a trabajar en su caso. Apreciaría si usted saliera del callejón…
Algo se agita en la oscuridad, y me obligo a mantenerme firme mientras
el Sr. White aparece en la oscuridad, sus orejas blancas como un faro.
—Srta. Ortega —dice, arrastrando las palabras, su voz adquiriendo un
toso siniestro que no había escuchado antes.
No está vestido en su traje completo ya, solo utilizaba el chaleco verde
sin camisa debajo. Sus brazos son musculosos, tonificados, y aparto la
mirada cuando me doy cuenta de que está observando. Aunque en lugar de
mirar sus ojos, mi mirada aterriza en sus orejas aún en su cabeza.
—Tenemos que deshacernos de la Reina —dice Sr. White, dando un paso
adelante.
—Correcto. —Doy medio paso hacia atrás con cautela—. Su tarjeta no
tiene número de teléfono. Lo necesito si vamos a estar trabajando juntos.
—¿Entonces está de acuerdo con que necesita ser detenida? —pregunta,
inclinando la cabeza a un lado.
—Por supuesto. Pero como dije, necesitamos trabajar rápido.
Al parecer, tomando una decisión, el Sr. White extiende su mano para
tomar la tarjeta, y suelto un suspiro de alivio. El cabello de la parte trasera
de mi nuca se eriza mientras nuestras manos se acercan. Espero a que el
saque un bolígrafo de algún lugar y estoy preparada para ofrecerle uno si lo
necesita. Siempre tengo bolígrafos en mi maletín. Lo que no esperaba era
que respirare sobre la silueta de conejo y la tire al suelo. Estoy por
preguntarle qué demonios está haciendo, pero antes de que pueda, una luz
brillante aparece en el hormigón, frente a mí. El suelo se abrie. Un vórtice
giratorio de colores que recoge la basura y los escombros en el callejón, se
dispara al aire. Mi cabello vuela alrededor de mi cara, atrapándose en mi
lápiz labial. Un silbido llena el pasillo, del tipo que te advierte de un
tornado. Estoy tan desconcertada que apenas reacciono. Ni siquiera
retrocedo al principio, curiosa sobre lo que está pasando.
—¿Qué demonios? —murmuro, volviendo a mis sentidos y tratando de
retroceder de lo que se parece mucho a los portales que veo en los
programas de ciencia ficción de la televisión nocturna.
Caigo de espaldas, mis talones se enganchan en el pavimento, y me doy
un fuerte golpe. No me impide intentar escapar, pero es inútil. El silbido se
hace más fuerte y siento que el vórtice tira de mí, como si me estuviera
chupando dentro de su gravedad. Grito mientras me empujan hacia atrás y
hacia el portal. Mis dedos se aferran al borde justo antes de entrar por
completo, el asfalto se clava en mis palmas, y sé que mis manos tendrán
cortes por todas partes. Trato de salir adelante, usando toda la fuerza que
tengo, pero no sirve de nada. White me mira fijamente mientras mis dedos
se deslizan por el borde, y luego caigo, caigo, caigo. Grito, mi estómago da
un vuelco ante la sensación.
Veo al Sr. White saltar detrás de mí, una sonrisa en su rostro, disfrutando
de esto demasiado.
—¡Vamos a matar a la Reina! —grita.
El portal se cierra detrás de él. No hay nada más que oscuridad.
Capítulo tres
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Parpadeo, abriendo los ojos lentamente y luego inmediatamente los


cierro de golpe cuando la luz dispara dolor a través de mi cráneo.
—Literalmente, ¿qué demonios? —murmuro, frotándome la frente.
El dolor penetrante finalmente se desvanece y puedo abrir los ojos.
Desearía no haberlo hecho. No tengo idea de dónde estoy, pero seguro que
no es ningún lugar en el que he estado antes. Pánico se esparce a través de
mí, pero lo empujo. Ahora no es el momento para perder la cabeza.
Hago una inspección de mi entorno. Estoy tendida en un suelo de
baldosas frías, como si me hubieran abandonado aquí y me hubieran
olvidado. Me duele el cuerpo y me reviso, moviendo los dedos de los pies y
las manos, moviéndome. No encontrando nada roto o con un dolor grave,
me siento, aliviada de ver que mi vestido y zapatos aún siguen puestos.
Nada como estar en una situación desconocida desnuda. Maldigo el hecho
de haber dejado mi chaqueta en el respaldo de la silla en mi oficina.
Hubiera sido útil contra el frío que se filtra en mis huesos desde el azulejo.
Miro a la habitación en la que estoy, teniendo que entrecerrar los ojos
para enfocarme realmente. La habitación entera está hecha con diamantes
blancos y negros, del suelo al techo, pero está distorsionada, como si
alguien metiera el dedo y la girara. Aparto la mirada cuando el dolor de
cabeza aparece de nuevo por el esfuerzo de enfocar demasiado. La
habitación es trippy1.
Lo que puedo decir, es que el área es cuadrada, aunque asignarle una
forma se siente mal. Parece cambiar entre formas, dependiendo del ángulo
desde el que se mire. En los muros hay diversas puertas, de diferentes
tamaños y colores. Levantándome lentamente, me cepillo y me acerco a la
puerta más cercana a mí, una real, de tamaño real. Tomo la perilla y giro,
molesta al encontrarla bloqueada. Me muevo a la siguiente, esta es tan
gigante que tengo que pararme de puntillas para alcanzar el mango e
intentarlo de nuevo. Lo mismo. Frustrada, doy vueltas en toda la habitación,
intentando con cada perilla, incluso la más pequeña en la que dudo que
incluso mi mano pueda entrar. Grito de frustración cuando lo mismo sucede
con la última. Estoy encerrada en una habitación sin salida. El dolor de
cabeza regresa con toda su fuerza.
Giro, preparándome para gritar de furia, cuando noto pequeña mesa en el
centro de la habitación. Está completamente sola y me pregunto cómo no la
había notado antes.
Olvidando momentáneamente las puertas, cruzo la habitación, mis
tacones resonando, clack, clack, clack a través del azulejo. En la mesa, hay
una taza de té en un platillo, con un líquido púrpura dentro, con las palabras
“bébeme” en una placa. Al lado, hay una pieza de dulce con una etiqueta,
“cómeme”.
—Tienes que estar bromeando —digo en voz alta, mirando alrededor de
la habitación de nuevo. Obviamente he sido secuestrada por algunos
enfermos. Eso o me golpearon en la cabeza y actualmente estoy perdida en
una especie de sueño retorcido—. ¿Hola? —llamo, buscando por cámaras
alrededor. No veo ninguna, pero eso no significaba que no haya alguna. Si
he sido secuestrada, este tipo de personas se divertirían grabando la acción.
Nadie me responde, así que quizás estoy soñando. Me rehúso a creer que he
muerto y estoy en alguna parte del limbo.
Regreso mi atención a la mesa y veo una pequeña llave, una que casi se
mezcla con el mantel. Es ahí cuando realmente tomo nota del material. Me
inclino más cerca para inspeccionarlo. El olor me golpea un poco, un aroma
rancio, podrido, que hace que se me encrespen los vellos de la nariz y que
se me revuelva el estómago. Me estiro y toco el paño ligeramente con la
punta de mi dedo. El material es suave, una especie de silicona esponjosa.
Me aparto con horror, dándome cuenta de lo único que podría ser.
—¿Qué carajo?
Corro a una de las puertas de nuevo y comienzo a tirar de ella tan fuerte
como puedo. Es inútil, ni si quiera se mueve, pero estoy desesperada. Estoy
empujando tan fuerte, mis hombros se revientan con cada tirón,
amenazando con dislocarse.
—¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir!
Dándome cuenta de que es inútil, me giro y coloco mi espalda contra la
puerta, respirando fuertemente. No soy estúpida. Las similitudes con lo que
me está pasando y lo que le pasó a Alicia en el País de las Maravillas en el
libro que mi mamá me compró cuando era pequeña, es misterioso. Alguien
está jugando juegos, y no estoy segura de si estoy preparada para enfrentar
a cualquiera que pueda hacer un mantel de piel humana. La textura es
correcta. Las costuras en él muestran donde había que unir las piezas para
formar el lino. De cualquier forma, se está pudriendo y no tengo idea de
cómo no he notado el olor antes. Ahora, llena la habitación, dominando mis
sentidos.
Estrujo mi cerebro en busca de los detalles que recuerdo del libro. Tal
vez este es un rompecabezas de algún tipo. Si gano, viviría. ¿No es así
como las películas de terror funcionaban? Cómeme. Bébeme. Uno había
hecho que Alicia creciera y otro había hecho que se encogiera, ¿cierto? Eso
significa que tengo que beber lo que sea que esté en esa taza de té para salir
a cualquier lugar.
Camino lentamente hacia la mesa, tapándome la nariz con una mano para
bloquear lo peor del olor. No funciona, la podredumbre hace que mis ojos
lloren cuanto más me acerco. Mis manos tiemblan nerviosamente cuando
extiendo una y arranco la llave de la mesa. Después curvo los dedos
alrededor de la taza y la levanto.
—Yo no haría eso si fuera tú. —Una voz hace eco detrás de mí.
Me asusto tanto que deo caer la taza, y la porcelana se hace añicos al
chocar contra la mesa. Giro, casi tropezando con mis talones en el proceso y
miro a los ojos a nadie más que al Sr. Alastair White. Dejo escapar un
suspiro de alivio.
—Sr. White —suspiro, colocando una mano sobre mí pecho para
desacelerar el ritmo de mi corazón—. También lo atraparon. Odio decirlo,
pero estoy agradecida de no estar aquí sola.
Las orejas de conejo aún se retuercen y caen sobre su cabeza, pero tiene
mayores problemas en este momento que cualquier mecanismo que hace
que las cosas se muevan como si fueran reales.
Además, no quiero pensar demasiado acerca de las similitudes entre el
cuento y lo que estoy viviendo.
—En realidad, aquí me llaman solo White —dice, arrastrando las
palabras con las manos en los bolsillos mientras me estudia. Solo lleva el
chaleco verde, sin camisa debajo, y pantalones. Exactamente el mismo
atuendo que le vi utilizar en el callejón. Puedo ver tatuajes rodeando su
cuerpo, diseños arremolinados que no puedo distinguir. Estos parecen
moverse y cambiar incluso cuando está quieto. Me pica la curiosidad, pero
la empujo por ahora. No es el momento para estudiar tatuajes.
—¿A qué te refieres con “aquí”? —pregunto, decidiendo enfocarme en
una cosa a la vez. Si tengo un nombre determinado dondequiera que
estemos, significa que vengo a menudo, lo que significa que existe una
posibilidad de que él sea mi secuestrador.
Él ignora mi pregunta, en su lugar, señala hacia la mesa, donde he tirado
la taza.
—Es algo bueno que no hayas bebido el té —dice.
Miro y mis ojos se agrandan ante el agujero gigante, devorando a través
del mantel y la madera. El té todavía chisporrotea donde se derramó,
destruyendo por completo la mesa. Comienza a inclinarse a un lado, tan
torcido como el resto de la habitación. Dios mío, casi pongo esa cosa dentro
de mi cuerpo. Me estremezco pensando en eso. Paso una mano por mi
cabello y vuelvo a mirar al Sr. White. White, me corrijo a mí misma, porque
donde sea que estemos, él ya ha estado aquí antes.
—¿Qué había en la taza? —Mi voz es ronca por el nerviosismo. Enojada
e intrigada por igual.
—La última vez que la reina vino, cambió la taza para poción. No quería
que entrara nadie que pudiera derrotarla. Aunque no contaba conmigo. —
Mira hacia la mesa, con tristeza en sus ojos.
—Por poco llego demasiado tarde. —Se vuelve hacía mi—. Regla
número uno: no bebas el té de aquí a menos que confíes en la persona que
te lo está dando.
—¿Cómo sé en quien confiar? —pregunto, alejándome más de la mesa.
Me da escalofríos.
—No lo haces. —Una sonrisa siniestra se extiende por su rostro—. Regla
número dos: no confíes en nadie.
—Anotado. —Tomo sus advertencias seriamente. Estoy fuera de mi
mente aquí, no tengo idea de dónde estoy, o durante cuánto tiempo me he
desmayado. Voy a confiar en el lunático de las orejas de conejo porque es la
única cosa familiar por el momento.
—Ahora ven conmigo. —White atraviesa una de las puertas—. Ya es
demasiado tarde. Nada te espera aquí.
Mientras sigo a White a través de una puerta de oro adornado, me armo
de valor para preguntar:
—¿Y dónde es “aquí”?
Tengo miedo de la respuesta, y cuando se gira y me mira, esa sonrisa
sigue en su rostro.
Sabía que no iba a gustarme la respuesta.
—Aquí, es el País de las Maravillas, por supuesto.
Sip. Sabía que no iba a gustarme.
Capítulo cuatro
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Me detengo en seco, apoyando mi mano contra la pared más cercana.


Inhala y exhala profundamente, Clara, canto en mi mente. He estado en
situaciones de mierda antes. Por el momento, estoy en un coma inducido
por drogas o algo así. No es gran cosa. Seguiré con White y encontraré una
manera de despertarme. Puedo hacer eso.
—¿Dijiste, el País de las Maravillas? —le pregunto a White, porque tenía
que estar segura que eso es lo que había escuchado. Solo en caso de que
estuviese soñando y que de alguna manera haya entrado en otra dimensión,
una que de la cual tiene libros completos en casa. Siempre ten los hechos.
Ese es mi lema—. ¿Cómo en el País de las Maravillas del libro de ficción?
—Probablemente no el que tú conoces. —White saca un pequeño estuche
de su bolsillo y se pone de rodillas frente a la puerta. Me doy cuenta de que
está abriendo la cerradura cuando saca algo afilado de la caja antes de
meterlo en el ojo de la cerradura. Hay unos cuantos clics mientras gira la
herramienta de metal.
—Tengo la llave —le digo, sosteniendo el metal que quité de la mesa.
Él sacude la cabeza.
—Este no es un lindo lugar de cuento de hadas. Al menos, ya no. La
llave es inútil, nada más que un apoyo para darles falsas esperanzas a las
víctimas.
—¿Qué pasó? —Lanzo la llave al suelo y lo miro mientras los clics
llenan la habitación, haciéndose más fuertes en incremento.
—La Reina Roja. Está matando el País de las Maravillas, lenta y
brutalmente.
—Debí haberme golpeado la cabeza bastante fuerte —murmuro,
frotándome los ojos—. Y tú literalmente tienes unas grandes blancas orejas
de conejito en tu cabeza ahora mismo. Las había visto antes de esto, pero se
desvanecieron. No se están desvaneciendo ahora.
—No son orejas de conejito —suena bastante ofendido sobre la palabra
“conejito”. Guardo la información para más tarde—. Son orejas de conejo.
Y es porque soy un Conejo Blanco2.
La cerradura da un último clic fuerte antes de que la puerta se abra.
—Mis orejas son una parte de mí. El hecho de que tú pudieras verlas en
tu mundo fue una revelación. Fue la razón por la que pude ser capaz de
descubrir quién eres.
—¿El Conejo Blanco? ¿Como el de «voy tarde, voy tarde para una cita
muy importante»3? ¿Ese conejo? —pregunto, estupefacta. Ignoro un poco
el hecho de quien soy yo. Eso solo parece demasiado por ahora. Si esto es
un sueño, tendría que darle crédito a mi imaginación. Esto no es como nada
que haya pensado antes.
White ríe, pero el sonido es oscuro, una vibra siniestra saliendo de él en
olas. Involuntariamente doy un paso hacia atrás.
—Sí, seguro. Ese soy yo —dice, mirando al reloj en su muñeca de nuevo.
Estoy impresionada por los engranajes que se mueven en él, recordándome
a lo que pensaba que era un reloj lujoso de casa. Ahora pienso que es más
mágico que costoso—. Es mejor que nos vayamos. No queremos estar en el
bosque cuando anochezca. —Mira alrededor de la habitación de nuevo—.
La Reina Roja sin duda ya sabe que estás en el País de las Maravillas.
Habrá enviado a Bribón en el momento en que la taza de té fue tocada.
Doy un paso adelante. Mis tacones golpean contra la losa y sus ojos caen
a mis pies.
—Esos van a ser un problema. Atravesamos un bosque denso.
Me encojo de hombros.
—Realmente no tengo opción. Si tenías planes para secuestrarme y
llevarme al País de las Maravillas, tal vez deberías haberme advertido para
utilizar zapatos más cómodos.
Él arquea las cejas ante mi comentario.
—Estas tomando esto remarcablemente bien. —Me estudia, buscando
por una señal de que esté enloqueciendo. No encontraría ninguna. La razón
por la que soy una buena abogada es porque mi cara de póker es perfecta.
Sin embargo, estoy lejos de estar histérica. La curiosidad está sacando lo
mejor de mí. Y si esto no es un sueño o algún tipo de síntoma secundario de
alguna droga, quiero averiguar todo lo que pueda.
—¿Qué otra cosa se supone que haga? —resoplo—. ¿Encogerme en
posición fetal y llorar? Esa no soy yo.
Una sonrisa genuina se esparce por su rostro, acogedora y
completamente diferente a las que había visto antes. Cambia su apariencia.
Luce más apacible en lugar del peligro que suele acompañarlo.
—No. De hecho, no lo eres. —Mira a través de la puerta, y obtengo una
visión del exterior por primera vez.
Hay árboles, un bosque frondoso incluso si está oscuro. Algunas de las
plantas están brillando, como el sueño que había tenido esta mañana, pero
además de eso, no puedo decir nada más.
—Creí que dijiste que no queríamos estar en el bosque de noche.
Definitivamente luce de noche para mí.
—No lo hacemos —responde, encontrando mis ojos brevemente—. Así
es como luce el bosque durante el día.
Vaya, entonces realmente no quiero ver como luce por la noche. Como
una pesadilla.
—Antes de que vayamos ahí —continúa—. Necesitamos discutir unas
cuantas reglas más.
—¿Por qué? —pregunto, mirando cómo una hermosa mariposa pasa por
la puerta. Miro con intriga mientras sus alas azul y rosa aletean alrededor de
mí. Mientras se acerca, noto las rarezas de su cuerpo. Ambos lados lucen
como aguijones. No hay cabeza a la vista.
Cuando dos ojos parpadean en las alas, mi corazón se detiene, pero
cuando dejo escapar un gruñido agudo que hace que mi cráneo se sienta
como si se estuviera partiendo, estoy malditamente cerca de desmayarme.
White golpea la cosa desde el aire, cortando el sonido cuando la aplasta
bajo su bota. Sostengo mi cabeza mientras me mira fijamente.
—El País de las Maravillas no es seguro. Nada aquí lo es. No dejes que
los insectos te toquen —explica—. La mayoría beben sangre.
Tomo una profunda respiración. Esto solo continúa empeorando y
empeorando.
—Entendido —gruño. El dolor en mi cráneo finalmente comienza a
disminuir, y dejo caer mi brazo a mi lado.
—Y no te acerques a las flores parlantes.
—¿Las flores parlantes no eran lindas? —pregunto. Es una pregunta
estúpida. No hay mariposas que rompen cráneos o té venenosos en el
cuento original. ¿Por qué creería que las estúpidas flores serían amables?
—Les gusta la carne cruda. —Es la única respuesta que recibo. Siento la
sangre drenarse de mi cara. A la mierda eso. No voy a convertirme en cena
para la fauna.
—¿Por qué demonios estoy aquí? —pregunto—. ¿Por qué yo?
Él me mira desde la puerta desde donde miro a los árboles.
Hay múltiples emociones en sus ojos, rebotando entre la ira y la tristeza.
—Por qué el País de las Maravillas te necesita, Clara.
—¿Seguramente hay otros a los que puedas traer?
Sacude la cabeza.
—Estabas predestinada a estar aquí.
—Yo decido mi propio destino —digo, con un ceño fruncido
extendiéndose por mi cara. Esas son las palabras que me había repetido toda
la vida.
—Por supuesto que sí —se burla, agarrando mi mano—. Pero el País de
las Maravillas tiene otras ideas. —Me jala a través de la puerta, tras de él—.
Ahora, andando. Vamos tarde.
—¿A dónde vamos? —pregunto, por qué, ¿por qué no? Quería estar
informada antes de ser comida por algo en la jungla. O peor.
—A ver al Sombrerero. —No hay ninguna emoción en su voz mientras
responde, solo fría indiferencia.
Por su puesto, pienso. Es el siguiente paso lógico.
Capítulo cinco
Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

El País de las Maravillas no se parece en nada a los libros. El bosque es


tan oscuro que estaría completamente negro si no fuera por la
fosforescencia que emana de la vida vegetal. Los árboles brillan, una
especie de savia de color neón goteando por sus troncos, más parecida a la
sangre que a nada. Los hongos gigantes compiten con los árboles, más altos
y anchos que las secuoyas que había visto en el canal natural. Sus partes
inferiores, las partes suaves y carnosas de ellos, brillan en varios colores,
enviando una cálida incandescencia a través del suelo del bosque. Le da a
todo una sensación relajante, incluso si está lejos de ser relajante. De vez en
cuando, encuentro una gran boca abierta en el tallo de un hongo, dientes
afilados curvándose en una sonrisa mientras unos ojos negros me miran,
esperando que me deslice y me acerque demasiado. Me quedo justo en las
faldas del abrigo de White.
Los bichos son peores que los mosquitos, zumban constantemente a
nuestro alrededor e intentan aterrizar sobre mí. White simplemente los
golpea, pero estoy igualmente aterrorizada de tocarlos como de que alguien
me muerda. El resultado es una especie de pánico agitado mientras trato de
mantenerlos alejados de mí.
—¿No tienes ningún repelente de insectos? —resoplo a White. Cómo es
capaz de no tropezar con el terreno irregular es un misterio para mí. Incluso
si no estuviera en tacones, sería traicionero. Estoy segura de que las raíces y
las enredaderas se mueven para hacerme tropezar a propósito. Después de
ver a uno de los árboles parpadear, decido que no es una idea tan
descabellada. A los árboles, aparentemente, les gusta causar problemas, y
yo soy la víctima desprevenida más reciente.
—No funcionaría aquí —responde White, mirando hacia atrás para
comprobar mi progreso—. El olor amargo los atrae.
—Entonces, usa algo dulce.
Los ojos de White se ensanchan antes de que una mirada de
contemplación cruce su rostro.
—No es una mala idea.
Pongo mis manos en mis caderas y miro hacia el dosel resplandeciente,
respirando profundamente para controlar mi ritmo cardíaco. Estoy sudando
como una loca, el tropezar me está pasando factura. Nota personal: no
vuelvas a usar tacones si existe la posibilidad de realizar una caminata por
un bosque peligroso. Justo cuando me muevo para seguir a White, hay un
pellizco agudo en mi antebrazo. Grito, alejándome. Hay un bicho en mi
brazo, este con cara. Bueno, una boca. No veo ojos, solo un agujero
redondo revestido con capas y capas de dientes. Parece una sanguijuela con
alas de libélula. Las alas brillan con un rosa brillante, pero su cuerpo es de
un marrón viscoso.
Mientras lo miro con horror, la sangre gotea por mi brazo donde me
mordió, gruñe y mi instinto se activa. Lo golpeo con el brazo, tomo el palo
del suelo que parece un garrote que es lo puedo encontrar y procedo a
golpear al siempre-viviente al infierno. Puedo dejar escapar el mismo grito
de batalla que uso cuando mato arañas que logran encontrar su camino
hacia mi apartamento. Es el mismo grito de batalla que hizo que mi vecina
llamara a la policía una vez, pensando que me estaban asesinando. Bendigo
el corazón de la anciana por intentar ayudar. La vergüenza de explicar la
situación de las arañas a los atractivos policías que aparecieron en mi puerta
no había sido tan divertida.
Me enorgullece decir que una vez que termino de vencer al insecto, no
queda nada más que una pequeña mancha de color marrón y rosa
fosforescente. No me juzgues.
—¿Te mordió? —pregunta White, urgencia en su voz.
—Sí. Mi brazo. —Lo sostengo para que él eche un vistazo.
Se mete la mano en un bolsillo de cuero de la presilla del cinturón.
Nunca me di cuenta de que tenía los bolsillos y me sorprende ver algunos
de ellos. Me intriga lo que lleva en ellos. Son un montón de riñoneras.
Sonrío ante el pensamiento mientras White abre un frasco, quitando el
corcho de la tapa con los dientes. Extiende un ungüento verde sobre la
herida, la sensación es fría. El picor que había acompañado a la picadura
desaparece. No habla y decido no preguntar, demasiado asustada por la
respuesta. Sin embargo, estoy bastante segura de que casi muero.
Seguimos nuestro camino, chillidos y chillidos aterradores llenan el aire.
Hay un bramido particularmente intenso desde lejos, y aunque estoy
segura de que no estamos cerca de él, todavía lo siento a través del suelo.
—¿Qué demonios es eso? —pregunto con los ojos muy abiertos.
—Bandersnatch.4
5 —No parece preocupado en absoluto a pesar de que casi me orino—.
No querrás encontrarte con uno de esos. Son las criaturas de la Reina. Si se
acercan, tápate los oídos. No detendrá el dolor, pero podría evitar que te
sangren los oídos.
—Fantástico —Niego con la cabeza—. No hay absolutamente ninguna
forma de que esto pueda ser real. Estoy soñando. Tiene que ser eso. Por
supuesto, mis sueños nunca son tan vívidos.
White me sonríe. —¿Todavía no crees que esto es real?
—¿Cómo puede serlo? Simplemente no hay manera —murmuro.
White estudia el suelo frente a él antes de inclinarse y tomar un palo
delgado. Lo dobla hacia adelante y hacia atrás antes de asentir con la cabeza
con satisfacción. Sin previo aviso, me golpea el trasero con el palo, dejando
un dolor punzante. Grito de sorpresa, saltando lejos de él.
—¿Por qué diablos fue eso?
Está sonriendo, la picardía brilla en sus ojos.
—Pensaste que no era real.
—¿Y qué? ¿Cómo es que golpearme tiene algo que ver con eso?
—No puedes sentir dolor en tus sueños, ¿verdad?
Lo miro, frotando mi trasero mientras me doy cuenta.
—Y eso me dolió. —Le frunzo el ceño cuando asiente con la cabeza.
—Lógicamente, esto tiene que ser real.
—Lógicamente —repito burlonamente—. Podría haberme pellizcado a
mí misma. No tenías que pegarme.
—Pero ¿Dónde estaría la diversión en eso?
Niego con la cabeza ante la sonrisa en su rostro. Había disfrutado
demasiado de eso.
Doy otro paso, frunciendo el ceño ante el intercambio. Una raíz
particularmente persistente se eleva en el aire, atrapa el talón de mi tacón, y
me lanza hacia adelante tan rápido que no tengo tiempo para detenerme.
Antes de que pueda golpear el suelo, el brazo de White me envuelve por
detrás, deteniéndome a centímetros de plantar la cara. Miro fijamente a los
ojos de una pequeña flor, sus pétalos son blancos y burlones. Me sonríe,
dientes afilados como navajas revelados en su centro. Saca una lengua
bífida, saboreando el aire, saboreándome. Trago saliva mientras White me
levanta. Me deja recuperar el equilibrio antes de soltarme.
—Cuida tus pasos —gruñe, su diversión de hace unos segundos se ha ido
—. Es mejor dar un paso alto.
—Sí —Mi corazón se está volviendo loco. Si no sufro un infarto antes de
que termine esta pesadilla, me consideraré afortunada. No es una pesadilla,
me corrijo. Todo esto es de alguna manera real—. ¿Esa fue una de las
flores parlantes que mencionaste?
White mira la pequeña flor y la patea con la bota. Gruñe de rabia,
intentando morder la goma dura. White frunce el ceño y lo pisa fuerte,
aplastando el suelo con la punta del pie. Cuando se aleja, hay un rojo
brillante mezclado con pétalos blancos. Me estremezco y aparto la mirada,
perturbada por la brutalidad.
—Eso era solo una semilla. Lo peor que pueden hacer es morderte. Hay
que tener cuidado con las grandes.
Miro el punto brillante en el suelo del bosque oscuro una vez más antes
de seguir a White, mis hombros tensos. No tenemos problemas con más
errores.
Finalmente atravesamos la línea de árboles, un claro se extiende ante
nosotros. En el centro, hay una linda casita de campo, enredaderas
creciendo en sus paredes, humo saliendo de la chimenea. Es exactamente el
tipo de casa que esperaría que tuviera el Sombrerero del libro. Por eso
sospecho inmediatamente. Nada es tan inocente en el País de las Maravillas
que voy a conocer.
—Eso es… lindo —digo, mirándolo con cautela.
—Mira más de cerca —murmura White, sus orejas se mueven de
agitación.
Hago lo que dice, entrecerrando los ojos con fuerza hasta que la vista que
tengo ante mí comienza a brillar y cambiar. Cuando la verdadera casa se
revela en el claro, siento que se me cae el estómago debajo de mí. ¿Esa
sensación que tienes cuando estás en una montaña rusa y, de repente, estás
en caída libre? Eso es lo que siento cuando contemplo la monstruosidad que
es la casa del Sombrerero.
Al principio, la cabaña había sido de colores claros, rosas y azules y
pasteles, casi feliz. Ahora, se mueve entre el negro y un púrpura real oscuro,
y los colores cambian como un reflejo oscuro en el agua. Es enorme, más
parecido a un castillo que a una cabaña. Las gárgolas montan guardia en el
techo, sus rostros se tuercen y se burlan mientras los miro a los ojos.
Cuando uno agita sus alas, doy un paso atrás. La gárgola no se mueve de
nuevo, pero sus ojos se enfocan en mí, la intrusa.
—¿Esta es la casa del Sombrerero? —pregunto. Otra pregunta estúpida,
pero tengo que hacerla. No estoy segura de querer conocer al maestro de
esta mansión.
White asiente con la cabeza, eligiendo no hablar. Agradezco la
consideración. Sabe que estoy tratando de digerir la nueva información. El
lugar parece en mal estado, necesita desesperadamente un poco de cariño.
Las ventanas están rotas aquí y allá. Parte de la piedra está desgastada en
algunos lugares, los pedazos se asientan en la base donde cayeron. Hay un
porche en la entrada, pero se inclina pesadamente hacia un lado, las tablas
levantadas y sin clavos. Cuanto más miro la casa, peor parece. Giro la
cabeza y me doy cuenta de que toda la casa está torcida, como si alguien la
hubiera levantado a un lado, la más mínima insinuación.
Hay un aura a su alrededor, un aire peligroso que me pone la piel de
gallina. Me siento amenazada, mis instintos de lucha o huida asoman la
cabeza, luchando por el control. Desde el interior de la casa se filtra una risa
escalofriante. Me inclino un poco más hacia White.
—¿Es esto como la casa de Hansel y Gretel6
7? —susurro. No sé por qué lo hago—. ¿Llevar a los niños adentro, para
que se los puedan comer?
White se ríe y niega con la cabeza.
—La bruja sería más segura que el Sombrerero. Al menos con ella, sabes
qué esperar.
—Entonces, ¿por qué diablos venimos a verlo?
No parece inteligente encontrarse con alguien peor que una bruja que se
comió a unos niños. ¿O es una exageración? No estoy seguro de confiar en
la palabra de White. Podría estar burlándose de mí para su propia diversión.
—Está profetizado. —Mira fijamente el porche delantero.
Mientras miro, la puerta se abre de golpe, una luz brillante se derrama
desde la entrada abierta. Un hombre sale, con un sombrero de copa
colocado graciosamente en su cabeza. Abre los brazos, una sonrisa maníaca
en los labios.
—Bienvenida a casa, Clara —grita, su voz resuena en el claro. Su voz
está teñida de una locura apenas disimulada, haciendo que mi corazón se
salte un latido. Doy un paso atrás con los ojos muy abiertos.
Ataque al corazón, aquí voy.
Capítulo seis
Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

—Déjala, Sombrerero —le sisea White al hombre de pie en el porche—.


No hay necesidad de asustarla más.
Al principio, mi mente no puede comprender nada más que el brillo loco
en sus ojos, las intensas vibraciones de "retrocede" que se arrastran por mi
piel. Instruyo mis rasgos, negándome a acobardarme ante él. Por alguna
razón, White cree que conocer al Sombrerero es importante, así que me
quedaré aquí. Nadie sabrá que mi corazón late a un millón de millas por
minuto. Las orejas de White se mueven hacia mí y maldigo en voz baja. Tal
vez White sepa que mi corazón está tratando de salir de mi pecho, después
de todo.
Cuando miro, realmente miro, al Sombrerero, puedo ver más allá de la
locura e ignorar el instinto de correr arraigado en mí. Es peligrosamente
atractivo, énfasis en peligroso. Lleva un par de pantalones de cuero negro y
una chaqueta larga de color púrpura, con el extremo rozando la parte
posterior de las rodillas. Es un estilo anticuado y parece de terciopelo, pero
no estoy segura al cien por cien. Después del fiasco del mantel, no tomo
nada al pie de la letra.
No lleva camisa debajo de la chaqueta. Me da una bonita vista de su
pecho. Puedo decir que es musculoso pero delgado, más como un corredor
con un poco de volumen. El característico sombrero de copa está posado en
su cabeza, deshilachado y gastado. Su cabello castaño cae sobre su frente,
amenazando con ocultar un ojo dorado.
Esos ojos brillantes están bordeados de carbón y sus labios están pintados
de negro. Su mandíbula parece que puede cortar vidrio. Me sorprende
encontrarlo hermoso, estoy un poco fascinada con él. No es nada de lo que
esperaba.
Hay ese aire en él, peligroso y amenazador. White esencialmente dijo lo
mismo. No debería subestimar al Sombrerero. Hay más en él de lo que veo.
Mientras lo estudio, me doy cuenta de que el Sombrerero no ha
respondido a White. En cambio, sus ojos están fijos en mí, aparentemente
evaluándome de la misma manera que lo he estado haciendo con él. Su
mirada se posa en la herida que aún rezuma en mi brazo, y todo su
comportamiento cambia. La ira nubla su rostro mientras salta desde el
porche, dirigiéndose directamente hacia mí. No me muevo cuando agarra el
brazo lesionado y lo inspecciona de cerca. Algo me susurra que no corro
ningún peligro. No sé si debería escucharlo o no.
—¿Dejaste que la mordieran? —acusa, mirando a White.
Su agarre es como acero alrededor de mi muñeca, pero no me lastima. Es
gentil, teniendo cuidado de no apretar demasiado fuerte.
—Le puse el antídoto —refunfuña White, con molestia en sus palabras.
El Sombrerero me mira a los ojos, el oro brilla mientras me estudian.
Abro la boca, con la intención de decir algo, cualquier cosa, para romper la
intensidad, pero no sale nada. Hay un ligero tic en sus labios, como si
estuviera luchando contra una sonrisa antes de que se voltee y se precipite
hacia la casa, arrastrándome detrás de él. White suspira ruidosamente, pero
nos sigue.
No tengo mucho tiempo para mirar alrededor de la casa mientras
atravesamos la puerta, el Sombrerero me arrastra rápidamente detrás de él.
Me empuja hacia la izquierda en una habitación gigantesca que parece que
su propósito previsto es albergar fiestas extravagantes. Hasta ahora, me he
encontrado con olores podridos, pero esta habitación es como un soplo de
aire fresco, el olor de las flores llega primero a mi nariz. Hay candelabros
gigantes colgando del techo, los cristales humeantes por el polvo. Las
enredaderas trepan a lo largo de ellos, reclamándolos de nuevo a la
naturaleza. Toda la habitación es la misma, enredaderas en flor trepando por
las paredes, árboles brotando del mármol. Estoy agradecida de que ninguno
de ellos parezca tener rostro. Es como si la vida vegetal no tuviera idea de
que están dentro de una casa, ocupando espacio en un salón de baile. Le da
a toda la habitación una sensación encantada, como si acabara de entrar en
un cuento de hadas. Supongo que sí, aunque esta está más cerca de las
versiones sombrías que de la moderna.
Observando el salón de baile, que abarca todo el espacio, hay una mesa
larga con teteras y platos. Me trago la risa que amenaza con surgir. No es
momento de ponerse histérica. Especialmente si estoy a punto de sentarme
a una fiesta de té con el Sombrerero Loco, como sospecho. Pasamos junto a
docenas de sillas vacías y nos dirigimos al otro extremo de la habitación.
Mis tacones repiquetean el doble de tiempo sobre las baldosas cubiertas de
enredaderas, y apenas me mantienen en pie. Pierdo el equilibrio varias
veces solo para que el Sombrerero me tire y me estabilice de nuevo. Si no
estuviera tan lejos de mi elemento, podría haberme molestado.
Cuando nos acercamos al asiento en la cabecera de la mesa, empiezo a
notar que no estamos solos. Sentados en algunas de las sillas cerca del final
hay criaturas como nunca antes había visto. Hay un hombre con cuernos
que le salen de la cabeza, flores que brotan de ellos como un árbol. No lleva
camisa y me mira mientras me arrastran con una sonrisa pacífica en el
rostro. Otra criatura parece más un cerdo que una persona, pero se sienta
erguida y usa perlas con más elegancia de lo que yo podría lograr. Hay otra
persona en la mesa, una mujer con grandes cuernos rizados. Cuando me
mira y sonríe, me doy cuenta de que sus ojos están cortados como una
cabra. Abre la boca mientras saluda con la mano, un balido sale en lugar de
palabras. Tomo todo esto notablemente bien. Esto es el País de las
Maravillas, después de todo, y después de los encuentros que ya he tenido,
esto es pan comido. Es de esperar que haya personas y criaturas extrañas.
Estoy completamente segura de que no estoy soñando ahora. No soy lo
suficientemente creativa para inventar estas cosas.
El Sombrerero se detiene al final de la mesa y saca la primera silla,
indicándome que me siente. Tomo asiento con gratitud. Tan pronto como
entro, me quito los tacones debajo de la mesa. Nadie lo sabrá, pero no voy a
ganarme las ampollas por un rato más. Estoy bastante segura de que mis
pies están sangrando en este momento. No están hechos para caer por el
portal interdimensional de un conejo y caminar por un bosque.
El Sombrerero ocupa la silla principal. Mientras se sienta, lanza los
faldones de su chaqueta detrás de él con más estilo del que podría manejar
en un buen día.
Mira por encima de la mesa.
Rastro blanco detrás de nosotros, claramente exasperado. Observa cómo
el Sombrerero levanta las tapas de las teteras y comprueba su contenido.
—Te lo dije —dice, poniendo los ojos en blanco—. Le di el antídoto.
El Sombrerero elige una tetera negra con la imagen de una calavera en el
costado y comienza a verter el líquido en una delicada taza de té verde
menta.
—¿El antídoto para qué? —pregunto, encontrando mi voz. Es la primera
vez que hablo frente al Sombrerero y se pone tenso.
Me mira, sus manos todavía están sirviendo el té, como si fuera una
segunda naturaleza a estas alturas. Supongo que debería serlo. Debe haber
servido miles de teteras.
—Fuiste mordida por un Beezle —me informa, su voz dulce se desliza a
lo largo de mis huesos y me despierta de una manera que no había estado en
mucho tiempo—. Inyectan un veneno cuando muerden. A todos los efectos,
deberías estar muerta —Un brillo maníaco entra en sus ojos, su cabeza se
inclina hacia un lado—. O tal vez, ya estás muerta. Estás sentada en mi
mesa, después de todo.
—Está viva —interviene White, alejándose deliberadamente de la mesa.
Lo miro preocupada, preguntándome si estoy haciendo algo que se supone
que no debo hacer. ¿Había habido una regla sobre no sentarse a la mesa del
Sombrerero?
—Me serviría bien —murmura el Sombrerero—. Me serviría bien, sí lo
haría.
—Sombrerero —llama una voz desde la puerta—. Tenemos otra llegada.
Estudio al hombre que habla desde la puerta, y me doy cuenta con
diversión de que tiene orejas de ratón en la cabeza y una cola asomando
detrás de él. Las orejas se ven bastante ásperas, faltan trozos de ambos y un
piercing aquí y allá al azar. No parecen seguir el patrón que hacen la
mayoría de los piercings, brillando en todas partes además del borde de la
oreja. Lleva un traje elegante, aunque sucio y mal cuidado. Debe ser el
Lirón, creo. El Lirón siempre está con el Sombrerero en los libros.
Entonces mi atención se desplaza hacia el hombre que entra tras el Lirón.
Se oye un traqueteo y miro al Sombrerero justo a tiempo para ver su rostro
caer, la tristeza arrastrándose a través de su expresión. Tengo la repentina
necesidad de tomar su mano. Tengo que doblar físicamente mis dedos en el
material de mi regazo para detener el impulso.
El recién llegado camina por la mesa y se sienta directamente frente a mí.
Es hermoso y dorado, aunque mucho más viejo que cualquier habitante del
País de las Maravillas que haya visto hasta ahora. Su cabello es de un rubio
brillante con mechas grises que comienzan a tomar el control. Su rostro es
amable mientras mira al Sombrerero, con una sonrisa en los labios. Tengo
una sensación de paz de él, la misma que había obtenido de los otros
invitados. Sobre su cabeza tiene una corona, una sencilla banda de oro,
bonita pero masculina.
—Bienvenido a la fiesta del té, majestad —dice el Sombrerero con
tristeza.
El hombre asiente y levanta una taza de té, tomando un sorbo antes de
suspirar profundamente.
—Ha pasado tanto tiempo desde que tomé un buen té —gime, sus ojos se
cierran de placer. Tengo esta repentina sensación de desesperanza del
hombre rey, mientras saborea la bebida. Pasa rápidamente, más como una
mota residual de sus sentimientos anteriores.
El Sombrerero vuelve a mirarme y las emociones cambian
instantáneamente de la tristeza al deleite.
—¿Quieres un poco de té, Clara Bee8?
—Uh, White me dijo que no tomara té de nadie —respondo vacilante,
mis ojos saltan de White al Sombrerero.
El Sombrerero de repente golpea la mesa con el puño, haciendo que los
platos tintineen. Los otros invitados no reaccionan, beben su té con pereza,
pero casi salto de mi silla, mi corazón da un vuelco en mi pecho. Mis ojos
están muy abiertos mientras me inclino lejos del Sombrerero. Mis manos
aprietan los lados de la silla con fuerza.
—¡Dije que bebas el té! —grita, enojado. Su rostro se suaviza cuando ve
lo tensa que estoy—. Por favor —agrega, encogiéndose.
Me tiende la taza. Miro a White de nuevo. No confío exactamente en él,
después de todo, me había engañado, pero parece quererme viva. Él asiente
con la cabeza en señal de ánimo, no afectado por el arrebato del
Sombrerero.
—El Sombrerero no te hará daño —dice, moviendo las orejas. No estoy
segura de si eso es un signo de agitación o nerviosismo.
Vuelvo la mirada hacia el Sombrerero, todavía sosteniendo la taza de té
hacia mí, sus manos apenas tiemblan. Está sonriendo levemente, la
comisura de su labio se contrae.
—Por favor —dice de nuevo, y me encuentro a mí misma estirándome
para tomarle la taza. Me doy cuenta de que mi propia mano está temblando
cuando un poco de té salpica sobre la mesa.
—Entonces, ¿puedo confiar en ti? —pregunto, vacilante.
Sus ojos brillan cuando la sonrisa se extiende por su rostro.
—No —dice—. No confíes en nadie en el País de las Maravillas. Ni
siquiera en ti misma.
Capítulo siete
Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

Tomo la taza de té con dedos temblorosos, asegurándome de que no se


derrame más mientras la coloco frente a mí. Recordando la última taza de té
que casi bebí, tomo una cuchara y la mezclo con el líquido lavanda. Nada.
Sin vapor ni chisporroteo de respuesta. Dejo la cuchara sobre la mesa y
vuelvo a tomar la taza.
—Bien —El Sombrerero asiente—. Ya estás aprendiendo —Inclina la
cabeza hacia un lado—. Eres una Clara Bee inteligente —canta.
Levanto la taza a mis labios y tomo un sorbo vacilante. Cierro los ojos
cuando el sabor golpea mi lengua. Estoy bastante segura de que gimo
cuando el sabor de la ambrosía inunda mi boca. Todo mi cuerpo se calienta.
No tengo idea de qué estoy bebiendo, pero ciertamente no puede ser té.
Nunca he probado nada parecido. Inclinando la cabeza hacia atrás, bajo
toda la taza de té antes de volver a colocarla en el platillo de donde salió.
Mi cabeza se siente un poco borrosa, las puntas de mis dedos hormiguean.
Abro los ojos lentamente, sintiendo que estoy bajando de lo alto; mi visión
es incluso borrosa. Una vez tuve la misma sensación cuando probé algún
tipo de píldora en mis días de universidad. Irónicamente, mi amigo había
dicho que se llamaba Maravilla.
¿Cuáles son las probabilidades?
Cuando mi visión se aclara, ahogo un chillido cuando el rostro del
Sombrerero aparece a la vista. Debe haberse movido cuando estaba
bebiendo el té. O es un ninja, o estaba tan absorta en el té que no lo escuché
moverse. Ahora, se agacha a mi lado, su rostro al nivel del mío, mientras
me mira con asombro en sus ojos. También hay algo más. Un calor que
puedo sentir, el mismo calor respondiendo en mi propio cuerpo. Me muevo
incómoda, mirando a los ojos dorados del Sombrerero.
—Ha pasado tanto tiempo desde que tomé el té con los vivos —susurra
—. Lo olvidé, lo olvidé.
El Sombrerero se inclina hacia adelante, su mano subiendo hacia mi cara.
Es la primera vez que noto que tiene las uñas pintadas de negro.
Normalmente, el detalle no me haría nada más que pensar que el hombre
requiere mucho mantenimiento. En él, sin embargo, encaja con su
personalidad, y encuentro que me gusta. Sus dedos tocan la comisura de
mis labios, haciendo cosquillas con el ligero toque. Cuando retira la mano,
hay una gota de humedad en la punta de su dedo, un poco de té que se había
adherido. Mientras lo miro, se mete el dedo en la boca y se lo chupa, sus
ojos se clavan en los míos. Lo libera y sonríe.
—Si fuera por mí, la Srta. Clara Bee se sentaría para siempre y tomaría
un sorbo de mi té —canta en voz baja—. Milisegundos. Clara Bee.
Lo miro, extrañamente cautivada. Hay algo que me llama, suplicando ser
reconocido. Me encuentro inclinándome ligeramente hacia él, como si me
estuviera tirando hacia su gravedad. Es una sensación agradable, como si
estuviera destinada a estar allí.
—¿Qué había en el té?
Mi voz es ronca y toso para tratar de ocultar el hecho de que es por culpa
del Sombrerero.
Sonríe con malicia.
—Veneno.
Siento que la sangre se me escapa de la cara. ¿Me habían engañado?
¿Fue todo esto una artimaña para traerme aquí y matarme?
—¿Qué?
—El antídoto para el Beezle —dice—. Está hecho con su veneno —Me
mira pensativo—. Clara Bee vivirá para ver otro día pasar conmigo.
Cantando de nuevo. Empiezo a ver un patrón.
—Entonces, ¿me salvaste? —pregunto suavemente, una pequeña sonrisa
curvándose en mis labios cuando me doy cuenta de que había estado
preocupada sin ninguna razón. Solo estaba tratando de salvarme. Ya me
estoy ablandando con el lunático. Lo que sea que haya dicho sobre mí, no
quiero saberlo. Estoy disfrutando de la intriga que siento de cualquier
manera.
—Sí —responde, esa sonrisa todavía en su rostro. Se inclina más cerca,
entrando en mi espacio, pero no me aparto. Ni siquiera se me ocurre—.
Nada es gratis en el País de las Maravillas. Me gustaría un beso como pago.
Arrugo la nariz en confusión.
—¿Un beso? ¿En serio? ¿Ahora mismo?
Incluso yo puedo decir que mi voz es entrecortada, y maldigo la señal
reveladora en mi cabeza.
Su rostro se suaviza cuando escucha el tono.
—Ahora no. Ahora no.
Se inclina lejos de mí y junta las manos, haciéndome saltar de nuevo. Se
pone de pie. Tan cerca, noto los músculos que se ondulan a través de su
estómago, los abdominales cincelados que eran más fáciles de ignorar
cuando desconfiaba de él. Ahora, están justo en frente de mi cara, y el dolor
de tocar me golpea con fuerza, pero hago todo lo posible por ignorarlo.
Problema. El Sombrerero es un problema.
—Criaturas Gentiles —llama a los otros cuatro invitados a la mesa—. Es
hora.
Todos volvieron a colocar sus tazas de té en los platillos y se pusieron de
pie, con la felicidad evidente en todos sus rostros. Esa sensación de paz
aumenta, y me encuentro con ganas de ir con ellos, de encontrar la misma
calma que ellos.
—Ven, viejo amigo —le dice el Sombrerero al recién llegado,
apretándole el hombro cariñosamente.
—¿Le dirías a mi esposa que la amo? —pregunta el hombre aturdido, la
corona en su cabeza capta la luz y envía destellos por la habitación. Me
hace parpadear cuando brillan en mis ojos.
El Sombrerero duda.
Puedo verlo. Sus ojos apartan la mirada del hombre y me encuentran a
mí. Lo que ve parece estabilizarlo, y la próxima vez que habla, suena más
cuerdo de lo que todavía no he escuchado de él. Sonríe antes de volver su
atención al hombre.
—Cuando ella se una a ti, puedes decirle que todos lo hicimos. —Su voz
es cálida cuando lo dice, haciendo eco de recuerdos lejanos. No pregunto,
pero lo guardo para más tarde.
Y luego el Sombrerero los está guiando, más adentro del salón de baile y
hacia una sección particularmente cubierta de vegetación en la parte de
atrás. Los hongos gigantes se arquean sobre algo, pero no puedo ver a
dónde van exactamente. Supongo que hay una especie de puerta ahí. Los
hongos no se mueven; sin bocas abiertas mientras la gente camina hacia
ellos. Nos dejan a White y a mí en silencio.
—¿A dónde van ellos? —le pregunto a White mientras me inclino hacia
un lado para tratar de ver mejor. Hay un destello brillante, pero eso es todo
lo que puedo distinguir.
El crecimiento es demasiado grueso, formando un muro entre nosotros y
ellos.
—La fiesta del té del Sombrerero es la última parada antes del Más Allá
—responde White, con tristeza en su rostro—. El Sombrerero se sienta con
todos ellos.
—¿Esa gente estaba muerta? —La sorpresa me pilla con la guardia baja.
Había estado sentada con gente muerta y ni siquiera lo sabía—. No parecían
muertos.
—Parecen más vivos que cuando vivían —Encuentra mi mirada—. Nos
despojamos de nuestra miseria cuando morimos. Y el Sombrerero... —Hace
una pausa, sus ojos angustiados—. El Sombrerero nos ve con ambas pieles.
Capítulo ocho
Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Banan_mou

White me lleva a través de pasillos y pasillos retorcidos, confundiéndome


con cada giro hasta que estoy tan desesperadamente perdida que no puedo
pensar con claridad. Todo es extraño, como si estuviera teniendo un mal
viaje con LSD9. Sin embargo, no espero menos del País de las Maravillas.
Sigo esperando encontrarme con más criaturas en los pasillos, después de
todo, la casa es enorme, pero salvo por el Lirón y el Sombrerero, no veo a
nadie más. Hace que la casa gigante se sienta abandonada, más como un
Coliseo que como un hogar. No hay calor en las paredes, un frío impregna
el aire. Pierdo la noción de nuestra dirección desde el principio y acepto el
hecho de que no puedo escapar si quiero. No es que lo quiera. Mi
curiosidad ha alcanzado su punto máximo y me siento cada vez más atraída
por el Sombrerero. Es una de mis debilidades, esa curiosidad. Si mi madre
todavía estuviera viva, me estaría poniendo los ojos en blanco ahora mismo.
Ella siempre solía decir que me atraían los extraños. Supongo que tenía
razón.
Finalmente, llegamos al final de un pasillo, y White se detiene ante una
puerta de color púrpura oscuro. Hay una silueta pintada en la madera, justo
en el centro. Es de una tetera vertiéndose en una taza de té. Parece
apropiado para la casa del Sombrerero, pero me pregunto por qué las otras
puertas no tienen el mismo detalle. White empuja la entrada para abrirla, un
fuerte crujido rompe el silencio, y lo sigo adentro.
El cuarto... no es lo que esperaba. No es que esté esperando un hotel de
cuatro estrellas ni nada. Sabía que la casa no parecía cuidada. Sabía que
estaba gastada e inclinada, pero supuse que la habitación al menos estaría
limpia. Toda la zona está cubierta por una capa de polvo tan espesa que
inmediatamente siento un cosquilleo en la nariz, un estornudo a punto de
escapar. Es como si nadie hubiera entrado en la habitación en décadas,
como si estuviera sellada. Casi me siento como si estuviera en un territorio
inexplorado cuando me doy cuenta de que mis zapatos dejan huellas en el
polvo.
White no parece molesto por el polvo mientras camina dentro unos pasos
y me hace un gesto para que lo siga. Intento no concentrarme demasiado en
las pequeñas nubes que se elevan con cada uno de sus pasos. Su nariz se
contrae, tan levemente que apenas la alcanzo.
—Cuando el Sombrerero haya terminado, vendrá y se deshará del polvo.
La voz de White está completamente desprovista de emoción, como si
estuviera absolutamente aburrido con el giro de los acontecimientos. Entro
en la habitación unos pasos más, mirando a mi alrededor, poniendo a White
a mi espalda.
—¿Por qué estoy aquí?
Él no responde. Me vuelvo para preguntarle de nuevo solo para descubrir
que se ha ido. Figúrate. Mirando la habitación, me doy cuenta de que es
como si alguien le hubiera dado la vuelta a todo. Hay muebles que cuelgan
del techo, una silla, una mesa, una lámpara. La lámpara incluso se enciende,
emitiendo un rayo de luz nebuloso a través del polvo.
Hay una lámpara de araña de pie en el centro de la habitación, que crece
desde el suelo. Mis labios se arquean ante la rareza. La cama parece haber
sido una ocurrencia tardía, una monstruosidad gigante con dosel. Es tan
polvoriento como todo lo demás, y aunque puedo decir que la ropa de cama
es de color púrpura, no sé qué tono. Sin embargo, cuanto más miro la cama,
me doy cuenta de que también hay algo extraño, pero no puedo señalar qué.
¿Quizás las paredes tienen una forma extraña? Me acerco a una puerta de la
habitación, abierta. Conduce a un baño más lujoso que el que tenía en casa,
o lo será, una vez que esté limpio. Hay una bañera con patas en el centro de
la habitación, lo suficientemente grande para dos. Ignoro las imágenes que
me vienen a la cabeza con ese pensamiento y me muevo más adentro. Los
grifos son criaturas grotescas moldeadas en plata. Tienen dientes
terriblemente afilados por donde fluye el agua. Los grifos del lavabo siguen
la misma idea, aunque puedo ver que hay diferentes criaturas esculpidas
para cada uno.
Son casi hermosos de una manera aterradora.
—Clara Bee —llama una voz llena de sexo y violencia desde el
dormitorio.
No es el Sombrerero. Ciertamente no es White. Doy vueltas, el polvo
gira conmigo, creando una nube ascendente mientras miro hacia atrás a
través de la puerta y dentro de la habitación. Mis talones se deslizan en la
espesa mugre que cubre el piso, pero los mantengo firmes. No veo a nadie
en la habitación, pero sé que no me lo imaginé. En la cama, puedo ver un
lugar donde se ha removido el polvo, la huella de un cuerpo, pero no hay
nadie. Alguien había estado acostado en la cama.
—¿Hola? —Llamo con cautela mientras me acerco. Mi mano envuelve
un candelabro pesado que está sobre una mesa justo afuera de la entrada.
Tiene la forma de una especie de gusano monstruoso, dientes afilados que
se abren para colocar una vela. No miro demasiado los detalles. Sin
embargo, es dorado y pesado.
—¿Qué planeas hacer con eso? —pregunta la voz. Confundida, miro más
fijamente la huella cuando no veo otros signos de perturbación.
Lentamente, una sonrisa comienza a formarse sobre la cama,
exactamente donde se mueve el polvo. Estoy bastante segura de que los
ojos se me salen de la cabeza cuando dos ojos me miran parpadeando desde
la oscuridad.
—Cheshire —susurro, porque ¿quién más puede ser?
Mantengo el candelabro levantado como un arma. No confíes en nadie.
Un hombre se enfoca lentamente, esos espeluznantes ojos amarillos
mirándome. Tiene una vibra punk rock, creo que estaba en una banda de
Metal Rock. Tiene el pelo desgreñado de color gris oscuro, con mechas
azules que le caen sobre la frente en esa mirada desordenada que algunos
chicos simplemente consiguen. Parece que podría tardar mucho, pero en
este momento, es más como si hubiera estado pasando las manos por él.
Tiene grandes orejas de gato en la parte superior de la cabeza. Una oreja
tiene perforaciones en el borde. A ambos les faltan pequeñas mellas aquí y
allá, y las cicatrices brillan de color rosa brillante. Está recostado en la cama
como si fuera su dueño, con una cola gris y azul colgando sobre su cadera,
moviéndose perezosamente.
—Sabes quién soy —dice, con una amplia y siniestra sonrisa.
Inmediatamente me doy cuenta de que necesito estar en guardia con él.
—Solo de las historias en casa —respondo, mirando la chaqueta de cuero
y las botas de moto que lleva—. Aunque ninguno de ellos te describe como
te ves ahora.
—¿Cómo me describen? —pregunta perezosamente, pero puedo decir
que tiene fuerza y peligro en espiral. Sé que puede salir de la cama más
rápido de lo que yo puedo reaccionar, arrancándome la garganta si quiere.
—Eres solo un gato con una amplia sonrisa —Aprieto el candelabro con
más fuerza—. Y tú eres uno de los buenos, creo.
Los ojos de Cheshire comienzan a brillar mientras se sienta en la cama
cubierta de polvo. Se arrastra por el edredón, acechándome como una
pantera, el polvo se agita a su alrededor en nubes. No hace nada para restar
valor a su atractivo. A medida que se mueve, su cuerpo se mueve, su ropa
se desvanece para revelar un pelaje que brota de su piel.
Sus caninos se afilan, asomando por la comisura de sus labios. Se parece
más al gato que es ahora. Todavía es humanoide, no hay duda de que es un
hombre, pero está cubierto de pelaje gris, con rayas azules que le dan
pequeños toques de color.
—¿Como esto? —pregunta, sonriendo como un tiburón.
—No —Mi voz suena estrangulada cuando respondo—. Definitivamente
no es así.
Cheshire tiene el mismo magnetismo que el Sombrerero. Si bien puedo
apreciar lo sexy que es, no siento la misma atracción que siento por el
Sombrerero. Algo en mí lo llama a él y no a este hombre peligroso y
bromista frente a mí. Algo me dice que Cheshire es rebelde, chico malo. No
es mi estilo. No, aparentemente, me gustan los locos.
Cheshire se ríe de mi incomodidad y se transforma de nuevo en el
hombre vestido de cuero más rápido de lo que puedo seguir. Se levanta de
la cama y se sacude el polvo, golpeando su chaqueta para quitarse la mugre.
Ese estornudo amenaza con alcanzarme de nuevo mientras lo miro de cerca.
Nunca reconoce mi comentario anterior.
—¿Estás en el lado bueno aquí? —pregunto, mi cuerpo se tensa. No sé
qué haré si dice que está en el lado malo. Tal vez lo golpee en la cabeza con
el candelabro y me arriesgue con el laberinto de pasillos afuera. Me mira
con curiosidad en los ojos. Supongo que somos dos.
—No estoy del lado de nadie más que del mío, señorita Clara Bee —
dice.
—¿Por qué todo el mundo sigue llamándome así? —gruño, frustrada por
sentirme fuera del circuito. Necesito más información en un lugar destinado
a confundirme. Necesito poner en orden mi cabeza.
—Porque estás profetizada —responde, encogiéndose de hombros como
si fuera completamente normal tener una profecía escrita sobre ti. Quizás,
es común en el País de las Maravillas.
—¿Profetizada para hacer qué? —Ahí está, la pregunta que me ha estado
molestando desde que me arrastraron a través de un portal de conejos al
País de las Maravillas, la pregunta que nadie parece querer responder. Pero
necesito saber, mi alma pide una explicación. Cheshire está repentinamente
frente a mí, se detiene a apenas un pie de distancia.
Mi respiración tartamudea mientras miro hacia su rostro, mis ojos se
agrandan. El candelabro está encajado entre nosotros, inútil en este punto.
Estúpida Clara, estúpida, pienso. Deberías haber estado prestando más
atención.
—Eres la primera en provocar la caída de la Reina Roja, Clara Bee. La
primera de la tríada. La primera en poner de rodillas a un Hijo del País de
las Maravillas.
Mi mandíbula cae y dejo de respirar. Cheshire me guiña un ojo,
completamente indiferente.
—¿Qué? —Me ahogo.
Capítulo nueve
Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

La puerta se abre de golpe y golpea la pared con tanta fuerza que creo
que podría haber un agujero en la pared desde el pomo, pero no aparto la
mirada de Cheshire. Sé que se supone que no debo darle la espalda a un
depredador o darle la oportunidad de atacar. La sonrisa en su rostro está
goteando malicia, ya sea por mí o por otra cosa, no lo sé. De cualquier
manera, no me arriesgaré. Levanta su mano hacia mi cuello, con garras
afiladas y malvadas en la punta de sus dedos. El pánico se dispara a través
de mí, y me sacudo con fuerza para liberar el candelabro. Se suelta y lanzo
la pesada pieza a Cheshire, apuntando a su cabeza. No se acerca a dar en el
blanco. Su puño lo envuelve, deteniendo el metal a centímetros de su rostro,
la sonrisa en su rostro se ensancha de manera imposible.
—¡Vete, Cheshire! —ruge el Sombrerero mientras irrumpe en la
habitación. Supongo que fue él quien abrió la puerta de golpe. Por qué
esperó tanto para reaccionar cuando Cheshire claramente me estaba
amenazando, no lo sé.
Cheshire se desvanece rápidamente, pero justo antes de desaparecer por
completo, habla.
—Cuidado con la locura, Clara Bee.
Lo que sea que eso signifique.
Este mundo entero está loco.
El Sombrerero me observa mientras pongo el candelabro en su lugar de
origen antes de volverme para mirarlo. Se ve exactamente igual, su pecho
todavía se muestra hermosamente debajo de su chaqueta. Por primera vez,
noto un delicado collar colgando de su cuello, pero no puedo entender qué
es. Sé que vuelve a llamar la atención sobre sus abdominales. Hago todo lo
posible por no concentrarme en ellos.
—¿Te gustaría intentar golpearme con eso también? — pregunta, sus
ojos brillando—. Podría dejarte.
Está dando pasos lentos y mesurados hacia mí mientras lo miro. Más
polvo se arremolina alrededor de sus piernas.
—Eso depende. ¿Necesito protegerme de ti? —Inclino mi cabeza
ligeramente, considerando su pregunta. Se detiene a unos metros frente a
mí, con los brazos relajados a los lados.
—Necesitas protegerte contra todo en el País de las Maravillas —
responde—. Especialmente de mí.
Hay una tristeza abrumadora en sus ojos ante la admisión, y me
encuentro inclinándome hacia él, queriendo consolarlo.
—¿Tienes la intención de hacerme daño? —susurro.
Ya había bajado la guardia a su alrededor, y me pregunto si eso era lo
correcto o no. Parece tan inflexible que es peligroso.
—A veces no podemos elegir a quien lastimamos —dice malhumorado,
pero luego, una amplia sonrisa lo reemplaza, extendiéndose por su rostro.
Cierra la distancia entre nosotros hasta que nuestros cuerpos están al ras.
Me tenso, pero no me aparto. Mi mamá estaría tan exasperada en este
momento. Puedo escuchar su voz en mi cabeza claramente. Clara, ¿qué te
he dicho sobre coquetear con hombres extraños?
No sé qué tiene el Sombrerero que me hace confiar en él. Tal vez sea
porque mi trabajo como abogada es ayudar a los vivos mientras el
Sombrerero ayuda a los muertos.
Alguien malvado no ayuda a los desafortunados, no importa si es su
trabajo o no. Había visto una tristeza genuina en su rostro en ese salón de
baile. A la gente malvada no le importa cuando alguien muere. El mal no
llora el fallecimiento de extraños. Entonces, podría tensarme por la sorpresa
cuando presiona su cuerpo contra el mío, pero no lo alejo. Podría
inclinarme más cerca.
—¿Quieres que te haga daño? —pregunta, su voz ronca—. Puedo hacer
que el dolor se sienta como placer.
—El dolor no es lo mío —le respondo en un susurro. Mi cuerpo se está
calentando, pero lucho contra la compulsión de envolver mis brazos
alrededor de su cuello mientras veo su mirada. Sus ojos son de un bonito
tono de oro viejo, brillando en la tenue luz de la habitación. Son como dos
monedas antiguas que brillan en una tumba olvidada hace mucho tiempo.
Me estudia atentamente y lo dejo, contenta de estar cerca.
—Clara Bee, ¿qué me estás haciendo? ¿Es esto solo la profecía? —
susurra con una voz cantada.
Respiro profundamente.
—¿Cuál es la profecía? —pregunto, porque necesito saberlo. Todo el
mundo sigue hablando de ello como si fuera muy importante. Obviamente,
es un gran problema para el País de las Maravillas—. ¿Cómo se supone que
voy a ayudar a derribar a la Reina Roja?
Él sonríe, más suave esta vez cuando comienza a hablar. Su voz adquiere
una cualidad inquietante, como si fuera más de una voz pronunciando las
palabras que salen de sus labios.
—La primera de las tres es Clara Bee,
que vendrá a liberar al País de las Maravillas. Ella domesticará al
Sombrerero y derribará al Bribón, porque Clara Bee lucha por los
valientes. Una tríada comenzará a destruir a la Reina, aunque parece que
nada será fácil. Ella deberá perder su corazón mientras toma una posición
con el primer hijo del País de las Maravillas10.
Cuando su voz se detiene, y la inquietante cualidad se desvanece, siento
que la rima se desliza dentro de mis huesos y se instala, como si el peso de
las palabras me estuvieran presionando. Mi corazón da un fuerte golpe
mientras el Sombrerero continúa luciendo esa suave sonrisa. La
comprensión y la conmoción inundan mi cuerpo cuando las palabras se
registran.
—Entonces, ya ve, señorita Clara Bee. —Inclina la cabeza hacia un lado,
observando mi reacción—. Estamos destinados el uno para el otro.
Siento que mi rostro se endurece, sus palabras provocan una reacción
instintiva.
—Yo hago mi propio destino —digo, levantando mis manos e intentando
alejarlo. Digo intentando porque en realidad no se mueve. No esperaba la
fuerza bruta que puedo sentir en su cuerpo, el poder oculto debajo de su
chaqueta. No esperaba que me guste la sensación de su pecho contra mis
manos.
—Muévete —gruñí, empujando más fuerte.
—Dime —dice—. ¿Hay alguna diferencia entre el placer y el dolor
cuando tu mente es un huracán?
Hago una pausa, sorprendida por la insoportable tristeza en sus ojos. La
simpatía detiene mis manos donde permanecen contra su pecho.
—No lo sé —susurro.
Inmediatamente me doy cuenta de que he hecho algo mal. Su rostro se
apaga, sus ojos brillan de ira. El color oro viejo destella, arremolinándose
en colores metálicos.
—No necesito tu lástima —gruñe antes de dar media vuelta y salir de la
habitación como una tormenta.
Respiro con alivio, agarrando mi pecho para disminuir mi ritmo cardíaco.
Las diversas emociones que acabo de presenciar hacen que mi cabeza dé
vueltas. Cuando vuelvo a mirar la habitación, me doy cuenta de que todo el
espacio está limpio, no queda ni una mota de polvo. En algún momento, mi
nariz incluso dejó de picarme y no me había dado cuenta. Todo brilla,
chispeante y fresco. Incluso hay un suave olor a lavanda en la habitación.
Niego con la cabeza. Ni siquiera quiero cuestionar cómo había sucedido
todo. Sin embargo, estoy agradecida por ello. En la cama, puedo ver ropa
tendida sobre el edredón morado.
Mientras me acerco, me doy cuenta de que es un par de pantalones de
cuero negro y una chaqueta larga a medio vestir. La parte de arriba se
asemeja a un abrigo largo, la parte de atrás un vestido amplio que fluiría
detrás de mí mientras camino. Desde atrás, nadie pensaría que estoy usando
pantalones. Desde el frente, parecería que estoy lista para hacer negocios.
La chaqueta tiene un cuello alto, un bonito diseño de damasco en violeta
que se parece mucho a la chaqueta del Sombrerero. El mío es de un púrpura
más claro, aunque no mucho. Hay un par de botas de combate al pie de la
cama. Alzo mis cejas. Todo el atuendo es una versión más femenina del
Sombrerero. Aparentemente, estamos combinados ahora. Si no fuera tan
desagradable, sería lindo.
Más o menos.
Capítulo diez
Traducido por AS
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

Pierdo completamente la noción del tiempo en mi habitación. Me acuesto


para dormir la siesta, la caminata por el bosque me alcanzó. Sueño con
conejos blancos, y flores rabiosas que se acercan para dar un mordisco.
Alguien que no puedo ver, dice:
—Aliméntame, Seymour
Me despierto desorientada, olvidándome dónde estoy por un momento
hasta que todo vuelve a mí. Me tomo un momento para recordar todo lo que
sé que es verdad. Eliminas todas las posibilidades ilógicas y te quedas con
la única lógica, ¿verdad?
Una, estoy en el País de las Maravillas.
Dos, estoy en la casa del Sombrerero Loco.
Tres, hay una profecía escrita que me incluye ayudando a derribar a la
Reina Roja.
Cuatro, no estoy loca.
Eso es todo. De alguna manera, consigo no asustarme.
Me levanto de la cama y me estiro antes de dirigirme a la ventana.
Aparto las cortinas, con la intención de ver lo oscuro que está, pero me doy
cuenta de que las ventanas han sido pintadas por fuera. No entra nada de
luz.
Sin nada más que hacer, aprovecho la gran bañera. Hay frascos bonitos
llenos de líquidos y jabones de olor dulce. No hay manera de saber cuál es
para las burbujas y cuál para el lavado. Acabo tirando dos frascos diferentes
que huelen a lavanda en el agua y espero que una de ellas haga espuma. El
resultado es una bañera llena de espuma tan alta, que acabo cerrando el
agua en pánico. El suelo puede o no ser peligroso para caminar ahora. El
vapor que sale de la bañera es exactamente lo que necesito. Cuando me
meto dentro y me hundo en el cielo, me relaja de una manera que no había
sentido desde que aterricé en el País de las Maravillas. Me quedo hasta que
el agua se enfría y los dedos de las manos y los pies parecen pasas. Sí, valió
la pena.
Al salir del baño, observo el traje que el Sombrerero ha dejado para mí.
Me siento tentada de ir a elegir mi propia ropa del armario que está en el
rincón, pero el traje me intriga. No es algo que me pondría normalmente,
falda y pantalón, pero siempre he soñado con ponerme un gran vestido y
correr por los pasillos como una princesa. No es el gran vestido de mis
sueños, pero apuesto a que la fluidez de esa falda es increíble. Me visto
lentamente con el traje, tomándome el tiempo necesario para
acostumbrarme al cuero y al cuello alto. Definitivamente, satisface la
necesidad de una falda fluida. Me siento como una malota y, al mismo
tiempo, como Cenicienta, si Cenicienta fuera una cazadora de monstruos de
primera. Los pantalones de cuero le dan un toque especial. La chaqueta-
falda de damasco púrpura le da un toque femenino. Las botas de combate
me hacen sentir que voy a la guerra, lo cual supongo que haré. Estoy
pensando en recogerme el pelo en un moño desordenado cuando llaman a la
puerta.
Espero que sea el Sombrerero. En cambio, me encuentro con el Lirón
que me mira desapasionadamente. Empiezo a pensar que no es tan fanático
de mí.
—Es la hora del té, señorita Clara —dice antes de darse la vuelta y
marcharse.
Supongo que debo seguirlo, así que cierro la puerta y me apresuro a
alcanzarlo. Mi falda flota para mi total excitación. La próxima vez, pediré
una capa, otra cosa que siempre he querido llevar. A veces, me enrollo la
toalla de baño en el cuello y finjo que es una capa mientras me preparo por
la mañana. No me juzgues. Todos queremos ser un superhéroe.
El Lirón no dice otra palabra mientras caminamos por el laberinto de
pasillos hasta que llegamos de nuevo a las puertas del salón de baile. Me
giro para decirle gracias, pero ya se está alejando. No es demasiado
amistoso. Empujo las puertas para abrirlas y entro.
De nuevo, ya hay unas cuantas criaturas sentadas en diferentes zonas de
la mesa. La primera parece una rana gigante, con abrigo y corbata. Mientras
lo estudio, mira hacia arriba y me guiña un ojo. Sonrío por lo extraño que
resulta y continúo por la sala. Hay más que la última vez; cuento seis. Tres
parecen hermanos, todos con una serie de bolas y orejas de zorro.
—Hola, Clara Bee —me dice uno.
—Saludos, Clara Bee —prácticamente grita otro.
El tercer hermano solo asiente con la cabeza mientras sorbe su té de una
delicada taza, con el meñique en el aire como un caballero. Les sonrío con
tristeza, angustiada por conocer su destino. Tengo que preguntarle al
Sombrerero por qué tanta gente acaba en su mesa, pero sospecho que todo
es obra de la Reina Roja. Me da una mayor determinación para hacer lo que
pueda por esta gente, tanto si la profecía conoce mi destino como si no. Si
no puedo ayudar a los muertos como lo hace el Sombrerero, voy a tratar de
hacer lo mejor que pueda para ayudar a los vivos. Es lo que he hecho toda
mi vida. ¿Por qué dejaría de hacerlo ahora solo porque estoy en un mundo
del que solamente se habla en los libros?
Hay dos mujeres esta vez, o hembras debería decir. Una parece normal,
además de estar desnuda, hasta que veo los tentáculos que se arremolinan a
su alrededor, moviendo tazas de té alrededor de la mesa. Dejan una película
viscosa en todo lo que tocan, como hacen las babosas en el balcón de mi
casa. Cuando me miran su sonrisa es malvada, sus dientes puntiagudos y
dentados como los de un tiburón. Una película parpadea en sus ojos. Le
hago un gesto con la cabeza, pero no hablo; me da escalofríos y, para ser
sincera, no estoy segura de si me va a robar la voz11 o no.
La otra mujer no es tanto una mujer como una bestia. Está
completamente cubierta de pieles. Lleva unos pantalones y una chaqueta
estilo militar con medallas y cintas prendidas en el pecho. Su cara tiene un
claro aspecto de lobo mientras conserva sus rasgos humanos, dándole una
apariencia de hombre lobo de horror clásico. Sin embargo, su pelaje no es
marrón ni negro. Es blanco puro y completamente hermoso. Tengo que
recordarme a mí misma que no debo mirar fijamente, pero vuelvo a mirar
sus ojos azules y claros. Son amables, y es la razón por la que no siento
miedo de ella.
—Hola, señorita Clara Bee. —Su voz es como la miel caliente, y me
hace desear que siga hablando—. Hace tiempo que quería conocerla. Como
fortuna, tengo el placer de hacerlo antes de pasar al Más Allá.
—Hola —respondo, deteniéndome junto a ella. Está sentada lo más cerca
del Sombrerero, a solo tres sillas de distancia.
—Soy Tera. —Me ofrece una mano con garras, pero no dudo en
estrecharla. Su pelaje es la cosa más suave que he sentido nunca—. Es un
placer conocerte.
—Ojalá fuera en otras circunstancias. —Sé que mi voz es triste. Incluso
puedo escuchar las palabras con punta de pena.
—El hecho de que estés aquí es razón suficiente para celebrar. Significa
que la marea va a cambiar. Puede que yo no esté aquí para verlo, pero tengo
una familia que lo hará. Gracias por luchar por nosotros.
Me quedo sin palabras. No he hecho nada por el País de las Maravillas
además de ser absorbida por un portal. De hecho, me engañaron, así que no
he hecho nada. Entiendo que estoy profetizada para estar aquí y luchar por
ellos, pero no he hecho nada por esta gente. Al menos, todavía no. Tengo la
intención de hacer todo lo que pueda para ayudar. Si eso significa
enfrentarme a la Reina Roja, que así sea.
—Ven, Clara —dice el Sombrerero, levantándose y caminando hacia mí.
Me ofrece la mano. Yo deslizo la mía entre las suyas y dejo que me lleve
hacia su asiento. Todo el tiempo, lucho contra las emociones que amenazan
con desbordarse. Hago una nota mental para preguntarle al Sombrerero
sobre la familia de Tera más tarde. Quiero ver si hay algo que pueda hacer
para aliviar el dolor que deben sentir por su pérdida.
Una vez sentado, el Sombrerero vuelve a ocupar su silla en la cabecera y
sonríe.
—¿No acabamos de tomar el té? —pregunto. Esta es la segunda vez, y
eso sin contar las que me haya podido perder antes de la última. No me di
cuenta de que es algo que ocurre más de una vez cada cierto tiempo. Una o
dos veces al mes, tal vez. Una vez a la semana, una posibilidad. ¿Pero todos
los días? Eso parece extremo. El hecho de que haya un número decente de
personas en ambas partes me preocupa.
—Siempre es la hora del té —responde solemnemente el Sombrerero. No
hago ningún comentario. En su lugar, hago el voto de cambiarlo y salvar a
la gente que pueda—. Debes estar hambrienta. —El Sombrerero suena
demasiado excitado por ese hecho, como si no pudiera esperar a verme
comer. Si fuera una chica normal y agradable como mi madre siempre
quiso, me habría extrañado. En cambio, sonrío ante su exuberancia.
Chasquea los dedos y la comida aparece en la mesa frente a mí, un plato
apilado con pasteles y croissants de aspecto dulce. Hay una mermelada al
lado que huele a cielo y fresas. Mi estómago ruge con fuerza y me doy
cuenta de que no he comido desde el desayuno en la oficina. ¿Hace cuánto
tiempo de eso? Era normal que me olvidara de comer a lo largo del día
cuando tenía mucho trabajo. ¿Solo han pasado uno o dos días?
A pesar de que mi estómago da otro gruñido estruendoso, dudo.
—¿Debería comer esto? —le pregunto al Sombrerero, mirando el plato
con anhelo. Estoy segura de que White mencionó una regla sobre la comida
y que no debería comer nada. El Sombrerero no me responde. Se recuesta
en su silla, colgando una pierna sobre el brazo, abierto de piernas de manera
que muestra cada centímetro de su cuerpo. Él sonríe cuando mis ojos bajan
—. Dijiste que no debía confiar en ti —señalo.
Su sonrisa se amplía.
—Apuesta, muerde. ¿Es de fiar o no12? —canta.
La criatura rana se ríe mientras hurga en su plato. Cuando miro de cerca,
veo que sus croissants están cubiertos de moscas. Está sorbiendo, y los
sonidos son totalmente repugnantes, pero me estoy acostumbrando al País
de las Maravillas. Ni siquiera me da asco. Todos los demás huéspedes
tienen comida adaptada a sus dietas. Me doy cuenta de que la de Tera tiene
carne cruda entre las rebanadas de pan. No pregunto qué tipo de carne es
por miedo a la respuesta.
—No sé si confiar en ti o no, pero acepto tu apuesta con cierto
pensamiento —canto, imitando su rima.
Sus ojos se iluminan y se endereza en su silla, inclinándose hacia delante,
mientras yo doy un bocado de lo que creo que es un danés. El sabor explota
en mi lengua, el sabor es diferente a todo lo que he comido antes. Había
pensado que el té sabía a Ambrosía. La comida hace que el té sepa a ceniza.
Gimo mientras tomo otro bocado, sintiendo que mi hambre se apodera de
mí. El Sombrerero me observa, embelesado, mientras empiezo a limpiar
sistemáticamente el plato que tengo delante.
No es hasta que he terminado la mayor parte de la comida que me doy
cuenta de que algo no va bien, de que no me siento bien. Hay un zumbido
debajo de mi piel, una sensación de arrastre que suele ser la primera señal
de que he tomado demasiado alcohol. La piel bajo mis uñas, y en lo más
profundo de mis canales auditivos donde no puedo rascarme, pica.
Súbitamente acalorada, miro al Sombrerero en cuestión.
—¿Había algo en la comida? —pregunto. Con mis propios oídos, puedo
decir que mis palabras son un poco confusas. Entonces suelto una risita.
Pongo los ojos en blanco. Soy una borracha predecible. Pronto estaré
bailando sobre la mesa y riendo histéricamente por nada.
—Toda la comida del País de las Maravillas tiene efectos secundarios. —
El Sombrerero observa divertido cómo empiezo a balancearme en mi
asiento. La música llena la habitación, no tengo ni idea de dónde proviene,
y no puedo evitar moverme al ritmo profundo y palpitante. Puedo sentirlo
en los dedos de los pies, recorriendo mi cuerpo.
—Me siento borracha —digo, riendo—. Como muy borracha. Estoy
bastante segura de que me va a doler mañana si esto es como beber doce
tragos de tequila de forma consecutiva.
—Eres hermosa. —El Sombrerero sonríe con las palabras, y de repente
me siento tan hermosa como él me ve. Siento que puedo enfrentarme al
mundo en este momento y ganar.
—Quizá quieras dejar de comer —dice Tera desde mi lado—. O sino, te
despertarás mañana sin tus recuerdos.
Me vuelvo hacia ella bruscamente, mis sentidos se aclaran por un
momento, lo suficiente para encontrarme con sus ojos. Confío en que me
diga la verdad, y de algún modo sé que no miente. Mi instinto me dice que
no podría mentirme, aunque quisiera.
—¿Olvidaré mis recuerdos?
—Solo si tomas tanto y te desmayas —aclara, sonriendo—. Entonces, te
sugiero que vayas más despacio.
Aparto el plato, las pocas migas que hay en él me llaman. En el momento
de sobriedad, le doy la vuelta al plato, ocultando los trozos sobrantes. El
Sombrerero se ríe, pero no comenta nada. El intenso zumbido vuelve con la
música que me hace vibrar el cuerpo hasta que no puedo evitar balancearme
de nuevo en mi asiento, riéndome, junto con los otros invitados mientras
bromeamos de ida y vuelta.
—No pueden conmigo —gruñe Tera a los hermanos zorros, olfateando
con desdén. Es la primera vez que la veo siendo algo más que amable, y me
recuerda que se parece más a un lobo que a una mujer.
—Tal vez —responde uno de los hermanos—. Pero tampoco puedes con
nosotros.
—¿Qué te hace pensar que yo podría considerar ese pensamiento?
Escucho la conversación, embelesada con el giro de los acontecimientos.
Con un buen zumbido, no puedo controlar el vómito de palabras que sale.
—¡Solo bésense de una vez! —Me tapo la boca con la mano,
sorprendida. Tera me mira, sus ojos bailan con un fuego que es tan caliente
como la tensión en la habitación. Luego echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
Los hermanos zorro se unen a ella.
Observo, fascinada, cómo Tera se levanta de su silla antes de subirse a la
mesa.
—Acompáñame, Clara Bee. —Me tiende la mano. Deslizo mis dedos en
su mano con garras y me sube a la mesa sin esfuerzo—. Vamos a bailar.
Me sentía como en casa, había ido al club con mis amigas. No lo había
hecho desde mis días de universidad, pero todavía recuerdo la diversión de
tirar de la otra en la pista de baile y bailar juntas, atrayendo todas las
miradas de la sala. Esto era algo como eso, pero mejor.
Tera me atrae contra ella, y empezamos a balancearnos, su cola peluda
girando alrededor de mis piernas mientras giramos. Me río cuando los
platos caen de las mesas y se estrellan contra el suelo. El Sombrerero nos
sonríe, completamente relajado, mientras sorbe su té. La rana se acerca a la
mujer de los tentáculos y se sienta a su lado. Ambos acercan sus cabezas y
hablan, mientras nos sonríen a Tera y a mí mientras nos balanceamos con la
música. No tengo ni idea de dónde viene la canción tan alegre, pero no la
cuestiono. Me siento demasiado bien para tanto pensamiento.
Los hermanos zorro se levantan de sus asientos como un solo hombre.
Saltan sobre la mesa, con sonrisas malvadas en sus caras mientras se
acercan a Tera. Ella se enfrenta a ellos mientras muevo las caderas y giro en
círculos sobre la mesa. Menos mal que es una mesa robusta. Habría sido
mortificante caerse.
Mi atención se centra en Tera y los hermanos zorros, que empiezan a
balancearse juntos en una danza sensual. Los hermanos la rodean,
deslizando toques astutos aquí y allá, que normalmente me harían arder la
cara. En el estado en que me encuentro ahora, disfruto del espectáculo.
Parece que no puedo apartar la mirada durante unos momentos hasta que
siento el calor de otra mirada sobre mí. Me vuelvo y me encuentro con los
intermitentes ojos dorados del Sombrerero. No está mirando a Tera y a los
hermanos. Solo tiene ojos para mí.
La canción cambia a algo profundo y sensual, las notas de fondo golpean
lo suficientemente fuerte como para atravesar la mesa y llegar al interior de
mi cuerpo. Mantengo mis ojos en el Sombrerero, absorbiéndolo todo. Sigue
sentado en su silla, recostado perezosamente, con una pierna colgando
sobre un brazo de nuevo de tal manera que muestra su parte inferior
completamente. Mi cuerpo sigue balanceándose, mis caderas se mueven al
ritmo. Me muevo hacia él lentamente, pasando por encima de los platos que
traquetean debajo. Pateo algunos platos de la mesa cuando juzgo mal la
distancia, el desconcierto me hace tropezar un poco. El Sombrerero se
endereza en su silla cuando llego al borde, mirando hacia abajo. Me
arrodillo con cautela y me siento, abriendo las piernas a ambos lados de él
para colgarme sobre el borde. Él sonríe al ver mi posición, y sus manos
rodean mis tobillos antes de subir por mis piernas vestidas de cuero hasta
acariciar la parte posterior de mis muslos.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita Clara Bee? —Su voz ronca, me
atraviesa y me llega al corazón. Un calor se extiende en mi vientre mientras
aspiro el aroma del chocolate y el té de manzanilla.
En lugar de responder, me inclino ligeramente hacia adelante. Los ojos
del Sombrerero caen sobre mis labios13
14, y sonrío. Estoy segura de que espera algo sexy, tal vez un susurro en
voz alta o una frase picante para ligar. ¿Qué hago en su lugar, en mi estupor
de borracha? Le doy un golpe en la nariz, riendo cuando una mirada de
sorpresa cruza su cara. Le quito el sombrero de copa de su cabeza y lo
coloco en la mía, el moño desordenado se ha caído hace mucho tiempo.
Tengo el pelo suelto y encrespado, pero no me molesta.
El Sombrerero me gruñe por haberle robado el sombrero, un sonido sexy
que hace que mis pechos se tensen. Estoy bastante segura de que acabo de
cometer un gran no-no. ¿White me dijo que no tocara el sombrero del
Sombrerero? No lo recuerdo. Cuando el Sombrerero me acerca, sentada a
su alrededor, con la risa en la cara y el sombrero de copa en la cabeza, su
expresión se suaviza y el peligro que había en sus ojos desaparece tan
rápido como había aparecido. Sus manos se aprietan en la parte posterior de
mis muslos antes de tirar de mí hacia él. Me deslizo desde el borde de la
mesa y aterrizo con un golpe en su regazo. El sombrero de copa se queda
posado en mi cabeza.
Debajo de mí, puedo sentir su excitación a través de sus pantalones de
cuero, y la sensación embriagadora de sentirme deseada me recorre. Me
alegro de no estar sola con esta abrumadora atracción; el Sombrerero parece
tan afectado como yo. Nuestros ojos atrayéndose el uno al otro, su oro
envolviéndome y arremolinándose con mi gris. Todo lo demás se
desvanece, las risas, la música, los otros invitados. Solo estamos el
Sombrerero y yo.
—Creo que te debo un beso —susurro, con la voz ronca mientras me
inclino hacia delante.
Su rostro se vuelve serio antes de que yo cierre los ojos, preparándome
para el beso que estoy segura que sacudirá mi mundo. Mi única esperanza
es estar lo suficientemente sobria para recordarlo. Siento sus manos en mi
cintura, y me doy cuenta de lo íntimos que estamos en una habitación llena
de gente. Eso no me disuade en absoluto. En todo caso, me siento más
excitada por ello, que el Sombrerero no siente ninguna vergüenza, ninguna
preocupación por mí o por mi excitación. Puede que esté un poco borracha
de comida del País de las Maravillas, pero eso no significa que no sepa lo
que está pasando. Me quedo ahí, casi frunciendo los labios, pero no pasa
nada. Abro los ojos confundida ante el rostro todavía serio del Sombrerero.
—No. —Su voz es dura mientras estudia mi rostro—. Quiero que seas
totalmente tú cuando nos besemos.
La vergüenza inunda mi cuerpo por primera vez y siento cómo se me
calientan las mejillas. En el estado en que me encuentro, el rechazo me
golpea con fuerza, creciendo con cada respiro. Las lágrimas amenazan con
caer aunque sé que estoy exagerando. Mi mortificación no tiene ninguna
lógica, y, sin embargo, me golpea como una tonelada de ladrillos.
La mirada del Sombrerero tartamudea al ver la lágrima que se desliza por
mi mejilla. Me la quito de encima horrorizada y salgo de su regazo. Soy tan
ágil como un flamenco con una sola pierna, pero consigo salir sin
avergonzarme más. Por primera vez, me doy cuenta de que la música ha
desaparecido, y me pregunto si es cosa mía o del Sombrerero. Los demás
invitados me miran fijamente. Tera se baja de la mesa, y se acerca a mí. Me
rodea con sus brazos en un abrazo, y es exactamente lo que necesito.
—No pasa nada —me susurra al oído—. Es solo la comida. Aumenta
nuestras emociones. Ve. Tómate un tiempo para respirar. Te sentirás mejor.
—Gracias —respondo, con un sollozo en la voz. Si no salgo de aquí, voy
a perder la cabeza. Le aprieto la mano—. Por todo.
—No, gracias a ti, señorita Clara. La veré de nuevo. Mantente fuerte
ahora. El Sombrerero, es una criatura del País de las Maravillas. La tierra le
duele, por eso sufre. Debes permanecer fuerte contra su locura.
Sonrío, le doy otro abrazo rápido y me voy, con la falda ondeando detrás
de mí. Si no estuviera tan angustiada, me habría emocionado por eso. No
me doy la vuelta ni miro al Sombrerero. Me olvido de que llevo su
sombrero de copa.
Salgo por las puertas del salón de baile, los efectos de la comida
desaparecen casi al instante. Respiro profundamente, las emociones de hace
unos segundos desaparecen. Todavía queda el escozor del rechazo, apenas,
pero soy capaz de ignorar y racionalizar lo inútil que era sentirse así. El
Sombrerero estaba siendo un caballero y tenía suficiente honor para no
aprovecharse. Debería respetar eso en lugar de desear saber a qué saben sus
labios. O la comida sólo tiene el efecto en el salón de baile o yo abrazaba la
sensación de zumbido un poco demasiado. Se me pasa tan rápido que me
quedo de pie fuera del salón de baile, frotándome la frente, confundida.
Me vuelvo hacia el salón de baile, preparándome para disculparme con el
Sombrerero cuando se oye un fuerte golpe en la puerta principal. Miro
fijamente, pero no muevo. De ninguna manera voy a abrir una puerta en el
País de las Maravillas yo sola. El golpe vuelve a sonar, más insistente y
enfadado. Hay tanta rabia en ese golpe que la puerta suena con fuerza. Me
preocupa que la derriben por completo, pero se mantiene firme, impidiendo
que entre quienquiera que esté detrás de ella. Cuando el golpeteo se hace
tan fuerte que puedo sentirlo a través del suelo de mármol, me apresuro a
subir las escaleras y doblar la esquina, empujando mi espalda contra la
pared. Me asomo por el borde justo cuando El Lirón sale. Hay
preocupación en su rostro, la primera emoción que veo en él, y es esa visión
la que me hace entrar en pánico. Si el Lirón está preocupado, entonces algo
está definitivamente va mal.
Oigo un grito ahogado al otro lado, acompañado de alguien que golpea la
puerta tan fuerte como puede. Todo el calor es absorbido por el aire.
Contengo la respiración mientras el Lirón se acerca al pomo.
Capítulo once
Traducido por Lixeto
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

El Lirón duda cuando se forma una grieta en la puerta, la ira irradia a


través de la puerta creciendo a niveles nucleares. Estoy flotando en mi
escondite, mis manos se aferran a la barandilla mientras me inclino para ver
quién está allí. Cuando Lirón comienza a alejarse de la puerta, dejo escapar
el aliento y lucho para controlar mi corazón acelerado. Algo está
sucediendo y estoy debatiendo entre irme por el laberinto de pasillos o
correr por las escaleras hacia el Sombrerero, con suerte, golpeando a quien
esté detrás de esa puerta. Una mano aterriza en mi hombro y salto mientras
me hace girar. Tengo mi brazo levantado, lista para noquear a quien tenga el
descaro de tocarme, pero me relajo cuando me doy cuenta de que es solo
Cheshire. No debería. Cheshire es tan amenazante como quienquiera que
esté al otro lado de la puerta, pero él es el menor de dos males en este
momento. Sé qué esperar de él. ¿La persona detrás de la puerta? No tanto..
—Ven conmigo. —Tira de mi brazo, tratando de que me mueva—.
Tenemos que irnos. Ahora.
—¿Quién es? —pregunto, porque, claro, estoy asustada, pero también
estoy increíblemente curiosa. Debería estar corriendo, gritando como loca
para alejarme de la puerta. Tengo un repentino destello de horror—. No es
un Bandersnatch, ¿verdad?
Cheshire resopla y niega con la cabeza.
—Bribón sabe que estás aquí. Ese es él tratando de derribar la puerta.
Me da un tirón para que me mueva, tirando de mí por un pasillo lejos de
la conmoción. Apenas puedo seguir el ritmo de sus largas zancadas,
cronometrando dos veces mis pasos en un intento de hacerlo.
—Que Bribón me encuentre es malo, ¿verdad?
—Bribón pertenece a la Reina Roja. Si te encuentra, te llevará con ella.
—Él me mira, más serio de lo que nunca lo había visto—. Ella te matará,
lenta y brutalmente hasta que pidas piedad que nunca te mostrará. —Me
trago el miedo asfixiante que sube por mi garganta. Ya había prometido
ayudar a estas personas. No retrocedería ante la primera señal de problemas.
Yo solo podría suponer que las cosas empeorarían antes de que puedan
mejorar. No tengo tiempo para el miedo.
—¿Por qué no nos limitamos a luchar contra Bribón? —pregunto—. ¿Por
qué estamos corriendo si se supone que lo derribaría?
Cheshire me mira de nuevo y sonríe.
—¿Quién dice que estamos corriendo?
Finalmente, Cheshire me detiene frente a una puerta. Ya no puedo
escuchar los golpes, pero si me concentro, creo que puedo sentir un
profundo golpe a través del suelo. No tengo idea de cómo alguno de los
huéspedes de la casa encuentra su camino en el laberinto de pasillos. Hago
todo lo posible por notar las direcciones que tomamos, solo para perder la
pista después del duodécimo giro. La casa no parece tan grande desde fuera.
En el interior, bien podría ser tan grande como quiera, y seguir y seguir
como si no tuviera fin. Cheshire abre la puerta de una patada y entra como
una tormenta, arrastrándome detrás de él. Estoy empezando a ver un patrón
con los hombres del País de las Maravillas, pero no me preocupo por eso
ahora mismo. En cambio, mi mandíbula cae.
La habitación es enorme, pero eso no es lo que me sorprende. Cada pared
está completamente cubierta de armas, exhibidas desde el suelo hasta el
techo. Hay muchos tipos, puedo sentir que mi cerebro literalmente explota
por la sobrecarga. Una pared está cubierta con todo tipo de armas, desde
pequeñas cosas que parecen inocentes hasta algo que estoy segura que debe
ser un lanzacohetes. Se parece bastante a los que he visto en películas en
casa, pero el barril no es recto. Está curvado por la razón que sea. Otra
pared está llena de varios tipos de espadas y cuchillos. Estoy tentada de
armarme con un hacha de batalla de aspecto perverso que veo, una
apropiada para mi grito de batalla asesino de arañas, pero dudo que pudiera
levantarla si quisiera. Las otras dos paredes están llenas de artículos para los
que no tengo nombres. Ni siquiera puedo describir algunas de las cosas
como para adivinar. Cheshire se acerca a la pared de armas y estudia las
opciones, sacudiendo su cabeza levemente cuando mira más allá de algunos
en particular.
—¿Puedes pelear? —Su voz atraviesa la habitación, pero no vuelve a
mirarme.
Niego con la cabeza a pesar de que no puede ver.
—He tenido algunas clases de autodefensa, y tomé una clase de porte de
armas, así que puedo llevar mi arma, pero eso es todo. —Un hecho del que
me arrepiento ahora.
—Tendremos que arreglar eso —responde dándome la espalda. Él llega a
lo alto de la pared y saca un arma mucho más grande que cualquier otra
cosa que haya manejado—. Al menos, sabes cómo disparar un arma.
—Uh, ¿hay alguna forma de que tengas un 9 mm? —El arma es enorme,
una mezcla entre una pistola y las uzis que los mafiosos de antaño solían
llevar. Tiene una gran cámara debajo, que creo que contiene balas.
El cañón de la pistola es largo y definitivamente más grande que la
pequeña pistola que llevo en mi maletín cuando no estoy en el tribunal. La
cosa tiene que tener balas gigantescas, y no tengo idea de qué calibre
pueden ser. Probablemente tendrán un nombre como "Tres partes pasadas"
o "Media muerte". Cheshire lo trae. Cuando miro más de cerca el cañón de
la pistola, puedo ver las palabras "Rompecorazones" grabadas como un
diseño de filigrana roja. Levanto las cejas. Algo correcto para referirse a
este nombre. Cheshire me lo entrega descuidadamente, y entro en pánico
cuando el arma de fuego casi se cae de mis manos.
—Esto es el País de las Maravillas. —Cheshire comienza a colocar todo
tipo de armas en su cuerpo. Él está deslizando espadas en vainas a lo largo
de su espalda y largas dagas en soportes de muslo. Lo miro, sosteniendo el
arma con cautela—. Una 9mm no hará nada aquí, solo cabreará a la gente.
—Anotado. —Pongo los ojos en blanco. Por supuesto, tendría que
disparar balas destinadas a derribar un dinosaurio en el País de las
Maravillas. Tiene sentido de una manera ilógica. Lo veo esconder un
arsenal de armas en su ropa, usando cada bolsillo y agregando algunos
cuando eso no parece ser suficiente. Finalmente, se vuelve hacía mí y me
mira de arriba abajo. Se arrodilla y alcanza mi muslo. Tomo un paso
apresurado fuera de su alcance. Me mira y arquea una ceja.
—No confío exactamente en ti —señalo.
—No deberías. —Me sonríe—. Solo estoy tratando de atar algunas armas
a tus muslos. —Me hace un gesto para que me acerque—. ¿Puedo?
Asiento con la cabeza vacilante, dando un paso adelante. Agarra mi
pierna, sus manos clínicas mientras comienza a abrochar las correas
alrededor de mi muslo con fuerza. Es mecánico, nada sensual en el acto, y
me tranquiliza. Después de atar las fundas a mis dos muslos, desliza un par
de hermosos cuchillos largos en ellas antes de ponerse de pie. Agarra otro
cinturón de cuero y lo coloca alrededor de mi cintura, tirando de él lo
suficientemente apretado como para que no se deslice cuando me muevo.
Hay una funda elegante para el “Rompecorazones”, otra correa que se
envuelve alrededor de la parte superior de mi muslo para asegurarlo. La
pistola es pesada cuando la desliza dentro. Al otro lado de mi cintura, hay
una vaina adjunta. Allí entra una espada corta, no tengo idea de cómo usar
la espada o los cuchillos, y espero no tener que hacerlo. Esa es
probablemente una ilusión, sin embargo. Cuando ha terminado, se siente
como si estuviera atada sin restringirme realmente. También me siento ruda,
incluso si no tengo idea de cómo usar cualquiera de estas armas.
Cheshire da un paso atrás y me estudia antes de agarrar dos pequeños
cuchillos para arrojar a la pared y deslizarlos por los lados de mis botas de
combate.
—Allí. —Él asiente con la cabeza—. Ahora parece que estás preparada
para la guerra. —Él comienza a alejarse, hacia la puerta—. Solo dispara a
Bribón o a los naipes de la Reina. Y, solo si es necesario.
—¿Cómo puedo distinguir entre los malos y los amistosos? —pregunto.
Porque este es el País de las Maravillas. No tengo ni idea de cómo se ven
Bribón o los naipes. ¿Y si se parecen a las otras criaturas?
—Lo sabrás —gruñe Cheshire, el desdén goteando de su voz. Okey,
wow. No hay amor perdido allí. Cheshire abre la puerta y el miedo me
atraviesa.
—¿Dónde está el Sombrerero? ¿Y White? —pregunto, recordando de
repente que están en la casa también.
—White está fuera haciendo lo que sea que haga. El Sombrerero está
abriendo la puerta y mostrándoles el salón de té —responde, esa sonrisa
siniestra se extiende a través de su rostro. Al menos, los libros tienen eso de
correcto. La sonrisa de Cheshire es francamente aterradora.
Salimos de la habitación. Me quedo lo más cerca posible de Cheshire
mientras nos arrastramos a lo largo del pasillo en silencio. Todo está en
silencio, arrojando la casa a una atmósfera más espeluznante de lo habitual.
Normalmente, hay una charla de criaturas que no puedo ver en los pasillos,
y la casa gime. Parece que hasta la casa sabe que necesita estar callada.
Intento imitar los pasos silenciosos que da Cheshire, pero no soy tan
sigilosa como un gato. Mi atuendo se agita, y con cada paso, algunas de las
hebillas en mí emiten un suave tintineo. De vez en cuando, una tabla del
suelo cruje bajo mis botas de combate, y me estremezco, esperando que no
haya nadie cerca, eso significa que nadie nos herirá. Cada vez que sucede,
veo que el hombro de Cheshire se tensa y sé que está luchando para no
molestarse.
Llegamos al final de un pasillo, no hay adónde ir más que girar a la
derecha. Cheshire levanta su mano, diciéndome que me detenga sin decir
nada. Me pongo de inmediato en modo lucha, lo que básicamente significa
que mis manos revolotean alrededor de mi cuerpo preguntándome qué arma
debería agarrar.
¿He mencionado que no tengo idea de lo que estoy haciendo?
Puedo argumentar para salir de cualquier cosa, blandiendo palabras como
armas.
¿Pero armas reales? Una clase de porte de armas. Sé lo básico, pero
probablemente no soy un tirador de primera. Si se trata de una batalla,
podría convertirme en una carga más que en una ayuda. Sin embargo, eso
no me impedirá realmente intentar ayudar.
Estamos parados al final del pasillo, las orejas de Cheshire se mueven
hacia atrás y adelante, durante unos minutos. Mantengo mi respiración lenta
y mesurada, por si acaso algo puede oír.
—Espera aquí —susurra Cheshire tan bajo que tengo que esforzarme por
escuchar las palabras. Él se desliza alrededor de la esquina en silencio.
Espero y espero, pero cuando no regresa después de largos minutos, me
pongo ansiosa. Saco el arma de mi cintura; es realmente mi opción más
segura entre las armas. Yo probablemente me cortaría el brazo con una
espada. Espero que el seguro funcione de la misma manera que mi arma en
casa. Me preparo, manteniendo mi hombro relajado y mis brazos firmes
mientras agarro la extraña pistola con fuerza. Respiro hondo y asomo mi
cabeza.
Debería haber corrido antes.
Tropiezo hacia atrás, malditamente cerca de tropezar con la parte de atrás
de mi atuendo en un intento de volver. No grito, pero solo porque estoy
muy sorprendida, nada se escapa de mi garganta. Cuando retrocedo, el
hombre que ha estado esperando alrededor de las esquinas escalonadas
alrededor de la pared. Él se enfoca en mí cuando obtengo mi primera
mirada de Bribón. Cheshire tiene razón. No hay forma de que pueda
confundirlo con nadie más.
Lleva una armadura dorada, reluciente y perfecta, una burla contra las
hazañas que realiza para la Reina Roja. Hay un corazón blasonado rojo
gigante en el pecho para que todos lo vean, para mostrar quién lo posee.
Hay una herida a la izquierda al lado de su pecho, como si alguien le
hubiera arrancado el corazón una vez. En la carne sangrienta y desgarrada,
diminutas rosas rojas en flor, allí para que todos las vean. El lado izquierdo
de su rostro sufre un destino similar. Donde solía estar su ojo, hay un
enorme agujero lleno de más rosas brotando. Puedo decir que
probablemente solía ser guapo. Tiene una mandíbula cuadrada y una nariz
fuerte. Su ojo restante es de un brillante azul, su cabello de un rubio
descolorido. Hay un pequeño corazón negro entintado debajo del ojo
restante. Su rostro parece moteado y golpeado, sangre y cicatrices
marcando la piel pálida. Con manos temblorosas, levanto el arma,
apuntando directamente a su pecho. Él ni siquiera se inmuta.
—¿Y quién podrías ser, cosita bonita? —pregunta, con una mueca en su
rostro. Estoy bastante segura de que su mueca es lo más cerca a una sonrisa,
pero parece tensa. El lado izquierdo de su cara ya no parece funcionar. Sin
embargo, su voz es hermosa. Es profunda y resuena, y me pregunto la
contradicción entre eso y su apariencia. Por cada paso lento que da hacia
mí, retrocedo, sin querer estar en cualquier lugar cercano a él. No respondo
a su pregunta, manteniendo el arma apuntada hacia él. No parece
preocupado en absoluto por el Rompecorazones, pero su cara se transforma
en rabia cuando sigo alejándome de él.
—¿Dije quién eres? —grita, golpeando su puño contra la pared a su lado.
Me estremezco, pero no salto, una victoria en mi libro.
—¡Detente! —grita el Sombrerero, acercándose a zancadas detrás de él.
Pasa a Bribón y viene directamente hacia mí, enhebrando mi brazo en el
suyo. Rápidamente agarra el arma de mi mano y la vuelve a meter en la
funda, la acción es tan rápida que apenas la sigo—. Ella es de mi fiesta del
té. Una invitada.
Me quita el sombrero de copa de la cabeza que de alguna manera todavía
estoy usando. Ni siquiera sentí como si hubiera estado usando un sombrero.
—Nunca la he visto en el País de las Maravillas —dice Bribón, con esa
mueca en su cara—. Y nunca he visto a un invitado empuñando un arma y
vistiendo tu sombrero de copa.
—¿No crees que sabría si ella no fuera parte del País de las Maravillas?
—Sombrerero se encoge de hombros—. Los muertos están muertos tanto si
perdieron la cabeza como si perdieron el corazón.
Bribón no se mueve por un momento. Entonces, sus ojos se entrecierran
y tengo que luchar contra el nudo en mi garganta. Trato de imitar la mirada
pacífica de los invitados a la fiesta del té. Todos lo han hecho, pero es
difícil. Estoy segura de que no tengo el aura de paz a mi alrededor, un
elemento básico para sentarse a la mesa del Sombrerero. Estoy luchando
contra mi respuesta de lucha o huida. Igualmente quiero sacar el arma de su
funda y volar a Bribón en pedazos tanto como quiero dar media vuelta y
correr, alejándome del hombre tanto como sea posible. Lo único que me
mantiene de pie aquí es mi voto por ayudar al país de las maravillas y el
brazo del Sombrerero en el mío.
—No te importa si los acompaño entonces, ¿verdad? —Debería haber
sido una pregunta, pero Bribón no la está preguntando. Es una orden. Por
dentro, me estoy volviendo loca, gritando. Externamente, el único signo de
mi incomodidad es lo fuerte que estoy sosteniendo al Sombrerero. Mi otra
mano está temblando, pero la pongo contra mi espalda y fuera de la vista.
—Es una ocasión muy íntima —dice el Sombrerero, y entiendo lo que
está intentando hacer. Deshacerse de Bribón. Quita su atención de mí.
Bribón vuelve a golpear la pared con el puño. Esta vez, una gran grieta de
telarañas a lo largo de la pared, se originan donde su mano golpeó.
—Los acompañaré —gruñe.
El Sombrerero frunce el ceño, pero asiente solemnemente. El Sombrerero
tira de mi brazo llevándome por el pasillo. Cuando pasamos a Bribón,
inhala profundamente en el aire, como si me estuviera oliendo. Me obligo a
no reaccionar cuando pasamos. Nosotros flotamos por las escaleras;
tropiezo un par de veces, pero el Sombrerero mantiene su agarre firme,
mientras Bribón nos sigue. El Sombrerero parece imperturbable por
cualquier cosa que esté sucediendo. Yo, estoy entrando en pánico por
dentro. ¿Cómo diablos vamos a salir de esta? Cuando entramos al salón de
baile, me alegra ver que no hay otras criaturas en la zona. No sé dónde
están, si ya cruzaron o se esconden fuera de la vista, o cómo el Sombrerero
se encargó de ellos. Pequeñas bendiciones. Yo no sé si Bribón puede herir a
personas que ya están muertas, pero prefiero no descubrirlo. El hecho de
que se hayan escapado hace que me relaje un poco más. El temblor en mi
mano se detiene.
Miro detrás de mí a tiempo para ver algunas… cosas uniéndose a Bribón
de algún lugar. Tienen que ser las Cartas de la Reina de las que me advirtió
Cheshire. Una vez más, no hay forma de confundirlas con nada más. Son
criaturas grotescas erguidas como hombres. Deben haber sido personas en
algún momento, pero eso es todo lo que puedo decir. No tienen caras, solo
una pizarra en blanco donde deberían tener ojos, boca y nariz. Llevan
cascos de metal, cada uno estampado con un juego de cartas diferente.
Avanzan con arrogancia, ya sea completamente confiados o desconcertados.
No tengo idea de cómo ven a dónde se dirigen. Cada uno lleva una especie
de garrote o un bate con uñas de aspecto perverso que sobresalen de ellos.
Los bates están cubiertos de sangre, como si nadie los limpiara jamás.
Mientras los miro fijamente, el de enfrente cambia la cara. En lugar del
tramo de piel en blanco, una boca se abre, ocupando todo el espacio. Está
lleno de dientes afilados que gotea, manchados de rojo. Me vuelvo hacia
adelante de nuevo tan rápido que mis ojos ven borroso. De ninguna manera
quiero tener nada que ver con esas cosas. Dame Beezles cualquier día.
Hago todo lo posible por respirar normalmente mientras el Sombrerero
nos lleva más allá de la mesa y la parte de atrás de la habitación donde los
árboles y los hongos crecen más espesos. Él duda un momento antes de
arrojar su sombrero al suelo frente a nosotros. Un portal giratorio se abre,
chupando mechones de mi cabello sueltos y azotándolos a mi alrededor.
Tomo una respiración profunda, recordando la última vez que atravesé un
portal, me desmayé la primera vez. ¿Sería lo mismo con este? El
Sombrerero aprieta mi brazo en el suyo, manteniendo un firme agarre sobre
mí.
—¿Bien? —Bribón está detrás de nosotros con los brazos cruzados sobre
su pecho. Algunos delicados pétalos de rosa caen al suelo.
El Sombrerero se inclina hacia mí.
—No me sueltes —susurra.
—Está bien —le susurro en respuesta, agarrándome con fuerza. Tengo la
sensación de que estamos a punto de hacer algo que no se ha hecho antes.
Estoy a punto de entrar en el Más Allá, a donde los muertos van. ¿Es como
el cielo o como el infierno? No tengo tiempo para preguntar.
—¿Confías en mí? —pregunta el Sombrerero, dando un paso más hacia
el portal. me muevo adelante con él, la gravedad comenzaba a tirar de mi
ropa. Me acerco y uso la otra mano para agarrar la manga de su abrigo.
Necesito toda la seguridad que pueda conseguir.
—Sí —respiro, mi voz tiembla un poco.
El Sombrerero me mira con los ojos brillantes. Hay un pequeño rizo en
sus labios como si estuviera disfrutando esto demasiado, como si la locura
estuviera en la punta de su lengua.
—Entonces vamos a la aventura —grita, y atravesamos el portal.
Capítulo doce
Traducido por AS
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

Mientras atravesamos el portal, me esfuerzo por no cerrar los ojos ante


los colores brillantes que se arremolinaban a nuestro alrededor. Cuando caí
en la madriguera de White, había sido un vórtice de verde y blanco, los
mismos colores que al bastardo astuto le parecen favorecer. El portal del
Sombrerero es una mezcla de oro, púrpura y negro, que me arrastra hasta
que mis ojos arden por el esfuerzo que supone mantenerlos abiertos.
Lucho contra el pánico creciente mientras parece que nos movemos más
y más rápido a través de los colores. Lo único que evita que pierda
completamente la cordura es el Sombrerero a mi lado, con su brazo
entrelazado con el mío, su fuerza nos mantiene unidos. Casi me río de eso,
por lo inapropiado que es el momento en que el Sombrerero Loco me
mantiene cuerda. ¿Cuáles son las probabilidades de eso?
Cuando pienso que seguirá para siempre “el Más Allá debe ser un largo
viaje” los colores se disipan, y salimos a una exuberante y verde selva. El
aire es húmedo, lo que hace que mi ropa sea diez veces más sofocante. El
cuello alto es lo peor, pero los pantalones de cuero le siguen de cerca. Todo
está empapado de humedad, casi como si acabara de llover, lo suficiente
para hacerla más húmeda. Tiro del cuello de mi chaqueta, odiando todo mi
atuendo que parece perfecto para el País de las Maravillas, pero es terrible
para el sofocante Más Allá.
Miro a nuestro alrededor, los sonidos de la selva llegan a mis oídos. Los
pájaros se llaman entre sí en los árboles, el chillido de un mono suena cerca.
Ninguno de ellos hace sangrar mis oídos. Es exactamente lo que imaginé
que sería el País de las Maravillas, un mundo mágico y pacífico, el sol
brillando y filtrándose entre los árboles. No me sorprende, estaba cien por
ciento equivocada.
El Sombrerero no dice nada mientras estudio el nuevo mundo en el que
me encuentro. De nuevo, sacudo la cabeza. Definitivamente acabaré en el
manicomio si le cuento a alguien en casa sobre todo esto. Con su brazo
todavía alrededor del mío, alcanza detrás de él, hacia donde el portal aún se
arremolina. Coge su sombrero del suelo del otro lado, y me confundo.
Acabamos de viajar durante largos minutos para llegar al Más Allá, y, sin
embargo, soy capaz de ver de nuevo el salón de baile donde el Bribón está
de pie. La ira nubla su rostro antes hermoso mientras nos observa. Hace que
las rosas tiemblen. No puedo creer que, aunque el viaje a través del
portal...haya sido eterno, podamos ver el otro lado. Veo cómo el
Sombrerero vuelve a colocarse el sombrero en la cabeza. El portal
comienza a cerrarse, haciéndose cada vez más pequeño. El Sombrerero le
hace un gesto al Bribón, con una sonrisa en la cara.
El portal se cierra con el grito de rabia del Bribón.
—Entonces, ¿esto es el Más Allá? —¿Qué más puedo decir? Acabo de
atravesar un portal del País de las Maravillas a su versión del Más Allá. Me
gusta pensar que estoy manejando bastante bien la situación cuando todo lo
que creía saber se ha puesto de cabeza.
—Sí —responde el Sombrerero, mirándome—. Y no deberías estar aquí.
Este lugar está destinado a los muertos.
—Pero tú estás aquí —señalo. Sé con certeza que está muy vivo. Él es
tan sólido como yo. Su brazo no se ha aflojado ni un poco, y tengo la
sensación de que no sabe lo que pasará si no me toca. Está mucho más
tenso que en el País de las Maravillas.
—No estoy ni aquí ni allí.
—¿Qué significa eso?
—Un hijo del País de las Maravillas no puede morir a menos que el fin
del País de las Maravillas esté cerca —canta, inclinando su cabeza hacia mí.
—Entonces, si el País de las Maravillas muere, tú mueres —aclaro. Él
asiente con la cabeza una vez—. ¿Y eso es lo que está pasando ahora?
—La Reina Roja es una plaga en nuestro mundo, que lo drena incluso
mientras se hace más fuerte. —Mira a la distancia, con tristeza en su rostro
—. Alicia nunca debió subir al trono.
Me detengo bruscamente, mis pies se niegan a dar un paso más. El
Sombrerero hace una cómica parada dramática que solo se ve en los dibujos
animados, como si lo hubiera anclado. Sé que es mucho más fuerte que yo.
Lo hizo a propósito, y me hace sonreír brevemente antes de volver a sacar
el tema.
—¿La Reina Roja es La Alicia? —pregunto, porque ¿quién lo vio venir?
¿No se supone que Alicia es una niña inocente de doce años?
Sus ojos se oscurecen, la ira se mueve por su rostro antes de
desvanecerse.
—Una historia para otro momento, me temo —responde, encontrándose
con mis ojos—. Tenemos un límite de tiempo.
—¿Qué clase de límite de tiempo?
—Nunca he llevado a alguien vivo al Más Allá y tú ya estás empezando
a desvanecerte. Tenemos que llegar al otro portal y sacarte de aquí. El
Bribón sin duda estará esperando en este.
—No me estoy desvaneciendo. —Miro mi cuerpo y casi me ahogo con
mis palabras. Mi mano que sostiene el Sombrerero es translúcida, parece
más las alas de un hada que piel—. ¡Oh, mierda!
Tira hasta que volvemos a movernos. Me tropiezo con él, mirando mi
mano que se desvanece.
—Vamos, Clara Bee. Todavía no es tu hora.
—¿Qué pasa si me desvanezco por completo? —pregunto, mi voz es un
susurro áspero.
—No tienes que preocuparte. —Sonríe—. Dijiste que confiabas en mí.
—Pero, ¿qué pasa si me desvanezco en el Más Allá?
Me mira de reojo. Hay tristeza allí, un brillo en ellos.
—Entonces desapareces por completo. Sería como si nunca hubieras
existido.
Siento que el horror cruza mi cara, la idea me asusta más que cualquier
otra cosa que haya encontrado hasta ahora. Profetizada para derrotar a la
Reina Roja. Destinada a ser la compañera del Sombrerero Loco, bien.
Desaparecer como si nunca hubiera existido, ¡No!
El Sombrerero se burla y se inclina, cogiéndome al estilo nupcial. Chillo
cuando el mundo se inclina, y envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero en pánico. Él mueve las cejas mientras sus brazos me rodean.
—Te estás moviendo muy despacio. —Se encoge de hombros—. Clara
Bee estás destinada a mí, y yo no puedo dejarte morir. Así que agárrate
fuerte, señorita Clara Bee, y todo estará bien —canta.
Y entonces empieza a correr, la selva pasa volando a una velocidad que
me deja sin aliento. Esta vez, cierro los ojos contra los colores borrosos.
── ⋆✩⋆ ──
Todo me parece igual. Verde, verde, verde con varios estallidos de color
en las enredaderas florales. Los sonidos no cambian, un constante parloteo
de pájaros y animales que crujen entre la maleza. Ni un solo bicho intenta
picarme. El Más Allá está benditamente libre de insectos chupadores de
sangre y pequeñas cosas venenosas.
Nos encontramos con un arroyo y el Sombrerero frena. El sudor le cae
por la cara y el pecho, el pelo se le pega a la frente. Estoy bastante segura
de que mi pelo es un nido de ratas. El sudor cortado y enredado no es uno
de mis looks más sexys. El Sombrerero pone su mano para rodear la mía,
asegurándose de que nuestra piel siempre esté en contacto. Las palmas de
las manos de ambos están húmedas, pero ninguno de los dos lo comenta.
—¿Tienes sed? —El Sombrerero mira el agua con anhelo.
Balanceo mi cuerpo. Todo mi brazo está descolorido, pero nada más. Tal
vez, no está progresando tan rápido como el Sombrerero teme. Me tomo un
momento para pensar en ello, pero la decisión está tomada cuando mi mano
se mueve hacia el cuello y comienza desabrochar los botones de mi abrigo.
El Sombrerero me mira desconcertado.
—Tengo demasiado calor —respondo mientras me arranco de un brazo
la pesada chaqueta y cambio la mano con la que me agarro de ella, a la
mano que sujeta la del Sombrerero antes de arrancar la otra manga. La
chaqueta cae al suelo, las hojas se agitan con el pesado peso.
—No tenemos tiempo. —El Sombrerero niega con la cabeza, pero
observa cómo tiro de mi camisa manchada de sudor sobre mi cabeza. Los
diferentes arneses de las armas son los siguientes. Se caen al suelo y las
hebillas metálicas chocan entre sí.
—No se extiende tan rápido. No tardaré mucho. Solo quiero refrescarme.
—Me quito de a una las pesadas botas de combate y empiezo a trabajar en
mis pantalones de cuero. Desabrocharlos con una sola mano resulta difícil,
pero finalmente logro la hazaña—. Ahora, ¿te vas a unir a mí o te vas a
sentar en el borde? De cualquier manera, me voy a meter en esa agua.
Me quito los pantalones de cuero, el sudor hace que me succionen. No
será divertido volver a meterme en ellos, pero al menos, tengo un momento
en el que puedo sentir una fresca brisa fresca en mi acalorada piel. Podría
considerar caminar el resto del camino así, vestida solo con mi sujetador y
mi ropa interior. Al Sombrerero no parece importarle. De hecho, él no
parece ser capaz de apartar sus ojos de mí.
Le doy un tirón de la mano.
—¿Y bien? —Apenas tarda un segundo en quitarse el sombrero de copa
y dejarlo en el suelo a su lado. Su chaqueta le sigue. Observo cómo se
revela más y más piel. Espero que sus pantalones le sigan.
—Me los dejaré puestos. —Se quita las botas de una patada, pero no se
quita el cuero.
—¿Estás seguro? Eso no parece cómodo. —No hay manera de que nadar
en los pantalones de cuero lo sea.
Él sonríe.
—Tentar al destino sería genial, excepto que aún me debes un beso. Si
perdiera los pantalones, perdería mi oportunidad, de tocar tus labios con mis
labios.
Le devuelvo la sonrisa.
—Haz lo que quieras, mi querido Sombrerero, si eso es lo que realmente
quieres. Pero espero que sepas exactamente lo que te pierdes —le contesto
mientras meto el dedo del pie en el agua. Está fría pero no helada. Me meto
dentro, suspirando mientras mi cuerpo se adapta lentamente al cambio de
temperatura. Vuelvo a mirar a Sombrerero, sonriendo. Todavía está de pie
en el borde, con una suave sonrisa en la cara—. ¿Qué?
—Me gusta cuando haces eso —responde suavemente, sus dedos
apretando suavemente los míos.
—¿Hacer qué? —Estoy realmente confundida. No había hecho nada
fuera de lo ordinario.
—Abrazar mi locura.
Mi corazón da un fuerte latido en mi pecho cuando escucho la emoción
en su voz. Tiro del brazo del Sombrerero hasta que se ve obligado a meterse
en el agua conmigo.
Es más alto que yo, así que nuestras caras no están a la altura, pero me
aseguro de que me presta atención mientras lo miro a los ojos. Lo envuelvo
en un abrazo, un poco incómodo con nuestras manos unidas, pero lo abrazo
tan fuerte como puedo. Huele a su chocolate normal y manzanilla, una
mezcla tentadora que me hace inhalar profundamente.
—Sombrerero —susurro, atrayendo sus ojos a los míos—. Eres más que
tu locura. Y eres perfecto. No pienses nunca que no voy a aceptar lo que
eres.
Él frunce el ceño.
—¿No te molesta la locura? Mi mente es un lugar muy oscuro.
—Si me importara, ¿crees que estaría aquí en ropa interior pensando en
el sabor de tus labios? ¿O en que eres la persona más interesante que he
conocido?
El Sombrerero me levanta en el aire de repente, sus brazos me rodean,
apretando nuestro abrazo. Me río mientras se adentra en el arroyo, con el
agua fresca pasando por nuestros muslos. Luego se pone en cuclillas hasta
que solo sobresalen nuestras cabezas. Al instante me siento mejor, el arroyo
es exactamente lo que necesito.
—Clara Bee —suspira El Sombrerero mientras apoya su frente en la mía.
—¿Podemos besarnos ahora? —pregunto, anticipando el momento, pero
él niega con la cabeza.
—No podemos demorarnos mucho. Todavía te estás desvaneciendo.
Miro mi brazo y veo que mi hombro es transparente. Gimoteo.
—¡Clara! —dice una voz desde el banco—. ¿Qué en el País de las
Maravillas estás haciendo aquí?
Dirijo la cabeza hacia el sonido y mis ojos se posan en Tera. Está vestida
con una bata verde, y una toalla sobre el hombro. Cuando miro detrás de
ella, puedo ver a los hermanos zorros dirigiéndose hacia nosotros, todos
vestidos con túnicas verdes similares.
Así que han llegado al Más Allá. Como supuse que lo habrían hecho,
enarco las cejas y sonrío.
—¡Tera! —Me muerdo el labio—. Es una larga historia. Y al parecer, no
tenemos mucho tiempo. —Levanto el brazo para que lo vea, y sus ojos se
abren de par en par por el pánico.
—¡Tienen que salir del Más Allá de inmediato!
—Lo planeamos. No estaba vestida para la selva, así que el calor se hizo
un poco insoportable.
Tera mira mi estado de desnudez antes de dirigirse al Sombrerero, al que
tengo envuelto alrededor como un mono araña.
—Me parece que has tenido la misma idea que nosotros —ríe, con un
sonido ronco—. Los chicos y yo estábamos a punto de bañarnos desnudos.
Sonrío, aunque me sonrojo. Parece feliz, y eso me hace muy feliz por
ella.
No tengo ni idea de cómo era su vida en el País de las Maravillas, qué
dificultades tuvo que pasar para llevarla finalmente a la muerte, pero aquí
está despreocupada y segura. Me siento mucho mejor después de verla.
—Tenemos que irnos, Clara Bee —me susurra el Sombrerero al oído.
Una parte de mi pecho se desvanece, y me levanto bruscamente, tirando de
Sombrerero conmigo. Subimos el arroyo y empezamos a vestirnos. Tengo
que hacer un pequeño baile de saltos para volver a ponerme los pantalones.
Tenía razón. Ponerlos de nuevo es un asco. La chaqueta es peor, como
abotonarse en una manta térmica. Dejo la mayoría de los botones
desabrochados en un intento de detener algo del calor.
Cuando termino, Tera me abraza a ella.
—Mantente fuerte. Y ten cuidado con el Bribón.
—Ya nos conocemos —respondo—. Así es como hemos acabado aquí.
—El Sombrerero me levanta de nuevo—. ¡Diviértete con los chicos!
—¡Diviértete con el Sombrerero! —Me guiña un ojo mientras
despegamos, más rápido que antes.
Tengo una vista rápida de los hermanos Zorro tirando de la bata de los
hombros de Tera antes de que se pierdan de mi vista.
── ⋆✩⋆ ──
Cuando el Sombrerero por fin empieza a frenar, mi cabeza se siente tan
ligera como mi cuerpo. Me miro a mí misma, todo lo que puedo ver es
translúcido, igual a un fantasma más que a una persona, y frunzo el ceño.
Intento que el pánico no se apodere de mí cuando los brazos del Sombrerero
se estrechan a mi alrededor y la preocupación se dibuja en su rostro. No
tengo ni idea de cómo afrontar lo que está sucediendo, cómo luchar contra
ello. ¿Cómo puedo evitar desaparecer de la existencia? Lo único que se me
ocurre es salir de aquí, cosa que me viene a la mente.
—¿Cuánto falta? —Mi voz suena diferente, más jadeante y suave, como
si se estuviera desvaneciendo, también.
—No mucho. No mucho —responde el Sombrerero. Sigue repitiendo las
palabras una y otra vez en voz baja. No hace nada para calmar mis nervios.
Atravesamos la arboleda y entramos en un círculo de árboles, un claro.
En el centro, mezclado con el verde de la selva, se encuentra un poco del
País de las Maravillas. Unos hongos gigantes se levantan altos y orgullosos
en el centro, formando un arco cuando se doblan juntos. Los bichos del País
de las Maravillas revolotean alrededor de la pequeña área, zumbando
incesantemente. Vuelan de manera perezosa, todo lo contrario del modo
ataque que parecen tener normalmente. El sonido de los pájaros y los
animales está ausente aquí, el lugar tiene una sensación sagrada.
El Sombrerero no duda. Se acerca a los hongos gigantes, con un
propósito en sus pasos. Los insectos zumban más rápido al darse cuenta de
que estamos aquí, pero no nos tocan. Justo en la puerta, me deja
suavemente en el suelo, manteniendo un brazo firmemente unido con el
mío. Me tambaleo cuando mis pies tocan el suelo, desconcertada cuando me
doy cuenta de que no los siento. Me siento como si estuviera flotando,
como aquella vez que Jill Landon me convenció de fumar un porro en el
instituto. El suelo zumba bajo una sensación de arrastre que tira de mi
cuerpo. No sé si es el lugar o el hecho de que ya no puedo ver los mechones
de mi pelo. No sé si hay alguna parte de mí que no sea transparente.
Nota para mí misma: no volver al Más Allá a menos que esté muerta.
El Sombrerero se quita el sombrero de un tirón y lo arroja violentamente
al suelo a nuestros pies. Mientras observo, el portal se abre de nuevo,
pareciendo girar desde el interior del propio sombrero. Le preguntaré sobre
eso más tarde, y cómo le hizo para que los invitados pasaran sin su
sombrero. Tal vez es solo una herramienta más que el propio portal, ¿una
forma de concentrar su poder? No pierde el tiempo antes de saltar al portal,
arrastrándome tras él. Espero atravesar como la última vez, entrando en el
País de las Maravillas de la misma manera que atravesar una puerta. En
cambio, tan pronto como nuestros cuerpos cruzan completamente el portal,
empezamos a caer. Es exactamente la misma sensación que tuve cuando
White me llevó al País de las Maravillas, como si volviera a caer por la
madriguera del conejo. Después de todo, probablemente evitaré los portales
por el resto de mi vida. Definitivamente no están en mi lista de cosas
favoritas.
Siento un fuerte tirón en el brazo que aún está envuelto con el del
Sombrerero antes de sentir que me lo quita de encima. Me apresuro a
agarrar su mano de nuevo, moviendo mi brazo con fuerza, pero solo golpeo
el aire vacío. Grito, el terror me atraviesa. No puedo hacerlo sin él. ¿Qué
pasa si no llego a donde se supone que debo llegar? ¿Qué se supone que
debo hacer?
Incluso antes de que tenga tiempo de gritar o quedarme ronca, los colores
brillantes del portal desaparecen, y entonces estoy cayendo de verdad a
través del aire libre. Grito de nuevo, pero no debería haberme preocupado.
Justo cuando creo que voy a abrirme el cráneo en las baldosas blancas y
negras que hay debajo de mí, aterrizo en los brazos del Sombrerero con un
golpe fuerte sin gracia.
—Qué amable de tu parte en honrarnos con tu presencia. —Sonríe, sus
brazos me rodean con fuerza mientras acunan mi cuerpo contra el suyo.
Pongo los ojos en blanco, tratando de calmar mi corazón acelerado, pero
una pequeña sonrisa curva mis labios de todos modos. Me pone de pie y me
tambaleo antes de encontrar el equilibrio. Miro mi brazo y sonrío.
—Vuelvo a ser normal —exclamo.
—Bueno, todo lo normal que puede ser. —El Sombrerero se ríe, la
sonrisa sigue en su cara—. ¿Pero qué consideras tú normal? Ya que, para
mí, tienes un aspecto bastante diferente.
Me río de lo absurdo que suena que El Sombrerero me diga que no soy
normal. Me río, fui al Más Allá, al Más Allá literal, y sobreviví. Un subidón
llena mi cuerpo incluso tengo ganas de saltar y girar en círculos. Estoy
mareada de alegría, feliz de que el Sombrerero esté aquí conmigo y sea la
razón por la que sigo viva.
En mi excitación, le echo los brazos al cuello. Se pone rígido contra mí,
con la sorpresa en su rostro mientras le doy un ruidoso beso en los labios
por la emoción. El mundo se congela cuando me inclino un poco hacia atrás
para mirarle a los ojos. Sus pupilas se ensanchan ligeramente antes de que
el color se oscurezca y deje de ser un oro brillante de felicidad para
convertirse en oro viejo, brillando como diamantes mientras me mira
fijamente. Pasa tal vez un segundo antes de que gruña, un sonido animal,
que me excita de una manera que no sabía que podía hacerlo.
Antes de que pueda responder, el Sombrerero me levanta por la cintura y
me empuja contra una pared que ni siquiera sabía que estaba allí. Sus labios
se estrellan contra los míos en un beso abrasador, un fuego que recorre mi
cuerpo y llega hasta mi corazón. Dejo escapar un chillido de sorpresa antes
de devolverle el beso con la misma furia. No dudo. Supongo que el hecho
de estar a punto de morir me hace ver las cosas en perspectiva. Sabía que, si
había una cosa que lamentaría no haber hecho, sería no haber cedido a la
química entre nosotros. Así que aquí estoy, entre la espada y la pared.
Bueno, algo difícil. Nunca he estado tan agradecida de que el Sombrerero
solo lleve un abrigo mientras mis manos se deslizan por sus definidos
abdominales, sus músculos se tensan bajo mis uñas mientras raspo las
líneas rígidas.
Nuestros dientes chocan en nuestra pasión. Tengo la abrumadora
necesidad de acercarme. Estamos tan lejos, aunque estemos tan cerca.
Como si supiera lo que estoy pensando, las manos del Sombrerero bajan a
mi trasero y me agarran con fuerza, levantándome y contra él, mi núcleo se
alinea con la dureza de sus pantalones. Envuelvo mis piernas alrededor de
él, y otro gruñido retumba en su garganta. Una mano se queda debajo de mi
trasero, sosteniéndome, con su agarre de hierro. Su otra mano se desliza
bajo el dobladillo de mi abrigo y sus dedos ásperos rozan mi piel de forma
deliciosa. Esos dedos se deslizan por mis costillas hasta que su pulgar
apenas roza la parte inferior de mi pecho. Enredo una de mis manos en su
pelo, sacando el sombrero de copa de su cabeza. No parece importarle.
Aprieto mi agarre hasta el punto del dolor mientras mi otra mano se
sumerge a lo largo de sus abdominales, hacia la cintura de sus pantalones de
cuero.
Alguien se aclara la garganta.
El sombrerero se separa, un gruñido curvando sus labios, su cara más
animal que humana mientras me pone de pie y se retuerce, escondiéndome
detrás de él. Jadeo para respirar, confundida y tan excitada que podría morir
si no consigo lo que quiero. Sin importarme la amenaza, aparentemente,
frente al Sombrerero, mis manos se deslizan alrededor y bajo su chaqueta.
Ya estaba tenso, pero cuando mis uñas recorren el borde de sus pantalones,
su columna vertebral cruje mientras se endereza aún más. Un suspiro sale
de sus dientes, y sus manos siguen las mías contra su piel suavemente. Su
mano tiembla un poco, como si le costara mantener la concentración.
—Clara Bee —canta en voz baja, para que solo yo pueda oírlo—.
Tenemos compañía. —Realmente no me importa quién es, estaba
demasiado metida en mi placer para preguntar, pero no tengo que hacerlo
—. Conoce a Tweedledee y Tweedledum.
Capítulo trece
Traducido por Roni Turner
Corregido por BLACKTH RN
Editado por Mrs. Carstairs~

El interés y la preocupación atraviesan la neblina de placer que recorre


mi cuerpo. Sacudo la cabeza para aclararla, un poco paralizada con la
facilidad con la que me he perdido en el Sombrerero. Simplemente no soy
yo. Sin embargo, supongo que no me estoy quejando realmente.
En los cuentos en casa, Tweedledee y Tweedledum son hombrecitos
bajos y regordetes. Cuando echo un vistazo a los tensos hombros del
Sombrerero, me pongo rígida, mis dedos se aferran a su chaqueta. Solo hay
una similitud con respecto a los cuentos. Son mellizos. Eso lo puedo ver
fácilmente. Además de eso, no hay nada lindo ni alegre en ellos.
—Dee está a la derecha. Dum a la izquierda —me susurra el Sombrerero,
y miro con atención.
Dee es definitivamente una mujer, bella como una serpiente. Tengo una
intensa sensación de que soy la presa en esta habitación, y de repente me
alivia tener amarradas todas esas armas al cuerpo. Dee lleva un vestido muy
ceñido, de un color oro oscuro. La falda cae en olas suaves desde sus
caderas, ensanchándose a su alrededor como una modelo en pasarela.
Sospecho que es por la forma en que se mueve. Su pecho está
completamente cubierto de escamas de armadura brillantes, cubriendo sus
hombros y replegándose hacia abajo hasta su ombligo. La falda reluce,
como si estuviera cubierta de cristales que atrapan la luz. Los cristales
parecen moverse. Cuando enfoco la mirada en ellos, me doy cuenta de que
no son para nada cristales. Son pequeños escarabajos metálicos que reptan a
través del material, enredándose en la tela.
Eso ni siquiera es lo más aterrador de Dee. No, su cara es lo
verdaderamente sorprendente. Desde su nariz hasta su cuello, tiene la cara
más hermosa que he visto jamás. Los labios que todo hombre querría
envolviéndolo, un mentón y una mandíbula gráciles, es celestial. Pero no
tiene ojos. En su cabeza, unos grandes cuernos se curvan hacia arriba,
magníficos y oscuros. Se curvan alrededor de su cabeza antes de juntarse en
el medio, elevándose hasta formar puntas afiladas en lo más alto. Unas
pocas puntas afiladas más salen del costado donde los cuernos son más
gruesos. La base de los cuernos baja hasta su frente, cubriendo la parte
donde sus ojos deberían estar, formando una especie de escudo. Algo gotea
de los cuernos. No tengo el coraje de mirar muy detenidamente lo que es.
Su cabello oscuro y ondulado cae pasando sus hombros, moviéndose a
merced de una inexistente brisa.
Dum es básicamente un hombre, su cara siendo tan evocadora como la de
su hermana. Tiene ojos, hermosos ojos de color azul hielo, los cuales puedo
ver desde donde estoy. Tiene una fuerte mandíbula, y una nariz afilada, al
igual que sus pómulos. También tiene correspondientes cuernos curvados
que sobresalen del costado de su cabeza, donde sus orejas deberían estar.
Los suyos, aunque gruesos, son más angulares, mientras que los de su
hermana son más lisos. También, de sus cuernos gotea algo, algo rojo.
Mientras que Dee es todo oro brillante, Dum es tonos de metálico azul
pavo real. Las escamas de su armadura le cubren igual que a Dee,
protegiendo su pecho y sus anchos hombros. Las escamas se detienen en su
cadera, donde se convierten en una larga falda. Unas largas hebras parecen
conectar a Tweedledee y Tweedledum bajo sus cinturas, casi como hilo
enrollado atándoles. Crea la ilusión de una red que los escarabajos usan
para escalar de arriba abajo entre ellos. La falda de Dum está cubierta de
insectos también. Contengo el escalofrío que me recorre cuando los
mellizos se centran en nosotros. Son hermosos y terroríficos, todo a la vez.
Me aferro más fuerte al Sombrerero.
—¿Es quien creo que es? —pregunta Dum, cuya voz hace eco con una
agonía olvidada hace mucho.
—No es quien piensas que no es —responde Dee. Ambos inclinan la
cabeza a un lado al mismo tiempo exactamente. Me habría largado de aquí
si no hubiese sido por el Sombrerero.
—¿Qué es lo que ven, Tweedledum y Tweedledee? —La voz del
Sombrerero se siente como una amenaza. Me alegra que nunca use ese tono
de voz conmigo.
—No sabemos si lo es. —Dee.
—Pero definitivamente no lo es. —Dum.
—Debe ser Clara Bee —concluye Dee. Jesús. Esto es demasiado. Se me
pone la piel de gallina en los brazos. El vello de mi fría y húmeda nuca se
erizan.
El Sombrerero se encoge de hombros, pero no responde. Introduzco mi
mano en la suya, buscando coraje, antes de acercarme a su lado, con la
espalda forzadamente erguida. No estoy preparada cuando toda su atención
se vuelca a mí al mismo tiempo. Mi corazón se detiene un segundo, pero
ayuda a prevenir que me vaya corriendo. Sin embargo, mi sensor de vuelo
se ha vuelto loco.
—¿Son amigos? —pregunto, con voz sorprendentemente fuerte—. ¿O
enemigos?
El Sombrerero gruñe suavemente, con su mano apretando la mía, pero no
dice nada, permitiéndome hablar.
—¿Nos querrías como amigos? —Dum.
—¿Si pensaras que somos enemigos? —Dee.
—Si son solo enemigos, entonces no son amigos —respondo—. Si son
amigos, entonces no son enemigos. —Mi voz es firme mientras los
confronto.
—¿Y si somos ambos?
—¿Y si no somos ninguno?
—Entonces tienen una oportunidad. —Mi voz toma el mismo tono que
ante el tribunal.
Ladean sus cabezas hacia el costado.
—¿Deseas hacer un trato, Clara Bee? —preguntan a la vez, con sus
voces coincidiendo, y haciéndolas sonar ni masculina ni femenina.
—¿Qué implica un trato?
La agitación del Sombrerero aumenta, cambiando de pie a pie. El giro
que ha dado nuestra conversación lo pone obviamente nervioso, pero no me
detiene. Cuando le echo un vistazo desde el rabillo del ojo, no puedo evitar
sentir una dulce sensación que recorre mi cuerpo. El Sombrerero parece no
confiar en nadie, ni siquiera en sí mismo. Y aquí está, confiando en mí.
—Podemos hacer un trato —dice Dee.
—Por un precio —añade Dum.
—Siempre hay un precio —finaliza Dee.
Su forma de hablar me pone en ascuas, pero me estoy acostumbrando a
ello, prestando atención a los pequeños matices que los diferencian. Dee
parece ser ciega, por su obvia falta de ojos. Estoy bastante segura de que
Dum es sordo, juzgando por los cuernos que salen de donde sus orejas
supuestamente deberían estar. Pero no hay manera de apreciarlo en su
forma de hablar. Es más aparente por el hecho de que se toman de las
manos, y cuando hablo, Dee parece apretar la mano de Dum. Ella es los
oídos de él, él es los ojos de ella. Funciona con la extraña dicotomía melliza
que tienen.
Me giro hacia el Sombrerero.
—¿Cuáles son las repercusiones de hacer un trato con ellos? —pregunto.
—Debes verbalizar tu deseo de manera exacta, o sino te robarán la vista.
Piensa sabiamente, entonces vuelve a pensar, porque Dee y Dum no son tus
amigos. —El Sombrerero suspira suavemente, sus hombros tiemblan por la
tensión reprimida. Sus ojos no se apartan de Tweedledee y Tweedledum,
manteniendo en ellos su mirada.
—Así que les gusta malinterpretar la letra pequeña, eh. —Sonrío—. Qué
bien que es con lo que me gano la vida. —Me vuelvo hacia los mellizos que
están esperando pacientemente, con el único movimiento de los escarabajos
—. ¿Cuál sería su precio para asegurar que son nuestros aliados?
Ninguno habla. Ladean sus cabezas a la vez como si estuvieran teniendo
una conversación, con sus cuernos extrañándose de una manera que me dice
que están en completa armonía. Quién sabe, probablemente tienen poderes
telepáticos o algo así. Finalmente, elevan sus cabezas y se centran en
nosotros de nuevo.
—¿Un aliado amigo?
—¿O un aliado enemigo?
—Ambos —respondo—. Necesito a ambos, amigos y enemigos,
luchando de mi parte. Necesito a alguien que pueda pensar como ambos.
Vuelven a ladear sus cabezas y las juntan.
—¿Qué estás haciendo, Clara Bee? —susurra el Sombrerero—. Esto
acabará mal.
—Estoy aquí por un motivo, ¿no es así? —respondo igual de bajo, con
mi semblante serio.
—Derrocar a la Reina Roja, La Alicia.
—Exacto. —Aprieto su mano para reconfortarlo—. Y no puedo hacerlo
sola. Necesitamos aliados.
Su pecho sube, sus ojos relucientes se encuentran con los míos.
—Me tienes a mí.
—¿Te tengo? —pregunto seriamente—. Cuando llegue el momento, ¿me
apoyarás?
Su rostro se suaviza, una pequeña sonrisa ladeada aparece en sus labios.
Levanta mi mano y besa la parte de atrás.
—El Sombrerero Loco y Clara Bee siempre han estado destinados a ser
—canturrea con un tono dulce en la voz. Entonces vuelve su mirada a los
mellizos, quienes esperan pacientemente a que nuestra conversación se
acabe. Me doy cuenta de que llevamos sin mirarlos todo ese tiempo, y eso
me hace perder los papeles.
—¿Cuál es su precio? —Espero a su respuesta con el alma en vilo, a la
espera de alguna joya u objeto mágico, o a mi primogénito.
—Vista —dice Dee.
—Oído —añade Dum.
Frunzo el ceño, mirando al Sombrerero.
—¿Podemos hacer eso? —pregunto.
Asiente una vez.
—Siempre y cuando salgamos victoriosos.
—Muy bien —anuncio—. A cambio de la vista y el oído tras nuestra
prevalencia, ustedes nos apoyarán contra la Reina Roja, antes, durante y
después de la Batalla. Permanecerán leales a nuestra buena causa y se
mantendrán involucrados. —Miro al Sombrerero—. Y no harán daño a
nadie que consideremos amigo. Nos darán consejo cuando lo necesitemos.
Quiero que nos pongamos de acuerdo. ¿Tenemos un trato?
Ladean sus cabezas de nuevo, pero esta vez hablan mucho más rápido
tras la pausa.
—Entonces, es ahora —dice Dee.
—O nunca —concluye Dum.
Una pequeña ola recorre mi cuerpo por la rotundidad del trato. Cuando
mis costillas empiezan a arder, bajo la mirada alarmada para ver un símbolo
apareciendo como un logo en mi piel. Es un círculo con dos líneas
atravesándolo como la forma de los cuernos de los mellizos. Mi piel crepita
donde el símbolo aparece, y hago una mueca ante el dolor.
El Sombrerero me mira, con enfado en sus ojos, pero sé que no es
directamente contra mí.
—Y así comienza —gruñe—. Abajo el reinado de la Reina Roja.
Capítulo catorce
Traducido por Min
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

La caminata de regreso a la casa del Sombrerero es interesante. Dee y


Dum flotan silenciosamente detrás de nosotros. No hacen absolutamente
ningún sonido, ni siquiera el roce de la tela. Estoy a nada de preguntar si
son fantasmas después de voltearme por quinceava vez para encontrarlos
más cerca de lo que esperaba. Estoy bastante segura de que saben que me
están haciendo sentir incómoda, y creo que hasta cierto punto les divierte.
Si son capaces de sentir emociones, eso es. Cuanto más pienso sobre ellos,
menos sé realmente.
Me siento rara con ellos a mi espalda. Sé que son depredadores y darle la
espalda a un depredador nunca termina bien. Pero hicimos un trato sellado
por la marca en mi muñeca. Sé que no pueden lastimarme mientras me
quede en su lugar, o eso dice el Sombrerero. Después de la batalla, y
después de que reciban su pago, serán incluso más peligrosos. Tendré que
asegurarme de cuidarme la espalda.
Después de un largo viaje a través del bosque, más rápido que la primera
vez siendo que tengo zapatos normales, la casa del Sombrerero finalmente
se ve. Afortunadamente no tengo ningún otro encuentro con los Beezles. De
hecho, todas las criaturas del país de las maravillas se mantienen alejadas de
los Tweedles. No puedo culparlos. Si no fuese por nuestro trato, los habría
dejado muy atrás.
Suelto un suspiro de alivio hacia la casa al recordar que el Bribón es la
razón por la que nos fuimos en primer lugar.
—¿Tenemos que preocuparnos por el Bribón? —Miro al Sombrerero con
preocupación. Realmente no quiero encontrármelo de nuevo por un tiempo.
—Se fue.
—¿Cómo sabes?
El Sombrerero me mira, su rostro está medio serio, medio sonriente.
—Mi casa es mi casa, y puedo sentir cada alma.
Levanto mis cejas, pero al final me encojo de hombros. No es la cosa
más rara que escuché en el país de las maravillas. Ni por asomo.
Antes de pasar por la puerta frontal, Lirón la abre desde adentro, con su
rostro más serio que nunca.
—Llegas tarde. —Su voz suena molesta, pero es toda la emoción que
puedo deducir.
—¿Para qué? —pregunto.
—Té.
Suspiro y, sorprendentemente, el Sombrerero también. Estaba esperando
ansiosa para disfrutar de un largo y agradable baño en la bañera. Parece que
tendré que ponerlo en espera de nuevo.
—El Bribón se fue hace horas. Se quedó por aquí durante unos minutos,
pero se fue cuando no regresaste inmediatamente —nos informa Lirón
mientras vamos hacia el salón de baile—. Estaba en lo cierto.
Estoy sorprendida de que el Bribón no se haya quedado aquí, pero
cuando abro las puertas y veo la cantidad de invitados que hay, me doy
cuenta de que se fue por una razón, para castigarnos. Hay un total de diez
miembros sentados para el té, y jadeo por el número.
El Sombrerero se ve igual de angustiado mientras avanzamos por la mesa
hacia nuestros asientos. Él asiente hacia ellos y los llama por su nombre
mientras pasa. Los invitados asienten con una reverencia hacia él antes de
que sus ojos se muevan hacia mí. Cada uno de ellos luce feliz de verme, y
hace que me duela el corazón. No he sido capaz de ayudarlos. Necesito
moverme más rápido. No puedo quitarme el sentimiento de que algo mucho
peor va a pasar, y necesito estar preparada.
Tomamos nuestros asientos, el Sombrerero en su puesto usual y yo a su
lado. Los Tweedles toman asiento más lejos, sus ojos observando a los
invitados a su alrededor. Un par de invitados miran con cautela, pero
ninguno comenta nada cuando los Tweedles comienzan a servirse té.
La mesa, en este momento, está repleta con comida y yo la miro con
recelo. Me muero de hambre, pero no sé si vale el riesgo de desmayarme. El
Sombrerero sonríe ante mi vacilación mientras nos sirve el té.
—Es comida normal. —Deja caer la tetera con estrépito y enhebra sus
manos colocándolas debajo de su barbilla mientras me mira. El movimiento
le da un toque inocente que no funciona del todo porque he pasado
suficiente tiempo con él. Puedo ver el brillo travieso en sus ojos y el tic en
su mandíbula, una señal que revela que es todo lo contrario.
—¿Normal como yo, o normal como tú? —pregunto. No tocaré ni un
pedazo hasta que tenga la certeza de que no me emborrachará.
—Como tú.
Levanto uno de los croissants y tomo un bocado de prueba. Cuando veo
que no me siento mareada, me lo devoro de inmediato, mi hambre
prevalece sobre los modales. El Sombrerero frunce el ceño.
—Recuérdame asegurarme de que comas más seguido, olvidé que
necesitabas alimentarte. —Escucho la vergüenza en su voz al olvidar que
podría tener hambre. Sonrío por su comentario mientras devoro otro
croissant.
—Está bien. Estuvimos un poco ocupados.
Me doy cuenta de que nuestras sillas están más cerca de lo que suelen
estar, así que nuestras rodillas se rozan entre sí debajo de la mesa. Lucho
contra el impulso de deslizar mi mano por su pierna hasta su regazo. Es
probablemente inapropiado para la hora del té.
—Así que… —empiezo después de devorar más dulces de mi plato. Mi
estómago da un gorgoteo satisfecho mientras me siento en mi silla—.
Cuéntamelo todo.
Nos sirve más té cuando nuestras tazas están vacías. Está a tiempo, mi té
es de color rosa pastel y sabe a arándanos. Es dulce pero no demasiado.
—Puedo mostrarte mejor de lo que puedo decirte —bromea con su voz
llena de pecado y sexo.
Aprieto mis muslos debajo de la mesa, pero pongo los ojos en blanco
hacia él.
—Tú sabes a lo que me refiero. —Tomo un sorbo del té, que resuena en
mi garganta ante el sabor. Mis ojos se fijan en el pecho desnudo del
Sombrerero antes de caer en su regazo. Cuando me doy cuenta de lo que
acabo de hacer, levanto los ojos de un tirón para ver la risa en su cara.
—¿Estás segura de que sabes de lo que estamos hablando? —pregunta.
Se inclina hacia adelante, esos viejos ojos dorados hacen una aparición
justo antes de que nuestras mejillas se toquen—. Puedo mostrarte cuan loco
puedo ser. Todo el País de las Maravillas te escucharía gritar mi nombre —
susurra en mi oído
Mi cuerpo se calienta con sus palabras y eso viaja hacia mi rostro, así que
estoy segura de que hay llamas en respuesta. Hay un infierno furioso dentro
de mí, y quiero dejarlo salir.
Pero ahora no es el momento, incluso si la tensión es tan fuerte entre
nosotros, podría llorar. Entonces, cuando se aparta para mirarme a los ojos,
le beso la punta de la nariz. La sorpresa hace que sus labios se separen
ligeramente y sus ojos se agranden. Sonrío ante la ternura que me da, antes
de inclinarme y empezar a tomar bocados de la comida que todavía está en
mi plato.
—Necesito saber sobre la Reina Roja y cómo Alicia se convirtió en ella.
—Realmente voy a tientas en esto. Necesito más información, así sabré ante
qué estoy.
El Sombrerero me sonríe suavemente mientras se acomoda en su asiento.
—Puedo mostrarte eso también. —Se pone de pie y agarra mi mano. La
deslizo sin dudar en la suya—. Volveré —les dice a los invitados de la fiesta
del té mientras me arrastra detrás de él. Logro agarrar otro croissant antes
de que me arrastre completamente. Tweedledum y Tweedledee nos ignoran.
Todavía están tomando su té, una mezcla negra que jamás había visto antes,
mirando a los invitados con interés. Hay hambre en los ojos de Dum, y me
hace sentir nerviosa.
—Son todos amigos —les digo antes de dejar la habitación. Juro haber
visto la decepción en sus caras.
El Sombrerero me lleva hacia la puerta principal y la abre.
—¿A dónde estamos yendo? —pregunta.
—A ver a un viejo amigo.
El Sombrerero me arrastra por la casa hasta los árboles. Digo arrastra
porque el Sombrerero da pasos tan grandes que prácticamente debo trotar
para alcanzarlo. Siento que mi cuerpo se vuelve resbaladizo, sudo por el
trabajo extra y gimo. ¿Cuántas veces debo hervir en este atuendo antes de
poder darme un baño?
Una vez dentro de la línea de árboles, el Sombrerero se ralentiza lo
suficiente para que pueda caminar cómodamente a su lado. Nos movemos
en silencio durante unos veinte minutos antes de que una pequeña y
abandonada cabina aparezca a la vista. Lo miro con los ojos entrecerrados
esperando que sea una ilusión al igual que la casa del Sombrerero, pero no
cambia. Es pequeña, con madera podrida y musgo cubriendo cada
centímetro. La naturaleza lo ha reclamado, hay espesas enredaderas
trepando por los lados que no dejan mucho a la vista. Mientras observo a la
casa destartalada, la risa llena el aire, viniendo desde adentro. Me pongo
tensa cuando un hombre pasa a través de la puerta, la risa viene de su boca.
El traje que está usando solía ser lujoso y hermoso. Eso es todo lo que
puedo decir. Ahora cuelga de él hecho jirones, comido por las polillas y
sucio. Tiene dos largas, marrones y grandes orejas de conejo en su cabeza,
pero a una de ellas le falta la mitad. Son rudas, como si hubiesen sido
masticadas, falta piel en parches aquí y allá. La oreja más intacta está
cubierta de piercings, pequeñas joyas destellando hacia nosotros. Miro su
cara y me doy cuenta de que todo su cuerpo imita a sus orejas. Falta piel en
algunos lugares o está podrida en otras; puedo ver sus músculos y huesos,
que no se supone que vea. Se parece a los zombis de la televisión, solo
agrégale las orejas de conejo. Dudo cuando el Sombrerero comienza a
caminar hacia el hombre.
—Sombrerero —exclama el hombre, con una sonrisa espantosa que se
extiende por su rostro, llena de dientes afilados y ensangrentados.
—March —responde el Sombrerero, sonriendo cálidamente—. Me
gustaría que conocieras a Clara Bee.
El hombre, March, jadea ruidosamente, su mirada se dirige hacia mí. Es
la primera vez que noto que sus ojos son rojos como la sangre, sin pupilas a
la vista.
—¿Ha comenzado? —Sus ojos están muy abiertos. No estoy segura de si
hay miedo o asombro en ellos. El Sombrerero asiente—. Entonces ven. Ven
adentro. Apúrense. —March hace un gesto salvaje hacia la puerta, y se
retira hacia la cabina. Cruje mientras se mueve por las tablas del suelo y me
pregunto cómo no se cae a través de la madera podrida.
—¿La Liebre de Marzo? —le pregunto al Sombrerero mientras seguimos
sus pasos. Las maderas crujen debajo de nosotros, pero no se rompen.
—Sí.
—¿Qué le sucedió? —No tengo idea de cómo March sigue vivo con esa
apariencia.
El olor a moho me hace arrugar la nariz mientras trepamos hacia el
porche.
—La Reina Roja —responde el Sombrerero
Luego entramos a la cabaña, juntos.
── ⋆✩⋆ ──
Cuando entramos a la casa mis ojos vuelven a encontrar a March, no
puedo suprimir un jadeo. No luce para nada como lucía afuera. Su traje es
impecable y su piel suave. Ya no veo músculos o huesos, tampoco carne
moteada. El único defecto en su cuerpo es la media oreja que le falta. Eso
sigue siendo igual, incluso si sus orejas están cubiertas de pelo y lucen
saludables. Aparte de eso, es guapo, sorprendentemente, aunque uno de sus
ojos se crispa constantemente atrayendo mi atención cada vez. Parece más
un tic que cualquier otra cosa. Noto algunos de sus dedos hacer lo mismo,
moviéndose de vez en cuando a un ritmo que no puedo escuchar.
La casa es igual que March. Por fuera luce lista para colapsar,
prácticamente inhabitable. Por dentro es normal y brillosa, sin olor a moho
o a madera podrida. Está desordenada pero no sucia, es cálida y acogedora.
March se ríe cuando nota que le estoy mirando la oreja. Estoy tratando
de descubrir por qué es la única cosa que no está completa, porque todo lo
demás está arreglado al lado del fragmento faltante.
—Es porque se fue antes de que la Reina Roja me atrapara —dice,
apuntando a su media oreja. Acompaña las palabras con una risa maniática,
como si fuera la cosa más divertida que alguna vez ha escuchado—. Lo
conseguí en una pelea con un Bandersnatch. Bueno, con un Bandersnatch
diferente.
Levanto mis cejas hacia él, pero no comento. No estoy segura de si
quiero saber algo más sobre el Bandersnatch, no después de escuchar el
aullido cuando estaba con White.
—Clara Bee quiere aprender sobre la historia de la Reina Roja. —La voz
del Sombrerero es amable y March nos ofrece asientos en una mesa.
Hay libros por debajo de una de las patas para mantenerla nivelada.
—Por supuesto, por supuesto —responde bullicioso alrededor de la
cocina—. Será mejor que lo hagas antes de que el Bandersnatch dirija este
camino. —Mira el terror que cruza por mi cara. Se ríe tratando de
reprimirlo poniendo su mano en su boca. No funciona—. A las bestias les
gusta andar por ahí —dice—, porque la Reina Roja me las echó encima.
—¿Eso es lo que te pasó? —Pienso en cómo se veía afuera, como si algo
lo hubiera desgarrado.
Su cara se ensombrece y su sonrisa cae instantáneamente. Abro mi boca
para disculparme, pero él me gana.
—Lo verás muy pronto. —Su voz es áspera mientras agarra frascos de
los armarios. Llena una tetera con agua y la pone en una estufa. Vierte un
poco de cada frasco en una taza de té y los mezcla juntos. Cuando la tetera
silba, vierte el agua hirviendo sobre los ingredientes y una pequeña nube en
forma de corazón sale. Trae la taza a la mesa y se sienta delante de mí. Miro
el líquido notando el color rojo sangre en él.
—¿Esto es seguro? —le pregunto al Sombrerero, mirando al líquido
opalescente.
White me había advertido que nunca bebiera té de nadie y, sin embargo,
aquí estoy, aceptando más té. Aparentemente soy terrible con las reglas del
País de las Maravillas. No he seguido muchas de ellas.
Asiente antes de tirarme de mi silla y colocarme en su regazo.
—Respira hondo Clara Bee. —Sus brazos son fuertes a mi alrededor—.
Va a ser un viaje duro e intenso. —Con manos temblorosas, levanto la taza
de té y estornudo. Rosas. Huele a rosas y a espiga metálica que me recuerda
a la sangre. Tomo un sorbo del líquido. Al principio, nada pasa.
—¿Funciona? —pregunto
Entonces el mundo explota.
Capítulo quince
Traducido por Haze
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

Estoy volando, o flotando. Cómo sea que lo veas, mis pies no tocan el
suelo. Por un momento no tengo idea de dónde estoy, solo sé que me siento
como lo hice en el Más Allá. Me siento ligera. Miro hacia abajo con pánico
y veo que estoy entera, pero el sentimiento aún persiste. Estoy flotando a un
pie del suelo de cuadros blancos y negros, revoloteando. Miro a mi
alrededor y me doy cuenta de que estoy en el mismo lugar en el que aterricé
cuando bajé de la Madriguera del Conejo. La mesa con la taza de té
«Tómame» y el caramelo «Cómeme» están colocados en el medio de la
habitación. Es exactamente lo mismo que cuando llegué, menos el mantel
de piel humana.
Un grito infantil llena el aire cuando una niña cae de un portal que se
abre en el techo. Aterriza fuertemente sobre su coxis. Hago una mueca,
conociendo el dolor. Mientras se sienta ,con terror en sus ojos, hago la
conexión. Cabello rubio, ojos azules y vestido azul y blanco, estoy viendo a
la Alicia original. Esta es la primera vez que entra al País de las Maravillas.
—¿Hola? —llama la pequeña Alicia, sus ojos miran a través de mí.
—¿Puedes verme? —Ella no responde a mi pregunta, supongo que allí
está mi respuesta.
Camina alrededor de la mesa y mira fijamente la llave, curiosidad
llenando su mirada. Ella la toma, guardándola en su bolsillo antes de tomar
un sorbo de la taza de té. Ella se encoge ante mis ojos y se desliza por la
puerta más pequeña. La llave la abre.
El mundo gira repentinamente y no estoy más en la Madriguera del
Conejo. Estoy sentada en la mesa de té del Sombrerero Loco, una invitada
que nadie puede ver. Alicia está sentada en la mesa junto a Lirón y March.
Ellos ríen y tiran la comida de ida y vuelta. Mis ojos encuentran al
Sombrerero y me apego a él. Luce tan feliz y despreocupado, incluso si hay
un toque de locura ahí. Es absolutamente hermoso cómo sonríe hacia la
pequeña Alicia, su mirada abierta. Me inclino más cerca de él mientras
todos ríen e intercambian bromas. Incluso Lirón, sin emociones, se une, su
rostro sonriente y amable. March lanza una taza de té al aire antes de
arrojarle algo. La porcelana se hace añicos al otro lado de la mesa. Alicia
ríe y aplaude con alegría.
—Alicia. —El sombrerero se ríe mientras arroja otra taza de té al aire.
Alicia lo dispara con una honda, explotando más fragmentos en el
escenario. Todos aplauden y se animan.
Me acerco para tocar al Sombrerero cuando la escena cambia de nuevo.
Estoy fuera de un castillo en un hermoso jardín, uno en el que nunca
había estado, pero es brillante. El castillo brilla como una joya bajo el sol.
Veo cómo Alicia corre riendo desde los setos, un chico rubio
persiguiéndola. Sus risas son inocentes y llenas de amistad. Hay otras tres
personas en el jardín, todas con coronas sobre sus cabezas. Una mujer está
completamente vestida de blanco, su corona incrustada con diamantes
blancos. Su piel es pálida, su cabello incluso, es pálido. Sus ojos parecen
carecer de color. Mira a Alicia con cautela. Las otras dos personas miran a
los dos niños jugar con sonrisas en sus caras. Un hombre y una mujer.
Inmediatamente los conecto como si fueran el rey y la reina originales del
País de las Maravillas.
—¿Qué sabemos de esta niña? —pregunta la Reina Blanca, un ceño
fruncido en su rostro.
—Es solo una niña. —El rey aleja su preocupación—. A Alexander
parece gustarle. Déjalos jugar.
—No me gusta. —La Reina Blanca toma su labio inferior mientras
retuerce las manos.
—Cálmate hermana —dice la Reina—. Todo está bien. Solo es una
pequeña niña fantástica. ¿Qué daño podría hacer ella?
Los niños se ríen de nuevo desde algún lugar en los setos y me muevo
hacia el sonido.
—Voy a encontrarte, Alexander —dice Alicia con su pequeña voz. El
niño se ríe desde algún lugar en el laberinto de setos, escondiéndose de ella.
Ellos deben estar jugando al escondite. Alicia no parece muy preocupada en
encontrarlo, paseando por el seto, sus dedos arrastrándose en las paredes.
Una ardilla se escapa de los arbustos ante la perturbación y Alicia se
detiene, cayendo de rodillas ante la criatura.
—Ven aquí —le susurra Alicia, extendiendo su mano—. Vamos.
La ardilla da unos pocos pasos vacilantes hacia Alicia, olfateando sus
dedos.
—Eso es, pequeña ardilla.
La pequeña cosa se sube a su mano y ella aprieta su puño, atrapándola.
La ardilla chilla y retrocedo antes el sonido, dando un paso atrás. Gritos de
terror vienen de su puño ahora, donde la ardilla pelea para liberarse,
rascando y mordiendo su palma, pero ella no libera a la pobre cosa. En
lugar de eso, la agarra con ambas manos y las retuerce, un nauseabundo
crujido hace que mi estómago se revuelva. Me fuerzo a ver cómo la sangre
cae en medio de sus manos. Ella agarra una olla vacía y coloca el líquido
rojo dentro. Cuando el flujo se detiene, ella arroja el cuerpo sin vida de la
ardilla entre los setos y corre al laberinto.
—Su Majestad —llama, sonriendo—. Encontré algo de pintura. ¿Puedo
pintar algunas rosas de rojo?
La Reina ríe.
—Eres una pequeña niña imaginativa —arrulla ella—. Hazlo, querida.
La Reina Blanca mira fijamente la sangre antes de fijar sus ojos en mí,
tropiezo hacia atrás.
Los colores se arremolinan.
Estoy de vuelta en la Madriguera del Conejo de nuevo, mirando el suelo
a cuadros blancos y negros. Todo tiene una sensación más oscura, como si
la noche hubiera caído dentro. Cuando Alicia cae por el portal esta vez, no
grita. Aterriza en el suelo agachada, las baldosas crujiendo debajo de ella.
Cuando mira hacia arriba, me congelo. Su cabello todavía es rubio como la
seda de maíz. Su vestido sigue siendo azul y blanco. Pero, esta vez, está
cubierto de sangre. Tanta sangre mancha el vestido, su rostro, sus brazos.
Ella es mucho mayor, quizás en sus treinta, cerca de mi edad. Se pone de
pie y pisa fuerte hacia la mesa, esparciendo todo por el suelo. La taza de té
se rompe y el líquido se esparce por el azulejo. El Conejo Blanco sale
corriendo detrás de una cortina, su reloj marcando su marcha. Hay miedo en
sus ojos mientras corre.
—¡Mierda! —Lo escucho murmurar mientras pasa corriendo a mi lado.
Se mueve tan rápido que apenas lo veo transformarse en un conejo blanco y
desaparecer por una puerta.
—¡Vuelve aquí, White! —grita Alicia de rabia, corriendo tras él. Tiene
un gran cuchillo ensangrentado en la mano.
Los colores giran y estoy mirando la casa del Sombrerero mientras él
entra al porche. La preocupación arruga su rostro mientras mira a Alicia.
Ella se para frente a él en la hierba, mirando. White está apoyado contra la
barandilla, sus orejas se mueven nerviosamente. Cheshire se burla de
Alicia, moviendo la cola de un lado a otro con agitación.
—¿Qué te pasó, Alicia? —pregunta el Sombrerero, sus ojos mirando la
sangre goteando, goteando del cuchillo. Está más fresco que la última vez
que lo vi.
—Crecí —gruñe, dando un paso adelante. Solo hay tres metros entre
ellos—. Cuando me abandonaste a los males de la realidad.
—Has perdido tu grandeza. —El Sombrerero la mira con el ceño
fruncido. Cheshire se tensa desde su posición, sus garras se deslizan fuera
de las puntas de sus dedos.
—No —responde Alicia, acercándose a él. No se aleja—. He ganado
poder.
Ella clava el cuchillo en el corazón del Sombrerero. El shock nubla sus
ojos mientras yo grito. Cheshire y White entran en acción. Corro hacia
adelante, pero la escena cambia antes de que pueda alcanzarlo. Parpadeo
ante la humedad de mis ojos.
Estoy en una sala del trono. Alicia se sienta en una opulenta silla dorada
con un vestido rojo brillante. Lleva en la cabeza la misma corona que solía
llevar la reina. La sangre le corre por la cara y el cuello, se acumula contra
la tela y la oscurece. Cuerpos esparcidos por el suelo alrededor del trono,
abandonados donde cayeron. Cuando miro más de cerca, veo los cadáveres
del rey y la reina, sus cuerpos mutilados, sus cabezas cortadas y sentadas en
los escalones como una especie de obra maestra espantosa. Tienen la boca
abierta de horror. Charcos de sangre debajo de ellos.
Alicia tiene un corazón en su mano, todavía tibio, sospecho, de cuando lo
sacó del pecho de la reina. Miro desde mi lugar frente al trono. Alexander
está frente a ella, los cuerpos de sus padres a sus pies. Está golpeado y
ensangrentado, sosteniendo un brazo en un ángulo extraño. Él también es
mayor ahora, y la diferencia de tiempo me confunde. Parece que está más
cerca de los veintiún años. Observa cómo Alicia se lleva el corazón a la
boca y lame la sangre que gotea. Alexander se estremece.
—Alicia. —Su voz tiembla—. No eres mi Alicia.
Más rápido de lo que puedo seguir, Alicia se levanta de la silla y se para
frente a Alexander, con la mano alrededor de su garganta. Él agarra su
mano, jadeando por respirar cuando ella se acerca.
—Ya no soy Alicia —le gruñe a la cara. Su otra mano deja una huella de
sangre en su mandíbula mientras toma su mejilla—. Soy la Reina Roja.
Ella arrastra sus garras por su rostro, rasgando un lado. Grita de agonía,
su cuerpo se debilita por el dolor. La sangre brota de la herida antes de que
pequeñas rosas broten en su lugar. Alexander no pelea mientras ella le besa
los labios.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho a medida que cambia la escena.
Tengo miedo de lo que veré a continuación, de lo mal que se pondrá esto.
Estoy de pie en la rama de un árbol, mirando hacia un claro. March pasa
corriendo, justo en el centro. Alicia sigue a lomos de una temible criatura.
Abre la boca, los labios se pelan hacia atrás sobre su rostro para revelar
dientes afilados y con costras de sangre. Inmediatamente me doy cuenta de
que debe ser un Bandersnatch. No puede ser otra cosa. Alicia monta en él
como un caballo, con alegría en su rostro mientras se concentra en March.
Está detenido en medio del claro, rodeado por más criaturas. March hace un
último esfuerzo para salir, corriendo a la derecha hacia el Bandersnatch.
Finge hacia la izquierda antes de moverse hacia la derecha, pero la bestia lo
espera. Mi corazón se detiene cuando la cosa arranca dirigiéndose a March.
La sangre y los pedazos vuelan por el claro mientras los otros Bandersnatch
se unen en un aullido de victoria. Las lágrimas ruedan por mis mejillas
cuando los gritos me alcanzan.
No sé cuánto más de esto puedo soportar, pero no tengo otra opción.
Cualquiera que sea la visión inducida por las drogas en la que me
encuentro, estaré estancada hasta que termine. La escena está cambiando de
nuevo y rezo para que sea la última vez que tenga que ver algo tan horrible.
Por favor, no seas el Sombrerero, pienso. Por favor, no el Sombrerero.
Estoy de pie en una mazmorra, el aire es frío y húmedo. Me estremezco,
aunque no estoy realmente aquí. Las mazmorras significan cosas malas.
Siempre lo hacen.
Contra la pared, dos personas están esposadas a la piedra. Alicia se para
frente a ellos. Lleva un vestido formal intrincado, rojo y brillante con
rubíes. Un cuello alto enmarca su delicado cuello. La corona roja descansa
sobre su cabello perfectamente peinado. Me muevo hacia un lado, un
pequeño gemido se me escapa cuando veo quién está encadenado a la
pared. El vestido de la Reina Blanca está cubierto de sangre y suciedad,
pero su rostro está sereno incluso cuando sus ojos brillan como dagas. A su
lado, el Sombrerero está encadenado. Le falta el abrigo y el sombrero, pero
es él de todos modos. Está magullado y ensangrentado, como si hubiera
luchado. Sus pantalones están desabotonados y empujados hacia abajo en
un ángulo, apenas ocultando sus partes íntimas. Hay manchas de sangre
seca alrededor de su piel. Lloro por la implicación detrás de esto.
Alicia le sonríe con malicia.
—Eras mi amiga —susurra el Sombrerero, con la voz llena de dolor.
—Un amigo no me habría dejado pudrirme en un manicomio —sisea
Alicia en respuesta.
Da un paso hacia la Reina Blanca, dientes afilados que nunca antes había
visto sacar de sus labios. La Reina Blanca se encuentra con su mirada de
frente, con la barbilla en alto.
—¿No le rogarás piedad a tu Reina? —le pregunta Alicia, la maldad
goteando de cada palabra.
—Tú no eres mi reina. —La voz de la Reina Blanca es fuerte cuando
habla. Alicia tira la cabeza de la mujer hacia un lado y golpea, sus dientes
se hunden en la carne de su cuello. Un sonido confuso pasa por los labios
de la Reina Blanca. Observo cómo se marchita ante mis ojos, su piel revela
los huesos debajo. Su cuerpo se hunde, sus ojos se hunden en su cráneo. Su
cabello cae al suelo en mechones, solo algunos mechones cuelgan. Su
corona no se cae de su cabeza.
El Sombrerero grita y Alicia se aleja del cuerpo de la Reina Blanca.
Observo el traqueteo del pecho de la reina, que apenas se eleva. Sigue viva.
La sangre gotea por la barbilla de Alicia, sus colmillos aún más largos que
antes, y fija sus ojos en el Sombrerero. Me muevo frente a él, tratando de
protegerlo, un acto realmente inútil. Ella golpea, su mano me atraviesa y
entra en el pecho del Sombrerero.
Grito y grito.
── ⋆✩⋆ ──
Me recupero, jadeando, mi corazón latiendo frenéticamente dentro de mi
caja torácica. Rápidamente me doy cuenta de que mi piel está húmeda por
un sudor frío, las gotas aún gotean por mi frente. Estoy tendida sobre el
regazo del Sombrerero, sus brazos envueltos alrededor de mí, fuertes y
gentiles a la vez.
—Shh —susurra, apartándome mechones de cabello de la cara. Estoy
segura de que me veo hecha un desastre en este momento. Ciertamente me
siento como un desastre—. Pasará. Pasará.
Su voz me ancla al presente, enfocando mi mente hasta que ya no
escucho los chillidos de la ardilla, las súplicas del príncipe o los gritos
roncos del Sombrerero.
March se sienta a la mesa frente a nosotros, bebiendo té con delicadeza
de una taza de té desportillada. De vez en cuando, deja escapar una pequeña
risa mientras nos mira. Aún no he decidido si está loco o completamente
destrozado. Apuesto mucho a lo último.
Cuando mi frecuencia cardíaca vuelve a la normalidad y ya no siento que
voy a vomitar, me siento en el regazo del Sombrerero. Me estabiliza
mientras los temblores golpean mi cuerpo pero, por lo demás, me deja
adaptarme a mi propio ritmo.
—¿Qué diablos había en ese té? —le pregunto a March. Mi voz todavía
es ronca, ya sea por los gritos o por el té, no estoy segura.
Él sonríe, una risa escapándose de su garganta. Las orejas de su cabeza se
mueven hacia adelante y hacia atrás, como si realmente ya no supieran
hacia dónde señalar.
—Reali-Té —susurra antes de taparse la boca con las manos para detener
una carcajada. No tiene éxito. Termina escupiendo por toda la mesa cuando
una histeria de vientre profundo se apodera de él. Se cae de la silla,
rugiendo de diversión mientras rueda por el suelo. Lo miro con una ceja
levantada. Miro el rostro del Sombrerero. Él tiene la misma diversión, como
si quisiera unirse a March en las risitas en el piso, pero cuando sus ojos se
enfocan en mí, gana control sobre el impulso.
—¿Cómo estás aquí? —pregunto en voz baja, volviéndome sobre su
regazo para mirarlo de frente.
—Yo no estoy ni aquí ni allá —responde—. Estoy en todas partes.
Agarro los lados de su rostro con seriedad, instándolo a que se concentre
solo en mí. La risa de March se desvanece en un ruido de fondo mientras lo
miro profundamente a los ojos.
—Te vi morir. —Mi voz se quiebra en la última palabra—.Te vi morir
dos veces.
Me estudia con atención.
—Mientras viva el País de las Maravillas, yo también lo haré. ¿Te
acuerdas, Clara Bee?
—¿Pero puedes sentir dolor? —aclaro porque esas imágenes se quedarán
conmigo el resto de mi vida. Tendré pesadillas de esos gritos, de ver morir
al Sombrerero una y otra vez.
Él asiente con la cabeza, sus mejillas están calientes bajo mis palmas.
Siento que las lágrimas brotan de mis ojos de mala gana, al darme cuenta de
que debe haber sentido una agonía tan terrible, que, si yo no puedo cumplir
con mi parte en la profecía, él podría sentirla de nuevo, demasiado. He
estado en este mundo por unos pocos días, al menos, creo que han pasado
unos días, pero ya siento que pertenezco. No quiero fallarles a todos. Una
sola lágrima recorre mi rostro y él la mira con asombro.
—No llores por mí, Clara Bee —susurra en voz baja—. No creo que
pueda soportarlo.
—Lo siento. —Levanto la mano para secar la lágrima, avergonzada de
estar perdiendo la cabeza.
Toma mi mano con la suya antes de que me arregle. Sus ojos están llenos
de emoción mientras se inclina hacia adelante y besa la gota, sus labios
suaves contra mi piel. Es suficiente para asfixiarme de nuevo, pero lucho
contra eso. Se siente como una batalla perdida.
—Nunca sientas lástima. —Me mira a los ojos—. No para mí. Nuestro
mundo es un caos, todos sufrimos de alguna manera. Mi mente... —Se da
unos golpecitos en un lado de la cabeza—, es dónde sufro. Dentro de mis
pensamientos, hay caos, locura, miedo. No puedo luchar contra eso. No
puedo apartarlo. Pero dentro de todo ese caos, estás tú, brillando
intensamente, mi propia estrella para iluminar el camino y mostrármelo
para ir a casa. Nunca te arrepientas de quién eres —dice, más serio de lo
que nunca lo he visto—. Porque quién eres, lo es todo para mí.
Me derrito. Allí mismo, en su regazo, en la cabaña podrida de la loca
Liebre de Marzo, que todavía rodaba por el suelo, jadeando, luchando por
respirar. Si soy sincera conmigo misma, es el momento en que me enamoro
del Sombrerero Loco, tan loco y torturado que canta con acertijos y rimas y,
sin embargo, puede hilar palabras tan hermosas que suenan a verdad y
amor. Puede que se profetizara que estaríamos juntos, pero una profecía no
me hizo amar al Sombrerero. El hombre con abrigo y sombrero de copa lo
hizo todo por su cuenta.
En el suelo, March se sienta de repente, con las orejas erguidas y
apuntando en la misma dirección por una vez.
—Shh, ¿escuchas eso? ¿Lo oyes? —susurra. Su nariz se contrae.
Hacemos una pausa, escuchando. Todo está en silencio. Y luego un
fuerte chillido llena el aire, el ruido discordante y fuerte. Siento como si me
metieran piquetes en los oídos a pesar de que el Sombrerero los tapa con las
manos. Veo la sangre gotear de sus canales auditivos cuando permanecen
desprotegidos. Aprieto la mía alrededor de la suya en un intento de ayudar.
El chirrido se detiene, pero sea lo que sea, está muy cerca.
—Bandersnatch. —La voz de March tiembla—. Es el Bandersnatch.
Capítulo dieciséis
Traducido por Nea
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

—¡Vete! ¡Vete! ¡Debes irte! —grita March. Él se ríe y luego comienza a


cantar las mismas palabras una y otra vez, bailando en círculos. Es
exactamente la cosa que hace que mi ansiedad se dispare. Nada como un
lunático delirante dando vueltas y cantando tu perdición cuando la muerte
está esperando justo al lado de la puerta.
Supongo que los Bandersnatch son las mismas bestias que vi montar a la
Reina Roja en la visión inducida por el té. Nadie me ha dicho
específicamente cómo son, pero el sonido que hacen es el mismo que
escucho ahora. Si realmente son las mismas criaturas, tenemos que
movernos rápido. No tengo ningún deseo de encontrarme con las bestias de
frente.
El Sombrerero no pierde el tiempo y me agarra de la mano, tirando de mí
hacia la parte trasera de la cabaña.
—¡No te has bebido el té! —grita March y una taza de té se rompe contra
la pared ante nosotros, los fragmentos de vidrio llueven. El té gotea por la
pared, dejando una mancha roja. Parece sangre. El Sombrerero ni siquiera
reacciona.
El chillido vuelve a sonar, un poco más cerca que antes. El Sombrerero
no es lo suficientemente rápido para cubrir mis oídos esta vez y siento que
la humedad me recorre el costado del cuello. Hago una mueca, rechinando
mis dientes contra el dolor.
El Sombrerero me lleva a una puerta trasera que no había notado antes.
Está diseñada para parecerse más a la pared, mezclándose para ocultarla. La
abre de un empujón y me empuja tras él. Es un milagro que mis brazos
sigan unidos. Parece que me arrastran de un lado a otro en el País de las
Maravillas.
Tengo un momento de pánico de que estemos caminando en el mismo
bosque que esas criaturas, pero no tengo tiempo para concentrarme en ello.
Nos adentramos en la línea de árboles. Aceleramos el paso hasta que
prácticamente corremos entre ellos. Me concentro, en cambio, en no
tropezar con las raíces bajo nuestros pies.
La casa del Sombrerero no está muy lejos, solo a veinte minutos de
paseo. Sé que no está lejos, pero parece mucho más lejano cuando estás
corriendo por tu vida. No hay forma de que podamos dejar atrás al
Bandersnatch. Incluso la Liebre de Marzo no pudo, y él había sido rápido.
Las ramas de los árboles rasgan la cola de mi abrigo detrás de mí,
desgarrando mi ya enmarañado cabello. El Sombrerero intenta evitar que
las peores ramas me golpeen en la cara mientras tira de mí, pero no puede
hacer mucho. Siento que la madera me hace pequeños cortes en las mejillas,
pero eso es lo que menos me preocupa ahora mismo. Siento que mi energía
disminuye, el poco sueño que he tenido me agota.
Los chillidos de Bandersnatch se acercan, se hacen más fuertes y
frecuentes, como sabuesos que han captado nuestro rastro. Por primera vez,
me doy cuenta de que hay más de uno, después de todo. Hay demasiados
chillidos. Apenas puedo oír más allá del rugido en mis oídos y el golpeteo
de mi corazón, pero sus llamadas siguen atravesando los sonidos. Mi pecho
me aprieta y tropiezo, pero no llego a tocar el suelo. El agarre del
Sombrerero es como el hierro, y estoy de pie de nuevo antes de que me dé
cuenta de que estoy cayendo.
Mi respiración entra y sale, mi corazón amenaza con salirse del pecho.
Mis piernas tropiezan con la maleza, el Sombrerero es la única razón por la
que sigo adelante. No puedo respirar. No puedo respirar. No puedo respirar.
Oigo el chasquido de los dientes detrás de mí, el sonido de las
mandíbulas cerrándose en un gruñido.
Está tardando demasiado. No lo vamos a conseguir. Los Bandersnatch se
están acercando.
Vamos a morir.
—Sombrerero —resoplo, con el terror arañando mi garganta. Mis piernas
se mueven más despacio, mi cuerpo empieza a apagarse.
Él vuelve a mirarme. Sus ojos se levantan por encima de mi hombro y se
ensanchan de miedo. Por un momento, hay un terror absoluto en su rostro.
—Sombrerero —repito, y sé que él puede oír el horror en mi voz. El
reconocimiento de lo que va a suceder a continuación. No puedo seguir
adelante. No soy lo suficientemente fuerte.
Su cara se endurece y me da un fuerte tirón del brazo, mi hombro se
contrae por él empujándome hacia su cuerpo. Detiene nuestro paso apenas
un segundo para recogerme sobre su hombro, sus brazos rodeando mis
piernas para mantenerme segura. El último trozo de aire de mis pulmones
sale disparado cuando sus músculos se clavan en mi abdomen con fuerza.
—Aguanta, Clara Bee —grita, y entonces nos movemos más rápido.
Pero no lo suficientemente rápido. Ni de lejos lo suficiente.
Arrojada sobre sus hombros, tengo una vista privilegiada de lo que hay
detrás de nosotros, lo cerca que están. Desearía no poder verlos. Tres
grandes y corpulentas criaturas atraviesan los árboles, corriendo lado a lado,
esquivando los árboles en su camino. Ellos no parecen preocuparse por las
ramas o la maleza. En vez de ello, parecen romper todo por lo que pasan y
sus cuerpos absorben los impactos. Son de color negro intenso, como los
lobos gigantes que se ven en las películas de terror en casa. Aunque estos
no son como cualquier otro lobo que haya visto.
Al igual que la Liebre de Marzo, se están pudriendo en algunos lugares.
A uno le falta su gran ojo rojo, tiene un agujero enorme donde solía estar.
Puedo ver el hueso debajo, brillando en blanco contra el pelaje negro. Me
tapo los oídos con las manos cuando uno suelta otro chillido, levantando la
cabeza en el aire como si fuera a aullar. El sonido es ensordecedor tan
cerca. Gruñen, la sangre gotea de sus fauces cuando abren la boca de par en
par, la piel doblando su cara para revelar los afilados dientes de su interior.
Sus dientes parecen una mezcla entre un pez pescador y un tigre con dientes
de sable. Pero los Bandersnatch no son las cosas más aterradoras que hay
detrás de nosotros.
A lomos del Bandersnatch, en el centro, cabalga una mujer. Su piel es
pálida, su cabello es de un rubio tan pálido que parece más blanco que
amarillo. Su vestido es rojo sangre, el mismo color que la sangre que gotea
por su barbilla, por el cuello y alrededor de los ojos. El vestido tiene una
falda enorme que vuela detrás de ella cuando el Bandersnatch salta hacia
adelante. En su cabeza se encuentra una corona de color rojo sangre,
goteando con joyas. Atrapa la luz de la vida vegetal brillante, enviando
chispas como luciérnagas alrededor de ella. Lleva la sonrisa más malvada
que he visto nunca. Reconozco a Alicia al instante.
—¡Sombrero! —ruge, su cara se contrae en una mirada de pura rabia.
El Sombrerero corre más fuerte, empujándose tan rápido como puede ir.
—Sombrerero —susurro, ahogándome con la palabra. Mis manos se
aferran a su chaqueta en la espalda—. Tenemos que ir más rápido.
Puedo sentirlo jadear debajo de mí, la carrera lo desgasta. El peso extra
que lleva, lo está retrasando. Yo lo estoy haciendo más lento.
—Déjame. —Mi voz se tambalea. Sus brazos se tensan alrededor de mis
piernas, hasta el punto de doler, pero no lo comento—. Déjame y corre.
—¡Para! —jadea—. No lo haré.
—Vamos a morir. Si me dejas, escaparás.
—¡No! —ruge—. ¡No lo permitiré!
Vuelvo a mirar a la Reina Roja y me encuentro con sus ojos. Ella sonríe,
y recuerdo todo el dolor que ha causado al País de las Maravillas, todo el
dolor que le ha causado al Sombrerero. Quiero hacerle daño. Quiero que
pague por sus pecados, por sus crímenes. Quiero ser capaz de luchar contra
ella. Me doy cuenta de ello.
—¡La pistola! —exclamo, golpeando al Sombrerero en la espalda—. ¡La
pistola! Por favor, ¡dime que la pistola aún está en mi funda!
Cheshire me había armado con el Rompecorazones, y el Sombrerero lo
había metido en mi funda cuando estábamos tratando de escapar del Bribón.
Los hombros del Sombrerero se tensan, y su respiración se estremece.
—Está en tu funda todavía. Todavía la tienes —resopla.
Paso mis manos por la espalda del Sombrerero y por mi cadera, buscando
la funda. Mis dedos rodean la empuñadura, y tiro de la pistola para
liberarla, abriendo los cierres que la mantenían segura.
La Reina Roja está lo suficientemente cerca como para que pueda
distinguir el color de sus ojos. Negros como el carbón, sin pupilas, sin
blanco. Ella se ve como el demonio que es.
La cabalgata es dura, pero soy capaz de sostener la gran pistola en mis
manos, lista para apuntar a la perra del Bandersnatch. Mis abdominales se
acalambran por el esfuerzo de levantar mi cuerpo lo suficiente para apuntar.
Aprieto los dientes contra el dolor.
—¡Espera! —La voz del Sombrerero es apenas algo más que un susurro
en este punto, su respiración entrecortada—. Un claro.
Justo cuando lo dice, atravesamos los árboles, justo en el claro que
mencionó. Se detiene justo en el medio, gira y me pone de pie al mismo
tiempo. Levanto el arma y apunto a la Reina Roja que entra en el claro en el
lomo del Bandersnatch. Por una vez, mis manos no tiemblan, mi ira me da
una fuerza que no sabía que tenía.
El Sombrerero está detrás de mí, con sus manos sobre mis hombros,
preparándome para el retroceso del arma. Asumo que va a ser fuerte.
Probablemente necesitaré toda la ayuda posible.
Para el crédito de la Reina, ella no parece molesta en absoluto por el
arma con la que le estoy apuntando. Los dos Bandersnatch flanquean sus
lados, extendiéndose. Hay más gruñidos detrás de nosotros y siento que el
Sombrerero gira, poniendo su espalda contra la mía.
—Hay tres más detrás de nosotros —susurra. Todavía puedo oír el
silbido en su respiración, su cuerpo agitado por el esfuerzo.
—¿Qué posibilidades hay de que salgamos vivos de esto? —pregunto,
con voz dura.
No responde y lo tomo como la respuesta que es. Llevo la mano más
débil detrás de mí y agarro la suya con fuerza. Si voy a morir, al menos no
estoy sola.
—Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —pregunta la Reina Roja,
Alicia, inclinando su cabeza antinaturalmente a un lado. Me enfadada
porque su voz sigue sonando dulce, aunque esté cargada de malicia.
Ninguno de los dos le responde. La miro fijamente, manteniendo la
pistola apuntando a mi objetivo.
—¿El Sombrerero ha conseguido otra mascota, hmmm? —pregunta ella
—. ¿Te ha dicho que yo era una de sus mascotas? —La observo, el arma
apuntando a su corazón—. ¿Te dijo cómo me destruyó?
—No veo más que una mujer que es exactamente quién es. El
Sombrerero no te convirtió en un monstruo. Tú eres un monstruo —gruño.
Ella se ríe, el sonido es como un cristal tintineante.
—Eres linda. Dime, ¿cómo te llamas, mujer?
Le sonrío, apoyándome en la espalda del Sombrerero Loco mientras me
preparo. Sus ojos se entrecierran.
—Soy Clara Bee —respondo.
Tengo la satisfacción de ver sus ojos abrirse de par en par en estado de
shock antes de apretar el gatillo. Un sonido como el de una bomba que
estalla hace eco en el claro, la fuerza del disparo me empuja contra el
Sombrerero. Ambos tropezamos, pero él evita que nos caigamos, gruñendo
por la fuerza del retroceso. Sean cuales sean las balas dentro de la recámara,
tres de ellas salen disparadas del cañón. Observo casi a cámara lenta cómo
las balas explotan hacia afuera, las puntas afiladas giran a su alrededor
mientras se dirigen a sus objetivos. Aparentemente, el arma se apunta sola
porque dos de las balas van a parar a los Bandersnatch que la flanquean.
Observo un gruñido, sus labios se despegan sobre su cara y sus dientes
afilados chasqueando mientras trata de evitar la bala. No es lo
suficientemente rápido. La bala golpea en el centro, rasgando a través de la
materia cerebral y el cráneo y sale por el otro lado, antes de finalmente
incrustarse en un árbol. El tronco del árbol se rompe y comienza a caer
hacia atrás, lejos de la lucha.
El otro Bandersnatch esquiva, pero igualmente la bala le golpea el pecho.
Ambas bestias caen, desmenuzándose en montones peludos en el suelo.
Esto hace que el resto de los Bandersnatch se conviertan en un caos.
Chasquean sus dientes, gruñen, grandes gotas de saliva gotean de sus
mandíbulas, pero los ignoro a todos. Mis ojos están clavados en la última
bala, la destinada a la Reina Roja.
Su Bandersnatch tampoco es lo suficientemente rápido. Se levanta sobre
sus patas traseras, exponiendo su suave parte inferior. La bala entra por su
esternón. Las otras balas atravesaron a los otros sin resistencia. Esta vez
tampoco encuentra ninguna. La bala pasa a través de la bestia y se estrella
en el estómago de la Reina Roja, haciéndola volar desde su espalda hasta el
suelo en un montón de material rojo. Un grito de rabia resuena alrededor
del claro. No tengo la oportunidad de respirar un suspiro de alivio.
Ese disparo habría matado a cualquier otro. Diablos, habría matado a un
elefante. La Reina Roja salta inmediatamente del suelo, con la mano sujeta
a la herida mientras da un paso hacia nosotros. La sangre fluye alrededor de
sus dedos, goteando por la parte delantera de su vestido.
—¡Arruinaste mi vestido! —gruñe.
Levanto la ceja ante eso. Un vestido con un agujero parece mucho menos
importante que un agujero en su cuerpo. Tal vez necesita ordenar sus
prioridades. Se inclina, alcanzando al gimiente Bandersnatch que muere a
sus pies. Este da un grito de dolor cuando la Reina Roja golpea su puño a
través de su pecho. Su mano vuelve a salir, la sangre cubriendo todo hasta
el codo, con un gran corazón en la mano. La bestia no emite ningún otro
sonido. Me sonríe alegremente mientras lame la sangre que gotea del
corazón. Veo con horror cómo el agujero gigante en su estómago comienza
a coserse de nuevo ante mis ojos.
—¿Qué hacemos? —pregunto frenéticamente al Sombrerero.
Los tres Bandersnatch que están detrás de nosotros se acercan, y el
Sombrerero les gruñe, el sonido es completamente animal y aterrador. No
detiene su avance en absoluto.
Sus ojos se encuentran con los míos, con determinación, mientras gira y
me rodea con sus brazos.
—¡Diablos, no! No nos vamos a rendir ahora —gruño, levantando la
pistola de nuevo.
Aprieto el gatillo tres veces más, las balas se esparcen y giran tan pronto
como salen del cañón. La Reina Roja sonríe mientras esquiva cada una de
ellas, sus movimientos demasiado rápidos para seguirlos con la vista. Una
bala impacta en otro Bandersnatch, pero los otros dos aprendieron de sus
hermanos y las evitan.
—Clara Bee —susurra el Sombrerero en mi cuello, abrazando con fuerza
—. Mi Clara Bee.
Los dos últimos Bandersnatch saltan hacia nosotros y yo cierro mis ojos,
apretando un puño en la chaqueta del Sombrerero. Desenvaino la espada
corta en mi cadera, con la intención de derribar uno conmigo, aunque no
quiera verlo. No voy a caer sin luchar. Espero que sea indoloro, pero sé que
es una tontería esperar en esta circunstancia.
Un siseo resuena en el claro y yo arqueo las cejas en señal de confusión.
Cuando abro los ojos, el humo azul sale de un bote frente a nosotros. La
Reina Roja grita de rabia mientras cuatro más caen al suelo. Los
Bandersnatch gimen y retroceden, temiendo que el humo les toque.
Observo con asombro cómo el humo azul nos oculta por completo. El
Sombrerero se ríe con alegría, me levanta y me hace girar.
—¿Qué está pasando? —pregunto justo cuando una figura encubierta
rompe a través del humo, viniendo hacia nosotros.
Unas manos masculinas se extienden y nos agarran a los dos, casi
arrancando mi brazo de su órbita de nuevo mientras nos empuja detrás de
él. Pasamos justo por delante de los dos últimos Bandersnatch, chasqueando
y gruñendo. No parecen ser capaces de vernos, el humo haciéndoles mover
la cabeza con agitación. Los sonidos se desvanecen detrás mientras
corremos a través de los árboles. La punzada en mi costado comienza de
nuevo. Mi cuerpo está agotado, pero sigo empujando. Tenemos una
oportunidad de sobrevivir. No voy a dejar que mi poca resistencia sea la
razón por la que no lo logremos.
—Date prisa —nos invita La figura encapotada, la voz definitivamente es
de un hombre—. Solo tenemos unos minutos más antes de que el humo se
disipe.
Nos detenemos bruscamente en un gran árbol, el tronco, por lo menos, el
doble del tamaño de una secuoya. Hay trozos tallados en la corteza y,
cuando el hombre encapotado empieza a trepar, me doy cuenta de que son
asideros, formando una escalera.
El Sombrerero me levanta del suelo y me coloca lo más alto en el tronco
como es posible, instándome a seguir el manto por encima de mí. No
menciono que me dan miedo las alturas mientras empiezo a escalar. No
parece tan importante en este momento. Solo no mires hacia abajo. No
mires hacia abajo. Repito eso en mi cabeza todo el camino hasta la parte
superior donde el hombre se extiende hacia abajo y tira por el borde. Hace
lo mismo con el Sombrerero. Los dos caemos al suelo, con la respiración
agitada. Estoy segura de que mi corazón nunca volverá a latir igual.
Levanto la vista cuando el hombre se baja la capucha y hago una doble
lectura. Es guapo y definitivamente más joven que yo. En algún lugar de los
veinte años, supongo. Su piel es azul, y puedo ver las puntas de las orejas
puntiagudas que asoman entre su largo pelo castaño. Su boca es una línea
sombría mientras cruza los brazos sobre su pecho, haciendo que los
músculos de sus bíceps sobresalgan. Sus ojos son de un turquesa brillante.
No habla y el Sombrerero no parece intimidado por él. El Sombrerero
comienza a reírse, tapándose los ojos. El sonido rebota de un lado a otro
entre sonar como risas y sonar como sollozos.
Todo el interior del árbol parece una casa, todo tallado en la propia
madera. Las paredes son ásperas donde fueron talladas y hay puertas. Los
suelos están cubiertos con almohadas y alfombras. El único accesorio que
puedo ver es un extraño material que cuelga del techo en una esquina,
parece una especie de saco, y una pipa de agua de pie en medio de una pila
de almohadas.
Desde una puerta tallada en el lateral, sale otro hombre. Camina con un
bastón, encorvado sobre él mientras arrastra los pies hacia el interior. Es
claramente anciano, su piel es igual de azul que la del hombre más joven,
aunque más desgastada. Sus ojos son blancos, sin nada dentro de las órbitas.
No hay ninguna pupila nublada que indique ceguera. No lleva nada más que
una especie de taparrabos azul brillante, su pecho cubierto de manchas de
hígado y símbolos extraños que nunca he visto antes. Una barba cae desde
su barbilla hasta las rodillas. Parece musgo, y hay todo tipo de bichos
arrastrándose por ella, como si fuera un hábitat.
Entonces sonríe, con huecos donde faltan dientes. Mi piel se eriza.
—¿Y quién eres tú? —me dice.
Capítulo diecisiete
Traducido por aryancx
Corregido por Haze
Editado por Mrs. Carstairs~

Luchar contra la intensa necesidad de dar un paso atrás, sabiendo que


detrás de mí habría una caída que podría matarme si doy el paso. Sé que el
Sombrerero evitaría que yo cayera, pero no tengo ganas de imaginar
siquiera una posibilidad en la que no lo haría. En cambio, me mantengo
firme. La piel de gallina corre por mis brazos mientras el anciano cojea
hacia el centro de la habitación, su paso es lento y mesurado. Los
repiqueteos del bastón contra la madera del suelo, el golpe solo se ablanda
cuando arrastra los pies sobre una alfombra.
Me había hecho una pregunta, pero no contesté. No estoy segura de
querer hacerlo. Los ojos del anciano recorren la habitación, y me doy
cuenta de que posiblemente sea ciego. No estoy segura, ya que no tiene un
iris pálido o pupila en sus profundidades lechosas, y nunca se centra en algo
por demasiado tiempo. Parece ser que no sé nada del País de las Maravillas,
así que todavía no lo tomo como un hecho. Asiento con la cabeza a mí
misma cuando los ojos del anciano dejan de girar y se fijan, completamente
atentos, en el Sombrerero. Entonces no está ciego; o por lo menos no al cien
por ciento.
—Muchas gracias por su colaboración —habla el Sombrerero,
inclinándose levemente ante el anciano. Se quita el sombrero por si acaso
mientras pasa sus dedos por los míos. El tacto ayuda a calmarme.
—Sombrerero —responde el anciano con cariño. Su voz es ronca como
si hubiera fumado muchos cigarrillos a lo largo de su vida—. Has venido en
un momento muy desafortunado. Es mi purga.
—Te pido disculpas. Pero si tuvieras un momento de sobra para la
profecía, por favor, ¿no la compartirías? —Los dedos del Sombrerero se
contraen. No es la primera vez que me pregunto si no puede evitar que las
rimas se escapen de su boca. Quizás el hábito lírico es un producto de su
locura.
El anciano le sonríe al Sombrerero, sus ojos se mueven de él y se
concentran en mí. Me tenso.
—El País de las Maravillas ha elegido sabiamente. —Sus ojos se
encuentran con los míos. No tengo idea de cómo lo sé. Literalmente no
tiene pupilas, pero, aun así, sé el momento exacto en el que nos estamos
mirando directamente a los ojos—. Clara Bee, ¿supongo?
—Sí. —Mi voz es ronca y tengo que aclararme la garganta para decirlo
otra vez y ser escuchada.
El anciano parece estudiarme, atendiendo cada detalle desde mis pies
hasta el nido de ratas en mi cabeza. No estoy segura de qué es lo que ve.
Necesito urgentemente una ducha. No me acuerdo cuando fue la última vez
que me sentí limpia. Estoy usando la misma ropa que llevaba cuando escapé
de Bribón, ardiendo en temperatura en el húmedo Más Allá, frente a
Tweedledee y Tweedledum, sentada a través de una fiesta de té, donde bebí
un poco de Reali-Té y huyendo de un Bandersnatch y de la Reina Roja.
Decir que apesto es una subestimación. Mi apariencia es mucho peor. Mi
cabello se siente como si estuviera enredado con nudos que probablemente
no saldrán ni con una sierra, atrapando mis dedos cuando los paso entre
ellos conscientemente. ¿Acaso sigo pareciendo humana? ¿Cuándo fue la
última vez que dormí? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que aterricé por
primera vez en el País de las Maravillas?
Lo que sea que él vea, toma una decisión y hace un gesto hacia el
hombre más joven parado a un lado. El joven inmediatamente se acerca y lo
ayuda guiándolo hacia la Hookah, sentándolo en el medio de la habitación.
Hay almohadas alrededor. Toma asiento lentamente a un lado antes de
señalar los otros cojines. El Sombrerero nos guía y nos hundimos en
nuestros asientos. Las almohadas son increíblemente suaves e
instantáneamente siento la necesidad de recostar la cabeza y tomar una
siesta, el agotamiento me gana. Me obligo a abrir bien los ojos y a
concentrarme en el anciano.
—Podemos hablar mientras me preparo —dice. El joven desengancha la
Hookah y se la pasa. Es en ese momento en que me ilumino. Sé
exactamente con quién estoy hablando.
—Eres la Oruga Azul. —Mi voz suena un poco asombrada mientras lo
miro. Luego miro al joven—. Tienes un hijo.
La oruga se ríe.
—No, niña. Él es solo una extensión de mí.
Frunzo el ceño. ¿Qué demonios significa eso? ¿Acaso debo preguntar o
dejar pasar esta información extraña? Decido dejarlo pasar por ahora. Puedo
preguntarle al Sombrerero después.
—¿Cómo debo llamarte? —pregunto. Todos los demás parecen
conocerse con solo una parte de su nombre. White. Sombrerero. March. ¿Él
será Azul u oruga?
Él se encoge de hombros.
—Viejo. Joven. Azul. Oruga. Absolem. No hacen una diferencia para mí.
Yo soy todo.
Da una calada a la Hookah, sosteniendo el humo por un momento antes
de exhalar humo azul. Este se enrosca enfrente de nosotros, formando
círculos y remolinos antes de formar criaturas. Miro fascinada cómo un
conejo se forma en la neblina. Y luego comienza a moverse, saltando
alrededor de la habitación, brillando desde adentro mientras corre. Después
se forma la silueta de un hombre con sombrero de copa. Miro al
Sombrerero. Está fascinado con el espectáculo. Cuando miro de nuevo al
humo hay otra silueta que, sospechosamente, se parece a mí. Las dos
siluetas se unen en un abrazo íntimo antes de bailar entrelazadas por la
habitación. Más de esas siluetas se mueven, pero no puedo concentrarme en
ellas sin mirar a la pareja de baile. Absolem vuelve a hablar.
—Clara, debes tener muchas preguntas.
Detrás de nosotros, el joven se apresura a dar vueltas por la habitación,
moviendo cosas para preparar algo en la estufa. Hay un olor distintivo a
tierra y flores que sale de su dirección. Tengo tantas preguntas que hacerle
al hombre frente a nosotros, soplando sobre su Hookah, pero dudo. No
tengo idea por dónde comenzar.
—Ven, ven, niño. No me tengas miedo. Pregunta lo que deseas saber. —
Dice esto alrededor de la boquilla. Se lo ofrece al Sombrerero, pero él niega
con la cabeza. Cuando me lo ofrece, niego también. Si el Sombrerero no
quiere hacerlo, definitivamente yo tampoco.
—¿Eres psíquico? —Si estoy en lo correcto, eso significa que la profecía
vino de la Oruga Azul, y aquí estoy sentada frente a él. Debe saber todas las
respuestas.
Él se ríe.
—He sido dotado, maldecido, para ver el pasado, el futuro, el presente.
—¿Y estas cosas están grabadas en piedra?
—El futuro es un río que fluye. No es un muro. Veo muchas
posibilidades. Veo muchos resultados.
—¿Cómo sabemos cuál es el correcto? —pregunto.
—No lo sabemos. El futuro cambia tan rápido.
La frustración hace que me levante de mi asiento sobre las almohadas.
—Entonces, ¿cómo saben que la profecía habla de mí?
No digo cuánto me dolería si la profecía no se tratara de mí después de
todo. Ya me había permitido enamorarme del Sombrerero. La idea de dejar
el País de las Maravillas para pavimentar el camino para otra mujer
destinada a estar con el Sombrerero envía un rayo de agonía a través de mi
pecho. No creo que pueda sobrevivir al desamor.
—En todas las posibilidades, existe una constante. —Aspira del Hookah
de nuevo—. La profecía. Y tu nombre nunca cambia. El País de las
Maravillas solo tiene una posibilidad de sobrevivir.
—¿Solo una? —Eso parecen ser terribles probabilidades para el futuro de
un mundo. ¿Uno en cuántos otros futuros? ¿Cuántas posibilidades de que
fallemos?
—Solo uno.
—¿Pero no existe garantía de que podamos tener éxito?
—Nada está garantizado, Niña.
Suspiro. El Sombrerero me sonríe para animarme. Es exactamente lo que
necesito. Enderezo mi columna, determinación por hacer mi parte me
aviva.
—¿Qué es exactamente la profecía? —He escuchado una pequeña parte,
pero quiero saber todo. Podría haber algo que no estemos contemplando.
Absolem sonríe alrededor de la Hookah. Las luces en la habitación se
oscurecen considerablemente y un resplandor sale de él. Pequeñas motas
brillantes aparecen en el aire, bailando con las formas que salen del humo.
Todo lo que nos rodea se reduce a Absolem; ya no escucho al joven
moviéndose por la habitación. El Sombrerero aprieta mi mano mientras se
quita el sombrero, sus ojos se enfocan en el humo y la luz frente a nosotros.
Cuando Absolem comienza a hablar, su voz hace eco, un cierto poder
gotea de cada palabra. De repente me doy cuenta de la profundidad de lo
que está sucediendo. Estoy escuchando mis posibilidades, y el posible
destino del País de las Maravillas si tenemos éxito.

“El primero de los tres es Clara Bee


Quién vendrá a liberar el País de las Maravillas
Ella domesticará al Sombrerero y derribará al Bribón
Porque Clara Bee lucha por los valientes.
Una tríada comienza a destruir a la Reina.
Aunque nada es tan fácil como parece,
Ella debe perder su corazón mientras toma una posición
Para el primer hijo del País de las Maravillas.
El segundo llega en la media noche
Después de salvar la vida de White del País de las Maravillas,
Ella se hará amiga de las criaturas del día
Y le quitará la inmortalidad a la Reina Roja.
Destinado al segundo hijo del País de las Maravillas,
Ella conquistará su corazón y tomará su mano
La tríada serán dos fuertes
Y corregirá las cosas que han sido agraviadas.
Para completar el triángulo, hay que preguntarse
Cómo el tercer hijo usa su máscara,
Luchará contra la opresión, pero será mejor que sea rápido
O perderá su oportunidad con cada tic, tac, tic.
El tercero completa la tríada de tres
Trayendo fuerza y la caída de la Reina Roja,
Más fuertes juntos mientras toman su posición
Para salvar a los Hijos del País de las Maravillas”.

A medida que las palabras finales de la profecía se desvanecen, el brillo


se atenúa y la habitación vuelve a la normalidad. Dejé escapar el aliento que
había estado conteniendo, aflojando mi agarre sobre el Sombrerero al que
había estado exprimiendo hasta la mierda. No parece importarle. Su
atención está en mi cara, la preocupación en su frente. Sonrío para hacerle
saber que estoy bien y eso lo relaja.
—Entonces, ¿seremos tres? ¿Quiénes son los Hijos del País de las
Maravillas? —pregunto. Obviamente, el Sombrerero es uno de ellos, pero
quiero confirmar quiénes son los otros dos. Aunque creo saber de quienes
se trata.
—Sí. El sombrerero es uno. White es otro. Cheshire es el último.
Suspiro.
—Cheshire no parece el tipo de persona que deja que una profecía le diga
qué hacer.
—No —confirma Absolem, pero no da más detalles, y yo lo dejo pasar
por ahora, concentrándome en mi porción.
—Entonces, mi trabajo es domesticar al Sombrerero. —Miro al
Sombrerero, pero no parece molesto por el término—. Y respecto a Bribón,
¿cómo lo hago?
Absolem se ríe, sacudiendo la cabeza con diversión.
—Eso depende de ti, Niña. Solo tú sabes la respuesta.
—Pero puedes ver el futuro. ¿No puedes decirme cómo hacerlo?
Niega con la cabeza de nuevo.
—No funciona así, Clara. Sí, veo la posibilidad y el resultado, pero no
siempre veo el viaje.
Entonces el joven se acerca a nosotros, y levanta a Absolem del cojín.
Sus huesos crujen y se rompen mientras se endereza lo mejor que puede,
envolviendo los dedos desgastados alrededor del bastón. Mis ojos se
enfocan de nuevo en la barba, el musgo, y los diversos insectos que se
arrastran alrededor. Supongo que una oruga siente una especie de lazo con
otros insectos.
El joven lleva a Absolem al saco oscuro que cuelga desde el techo en la
esquina de la habitación. Se funde con él. Unas paredes talladas, los paneles
exteriores parecen mojados cuando se refleja la luz hacia nosotros. El joven
comienza a ayudarlo dentro de la cámara. Se balancea bajo el movimiento.
La rareza de la situación ya ni siquiera me afecta. El humo de la Oruga
Azul trepa hasta lo que creo es un capullo. Nada. ¿Extraños insectos en su
barba? Comprensible. Si alguna vez vuelvo a casa, imagino que todo será
increíblemente aburrido después de todo esto.
La cámara comienza a fusionarse lentamente. Absolem nos sonríe, los
dientes faltantes lo hacen ver espeluznante.
—¿Pero no me dirás cómo salvar el País de las Maravillas? —intento una
vez más. Necesito más información. Necesito saber todo.
El Sombrerero no habla, sus ojos miran cómo la oruga desaparece
lentamente dentro del capullo.
—Sigue a tu corazón —dice—. Eres Clara Bee la valiente. Debo
purgarme. Nos vemos en el otro lado. —Entonces su rostro se endurece y
habla una vez más antes de ser sellado completamente—. No muestres
piedad, Hija. No te lo puedes permitir.
Cuando las palabras se registran en mí, Absolem se ha ido, envuelto
dentro de un capullo del tamaño de un hombre mientras lo miramos. No
tengo ni idea de lo que saldrá cuando termine su purga. Ni siquiera estoy
segura de querer saberlo. Pero tengo una misión. Miro hacia el Sombrerero
que ya me está mirando, con una pequeña sonrisa en su rostro. Hay un
toque de locura en ello, eso hace que lo quiera más. Mi cuerpo se hunde y
me recuesto en las almohadas.
—Necesitas dormir. —El Sombrerero se mueve alrededor de algunas de
las almohadas, colocándolas en forma de cama—. Acuéstate. Podemos ir a
casa después de descansar un rato.
—¿No tenemos que irnos ahora? —Bostezo alrededor de las palabras
arruinando la urgencia que quiero infundir en mi pregunta.
—No lo lograrás en tu condición. Yo también estoy cansado.
Descansaremos y luego iremos a casa a limpiarnos.
—Por favor. Realmente necesito una ducha y ropa nueva. —Me acuesto
en las almohadas y mi cuerpo se relaja rápidamente.
Sus ojos se oscurecen mientras sonríe.
—Haré todo lo que Clara Bee considere apropiado exigirme.
—Entonces vayamos a casa y bajemos la escalera, para que pueda
finalmente disfrutar de mi Sombrerero —respondo a su encanto—. Después
de la siesta, por supuesto.
Cierro mis ojos. Supongo que será difícil dormir en la misma habitación
donde está un capullo gigante con un anciano purgando lo que sea que
necesite purgar. Es raro y espeluznante pero mi cuerpo está tan agotado que
no parece importarle. El Sombrerero se acuesta a mi lado y me acurruco
junto a él. Pasan los segundos y me hundo en un profundo sueño sin sueños.
Capítulo dieciocho
Traducido por mCrosswalker
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~

No hay señal del Bandersnatch o de la Reina Roja cuando despertamos


finalmente y descendemos la escalera. Me siento tan fresca cuando froto el
sueño de mis ojos. El capullo sigue colgado en la esquina, ningún
movimiento o ruido viene de él. Me doy cuenta de que el joven se ha ido,
pero no pregunto. Quizás desaparece cuando Absolem está purgando. No lo
sé. Realmente no quiero saber. Solo acepto esto como un hecho del País de
las Maravillas. Algunas cosas no tienen explicación.
No vamos lejos antes de pasar a través del claro donde tuvimos el
enfrentamiento, donde le disparé a la Reina Roja con las balas más locas
solo para que ella se parara y me acusara de arruinar su vestido. No están
los cuerpos de las cuatro criaturas caídas. No hay ningún rastro de sangre.
El claro está tan inmaculado como si nunca hubiéramos estado aquí. Es
perturbador.
―Son parte de la Reina. ―El Sombrerero ofrece una explicación―.
Viven porque ella desea que lo hagan.
―¿Entonces qué son exactamente? ¿Zombis?
―No. ―Él mira al frente, su rostro sombrío―. Y sí, sus cuerpos están
vivos, pero sus almas han muerto. Pasaron al Más Allá. Son en su mayoría
envases vacíos.
―¿Solían ser personas? ―pregunto con horror. Nunca se me había
ocurrido que las horribles criaturas podrían haber sido algo más de lo que
eran.
Asiente, pero no dice nada más. Decido dejar el tema por ahora, viendo
la obvia aflicción que causa. Hay tanta tristeza en el País de las Maravillas,
en un lugar que siempre luce tan mágico en papel. No sé cómo lo hace el
Sombrerero, viendo a las personas que le importan siendo asesinadas una
por una, viendo su mundo ser destruido por alguien que una vez llamó su
amiga, todo mientras sigue viviendo. Es una carga, no ser capaz de morir
con esos amigos, una que sin duda ha pasado factura. Aun así, él sigue
haciéndolo, sin quejarse, sin desdén. Sigue escoltando cada una de las
almas al Más Allá y las ayuda a establecerse. El pensamiento me hace sentir
humillada. Ayudar al oprimido siempre ha sido mi pasión. El hecho de que
el Sombrerero y yo tengamos eso en común es increíble, aun siendo triste.
Desearía que no tuviéramos que hacer los trabajos que hacemos, pero
alguien tiene que hacerlo. Y preferiría que fuera yo, o el Sombrerero, que
alguien a quien no le importa o no le afecta. El hombre detrás de la locura
es mucho más que su demencia. Es mucho más de lo que aparenta, de lo
que piensa.
―¿Qué es lo que piensas cuando me miras así? ―pregunta
repentinamente el Sombrerero. Me sonrojo, ¿lo he estado mirando mientras
estaba perdida en mis pensamientos?
―¿Te miro cómo?
―Como si fuera una criatura maravillosa. Me miras con asombro
―replica suavemente.
Enlazo mis dedos con los suyos y le sonrío.
―Eres maravilloso. ¿No está bien? ¿Si te miro así? ―Su rostro se torna
serio y frunzo el ceño―. ¿Sombrerero?
―La demencia es una enfermedad que consume mi mente. No soy una
cosa mágica y bella ―gruñe―. Soy locura y muerte, y no me merezco la
mirada en tus ojos. Soy un monstruo que no puede morir como un monstruo
debería.
Esas palabras están mal. Completamente mal. Veo belleza en su locura.
Veo al hombre debajo todo ello, su alma pidiendo que alguien le quite su
soledad. Sus palabras me golpean en el corazón y no puedo pensar en nada
para decirle. Abro mi boca. Di algo. Di cualquier cosa. Dile que él vale la
pena. Dile que es perfecto del modo que es. Dile que quiero todo, cada parte
de ello, tanto como él quiera tenerme a mí.
―Sombrerero.
Gruñe y me detengo ante la agonía en el sonido. Agonía de la cual soy
responsable. Espero que vuelva a hablar, pero no lo hace. No importa
cuánto suplico con mis ojos o tiro de su mano. El silencio está lleno de
tensión, la caminata de vuelta a casa es una tortura. En algún lado a lo largo
del camino dije algo equivocado. O hice algo malo y esto sacó un lado del
Sombrerero que no había visto antes. Es un lado que quiero abrazar y
sostener y decirle que todo estará bien si él me deja. Siento olas de
desesperación provenientes de él.
Entramos al prado, su casa mostrándose a plena vista frente a nosotros.
Suelta mi mano y se apresura, prácticamente corriendo hacia la puerta.
―¡Sombrerero! ¡Espera! ―lloro, tratando de alcanzarlo, pero no soy
competencia para sus largas zancadas en un buen día. Hasta ahora, mis
piernas siguen débiles y se sienten como gelatina.
Él está abriendo la puerta de golpe justo cuando yo escalo el porche.
Lirón parado al otro lado, su rostro sereno mientras la tormenta que es el
Sombrerero pasa. A su paso, el Sombrerero recoge un jarrón
particularmente feo y lo lanza contra la pared. Se hace añicos, piezas de
cerámica volando alrededor del camino de entrada. Observo los hilos de
sangre que corren por su mano, rojo brillante contra su piel pálida. Saca a
relucir recuerdos de las visiones, de la sangre que vi manando de su pecho y
lucho contra una ola de náuseas.
―Oh, Sombrerero. ―Me muevo hacia él, con la intención de limpiar la
sangre no importa cuánto se encoja mi estómago.
―Bribón regresó ―dice Lirón―, pero se fue de nuevo cuando no
estaban.
Me detengo y miro a Lirón. Sigue sin haber ninguna emoción en su
rostro y tengo que preguntarme de nuevo si él siquiera tiene alguna.
―Mata a Bribón, mata a Bribón. Córtenle la cabeza para liberar al
esclavo ―murmura el Sombrerero agitado, parado en el medio de los trozos
de cerámica, mirando la sangre que gotea desde su propia mano hacia el
suelo. Repite las líneas, más molesto con cada palabra.
Pongo mi mano en su hombro para reconfortarlo y él se sacude lejos
fuertemente. Clava su puño en la pared, en el mismo punto donde el jarrón
conoció su destino. Deja una marca sangrienta detrás donde hay un cráter y
cuando se va corriendo lejos hacia el salón deja un rastro de sangre detrás
de él. Me muevo para seguirlo.
―Yo no lo haría ―dice Lirón, su voz monótona deteniéndome.
―¿Por qué no?
―Cuando está estresado su locura sale más. No se sabe qué pueda llegar
a hacer.
―Nunca me haría daño. Y, además, este es el momento en el que
necesita más de alguien ―defiendo, no quiero dejarlo solo―. ¿Hay alguna
fiesta del té ahora?
―No. La próxima no es hasta mañana. Pero sigue teniendo que pasar a
los últimos invitados. Lo han estado esperando.
Frunzo mi labio inferior, mirando las manchas de sangre en el piso.
―Al menos dale un poco de tiempo para calmarse ―dice Lirón―. He
dejado comida en tu cuarto y el armario está lleno de ropa. Quizás puedas
hacer uso de las instalaciones.
―¿Estás diciendo que apesto, Lirón? ―pregunto, levantando mi ceja
hacia él.
Juro que sus labios se torcieron, pero no puedo estar segura.
―Nunca le diría a Clara Bee que huele como el raro final de un
Jabberwocky ―dice.
Resoplo y agito mi cabeza. A modo de burla le hago una reverencia,
exagerando los movimientos antes de encaminarme hacia las escaleras en
lugar de al salón. Lirón tiene razón, huelo a mierda. No sé qué es un
Jabberwocky, pero no debe ser agradable oler como el trasero de uno. Lo
archivo en la sección de mi cabeza “Preguntarle Luego al Sombrerero”.
Esta vez, no parezco tener ningún problema en encontrar el camino hacia
mi cuarto. Debe haber algún tipo de magia en ello. Tan pronto como dejo de
pensar tanto y me concentro en el hecho de que quiero ir a mi cuarto, giro
justo frente a la puerta púrpura. Cuando entro, está exactamente del mismo
modo que la dejé excepto por la cama que está hecha. Claramente no la hice
yo. Miro al área alrededor brevemente antes de irme directo al baño.
Hay un espejo grande sobre el lavabo y gimo cuando diviso mi reflejo.
Luzco como si hubiera caído por una colina y luego revolcado en la mugre
en gran medida. Mi cabello es una pila gigante de nudos en lo alto de mi
cabeza, hebras sueltas por todos lados. Hay sangre salpicada en mi chaqueta
a lo que hago una mueca. Ni siquiera recuerdo de quién podría ser esta
sangre. ¿Estaba parada cerca de los Bandersnatch cuando fueron
impactados? ¿Es sangre de la Reina? ¿Es mía? Tengo cortes en mis mejillas
hechas por tres ramas, así que puede ser mi sangre. Me alejo del espejo.
Abro el agua para la bañera, alabando a cualquiera que sea la deidad que
está escuchando mientras agua caliente comienza a salir del grifo. Hay
varias botellas alineadas en la bañera y huelo unos cuantos antes de
decidirme por uno que huele como una mezcla de manzanilla y chocolate.
Es el mismo olor que desprende el Sombrerero y me pregunto si usa las
mismas cosas. Vierto una cantidad generosa en la bañera y miro la espuma
comenzando a crecer.
Desabotono la chaqueta y la sacudo de mis hombros, haciendo una
mueca a la textura húmeda de mi piel. Se cae al suelo con un pesado golpe.
Mis hombros instantáneamente se sienten diez libras más ligeros. Tengo
que despegarme los pantalones de cuero, se pegan a mi piel y hacen un
sonido de ventosa mientras los bajo. Voy a sugerir que Lirón queme todo el
conjunto, no importa cuán glamoroso sea. No creo que pueda sobrevivir
después de todo por lo que ha pasado. Solo con el olor, no sé si alguna vez
saldrá.
Introducirme en la bañera llena de espuma es el paraíso y un poco más.
Suspiro mientras el vapor del agua relaja mis músculos cansados.
Definitivamente estoy haciendo mis ejercicios de cardio aquí en el País de
las Maravillas. Todo lo que corro tiene que ser bueno para mis coyunturas.
Me lavo el sudor, la mugre, la sangre de mi piel antes de hacer lo mismo
con mi cabello. El agua se ensucia y tengo que vaciarla y rellenarla de
nuevo, así puedo sumergirme. El agua caliente se siente agradable mientras
corre por mis pies cubiertos de ampollas. Me quedo allí, relajada, hasta que
el agua se vuelve fría y mis dedos se arrugan. En todo el tiempo no dejo de
pensar en nada más que en el Sombrerero y su alma torturada. Quiero
ayudarlo a enmendar lo que sea que esté roto, pero no sé si pueda. No sé si
soy lo suficientemente fuerte. Definitivamente voy a intentarlo.
Envuelvo una larga toalla púrpura a mi alrededor, murmurando una
canción mientras camino desde el baño. Dejo que mi cabello cuelgue suelto
alrededor de mis hombros, así el aire lo puede secar. Cuando veo a cierto
gato yaciendo en mi cama y me detengo.
―¿No conoces la privacidad? ―pregunto, arrugando mi nariz hacia él.
―Por supuesto ―replica Cheshire. Su cola se sacude hacia atrás y hacia
adelante. No estoy segura de si está agitado o sintiéndose juguetón. Está
desparramado en mi cama de nuevo, justo como un gato. Este hombre es
más felino que humano. Sonríe ampliamente mientras me mira de arriba
hacia abajo. Agarro más fuerte mi toalla.
―¿Alguien te ha dicho que eres escalofriante?
Su sonrisa se amplía de una manera imposible.
―Sí.
Ruedo mis ojos ante sus juegos.
―¿Qué haces aquí? La última vez que te vi me dejaste abandonada a
Bribón y desapareciste con la cola entre tus piernas.
Aún me duele que me haya dejado atrás. Sí me había advertido que él
estaba solo. Supongo que es mi culpa por no escucharlo. Debí esperarlo. He
confiado con demasiada facilidad. No lo haré de nuevo.
Se voltea sobre su espalda, tirando sus manos detrás de su cabeza y se
estira aún más.
―¿Has visto a la Oruga? ―Arrastra las palabras, ignorando mi pregunta.
Me muevo hacia el armario que mencionó Lirón y lo abro. Dentro hay
metros y metros de diferentes telas. Aguanto la respiración ante el gran
número de conjuntos aplastados dentro. La parte inferior está alineada con
zapatos. ¿De dónde provino todo esto? Puedo ver de todo, desde ropa
casual a vestidos extravagantes. ¿Por qué iba a necesitar todo esto?
Me giro hacia Cheshire de nuevo, estudiándolo. La pregunta había estado
cargada con algo, algún trasfondo de emoción que no había querido que yo
escuchara.
―Sí ―respondo agotada.
―¿Y qué aprendiste?
―Que soy la primera de las tres profecías para hacer que caiga la Reina
Roja.
―¿Y estás preparada para eso? ―pregunta, estudiando sus uñas―.
¿Estás preparada para llenar un destino escrito por alguien más?
―No. ―Me dedica una afilada mirada, sus ojos buscando los míos―.
Pero lo haré.
―¿Por qué?
Es una pregunta tan simple. Una que no estoy segura de cómo responder.
Sí, quiero ayudar al País de las Maravillas. Sí, quiero detener a la Reina
Roja. ¿Pero qué negocio tengo salvando a un mundo que ni siquiera es mío?
¿Por qué estoy de acuerdo con llenar una profecía que fue, de hecho, escrita
por alguien más?
Miro a la puerta. No puedo verlo, pero puedo sentirlo. No sé cómo, pero
hay algún tipo de conexión entre el Sombrerero y yo. No tengo idea de
cuando pasó, pero está ahí. Y parece que ya tengo mi respuesta.
―Ahhh. ―Cheshire ríe bajo―. ¿Entonces te sedujo con su locura?
―No. Ha despertado mi curiosidad.
―La curiosidad mató al gato ―declara Cheshire, y ni siquiera se ríe de
la ironía de él usando la frase. Pero esa sonrisa amplia se mantiene en su
rostro, así que quizás es un poco gracioso para él. Estoy comenzando a
preguntarme si la sonrisa es más que nada una máscara―. Sospecho que
hay un poco más que curiosidad.
Mi corazón da una pequeña sacudida ante la verdad en sus palabras.
Siento mucho más por el Sombrerero que simple curiosidad. Está en lo
correcto. El País de las Maravillas es curioso. Sus habitantes son curiosos.
¿Pero el Sombrerero? El Sombrerero es un rompecabezas que sigo tratando
de unir, solo para darme cuenta de que ninguna de las piezas es del mismo
rompecabezas. Me hace quemarme, me hace amar, me hace completa.
Tengo que decírselo. Tengo que mostrarle qué está comenzando a significar
para mí. Él es suficiente. Es suficiente exactamente como es, locura y todo.
Cheshire comienza a desvanecerse de su lugar en la cama, sus ojos
afilados mientras me estudian.
―Ve a él ―ruega antes de desaparecer completamente. Pienso que se ha
ido cuando sus palabras finales hacen eco a través de la habitación―. Él te
necesita Clara Bee.
No pregunto cómo es que lo sabe. Estoy segura de que realmente se ha
ido esta vez. No sospecho que Cheshire esté muy en contacto con sus
sentimientos. El hecho de que respeta lo que obviamente siento por el
Sombrerero me golpea y me doy cuenta de que de nuevo estoy juzgando,
basándome en las apariencias. Nunca juzgues un libro por su portada, o por
la capa de actitud idiota que suele esconder detrás.
Aparto todos los pensamientos de Cheshire de mi mente. Hay
demasiadas capas de él y simplemente no tengo tiempo de despegarlas
todas. Curioso y más curioso, ese.
Me giro al armario.
Capítulo diecinueve
Traducido por Emma Bane
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

Busco a través del armario, finalmente me encuentro con un vestido


púrpura. Es corto, más corto que cualquier cosa que normalmente usaría,
pero quiero sentirme sexy, segura. Quiero tentar. Me pongo el vestido,
agradecida de que tenga una cremallera lateral en lugar de una trasera. El
material es ajustado y sin tirantes, me abraza las caderas y levanta mi
pecho. Cuando me miro en el espejo, girándome hacia un lado y el otro,
estoy feliz con cómo se ve. Me tomo el tiempo para secar mi pelo,
retorciendo mechones alrededor de mi dedo para darle forma. Es lo mejor
que puedo hacer sin un rizador.
También encuentro un par de zapatos de tacón negro en el armario.
Miden fácilmente cinco centímetros, dándome la altura para estar más a
nivel del Sombrerero. Me los pongo, abrochando las hebillas laterales. Me
miro en el espejo otra vez y suspiro. ¿Qué estoy haciendo? Me estoy
arreglando para el Sombrerero Loco mientras estoy atrapada en una versión
retorcida del País de las Maravillas. ¡Oh! Y ya casi he muerto unas cuatro
veces. Y, aun así, todo lo que parece importarme es si al Sombrerero Loco
le gustará mi atuendo o no. Alejo los pensamientos, soplando en su
dirección. No voy a preocuparme por la locura de mi situación ahora
mismo. Me voy a enfocar en lo que quiero ahora mismo, y es al
Sombrerero.
Salgo de la habitación, dirigiéndome hacia las escaleras. El vestido se me
desliza hacia arriba, apenas cubriendo las áreas importantes. Tiro de él
nerviosamente. Mi guardarropa normal consiste en pantalones de vestir y
faldas tipo lápiz. No me había puesto algo tan corto desde la universidad,
pero veo los beneficios. Me siento sexy y segura. Me siento poderosa.
El sonido de mis zapatos contra el suelo hace eco a través de la casa
mientras bajo las escaleras cuidadosamente. El Lirón no está por ningún
lado. Agudizo mis oídos para escuchar cualquier ruido, pero no escucho
nada. Está inquietantemente silencioso, como si fuera la única en casa.
Quizás todos desaparecen cuando el Sombrerero está de mal humor.
Empujo las puertas del salón de baile y el crujido me hace hacer una
mueca. Buena forma de anunciar que voy a entrar, supongo.
Inmediatamente mis ojos se dirigen hacia la silla del Sombrerero, y me
desinflo cuando la encuentro vacía. Suspirando, me dirijo lentamente hacia
el final de la mesa, pasando mi mano por el respaldo de las sillas
desiguales. Cuando llego al del Sombrerero, lo observo, admirándolo. Es
enorme, más un trono que una simple silla. Es de color negro mate, los
brazos y el respaldo están tallados con intrincados diseños de criaturas
grotescas y cráneos. Al final de los brazos, hay dos cráneos, perfectamente
colocados para agregar un poco más de amenaza. Los cojines son de un
material de terciopelo violeta y se ven cómodos. La silla está rayada y
gastada, pero eso no quita mérito a su impacto. Supongo que tiene sentido
que el Sombrerero tenga un trono. Después de todo, él es el rey de la Hora
del Té.
Tiro de mi vestido hacia abajo y me siento en la silla, tratando de
sentirme cómoda. Las tazas de té frente a mí están vacías, los pasteles,
normalmente apilados, no están. Supongo que son colocados en fiestas de té
reales. Nunca noté que no estaban aquí todo el tiempo. Cruzo mis piernas y
miro fijamente las tazas vacías, mis pensamientos huyendo con posibilidad.
La profecía dice que yo seré la única en derribar a Bribón y ganar el
corazón del Sombrerero, pero no dice lo que se supone que debo hacer
después de eso. ¿Se supone que tengo que quedarme en el País de las
Maravillas y olvidar mi antigua vida? Qué hay de mis clientes, mi
empleo… Me detengo. ¿A qué tengo que regresar realmente? Por supuesto,
tengo un trabajo al que amo, pero eso es todo. No tengo amigos reales, ni
familia. En su lugar, decidí enfocarme en trabajar. No tengo nadie a quien
aferrarme, hace mucho que mis padres murieron. Ni siquiera tengo una
mascota por la que deba preocuparme ya que trabajo muchas horas.
Honestamente, ¿a qué tengo que regresar realmente? ¿Quiero regresar
siquiera?
Estoy tan perdida en mis pensamientos, que no escucho a nadie entrar al
salón de baile. Me toma completamente por sorpresa cuando una mano
aparece de la nada y me envuelve el cuello. Me congelo, pero la mano no
ajusta su agarre. No me lastima. Cuando el Sombrerero aparece a mi lado,
me doy cuenta exactamente de por qué. Lo miro con asombro. No lleva su
chaqueta normal, solo el sombrero y sus pantalones de cuero. El collar que
siempre lleva cuelga entre sus pectorales. Observo sus abdominales con
apreciación antes de volver a mirarlo a la cara.
—¿Por qué estás en mi silla? —Hay un hilo de amenaza en su voz que
hace cosas en mi estómago.
—Estaba buscándote —suspiro.
Sus ojos siguen el movimiento de mi pecho, se fijan en la visión de mis
pechos amenazando con salirse del vestido. Sus ojos se oscurecen cuando
miran el resto de mi atuendo, la cobertura apenas visible, la piel que estoy
mostrando. Su aliento silba entre sus dientes. Su mandíbula de aprieta.
—Ponte de pie —ordena, su mano suelta mi cuello.
Hago lo que me pide, tambaleándome un poco en los zapatos. El
Sombrerero me está mirando, iniciando un fuego por dentro que no deseo
sofocar. Él toma mi lugar en su asiento, poniéndose cómodo antes de
estirarse y agarrar mi muñeca. Tira hasta que doy un paso adelante.
Extiende la mano y me levanta por la cintura sin esfuerzo antes de
colocarme en su regazo, mis piernas abiertas alrededor de las suyas. El
vestido es tan corto, que no hace más que deslizarse hacia arriba, puedo
sentir cuan expuesta estoy. ¿Me importa? Ni un poco. Mientras me siento a
horcajadas sobre sus caderas, sus manos se aprietan con fuerza sobre las
mías, sus ojos clavados en donde mi vestido se amontona. Sus pupilas se
dilatan.
—Clara Bee, Oh, Clara Bee, ¿qué es lo que me estás haciendo? —Su voz
es áspera, atormentada. Cuando sus ojos se estrellan contra los míos, sonrío.
Levanto la mano y le arranco el sombrero de la cabeza. Estoy tentada a
ponérselo de nuevo, para molestarlo. En cambio, lo dejo suavemente en la
silla más cercana. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero, mis dedos se enredan en el pelo de su nuca. Aprieto con las
uñas allí, complacida cuando él tiembla. Puedo sentir su excitación entre
mis piernas, presionando contra mí. Apenas me detengo de frotarme contra
él como un gato.
Invoco la poca valentía que tuve antes de bajar las escaleras y hablo.
—Sombrerero, parece que estoy en problemas, creo que prometiste
hacerme gritar. —Lo miro profundamente a los ojos mientras lo digo, de
modo que entienda lo que quiero decir. Muerdo mi labio cuando se asoma
una sonrisa en sus labios.
Sus manos sueltan mi cadera, para envolverme y agarrar mis nalgas con
fuerza, empujándome hacia abajo sobre su erección. Se me escapa el aliento
al sentirnos rechinando juntos. Uso mis uñas un poco más fuerte en la parte
posterior de su cuello, y sus manos tienen espasmos sobre mi espalda.
Lanzo al viento cualquier duda que tenía. Me inclino hacia adelante,
arrastrando mi lengua por su cuello, besándolo todo el camino. Él gruñe, el
sonido vibra a través de su cuerpo mientras sus manos me presionan más
fuerte contra él. La sensación es exquisita, pero no es suficiente. Quiero
todo lo que pueda darme.
Bajo mis labios, deteniéndome en el músculo entre su hombro y su
cuello. Me quedo ahí por un momento antes de morder, con fuerza, en el
punto sensible. El Sombrerero gruñe y luego el mundo se inclina. Estoy
confundida hasta que escucho que las tazas de té en la mesa se
desparraman, golpean el piso y se rompen en cientos de pedazos. Más
porcelana sufre la misma suerte cuando el Sombrerero me deja sobre la
superficie de madera. Mantiene mis piernas enganchadas alrededor de su
cintura mientras me mira, sus manos esparcen senderos de fuego mientras
acarician mis muslos. El collar cuelga de su pecho, flotando sobre mí, tiene
un símbolo extraño, pero no es el momento de preguntar o estudiar.
—No debiste haber hecho eso. —Sus manos pasan de ser gentiles a ser
un poco rudas cuando me agarra con fuerza. Tira de mi cuerpo, la acción
golpea mi centro contra su erección. Las únicas barreras son sus pantalones
y mi tanga de encaje. Mi respiración se dificulta cuando cae encima de mí.
Trato de envolver mis brazos alrededor de su cuello, pero él agarra mis
muñecas con fuerza en su mano antes de sujetarlas por encima de mi
cabeza. Me muerde los hombros y el cuello, dejando pequeños pinchazos
que alivia con la lengua.
—Sombrerero —gimo, frotándome contra él.
Se mueve hacia atrás lo suficiente para mirarme la cara, con sus ojos un
poco salvajes.
—¿Estás segura? —pregunta, su duda rompe el momento. Incluso ahora,
se preocupa por mí.
—Si te detienes, jamás te lo perdonaré —gimo.
Él sonríe, inclinándose hacia adelante para envolver mis labios con los
suyos. Su beso es ardiente y apasionado, todas las emociones acumuladas
que hemos estado dejando de lado se derraman por nuestros labios.
Mantiene mis manos sobre mi cabeza, pero su otra mano se desliza por mi
costado, antes de deslizarse por el escote del vestido.
—Qué vestido tan lindo —murmura sobre mi boca justo antes de agarrar
mi escote y tirar. Tira con tanta fuerza que el vestido se rasga por la mitad,
pero no se desprende. Solo se rasga lo suficiente para revelar mis pechos. El
material morado permanece envuelto alrededor de mi cintura, la falda hace
mucho que está por encima de mi cintura—. Mejor. —Pasa la mano por mis
pechos con su mano, sus dedos pellizcan mi pezón. Gimo en su boca,
respirando con fuerza. Me muevo, tratando de frotarme contra lo que
quiero, pero él se aleja, dejando una pequeña distancia entre nosotros.
Gruño en protesta—. Paciencia, Clara Bee —me molesta—. Te he esperado
por mucho tiempo. —Suelta mis muñecas, pero no sin antes susurrar una
advertencia—: No te muevas.
Se desliza por mi cuerpo, sus manos acariciándome. Hace una pausa
sobre mis pechos antes de inclinarse y atrapar un pezón entre sus labios.
—Oh —gimo, mis muslos se aprietan a su alrededor.
Lo libera con un “pop” antes de continuar bajando. Cuando pienso que
seguirá trazando un camino de besos, se levanta de entre mis piernas y se
sienta completamente. Levanto mi cabeza y lo miro con confusión.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, frunciendo el ceño ante la pérdida
de su peso.
Sus ojos se arrastran sobre mí, su ángulo permitiéndole ver todo,
permitiéndole verme tendida sobre la mesa.
—Admirando la vista —responde, sonriendo—. Si solo la hora del té
fuera así de hermosa. —Me sonrojo, recostando mi cabeza—. Mírate —
continúa—, toda abierta frente a mí como un festín.
Sus palabras se disparan a mi centro, y trato de cerrar mis muslos, de
esconderme. Es más instintivo que cualquier cosa. Sus manos agarran mis
rodillas, evitando que las cierre por completo.
—Sombrerero. —Mi voz es ronca, jadeante.
Él tararea, sus ojos se arrugan al notar mi incomodidad. Sus manos
comienzan a subir por mis piernas, iniciando desde los zapatos de tacón
atados a mis pies. Nunca pensé que unos dedos deslizándose ligeramente
por mis tobillos y luego mis pantorrillas fuera tan excitante, pero para
cuando sus dedos llegan a mis rodillas, soy como gelatina en sus manos.
—Hay mucho sobre mí que probablemente no entiendas —dice,
haciendo una pausa en sus movimientos cuando sus dedos llegan a mis
rodillas—. Hay mucho de mí que no le muestro a nadie. —Sus dedos se
mueven otra vez, apenas acercándose a mi entrepierna, moviéndolos
terriblemente lento—. Soy caos, Clara Bee. —Sus ojos se encuentran con
los míos cuando lo miro de nuevo—. Soy caos, y te destruiré.
—No te tengo miedo —le digo, y es la verdad. Él es intenso y letal, pero
también es mío, está destinado a estar conmigo. No le tengo miedo. Lo
conozco mejor de lo que cree. Su oscuridad llama a la mía.
—Deberías —responde, sus dedos se deslizan por el borde de mi tanga
—. Deberías tener miedo de estar a mi merced.
Le sonrío, dejando que vea todo escrito en mi rostro.
—No te detengas. —Sus ojos se expanden, sorprendidos, pero lo supera
rápidamente.
Su rostro se oscurece cuando se desliza por debajo del encaje, y sus
dedos finalmente, por suerte, tocan exactamente donde quiero que lo haga.
Sus ojos no se apartan de los míos mientras se desliza por la resbaladiza
acumulación entre mis piernas. Mi pecho sube y baja rápidamente, el
oxígeno escasea.
Se inclina hacia adelante y me arranca la tanga, el material endeble se
rompe fácilmente para dejarme desnuda ante él.
—Tan hermosa —dice. Todavía está sentado en la silla conmigo abierta
frente a él. Me sorprendo cuando se inclina hacia abajo. Grito cuando sus
labios se cierran alrededor de mi clítoris, chupando con fuerza. Mis caderas
se elevan de la mesa, y sus manos se extienden para bajarlas,
sosteniéndome contra la superficie mientras él se da un festín conmigo.
—Mierda —gruño, mis manos incapaces de permanecer sobre mi cabeza.
Las deslizo hacia abajo y las paso a través de su cabello. Tiro otra taza de té
mientras lo hago, el estallido apenas penetra la neblina de la pasión.
El sombrerero gira su cabeza a un lado y muerde entre mis muslos,
haciéndome saltar por la sorpresa.
—Te dije que no movieras tus manos —gruñe.
Lanzo mis manos sobre mi cabeza otra vez, agarrándome con fuerza. Él
lame mi entrepierna en recompensa, alternando entre pellizcar y usar su
lengua. Una mano libera mi cadera y se desliza hacia abajo, su dedo se
desliza a través de la humedad mientras se concentra en mi clítoris. El dedo
se desliza dentro y maúllo. Cuando agrega otro, comienzo a moverme,
tratando de acercarme más. Lo siento sonreír contra mí.
—Eres tan impaciente. —Se ríe antes de besar mi centro. Se levanta,
sacando sus dedos. Me siento vacía por un momento, pero no me quejo
cuando escucho una cremallera. Levanto la mirada hacia él, observando
mientras se quita los pantalones de cuero para revelar su pene, erecto con
orgullo. Muerdo mi labio por la anticipación—. Última oportunidad, Clara
Bee —dice, sus ojos sofocados mientras recorren mi cuerpo—. Si hacemos
esto, nunca tendré suficiente de ti.
—No pares —susurré, encontrando sus ojos—. Dámelo todo.
Él gruñe.
—No quieres todo.
—Sí lo quiero. —Nuestros ojos permanecen fijos—. Quiero todo lo que
tengas para dar. No te guardes nada.
Gruñe nuevamente, el sonido es más salvaje que antes, y se coloca entre
mis piernas, enganchando las mías alrededor de su cintura. Ya estoy
colgando ligeramente del borde de la mesa, en el ángulo perfecto. Aguanto
la respiración mientras él se acomoda, su mirada es salvaje, pero no me
penetra, no me da lo que quiero. Gruño con frustración.
—Fóllame ya —gruño.
Esa sonrisa se extiende por su cara, la que es un poco psicópata.
—Ahí está esa oscuridad —dice con júbilo. Luego empuja dentro de mí,
y grito de placer, mis piernas se aprietan a su alrededor. Hace una pausa por
un momento, con éxtasis en su rostro mientras me mira.
Muevo mis caderas, muevo mis manos otra vez para envolverlas en su
cuello. Él muerde mi pecho antes de salirse y volver a penetrarme. Mi
respiración se interrumpe, mis uñas se aprietan con fuerza sobre sus
hombros. Hay un traqueteo cuando vuelve a empujar contra mí y otro
choque en algún lugar en la distancia. Sus labios aplastan los míos, y puedo
saborearme mientras le devuelvo el beso frenéticamente. Nuestros dientes
chocan mientras luchamos por acercarnos.
Una mano se envuelve suavemente alrededor de mi cuello otra vez, y
comienza a entrar y salir de mí. Grito de placer, mi mente huye bajo la
embestida. Es rudo y brutal, no ralentiza su ritmo, pero no lo haría de otra
manera. Me está dando todo. Me está entregando su alma.
Se endereza, agarra mis tobillos en su mano y los dobla hacia atrás,
poniendo mis rodillas hacia mi pecho. Se introduce más profundo dentro de
mí, golpeando justo en mi punto G en cada ocasión. Estoy frenética de
placer, mis manos no tienen nada a lo que aferrarse mientras él se apodera
de mí.
—Mierda —gruñe cuando agarro mis pechos, amasándolos con fuerza—.
Lo eres todo, Clara Bee. —Gruñe antes de salirse de mí. Me pone de pie de
un tirón. Mis piernas no me sostendrán bajo el repentino torrente de sangre,
pero no tengo que preocuparme. Me da la vuelta rápidamente y me empuja
de espaldas hasta que me inclino sobre la mesa. Su mano agarra mi cabello
con fuerza en su puño antes de embestirme nuevamente. Esta vez grito de
placer. No detiene el ritmo, no se vuelve gentil cuando me reclama allí
mismo en su famosa mesa, los platos se rompen cuando traquetean y caen
al suelo.
El Sombrerero tira de mi cabello, hasta que mi espalda se arquea, y
puede envolver su mano alrededor de mi cuello otra vez. Giro la cabeza y
sus labios capturan los míos, su ritmo nunca se ralentiza. Empuja mi cabello
hacia un lado, pellizcando donde mi hombro se encuentra con mi cuello,
antes de morder, marcándome. Exploto, mi clímax me toma por sorpresa,
un grito en absoluto placer resonando en el salón de baile vacío. Su mano
apenas se aprieta en mi cuello, apretando solo una insinuación mientras
aprieto a su alrededor. Su ritmo se interrumpe, su pecho retumba con otro
gruñido mientras empuja dentro de mí un par de veces más antes de caer
detrás de mí, su sudor goteando por mis muslos. Estoy agradecida de tener
un DIU insertado. No creo que jamás pueda recordar un condón en el que
esté involucrado el Sombrerero. Todas mis sensibilidades se van por la
ventana.
Nuestra respiración se ralentiza, pero no nos movemos, todavía estamos
entrelazados, mi espalda contra su pecho. Sus brazos me apoyan, evitando
que me caiga en el suelo.
—Eres perfecta —susurra el Sombrerero en mi oído—. Eres
absolutamente perfecta.
Me muevo, girando en sus brazos mientras se desliza fuera de mí. Me
inclino hacia atrás en la mesa, dejando que soporte mi peso mientras
sostengo sus mejillas entre mis manos.
—Y tú lo eres todo —le digo—. Eres suficiente, y no te cambiaría por
nada en el mundo.
Sus ojos brillan antes de que los cierre y apoya su frente contra la mía.
Sus manos descansan en mis caderas.
—¿Lo dices en serio? —susurra, y siento lágrimas cubrir mis ojos. Está
tan dañado, tan torturado. Él cree que no vale lo que tengo para dar, y nada
más lejos de la verdad. Me preocupa más no ser suficiente para él.
Lo beso en la punta de la nariz.
—Me estoy enamorando de ti, Sombrerero, y no tiene nada que ver con
una profecía. Me siento así por quien eres, no por como los demás te pintan.
Te veo. Y te quiero a ti.
Me levanta de la mesa repentinamente. Suelto un quejido y envuelvo mis
piernas alrededor de su cintura.
—¿A dónde vamos? —le pregunto mientras comienza a caminar
conmigo en sus brazos.
—A mi habitación.
—¡Espera! ¡No podemos caminar por la casa así! Estoy desnuda.
Técnicamente, aun llevo el vestido puesto, pero está alrededor de mi
cintura. La parte rasgada es más grande de lo que creí, me llega hasta el
ombligo, así que todo me cuelga. Se detiene, mirando especulativamente mi
estado de desnudez.
—Tienes razón —dice, poniéndome de pie suavemente. Puedo
mantenerme de pie por mi misma esta vez mientras él va detrás de su silla y
regresa con su chaqueta morada.
Me lo tiende para que me lo ponga. Aspiro el aroma que emana de él,
chocolate y manzanilla, el olor que siempre lo acompaña. Agarro su
sombrero y se lo doy. En lugar de ponérselo, lo deja sobre mi cabeza.
Cuando lo miro en señal de pregunta, me sonríe.
—Me gusta verte con mi ropa. —Se encoge de hombros—. En mi
habitación, espero que no lleves nada puesto a excepción de esos zapatos y
mi sombrero.
El deseo aparece a través de mi abdomen, listo para continuar, incluso
después de la intensa sesión que acabamos de tener. Sin duda estaré
adolorida mañana.
Mientras el Sombrerero envuelve su brazo alrededor de mí y me saca del
salón, el vidrio cruje bajo nuestros zapatos, arrojo todos los pensamientos
fuera de mi cabeza. Puedo preocuparme por el País de las Maravillas y la
profecía mañana. Por hoy, me voy a perder en mi Sombrerero.
Oh, cómo desearía estar perdida para siempre.
Capítulo veinte
Traducción por Lilu
Corrección por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

Otra fiesta del té nos pide que nos alejemos de los brazos del otro a la
mañana siguiente. Estábamos tan absortos el uno en el otro que no
escuchamos a Lirón llamando a la puerta, alertándonos. No es hasta que
golpea repetidamente la puerta con el puño que nos separamos. Me siento
presa del pánico en la cama, tomando las sábanas de seda púrpura contra mi
pecho. El Sombrerero se ríe, sus manos errantes tirando de estas
suavemente.
—Deja de golpear —siseo—. Lirón puedes escucharnos.
—Es la hora del té. —La voz aburrida de Lirón llega a través de la puerta
de madera—. Los espero a los dos en treinta minutos.
Me pongo pálida, el hecho de que Lirón sepa lo que estamos haciendo
detrás de la puerta cerrada me aterra. Lo escucho alejarse, las tablas del piso
crujiendo bajo sus medidos pasos.
—Oh, mi Dios. Él lo sabe.
El Sombrerero se sienta y me tira de nuevo a la cama. Apoyándose en un
codo sobre mí, sonriendo.
—Lirón nunca se atrevería a decir una palabra sobre esto. Es demasiado
duro para eso.
—¿Cómo se supone que volveré a mirarlo a los ojos de nuevo? —Me
muerdo el labio inferior, mis manos se deslizan por los costados del
Sombrerero. Recorro con mis uñas sus costillas.
—Estoy seguro de que todos en el País de las Maravillas sabrán y
esperarán que compartamos la cama. Lirón probablemente lo ha esperado
desde el principio.
Mis ojos se amplían.
—Todo el País de las Maravillas lo sabe…
—Todo el País de las Maravillas supo de la pareja del Sombrerero en el
momento en que la profecía habló de nuestro destino —canta, besando la
punta de mi nariz.
—Genial. Es bueno saber que todos conocen nuestra vida sexual. —No
hay vergüenza en mis palabras. De hecho, cuanto más lo pienso, más tonto
parece preocuparme. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero.
—Puedo hacerte olvidarlo —bromea el Sombrerero, sus ojos brillando
hacia mí.
—Pero llegaremos tarde para el té.
—Ah, sí. La hora del té. —Sus palabras son tristes por un momento antes
de animarse—. Todo lo que necesito son dos minutos para hacerte olvidar
—sonríe.
Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura.
—Te daré cinco.
── ⋆✩⋆ ──
Me retiro a mi propia habitación para prepararme, robando una bata que
había estado colgada en la puerta del Sombrerero. Me miró desde la cama,
su piel tan resbaladiza como la mía por el sudor. Estaba completamente
desnudo, recostado sobre las sábanas, su sombrero cubriendo las partes
importantes, burlándose de mí. Es una imagen que me cuesta sacar de mi
cerebro, para poder concentrarme en la tarea que tengo entre manos.
Mis tacones cuelgan de la punta de mis dedos, mis pies descalzos
mientras abro la puerta y me deslizo dentro de la silenciosa habitación. Me
recuesto contra la madera, con una sonrisa bobalicona en el rostro. Estoy
adolorida en todos los lugares correctos, lo que me hace olvidar los dolores
de toda la carrera. No estoy lo suficientemente adolorida como para causar
problemas en una pelea, pero es suficiente para recordarme lo que he estado
haciendo toda la noche.
—Parece que has estado disfrutando.
Frunzo el ceño mientras Cheshire toma forma, esta vez apoyado en el
poste de mi cama.
—¿En serio? —Lanzo mis tacones a un lado con un suave golpe que
resuena cuando aterrizan en la alfombra—. ¿No sabes llamar a la puerta?
Él se encoge de hombros.
—¿Por qué iba a llamar a la puerta cuando puedo entrar sin más?
Sacudo mi cabeza. No hay esperanza para el hombre. Parece que no le
importa la privacidad. ¿Por qué insiste en torturarme? No tengo idea. Voy a
tener que recordar que nunca ande desnuda en mi habitación. Mis ojos se
amplían.
—No habrás estado espiando mientras estoy en otros lugares, ¿verdad?
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
—Relájate. No he estado viendo lo que sea que tú y el Sombrerero han
estado haciendo.
Suspiro aliviada antes de cruzar los brazos sobre el pecho.
—¿Qué quieres, Cheshire?
—Tengo una pregunta para ti.
Cuando no la elabora, levanto una ceja.
—¿Y bueno?
Su rostro se vuelve serio. Empiezo a pensar que no va a preguntar
cuando por fin se endereza y me mira a los ojos.
—El Sombrerero obviamente se preocupa por ti. ¿Tú sientes lo mismo
por él?
—Por supuesto que me preocupo por el Sombrerero. ¿Por qué
preguntas?
—¿Es porque sabes que estás destinada a estarlo? ¿Es por la profecía por
lo que te preocupas por él?
Me doy cuenta. Cheshire está pescando, y está preocupado. Absolem
había dicho que Cheshire es el tercer hijo del País de las Maravillas, aunque
lo sospechaba antes de que él lo confirmara. Cheshire está destinado a
encontrar una pareja que complete la triada, la tercera mujer que me
ayudará a mí y a otra a derribar a la Reina Roja.
Noto que Cheshire está inquieto, con su cola moviéndose de un lado a
otro y sus dedos golpeando un ritmo en su muslo. Se esfuerza por parecer
frío e indiferente, pero empiezo a ver un poco debajo de su máscara. Puedo
elegir no responder a su pregunta. Es personal después de todo. Pero
cuando abro la boca, descubro que la verdad sale a borbotones sin dudarlo.
—Admito que hubo un empate al principio. Es como una sensación en tu
pecho, que tira de ti, aunque estés receloso, o asustado. Tenía curiosidad por
saberlo, claro. —Cruzo la habitación y me pongo delante de él. Lo miro a
los ojos, las pupilas se mueven entre un círculo y una rendija, como si no
pudiera decidir qué mirada asumir—. Pero, eso no me obligó a amar al
Sombrerero. Él capturó mi corazón por sí mismo. Ninguna profecía hizo
eso.
—Tú hablas de amor —suspira con asombro. Su cola finalmente deja de
moverse mientras me mira—. ¿Cómo puedes saber que no se trata de una
fuerza mayor que juega con tus emociones?
—No puedes forzar a la gente a amar. Si ese fuera el caso, cuando vi por
primera vez al Sombrerero, no habría sentido miedo, preocupación o
confusión. No hubo amor instantáneo. Puedo decirte el momento exacto en
que sucedió, y no fue a primera vista.
—¿No lo fue?
—No. Fue en la casa de la Liebre de Marzo, después de que bebiera el té
real, minutos antes de que el Bandersnatch aullara afuera. March estaba
siendo March. —Me río ante la imagen de él rodando por el suelo riendo—.
Acababa de ver la terrible historia de la Reina Roja, estaba cubierta de un
sudor frío y estaba llorando. ¿Y sabes lo que pasó?
—¿Qué?
—El sombrerero me dijo que soy su luz dentro de la locura. Que soy la
luz que lo trae a casa. —Sonrío al recordar las palabras—. Me enamoré allí
mismo. Esas palabras sellaron mi destino. Ese fue el momento en que lo
abracé. —Cheshire mira el techo por un momento. Tomo su mano, solo
sosteniéndola para confortarlo. El toque trae sus ojos de regreso a mí, sus
cejas se arrugan en confusión. Le da a su rostro una mirada inocente, una
que normalmente nunca usaría—. Entiendo que te asuste la idea de una
pareja destinada, Cheshire. Pero esta es la forma en que lo veo: La profecía
sabe qué dos personas son compatibles, seguro. Pero depende de ti si el
amor crece a partir de eso o no. Tú decides si quieres abrazar ese destino.
Nadie más lo hace.
—Ninguna mujer podría mirarme como tú miras al Sombrerero, Clara.
—Su voz es triste, de aceptación y escucho el quebranto que lleva dentro—.
Además... —Se encoge de hombros—, no creo en toda esa mierda del
amor.
Así de rápido, descarta todo lo que había dicho, la esperanza en sus ojos
se desvanece. Sonrío, dándole un ligero apretón a su mano. Sus ojos
cambian a los de un gato mientras me mira. Ya no me inquieta. Intenta
volver a colocar su máscara de indiferencia en su sitio, pero es demasiado
tarde. Ya puedo ver más allá de eso.
—Lo harás —le aseguro—. Cuando la veas.
No responde al comentario, pero comienza a desvanecerse. Su mano se
desliza de la mía mientras su cuerpo desaparece. Su rostro es lo último en
irse.
—Te veré a la hora del té, Clara Bee. —Su voz resuena antes de que sus
brillantes ojos azules desaparezcan por completo.
── ⋆✩⋆ ──
Hay otra vestimenta en mi cama, similar a la primera. Pantalones de
cuero, una vez más en negro, están asentados en la parte superior. La
chaqueta es negra esta vez, con un bonito patrón de damasco dorado y un
corte mucho más bajo que el cuello alto de la primera chaqueta. Mostrará
un poco de escote y hará que sea menos estirado. Es sin mangas, se detiene
en la parte superior de mis hombros. La parte posterior de la chaqueta es
menos formal que la primera. Solo me llega a las rodillas, y parece más una
larga cola de abrigo que la mitad trasera de una falda. Hay un par de botas
de combate diferentes para completar el atuendo, de color dorado gastado.
Me pongo el conjunto antes de atarme el cabello en un moño desordenado.
Me vuelvo a atar todas las armas al cuerpo, tropezando con la forma de
abrochar las hebillas, y me dirijo al salón de baile. De nuevo, es fácil
orientarse por la casa. No tengo problema para encontrar el camino.
Cuando llego al salón de baile, es Lirón quien abre la puerta por mí. No
puedo mirarlo a los ojos, mi cara se pone de un bonito tono de rojo, pero no
debería haberme preocupado. Él tampoco se encuentra con la mía, siempre
la cara del profesionalismo. Cuando entro por las puertas, los invitados a la
fiesta del té dejan de hablar y sus ojos se centran en mí. Hago una pausa.
Salto cuando Lirón habla detrás de mí, gritándole a Cheshire que ya está
sentado hacia la cabecera de la mesa, cerca del Sombrerero.
—Quita los pies de la mesa, Grimalkin inculto. —Se mofa Lirón. Es la
mayor emoción que he escuchado de él, su ofensa por los malos modales es
fuerte.
Cheshire le sonríe, pero no quita las botas de arriba de la mesa. Lirón se
mofa y cierra la puerta tras de sí al salir.
Tweedledee y Tweedledum están sentados uno al lado del otro a mitad de
la mesa. Sus cabezas se inclinan juntas mientras estudian a los invitados.
Hay hambre y curiosidad a partes iguales en sus rostros. Hago una nota
mental para preguntarle al Sombrerero si deberíamos preocuparnos por eso
o no. Odio pensar que tengo que decirles cada vez que los invitados son
amigos. Tal vez haga un cartel y lo cuelgue en la pared. ¿El Sombrerero los
ha alimentado? Pienso mucho y me doy cuenta de que no recuerdo que
alguna vez hayan comido. ¿Se alimentan de comida, o, de algo más
horroroso? Va al archivo de “Preguntas al Sombrerero” que hay en mi
cerebro.
White se sienta junto a Cheshire, con el rostro nublado por la ira. No deja
de mirar su reloj una y otra vez. Cuando me ve en la entrada, levanta las
manos al aire, y juro que oigo las palabras “por fin”. Sus orejas se agitan y
sus nudillos golpean la mesa.
También hay otros invitados, los de los fallecidos. Hay más de los que he
visto nunca a la vez. Esta vez cuento catorce. Otras catorce criaturas y
personas han muerto a manos de la Reina. Está aumentando la cantidad,
probablemente porque logramos huir de ella. Debe estar tan furiosa porque
nos escapamos, que la Oruga nos ayudó.
El Sombrerero se sienta en su asiento regular, sus ojos brillan al verme
entrar en el salón de baile. Mi rostro se enrojece mientras me dirijo a la
mesa para ir a mi asiento, especialmente cuando pienso en las cosas que
hicimos en este mismo lugar la noche anterior. El Sombrerero sonríe con
malicia, como si supiera exactamente por qué me pongo roja. Tengo
destellos de piel, visiones de la última vez que usamos la mesa.
—Hay menos porcelana de la que suele haber —comenta Cheshire,
estudiando la mesa—. ¿Qué pasó con el bol de azúcar? Me gusta mi té con
azúcar.
No pude evitarlo. Se me escapa una risita, mi rostro se enrojece aún más.
Estoy segura de que me veo como un tomate. Los ojos de Cheshire se fijan
en los míos y sus cejas se levantan. Se aleja de la mesa, retira los pies y la
mira con desconfianza, como buscando evidencias.
—Conveniente para el Sombrerero —murmura. Afortunadamente, nadie
más parece entender nuestra conversación. No puedo soportar esta
conversación.
Estoy a punto de tomar asiento cuando el Sombrerero desliza su brazo
alrededor de mi cintura y me lleva a su regazo, tumbándome en una
posición incómoda. Me río y me acomodo a un lado, lo que facilita que
ambos veamos la mesa y a nuestros invitados. Envuelvo un brazo detrás de
su cuello, mis dedos jugando con la cadena.
—Te ves enloquecedoramente revitalizante con la ropa que escogí para ti
—susurra en mi oído, y sus manos envolviendo mi vientre y frotando,
provocando.
—Todos están viendo —siseo.
—Déjalos ver.
Mi rostro se calienta aún más, pero no lucho contra él, demasiado
mareada. Además, en realidad no quiero que se detenga. White nos observa
de cerca, con curiosidad en su rostro. Cheshire nos ignora a propósito.
—Entonces, ¿alguien tiene un plan? —Me aventuro, el zumbido en la
sala se apaga cuando todos se centran en mí de nuevo. Nadie contesta—.
Para derrotar a Bribón —aclaro. Tal vez no entiendan qué estoy
preguntando.
—Siempre puedes cortarle la cabeza —agrega Cheshire, estudiando sus
garras—. Bastante sencillo en realidad.
—Me gustaría evitarlo si es posible. Bribón es tan víctima como
nosotros. Si hay una manera de salvarlo, preferiría hacerlo. —Miro
alrededor a los invitados silenciosos. Tweedledum y Tweedledee me
observan, ambos inquietamente quietos.
—Algunas personas podrían estar demasiado lejos para ser salvadas —
habla el Sombrerero, su voz lo suficientemente alta para que la sala lo
escuche. Me giro para mirarle, encontrándome con sus ojos. Hay tristeza
allí.
—¿Realmente crees eso? —pregunto—. ¿Crees que hay algunos de
ustedes que no pueden ser salvados?
—No hace mucho tiempo —interrumpe White—, creías que no podías
ser salvado, Sombrerero.
El Sombrerero inclina la cabeza hacia White en reconocimiento antes de
mirarme de nuevo.
—Entonces, necesitamos un plan que implique salvar al príncipe —
concuerda el Sombrerero—. Sin presión.
—¿Por qué necesitamos eliminar al príncipe? —pregunta alguien en la
mesa, una mujer con cuernos—. ¿Por qué no ir por la Reina Roja? Si
eliminamos a la Reina, todo lo demás es discutible.
—Bribón es el general de la Reina Roja. Debe ser removido para que ella
se debilite —responde el Sombrerero—. La profecía habla de la triada.
Clara es solo la primera. La Oruga dice que solo hay un futuro posible en el
que tenemos éxito. Este es ese futuro.
Cuando nadie más habla, me dirijo a los Tweedles.
—¿Hay alguna manera de revertir lo que la Reina Roja le ha hecho al
príncipe? —Formulo la pregunta con cuidado, especificando todas las
personas en cuestión. Menos posibilidades de que me desvíen de esa
manera.
Como parte de nuestro trato, se supone que deben proporcionar consejo y
asesoramiento. Sin duda repiten el trato en sus cabezas antes de decidirse a
responder. No hacen nada sin consultarse entre ellos primero. Tampoco
hacen nada sin recibir algo a cambio.
—Hay maneras —dice Dee.
—Podría funcionar si lo hiciera —agrega Dum.
—Podría fallar si no lo hace —finaliza Dee.
Veo un escalofrío recorrer a algunos de los invitados. Parece que no soy
la única a la que le asusta los gemelos.
—Entonces será arriesgado. —Asiento, mirando a Dum a los ojos,
acostumbrándome a su forma de hablar—. ¿Qué hay qué hacer para
salvarlo?
Todo tiene un precio en el País de las Maravillas. Si quiero salvar al
Príncipe, habrá un intercambio justo. Necesito saber si lo puedo pagar.
Hablan al mismo tiempo con esa voz inquietante que flota en el aire.
—El amor provocó la muerte del Príncipe. El amor lo hará libre.
Miro al sombrerero.
—¿A quién amaba el Príncipe? —pregunto, aunque tengo una pequeña
sospecha.
—Solo a una, que yo sepa —murmura—. Alicia.
Suspiro.
—Genial. Así que eso es imposible. Tal vez no tenga que ser un amor
romántico. ¿Tal vez podría ser amor Maternal?
El rostro del Sombrerero se ilumina, la excitación le recorre mientras se
tensa debajo de mí.
—¡La Reina! —exclama—. Amaba a la Reina.
—Su madre —aclara Cheshire—. ¿Cómo puede su madre ayudarlo a
traerlo de vuelta? Ella está muerta.
—Podría ser capaz de actuar como una especie de faro, capaz de atar a la
Reina a este mundo de la misma manera que fui capaz de atar a Clara en el
Más Allá.
—¿Hiciste eso? —pregunta White, sobresaltado—. Nunca lo habías
hecho antes.
—El cambio llegó al País de las Maravillas, en el momento en que Clara
Bee unió nuestras manos —dijo el Sombrerero encogiéndose de hombros.
—¿Será capaz de hacerlo? ¿Ella querría hacerlo? —pregunta, feliz de
tener algún tipo de plan en marcha.
—Solo hay una manera de averiguarlo. —El Sombrerero me levanta de
la silla y me pone de pie—. La fiesta del té se acabó para todos. Es
momento de irse.
Los invitados se levantan y comienzan a dirigirse hacia el otro lado de la
sala. Los gemelos los miran y se levantan. Veo que Dee se lame los labios.
Empiezo a creer que Tweedledum y Tweedledee se alimentan de almas.
—Ellos son amigos —les digo de nuevo, solo para ponerlo en evidencia
en caso de que intenten sacar la carta de “no lo sabíamos”—. Todo el
mundo en esta casa en este momento es un amigo. —Definitivamente voy a
poner un cartel.
Suspiran decepcionados antes de volver a sentarse. Sorben su té en
silencio, con su atención puesta en mí.
Se te advierte, la voz de Dee flota a través de mi cabeza.
El Más Allá puede quitarles una vida a los muertos, agrega Dum. Si
tomas un alma de los muertos.
Genial. Nada de lo qué estresarse entonces, creo. Espero que no llegue a
eso. Y espero seriamente que los Tweedles no vuelvan a hablar a mi mente.
Dejan una sensación aceitosa. Me dan ganas de raspar el interior de mi
cerebro.
Cheshire y White siguen sentados en la mesa, observándonos. White
comprueba de nuevo su reloj, su rodilla rebota inquieta. Cheshire sonríe
cuando se da cuenta de que lo estoy mirando.
—Trata de no perderte. —El mensaje es claro. Frunzo el ceño ante su
comentario de mal gusto, endureciendo mi columna vertebral mientras
flotamos hacia el otro lado de la habitación. Cuando miro por encima de mi
hombro, los dos están concentrados en otra cosa.
—¿Estás lista, Clara Bee? —pregunta el Sombrerero. Asiento, aunque
me tiemblan las manos. La última vez no fue tan divertida; apenas llegamos
a tiempo.
Envuelve mi mano en la suya, lanza su sombrero, y el portal se abre ante
nosotros.
── ⋆✩⋆ ──
—La próxima vez que vengamos aquí, recuérdame que traiga pantalones
cortos y una camiseta de tirantes. —Resoplo cuando la humedad me golpea.
El sudor se acumula inmediatamente en mi frente, mis pantalones de cuero
y mi chaqueta lo hacen casi insoportable.
—Siempre puedes quitarte la ropa. —El Sombrerero sonríe, y menea las
cejas. Pongo los ojos en blanco.
—Sí, exactamente lo que quiero hacer. Conocer a la antigua Reina del
País de las Maravillas desnuda.
—Como quieras. —Se quita la chaqueta y se la echa por encima del
hombro, sin dejar de tocar nuestra piel. Sin camisa y con solo pantalones de
cuero, botas y su sombrero, el Sombrerero es un espectáculo para la vista,
especialmente mientras su cuerpo brilla de sudor. Frunzo el ceño al ver lo
fácil que le resulta quitarse la chaqueta y miro la mía, contemplando. Había
guardado mi camisola blanca que llevaba debajo de la ropa cuando caí en el
agujero del conejo. Me la puse esta mañana, solo para tener una barrera
extra entre la chaqueta y mi piel. Es delgada, y sin duda mostrará todo a
través del endeble material, pero está ridículamente caluroso, y estoy segura
de que voy a comenzar a derretirme pronto si no hago algo.
—Bien —murmuro, trabajando en los botones de la parte delantera de la
chaqueta.
El Sombrerero hace una pausa, mirándome con gran interés mientras me
quito la chaqueta de los hombros, revelando la camisola translúcida que
tengo debajo. El sudor lo ha hecho aún peor, delineando mi sostén de encaje
debajo. Sus ojos se calientan cuando caen en la sombra de mis pezones a
través de la tela.
—Tal vez deberías dejártela puesta. —Se esfuerza, limpiándose la frente
con el dorso del brazo.
—Hace calor —remarco—. Deberías haberme vestido con algo más
fresco si querías que me lo dejara puesto.
—Podría arrinconarte contra un árbol y salirme con la mía. —Su voz es
ronca, y calienta mi núcleo cuando las imágenes saltan inmediatamente a
mi cerebro. Sacude la cabeza, como si intentara desalojar el pensamiento—.
Estamos en un tiempo prestado. No hay tiempo para el coqueteo en el Más
Allá. —Me mira de nuevo el pecho—. Pero después. Después, después,
después. —Sonríe.
Empezamos a movernos por la selva. Intento concentrarme en la tarea
que tengo entre manos, pero es difícil con las vibraciones que provienen del
Sombrerero. Son difíciles de ignorar. Entre sus miradas de reojo y los roces
“accidentales” contra mi cuerpo acalorado mientras avanzamos entre los
árboles, es casi imposible pretender que no hay una tensión tan espesa
zumbando entre nosotros. Me repito las mismas palabras una y otra vez. No
tenemos tiempo. No tenemos tiempo. Las puntas de mis dedos ya se están
desvaneciendo.
—Entonces, ¿dónde encontramos exactamente a la Reina en la jungla?
—Estoy agradecida de haber tenido la previsión de atarme el cabello en un
moño suelto. El sudor corre por mi cuello en senderos constantes. No estoy
acostumbrada a esta clase de humedad. Honestamente, no veo como podría
estarlo alguien. Es como un sauna.
—Seguir el rastro de mil lágrimas para imaginar un encuentro con los
oídos de la vieja Reina.
Le frunzo el ceño al Sombrerero.
—¿Qué significa eso? ¿El rastro de mil lágrimas?
No responde, sino que señala el suelo a nuestro paso. Es la primera vez
que noto un pequeño destello allí, algo que refleja la luz del sol en
incrementos. Parece un poco de brillantina. Me agacho, manteniendo mi
mano en la del Sombrerero y miro más de cerca lo que está causando las
refracciones de luz.
—Es un cristal —digo sorprendida—. Un montón de cristales.
—Diamantes.
Un sonido estrangulado sale de mi garganta.
—Estamos siguiendo un rastro de diamantes, ¡A la mierda!
Y estos diamantes no se parecen en nada a los que vi antes. Brillan más
de lo que jamás he visto brillar un diamante, sus facetas refractan la luz
como una estrella. No tengo idea de cómo me los perdí antes.
—Tienes que saber buscar —dice el Sombrerero, respondiendo a mis
pensamientos no expresados—. Si no sabes que están allí, no los verás.
—¿Cómo es posible?
Él se encoge de hombros.
—Magia, supongo.
Es una respuesta del País de las Maravillas, una que realmente no
entiendo, pero ya no cuestiono. Hay algunas cosas que escapan a mi
comprensión.
Continuamos por la densa jungla, el sonido de los animales parloteando a
nuestro alrededor. Todavía no veo a nadie, aunque espero que haya miles de
criaturas y personas aquí.
—¿Dónde está toda la gente? —pregunto, curiosa. ¿No debería el Más
Allá estar más poblado?
—Tienes que mirar más de cerca. El Más Allá solo te mostrará lo que
quieres ver. Tienes que querer ver a todos para poder verlos.
—Está bien. —Aprieto mis labios en concentración—. Tengo que querer
verlos —Me repito a mí misma. Pienso en encontrarme a la gente que me
rodea, en ver a los habitantes.
De repente, todo se vuelve más claro, y ya no estamos caminando por
una selva sin vida. Estamos rodeados de criaturas a nuestro alrededor,
siguiendo nuestro rastro. Las criaturas rosas parecidas a los monos saltan de
una rama de árbol a otra, manteniendo el ritmo junto a nosotros. Hay un
puercoespín y una especie de gato con rayas verdes caminando a mi lado.
Mientras los miro con asombro, el gato verde levanta su rostro y unos ojos
humanos me devuelven la mirada, sobresaltándome tanto que tropiezo. El
Sombrerero me mantiene en pie. Mientras observo, el gato se transforma en
una mujer ante mis ojos. Su cabello es tan verde como lo era su pelaje, su
vestido un bonito tono dorado. Grandes orejas se asientan en su cabeza, una
cola detrás de ella, al igual que Cheshire. La única diferencia es que donde
Cheshire es todo azul, ella es toda verde.
—Sombrerero —exclama, con una gran sonrisa—. Qué bueno que nos
visites.
—Danica. —El Sombrerero sonríe tristemente—. Me alegra volver a
verte.
—Y tú debes ser Clara —dice enfocándose en mí—. He oído las
conversaciones. Estoy feliz de poder conocerte. Solo desearía que sea en la
tierra de los vivos y no aquí.
—Encantada de conocerte —le digo sonriendo. Me gusta de inmediato.
Tiene ese aire inocente que me hace querer protegerla, aunque no lo
necesite, aunque ya haya pasado el tiempo.
—Hay tantas cosas que han cambiado, Sombrerero. Un día pronto, Clara
y tú deben venir a tomar el té. —Ella le sonríe, con una mirada traviesa en
su rostro.
—Estaremos encantados —le contesta. Yo le sonrío y asiento.
—Bueno, tengo que irme —dice Danica, sonriéndonos dulcemente—.
¿Le dirás a Cheshire que lo saludo? —Se vuelve, pero vacila—. Y dile que
lo amo y que no se meta en problemas.
El Sombrerero resopla.
—Cheshire no se aleja de los problemas. Sabes eso.
—Solo dile. Tal vez escucharlo de mi parte haga la diferencia.
El Sombrerero asiente y Danica se transforma de nuevo en gato.
Dale al País de las Maravillas el infierno, Clara, su voz flota a través de
mi mente. Derríbala por todos nosotros.
Me sobresalto, en serio, ¿todos pueden hablar en mi mente en el País de
las Maravillas? Pero sonrío diciendo que lo entiendo. Cuando se va, me
vuelvo al Sombrerero de nuevo.
—¿Quién es ella para Cheshire?
Él mira el dosel sobre nosotros, observando los pájaros revoloteando
alrededor, los monos rosados balanceándose de rama en rama.
—Su hermana pequeña —susurra tan suavemente que apenas lo
entiendo.
Mi corazón se detiene.
—Oh, no —murmuro—. ¿Fue la Reina Roja?
Él no responde de inmediato, pero no tiene por qué hacerlo. Ya sé la
respuesta. Me da rabia, tanta rabia, que la Reina Roja le haya quitado tanto
al País de las Maravillas. Todo por una venganza mal planeada.
—Debe ser detenida —dice el Sombrerero mientras comenzamos a
movernos de nuevo—, a toda costa.
—Estoy de acuerdo. —Aprieto su mano suavemente en la mía—. La
derribaremos.
Me mira con ojos increíblemente tristes. No puedo imaginar la carga de
pasar al Más Allá a aquellos que te importan, viéndolos morir uno por uno a
manos de alguien a quien una vez llamaste amigo. El Sombrerero es la
persona más fuerte que he conocido.
── ⋆✩⋆ ──
Sé que estamos cerca cuando empiezo a oler rosas. Esa es mi primera
señal. La siguiente es el humo que susurra a su lado, como si alguien
estuviera cocinando fuera. Cuando atravesamos los árboles, el rastro de
diamantes termina, mis ojos se posan en una pequeña y pintoresca cabaña.
Las rosas crecen a un lado, de color blanco puro. No hay ni una sola mota
de rojo, y entiendo por qué los que están en el Más Allá no quieren ver las
flores nunca más.
—Esperaba algo más grande —le digo al Sombrerero honestamente. Al
fin y al cabo, eran el Rey y la Reina y vivían en un castillo. Esta es una
reducción considerable, incluso si se ve cómoda y bonita. Hay un fuego en
el patio, una especie de criatura asándose sobre las llamas. No puedo decir
qué es, pero parece un pavo gigante.
—Los difuntos Rey y Reina siempre han sido modestos. Eran conocidos
por ser muy generosos y se aseguraban de que nadie pasara hambre. Si no
tenías un lugar para cenar, cualquiera podía entrar por sus puertas y unirse a
su mesa.
—Exactamente como debe ser un gobernante. —Sonrío ante la idea,
deseando que más personas sean como ellos. Se oye como si fueran los
monarcas perfectos.
La puerta principal se abre, y la mujer de mi cepillo de té real sale. Lleva
un sencillo vestido amarillo y una diadema dorada en la frente. Todavía luce
tan majestuosa como en su traje de corte completo, su postura delata su
estatus. Su rostro se ilumina cuando ve al Sombrerero. Ella se apresura a
cruzar el patio y lo envuelve en un cálido abrazo. Me arrastra junto con el
abrazo ya que nuestras manos todavía están unidas. Mi brazo opuesto ya se
ha desvanecido por completo, y mi pierna está justo detrás de él. La Reina
suelta al Sombrerero y sus ojos se posan en mí.
—¿Es ella? —le pregunta al Sombrerero con asombro.
—Soy Clara —le proporciono amablemente, y la mujer chilla de
emoción antes de envolverme en sus brazos. Me corta el aire de tan
apretado.
—Estoy tan feliz de poder conocer a la mujer que se ha ganado el
corazón de nuestro querido Sombrerero. —Me sonrojo, apartando algunos
cabellos sueltos de mi cara cuando ella me deja ir—. Edward está ayudando
a algunos de los habitantes más nuevos a construir casas. Pero por favor
entren. Únanse a mí para el té.
—Me temo que no tenemos mucho tiempo, su majestad. —El
Sombrerero sonríe tristemente—. Cómo desearía que pudiéramos
quedarnos, pero Clara no pertenece aquí, y se está desvaneciendo. Si no
regresamos antes de que se desvanezca por completo, podría perderla para
siempre.
—¡Oh, querido! ¡No queremos eso! ¿Hay algo que pueda hacer por ti
entonces? No viniste al Más Allá para arriesgar su vida por nada.
—No —interrumpo. Miro al Sombrerero y el asiente animándome—.
Necesitamos su ayuda.
Su rostro se endurece.
—Me temo que ya no podré levantar mi espada y luchar. Si eso es lo que
buscan.
—La profecía dice que seré la ruina de Bribón —digo en voz baja.
—Mi hijo. —Su rostro es serio mientras me escucha atentamente,
pendiente de cada una de mis palabras.
—Sí, pero Alexander es una víctima en todo esto sin importar lo que
haya hecho bajo la influencia de la Reina Roja. Si puedo salvarlo sin
matarlo, preferiría hacerlo.
Ella parpadea antes de tomar mis mejillas suavemente entre sus manos.
Sus ojos brillan.
—Te agradezco por eso, Clara. Eres todo lo que imaginé que serías. —
Ella me deja ir y pone sus manos en sus caderas—. Ahora dime cómo juego
en todo esto.
—Los Tweedles… —se mofa el Sombrerero, y sospecho que es por su
desagrado hacia los gemelos—, han dicho que el amor puede liberarlo —
continúa El Sombrerero tras su interrupción.
—Alicia es un callejón sin salida, por supuesto —agrego.
—¿Pero quieres que lo intente? —La Reina está pensativa—. ¿Ellos no
especificaron qué tipo de amor?
—No. Solo que debe ser amor.
—Eres bastante lista para saltar a la conclusión del amor maternal,
querida. —La reina sonríe—. Por supuesto que estoy dispuesta a ayudar.
Déjame dejarle una nota a Edward, y podemos estar en camino antes de que
empiece a preocuparme. Te estás volviendo bastante translúcida.
—Estará atada a mí en el País de las Maravillas, su majestad. Estará
presente pero incorpórea —le dice el Sombrerero. ¿Tal vez ahora sea un
buen momento para mencionar la advertencia de los Tweedles? Los miro
cuidadosamente y sacudo la cabeza. Si hay un precio que pagar, lo pagaré.
Cualquier cosa para detener a la Reina Roja.
—Lo entiendo. —Ella se vuelve a mí—. ¿De verdad crees que mi amor
puede sacarlo de la prisión de su mente?
La miro a los ojos.
—Creo que vale la pena intentarlo. Si puedo salvar a su hijo, lo haré.
Me sonríe con cariño antes de entrar corriendo para dejar una nota.
Cuando ella regresa, hacemos la caminata de regreso a través de la jungla,
los animales una vez más parlotean y nos siguen. La Reina les habla
dulcemente, instándoles a que se acerquen y se sienten sobre sus hombros.
Me encuentro deseando que siga siendo la reina, que siga siendo la
gobernante del País de las Maravillas. Pero entonces, miro al Sombrerero,
tan decidido a salvar su mundo, luchando contra la locura que se cuela en su
alma, y agradezco a quien quiera que esté escuchando que estemos
destinados a estar juntos. Estoy agradecida de haber sido atraída a su
mundo.
Yo hago mi propio destino, pero a veces, está bien ser feliz con alguien
que cae en tu vida. O al revés, en este caso. A veces, el Destino sabe lo que
hace.
¿Y esa persona que entra en tu órbita? Bueno, puede que sea el amor de
tu vida, después de todo. Aunque estén un poquito locos.
Capítulo veintiuno
Traducido por Nea
Corregido por BLACKTH RN
Editado por Banana_mou

Volvemos a pasar por el portal para encontrar la habitación exactamente


como la dejamos, sin los invitados de la fiesta del té que viajaron a través
del portal con nosotros en primer lugar. White sigue sentado en el mismo
sitio, comprobando constantemente su reloj. No tengo ni idea de lo que ve
en la esfera del reloj. Planeo preguntárselo pronto. Cheshire tiene los pies
sobre la mesa, con un palillo en la comisura de los labios. Parece
increíblemente aburrido mientras abre una navaja de bolsillo una y otra vez.
Tweedledee y Tweedledum se sientan más adelante en la mesa, tan
inmóviles como estatuas. Dum parpadea y me recuerda que, de hecho, están
vivos y no son sólo figuras de cera de los gemelos. Nadie habla ni presta
atención a los demás.
White levanta la vista cuando nos adentramos en la habitación. Cuando
sus ojos se posan en la Reina, salta de su asiento más rápido de lo que mis
ojos pueden seguir. Corre a través del salón de baile hacia nosotros.
Cheshire lo mira extrañamente antes de ver a la Reina. Él también se
levanta y se guarda el cuchillo antes de cruzar la sala en nuestra dirección a
una velocidad mucho más lenta que White. Los gemelos no muestran
ninguna emoción. Se limitan a mirar sin comprender. No parece que les
importe la vieja Reina.
—¡White! ¡Cheshire! —exclama la Reina, abriendo sus brazos de par en
par.
White va directo a su abrazo pero, en lugar de poder abrazarla, la
atraviesa. Me sobresalta tanto que chillo antes de recordar lo que el
Sombrerero había dicho. Ella es esencialmente un fantasma. Nadie podrá
tocarla.
White parece afectado por un momento antes de recomponerse, se
endereza el chaleco y sonríe.
—Está tan guapa como siempre, majestad.
—Sí —ríe—. La muerte hace maravillas con la apariencia.
White frunce el ceño, pero no comenta nada. Cheshire se queda a una
distancia saludable, observando.
—Cheshire. —Le sonríe. No intenta un abrazo de nuevo mientras lo mira
con cariño—. Cómo los he echado de menos a todos. —Mira hacia los
Tweedles—. Incluso a ustedes dos.
Los gemelos asienten cordialmente con la cabeza, pero no responden. La
reina los despide, sin prestarles más atención.
—Vengan —dice el Sombrerero—. Sentémonos a tomar el té. Podrá
disfrutar de las opciones, su majestad. La mesa está encantada para permitir
a los difuntos una comida.
—Hacía mucho tiempo que no me sentaba en la Fiesta del Té del
Sombrerero Loco.
Ella agita las pestañas ante el Sombrerero cuando este le ofrece su brazo.
Parece que es capaz de posar su mano fantasmal sobre la de él, dando la
apariencia de que realmente están caminando del brazo. Los veo alejarse,
charlando animadamente sobre tonterías. Todavía se me eriza la piel por
haber estado en el Más Allá y casi haberme desvanecido por segunda vez.
Es casi como si mi cuerpo necesitara tiempo para acostumbrarse de nuevo a
su propia piel. Es una sensación extraña, casi morir, sabiendo lo cerca que
estás. Confío en el Sombrerero, confío en que se asegurará de que siempre
vuelva, pero eso no hace que los sentimientos desaparezcan. He esquivado
la muerte demasiadas veces desde que caí por la Madriguera y, sin embargo,
no parece preocuparme. Mis prioridades han cambiado obviamente desde
que estoy aquí. Sólo espero tenerlas en orden.
White sigue al Sombrerero y a la Reina, tomando su asiento en la mesa
con ellos. Cheshire sigue de pie a mi lado, sus ojos mirando hacia la puerta
del portal con anhelo.
Me muerdo mi labio inferior entre los dientes, moviéndome
incómodamente.
—Me dijo que te dijera que te quiere. Y que no te metas en problemas —
susurro, segura de que me escuchará.
Los ojos de Cheshire se mueven hacia los míos, con una emoción lo
suficientemente fuerte como para hacer que me duela el corazón. Lucho
contra el dolor allí, sabiendo que Cheshire no aceptará mi empatía.
—Ella habló contigo. —No es una pregunta, pero respondo de todos
modos.
—Sí. Es increíble. Y hermosa. —Lo digo en serio. Puedo vernos a
Danica y a mí convirtiéndonos en rápidas amigas en el Más Allá. Solo...
desearía que fuera una posibilidad en la tierra de los vivos.
—Era —roe Cheshire—. Ella era increíble. Era hermosa. Ahora, solo
está muerta.
Me sorprende la rabia que irradia Cheshire, la rabia que hierve en sus
ojos cuando se encuentran con los míos. Hay tanto ahí, tanto reprimido. Sus
ojos se vuelven completamente felinos, convirtiéndose en una fina
hendidura y brillan con un color amarillo intenso. Sus orejas se apoyan en
la cabeza.
—Cheshire, no quise decir...
—Atrás, Clara. Vuelve con tu Sombrerero.
—Pero ella está ahí, y parece feliz. Puede que no esté en este mundo,
pero existe. Cuando sea tu momento, la volverás a ver.
Cheshire me mira, realmente estudia mi cara.
—¿No te dijo el Sombrerero que un Hijo del País de las Maravillas no
puede morir?
Me doy cuenta de ello. Abro la boca, insegura de lo que va a salir. No
sale nada. En su lugar, termino cerrándola de nuevo, con los ojos llorosos
por el dolor que veo reflejado en sus ojos. ¿Qué le dices a alguien cuando
conoce el peor dolor? ¿Cuando saben que nunca más van a ver a alguien a
quien aman? No hay nada que pueda decir para hacer que sea mejor. Nada.
—Ahórrate las obras de agua, Clara. No necesito la compasión —mira
hacia la mesa donde la Reina está riendo, White y el Sombrerero sonriendo
junto a ella—. Guárdala para alguien que la merezca.
Comienza a caminar hacia las puertas, obviamente con la intención de
abandonar la incómoda y triste situación en la que me he metido. Esta vez
no intento detenerlo. ¿Qué más puedo decir? «Siento mucho que no vuelvas
a ver a tu hermana» no parece que vaya a ser suficiente. Estoy empezando a
ver que El País de las Maravillas no es lo único dañado. Sus habitantes
están sufriendo tanto o más. La mente del Sombrerero es como una prisión
que lo está volviendo loco. La incesante comprobación del reloj de White
tiene que ser de algo, alguna obsesión nacida del horror. Y Cheshire.
Cheshire está enfadado. Enfadado con la Reina Roja, enfadado conmigo,
enfadado con el mundo. Esa ira va a comerlo vivo.
Cheshire está a medio camino de las puertas cuando estas se abren de
golpe, los paneles de madera haciendo marcas en las paredes a ambos lados
donde chocan con el yeso. El Bribón se queda enmarcado con el Lirón
delante de él, ensangrentado y roto. Observo con horror cómo el Bribón
arroja su cuerpo al suelo del salón de baile a sus pies. El rojo brillante
comienza a acumularse debajo y jadeo. El Lirón no respira. El Lirón no va a
decirle a Cheshire que mantenga sus botas fuera de la mesa nunca más. Doy
un paso adelante, sin saber qué quiero hacer.
La Reina hace un sonido estrangulado, su mano cubriendo su boca ante
la escena que tenemos delante. El Bribón la mira, pero no reconoce su
identidad. Ni siquiera parece que haya un reconocimiento. Empiezo a
preocuparme de que nuestro plan podría no funcionar.
—Siento llegar tarde al té —anuncia El Bribón—. Pero yo vengo con
regalos.
Abre sus brazos de par en par y las Cartas comienzan a derramarse en la
habitación.
Capítulo veintidós
Traducido por aryancx
Corregido por BLACKTH RN
Editado por Banana_mou

Estoy demasiado lejos del Sombrerero. Él está al otro lado del salón de
baile y yo estoy muy lejos. Es el primer pensamiento que se me atraviesa
por la cabeza cuando gira y corre hacia mí. Todo se mueve en cámara lenta,
los sonidos desaparecen hasta que se siente como si estuviera en un túnel,
como si mis oídos estuvieran cubiertos de algodón. La reina se levanta de
su asiento, su rostro refleja horror mientras mira fijamente la apariencia de
su hijo, en las rosas. Tengo un pensamiento fugaz de que debí advertirle.
Tweedledum y Tweedledee apenas reaccionan. Ni siquiera se levantan de
sus asientos. La única razón por la que supongo que saben que algo está
sucediendo es porque los veo sonreír al mismo tiempo, su concentración
está en las Cartas que caen en la habitación. Es seguro decir que saben que
las Cartas no son amigas.
Cheshire desaparece de su lugar más rápido de lo que antes había visto,
solo para reaparecer junto a White en el otro extremo de la mesa. Ambos
sostienen espadas de aspecto perverso, ambos con colores diferentes. No
puedo ver ningún detalle, pero sé que son complejas. White y Cheshire dan
un grito de batalla y empieza la emboscada, cortando Cartas a la velocidad
de rayos.
El Sombrerero es rápido, pero no lo suficientemente rápido. Miro
angustiada cómo la Sota lanza una daga por el aire. Está apuntado hacia el
Sombrerero y el pánico se apodera de mi corazón.
—¡Cuidado! —grito, pero mi voz no le llega a tiempo. La daga se
estrella contra el hombro del Sombrerero, incrustándose profundamente. Se
tropieza por la fuerza, pero no se detiene nunca. La sangre brota de la
herida, goteando sobre su pecho desnudo en pequeños ríos.
Me agarra de la mano y me arrastra hacia el portal de escape,
arrancándose el sombrero de la cabeza. Escapar. Estamos tratando de
escapar.
—Tenemos que irnos. Debemos irnos —canta mientras arroja el
sombrero en el suelo.
No sucede nada.
El Sombrerero hace un ruido ahogado y vuelve a intentarlo, recogiendo
el sombrero y tirándolo hacia abajo, poniendo toda su concentración en la
tarea. Su rostro se arruga mientras intenta recurrir a su poder. El sonido de
la risa de la Sota llega a nuestros oídos.
—¿Pensaste que no tendría un plan esta vez? —pregunta la Sota,
caminando hacia nosotros, dando pasos lentos y mesurados.
La Reina sigue detrás de él. Apenas reacciona a ella, elige ignorar a su
madre a favor de hacernos daño.
—Alexander —intenta. Nada pasa—. Por favor, debes detener esto.
La Sota se toma su tiempo para caminar hacia nosotros, como si no le
importara nada en el mundo. Detrás de él, las Cartas aún abarrotan la
habitación. White y Cheshire se encuentran con ellos, balanceando sus
espadas y gruñendo, los cuerpos se amontonan a su alrededor a un ritmo
alarmante. No parece afectar a la gran cantidad de enemigos. Tweedledum
está rastrillando sus garras por el pecho de uno. Justamente observo cuando
Tweedledee agarra a una de las Cartas y arranca su cabeza limpiamente de
su cuerpo. Mi estómago se revuelve. Ahora entiendo por qué me siento
como una presa a su alrededor.
—El cuchillo. —El Sombrerero arranca el metal de su hombro, el borde
dentado se desgarra. Grita de dolor y la sangre brota de la herida antes de
dejar caer el filo al suelo. Retumba, enviando gotas de sangre roja brillante
a través del suelo dorado y gastado. Algo me salpica las botas.
—Qué encantador. —La Sota sonríe—. Hecho especialmente para el
Sombrerero de la Reina Roja. Deberías considerarte especial ya que gastó
tanto tiempo contigo.
—Alicia puede irse al infierno —gruñe el Sombrerero.
Me quedo allí mientras escupen palabras de un lado a otro, insegura de lo
que debería estar haciendo. Tengo el Rompecorazones en mi mano,
esperando no tener que usarlo. Mi trabajo es detener esto, derribar a la Sota.
No quiero lastimarlo, pero estamos a su merced. Me niego a dejar morir a
más habitantes del País de las Maravillas. Necesito dar un paso al frente
ahora, antes de que sea demasiado tarde. Mis ojos buscan a la Reina y la
encuentran justo detrás de Alexander. Su rostro denota tristeza pero ella es
fuerte. Su columna está rígida. Ligeramente asiento la cabeza hacía ella,
haciéndole saber que es hora de actuar, de salvar a su hijo. Ella camina
hacia adelante.
La Reina está al lado de la Sota cuando saca una espada que nunca había
visto. Está dirigida a su cuello, pero pasa de la misma manera que lo había
hecho White. No tiene que ser algo para hacerle daño, los ojos de la Sota se
abren un poco, y veo los primeros signos de reconocimiento en sus
profundidades. La Reina, para su sorpresa, no ralentiza ni muestra ninguna
reacción percatándose que la espada pasa a través de ella. Ella sigue
caminando hasta que se pone de pie a nuestro lado.
—Alexander. —Enfoca sus ojos hacia el hombre que dio a luz,
asimilando todo lo que se ha convertido—. Mi bebé. Cuánto te extrañe.
—¡No pertenezco a nadie más que a la Reina Roja! —gruñe él, tomando
un paso hacia nosotros amenazadoramente.
El Sombrerero y yo sacamos las espadas que usamos al mismo tiempo,
los sonidos que hacen al deslizarse de las vainas dibujándose frente a los
ojos de la Sota. Para entonces, ya había puesto al Rompecorazones lejos de
aquí, decidiendo que estamos demasiado cerca para que las balas golpeen
con seguridad solo a la Sota. Hay demasiados de nuestro equipo en la línea
de fuego.
—¿Piensas vencerme en la batalla? —pregunta. La cuestión es dirigida a
mí. Levanto la barbilla.
—Es mi destino —respondo, sosteniendo la espada firmemente a mi
lado.
Él se ríe y yo me tenso.
—Esa oruga ha estado llenando sus cabezas con tonterías, ¿cierto? ¿En
serio crees que eso sea verdad?
Le sonrío y sé que no es una sonrisa amistosa. Puedo sentir la amenaza
que tengo que mostrar, saliendo de mis labios. Mi rabia se apodera de mí,
pero cuando hablo de nuevo, mi voz es tranquila, firme. El Sombrerero
permanece a mi lado, mi oscuridad roza contra él.
—No sabemos si es verdad. Pero esperamos que lo sea. Tenemos
esperanza para el País de las Maravillas. Y voy a blandir esa esperanza
como una espada.
—Tu esperanza morirá contigo. —La Sota levanta su espada.
—Alexander. Este no eres tú. —La Reina vuelve a intentarlo—. Este no
es el chico que crie. Mi hijo nunca alzaría su espada contra amigos.
—No soy un niño. Soy un hombre. En la estación más alta posible.
—No, hijo mío. Eras un príncipe. Ahora, no eres nada más que una
marioneta.
—¡Cállate! —gruñe la Sota—. No sabes de lo que estás hablando.
—Conozco a mi hijo. Y lo amo. Sé que está en alguna parte dentro de ti,
luchando por salir. Déjalo salir. —La reina da un paso más cerca, sus ojos
brillan mientras trata de razonar con la Sota. Espero con todo el corazón
que Alexander todavía esté en alguna parte de él, capaz de encontrar el
camino a casa—. Este no eres tú.
—Tú no sabes nada. Todos morirán por las mentiras que se derraman de
tus labios. Les quitaré las cabezas y se las daré a la Reina en bandeja de
plata. —La Sota mira al Sombrerero—. ¿Podrás sobrevivir a una
decapitación, Sombrerero? ¿Lo ponemos a prueba?
Una rabia cegadora llena mi cuerpo, pero me mantengo bajo control.
Inhalo y exhalo de la misma manera que hago en la sala del tribunal.
Necesito mantener la cabeza ecuánime. Las guerras no se ganan con
decisiones imprudentes. Se ganan con estrategia.
—No puedo morir. —La voz del Sombrerero es áspera y no tengo duda
de que los recuerdos que vienen de regreso no son nada más que
horripilantes.
—Bueno, entonces supongo que la Reina Roja mantendrá tu cabeza en
una caja de cristal donde te verás obligado a ver a todos los que amas, como
tu mundo entero, muere a manos de la única y verdadera reina. Ella se
bañará en su sangre y no se detendrá hasta que el último cadáver esté frío
sobre sus pies. Te veré gritar en su caja de vidrio hasta que triture tus
cuerdas vocales para convertirlas en cintas.
El Sombrerero se sobresalta, el viento lo golpea profundamente. Trato de
agarrar su mano, siento la tensión enroscarse, lista para explotar. Actuó con
demasiada lentitud. Siempre soy demasiado lenta. Toma su espada contra la
Sota, elevándola alto. Hay un choque de metales cuando sus hojas se
encuentran, el sonido metálico se mezcla con los de la lucha que nos rodea.
White, Cheshire y los Tweedles están luchando duro, pero las Cartas los
superan en número diez a uno. Cuanto más matan, más se multiplican,
como una hidra. Corta una cabeza y salen dos cabezas más. Veo a los
Tweedles dejar un rastro de carnicería detrás de ellos, pero incluso
entonces, no parece ser suficiente. Tweedledum está sangrando por una gran
herida en su pecho, la armadura de escamas de dragón abierta. Tweedledee
tiene sangre goteando por sus cuernos. Ensangrentados, hacen una
horripilante vista.
White está completamente cubierto por el crúor de la batalla. Está
chorreando sangre, el aerosol empapando su ropa. No sé si es suya o si todo
es de las Cartas que ha derrotado. Sus orejas se contraen, catalogando los
movimientos a su alrededor. Parece saber segundos antes de que una Carta
lo ataque, capaz de salir del camino. Cheshire está completamente
impecable en todas partes a excepción de las aterradoras garras en sus
manos. Gotean la sangre de las Cartas que ha mutilado, dejando charcos por
todas partes mientras se abre paso a través del grupo. Los destroza uno a
uno, su cuerpo completamente felino. Ambos son un espectáculo para
observar.
Cuando me concentro de nuevo en el Sombrerero y la Sota, puedo decir
que están empatados. Pelean de un lado a otro balanceando sus espadas. El
Sombrerero parece más fuerte, pero está lesionado, y empiezo a pensar que
su mente le está jugando unas bromas pesadas. De vez en cuando agrega un
giro extra en una dirección diferente, como si pensara que alguien está allí
corriendo hacia él. Nunca hay nadie allí, y la Sota toma ventaja de sus
costillas abiertas. El Sombrerero está sangrando por los cortes que le
recorren el costado del cuerpo. Cada sonido metálico hace que mi corazón
se apriete con fuerza.
—Tenemos que hacer algo —digo lo obvio, mirando a la Reina en busca
de ayuda.
—¿Qué podemos hacer? No me escucha.
—Necesitamos algo poderoso —murmuro, mirando la lucha de cerca—.
Algo que funcione.
—¿Cómo qué? —La voz de la Reina tiembla. Retuerce sus manos.
—¿Hay algo que puedas decirle? ¿Algo que haga que recuerde el tiempo
antes de convertirse en la Sota? ¿Algo que desencadenará una fuerte
emoción? Lo que sea. —Es mi última excusa antes de tener que llamar al
plan un fracaso y volver a la idea de que tengo que matar al hombre que es
más víctima que villano. Si puedo evitar eso, lo haré, pero las
probabilidades no se ven bien.
—Yo... sí. Quizás haya algo. Es una canción de cuna.
—¿Qué canción de cuna? ¿La reconocerá?
Ella sonríe levemente, a pesar de que el caos nos rodea.
—Cuando Alexander era un bebé, solía cantarle una canción de cuna
cada noche. Hasta que creció y no estaba para tales cosas, todavía la tarareo
alrededor del castillo. Nunca le gustó admitirlo, pero yo lo sorprendí una
vez escuchando el sonido de mi tararear, fascinado de la misma forma en
que lo hacía de niño. Le escribí la canción cuando nació.
—Tenemos que intentarlo. Es nuestra última oportunidad. —La miro a
los ojos, asegurándome de que me escucha—. Y es todo, si fallamos,
encontraremos otra forma de deshacernos de la Sota. No tenemos otra
opción.
Ella asiente a pesar de que le acabo de decir que podría tener que matar a
su hijo. Hay demasiado en juego, y la Sota es el arma más poderosa de la
Reina Roja. Si fallamos, El País de las maravillas muere. Ella entiende
aunque su corazón se rompe. No hay otra opción.
La Reina está erguida, cruzando las manos. Sus ojos comienzan a
lagrimear incluso antes de abrir la boca. Las lágrimas se derraman sobre sus
pestañas y sus mejillas. Cuando comienza a cantar, siento el dolor que está
infundiendo en las palabras, la agonía de un hijo perdido. Las lágrimas
brotan de mis propios ojos, y las limpio mientras caen.
Tranquilo, mi bebé.
Tranquilo, amor, no llores más.
Es hora de descansar tus cabellos dorados.
Dragones te persiguen
Mi dulce caballero
Cuando te acuestas en tu cama.
Vences el mal,
Ayudas a los débiles
Porta tu humilde corona con orgullo.
Mi niño fuerte,
Sé fiel a ti mismo
No hay razón para esconderse.
Silencio ahora, mi bebé
Descansa tus cabellos dorados
Y voltea tu rostro hacia el sol.
Todas esas sombras
Se quedarán atrás, mi estrella,
Tu viaje apenas ha comenzado.

Cuando la Reina había comenzado la canción, el salón de baile estaba


lleno con los sonidos de la batalla, su voz se ahogaba por el sonido de las
espadas golpeándose entre ellas y los gritos de ira. Cuando terminó, el salón
de baile estaba inquietantemente silencioso, las últimas notas de la canción
de cuna flotando por el aire.
Las lágrimas fluyen libremente por mi rostro mientras miro. La Sota mira
inmóvil a su madre. El Sombrerero lo mira con cautela, sosteniendo su
brazo por donde la sangre sale de su herida. Ninguno de nosotros se atreve a
moverse.
—¡Madre! —ruge la Sota.
El ojo que puedo ver es negro, el color azul está oculto por el intenso
poder de la reina, la oscuridad se traga la pupila y todo lo demás dentro.
Miro con asombro cómo la negrura se desvanece, revelando un azul tan
claro que parece el agua de folletos de viajes. Doy un paso atrás
sobresaltada. El ojo de la Sota se mueve hacia mí y la comprensión cruza su
rostro. Hay asombro ahí dentro, sorpresa, esperanza. La esperanza me hace
arrugar la cara en un intento de contener las lágrimas.
—Lo conseguiste. Encontraste la forma de liberarme.
Miro en estado de shock cómo las rosas en su rostro y pecho se vuelven
blancas y mueren y, por un momento, siento la victoria bailando en mis
talones. Mi pecho se siente un poco más ligero.
—Quiero salvarte —me ahogo—. No matarte.
—No necesito salvación —gruñe, la negrura baila en el borde de su ojo.
—Cariño —interviene la Reina, llamando su atención de vuelta a ella. La
negrura vuelve a desaparecer—, este no eres tú.
—Soy el esclavo de la Reina Roja. —Las palabras suenan con dolor, la
rabia y la tristeza se mezclan—. Alicia me traicionó.
—Alicia nos traicionó a todos. No eres el esclavo de la Reina Roja. No
perteneces a Alicia. —La Reina levanta su barbilla—. Eres el príncipe
Alexander, el legítimo rey del País de las Maravillas. Debes luchar contra
este control que ella tiene sobre ti. Lucha por todos nosotros.
—Esa parte de mí está muerta. Ya no soy ese hombre.
—Está en alguna parte, luchando por salir. Eres más fuerte que esto. Eres
un rey.
Las lágrimas brotan de sus ojos, su cuerpo se tensa.
—No soy lo suficientemente fuerte como para mantenerla fuera. Incluso
ahora puedo sentir su poder moviéndose a través de mí, buscando echar
raíces de nuevo.
Le creo. Una rosa roja brillante florece en su frente, solo una. Siento la
escala en la que estamos parados, actuamos en este equilibrio mientras
luchamos para ver quién puede acumular más peso. Por un momento creí
que habíamos inclinado la balanza a nuestro favor. Creí que podíamos hacer
esto sin el derramamiento de sangre. Cuando veo otra rosa roja floreciendo.
Mis ojos buscan los del Sombrerero. Él también nota las rosas. Su rostro
está angustiado y me doy cuenta que esto es algo que él tampoco quería que
pasara. Ambos depositamos toda nuestra esperanza en este plan. Ambos
luchamos duro para salvar una vida que no está destinada a morir. Es
demasiado pronto. Alexander necesita vivir. Estamos tan cerca pero no lo
suficientemente cerca. Estamos perdiendo la batalla.
—Puedes luchar contra esto —insta la Reina—. Te amo, Alexander. Tu
padre y yo te amamos mucho.
—¡Basta! —susurra la Sota.
—Te amamos, Alexander. Eres más fuerte que ella. ¡Lucharás contra
esto! —Hay pánico en la voz de la reina ahora mientras otra rosa florece,
esta vez en su pecho—. ¡Debes luchar contra ella!
—Deja de hablar.
—Debimos de haberte protegido todos esos años. Debimos haberte
evitado toda esta agonía. Siempre estaremos contigo.
—¡Basta! —La Sota está gritando ahora, sus manos toman puñados de su
cabello. Tira brutalmente de las raíces. Las venas de su cuello comienzan a
hincharse por la tensión de la lucha contra la influencia de la Reina Roja.
Me encojo, apretando los puños. Me duele el pecho, mi corazón late
frenéticamente por dentro.
Hay una luz cegadora en la habitación, una que causa que mis ojos se
cierren. No puedo ver más allá de las estrellas en mi visión, no puedo
respirar por miedo a que venga algo peor. Cuando miro más allá de mis
pestañas otra vez, Dánica está a mi lado en toda su gloria, su cola
curvándose alrededor de mis tobillos, su forma indulgente. Lleva el mismo
vestido dorado, la misma sonrisa serena. Un ruido estrangulado proviene de
algún lugar de la habitación, como si alguien no pudiera respirar. No miro,
pero sé que es Cheshire, sé que los ruidos se ahogan con los sollozos.
Lucho contra la sorpresa de mi cara, sin revelar nada mientras me preparo
para lo que sea que esto signifique.
—Dánica —susurra la Sota. Una rosa se marchita en su rostro.
—Hola, Alexander. —Su voz es suave, hilos de amor se tejen a través de
sus palabras. Me encuentro con los ojos sorprendidos del Sombrerero, los
míos reflejan la misma emoción. Dánica. El también ama a Dánica.
La agonía está escrita en el rostro de la Sota, sus manos agarran su frente
con fuerza.
—No puedo detenerla —grita, su rostro esta enrojecido por el esfuerzo
—. No puedo detenerla.
—Lucha —dice Dánica—. Eres más fuerte que ella.
—Ya no lo soy. —La Sota cae de rodillas, su espada traquetea en el
mármol—. Ya no lo soy.
Dánica se acerca, cayendo de rodillas delante de él. Sus manos se estiran
y rozan su piel. Hay una luz brillante donde se tocan a pesar de que Dánica
no es corpórea. Otra rosa cae, pero es reemplazada por dos más. Él mira a
Dánica, las lágrimas caen por su mejilla.
—Lo siento —jadea—. Lo siento tanto.
—No vamos a discutir eso. No ahora. Pelearás, pelearás contra ella. Por
mí. Por el País de las Maravillas.
—Volverá. Siento que se apodera de nuevo. No puedo ganar. —El ojo de
la Sota me mira y la claridad brilla en el—. La profecía —susurra. Niego
con la cabeza—. ¡Sí! ¡debes hacerlo! Mátame ahora. Hazlo mientras
puedas. No puedo detenerla. No puedo ganar.
—No pudiste evitar lo que hiciste. Eres una víctima. Mereces vivir.
Todo en mi naturaleza se rebela contra castigar a un hombre inocente. Mi
alma sangra por lo que me pide que haga y mi miedo de tener que hacerlo
se hace añicos. Quiero ayudar a las personas. Quiero ayudarlas. No
causarles daño. No causarles daño. No causarles daño.
—Tienes que matarme —ruge, en su rostro siguen floreciendo más rosas.
La herida en su rostro está casi completamente cubierta de nuevo. Está
perdiendo la batalla—. No podré retenerla por mucho tiempo.
La Reina llora consternada, al darse cuenta de que es así. Este es el
momento que temíamos. Ella corre para envolver sus brazos alrededor de
sus hombros, la misma luz brillante emana de ella como Dánica. Hay un
zumbido en mis oídos mientras el tiempo se ralentiza y aprieto mi corazón
con consternación. Un viento fantasma gira a través de la habitación,
creando un vórtice que se suelta de mi cabello alrededor de mi cara. Mis
ojos dejan escapar un rastro de lágrimas sin fin.
En algún momento, el Sombrerero se mueve y se para al lado conmigo.
Él sostiene mi mano en la suya, en su rostro muestra la misma agonía que la
mía. Hay una espada en su otra mano, una espada que me ofrece.
—Apuñálame en el pecho —suplica la Sota. Abre sus brazos, Dánica y la
Reina se aferran a sus hombros.
—No puedo… —me ahogo—. No puedo hacer esto.
—Tienes que hacerlo. Ese es tu deber. ¡Debes salvar el País de las
Maravillas! ¡Debes salvarnos a todos! —Su voz se ahoga con las palabras,
la desesperación toma el control.
El Sombrerero se mueve, envolviendo sus brazos a mi alrededor por
detrás. Sus palmas doblan las mías sobre el pomo de la espada,
manteniéndolas juntas como si tuviera miedo de que me soltara. No las hizo
moverse, solo terminamos sosteniendo juntos la espada en alto. Niego con
la cabeza, ya no puedo hablar.
—Tienes que hacerlo.
La Reina está llorando, sus brazos rodean a su hijo. Ella no es más que
humo, pero sus brazos parecen estabilizar a la Sota, dándole fuerza. Dánica
tiene lágrimas corriendo por sus mejillas también, sus manos ahora tocan
cada lado de su rostro, manteniendo sus ojos en los de ella. Ellos se miran
fijamente, memorizando. Si hacemos esto, estaremos lanzando el espada a
través de ella primero. Mis brazos comienzan a temblar.
—Está bien —les susurra Alexander—. Está bien.
Dánica se inclina hacia adelante y coloca sus labios contra los de él. Es el
más mínimo de los toques y, donde se tocan, hay un brillo verdoso. El
viento se levanta y escucho que las cosas comienzan a chocar contra la
mesa, las ráfagas lo atraviesan todo. Cuando ella se aleja, su mirada me
encuentra de nuevo.
—Por favor… —se lamenta entre sollozos—. Ya no quiero ser este
monstruo.
Apenas y puedo ver, las lágrimas que derraman mis ojos, vuelven mi
vista borrosa pero el Sombrerero me ayuda a dar un paso adelante y luego
otro, hasta que estamos frente a Alexander y Dánica, y la Reina.
—¿Juntos? —susurra el Sombrerero en mi oído—. No estás sola, Clara.
No peleo mientras levantamos los brazos. Entiendo lo que debo de hacer.
Danzas negras en el borde del ojo de Alexander, buscando hacerse cargo.
Las rosas están floreciendo rápidamente en su pecho. Está perdiendo la
batalla y está dispuesto a perder su vida para salvar el mundo que debería
haber gobernado. Su sacrificio nos salvará a todos.
—Que vuele en las alas de las maravillas, su Majestad. —Las palabras
vienen automáticamente a mis labios. No tengo conocimientos de lo que es
apropiado o tradicional, pero parece ser la cosa más correcta que decir—.
Que puedas abrazar la libertad de la muerte.
Su columna vertebral se endereza mientras me mira a los ojos. Él asiente
con la cabeza. Su mandíbula se aprieta con fuerza por el dolor en el que se
encuentra. Los tendones palpitan en su cuello, las venas están listas para
estallar en su frente, mientras lucha por contener a la Reina Roja.
—¡Hazlo ahora mismo! —grita, cada palabra con agonía—. ¡Hazlo ahora
mismo!
Juntos, el Sombrerero y yo, apretamos la espada con fuerza. Damos un
paso adelante, empujando la espada reluciente, justo en el centro de la rosas
en su pecho. El aire se detiene, la habitación se queda callada. Miro cómo la
sangre emana alrededor de la espada, corriendo por su pecho en pequeños
ríos antes de acumularse en el suelo debajo de sus rodillas. El negro se
desvanece. Las rosas se marchitan una vez más y caen al suelo como
cenizas. La Reina, en silencio, solloza. Dánica mantiene sus manos en el
rostro de Alexander, sosteniéndolo, haciéndole saber que no está solo.
Otra luz cegadora llena la habitación, tan poderosa que puedo sentir su
calor. Cierro los ojos, pero cuando los vuelvo a abrir, manchas bailan a
través de mi visión. Cuando finalmente puedo parpadear, Alexander se
arrodilla ante nosotros en la gloria dorada, la espada aún sobresale de su
pecho. Aquí está el hombre de mis visiones, el que estaba destinado a ser
Rey.
Dánica se aferra a él, sus manos sosteniendo su rostro todavía mientras la
sangre gotea de la comisura de su boca. No se mueve, no vacila. La Reina
le aprieta la mano mientras el Príncipe me mira con dos ojos azules claros.
Una corona de bronce se sienta sobre su cabeza, el cabello dorado se
derrama sobre su frente. Sonríe solo un poquito.
—Gracias. —Las palabras están libres de dolor. Son claras pero suaves.
Tengo un momento en el que pienso que todavía podemos salvarlo. Está
libre de sus garras. Pero entonces, se derrumba en el suelo, en la sangre
acumulada debajo de él. No vuelve a moverse.
Me doy la vuelta en los brazos del Sombrerero y entierro mi rostro en su
pecho, indiferente a la sangre que sigue ahí, dejando que mis lágrimas
fluyan libremente. Lloro por la brutalidad del mundo que ha creado la Reina
Roja. Lloro por la madre y la mujer que perdieron a un hijo y a un amante,
no una vez, sino dos veces. Pero, sobre todo, lloro por el sacrificio hecho
por el hombre para salvar su País de las Maravillas.
Lloro hasta que no quedan más lágrimas que derramar.
Capítulo veintitrés
Traducido por mCrosswalker
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou

No debería estar sorprendida cuando bajo las escaleras un par de horas


después para encontrar todo de vuelta a una espeluznante sensación de
normalidad. La entrada está inmaculada, incluso cuando había estado
cubierta de sangre y la mayoría de los muebles destrozados cuando la
atravesé de camino a la habitación. El Lirón se había llevado unas cuantas
Cartas con él. No había caído sin luchar. Ahora, mientras la atravieso de
camino al salón, todo está en su lugar, ni una sola cosa fue dejada rota. Ahí
está el jarrón reparado, los diseños de volutas de humo y dragones
grotescos. Está ubicado sin romper encima de la mesa, flores negras y
púrpuras arregladas dentro. Las losas que habían sido aplastadas o
destrozadas están de nuevo lisas, sin que quedara evidencia de que habían
sido dañadas anteriormente. La entrada permanece callada. Nadie golpea la
puerta. Ningún eco alcanza mis oídos. Los únicos sonidos son los de mi
respiración y el zarandeo de mi ropa.
No está el Lirón.
Cuando bajo el último escalón su presencia está dolorosamente perdida,
incluso si él nunca me dijo más que: «Está en el salón».
He estado debatiendo respecto a salir de mi habitación en lo absoluto.
Esta fiesta del té estará más llena que nunca, y dudo que mi corazón pueda
soportar mirar a aquellos a los que les he fallado. Pero se los debo. Si ellos
pudieron sacrificar sus vidas por la causa mayor, entonces yo podré
sentarme en la mesa con ellos y verlos a los ojos. Puedo recordarles que
sigue habiendo esperanza para el País de las Maravillas.
Abro las puertas gigantes del salón, el chillido inquietante que hacen
siempre alertando a todos dentro de que estoy entrando. El Sombrerero me
mira, una cálida sonrisa en su rostro incluso aunque sus ojos están tristes.
No logro regresársela, las emociones flotando debajo de la superficie de mi
piel tiene prioridad. Todo duele, mi cuerpo, mi alma, mi corazón.
Enfrentándome a las personas que forman parte de ese sufrimiento, que son
el motivo por el que me duele, no puedo forzarme a mostrar felicidad.
El Sombrerero no está solo en la mesa, por supuesto. Hoy, está casi
completamente llena. La cantidad de personas llenando la mesa me
impacta. No me di cuenta de que las cartas de la Reina serían invitados,
asumiendo que son poco más que secuaces sin rostro. Mientras observo
todos los rostros poco familiares no puedo creer que cada uno es una
persona que ha estado atrapado del mismo modo que el Príncipe Alexander.
Eso significa que hay muchas más personas a las que no pude salvar.
El Príncipe Alexander se sienta al final de la mesa, cerca del Sombrerero.
Su madre se sienta a un lado de él. Dánica se sienta al otro. Esperaba que
Cheshire se sentara junto a Dánica, una oportunidad para que se visitaran,
pero Dánica parece tener ojos solo para el Príncipe y Cheshire solo tiene
ojos para la taza de té enfrente de él. Ambos, Cheshire y White, se sientan
al otro lado de la mesa, frente a ellos. Cheshire luce como si estuviera
tratando de quemar la mesa con su mirada intensa. Incluso sus orejas yacen
planas en su cabeza. ¿Por qué nadie reconoce la tensión aquí? White luce
tenso, revisando su reloj como de costumbre. Está sentado al final de la
mesa, justamente en la silla en la que me siento típicamente.
Los Tweedles se sientan en medio de las Cartas, absorbiendo su té
delicadamente. Ya no miran a los invitados a su alrededor. Parecen
contentos solo por encajar, llenos con lo que sea de lo que necesitan para
alimentarse. Es algo extraño verlos sentados tan regios cuando, un par de
horas atrás, los vi ir a toda velocidad contra las Cartas con sus propias
manos.
El Lirón se sienta junto al Sombrerero, opuesto a White y junto a Dánica.
Hay una pequeña sonrisa en su rostro mientras me observa parada en la
puerta, mi cerebro un reguero de emociones. Mientras doy un paso hacia la
habitación, alguien comienza a aplaudir. El sonido crece hasta que todos
aplauden, todos excepto Cheshire, White y el Sombrerero. El Sombrerero
entiende que no quiero ser celebrada por fallar, por tener que matar al
hombre que estaba intentando salvar. Sé que no había habido otra opción y
que habíamos hecho lo mejor. Eventualmente tendré paz por ello pero, por
ahora, no quiero hacer más que olvidar los sonidos que hace una hoja
mientras de desliza cortando piel y hueso.
No estoy segura de por qué Cheshire y White no se unen a los aplausos.
Quizás se dan cuenta de lo que me llevó realizar la labor, que tuve que
perder una parte de mí en el proceso. Quizás ellos se dieron cuenta de que
el País de las Maravillas ha empezado a crecer en mí, a envolverme,
comenzando a cambiar mi alma del mismo modo que había hecho con la de
ellos. Quizás ellos entiendan exactamente por lo que estoy pasando.
Atravieso la habitación, hacia el asiento vacío que han dejado para mí.
Ya no está en el lado apartado de la mesa, ya no está en mi lugar habitual.
Ahora tenemos sillas igualmente divididas de un lado a otro en la cabecera,
donde ambos presidiremos las fiestas del té a partir de ahora. Es mi modo
de devolverle algo a aquellos que perdemos, para ayudarlos a tener una
última comida. Es mi modo de darle apoyo al Sombrerero y ayudarlo a
mantenerse fuerte. No dejaré de ayudar a aquellos que siguen vivos, pero
también voy a ayudar a los muertos. Voy a seguir luchando por la libertad
del País de las Maravillas. No dejaré de luchar contra la Reina Roja. No
hasta que sea mi turno para cruzar al Más Allá. E incluso entonces, tendré a
mi Sombrerero junto a mí.
Tomo mi asiento en la silla dorada ornamentada que combina con la
negra del Sombrerero. Sigue teniendo las calaveras y los detalles pero, de
algún modo, parece más brillante. La almohadilla sigue teniendo la firma
púrpura del Sombrerero. Me siento pequeña mientras me siento en la butaca
de terciopelo, como si fuera una niña jugando a disfrazarse, como si no
tuviera ninguna idea de lo que estoy haciendo. Pero ahora este es mi mundo
y seré la guía que ellos necesitan. No evita que me sienta tan perdida como
la pequeña Alicia, o tan loca como el Sombrerero. Quizás ese es el motivo
por el cuál escogí usar el atuendo que tengo puesto. Quizás, necesito
sentirme más como yo misma justo ahora, para centrarme.
―Me gusta lo que usas ―se inclina y susurra el Sombrerero en mi oído.
La mesa vuelve a su cháchara, dándonos un pequeño momento de
privacidad.
―¿En serio? ―Tomo un sorbo del té frente a mí. Un sabor a chocolate
se eleva cubriendo mi lengua y lo saboreo. Se asemeja bastante al sabor del
Té-Real, pero sin el sabor añadido del metal. Esta es una mezcla especial
del Sombrerero, del tipo sanador. ¿Él cree que puede sanar mi alma?
―Creo que luces radiante.
Miro al Sombrerero, elevando una ceja. Estoy usando vaqueros apretados
y una camiseta que, milagrosamente, encontré en el fondo de mi armario.
Los vaqueros son negros como la mayoría de las cosas de aquí, pero la
camiseta es de un rosado brillante que llama la atención. No pude encontrar
más zapatos que las botas de combate y los tacones, así que escogí las
botas. No exactamente lo que usaría pero lo suficientemente cerca. Mi
cabello está amontonado en lo alto de mi cabeza, unas cuantas hebras
húmedas cayendo alrededor de mi rostro y rizándose en mi nuca.
―Eres lo más hermoso que he visto ―reitera el Sombrerero―. Lo
suficientemente hermosa como para ser mi reina.
Frunzo mi ceño hacia él, haciendo obvio mi disgusto por la palabra.
―No soy una reina.
―No ―sonríe él―. Tienes razón mi Clara Bee. Mi Sombrerera.
Hay tanta alegría en su rostro que estoy desesperada. Le sonrío de vuelta
con una pequeña sonrisa, tomando su mano con la mía.
La risa llena la habitación mientras la mesa se alborota con una charla
animada. El ruido de vajillas y platos se unen al bullicio cuando la comida
aparece en la mesa, volviéndose casi abrumador para mis oídos.
Mordisqueo al pastel de carne frente a mí. Está tibio y mucho mejor que los
dulces que he estado comiendo. No pregunto de qué es. Algunas cosas es
mejor no saberlas.
Observo la mesa, mis hombros relajándose ante la celebración en ella.
Mis ojos siguen dirigiéndose del Bribón al Príncipe Alexander. Cumplí con
mi parte de la profecía, derribé al Bribón. No luce triste ni furioso. De
hecho, luce más pacífico que nunca, su rostro lleno de alegría como su
madre lo dotó y Dánica se encuentra con sus ojos. Disminuye el dolor solo
un poco, saber que es feliz, sabiendo que es libre si no está vivo.
El Sombrerero levanta su taza al frente de él y la habitación completa se
queda en silencio, sus ojos fijos en nosotros.
―A la primera de la Tríada. ―Su voz se desplaza por toda la mesa,
alcanzando los ojos de todos fácilmente―. A mi Clara Bee.
Me ruborizo ante la atención, pero no aparto la mirada mientras todos
levantan sus propias tazas de té en el aire. Incluso los Tweedles levantan las
suyas.
―Por el País de las Maravillas y el Príncipe Alexander ―añado antes de
que todos tomemos un sorbo juntos. El Príncipe encuentra mis ojos con una
pequeña sonrisa en su rostro. Asiento hacia él y me devuelve el gesto.
Parece que ambos llegamos a un acuerdo. Ambos hemos sacrificado algo.
Está presente este sentimiento de pertenecer mientras todos dejamos las
tazas de té en sus soportes. Tengo esta sensación de que estoy exactamente
donde debería estar, como si estuviera en casa. Me encuentro sonriendo solo
un poco más amplio con la idea. Estoy en casa.
Luego, después de que todos han llenado sus rostros con pastel y dulces
y se han atragantado con té, me aventuro a la pregunta que empezaba a
preguntarse.
―Así que, ¿ahora qué? ―Soy solo la primera de tres. Hemos ganado
una batalla, pero no hemos ganado la guerra.
―Encontramos al segundo de la Tríada ―responde el Sombrerero, un
resplandor feliz en su rostro―. Bueno, lo hace White. ―El Sombrerero no
ha sido capaz de evitar que el amor irradie con toda su intensidad en toda la
noche. Cheshire ya lo había señalado una vez, llamando desagradable el
hecho de no apartar los ojos del otro, pero el Sombrerero agitó las palabras
lejos. Sus manos siguen tocándome, ya sea con su mano en mi rodilla o
nuestros dedos enlazados juntos. Es como si ambos estuviéramos asustados
de lo que pasaría si nos soltamos. Mis ojos se dirigen al vendaje en su
hombro, la rigidez con la que lo sostiene. Un hijo del País de las Maravillas
no puede morir, pero puede sentir el dolor. Sanar no es instantáneo. Sana
más rápido de lo que yo lo haría, pero sigue siendo lento.
Miro hacia White que está revisando su reloj por milésima vez.
―Ese es tu siguiente compañero.
White me mira y asiente, sus labios curvándose en las esquinas.
―Si es capaz de aceptar el País de las Maravillas y todo eso. Imagino
que es un poco desorientador caer por el Portal de un Conejo.
―Lo es, de hecho ―asiento, recordando mi propia caída. Estaba segura
de que había sido secuestrada y drogada primero. Mis ojos se dirigen hacia
Cheshire después de tomar un sorbo de mi té―. Y entonces tú eres el
Tercero.
Cheshire se mofa, rodando los ojos a las palabras.
―No, gracias.
―Pero lo dice la profecía ―exclama White, mirándolo horrorizado.
―Y también es una porquería. Tuvimos suerte la primera vez. Clara hizo
exactamente lo que la profecía dijo que haría. Eso no significa que las otras
dos lo harán. Y no significa que no habrá giros inesperados.
―Cheshire ―regaña Dánica―. No hay razón para tentar al Destino con
este despido. Si siguen probando, el Destino decidirá que hay que enseñarte
una lección.
―Al menos, será una mejor enseñanza de la que he aprendido de ti.
Dánica se agarrota, sus ojos ampliándose ligeramente. Tomo la mano del
Sombrerero, esperando por la explosión.
―¿Y qué se supone que eso significa? ―pregunta, su voz agitándose.
―Estás tomada de la mano con tu asesino, quien… ¡sorpresa! también
era tu amante. ―Los labios de Cheshire se enroscan en un gruñido―. Estás
muerta porque no podías aceptar que la Reina Roja pudiera tomar tu
juguetito real. Siempre pensé que ese día no te moviste por miedo, que
estabas congelada por el terror mientras el Bribón te taladraba. No sabía que
fue porque lo amabas y pensaste que sería suficiente.
―Es suficiente ―interrumpe el Sombrerero―. No toleraré esto en mi
mesa.
Los ojos de Dánica están centellando con lágrimas retenidas. Ella lucha
para aguantarlas, pero aun así una se escurre por el borde, dejando un rastro
lentamente por su mejilla. Cheshire sigue su curso, su rostro suavizándose
ligeramente. Mira hacia abajo a la mesa, a su plato. La vergüenza colorea su
rostro de rojo.
―Lo siento Dánica ―murmura―. Es solo que, te extraño. ―Todos oyen
las palabras. Todos sienten el dolor mientras Cheshire se desvanece,
desapareciendo bajo los ojos penetrantes de la mesa. Sus últimas palabras
flotando en el aire, alcanzando nuestros oídos―. Estoy solo, yo decido mi
destino.
Hay un silencio aplastante por un momento antes de que alguien hable.
―Lo siento ―solloza Dánica―. No quería que eso saliera a relucir.
Agito su disculpa lejos.
―No te preocupes por ello. No es cosa nuestra. Además, las emociones
están intensas ahora.
White mira a su reloj nuevamente y se levanta.
―¿Ya te vas? ―pregunto, una pequeña sonrisa curvando mis labios.
―Mejor me voy a encontrar a la segunda ―se gira para irse pero mira
sobre su hombro hacia mí―. Deséame suerte.
―No lo necesitas White, solo sé tú ―me pregunto qué mujer está a la
altura del Conejo Blanco.
―Oh, no sé nada sobre ello ―sonríe maliciosamente. Luego desaparece
de la habitación. Siento la puerta frontal cerrándose detrás de él.
―¿Hay mucho más sobre White de lo que yo sé, eh? ―Miro hacia el
Sombrerero que ya está mirándome. El amor brilla de sus ojos. Se inclina y
besa mis labios suave y brevemente antes de regresar a su posición.
―Nosotros, los hijos del País de las Maravillas, somos un puñado. Todos
estamos dañados de algún modo. White quizás no lo vea, pero está tan roto
como Cheshire y yo.
―No estás roto Sombrerero ―susurro, besando sus manos―. No más.
La fiesta del té se extiende hasta la noche, todo el mundo demasiado
envuelto en el sentimiento de esperanza para preocuparse por la hora. El
Sombrerero finalmente tiene que levantarse y anunciar que es tiempo de
partir. Todos nos paramos juntos. Esta vez no acompaño al Sombrerero al
Más Allá. No quiere que el estrés de desvanecerme una tercera vez
comience a hacer efecto en mí. Dos veces es más que suficiente. Así que
me despido de todos en el pasillo. La Reina me da un abrazo apretado, un
abrazo que me sorprende que pueda sentir antes de que ella camine a través
del portal. Algo sobre los encantos que la habitación del Sombrerero
abastece. Permite a todos dar un último adiós. Dánica es la próxima,
abrazándome como una amiga. Sigo buscando a Cheshire, esperando que
reaparezca y le diga adiós a su hermana. Estoy decepcionada cuando no lo
hace.
―Cuida de Cheshire por mí ―susurra, lágrimas en sus ojos. Me río
bajito, el sonido aguando mis propias lágrimas sin derramar.
―Voy a intentar lo mejor que pueda, pero no puedo prometerte que él me
deje.
―Realmente es un gran blandengue.
No tengo el corazón para decirle que Cheshire probablemente no es el
mismo que era la última vez que lo vio. El País de las Maravillas ha hecho
efecto en él, rompiéndolo. Perder a su hermana probablemente fue difícil.
Perderse a sí mismo es probablemente agonizante. Cuando atraviesa el
portal con una última sonrisa al Príncipe, las Cartas empiezan a desfilar tras
ella. Cada una de ellas agita una mano hacia mí mientras pasan, dando sus
gracias. No me merezco un agradecimiento, pero les regreso sus sonrisas
con un asentimiento de mi cabeza. El Príncipe Alexander se para junto a mí,
mirando el progreso. Son muchas de ellas.
―No es tu culpa ―rompe el silencio―. Hiciste lo que tenías que hacer.
―No hace más fácil el tener que vivir con ello.
―No. ―Agita su cabeza―. No, no lo hace. ―Sonríe hacia mí
tristemente―. El País de las Maravillas está muriendo, Clara. Puede que ya
no esté vivo, pero el resto del País de las Maravillas lo está. Sálvalo por mí.
Me besa en la mejilla antes de atravesar el Portal.
―Alexander ―lo llamo. Se detiene y mira hacia mí, los colores del
portal iluminándolo desde atrás, dándole una apariencia celestial―. Siento
que no pude salvarte.
Sonríe de nuevo, esta vez la felicidad se desprende de él.
―Pero lo hiciste, Clara. Y nos salvarás a todos.
Atraviesa el portal. Los colores desaparecen y me quedo sola en el salón
del Sombrerero.
Capítulo veinticuatro
Traducido por Roni Turner
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

El camino a mi dormitorio es silencioso y espeluznante. No tengo ni idea


de dónde están los Tweedles, y no sé si quiero saber dónde duermen o si
siquiera lo necesitan. Si duermen en el sótano como los vampiros, no es de
mi incumbencia.
La casa rechina y cruje mientras atravieso los pasillos. Empujo la puerta
morada y entro. La habitación está iluminada por la chimenea, calentando el
frío aire. Inmediatamente me dirijo al baño, abriendo el grifo hasta que la
humeante agua caliente sale. Echo algunos de los botes con ese olor a
lavanda, y la fragancia relaja mi cuerpo mientras el aroma alcanza mi nariz.
Miro las burbujas que se están empezando a formar perdida en mis
pensamientos antes de finalmente empezar a quitarme la ropa. Ya me había
limpiado tras los eventos del baile, lavando la sangre y la mugre, pero solo
quiero relajarme ahora, para aliviar mi mente. Demasiadas cosas han
pasado en tan poco tiempo.
Cuando me introduzco en la humeante agua y relajo mi cabeza contra el
borde de la bañera con patas, empiezo a pensar en mi hogar, y en lo que
todos pensarán que me ha pasado. En la visión, el Sombrerero me decía que
el tiempo transcurre diferente aquí. He estado fuera durante una semana en
el tiempo del País de las Maravillas, pero en casa, podrían haber pasado
meses ya. Podrían estar buscándome, sospechosos pudieron haber sido
interrogados, enemigos que tenía en los tribunales. Mis empleados, sin
duda, encabezando la campaña. Eran mis más allegados allí, aparte de mi
familia, pero incluso así, no sentía que perteneciera a su lado. Solo quería
cuidarlos, luchar por quienes sufrían el mismo destino que mi padre. Lo
había hecho bastante bien. Espero que mi padre hubiera estado orgulloso.
Afortunadamente, redacté un testamento cuando creé el bufete de
abogados, declarando lo que pasaría para retener mi posición si muriera o
quedara inhabilitada. El bufete quedaría repartido en partes iguales entre
mis empleados en caso de morir o, en este caso, desaparecer. Pearl, mi
suplente, recibiría una financiación completa para terminar sus estudios y
así poder tomar mi puesto. Me pregunto qué habrían pensado cuando mi
propio abogado entrase y les dijese que ahora todos eran dueños de la
compañía. Me pregunto qué habrían pensado al ver que les cuidaba por una
última vez. No les había contado sobre el testamento. A nadie.
No tenía deseos de regresar a mi mundo. El País de las Maravillas me
había revelado los pedazos rotos de mi interior incluso cuando los estaba
arreglando. Siempre había ansiado tener una familia propia desde que perdí
a mis padres, para que la gente me entendiera y aceptara tal y como soy. Lo
he encontrado aquí. Todo es un poco macabro y caótico, y sumamente
terrorífico a veces, pero ahora pienso en ello como en mi hogar. Y planeo
luchar por ello y por las personas a las que quiero.
El Sombrerero da la vuelta a la esquina y sus ojos aterrizan en mi cara,
que sobresale de la masa de burbujas, algunas de ellas cayéndose del borde
de la bañera al suelo. Las burbujas ocultan mi cuerpo pero, por la manera en
la que me mira, es como si viera todo, hasta mi alma.
Entra perezosamente a la habitación, quitándose de los hombros la
chaqueta y dejándola caer al suelo.
—¿Te has estado relajando? —dice, arrastrando las palabras, dejando el
sombrero en el tocador.
—Un poco. Mayormente pensando.
—¿Sobre qué?
—Mi casa.
Sus manos se detienen donde empezaban a desabrocharse el botón de sus
pantalones, y sus ojos se alzan de golpe hasta los míos. El dorado se apaga
solo un poco.
—¿Quieres irte del País de las Maravillas?
La forma en la que lo pregunta, con miedo y aceptación a partes iguales,
envía flechas que apuñalan mi corazón.
—No voy a ninguna parte —respondo, con la voz gruesa—. Estás
atrapado conmigo.
Se relaja visiblemente, sus hombros cayendo antes de bajarse sus
pantalones de cuero, dejándolo completamente desnudo ante mí. Encorvo el
dedo cuando veo que vacila, como si no estuviera seguro de si unirse a mí o
no. Sonríe, entrando y balanceando sus piernas. Lentamente se introduce en
las burbujas y nuestras piernas entran en contacto. El agua se desborda de
las orillas y cae, salpicando el suelo de mármol. Me río por lo bajo y la
sensación de su piel resbaladiza contra la mía me hace sentir una oleada que
me atolondra.
El Sombrerero apoya su nuca, mirándome con los párpados pesados.
—No creo que pudiera soportar que me abandonaras —susurra, y yo
frunzo el ceño—. Si abandonaras el País de las Maravillas.
—Yo tampoco podría soportarlo, Sombrerero. Ni siquiera albergo la idea
de abandonar este terrorífico mundo, de vivir sin ti.
Me sonríe suavemente, y hace que su rostro se vea menos áspero. Sus
ojos relucen un poco, como si estuviera tan feliz que las lágrimas
amenazaran con salir. Conozco el sentimiento. También las intento retener,
pero estoy perdiendo. ¿Cómo una profecía puede saber que combinamos tan
bien? ¿Cómo puede saber algo tan profundo, que podemos superar la
locura, el caos, y encontrar amor brillando bajo todo eso?
Me muevo en la bañera y más agua se sale mientras me envuelvo en el
Sombrerero. Mi centro golpea contra su dureza, y ambos retenemos el
aliento ante el contacto. Beso sus labios suavemente antes de apoyar mi
frente contra la suya, feliz de respirarlo y tenerlo para mí.
—Y pensar —susurro—, que tuve que caer por la madriguera de un
conejo para encontrar el amor —resoplo, las emociones tomando el poder
—. Te amo, Sombrerero.
Sus manos envuelven mi cintura, aferrándome a él como si tuviera miedo
de que me fuera flotando.
—El amor es locura. —Besa la comisura de mis labios, mis mejillas, la
punta de mi nariz—. Y te amo con toda la locura de mi alma, Clara Bee.
Las lágrimas se deslizan de mis pestañas, cayendo entre nosotros.
Frenéticamente empieza a apartarlas, y una risa ronca sale de mí. El
Sombrerero no parece ser capaz de soportar mis lágrimas. Bajo y dejo
prolongados besos en su pecho, justo sobre su corazón con latido constante
y fuerte.
Miro hacia arriba a sus ojos, una sonrisa grande extendiéndose en mi
cara.
—Entonces seamos locos juntos.
Agradecimientos
Primero, me gustaría agradecer a mi hijo por ser la razón por la que me
levanto todos los días y escribo. Mostrarle que los sueños pueden hacerse
realidad siempre está en primer plano en mi mente.
Gracias a mis padres, por apoyarme pase lo que pase. Estoy segura de
que se preguntarán qué pasa por mi cabeza a veces, pero no se preocupen,
estoy publicado ahora, así que es legítimo. Los quiero mucho a todos.
Gracias a los miembros de la familia que me han apoyado tanto. Abuela,
abuelo, Martina, Kelly, Susie, Mark y toda la pandilla. Estoy tan feliz de
que todos estén detrás de mí. Espero que este no los haya asustado
demasiado. *Huye y se esconde.*
Muchas gracias a mi familia Penned in Ink. Sin todos ustedes, no habría
recibido la patada en el trasero que necesitaba. El apoyo es increíble y me
alegro de haber hecho este viaje con todos ustedes.
A mis absolutamente increíbles CP, Nicole JeRee, Elizabeth Clare y
Amara Kent. Las palabras no pueden expresar cuánto me han ayudado. Me
alegro de que nos encontráramos y formáramos el grupo perfecto, incluso si
estamos todos en diferentes zonas horarias alrededor del mundo.
Gracias a Nicole JeRee nuevamente porque dio formato a este libro y es
increíble. Gracias a Methyss Art por la increíble portada.
Y finalmente, gracias a todos los que leen este libro.
Gracias por darme una oportunidad con una nueva autora y espero que te
quedes en el viaje. Sin ti, este libro no estaría en ninguna parte.
Si hay alguien a quien me dejo, lo siento. Sepan que estoy absolutamente
agradecida con todos ustedes. Espero que hayan disfrutado la historia del
Sombrerero y Clara. Bienvenido a mi País de las Maravillas.
Sobre la autora
Kendra Moreno nació y se crió en Texas, donde, si las langostas
no te vuelven loco, las hormigas rojas y las rebabas de pegatinas sí
lo harán. El té helado, o acertadamente llamado azúcar puro, la
impulsa a luchar contra las fuerzas del mal y lavar los platos
interminables que ensucia su hijo.
Tiene un esposo que escucha sus cuentos constantemente sin
falta. Aunque él no siempre sabe de qué está hablando, la apoya
como un corpulento. Kendra tiene un hijo que algún día leerá sus
historias. Por ahora, le está enseñando que los libros deben ser
apreciados y no destruidos. Sus tres cerberos le hacen compañía
mientras escribe. Si no está escribiendo, por lo general, puedes
encontrar a Kendra hundida hasta el cuello en cualquier cosa, desde
pintura hasta masa para galletas.
Si desea tener un lugar para discutir el libro con otros fanáticos,
diríjase al grupo de Facebook de Kendra (Worlds of Wonder)
donde puede obtener actualizaciones sobre su trabajo antes que
nadie.
Ciudad del Fuego Celestial

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Sombra Literaria

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traducción de libros, apoyamos totalmente a cada autor y queremos
que ustedes lean sus historias!
1. N. del T. Trippy hace referencia a cuando tomas alguna droga y ves las cosas distorsionadas,
sería como estar drogado.
2. N. del T. En inglés, White, por lo cual en español es Sr. White, o sea señor Blanco.
3. N. del T. Frase dicha por el Conejo Blanco de los libros originales.
4. N. del T. Si, wey. El monstruo de la película de Alicia.
5. —Sombra Literaria
6. N. del T. Personajes de cuentos, son hermanos… estoy segura de hemos escuchado de ellos,
he de decirles… que la versión original del cuento es… aterradora.
7. —Sombra Literaria
8. N. del T. Abeja. Abejita
9. N. del T. Una droga.
10. N. del T. En inglés es una rima: “The first of three is Clara Bee. Who will come to set
Wonderland free./She’ll tame the Hatter and down the Knave. Because Clara Bee fights for the
brave./A triad begins to destroy the Queen. Though nothing is ever easy, it seems./She must lose her
heart while taking a stand. To the first son of Wonderland.”

11. N. del T. Referencia a otro clásico de Disney, la Sirenita.


12. N. del T. Otra rima, al Sombrerero le gusta rimar.
13. N. del T. Wey, solo puedo ver en mi mente a Johnny Depp como el Sombrerero… No me
disgusta la imagen JAJAJAJAJA
14. —Sombra Literaria

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