Mad As A Hatter - Kendra Moreno
Mad As A Hatter - Kendra Moreno
Mad As A Hatter - Kendra Moreno
Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie
obtiene un beneficio económico del mismo, por eso mismo te
instamos a que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea
en formato electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la
traducción oficial al español si es que llega a salir.
Corrección:
BLACKTH RN
Emma Bane
Haze
Jeivi37
Lyn♥
Nea
-Patty
Roni Turner
Edición:
Banana_mou
Mrs. Carstairs~
Roni Turner
Diseño:
Jani LD
EPUB:
jackytkat
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Agradecimientos
Sobre la autora
Para mi esposo, mi Chiwwy, por escuchar incansablemente
todas mis locas ideas. Te amo.
Prólogo
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner
—¡Se supone que tú eras mi amigo! —gritó Alicia—. ¡Se suponía que
estarías ahí para mí! ¿Dónde estabas Sombrerero? ¿Dónde estabas cuando
te necesité?
—Nosotros no lo sabíamos, Alicia —suplicó el Sombrerero. Estaba
esposado a la pared, la sangre goteaba por sus brazos hasta su pecho
desnudo. Su sombrero y su largo abrigo le habían sido arrebatados en el
momento en el que Alicia ordenó que lo arrojaran a las mazmorras. Las
esposas estaban cubiertas de extraños símbolos, como los que Sombrerero
nunca había visto antes. Brillaban con el menor movimiento y enviaban
agujas de dolor a sus muñecas—. El tiempo se mueve de manera diferente
aquí. No es lineal. Podrías haberte ido ayer, o mañana o un año antes. No
hay forma de rastrearlo.
—Me fui hace veinticinco años —gruñó ella—. Tan pronto como dejé el
País de las Maravillas y empecé a escupir historias de flores parlantes y
conejos y Sombrereros, me arrojaron al asilo. Mis propios padres les
pagaron para que me llevaran por miedo y vergüenza. ¡Creyeron que estaba
loca! ¿Tienes una idea de lo que le hacen a la gente loca en mi mundo?
—Por favor Alicia —intentó el Sombrerero de nuevo—. Éramos amigos.
Esto no es lo que quieres hacer.
Alicia sonrió, acercándose a él. Ella ignoró su comentario, continuando
como si nunca lo hubiera escuchado hablar.
—Tratamiento de electroshock. Lobotomías. ¿Sabías que cortaron mi
cerebro? Dijeron que arreglarían la parte que sufría de locura. Pregúntame
si funcionó. Pregúntame si grité y grité y grité. —Ira salía de su voz,
cubriendo cada palabra.
—Tú no eres mi Alicia —dice con voz ronca, su voz ya se estaba
debilitando. Lo que sea que estuviera en las esposas, estaba funcionando.
—Esto es exactamente lo que soy, lo que siempre estuve destinada a ser.
Los tratamientos no funcionaron. Solo me hicieron enfurecer. Enfurecida
con el doctor que me cortaba. Enfurecida con el País de las Maravillas por
mostrarse ante mí en primer lugar. Enfurecida contigo por abandonarme.
Ahora quiero ver si puedes morir, Sombrerero. —Ella metió la mano en su
pecho desnudo, sus garras se envolvieron alrededor de su corazón que aún
latía. El Sombrerero gritó de agonía, sangre goteando de la comisura de sus
labios y fluyendo de donde su mano todavía estaba acurrucada en su pecho.
—Alicia —balbuceó el Sombrerero, su cabeza se hundió en su pecho—.
Alicia. —Su voz era apenas un susurro. El dolor estaba apagando su cuerpo.
—No —se burló, riendo maniáticamente mientras le arrancaba el
corazón por completo de la cavidad. Se lo llevó a los labios y lamió la
sangre, dejándola caer, bajando por su barbilla y sobre su pecho—. No soy
Alicia. Ya no. —Ella sonrió, una sonrisa trastornada, mientras aplastaba el
corazón en su mano—. Soy la Reina Roja.
Capítulo uno
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner
La puerta se abre de golpe y golpea la pared con tanta fuerza que creo
que podría haber un agujero en la pared desde el pomo, pero no aparto la
mirada de Cheshire. Sé que se supone que no debo darle la espalda a un
depredador o darle la oportunidad de atacar. La sonrisa en su rostro está
goteando malicia, ya sea por mí o por otra cosa, no lo sé. De cualquier
manera, no me arriesgaré. Levanta su mano hacia mi cuello, con garras
afiladas y malvadas en la punta de sus dedos. El pánico se dispara a través
de mí, y me sacudo con fuerza para liberar el candelabro. Se suelta y lanzo
la pesada pieza a Cheshire, apuntando a su cabeza. No se acerca a dar en el
blanco. Su puño lo envuelve, deteniendo el metal a centímetros de su rostro,
la sonrisa en su rostro se ensancha de manera imposible.
—¡Vete, Cheshire! —ruge el Sombrerero mientras irrumpe en la
habitación. Supongo que fue él quien abrió la puerta de golpe. Por qué
esperó tanto para reaccionar cuando Cheshire claramente me estaba
amenazando, no lo sé.
Cheshire se desvanece rápidamente, pero justo antes de desaparecer por
completo, habla.
—Cuidado con la locura, Clara Bee.
Lo que sea que eso signifique.
Este mundo entero está loco.
El Sombrerero me observa mientras pongo el candelabro en su lugar de
origen antes de volverme para mirarlo. Se ve exactamente igual, su pecho
todavía se muestra hermosamente debajo de su chaqueta. Por primera vez,
noto un delicado collar colgando de su cuello, pero no puedo entender qué
es. Sé que vuelve a llamar la atención sobre sus abdominales. Hago todo lo
posible por no concentrarme en ellos.
—¿Te gustaría intentar golpearme con eso también? — pregunta, sus
ojos brillando—. Podría dejarte.
Está dando pasos lentos y mesurados hacia mí mientras lo miro. Más
polvo se arremolina alrededor de sus piernas.
—Eso depende. ¿Necesito protegerme de ti? —Inclino mi cabeza
ligeramente, considerando su pregunta. Se detiene a unos metros frente a
mí, con los brazos relajados a los lados.
—Necesitas protegerte contra todo en el País de las Maravillas —
responde—. Especialmente de mí.
Hay una tristeza abrumadora en sus ojos ante la admisión, y me
encuentro inclinándome hacia él, queriendo consolarlo.
—¿Tienes la intención de hacerme daño? —susurro.
Ya había bajado la guardia a su alrededor, y me pregunto si eso era lo
correcto o no. Parece tan inflexible que es peligroso.
—A veces no podemos elegir a quien lastimamos —dice malhumorado,
pero luego, una amplia sonrisa lo reemplaza, extendiéndose por su rostro.
Cierra la distancia entre nosotros hasta que nuestros cuerpos están al ras.
Me tenso, pero no me aparto. Mi mamá estaría tan exasperada en este
momento. Puedo escuchar su voz en mi cabeza claramente. Clara, ¿qué te
he dicho sobre coquetear con hombres extraños?
No sé qué tiene el Sombrerero que me hace confiar en él. Tal vez sea
porque mi trabajo como abogada es ayudar a los vivos mientras el
Sombrerero ayuda a los muertos.
Alguien malvado no ayuda a los desafortunados, no importa si es su
trabajo o no. Había visto una tristeza genuina en su rostro en ese salón de
baile. A la gente malvada no le importa cuando alguien muere. El mal no
llora el fallecimiento de extraños. Entonces, podría tensarme por la sorpresa
cuando presiona su cuerpo contra el mío, pero no lo alejo. Podría
inclinarme más cerca.
—¿Quieres que te haga daño? —pregunta, su voz ronca—. Puedo hacer
que el dolor se sienta como placer.
—El dolor no es lo mío —le respondo en un susurro. Mi cuerpo se está
calentando, pero lucho contra la compulsión de envolver mis brazos
alrededor de su cuello mientras veo su mirada. Sus ojos son de un bonito
tono de oro viejo, brillando en la tenue luz de la habitación. Son como dos
monedas antiguas que brillan en una tumba olvidada hace mucho tiempo.
Me estudia atentamente y lo dejo, contenta de estar cerca.
—Clara Bee, ¿qué me estás haciendo? ¿Es esto solo la profecía? —
susurra con una voz cantada.
Respiro profundamente.
—¿Cuál es la profecía? —pregunto, porque necesito saberlo. Todo el
mundo sigue hablando de ello como si fuera muy importante. Obviamente,
es un gran problema para el País de las Maravillas—. ¿Cómo se supone que
voy a ayudar a derribar a la Reina Roja?
Él sonríe, más suave esta vez cuando comienza a hablar. Su voz adquiere
una cualidad inquietante, como si fuera más de una voz pronunciando las
palabras que salen de sus labios.
—La primera de las tres es Clara Bee,
que vendrá a liberar al País de las Maravillas. Ella domesticará al
Sombrerero y derribará al Bribón, porque Clara Bee lucha por los
valientes. Una tríada comenzará a destruir a la Reina, aunque parece que
nada será fácil. Ella deberá perder su corazón mientras toma una posición
con el primer hijo del País de las Maravillas10.
Cuando su voz se detiene, y la inquietante cualidad se desvanece, siento
que la rima se desliza dentro de mis huesos y se instala, como si el peso de
las palabras me estuvieran presionando. Mi corazón da un fuerte golpe
mientras el Sombrerero continúa luciendo esa suave sonrisa. La
comprensión y la conmoción inundan mi cuerpo cuando las palabras se
registran.
—Entonces, ya ve, señorita Clara Bee. —Inclina la cabeza hacia un lado,
observando mi reacción—. Estamos destinados el uno para el otro.
Siento que mi rostro se endurece, sus palabras provocan una reacción
instintiva.
—Yo hago mi propio destino —digo, levantando mis manos e intentando
alejarlo. Digo intentando porque en realidad no se mueve. No esperaba la
fuerza bruta que puedo sentir en su cuerpo, el poder oculto debajo de su
chaqueta. No esperaba que me guste la sensación de su pecho contra mis
manos.
—Muévete —gruñí, empujando más fuerte.
—Dime —dice—. ¿Hay alguna diferencia entre el placer y el dolor
cuando tu mente es un huracán?
Hago una pausa, sorprendida por la insoportable tristeza en sus ojos. La
simpatía detiene mis manos donde permanecen contra su pecho.
—No lo sé —susurro.
Inmediatamente me doy cuenta de que he hecho algo mal. Su rostro se
apaga, sus ojos brillan de ira. El color oro viejo destella, arremolinándose
en colores metálicos.
—No necesito tu lástima —gruñe antes de dar media vuelta y salir de la
habitación como una tormenta.
Respiro con alivio, agarrando mi pecho para disminuir mi ritmo cardíaco.
Las diversas emociones que acabo de presenciar hacen que mi cabeza dé
vueltas. Cuando vuelvo a mirar la habitación, me doy cuenta de que todo el
espacio está limpio, no queda ni una mota de polvo. En algún momento, mi
nariz incluso dejó de picarme y no me había dado cuenta. Todo brilla,
chispeante y fresco. Incluso hay un suave olor a lavanda en la habitación.
Niego con la cabeza. Ni siquiera quiero cuestionar cómo había sucedido
todo. Sin embargo, estoy agradecida por ello. En la cama, puedo ver ropa
tendida sobre el edredón morado.
Mientras me acerco, me doy cuenta de que es un par de pantalones de
cuero negro y una chaqueta larga a medio vestir. La parte de arriba se
asemeja a un abrigo largo, la parte de atrás un vestido amplio que fluiría
detrás de mí mientras camino. Desde atrás, nadie pensaría que estoy usando
pantalones. Desde el frente, parecería que estoy lista para hacer negocios.
La chaqueta tiene un cuello alto, un bonito diseño de damasco en violeta
que se parece mucho a la chaqueta del Sombrerero. El mío es de un púrpura
más claro, aunque no mucho. Hay un par de botas de combate al pie de la
cama. Alzo mis cejas. Todo el atuendo es una versión más femenina del
Sombrerero. Aparentemente, estamos combinados ahora. Si no fuera tan
desagradable, sería lindo.
Más o menos.
Capítulo diez
Traducido por AS
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~
Estoy volando, o flotando. Cómo sea que lo veas, mis pies no tocan el
suelo. Por un momento no tengo idea de dónde estoy, solo sé que me siento
como lo hice en el Más Allá. Me siento ligera. Miro hacia abajo con pánico
y veo que estoy entera, pero el sentimiento aún persiste. Estoy flotando a un
pie del suelo de cuadros blancos y negros, revoloteando. Miro a mi
alrededor y me doy cuenta de que estoy en el mismo lugar en el que aterricé
cuando bajé de la Madriguera del Conejo. La mesa con la taza de té
«Tómame» y el caramelo «Cómeme» están colocados en el medio de la
habitación. Es exactamente lo mismo que cuando llegué, menos el mantel
de piel humana.
Un grito infantil llena el aire cuando una niña cae de un portal que se
abre en el techo. Aterriza fuertemente sobre su coxis. Hago una mueca,
conociendo el dolor. Mientras se sienta ,con terror en sus ojos, hago la
conexión. Cabello rubio, ojos azules y vestido azul y blanco, estoy viendo a
la Alicia original. Esta es la primera vez que entra al País de las Maravillas.
—¿Hola? —llama la pequeña Alicia, sus ojos miran a través de mí.
—¿Puedes verme? —Ella no responde a mi pregunta, supongo que allí
está mi respuesta.
Camina alrededor de la mesa y mira fijamente la llave, curiosidad
llenando su mirada. Ella la toma, guardándola en su bolsillo antes de tomar
un sorbo de la taza de té. Ella se encoge ante mis ojos y se desliza por la
puerta más pequeña. La llave la abre.
El mundo gira repentinamente y no estoy más en la Madriguera del
Conejo. Estoy sentada en la mesa de té del Sombrerero Loco, una invitada
que nadie puede ver. Alicia está sentada en la mesa junto a Lirón y March.
Ellos ríen y tiran la comida de ida y vuelta. Mis ojos encuentran al
Sombrerero y me apego a él. Luce tan feliz y despreocupado, incluso si hay
un toque de locura ahí. Es absolutamente hermoso cómo sonríe hacia la
pequeña Alicia, su mirada abierta. Me inclino más cerca de él mientras
todos ríen e intercambian bromas. Incluso Lirón, sin emociones, se une, su
rostro sonriente y amable. March lanza una taza de té al aire antes de
arrojarle algo. La porcelana se hace añicos al otro lado de la mesa. Alicia
ríe y aplaude con alegría.
—Alicia. —El sombrerero se ríe mientras arroja otra taza de té al aire.
Alicia lo dispara con una honda, explotando más fragmentos en el
escenario. Todos aplauden y se animan.
Me acerco para tocar al Sombrerero cuando la escena cambia de nuevo.
Estoy fuera de un castillo en un hermoso jardín, uno en el que nunca
había estado, pero es brillante. El castillo brilla como una joya bajo el sol.
Veo cómo Alicia corre riendo desde los setos, un chico rubio
persiguiéndola. Sus risas son inocentes y llenas de amistad. Hay otras tres
personas en el jardín, todas con coronas sobre sus cabezas. Una mujer está
completamente vestida de blanco, su corona incrustada con diamantes
blancos. Su piel es pálida, su cabello incluso, es pálido. Sus ojos parecen
carecer de color. Mira a Alicia con cautela. Las otras dos personas miran a
los dos niños jugar con sonrisas en sus caras. Un hombre y una mujer.
Inmediatamente los conecto como si fueran el rey y la reina originales del
País de las Maravillas.
—¿Qué sabemos de esta niña? —pregunta la Reina Blanca, un ceño
fruncido en su rostro.
—Es solo una niña. —El rey aleja su preocupación—. A Alexander
parece gustarle. Déjalos jugar.
—No me gusta. —La Reina Blanca toma su labio inferior mientras
retuerce las manos.
—Cálmate hermana —dice la Reina—. Todo está bien. Solo es una
pequeña niña fantástica. ¿Qué daño podría hacer ella?
Los niños se ríen de nuevo desde algún lugar en los setos y me muevo
hacia el sonido.
—Voy a encontrarte, Alexander —dice Alicia con su pequeña voz. El
niño se ríe desde algún lugar en el laberinto de setos, escondiéndose de ella.
Ellos deben estar jugando al escondite. Alicia no parece muy preocupada en
encontrarlo, paseando por el seto, sus dedos arrastrándose en las paredes.
Una ardilla se escapa de los arbustos ante la perturbación y Alicia se
detiene, cayendo de rodillas ante la criatura.
—Ven aquí —le susurra Alicia, extendiendo su mano—. Vamos.
La ardilla da unos pocos pasos vacilantes hacia Alicia, olfateando sus
dedos.
—Eso es, pequeña ardilla.
La pequeña cosa se sube a su mano y ella aprieta su puño, atrapándola.
La ardilla chilla y retrocedo antes el sonido, dando un paso atrás. Gritos de
terror vienen de su puño ahora, donde la ardilla pelea para liberarse,
rascando y mordiendo su palma, pero ella no libera a la pobre cosa. En
lugar de eso, la agarra con ambas manos y las retuerce, un nauseabundo
crujido hace que mi estómago se revuelva. Me fuerzo a ver cómo la sangre
cae en medio de sus manos. Ella agarra una olla vacía y coloca el líquido
rojo dentro. Cuando el flujo se detiene, ella arroja el cuerpo sin vida de la
ardilla entre los setos y corre al laberinto.
—Su Majestad —llama, sonriendo—. Encontré algo de pintura. ¿Puedo
pintar algunas rosas de rojo?
La Reina ríe.
—Eres una pequeña niña imaginativa —arrulla ella—. Hazlo, querida.
La Reina Blanca mira fijamente la sangre antes de fijar sus ojos en mí,
tropiezo hacia atrás.
Los colores se arremolinan.
Estoy de vuelta en la Madriguera del Conejo de nuevo, mirando el suelo
a cuadros blancos y negros. Todo tiene una sensación más oscura, como si
la noche hubiera caído dentro. Cuando Alicia cae por el portal esta vez, no
grita. Aterriza en el suelo agachada, las baldosas crujiendo debajo de ella.
Cuando mira hacia arriba, me congelo. Su cabello todavía es rubio como la
seda de maíz. Su vestido sigue siendo azul y blanco. Pero, esta vez, está
cubierto de sangre. Tanta sangre mancha el vestido, su rostro, sus brazos.
Ella es mucho mayor, quizás en sus treinta, cerca de mi edad. Se pone de
pie y pisa fuerte hacia la mesa, esparciendo todo por el suelo. La taza de té
se rompe y el líquido se esparce por el azulejo. El Conejo Blanco sale
corriendo detrás de una cortina, su reloj marcando su marcha. Hay miedo en
sus ojos mientras corre.
—¡Mierda! —Lo escucho murmurar mientras pasa corriendo a mi lado.
Se mueve tan rápido que apenas lo veo transformarse en un conejo blanco y
desaparecer por una puerta.
—¡Vuelve aquí, White! —grita Alicia de rabia, corriendo tras él. Tiene
un gran cuchillo ensangrentado en la mano.
Los colores giran y estoy mirando la casa del Sombrerero mientras él
entra al porche. La preocupación arruga su rostro mientras mira a Alicia.
Ella se para frente a él en la hierba, mirando. White está apoyado contra la
barandilla, sus orejas se mueven nerviosamente. Cheshire se burla de
Alicia, moviendo la cola de un lado a otro con agitación.
—¿Qué te pasó, Alicia? —pregunta el Sombrerero, sus ojos mirando la
sangre goteando, goteando del cuchillo. Está más fresco que la última vez
que lo vi.
—Crecí —gruñe, dando un paso adelante. Solo hay tres metros entre
ellos—. Cuando me abandonaste a los males de la realidad.
—Has perdido tu grandeza. —El Sombrerero la mira con el ceño
fruncido. Cheshire se tensa desde su posición, sus garras se deslizan fuera
de las puntas de sus dedos.
—No —responde Alicia, acercándose a él. No se aleja—. He ganado
poder.
Ella clava el cuchillo en el corazón del Sombrerero. El shock nubla sus
ojos mientras yo grito. Cheshire y White entran en acción. Corro hacia
adelante, pero la escena cambia antes de que pueda alcanzarlo. Parpadeo
ante la humedad de mis ojos.
Estoy en una sala del trono. Alicia se sienta en una opulenta silla dorada
con un vestido rojo brillante. Lleva en la cabeza la misma corona que solía
llevar la reina. La sangre le corre por la cara y el cuello, se acumula contra
la tela y la oscurece. Cuerpos esparcidos por el suelo alrededor del trono,
abandonados donde cayeron. Cuando miro más de cerca, veo los cadáveres
del rey y la reina, sus cuerpos mutilados, sus cabezas cortadas y sentadas en
los escalones como una especie de obra maestra espantosa. Tienen la boca
abierta de horror. Charcos de sangre debajo de ellos.
Alicia tiene un corazón en su mano, todavía tibio, sospecho, de cuando lo
sacó del pecho de la reina. Miro desde mi lugar frente al trono. Alexander
está frente a ella, los cuerpos de sus padres a sus pies. Está golpeado y
ensangrentado, sosteniendo un brazo en un ángulo extraño. Él también es
mayor ahora, y la diferencia de tiempo me confunde. Parece que está más
cerca de los veintiún años. Observa cómo Alicia se lleva el corazón a la
boca y lame la sangre que gotea. Alexander se estremece.
—Alicia. —Su voz tiembla—. No eres mi Alicia.
Más rápido de lo que puedo seguir, Alicia se levanta de la silla y se para
frente a Alexander, con la mano alrededor de su garganta. Él agarra su
mano, jadeando por respirar cuando ella se acerca.
—Ya no soy Alicia —le gruñe a la cara. Su otra mano deja una huella de
sangre en su mandíbula mientras toma su mejilla—. Soy la Reina Roja.
Ella arrastra sus garras por su rostro, rasgando un lado. Grita de agonía,
su cuerpo se debilita por el dolor. La sangre brota de la herida antes de que
pequeñas rosas broten en su lugar. Alexander no pelea mientras ella le besa
los labios.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho a medida que cambia la escena.
Tengo miedo de lo que veré a continuación, de lo mal que se pondrá esto.
Estoy de pie en la rama de un árbol, mirando hacia un claro. March pasa
corriendo, justo en el centro. Alicia sigue a lomos de una temible criatura.
Abre la boca, los labios se pelan hacia atrás sobre su rostro para revelar
dientes afilados y con costras de sangre. Inmediatamente me doy cuenta de
que debe ser un Bandersnatch. No puede ser otra cosa. Alicia monta en él
como un caballo, con alegría en su rostro mientras se concentra en March.
Está detenido en medio del claro, rodeado por más criaturas. March hace un
último esfuerzo para salir, corriendo a la derecha hacia el Bandersnatch.
Finge hacia la izquierda antes de moverse hacia la derecha, pero la bestia lo
espera. Mi corazón se detiene cuando la cosa arranca dirigiéndose a March.
La sangre y los pedazos vuelan por el claro mientras los otros Bandersnatch
se unen en un aullido de victoria. Las lágrimas ruedan por mis mejillas
cuando los gritos me alcanzan.
No sé cuánto más de esto puedo soportar, pero no tengo otra opción.
Cualquiera que sea la visión inducida por las drogas en la que me
encuentro, estaré estancada hasta que termine. La escena está cambiando de
nuevo y rezo para que sea la última vez que tenga que ver algo tan horrible.
Por favor, no seas el Sombrerero, pienso. Por favor, no el Sombrerero.
Estoy de pie en una mazmorra, el aire es frío y húmedo. Me estremezco,
aunque no estoy realmente aquí. Las mazmorras significan cosas malas.
Siempre lo hacen.
Contra la pared, dos personas están esposadas a la piedra. Alicia se para
frente a ellos. Lleva un vestido formal intrincado, rojo y brillante con
rubíes. Un cuello alto enmarca su delicado cuello. La corona roja descansa
sobre su cabello perfectamente peinado. Me muevo hacia un lado, un
pequeño gemido se me escapa cuando veo quién está encadenado a la
pared. El vestido de la Reina Blanca está cubierto de sangre y suciedad,
pero su rostro está sereno incluso cuando sus ojos brillan como dagas. A su
lado, el Sombrerero está encadenado. Le falta el abrigo y el sombrero, pero
es él de todos modos. Está magullado y ensangrentado, como si hubiera
luchado. Sus pantalones están desabotonados y empujados hacia abajo en
un ángulo, apenas ocultando sus partes íntimas. Hay manchas de sangre
seca alrededor de su piel. Lloro por la implicación detrás de esto.
Alicia le sonríe con malicia.
—Eras mi amiga —susurra el Sombrerero, con la voz llena de dolor.
—Un amigo no me habría dejado pudrirme en un manicomio —sisea
Alicia en respuesta.
Da un paso hacia la Reina Blanca, dientes afilados que nunca antes había
visto sacar de sus labios. La Reina Blanca se encuentra con su mirada de
frente, con la barbilla en alto.
—¿No le rogarás piedad a tu Reina? —le pregunta Alicia, la maldad
goteando de cada palabra.
—Tú no eres mi reina. —La voz de la Reina Blanca es fuerte cuando
habla. Alicia tira la cabeza de la mujer hacia un lado y golpea, sus dientes
se hunden en la carne de su cuello. Un sonido confuso pasa por los labios
de la Reina Blanca. Observo cómo se marchita ante mis ojos, su piel revela
los huesos debajo. Su cuerpo se hunde, sus ojos se hunden en su cráneo. Su
cabello cae al suelo en mechones, solo algunos mechones cuelgan. Su
corona no se cae de su cabeza.
El Sombrerero grita y Alicia se aleja del cuerpo de la Reina Blanca.
Observo el traqueteo del pecho de la reina, que apenas se eleva. Sigue viva.
La sangre gotea por la barbilla de Alicia, sus colmillos aún más largos que
antes, y fija sus ojos en el Sombrerero. Me muevo frente a él, tratando de
protegerlo, un acto realmente inútil. Ella golpea, su mano me atraviesa y
entra en el pecho del Sombrerero.
Grito y grito.
── ⋆✩⋆ ──
Me recupero, jadeando, mi corazón latiendo frenéticamente dentro de mi
caja torácica. Rápidamente me doy cuenta de que mi piel está húmeda por
un sudor frío, las gotas aún gotean por mi frente. Estoy tendida sobre el
regazo del Sombrerero, sus brazos envueltos alrededor de mí, fuertes y
gentiles a la vez.
—Shh —susurra, apartándome mechones de cabello de la cara. Estoy
segura de que me veo hecha un desastre en este momento. Ciertamente me
siento como un desastre—. Pasará. Pasará.
Su voz me ancla al presente, enfocando mi mente hasta que ya no
escucho los chillidos de la ardilla, las súplicas del príncipe o los gritos
roncos del Sombrerero.
March se sienta a la mesa frente a nosotros, bebiendo té con delicadeza
de una taza de té desportillada. De vez en cuando, deja escapar una pequeña
risa mientras nos mira. Aún no he decidido si está loco o completamente
destrozado. Apuesto mucho a lo último.
Cuando mi frecuencia cardíaca vuelve a la normalidad y ya no siento que
voy a vomitar, me siento en el regazo del Sombrerero. Me estabiliza
mientras los temblores golpean mi cuerpo pero, por lo demás, me deja
adaptarme a mi propio ritmo.
—¿Qué diablos había en ese té? —le pregunto a March. Mi voz todavía
es ronca, ya sea por los gritos o por el té, no estoy segura.
Él sonríe, una risa escapándose de su garganta. Las orejas de su cabeza se
mueven hacia adelante y hacia atrás, como si realmente ya no supieran
hacia dónde señalar.
—Reali-Té —susurra antes de taparse la boca con las manos para detener
una carcajada. No tiene éxito. Termina escupiendo por toda la mesa cuando
una histeria de vientre profundo se apodera de él. Se cae de la silla,
rugiendo de diversión mientras rueda por el suelo. Lo miro con una ceja
levantada. Miro el rostro del Sombrerero. Él tiene la misma diversión, como
si quisiera unirse a March en las risitas en el piso, pero cuando sus ojos se
enfocan en mí, gana control sobre el impulso.
—¿Cómo estás aquí? —pregunto en voz baja, volviéndome sobre su
regazo para mirarlo de frente.
—Yo no estoy ni aquí ni allá —responde—. Estoy en todas partes.
Agarro los lados de su rostro con seriedad, instándolo a que se concentre
solo en mí. La risa de March se desvanece en un ruido de fondo mientras lo
miro profundamente a los ojos.
—Te vi morir. —Mi voz se quiebra en la última palabra—.Te vi morir
dos veces.
Me estudia con atención.
—Mientras viva el País de las Maravillas, yo también lo haré. ¿Te
acuerdas, Clara Bee?
—¿Pero puedes sentir dolor? —aclaro porque esas imágenes se quedarán
conmigo el resto de mi vida. Tendré pesadillas de esos gritos, de ver morir
al Sombrerero una y otra vez.
Él asiente con la cabeza, sus mejillas están calientes bajo mis palmas.
Siento que las lágrimas brotan de mis ojos de mala gana, al darme cuenta de
que debe haber sentido una agonía tan terrible, que, si yo no puedo cumplir
con mi parte en la profecía, él podría sentirla de nuevo, demasiado. He
estado en este mundo por unos pocos días, al menos, creo que han pasado
unos días, pero ya siento que pertenezco. No quiero fallarles a todos. Una
sola lágrima recorre mi rostro y él la mira con asombro.
—No llores por mí, Clara Bee —susurra en voz baja—. No creo que
pueda soportarlo.
—Lo siento. —Levanto la mano para secar la lágrima, avergonzada de
estar perdiendo la cabeza.
Toma mi mano con la suya antes de que me arregle. Sus ojos están llenos
de emoción mientras se inclina hacia adelante y besa la gota, sus labios
suaves contra mi piel. Es suficiente para asfixiarme de nuevo, pero lucho
contra eso. Se siente como una batalla perdida.
—Nunca sientas lástima. —Me mira a los ojos—. No para mí. Nuestro
mundo es un caos, todos sufrimos de alguna manera. Mi mente... —Se da
unos golpecitos en un lado de la cabeza—, es dónde sufro. Dentro de mis
pensamientos, hay caos, locura, miedo. No puedo luchar contra eso. No
puedo apartarlo. Pero dentro de todo ese caos, estás tú, brillando
intensamente, mi propia estrella para iluminar el camino y mostrármelo
para ir a casa. Nunca te arrepientas de quién eres —dice, más serio de lo
que nunca lo he visto—. Porque quién eres, lo es todo para mí.
Me derrito. Allí mismo, en su regazo, en la cabaña podrida de la loca
Liebre de Marzo, que todavía rodaba por el suelo, jadeando, luchando por
respirar. Si soy sincera conmigo misma, es el momento en que me enamoro
del Sombrerero Loco, tan loco y torturado que canta con acertijos y rimas y,
sin embargo, puede hilar palabras tan hermosas que suenan a verdad y
amor. Puede que se profetizara que estaríamos juntos, pero una profecía no
me hizo amar al Sombrerero. El hombre con abrigo y sombrero de copa lo
hizo todo por su cuenta.
En el suelo, March se sienta de repente, con las orejas erguidas y
apuntando en la misma dirección por una vez.
—Shh, ¿escuchas eso? ¿Lo oyes? —susurra. Su nariz se contrae.
Hacemos una pausa, escuchando. Todo está en silencio. Y luego un
fuerte chillido llena el aire, el ruido discordante y fuerte. Siento como si me
metieran piquetes en los oídos a pesar de que el Sombrerero los tapa con las
manos. Veo la sangre gotear de sus canales auditivos cuando permanecen
desprotegidos. Aprieto la mía alrededor de la suya en un intento de ayudar.
El chirrido se detiene, pero sea lo que sea, está muy cerca.
—Bandersnatch. —La voz de March tiembla—. Es el Bandersnatch.
Capítulo dieciséis
Traducido por Nea
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou
Otra fiesta del té nos pide que nos alejemos de los brazos del otro a la
mañana siguiente. Estábamos tan absortos el uno en el otro que no
escuchamos a Lirón llamando a la puerta, alertándonos. No es hasta que
golpea repetidamente la puerta con el puño que nos separamos. Me siento
presa del pánico en la cama, tomando las sábanas de seda púrpura contra mi
pecho. El Sombrerero se ríe, sus manos errantes tirando de estas
suavemente.
—Deja de golpear —siseo—. Lirón puedes escucharnos.
—Es la hora del té. —La voz aburrida de Lirón llega a través de la puerta
de madera—. Los espero a los dos en treinta minutos.
Me pongo pálida, el hecho de que Lirón sepa lo que estamos haciendo
detrás de la puerta cerrada me aterra. Lo escucho alejarse, las tablas del piso
crujiendo bajo sus medidos pasos.
—Oh, mi Dios. Él lo sabe.
El Sombrerero se sienta y me tira de nuevo a la cama. Apoyándose en un
codo sobre mí, sonriendo.
—Lirón nunca se atrevería a decir una palabra sobre esto. Es demasiado
duro para eso.
—¿Cómo se supone que volveré a mirarlo a los ojos de nuevo? —Me
muerdo el labio inferior, mis manos se deslizan por los costados del
Sombrerero. Recorro con mis uñas sus costillas.
—Estoy seguro de que todos en el País de las Maravillas sabrán y
esperarán que compartamos la cama. Lirón probablemente lo ha esperado
desde el principio.
Mis ojos se amplían.
—Todo el País de las Maravillas lo sabe…
—Todo el País de las Maravillas supo de la pareja del Sombrerero en el
momento en que la profecía habló de nuestro destino —canta, besando la
punta de mi nariz.
—Genial. Es bueno saber que todos conocen nuestra vida sexual. —No
hay vergüenza en mis palabras. De hecho, cuanto más lo pienso, más tonto
parece preocuparme. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero.
—Puedo hacerte olvidarlo —bromea el Sombrerero, sus ojos brillando
hacia mí.
—Pero llegaremos tarde para el té.
—Ah, sí. La hora del té. —Sus palabras son tristes por un momento antes
de animarse—. Todo lo que necesito son dos minutos para hacerte olvidar
—sonríe.
Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura.
—Te daré cinco.
── ⋆✩⋆ ──
Me retiro a mi propia habitación para prepararme, robando una bata que
había estado colgada en la puerta del Sombrerero. Me miró desde la cama,
su piel tan resbaladiza como la mía por el sudor. Estaba completamente
desnudo, recostado sobre las sábanas, su sombrero cubriendo las partes
importantes, burlándose de mí. Es una imagen que me cuesta sacar de mi
cerebro, para poder concentrarme en la tarea que tengo entre manos.
Mis tacones cuelgan de la punta de mis dedos, mis pies descalzos
mientras abro la puerta y me deslizo dentro de la silenciosa habitación. Me
recuesto contra la madera, con una sonrisa bobalicona en el rostro. Estoy
adolorida en todos los lugares correctos, lo que me hace olvidar los dolores
de toda la carrera. No estoy lo suficientemente adolorida como para causar
problemas en una pelea, pero es suficiente para recordarme lo que he estado
haciendo toda la noche.
—Parece que has estado disfrutando.
Frunzo el ceño mientras Cheshire toma forma, esta vez apoyado en el
poste de mi cama.
—¿En serio? —Lanzo mis tacones a un lado con un suave golpe que
resuena cuando aterrizan en la alfombra—. ¿No sabes llamar a la puerta?
Él se encoge de hombros.
—¿Por qué iba a llamar a la puerta cuando puedo entrar sin más?
Sacudo mi cabeza. No hay esperanza para el hombre. Parece que no le
importa la privacidad. ¿Por qué insiste en torturarme? No tengo idea. Voy a
tener que recordar que nunca ande desnuda en mi habitación. Mis ojos se
amplían.
—No habrás estado espiando mientras estoy en otros lugares, ¿verdad?
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
—Relájate. No he estado viendo lo que sea que tú y el Sombrerero han
estado haciendo.
Suspiro aliviada antes de cruzar los brazos sobre el pecho.
—¿Qué quieres, Cheshire?
—Tengo una pregunta para ti.
Cuando no la elabora, levanto una ceja.
—¿Y bueno?
Su rostro se vuelve serio. Empiezo a pensar que no va a preguntar
cuando por fin se endereza y me mira a los ojos.
—El Sombrerero obviamente se preocupa por ti. ¿Tú sientes lo mismo
por él?
—Por supuesto que me preocupo por el Sombrerero. ¿Por qué
preguntas?
—¿Es porque sabes que estás destinada a estarlo? ¿Es por la profecía por
lo que te preocupas por él?
Me doy cuenta. Cheshire está pescando, y está preocupado. Absolem
había dicho que Cheshire es el tercer hijo del País de las Maravillas, aunque
lo sospechaba antes de que él lo confirmara. Cheshire está destinado a
encontrar una pareja que complete la triada, la tercera mujer que me
ayudará a mí y a otra a derribar a la Reina Roja.
Noto que Cheshire está inquieto, con su cola moviéndose de un lado a
otro y sus dedos golpeando un ritmo en su muslo. Se esfuerza por parecer
frío e indiferente, pero empiezo a ver un poco debajo de su máscara. Puedo
elegir no responder a su pregunta. Es personal después de todo. Pero
cuando abro la boca, descubro que la verdad sale a borbotones sin dudarlo.
—Admito que hubo un empate al principio. Es como una sensación en tu
pecho, que tira de ti, aunque estés receloso, o asustado. Tenía curiosidad por
saberlo, claro. —Cruzo la habitación y me pongo delante de él. Lo miro a
los ojos, las pupilas se mueven entre un círculo y una rendija, como si no
pudiera decidir qué mirada asumir—. Pero, eso no me obligó a amar al
Sombrerero. Él capturó mi corazón por sí mismo. Ninguna profecía hizo
eso.
—Tú hablas de amor —suspira con asombro. Su cola finalmente deja de
moverse mientras me mira—. ¿Cómo puedes saber que no se trata de una
fuerza mayor que juega con tus emociones?
—No puedes forzar a la gente a amar. Si ese fuera el caso, cuando vi por
primera vez al Sombrerero, no habría sentido miedo, preocupación o
confusión. No hubo amor instantáneo. Puedo decirte el momento exacto en
que sucedió, y no fue a primera vista.
—¿No lo fue?
—No. Fue en la casa de la Liebre de Marzo, después de que bebiera el té
real, minutos antes de que el Bandersnatch aullara afuera. March estaba
siendo March. —Me río ante la imagen de él rodando por el suelo riendo—.
Acababa de ver la terrible historia de la Reina Roja, estaba cubierta de un
sudor frío y estaba llorando. ¿Y sabes lo que pasó?
—¿Qué?
—El sombrerero me dijo que soy su luz dentro de la locura. Que soy la
luz que lo trae a casa. —Sonrío al recordar las palabras—. Me enamoré allí
mismo. Esas palabras sellaron mi destino. Ese fue el momento en que lo
abracé. —Cheshire mira el techo por un momento. Tomo su mano, solo
sosteniéndola para confortarlo. El toque trae sus ojos de regreso a mí, sus
cejas se arrugan en confusión. Le da a su rostro una mirada inocente, una
que normalmente nunca usaría—. Entiendo que te asuste la idea de una
pareja destinada, Cheshire. Pero esta es la forma en que lo veo: La profecía
sabe qué dos personas son compatibles, seguro. Pero depende de ti si el
amor crece a partir de eso o no. Tú decides si quieres abrazar ese destino.
Nadie más lo hace.
—Ninguna mujer podría mirarme como tú miras al Sombrerero, Clara.
—Su voz es triste, de aceptación y escucho el quebranto que lleva dentro—.
Además... —Se encoge de hombros—, no creo en toda esa mierda del
amor.
Así de rápido, descarta todo lo que había dicho, la esperanza en sus ojos
se desvanece. Sonrío, dándole un ligero apretón a su mano. Sus ojos
cambian a los de un gato mientras me mira. Ya no me inquieta. Intenta
volver a colocar su máscara de indiferencia en su sitio, pero es demasiado
tarde. Ya puedo ver más allá de eso.
—Lo harás —le aseguro—. Cuando la veas.
No responde al comentario, pero comienza a desvanecerse. Su mano se
desliza de la mía mientras su cuerpo desaparece. Su rostro es lo último en
irse.
—Te veré a la hora del té, Clara Bee. —Su voz resuena antes de que sus
brillantes ojos azules desaparezcan por completo.
── ⋆✩⋆ ──
Hay otra vestimenta en mi cama, similar a la primera. Pantalones de
cuero, una vez más en negro, están asentados en la parte superior. La
chaqueta es negra esta vez, con un bonito patrón de damasco dorado y un
corte mucho más bajo que el cuello alto de la primera chaqueta. Mostrará
un poco de escote y hará que sea menos estirado. Es sin mangas, se detiene
en la parte superior de mis hombros. La parte posterior de la chaqueta es
menos formal que la primera. Solo me llega a las rodillas, y parece más una
larga cola de abrigo que la mitad trasera de una falda. Hay un par de botas
de combate diferentes para completar el atuendo, de color dorado gastado.
Me pongo el conjunto antes de atarme el cabello en un moño desordenado.
Me vuelvo a atar todas las armas al cuerpo, tropezando con la forma de
abrochar las hebillas, y me dirijo al salón de baile. De nuevo, es fácil
orientarse por la casa. No tengo problema para encontrar el camino.
Cuando llego al salón de baile, es Lirón quien abre la puerta por mí. No
puedo mirarlo a los ojos, mi cara se pone de un bonito tono de rojo, pero no
debería haberme preocupado. Él tampoco se encuentra con la mía, siempre
la cara del profesionalismo. Cuando entro por las puertas, los invitados a la
fiesta del té dejan de hablar y sus ojos se centran en mí. Hago una pausa.
Salto cuando Lirón habla detrás de mí, gritándole a Cheshire que ya está
sentado hacia la cabecera de la mesa, cerca del Sombrerero.
—Quita los pies de la mesa, Grimalkin inculto. —Se mofa Lirón. Es la
mayor emoción que he escuchado de él, su ofensa por los malos modales es
fuerte.
Cheshire le sonríe, pero no quita las botas de arriba de la mesa. Lirón se
mofa y cierra la puerta tras de sí al salir.
Tweedledee y Tweedledum están sentados uno al lado del otro a mitad de
la mesa. Sus cabezas se inclinan juntas mientras estudian a los invitados.
Hay hambre y curiosidad a partes iguales en sus rostros. Hago una nota
mental para preguntarle al Sombrerero si deberíamos preocuparnos por eso
o no. Odio pensar que tengo que decirles cada vez que los invitados son
amigos. Tal vez haga un cartel y lo cuelgue en la pared. ¿El Sombrerero los
ha alimentado? Pienso mucho y me doy cuenta de que no recuerdo que
alguna vez hayan comido. ¿Se alimentan de comida, o, de algo más
horroroso? Va al archivo de “Preguntas al Sombrerero” que hay en mi
cerebro.
White se sienta junto a Cheshire, con el rostro nublado por la ira. No deja
de mirar su reloj una y otra vez. Cuando me ve en la entrada, levanta las
manos al aire, y juro que oigo las palabras “por fin”. Sus orejas se agitan y
sus nudillos golpean la mesa.
También hay otros invitados, los de los fallecidos. Hay más de los que he
visto nunca a la vez. Esta vez cuento catorce. Otras catorce criaturas y
personas han muerto a manos de la Reina. Está aumentando la cantidad,
probablemente porque logramos huir de ella. Debe estar tan furiosa porque
nos escapamos, que la Oruga nos ayudó.
El Sombrerero se sienta en su asiento regular, sus ojos brillan al verme
entrar en el salón de baile. Mi rostro se enrojece mientras me dirijo a la
mesa para ir a mi asiento, especialmente cuando pienso en las cosas que
hicimos en este mismo lugar la noche anterior. El Sombrerero sonríe con
malicia, como si supiera exactamente por qué me pongo roja. Tengo
destellos de piel, visiones de la última vez que usamos la mesa.
—Hay menos porcelana de la que suele haber —comenta Cheshire,
estudiando la mesa—. ¿Qué pasó con el bol de azúcar? Me gusta mi té con
azúcar.
No pude evitarlo. Se me escapa una risita, mi rostro se enrojece aún más.
Estoy segura de que me veo como un tomate. Los ojos de Cheshire se fijan
en los míos y sus cejas se levantan. Se aleja de la mesa, retira los pies y la
mira con desconfianza, como buscando evidencias.
—Conveniente para el Sombrerero —murmura. Afortunadamente, nadie
más parece entender nuestra conversación. No puedo soportar esta
conversación.
Estoy a punto de tomar asiento cuando el Sombrerero desliza su brazo
alrededor de mi cintura y me lleva a su regazo, tumbándome en una
posición incómoda. Me río y me acomodo a un lado, lo que facilita que
ambos veamos la mesa y a nuestros invitados. Envuelvo un brazo detrás de
su cuello, mis dedos jugando con la cadena.
—Te ves enloquecedoramente revitalizante con la ropa que escogí para ti
—susurra en mi oído, y sus manos envolviendo mi vientre y frotando,
provocando.
—Todos están viendo —siseo.
—Déjalos ver.
Mi rostro se calienta aún más, pero no lucho contra él, demasiado
mareada. Además, en realidad no quiero que se detenga. White nos observa
de cerca, con curiosidad en su rostro. Cheshire nos ignora a propósito.
—Entonces, ¿alguien tiene un plan? —Me aventuro, el zumbido en la
sala se apaga cuando todos se centran en mí de nuevo. Nadie contesta—.
Para derrotar a Bribón —aclaro. Tal vez no entiendan qué estoy
preguntando.
—Siempre puedes cortarle la cabeza —agrega Cheshire, estudiando sus
garras—. Bastante sencillo en realidad.
—Me gustaría evitarlo si es posible. Bribón es tan víctima como
nosotros. Si hay una manera de salvarlo, preferiría hacerlo. —Miro
alrededor a los invitados silenciosos. Tweedledum y Tweedledee me
observan, ambos inquietamente quietos.
—Algunas personas podrían estar demasiado lejos para ser salvadas —
habla el Sombrerero, su voz lo suficientemente alta para que la sala lo
escuche. Me giro para mirarle, encontrándome con sus ojos. Hay tristeza
allí.
—¿Realmente crees eso? —pregunto—. ¿Crees que hay algunos de
ustedes que no pueden ser salvados?
—No hace mucho tiempo —interrumpe White—, creías que no podías
ser salvado, Sombrerero.
El Sombrerero inclina la cabeza hacia White en reconocimiento antes de
mirarme de nuevo.
—Entonces, necesitamos un plan que implique salvar al príncipe —
concuerda el Sombrerero—. Sin presión.
—¿Por qué necesitamos eliminar al príncipe? —pregunta alguien en la
mesa, una mujer con cuernos—. ¿Por qué no ir por la Reina Roja? Si
eliminamos a la Reina, todo lo demás es discutible.
—Bribón es el general de la Reina Roja. Debe ser removido para que ella
se debilite —responde el Sombrerero—. La profecía habla de la triada.
Clara es solo la primera. La Oruga dice que solo hay un futuro posible en el
que tenemos éxito. Este es ese futuro.
Cuando nadie más habla, me dirijo a los Tweedles.
—¿Hay alguna manera de revertir lo que la Reina Roja le ha hecho al
príncipe? —Formulo la pregunta con cuidado, especificando todas las
personas en cuestión. Menos posibilidades de que me desvíen de esa
manera.
Como parte de nuestro trato, se supone que deben proporcionar consejo y
asesoramiento. Sin duda repiten el trato en sus cabezas antes de decidirse a
responder. No hacen nada sin consultarse entre ellos primero. Tampoco
hacen nada sin recibir algo a cambio.
—Hay maneras —dice Dee.
—Podría funcionar si lo hiciera —agrega Dum.
—Podría fallar si no lo hace —finaliza Dee.
Veo un escalofrío recorrer a algunos de los invitados. Parece que no soy
la única a la que le asusta los gemelos.
—Entonces será arriesgado. —Asiento, mirando a Dum a los ojos,
acostumbrándome a su forma de hablar—. ¿Qué hay qué hacer para
salvarlo?
Todo tiene un precio en el País de las Maravillas. Si quiero salvar al
Príncipe, habrá un intercambio justo. Necesito saber si lo puedo pagar.
Hablan al mismo tiempo con esa voz inquietante que flota en el aire.
—El amor provocó la muerte del Príncipe. El amor lo hará libre.
Miro al sombrerero.
—¿A quién amaba el Príncipe? —pregunto, aunque tengo una pequeña
sospecha.
—Solo a una, que yo sepa —murmura—. Alicia.
Suspiro.
—Genial. Así que eso es imposible. Tal vez no tenga que ser un amor
romántico. ¿Tal vez podría ser amor Maternal?
El rostro del Sombrerero se ilumina, la excitación le recorre mientras se
tensa debajo de mí.
—¡La Reina! —exclama—. Amaba a la Reina.
—Su madre —aclara Cheshire—. ¿Cómo puede su madre ayudarlo a
traerlo de vuelta? Ella está muerta.
—Podría ser capaz de actuar como una especie de faro, capaz de atar a la
Reina a este mundo de la misma manera que fui capaz de atar a Clara en el
Más Allá.
—¿Hiciste eso? —pregunta White, sobresaltado—. Nunca lo habías
hecho antes.
—El cambio llegó al País de las Maravillas, en el momento en que Clara
Bee unió nuestras manos —dijo el Sombrerero encogiéndose de hombros.
—¿Será capaz de hacerlo? ¿Ella querría hacerlo? —pregunta, feliz de
tener algún tipo de plan en marcha.
—Solo hay una manera de averiguarlo. —El Sombrerero me levanta de
la silla y me pone de pie—. La fiesta del té se acabó para todos. Es
momento de irse.
Los invitados se levantan y comienzan a dirigirse hacia el otro lado de la
sala. Los gemelos los miran y se levantan. Veo que Dee se lame los labios.
Empiezo a creer que Tweedledum y Tweedledee se alimentan de almas.
—Ellos son amigos —les digo de nuevo, solo para ponerlo en evidencia
en caso de que intenten sacar la carta de “no lo sabíamos”—. Todo el
mundo en esta casa en este momento es un amigo. —Definitivamente voy a
poner un cartel.
Suspiran decepcionados antes de volver a sentarse. Sorben su té en
silencio, con su atención puesta en mí.
Se te advierte, la voz de Dee flota a través de mi cabeza.
El Más Allá puede quitarles una vida a los muertos, agrega Dum. Si
tomas un alma de los muertos.
Genial. Nada de lo qué estresarse entonces, creo. Espero que no llegue a
eso. Y espero seriamente que los Tweedles no vuelvan a hablar a mi mente.
Dejan una sensación aceitosa. Me dan ganas de raspar el interior de mi
cerebro.
Cheshire y White siguen sentados en la mesa, observándonos. White
comprueba de nuevo su reloj, su rodilla rebota inquieta. Cheshire sonríe
cuando se da cuenta de que lo estoy mirando.
—Trata de no perderte. —El mensaje es claro. Frunzo el ceño ante su
comentario de mal gusto, endureciendo mi columna vertebral mientras
flotamos hacia el otro lado de la habitación. Cuando miro por encima de mi
hombro, los dos están concentrados en otra cosa.
—¿Estás lista, Clara Bee? —pregunta el Sombrerero. Asiento, aunque
me tiemblan las manos. La última vez no fue tan divertida; apenas llegamos
a tiempo.
Envuelve mi mano en la suya, lanza su sombrero, y el portal se abre ante
nosotros.
── ⋆✩⋆ ──
—La próxima vez que vengamos aquí, recuérdame que traiga pantalones
cortos y una camiseta de tirantes. —Resoplo cuando la humedad me golpea.
El sudor se acumula inmediatamente en mi frente, mis pantalones de cuero
y mi chaqueta lo hacen casi insoportable.
—Siempre puedes quitarte la ropa. —El Sombrerero sonríe, y menea las
cejas. Pongo los ojos en blanco.
—Sí, exactamente lo que quiero hacer. Conocer a la antigua Reina del
País de las Maravillas desnuda.
—Como quieras. —Se quita la chaqueta y se la echa por encima del
hombro, sin dejar de tocar nuestra piel. Sin camisa y con solo pantalones de
cuero, botas y su sombrero, el Sombrerero es un espectáculo para la vista,
especialmente mientras su cuerpo brilla de sudor. Frunzo el ceño al ver lo
fácil que le resulta quitarse la chaqueta y miro la mía, contemplando. Había
guardado mi camisola blanca que llevaba debajo de la ropa cuando caí en el
agujero del conejo. Me la puse esta mañana, solo para tener una barrera
extra entre la chaqueta y mi piel. Es delgada, y sin duda mostrará todo a
través del endeble material, pero está ridículamente caluroso, y estoy segura
de que voy a comenzar a derretirme pronto si no hago algo.
—Bien —murmuro, trabajando en los botones de la parte delantera de la
chaqueta.
El Sombrerero hace una pausa, mirándome con gran interés mientras me
quito la chaqueta de los hombros, revelando la camisola translúcida que
tengo debajo. El sudor lo ha hecho aún peor, delineando mi sostén de encaje
debajo. Sus ojos se calientan cuando caen en la sombra de mis pezones a
través de la tela.
—Tal vez deberías dejártela puesta. —Se esfuerza, limpiándose la frente
con el dorso del brazo.
—Hace calor —remarco—. Deberías haberme vestido con algo más
fresco si querías que me lo dejara puesto.
—Podría arrinconarte contra un árbol y salirme con la mía. —Su voz es
ronca, y calienta mi núcleo cuando las imágenes saltan inmediatamente a
mi cerebro. Sacude la cabeza, como si intentara desalojar el pensamiento—.
Estamos en un tiempo prestado. No hay tiempo para el coqueteo en el Más
Allá. —Me mira de nuevo el pecho—. Pero después. Después, después,
después. —Sonríe.
Empezamos a movernos por la selva. Intento concentrarme en la tarea
que tengo entre manos, pero es difícil con las vibraciones que provienen del
Sombrerero. Son difíciles de ignorar. Entre sus miradas de reojo y los roces
“accidentales” contra mi cuerpo acalorado mientras avanzamos entre los
árboles, es casi imposible pretender que no hay una tensión tan espesa
zumbando entre nosotros. Me repito las mismas palabras una y otra vez. No
tenemos tiempo. No tenemos tiempo. Las puntas de mis dedos ya se están
desvaneciendo.
—Entonces, ¿dónde encontramos exactamente a la Reina en la jungla?
—Estoy agradecida de haber tenido la previsión de atarme el cabello en un
moño suelto. El sudor corre por mi cuello en senderos constantes. No estoy
acostumbrada a esta clase de humedad. Honestamente, no veo como podría
estarlo alguien. Es como un sauna.
—Seguir el rastro de mil lágrimas para imaginar un encuentro con los
oídos de la vieja Reina.
Le frunzo el ceño al Sombrerero.
—¿Qué significa eso? ¿El rastro de mil lágrimas?
No responde, sino que señala el suelo a nuestro paso. Es la primera vez
que noto un pequeño destello allí, algo que refleja la luz del sol en
incrementos. Parece un poco de brillantina. Me agacho, manteniendo mi
mano en la del Sombrerero y miro más de cerca lo que está causando las
refracciones de luz.
—Es un cristal —digo sorprendida—. Un montón de cristales.
—Diamantes.
Un sonido estrangulado sale de mi garganta.
—Estamos siguiendo un rastro de diamantes, ¡A la mierda!
Y estos diamantes no se parecen en nada a los que vi antes. Brillan más
de lo que jamás he visto brillar un diamante, sus facetas refractan la luz
como una estrella. No tengo idea de cómo me los perdí antes.
—Tienes que saber buscar —dice el Sombrerero, respondiendo a mis
pensamientos no expresados—. Si no sabes que están allí, no los verás.
—¿Cómo es posible?
Él se encoge de hombros.
—Magia, supongo.
Es una respuesta del País de las Maravillas, una que realmente no
entiendo, pero ya no cuestiono. Hay algunas cosas que escapan a mi
comprensión.
Continuamos por la densa jungla, el sonido de los animales parloteando a
nuestro alrededor. Todavía no veo a nadie, aunque espero que haya miles de
criaturas y personas aquí.
—¿Dónde está toda la gente? —pregunto, curiosa. ¿No debería el Más
Allá estar más poblado?
—Tienes que mirar más de cerca. El Más Allá solo te mostrará lo que
quieres ver. Tienes que querer ver a todos para poder verlos.
—Está bien. —Aprieto mis labios en concentración—. Tengo que querer
verlos —Me repito a mí misma. Pienso en encontrarme a la gente que me
rodea, en ver a los habitantes.
De repente, todo se vuelve más claro, y ya no estamos caminando por
una selva sin vida. Estamos rodeados de criaturas a nuestro alrededor,
siguiendo nuestro rastro. Las criaturas rosas parecidas a los monos saltan de
una rama de árbol a otra, manteniendo el ritmo junto a nosotros. Hay un
puercoespín y una especie de gato con rayas verdes caminando a mi lado.
Mientras los miro con asombro, el gato verde levanta su rostro y unos ojos
humanos me devuelven la mirada, sobresaltándome tanto que tropiezo. El
Sombrerero me mantiene en pie. Mientras observo, el gato se transforma en
una mujer ante mis ojos. Su cabello es tan verde como lo era su pelaje, su
vestido un bonito tono dorado. Grandes orejas se asientan en su cabeza, una
cola detrás de ella, al igual que Cheshire. La única diferencia es que donde
Cheshire es todo azul, ella es toda verde.
—Sombrerero —exclama, con una gran sonrisa—. Qué bueno que nos
visites.
—Danica. —El Sombrerero sonríe tristemente—. Me alegra volver a
verte.
—Y tú debes ser Clara —dice enfocándose en mí—. He oído las
conversaciones. Estoy feliz de poder conocerte. Solo desearía que sea en la
tierra de los vivos y no aquí.
—Encantada de conocerte —le digo sonriendo. Me gusta de inmediato.
Tiene ese aire inocente que me hace querer protegerla, aunque no lo
necesite, aunque ya haya pasado el tiempo.
—Hay tantas cosas que han cambiado, Sombrerero. Un día pronto, Clara
y tú deben venir a tomar el té. —Ella le sonríe, con una mirada traviesa en
su rostro.
—Estaremos encantados —le contesta. Yo le sonrío y asiento.
—Bueno, tengo que irme —dice Danica, sonriéndonos dulcemente—.
¿Le dirás a Cheshire que lo saludo? —Se vuelve, pero vacila—. Y dile que
lo amo y que no se meta en problemas.
El Sombrerero resopla.
—Cheshire no se aleja de los problemas. Sabes eso.
—Solo dile. Tal vez escucharlo de mi parte haga la diferencia.
El Sombrerero asiente y Danica se transforma de nuevo en gato.
Dale al País de las Maravillas el infierno, Clara, su voz flota a través de
mi mente. Derríbala por todos nosotros.
Me sobresalto, en serio, ¿todos pueden hablar en mi mente en el País de
las Maravillas? Pero sonrío diciendo que lo entiendo. Cuando se va, me
vuelvo al Sombrerero de nuevo.
—¿Quién es ella para Cheshire?
Él mira el dosel sobre nosotros, observando los pájaros revoloteando
alrededor, los monos rosados balanceándose de rama en rama.
—Su hermana pequeña —susurra tan suavemente que apenas lo
entiendo.
Mi corazón se detiene.
—Oh, no —murmuro—. ¿Fue la Reina Roja?
Él no responde de inmediato, pero no tiene por qué hacerlo. Ya sé la
respuesta. Me da rabia, tanta rabia, que la Reina Roja le haya quitado tanto
al País de las Maravillas. Todo por una venganza mal planeada.
—Debe ser detenida —dice el Sombrerero mientras comenzamos a
movernos de nuevo—, a toda costa.
—Estoy de acuerdo. —Aprieto su mano suavemente en la mía—. La
derribaremos.
Me mira con ojos increíblemente tristes. No puedo imaginar la carga de
pasar al Más Allá a aquellos que te importan, viéndolos morir uno por uno a
manos de alguien a quien una vez llamaste amigo. El Sombrerero es la
persona más fuerte que he conocido.
── ⋆✩⋆ ──
Sé que estamos cerca cuando empiezo a oler rosas. Esa es mi primera
señal. La siguiente es el humo que susurra a su lado, como si alguien
estuviera cocinando fuera. Cuando atravesamos los árboles, el rastro de
diamantes termina, mis ojos se posan en una pequeña y pintoresca cabaña.
Las rosas crecen a un lado, de color blanco puro. No hay ni una sola mota
de rojo, y entiendo por qué los que están en el Más Allá no quieren ver las
flores nunca más.
—Esperaba algo más grande —le digo al Sombrerero honestamente. Al
fin y al cabo, eran el Rey y la Reina y vivían en un castillo. Esta es una
reducción considerable, incluso si se ve cómoda y bonita. Hay un fuego en
el patio, una especie de criatura asándose sobre las llamas. No puedo decir
qué es, pero parece un pavo gigante.
—Los difuntos Rey y Reina siempre han sido modestos. Eran conocidos
por ser muy generosos y se aseguraban de que nadie pasara hambre. Si no
tenías un lugar para cenar, cualquiera podía entrar por sus puertas y unirse a
su mesa.
—Exactamente como debe ser un gobernante. —Sonrío ante la idea,
deseando que más personas sean como ellos. Se oye como si fueran los
monarcas perfectos.
La puerta principal se abre, y la mujer de mi cepillo de té real sale. Lleva
un sencillo vestido amarillo y una diadema dorada en la frente. Todavía luce
tan majestuosa como en su traje de corte completo, su postura delata su
estatus. Su rostro se ilumina cuando ve al Sombrerero. Ella se apresura a
cruzar el patio y lo envuelve en un cálido abrazo. Me arrastra junto con el
abrazo ya que nuestras manos todavía están unidas. Mi brazo opuesto ya se
ha desvanecido por completo, y mi pierna está justo detrás de él. La Reina
suelta al Sombrerero y sus ojos se posan en mí.
—¿Es ella? —le pregunta al Sombrerero con asombro.
—Soy Clara —le proporciono amablemente, y la mujer chilla de
emoción antes de envolverme en sus brazos. Me corta el aire de tan
apretado.
—Estoy tan feliz de poder conocer a la mujer que se ha ganado el
corazón de nuestro querido Sombrerero. —Me sonrojo, apartando algunos
cabellos sueltos de mi cara cuando ella me deja ir—. Edward está ayudando
a algunos de los habitantes más nuevos a construir casas. Pero por favor
entren. Únanse a mí para el té.
—Me temo que no tenemos mucho tiempo, su majestad. —El
Sombrerero sonríe tristemente—. Cómo desearía que pudiéramos
quedarnos, pero Clara no pertenece aquí, y se está desvaneciendo. Si no
regresamos antes de que se desvanezca por completo, podría perderla para
siempre.
—¡Oh, querido! ¡No queremos eso! ¿Hay algo que pueda hacer por ti
entonces? No viniste al Más Allá para arriesgar su vida por nada.
—No —interrumpo. Miro al Sombrerero y el asiente animándome—.
Necesitamos su ayuda.
Su rostro se endurece.
—Me temo que ya no podré levantar mi espada y luchar. Si eso es lo que
buscan.
—La profecía dice que seré la ruina de Bribón —digo en voz baja.
—Mi hijo. —Su rostro es serio mientras me escucha atentamente,
pendiente de cada una de mis palabras.
—Sí, pero Alexander es una víctima en todo esto sin importar lo que
haya hecho bajo la influencia de la Reina Roja. Si puedo salvarlo sin
matarlo, preferiría hacerlo.
Ella parpadea antes de tomar mis mejillas suavemente entre sus manos.
Sus ojos brillan.
—Te agradezco por eso, Clara. Eres todo lo que imaginé que serías. —
Ella me deja ir y pone sus manos en sus caderas—. Ahora dime cómo juego
en todo esto.
—Los Tweedles… —se mofa el Sombrerero, y sospecho que es por su
desagrado hacia los gemelos—, han dicho que el amor puede liberarlo —
continúa El Sombrerero tras su interrupción.
—Alicia es un callejón sin salida, por supuesto —agrego.
—¿Pero quieres que lo intente? —La Reina está pensativa—. ¿Ellos no
especificaron qué tipo de amor?
—No. Solo que debe ser amor.
—Eres bastante lista para saltar a la conclusión del amor maternal,
querida. —La reina sonríe—. Por supuesto que estoy dispuesta a ayudar.
Déjame dejarle una nota a Edward, y podemos estar en camino antes de que
empiece a preocuparme. Te estás volviendo bastante translúcida.
—Estará atada a mí en el País de las Maravillas, su majestad. Estará
presente pero incorpórea —le dice el Sombrerero. ¿Tal vez ahora sea un
buen momento para mencionar la advertencia de los Tweedles? Los miro
cuidadosamente y sacudo la cabeza. Si hay un precio que pagar, lo pagaré.
Cualquier cosa para detener a la Reina Roja.
—Lo entiendo. —Ella se vuelve a mí—. ¿De verdad crees que mi amor
puede sacarlo de la prisión de su mente?
La miro a los ojos.
—Creo que vale la pena intentarlo. Si puedo salvar a su hijo, lo haré.
Me sonríe con cariño antes de entrar corriendo para dejar una nota.
Cuando ella regresa, hacemos la caminata de regreso a través de la jungla,
los animales una vez más parlotean y nos siguen. La Reina les habla
dulcemente, instándoles a que se acerquen y se sienten sobre sus hombros.
Me encuentro deseando que siga siendo la reina, que siga siendo la
gobernante del País de las Maravillas. Pero entonces, miro al Sombrerero,
tan decidido a salvar su mundo, luchando contra la locura que se cuela en su
alma, y agradezco a quien quiera que esté escuchando que estemos
destinados a estar juntos. Estoy agradecida de haber sido atraída a su
mundo.
Yo hago mi propio destino, pero a veces, está bien ser feliz con alguien
que cae en tu vida. O al revés, en este caso. A veces, el Destino sabe lo que
hace.
¿Y esa persona que entra en tu órbita? Bueno, puede que sea el amor de
tu vida, después de todo. Aunque estén un poquito locos.
Capítulo veintiuno
Traducido por Nea
Corregido por BLACKTH RN
Editado por Banana_mou
Estoy demasiado lejos del Sombrerero. Él está al otro lado del salón de
baile y yo estoy muy lejos. Es el primer pensamiento que se me atraviesa
por la cabeza cuando gira y corre hacia mí. Todo se mueve en cámara lenta,
los sonidos desaparecen hasta que se siente como si estuviera en un túnel,
como si mis oídos estuvieran cubiertos de algodón. La reina se levanta de
su asiento, su rostro refleja horror mientras mira fijamente la apariencia de
su hijo, en las rosas. Tengo un pensamiento fugaz de que debí advertirle.
Tweedledum y Tweedledee apenas reaccionan. Ni siquiera se levantan de
sus asientos. La única razón por la que supongo que saben que algo está
sucediendo es porque los veo sonreír al mismo tiempo, su concentración
está en las Cartas que caen en la habitación. Es seguro decir que saben que
las Cartas no son amigas.
Cheshire desaparece de su lugar más rápido de lo que antes había visto,
solo para reaparecer junto a White en el otro extremo de la mesa. Ambos
sostienen espadas de aspecto perverso, ambos con colores diferentes. No
puedo ver ningún detalle, pero sé que son complejas. White y Cheshire dan
un grito de batalla y empieza la emboscada, cortando Cartas a la velocidad
de rayos.
El Sombrerero es rápido, pero no lo suficientemente rápido. Miro
angustiada cómo la Sota lanza una daga por el aire. Está apuntado hacia el
Sombrerero y el pánico se apodera de mi corazón.
—¡Cuidado! —grito, pero mi voz no le llega a tiempo. La daga se
estrella contra el hombro del Sombrerero, incrustándose profundamente. Se
tropieza por la fuerza, pero no se detiene nunca. La sangre brota de la
herida, goteando sobre su pecho desnudo en pequeños ríos.
Me agarra de la mano y me arrastra hacia el portal de escape,
arrancándose el sombrero de la cabeza. Escapar. Estamos tratando de
escapar.
—Tenemos que irnos. Debemos irnos —canta mientras arroja el
sombrero en el suelo.
No sucede nada.
El Sombrerero hace un ruido ahogado y vuelve a intentarlo, recogiendo
el sombrero y tirándolo hacia abajo, poniendo toda su concentración en la
tarea. Su rostro se arruga mientras intenta recurrir a su poder. El sonido de
la risa de la Sota llega a nuestros oídos.
—¿Pensaste que no tendría un plan esta vez? —pregunta la Sota,
caminando hacia nosotros, dando pasos lentos y mesurados.
La Reina sigue detrás de él. Apenas reacciona a ella, elige ignorar a su
madre a favor de hacernos daño.
—Alexander —intenta. Nada pasa—. Por favor, debes detener esto.
La Sota se toma su tiempo para caminar hacia nosotros, como si no le
importara nada en el mundo. Detrás de él, las Cartas aún abarrotan la
habitación. White y Cheshire se encuentran con ellos, balanceando sus
espadas y gruñendo, los cuerpos se amontonan a su alrededor a un ritmo
alarmante. No parece afectar a la gran cantidad de enemigos. Tweedledum
está rastrillando sus garras por el pecho de uno. Justamente observo cuando
Tweedledee agarra a una de las Cartas y arranca su cabeza limpiamente de
su cuerpo. Mi estómago se revuelve. Ahora entiendo por qué me siento
como una presa a su alrededor.
—El cuchillo. —El Sombrerero arranca el metal de su hombro, el borde
dentado se desgarra. Grita de dolor y la sangre brota de la herida antes de
dejar caer el filo al suelo. Retumba, enviando gotas de sangre roja brillante
a través del suelo dorado y gastado. Algo me salpica las botas.
—Qué encantador. —La Sota sonríe—. Hecho especialmente para el
Sombrerero de la Reina Roja. Deberías considerarte especial ya que gastó
tanto tiempo contigo.
—Alicia puede irse al infierno —gruñe el Sombrerero.
Me quedo allí mientras escupen palabras de un lado a otro, insegura de lo
que debería estar haciendo. Tengo el Rompecorazones en mi mano,
esperando no tener que usarlo. Mi trabajo es detener esto, derribar a la Sota.
No quiero lastimarlo, pero estamos a su merced. Me niego a dejar morir a
más habitantes del País de las Maravillas. Necesito dar un paso al frente
ahora, antes de que sea demasiado tarde. Mis ojos buscan a la Reina y la
encuentran justo detrás de Alexander. Su rostro denota tristeza pero ella es
fuerte. Su columna está rígida. Ligeramente asiento la cabeza hacía ella,
haciéndole saber que es hora de actuar, de salvar a su hijo. Ella camina
hacia adelante.
La Reina está al lado de la Sota cuando saca una espada que nunca había
visto. Está dirigida a su cuello, pero pasa de la misma manera que lo había
hecho White. No tiene que ser algo para hacerle daño, los ojos de la Sota se
abren un poco, y veo los primeros signos de reconocimiento en sus
profundidades. La Reina, para su sorpresa, no ralentiza ni muestra ninguna
reacción percatándose que la espada pasa a través de ella. Ella sigue
caminando hasta que se pone de pie a nuestro lado.
—Alexander. —Enfoca sus ojos hacia el hombre que dio a luz,
asimilando todo lo que se ha convertido—. Mi bebé. Cuánto te extrañe.
—¡No pertenezco a nadie más que a la Reina Roja! —gruñe él, tomando
un paso hacia nosotros amenazadoramente.
El Sombrerero y yo sacamos las espadas que usamos al mismo tiempo,
los sonidos que hacen al deslizarse de las vainas dibujándose frente a los
ojos de la Sota. Para entonces, ya había puesto al Rompecorazones lejos de
aquí, decidiendo que estamos demasiado cerca para que las balas golpeen
con seguridad solo a la Sota. Hay demasiados de nuestro equipo en la línea
de fuego.
—¿Piensas vencerme en la batalla? —pregunta. La cuestión es dirigida a
mí. Levanto la barbilla.
—Es mi destino —respondo, sosteniendo la espada firmemente a mi
lado.
Él se ríe y yo me tenso.
—Esa oruga ha estado llenando sus cabezas con tonterías, ¿cierto? ¿En
serio crees que eso sea verdad?
Le sonrío y sé que no es una sonrisa amistosa. Puedo sentir la amenaza
que tengo que mostrar, saliendo de mis labios. Mi rabia se apodera de mí,
pero cuando hablo de nuevo, mi voz es tranquila, firme. El Sombrerero
permanece a mi lado, mi oscuridad roza contra él.
—No sabemos si es verdad. Pero esperamos que lo sea. Tenemos
esperanza para el País de las Maravillas. Y voy a blandir esa esperanza
como una espada.
—Tu esperanza morirá contigo. —La Sota levanta su espada.
—Alexander. Este no eres tú. —La Reina vuelve a intentarlo—. Este no
es el chico que crie. Mi hijo nunca alzaría su espada contra amigos.
—No soy un niño. Soy un hombre. En la estación más alta posible.
—No, hijo mío. Eras un príncipe. Ahora, no eres nada más que una
marioneta.
—¡Cállate! —gruñe la Sota—. No sabes de lo que estás hablando.
—Conozco a mi hijo. Y lo amo. Sé que está en alguna parte dentro de ti,
luchando por salir. Déjalo salir. —La reina da un paso más cerca, sus ojos
brillan mientras trata de razonar con la Sota. Espero con todo el corazón
que Alexander todavía esté en alguna parte de él, capaz de encontrar el
camino a casa—. Este no eres tú.
—Tú no sabes nada. Todos morirán por las mentiras que se derraman de
tus labios. Les quitaré las cabezas y se las daré a la Reina en bandeja de
plata. —La Sota mira al Sombrerero—. ¿Podrás sobrevivir a una
decapitación, Sombrerero? ¿Lo ponemos a prueba?
Una rabia cegadora llena mi cuerpo, pero me mantengo bajo control.
Inhalo y exhalo de la misma manera que hago en la sala del tribunal.
Necesito mantener la cabeza ecuánime. Las guerras no se ganan con
decisiones imprudentes. Se ganan con estrategia.
—No puedo morir. —La voz del Sombrerero es áspera y no tengo duda
de que los recuerdos que vienen de regreso no son nada más que
horripilantes.
—Bueno, entonces supongo que la Reina Roja mantendrá tu cabeza en
una caja de cristal donde te verás obligado a ver a todos los que amas, como
tu mundo entero, muere a manos de la única y verdadera reina. Ella se
bañará en su sangre y no se detendrá hasta que el último cadáver esté frío
sobre sus pies. Te veré gritar en su caja de vidrio hasta que triture tus
cuerdas vocales para convertirlas en cintas.
El Sombrerero se sobresalta, el viento lo golpea profundamente. Trato de
agarrar su mano, siento la tensión enroscarse, lista para explotar. Actuó con
demasiada lentitud. Siempre soy demasiado lenta. Toma su espada contra la
Sota, elevándola alto. Hay un choque de metales cuando sus hojas se
encuentran, el sonido metálico se mezcla con los de la lucha que nos rodea.
White, Cheshire y los Tweedles están luchando duro, pero las Cartas los
superan en número diez a uno. Cuanto más matan, más se multiplican,
como una hidra. Corta una cabeza y salen dos cabezas más. Veo a los
Tweedles dejar un rastro de carnicería detrás de ellos, pero incluso
entonces, no parece ser suficiente. Tweedledum está sangrando por una gran
herida en su pecho, la armadura de escamas de dragón abierta. Tweedledee
tiene sangre goteando por sus cuernos. Ensangrentados, hacen una
horripilante vista.
White está completamente cubierto por el crúor de la batalla. Está
chorreando sangre, el aerosol empapando su ropa. No sé si es suya o si todo
es de las Cartas que ha derrotado. Sus orejas se contraen, catalogando los
movimientos a su alrededor. Parece saber segundos antes de que una Carta
lo ataque, capaz de salir del camino. Cheshire está completamente
impecable en todas partes a excepción de las aterradoras garras en sus
manos. Gotean la sangre de las Cartas que ha mutilado, dejando charcos por
todas partes mientras se abre paso a través del grupo. Los destroza uno a
uno, su cuerpo completamente felino. Ambos son un espectáculo para
observar.
Cuando me concentro de nuevo en el Sombrerero y la Sota, puedo decir
que están empatados. Pelean de un lado a otro balanceando sus espadas. El
Sombrerero parece más fuerte, pero está lesionado, y empiezo a pensar que
su mente le está jugando unas bromas pesadas. De vez en cuando agrega un
giro extra en una dirección diferente, como si pensara que alguien está allí
corriendo hacia él. Nunca hay nadie allí, y la Sota toma ventaja de sus
costillas abiertas. El Sombrerero está sangrando por los cortes que le
recorren el costado del cuerpo. Cada sonido metálico hace que mi corazón
se apriete con fuerza.
—Tenemos que hacer algo —digo lo obvio, mirando a la Reina en busca
de ayuda.
—¿Qué podemos hacer? No me escucha.
—Necesitamos algo poderoso —murmuro, mirando la lucha de cerca—.
Algo que funcione.
—¿Cómo qué? —La voz de la Reina tiembla. Retuerce sus manos.
—¿Hay algo que puedas decirle? ¿Algo que haga que recuerde el tiempo
antes de convertirse en la Sota? ¿Algo que desencadenará una fuerte
emoción? Lo que sea. —Es mi última excusa antes de tener que llamar al
plan un fracaso y volver a la idea de que tengo que matar al hombre que es
más víctima que villano. Si puedo evitar eso, lo haré, pero las
probabilidades no se ven bien.
—Yo... sí. Quizás haya algo. Es una canción de cuna.
—¿Qué canción de cuna? ¿La reconocerá?
Ella sonríe levemente, a pesar de que el caos nos rodea.
—Cuando Alexander era un bebé, solía cantarle una canción de cuna
cada noche. Hasta que creció y no estaba para tales cosas, todavía la tarareo
alrededor del castillo. Nunca le gustó admitirlo, pero yo lo sorprendí una
vez escuchando el sonido de mi tararear, fascinado de la misma forma en
que lo hacía de niño. Le escribí la canción cuando nació.
—Tenemos que intentarlo. Es nuestra última oportunidad. —La miro a
los ojos, asegurándome de que me escucha—. Y es todo, si fallamos,
encontraremos otra forma de deshacernos de la Sota. No tenemos otra
opción.
Ella asiente a pesar de que le acabo de decir que podría tener que matar a
su hijo. Hay demasiado en juego, y la Sota es el arma más poderosa de la
Reina Roja. Si fallamos, El País de las maravillas muere. Ella entiende
aunque su corazón se rompe. No hay otra opción.
La Reina está erguida, cruzando las manos. Sus ojos comienzan a
lagrimear incluso antes de abrir la boca. Las lágrimas se derraman sobre sus
pestañas y sus mejillas. Cuando comienza a cantar, siento el dolor que está
infundiendo en las palabras, la agonía de un hijo perdido. Las lágrimas
brotan de mis propios ojos, y las limpio mientras caen.
Tranquilo, mi bebé.
Tranquilo, amor, no llores más.
Es hora de descansar tus cabellos dorados.
Dragones te persiguen
Mi dulce caballero
Cuando te acuestas en tu cama.
Vences el mal,
Ayudas a los débiles
Porta tu humilde corona con orgullo.
Mi niño fuerte,
Sé fiel a ti mismo
No hay razón para esconderse.
Silencio ahora, mi bebé
Descansa tus cabellos dorados
Y voltea tu rostro hacia el sol.
Todas esas sombras
Se quedarán atrás, mi estrella,
Tu viaje apenas ha comenzado.