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Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología

ISSN 1315-0006 / Depósito legal pp 199202ZU44


Vol. 20 No. 2 (abril-junio, 2011): 313 - 328

Los investigadores de la Universidad


de Buenos Aires ante las demandas
del entorno
Paulina Perla Aronson*

Resumen
Los contenidos del artículo proceden de una investigación durante la
cual se recogieron y analizaron las opiniones de profesores-investiga-
dores de seis de las trece Facultades que forman parte de la Universidad
de Buenos Aires. El objetivo, dirigido a comprender diversos planos de
la actividad de investigación desarrollada por dichos actores, hace hin-
capié en las repercusiones de los procesos contemporáneos de produc-
ción y difusión del conocimiento sobre la tarea que llevan a cabo. Se
aplicaron entrevistas semiestructuradas a investigadores del área de las
ciencias sociales y humanas (sociología, historia, filosofía), de las cien-
cias naturales (biología y bioquímica) y de las ciencias exactas (física,
matemáticas, computación científica), a fin de contar con información
sobre las relaciones que establecen con el entorno y las percepciones
que sustentan acerca de las ventajas y dificultades que supone dicho
vínculo, tanto para los equipos que integran, como para la Facultad y el
conjunto de la universidad pública. Del análisis se desprende su explíci-
ta voluntad de aportar al desarrollo económico-social, siempre que se
respete la especificidad de la tarea académica y no se impongan crite-
rios que privilegien la ganancia por sobre la necesidad de mejoramien-
to general de la población. Asimismo, sobresale una visión crítica res-
pecto de las políticas científico-tecnológicas y de los organismos finan-
ciadores, a los que se les pide coherencia en términos de valoración de
las actividades de vinculación las que, según dicen, no son evaluadas en
igualdad de condiciones en comparación con la publicación de artículos
y libros científicos y la dirección de proyectos.
Palabras clave: Economía del conocimiento, sociedad del conoci-
miento, destinatarios, ciencia pura, ciencia aplica-
da, sistema de ciencia y técnica, universidad.

Recibido: 18-04-11/ Aceptado: 03-05-11

* Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos


Aires. Correo electrónico: [email protected]
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Researchers at the University of Buenos Aires


Face Demands of the Environment

Abstract
The contents of this article come from an investigation during which
opinions from professor-researchers at six of the thirteen schools at
the University of Buenos Aires were collected and analyzed. The pur-
pose of the study, designed to understand different levels of research
activity developed by these actors, emphasizes the impact of contem-
porary knowledge production and dissemination processes on the
work they carry out. Researchers in the social and human sciences (so-
ciology, history, philosophy), natural sciences (biology and biochemis-
try) and pure sciences (physics, mathematics, computer science) were
interviewed in order to gather information about the relationships they
establish with the surroundings, as well as the perceptions they hold
about the advantages and difficulties of such a connection, for the aca-
demic groups in which they participate, the School and the entire pub-
lic university. The analysis shows their explicit aim of contributing to
economic and social development, as long as the specificity of the aca-
demic task is respected and criteria are not imposed that favor profit to
the detriment of general improvement for the population. In addition,
it highlights a critical view of scientific and technological policies and
funding agencies, from which they request coherence in terms of as-
sessing the connecting activities, which, they say, are not evaluated un-
der equal conditions when compared to the publication of scientific ar-
ticles and project management.
Key words: Knowledge economy, knowledge society, audience,
pure science, applied science, science and technology
system, university.

[...] la nueva economía es la nuestra,


es en la que estamos ya.
No es el futuro, no es California, no es América...,
es la nueva economía que se desarrolla
de forma desigual
y de forma contradictoria, pero que se desarrolla
en todas las áreas del mundo.
(Castells, 2000)
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Introducción
Para precisar las características del contexto en el que se inscribe la labor
de investigación y las percepciones de quienes la llevan a cabo, vale especificar,
si bien someramente, los rasgos de lo que ha dado en llamarse “sociedad del
conocimiento”. El término alude a un modelo de desarrollo y crecimiento cu-
yos fundamentos reposan en la aceleración de la producción de saberes, la ex-
pansión del capital intangible en el plano macroeconómico, la conversión de la
innovación en una actividad dominante aunque con fuentes difusas, y la revo-
lución de los instrumentos del conocimiento.
En 1945, mucho antes de que el vocablo se difundiera hasta llegar a ca-
racterizar el modo de producción capitalista en su fase globalizada, Friedrich
Hayek afirmaba que los procesos de asignación de recursos económicos de-
bían efectuarse a través del conocimiento. El sistema económico que tenía en
mente cimentaba su eficiencia en la utilización del saber científico y de todo el
conocimiento disperso en la sociedad, fuera éste organizado o simplemente el
derivado de situaciones especiales o de circunstancias de familiaridad con co-
sas o personas. Su visión se centraba en la necesidad de contar con un sistema
de precios que reuniera toda la información acerca de la marcha de la econo-
mía de mercado. El retorno de la expresión, cuya autoría se atribuye a Peter
Drucker por ser quien por primera vez señala la emergencia de un tipo de co-
nocimiento que se aplica al propio conocimiento, viene atada a un propósito
singular: no se orienta a los instrumentos, los procesos y los productos; tam-
poco persigue organizar el trabajo ni aumentar la productividad (Drucker,
1993a); se trata, más bien, de un conocimiento como producto que agrega va-
lor al conocimiento como insumo (Drucker, 1993b). Las repercusiones de esta
definición pueden apreciarse no sólo en las teorías de la nueva economía, sino
también en los análisis que subrayan el surgimiento de novedosos modos de
trabajar, particularmente en el ámbito de la producción de saber. Siempre que
se habla de sociedad del conocimiento, aparece su perpetuo acompañante, la
“sociedad de la información”. Ciertamente, la utilización de dichos patrones
produce al menos dos efectos. El primero, refiere a la superposición entre am-
bos, malentendido que proviene de la primera versión de la sociedad de la in-
formación, tal como Daniel Bell la formulara en los años 70:

Después de la Segunda Guerra Mundial, la capacidad científica de un país


se ha convertido en determinante de su potencia y energía, y la investiga-
ción y el desarrollo (I & D) han sustituido al acero como medida comparativa
de la fuerza de las potencias (1976: 143; cursivas del autor).

Para el autor, el elemento primordial es el conocimiento teórico, pues es


el que produce las mayores consecuencias sobre la tecnología, el crecimiento
económico y la estratificación social, constituyendo además el eje de la socie-
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dad pos-industrial. Por tal razón, constituye un «principio axial» que suprime la
propiedad privada e instituye un campo de especialización técnica que se
transforma en la base de la nueva sociedad (Bell, 1976).
Si se sigue el itinerario del concepto desde su primera enunciación hasta
nuestros días, puede verse que tanto la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) como el Banco Mundial, lo emplean para denotar los cambios económi-
cos suscitados por la globalización. La noción, también utilizada como sinóni-
mo de comunicación, sirve para moderar los evidentes efectos del auge espec-
tacular del mercado de acciones de la industria de la comunicación, y la corre-
lativa presión para que los países en desarrollo abran sus puertas a la inversión
de dichas empresas (Burch, 2005); por tanto, la televisión satelital, lo mismo
que Internet y otros productos tecnológicos considerados en términos de be-
neficios accesibles a todos, exteriorizan la faceta “amigable” del proceso, a
condición de que venga acompañado por el achicamiento de la brecha digital.
A medida que la sociedad de la información se carga de contenidos nega-
tivos, especialmente a partir de la crisis bursátil del año 2000 con la estrepitosa
baja del valor de las acciones de las compañías dedicadas a esa actividad, apa-
rece el concepto de “sociedad del conocimiento”. La adopción del término por
parte de los funcionarios de la UNESCO le otorga un significado más integral,
ya que mientras “sociedad de la información” se relaciona taxativamente con la
idea de innovación tecnológica, “sociedades del conocimiento” contiene una
dimensión de transformación social, cultural, económica, política e institucio-
nal basada en una perspectiva más pluralista y más ligada al desarrollo (2003).
Según la interpretación del organismo, es preferible la expresión “sociedades”
del conocimiento, no porque su utilización en singular comporte un error se-
mántico, sino porque “sociedad” del conocimiento sugiere la existencia de una
única sociedad mundial de carácter uniforme. Reemplazar “sociedad” de la in-
formación por «sociedades» del conocimiento, supone captar con más preci-
sión la complejidad y el dinamismo de los cambios, además de ser más apro-
piada para inducir el proceso en todos los sectores sociales. En suma, sociedad
de la información atañe a un paradigma de desarrollo cuya fuerza motriz es la
tecnología, causa eficiente de un nuevo ordenamiento social y económico. So-
ciedad del conocimiento, en cambio, sea que se lo utilice en singular o en plu-
ral, remite a una etapa de desarrollo que si bien se beneficia de los avances lo-
grados por la información, la comunicación y el conocimiento, no cree en la
centralidad de la tecnología, por cuanto su rumbo no es inexorable ni se halla
desprovisto de intereses en pugna.
Pese a sus aspectos coincidentes y discrepantes con respecto a las dos
nociones anteriores, la “economía del conocimiento” se funda en el ritmo verti-
ginoso de creación y acumulación, aunque también de depreciación, de los sa-
beres. Según los estudiosos que desarrollan la idea, el proceso se refleja en la
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intensividad del progreso científico y tecnológico y en la emergencia de comu-


nidades o redes de individuos preocupados por producir y hacer circular sabe-
res nuevos. Las instituciones de pertenencia pueden ser muy variadas e incluso
rivales, lo que no influye en la consolidación de los lazos que los unen. La exis-
tencia de tales comunidades agrega valor a las organizaciones en las que tra-
bajan, además de penetrarlas de saberes que no tienen por qué concordar con
los que circulan en ellas. Tal como se los caracteriza, se trata de agrupamientos
exteriores a las instituciones clásicas, cuyas actividades tienen la particularidad
de actuar como agentes de transformación de toda la economía.

Facilidades y dificultades de los nexos


En este marco, no solo quienes investigan en el campo de la química, la
física, la biología, la ingeniería o la computación, sino también los que trabajan
en el área de las disciplinas sociales y humanas, consideran que la relación del
mundo universitario con el sistema productivo no es de por sí perjudicial. Con
la condición de que la institución no se convierta en una empresa, vale decir, en
un mero proveedor de bienes y servicios, la vinculación es vista como un factor
de desarrollo que no debe desaprovecharse. Lo que se valora es el hecho de
que proporciona guías más realistas para elevar el nivel y la utilidad de la pro-
ducción científica y tecnológica en el seno mismo de la universidad, para sus-
traerla de cierto aislamiento respecto del ambiente externo y para cancelar la
falsa distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada. Desde luego, las afirma-
ciones se hacen depender de prerrequisitos inapelables: que la comunidad
académica pueda seleccionar a los actores con quienes establecer nexos cola-
borativos, que goce de libertad para fijar las pautas de cooperación, que acuer-
de acerca de las formas de distribución de los beneficios obtenidos y que la re-
ciprocidad igualitaria sea el factor fundacional de la totalidad de relaciones a
establecer. Aun quienes adoptan una posición crítica ante ciertos rasgos irra-
cionales del capitalismo contemporáneo, consideran que toda asociación que
reditúe beneficios colectivos –no circunscriptos a grupos de poder económico
o político que pretendan sacar partido de investigaciones realizadas en contex-
tos de creciente pobreza institucional– puede favorecer el progreso del conjun-
to de la sociedad. Luego, a excepción de unos pocos pertenecientes al campo
de las ciencias sociales y que por su especialización conocen las disputas susci-
tadas en el ámbito de la sociología del conocimiento, la mayoría descree de la
distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada. La separación es vista como
algo completamente artificioso, ya que “la ciencia es una sola”, aunque las ex-
periencias sean diferentes. Los hallazgos de la ciencia básica pueden transfor-
marse en aplicaciones, y recíprocamente, la necesidad de contar con aplicacio-
nes redunda en el desarrollo de nuevas líneas de investigación básica. Así, en-
tienden que entre ciencia pura y aplicada se verifican relaciones de solidaridad,
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salvo que la concentración en cuestiones de índole práctica desemboque en el


estudio de temas minúsculos e irrelevantes. Como afirma un entrevistado,

sigue siendo válido y necesario, incluso para el desarrollo de la ciencia em-


pírica y aplicada, algún momento de reflexión más general donde la gene-
ralidad del objeto se va desvinculando de la aplicación; no obstante, esto no
significa que las aplicaciones no sean necesarias.

La diferencia, y hasta la autonomía instaurada por la modernidad entre


ambos campos científicos, no cuenta con el favor de los investigadores entrevis-
tados. El meollo de la argumentación podría sintetizarse en la idea de que hay
investigación pura e investigación aplicada tanto en las llamadas “ciencias du-
ras” como en las “ciencias blandas”. Pese a que admiten que en la actualidad se
privilegian los estudios que tienden a desarrollar aplicaciones concretas, ambos
tipos de ciencia suponen acción, tanto sea para transformar la naturaleza o la so-
ciedad en un sentido práctico, como para conocerlas sin ninguna utilidad inme-
diata. En cuanto caras de un mismo proceso, no constituyen mundos escindi-
dos; la separación se corresponde con “un artefacto diseñado por los científicos
para distinguir sus áreas y sus metodologías” o, en todo caso, da cuenta de “la
operación de reflexionar sobre sí misma y de la operación de reflexionar sobre
las aplicaciones prácticas”. Incluso aquellos investigadores cuya materia de es-
tudio no exhibe posibilidades directas de empleo concreto, juzgan que cuando
los científicos piensan en problemas y buscan soluciones transcienden la pura
aplicación y enriquecen el corpus de las disciplinas más allá de su inquietud ini-
cial. Asimismo, afirman que en el campo de las ciencias sociales y humanas, el
conocimiento con fines prácticos se manifiesta en la producción de clases para
los estudiantes, papers, libros y textos de divulgación que constituyen resultados
ante la búsqueda de respuestas a problemas específicos. Pensar el rol profesio-
nal, preguntarse acerca de la modalidad de la práctica científica, tratar de desci-
frar y solucionar algún problema, son actividades que se desarrollan simultá-
neamente con independencia del campo disciplinar.
En contraste con quienes opinan que los científicos mantienen a distan-
cia a la política y a las empresas, dado que la libertad de investigar predomina
sobre todo otro interés (Alexander y Davis, 1993), los entrevistados afirman
que la vinculación de los profesores universitarios con el mundo externo no su-
pone la comercialización de su actividad. Obviamente, entre aquellos que se
dedican a las ciencias aplicadas, predomina la idea de que no existe ningún im-
pedimento para que el conocimiento que se produce en la universidad sea
transferido a la industria, al punto que uno de los investigadores consultados
manifiesta su desconcierto ante las posiciones que discuten dicha perspectiva:
“Veo con un poco de tristeza que se hable de comercialización, cuando antes se
nos decía que valía la pena apoyar a la industria”. Son ellos quienes más enfáti-
camente subrayan que en los principales países del mundo, cuando un profe-
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sor universitario alcanza un cierto nivel, se convierte en asesor industrial, sin


que ello signifique ni para el individuo ni para la institución algo de por sí repro-
chable; al contrario, destacan el hecho de que es reconocido por la universidad
y orientado por ella, en virtud de la existencia de un consenso acerca de que la
misión de un investigador no es solo publicar y hacer conocer los hallazgos en
medios científicos internacionales, sino “abastecer al interés nacional, aprove-
char esos conocimientos para las industrias de su país”. La experiencia acumu-
lada en la investigación puede muy bien intervenir positivamente en la marcha
de la industria, tal como lo manifiesta palmariamente un entrevistado:

Lo veo muy bien, porque nos ha enriquecido a nosotros. Cuando nos dicen
“quiero desarrollar ésto”, por ejemplo, aplicamos todo lo que sabemos a
ese producto y hacemos un protocolo de análisis que es el mismo que usa-
mos para investigar. Me parece que eso enriquece mucho y, aparte, nos da
un sentido práctico que a veces nos falta. Porque cuando uno se pone a in-
vestigar se pregunta para qué está buscando lo que busca, si será tan im-
portante para que pierda la vida investigando ese tipo de cuestiones. Ante
esas preguntas, cuando viene alguien con un problema concreto y uno lo
puede resolver, siente que su conocimiento también tiene una aplicación
inmediata, que no es gastado en años de experiencia y nada más, sino que
tiene una aplicación concreta. Eso lo veo positivo. Pero, a través de un con-
venio, una asesoría puntual. No como núcleo de la investigación. Me parece
que la investigación tiene que ser un poco más libre. Eso es lo que lleva a un
nuevo conocimiento, a una mejora en el conocimiento: que a uno lo dejen
un poco más libre.

Luego, más allá del tipo de tareas que realizan, incluyendo desde luego a
aquellos que por la naturaleza de sus actividades establecen relaciones más
estrechas con la industria y el Estado, mantienen una visión que combina la
idea de que no toda la investigación debe ser pensada para satisfacer necesi-
dades concretas y, al mismo tiempo, estiman que no deben desvalorizarse los
nexos con el entorno. De ahí que la idea de que el conocimiento está dirigido a
un destinatario, sea el Estado, la sociedad o un sector específico de ella, forma
parte de sus preocupaciones. Aún quienes no vislumbran claramente en qué
sentido el saber que producen podría traducirse en utilidades concretas, en-
cuentran que el formato de sus investigaciones responde en último término a
pautas fijadas por receptores definidos: la industria editorial, las agencias de fi-
nanciamiento nacionales e internacionales o el propio estudiantado al que
procuran transmitir su conocimiento. Aun así, el vigor de la labor científica no
sufre menoscabo, porque los requerimientos del ambiente son procesados
por los equipos, por los investigadores individuales y por la lógica propiamente
universitaria. Piensan, por tanto, que si no se entrevé la posibilidad de que el
saber producido pueda servir a alguien, no tiene sentido investigar: “Mi objeti-
vo final, obviamente, es hacer algo que sirva. ¿Para qué me pasaría estudiando
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algo que no sé si va a servir, si va a tener una utilidad a la vista?”. Para reforzar la


artificialidad del argumento que sostiene que quienes se dedican a temas dis-
tanciados de la práctica se hallan libres de limitaciones, los entrevistados del
área de las ciencias humanas y sociales insisten en que

Si estoy estudiando las cuestiones del desempleo en el mundo capitalista


contemporáneo y creo que por eso no tengo condicionamientos, me equi-
voco. Los incorporo, quiera o no. Por eso no me merece respeto la división
entre investigaciones encargadas o independientes.

Justamente, los miembros del grupo dedicado a las ciencias sociales y


humanas son quienes afirman enfáticamente que cuando se definen líneas
prioritarias y políticas favorecedoras de determinadas vías de indagación, y
aun cuando el sistema científico esté penetrado por intereses y cuestiones de
orden económico, el trabajo tiene que orientarse hacia la satisfacción de esas
necesidades, cuestión que debe ser asumida por el conjunto de la comunidad
académica. En efecto, según opinan, la universidad pública está obligada a lle-
var a cabo investigaciones que den cuenta de problemas precisos planteados
por destinatarios precisos1, además de atender a cuestiones sociales relevan-
tes como la ética y la justicia. Análogamente, consideran que dada su impor-
tancia, también resulta ineludible preservar el campo de la investigación bási-
ca, con lo que en términos generales la propuesta apunta a una mejor distribu-
ción de los fondos, de forma que puedan cultivarse ambas orientaciones; no se
trata de cambiar las reglas que regulan el quehacer de la ciencia básica, sino de
conservar una autonomía relativa que no resulte en indiferencia respecto de
las problemáticas que enfrenta la sociedad.
En algunos casos, llegan a afirmar que cuando los destinatarios de la in-
vestigación son definidos previamente, el quehacer cobra una carácter más or-
ganizado, a diferencia de la investigación básica cuyo desarrollo suele ser más
caótico: quienes se pronuncian en este sentido, juzgan que el hecho de ajustarse
a un objetivo establecido sistematiza las tareas y confiere un perfil más ordenado
a las sucesivas etapas de la búsqueda2. En la investigación básica, en cambio, el
objetivo es claro, pero juzgan que particularmente al comienzo del proceso se
ignoran los pasos a dar para alcanzarlo. De allí que las exigencias y plazos im-

1 “Empezando por el Estado, porque la universidad no es de los trabajadores,


ni del pueblo ni del mercado, sino del Estado que tiene sus exigencias que tie-
nen que ser abastecidas en parte por la universidad pública”.
2 “Si uno supiera que se va a centrar en la producción de algo determinado,
sabe de antemano los diferentes equipos que necesitan armarse para que
cada uno realice las distintas operaciones, hasta llegar al producto final”.
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puestos desde fuera, sea que provengan del propio sistema científico o de ac-
tores externos, contribuyen a una mayor estructuración de las tareas, ya que
obligan a asumir metodologías más precisas y a trabajar más rigurosamente;
“seguramente, en cuanto a los aspectos teóricos del problema no habría modi-
ficaciones sustantivas, pero sí en cuanto a las prácticas asociadas a eso”.
Entonces, ¿a quién o a quiénes se dirige la investigación, según lo en-
tienden los investigadores entrevistados? Resulta evidente que la definición no
se limita a un planteo general sobre los aportes de la ciencia al bienestar de la
sociedad, asunto que por supuesto forma parte de la concepción que susten-
tan; se extiende a los colegas y a los evaluadores internos y externos en situa-
ción de dictaminar acerca de la escrupulosidad de la labor realizada. Vale decir
que más allá de que el receptor de los hallazgos sea el sector industrial, las or-
ganizaciones de la sociedad o la propia comunidad académica, creen que en
toda actividad científica se verifica una instancia de contemporización, de ajus-
te a demandas precisas con un formato específico. Esta perspectiva, que a pri-
mera vista podría ponderarse como instrumental, patentiza un criterio basado
en intereses que se ligan a la utilidad social de la ciencia (Vaccarezza y Zabala,
2002). Se trata de dos tipos de involucramiento que no se anulan entre sí: por
un lado, la implicación de los actores en el juego social del campo científico, su-
pone la consideración positiva de las reglas que lo ordenan, por lo que se
muestran dispuestos a participar en las apuestas (Bourdieu y Wacquant, 1995);
por otro, como se desprende de sus testimonios, los investigadores también se
guían por la significación otorgada a la sociedad a la que pertenecen, razón por
la cual afirman invertir recursos cuyos efectos pretenden exceder los límites de
la propia institución. Con respecto a ello, la energía empleada en el campo,
además de regirse por los intereses en juego, se constituye a través de tópicos
relativos a una realidad histórica sobre la cual piensan sólo cuando son inter-
pelados, cuando se les pide que den razones acerca de lo que vienen realizan-
do (Giddens, 1995). Fuera de los principios generales sobre la singularidad de
la tarea de investigación universitaria, la mayoría refiere que el hecho de tener
que responder a preguntas sobre el tema, los obliga a reflexionar y a funda-
mentar discursivamente acerca de cuestiones que normalmente quedan ab-
sorbidas por la rutina laboral. Pese a que la mayor parte subraya que el sentido
de la investigación se organiza en torno al servicio, ese propósito no se define
anticipadamente ni se encuentra presente en cada una de las etapas del proce-
so; sin embargo, la inexistencia de una formulación discursiva desde el mismo
inicio, no suprime la consideración del problema, puesto que

el destinatario se va constituyendo a medida que se avanza en la investiga-


ción; uno debe dejar ese campo relativamente difuso, si bien es cierto que
cuando uno arma la investigación está pensando en eso, aunque sea de una
manera borrosa y que no es determinante en sí misma.
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El sostenimiento de acciones prácticas, caracterizadas por el escaso grado


de razonamiento que contienen, no implica que no puedan formalizarlas; por el
contrario, puestos a dar razones de sus actos, expresan que sus actividades se
inscriben en una agenda de discusión muy amplia que los impulsa a ajustarse a
posiciones un poco más realistas en torno al trabajo de investigación. Para quie-
nes cultivan las ciencias sociales, entraña la posibilidad de enriquecer y transfor-
mar los objetivos a partir de una “estrecha relación con el afuera, incluso con las
entidades financiadoras”. Si bien las estrategias que despliegan se sujetan fir-
memente a las normas reguladoras de la actividad científica, también engloban
un proyecto; esto es, una cierta anticipación de los resultados de las propias ac-
ciones. Tal como lo expone un entrevistado, pensar a futuro significa comenzar a
estudiar un tema que, aunque ni siquiera sucede en el presente, puede ser de
utilidad en un plazo más o menos breve. De modo tal que, dependiendo de la es-
pecialidad, los beneficiarios están insertos desde el principio, a veces nebulosa-
mente y otras claramente, y constituyen la motivación para iniciar el proyecto. En
determinadas áreas, una vez alcanzada cierta capacidad y puesta a punto de las
técnicas en algún campo específico, se “intenta conseguir interesados”, sin dejar
de lado el hecho de que “un proyecto puede empezarse pensando simplemente
que el país lo va a necesitar algún día”. No faltan quienes dicen que “uno trabaja
para aumentar su curriculum, para que lo inviten de afuera, para discutir con
otro”, argumento que remite al desarrollo de la propia carrera, con escasa consi-
deración por las condiciones que la posibilitan.
Puede decirse, entonces, que en consonancia con la idea de que todo pro-
grama de investigación conduce a una alternativa problemática (Schutz, 1995),
los investigadores se enfrentan a una disyuntiva que oscila entre dos polos: la di-
mensión práctica de la ciencia y la faceta más autónoma y desligada de condicio-
namientos y limitaciones. Las expresiones de un historiador, ilustran esta tensión:

Convengamos que lo que nos separa de las tortugas es que, cada tanto, nos in-
teresan cosas un poco inútiles; estudiar esas cosas está bien. Somos curiosos
por naturaleza, no en términos de beneficio, pero sí en términos de acumula-
ción social del conocimiento. Pero eso no es algo que esté todo el tiempo.

El problema radica en la tirantez –derivada de las consecuencias de la in-


vestigación– entre lo inmediato y lo mediato3, entre diferenciación de los cam-

3 Como afirma un entrevistado, «el destinatario siempre está mediatamente.


Pero es arruinar el problema de la investigación, y por lo tanto privarlo de los
resultados fructíferos que podría tener, incluso para alguien en particular, el
subordinar las investigaciones a cuestiones muy definidas. Creo que al me-
nos un campo de investigación tendría que permitirse no pensar inmediata-
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pos e interrelación entre ellos, entre especificidad y semejanza de las activida-


des, entre necesidades internas y demandas sociales; en suma, entre el albe-
drío para investigar libremente un tema y la satisfacción proveniente del hecho
de llenar una necesidad social. En ese sentido, y aun en los casos en que el des-
tinatario esté predefinido en el propio proyecto, se sitúa en el futuro, lo que es-
timula la imaginación acerca de cómo incidirá en ellos la acción llevada a cabo
(Schutz, 1995). Los pasos a dar cuando se trata de satisfacer una necesidad del
Estado, de la sociedad o de la industria, no difieren sustancialmente de las ac-
ciones que realizan cuando observan y buscan comprender un problema teóri-
co. Aun cuando la metodología de estudio se ordena mejor en situaciones de
trabajo que poseen un destinatario predefinido, señalan que la obtención de
soluciones a un asunto problemático siempre presupone la inserción en el
mundo externo. Como observa Schutz (1995), la lógica del quehacer científico
conlleva una actitud desinteresada debido a que los investigadores no se sien-
ten atraídos por saber si sus anticipaciones, en caso de cumplirse, serán útiles
para alguien; su interés radica particularmente en saber si los hallazgos resisti-
rán la prueba de la verificación. Sin embargo, además de asumir dicho com-
promiso, los entrevistados manifiestan que la libertad del investigador no con-
siste «en hacer cosas porque sí, o porque hay que hacerlas», sino en efectuar
estudios que sirvan no solo al avance del conocimiento, sino que activen in-
quietudes más allá de los grupos de investigación4.
Por eso indican que la finalidad del conocimiento es “derramarse” al resto
de la sociedad: hacerlo conocer en los círculos académicos nacionales e inter-
nacionales, pero también apuntar, por ejemplo, a otros niveles del sistema
educativo, a las pocas empresas estatales existentes, a empresas privadas que
lo soliciten y a la reflexión sobre problemáticas locales, no siempre coinciden-
tes con las del resto del mundo. Quienes desarrollan sus tareas en el área de las
ciencias aplicadas, señalan la existencia de un contrasentido: por un lado, se
incita a las universidades a integrar la transferencia de tecnología en el diseño
de sus propias políticas, cuestión que no puede resolverse mediante la elabo-
ración de artículos académicos; por otro, el sistema les otorga una categoría
superior en comparación con las funciones de asesoramiento: «aunque en la

mente en eso. Creo, también, que ningún campo puede permitirse la desco-
nexión absoluta».
4 “La participación del salario en el ingreso es un tema que no se investigaba.
Cuando lo tomamos, tuvo mucho eco. Si bien al principio no estaba orientado
a nada en particular, muchos investigadores lo incorporaron, hubo mencio-
nes en los diarios y “Cuentas Nacionales” lo tomó y terminó de hacer una nue-
va serie”.
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grilla de evaluación existe un rubro para la transferencia, no es muy pondera-


do, no es muy valorado, porque la nueva elite académica-científica baja las
ideas fuerza de qué es lo que sirve y qué es lo que no». Mientras en el pasado el
aspecto tecnológico se consideraba valioso, lo mismo que la interacción con
actores extrauniversitarios, el ejercicio más profesional –según opinan– no re-
siste los criterios de un modelo más “cientificista”.
El cambio de matiz se evidencia en la proliferación de dedicaciones ex-
clusivas para los docentes-investigadores, punto al que le atribuyen importan-
cia a condición de no excluir las actividades orientadas hacia la resolución tec-
nológica de problemas puntuales. Lo que debería lograrse, entonces, es un
equilibrio que propicie el balance entre esas vías posibles, de modo que los ne-
xos entre ambas desemboquen en el enriquecimiento del conocimiento: como
indica un entrevistado, cuando se enfrentan problemas de resolución tecnoló-
gica, con un destinatario conocido y concreto, se emplea el saber procedente
de las líneas de investigación que vienen practicándose; pero el empeño tiene
la cualidad de que comienza y termina; luego, parecería que no hay nada para
hacer, que no se hace nada. Empero, la labor continúa bajo la forma de proyec-
tos financiados por los organismos científicos, de modo que la transferencia
tecnológica no solo no reduce las posibilidades de seguir trabajando, sino que
además fortalece la investigación teórica. Por tanto, especialmente quienes de-
tentan más oportunidades para establecer vínculos directos con la industria, el
Estado o las organizaciones de la sociedad, sostienen que no existe ningún pe-
ligro de que las demandas conspiren contra el perfil y la calidad del conoci-
miento universitario: aun cuando los interesados por la investigación realizada
en ese ámbito sean actores externos, los equipos proceden presentando líneas
de trabajo análogas a las que prescriben los organismos financiadores nacio-
nales. Tal como explica una entrevistada, “me gusta cuando hay un problema
concreto para resolver”, porque al contrario de ciertas interpretaciones, el des-
tino de un programa asociado a la generación de conocimiento aplicado no
conlleva la definición del tema por parte de quienes suministran los fondos, ya
que a menudo les interesa mucho más la creatividad que pueden desplegar los
investigadores universitarios que el “saber empaquetado” realizado por tecnó-
logos sin formación teórica. Para ilustrar la escasa problematicidad que asig-
nan a la relación entre conocimiento y aplicaciones, vale reproducir el testimo-
nio de un entrevistado, quien afirma que

La ingeniería, en ese aspecto, se nutre de la técnica, pero es una ciencia hu-


mana. Trata de resolver problemas que el hombre encuentra en su queha-
cer cotidiano, y trata de encontrar la mejor solución con, si se puede, el mí-
nimo esfuerzo. En algunos casos, la ingeniería actúa como auxiliar de otras
ciencias que sí pueden tener algún objetivo que no sea estrictamente utili-
tario, como por ejemplo, construir un telescopio para participar de un pro-
yecto cuyo fin último es simplemente acrecentar el conocimiento humano.
los investigadores de la universidad de buenos aires
ante las demandas del entorno paulina perla aronson 325

Pero también en ese aspecto la ingeniería contribuye a resolver una cues-


tión práctica, una necesidad práctica, aunque la necesidad última sea otra.

En la misma dirección, y haciendo hincapié en un aspecto epistemológi-


co cuya centralidad es ampliamente discutida en el campo de las ciencias so-
ciales, un investigador subraya la importancia de esas ciencias, puesto que a
diferencia de las ciencias naturales, afrontan la situación de que su observa-
ción modifica el objeto bajo estudio:

El problema es que las ciencias sociales tienen su campo de aplicación en


algo que podríamos llamar “políticas sociales”. El problema es que existe
una diferencia entre la manera en que uno conceptualiza determinadas si-
tuaciones sociales y el modo como uno interviene, porque cuando intervie-
ne encuentra que no siempre la manera en que lo ha conceptualizado fun-
ciona como soporte del todo válido para eso. Es el típico problema de los
antropólogos: después de su intervención, ya ha cambiado todo. La obser-
vación ya no es aquello que es, sino aquello que es una vez que están ellos.
En las ciencias sociales es así. Entiendo perfectamente que en otras cien-
cias, donde el campo de aplicación es mucho más amplio que el nuestro,
las cosas no sean iguales.

Los modelos y procedimientos de investigación, por tanto, no cambian


porque estén destinados a satisfacer demandas de usuarios específicos, sino
que su forma depende del tema y de los objetivos de estudio seleccionados por
el propio investigador, así como de la rigurosidad del proyecto. La forma de lle-
varlo a cabo, es “[...] totalmente comparable: cada una va tener sus objetivos. Y
si esos objetivos se cumplen ¡bienvenido sea!”. Otro tanto afirman con respec-
to a los diseños metodológicos, los cuales no tienen por qué diferir, dado que
su variación depende estrictamente del enfoque del investigador. Según en-
tienden, en virtud de que las áreas de aplicación, lejos de distanciarse, se ligan
estrechamente a la ciencia teórica –“ambas son trabajo intelectual”– una y otra
se hallan influidas por el hecho de que ni quienes la realizan ni quienes la en-
cargan tienen claro cuáles serán los beneficios reales derivados del proceso.
En cuanto al factor tiempo, un elemento reiteradamente esgrimido por
los analistas de la educación superior para denotar el desfase entre los ritmos
de producción de conocimiento en las universidades y la velocidad requerida
por los demandantes, no es concebido como un obstáculo insalvable: incide
tanto cuando se realiza investigación básica, ya que siempre existen plazos que
cumplir (entrega de resúmenes y ponencias para reuniones académicas, infor-
mes de actividades para los organismos financiadores), como en las investiga-
ciones encargadas por usuarios. Es cierto que el cumplimiento de topes crono-
lógicos es una exigencia “[...] que uno no tiene por qué imponerse cuando hace
ciencia básica”. No obstante, la realidad indica que la divulgación de resultados
también debe ajustarse a fechas predeterminadas, lo que presupone “andar a
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las corridas”, lo mismo que sucedería si la actividad se ciñera a las solicitudes


de potenciales beneficiarios.
En cuanto al ajuste del quehacer a las pautas fijadas por las institucio-
nes financiadoras de la investigación universitaria ante las que debe rendirse
cuentas –cuyo papel en cuanto receptores de los hallazgos es para los entre-
vistados equivalente a cualquier otro–, no siempre se cumplen las etapas se-
gún las formulaciones del proyecto original, particularmente en lo relativo a
las características teóricas y metodológicas con que fue enunciado y presen-
tado para su evaluación. Dado que los organismos obligan a definir el impac-
to de la investigación a realizar, en general “[...] se inventa, se delira, se trata
de buscar a alguien que podría beneficiarse, se declara que está dirigida al
“bien de la humanidad”. También señalan que aunque el proyecto contiene
una metodología que establece por dónde comenzar, en general “se empieza
con una cosa; si no gusta, se pasa a otra; si se descubre que no es foco de inte-
rés, se cambia” con independencia de lo prefijado. Esta opinión atraviesa por
igual al conjunto de los investigadores consultados; pero cuando se trata de
la demanda de un beneficiario externo al sistema, “[...] todo lo que incluye el
proyecto debe respetarse a rajatabla. Se podrán introducir cambios o mejo-
ras, pero no cambiarlo”.

Conclusiones
Si por destinatario entendemos uno de los aspectos que conforman las
concepciones de los investigadores en cuanto a la relación con el entorno, pue-
de verse que la temática integra indisociablemente su fundamentación discursi-
va. Luego, las definiciones que ofrecen dan por descontado que entre ellos –en
cuanto productores de conocimiento– y los destinatarios –en cuanto receptores
y eventualmente utilizadores del saber producido–, se verifica una semejanza de
significatividades. No hay en sus testimonios ninguna referencia que clausure la
mutua implicación en el mundo social; esto es, la aceptación de que quien reci-
be el saber persigue propósitos similares, al menos de un modo general. Casi
nunca le otorgan connotaciones negativas, y cuando eso ocurre, refiere mucho
más a los interlocutores del propio sistema científico que a los actores externos,
se trate de empresarios, industriales u organizaciones de la sociedad. Desde
luego, se arrogan capacidad para hablar e intervenir en los debates científicos,
con una legitimidad cuya fuente es el saber que portan. Sin embargo, contra-
riando la idea de que la acumulación de saber se lleva a cabo tomando en consi-
deración sólo a los competidores científicos, los investigadores consultados ale-
gan tener otros “clientes posibles” (Bourdieu, 2000), de modo que no depositan
en los otros productores de conocimiento toda la autoridad para evaluar sus mé-
ritos académicos. Indudablemente, la contrastación de sus hallazgos en el inte-
rior de la comunidad de pares, ocupa un puesto central y regula los modos de
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darlos a conocer; pero también respetan la estrategia de la aplicación, a la que


asignan el estatuto de “punto de llegada ideal” de la labor científica, siempre
que la misma no interfiera con la tarea propiamente dicha.
Por consiguiente, los usos sociales de la ciencia, o su utilidad social, ope-
ran como horizonte para la conformación de un campo en el que tiende a desdi-
bujarse la antinomia entre una ciencia completamente liberada de los imperati-
vos sociales y una ciencia servil sometida a exigencias políticas y económicas.
Los investigadores pertenecientes al área de las ciencias sociales y humanas son
quienes más claramente plantean lo que Bourdieu (2000) denomina “retraduc-
ción” de las solicitaciones del mundo externo; vale decir, la mediatización de los
requerimientos a través de la lógica de la autonomía del campo científico. Según
ellos, resulta indudable que las demandas inciden en el campo, pero si la auto-
nomía relativa goza de un grado considerable de desarrollo, las coacciones ex-
ternas tienden a transfigurarse, lo que significa que pasan por el tamiz de la ca-
pacidad de refracción del propio campo. Este grupo es el que con más énfasis
defiende la idea de que las ciencias sociales y humanas –si pretenden “serie-
dad”– no pueden trasladar mecánicamente vocablos y procedimientos pertene-
cientes a la política: en efecto, las mediaciones son imprescindibles, único modo
de evitar la erosión de las bases del conocimiento.
Cabe anotar que los investigadores cuya labor tiene lugar en el espacio de
las ciencias puras y aplicadas, manifiestan que el ámbito científico posee unas le-
yes de funcionamiento que no son del todo autónomas, aunque tampoco plena-
mente heterónomas, sobre todo dentro de la lógica del sistema de distribución de
fondos para la investigación: «aparece un político diciendo: “tanto para ciencia
pura, tanto para ciencia aplicada”; y según lo que decidan gastar en cada caso, así
es la actitud que toman las personas». La heteronomía relativa se manifiesta
cuando los individuos y equipos situados en una “zona gris” que generalmente es
mayoritaria, trata de “metamorfosearse” en científico puro o aplicado para conse-
guir lo que necesita imperiosamente: los fondos para poder investigar.
En síntesis, sin renunciar a los formalismos de la actividad científica, los in-
vestigadores de la UBA consideran que el extraordinario y enérgico desarrollo de
la competencia a escala mundial, estimulada por los avances tecnológicos y las
condiciones impuestas por los organismos estatales, aguijonean la investigación
científica al punto de comprometerla con la innovación industrial y la competitivi-
dad. Si a ello se añade la persistencia e incremento de bolsones de pobreza, la
existencia de necesidades básicas insatisfechas y otras muchas iniquidades que
afectan al país, cabe sellar un compromiso con las actividades industriales y pro-
ductivas a condición de que tales acuerdos se realicen con quienes se muestren
dispuestos a sumarse genuinamente a políticas de mejoramiento de la situación
social. A su vez, se trata de que la política científica abandone las indefiniciones so-
bre el impacto social de la investigación y conceda importancia en términos eva-
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luativos a las actividades directamente asociadas al apoyo de diferentes de-


mandantes. Aun cuando se mantiene cierto nivel de enclaustramiento en los
laboratorios y gabinetes universitarios, los investigadores se pronuncian por
una ciencia menos autocontenida y menos indiferente a los reclamos prove-
nientes de distintas esferas de la sociedad. El vector que los orienta contiene el
factor “independencia”, es decir, un atributo deliberadamente buscado que
evite plegarse a temáticas de moda fijadas por quienes están en condiciones
de pagar por los servicios universitarios, sin miramiento alguno por el enrique-
cimiento conceptual del corpus disciplinar. Se trata de sustraerse de la tentación
de convertirse en gestores científicos, pero sin cultivar el “aislamiento”, el otro fac-
tor que compone su cosmovisión acerca de la práctica científico-universitaria.

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