Ambivalencia e Incertidumbre en Las Relaciones Entre Ciencia y Sociedad
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Resumen
Las relaciones entre ciencia y sociedad han pasado por diversos momentos a lo largo de
la historia. En la actualidad, dichas relaciones están marcadas por la ambivalencia y la
incertidumbre, las cuales generan diferentes desajustes en y entre ambas esferas. De un
lado, el avance de la esfera tecno-científica, de otro, el desfase y la percepción de ame-
naza que sufre la sociedad respecto a tal desarrollo. Tales acontecimientos están ponien-
do de manifiesto la necesidad de replantear tales relaciones de acuerdo con parámetros
que traten de poner en mayor contacto ambas orillas de un mismo mundo.
Palabras clave: ambivalencia, comprensión pública de la ciencia, estudios sociales de la
ciencia y la tecnología, incertidumbre, sociología del conocimiento.
Abstract. Ambivalence and uncertainty in the relationships between science and society
The science-society relationship has gone by several circumstances along the history. At
the present, their relationship is marked by the ambivalence and the uncertainty that it
generates diverse upsets into and among both spheres. The advance of the techno-sci-
entific sphere and the difference and the threat perception that society suffers with ref-
erence to scientific and technological development suppose that it is necessary to restate
such relationship in accordance with frameworks that try to put in more contact both
sides of oneself world.
Key words: ambivalence, public understanding of science, social studies of science and
technology, sociology of knowledge, uncertainty.
Sumario
Introducción: vicisitudes de una La comprensión pública de la ciencia:
particular convivencia ambivalencia y política
La construcción histórica de un «teatro» Los estudios sobre la comprensión
de acción social: escenario científico pública de la ciencia
y público lego Consideraciones finales
El «contrato social contemporáneo por Bibliografía
la ciencia» y su desestabilización
90 Papers 61, 2000 J. Rubén Blanco; Juan Manuel Iranzo
nal de la idea del progreso ilustrado), de tal manera que «el desarrollo cientí-
fico-técnico se hace contradictorio por el intercambio de riesgos, por él mis-
mo coproducidos y codefinidos, y su crítica pública y social» (Beck, 1998:
204). La solución de tal diagnóstico pasa por una adecuada educación del
público que no se reduzca a un aprendizaje fragmentario del saber admitido
actual, sino que le ofrezca una comprensión de la autoridad científica naci-
da del estudio social de dicha profesión. De este modo, el conocimiento
científico podrá constituirse en un recurso para la acción social cuando los
agentes ordinarios contemplen su adquisición «como un proceso activo de
interpretación, no simplemente como la recepción pasiva de información
acreditada como experta» (Yearley, 1993-94: 65). No obstante, es preciso
observar que este planteamiento asume de partida la distinción ordinaria
entre productores especializados de ciencia y consumidores legos de ese cono-
cimiento. En cierta medida, la propia institución científica, tal como hoy la
conocemos, es fruto de la consolidación de esa distinción social, que en otro
tiempo fuera más difusa. Es quizá esa demarcación tajante entre ciencia y
público la que podría estar en la raíz de los problemas de las relaciones actua-
les entre la tecnociencia y la sociedad.
2. Robert Boyle fue promotor, fundador y presidente de la Royal Society, acérrimo segui-
dor de Bacon y líder del «programa experimentalista». Los partidarios de éste identifi-
caban la ausencia del público con la no-cientificidad del experimento en cuestión. En con-
secuencia, los experimentos mentales y los sistemas analíticos o deductivos —como el de
Hobbes— eran rechazados y etiquetados como modernos dogmatismos.
3. Este término traduce casi literalmente al latín el término griego aristócrata: los poseedo-
res de la areté, virtud o nobleza. Esto indica que la «popularidad» de esta nueva ciencia
debe tratarse con precaución y teniendo en cuenta que, desde finales del siglo XVII, la vía
experimental coexistió con un revitalizado programa matemático.
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4. La idea procede de la obra de Vannevar Bush, Science: The Endless Frontier. Bush fue el
principal asesor de Roosevelt y Truman, y desde esa posición reclamó la recompensa que
la ciencia merecía por su contribución a la victoria contra el Eje. (¿A qué coste hubieran
triunfado las democracias, caso de poder hacerlo, sin sonar, radar, aviones y munición de
aluminio, descodificadores de comunicaciones en clave o la bomba atómica?): Con este
aval, Bush promovió un pacto implícito en virtud del cual, «el gobierno se comprometía
a financiar la ciencia básica que los peer reviewers considerasen más merecedora de apoyo
y los científicos prometían que la investigación se llevaría a cabo de manera honesta y com-
petente, y suministraría un flujo constante de descubrimientos traducibles a nuevos pro-
ductos, medicinas o armas» (Guston y Keniston, 1994: 2). Para una buena introducción
didáctica a la evolución histórica de las relaciones entre ciencia y sociedad que suscribe
por completo los términos de dicho «contrato», véase Ziman 1980.
5. Tal situación se está agravando en la actualidad con el surgimiento de lo que Gibbons y
otros, (1997) denominan modo 2 de producción de conocimiento, el cual se lleva a cabo en
el contexto de aplicación, y se caracteriza por su transdisciplinaridad, heterogeneidad, hete-
rarquía y transitoriedad organizativa, responsabilidad social y reflexividad, y control de cali-
dad que resalta la dependencia del contexto y del uso.
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del procedimiento por el que los consejos editoriales de las revistas profe-
sionales seleccionan los artículos que publican, consiste en someter las pro-
puestas al juicio crítico de expertos acreditados en las distintas áreas de la
ciencia; los miembros superiores de ese colectivo son los asesores guberna-
mentales encargados de aconsejar sobre las prioridades nacionales en inves-
tigación. Una vez seleccionadas las grandes metas y los equipos más com-
petentes, sería cuestión exclusiva de los investigadores el modo de llevar
adelante su trabajo.
Al margen de algunos casos puntuales de comportamiento deshonesto
(Broad y Wade, 1982; Di Trocchio, 1995), el punto más débil de la relación
Ciencia/Estado ha sido el control público del cumplimiento del «contrato».
La primera causa de fricción entre la ciencia y la Administración reside en las
profundas diferencias entre los principios de organización crecientemente
democráticos de las políticas públicas y los modos de gobierno, de índole más
«senatorial» y «patrimonialista», de la comunidad científica. Sin embargo, no
puede achacarse toda la responsabilidad de este hecho a un «déficit demo-
crático» de las instituciones científicas; las múltiples y contrapuestas deman-
das que desde diferentes segmentos sociales recaen sobre un Estado corpora-
tivo (Offe, 1990, 1992) han incidido también en una mayor inestabilidad de
las orientaciones públicas de la ciencia. El resultado ha sido una creciente insa-
tisfacción pública, tanto del público lego como de las instancias políticas, con
la efectividad del sistema «meritocrático» imperante en la comunidad cien-
tífica y con su modo de asignación de proyectos de investigación y, por ende,
de fondos para su financiación. En consecuencia, los políticos se han mos-
trado cada vez más interesados en disponer de instrumentos administrativos
y contables con que medir de modo más directo y preciso la productividad
de la ciencia y el ajuste de sus logros a las metas definidas políticamente, a la
vez que presionar para incrementar la participación política en la definición
de dichas metas. Todo ello es interpretado por los científicos como una ame-
naza a su autonomía, lo que aumenta la inestabilidad del propio contrato. En
este marco, Guston y Keniston (1994) han clasificado las tensiones entre polí-
tica democrática y práctica científica en tres tipos: tensión populista, tensión
plutocrática y tensión excluyente.
La tensión plutocrática surge como consecuencia de la insaciable deman-
da de nuevos recursos por parte del sistema de ciencia y tecnología y la cre-
ciente percepción, por parte tanto del conjunto de la sociedad como de los
responsables públicos, de que la ciencia ha alcanzado ya una posición de
riqueza y privilegio —como institución, no sus miembros individuales—
que es instrumentada sin otro fin que su propio crecimiento (Cozzens y
Woodhouse, 1995). Esta tensión había sido amortiguada durante décadas por
el crecimiento económico y el consenso social en torno a las metas «de Esta-
do» de las políticas públicas para la ciencia. Sucesivos informes de la OCDE,
inspirados en las prácticas y trayectorias de los países líderes de la investiga-
ción mundial, incentivaron y coordinaron el desarrollo internacional de una
ciencia que durante la guerra fría se orientó a la investigación militar —que
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6. Para una revisión histórica de las relaciones ciencia/ejército desde la segunda guerra mun-
dial en los países anglosajones, donde la tradición democrática y republicana permite
que la información tenga mayor publicidad y disponibilidad, véase Smit 1995.
7. John Ziman es, además de físico por formación y carrera, el decano de los sociólogos de
la ciencia británicos y uno de los primeros autores en incorporar la contribución de Kuhn
a la sociología del conocimiento. Retirado de la investigación, presidió durante muchos
años el Council for Science and Society y entre 1986 y 1991 encabezó el Science Policy
Support Group, con el que todavía colabora.
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8. Véase, por ejemplo, la célebre polémica sobre los resultados de los proyectos de evalua-
ción de la innovación científica y técnica Hindsight y Traces en Yearley, 1988 y Elzinga
y Jamison, 1995.
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10. Véase, para el caso español, García Ferrando, 1987, y Díaz de Rada, Ayerdi y Olazarán,
1998.
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Consideraciones finales
Como consecuencia de cuanto hasta aquí se ha expuesto, se están desarro-
llando perspectivas, ligadas a los estudios sociales de la ciencia y la tecnología,
que rechazan la existencia de un significado unívoco del conocimiento
científico, como si éste viniera impuesto objetivamente por la naturaleza o
alguna otra autoridad privilegiada, y así cuestionan el significado de la «tec-
nociencia» y de su «comprensión» pública (Barnes, 1987; Collins y Pinch,
1995). Estos análisis suspenden cautelarmente todo privilegio de la ciencia
como referente cultural universal y contemplan más bien las reconstruccio-
nes que de ella hacen practicantes y legos en sus interacciones en público. Esto
permite reconocer en su práctica situada las habilidades cognitivas y los com-
promisos morales con que legos y expertos acometen la «gestión» colectiva de
demandas conflictivas en contextos diferentes, donde a menudo no contro-
lan gran parte de las variables relevantes (Wynne, 1996; Nelkin, 1982, 1995).
De otro lado, también la concepción del «público» puede convertirse en
un problema de investigación. Y es que existen multitud de «públicos» de la
ciencia. La vieja visión tecnocrática de la ciencia se sentía cómoda imaginan-
do un público homogéneo y complaciente, porque su mayor competencia
consistía en la predicción, el control y la manipulación de una naturaleza des-
humanizada. La toma de conciencia de la fragmentación y potencialidad agen-
cial del público comporta, empero, apercibirse de múltiples agendas e intere-
ses distribuidos, y de numerosos modelos de interacción entre la naturaleza y
la sociedad, que requieren distintas configuraciones del conocimiento públi-
co. Al margen de la visión formal, validada y cerrada de la ciencia, esta nue-
va perspectiva aborda las relaciones entre la comunidad científica y la socie-
dad más amplia como un encuentro de diferentes culturas. Por tanto, es a
través de la etnografía, la observación participante o de entrevistas en pro-
fundidad como mejor puede examinarse la influencia de los contextos y de las
relaciones sociales locales sobre la renegociación del concepto y los conteni-
dos relevantes de la «ciencia» que el público realiza en cada circunstancia.
Uno de los logros de este enfoque ha sido poner de manifiesto que la
«comprensión» de la ciencia es, entre otras cosas, función de la identificación
social con las instituciones científicas. Los procesos de identificación/aliena-
ción son múltiples, a menudo fracturados, crónicamente abiertos a redefini-
ción y en gran medida dependientes de la «confianza» social en las institu-
ciones que producen, representan, controlan y utilizan la ciencia. A su vez,
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