A King So Cold

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Créditos
Duneska
Kath

VanillaSoft Brisamar58
Guadalupe_hyuga Lola'

3 Marianaiyb Walezuca Segundo


KachiiAndre Grisy Taty
Gerald Cjuli2516zc
Pancrasia123 Kath

Kath

Lectora
Índice

4
Sinopsis
É
rase una vez una princesa tan cruel que incluso su esposo intentó
destruirla.
Los resultados la dejaron sin padre, su esposo sin memoria y ella
misma como reina de un reino en la cúspide de la guerra.
Aun así, después de enterarse de las próximas nupcias de su
traidor esposo, se dispuso a encontrarlo y lo encerró en su calabozo. Allí, y solo
allí, daría a conocer un momento en que una vez se permitió ser vulnerable. Un

5 pasado que detalla cómo su corazón fue forzado a latir fuera de su pecho, solo para
ser aplastado por las frías manos de la traición.
Pero la verdadera venganza tendrá que esperar. Se acerca la guerra, y con
ella, las decisiones y el peligro enmascarados en traicioneras bellezas.
Demasiado pronto, la joven reina aprenderá que el tiempo podría ser el
enemigo más peligroso de todos.
Porque será el tiempo quien revelaría todas las formas en que un corazón
muerto puede latir de nuevo.
PARTE UNO

6
Uno
L
a noche se cerró nosotros cuando eché la cabeza hacia atrás y grité.
Dientes me rozaron el cuello y sentí que los músculos de
Zadicus se tensaban, el aire vibrando sobre mi piel cuando su semilla
se vació dentro de mí.
Siseé, apartando su rostro antes de bajar mi cuerpo de él y salir de la cama.
Una risa siniestra siguió mis pasos hacia el cuarto de baño.
—Qué delicada.
—Te he advertido que no hagas eso. —La puerta se cerró sobre mis palabras
7 con un estallido que tronó a través de la roca y el mortero, un viento cargado
revolvió mi cabello y refrescó mi cara sonrojada.
Después de limpiarme, me lavé las manos, mirando con ojos iridiscentes y
vacíos el tono pálido de mis mejillas en el espejo. Un golpe de mi dedo sobre mis
labios y el rojo se volvió rosado.
Tomé una nota mental para comer más. Cadavérica no era una apariencia que
me favoreciera, y mis pómulos comenzaban a parecerse a los de un cadáver.
—Veintiún veranos —dijo Zad, encendiendo una pipa que mantenía en el
cajón superior de la mesita de noche—. ¿Eso significa que pronto terminarás con
los berrinches?
Me acerqué desnuda a mi tocador y tomé asiento.
—Todos sabemos que eres aburrido, Zad. No hay necesidad de abrir tu
bonita boca para informarnos.
Una sonrisa irónica curvó sus labios en forma de pecado.
—¿Por qué no me matas entonces? Pareces más bien cautivada por el
asesinato en los últimos tiempos.
Esa era una pregunta que me había hecho una o dos veces antes. Sin
embargo, Lord Zadicus había gobernado el este desde antes de que yo naciera, y
tenía demasiado poder. Si mi padre me había enseñado algo, y me enseñó mucho,
era aplastar una amenaza tan pronto como la evaluaras.
Sin embargo, nunca había parecido molesto por el reinado de Zadicus en el
este místico. Quizás darles a ciertas amenazas suficiente espacio para deambular y
flexionar sus músculos era suficiente para aplacarlos. Por ahora.
Además, el lord era increíblemente hábil en el dormitorio.
—Tentador. —Arrebatando mi cepillo, me encontré con la mirada de Zad en
el espejo—. Pero aún no he terminado contigo.
Su mirada dorada se negó a moverse, pero no era rival para mí. Sonriendo,
aparté los ojos y continué cepillándome hasta que el reflejo de la luna se encontró
entre los mechones azabaches hasta la cintura.
El olor a clavo impregnaba la recámara sombreada, iluminada por solo dos
apliques en los rincones opuestos de la habitación.
Zadicus seguía mirando y yo me estaba cansando.
—Puedes retirarte.

8 —Sabes —dijo, sin moverse de donde yacía tendido sobre el lino plateado. Su
cabello castaño rozaba sus pectorales, y la visión de sus caninos nacarados se
escondió por el movimiento de su nariz—. No recuerdo que nuestro trato estuviera
relacionado con la esclavitud.
—Y no recuerdo que protestaras ni hace cinco minutos.
—El sexo no hace una alianza.
Tarareé, una risa profunda escapó de mis labios cerrados mientras me
levantaba y volvía a la cama.
—Se han pronunciado palabras más tontas, pero no he escuchado esas
tonterías en bastante tiempo.
La mirada de Zad se entrecerró mientras las nubes de humo pasaban por sus
labios. Me vio meterme debajo de las sábanas lisas y recostar la cabeza.
—Matrimonio, Audra. —Su voz perdió su tono juguetón, y salió la bestia
dentro—. La promesa fue tu mano. Una verdadera fusión por el bien del reino.
Despiadado, astuto y, como se dijo anteriormente, poderoso, Zadicus
Allblood sería un buen rey. Era de la realeza por sangre y era adorado entre
nuestra gente. Especialmente las mujeres.
Tontas. No le había dado a nadie ni un segundo vistazo desde la muerte de su
esposa, ni siquiera a mí.
Me tomó todo lo que tenía no tragar, sabiendo que lo escucharía.
—No he roto esa promesa.
—Tampoco la has cumplido.
Los dos sabíamos que no me quería como esposa. Él quería el reino.
Quería asegurarse de que Allureldin no fuera presa de Merilda. Aunque sus
deseos coincidían con los míos, sabía que, una vez que el Reino del Sol fuera
aplastado, o la paz se hubiera establecido una vez más; no tendría reparos en
arrebatarme el control de mi hogar.
De mi familia.
El Reino del Sol casi había tenido éxito una vez, así que había negociado un
trato con el demonio pelirrojo del este. Había necesitado su ayuda.
Con la presencia de Zadicus en el reino, así como sus soldados y seguidores
leales, otros podían tragarse su disgusto por mí y pensarlo hasta una tercera vez
antes de traicionar a su reina.
Era eso o perder la tierra que los bárbaros habían invadido, y sin duda más si

9 su inquietud crecía, se extendían más entre mi gente y formaban un asedio.


Perdí demasiado. No tomarían nada más de mí.
Yo era la reina del Reino de la Luna, y la sangre ahogaría todo el continente
antes de permitir que alguien robe lo que legítimamente era mío.
Mis dedos se curvaron en mis palmas. Olí el cobre manchando el aire
mientras mis uñas creaban medias lunas en mi piel.
—Te di mi palabra. Nos casaremos en<
Una rápida repetición de golpes resonó en las puertas de la recámara.
—Majestad, hay un problema.
Zad guardó silencio mientras yo movía una mano hacia las puertas. Una se
abrió y Mintale no perdió el tiempo en entrar a la habitación.
Una mirada a Zadicus lo hizo detenerse e inclinarse en rápida sucesión.
—Disculpe, Lord<
—Habla de una vez.
Con un movimiento de pies, se enderezó y asintió.
—Hemos atrapado a un grupo de bandidos en la frontera. El general Rind ya
los está escoltando a la mazmorra.
Aparté las sábanas, ignorando los grandes ojos de Mintale, y me dirigí a mi
vestidor.
—¿Majestad?
—Haz que los lleven a la horca. —Un minuto después, estaba cubierta de pies
a cabeza con plumas rojas. Me puse una capa negra, no para evitar el frío, el frío
me preocupaba poco, sino porque la textura de terciopelo parecía bastante
impactante contra las plumas prensadas de mi vestido.
Uno siempre debe verse lo mejor posible, especialmente cuando estaba a
punto de acabar la vida de los traidores.
Mintale se estaba moviendo cuando volví a entrar en la habitación.
Zad todavía no se había ido. Estaba mirando por una de las dos ventanas en
la gran recámara. Otorgaban una vista de las calles de la ciudad y de la mayoría de
Allureldin.
Sus anchos hombros estaban tensos, sus pantalones de algodón colgaban
precariamente de su cintura tonificada. Con un suspiro, aparté la mirada de su
forma musculosa.
—¿Qué, Mintale?
10 —Bueno, es solo que un juicio sería m{s<
—Los juicios son para aquellos que podrían ser inocentes. —Tomé mi espada
de su percha sobre la repisa de la chimenea y la sujeté debajo de la capa, flotando
más cerca de Mintale. Usando una larga uña, levanté su barbilla y sonreí cuando
su garganta se hundió. Mi voz era suave, pero mezclada en advertencia—. ¿Estás
insinuando que aquellos que eligen conspirar contra mí, contra nuestra casa, son
inocentes, Mintale?
Su cabeza se sacudió, pero mi uña, lentamente perforando su piel, la mantuvo
mortalmente quieta.
—N-No, mi reina.
Después de mirar sus ojos negros y brillantes, hice un barrido deliberado de
su rostro, notando la creciente pelusa blanca que le salpicaba la barbilla y las
mejillas. Aparté mi dedo y caminé hacia la puerta.
—¿Y qué hacemos con los culpables, Mintale?
Sus palabras fueron más fuertes, y sabía que había encontrado algo de valor
ahora que le daba la espalda.
—Los hacemos sangrar, mi reina.
Se balancearon en la brisa como ropa que cuelga de las cuerdas en los
callejones de las calles de la ciudad.
Los ojos vacíos y desalmados eran todo lo que se parecían a quienes eran.
¿Tenían familias? ¿Niños? ¿Cónyuges o familiares? No me importaba.
El invierno que corría por mis venas se electrificó con la necesidad de exigir
más venganza por lo que los cretinos habrían tratado de quitarme. Por lo que más
de su clase trataría de quitarme.
—Érase una vez —canté en la penumbra pintada de amanecer, un fragmento
inamovible de tormenta ante ellos—, cuando éramos una tierra de paz y gran
magia. Érase una vez, cuando disfrazamos nuestro odio con sonrisas astutas y
copas llenas de suficiente vino para adormecer la negatividad. Érase una vez,
cuando éramos aliados en lugar de enemigos. —Mis botas crujieron sobre la nieve
cuando me acerqué—. Érase una vez, cuando trataron de poner de rodillas a un
reino por miedo tóxico y sin motivo.

11 Llegué a la hembra humana que colgaba en el centro e incliné mi cabeza para


encontrar su mirada sin vida.
—Érase una vez, cuando tomaron todo lo que apreciaba y lo convirtieron en
cenizas. Pero no pudieron completar la tarea en su totalidad. Yo vivo y ahora, cada
uno de ustedes se consumirá y se verá obligado a deambular sin rumbo por sus
errores, perdidos para siempre.
El viento chillaba y aullaba, los cuerpos se balanceaban como sacos de grano
vacíos, golpeándose uno contra el otro.
Zadicus decidió entonces dar a conocer su presencia.
—Los derribarás si no te controlas a ti misma.
—¿Y por qué debería importarme si eso sucede?
El sonido de sus pasos se acercó, luego sus palabras cayeron directamente en
mi oído, el vapor caliente causó que mi carne se erizara.
—Porque no se puede hacer un ejemplo de esas cáscaras vacías cuando no
están a la vista.
Parpadeé, curvando mis dedos en mis palmas. El viento se desvaneció en la
brisa fresca. Tenía razón, aunque ambos sabíamos que nunca lo admitiría.
—Rabia. Qué cosa tan embriagadora —murmuró Zad, su voz era puro aliento
cuando su mano se cerró sobre la mía—. Se manifiesta en formas que cortan a
todos los que te rodean y te dejan sin cambios.
Quité mi mano helada de la suya caliente.
—No necesito tus tonterías, ni necesito un cambio.
—¿Cómo se siente, airear dentro de ti como una tormenta que se niega a ser
domesticada?
Me volví hacia él, mirándolo a los ojos dorados. Mis pestañas se agitaron y
murmuré:
—Pura euforia, algo como lo que nunca había visto antes.
Él levantó sus cejas gruesas.
—¿Es así?
—Libertad. —Sonriendo, le toqué el pecho—. Soy libre de ser quien soy, de
sentir cómo me siento y de actuar si así lo deseo. Ahora eso, mi astuto lord, es
embriagador.
Me siguió de regreso a través de las puertas del castillo y el patio.
Caminamos en silencio, nuestros pasos lentos.

12 Los comerciantes y los dueños de las tiendas despertaban, la ciudad dormida


cobraba vida con cada paso que daba. No pasaría mucho tiempo ahora. Mis labios
se torcieron y los dejé alzarse con el sol que luchaba por salir.
Luego vinieron los gritos.
Los ojos de Zad se volvieron hacia mí, pero sabiamente mantuvo la boca
cerrada.
Dentro, el castillo estaba lleno de actividad matutina. Me dirigí al comedor,
abriendo las puertas con un movimiento de mi mano a pesar de que permanecía
acurrucada alrededor de la otra debajo de mi capa.
Mintale se inclinó, y los sirvientes huyeron frenéticamente, inclinándose
rápidamente sin siquiera algo como un vistazo a mí en el camino.
Mintale extendió una silla a la cabecera de la mesa.
—¿Una larga noche, su majestad?
Se puso a trabajar para prepararme un té mientras reorganizaba mis capas de
terciopelo y plumas, humedecidas por las tempranas horas antes del amanecer.
—Larga, pero fructífera. Envía por el general Rind.
Mintale dejó la taza y el platillo, luego comenzó con las tostadas con
mantequilla.
—Ahora —espeté.
Dejó caer la tostada y corrió hacia la puerta, hablando en voz baja con uno de
los guardias que asintió, luego desapareció de su puesto para entregar el mensaje.
Uno no podría manejar un castillo sin juegos profesionales de susurros.
Terminé de untar la tostada, apenas la probé mientras masticaba.
El general Rind entró un momento después, su cabello negro azabache y ojos
azules similares a los míos.
—Su majestad —dijo, inclinándose antes de tomar su posición en el otro
extremo de la mesa.
—Deja las formalidades, tío, y toma asiento.
Rind fue uno de los errores de mi abuelo, un mestizo que siempre serviría a la
corona como parte de la guardia.
Los Reales se creaban solo cuando un real procreaba con otro. La mitad de las
razas, a menudo denominadas mixtas, se creaban cuando un real procreaba con un
humano.
Si un mestizo no nacido en la nobleza sobrevive a la infancia, debe ser

13 entregado al rey o la reina cuando sean mayores de edad para servir a la corona.
La sonrisa de Rind amenazó con hacerme sonreír, pero mantuve el impulso a
raya mientras él se servía una taza de té y tomaba una tostada.
—Se mecen.
Tomé un sorbo de té.
—En efecto.
—¿Pretendes hacerlo así con cada enemigo que capturemos?
Dejé mi taza y me encontré con su mirada.
—¿Es eso un problema?
—Absolutamente no. —Pero sus palabras no sonaban ciertas. Podría haber
sido el medio hermano de mi padre, pero había estado más cerca de mi madre.
Aunque a menudo había sido distante y distraída, no era un monstruo como mi
padre.
Como yo.
Bebí mi té mientras Rind explicaba cómo habían descubierto los ahora
fallecidos mientras exploraban la aldea exterior, al oeste del castillo.
—Habían estado acampando en árboles huecos al suroeste de las montañas.
—¿Crees que tenían la intención de viajar hasta aquí? ¿O eran simplemente
espías?
—¿No dijeron? —preguntó.
No dije nada. No porque no dijeron nada. Habían dicho muchas cosas,
suplicando y llorando como una manada de idiotas débiles que se mojan los
pantalones. Simplemente no me había importado preguntar.
—Sobrina —comenzó Rind—. Puedo recordarte que si insistes en quitarme
mis hallazgos a mí y a mis hombres para vengarte, entonces al menos debes
permitirnos un tiempo con ellos primero.
—Los interrogaré la próxima vez —dije.
Suspiró.
—Como desees.
El sol se alzaba sobre las ventanas de las torres, moviendo flechas de luz
cegadora sobre la mesa de piedra y el tapiz gris y rojo que colgaba de las vigas y
las paredes de piedra.
Intenté no retroceder y empujé la silla hacia atrás para escapar de su calor.

14 Las puertas se abrieron de golpe y Mintale se apresuró detrás de Truin,


nuestra hechicera.
El cabello amarillo de Truin, rizado como los cuernos de un carnero a cada
lado de su cabeza, rebotaba alrededor de sus orejas, y sus ojos se encontraron con
los míos con obvio deleite.
—Majestad —dijo, sin aliento—. ¿Puedo sentarme?
Golpeé mis uñas sobre la mesa, sabiendo que necesitaba dormir, pero
sabiendo que me quedaría allí por horas, mirando el imponente techo de granito.
—Si debes.
Desplegó un mapa, extendiéndolo sobre un plato de tocino.
Fruncí el ceño.
—¿Qué es eso?
—Un mapa.
Puse los ojos en blanco.
—Ya sé eso. ¿De qué me sirve?
Truin se mordió los labios, sin inmutarse por mi temperamento, como de
costumbre. A punto de hablar, miró a su alrededor, tomando nota de los guardias
y la presencia de Mintale.
—Habla —le dije, sin paciencia.
Tragando saliva, exhaló un suspiro y asintió.
—Lo encontré. —Apuñaló con el dedo una mancha negra de tierra en el
mapa—. Justo aquí, en un pequeño pueblo llamado Crestinburg en Los
Acantilados.
Me dio un vuelco el corazón y luego dejó de latir. Las cortinas de la
habitación comenzaron a agitarse, y los guardias lucharon por mantener la mirada
fija.
Cerrando los ojos, inhalé profundamente. Tendría que matarla. Había
conocido Truin desde que era bebé, pero tendría que matarla de todos modos.
—Ainx —llamé.
Truin rio.
—Oh, cállate. ¿Crees que estoy aquí solo para burlarme de ti?
Ainx, jefe de mi guardia personal, estuvo a mi lado en un instante. Lo despedí
y él retrocedió tres pasos.

15 Con los dientes apretados, siseé:


—Tendré tu lengua, por lo menos, por pronunciar su paradero.
Tirando el mapa de su agarre, estaba a punto de romperlo en pedazos cuando
ella se apresuró:
—Se casará la víspera de la próxima luna llena. —Sus siguientes palabras
fueron suaves de aprensión—. Se va a casar esta noche.
El mapa cayó de mis dedos, y los restos de mi corazón se desplomaron con él.
—¿Disculpa?
Truin asintió, luego bajó la mirada.
—Delon, de un aquelarre vecino, informó haber oído hablar de eso mientras
dormía. —Sus ojos se encontraron con los míos, un mundo de lástima que no podía
ser velado—. Sabía que no querría saber su paradero o lo que estaba haciendo con
su nueva vida, pero sabía que querría saber si surgía algo grave, por lo que
algunos de nosotros hemos mantenido nuestro subconsciente de guardia.
Ella tenía razón.
Maldita sea la oscuridad, ella tenía razón.
Me tomó un minuto calmar mi corazón errático y estabilizar mis manos. Las
cortinas dejaron de temblar lentamente y los cubiertos de la mesa dejaron de
temblar cuando el pesado silencio se infiltró en la cavernosa habitación.
Un momento después, tres golpes sonaron en la puerta, y Zadicus entró. Con
su largo cabello atado en la nuca y vestido de gris excepto por la túnica blanca
debajo de su chaleco, hizo una reverencia, su capa doblada sobre su brazo.
—Me iré, su majestad.
Solo pude asentir, sin palabras.
Se iba a casar. No necesitaba haber preguntado con quién. En este momento,
la cuestión de quién era irrelevante, pero estaba claro que estaba loca.
Y estaba claro que no debería importarme.
Sabía el riesgo que había tomado y que me costaría el corazón, pero lo había
hecho de todos modos.
Sin embargo, parecía como si una parte ingenua de mí hubiera esperado
tontamente su regreso. Que un día, cuando toda esta oscuridad hubiera pasado, él
recuperaría sus recuerdos y nos encontraríamos de nuevo.

16 Nunca podría volver. Si lo hiciera, moriría por mi propio decreto.


Me había traicionado de todas las formas abominables, pero eso no
significaba que me sentaría en el trono que tenía toda la intención de compartir con
él y solo permitirle que se casara con otra persona.
Empujé mi silla hacia atrás, asintiendo con la cabeza a Truin, que me miraba
con preocupación cubriendo sus ojos marrones lechosos.
—Guarda tu debilidad, Truin. Puedes mantener tu lengua hoy.
Pasé junto a Zadicus, pero debería haber sabido que si no le hacía caso,
tendría que seguirme.
—¿Puedo preguntar qué estás haciendo?
—No, no puedes. —Me apresuré a subir las escaleras, corriendo alrededor de
cada tramo hasta que llegué a mis habitaciones y abrí las puertas.
La presencia de Zad era la de un gato curioso cuando me puse unos
pantalones de cuero y un abrigo de lana. La combinación era horrible, pero la
necesidad de mezclarse era primordial.
Me puse las botas y la capa de nuevo, y tiré de la prenda marrón mostaza que
me irritaba el estómago.
Manos se apoderaron de mis brazos, sorprendiéndome en mi prisa.
—Esto es sobre Raiden.
Cómo se había dado cuenta, no me importaba saberlo.
—Quita tus manos antes de que yo las quite de tu cuerpo.
No lo hizo. En todo caso, su agarre solo se apretó.
—No puedes traerlo de regreso a este reino. Es un traidor, y nuestra gente
preferiría verlo muerto que gobernando a tu lado.
Mis dientes rechinaron, y siseé a través de ellos.
—Y prefiero que muera antes que dejar que se case con alguien más.
Las largas pestañas marrones de Zad se extendieron y su agarre se aflojó.
—Se va a casar con alguien.
No era una pregunta, así que no dije nada más cuando lo dejé allí y me dirigí
a las cuevas.
—Somos un reino al borde de la guerra —dijo—. Una reina no puede
abandonar a su gente en tiempos como estos.
—Una reina puede hacer lo que le plazca. —Las puertas se cerraron detrás de
mí con una ráfaga de viento tan fuerte que las manijas se rompieron para que no
17 pudiera seguirme.
Dos
R
odeando la parte trasera del castillo, cerniéndose como centinelas
gigantes besando el cielo, estaban las montañas cubiertas de nieve
hasta donde la vista podía alcanzar.
Las nubes se tragaban algunos de los picos, y a menos que los visitaras, no
podías ver las puertas de las cuevas que había dentro.
Dentro de las dos montañas más pequeñas y más cercanas al castillo vivía
una de mis criaturas favoritas.
El aliento de Wen se elevó en el aire gélido. Mi capa se abanicó detrás de mí,

18 exponiéndome a un frío que no podía sentir. En pocos minutos, habíamos llegado


a la base de la cordillera.
Cuando me acerqué al punto más alto al que podía llevar a Wen, desmonté y
entregué el semental negro medianoche al guardia antes de apresurarme hacia uno
de los senderos que llevaba a algunas de las diez entradas de la cueva. Los dos
guardianes de la puerta se inclinaron cuando pasé y fueron dentro.
Mintale estaba allí antes de que el cuidador de Vanamar terminara de
ensillarlo, exigiendo que alguien preparara su propia bestia.
—No necesito tu reprimenda o tu presencia quejumbrosa ahora mismo.
Mintale chasqueó sus dedos hacia el cuidador que se apresuraba a ensillar su
yegua.
—Lo sé. Solo estoy aquí por si necesitas ayuda.
Eso me sorprendió, y levanté una ceja hacia él. Ambos sabíamos que él sería
inútil si necesitaba un compañero de batalla. Sabía dónde estaban todos los
campamentos de espías al oeste que se extendían hacia Los Acantilados y el mar
gris y susurrante. Me escondería, probablemente mucho mejor sin su presencia.
Vanamar gruñó, girando su cabeza con el cuerno hacia el entrenador para
gruñirle por tirar de las correas demasiado fuerte.
—Sal.
El joven macho desapareció, y me puse a trabajar en la comprobar la silla y
las riendas antes de llevar a Van a la entrada lateral más amplia. Las cuevas
excavadas en los picos de las montañas gemelas, el olor del heno y de los
cadáveres de pollo podrido manchan la tierra húmeda de su interior. Debajo de
ellos, el reino se extendía como joyas brillantes golpeadas por un rayo de luz,
rebosante de energía y deslumbrante de peligros ocultos.
Los furbanes eran el medio de transporte más rápido de Allureldin. Aunque
no cualquiera puede tener una bestia para sí mismo. Los criábamos, pero no con
frecuencia porque no solo era difícil sino también peligroso, ya que a las hembras
no les interesaba y trataban de quitarle los cuernos, las extremidades o incluso los
genitales al macho. Por ahora, solo había once.
Con más de tres metros de altura, un torso de piel que se asemejaba al de un
oso pardo y una envergadura de alas emplumadas que se extendía más allá de los
cielos, los furbanes eran criaturas con cuernos que muchos temían y envidiaban.
Las alas plegadas de Vanamar se movieron al salir de la cueva y abrió la boca,
soltando un rugido que mostraba dientes tan largos como mi brazo y sacudió la
nieve de los cielos. Metiendo mis manos en su piel, me subí a la silla de montar, y

19 luego tomé las riendas envueltas alrededor de los cuernos enroscados sobre su
cabeza.
—Rah.
Empezó a correr, y en segundos, estábamos en el aire, mi estómago se hundió
mientras nos elevábamos al duro brillo de la mañana. Mirando por encima de mi
hombro, me pregunté si Mintale había decidido quedarse atrás, pero entonces oí su
grito aullador. Sonriendo, sacudí mi cabeza, mis rodillas se apretaron a los lados
de Van mientras me inclinaba hacia adelante, espoleándolo a volar más rápido.
Las retorcidas calles empedradas, las fachadas de las tiendas, las fincas y las
docenas de chimeneas que arrojan humo pronto se desvanecieron en caminos de
tierra, casas de campo, pueblos y parches interminables de bosque verde. Nuestro
mundo era un reino de belleza, aunque habíamos hecho todo lo posible por
destruirlo.
El humo se elevó de las fogatas al oeste, y guie a Van al este, hacia la entrada
comercial del Mar Gris. Tensé mi columna vertebral, me encorvé y volamos más
alto hacia las nubes. Sería un día de viaje a Los Acantilados.
Por la única razón de que Rosinthe era un continente hostil en la cúspide de
la guerra.
El Mar Susurrante se agitó como una serpiente errante, y me abstuve de
contener la respiración mientras descendíamos y coronábamos las oscuras olas.
Solo habíamos oído historias de lo que acechaba bajo sus aguas, y no tenía
muchas ganas de saber si eran ciertas.
Me llevó lo que parecía todo el viaje reconocer qué era lo que me castañeteaba
los dientes. Porque no era el Mar Susurrante, y no era el frío.
El frío era mi amigo. Aparte de la bestia que está debajo de mí, quizás la
única.
No, la emoción que la causó era mejor dejarla sin nombre e ignorarla.
—Tenemos que dejar a las bestias atrás —dijo Mintale, llegando a mi lado, su
voz apenas audible por sobre el viento.
—No —dije—. No tardaremos mucho.
Avanzamos a toda velocidad hasta donde el mar se estrecha, y luego caímos

20 de un acantilado para bordear entre las minas. Los Acantilados eran el hogar de
aquellos que habían sido exiliados o tenían una deuda impagable con el reino. Más
allá de la minúscula extensión de tierra de cultivo, las pequeñas calles de los
pueblos serpenteaban en todas direcciones hacia el mar y las minas de carbón.
En el centro de la tierra saturada de polvo había una iglesia para los humanos
que rezaban a una deidad diferente, y me preguntaba, ociosamente, qué rey o reina
antes que yo permitía que existiera tal edificio.
La libertad era algo de lo que Rosinthe se enorgullecía. Éramos un continente
gobernado, pero un continente que acogía a casi todos y a sus descendientes. Casi
a cualquiera.
Nuestras razas se mezclaban y se les permitía. Los niños de la realeza jugaban
con niños humanos, y si se formaba un improbable vínculo de pareja, un vínculo
de por vida que solo se puede romper con la muerte, o elegían hacer votos; eran
bienvenidos.
Tal vez ese era el problema. Quizás demasiada libertad había cavado surcos
espinosos en el corazón de quienes éramos, dejando espacio para que crecieran
cosas siniestras.
Espiando un muelle que caía pieza por pieza en el mar, apreté mis talones en
los flancos de Van y me incliné hacia adelante.
Se dejó caer, con las puntas de las alas bordeando el agua y rociando. Lo
espolee de nuevo, maldiciendo mientras las gotas de agua me golpeaban la cara.
Gruñó y se enderezó.
—Ahí. —Señalé dónde se escondía una pequeña granja entre un campo de
trigo.
Aterrizamos con una sacudida que hizo que mis dientes rechinaran.
—Seamos rápidos —dije una vez que desmontamos.
Bueno, una vez que desmonté.
Mintale tenía el pie atascado en el estribo, y suspiré, esperando que se
desenredara. No lo hizo.
—Ah —gritó, con los brazos enredados mientras caía de espaldas al suelo. Su
yegua se volvió para mirarlo, luego se dio la vuelta y arrancó un gran trozo de
trigo del suelo.
Mis ojos se cerraron momentáneamente, luego me acerqué pisoteando y lo
jalé por el cuello de su túnica.
—Date prisa —dije, mirando la luna llena que se estaba formando en el cielo.

21 Nadie se atrevería a tocar un furbane que perteneciera a la corte real o no,


pero en tiempos como estos, sería prudente no llamar demasiado la atención.
Especialmente en una tierra llena de criminales y almas desesperadas.
Una campana sonó desde el norte, y maldije, recorriendo el campo con una
urgencia que hubiera sido embarazosa si hubiera tenido tiempo de preocuparme,
cosa que no hice.
Mintale luchó por seguirme el paso. Tenía quinientos veinte años, y
definitivamente se estaba empezando a notar.
—¿Cómo vamos a llevarlo?
—Por la fuerza.
Mintale reflexionó sobre eso.
—¿Atarle las manos?
No me molesté en contestar y volví a comprobar el flujo del mar,
dirigiéndome al norte una vez que llegamos al camino de tierra.
El final del día no significaba mucho para los de este distrito. Los ojos se
asomaban a través de las venecianas, las grietas en la podrida vivienda de madera,
o miraban descaradamente desde los escalones del porche cuando girábamos hacia
la calle principal del pueblo y veíamos la destartalada iglesia en el extremo
opuesto.
Me empezó a picar la piel y me costó mucho no frotarme los brazos, que
parecían como si estuvieran cubiertos por una capa de polvo. Llevaba mangas
largas, pero todavía podía sentirlo: pegajoso, empalagoso y sofocante.
—Está tan sucio aquí —dije entre dientes mientras Mintale saludaba como un
tonto a unos cuantos transeúntes que nos miraban.
Algunos cayeron en una reverencia una vez que su vista se ajustó y se dieron
cuenta de quién estaba marchando entre ellos, pero otros estaban demasiado
boquiabiertos como para reaccionar lo suficientemente rápido.
—Son las minas. —Mintale hizo una mueca—. Detesto pensar cómo es dentro
de ellas.
Levanté la mirada hacia la montaña de aspecto volcánico a la izquierda, y
luego me encogí de hombros.
—¡Majestad! —Una mujer salió corriendo delante de mí con un bebé pegado
a su pecho—. ¿Puedo pedirle su bendición? —Sus labios temblaron cuando su
22 mano sucia le dio una palmadita en la espalda al bebé—. Mi hija está enferma,
tosiendo como un Ergin.
Eché un vistazo a su cara marrón, mi labio se frunció mientras mi mano se
movía y la hice tropezar de nuevo con la suciedad.
—Los malditos no se bendicen —dije mientras su bebé lloraba.
Lloriqueando y murmurando sobre el diablo, ella se alejó.
Continuamos, afortunadamente sin interrupción, hasta que pudimos ver las
puertas cerradas de la iglesia. Parando, estudiamos la estructura desgastada por un
momento. Las puertas parecían estar cerradas por dentro.
—Parece que su dios no desea que entres.
—Silencio, Mintale.
La lluvia comenzó a rociar la tierra con gotas suaves, aumentando el olor de
la suciedad y la mugre, y arrojando una extraña oscuridad en el aire.
Por un momento fugaz, casi me sentí mal porque lo hayan obligado a vivir
aquí. Casi.
Por supuesto, Mintale no se calló.
—Dicen que la lluvia en el día de tus votos es buena suerte.
Rodeé a un perro callejero persiguiendo un tisk.
—La suerte no existe.
Casi tropezando con el perro cuando se lanzó a por las alas del insecto,
Mintale se apresuró a seguirme.
—Ya sabes cómo pueden ser los humanos. Siempre necesitando creer en algo
más grande que su sombría existencia.
Bufé, cansada de escuchar esa basura tan extravagante.
—Especialmente cuando algo no sale como ellos esperaban que saliera —
continuó Mintale, y en ese momento, no quise abrir la boca para decirle que se
callara por miedo a lo que yo ingeriría.
Subimos los escalones demorándose, y por supuesto, tomó mi silencio como
una señal para seguir divagando.
—Majestad, ¿puedo preguntar en qué tiene fe?
Haciendo una pausa fuera de las endebles barreras de madera, curvé mis
labios.

23 —En mí.
Luego envié una ráfaga de viento hacia las puertas.
Tres
L
a madera se astilló y chirrió.
Gritos y jadeos elevaron mi sonrisa mientras los restos de las
puertas se desmoronaban en los bancos y el suelo de hormigón.
No les presté atención a los asistentes y marché directamente
hacia el altar.
Esperaba agarrarlo por el cuello o el cabello y sacarlo de allí.
Esperaba no sentir nada más que la astilla de ira invernal que mantenía
unidos los pedazos de mi corazón.

24 Lo que no esperaba era que mis botas se engancharan en una grieta de


hormigón, torciéndome el tobillo cuando él se giró de su posición frente a un
sacerdote y estrechó sus ojos hacia mí.
El tiempo se detuvo en seco, rebobinando y avanzando a la vez.
Respira conmigo, seda.
Parpadeó, dando un paso atrás lentamente.
Deshazte para mí, seda.
El aire salió de mí, reduciendo mis pulmones y electrificando el órgano
muerto en mi pecho.
El cabello de un tono más oscuro que el hollín se rizaba alrededor de su
nacimiento, espolvoreando sus mejillas marrones. Su forma delgada se había
ampliado. Se había endurecido. Los músculos habían crecido sobre sus hombros y
sus bíceps, donde un tatuaje tribal de un sol ardiente envolvía la piel tensa.
La mano de Mintale tocó la mía.
—¿Majestad?
Arrastrada de vuelta a la pesadilla de la realidad, alejé mi mano.
--Captúralo.
Raiden apartó sus ojos verdes de mi rostro. La confusión frunció su ceño
mientras miraba a Mintale.
—La reina. —Alguien jadeó.
El sacerdote envejecido no era más que una estatua mientras sus túnicas
comenzaban a revolotear a su alrededor.
—No puede ser —dijo otro—. ¿Aquí?
Contuve mi respiración, y la brisa que nos había arrastrado dentro de la
antigua estructura se asentó.
Así fue, hasta que la mujer que estaba al lado de Raiden chilló.
—¿Quién en la oscuridad eres tú? —Raiden se movió para pararse frente a su
prometida, y la vista fue suficiente para hacer crujir las vigas.
Su cabello era del color de un fuego furioso, y sus ojos como el oscuro Mar
Gris. Era bonita, le concedería eso, pero bonita no era rival para la ira de la traición.
¿Creían que podían salirse con la suya con tal falta de respeto? Concedido,
Raiden no tendría ni idea de quién era, pero la cerda de ojos abiertos que se
esconde detrás de él sí.

25 Antes de que las manos de Raiden pudieran tocarla, las arrastré a sus
espaldas, y él maldijo.
—¿Qué significa esto?
—Vendrás conmigo. —Me giré hacia las puertas, con mi capa ondeando
detrás de mí—. O la linda tonta se muere.
—Raid —dijo la mujer, y me di la vuelta. Una mirada y su boca estuvo
sellada con hielo, incapaz de abrirse.
Debería considerarse afortunada de que eso fuera todo lo que hice.
Mintale agarró a Raiden por el brazo.
—Ella es su majestad, la reina, y harías bien en invertir más tiempo en
aprender esas cosas en lugar de encontrar una joven para casarte.
Casi resoplé ante el intento de Mintale de defender mi débil corazón. No tenía
que haberse molestado. Estaba muerto hace mucho tiempo.
Bajamos las escaleras antes de que empezara la conmoción.
—Suéltame. ¡No he hecho nada malo!
—Has hecho todo lo que uno podría hacer mal. —No podía mirarlo. No
confiaba en mí misma.
—No. Espera. —Un grupo de rostros sucios se acercaron—. Debe haber algún
error.
—Créanme —dije, ignorando el hedor—, el error fue todo mío.
Nadie ayudó a Raiden cuando lo vieron maldecir y luchar en las garras de
Mintale.
Érase una vez, cuando Raiden pudo haber matado a Mintale con solo un
pensamiento. Eso fue antes de que Truin lo despojara de todo lo que una vez fue y
lo dejara con un insípido recuerdo de un hombre con una vida diferente, un
mundo diferente, y un corazón diferente.
Al detenerme, miré a la multitud reunida, que comenzó a retroceder
lentamente.
—Vengan. —Chasqueé mis dedos a dos hombres que bebían cerveza frente a
una taberna. La terminaron, dejaron caer sus jarras de cerveza y avanzaron a
pisotones por la tierra mojada hacia nosotros—. Carguen esta< —Le hice señas a
Raiden—. Esta cosa traidora por mí.
Con dos reverencias descuidadas, se apresuraron a luchar contra el gigante
de metro ochenta de Mintale. Llegamos al campo antes de que Mintale se diera

26 cuenta de lo difícil que sería el viaje de vuelta a casa con un hombre angustiado y
enfadado a rastras con nosotros.
—Váyanse —les dije a los dos caballeros. Solo cuando se escabulleron de
vuelta al camino de tierra, volví mis ojos a la perdición de mi corazón.
Su rostro era de un tono más oscuro, el tono dorado oscureciéndose con el
polvo, su ira y la creciente noche. Prácticamente podía olerlo y trataba de no dejar
que se notara mi satisfacción.
—Tú.
—Yo —dijo, fosas nasales ensanchadas, pupilas dilatadas—. Reina o no,
debes ser una criatura verdaderamente despreciable para interrumpir la ceremonia
de boda. Exijo que me liberes. —Sus dientes se cerraron de golpe mientras
gruñía—. Ahora.
—¿O qué? —Levanté una ceja, parpadeando lentamente.
Su mandíbula barbuda se endureció, y como dedos sobre una franja de seda,
recordé arrastrar los míos sobre su piel recién afeitada.
Sus suaves labios se elevaron en una sonrisa que una vez me hizo ver rojo
antes de ver cada estrella del cielo nocturno en sus brazos, y luego estaba
corriendo.
Mintale suspiró, deteniéndose a mi lado.
—¿Debo hacerlo?
—Un momento. —Vimos cómo llegó hasta la carretera antes de que yo
levantara la mano. Una roca se elevó con un viento invisible y se dirigió hacia el
lado de su cabeza. Cayó al suelo como un pilar de hormigón—. Es divertido ver
cuando creen que pueden escapar.
Mintale no dijo nada.
—Debería causarte pocas dificultades ahora. —Moví la cabeza al traidor
caído, y Mintale recogió las cuerdas y el arnés de su silla mientras subía a Van.
Estaba en el cielo antes de que Mintale pudiera lanzar a Raiden sobre el lomo
de su yegua.

27
Cuatro
L
legamos a casa sin demasiada turbulencia, a menos que cuentes la de
mis antiguas emociones.
Hice lo que pude para aplastarlas mientras Van caía en picado
hacia un parche de rocas estériles a unos kilómetros del castillo. Jugar en la
cordillera era una cosa, pero alertar a los demás de mi presencia allí montando
sobre un furbane en las últimas horas del día era otra cosa totalmente tonta.
Algunas personas se maravillaron de la bestia que se sumergía entre las
nubes, y yo observé, aunque no era necesario, mientras daba vueltas a los picos
nevados detrás del castillo antes de desaparecer.
28 El anochecer descendía una vez más, y yo anhelaba sumergirme en mi bañera
hasta que el viaje se hubiera deshecho de todos los poros.
Allureldin cobraba vida cuando el sol comenzó a hundirse y moría
gradualmente cuando el reloj se acercaba a la medianoche. Hasta entonces, la gente
entraba y salía de las tabernas, cafés, teatros y restaurantes, con risas y gritos que
resonaban en la luz acuosa que salía de los cuellos curvos de los candelabros de las
calles. Dentro de ellos vivían familias de escarabajos revoloteando con alas
brillantes.
Las sombras que se extendían y la capucha de mi capa ocultaban la mayor
parte de mi cara. Atravesé callejones y me escabullí detrás de los carros de los
vendedores, soltando un suspiro de alivio una vez que mis ojos se deleitaron con la
estructura de alabastro y ónice que se elevaba por encima de las sinuosas e
inclinadas calles.
Detrás de las puertas de hierro forjado había una monstruosidad con tres
agujas. Las ventanas en arco estaban manchadas de rojo y gris con hiedra
serpenteando entre ellas y sobre el exterior de piedra. Vides cargadas de espinas se
ataron y anudaron juntas sobre la metalistería curvada, y cuando toqué la fría
cerradura, sintiendo la sacudida hasta el fondo, los frondosos verticilos más
cercanos a ella se desataron, deslizándose cuando un pesado chasquido rompió el
aire quieto y las puertas se abrieron.
Los guardias se aseguraron rápidamente de que se cerraran, y atravesé el
patio casi vacío mientras Ainx dejaba su puesto frente a las puertas del castillo y se
acercaba.
—Despejen el calabozo —dije una vez que lo había alcanzado.
Las pesadas cejas se fruncieron sobre los ojos de zafiro.
—¿Y qué quiere que se haga con los prisioneros?
—Mata a los peores, hazle una advertencia a los demás y déjalos libres. No
me importa particularmente.
—¿Mi reina? —preguntó con un poco de alarma, acompañándome mientras
entrábamos en la cámara de entrada y caminábamos por los pasillos.
Eché un vistazo a los pocos sirvientes masculinos cercanos, y luego decidí
que no me importaba mucho. Iban a descubrirlo eventualmente. Que intenten
crucificarme por traer a un traidor de vuelta a nuestra fortaleza. Tenía grandes

29 desafíos por delante.


—Nuestro rey vuelve a casa.
Ainx tosió, y luego Azela, mi segunda, nos espió al final del pasillo y esperó.
Se inclinó, pero antes de que pudiera hablar, me volví hacia Ainx.
—Ponla al día y no dejes que ni un susurro de esto llegue a la gente del
pueblo. Luego llama a Truin. Estaré en mis aposentos.
Aparentemente pálido por la incertidumbre, la mandíbula de Ainx se movió
mientras decía cortante:
—Por supuesto.
Ignorando a los trabajadores del castillo, los dejé y doblé la esquina, bajando
por el pasillo con alfombras plateadas y cortinas por escaleras. Llegué a mis
habitaciones, cerré de golpe las puertas y caí contra ellas, cerrando los ojos
mientras mi corazón latía a un ritmo violento y brusco.
—¿Él no compartirá tus aposentos?
Había estado tan distraída por los sentimientos que ni siquiera recordaba la
forma en que había encerrado a Zadicus aquí. Palpé detrás de mí y no encontré
ningún daño en la madera. Ni siquiera había intentado escapar, y había hecho que
le sustituyeran las manijas de las puertas.
Al abrir los ojos, lo encontré tirado en la cama, sin camisa.
—Pensé que te estabas yendo.
Un perezoso barrido de mi cuerpo acompañó a palabras más perezosas.
—Tendrás que perdonarme por dudar si nuestro acuerdo se mantiene
después de que hayas volado a través del continente para buscar a tu antiguo
marido. —Sus ojos dorados se agudizaron y brillaron cuando se nivelaron con los
míos—. No seguiré siendo un amante.
—Muchos matarían por estar en tu posición.
—Y estoy seguro de que lo han hecho. —El frío llenó su suave voz—. Sin
embargo —dijo, levantándose a una posición sentada, la piel pálida extendiéndose
sobre el músculo tenso—. Mi orgullo es un problema.
—El orgullo nunca es el problema —murmuré, quitándome la capucha de mi
cabeza y luego la capa de mi cuerpo—. El problema está en cómo lo manejas. —
Cayó detrás de mí mientras me desnudaba camino a mi cuarto de baño donde
preparé un baño, girando el cuello mientras Zad se inclinaba en la puerta,
mirando.
—¿Qué planeas hacer con él?

30 —No he pensado en eso todavía. —Me dolía admitirlo, pero al menos le


debía eso. La fría porcelana de la bañera circular me mordió la piel mientras me
sentaba a un lado y agitaba algunas sales de baño en el agua, una para calentarla y
otra para perfumarla—. Inevitablemente tendré que matarlo.
—Todo porque no pudiste soportar verlo jurarse a otra persona.
Mi mano se quedó inmóvil, y me moví, deslizándome en el agua hirviendo
con aroma a lavanda.
—Los humanos lo llaman una boda.
—Es lo mismo —dijo Zad arrastrando las palabas, con las manos metidas en
los bolsillos—. Una promesa de compromiso es una promesa de compromiso.
Mi nariz se retorció.
—Ve a aburrir a alguien más con tus recordatorios inútiles.
Zadicus se rio, un sonido oscuro y descarado.
—¿Sabes qué? En realidad, encuentro esta situación bastante< cómica.
Dejando caer las sales en el estante detrás de mí, incliné la cabeza hacia atrás
para mirarlo.
Sus ojos estaban en mis pechos mientras el aire fresco y el agua ponía duro
los pezones. Suave y sin prisa, murmuró:
—Eres una hermosa tonta, mi reina.
—Sin embargo, quieres jurarte a mí —le recordé.
Sus ojos brillaron, encontrándose con los míos.
—No quiero hacerlo. —Su labio superior se crispó, y mis músculos se
endurecieron—. Necesito hacerlo. Este reino no puede ser dirigido por una mocosa
malcriada con suficiente poder en su meñique para reducirlo a cenizas.
Una barra de jabón voló a través del cuarto de baño, fallando por poco su
cabeza. Golpeó la pared de azulejos rojos, y luego se deslizó al piso de mosaico en
dos piezas.
Sus labios no se movieron ni siquiera con humor. Con las manos aun en los
bolsillos, levantó las cejas de esa manera exasperante antes de dejarme para
mortificarme.
Con un gemido, me deslicé bajo el agua.

31
Zadicus se había ido cuando vacié la bañera y me vestí con una camisola de
seda negra.
Durante incontables minutos, yací acostada en la cama, mirando los
torbellinos de vides tallados en el techo de piedra.
Zad no era más que un bicho molesto, siempre ansioso por molestarme.
Conocía su juego, no necesitaba recordármelo, pero no le permitía cuestionar todo
lo que hacía.
Se necesitaba una alianza entre nuestros territorios, porque, aunque sus
tierras estaban bajo mi jurisdicción, su gente le era leal. La mayoría no eran
partidarios de mi padre; por lo tanto, dudaba que fueran partidarios de mí.
Gracias a mi padre tirano y a sus volátiles juegos de poder, durante su
reinado que duró casi quinientos años, el reino de Allureldin se había visto
reducido a un pozo negro de miedo.
Raiden había tenido razón al mostrarme todas las formas en que mi padre
estaba envenenando esta tierra.
Tal vez también había hecho bien en matarlo. Eso no significaba que yo fuera
la gentil princesa que una vez esperó que fuera. Reina ahora, cortesía de él.
No, por más cruel que haya sido, la sangre de mi padre era un aceite pesado
que corría por mis venas< llevando ríos de venganza listos para derribar a
cualquiera que se atreviera a usurparme. No estaba dentro de mí el acobardarme,
el someterme a los caprichos de cualquier varón, especialmente no los de Zadicus
Allblood.
Lo tomaría como esposo, aunque solo fuera para ayudar a calmar los
disturbios; la aversión que se extendía mucho más allá de nuestros territorios y en
el Reino del Sol, donde esa aversión floreció en un odio sangriento.
Supongo que nuestros padres nunca previeron todas las formas en que un
matrimonio arreglado, un acoplamiento que uniera nuestros reinos divididos de
una vez por todas, solo empeoraría las cosas. O tal vez, lo previeron.
Y ellos lo recibirían con los brazos abiertos.
—Entra —dije, escuchando los pasos de Truin afuera.
Las puertas chirriaron al abrirse y cerrarse, y ella se acercó sobre las pieles
que cubrían el suelo de piedra para apoyarse en el poste de roble oscuro de la
cama.

32 —Lo tienes.
No me molesté en preguntarle cómo lo sabía.
—Necesito un hechizo. Un tónico. Un<
—Detente —dijo Truin, su voz inusualmente dura.
La habría mirado con desprecio, pero estaba demasiado avergonzado por las
palabras que se me habían escapado de la boca. No me había dado cuenta de lo
mucho que deseaba restablecer sus recuerdos y que me mirara como lo hizo una
vez, en vez de con la confusión de un extraño hostil.
No había reconocido el deseo en absoluto. Hasta ahora.
—¿No lo harás? —pregunté, más cautelosa.
Truin suspiró, y sentí que la cama se hundía al final.
—No puedes hacer esto, mi reina.
—Sí puedo. —Si tenía que matarlo, quería que me mirara a los ojos y viera lo
que me había hecho antes.
—No —dijo Truin—. Olvide el decreto. Quiero decir que no es posible.
Me senté, con los dientes apretados.
—Tú lanzaste el hechizo. Creaste la poción. Lo que significa que tú puedes
deshacerlo.
—Audra. —Sus pequeños dientes blancos tiraban de su labio manchado de
rosa—. No hay ningún hechizo para deshacer algo de esa magnitud.
Pestañeé, mi estómago retorciéndose.
—¿Nada?
Sacudió la cabeza, con las manos enroscadas una alrededor de la otra.
—Te lo dije antes de proceder. —Probablemente era cierto que sí, pero yo
apenas respiraba por todo lo que había pasado, por la oscuridad que se había
apoderado de mí. Sus cejas se fruncieron—. ¿Por qué querrías hacerlo?
—El por qué no importa. Si no se puede hacer< —Entonces se desvanecería al
amanecer.
Las palabras colgaron entre nosotras, sin decir nada, pero más fuertes que el
trueno que partió el cielo en dos.
Los ojos de Truin se suavizaron, sus manos se posaron en su regazo para
hacer girar sus anillos de plata. Se dice que las reliquias contienen la magia de las
almas que las han usado anteriormente.

33 Mirando a la pared donde una colección de espejos dorados de plata colgaba


en varios tamaños, bajó su voz a un susurro.
—Hay historias de aquellos que han recuperado la memoria, algunos si no
todos, después de períodos de amnesia. Se prueba con los que envejecen todo el
tiempo cuando sus años ya no están a la altura de sus frágiles mentes. —Fruncí el
ceño, pero ella respondió antes de que me atreviera a preguntar—. No habría
funcionado con tu padre. Diferentes banquetes para diferentes bestias.
Resoplé.
—No estaba preguntando< —Apreté los dientes ante la sonrisa de su rostro.
Suspirando, me pasé una mano por mi cabello húmedo, pensando,
preguntándome si quería saber—. ¿Y cuál es este método?
—Relatas todos los recuerdos que puedas recordar. Principalmente los que
tienen mayor influencia sobre él. En su mente, en su corazón y en su alma.
Acostada de espaldas, la derrota se arrastró dentro de mi cavidad torácica.
—Solo tenía diecinueve veranos cuando nos conocimos.
Truin se tomó un momento para responder, y traté de no encogerme ante la
duda en su tono.
—Entonces supongo que tendrás que esperar que los recuerdos que
compartas sean suficientes para convencer a su verdadero yo de que vuelva a la
superficie. O< —levantó sus hombros—, al menos vislumbrar quién fue una vez.
—Esperanza —repetí, la palabra sabiendo mal en mi lengua.
Truin se puso de pie, con un tono musical en su voz.
—Es más poderosa de lo que suena, mi reina.
Resoplé.
—Eso es lo que dice la gente común para tranquilizarse lo suficiente como
para dormir cada noche, estoy segura.
—No soy común.
—Cierto. Pero eres una bruja. —Me volví para mirarla, la luz de la luna
brillando sobre su cabello amarillo mantequilla—. Ustedes creen en un montón de
tonterías.
Truin soltó una inhalación antes de mover la cabeza y dejarme pudrirme en
silencio.
Destellos. ¿Serían suficientes momentos de claridad para que viera lo que
había hecho? No había una alternativa mucho mejor. Gemí, rodando mi rostro en

34 la ropa de cama.
Cuando escuché la campana de medianoche desde la torre más alta, tiré las
sábanas y bajé por las escaleras y pasillos en sombra.
Ainx se había retirado para pasar la noche, pero Azela estaba allí, con la
mano en la espada hasta que me vio aparecer en la franja de luz de las velas que
flotaban sobre la entrada del calabozo.
—Aquí abajo apesta.
El excremento mezclado con el sudor y la orina, entre otras cosas
encantadoras, siendo la sangre la más prominente. Un cuervo graznó en la
pequeña abertura arqueada que da a una de las calles de la ciudad, el agua
entrando por debajo de sus pies y bajando por la húmeda pared de roca.
—Mataste a los sirvientes encargados de la limpieza la semana pasada, y
Mintale aún no ha organizado el personal para reemplazarlos.
Fruncí el ceño.
—Oh.
Azela miró detrás de ella hacia donde sonó un estallido seguido de una
maldición murmurada.
—Sigue tan vivo como siempre.
Forcé mis labios en una especie de sonrisa, sabiendo que ella estaba haciendo
todo lo posible para ocultar su disgusto por esta situación, y luego esperé a que se
apartara del camino. Cuando se unió a los otros guardias plantados a lo largo de
los muros, di un paso adelante.
Levanté la mano, mis dedos envolviéndose en el frío metal de la puerta que
llevaba al interior de una enorme cámara que albergaba un centenar de celdas. Él
estaba en una de ellas. Cerca también, a juzgar por los gruñidos y el tembloroso
traqueteo del metal.
Una exhalación se liberó, quemando mis labios y garganta cuando vi un
destello de su piel. Sus manos estaban alrededor de los barrotes, dedos dorados
blanqueándose mientras tiraba y tiraba.
Si tan solo supiera.
Si supiera que una vez tuvo el poder de derretir el metal y quemarlo para
salir o entrar de cualquier estructura.
Raiden tenía cincuenta años, cincuenta y dos años ahora. Demasiado joven, mi
padre lo había comentado durante la cena después de nuestro primer encuentro.
35 Tenía más del doble de mi edad, pero mi padre no había pensado que eso
significaba que era lo suficientemente maduro. Que estaba equipado para
manejarme y asumir la responsabilidad de dirigir un día todo un continente.
Míranos ahora, Raiden.
—Sé que me estás mirando, reina.
Pestañeé pero me abstuve de alejarme, sabiendo que no podía verme. Solo
podía sentirme.
Siempre podía sentirme.
—Déjame salir.
Esa cosa llamada esperanza estaba cavando un foso asqueroso e inútil dentro
de mi estómago.
—Déjame salir y no volveré a matarte mientras duermes.
Los guardias me miraron, frunciendo el ceño, pero levanté una mano.
—Está loco. Y morirá por ello, pero no esta noche.
Caminé por las escaleras mientras los gritos de Raiden me perseguían.
—¡Oh, majestad! Creo que has olvidado algo. —El sarcasmo llenaba cada
palabra dibujada, y luego se quedaba paralizado—. A mí.
Si hubiera podido olvidarlo, lo habría dejado pudrirse en Los Acantilados con
su humana.
El pensamiento era tan sobrio que cuando llegué a la planta baja, detuve a un
guardia.
—Entrégale un mensaje a Mintale inmediatamente. —Didra asintió, sus
pestañas rojizas inmóviles—. Haz que mande a buscar a la prometida de Raiden
antes de la alborada.
Entonces parpadeó.
—Mi reina<
—Ve —dije, tomando las escaleras hacia mis aposentos—. Ahora.

36
Cinco
P
asaron tres días antes de que reuniera el valor para empezar.
Tres días que consistieron en reuniones con el general y mi
guardia, y asegurarme de que el nuevo personal estaba programado
para limpiar el calabozo diariamente.
Tres días de mi corazón latiendo en alerta máxima y una sensación de náusea
deslizándose por todo mi cuerpo cada vez que recordaba la mirada de sus ojos.
Sabía que sucedería. Lo sabía, y aun así, lo elegí. Sabía que no me volvería a mirar,
y mucho menos me miraría con amor, por la forma en que esos orbes verdes, como
los de la hierba fresca, me habían examinado como si fuera nueva. Irreconocible.
37 Extraña.
Pero no lo era. No del todo.
Cada noche, él sabía que yo estaba allí, una oscuridad que ni siquiera las
sombras podían ocultar.
Las amenazas de muerte terminaron después de la segunda noche, y en su
lugar, trató de razonar conmigo. Pero un traidor sin nada no tenía nada que dar, y
él lo sabía.
—Todo lo que quieras. Lo haré. —Sus manos estaban resbaladizas sobre los
barrotes que lo confinaban, deslizándose mientras el desesperado graznido dentro
de su áspera voz crepitaba aún más.
Me derrumbé entonces, las diosas sabían por qué, y abrí la puerta del
calabozo.
—Majestad —dijo Azela, alcanzándome cuando me escabullí por la siguiente
puerta.
La cerré y le di una mirada que la desafiaba a preocuparse por mi seguridad.
—Déjanos.
Su cabeza empezó a sacudirse, sus ojos preocupados lagrimeaban, y, aun así,
repetí:
—Déjanos. —Porque ya era hora, y me negaba a dejar que nadie más
escuchara lo que estaba a punto de contar—. Todos ustedes vayan a la planta baja.
Ahora.
Hubo un momento de quietud, una pausa de reticencia, pero esperé hasta
que sus pasos ya no se podían oír, entonces respiré rápidamente y me di la vuelta.
En el centro del calabozo, con muchas celdas esparcidas alrededor de la suya
en un laberinto de metal oxidado, Raiden se puso de pie.
—Ah, así que quiere algo después de todo.
Mis tacones chocaron contra la piedra, piedra marcada con años de dolor y
muerte, y sonreí.
—Solo tu tiempo. —Levanté las uñas para inspeccionarlas, aunque solo sea
para evitar encontrarme con su intensa mirada tan pronto—. Del cual, pareces
tener mucho.
—Gracias a ti.
Mi mirada se dirigió entonces a él, y suspiró, con los hombros anchos
cayendo mientras apoyaba la frente contra los barrotes.

38 —¿Qué significa esto? No soy más que un muchacho trabajador de Los


Acantilados. Trabajo seis días a la semana y siempre pago mis deudas—. Forcé mis
ojos ardientes lejos de los suyos estrechos. —Mi único pecado es disfrutar de una
jarra o tres de cerveza cada dos noches después del trabajo.
—Tu lado blando no me atrae. —Me levanté sobre la mesa de tortura que
estaba delante de su celda en el centro de la habitación, la madera encostrada y
desgastada bajo mis manos—. Ni ahora, ni nunca, y especialmente no cuando ayer
mismo estabas recitando todas las formas en que te gustaría matarme. Lentamente.
Creo que había cuchillos y un hacha involucrados —tarareé—. La creatividad
nunca fue tu fuerte.
Soltó una risa dura.
—Interrumpiste mi boda con el amor de mi vida.
Me sorprendí antes de estremecerme.
—Y, por favor, dime, ¿cómo se produjo eso exactamente? —Tenía
curiosidad< del tipo doloroso y autodestructivo.
Sus ojos verdes recorrieron mi rostro.
—¿Quieres saber cómo nos conocimos Casilla y yo?
—Casilla —dije, probando el nombre en mi lengua, imaginando cómo se
sentiría acorralarla con una daga y clavársela dentro de su cuerpo por atreverse a
dejar entrar a un rey en él.
Él no tenía ni idea, ninguna, de que ella estaba ahora aquí, pudriéndose en un
sótano bajo una taberna fuera del castillo.
—Supongo que eso es lo que pregunté.
Sus labios se fruncieron.
—Eres en efecto, una criatura peculiar.
Incliné la cabeza, mostrando los dientes.
—Dios mío< un cumplido.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Pero lo es?
Agité una mano y luego tiré de mi vestido negro, asegurándome de que la
mitad de mis pechos estuvieran a la vista, cremosos globos que suplicaban ser
arrancados de sus ataduras.
Su mirada no se apartó de mi cara, aunque su garganta se hundió.
Hice un puchero.

39 —Bien. Adelante entonces —dije con otro movimiento de mi mano—.


Cuéntame esta fantástica historia de amor, y luego podría seguirte la corriente con
una de las mías.
El silencio descendió durante un minuto pesado mientras nos mirábamos
fijamente. Yo con un millón de recuerdos parpadeando detrás de mis ojos azules, y
él con un velo de confusión y desconfianza cargando los suyos.
—¿Vamos a intercambiar historias de amor? —Resopló—. ¿Te trenzo el pelo
después?
Me pasé el cabello por encima del hombro.
—Prefiero las trenzas para luchar. Sin embargo, si tienes que jalarlo, animo a
mis amantes a que me agarren el cabello como les plazca.
Algo ensombreció sus ojos, pero luego sacudió la cabeza y se hundió en el
asqueroso suelo moteado de naranja y marrón.
—¿Seré liberado después de este pequeño juego? ¿O hay más por venir?
Nunca sería libre.
Jamás.
Sin embargo, elegí guardármelo para mí, y en su lugar, incliné un hombro.
—Solo hay una manera de averiguarlo.
Sus rodillas se levantaron, y él apretó sus manos entre ellas, moviendo sus
pulgares sobre cada una. Estaban pútridos, cubiertos de días de suciedad y
manchas de sangre. Los guardias le habían dado la oportunidad de bañarse ayer,
pero se negó una vez que se hizo evidente que todos lo vigilarían de cerca.
El orgullo era una bestia voluble.
—Con toda honestidad, no hay nada de fantástico en ello. Conocí a Casilla
hace unos meses mientras volvía a casa del trabajo. Se me había caído la
cantimplora y me persiguió para devolvérmela. La quise al instante, y entonces
empezó a calentar mi cama. Le pedí que se casara conmigo cuando me enteré de
que llevaba mi bebé. —Tomé aire suavemente antes eso—. Ella tuvo un aborto
hace un par de meses, pero le prometí que aún nos casaríamos. Ella< —Se detuvo,
sonriendo a sus manos como un lunático—. Tiene esta calidez, ¿sabes? —Me miró
entonces—. No. —Se rio—. No, supongo que no lo sabrías. Eres una de las perras
más frías que he conocido.
—Cuidado con la lengua o te la arrancaré.
La arrogancia emanaba de él. Podría haber estado sentado en el suelo de una

40 jaula sucia, pero la forma en que sus ojos brillaban y sus palabras rodaban libres de
su boca mostraban que todavía era de la realeza. Un príncipe. Un rey. Y ya sea que
tuviera acceso o conocimiento de sus poderes, siempre lo sería.
—¿No es la verdad?
El hielo se desplegó en pesadas piedras dentro de mi estómago, pero no dije
nada.
Soltando un respiro, Raiden miró hacia la pared opuesta.
—Casilla tiene esta manera de hacerte sentir como si fueras el mundo entero.
Como si hubiera sido creada para no hacer nada más que orbitar a tu alrededor.
—¿Quieres que una mujer te sirva? —Ese no era el príncipe que yo conocía.
Por otra parte, no conocía muy bien a este hombre. No como pensé que lo había
hecho una vez.
—No —dijo, pensando en ello—. Aunque hay algo que decir de ser amado de
esa manera. Devoción completa. Rendición total. Negativa a renunciar.
Me lamí los dientes, me perforé la lengua con los caninos. La sangre se infiltró
en mi boca, la unté sobre mis dientes y luego la tragué.
—Me parece que amas la manera en que ella te ama. —Me mordí la lengua—.
Tan egoísta.
—La amo por su entrega, su corazón puro. La amo por muchas razones, pero
esas son las más importantes.
Se necesitó un esfuerzo considerable para evitar las arcadas. Quería agarrar el
cubo que estaba junto a la mesa y dejar todo en él.
Mirándome, sonrió, mostrando una fila de dientes blancos. Como los míos,
las puntas de sus caninos eran más afiladas y ligeramente más largas que las de la
mayoría de los humanos.
—Tu turno.
Sabía que solo quería ver qué sería de él después de esto. No había manera de
que a esta criatura que estaba interesada en el amor le importara un bledo la fría
historia de la reina perra.
Pero lo haría.
Haría que le importara, aunque fuera lo último que hiciera.

41
19 veranos

—Honestamente. —Rodamos en un parche de flores silvestres, con la


respiración pesada—. No sé por qué me llevó tanto tiempo entender que el sexo y
el entrenamiento van mejor juntos que el queso y el vino.
Berron resopló, riéndose mientras yo ponía una mano detrás de mi cabeza.
—Eso te enseñará por no escucharme. —Después de unos momentos, se sentó
y arrancó un hongo escondido, ofreciéndomelo.
—No, seré un palo de gelatina durante horas si seguimos en celo. —Los
hongos bluedot aumentaban los sentidos y, en mi caso, me hacían querer sexo.
—Me encanta cuando dices celo.
Gruñendo, aparté su mano.
—¿Cuándo vas a ver a Klaud? —Klaud era su otro amante, un soldado, y no
apreciaba las citas en las que Berron y yo nos encontrábamos tan a menudo. El
entrenamiento lo hizo más intenso, y la liberación era definitivamente apreciada,
aunque Klaud lo consideraba ridículo.
Pensaba que era un idiota celoso y a menudo se lo decía. No tenía ningún
interés en el corazón de Berron, para su disgusto cuando empezamos a llevar
nuestras sesiones de entrenamiento a este nivel. Mis intereses estaban solo en sus
habilidades con la espada. Ambas espadas.
Aparentemente, cuando uno amaba al otro, no le gustaba el concepto de
compartir. Ese era el problema de Klaud, no el mío. Y nunca lo sería.
—No estoy seguro —dijo Berron, las palabras se le escapaban.
—¿Princesa? —La maleza se agitó cuando la voz de Mintale llegó a
nosotros—. ¡Princesa!
Puse los ojos en blanco al cielo cubierto de nubes, luego me senté y puse mi
túnica en su lugar.
—Basta, estoy aquí.
Mintale se detuvo, casi pisando a Berron, que estaba masticando el hongo con
ojos azules saciados.
—Hola, Mintale.

42 Mintale le frunció el ceño.


—Esto no parece una etiqueta de entrenamiento adecuada.
—Eso es porque seguramente no es así —dije, poniéndome de pie.
Mintale quitó su mirada acusadora de Berron y me la lanzó.
Esperé y suspiró.
—Tu presencia era requerida en la corte hace media hora. Ya sabes qué día es
hoy. —Ante mis cejas levantadas, su papada se tambaleó con sus palabras
frustradas—. El príncipe Raiden ya está aquí.
Sonó una voz profunda y seca.
—No hay necesidad de apresurarse, no cuando él ya está, de hecho, aquí.
Sorprendida, di un paso atrás y me di la vuelta.
El príncipe Raiden estaba detrás de nosotros, apoyado en un poste podrido
mientras entrecerraba los ojos en dirección a Berron.
—Si continúas follándote a mi futura esposa, te cortaré la cabeza.
Berron murmuró una serie de maldiciones y se puso en pie de un salto,
haciendo una reverencia.
—Su alteza.
Me reí, y el príncipe fijó sus ojos en los míos.
Creo que fue la primera vez que experimenté lo que era caer estando de pie.
Moverme cuando no me muevo en absoluto.
Dejar de respirar cuando los pulmones seguían haciendo circular el aire.
Una intriga como ninguna otra me agarró del pecho, forzando mis pies a
acercarse. Hice una reverencia y extendí mi mano.
—Así que finalmente nos conocemos.
El príncipe no la tomó; simplemente continuó con esa mirada dura. Después
de un momento, parpadeó, luego se enderezó y se dobló en la cintura mientras su
cálida piel se encontraba con la fría mía.
Sus labios eran pétalos de rosa aplastados, más rojos de lo que los labios sin
pintar tenían derecho a ser y más suaves de lo que los labios tenían derecho a ser,
al posarse sobre mi helada piel.
La tensión eléctrica movió cada músculo de mi interior, tensando mi espalda
y mis ojos hacia los suyos.
El contraste de nuestra piel, caramelo sobre la nieve, era sorprendente, y mi

43 corazón palpitaba como una bestia galopante. Él era un muro sólido de acero
encantador, y yo no era más que una flor venenosa.
—Es un placer.
—Estoy segura —dije, deslizando mi mano de su suave agarre.
Se enderezó, su sonrisa más cálida que el sol empapando nuestras cabezas.
Berron se tropezó con la maleza, y luego se rio.
—Me despido, su majestad.
Raiden fulminó con la mirada a Berron, evaluando su alta estatura.
—¿Comes hongos mientras entrenas a la princesa?
—Eso y más —dije antes de poder evitarlo.
Las manos de Raiden se apretaron a sus lados, y no sabía qué haría con ese
conocimiento, ni me importaba. No podía darme órdenes o a robarme la diversión
solo porque planeaba hacerme un juramento.
Él y Berron continuaron con su mirada fija. Berron fue el primero en
romperla, retrocediendo a través de la hierba alta con un guiño en mi dirección.
—Hasta luego, princesa.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Mintale también había
desaparecido, y apreté los labios, preguntándome en cuántos problemas estaría
con mi padre cuando volviera al palacio sin mí.
—¿Das un paseo conmigo? —Era una pregunta, pero sonaba como una
orden.
Incliné la cabeza, curiosa.
—Un paseo.
Su sonrisa vaciló.
—Bueno, no voy a pedirte que juegues conmigo en los jardines. —Su
expresión se aplanó—. No cuando probablemente estés llena de esa semilla
manchada.
Mis ojos se abrieron de par en par ante su grosería. Manchado era uno de los
muchos nombres menos deseables que se daban a la gente mitad real, mitad
humana.
—¿Estás tomando un tónico?
Se ensancharon más.
—Puede que solo tenga diecinueve veranos, pero eso no me convierte en
estúpida.

44 Soltó un suspiro, arrastrando una mano sobre su cabello oscuro y corto,


murmurando algo que no pude descifrar.
—Si va a decir cosas sobre mí, dígalo a un volumen que pueda oír. Le aseguro
que sin duda ya lo he oído todo antes, príncipe —siseé el título.
—Si vamos a tomarnos esto en serio, esta fusión, tienes que acabar con este
devaneo. Búscate un nuevo entrenador.
Empecé a caminar.
—No haré tal cosa.
Me alcanzó rápidamente, nuestras botas crujiendo sobre la tierra seca.
—Eres tan difícil como he oído.
—¿Y tan hermosa?
Sus ojos verdes vibrantes se llenaron de su sonrisa.
—Más bien, dolorosamente, pero eso ya lo sabes.
Lo sabía, así que mantuve la boca cerrada, preguntándome qué iba a hacer en
la oscuridad con este príncipe que me habían entregado.
—Así que, si follarme está fuera de discusión, ¿para qué más sirves?
Su risa era lluvia y truenos combinados con un pájaro cantor. Profundo. Duro
pero extravagante.
—Supongo que tendrás que esperar y ver.
Habíamos llegado al sendero exterior de la pequeña montaña que se
inclinaba para encontrarse con el extremo este de los muros del castillo cuando me
tomó la mano.
—Espera.
Me detuve, permitiéndole que me tomara de la mano, pero no estaba segura
de por qué.
—¿Qué?
Se giró hacia mí y levantó un pulgar para rozar debajo de mi labio inferior.
—Tenías hierba allí.
—¿Todo este tiempo? —Arranqué mi mano de la suya—. ¿Y no pensaste en
decírmelo? —Pensé que tal vez iba a tratar de darme algunos consejos sobre cómo
entrar en el salón del trono. Sobre cómo manejar a mi padre después de llegar tan
tarde, y juntos nada menos.

45 Pensé mal.
Su labio superior se elevó en una mueca de desprecio.
—Probablemente tomará un tiempo considerable superar la forma en que vi a
mi esposa por primera vez. Sobre su espalda. —Sus largas pestañas se hundieron,
luego se abanicaron, casi hasta llegar a sus gruesas cejas—. Con otro macho. —
Luego corría por la ladera, dejándome atrás para preguntarme cuánto había visto
en ese campo antes de hacer notar su presencia.
Seis
E
l silencio cubrió el calabozo.
Fantasmas, el silbido del viento a través de las grietas de la
piedra, y el latido de nuestros corazones el único sonido.
Entonces, finalmente, la mandíbula de Raiden se cerró, y
comenzó a dar vueltas en su celda, y las risas emanaron de él.
—Bruja intrigante.
Gracioso, cómo uno siempre era tan rápido en maldecir de una forma que no
era propia de uno. O, al menos, él pensaba que no era propia de sí mismo.

46 —Es verdad, esposo.


Estaba en los barrotes inmediatamente, el estruendo de ellos nos sorprendió a
ambos al sacudir las paredes de piedra y el techo. El polvo se desmoronó en una
lluvia casi imperceptible.
—Todos ustedes son iguales. Animales hambrientos de poder que hacen poco
más que aparearse y tramar para conseguir más poder y luego se aparean un poco
más. Nunca querría tener nada que ver con gente como ustedes. —Un rápido
examen de mi cuerpo hizo que le rechinara los dientes—. Especialmente contigo.
—Tal vez nunca lo hiciste. —Era algo obvio y que me hizo sentir aún más
tonta, pero era demasiado tarde—. Tal vez, aunque nunca te haya importado,
todavía disfrutaste de tus juegos. Supongo que nunca lo sabremos.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué en la oscuridad estás hablando?
—Ya sabes. —Se me escapó un sonido bajo, un sonido de risa—. En el fondo,
sabes exactamente de lo que estoy hablando.
—No —dijo, sonando ligeramente loco—. Realmente no. —Le dio una
sacudida inquieta a su cabeza—. Crecí en Los Acantilados, fui criado por mis
abuelos.
—¿Y quién te dijo eso? —La poción forzada en su garganta, junto con el
conjuro, estaba destinada a suprimir, a darle un trasfondo genérico formado por
sus propios sueños y poco más.
Me miró como si estuviera loca por preguntas tal cosa.
—Nadie. Es solo la verdad.
Tarareé, luego me deslicé por la mesa hasta que mis tacones de gamuza
burdeos se encontraron con el suelo. Su sonido sobre la piedra arrastró su atención
a mis piernas expuestas mientras me acercaba a su celda, mis movimientos
calculados, pero mi sonrisa perezosa.
—¿Quieres saber lo que pienso, príncipe?
Su cabeza se volvió bruscamente ante la palabra.
—No soy un príncipe, maldita psicótica<
Un golpe de mis dedos hizo que sus labios se cerraran de golpe.
—Como decía. —Envolví mis manos alrededor de las barras. Sus fosas
nasales se ensancharon, y sus ojos verdes bailaron, salvajes, indómitos, y llenos de
algo que nunca había visto en este hombre. Miedo—. Creo que has inventado un

47 lindo cuento de la nada. Tanto mejor para ayudar a calentar tu cama con esa casi
esposa tuya. —Mis dedos se acercaron a los suyos mientras agarraba los barrotes, y
me lamí el labio superior pintado de carmesí—. Me pregunto qué pensaría ella de
esto. Descubrir que su prometido no era un trabajador común de Los Acantilados,
sino un príncipe. —Una mano se acercó a mis pechos mientras jadeaba, mis
pestañas revoloteando—. Pero espera, ella ya sabía que no eras un príncipe. Todo
el tiempo, ha sabido que eras un rey. Mi rey. —Sonreí—. Travieso, travieso.
Los tendones y las venas de su cuello se abultaron, y luego se abalanzó.
Su mano era de acero alrededor de mi muñeca, pero me reí antes de enviarlo
de vuelta a la pared. Su espalda lo recibió con un estruendo, y la suciedad navegó
a través del pequeño espacio cuadrado mientras se desplomaba en el suelo,
gimiendo.
—Reanudaremos mañana. O no. La elección es tuya. —Me fui antes de que
pudiera responder, antes de que pudiera infligir más daño a lo que quedaba dentro
de mí.
Ya había asesinado mi corazón, pero no me extrañaría que encontrara algo
más para atacar. Mi alma en la sombra seguramente sería suficiente.
Arriba en mis aposentos, me pasé un cepillo por el cabello, ignorando el
temblor de mis manos mientras caminaba en círculos alrededor de la alfombra gris
y blanca de Ergin. Luego lo trencé, algo que no me preocupaba a menos que, como
le había dicho a Raiden, estuviera luchando, entrenando, o tuviera largos días de
cabalgata.
Las hebras de seda se tejían entre mis dedos mientras pensaba en una época
en la que tenía sirvientas. Había sacrificado y quemado a todas justo frente a los
muros del castillo después de descubrir cómo algunas habían ayudado en la
muerte de mi padre. En el intento de mi asesinato y la caída de este palacio.
Algunas probablemente no se lo merecían, eran inocentes, pero al infierno
ardiente dentro de mi pecho no le importó. En cualquier caso, era mejor no correr
ningún riesgo.
Criado por los abuelos. Me burlé y agarré un trozo de seda para atarme la punta
del cabello.
Sus padres habían muerto, y ninguno de los que estaban en el poder tenía ya
abuelos.

48
Siete
I
nquieta y frustrada, no volví a la mazmorra por dos noches.
Pasé dos noches mirando las grietas del techo, preguntándome
cómo le iría a mi corazón en comparación.
Mi corazón lo tenía peor que la piedra antigua.
Era mejor que eso, y me lo probé a mí misma. Si no podía dormir, y si no
podía follar, aunque no por falta de intentos, simplemente no me interesaba,
entonces pelearía.
Esquivé hacia la izquierda, luego hice piruetas, me arqueé hacia abajo y corté

49 la funda de Garris mientras él tropezaba hacia atrás.


—Majestad —dijo sin aliento, el miedo era una entidad brillante en sus ojos.
Tragué saliva y rodé los hombros.
—De nuevo.
Ignorando su funda rota, tomó su posición, levantando su espada mientras
cuadraba los pies.
Rosas y naranjas apagados daban telón de fondo al balcón cuadrado,
rebotando en las enredaderas y rosas rojas como la sangre que lo rodeaban.
Esquivé sus rayos así como la estocada de Garris y salté hacia atrás en un rollo, mi
estómago protestó cuando encontré el equilibrio.
—Necesitas comer —dijo una voz engañosamente suave detrás de mí.
Distraído por la repentina presencia de Zad, Garris aulló cuando di una
patada giratoria y lo golpeé en las costillas. Se derrumbó, gimiendo y maldiciendo.
—Cuando termines de quejarte, limpia. —Envainé mi espada y la dejé atrás.
Sin mirar a Zad, pasé junto a él cuando comencé a soltarme el cabello.
—Has vuelto —dije una vez que me había alcanzado.
Sus botas negras favoritas hasta la rodilla raspaban las escaleras de hormigón,
y fruncí el ceño, molesta porque ni siquiera había escuchado su acercamiento a la
azotea.
Cuanto antes muriera mi rey, mejor.
—Tenemos cosas que discutir.
—¿Como cuáles?
Mantuvo las manos entrelazadas delante de él mientras miraba al frente, su
perfil era ilegible cuando le eché un vistazo rápido.
—Después de que hayas comido.
Me mordí la lengua. Salimos al pasillo, deslizándonos ante nuestros
antepasados atrapados en pesados marcos plateados, y pasamos el siguiente, y el
siguiente.
Cuando el concreto se encontró con las alfombras de lana, percibí el aroma
del pan y el café recién horneados. Mi estómago vibró una vez más, pero no me
importó quién lo oyó. Abrí las puertas del comedor y alejé al personal de la cocina
y los sirvientes.
Zad preparó mi café mientras tomaba una copa de agua y la drenaba. Tuve la
tentación de encorvarme sobre mi silla, pero encontré algo de autocontrol y metí
las piernas debajo de mí, una se levantó para descansar sobre la otra mientras
50 buscaba un pedazo de pan tostado con mantequilla.
—¿Qué cosas? —le pregunté, tomando otro sorbo de agua.
Puso una taza de café humeante frente a mí, con la porcelana pequeña en su
mano grande, luego se sentó en la silla a mi derecha.
—Todavía no está muerto.
Tosí, inclinando la cabeza cuando me encontré con su mirada en blanco.
—Y esa es tu preocupación ahora, ¿verdad?
Zad se sentó con la quietud de un depredador, su chaqueta negra plisada a la
perfección, insinuando la forma esbelta pero poderosa debajo de la forma en que se
asentaba y cubría sus hombros musculosos. Una artimaña, la elegancia, para
ocultar lo que acechaba debajo.
Bebió un poco de café, luego dejó la taza.
—No pretendo saberlo todo, pero sí sé una cosa. No puedo jurarme a ti
mientras no está en el exilio. —Con una frialdad que amenazaba con hundir mi
piel en escalofríos, movió sus labios y fijó sus ojos dorados sobre mí—. Necesita
morir, y tú lo estás prolongando.
—Él morirá, y yo sola me aseguraré de eso. —Rasgué una tostada con
mantequilla, masticando con fuerza. Si pensó que podía venir aquí y mandarme<
—Todavía estás enamorada de él.
El pan pareció expandirse en mi garganta, y tuve que obligarme a tomar café.
—¿Es alguien capaz de amar cuando ya no tiene corazón?
Zad me estudió.
—Oh, tienes uno. Est{ solo un poco m{s< muerto de lo habitual.
Eso me sacó una sonrisa.
—Hablas la verdad.
—Siempre. —Sus ojos bailaron sobre mi rostro, cayendo sobre mi boca.
Me mordí el labio, pero decidí evitar que las cosas siguieran.
—Él se encontrará con su fin cuando comprenda la multitud de formas en
que hizo que yo conociera el mío.
—Dramático. —Dedos largos, hábiles y gruesos golpeaban lentamente la
mesa.
Mis muslos se apretaron. Sabía lo que estaba haciendo, así que aparté los ojos.

51 —Es lo que es, Lord. No te gusta. Vete. Prefiero no hacer votos nunca más de
todos modos.
Como una caricia y una amenaza, dijo:
—¿Crees que soy tan fácil de dejar de lado?
Lo atravesé con una ceja levantada y palabras bajas.
—Mi palabra es mi palabra. La cumpliré si cumples con lo que te he dicho. —
Me incliné hacia adelante, mis codos golpearon la mesa—. Tócalo y te terminaré.
No parpadeó, pero no pudo ocultar el apretón instantáneo de su mandíbula.
Dejé que las palabras colgaran allí, luego me enderecé y terminé mi tostada
cuando llegó Mintale, tartamudeando sobre la corte comenzando al mediodía.
Tiré mi servilleta.
—No puede ser esa época del mes.
—Eso es lo que dice la mayoría de las mujeres —murmuró Zad en su taza.
Mintale amortiguó su risa detrás de su mano velluda.
—¿Alguna noticia de Berron? —Él, junto con algunos de nuestros mejores
guardias, estaban haciendo todo lo posible para mantener el control del Reino del
Sol. La ley no duraría mucho más. No con la resistencia creciente. Necesitaba idear
una mejor manera de mantener el orden, pero cada idea, salvo prender fuego a
todo su reino, parecía inútil.
—Aún no. Pero revisé el, eh, a tu, ah< —Ante mi ceño fruncido, llegó al
punto—. Raiden, ya que ha pasado un tiempo desde que has estado allí.
Por supuesto que sí.
—No necesita comida cuando está condenado de todos modos.
Mintale se removió en sus pies, con los ojos bajos en la taza de té que se llevó
a los labios.
—Y solo han pasado unos días. Estoy segura de que está bien.
—Estaba alucinando —dijo Mintale, bajando su taza de té con una tensión en
la frente que indicaba que estaba preocupado.
Mi mano se curvó, y lo que quedaba de mi café pronto decoró el piso y la
porcelana rota al lado de mi silla.
—¿Qué?
Con las mejillas temblando, Mintale asintió.
—Estaba murmurando cosas incoherentes, lo que alertó a los guardias, que
luego me alertaron a mí.
52 —¿Por cuánto tiempo estuvo alucinando?
Los ojos de Zad estaban acechando, negándose a moverse de mí.
Los labios de Mintale se aplanaron.
—Dijeron que la mayor parte de la noche. Pensaban que estaba jugando otro
juego, probando otra forma de atraer al lado más suave de alguien: otro intento de
libertad.
Mi mano se encontró con mi frente, frotando.
—¿Así que estuvo alucinando, durante horas, y nadie pensó en informarme
hasta ahora?
La magia de Zad se agitó, su incomodidad e ira prácticamente sangraron en
la habitación para mezclarse con la mía.
—Bueno, para ser sincero, no pensé que le importaría, mi reina.
Después de mirarlo boquiabierta durante incontables segundos, cerré los ojos
y recité todas las razones, aparte de ser un elemento fijo en nuestro linaje durante
la mayor parte de la vida de mi padre, por las que Mintale era importante para mí.
La más importante era su lealtad inquebrantable.
—Mintale, no me ocultes nada otra vez. Ni una sola cosa. —Mi voz era suave,
un viento suave sobre su rostro. Aunque sería estúpido no tomarlo como
advertencia—. Ahora ve a buscar a Truin para descubrir por qué esto podría estar
sucediendo.
Mintale palideció y dejó caer la taza y el plato sobre la mesa antes de
inclinarse.
—Por supuesto.
Zadicus lo vio irse, su pulgar rozando su labio inferior.
—Interesante.
—No sé qué creer. —Temía ir allí, preguntándome si realmente era un
engaño.
Zad se volvió hacia mí, inclinándose hacia adelante con un codo plantado
sobre la mesa.
—La hechicera dijo que no puede deshacer la supresión.
Tragué más agua, luego agarré una manzana para irme a mis habitaciones.
—No, pero es solo eso. Una supresión. —Me puse de pie y me eché el pelo al
hombro—. Tengo fe en que recordará lo que me ha hecho a mí y a este continente
53 antes de que se apaguen sus luces de una vez por todas.
Tomé un crujiente mordisco de la fruta roja brillante, mis pantalones de
entrenamiento de cuero crujieron mientras me acercaba a la puerta.
—¿Tú? ¿Tener fe? —preguntó Zad entre risas, como el desagradable gusano
que era—. Espera, ¿le estás dando recuerdos?
Me detuve de espaldas a él en la puerta arqueada.
—A menos que conozcas otra manera, mi lord, entonces sí, eso es
precisamente lo que estoy haciendo.
Raiden estaba sentado en el rincón de su celda, con las rodillas apretadas
contra el pecho y la cabeza inclinada hacia un lado, mirando un haz de luz que se
filtraba a través de un pequeño hueco en las piedras.
—Estás de vuelta.
Casi titubeé, pero seguí avanzando para tomar mi posición sobre la mesa
manchada de sangre, con los dedos clavados en la madera. No me miró, así que
miré alrededor de su celda, notando el cubo en el otro extremo.
—Has estado actuando un poco loco, escuché.
—No hay nada de qué preocuparse en tu cabeza malvada.
Me burlé.
—No me hagas reír. Para eso no vine aquí.
Me miró entonces, lentamente, como si se estuviera preparando mentalmente
para verme.
Todavía llevaba mi equipo de entrenamiento. Los pantalones de cuero se
ajustaban a mis piernas y caderas, subiendo sobre mi estómago para descansar
debajo de la prenda beige que cubre mis senos y brazos.
Sus ojos comenzaron su viaje hacia mis botas de piel de lobo, tomándose su
tiempo para recorrer todo el cuerpo. Cuando se encontraron con los míos, sentí mis
labios separarse, y un pequeño aliento se liberó. Su piel parecía un tono más
pálida, y sus ojos, bordeados de sombras, carecían de su translucidez habitual.
—¿Nuestra primera reunión te afectó, príncipe? —Mantuve la esperanza, esa
perra molesta, en su lugar.
—Gripe —murmuró, volviéndose para mirar esa pequeña fuente de luz—. Y
ya te he dicho, aunque estoy seguro de que es un aliento perdido, que no soy un
príncipe. Y si me preguntas, definitivamente no eres una reina.

54 Mis uñas se clavaron en la madera, las piezas se partieron y se derrumbaron


en el suelo.
—Es un acto de traición insultar a una reina.
—¿Sí? —dijo—. Bueno, por lo que deduzco, estoy muerto de todos modos.
Así que a la mierda. —Se volvió para mirarme, luego hizo algo mejor que eso y se
levantó con las piernas temblorosas para agarrar las barras de plata—. No eres
mejor que la escoria debajo de nuestras uñas, la mierda atrapada debajo de las
suelas de nuestras botas y los escorpiones que intentan matarnos en esas preciosas
minas tuyas. —Escupió al suelo debajo de mis pies, luego sonrió antes de
balancearse y retomar su asiento en el rincón de su celda—. Reina.
—También son tus minas. —Sentí la necesidad de recordárselo, la oscuridad
sabía por qué. Con un pensamiento y un movimiento de mi muñeca, la puerta de
su celda se abrió y Raiden se quedó boquiabierto cuando se abrió—. Ahora lame
esa suciedad del piso antes de que te envíe a la tumba antes de lo planeado.
Llevaba otra sonrisa cuando salió de su celda y se detuvo ante mí. Las
palabras eran bajas y siseadas.
—Jódete.
La rabia juntó mis dedos. Arrojándolo al piso, vi cómo sus manos golpeaban
el concreto cubierto de paja a tiempo para evitar que su cara chocara con él.
Luego salté, mi bota cavando en su espalda baja mientras él intentaba
levantarse.
—Lámelo o muérete.
—Apuesto a que necesitas decir eso a todos los hombres. —Con los dientes
apretados, esperé—. Dije, oh, querida reina< jódete.
Claramente no tenía preocupación por su propio bienestar.
Que así fuera.
—¿Qué tal esa esposa tuya, entonces? Oh< —Chasqueé la lengua—. Debería
decir casi esposa. ¿Crees que le gustaría mantener su bonito dedo anular para que lo
adornes con una joya sucia?
Sentí el cambio en él. Sentí que viajaba desde su columna hasta la suela de mi
bota y pie, enviando una onda de incredulidad con otro cuchillo a mi corazón en
descomposición.
—Te la llevaste. —No es una pregunta, sino un frágil murmullo de miedo.
—Príncipe tonto. —Mi risa fue genuina, y hundí mi pie en su espalda,
obligándolo a aplanarse en el suelo mientras me encorvaba sobre él y siseaba—:

55 No soy un escorpión. Lo que soy es tu peor pesadilla si respiras siquiera mal en mi


dirección otra vez.
—No —gruñó, su mejilla aplastada contra el concreto—. Bueno. Bien, de
acuerdo.
Quité mi pie y retrocedí, cruzando los brazos sobre mi pecho mientras lo veía
lamer su propia flema del suelo manchado y recorrido por las alimañas.
Cuando terminó, lo pateé en el estómago.
—Ahora vuelve a tu jaula.
Se cerró con un ruido metálico después de volver a entrar, limpiándose la
boca con la manga raída de su túnica de algodón blanco. La misma con la que
había planeado casarse con esa escoria, ahora estaba descolorida por el sudor y
muchas otras cosas maravillosas.
—Siéntate —dije, sacudiendo mis brazos y rodando los hombros mientras
caminaba en círculos lentos alrededor de la mesa de tortura. Tenía muchas ganas
de atarlo y dejarlo pudrirse mientras subía las escaleras para que Zad me pusiera la
boca entre los muslos. Una buena manera de ayudarme a olvidar todo sobre el
hombre que torturó y abusó de cada parte de mí sin tocarme en absoluto.
Por desgracia, estaba aquí, y quién sabe cuándo conseguiría la energía que
parecía agotar tan fácilmente para volver otra vez.
—No soy un perro.
—Lo siento —dije, pateando las barras con un puchero—. ¿Dijiste algo?
Hizo una mueca y luego cerró los ojos cuando su cabeza cayó hacia atrás
contra la pared.
—¿Estás listo para más?
—¿Te importaría si dijera que no?
—No.
Agitó una mano mientras yo volvía a retomar mi asiento sobre la mesa.
—Entonces, por supuesto.

19 veranos

56 —Princesa, por favor quédate quieta. —Irma tiró de mi cabello.


Siseé, luego le quité el cepillo de la mano y la golpeé con este antes de
entregárselo a Lura para que terminara el trabajo.
—Sácalo —dije, estudiando el colorete carmesí en mis labios, el kohl
sombreado cubría mis ojos azules—. Dije que sin peinado recogido. Esto es un
baile, no un entierro.
Irma se ocupó de arreglar mi vestido en la puerta, y una oleada de vapor se
alzó de sus manos para suavizar las arrugas. Su padre era un noble que había
engañado a su esposa con una mujer humana, lo que provocó que Irma, así como
todas las demás mestizas cuando alcanzaban la mayoría de edad, se entregara al
servicio de la corona.
Algunas mestizas nacieron con magia, en su mayoría habilidades
elementales, aunque esas habilidades a menudo palidecían en comparación con la
realeza de quien las habían heredado. Otros nacieron con nada más que una mayor
fuerza, sentidos más agudos y una vida útil más larga que el humano promedio.
Incluso si los dones que habían robado eran poco compatibles con la verdadera
realeza, Rosinthe había pensado que era más seguro mantener a aquellos con un
poder que no deberían poseer bajo la atenta mirada de la corona. Hacerlo también
aseguraba que la alta línea de sangre real permaneciera pura.
Los Reales podían contaminarse con quien quisieran, pero procrear con un
humano era una vergüenza que muchos temían. Sin embargo, por supuesto,
siempre había suficientes tontos que pensaban muy poco cuando se enfrentaba a la
tentación.
Por qué alguien estaría tentado, nunca quise saberlo.
Mi vestido estaba hecho de muchos abrigos de tejón, y teñido y plisado como
una rosa roja. Quedaba un pequeño ribete de piel negro para forrar el corpiño y los
bordes, lo que haría aún más una declaración cortesía de la crinolina debajo.
Lura calentó mi cabello en suaves ondas alrededor de mi cara y cuello,
dejándolo en espiral sobre mis senos y omóplatos.
Después de ayudarme a ponerme el vestido, me rociaron con aceite de
orquídea de vainilla y me acicalaron con un poco de polvo antes de ser escoltada
por la puerta hacia las escaleras y mi guardia que esperaba.
Mis palmas se volvieron húmedas cuanto más nos acercamos a las puertas
del salón de baile, y fruncí el ceño, deteniéndome en el pasillo y exigiendo que mi
guardia se adelantara.
57 Algunos criados pasaron al lado. Bandejas de pescado ahumado y pollo
condimentado perfumaban el aire del pasillo vacío y con corrientes de aire. De las
vigas colgaban tapices ondulantes que mostraban el sello de nuestro reino: una
luna llena y resplandeciente presionada entre los cuernos de un furbane.
Parpadeé, imaginando que la velocidad de mi sangre disminuía, y el tapiz se
calmó, pero luché por frenar el latir de mi corazón.
Él estaría aquí. Después de todo, este era un baile para celebrar nuestro
juramento de votos. Se suponía que debía encontrarme con él en el pasillo en la
entrada oeste del salón de baile para que pudiéramos entrar juntos. Pero a
propósito llegué tarde y les dije a mis doncellas que esos planes habían cambiado.
Esto es ridículo. Actuaba como si él fuera el primer hombre en despertar
interés de mi parte.
No lo era. Muchos hombres me habían gustado. Berron podría haber sido el
único que permití dentro de mi cuerpo, era el único hombre en el que confiaba en
este reino, pero eso no significaba que no me complaciera tener otras manos y
bocas sobre mí cada vez que tenía la oportunidad de escabullirme.
Sintiendo el rubor en mis mejillas, decidí que eran sus palabras de despedida.
Había hecho una escena de mi elegancia, y aunque no me avergonzaba, no
apreciaba sentir que no estaba en un campo de batalla nivelado.
Esas palabras de despedida y la forma en que me dejó para estar allí, luego
actuar todo correcto frente a nuestros tensos padres también fueron las razones por
las que decidí no unirme a él y llegar por mi cuenta.
—Me han robado el aliento.
Girando en la dirección de las palabras susurradas, me encontré cara a cara
con mi prometido.
No me molesté con las formalidades y, en cambio, me tomé mi tiempo
observando su forma imponente. Vestido con pantalones negros ajustados y una
túnica a juego bordada con oro que parecía estallar en sus hombros, encontré mis
propios pulmones secándose.
Llevaba un abrigo forrado con la misma rosa roja que mi vestido, y mis ojos
se clavaron en los suyos.
Leyó la pregunta en ellos.
—Tu padre fue muy amable de informarme sobre tus opciones de vestuario.
—Por supuesto que sí. —Mi tono era seco, frío.
Raiden juntó los labios y los liberó lentamente con un lamido de su lengua.

58 Mis rodillas temblaron y el tapiz comenzó a agitarse y temblar una vez más.
Lo miró y luego a mí, su sonrisa cómplice enloquecedora.
—Si solo ese entrenador tuyo hubiera pasado más tiempo enseñando que
persuadiendo el placer, ¿eh? —Fruncí el ceño mientras se acercaba tres pasos, su
aroma, manzanas y azúcar chamuscada, era sofocante—. Tal vez entonces tendrías
un mejor manejo de tus< —Su dedo se enroscó alrededor de un mechón de mi
cabello, y lo aparté con una ráfaga de viento. Él sonrió—. Reacciones.
—Lo he estado usando desde que tenía doce años. —Cuadré mis hombros y
me encontré con sus ojos verde hierba—. Y a menudo hay corrientes de aire aquí.
—Técnicamente, había alcanzado la mayoría de edad a los catorce años, pero tenía
algunos trucos ingeniosos para usar con Mintale y el resto del personal antes de
eso.
Asintió.
—Estoy seguro. —Ofreciendo su brazo, dijo—: ¿Vamos?
Ignoré el miembro musculoso y giré sobre mis talones hacia el salón de baile.
Una risa oscura me siguió y luego un calor cálido envolvió mi cintura.
Sorprendida, gruñí, combinándolo con una ráfaga de frío mientras miraba
sobre mi hombro.
—¿Te atreves a tratar de atraparme?
Estaba apoyado contra la pared, rascándose la barbilla lisa y cuadrada.
—Te atreviste a alejarte de mí.
—No necesito un escolta.
Un sirviente que pasaba parpadeó y envié su bandeja de cangrejo volando
contra la pared. Maldijo, luego cayó de rodillas, luchando por recogerlo todo.
Y esa fue una de las primeras y únicas veces que sentí lo que era estar
decepcionada de mí misma. No por lo que había hecho. Había hecho una galaxia
peor que eso.
Pero por su culpa, el príncipe, y la forma en que me miraba.
Raiden miró con una intensidad que parecía sondear y cavar dentro de cada
átomo de mi cuerpo, sintiendo y buscando cosas enterradas durante mucho
tiempo.
Aparté la vista y él se acercó para ayudar al sirviente, que expresó su gratitud
con sus mejillas regordetas del color de mi vestido. Levantando la barbilla, tragué
la baba que infestaba mi pecho y abrí las puertas del salón de baile.

59 La luz dorada cubría a todos los asistentes dentro, y tres tronos se sentaban
sobre una tarima. Uno para mi padre, uno para Phane, el padre de Raiden, y otro
para su madre, Solnia.
Mi padre llevaba su caleidoscopio de colores habitual. Pantalones azules,
camisa de algodón amarilla con botones y una capa hecha de ricos plateados y
negros que brillaban cada vez que respiraba.
Su cabello de medianoche estaba peinado hacia atrás, revelando ojos oscuros
y una mandíbula bien afeitada.
Me guiñó un ojo y contuve el aliento, forzando una sonrisa antes de caminar
para saludarlo. Pero una mano se curvó alrededor de la mía cuando me abrí paso
entre la multitud, ignorando los saludos y los cumplidos.
Hice una mueca a Raiden, y él se inclinó, murmurando en mi oído mientras
nos acercábamos al estrado.
—Compórtate, seda.
—¿Seda? —pregunté. Si era su plan confundirme para que perdiera la ira,
funcionó.
—Tu piel, tu cabello, y apuesto< —Sus ojos encontraron mis labios—. Tu
boca también. La seda más fina que conoce nuestra especie.
—Una dulce conversación no te llevará a ninguna parte —respondí, pero solo
podía respirar agitadamente.
Su mano se mantuvo firme alrededor de la mía, apretando suavemente, luego
me tiró hacia adelante.
Sus padres se pusieron de pie, bajando para saludarnos con besos en la frente
y masajes en los brazos.
—Perfecto —cantó su madre, ajustando las solapas del abrigo de su hijo con
adorables ojos canela y rizos hasta los hombros que combinaban. Su sonrisa
brillaba bajo las luces flotantes mientras sus dedos bailaban a través de mi cabello,
y parloteaba sobre cómo serían nuestros hijos.
La mera idea de procrear con el hombre arrogante que portaba un aroma
alarmantemente maravilloso era lo último que quería flotando en mi mente
revuelta.
Aun así, sonreí, me dolían las mejillas mientras seguía sonriendo, y luego me
volví hacia mi padre, quien finalmente decidió honrarnos con su presencia.
Su brazo pesaba sobre mis hombros, así como la cerveza en su aliento,
cuando bajó la cabeza y dijo:
—Tu pecho está captando demasiados ojos, hija.
60 Tragué saliva, sin atreverme a mirar o tocar mi vestido. No en público.
—Lo ajustaré cuando tenga un momento.
—Haz eso —dijo con un toque en mi hombro—. Eres una mujer
comprometida ahora. Actúa como tal. —Luego se movió hacia Raiden,
envolviéndolo en un abrazo que hizo que mi estómago se apretara mientras la
forma de Raiden se ponía rígida. Era una cabeza más alto que mi padre. Mientras
lo miraba, descubrí que sus labios se habían aplanado.
Interesante. Pero no lo suficientemente interesante como para mantener mi
atención una vez que vi una bandeja de vino pasando. Tomé uno, luego comencé a
dar vueltas alrededor de la habitación, buscando a Berron y Truin.
Encontré a esta última junto a la pared exterior, de pie con uno de sus amigos
del aquelarre.
Truin sonrió, levantando su copa mientras me acercaba.
—Impresionante como siempre, mi princesa.
—Deja las sutilezas. —Tomé un gran trago de vino, tragando—. Comencemos
a diseñar un plan para salir de aquí.
Truin frunció el ceño.
—Bueno, es tu fiesta. No puedes< —Dejó de hablar, y no necesitaba haber
preguntado por qué. Lo sentí acercarse esta vez, inhalé ese aroma que nublaba el
aire a nuestro alrededor.
Truin se sonrojó y luego hizo una reverencia.
—Felicitaciones, príncipe Evington.
—Raiden —dijo el hombre, dando un paso adelante para tomar la mano de
Truin.
Mi cara y mis hombros se volvieron de granito mientras veía sus labios
descender sobre su piel. Como si lo sintiera, Raiden no los dejó encontrarse y
gentilmente soltó su mano.
Truin levantó una ceja en mi dirección y sentí que mi piel comenzaba a
calentarse. Bebí mi vino y puse la copa sobre una estatua de mármol de un
furbane.
—Discúlpanos —dijo Raiden, tomándome del brazo y llevándome a la pista
de baile.
—Realmente necesitas dejar de maltratarme —le dije con una sonrisa falsa.
En respuesta, Raiden me acercó, alineando mi estómago con su entrepierna.

61 Su entrepierna muy dura.


—Si crees que eso fue maltrato, ese entrenador tuyo tiene mucho que
aprender.
De mala gana, le rodeé el cuello con los brazos cuando me rodeó la espalda y
comenzó a mecernos entre las otras parejas de baile.
—Berron te molesta mucho. —No fue una pregunta
Raiden resopló, sus manos recorrían mi espalda como si estuviera estudiando
la curva de mis caderas y la columna vertebral a través del material mientras sus
ojos vagaban por la habitación.
—Simplemente me parece preocupante que te hayan dejado en manos de un
cachorro que solo quiere montarte en lugar de enseñarte.
Murmuré en voz baja:
—Oh, pero él me ha enseñado mucho.
La mirada de Raiden se dirigió a la mía, con los ojos en llamas. Agité mis
pestañas, y él sonrió.
—Evidentemente. Aunque necesitamos trabajar en esas reacciones tuyas. O
bien, cuando te tenga en mi cama, me temo que enviarás todos los muebles
volando por la habitación.
No aceptaría mierda de él. Para una mujer de solo diecinueve veranos, sabía
que tenía un notable control sobre mis poderes.
—No hay necesidad de preocupar tu cara bonita con tales asuntos.
—¿No? —preguntó, dándome vueltas y luego tirando de mí hacia su pecho.
Mi estómago saltó.
—No, nunca va a suceder.
Su cabeza cayó hacia atrás, y sus fuertes carcajadas captaron la mayoría de los
ojos en la habitación. Incluido mi padre, que nos miró de reojo.
Le siseé a Raiden.
—Puedes cerrar tu boca sucia en cualquier momento ahora. Todos están
mirando.
Lo hizo, aunque la diversión nunca dejó sus ojos. Tenía la sensación de que
era común para este príncipe.
—Tengo una idea.
—No me importa. —Intenté alejarme de su agarre, no me gustaba cómo se
sentía su piel contra la mía. La forma en que se sentía familiar y nuevo a la vez.
62 Apretó mis caderas.
—¿Un reto?
—Puedo ser joven, pero no suelo jugar. —Di un paso atrás y él se echó a reír.
—Bien. —Alcanzándome, ahuecó mi barbilla y me susurró al oído—: Si
cambias de opinión, estaré en los sótanos, emborrach{ndome solo, o tal vez no<
—Sus manos patinaron sobre mis hombros, bajando por mi brazos, luego me rozó
las muñecas y las manos cuando me soltó—. Supongo que depende de ti quién se
unirá a mí. ¿Tú? —Giró sus ojos alrededor de la habitación—. O alguien más.
Lo vi irse y no me moví incluso después de que lo perdí de vista.
—Princesa.
Parpadeé, preguntándome cuánto tiempo había estado el lord del este a mi
lado, y de mala gana me volví hacia él.
—Se ve< —Su mirada recorrió lentamente mi cuerpo, sus ojos ardientes eran
cálidos cuando se encontraron con los míos—. Hermosa —terminó, y la forma en
que salió de su lengua, suave e íntima, se sintió como mil cumplidos en una
palabra.
Al mirarlo, me di cuenta de cuán finamente talladas eran sus facciones.
Mejillas altas y afiladas, labios finos pero suaves, una mandíbula de corte cuadrado
y pestañas de un tono o dos más oscuros que su cabello castaño rojizo. Si no fuera
por la protuberancia en el puente de su nariz recta, uno pensaría que las diosas
mismas lo forjaron de la piedra mágica.
—Es costumbre decir gracias después de un cumplido —dijo Zad,
despertándome de mi trance.
Alguien debe haber echado algo al vino.
—Y es costumbre dejar solos a quienes no desean su compañía. —Sus cejas se
fruncieron, y recogí mi vestido, sonriendo tensamente mientras intentaba irme—.
Disculpe, mi lord, pero necesitará encontrar otra princesa para leer a partir de
ahora.
Sin distracción, Zad asintió una vez.
—Insultos aparte, deberíamos hablar.
—¿Hablar acerca de qué?
Sus ojos se movieron detrás de mí.
—Aquí no.
Me reí de su audacia.
63 —Ni en ningún lado, Zad. —Antes de que pudiera irme, me agarró de la
muñeca y me acercó—. Tienes el nervio<
—Escucha —dijo tan dolorosamente tranquilo en mi oído, su aliento
cosquilleando—. Todavía no sé lo suficiente, pero sigo pensando que
deberíamos<
—Bueno, pero si no es otro que mi lord favorito —dijo mi padre, viniendo
detrás de nosotros.
Me liberé de su agarre, mi corazón latía con fuerza cuando mi padre pasó su
brazo por los hombros de Zad.
—Me alegra que hayas venido. Tenemos mucho que discutir. —Con un guiño
y una mirada dura que sugirió que fuera a desempeñar el papel que se esperaba de
mí, mi padre se llevó a un Zad aparentemente reacio.
Los miré por un momento, con la preocupación rodando sobre mí en forma
de escalofrío.
Al otro lado de la habitación, los ojos de Zad se volvieron hacia mí mientras
mi padre tomaba dos copas de una bandeja que pasaba, luego se apartó mientras
aceptaba el vino.
Mi padre sorbió, se encogió, luego arrojó la copa a la cabeza del sirviente, el
vino tinto roció su uniforme blanco y su cara. No necesitaba escucharlo para saber
que estaba reprendiendo al sirviente por algo que no sabía que había hecho mal.
Zad dijo algo que llamó la atención de mi padre enfurecido, y cuando se volvió
hacia el lord, el sirviente aterrorizado salió corriendo mientras tenía la
oportunidad.
Zad sonrió, tomando un sorbo de la copa dorada, y mi padre echó la cabeza
hacia atrás, aplaudiendo al lord mientras se reía lo suficiente como para asustar a
los pocos invitados cercanos.
Se me relajaron los músculos y solté un suspiro que me sacudió los hombros.
Por supuesto, el señor del este sabía cómo tocar a mi padre como un violín, o de lo
contrario probablemente habría perdido sus tierras hace mucho tiempo.
Caminando sin rumbo, encontré a Berron y Truin afuera, junto a la fuente,
fumando pipas con algunos de los guardias.
Berron levantó la vista, me ofreció una sonrisa y luego vació su copa.
Se me cortó la respiración y me apresuré a agarrarle la barbilla.
—Por la oscuridad, ¿qué te pasó en la cara?

64 Hizo una mueca, luego arrancó mi mano de su piel magullada.


—Está bien. —Púrpura y azul rodeaban su ojo derecho, y una herida le partió
el centro del labio inferior—. Tu prometido aparentemente hablaba en serio
cuando me advirtió que no te volviera a follar.
—Voy a rasgar su<
—¿Dónde está él? —me interrumpió Poppy.
Apenas me abstuve de burlarme del joven guardia.
—¿Quién? —Todos sabíamos a quién se refería, pero no me incumbiría actuar
como si todo girara en torno al príncipe Molesto.
—El príncipe del Sol.
—En la bodega —dijo Garris, uniéndose a nosotros—. Lo vi dirigirse hacia
allí mientras estaba cambiando turnos.
La necesidad de preguntar si estaba solo picaba como una erupción, pero
sufrí el tormento en silencio.
Charlaron, discutiendo quién era el mejor y el peor vestido, y quién se
emparejaría con quién.
Duré diez minutos antes de excusarme.
—Voy al cuarto de damas.
Los ojos de Berron se entrecerraron y Poppy asintió. Truin simplemente
sonrió cuando recogí mi vestido y lo arrastré conmigo dentro y a través de la
multitud de cuerpos vivos en el salón de baile.
Se arrastró detrás de mí mientras bajaba por los pasillos y pasaba velozmente
a los sirvientes y cocineros en las cocinas, luego bajaba por los escalones sinuosos y
polvorientos hacia los sótanos mientras la furia y la frustración ardían en mis
venas.
La puerta se cerró de golpe detrás de mí, alertando a Raiden de que tenía
compañía y también sumergiéndome en la oscuridad. Un destello de luz rebotó en
un aplique debajo de las escaleras cuando rodeé la última fila y salí para encontrar
al príncipe extendido sobre sacos de grano.
Aparentemente, dar a conocer mi llegada no lo disuadió a él ni a su
compañera en lo más mínimo.
Tosí, mis manos se apretaron. La doncella se rio mientras Raiden yacía a su
lado, murmurando algo en su oído.
—Ennis, ¿no hay habitaciones que deberías estar preparando?
Ella se congeló, luego me miró debajo del brazo de Raiden.
65 Mantuvo su atención en ella, dijo algo que la hizo reír de nuevo, y luego se
dejó caer de espaldas, con la túnica arrugada, el abrigo en el suelo y su sonrisa
casual.
—¿Te importa? Estamos un poco ocupados aquí.
Ennis se rio una vez más, y no pude evitarlo si lo hubiera intentado. Mis
dedos se desplegaron antes de que pudiera reorganizar mis pensamientos,
aspirando el aire de sus pulmones.
Raiden maldijo, sus ojos ya no eran juguetones, sino que estaban muy
abiertos por la sorpresa cuando se apresuró a pararse de los sacos de grano y corrió
hacia mí.
—Detente. Ahora.
No podía, y no estaba segura de por qué. Era cegador, este odio. Este
sentimiento de ser desafiada en el más alto orden. Yo era su princesa Él era mi
prometido.
—Ella se rio de mí.
Las manos de Ennis se envolvieron alrededor de su garganta, sus ojos
gemelos de miedo inyectados en sangre.
—Soy su princesa, tu futura esposa, y ella se rio de mí.
—Audra. —La mano de Raiden apretó la mía, cálida contra mi frío, pero no
me detuve.
Me aparté de él y pisoteé más cerca, mis dedos se extendieron y obligaron a
que el aire volviera a entrar en sus pulmones, pero no amablemente. No, todo a la
vez.
Ennis tosió, farfullando y jadeando mientras se doblaba en el suelo.
Sentí mis labios curvarse cuando le robé oxígeno nuevamente.
Y luego una ola de calor insoportable me hizo girar la cabeza. Me tambaleé,
cayendo en un pecho duro. Parpadeé mientras se alejaba, mareada y desorientada.
Me cubrían los sacos de grano en los que los dos conspiradores habían yacido, y
cuando me puse de rodillas, mi vestido abanicándose a mi alrededor en ondas de
rojo, me encontré cara a cara con el de Ennis.
Raiden le estaba entregando una copa de vino, susurrando palabras de
consuelo mientras su mano temblorosa la acercaba a sus labios. Sus ojos todavía
estaban manchados de rojo, pero claros. Claros pero saturados de horror mientras
me miraba.

66 —Sería útil dejar de mirarme así, o podría terminar con tu existencia.


Raiden suspiró, luego se levantó y ayudó a Ennis a hacer lo mismo.
La forma en que la estaba ayudando, tranquilizándola cuando ella conspiró
contra mí y me insultó, alentó la ira a volver a la superficie.
Como si lo supiera, la llevó rápidamente a las escaleras.
—Regresa al trabajo y no hables de lo que viste y experimentaste aquí.
—¿Qué importa si ella lo hace? Tiene suerte de que no la acabe por sus
acciones.
Raiden la observó irse, y cuando el ruido de la puerta sonó por las escaleras,
se volvió y se apoyó contra la pared de piedra en la parte inferior. Se pasó una
mano por la cara y se rio suavemente.
—Casi la matas.
—Ella perderá su lengua al amanecer.
Raiden sacudió la cabeza, riendo una vez más.
—Me encantaría saber qué encuentras tan divertido sobre esto, cretino.
—Tú —dijo, dirigiéndome una mirada tan fría que sentí que mi estómago se
hundía.
—¿Yo? —pregunté exasperada.
Dio dos pasos lentos hacia adelante, metiendo sus manos dentro de los
bolsillos de sus pantalones.
—Abusas de tu magia con un toque dramático. Solo —se agachó delante de
mí—, no quieres jugar como la mayoría de nosotros. Quieres dañar en extremo.
Las palabras que no dijo permanecieron allí, agudas y punzantes.
Igual que tu padre.
Me sacudí ante la acusación.
—Si no aplastas la rebelión de los insectos, los insectos tendrán suficiente
poder para aplastarte.
Raiden parpadeó, bajó lentamente las pestañas y luego entrecerró los ojos.
Tan cerca, noté cuán suaves, cuán impactantes eran los planos de su rostro. Cómo
sus pestañas se veían más suaves que las plumas y la forma en que se curvaban en
las puntas. Las sombras se formaron a lo largo de su línea de la mandíbula, el más
fino polvo de vello asomando a través de su piel dorada. Pudo haber sido
hermoso, la mayoría de los hombres reales lo eran, pero la belleza era una trampa.
Yo debería saberlo.
67 Yo era la trampa más mortal de todas.
Cuando me di cuenta de que no había dicho nada y que no estaba haciendo
nada más que mirar fijamente, espeté:
—Muévete.
—No.
Me incliné hacia adelante, gruñendo las palabras.
—Dije muévete.
Se arrodilló cerca, su nariz casi tocando la mía, el olor a vino empañando mis
labios.
—Y dije que no.
Atrapada e indignada, lo miré.
—Necesitamos cancelar este matrimonio.
—¿Por qué? —susurró, sus ojos recorrieron mis labios antes de encontrarse
con los míos, esa chispa peculiar regresó a ellos—. Es un negocio, Audra.
—Porque prefiero morir antes que ser miserable.
Inclinó la cabeza.
—Me meto debajo de tu piel. Me has visto dos veces< —su dedo se deslizó
por mi mejilla, deslizándose muy lentamente—, sin embargo, me he arrastrado por
debajo de ese exterior helado y no te gusta.
Empujé su pecho, pero él no se movió.
Hizo una mueca.
—Reacciones, seda. Definitivamente necesitaremos trabajar en eso.
—No trabajaremos en nada —dije, intentando moverme sobre los sacos de
grano.
Me atrapó el tobillo y chillé mientras me arrastraba hacia él.
—¿Por qué viniste aquí entonces?
Al recordar lo que le había hecho al rostro de Berron y probablemente a otras
partes de su cuerpo, mi columna vertebral se rompió en línea recta.
—Berron. Vi lo que le hiciste.
—¿Yo? —Tuvo la audacia de levantar las cejas.
—Sí. —Lo empujé en el pecho, mi uña abollando su túnica—. No tenías
derecho.
68 Su expresión era irritantemente vacía.
—¿Y qué es lo que hice?
Inhalé profundamente por la nariz, rogando a las diosas por paciencia.
—No trates de engañarme para descubrir la verdad. Tú sabes lo que hiciste.
Raiden levantó un hombro ancho, luego se levantó y caminó hacia donde
estaba su copa sobre el piso polvoriento.
Tomó un sorbo, y me obligué a ponerme de pie antes de marchar hacia las
cajas en la parte de atrás de la bodega y sacar una botella de vino. Quité el corcho,
luego tomé un largo trago.
—¿Nada que decir?
Raiden sonrió en su copa, luego hizo girar la plata grabada con vides.
—No mucho.
—Tócalo de nuevo y yo<
Estaba frente a mí en un instante.
—¿Tú qué?
Levanté la botella, vaciando todo el contenido que pude soportar mientras él
miraba, luego sonreí.
—Encontraré a alguien que te importa, y haré que lo que le sucedió a Ennis
parezca una pequeña entrada al plato principal.
Fui a rodearlo, pero sus siguientes palabras me detuvieron.
—Quédate.
—En caso de que no lo hayas notado, príncipe, hemos abandonado nuestra
propia fiesta. —Mi padre estaría furioso si no volviera pronto—. Y ya me
encuentro cansada de ti.
—Qué pena. —Se chasqueó la lengua—. Estábamos empezando a divertirnos
un poco.
—¿Divertirnos? —Me di vuelta, inclinando la cabeza—. Si discutir es tu idea
de diversión, eres más delirante de lo que presumí que eras.
Frunciendo los labios, volvió a agitar su vino antes de terminarlo.
—Te encuentro< intrigante. Por decir lo menos.
Se me secó la boca. Bebí un poco más.
Raiden se dejó caer sobre el grano, acariciando el saco a su lado.
69 —Ven. Bebe. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Follamos aquí mientras ellos
están de fiesta allá arriba? —Tomó la botella de vino que había dejado abierta en el
suelo—. Debemos casarnos. No les importará.
—No te voy a follar. —Su confianza, ese encanto perezoso, era enloquecedor.
—Entonces, ¿al menos me harás el honor de sentarte y disfrutar del mejor
vino que nuestro continente tiene para ofrecer?
Fue la sonrisa lo que lo hizo. Ese pequeño movimiento en sus labios carnosos
que provocó un brillo resplandeciente en sus ojos brillantes.
—Supongo que preferiría volver borracha de todos modos. —Caminé
penosamente y me senté a su lado, dejando suficiente espacio entre nosotros para
no sentir el calor de su cuerpo. Incluso entonces, todavía lo sentía. Como estar
demasiado cerca de un fuego, tuve la sensación de que lo sentiría en diversos
grados de calidez cuanto más nos acercamos—. No me toques.
Se rio entre dientes y luego bebió.
—Lo que desees, seda.
Nos sentamos en tenso silencio durante minutos, bebiendo y mirando
directamente a las paredes con marcas.
Cuando se fue la mitad de la botella, sentí que mi estómago se relajaba y mis
extremidades se volvían más pesadas. Algunos dirían que no era prudente que un
alto miembro de la realeza perdiera el juicio con tantos visitantes de todas partes
de nuestras tierras, pero incluso con muchos períodos tensos, Rosinthe había sido
un continente de paz durante milenios. Desde que las diosas declararon a dos de
sus hijos rey y reina, los depositaron a ambos lados de esta tierra mística y luego
desaparecieron dentro de las brumas.
Entonces, aunque no era sabio, la mayoría de los miembros de la realeza
hacían lo que querían. Lo que a menudo implicaba beber hasta que no podían
distinguir los unos de otros. Fue entretenido verlo, así que siempre me aseguré de
beber la cantidad justa de alcohol para no perderme las tonterías.
—¿Te has vinculado? —No estaba segura de dónde venía la necesidad de
saber, y tampoco estaba segura de querer analizarlo.
Vincularse era encontrar lo que los humanos llamarían un alma gemela, solo
con un vínculo mucho más fuerte. Aquellos que por casualidad se vinculaban de
una manera tan permanente tenían un mayor sentido de conciencia de su persona
vinculada, en algunos casos raros, vislumbres de lo que estaban sintiendo. Aunque
típicamente, tendrían que estar en la misma vecindad, o cerca, para que el vínculo

70 funcione de esa manera. Había escuchado que solo los asuntos de la vida o la
muerte o la agitación emocional extrema se podían sentir a través de la conexión si
estuvieran en tierras diferentes.
Y supuestamente, se decía que el sexo como pareja vinculada era
indescriptible, un desbordamiento de euforia que nunca podría encontrarse en otro
lugar.
Pero todas las cosas mágicas deben tener sus trampas. Los celos, la paranoia y
la obsesión eran solo algunas de las cosas encantadoras que se esperaban cuando o
si nos vinculábamos. Había oído hablar de algunos miembros de la realeza que se
mataban porque los ojos de su compañero caían sobre otra persona demasiado
tiempo, o los tocaban demasiado tiempo, e incluso que algunos terminaban con
otras personas.
No hace falta decir que había más guardias que asistían a eventos sociales y
áreas muy pobladas por esta razón.
—No —dijo Raiden, su botella de vino chocó contra el suelo. Recostado,
estiró los brazos sobre su cabeza. Las bolsas de grano crujieron y se movieron bajo
su peso—. Hubo un tiempo que pensé que podría haber pasado, pero nunca
sucedió. —Su voz era clara, pero sus ojos tenían ese brillo brillante de intoxicación.
—¿Con quién? —pregunté, apoyándome en un codo.
Sonrió, rápido y dulce.
—No te importa. ¿Qué te hizo preguntar eso?
Luché por formar una respuesta, debido a que no tenía ninguna.
—Solo tenía curiosidad. —Me ajusté el vestido, los dedos rozaron las suaves
capas—. Los matrimonios arreglados son un negocio. He oído que en siglos
pasados, ha habido algunos miembros de la realeza que permitieron a sus
cónyuges vivir con las personas que se vinculaban.
—Algunos. —Raiden observó mi mano mientras se deslizaba sobre mi
vestido, el rojo nadando con las sombras bajo la escasa luz—. ¿Te has vinculado?
Seguramente lo habría olido.
No era más que un rumor, pensé, que los hombres reales e incluso algunos
hombres mestizos podían oler a las mujeres vinculadas. Una señal para
mantenerse alejado. Las hembras, sin embargo, no podían hacer lo mismo. Incluso
si fueran dos mujeres las que se vincularan. Pensé que era injusto que no
hubiéramos sido creadas con dones iguales como ese. Otra razón por la que hice
todo lo posible para asegurarme de estar en pie de la igualdad o, en la mayoría de
los casos, mucho más alta que los hombres a mi alrededor.

71 Mis párpados cayeron mientras me reclinaba y doblaba mi brazo debajo de


mi mejilla.
—No estoy vinculada a nadie, ni creo que me gustaría estarlo.
Raiden miró hacia el techo.
—¿Por qué?
Su perfil era perfecto, líneas angulosas, sus pestañas más prominentes. Como
alas de mariposa.
—Hace muchas preguntas, príncipe.
Giró la cabeza.
—Solo cuando estoy interesado en saber las respuestas, seda.
Mi nariz se arrugó.
—No me gusta eso.
—Mentira.
Mi pecho se alzó con un fuerte aliento mientras lo miraba. Elegí diferir.
—Y no me gusta la idea de que un hombre me mande, me impregne con un
bebé tras otro y luego se divierta.
Se hizo increíblemente cálido, y caí en la cuenta, ya que me desperté en las
primeras horas de la mañana siguiente, que tal vez Raiden tampoco tenía el control
total de sus reacciones. Al menos, no a mi alrededor.
—Necesitaremos tener muchos herederos.
Tragué saliva, desviando mi atención a la fuerte columna de su gruesa
garganta. No era que no quisiera hijos. Éramos una especie obsesionada con la idea
de reproducirse. Solo uno de cada dos bebés reales sobrevivía a su infancia debido
a que nuestra línea de sangre es demasiado para sus pequeños cuerpos y
corazones. No era algo que lloráramos por mucho tiempo, ya que no podemos
permitir que los débiles entren en nuestro linaje. Cuando un bebé sobrevivía lo
suficiente como para ver su segundo cumpleaños, celebrábamos. Solo sobrevivía el
más fuerte, lo que aseguraba que manteníamos nuestro linaje lo más poderoso,
puro y próspero posible.
Aquellos entre una línea de sangre mestiza tenían sus propios problemas,
como la lucha de llevar a un bebé a término y la muerte fetal. Sin embargo, si sus
recién nacidos sobrevivían al nacimiento, tenían muchas más posibilidades de
sobrevivir que los miembros de la realeza, debido a la menor magia heredada.
—A riesgo de ser demasiado presuntuoso, voy a adivinar que no eres
exactamente el tipo maternal.
72 Mis ojos se fijaron en los de Raiden.
—Presuntuoso es correcto. —Aunque tenía razón. No era maternal, y si
llegara el día, temía no lo suficientemente maternal. Lo último que necesitaba esta
tierra era otro tirano que manejara el barco. Sin embargo, no lo admitiría ante él—.
Sabes muy poco sobre mí como para asumirlo.
No discutió con eso.
—Dime, princesa, ¿realmente crees que el plan de nuestros padres para unir
nuestros dos reinos va a tranquilizar a nuestra gente?
Se había hablado de rebelión, disturbios y espías en diferentes partes de la
tierra. Eran la razón por la que estaba aquí, acostada cara a cara con un futuro
precario que nunca vi venir.
—Mi padre siempre ha sido así. —Me puse de espaldas—. No sé por qué
están haciendo tanto escándalo.
Su voz se aquietó.
—Porque en la última década ha empeorado. Él es< inestable. Anticuado.
Nadie era más consciente de eso que yo. Sin embargo, me burlé.
—La edad no es más que un número. —Odiaba a mi padre, lo odiaba con una
vehemencia como ninguna otra, pero ninguna cantidad de odio podría matar el
amor por completo, sin importar cuán pequeño—. ¿Y realmente crees que esta
alianza va a calmar las preocupaciones de la gente?
Un sonido goteante se aventuró en la habitación desde lo más profundo de
las bodegas.
—Es un comienzo —dijo antes de ponerse de pie—. ¿Qué le pasó realmente a
tu madre?
Sorprendida, no respondí durante mucho tiempo, y tal vez esa fue respuesta
suficiente.
Extendió su mano, y la miré un momento antes de deslizar la mía dentro de
la suya, saboreando la sensación e intentando domar el fuerte eco de mi corazón.
Me levanté de los sacos de grano en un movimiento rápido que hizo que mis
manos volaran hacia su pecho. Las dejé allí, sintiendo el latido fuerte y caliente de
su propio corazón debajo de mis dedos.
—Él la mató. —El recuerdo me golpeó, me abrió lo suficiente como para que
Raiden lo viera dentro de mis ojos mientras levantaba mi barbilla. Saliendo de mi
tienda para encontrarla, persiguiendo sus gritos, mirándola y gritando por ella, y
73 luego siendo arrastrada por mi padre<—. Pero ya no importa.
Sus cejas se juntaron, su pulgar un pulso suave y constante frotando sobre mi
barbilla.
—Tenías diez veranos de edad. Ella había estado bailando y bebiendo en
Inkerbine y dejó la hoguera con un grupo de hombres< —Inkerbine era notorio
por su intercambio de parejas, la inhibición librando caminos salvajes. Fue una
celebración de nuestra tierra, nuestra existencia, la paz, y tuvo lugar cada año
después de una luna llena doble.
Lo detestaba.
Mi voz era de hielo.
—Fue violada y torturada en el bosque por innumerables hombres, dada por
muerta durante días antes de que alguien la encontrara.
—¿Eso es lo que le pasó? —Los ojos de Raiden no mostraron piedad, solo
vívida curiosidad.
Asentí, sabiendo que había dicho demasiado, y debía irme.
—No dije nada. Lo negaré todo. Y luego te daré de comer tus propios
testículos si oigo que hablaste de esto.
Me agarró por la cintura y luego me presionó contra la pared.
—Princesa, todos ya lo saben.
Ante eso, sonreí.
—No, solo piensan que lo hacen. Los rumores no son más que cintas falsas de
verdad trenzadas en patrones para adaptarse al tejedor.
Miró al suelo un momento.
—Te he molestado.
—No podrías molestarme si lo intentaras. —Agité mis pestañas hacia él—.
Ahora, disculpa<
Su áspera exhalación y el salvaje baile dentro de sus ojos fueron toda la
advertencia que tuve antes de que sus labios estuvieran sobre los míos, y mis
manos estaban sobre mi cabeza, unidas a la pared por las suyas mientras él abría
mi boca y prendía fuego a todo mi mundo.
Su lengua no entró, pero su respiración sí, quemándome y calentando mi
garganta mientras frotaba su labio inferior entre mis labios. Nunca antes me habían
besado así. Nunca supe que esa ternura podía ser tan cruel, como si pudiera pasear
casualmente y desperdiciar algo vital dentro de ti.
74 Era hielo, fuego, vino y agua, un mundo de contradicciones que nunca
deberían encontrarse.
Porque un probada, una mezcla de lo que no debería ser, y cada gramo de
quién era simplemente podría dejar de existir como una vez lo hizo.
Se escuchaba música y risas, bailando sobre el aire rancio de la bodega, pero
todo lo que podía sentir y saborear era él. Vino, manzanas y azúcar chamuscada.
Labios húmedos, suaves y bordes duros contra mi suavidad.
Soltó mis manos para enmarcar mi rostro, su boca se apartó de la mía cuando
su frente cayó contra la mía.
—Embriagador.
No podía responder, solo podía respirar y sentir mis pechos presionar
desesperadamente contra su cuerpo.
Cuando abrí los ojos para encontrar su mirada, con el pecho agitado, agarré el
escote de su túnica y presioné mis labios contra los suyos para un último beso
fugaz. Un rápido barrido de mi lengua sobre la suya, el calor aterciopelado sacudió
mis rodillas. Un beso lo suficientemente distractor como para separarme de él y
correr sola escaleras arriba.
Con el corazón latiendo irregularmente, me escondí del príncipe durante toda
la noche.
Se produjo un fuerte y lento aplauso, arrastrando mi mente de vuelta al
presente.
—Yo solo< —Raiden sacudió la cabeza—. ¿De dónde en la oscuridad sacaste
esta mierda? Puedo decir que no es inventado. Preguntaría quién era realmente
este hombre, pero no me importa lo suficiente como para saberlo.
Salté del banco y me pasé los dedos por el pelo. Raiden seguía sentado como
había estado cuando comencé, con los ojos cerrados y la cara en ángulo hacia el
antiguo techo.
—No olvido nada, príncipe. Y con suerte pronto, podrás recordar.
—No funcionará —dijo cuando llegué a la puerta.
Me volví para encontrarlo de pie con las manos envueltas alrededor de los
75 barrotes de su celda.
—Sabes que no lo hará. Quienquiera que haya sido, sea lo que sea que
pienses que era. —Su voz carecía de emoción—. Se ha ido, reina Audra.
El uso de mi nombre me tomó por sorpresa. Como un molesto incendio
forestal borrando buenos recuerdos.
—Entonces te sugiero que cooperes para asegurarte de que regrese.
Se rio entre dientes; el sonido tan suave que casi lo paso por alto.
—De todos modos me vas a matar, probablemente a Casilla también. ¿A qué
juego estás jugando, reina? —Sacudió la cabeza, luego sacudió las barras con un
gruñido que retumbó en el espacio profundo e inquietante—. Quiero salir. Quiero
salir del tablero de juego y entrar en la oscuridad.
Di un paso más cerca.
—¿Entonces preferirías morir antes que pasar más tiempo contando tu
pasado conmigo?
Miró fijamente por un atronador segundo, su expresión era dura e ilegible,
luego asintió.
—Pero jugaré si me la traes.
Lo miré de arriba abajo, forzando un puchero.
—Querido príncipe, parece que has perdido la cabeza después de todo.
Frunció el ceño, las manos se deslizaron del metal de su jaula.
—Los que están a merced de un monstruo no pueden negociar. —Fui hacia la
puerta y se cerró—. Para cuando se atreven a intentarlo, simplemente continúan
sangrando.
La puerta de la mazmorra se cerró sobre el sonido de sus gritos agonizantes.

76
Ocho
G
ritando. Él estaba gritando. Por ella.
Iba a morir. Él iba a morir, y todo en lo que podía pensar era
en ella.
La ira nunca se había sentido tan viva antes de ese momento.
Tan afilada como el cristal, cortada dentro de la carne e incrustada dentro de mis
huesos. El dolor, la tensión, la atrocidad que era que alguien que ya te había
traicionado hundiera m{s ese cuchillo< era casi suficiente para enviarme a un
pozo sin sentido de la nada.

77 Ya estaba a medio camino.


Si el hombre traidor empujaba más fuerte, me temía más de lo que temía
cómo se sentiría desaparecer por completo dentro de este sentimiento insidioso.
Dentro de mis habitaciones, insegura de cómo había llegado allí, si había
tomado los pasillos típicos y las rutas más rápidas o caminado durante largos
minutos, me moví al gabinete de vidrio en la sala de estar, mi pequeño arsenal
personal. Al abrirlo, arrastré mis dedos sobre las cuchillas dentro.
Nunca las había nombrado. Algunos tenían una inclinación por nombrar sus
armas como si fueran una segunda piel, una extensión de ellos. Preferí no ser un
cliché andante.
La daga serviría. La saqué de su gancho dentro del espacio forrado de
terciopelo y pasé el dedo sobre el rubí hundido arrojando luz con las cuentas desde
la empuñadura.
—¿Qué planeas hacer con eso?
Había estado tan distraída, tan enredada en mi ira, que una vez más, el lord
había logrado acercarse sigilosamente a mí. Pero no me estremecí.
—No es que sea de tu incumbencia, pero me siento< —Sonreí cuando la
cuchilla cortó la primera capa de piel de mi dedo índice. Dolor. Había una
anticipación tan discreta asociada con el dolor—. Generosa.
Zadicus bloqueó la puerta de la habitación de mi recámara, con los brazos
cruzados, los ojos curiosos y con los pies apoyados como si pensara que podía
detenerme.
—¿La mujer? ¿O a Raiden?
—Esa cosa no es una mujer —escupí—. Es un animal que pagará por ir en
contra de los deseos de la reina.
La expresión suave de Zad no cambió cuando sus ojos absorbieron la sangre
que burbujeaba a lo largo de mi dedo.
—¿Quieres torturarla o matarla?
—Oh, ambas. Entonces —me moví hacia adelante—, si me disculpas.
Se rio entre dientes.
—¿Qué tal si<? —Me colocó un brazo alrededor de la cintura, menta y clavos
de olor habitaron mi nariz. La cálida tentación llenó mi oído—. ¿Encuentras una
salida más saludable para esta ira?
Fruncí el ceño, pero curiosa, dejé que me arrancara la daga de la mano.
—¿Qué tienes en mente?
78 La daga golpeó la alfombra de felpa con apenas un ruido sordo, y luego su
mano estuvo en mi cabello, áspera y posesiva, al igual que sus labios mientras se
fundían con los míos.
Nuestras manos comenzaron a rasgar la ropa, mis dientes rasgaron su labio, y
luego estaba contra la pared, y él estaba dentro de mí. No hubo alboroto ni
preparación, no es que fuera necesario. Desconcertante, considerando que era un
hombre que tantas veces desprecié.
Y si no podía cortar piel de carne, entonces lo que necesitaba era esto. Él.
Largo, grueso, caliente y fuerte cuando entró en mí de un solo golpe. Sus manos
alrededor de mis piernas mientras trataban de escalar su amplia espalda, y mis
uñas se hundieron dentro de los suaves y musculosos surcos de sus hombros
mientras gruñía en mi oído.
—Abre tus ojos.
—¿Por qué? —tartamudeé, ya sin aliento.
—Porque sí, reina —dijo con brusquedad—. No pensarás en nadie, en nada,
sino en mí cuando esté dentro de ti.
Los abrí, solo para asegurarme de que no dejara de empujarse dentro y fuera
de mí con tan deliciosos y atormentadores golpes.
—Lo odio.
—Lo sé —gruñó, con los ojos brillantes y febriles, el aliento mezclándose con
el mío.
Mis manos se movieron hacia su cabello y tiré de los largos y gruesos
mechones.
—También te odio.
Su fuerte exhalación y su voz eran ásperas.
—Lo sé.
Atrapando su labio inferior entre mis dedos, susurré:
—Pero te odio menos.
Suave y desconcertante, su lengua se deslizó para lamer mi pulgar.
—Lo sé.
—Hazme olvidar todo menos esto.
Con las fosas nasales dilatadas, el desafío iluminó los rasgos de Zad con una
belleza brutal, y luego salió de la sala de estar directamente a mi cama. Me recostó,
luego me agarró los tobillos, tirando de mí hacia adelante para satisfacer su
79 longitud hambrienta, y volvió a entrar.
Mi cabeza rodó hacia atrás en las sábanas cuando me acercó, imposiblemente
cerca, hasta que mis piernas estuvieron contra su pecho y pudo lamer la curva de
mi tobillo cuando giró la cabeza.
El calor se reunió y ardió, el sonido de nuestros cuerpos reuniéndose
entumeció todo dentro de mí mientras el placer se elevaba en un maremoto. Se
estrelló sobre mí en cuestión de minutos, pero no estaba satisfecha con eso y me
dio la vuelta para entrar por detrás.
Un puño envuelto en mi cabello tenía mi espalda arqueada, y su otra mano
alrededor de mi pecho me hizo maullar.
—Tu coño nunca se había sentido tan húmedo, tan caliente. —Sus palabras
eran tensas, apretadas—. Quiero quedarme dentro de ti por la eternidad.
Jadeé.
—Solo me quieres a tu merced por la eternidad.
Se rio, el sonido entrecortado con sus respiraciones desiguales mientras se
estrellaba contra su casa y giraba sus caderas, los dientes mordisqueando mi oreja.
—Tu cuerpo me dice que no le importaría.
Gemí mientras apuntaba con perfecta precisión y me hizo subir una vez más,
mis caderas se balancearon hacia él para golpear ese lugar continuamente.
—Suficiente charla —gemí—. Hazme venir de nuevo.
Su mano dejó mi pecho, viajando por mi columna hasta llegar a la curva de
mi espalda, y luego se hundió más. Dejó mi piel, y lo escuché chupar, y luego grité
cuando regresó y frotó sobre ese agujero arrugado.
—Eso es, sacúdete. Empápame.
Me abrazó mientras bombeaba por última vez y luego se calmó, rugiendo en
las sombras iluminadas por la luna.
Después, me tumbé sobre su estómago con sus dedos en mi cabello, sus ojos
saciados fijos en la luna hinchada.
—¿En qué piensas cuando miras tan intensamente?
Los dedos de Zad se detuvieron, luego comenzaron a pasar otra vez por mis
mechones.
—Todo y nada.
Me moví, descansando mi mejilla sobre sus abdominales, el sonido de su

80 corazón y el torrente de su sangre un zumbido silencioso en mi oído. Su largo


cabello cobrizo brillaba bajo el resplandor de la noche, y absorbí la forma en que
rebotaba en sus mejillas angulosas y esa nariz torcida. Como si su piel lo rechazara
aunque lo adorara.
Eso me detuvo, y luego su suave voz atrajo mis ojos hacia los suyos.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? ¿Cuándo nos presentó tu
madre?
Todo mi cuerpo se tensó ante la mención de ella, pero sus gentiles dedos lo
persuadieron para que se relajara.
—Estabas enamorado de ella. Pude verlo ardiendo en tus ojos. —Había sido
una niña cuando me presentaron por primera vez al lord del este.
Zad resopló.
—¿Qué? Lo estabas.
—Tú ves lo que quieres ver. —Sacudió la cabeza, sus labios se alzaron
ligeramente—. Se suponía que te ibas a casar conmigo.
Frunciendo el ceño, parpadeé. Luego me senté, mi palma golpeó sus
pectorales mientras lo miraba.
—¿Qué?
Él sonrió, y el efecto, tan raro y genuino, separó mis labios. Ahuecó mi
mejilla, su mano callosa y grande, amenazadora y protectora.
—Ibas a casarte conmigo antes de que tu padre ideara una forma de tratar de
poner fin a la agitación que había provocado.
No quería hacerlo, pero al mirar su expresión seria, llena de franqueza,
descubrí que le creía.
—Pero me odias.
—Odiar es una palabra fuerte, mi reina. —Dedos ásperos trazaron mis labios,
su mirada también—. Me molestaba tener que casarme con una niña, sí. Pero tu
madre era una amiga y quería que te cuidara.
Eso me hizo retroceder y apartarme de la cama. Recuerdos, muchos de ellos,
de él siempre cerca. Las veces que me había encontrado cuando no había pensado
que quería que me encontraran, de rescatarme cuando nunca me atrevía a admitir
que lo necesitaba. Pasando una mano por mi cabello enredado, espeté:
—No necesito tal cosa, Lord.

81 Me metí en el cuarto de baño y me tomé mi tiempo para bañarme.


Zadicus como mi esposo.
Aunque se suponía que iba a suceder, la idea me desconcertó por completo
mientras sumergía los dedos de los pies en el agua humeante. Mi madre había sido
una idiota por muchas razones, una de las más grandes por pensar que me
comprometería con un lord como Zadicus.
Sin embargo, cuanto más lo pensaba, observando nubes de vapor que se
enroscaban hacia las grietas en las paredes, escapando al aire helado afuera, más
tenía sentido.
Por supuesto, debía casarme con alguien como Zad. El silencioso, misterioso,
a menudo frío y muy respetado lord con tierras que le habían pertenecido desde
que cualquiera de nosotros podía atreverse a recordar.
Entonces, ¿por qué nunca le había dado la hora del día después de la primera
vez que nos habíamos visto? Llegaron destellos de recuerdos, y durante preciosos
minutos, los dejé.
Recordé una instancia de estar distraída ante un baile al que Zad había
asistido. Había estado buscando a Berron que había prometido traer tres botellas
de vino y encontrarme en los campos de las montañas más bajas, donde veíamos
las nubes a la deriva y buscábamos placer hasta que despertaba el sol. Zadicus, que
me había dado miradas ilegibles cada vez que lo veía, desapareció de la vista en
una hora esa noche, y no lo volví a ver hasta mi fiesta de compromiso.
Bloqueé ese recuerdo de él, construí una fortaleza de acero y hielo a su
alrededor y tiré la llave.
—Estabas casado —le dije, sabiendo que estaba parado en la puerta,
mirándome colocar burbujas sobre mis brazos.
—Nova tenía< —Hizo una pausa—. Ella se había ido cuando tu madre y tu
padre comenzaron una discusión seria sobre el arreglo.
—Arreglo —repetí, agria—. Eternamente maldecida para convertirme en una
transacción comercial.
Zad no dijo nada por un momento, luego<
—Uno solo podía soñar con negociar un acuerdo así.
Mis labios se torcieron.
—Raramente asistías a la corte.
—No me gustaban las payasadas de tu padre.
Sonreí ante eso.
—No hubiera imaginado que eras débil del estómago.
82 —Su marca de crueldad no encajaba bien con la mía, y solo puedes imaginar
matar a alguien de miles de formas diferentes durante tanto tiempo antes de que
finalmente te rompas. —Los pasos se acercaron y luego levantó una esponja a mi
espalda. Sentado en el borde de la bañera, desnudo, levantó mi cabello y apretó.
El agua goteó por mi espalda, y tarareé, mis ojos se cerraron cuando mis
dientes atraparon mi labio.
—¿Por qué viniste? —Era un gran misterio para mí.
Sabía que era mi culpa por estar demasiado envuelta en la obsesión que se
acumulaba y se extendía como espinas dentro de mí. También era una tontería no
conocer al enemigo, pero si pensara que tenía planes de matarme, no estaría en mi
cama. Ya estaría muerto por el mero pensamiento.
No necesitaba preguntar cuándo o a qué me refería.
—Tengo mis razones.
Quería gruñir ante su vaga respuesta. En cambio, mi mano tiró de la suya, y
él cayó al agua con un chapuzón, sus largas piernas sobre un lado de la porcelana.
Me reí de su expresión de asombro, la mueca fría de sus labios y la forma
cuidadosa en que parpadeó.
—Oh, relájate. No es como si estuvieras vestido.
Se enderezó en el agua, y gemí cuando sentí su pie rozar el interior de mi
muslo.
Su garganta se hundió. Me tiró cerca, deslizando su mano entre nosotros en el
agua para masajear mi centro inflamado con cuidadosos movimientos de su
pulgar. Su cabeza en ángulo.
—¿Por qué todas las preguntas?
Tenía motivos para ser curiosa. Nunca me había gustado preguntarle mucho
porque nunca me había importado saberlo. No estaba segura si eso estaba
cambiando, o si solo necesitaba más para bloquear lo que se encontraba debajo de
mi castillo.
Mis párpados cayeron.
—Eres una distracción decente, eso es todo.
La sonrisa de Zad fue nada menos que salvaje, y me quedé sin aliento. Aparté
mi mirada, dejándola pasar sobre las burbujas que estropeaban su pecho
manchado de cicatrices.

83 —Entonces, por supuesto. —Sus ojos se llenaron de algo salvaje—. Déjame


distraerte< completamente. —Luego estaba en su regazo, sus brazos se
envolvieron alrededor de mí mientras se hundía en mi cuerpo una vez más.
Estaba casi dormida, por una vez acurrucada sobre Zad en lugar de patearlo
al otro lado de la cama, cuando los pensamientos sobre las cicatrices en su pecho,
sobre las pocas en mi propio cuerpo, y aquellos que las habían puesto allí
volvieron a inundarme.
—No he escuchado de Berron en casi dos semanas.
Debía enviar correspondencia desde el Reino del Sol una vez por semana, ya
que la tierra y sus ocupantes no estaban exactamente entusiasmados con su
presencia en el palacio de su difunto gobernante.
El cuerpo de Zad se convirtió en granito debajo de mí, su rica voz profunda
de sueño.
—¿Estás segura?
Me burlé.
—No lo diría si no fuera así.
—Enviaremos otro gorrión. Si aún no hay noticias< —Hizo una pausa—.
Entonces me temo que tendremos que ir.
Bostecé, aceptando.
Su pecho se desinfló lentamente, pero pasó mucho tiempo antes de que se
durmiera y me llevara con él.
Esperamos cuatro días hasta que no pude soportarlo más, y nos encontramos
en los establos, preparándonos para el viaje de tres días a la frontera.
Berron era uno de los pocos en los que confiaba implícitamente. Por eso le
pedí que asumiera una responsabilidad tan grande en primer lugar.
Cobarde, me reprendí cuando salimos de un pueblo y acampamos junto a
unas rocas grandes en las afueras del Bosque Sinuoso. No podía soportar la idea de
viajar al reino y sumergirme en cada faceta de lo que una vez fue la vida de Raiden
sin él.
Con lo que quedaba de mí. Los recuerdos, las mentiras y las preguntas que no
necesitaban respuesta.
84 Y no hace falta decir que probablemente habría sido asesinada antes de mi
primera semana como gobernante.
Zadicus me miró desde el otro lado del fuego cuando Garris les dio a los
treinta y tantos soldados que habíamos traído con nosotros sus órdenes de retirarse
o vigilar.
—Estoy seguro de que está bien.
No lo miré. Vi las llamas bailar y crujir.
—No lo sabes. Nadie lo sabe.
Su voz era demasiado tranquila, molesta.
—Lo sabremos pronto.
—No lo suficientemente pronto para mi gusto. Deberíamos haber traído los
furbanes.
Zad partió una ramita por la mitad y arrojó las piezas al fuego.
—Tomar la aproximación aérea, avanzar a través de los cielos, haría que
parezca un acto de guerra. —Las hojas y las ramitas crujieron bajo sus botas
mientras se movía hacia adelante para recoger más combustible para el fuego—.
Además, no hay suficientes furbanes para los soldados, y separarse podría ser un
suicidio.
Tenía razón, pero no iba a admitirlo cuando ya lo sabía. Yo también lo sabía,
por lo tanto, los caballos estaban atados a los árboles detrás de nosotros,
masticando la hierba descongelada, pero estaba impaciente por saber qué estaba
sucediendo.
Cuanto más nos acercamos a la frontera, más se transformó el clima en otoño.
Entonces sería hierba, del color de los ojos de Raiden, hasta donde alcanzaba la
vista, cubriendo valles y bordeando arroyos. Y cuando llegamos al Reino del Sol,
ese calor primaveral, esa promesa de flores frescas y nueva vida, se transformaría
en un territorio desértico ardiente e infestado de insectos.
El palacio del Reino del Sol era un oasis en una tierra llena de cosas secas y en
descomposición.
Incluso cuando me había entregado a su príncipe, la sola idea de pisar su
suelo agrietado, si hubiera alguno, era algo que quería evitar.
Uno de los soldados, de quien había olvidado su nombre, se inclinó ante el
fuego.
—Su tienda está lista, majestad.
85 Lo miré, luego a los árboles que se cernían detrás de nosotros como demonios
sombreados.
—No voy a dormir. —Sacudí mi cabeza hacia Zad—. Lord Allblood la tomará
en mi lugar.
Arrugando las cejas, Zad miró de mí al soldado.
—Gracias, Creig.
Creig nos dejó y tomó su puesto en el camino donde otros soldados vigilaban.
—No parece un Creig —murmuré.
Zad gruñó.
—Lo mismo podría decirse de tu crueldad.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir< —Sirvió una taza de té del termo que había traído en su
bolso de viaje, y luego me lo entregó. Lo tomé, el calor se filtró en mis manos
congeladas—. Nadie te miraría y esperaría las cosas que dices o haces.
Tomé un sorbo, saboreando la quemadura.
—Seguro que te gustan los cumplidos.
—Si pensara que necesitas escuchar cumplidos, te los daría. —Cubrió el
termo después de servirse un té, luego tomó su taza de la hierba y la puso entre sus
rodillas dobladas—. Y no necesitas elogios en este momento, mi reina.
Estudié la curva astuta de sus labios y el brillo de sus ojos bruñidos.
—Encuentro tu falta de afecto bastante desconcertante. —No me importaba
que hubiera soldados entre nosotros que probablemente pudieran escuchar
nuestra conversación desde sus tiendas. Déjalos.
El té de Zad se detuvo a la mitad de sus labios, su cabeza se inclinó.
—Puedo ser cariñoso.
Sonreí.
—Mentiras.
Sus hombros se enderezaron, la rigidez demasiado familiar regresó a su
mandíbula tallada en mármol.
—Si te hubiera mostrado afecto, como cualquier otro cretino que haya
intentado abrirse paso entre tus buenas gracias, ¿estaría sentado aquí ahora?
—¿Estarías calentando mi cama, quieres decir? —Bebí más té, mirándolo por
86 encima del borde de la taza—. No, supongo que no. —Detuve su pícara sonrisa en
seco y apuñalé con un dedo—. Pero eso no significa que seas cariñoso, lord.
Ciertamente no lo eres.
—Con la mujer correcta —insistió, luego bajó la voz cuando su copa se elevó
a sus labios—. Lo soy.
El calor se desencadenó en mi estómago, y fruncí el ceño, preguntándome si
se refería a otra persona. Su difunta esposa, tal vez.
Entonces grité, casi agitándome en el fuego cuando sentí el silbido de algo
caer y aterrizar en el suelo detrás de mí y escuché el tintineo de las espadas
desenvainándose.
Zadicus se zambulló sobre mí, tirando el blithe al suelo.
Me volví para encontrar orejas puntiagudas, dientes negros, escamas verdes
brillantes que cubrían una cara demasiado delgada y una daga que parecía ser
robada de uno de nuestros soldados que se dirigía directamente a mi pecho.
Agarré la empuñadura, arrojé mi cuerpo hacia abajo y volqué el blithe sobre mi
espalda. La daga se soltó cuando la criatura golpeó la tierra, y luego quedó
incrustada en su pecho, el icor rezumaba entre mis dedos y sobre mi palma.
Lo dejé allí para que se quedara abajo y gire para patear a otro que había
aparecido encima.
Tropezando, agarré mi taza de té y se la golpeé en la cara. Chirrió, un sonido
parecido a clavos en una pizarra pero mil veces más fuerte, y se arrastró hacia mí,
cuatro garras sobresalían de cada una de sus manos palmeadas.
—Audra. —Escuché a Zad desde mi izquierda y miré brevemente para ver mi
espada volando hacia mí. La desenvainé justo cuando una patada chocó en mi
costado.
Caí, apuntando la espada hacia arriba cuando lo hice, y el blithe, no la más
inteligente de las criaturas, se clavó hasta la empuñadura.
Se roció más sangre, inundando mi mano y mi brazo como un río negro. Con
una mueca, lo aparté antes de ponerme de pie. Pisoteé el cuerpo y liberé mi
espada, enderezándome para encontrar al último de ellos dividido en dos o
sangrando por los ojos, la boca y la nariz, gracias a Zad.
Cortó uno mientras usaba su magia en otro, y paralizada, no pude apartar
mis ojos. Se me ocurrió que nunca lo había visto pelear antes. Nunca había visto su
magia en juego.
La sangre se acumulaba debajo de pilas de blithe, expulsadas de sus cuerpos
con solo un pensamiento del lord del este.

87 Había oído hablar de él, historias de su habilidad, pero en realidad nunca lo


había visto.
Era a la vez horror y belleza. Era la vida brillante un segundo y la muerte más
oscura al siguiente.
Tanta facilidad en sus golpes asesinos, tal poder desgarrador< me estremecí,
luego parpadeé y giré, buscando más criaturas repugnantes.
Pero el resto huía hacia los árboles cuando una horrible y llorosa risa resonó
por todo el bosque. No les importaba que sus parientes estuvieran muertos.
Montaban la emoción, y querían una persecución, sabiendo que si se quedaban,
seguramente perecerían.
—¿Nadie exploró los bosques? —pregunté, encogiéndome mientras me
quitaba la sangre púrpura y negra de la mejilla.
Garris se adelantó, presionando una profunda herida en su brazo.
—Sí mi reina. Pasamos sus casas kilómetros atrás.
Los blithe construían casas en los árboles, algunas de las criaturas más
arcaicas de la tierra además de la realeza y los Fae. Se pensaba que eran una
especie de hada menor, estúpida pero mortal si te atrapaban sin saberlo.
Una vez que nuestros vecinos, una parte de nuestra tierra, los Fae ya no
estaban. Si quedara alguno, lo hacían escondiéndose, porque durante el reinado de
mi padre, él ordenó que todos fueran cazados y asesinados a la vista. La rabia que
se había filtrado de él durante esas primeras semanas de la nueva ley que se estaba
implementando fue suficiente para que nunca preguntara por qué. Rara vez le
había hecho preguntas, sabiendo que no me gustaría la respuesta o que me
castigaría por tener la audacia.
Aun así, quedaron algunas de las hadas menores, criaturas diferentes a las
que podrían parecerse al hombre, la mujer y la realeza. Por alguna razón no lo
sabía y probablemente no lo entendería, no habían sido una prioridad durante las
incursiones de hadas.
Inquieta, miré alrededor, estudiando la noche ardiente, todos los cadáveres
en el suelo. Tres de nuestros machos, una hembra, y al menos veinte blithes.
—Tenemos que movernos —dijo Zad, volviendo a llenar su bolso con las
pocas pertenencias esparcidas sobre la hierba cerca de las brasas del fuego.
El resto de los blithe se había retirado, pero eso no era exactamente
tranquilizador.
—No creo que regresen —dijo uno de los soldados mientras ayudaba a Didra
a vendarle la rodilla.
88 Mi sangre zumbaba, la presión burbujeaba en cada vena y empujaba en cada
músculo. No podíamos permitirnos detenernos. Avanzábamos o volvíamos a casa.
—No nos detendremos —le dije—. Continuaremos con breves descansos
hasta llegar a la frontera. Los heridos pueden regresar al castillo. —Me detuve
cuando vi a una mujer joven que luchaba por respirar mientras un hombre
trabajaba en re introducir sus entrañas—. O dirigirse al pueblo más cercano para
ver a un sanador.
Nadie protestó, no es que pensara que lo harían, aparte de Zad o Garris. Pero
ambos asintieron cuando los miré, y luego todos comenzaron a derribar las carpas.
Bueno, lo poco que valía la pena llevar con nosotros. La mayoría de ellas estaban
trituradas o se habían derrumbado con blithes muertos y sangre derramada sobre
ellas.
Vi mi vaina junto al fuego y salté sobre un soldado muerto para agarrarla. Lo
miré mientras envainaba y ataba mi espada, dándome cuenta de que no tenía idea
de quién era ni de nada sobre él.
Un aullido del norte rompió el ritmo de la actividad, y nos movimos más
rápido.
Yendo con Wen, froté su brillante pelaje negro mientras lo inspeccionaba en
busca de heridas.
Unos minutos más tarde, nos separamos, y cuando volví a mirar el claro, la
presión en mi sangre presionó mi piel.
—Necesitamos prenderle fuego.
De lo contrario, podríamos ser rastreados más fácilmente mediante el uso de
pertenencias personales y cosas que contienen nuestro aroma.
Fuego. Un don que Raiden tenía.
La magia de sangre de Zad, si la desatara, podría haber sido capaz de matar a
cualquier criatura con un solo pensamiento, pero era más difícil matar a varias
personas de una sola vez. El costo era mayor para el alma eterna de uno y, a
menudo, hacía que necesitara darse un festín con la sangre pura para reequilibrar y
recuperar lo que había gastado.
Tales cosas no estaban permitidas a menos que fuera en actos consensuales,
no sea que accidentalmente tomara demasiado. Era completamente personal,
requería la mayor cantidad de confianza, y había escuchado que podría convertir a
aquellos con su tipo de magia en una bestia libidinosa durante horas hasta que
recuperaran el control de sí mismos.
Nunca lo había visto, pero había oído que le sucedió a Zadicus después de

89 que en Los Acantilados estallara una escaramuza antes de que yo naciera.


Aparentemente había eliminado a una banda de exiliados que tenían a un
importante rehén real para recuperar la entrada al Reino de la Luna.
La palma llena de fuego de Raiden llegó a mi mente, sin invitación y
estrangulada, mientras veía a uno de los soldados marchar hacia el campamento y
agacharse para encender un fuego con su espada y pedernal.
Parpadeé lentamente, alentando a la brisa a construir y prender fuego al
campamento.
No teníamos personas con el don del fuego entre nosotros, y esas habilidades
eran raras de encontrar en el Reino de la Luna. La mayoría de los poseedores de
magia portaban habilidades nacidas del clima de su hogar. Había muchos con
control del viento, portadores de agua y fabricantes de nieve en Allureldin. Pero
mi línea de sangre era la única en llevar todas las habilidades elementales
regaladas a nuestra tierra.
Mientras esperábamos, mis ojos se posaron en el dosel oscuro del bosque y
un escalofrío me recorrió la espalda. Una vez que no quedó nada de nuestra corta
estadía, liberé la brisa y las llamas se encendieron rápidamente.
Los ojos de Zad, llenos de las mismas preguntas que sentí que llenaban las
mías, se encontraron con los míos sobre el lomo de un semental vacío.
—Mataría por un baño —le dije, volviendo del banco del arroyo y quitando
las gotas de agua de mi piel. Lavé la mayor parte del viaje de mi cara, brazos,
cuello y manos, pero no fue lo suficientemente bueno. Todavía podía sentir el
líquido rezumando sobre mi piel, quemándome mientras mis células se
regeneraban y calmaban la picadura.
Los ojos de Zad simplemente me recorrieron mientras me ponía la chaqueta y
le quitaba mi capa. Con un movimiento de su cuello, devolvió su atención a Ainx,
quien estaba señalando con el dedo el mapa en sus manos.
No estaba segura de cómo había logrado parecer tan prolijo después de
montar durante días, pero me molestó, por decir lo menos.
Zad y Garris miraron hacia el este, y el primero dijo:
—Movámonos. Queremos llegar mientras aún hay luz del día.

90 El sol calentando mi piel hizo que la picazón que dejaban las quemaduras a
su paso fuera casi insoportable cuando nos acercamos a la frontera. Las aldeas
erosionadas por el sol se encontraban en los de valles verdes ardientes. El camino
de tierra se extendía hacia adelante, serpenteaba por las aldeas, pero no entraba en
ellas. Pequeños caminos, algunos empedrados y otros cubiertos de maleza y flores
silvestres, se desviaron para dar la bienvenida a cada uno. Los niños a lo lejos se
detuvieron para mirarnos cuando aparecimos a la vista, mientras que otros se
alejaron, probablemente para advertir a sus padres.
Mordí un trozo de la manzana que había robado del bolso de Zad. Nuestros
suministros eran escasos, pero tendríamos suficiente para durar hasta que
llegáramos al palacio, o hasta que intercambiáramos más en un pueblo que no se
encerrara al primer avistamiento de nosotros.
Había sucedido el día anterior, y Zad me había fruncido el ceño,
preguntándome por qué no había exigido que alguien nos intercambiara o
vendiera. No podía reunir la previsión o la energía para preocuparme, así que
insistí en que los ignoráramos y siguiéramos adelante.
Los enemigos eran algo precario que codiciar, y comenzaba a pensar que
tenía más de lo que esperaba. Por lo tanto, una parte inherente de mí sabía que
necesitaría ahorrar mi fuerza y almacenar esa ira en el fondo para lo que pudiera
venir. Por lo que pudiéramos encontrar en el sur.
—Es la reina del invierno —dijo una vocecita. Miré a mi izquierda a la joven,
sus ojos asustados enormes mientras se balanceaba en el lugar fuera del camino
que conectaba a su pueblo. Un niño, tal vez su hermano, corrió cuesta arriba hacia
nosotros con una expresión de sorpresa.
Mi boca se convirtió en una sonrisa tan practicada, que podría hacerlo
mientras dormía y ni siquiera lo sabría.
—¿Y no deberías inclinarte ante tu reina?
La niña, girando un mechón de cabello dorado alrededor de su dedo,
parpadeó. Su mano cayó, y casi se tiró al suelo.
Su hermano miró furioso mientras yo reía, y pronto los dejamos atrás.
—Te burlas —dijo Zad, su semental alineándose con el mío.
Levanté un hombro.
Podía sentir sus ojos en mi rostro, casi tan ardientes como el sol que ardía
más con cada kilómetro. Su voz era suave, melódica, y cómo deseaba haberlo
llevado a uno de los bosques que pasaban para escucharlo hablar contra mi piel.
—Ella no olvidará pronto, si alguna vez lo hace, su primer, y quizás el único,
encuentro con su majestad.

91 —Darme un cumplido después de haberte reprendido por no hacerlo te hace


transparente, Lord. —Sonreí, sabiendo que no era un cumplido en absoluto. Mi
sonrisa se deslizó mientras miraba mis pantalones de montar y mi camiseta de
algodón arrugada—. Aunque desearía que me hubiera visto con algo m{s<
formidable.
—Tu forma más formidable no es una que la mayoría verán jamás —
ronroneó Zad prácticamente—. A menos que sean tan afortunados.
Me reí y clavé los talones en los costados de Wen, chasqueando la lengua. Se
movió más rápido, el viento me revolvió el pelo cuando el sonido de cascos
galopando resonó por el paisaje seco.
El sol era una piedra anaranjada que se desvanecía en el cielo, los valles de las
aldeas no eran más que un sueño pasajero mientras continuamos, cubriendo
kilómetros de tierra desierta pocas horas después de la primera luz.
Habíamos cruzado la frontera sin interrupción, aunque no sabía qué esperaba
que nos detuviera, o quién. No era como si cualquier tipo de rebelión pudiera
colocar a los guardias sobre un marcador invisible que se extendía más allá de lo
que cualquier ojo podía ver.
Wen se sacudió y relinchó, y mi estómago se hundió.
Parpadeé dos veces para asegurarme de que no estaba viendo un espejismo.
El calor era una entidad por sí solo, respirando fuego por nuestras espaldas y
adelgazando cada centímetro de nuestra piel. Dejé de tratar de mantener la calma
y, en cambio, me envolví en cada capa que tenía. No para proteger mi piel, sino mi
alma. Luego envié olas heladas bailando sobre mi piel enrojecida, enfriándome a
una temperatura más soportable.
No era un espejismo.
Más adelante, el palacio brillaba, una estructura de piedra arenisca
estampada en el centro de nada más que arena. Los árboles rodeaban la parte
trasera, una selva tropical de aspecto exuberante que proporcionaba sombra en un
territorio empeñado en quemarte hasta la muerte. No sería suficiente. Todavía me
derretía a cada paso y suplicaba que la nieve adornara mi ventana.
Palabras similares se habían dicho a Raiden sobre nuestro voto< un grito
aclaró mis pensamientos cuando un soldado fue derribado de su caballo.
Una ronda de risitas atravesó el aire cuando las flechas se plantaron en
caballos, cuerpos y la arena a nuestro alrededor. No había dónde esconderse y no
había tiempo suficiente para ver de dónde venían.
La ira floreció y se convirtió en un maremoto, y envié un escudo de aire a
92 nuestro alrededor, las flechas rebotando y colgando en el aire mientras
entrecerraba los ojos. No era de extrañar que el resto de nuestro viaje hubiera
transcurrido sin incidentes.
Habían estado esperando.
Levanté la mano y giré el dedo, enviándolas de regreso en la dirección en que
vinieron, sonriendo cuando escuché gritos y maldiciones.
Su velo cayó, y Ainx declaró:
—Tenían un hechicero entre ellos.
—Muerto ahora —murmuré.
Zad maldijo violentamente, cabalgando más cerca de un soldado caído y
ayudándolo a subir a la espalda de la yegua de Garris.
—Deberíamos retirarnos.
Mi guardia cayó mientras veía una flecha volar hacia él. Grité su nombre y
Zad la esquivó. La flecha zumbó por su oreja y se hundió en la pata de un caballo.
Chilló, retrocediendo y arrojando a su jinete.
—Joder —murmuré, enviando un bloque de aire a nuestro alrededor
nuevamente, y los traidores ahora expuestos corrieron hacia adelante con armas
descubiertas y gritos de batalla llenando el aire.
Desenvainé mi espada, a punto de encontrarme con ellos en el medio, al
diablo el escudo, cuando lo vi.
Berron estaba siendo arrastrado por la arena detrás de ellos.
Apreté los dientes y el pánico me mantuvo inmóvil. Sacudiendo la cabeza,
agarré esa furia cada vez mayor, cavando profundamente hasta que sentí como si
me desbordara. El aire zumbó, volviéndose sofocante incluso para mí cuando me
desaté y empujé y los envié a todos a sus espaldas, presionándolos contra la arena.
El sudor goteaba sobre mi frente, pero la visión de Berron siendo conducido
como un animal salvaje mantuvo estable mi concentración. Hasta que otra ola de
traidores alcanzó las dunas, y pronto perdí la cuenta de cuántos nos enfrentaban.
—Doscientos. —Zad, de vuelta en su silla, detuvo a su caballo a mi lado—.
Por lo menos.
No podíamos.
Juntos, podríamos eliminar muchos de ellos, aunque nos costaría. Estaría
dormida durante días, incapaz de viajar o mucho peor. Y Zadicus probablemente
necesitaría ser dejado inconsciente hasta que se alimentara. Aun así, cuando vi a
una de las ratas empujar a Berron hacia la arena y patearlo en el estómago, decidí

93 que valdría la pena.


—No lo hagas —advirtió Zad—. No podemos. Solo lo matarás a él también.
Un gruñido de impotencia se escapó, y cerré los ojos con fuerza, girando la
cabeza con el esfuerzo de mantener en el suelo a la primera línea de soldados.
—¿Garris?
—Yo< bueno, yo digo que nos retiremos, mi reina. —Su voz estaba
empapada de miedo, pero inquebrantable—. Hay demasiados para que esto
termine bien.
—Sabían que íbamos a venir. Lo han tenido —le dije a Zad—. Lo han tenido
en sus garras sucias por quién sabe cuánto tiempo, y ahora lo están usando contra
mí.
Zad encontró mi mirada con inquebrantable frialdad.
—Eres una reina, Audra, y no te inclinas ante las demandas de ninguna
criatura. —Sus siguientes palabras fueron más suaves, aunque todavía resueltas—.
Audra, por favor. —Algo que aún no había visto, algo que se parecía mucho al
miedo entró en sus ojos—. Necesitas irte. Debes dejarlo ir.
—No. —La palabra atravesó la multitud de soldados, haciendo que los
hombros se endurecieran y las armas se alzaran.
Con la mandíbula dura, Zad miró hacia adelante, sus ojos escaneando.
—Es imposible.
—No me iré sin él.
—¡Detrás! —gritó Garris, pero ya era demasiado tarde.
Tres soldados cayeron cuando una banda de veinte o más guerreros apareció
dentro de nuestra burbuja de aire. Como si se hubieran escondido en la arena, en
algún lugar profundo del suelo.
Gritos y bramidos se produjeron.
—¡Ataquen! —gritó Garris.
Tosí, luchando por respirar mientras mi magia se retiraba, golpeando dentro
de mí con la fuerza de un chasquido elástico. Pronto nos convertimos en trozos de
carne arrinconados, cada vez más tiernos a medida que dos de nuestros soldados
llegaron a su fin a través de una flecha y una daga arrojada.
Presioné hacia adelante, mi espada brillaba bajo su precioso sol, y me
encontré con la espada de un soldado golpe por golpe, empujándolo hacia atrás,
luego empujándolo hacia adelante para partirlo en dos mientras otra guerrera con
marcas tribales en su rostro se zambulló en el aire con una lanza.
94 Estaba lista, vaciando sus pulmones antes de que ella se acercara, y luego me
bajé de mi caballo, cayendo a la arena con un ruido sordo mientras el dolor
irradiaba a través de mi cráneo.
Mi cabello fue retorcido hacia atrás, y luego un puño chocó con mi mejilla. La
oscuridad abarcaba todo, arrastrándome hacia abajo con manos pesadas. Gritando,
me forcé a retroceder de un cuchillo presionado contra mi cuello, y luego cayó con
su dueño cuando a la arena, con las manos alrededor de su garganta.
Le sonreí a mi otro asaltante, observando sus ojos violetas y su tez rojiza, y
lamí la sangre de mis dientes.
—¿Estás listo para encontrarte con tu fin? —Hice una mueca—. Qué ojos tan
hermosos, qué desperdicio.
Antes de que pudiera hacer que eso sucediera, Zad estaba allí, separando su
cabeza de sus hombros.
Lo vi rodar hacia la arena con el ceño fruncido y luego me alejé de la sangre
que dejaba el cuerpo decapitado.
Me arrastró.
—Tenemos que salir de aquí. Ahora.
Una mirada a mi alrededor me dijo que la mitad de nosotros no regresaría.
Los guerreros nos habían rodeado, y sabía que haría falta un milagro para lograr lo
que quedaba al otro lado de la frontera.
—Aplástalos —le dije a Zad, luchando por mi espada antes de saltar y subir a
la silla de Wen—. Traeré a Berron. Mierda, detrás de ti.
Zad balanceó su espada sobre su cabeza, bajándola en un barrido limpio para
cortar al guerrero por la mitad.
—Retirada —gritó, girando su caballo—. ¡Retirada ahora!
Miré a Berron, e incluso con la distancia entre nosotros, encontré sus ojos en
los míos.
—Vete —articuló.
Sacudí mi cabeza, agarrando las riendas y girando a Wen para galopar hacia
él.
Luego, observé con mi corazón olvidado hace mucho tiempo siendo
arrancado de mi garganta, cuando una lanza entró en su costado y cayó de bruces
en la arena.

95 Una mano agarró la brida de Wen, girándola en la otra dirección.


—Hemos despejado tanto como podemos. Tenemos que irnos.
—¿Pero y si lo han matado? —dije, apenas un susurro mientras el hielo cubría
mis ojos, se alzaba sobre mis dedos y envolvía mis cuerdas vocales.
Zad apenas y volvió la mirada a donde mi entrenador y amante, mi amigo,
yacía de tendido y desangrándose bajo el sol implacable.
—También podrían matarnos si no nos movemos mientras podamos.
Ahora corrían, corrían hacia nosotros y gritaban, mi amigo dejado para tragar
arena detrás de ellos.
Tomó más de lo que pensé que me quedaba dentro de mí lanzar una ráfaga
de viento detrás de nosotros. Tan fuerte que creó un muro de arena. Apreté las
piernas y alejé a Wen de la multitud que se acercaba. De la torre de arena que
derrumbé sobre sus primeras líneas.
Gritos, alaridos y llantos nos alcanzaron, nos persiguieron por kilómetros.
Pero seguimos corriendo, arena volando debajo de los cascos de nuestros caballos,
nuestros muertos y heridos graves quedaron para supurar o sanar en una tierra
hostil.
Una tierra que juré reducir a escombros.
Nueve
P
equeños rocíos de luz se filtraron a través de las grietas en las paredes.
No lo suficiente para molestarme, pero sí para saber que la luz del día
estaba desapareciendo.
Después de cabalgar durante tres días sin apenas un respiro hasta que
cruzamos la frontera, volvimos al castillo al amanecer. Dejé a Wen con el mozo de
cuadra, ignoré la mirada evaluadora de Zad y hui por los senderos llenos de
granizo directamente a mi habitación.
Me dejó sola, todos lo hicieron, a medida que me desplomé en la cama y caí
en un sueño profundo.
96 —¿Vas a quedarte ahí de pie o vas a entrar?
Los pasos ligeros de Truin golpearon el suelo. Se sentó en el borde de la
bañera, con su vestido casero verde oscuro ondeando sobre la piedra húmeda.
—Lo escuché.
—¿De quién?
—Mintale —dijo.
El goteo del grifo fue el único sonido cuando sus ojos penetrantes se posaron
sobre mí. Me costó toda la fuerza de voluntad que me quedaba no gritarle que se
fuera.
—Puede que no esté muerto, sabes.
Berron, como la mayoría de los soldados, era mestizo, lo que lo hacía más
difícil de matar que los humanos. La decapitación, el drenaje, una cuchilla en el
corazón o el cerebro y la vejez acabarían con cualquiera de nuestra especie. Pero
los miembros de la realeza mestiza, a pesar de que sus cuerpos eran más fuertes y
capaces de soportar más, podían morir como los humanos, a través de
enfermedades y dolencias, y a menudo solo vivían hasta los trescientos años.
—“Puede” no significa nada cuando todavía lo tienen. —Su esperanza era
inútil y lo último que necesitaba—. Cuando podrían matarlo en cualquier
momento. —Si es que ya no lo habían dejado para pudrirse bajo el sol ardiente,
probablemente lo estuvieran torturando mientras respirábamos.
Pasé mi mano por la superficie del agua caliente, capturando las últimas
burbujas con aroma a lavanda.
—No puedes regresar. —Su tono, la preocupación dentro< sonaba como si
hubiera hablado con cierto Señor—. No sin un ejército.
—Guerra —dije, mi mano se aquietó y cayó sobre mi estómago en el pozo de
agua que me llegaba hasta el pecho. Truin asintió.
—Me temo que está por llegar, sin importar si la empezamos o si la
terminamos.
—Prefiero no escuchar tus predicciones de fábula en este momento. —Me
deslicé más profundamente en el agua hasta que me rozó la barbilla y me hizo
cosquillas en los labios.
—No es una predicción sino un hecho. —No dije nada, y luego ella suspiró—.
Déjame curarte la mejilla.

97 —No —dije, apenas sintiendo el golpe sordo en el hueso o el corte dentro de


mi boca.
Se acercó más, inclinando la cabeza.
—Parece como si estuviera casi aplastada.
-Se curará por sí sola. —Una mejilla y unas cuantas costillas magulladas no
eran nada comparado con lo que Berron había soportado, y si no tenía la suerte de
haber fallecido ya, entonces lo que todavía estaba soportando.
Truin se llevó un poco de cabello amarillo detrás de su oreja.
—¿Y qué hay del rey?
Apenas había pensado en el parásito que causó esto, recordando que aún
estaba desvaneciéndose en el calabozo, algunas capas debajo de nosotras.
—No es un rey.
Truin me miró un momento, pero no por mucho tiempo. Cerré los ojos y
desaparecí bajo el agua.
Cuando salí, se había ido, y respiré hondo antes de volver a sumergirme. Mi
pelo se rizó alrededor de mi cara en hebras de seda, mis ojos se abrieron para ver el
techo borroso que se balanceaba sobre la superficie. Ningún sonido entró en ese
espacio además del de mi corazón galopando en mis oídos.
Las burbujas salieron de mi boca mientras la abría y gritaba.
Cuando el movimiento del castillo se asentó, dejé mi posición junto a la
ventana donde había visto la nieve flotar sobre los tejados y el paisaje de la
montaña y salí de mi habitación.
Mi blanca túnica de gasa se movió, las aberturas a los lados revelaban la
extensión de mis piernas a cada paso. Revoloteaba detrás de mí mientras me
envolvía el encaje de seda más cerca de mi pecho y descendía en la penumbra.
La mirada de Azela cayó sobre mi mejilla cuando me vio rodear la última
escalera y entrar en el calabozo. Con un movimiento de cabeza, la puerta y el
portón se abrieron de golpe, su estruendo fue suficiente para despertar a los
residentes dos pisos más arriba. La mayoría del personal de cocina y de limpieza.
No los cerró detrás de mí, pero sí se movió de un lado a otro cuando atravesé

98 el piso manchado y rodeé las filas de celdas hasta que llegué al centro donde
estaba la mesa de tortura.
Me subí a ella, cansada pero sin poder descansar después de haber dormido
la mayor parte del día y sabiendo lo que vendría.
—Tu cara —dijo Raiden, de espaldas a mí mientras acariciaba una brizna de
luz reflejada en el suelo desde una grieta en el techo—. Has estado ocupada.
—En más formas de las que podrías pensar —dije, infundiéndole a mi voz un
tono sugerente.
No le pregunté cómo supo que estaba herida cuando ni siquiera podía
mirarme. O bien había oído a los guardias hablar de lo que había sucedido, o me
había mirado brevemente antes de que me diera cuenta.
—¿El lord? —preguntó.
Mi corazón se calmó.
—¿Qué pasa con él?
—Él es el que calienta tu cama. Tu cuerpo.
Demasiado agitada para incluso inhalar, forcé mis palabras a salir.
—¿Y cómo sabrías de eso?
Se volvió entonces, sus ojos verdes bordeados de rojo y su creciente cabello
rizado en mil direcciones diferentes.
—Siempre te ha querido. Al menos eso es lo que sé.
—¿Qué más sabes? —No pude evitar preguntarlo aunque lo intentara. Estaba
funcionando. De alguna manera. Esta estúpida idea ya no parecía tan estúpida.
—Nada —dijo demasiado rápido antes de dejar que su mirada recorriera mi
cuerpo, atrapando mi piel expuesta—. Excepto una cosa.
—¿Y qué es? —pregunté, disfrutando de sus ojos en mí. Una caricia cálida,
aunque fuera solo por un momento, antes de que los arrancara y frunciera su labio.
—Sé que nunca me habría enamorado de un alma tan podrida como la tuya.
Solo podía mirarlo fijamente, el ritmo de mi corazón se volvía más tranquilo,
más débil con cada latido.
Parpadeó, sus pestañas oscuras se curvaron hacia sus cejas, y luego se volvió
hacia la pared.
Y aun así, lo miré fijamente. A su ropa manchada, a la extensión de su
espalda de granito. Estaba perdiendo tono muscular al estar encerrado aquí abajo,

99 pero no lo suficiente para parecer muerto de hambre.


Todavía no.
Me recosté sobre la mesa, aunque solo fuera para ocultar el temblor de mis
manos a pesar de que no me estuviera mirando.
—Me preguntaría innumerables veces si realmente lo hiciste alguna vez —
Hice una pausa—. Después.
—Después —repitió—. ¿Después de qué?
—Después de que me traicionaste a mí, a mi reino y a mi corazón.
No hubo ningún cambio en su postura. No hubo temblores. No hubo
sacudidas. No hubo tensión.
Era tan inamovible como una daga clavada en el corazón. Porque si al
resbalarse, pudiera desangrarse.
Luego se rio. Lentamente y cada vez más fuerte, el sonido impetuoso resonó
en las celdas.
Esperé, cada hueso de mi cuerpo doliendo de rabia porque se callara.
—Lo siento —dijo con tanto remordimiento como un furbane con restos de
una gallina en sus fauces—. Pero, ¿qué en la tierra verde de esta diosa podría
poseer tu cerebro narcisista para creer que alguien podría realmente amar a
alguien como tú?
Acepté el insulto, lo absorbí con mi siguiente aliento, y dejé que congelara
todo lo que había empezado a descongelarse en su presencia.
—Vaya, la respuesta a eso es simple. —Cerré los ojos mientras me dejaba
llevar a una época que me cegó con fantasías oníricas—. Tú.

19 veranos

No había una celebración como la de un rey que estuviera cumpliendo


setecientos años.
Si alguno de mis hermanos hubiera vivido más allá de la infancia para ver tal
cosa, a menudo me preguntaba qué harían al respecto. Qué harían con él.
Fuentes de piedra lunar llenas de vino rojo rubí gorgoteaban por los patios.

100 Avellanos de brujas, setos podados para parecerse a la luna y las estrellas, e
innumerables rosales brillaban bajo las luces parpadeantes. El fuego real no dejaba
de arder hasta que su dueño se lo ordenaba, y era evidente que los orbes de luz
brillarían hasta que el sol los reemplazara y ya no fueran necesarios.
Se había ido la elegancia y las galas que normalmente se esperan de la alta
realeza, y en su lugar, hombres y mujeres se mezclaban en retazos de ropa. El
decreto de mi padre. Debías elegir una sola prenda de vestir para la celebración de
su nacimiento, o podías pasar la noche desnudo.
La copiosa cantidad de vino y cerveza proporcionada se bebería con avidez
por los muchos huéspedes que luchaban por mantenerse calientes, lo que le daba a
mi padre más razones, y un placer interminable, para jugar con ellos cuando
tropezaban como idiotas. Solo él, el rey de las tierras más frías de Rosinthe, daba
una fiesta a la que todos los invitados debían asistir e insistía en que se vistieran
con casi nada.
Me habían hecho un vestido que sostuviera mis pechos y cubriera lo
suficiente como para mostrar alguna apariencia de modestia. No es que me
importara mucho mostrar demasiada piel a la vez, sino que me gustaba fastidiar
las cosas. Éramos criaturas de inmenso poder. Podíamos hacer lo que quisiéramos
dentro de nuestras endebles leyes, pero nunca tuve ganas de intentar encajar o
complacer a los demás.
Ni de tomar un papel más importante en los juegos de poder que mi padre
insistía en jugar.
La seda con lentejuelas me cubría desde el hombro hasta el tobillo, el tono
marfil se parecía al de mi piel y dejaba poco a la imaginación. Mi cabello azabache
fluía en líneas rectas por mi espalda para besar la curva de mi columna vertebral y
cubrir mis pechos, encontrándose con mi ombligo.
—Mi princesa. —Una voz aterciopelada llegó hasta mí.
Sonriendo, levanté mi mirada al lord del Este e incliné mi bebida.
—Buenas noches, Lord.
Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón negro, salió de las
sombras con nada más que sus botas negras.
Tragué con fuerza ante la extensión muscular de su pecho, así como en el
duro grabado de su área pélvica, lo que me hizo preguntarme, aunque fuera por
un segundo, qué se sentiría trazarlo con la punta de los dedos.
Sacudiendo el pensamiento, incliné mi cabeza cuando nuestros ojos se

101 encontraron. La suya tenía una mirada de conocimiento, pero fue el aburrimiento
de su boca lo que me sacó del trance.
—¿Deseas mirar más de cerca? —bromeó—. Si me miras así otra vez, podría
dejar que tocaras. —Esas últimas palabras fueron ponderadas, bajas, como si lo que
hubiera querido decir fuera te ruego que toques.
Resoplé, sonriendo.
—Solo observo lo predecible que eres, es todo.
Su ceja rojiza se arqueó.
—Puedo asegurarle que lo último que soy es predecible.
Puse los ojos en blanco, sorbiendo el resto de mi vino.
—Estoy segura.
Sus ojos se lanzaron detrás de mí, se endurecieron por un breve segundo, y
me dirigí hacia esa dirección. Me estaba dando cuenta que el Lord del Este podría
haber sido divertido de ver, pero no era divertido estar cerca de él.
Mis dedos se arrastraron por los enrejados llenos de rosas y luciérnagas
parpadeantes, y podría jurar que sentí los ojos del lord sobre mí hasta que me
perdí de vista.
—Me robas el aliento.
Una exhalación tartamudeada dejó mi cuerpo cuando me volví para
encontrar a Raiden con una copa de vino apoyado en una columna estrangulada
con enredaderas.
Sus padres se habían ido rápidamente después de la celebración de nuestro
compromiso de votos. Él, sin embargo, se había quedado.
Cuando me acorraló en el pasillo de la cocina dos días después, apenas pude
ocultar mi sorpresa al verlo. Me había invitado a montar con él. Le dije que no y lo
dejé allí de pie mientras iba en busca de Berron.
Eso fue hace tres días, y aunque había oído que se sentía como en casa,
paseando por los jardines, entrenando con nuestros soldados, y sin duda
coqueteando con la nobleza y el personal por igual, no lo había visto desde
entonces.
—Optaste por pantalones en lugar de una camisa. —Me senté, mirando a
muchos hombres que llevaban ropa similar—. Qué aburrido. —Mi palma se
encontró con la arenisca fresca del borde del jardín, y crucé una pierna sobre la
otra, mi vestido se dobló con mi cuerpo como un guante ajustado.
Raiden vació su vino, y vi cómo su garganta se ondulaba mientras tragaba.

102 Luego se giró a la izquierda, inclinándose para recoger más.


Dejé que mis ojos recorrieran cada ondulación y línea sólida de su torso.
Músculos se movieron en su abdomen y su espalda baja mientras se enderezaba, y
solo noté que un fino polvo de vello salpicaba sus amplios pectorales.
No me molesté en ocultar mi evaluación mientras él acercaba sus piernas, sus
pies desnudos y sus largos dedos se curvaban sobre el suelo frío.
Extendió la mano con la copa hacia mí, y yo fruncí las cejas.
—Prefiero no beber el vino que ha estado asentándose allí, abierto para
cualquier encantamiento o hierbas envenenadas.
Raiden se lamió los dientes, luego se encogió de hombros y bebió el vino él
mismo antes de tirar el cáliz en el jardín detrás de mí y tomar asiento.
—Inteligente, supongo. Pero dime, seda< —Se inclinó más cerca, lo
suficientemente cerca para que los vellos que le espolvoreaban el brazo rozaran los
míos, su voz recordaba a la grava sobre la piel-. ¿No es tedioso no permitirse vivir
verdaderamente esta larga existencia nuestra?
Mis uñas arañaron la piedra cuando volví mi cara a la suya.
—Oh, vivo mucho, príncipe. Créeme.
Sus ojos se entrecerraron sobre los míos, sus gruesas cejas arrugándose.
—Te creo. Aunque sé de buena fuente que no has buscado un amante desde
que llegué.
Tendría que cortar el dedo de quien le estuviera dando información y
metérselo por su estúpida garganta.
—Entonces tienes que encontrar una nueva fuente. —Me acerqué, mis labios
a un pelo de los suyos—. Porque te están mintiendo.
Su aliento retrocedió, y luego se desplomó caliente sobre mi boca, oliendo a
vino con sabor a bayas.
—De todas las mentiras que he oído, las tuyas son, de lejos, las más dulces.
Pestañeé, y entonces sus manos estaban ahuecando mi cara y sus labios
acariciando los míos. Fue un mero toque, una burla, y luego se puso de pie y me
jaló consigo.
—Camina conmigo.
—Tengo invitados a los que tengo que mirar por lo menos.
Raiden sonrió, su mano áspera y suave mientras me arrastraba con él hacia

103 las puertas del castillo.


—Todavía estarán aquí. —Miró a las fuentes, a la gente bailando y
holgazaneando en grupos a su alrededor—. Hasta que salga el sol, por lo que
parece.
Cedí, y pronto, estábamos atravesando las puertas y alejándonos por las
calles empedradas.
La colina era empinada, y yo no llevaba zapatos, pero agradecidamente
Raiden disminuyó su ritmo al pasar por puestos de comercio metidos en esquinas
salpicadas con maleza, ventanas oscuras, y dirigiéndonos hacia avenidas aún más
oscuras.
—El centro está en esa dirección —dije, señalando una calle de carros hacia la
calle principal que lleva al castillo.
—Eso está bien.
Le fruncí el ceño a su espalda mientras seguía arrastrándome por los
callejones.
Los murmullos de “Alteza Real, Princesa y Príncipe” nos seguían a cada
paso, pero no nos detuvimos, lo cual me alegró. No porque pensara que estaban
por debajo de mí. Sabía que lo estaban. Sino porque detestaba las charlas y prefería
no fingir interés en personas y criaturas que no me interesaban en absoluto.
Habíamos llegado al extremo oeste de la ciudad antes de que Raiden bajara la
velocidad fuera de una húmeda y abollada estructura llamada Cursed Pints.
—Me imaginé que preferirías no volver a unirte a mí en el sótano. —Raiden
me rodeó mientras estaba de pie ante tres escalones caídos—. Así que una taberna
es lo que será.
—Podríamos haber tomado uno de los<
Se detuvo ante mí, levantó un dedo.
—Ah, pero eso es costumbre. Esto —señaló al edificio, si se puede llamar
así—, no lo es. Y me muero por verte beber una pinta.
—¿Quieres decir cerveza?
Raiden se rio, y yo parpadeé mientras estudiaba sus mejillas, sus dientes
perfectos y sus ojos brillantes.
—El hecho de que necesites preguntar eso significa que hemos tomado la
decisión correcta al venir aquí.
Alcé una ceja, medio deseando que su mano estuviera todavía en la mía.

104 —Yo juzgaré eso. —Lo empujé con el hombro al pasar y con cuidado subí las
escaleras y entré por las puertas dobles.
Mis ojos crecieron cuando la decadencia dio paso a los candelabros y a las
encimeras blancas y brillantes.
Personas de la realeza y mestizos se mezclaban bailando en el centro de la
habitación o se amontonaban y se envolvían alrededor de las sillas del salón y las
tumbonas que lo bordeaban. Detrás de una encimera que se extendía por todo el
gran espacio, un macho con el cabello índigo y ojos verde mar inclinó la cabeza y
nos guiñó el ojo mientras secaba un vaso con un trapo rosa.
—La mirada en tu cara —dijo Raiden, la risa cubriendo cada sílaba—, no
tiene precio.
—¿Dónde estamos?
Levantó dos dedos al camarero.
—Exactamente como decía el cartel: Cursed Pints.
—¿Esto está permitido? —Le lancé una mirada acusadora.
Frunció el ceño.
—Ha estado aquí durante varios cientos de años. Sí, está permitido. Es una
taberna, seda. No un burdel escondido.
Los burdeles estaban permitidos en el reino, pero no en el barrio del castillo o
entre los pueblos. Normalmente se instalaban fuera de la vista, pero normalmente
a distancia de los caminos más transitados.
—Príncipe —Lo llamó uno de los hombres en un diván junto al fuego
crepitante—. Ha regresado.
Entrecerré los ojos al rubio de pelo largo y a la mujer que estaba a su lado.
Eran de la realeza.
—Adran —dije.
Sus aburridos ojos se dirigieron hacia mí.
—Prima.
La mujer que estaba a su lado era una nueva adición, y aunque tenía
curiosidad, no lo revelé.
Raiden chocó sus manos.
—Ven, siéntate. —Con una mano en mi espalda, me llevó a los sillones frente
a mi primo y su compañera, una pequeña mesa de cristal entre nosotros.
La morena me miró un momento y luego agachó la cabeza.
105 —Es un honor, princesa.
—¿Quién eres? —Bueno, hasta allí llegaba mi indiferencia.
Raiden agradeció al camarero que le había entregado dos jarras de cerveza en
una brillante bandeja de plata. Hizo una reverencia, y luego se retiró.
—Aún tan descarada —dijo Adran—. Esta es Amelda, mi prometida.
—¿Tu prometida? -Casi escupí. La sonrisa de Raiden era como un bicho que
quería aplastar, zumbando sobre mi perfil mientras miraba a Adran—. ¿Sabe tu
madre de esto?
Adran agitó una mano, luego se tiró la camisa dorada del pecho, con los
caninos reluciendo.
—Madre está demasiado ocupada con el amante número nueve para
preocuparse por otra cosa.
Sarine era la hermana de mi madre, pero desde su muerte, eligió no aparecer
en la corte a menos que tuviera que hacerlo. Como muchos otros. Si pensaba que
mi padre no se daba cuenta, estaba muy equivocada. Como nuestro árbol familiar
no se extendió mucho estos años, no se veía bien que nuestros pocos parientes se
ausentaran cuando lo deseaban.
—Sarine necesita tener cuidado —le advertí.
—¿Una amenaza? —Adran tomó un trago de lo que parecía ser licor
saborizado—. Bebamos un poco más antes de que empiecen los juegos previos.
—Sigues siendo un idiota.
Sonrió, con la mano de la bebida moviéndose hacia fuera.
—Y sigues siendo una hermosa perra de hielo.
Raiden gruñó.
—Eso es suficiente.
Todos los ojos se dirigieron a él, y me sorprendí al ver que le crujían los
dientes y tenía apretados el cuello y la mandíbula.
—¿Cómo conociste al príncipe? —le pregunté a mi primo.
Su prometida respondió.
—Vino a tomar una copa hace unas noches cuando nos íbamos.
Estudié su tez dorada y el turquesa de sus ojos. Bonito, supongo, aunque
Adran solía preferir a sus mujeres de pecho más grande.
—¿Y a menudo encuentras a tus hombres en las tabernas, Amelda?

106 Su expresión se aplanó y Adran deslizó su brazo alrededor de sus hombros.


—Ella es del Reino del Sol. Nos conocimos hace unos meses cuando ella
estaba< trabajando.
Me volví hacia Raiden, que inclinó un hombro.
–Amelda es una emisaria de tu servidor.
Fingí estar encantada y me incliné hacia adelante.
—¿Así que sabes lo que se siente al poner su polla dentro de ti? Comparte.
Sus ojos se abrieron de par en par y Adran se puso tenso.
—Cuida tu lengua, prima.
—¿O qué? —Me senté, con las uñas golpeando sobre el borde de madera del
reposabrazos de terciopelo.
Raiden suspiró. Sacó algunas monedas de su bolsillo, las tiró sobre la mesa y
luego me puso de pie.
—No puedo llevarla a ninguna parte.
Lo miré mientras estiraba una mano hacia el camarero, mi primo y su
prometida nos miraban con miradas de desagrado.
—No lo negaste —dije una vez que atravesamos las puertas. Arranqué mi
mano de la suya mientras bajábamos los gastados escalones de la húmeda calle.
Raiden se rio y siguió caminando.
—¿Qué? —Lo seguí, sin saber qué le parecía tan divertido de todo esto.
Se detuvo cuando llegamos a una zapatería abandonada, su cartel
descolorido oscilando en la brisa débil.
Raiden le echó una mirada, y luego a mí con una mirada que me hizo apretar
las manos.
Entonces el cartel cayó a la calle, partiéndose en dos.
—Estás loca. ¿Lo sabías?
—No es mi culpa que te hayas prostituido demasiadas veces.
Giró, su pecho desnudo iluminado bajo la luz de la luna que se deslizaba
entre las fachadas de las tiendas.
—He vivido treinta veranos más que tú, princesa. He metido mi polla en
muchas mujeres. Señalar en quién no me convierte en un puto; solo sirve para
hacerte parecer celosa, infantil y cruel.
Sus palabras me abofetearon, balanceándome donde estaba.

107 —Podrías follártela ahora mismo por lo que me importa, que no lo hace.
Serás mi marido, no mi compañero de cama.
Raiden camino hacia mí, cada paso que daba era cuidadoso y estaba lleno de
tensión.
—¿No te importa?
—Detesto repetirme, príncipe.
Un tono mordaz llenó su voz.
—No me besas como si no te importara.
—Te he besado dos veces. —Me reí—. Eso no significa nada. Solo estaba
llevando a cabo una evaluación. Si hubiera sabido que actuarías como un cachorro
llorón, me habría abstenido.
—Significa todo.
—Solo cállate. —No podía creerlo—. Mira, peleamos más de lo que hablamos.
Hemos terminado aquí. Te veré cuando sea el momento.
—Audra, no te vayas.
No lo miré y me seguí moviendo hacia adelante.
—Como si pudieras detenerme.
Y luego lo hizo. Mi velocidad no era rival para la suya. Un segundo después,
me detuvieron sus manos rodeando mi cara.
—Eres exasperante.
—Tú eres el exasperante.
Sacudió la cabeza, con los labios temblorosos mientras sus ojos bailaban sobre
mi cara. Lentamente, sentí que mis rasgos se relajaban.
—No hemos terminado aquí. —Me besó en la frente, y luego me arrastró de
nuevo por la calle.
—¿Por qué haces eso? —pregunté, ignorando a un chico que intentaba
vendernos dulces cuando llegamos al centro.
—¿Hacer qué? —Raiden se detuvo y le dio al niño tres monedas, luego tomó
dos pasteles escarchados y me dio uno.
Lo olí, y al no encontrar nada nefasto, le di un mordisco.
—Besarme.
—Porque quiero.
La fresa y el chocolate encendieron mis papilas gustativas, y me tragué el
108 paraíso esponjoso.
—Esa no es una razón.
—Lo es. —Se metió todo el pastel dentro de la boca, con las mejillas
abultadas.
Contuve mi risa, y me lamí el pulgar.
—No lo es.
Casi había terminado el glaseado tan dulce como agrio, cuando intentó
desarmarme de nuevo.
—Porque tienes una cara que necesita ser apreciada. No solo por lo que es,
sino por lo que toma de tu interior. Necesitas que te besen dónde eres más
hermosa.
—Para contrarrestar donde soy más fea —terminé su pensamiento
persistente.
—Audra< —Me agarró la muñeca fuera del mercado de pescado vacío.
—Está bien. No necesito palabras tiernamente escogidas, príncipe. —Me lamí
el glaseado restante de mis dedos—. Solo sirven para hacerme enojar.
—No eres fea por dentro —dijo—. Solo eres<
—Yo soy yo —dije con fría finalidad—. Soy solo yo. Te guste o no, pero no te
atrevas a intentar cambiarlo o decir que no eras consciente.
Pestañeó, luego asintió, metiendo las manos en los bolsillos mientras nos
acercábamos a las escaleras que conducían a los muelles de la bahía. Fluía en dos
direcciones, hacia el mar y bajo el puente de la pequeña ciudad, donde corría
cuesta abajo hacia las cuencas y cascadas que alimentaban los ríos de los valles.
Parches de hielo coronaban las orillas, arrastrándose sobre las capas de musgo que
marcaban la costa.
Me incliné sobre la barandilla helada, mirando la arena húmeda de abajo. Me
preguntaba si el príncipe a medio vestir del Reino del Sol tenía frío o si su magia lo
mantenía caliente.
Echando un vistazo a Raiden, lo encontré mirando al frente.
—Mira —dijo, señalando algo en la distancia.
Entrecerré los ojos ante los pocos barcos de pesca y las velas de un barco
solitario.
—¿Qué pasa con ellos?
109 —Ellos no. —Me jaló cerca, rodeando mi cintura con un brazo—. Ellas —
susurró.
Un chapoteo resonó en la cala donde las montañas, separadas por un trozo de
agua lo suficientemente grande como para que un barco navegara con cuidado,
casi se tocaba.
Sirenas.
—Han vuelto.
La mano de Raiden me apretó la cadera.
—Mis padres las vieron cuando estuvieron aquí. Dijeron que no las habían
visto en más de doscientos años.
—Eso no significa que hayan desaparecido. —Las había visto antes.
—No —estuvo de acuerdo Raiden—. Solo se escondían, tal vez.
En silencio, ambos reflexionamos sobre por qué podría ser, y sentí mi cuerpo
inclinarse hacia el suyo.
—Mi madre juró que una vez vio una de cerca.
Raiden tarareó.
—¿En serio? ¿Qué dijo de la experiencia?
—Habían estado nadando, y ella dijo que arrastró a Sarine de vuelta a la
orilla y corrieron por sus vidas.
—Eran unas niñas.
Intenté recordar si eso es lo que había dicho, pero todo lo que pude ver fue el
azul cristal de sus ojos, y la forma en que su corazón a veces brillaba en su sonrisa.
—Cinco y siete veranos, creo. —Aclaré mi garganta—. Se rumorea que tienen
dientes hechos de huesos.
—Y colas hechas de pelo humano —dijo Raiden.
—Me gustaría conocer a una, creo.
Se rio, el sonido se calmó mientras se dirigía al muelle y a los habitantes de la
ciudad detrás de nosotros.
—¿Y qué harías si lo hicieras?
—Hacer algunas preguntas, supongo.
—¿Qué preguntas le harías a una?
—O a uno —dije.
—No hay hombres. Eso no es más que un rumor que se cuenta en los cuentos
110 eróticos.
—Los hay. No se puede mantener una especie viva sin reproducción.
Su mano se convirtió en un horno pegado a mi cadera, su hierro de agarre
caliente.
—Bueno, eso es verdad. —Las palabras eran duras—. ¿Qué le preguntarías a
él o a ella?
—Donde han estado. Lo que hacen todo el día y la noche. ¿Comen pescado o
carne? ¿O ambos? ¿Pueden hacer que un hechicero les dé piernas? ¿Cambian sus
colas a<? —Me detuve cuando encontré a Raiden sonriéndome—. ¿Qué?
—Nada. Sigue adelante.
Fruncí el ceño.
—No. ¿Qué pasa?
—Nada, de verdad. —Me rozó un pulgar en el labio y luego lo chupó—.
Glaseado. Y yo< bueno, no me di cuenta de que me gustaría tanto oírte hablar.
Sentí que mi pecho se inflaba, y luego nos dirigió sobre el muelle hacia la
calle principal de la ciudad.
—¿Qué más te anima tanto?
Mantuve mi mirada hacia adelante y lejos de cualquiera de la ciudad que nos
reconociera y se inclinara.
—Chocolate, caballos, furbanes, mi colección de dagas, novelas, rosas, guiso
de carne, baños de burbujas hirvientes< —Hice una pausa—. Podría continuar.
Me animó a hacerlo mientras nos acercábamos al castillo, poniendo en mis
listas muchas de las suyas.
Caballos, pollo condimentado, champiñones salteados, pastelitos, sus amigos
de la infancia, lobos, programas de entrenamiento y ajedrez.
—¿Lobos? —pregunté, caminando alrededor de una pila de granizo que
rezumaba en un desagüe—. ¿Cómo en la oscuridad puedes llamar mascota a un
lobo?
—No son mascotas. —Asintió con la cabeza a los guardias que abrieron las
puertas para que entráramos—. Son amigos.
—¿Cómo les va en un clima tan duro?
—No viven allí —dijo, alejándome de una pareja que se reía, incluso cuando

111 cayeron al suelo, sus copas de cristal se rompieron en pequeñas manchas rojas y
brillantes—. Viven aquí a lo largo de la frontera.
Eso me llamó la atención mientras me preguntaba cómo un príncipe del Sol
del sur se hacía amigo de los lobos del noreste.
—Ahí está.
Me quedé fuera de las puertas del salón del trono al oír la voz de mi padre
acercándose.
—Padre. —Hice una reverencia—. Te ves muy bien para setecientos veranos.
Su sonrisa era deslumbrante, pero sus ojos te hacían detenerte y preguntarte
si tales profundidades sin fondo mantenían un alma dentro. A veces, juré que lo
hacían, pero cualquier prueba era rara de hallar.
Me dio palmaditas en las mejillas y luego me dio un beso en la cabeza,
susurrándome:
—Tu ausencia no ha pasado desapercibida.
Me abstuve de tensarme y me volví hacia Raiden, que miraba a mi padre con
una expresión cuidadosamente en blanco. Sonrió cuando le hice un gesto.
—Raiden pensó en mostrarme algo de la ciudad que de alguna manera me
había perdido.
Raiden hizo una reverencia.
—Tyrelle.
La mirada de mi padre se posó en Raiden por un momento, y luego rompió
en otra sonrisa y le dio una fuerte palmada en la espalda.
—Conociéndose el uno al otro. Bien. Gobernar puede ser agotador. Gobernar
juntos será difícil, sobre todo si no pueden encontrar la manera de llevarse bien
fuera de la habitación.
—Padre —le advertí.
Se rio.
—Ven, ven —Movió su brazo hacia el salón del trono—. Baila y bebe y
retírate cuando la luna lo haga.
Lo seguimos hasta el salón del trono, donde se sentó en el estrado de oro con
corteza de espinas que daba a la multitud.
Cuerpos se mecían alrededor de nosotros, cantando y bailando y mucha piel
estaba a la vista. La orquesta se sentó en una grieta lejana de la sala, sus

112 instrumentos brillando bajo la luz del fuego, y su música atravesando las paredes
para entretener a los fiesteros en cada espacio.
Raiden tomó mi mano en la suya, y me reí mientras me hacía girar y luego
me balanceaba contra su pecho. Mis manos se toparon con él, y al sonrojarme,
absorbí el calor y la suave textura de su piel en la mía mientras lo miraba bajo mis
pestañas.
—Tu tacto arde —dijo, tan bajo como si no hubiera querido decirlo en
absoluto.
—Y el tuyo derrite —dije, sin importarme si alguien en la habitación me
escuchaba.
Me acercó y me tarareó la hechizante melodía en el pelo. Lentamente,
presioné mi mejilla en su pecho y abracé su espalda baja.
Nunca antes había sabido qué era abrazar antes de eso. Nunca supe lo que
era que alguien te abrazara tan tiernamente que temieras que te derrumbaras en
fragmentos de lo que una vez fuiste sin que te tocaran.
Miré hacia arriba mientras la canción cambiaba, sorprendida y confundida, y
dejé que mis ojos se desviaran sobre las muchas caras de la habitación.
—Necesito un trago.
—Te conseguiré uno —dijo Raiden—. Espera aquí.
Me acerqué a la pared más cercana, mirando a mi padre, que se frotaba la
cara en el pecho de una mujer. Su marido estaba de pie a su lado, incapaz de
ocultar su disgusto.
Arranqué mi mirada y traté de buscar a Raiden. Estaba en las puertas
exteriores, tomando bebidas de un camarero. Un grito hizo que sus ojos brillaran y
se movieran hacia donde yo estaba.
Cerré los míos, aspiré largamente, y lentamente los volví a abrir en dirección
a mi padre.
Había inclinado a la mujer sobre su trono, y su mano estaba entre sus piernas.
—Si vas a fruncir el ceño, Marteen, te daré algo por lo que merezca la pena
fruncirlo.
Desabrochándose los pantalones, se metió a la fuerza dentro de la esposa de
Marteen.
Nadie pudo detenerlo. Nadie se atrevería. Todos sabían que el costo sería una
muerte inminente. O algo mucho peor.
Sentí como si mi columna se quebrara, y miré hacia otro lado mientras los

113 chillidos de lady Quillion se convertían en gemidos de placer. La mirada de Raiden


encontró la mía, pero no pude leer la suya. Sus hombros estaban rígidos, sus
manos se blanqueaban por el apretado agarre de las dos copas.
Los cuerpos se movían, bloqueando mi línea de visión, la excitación y el asco
pesaban en el aire.
Queriendo alejarme de la estática que llenaba mi cabeza, me dirigí hacia las
puertas que llevaban a mis habitaciones mientras buscaba a Raiden.
No lo encontré por ningún lado.

—¿Dónde está Casilla?


No me atreví a abrir los ojos. Demasiado conmocionada, demasiado
desconcertada, demasiado enferma en mí alma.
La audacia de preguntar por ella cuando acababa de derramar mis entrañas
ante él< no tenía palabras.
Casi no le respondí.
—No estabas escuchando.
Los barrotes de su jaula sonaron cuando los sacudió, su voz lo
suficientemente fuerte como para llamar a los guardias apresuradamente.
—Si la has herido. Si siquiera la has<
Me senté, y sus palabras cesaron con un movimiento de mi mano.
—Me canso de ti. Tanto que —deslicé una mirada aburrida sobre su cuerpo—
, me pregunto qué es lo que vi en ti en primer lugar.
Hice un gesto a los guardias para que se fueran mientras bajaba de la mesa,
sintiendo mis huesos frágiles por los días de cabalgata y el uso de la magia. Mis
pies golpearon contra el suelo, mi camisón fluyendo hacia los lados y hacia abajo
para encontrarse con mis tobillos.
—Si estoy aquí por la muerte de tu padre, desearía haber sido yo quien lo
mató.
Me detuve, la risa burbujeando en el interior antes de dejarla rodar por mi
cuerpo y salir de mi boca.
—Duerme bien, príncipe.

114 —Espera —me llamó, haciendo sonar su jaula una vez más—. ¡Maldita sea,
espera!
Me detuve fuera de su línea de visión.
—¿Por qué debería hacerlo?
—¿Cuándo sucederá?
Vi a una rata corriendo por el suelo.
—¿Supongo que te refieres a tu muerte? —Se detuvo y me miró con pequeños
ojos brillantes, y luego corrió hacia un agujero en la pared de la celda más cercana
a las puertas.
—Sí.
—Ya sabes la respuesta a eso. —Lo dejé y asentí a Azela—. Que alguien me
llame si tiene más alucinaciones. —Después de lo que le pasó a Berron, olvidé
abordar el tema con Truin e hice una nota mental para hacerlo la próxima vez que
la viera.
Al llegar al pasillo de mi habitación, pasé los dedos por encima de la fila de
vidrios de colores, sintiendo el frío mordiéndome la piel. Lo acogí, dejándolo
penetrar en mis poros y rejuvenecer lo que estaba cansado y vencido.
Las puertas se abrieron con un pensamiento, y entré, haciendo que se
cerraran en silencio cuando vi al Lord del Este tendido en su estómago sobre las
sábanas.
No estaba de humor para jugar, así que me deslicé cuidadosamente bajo el
edredón y me di la vuelta. Viendo la luna arrastrarse por su amplia espalda, noté
sobre ella la gruesa línea de cicatrices que corría paralela a otra, y los músculos que
parecían apretarse debajo, incluso mientras dormía.
Antes de lo que esperaba, los pensamientos de lo que podría haber sido y lo
que nunca debería haber sido me siguieron hasta un sueño sin descanso.

115
Diez
R
ozado por la leve brisa, el letrero de madera grabado chirrió en sus
bisagras.
Cursed Pints no parecía diferente a la primera y última vez que
había entrado en el engañoso y ennegrecido sitio con puertas
húmedas. Asentí con la cabeza a Ainx y Azela, indicando que se quedarían en la
calle con olor a lluvia.
La madera protestó debajo de mis botas cuando subí los escalones y crucé el
delgado porche, abriendo las puertas. El interior era muy parecido, solo que esta
vez, no me sorprendieron los sillones y las tumbonas blancas, la cristalería brillante
116 y las mesas para sentarse, ni la reluciente extensión blanca de la barra.
El camarero y el dueño, que ahora sabía que se llamaba Eli, bajó la cabeza
cuando me vio. Se acercó con pantalón de cintura alta y una camisa manchada en
blanco y negro con tirantes. Su cabello oscuro parecía cambiar de tonos azules
debajo de los globos de luz que colgaban de los candelabros en el techo.
Me apoyé contra la pared junto a la puerta, agradecida de que el bar estuviera
vacío de clientes hasta después del mediodía.
—Majestad —murmuró, con un brillo cuidadoso en sus brillantes ojos
verdes—. Ella todavía está donde sus guardias la dejaron en el sótano, pero debo
preguntar si<
—¿Ha estado causando problemas?
Sacudió la cabeza.
—No exactamente, pero ella es<
—¿Ha estado preguntando por él?
—Sí, aunque es extraño —se apresuró a decir. Incliné mi cabeza,
permitiéndole continuar—. Ella come todas sus comidas y se lava cuando está
permitido, pero de lo contrario, en realidad no actúa como una prisionera debería.
Dejo que eso se asiente dentro de mi mente, absorbiéndolo lentamente. La
necesidad de descubrir más sobre esta mujer se convirtió en una quemadura que
quería calmar.
—Interesante —le dije—. ¿Dónde está la llave?
Las cejas de Eli se levantaron.
—¿Quiere liberarla?
Me reí.
—Oh no. —Me acerqué y le palmeé el brazo—. Deseo encarcelarla en la
oscuridad, pero todavía no.
Ante eso, la piel casi translúcida de Eli palideció aún más. Tragó saliva y le di
otra palmadita en el brazo.
—La llave. Date prisa.
Se escabulló detrás de la barra, y yo deambulé sobre el piso de madera
barnizada para arrastrar mis dedos sobre las piedras preciosas que se exhibían en
un estante blanco. Nunca había tenido un gusto por demasiadas joyas, pero
codiciaba las cosas buenas.
Un brillo me llamó la atención a una piedra de zafiro.

117 Tomé la llave de Eli, sonriendo al ver cómo luchaba por encontrar mi mirada.
—Muchas gracias.
Asintió, retrocediendo un paso y moviendo la cabeza.
—Si necesita algo<
—¿Dónde encontraste las piedras?
Eli las miró y se rascó la barbilla sin pelo.
—Son de Los Acantilados, majestad. ¿Le gustaría una? Elija la que guste.
Puedo empaquetarla<
Levanté la mano.
—No. Está bastante bien. —Mi interés en ellas decayó y murió. Pasé junto a él
hacia el pasillo en el lado derecho de la barra, las sombras me tragaron hasta que
llegué a la última puerta al final.
Estaba hecha de hierro, probablemente para proteger mejor los galones de
vino, licores, cerveza y las diosas sabían qué más. Presioné la lleva contra el
agujero y escuché que el mecanismo se desenclavaba, el metal rechinando sobre el
metal y luego una bocanada de aire.
Indudablemente pesada, agité una mano para abrirla. El polvo y las manchas
de pintura pulverizaron el aire cuando se estrelló contra la pared. Me moví por el
pequeño rellano hasta las escaleras y descendí, metiendo la llave dentro de un
bolsillo oculto en mi vestido de terciopelo esmeralda.
Esperé hasta llegar al fondo donde se balanceaba una pequeña linterna antes
de cerrar la puerta. Se apilaban barriles, cestas y cajas en cada esquina y contra
cada pared de la habitación. Me trasladé al centro donde una jaula, más pequeña
que la que tenía a su amado, se asentaba.
Ella ni siquiera levantó la vista cuando los tacones de mis botas lucharon por
resonar en el piso polvoriento.
—Finalmente decidiste visitar. —Su voz era dulce. Engañosa en la forma en
que era a la vez gentil y feroz.
—Casilla —dije, sintiendo el nombre rodar por el borde de mi lengua—.
Dulce y estúpida Casilla.
No dijo nada, ni siquiera se movió mientras me acercaba.
Sus faldas hechas en casa estaban hechas jirones sucios, rasgadas alrededor
del dobladillo. Al igual que su blusa blanca de campesina, sus volantes y botones
de perlas sucios de color marrón. Su cabello rojo todavía era luminoso, pero las
118 raíces y los rizos estaban cubiertos de grasa.
Mirando alrededor, señalé un tambor vacío, lo atraje y volteé mientras me
sentaba ante ella.
—Me temo que he estado ocupada.
Sus delgados hombros se tensaron, y supe que estaba allí, gritando para salir.
La pregunta por el bienestar de su amado.
Mi mano se acurrucó en la suavidad de mis faldas mientras mis codos
descansaban sobre mis rodillas.
—¿Cómo encuentras el alojamiento?
—Podría usar un baño adecuado y algo de ropa nueva, pero aparte de eso, es
mejor que trabajar todos los días en las cocinas de los mineros.
La insolencia.
Me incliné hacia adelante y arrastré una uña por el recinto de metal.
—¿Qué tal si cuando me hablas, me haces la cortesía de mirarme? —Golpeé la
jaula con la uña. Se sacudió. El fuerte ruido, la pequeña muestra de lo que podía
hacer, inclinó su cabeza hacia arriba y sus ojos grises se abrieron de par en par—.
Soy, después de todo, tu reina.
—No sirvo a ninguna reina. —Sus ojos se humedecieron cuando sus labios
rosados y agrietados se tensaron—. Soy una de los exiliados.
Me reí, bajo y controlado.
—Querida —dije—. ¿No te das cuenta que aquellos en Los Acantilados
todavía están bajo la jurisdicción real? Principalmente alberga delincuentes a los
que se les dio una última oportunidad para demostrar que se merecen su miserable
excusa de vida, así como las de sus socios e hijos de dichos delincuentes. —Apreté
mis labios—. ¿Entonces que eres? ¿Una criminal? ¿O el engendro de uno?
Una pequeña inclinación en sus labios, y luego sus ojos brillaron mientras
recorrían mi rostro.
—Todo el mundo sabe que la única verdadera criminal en este reino eres tú.
Me puse de pie, el tambor crujió contra el concreto cuando el viento me rodeó
el cabello, ondeando mis faldas y tragando a Casilla en sus garras.
Ella jadeó, sus manos arañando su garganta.
—Menos charla, más negocios. —La puse de pie, sonriendo mientras
tropezaba con sus pies descalzos sucios—. ¿Qué te dio la idea de que podrías
casarte con un rey exiliado? Mi esposo, para ser precisos.
119 La solté, y ella cayó como un saco de grano, golpeándose la cabeza al costado
de la jaula.
Hizo una mueca, dándose palmaditas en la parte posterior de su cabeza, la
sangre manchando su palma.
—Él no es tu esposo. Nunca se suponía que fuera tu esposo.
—¿En serio? —Agarré la jaula—. Qué curioso. Por favor, dime por qué
piensas esto. —Mi tono rezumaba dulzura mientras trataba de matarla donde
estaba parada con mi mirada sola.
—Él nunca te amó, lo que se hizo evidente antes de que lo exiliaras. —Se puso
de pie con las piernas temblorosas, haciendo todo lo posible para mostrar que no
tenía dolor—. En cualquier caso, lo tiraste. No puedes esperar que pase el resto de
su vida solo.
—No tenía tales nociones, niña estúpida. Pero compartir una cama con otra
mujer es una cosa, mientras que comprometerse de por vida es otra
completamente distinta. Es traición. Se les advirtió a todos que mantuvieran su
distancia cuando los guardias lo trajeron.
—Sí, bueno, muchos de tus soldados tampoco te quieren mucho. Solo miedo
y odio —escupió—. Es posible que desees hacer algo al respecto.
—Pequeña< —La estrellé contra el costado de la jaula, manteniéndola
suspendida allí con rabia sola mientras sus piernas se balanceaban y pateaban para
alcanzar el suelo.
—Estás loca. —Jadeó—. ¿Por qué crees que alguna vez te amaría en primer
lugar?
—Oh, ahora solo me estás incitando. —Mis labios se torcieron. Recogí todo lo
que había en el cubo más cercano a mí, probablemente su propio excremento, y lo
envié navegando hacia su cara.
Sus ojos y boca se cerraron cuando lo que parecía y olía a orina salpicó su
nariz y labios. La dejé caer, y cayó al suelo duro con un golpe, luego forcé su boca a
abrirse y envié sus propios fluidos corporales.
Gritó, farfullando y tosiendo hasta que me aseguré de que cada gota del
balde estuviera ahora en un pequeño y agradable viaje hacia su estómago.
—Todos en ese pozo negro cubierto de polvo sabían que estaba fuera de los
límites. Incluso tú, mi pequeña traidora estúpida. Entonces dime, o te terminaré
ahora mismo. ¿Qué te hizo pensar exactamente que podrías ir en mi contra?
Estaba demasiado ocupada asfixiándose para responder, así que me apoyé
120 contra las barras de metal e inspeccioné mis uñas, temiendo haber podido romper
una cuando la golpeé antes. Afortunadamente, estaban bien. Cuando dejó de
jadear, comencé a caminar lentamente a su alrededor.
Vueltas y vueltas, hasta que finalmente se dio por vencida en seguir mis
movimientos y miró la linterna que se balanceaba sobre su cabeza, con la cara
húmeda y el pelo goteando.
—¿Realmente quieres saber?
—No, preferiría matarte, pero me gusta tener mis razones. Le ayuda a uno a
dormir mejor por la noche.
—Estoy segura —murmuró.
Me detuve y ella dijo rápidamente:
—Amor.
Después de mirarla con las cejas fruncidas, me reí de nuevo, el sonido
enloquecido y seco. Luego, hice un gesto a la jaula y comencé a arrancar mechones
de su cabello, un tirón de demasiado viento a la vez.
Ella gritó, moviendo sus manos hacia su cuero cabelludo para tratar de
detenerlo.
—Déjame contarte una historia sobre el amor, pedazo de suciedad de
alimaña. —Comencé a caminar de nuevo, el sonido de sus gritos me estimulaba—.
El amor no es más que una droga que engañará a tu corazón para acceder a tu
alma. Se filtra dentro y te envenena, intenta deshacerse de tu existencia.
Mi intestino comenzó a agitarse, mi respiración se aceleró. Forcé mi magia a
quedarse quieta y aspiré profundamente. Me tenía que ir. Tenía que irme o la
mataría.
Y no podía hacer eso todavía.
Sus silenciosos sollozos me persiguieron escaleras arriba mientras los subía
lentamente. La puerta se cerró detrás de mí, y sin decir una palabra, arrojé la llave
de Eli en la barra, luego recogí mis faldas en la mano mientras salía al frío helado.
Mis párpados bajaron cuando me detuve al pie de las escaleras y volví la cara
hacia el cielo.
Gotas de lluvia helada golpearon mi piel y se deslizaron por mis mejillas,
hundiéndose dentro de mis poros.
—¿Majestad? —me llamó Ainx con preocupación en su tono.
Pero me quedé de pie allí, la brisa y la lluvia un consuelo contra el infierno

121 amenazando con envolverme.


Solo miedo y odio.
Cuando estaba segura que mi voz no me traicionaría, abrí los ojos, eché los
hombros hacia atrás y seguí calle abajo.
—Necesito ver a Truin.
—¿Qué pasa con la mujer, mi reina? —preguntó Azela.
Fue entonces cuando me di cuenta de que no había extraído nada de mucha
utilidad de la perra traidora.
—Ella no es una mujer. Ella no es más que una asquerosa y tonta humana.
—¿Sabía ella de su decreto con respecto a<? —No quería decirlo.
Unas pocas calles cuesta abajo, volvimos a caer en el ajetreo del centro, la
gente se separó una vez que se dieron cuenta de que estaba en medio de ellos.
—Basta de preguntas. Ella lo sabía, y lo hizo de todos modos.
Ainx gruñó, y por eso, le di una pequeña sonrisa sobre mi hombro.
Sabía de las opiniones menos que estelares de la gente sobre mí. No estaba
tan absorta en mí misma para no prestar atención. Simplemente no me importaba.
Era quien era y, naturalmente, a muchos no les gustaría eso. De todos modos, fue
bueno saber que no todos me detestaban. Algunos parecían respetarme desde un
lugar que no tenía nada que ver con el miedo, y todo que ver con conocerme.
Un monstruo, sin duda. Pero no siempre.
Truin vivía junto al mar en un pequeño departamento ubicado entre una
panadería y una herrería.
Estaba en la puerta antes de que pudiera llamar, y de nuevo dejé a Azela y
Ainx en la calle.
—Tuve un sueño —dijo mientras cerraba la puerta detrás de mí, y subí los
estrechos escalones. Fue bueno que dejara a Ainx afuera, o de lo contrario tendría
que haber subido de lado como un cangrejo porque sus hombros eran demasiado
anchos.
Una delgada puerta roja con mirillas innecesarias en forma de cada fase de la
luna se abrió para revelar una gran sala. La cama de Truin era un colchón lleno de
paja, adornado con oro y verdes en su lugar junto a la ventana en el rincón del
apartamento.
Un mapa del continente estaba clavado en la pared sobre un escritorio de
roble curvado. Rollos, tinteros y plumas dispersos sobre la superficie rayada. Su

122 cocina no era más que una encimera con fregadero y horno pequeño. Raramente lo
usaba a menos que estuviera preparando pociones y remedios. Le pagaban bien
por su servicio a la corona, y por sus ayudas curativas y tónicos de fertilidad.
Frascos de insectos, hierbas, tierra, arena e incluso oro se encontraban en filas
desiguales sobre el alféizar de la ventana y sobre cada superficie disponible de la
pequeña encimera.
Agarró un gran cojín redondo a cuadros y lo movió ante el fuego y luego se
sentó en uno manchado al lado.
—Estás aún más inquieta que la última vez que te vi.
Desenvolví la bufanda alrededor de mi cuello, suspirando mientras tomaba
asiento y la pasaba entre mis dedos. Cruzando las piernas, miré las pequeñas
llamas que bailaban sobre el hogar de bronce.
—Ella dijo que lo hizo por amor.
Truin solo tardó un momento en darse cuenta de a quién me refería.
—¿Su nombre?
—Casilla.
La mirada turbia de Truin se asentó sobre mí durante largos momentos.
—No la mataste.
—¿Mi decepción en mí misma es tan obvia?
Una pequeña risa salió de ella.
—No, solo pareces< un poco derrotada.
La seda brillante se enlazó entre mis dedos, girando y soltándose.
—¿Y qué hay de Raiden?
Solté un fuerte suspiro.
—Es por eso que estoy aquí. —La miré—. Se acordó de Zadicus. Y no solo
eso, sino que antes de partir hacia el Reino del Sol, se dice que tuvo algún tipo de
episodio. —Agité la mano—. Alucinaciones, aparentemente.
—¿Estaba físicamente mal? —preguntó.
Asentí.
Truin miró las llamas, la luz del fuego parpadeaba en sus ojos entrecerrados.
—¿Por qué recordaría a Zad pero no a mí?
Sus hombros se hundieron cuando me miró.

123 —No quiero molestarte, pero él te quería muerta.


Apreté los dientes, la bufanda se enroscó demasiado apretada alrededor de
mis dedos.
Truin continuó, su voz más suave.
—¿Es posible que lo recuerde, al menos lo suficiente, y que eso no haga la
menor diferencia?
—Para él —terminé por ella, frotando mi rostro, la seda suave sobre mi piel
caliente—. ¿Porque me detestaba tanto?
Truin se movió.
—No lo sé. Me gustaría creer, como estoy segura de que quieres, que nunca te
odió realmente. —Hizo una pausa—. Audra, ¿qué esperas obtener de esta
situación antes de que termine?
La verdad. O una verdad lo suficientemente retorcida como para contrarrestar
el daño causado a mi corazón por sus acciones.
Estaba en busca de mentiras bien hiladas e indetectables.
No dije ninguna de esas cosas cuando mis manos se deslizaron de mi cara.
—Quiero que me mire y vea lo que ha hecho. Que lo sienta todo y sufra bajo
el peso de su traición.
—Tal vez ese era tu plan, pero realmente, quieres que te diga que todo fue
una mentira. Un malentendido catastrófico.
Gruñí.
—Deja de ser tan perceptiva, maldita bruja.
Truin sonrió, suave y sabia, cuando la miré.
—Está bien, sabes. —Asintió—. Seguir amando a alguien que te destruyó. Tu
padre era despreciable. Él mató a tu madre, tomaría todo lo que tenía sentido de ti
si no tenías cuidado, y ni siquiera comencemos con los horrores que provocó, de
los cuales te hizo ser testigo de muchos, pero en el fondo, aún lo amabas.
Tenía razón.
Era mi mayor vergüenza y el mayor enemigo, todo en uno.
Truin hizo té y lo bebimos mientras veíamos morir el fuego antes de que ella
le pusiera un par de troncos más.
—¿Debería molestarme en intentarlo más? —Estaba empezando a
preocuparme porque me estaba volviendo transparente—. No quiero parecer una
imbécil desesperada.

124 Agarró mi mano dentro de la de ella, y miré sus pequeños dedos, observando
la forma en que luchaban por acurrucarse con los míos más largos.
—Pareces una reina que ha sido gravemente perjudicada, por lo que estás
tomando tu propia forma de justicia. —Levanté los ojos a su mirada feroz—. Como
todas las reinas verdaderas deben hacer.
Solo podía esperar que así fuera como lo vería cuando todo terminara.
Una hora después, mis botas golpearon el adoquín húmedo y volví a
envolver mi bufanda alrededor de mi cuello. Nunca había necesitado protección
contra el frío, pero necesitaba lucir fabulosa. Mis propias reglas, y adoraba
cumplirlas.
El sol estaba oscurecido por un grupo de nubes que pasaban, y deseaba más
nieve, no me gustaba la forma en que la humedad quería arañar mis huesos y
reducirme a un montón de papilla derrotada. Éramos un reino atrapado en el
perpetuo invierno, pero la temperatura solo bajaba hasta un punto antes de que
volviera a subir, lo que facilitaba el comercio y el camino para los barcos que se
deslizaban hacia nuestras costas.
Nadie sabía realmente por qué, aunque si le preguntabas a los muchos que
adoraban a las diosas, te harían llorar con cuentos sobre las personalidades de las
dos hermanas: luz y oscuridad, fuego y hielo, y cómo su amor mutuo, no
independientemente de sus diferentes opiniones y rasgos, era tan fuerte que
forjaba un mundo para que sus descendientes gobernaran.
Aunque era cierto que los poderes de la realeza nacieron de nuestras tierras,
tenía muchas dudas sobre el resto de esas tonterías. No sabía muy bien lo que
creía. Tal vez algún día, me importaría lo suficiente como para saber más sobre
este continente místico.
Si la gente alguna vez decide dejar de molestarme, por supuesto.
—¿Qué tiene ahí? —le pregunté a Azela.
—Pasteles dulces. —Sonrió a Ainx, que acababa de salir de la panadería—.
Los adora.
Dejé que comiera dos antes de agarrar la caja y arrojarlos a un montón de
nieve que se descongelaba.

125
Once
L
o vi dormir, escuchando el incesante goteo que venía de las estalactitas
escondidas en las celdas más profundas.
Siempre había dormido tan fácilmente. Me pareció extraño en los
días posteriores a su traición, ya que conté todas las veces que había estado dentro
de mí, y con qué facilidad nuestro acto amoroso lo serenaba para que durmiera en
paz. Extraño porque quería a mi reino, y a mí, aplastados.
¿Cómo puedes amar a alguien de manera tan convincente, con tanto empeño
en cada transacción, sabiendo al mismo tiempo que serías su perdición de todas las
maneras posibles?
126 Dormía ahora como lo había hecho entonces, como si ni siquiera una rata que
se arrastrara por su forma encorvada pudiera molestarlo.
Contemplé la posibilidad de despertarlo removiendo los barrotes del suelo y
lanzando la puerta sobre él.
Pero elegí empezar a hablar en su lugar. Dicen que los comatosos pueden
oírte dondequiera que estén al acecho en sus mentes. Tal vez era lo mismo para los
imbéciles dormidos.
De cualquier manera, no me importó particularmente.
Quería volver a contar esta parte por mí. Sacar el recuerdo de mi propia
mente y echarlo sobre cada respiración que tomara. Sentir las palabras salir de mis
labios a medida que imaginaba los momentos que llenaron de caos cada faceta de
quien era y cambiaron el curso de nuestras vidas para siempre.
Sobre todo, quería recordarme a mí misma que fue real. Hace mucho tiempo,
eso había sucedido. Estuve allí y también el desconocido que estaba acurrucado
contra la pared de su celda.

19 veranos
La nieve se había ido, y en su lugar cayó el sol llevado por un viento fresco.
La hierba crujió bajo sus botas cuando se acercó a donde me había recluido
con Van en la segunda cima más alta del reino.
Me gustaría saber cómo había llegado hasta aquí. Había estado aquí durante
horas, inquieta por no saber qué hacer con el hombre que no me dejaba en paz,
incluso cuando no estaba cerca, perturbándome hasta necesitar silencio absoluto.
El tipo que solo se encuentra en la cima de un campo de pasto azotado por el
viento, pasto que intentaba volver a la vida en ausencia del frío brutal.
Las flores silvestres se habían abierto paso a través de la tierra la semana
pasada. Van estaba comiendo de ellas, el sonido de sus resoplidos y bufidos, y el
débil silbido de la brisa eran las únicas excepciones al paisaje, que de otra manera
sería mortalmente tranquilo.
A medida que el príncipe se acercaba, con una sonrisa curiosa encendiendo
los ojos verdes que rebotan entre Van y yo, me preguntaba si había traído el calor

127 del Reino del Sol con él para evitar lo peor del frío.
Por una vez, no me importó. Normalmente, los días y noches más fríos eran
mis favoritos. El momento perfecto para acurrucarse ante un fuego abrasador y
tomar té con un libro o beber vino con un amante.
Tal vez ese era mi problema. Hacía tiempo que no encontraba alivio en la
forma de un hombre adecuado. Todo gracias al príncipe Raiden.
Un gruñido salió del hocico de Van, la hierba y las flores silvestres cayendo
libremente mientras lanzaba su cabeza en dirección a Raiden. Sus ojos se volvían
uno solo mientras sus fosas nasales se ensanchaban hasta el tamaño de mi cabeza.
Desde donde estaba, apoyada en su costado, lo hice callar y le di una
palmadita en su pata peluda.
—No es una amenaza. —Entonces miré al príncipe—. Bueno, no del todo.
Van miró fijamente unos segundos más, y luego se puso a lamer las cosas que
había perdido de su boca, con un ojo todavía puesto sobre el hombre que se
sentaba a mi lado.
Raiden se inclinó a mi alrededor, con una expresión de asombro
desenfrenado mientras estudiaba el pelaje gris de Van, moteado de blanco y plata,
las alas emplumadas grises y los cuernos marrones que se le salían de la cabeza.
—Son aún más magníficos de cerca.
—Y territoriales —informé, uniendo un tallo de flor silvestre con el resto de la
cadena en la que había estado trabajando—. Puede percibir una gran variedad de
cosas útiles, especialmente las malas intenciones.
—Debidamente anotado.
Nos sentamos en silencio durante un largo momento antes de que la
curiosidad se apoderara de mí.
—Por favor, dime, ¿cómo llegaste hasta aquí?
Raiden pasó su mano por su cabello corto, entrecerrando los ojos hacia las
montañas cercanas que se derretían.
—Pregunté por el camino más rápido, y de mala gana me permitieron tomar
prestado tu semental. —Se volvió hacia mí, con brillo en sus ojos—. Ya que eres mi
prometida y todo eso.
Me tensé.
—¿Wen? ¿Dónde está?
Raiden señaló hacia una pendiente.
—Atado a un árbol algunas pendientes abajo. Era demasiado empinado para
128 que subiera más.
Mis hombros se cayeron.
—Tienes coraje, príncipe.
Sonrió, y quise quitarle la sonrisa de su cara cincelada a bofetadas.
—En lo que a ti respecta, pongo especial cuidado.
—Razón de más para que me dejes en paz. —Me ajusté las faldas de zafiro
sobre las piernas cruzadas, el sol las hizo brillar.
—Nunca.
Miré sus ojos serios, el duro encaje de su mandíbula, y luego desvié mi
mirada a las flores en mi regazo.
—Bonitas —comentó Raiden después de verme tejerlas durante un tiempo—.
¿Qué vas a hacer con ello cuando termines? ¿Usarlo?
Resoplé.
—No, solo me ayuda a calmar la mente. Se lo daré a Van.
—¿Ese es su nombre?
—Vanamar.
Raiden inclinó su cabeza, sus brazos se enrollaron alrededor de sus rodillas
dobladas.
—Lo amas.
Le fruncí el ceño brevemente, y luego volví a prestar atención a mis
ministraciones.
—Por supuesto que sí. Fue un regalo para mi decimocuarto cumpleaños. —
Cuando llegué a la mayoría de edad—. Había estado pidiéndolo durante años y
me dieron al más pequeño de la camada. —Sonreí a la flor violeta en mi mano—.
Por un tiempo, de todos modos. Desde entonces ha superado a su familia en todas
las formas posibles. —Mantuve mis manos quietas mirándolo bajo las pestañas—.
¿No me crees capaz de algo como el amor, príncipe?
Parecía pensar en ello, entonces su sonrisa arrogante volvió.
—Todo el mundo es capaz de él. —El sol se puso en una aureola detrás de su
cabeza, iluminando su piel, sus ojos, los bordes de sus mejillas y su fuerte
mandíbula, robándome el aliento—. ¿Necesitas tranquilizar tu mente a menudo?
No iba a responder, pero pensé que si iba a pasar el resto de mi existencia con
él atado a mí, probablemente era mejor que supiera lo suficiente sobre mí. Tal vez

129 entonces me dejaría en paz, o al menos sabría cuándo hacerlo.


—De vez en cuando. Siempre hay tantas voces.
Musitó en comprensión.
—Asiente y sonríe. Soporta todo.
—Eso. —Suspiré—. A veces cuando es muy difícil fingir, necesito escapar por
un tiempo.
Las hojas de hierba fría me hacían cosquillas en los tobillos, y Raiden observó
la forma en que mis faldas se abanicaban a mí alrededor en una ondulante
almohada de gasa.
—Odio tener que decírtelo, pero de todas formas no eres tan buena fingiendo.
Le tiré un capullo. Su mano se disparó, atrapándolo. Cuando abrió la palma
de su mano, no había nada más que motas de humo. El viento las arrastró,
arrancándoselas de la piel y lanzándolas al aire.
—¿Te preguntas si esto es lo que habrías elegido para ti? —preguntó.
—¿Te refieres a casarme contigo? —pregunté—. ¿O a ser de la realeza?
Inclinó ampliamente un hombro.
—Ambos.
—Sí y no —dije—. No habría elegido hacer mis votos contigo. No eres mi
tipo. —Sus cejas se fruncieron y sonreí—. Pero sí, incluso con el incesante
aburrimiento, el estrés y las molestias que puede implicar ser de la realeza, lo
elegiría.
—¿Por qué?
La pregunta condujo mis ojos hacia los suyos llenos de curiosidad.
—He vivido con la magia corriendo por mis venas durante demasiado
tiempo como para no tenerla nunca.
—No —dijo, acercándose, su túnica gris ondeando sobre su pecho, la
apertura en su cuello exponiendo un tentador vistazo de su piel—. No. Los otros
poderes que te otorga ser de la realeza.
Sabía que mi respuesta probablemente lo decepcionaría, incluso lo esperaba.
Mi sonrisa era genuina y se hundía en mis mejillas.
—Nunca. Ese es mi poder favorito de todos. Uno que no doy por sentado al
desearlo sobre los hombros incapaces de alguien más.
Raiden se pasó el pulgar por debajo de su exuberante labio inferior, con los
ojos brillantes.

130 —Serás una verdadera reina. —Sus ojos se apagaron entonces y miró hacia
otro lado, disfrutando de la vista panorámica de Allureldin. Las calles y arroyos de
agua se abrían paso entre las estructuras de madera y piedra durante kilómetros
hasta que se desvanecían en hierba más verde y caminos de tierra.
Van giró la cabeza, inhalando mechones de mi pelo mientras olfateaba. Me
reí, y luego le di una flor silvestre, riendo de nuevo cuando su lengua rozó mi
mano.
—Chico impaciente. —Lo acaricié debajo de su barbilla caída.
—Te adora.
Le di un suave codazo a Van y me limpié la mano con la falda.
—Es uno de mis únicos amigos.
La pregunta de Raiden sonaba más como una declaración.
—¿No tienes otros?
Tomé mi cadena, pasando mis dedos sobre los tallos de seda, luego los
pétalos de terciopelo.
—Solo unos pocos. Padre dice que los amigos son solo el enemigo envuelto
en un bonito disfraz.
—¿Es por eso que te ha entrenado para una batalla que tal vez nunca llegue?
Puede que hayamos sido un continente de paz durante más de un milenio,
pero todavía teníamos guerreros, soldados entrenados y armerías llenas de
relucientes instrumentos de muerte como otros reinos del Mar Gris.
—No, eso lo pidió mi madre. —Aclaré mi garganta, ignorando el dolor que
palpitaba en mi cavidad torácica—. Era indefensa sin su magia, y como sabes, la de
mi padre es una entidad tal que nadie tiene realmente una oportunidad.
—¿No le importó que entrenaras? —Su tono era cauteloso.
Me reí.
—Oh sí, la castigó severamente por ello.
La expresión de Raiden se convirtió en granito.
—¿Cómo?
Me lamí los dientes y luego suspiré.
—Hizo que sus mejores soldados lucharan contra ella. Veintiocho varones se
vieron obligados a seguir todas sus órdenes, incluso si eso iba en contra de sus
instintos básicos. Todos los huesos de su cuerpo estaban rotos, y perdió la vista en
su ojo derecho durante meses.

131 Raiden no dijo nada durante mucho tiempo, y luché contra la inquietud.
—Y tenían que hacerlo. —Adivinó—. O morirían.
Eso no necesitaba ser contestado.
Se frotó las manos sobre la cara.
—Por favor, dime que al menos no te obligaron a mirar.
Mi sonrisa era sombría, mi corazón una bestia pesada en mi pecho mientras
los recuerdos no invitados trataban de resurgir. Los golpeé y cerré la puerta en la
oscuridad.
—Mi padre no hace nada a medias. —Hice un lazo con otro tallo, mis dedos
temblaban—. Sería bueno que lo recordaras.
Sus ojos se presionaron, pero me negué a mirarlo. Sabía que no era una
amenaza sino una advertencia, si se pasaba de la raya, ambos pagaríamos las
consecuencias.
Cuando terminé con la cadena, me paré y me limpié la tierra y la hierba de
mis faldas.
Van resopló, un gruñido bajo escapando mientras bostezaba, exponiendo los
dientes lo suficientemente afilados como para hacer jirones una mano.
En la periferia, vi a Raiden tensarse y saltar sobre sus pies mientras rodeaba a
la bestia y tomaba su hocico en mis manos.
Su cola, puntiaguda con un mechón de pelo, golpeó el suelo, casi haciendo
caer a Raiden.
—No seas grosero.
Los ojos de Van se fijaron en mí, profundos y conocedores.
—Bien. —Le di un golpecito en la nariz—. Pero no es necesario que te guste
alguien para mostrar respeto. —Eso era algo que mi madre pregonaba una y otra
vez.
Raiden se rio, un sonido áspero y profundo.
La mirada de Van se deslizó hasta mi muñeca, sus ojos casi cruzados
mientras miraba la cadena de flores silvestres de tres metros de largo.
—Acuéstate.
Con un movimiento que sacudió el suelo, lo hizo, y levanté la cadena de
flores sobre su nariz para que se la metiera en la boca.
—Le gusta chuparlas. —Le expliqué a Raiden mientras veíamos girar la
mandíbula de Van y sus ojos se volvían vidriosos. En su silencio, me di la vuelta

132 para ver que no estaba mirando a la bestia.


Me miraba con una intensidad que eclipsaba el sol y amenazaba con
despertar a las estrellas.
—Ven aquí, seda. —Encorvó un dedo, y sentí el tirón de su magia apretando
mi abdomen, atrayendo mi cuerpo más cerca.
Mis manos se encontraron con su pecho, y sus brazos se enrollaron alrededor
de mi cintura, presionando mi cuerpo con el suyo.
Su cabeza se inclinó y yo me puse de puntillas, insegura de cómo estaba
sucediendo esto con tanta facilidad. Sin ni siquiera una pregunta, nuestras bocas se
unieron.
Una caricia por cada labio, un mordisco por cada lametazo, nos estrellamos y
bailamos lentamente a la deriva bajo las nubes sobre nuestras cabezas.
Su mano se fusionó con mi mejilla, su pulgar se movió sobre la esquina de mi
boca mientras su frente descansaba sobre la mía.
—Te he subestimado en todas las formas fascinantes.
Mientras miraba sus ojos y mi pecho se llenaba de aire burbujeante, reconocí
que yo podría haber hecho lo mismo.
—Los tipos están sobrevalorados de todos modos.
Se rio, y luego sus labios acariciaron los míos una vez más mientras se dirigía
hacia un montón de rocas y me bajaba sobre una que estaba más cerca del suelo.
Van gimió suavemente, pero por lo demás se quedó exactamente donde lo
quería mientras Raiden me levantaba las faldas y yo tiraba de su túnica,
desesperada por tocar su pecho caliente de nuevo.
La superficie áspera que se encontraba con mi espalda se extinguió debido al
suave deslizamiento de sus manos subiendo por mis muslos y extendiéndolos.
Cuando su boca me encontró, húmeda, lista y codiciosa por su lengua, maullé, el
sonido a la deriva como una canción en el viento, llevada a los picos limítrofes.
Gimió, su nariz rozando contra mí y sus manos apretadas alrededor de mis
muslos.
—Tan jodidamente exquisita.
Las mías vagaban por su pelo, los mechones cortos no podían ser jalados pero
aun así eran sedosos bajo mis dedos. Otro murmullo empapó mi carne caliente, y
entonces su dedo estaba dentro de mí mientras su lengua me llevaba a picos más
altos que la montaña debajo de nosotros.

133 —Príncipe. —Respiré, desesperada porque me llenara, pero desesperada


porque me acariciara una última vez y me dejara deslumbrada.
—Deshazte para mí, seda —dijo con un lánguido arrastre de su lengua
mientras enganchaba su dedo. Entonces me deshice, mis gemidos y maldiciones
acortadas por sus labios al sentirlo trepar sobre mí. Lo sentí porque aunque mis
ojos estaban abiertos, no veía nada más que nubes brillantes que se desdibujaban
con el cielo azul.
Movió mi pierna sobre su espalda mientras se apretaba contra mi abertura.
—Mírame.
Parpadeé una docena de veces, y la belleza de su cara lentamente se enfocó.
—De hoy en adelante, no verás nada más que a mí y no sentirás nada más
que a mí cada vez que te deshagas.
—Que exigente —dije, mi voz era apenas un aliento mientras intentaba
lanzarme sobre él balanceando mis caderas.
Su sonrisa era un pecado sensual, y le alcancé la cara, queriendo lamer sus
labios de terciopelo.
—Será mejor que te acostumbres.
Un empujón y su cabeza, cayó hacia atrás. Su cuello se tensó, sus músculos se
llenaron de espasmos, y su manzana de Adán estaba expuesta mientras gritaba
maldiciones que todo el reino podría escuchar.
Me quedé embelesada, llena e hipnotizada por todo lo que él era mientras mi
corazón latía furiosamente.
Cuando me miró, sus ojos estaban febriles, su expresión estaba pintada de
dolor y placer. Mis dedos se movieron solos, trazando los bordes duros y suaves
de su rostro. Cuando llegaron a su exuberante boca, sus ojos se ablandaron y los
besó.
—Se siente diferente —dijo—. Estar dentro de ti se siente diferente a
cualquier otro momento.
Asintiendo, estuve de acuerdo, mi cabeza apenas sintiendo la dura superficie
debajo de ella.
—Divertido. Fue divertido. Pero esto es<
—Para siempre —dijo, bajando sus labios a los míos—. Esto se siente
interminable.

134 Me besó con un fervor que coincidía con la danza de sus caderas; su gruesa e
hinchada longitud me llenaba tan completamente que jadeaba con cada empuje.
Lento y persuasivo, el ritmo de su boca coincidía con su polla, reduciendo mi
cuerpo y todo lo que yo era, un charco de complacencia llena de placer.
Me gustaba el control. Pero me gustaba mucho más lo que Raiden me hacía.
Como si realmente hubiera una olla de oro mágico al final del arco iris, me
llevó allí, una y otra vez, cegando los colores que se desdibujaban mientras las
sensaciones indescriptibles corrían a través de mí.
—Uno más —dijo.
Estábamos ahora en la hierba, estaba en su regazo con mis piernas atadas a su
espalda y mis brazos alrededor de su cuello, sosteniendo cada parte de él lo más
cerca posible de mí. Nuestra ropa colgaba de nuestros miembros, mis faldas
desgarradas y manchadas alrededor de mi cintura.
—No podríamos —dije, pero seguí moviéndome sobre él, sin querer
separarme de su cuerpo y de las sensaciones que evocaba.
Ya me había llenado con su semilla, dos veces, después de hacer que me
perdiera tres veces.
Nuestra clase se recuperaba rápidamente, pero Berron nunca había sido
capaz de quedarse dentro de mí, medio erecto, y de besarme hasta que fuera acero
empujando en todos mis puntos de placer una vez más.
Metió mi labio en su boca, arrastrando sus dientes sobre la carne hinchada
cuando la soltó.
—Puedes, y lo harás. Respira conmigo. —Me levantó con las manos en la
espalda, manteniendo mis caderas contra las suyas para permanecer dentro de mí
mientras me tumbaba en la hierba a cierta distancia de Van, que ahora dormía.
Alcancé sus musculosos brazos, ese tatuaje. Tomó mis manos en las suyas,
extendiéndolas sobre mi cabeza mientras mis pies subían por su espalda.
—No puedo irme ahora. Te das cuenta de eso, ¿verdad?
Me reí, pero luego llegó a ese punto y empezaron a aparecer estrellas, sus
caninos arrastrándose por la piel de mi cuello.
—No. —Respiré—. No puedes.
Molió sus caderas contra las mías.
—Sentir mi semilla dentro de ti, mezclarse con lo que he sacado de ti< tengo
que hacerlo. Necesito marcarte.
En respuesta, moví mi cabeza hacia atrás, demasiado ida para darme cuenta

135 de que estaba permitiendo que un hombre me marcara por primera vez. Una señal
que no siempre se vería, sino que la sentiría cualquier otro que se me acercara.
Ellos sabrían que fui tomada y que no debía ser tocada, pero no era permanente.
Duraba solo unos meses antes de que el hombre necesitara marcar de nuevo, a
menos que terminara con esa mujer, o que ella terminara con él.
Sus dientes perforaron mi piel, solo lo suficiente para pinchar, su cuerpo, su
olor, su tacto, todo él< me llevó a un abismo del que temía no volver nunca. Me
siguió al instante, rugiendo en mi oído mientras se agitaba sobre mí y me llenaba
hasta el punto de desbordarse.
No estaba segura de cómo iba a volver a mirar a otro hombre después de eso,
y mucho menos a buscarlo por placer después de que la marca se hubiera borrado.
No tenía que haberme molestado tanto como para pensarlo.
Dos días después, Raiden estaba por dejar Allureldin.
Había contemplado no despedirme, sin querer jugar a la mujer hechizada por
su encanto. Cambié de opinión en el último minuto, temiendo llegar demasiado
tarde después de que me dejara en la cama esa mañana con solo un beso en la
frente mientras dormía.
En el pasillo fuera de mi habitación, tan atrapada en mi desesperación, doblé
la esquina y me estrellé contra una pared de acero. No una pared, me di cuenta
mientras me frotaba la nariz dolorida, sino un pecho.
Zadicus agarró mis hombros, estabilizándome.
—Mis disculpas, princesa.
—Maldita sea la oscuridad, imbécil —me quejé, y luego recordé que tenía que
correr.
Pero me sostuvo la muñeca cuando me moví.
—¿A dónde vas con tanta prisa tan temprano?
—No es asunto suyo —dije, tirando de mi muñeca—. Suélteme.
No quiso renunciar a su agarre. Sus cejas se fruncieron, las fosas nasales se
ensancharon ligeramente al oler.
—¿Qué está haciendo aquí de todos modos? —pregunté, tirando en vano. No
mostró ningún signo de esfuerzo mientras yo tiraba con todas mis fuerzas.
—Reunión de negocios con tu padre —murmuró, con los ojos entrecerrados
perforando mi cuello.
Fruncí el ceño, luego Zad se acercó, me apartó el pelo y siseó:
—¿Te marcó?
136 Casi había olvidado la marca, pero no me importaba. Quería gritarle,
apuñalarlo, patearlo, cualquier cosa con tal de moverme ya.
—Suélteme —dije con los dientes apretados—. Ahora.
—Es< —Tragó—. Desagradable —dijo finalmente, veneno cubriendo la
palabra.
—Voy a ser su esposa. —Le recordé—. Y realmente estás empezando a
molestarme.
Los ojos dorados de Zad se levantaron de mi cuello para encontrarse con mi
mirada, arremolinándose con lo que parecía ser rabia.
El aire se cargó, probablemente por mi pánico por la posible desaparición de
Raiden, y la mano que me había envuelto en la muñeca tembló antes de que la
dejara caer y se alejara.
Pestañeé donde él estaba parado, y luego me sacudí el extraño encuentro con
un montón de maldiciones.
Perseguí el sol naciente por los pasillos traseros del castillo y salí disparada al
patio, cruzándolo hacia los jardines. Accidentalmente golpeando a un jardinero y
derribándolo, gruñí y seguí corriendo, mi aliento se empañó en la noche que se
desvanecía cuando me detuve ante los establos y encontré que el carruaje de
Raiden se había ido de donde había estado estacionado junto a ellos.
Mi garganta se estrechó, y me tiré del pelo, girando en círculo sobre el suelo
cubierto de heno.
—Te dije que había terminado de subestimarte.
Mi mirada se dirigió detrás de una puerta del establo mientras Raiden salía,
sus pantalones y chaqueta de montar abrazando su impresionante físico.
Fruncí el ceño, y entonces registré sus palabras. Me olvidé de estar molesta y
me lancé a él en su lugar. Se rio cuando volvió a tropezar dentro del establo, y le
salpiqué la cara con besos.
—No juegues conmigo.
—Pero es lo más divertido que he hecho. —Estaba tirando de mi camisón, y
entonces yo estaba contra la pared de madera, chocando contra fustas y sillas de
montar mientras se desabrochaba y se deslizaba dentro de mi cuerpo.
—No te olvides de mí —le susurré a su magnífica boca, con mis manos
apretadas en sus antebrazos flexionados.
—Nunca.

137 El tiempo se burló con cada recuerdo, cada célula dentro de mí que ya no me
pertenecía únicamente a mí. La ausencia de Raiden era una enfermedad que
amenazaba con tomar control y desgarrarme mientras cada luna y sol se
desvanecía.
Decidí escribirle, y luego deseché cada carta, sintiendo que mis palabras no
eran más que tonterías románticas de las que los mensajeros de paso
probablemente solo se reirían.
Una noche, durante la cena, cuando las jarras y copas brillaban bajo la luz del
fuego flotante, mi padre compartió la noticia de que nuestras nupcias seguirían
adelante.
Que íbamos a decir nuestros votos en poco más de un mes.
La noticia me estremeció y me calmó. Me aferré a ella, sintiéndome muy
diferente a mí misma, ya que albergaba lo profundamente que el príncipe me había
afectado en nuestro corto tiempo juntos.
Truin bromeaba sobre mi aspecto diferente, mientras me miraba al cuello a
sabiendas, aunque no podía ver los pequeños pinchazos que dejaban los caninos
de Raiden gracias a mi pelo. Berron me presionaba más en el entrenamiento,
gruñendo en vez de reírse, pero cuando me veía sonreír o intentar aligerar algo, su
propia sonrisa era real.
Tres semanas antes de que llegara la ceremonia del amanecer, estaba
buscando nuevos libros para leer entre la selección secreta que mi madre y mi
abuela habían recogido de todo el continente. Arrolladoras historias de romance y
aventura encuadernadas en portadas desgastadas y de ricos colores.
Mi padre los quemaría si supiera de su existencia. Las bibliotecas eran para el
conocimiento, y la lectura se suponía que era una tarea, no una forma agradable de
pasar el tiempo visitando otra época por completo.
Era un gran riesgo para Yarnt, nuestro bibliotecario de ciento cuarenta años,
pero lo hizo sin pestañear detrás de sus enormes gafas de montura de alambre.
Y así fue como mi príncipe regresó a mí, en lo más profundo del rincón más
oscuro de la biblioteca y escondido entre las filas de libros con olor a moho.
—Me robas el aliento.
El libro se me resbaló de los dedos, cayendo al revés, las páginas
probablemente se arrugaron sobre el viejo suelo de roble mientras giraba, mi
corazón arañando mi pecho.
—Príncipe.
Se apoyaba en el extremo de los estantes con un brillo afectuoso en sus ojos y

138 una pequeña curva en sus labios.


Recogiendo mi aliento dentro de mí, fui hacia él. Me encontró a mitad de
camino, me tomó y me abrazó tan fuerte que perdí mi capacidad de respirar de
nuevo.
—Lavanda —dijo, inhalando profundamente.
—¿Mmm? —pregunté contra su cuello.
Se rio mientras me metía una mano en el cabello.
—Tu olor. Lavanda y vainilla. He guardado un poco conmigo en todas partes
desde que pasamos un campo de ello en el viaje de vuelta a casa.
Me dejó en el suelo y se sacó un pedazo de lavanda del bolsillo.
Mis labios se separaron mientras lo miraba fijamente.
Lo dejó caer.
—Anhelo el día en que no tenga que hacerlo. —Me tiró cerca, una mano en
mi mejilla mientras sus ojos recorrían mi cara—. Pero temo que incluso cuando
esté contigo, en esos breves momentos que no lo esté, anhelare estarlo.
—Eres malas noticias, príncipe —dije, aunque las palabras carecían de
convicción—. Que palabras tan dulces para una princesa tan amarga.
Se rio y me levantó la barbilla para que sus labios descansaran sobre los míos.
—¿Te crees amarga?
Agité mis pestañas, y luego metió su labio inferior entre mis labios.
—Probablemente soy mucho peor.
Soltó un murmullo, un sonido gutural que me apretó el estómago. Su brazo
se apretó a mí alrededor, una mano me levantó la falda para deslizarse entre mis
piernas. Contra mis labios, dijo:
—¿Entonces por qué en cada lugar que viaja mi boca, todo lo que saboreo es
azúcar?
Me reí, y él también, y luego ambos gemimos cuando me metió un dedo
dentro, y fui presionada en una fila de libros, su lengua acariciando la mía en
barridos desesperados.
Tuvo suficiente paciencia para torturarme hasta el orgasmo, sus ojos se
encendieron y absorbieron cada reacción revoloteando sobre mi cara, y luego fui
levantada y empalada.
Con sus manos golpeando mis muslos, entró con una estocada, el mundo
giraba mientras luchábamos por mantener nuestros labios en los del otro mientras
139 el hambre cantaba y trepaba por nuestras venas. Zumbaba y se juntaba, y luego
rugía en mis oídos mientras Raiden murmuraba cosas incoherentes contra mi boca,
y nos deshacíamos.
Mientras nuestras respiraciones caían en ráfagas, nos aferramos, los
corazones golpeando con un golpe ritmo contra nuestra piel sonrojada.
—No puedo irme ahora.
—¿No te has enterado? —Casi ronroneo mientras su lengua me recorría el
cuello—. La ceremonia se ha adelantado.
Raiden se congeló.
—¿Qué?
Una risa de satisfacción se me escapó. Le agarré la cara, pasando mis dedos
por sus cejas fruncidas.
—En una sola luna llena, diremos nuestros votos.
Tragó, y luego lentamente, una sonrisa se movió en su lugar.
—Entonces me quedaré aquí hasta entonces.
Pero su reacción me dejó perpleja, así que le pregunté:
—¿No lo sabías?
Sacudió la cabeza, las manos se movieron hacia mi trasero y apretaron.
—No. —Frunció sus labios y luego los curvó, otra sonrisa fácil apareció—.
Pero no importa.
—Mi padre dijo que había hablado con tus padres.
Asintió, mirando las filas de libros a nuestro lado.
—Tal vez ya estaba viajando aquí, y no pudieron entregar el mensaje.
—Quizás —murmuré.
Un aclaramiento de garganta hizo que mi cabeza se moviera hasta el final del
pasillo oscuro.
Yarnt estaba allí en las sombras, su expresión ilegible pero capaz de ser
entendida de todos modos. Una risa se me escapó mientras golpeaba los hombros
de Raiden.
Miró a Yarnt y se quedó quieto.
—Relájate —dije—. Es el bibliotecario.
No se relajó, y en su lugar, me sacó de la vista antes de bajarme y enderezar
mis faldas.
140 —Puedo sentirte chorreando por mis muslos —le susurré.
Se rio.
—Shhh.
Le mordisqueé la barbilla cuando se enderezó y puse mi vestido de lino en su
sitio.
—Tan pegajoso y c{lido, y me temo que ahora< —Raspé su barbilla con mis
dientes para susurrar contra su boca—. Me sentiré desnuda sin tanto de ti dentro
de mí.
Gruñó un poco y sus manos se convirtieron en concreto, presionando mis
caderas. Frunció el ceño.
—Estás decidida a arruinarme, ¿verdad?
Sonreí, agarré su mano y lo arrastré de vuelta por la biblioteca.
—Todavía tenemos que explorar las habitaciones de huéspedes.

Su voz me sacó de tiempos mejores.


Tiempos ingenuos, mágicos, trascendentales.
Una voz que me hubiera gustado que se estrellara contra mi piel y se
hundiera en mis oídos el resto de mis noches y días.
Eso fue entonces, sus palabras duras me lo recordaron.
—Hablas de esta versión de ti, pero no puedo situarla con lo que está delante
de mí.
Rodé hacia mi lado y puse mi cabeza en mi mano, encontrando a Raiden en la
misma posición pero obviamente despierto. No sabía cuánto tiempo había estado
consciente. En este punto, empezaba a preguntarme si alguna vez fue realmente el
príncipe que conocí.
—¿Y qué es lo que se sienta ante ti ahora, príncipe? —Vamos, mírame. Te reto.
Una risa gutural resonó, y luego se volvió sobre su espalda, estirando los
brazos sobre su cabeza. Esos ojos verdes, praderas interminables y sueños
envueltos en flores silvestres, se volvieron para darme la valoración más fría que
jamás había experimentado.
141 —Una reina tan cruel que necesita crear fábulas solo para dormir por la noche
y engañar a todos los que la rodean.
—Todavía no me crees. —No sabía por qué me molesté en decir las palabras.
Evidentemente no creía. Pero Zad y la forma en que había estado tan enfermo—.
Estás mintiendo.
Soltó una risa fría, seguida de una tos que le sacudió el pecho.
—No me hagas reír, por favor. Tengo el peor dolor de cabeza.
—¿Qué te hizo recordar a Zadicus?
Raiden dirigió su atención al techo húmedo.
—Si lo supiera, te lo diría y quizás negociaría una salida de este pozo negro.
—Cuando no dije nada, él continuó—. No puedes contenerme para siempre.
—No pienso hacerlo.
—Tendrás que dejarme salir a menos que planees matarme mientras estoy
encadenado como un perro.
Contemplé eso, como lo había hecho antes, pero medida que el estómago se
me retorcía, aparté los pensamientos macabros.
—Lo que elija hacer contigo es realmente de poca importancia.
Entonces rodó hacia mí, con las narices abiertas como si hubiera olido la cena
y planease perseguirla hasta el comedor.
—La has visto.
En respuesta a ello, enseñé los dientes.
Estaba de pie en medio segundo, sacudiendo los barrotes tan fuerte, que me
pregunté si recordaba su propia fuerza.
—¿Qué hiciste<? —Se detuvo, agachando la cabeza y respirando hondo,
sacudiendo los hombros—. ¿Ella vive?
Titubeé, moviéndome para sentarme.
—Por supuesto, ella vive. —Mi sonrisa se desvaneció—. Por ahora.
Un gemido tan doloroso y crudo resonó por el calabozo mientras se hundía
contra las barras, sus palmas húmedas deslizándose sobre el metal.
—¿Por qué nos haces esto?
—Es una clase de locura extraña, ¿no? Preguntarse por qué alguien querría tu
muerte y saber que hay una buena posibilidad de que nunca descubras por qué.
—Por favor —dijo, su voz ronca ahora—. Solo dime que no le has hecho
142 daño.
Mi estómago se convirtió en un montón de aguas impredecibles. Bajé de mi
lugar y lo dejé allí, incapaz de mirarlo ni oír su confusión por ella un segundo más.
—¡Dime!
No me detuve, pero mientras mis caderas se balanceaban, mis faldas creando
una nube oscura volando en un viento fantasma a mi alrededor, me reí.
Me reí, y me reí, y luego me detuve en las puertas del calabozo.
—Creo que ya he hilado suficientes fábulas para una noche.
—Te mataré —rugió, su voz cargando a través de la puerta cerrándose, ese
golpeteo de magia dentro tratando de resurgir—. Lo juro por las diosas, te mataré
por todo esto y más.
Doce
—Q
ué encantadoras amenazas de labios que una vez amabas.
Me detuve, la puerta de la mazmorra se cerró detrás
de mí.
—Ya hay mucha sal en mis heridas. —Me puse la
capa—. No es necesario agregar más. —Pasando junto a él, comencé a subir las
escaleras.
Zad estaba a mi lado antes de mi siguiente latido.
—Deberías tomar su lengua por pronunciarte tanta inmundicia.

143 Inhalé su olor a clavo de olor y sentí que mis hombros se aflojaban.
—No tengo ganas de torturarlo. No cuando encontrará su fin lo
suficientemente pronto.
Zad guardó silencio hasta que llegamos al segundo piso. Pasamos por las
cocinas donde el personal revoloteaba, el sonido metálico de ollas y sartenes y el
olor de pescado al curry levantaban mis cansados pies más rápido sobre la tela
gruesa de la alfombra que recubre el pasillo.
Su silencio estaba rechinando hasta en mi último nervio deshilachado cuando
doblamos la esquina y subimos las escaleras hacia el tercer piso.
—Por el amor de la oscuridad, habla —espeté—. Nunca antes había conocido
que mantuvieras tus palabras para ti, así que no necesitas comenzar a ser egoísta
ahora.
Se rio, el sonido era un ronroneo profundo y oscuro, como plumas que rozan
la piel en las sombras de la noche. Me sacudí el escalofrío que amenazaba con
desplegarse y entré al comedor.
Zad llegó primero contra la cabecera de la mesa y corrió la silla dorada de
terciopelo. Me senté y lo despedí a la suya cuando trató de sacar mi silla.
—¿Y bien? —Volví a presionar, la paciencia disminuyó cuando él desplegó
una servilleta y la puso al lado de mi plato.
Se tomó su tiempo para encontrarse con mi mirada, apoyando su barbilla
sobre un puño mientras sus pestañas rizadas se movían con cada paso de sus ojos
sobre mi cara.
—No lo torturarás, pero torturas a la mujer.
Mi sangre casi se cristalizó, pero fingí despreocupación cuando le pregunté:
—¿Cómo tienes esa información?
Se pasó la lengua por los dientes, luego sonrió como un lobo que acaba de
encontrar su cena.
—Vaya, acabas de confirmar que mis sospechas son ciertas, mi reina.
Mi mano se apretó alrededor del tenedor, el metal amenazaba con doblarse.
—Crees que eres tan inteligente.
Esa sonrisa enloquecedora se mantuvo, iluminó sus ojos y agitó mi estómago
en la parte baja.
—¿Cuántas veces le has hecho una visita?
La voz de Mintale resonó desde el fondo del pasillo, viajando al comedor.
Observé las puertas mientras admitía a regañadientes:
144 —Solo una vez.
Zad soltó una carcajada.
—Mi querida Audra, ¿solo una vez? —Levantó su tenedor, inspeccionando
sus dientes perfectos en la reluciente plata—. Aunque apuesto a que lo hiciste
contar.
Sonreí.
—Pero por supuesto.
Mintale y Ainx entraron, este último montando guardia junto a las puertas
mientras el personal de la cocina entraba en la habitación. Más candelabros se
encendieron mientras bandejas humeantes de carnes, ensaladas de frutas y
pescados cuidadosamente arreglados se pusieron delante de mí y del Lord del
Este.
Zad, siempre cauteloso, se propuso oler cada bandeja e incluso fue tan lejos
como para meter los dedos en los platos y probar la comida.
Sonreí vagamente a los cocineros ofendidos.
—¿Crees que mantendría al personal que desea envenenarme?
Zad miró de mí a Foelda, la cocinera principal, y se recostó en su silla a mi
lado derecho, aparentemente imperturbable.
Suspiré, luego agité una mano hacia ella y los otros tres cocineros.
—Déjennos.
Una vez que lo hicieron, con la boca de Mintale abriéndose y cerrándose
mientras estaba de pie junto a la ventana iluminada por la luna, Zad se volvió
hacia mí con un surco entre sus cejas.
—Es necesario perfilarlos semanalmente, como mínimo.
—Mi lord —interrumpió Mintale con una leve reverencia mientras se
acercaba a la mesa—. Comenzamos a tomar tales medidas hace muchos meses.
Acerqué el plato de pollo relleno y saqué un trozo de la pechuga, dejándolo
en mi plato, luego tomé la ensalada.
—Me tomas por una tonta distraída, ¿verdad, Lord?
Su silencio decía mucho.
Un minuto después, llenó mi copa con agua y aparté el plato de ensalada.
—No es eso en absoluto.
Las manos de Mintale estaban agarrando la madera barnizada de la silla
145 vacía a mi izquierda.
—Nuestra reina es muy consciente de las amenazas a su bienestar. Les puedo
asegurar que estamos tomando todas las precauciones.
—Eres realmente demasiado dulce por preocuparte —le dije, tomando un
sorbo de agua fría. Lo miré sobre el borde adornado con vides—. Pero sobre todo
me resulta insultante.
Zad sonrió, como una serpiente enroscada.
—Perdóname por preocuparme, pero con los rumores que difunden
actividades peculiares al oeste de los pueblos del valle de montaña, pensé que era
necesario.
—¿Oh? —Dejé mi agua—. ¿Y cuándo planeabas contarme sobre esta peculiar
actividad? —Era sin duda la razón de su presencia, junto con otras razones.
La cara de Mintale palideció.
—¿De qué tipo? ¿Más traidores? ¿Los del Reino del Sol?
Zad cortó su pescado.
—No he recibido confirmación, pero tengo hombres en el área que están
vigilando. —Me lanzó una breve mirada—. Sutilmente, para no causar sospechas.
Pinché mi pollo por un minuto mientras él y Mintale hablaban.
—¿Qué hay de estos hombres? ¿Amigos suyos, supongo?
—Sí.
Es interesante que no haya dicho nada más que eso, sus ojos seguían firmes
en su comida.
Tomé un bocado de pollo, luego otro mientras lo miraba, pero su expresión
permaneció cuidadosamente en blanco.
—¿Qué es esta actividad peculiar?
Mintale asintió.
—Necesitamos hacer que salgan, capturarlos y obtener información.
Zad parecía querer poner los ojos en blanco ante mi asesor.
—Nuevos residentes en las colinas, acampando con los gitanos.
—Los gitanos no se quedan quietos, ni permiten que otros simplemente se
unan a ellos a menos que sean iniciados o nacidos. —Los gitanos deambulaban de
un lugar a otro cada luna llena, carros chirriando, linternas balanceándose y las
brujas cantando.

146 Zad me dirigió una mirada dura que decía, exactamente.


Resoplé y tomé más comida, masticando agitadamente.
—Aparentemente, se mantienen solos hasta llegar al mercado, donde han
estado haciendo muchas preguntas.
—¿Sabes lo que preguntan?
Zadicus sorbió su vino.
—Indagando sobre armas, principalmente. —Dejó el vino—. Lo que hizo
hablar a la gente del pueblo fue la solicitud de catapultas.
Mis cejas se arquearon y sonreí.
—¿Qué, planean asaltar el castillo con media docena de catapultas? —Casi
me reí pero me contuve. Apenas.
Me lanzo una mirada seria.
—Si de alguna manera pudieran tener algo en sus manos, entonces sí,
supongo que sí.
No eran exactamente fáciles de encontrar. Necesitaban ser fabricadas. Uno
podía hacerlo por sí mismo, pero dependía de la época del invierno y lo viables
que fueran las fuentes de suministros.
—Encuéntralos. Que los traigan aquí —dije mirando a Mintale—. Prefiero
que su odio y cualquier plan que estén proyectando lleguen a oídos más fácilmente
influyentes.
Mintale ya estaba corriendo. Forcé un gemido.
—Puedes esperar hasta que hayas comido.
—Está bien, mi reina. Cuanto antes actuemos, mejor —dijo, y luego
desapareció por las puertas.
Zad lo observó irse, su brazo sobre el respaldo de la silla al lado de la suya.
—Leal de los pies a la cabeza.
Regresé mi atención a mi comida, pero ni siquiera un minuto después, las
puertas se abrieron de golpe.
Klaud entró, vistiendo la mitad de su uniforme de entrenamiento, el cabello
dorado cayendo sobre sus ojos marrones inyectados en sangre. Con los puños
apretados a los costados, marchó directamente hacia mí.
Hice un gesto a Ainx, y se congeló, su expresión apestaba a disgusto mientras
miraba al hombre.

147 Él y Zad se pusieron rígidos cuando Klaud golpeó la mesa con el puño,
haciendo que las verduras al vapor rebotaran en el plato y rodaran sobre la
mantelería.
—Te sientas aquí, comiendo tu comida perfecta, en tu castillo perfecto, y con
cualquier hombre. —Movió sus ojos al lord, cuyo labio superior se estaba
frunciendo sobre sus dientes mientras gruñía bajo, luego me miró de nuevo.,
mascullando—: Mientras Berron se pudre en algún lugar en su propia inmundicia,
probablemente muriendo.
Más guardias entraron, marchando hacia su furia mezclada con sangre.
Levanté una mano y se detuvieron, pero no retrocedieron.
—Viajamos allí —dije con cuidado—. Sabes esto, seguramente. —Tomó más
fuerza de lo que pensaba sostener su mirada incrédula.
Su rostro se enrojeció aún más.
—Sin embargo, él no está aquí.
Me di cuenta por el poder que emanaba de Zad en ondas pesadas que
permaneció en silencio por respeto a mí y nada más. Una parte de mí deseaba que
no lo hiciera. Que explicara todo lo que había sucedido y luego lo obligaría a salir
de la habitación con una rápida patada en el trasero.
Esa parte era una molestia que pensé muerta desde hace mucho tiempo.
Arreglé mis hombros, luego bajé el tenedor.
—Lo intentamos y perdimos muchos buenos soldados al hacerlo.
—Lo intentaste —repitió con tono burlón—. ¿Quieres una palmadita en la
espalda? ¿Un dulce? Porque, por lo que puedo ver, han pasado muchos largos días
y noches, y no has hecho ningún plan para intentarlo de nuevo.
Me tenía allí, y lo sabía.
—No es tan simple. —No lo era—. Y eso no es una excusa, sino la verdad.
Nos superaron severamente en número, y tenía una lanza en su costado. A decir
verdad, ni siquiera sé si vive.
—Es mitad de la realeza. No es tan fácil de vencer —dijo, con los labios
crispados—. Sé que es difícil para ti pensar que alguien que no sea de sangre pura
pueda sobrevivir a esas cosas, pero podemos. Él puede, y estoy seguro de que lo ha
hecho. —Hizo una pausa, sus ojos se cerraron—. Sentiría si se hubiera ido a la
oscuridad.
Mi pecho se apretó, y apreté los dientes contra la tensión.
—Klaud, tenemos otros asuntos que necesitan nuestra atención, pero créeme
148 cuando digo que este no es el final.
—Oh, sé todo sobre tus otros asuntos. —Se agachó, arrastrándose más arriba
de la mesa para sisearme a la cara—. Tu precioso marido traidor es la razón por la
que está atrapado allí. —Escupió, una gota de saliva aterrizó a un lado de mi
plato—. No eres una reina. Eres una niña jugando con tus juguetes como mejor te
place mientras todos a tu alrededor sufren.
Aparentemente, Zadicus había tenido suficiente y saltó sobre la mesa en
medio segundo, su silla se estrelló contra el suelo. Su puño crujió en la mejilla de
Klaud cuando chocaron con el suelo, y protestas y gruñidos sonaron detrás de mí.
Observé la silla caída, flotando en una brisa oscura, apenas respirando, apenas
viendo.
Entonces parpadeé, y los guardias escoltaron al soldado maldiciendo por las
puertas.
—Puedes arrestarme, juzgarme, Audra, pero ¿adivina qué? Eres tú quien
arderá por los errores de tu padre si no muestras corazón y los arreglas.
Sus palabras se enterraron profundamente, hundiéndose dentro de mí como
piedras atadas, cayendo en picada y envenenando cada órgano vital que tocaban.
Estaba mirando la comida estropeada delante de mí cuando Zad regresó.
—Lo están arrastrando a la mazmorra.
Asentí, empujando mi silla hacia atrás.
—Procura que sea liberado por la mañana.
—¿Qué<?
—No voy a requerir tu compañía esta noche.
Mintale corrió de regreso al comedor, sus ojos perlados se movieron de un
lado a otro entre nosotros.
—¿Qué ha sucedido?
—Lord Allblood puede ponerte al tanto. —Pasé junto a ellos, cubiertos y
cortinas sacudiéndose y balanceándose a mi paso.
No intenté controlar la tormenta dentro de mí. La dejé respirar mientras
luchaba por hacer lo mismo.
Dentro de mis habitaciones, me metí en la bañera llenándose, permitiendo
que me inundara los pulmones mientras me hundía en el burbujeante silencio.

149
Minutos después, salí de la bañera y me sequé con una toalla, luego fui
desnuda a mi recamara.
Zad estaba sentado junto al fuego, mirando las crepitantes llamas.
—Creí haberte dicho<
—Verás que me importa muy poco lo que me has dicho.
Me puse una bata de seda color esmeralda, luego agarré mi cepillo y comencé
a arrastrarlo por mi cabello mojado.
—Ven aquí, Audra.
—No soy un perro callejero. No hago lo que me ordenan.
Su sonrisa lobuna casi hizo que el cepillo volara hacia su cabeza.
—¿Pero no lo haces?
Resoplé, luego de mala gana me acerqué al sillón opuesto. Antes de que
pudiera sentarme, su mano se enroscó alrededor de la mía y tiró. Luego me agarró
por la cintura y me dejó en el suelo ante sus pies.
Estaba demasiado agotada, demasiado de nada para preocuparme por dónde
me había colocado. Una reina. Su reina. Sentada debajo de él en el suelo. No como
una reina en absoluto.
No eres una reina.
Suavemente, retiró el cepillo de mis dedos y recogió mi cabello detrás de mi
cabeza. Cerré los ojos y sentí que todo lo que se había anudado dentro de mí se
desenredaba lentamente con cada roce cuidadoso de las cerdas en mi cabello.
—No deberías escucharlo. Volver por Berron sin un ejército considerable está
fuera de discusión.
—Guerra —dije—. Mi reino, mi continente, estaría en guerra.
—Ya parece ser así. —La voz de Zad era suave pero firme—. La decisión de
marchar está en tus manos.
—Puedo ser la hija de un tirano, y sé que definitivamente no soy una santa,
pero muchos morirían. —Tragué—. Tantas muertes innecesarias.
El lord tarareó, sus palabras ásperas.
—Sigues sorprendiéndome.
—¿Creías que no me importaría?

150 —Haces un trabajo fabuloso pretendiendo que no lo hace. —Esas palabras se


deslizaron sobre cada centímetro de mi piel, secando la carne que todavía estaba
húmeda.
—No puedo hacer un ejemplo de un reino entero.
Zad guardó silencio durante largos momentos. Las llamas llenaron la
chimenea, crujiendo y escupiendo fuego.
—No, no puedes. Aunque me pregunto, ¿es por el regreso de tu rey? ¿O
porque realmente quieres evitarlo?
Me di vuelta y lo fulminé con la mirada.
Sus ojos sonrieron.
—Ahí está ella.
—No todo gira en torno a Raiden.
Zad se recostó mientras yo me paraba, se pasó una mano por su barbilla.
—Con qué facilidad vuelves a decir su nombre.
Le arrebaté el cepillo.
—Suficiente.
Me agarró de la muñeca y me jaló de costado sobre su regazo.
—Puedes hacerme muchas cosas, mi reina. —Su mano se deslizó sobre mi
pecho y subió por mi cuello para enmarcar un lado de mi rostro—. Pero nunca
intentes arrojarme tus hermosas mentiras.
—¿Qué quieres de mí? —Busqué en sus ojos iluminados por el fuego, sin
reconocer mi voz quebrada—. Todos quieren algo de mí. Todo el mundo.
—Nada, solo a ti —dijo.
Nos quedamos mirándonos mientras esperábamos. Esperé y ni siquiera sabía
para qué.
La razón vino cuando él murmuró contra mi nariz, sus párpados se cerraron
y el tacto se deslizó.
—Debo despedirme. —El aliento detrás de sus palabras casi silenciosas<
sabía que no lo estaba diciendo solo por un tiempo. Se iba, y no estaba seguro de
cuándo o si regresaría.
El pánico se encendió, quemándome las extremidades mientras agarraba su
mejilla.
—Todos se van.

151 Mi madre.
Mi despiadado padre.
Mi esposo.
Mi amigo.
Y ahora mi amante.
—Solo necesitas pedirle a alguien que se quede, pero —dijo, sus siguientes
palabras sin nada en su tono—, no estoy tan seguro de que puedas. —Presionó un
suave beso en mis labios—. Creo que, con el tiempo, Raiden lo recordará, si aún no
lo ha hecho, y se verá obligado a tomar decisiones muy difíciles. —Esa sonrisa
ladeada apareció—. Y no soy la decisión difícil de nadie.
Mi lengua se volvió gruesa.
—Querías jurarte a mí.
—Sí —dijo, luego suspiró—. Lo quería.
—Querías ayudar a gobernar este lugar roto. —Me aparté de él, mi bata se
deslizó sobre mi piel, abriéndose—. ¿Qué ha cambiado?
Apretando la mandíbula, se obligó a mirar al fuego.
—Muchas cosas. —Cuando finalmente me miró, sus ojos eran cálidos, pero su
voz era fría—. Ya no deseo jugar estos juegos. Es< —Se tronó los nudillos,
suspirando como si le doliera—. Simplemente no puedo, Audra.
Me reí.
—Qué montón de mierda. Querías un título más grande desde que me viste
lloriqueando en los jardines esa noche, y felizmente aprovechaste la oportunidad
que tenías ante ti.
Sacudió la cabeza mientras se levantaba, cerrando su abrigo de color carbón.
—Me prometieron un título que fue entregado a otra persona. —El oro de sus
ojos se oscureció al encontrarse con los míos—. ¿Puedes culparme por querer
tomar finalmente lo que pensé que era mío?
—No soy un juguete para ser tomado —siseé, luego me estremecí cuando las
palabras de Klaud inundaron mi mente.
Zad no dijo nada más. Simplemente me miró de arriba abajo con una
finalidad que sacudió mis pies, luego se dirigió hacia las puertas.
—Te lo advierto, mi lord —dije, deteniendo mis temblorosas manos—. Si te
vas, no puedes volver como mejor te parezca. —El cepillo de madera comenzó a
crujir y astillarse en mi agarre—. Si te vas, perderás cualquier oportunidad que
152 tengas para cumplir tus deseos.
Su mano se enroscó en una de las manijas de las puertas, pero me dio la
espalda.
—Hablas como si alguna vez hubiera una oportunidad en primer lugar.
Luego se fue.
El cepillo navegó por el aire, destrozando la madera de la puerta que se
cerraba antes de caer en pedazos irregulares en el suelo.
Trece
—E
ntonces —le dije a Azela y Ainx a la mañana siguiente en la
sala del trono mientras mis uñas golpeaban las espirales
plateadas grabadas en el reposabrazos de mi asiento—.
¿Ofensa o defensa?
Ainx habló primero.
—Digo que ataquemos. Están esperando y probablemente cansados de eso.
—Los labios de Azela se apretaron, y Ainx la miró con el ceño fruncido—. ¿No
estás de acuerdo?

153 Su mirada se movió hacia mí y asentí.


—Majestad, creo que deberíamos esperar a que vengan a nosotros. Se ve
mejor para usted y también nos da la ventaja.
—Pero, ¿qué pasa con los inocentes que quedarán atrapados en el
derramamiento de sangre?
Ainx tenía un punto, pero lo rechacé.
—Establecimos más patrullas hasta la frontera a menos de medio día de
distancia. —Sonreí ante el brillo irritado en los ojos de Ainx—. Tranquilízate. No
les dejaremos entrar en la ciudad o en los pueblos.
—Nos estamos quedando cortos. ¿Y si no podemos detenerlos si marchan?
Me incliné hacia delante.
—Podemos y lo haremos.
Después de ordenarles que informaran al general de nuestros planes y que
prepararan a nuestros soldados, los despedí, luego miré los rayos de luz que
bailaban en el piso de la sala del trono. Seis guardias estaban parados en las
columnas a ambos lados de la habitación y cerca de las puertas.
Traté de no ofenderme, sabiendo que los ojos adicionales se consideraban un
mal necesario en momentos como estos. Independientemente de las inquietudes de
todos, tenía que preguntarme si todos en el Reino del Sol me deseaban muerta, o si
el número de aquellos que sí, superaban a los que no lo hacían o eran indiferentes.
Mis faldas se extendieron a mi alrededor en un charco negro y plateado
cuando me paré y crucé la habitación, tomando la salida del extremo izquierdo por
los pasillos tranquilos.
La ausencia de Zad fue más de lo que pensé que el lord astuto era capaz de
hacer. Aun así, esta larga vida debía continuar, y me estaba cansando de caer en
cada capricho imaginativo que intentaba derrumbarme hasta que ya no podía
sostenerme.
Era joven, sí. Era la hija de un monstruo, sí. Era una mujer tonta que había
entregado su corazón a la persona equivocada, sí. Pero mientras respiraba, era una
reina.
Todos haríamos bien en recordar eso.
Llegué a las cocinas antes de finalmente registrar cuál era el ruido distante.
Gritos y alaridos: fuertes y doloridos.

154 Me recogí las faldas y bajé corriendo las escaleras, con los tacones repicando
mientras volaba alrededor de cada vuelta hasta que salte a la entrada de la
mazmorra y encontré la puerta abierta.
Azela estaba allí, hablando en voz baja con otro guardia fuera de la celda de
Raiden. Una mirada a su alrededor mostró más guardias persistentes, al menos
ocho de ellos, todos con diferentes miradas de consternación y curiosidad.
Irrumpí dentro y Azela se volvió hacia mí.
—Me llamaron tan pronto como salí de la sala del trono, pero no estoy seguro
de qué le pasa.
Con la respiración contenida en mi garganta, me acerqué a Raiden.
—Déjanos.
—Pero mi reina<
—Dije que nos dejen.
Lo hicieron, pero podía sentir la renuencia de Azela en el aire. Un aire que
Raiden estaba luchando por respirar mientras jadeaba y balbuceaba, murmurando
palabras que tenían poco o ningún sentido.
Me arrodillé cerca de los barrotes mientras él gemía y caminaba de un lado a
otro, rasgándose el cabello.
—¿Qué está mal?
No dijo nada. Era como si ni siquiera pudiera escucharme. Dondequiera que
hubiera viajado en su mente, no estaba aquí.
Tiró y jaloneó, y envié un destello de magia a su alrededor, quitando sus
manos de su cabello y presionándolas a los costados.
Eso solo sirvió para enfurecerlo aún más.
—Son mentirosos que nunca mintieron, pero lo hicieron. Lo hicieron.
Una y otra vez, decía las mismas palabras.
—¿Quién mintió?
—Todos ellos —escupió. Continuó paseando, luego bramó—. ¡Todos me
mintieron!
No estaba segura de qué hacer. Qué decir. O qué sentir incluso cuando lo vi
maldecir y murmurar para sí mismo.
Cuando cayó en otro ataque de rabia, los tendones de su cuello se abultaron
mientras gritaba a todo pulmón, tomé asiento en el suelo y comencé a hablar.

155
19 veranos

Mi vestido negro tenía una cola que cubría todo el pasillo detrás de mí
cuando nos acercamos a la entrada de los jardines.
Ocho doncellas lo sostuvieron sobre el suelo húmedo y cubierto de hojas
cuando atravesamos el patio y entramos en los jardines que se extienden por acres
más allá, hasta las estribaciones de las montañas.
Mi corsé, adornado con ramitas plateadas brillantes que giraban en espiral en
el aire sobre cada seno, se contrajo con cada paso al futuro que tomé.
Nunca pensé que sería feliz, o que el calor y la emoción genuinos me
atravesarían en este momento. Toda mi vida, había sabido que mi matrimonio
sería arreglado, y me había preparado debidamente para ello. Había preparado mi
corazón para permanecer indiferente y me recordé que todo era solo un negocio.
Una forma de asegurar que nuestro linaje se mantuviera fiel y nuestro reinado
continuara.
Nunca podría haberme preparado para él.
Asientos envueltos en oro y plata fueron colocados sobre el largo tramo de
hierba verde brillante. Estaba despejado de nieve, pero pequeños carámbanos
todavía brillaban bajo el haz de luz del cielo oscuro del amanecer.
Él usaba oro.
Pecheras doradas, pantalones dorados y una corona dorada de hojas secas y
bayas sobre su cabeza. Su abrigo dorado colgaba alrededor de sus muslos, el sol y
sus llamas grabadas en cuero y ante. Pero cuando tomó mi mano entre las suyas,
fue su toque, una cálida promesa, lo que me dejó sin aliento.
En las semanas previas a ese momento, habíamos sido inseparables. Estaba
mareada con solo pensar en su nombre, y estaba demasiado lejos para sentirme
avergonzada o enojada por eso. Él era mío y yo era suya.
Y esto estaba sucediendo.
Mis ojos fueron llevados a la izquierda a tiempo para ver a Zad saliendo de la
espesa multitud. Parpadeé, preguntándome qué en la oscuridad estaba haciendo, y
156 luego se fue.
—Me robas el aliento.
Mirando hacia Raiden, me estremecí cuando algo húmedo goteó por mi
mejilla.
Una lágrima.
La frente de Raiden se arrugó y, para disgusto de la sacerdotisa, dio un paso
adelante y ahuecó mi cara para atraparla con su pulgar.
—Me siento honrado de que muestres alguna emoción por mí —susurró tan
bajo que casi no lo escuché. Probablemente para asegurar que nuestros invitados y
mi padre, que estaba parado detrás de mí, no escucharan—. Pero no me gusta
verlo.
Tomé su mano, y luego asentí a la sacerdotisa para comenzar.
Sus ojos estaban fijos en los míos mientras ella hablaba el idioma antiguo,
luego nos hizo repetir después de ella.
—Te prometo —le dije con voz firme—. Eternamente mi amor.
Raiden sonrió, y cuando fue su turno, dijo lo suficientemente fuerte para que
todos, incluso aquellos que estaban dispersos por las profundidades más lejanas de
los jardines, escucharan:
—Te prometo eternamente mi amor.
Sus labios eran fuertes cuando me acercó a él y asaltó los míos.
Los aplausos explotaron y sonaron pequeñas campanillas, pero todo se
desvaneció bajo el peso de su beso y sus manos sosteniéndome imposiblemente
apretada contra él.
Bailaron y bebieron en cuanto caminamos por el pasillo cubierto de rosas,
deteniéndonos para saludar y estrechar las manos de los invitados.
Cuando llegamos al final, Zad estaba allí, con cara de piedra. Un chaleco
negro cubría su camisa de vestir blanca, y se adelantó, sus ojos firmes en los míos.
—Mi princesa, si puedo decir una palabra.
Fruncí el ceño, luego me reí cuando Raiden me apretó contra él, sus labios en
mi mejilla y le dijo al lord:
—Me temo que no, porque tenemos lugares para estar y mucha gente para
ver.
Pero los ojos de Zad permanecieron en los míos. No podía leerlos, y no estaba

157 completamente segura de querer hacerlo.


Raiden se aclaró la garganta, apartándose y llevándome con él.
—Si nos disculpas.
—Audra —dijo Zad, con una urgencia en su voz que no había escuchado
antes.
—Ignóralo —interrumpió Raiden—. Hay poco que pueda hacer ahora que
nos hemos jurado.
Mirando hacia atrás por encima del hombro, miré a Zad, luego volví a mirar a
los invitados a los que Raiden nos dirigía.
—¿Qué quieres decir?
—Está obsesionado contigo —dijo Raiden—. No puedes decirme que no eres
consciente.
Pero no lo era, no lo había sido, y sacudí la cabeza, riéndome un poco.
—No hay nada de lo que estar consciente.
—Como digas, no importa ahora de todos modos.
El desayuno se convirtió en almuerzo en una fiesta que se extendió desde el
castillo en un tren como una serpiente por toda la ciudad. La tradición exigía que
la celebración de todo el día contuviera suficiente vino y comida para que un reino
entero pudiera comer. Con la ayuda de panaderías locales, los cocineros habían
estado trabajando toda la semana.
Después, mi padre debía acompañarme a una cabaña en los árboles en el
aislado Bosque de la Promesa, más allá de los límites de la ciudad. Todos los
miembros de la realeza recién casados en el reino pasaban su noche de votos en la
cabaña y no regresaban hasta el amanecer siguiente.
—Espero con ansias esa parte —le dije al oído de Raiden mientras
atravesábamos lentamente las multitudes en el patio delantero, y él me dio de
comer fresas glaseadas y vino.
—Definitivamente, yo también.
—¿Hacen lo mismo en el Reino del Sol?
Sabía que muchas de nuestras tradiciones eran arcaicas y, por lo tanto,
similares. Sin embargo, también sabía que éramos un continente dividido en dos
por elección. Los residentes pueden optar por viajar, quedarse un tiempo o llamar
a un lugar para siempre si uno de los dos estilos de vida diferentes les conviene.
Aunque la mayoría no eligió abandonar su reino de nacimiento para siempre,
158 la libertad de hacerlo permaneció, y me hizo preguntarme por qué alguien se
quedaba en el Reino de la Luna.
La comodidad y los lazos de sangre eran cosas curiosas y a menudo
peligrosas.
Raiden se detuvo en un puesto abierto para llenar un plato con cabra frita y
pollo. Se lamió los dedos mientras me lo daba.
—Come, necesitarás tu energía.
Le quité el plato y tomé un trozo de pollo, masticando cuando mi sangre
comenzó a descongelarse y calentarse.
Debajo de un toldo de una pequeña alcoba que daba al río, nos sentamos. El
brazo de Raiden me mantuvo a su lado mientras usaba la otra mano para comer y
saludar a los transeúntes mientras me llenaba de historias sobre su tierra.
—¿No tienen una cabaña?
—Es una piscina —dijo—. Una piscina que se extiende hasta el borde de un
acantilado, donde sus aguas caen para encontrarse con el Río de las Serpientes.
—¿Dónde duermen? —Me preguntaba cómo les iría a su piel si permanecían
en la piscina durante veinticuatro horas.
Se rio entre dientes.
—¿Crees que simplemente permanecen en el agua, follando todo el tiempo?
Apreté mis labios.
Me apretó, luego se inclinó y me lamió los labios después de que mordí el
pollo. Me reí y aparté su rostro.
—Hay un dosel de árboles, casi como una pequeña cabaña, con tumbonas y
bebidas y suficiente comida para el día.
—Quizás podríamos hacer esto allí también —sugerí, ignorando mi disgusto
por el calor extremo.
Raiden reflexionó sobre eso, sus labios se crisparon mientras miraba el agua.
—Creo que es un buen plan.
Discutimos más de sus costumbres. Cómo después de que una pareja se había
prometido, se les otorgaría una serie de regalos tan pronto como regresaran, y
cómo a los hombres no les gustaba sufrir las visitas de los invitados. No mientras
la necesidad de reclamar y consolidar los votos continuaría ardiendo cada vez que
su cónyuge estuviera cerca.

159 —Y siempre están cerca —dijo, su tono serio—. No dejarás mi vista si puedo
evitarlo.
Le agarré la barbilla y lo besé rápidamente antes de que una niña y sus
padres se acercaran para felicitarnos.
Cuando el sol comenzó a desvanecerse, una línea de espectadores se extendió
desde el castillo hasta el borde de la ciudad para vernos partir.
Parecía ridículo que tuviéramos que regresar al castillo simplemente para
irnos, pero eso fue lo que hicimos. Estaba casi sin aliento cuando llegamos, cortesía
de besos robados, ya sea frente a todos o escondidos junto a escaparates.
El carruaje, negro con una espiral plateada que se retorcía sobre la pintura
metálica, tenía forma de manzana. Un conductor abrió la puerta, otorgándome la
vista a mi padre que estaba sentado y esperando.
Raiden extendió su mano para ayudarme a mí y a mi vestido extravagante,
antes de subir para sentarse a mi lado. Las ventanas estaban abiertas, los habitantes
de la ciudad y el campo se despedían mientras sus hijos corrían tras el carruaje.
Raiden observó con una sonrisa serena en su rostro mientras algo extraño,
algo que se parecía mucho a la paz, se instaló en mi pecho.
Con su mano metida en la mía, bajé mi cabeza hacia su hombro, contenta de
dejar que se despidiera y sonriera a las personas que estaban afuera mientras el
carruaje avanzaba y rodaba cuesta abajo.
Mi padre rompió el silencio con una mirada dura.
—Ahora que se acabó, tendremos que hacerme un heredero y hacerlo fuerte.
—Sus ojos brillaron—. ¿Puedes imaginar el poder? —Se rio, bajo e insidioso—.
Somos un continente de tontos por no pensar en combinarlos antes. Por supuesto,
sin duda perderás muchos bebés intentando, pero valdrá la pena.
Escuché la mandíbula de Raiden flexionarse.
Retuve una respuesta mordaz, no quería dejar que robara la belleza de este
día con miedo o una discusión que no ganaría.
Sus ojos en blanco revolotearon sobre mí, y luego sonrió.
—Tu madre se veía muy similar a ti en nuestra noche de votos, aunque no tan
oscura. Deslumbrante en rojos y rosas, se parecía a una mariposa esperando a que
le arrancaran las alas.
Mantuve mi mirada en la corona de plata tejida sobre su cabeza.
—Desearía haberlo visto.

160 Sus ojos se encontraron con los míos, poco dispuestos a liberarlos.
—Estoy seguro de que ella te lo contó todo antes que< —Movió su mano—.
Falleciera de forma intempestiva.
La forma en que pronunció las palabras, como si no hubiera sido él quien la
sentenció a una muerte m{s cruel de lo que había sentenciado antes< tragué y
forcé mis ojos a la ventana.
Habíamos llegado a las afueras de la ciudad, con el sol sobre los brazos
ondulantes y los rostros sonrientes.
Mientras la mano de Raiden apretaba la mía mientras él y mi padre hablaban
sobre una nueva oportunidad comercial con un continente vecino de humanos, me
aferré a ese sentimiento dentro de mí.
No dejaría que la oscuridad se filtrara y robara un momento que siempre
pensaría como el más brillante.
Como nuestro momento más brillante.
Demasiado pronto, las multitudes fueron reemplazadas por grupos gigantes
de rocas y caminos pavimentados mientras nos acercábamos al bosque. El sol se
había encontrado con el horizonte, el bosque goteaba con suficiente oscuridad para
el uso de linternas. Saltaron a la vida fuera del carruaje, y en la distancia, se podía
ver a la guardia de mi padre, que cabalgaba detrás de nosotros, llevando
antorchas.
Sucedió con la velocidad de una inhalación.
La mano de Raiden estaba en la mía, y luego no.
Los caballos que remolcaban el carruaje relincharon y se encabritaron, y el
carruaje se tambaleó, robándome todo el aliento de los pulmones. Los conductores
y los lacayos gritaban maldiciones, y luego un ruido sordo resonó cuando
golpearon el suelo.
La puerta se abrió de golpe, y luego, soldados que vestían los colores del
Reino del Sol sacaron al príncipe del carruaje.
Su sorpresa fue suficiente para sacarlo, pero no lo suficiente para contenerlo.
El fuego encendió el mundo en llamas mientras rugía y desenvainaba su espada.
Pero fue demasiado tarde. La puerta se había cerrado de golpe. Una espada
había sido clavada en la cabeza de mi padre a través de la ventana, tomándolo por
sorpresa.
Observé su boca abierta y sus ojos redondeados. Miré fijamente sus ojos, y
ellos me devolvieron la mirada, vaciando la vida mientras su alma oscura se
filtraba a través de su sangre color borgoña y huía de su cuerpo.

161 Él gimió. Un hombre de su edad no moría fácilmente, con espada en el


cerebro o no.
Mis ojos se cerraron, y cuando los volví a abrir, la realidad se asentó con
suficiente violencia como para que un grito me raspara la garganta, se deslizara
sobre mi lengua y me golpeara los dientes. Inhalando profundamente por la nariz,
tragué el impulso cuando el olor acre de mi padre muerto contaminó cada
partícula de aire.
El humo chamuscó mis pulmones cuando el carruaje comenzó a arder, y mi
corazón latía con fuerza mientras lloraba. ¿Dónde estaba él?
Su fuego< el carruaje.
Lo habían sacado. Era su príncipe. No le harían daño. Querían lastimarme.
Más que lastimarme.
Se instaló hasta mis huesos. Él no vendría a ayudar.
Con manos temblorosas, rebusqué en los compartimentos del carruaje,
maldiciendo el hecho de que no había tenido la intención de usar una espada
debajo de la monstruosidad que era mi vestido.
El amor nos hacía tontos a todos. Te arrinconaba en una falsa sensación de
seguridad, y luego te dejaba para arder.
Pero había poco tiempo para empaparme de mi ira: podía estar furiosa
conmigo misma cuando sobreviviera.
Y no tenía intención de morir como una tonta.
El pánico se aceleró cuando las ventanas se cerraron desde el exterior. Raiden
estaba afuera.
Y estaba sentada en una trampa en llamas.
Casi me preguntaba si estaba sonriendo, si se sentía triunfante o si tal vez,
solo tal vez, estaba plagado de suficiente remordimiento para ayudarme.
No me atrevería a esperar algo que no daría.
Me lancé hacia la puerta cerrada y grité, tirando y jalando. Golpeé mis manos
contra la madera, se me astillaron las uñas, me sangraron los dedos mientras
lanzaba viento y hielo y cada onza de mí misma en el pomo.
Pero la puerta no se movió.
Si mi magia no funcionara contra la puerta, entonces sabía que no funcionaría
contra el fuego. No mientras estaba adentro. Alguien había hechizado el carruaje.
Grité, y luego tosí cuando el fuego lamió la madera, y comenzó a chirriar. El

162 sonido de gritos y reunión de espadas resonó fuera de mi trampa de muerte.


Los temblores se dispararon a través de mis brazos mientras tanteaba y me
rasgaba el vestido. Finalmente se rasgó, y aseguré la tela alrededor de mi boca para
ganarme más tiempo mientras me arrastraba por el piso hirviendo hasta mi padre.
Tenía las manos desgarradas, la piel ampollada, pero cerré los ojos y los
envolví alrededor de la empuñadura de la espada, luego tiré.
Se deslizó de su cabeza con poca resistencia, y mi corazón amenazó con ceder
cuando vi la insignia en la empuñadura.
La espada de Raiden.
No importaba. No podría importar si estaba muerta. Si obtenían lo que
querían.
La rabia me atravesó con claridad nítida. Un trueno retumbó en lo alto, y yo
sonreí, con la cuchilla robusta entre mis manos ensangrentadas. Golpeé el mango
contra el suelo debilitado del carruaje.
Las llamas besaron mis talones, atraparon mi vestido y me encerré en una
burbuja de hielo para mantenerlo a raya por un segundo, la madera se astilló y se
agrietó.
La golpeé una y otra vez hasta que mi próximo aliento me dejó sin aire
cuando me encontré con la tierra dura con un impacto que me hizo castañear los
dientes.
Gruñí, las llamas chisporrotearon cuando mi magia las aplastó. Entonces dejé
de respirar por completo cuando vi a nuestros conductores y lacayos muertos en el
suelo. Sus cabezas yacían junto a sus cuerpos extendidos, su sangre uniéndose y
formando un charco a su alrededor.
Me moví al oír el ruido de los cascos en el suelo, y luego apareció una cara
pálida con ojos llenos de miedo.
—Gracias a la mierda. —Zadicus extendió su mano—. Ven.
La tomé y él me sacó.
—Detrás de ti —dije, mi voz demasiado ronca para ser escuchada.
Leyó mis labios u ojos y se volvió, tirando la espada del asaltante al suelo y
luego terminándolo con un pensamiento solo. La sangre goteaba de sus ojos, las
orejas y la nariz del soldado, y luego otro se acercó rápidamente.
El humo era cegador, pero tropecé alrededor del carruaje para encontrar que
solo quedaban unos pocos traidores restantes. El resto no era más que motas
sombreadas, que huían hacia el sur por las colinas.

163 Una mano agarró mi cabello, y un grito ronco me abandonó mientras me


tiraban hacia atrás.
—Deberías estar en ese carruaje, ardiendo en la oscuridad con tu padre sin
alma.
La hoja de una espada se clavó en mi garganta y, sorprendida, no sentí el
aguijón, solo sentí que mi sangre comenzaba a gotear.
—¿Dónde está Raiden? —Es curioso cómo incluso después de que el corazón
había sido usado y maltratado, todavía quería saber lo que necesitaba.
Su madre se rio, una risa aireada y sin aliento de satisfacción.
—Se ha ido. Pensó que estabas muerta. El trabajo hecho. No había necesidad
de quedarse y oler tu carne quemada.
—¡Audra! —rugió Zad.
El carruaje estalló, un gruñido salvaje resonó en el aire cuando se derrumbó
sobre sí mismo.
Usé la distracción para agarrar el brazo de su espada, balanceándola sobre mí
en la tierra. Un hombre que no reconocí apareció y enterró su espada en el pecho
de Solnia.
Ella gritó por Phane, quien rodeó los restos del carruaje, con la cara oscura de
furia. Encontré su espada con la de su hijo mientras intentaba clavarla en la
espalda del hombre.
Él me golpeó en el hombro, y grité, luego golpeé una ráfaga de viento a su
garganta cuando el fuego brotó de su palma.
Antes de que pudiera arrojarme su fuego, Zad estaba detrás de él, su espada
cortando su cuello.
Su cabeza rodó y, jadeando, me giré para verla aterrizar cerca de su esposa
muerta.
El hombre que la había matado arrojó su corazón a la tierra, y poco a poco
cambió de color, de carmesí a negro.
Con la adrenalina alimentando cada movimiento, moví mis ojos a todas
partes, tropezando lejos de la tierra y aterrizando sobre mi trasero. El mango de la
espada se chamuscó. Lo tiré a la hierba, agarrándome la parte superior del brazo
mientras el humo negro llenaba el cielo cubierto de rayos y la lluvia helada
comenzaba a caer.
Con el cuerpo temblando, vi los árboles alrededor del carruaje transformarse
164 en rostros siniestros. Rostros de bestias que se nublaron y se rieron. Se rieron y se
volvieron negros y robaron cada onza de color de mi mundo.

Mi mano fue a ese lugar en mi brazo. Se había curado hace mucho tiempo.
No había cicatriz, sin embargo, el corte del metal afilado que rasgó la piel todavía
se podía sentir incluso ahora.
Me habían herido muchas veces antes, y cada herida se había curado y nunca
me había atormentado.
Supongo que era diferente cuando te lastimabas de una manera que
alcanzaba tu núcleo, que envolvía garras venenosas a tu alrededor y se negaban a
soltarte.
Raiden estaba en silencio, sentado con las piernas cruzadas en el suelo frente
a mí con los barrotes entre nosotros. Sus ojos inyectados en sangre estaban fijos en
mi brazo, y sus pupilas más grandes que de costumbre.
—¿Te acuerdas?
Él no respondió, solo miró.
Me adelanté y agarré las barras.
—¿Te acuerdas?
—Audra —dijo mi nombre como si fuera el primer aliento que hubiera
tomado desde que esto sucedió hace más de un año—. ¿Qué está pasando? —Se
encontró con mis ojos, luego se dio la vuelta, agitado, con la espalda arqueándose
cuando comenzó a vomitar en el suelo.
Con lo que había hecho, más fresco que el siguiente latido de mi corazón,
simplemente vi como él expulsaba lo que parecía ser gachas de avena sobre las
piedras y comenzaba a toser. Tosiendo como si hubieran sido sus pulmones
ahogándose en humo en lugar de los míos.
Después de un minuto, se pasó el dorso de la mano por la boca y luego rodó
para sentarse contra la pared.
—Yo no< —Sacudió la cabeza, sus mejillas moviéndose mientras exhalaba—.
No quise hacerlo.
Agarré el metal con tanta fuerza que mi piel amenazó con romperse.
—¿No quisiste hacer qué? ¿Matarme a mí y a mi padre? —Me reí, bajo y sin
165 humor, aflojando lentamente mi agarre mientras me ponía de pie—. Oh, pero lo
hiciste. Todo el tiempo, ese fue tu plan. Engañar a la princesa despiadada para que
creyera que podías amarla. Tanto mejor para arruinarla, ¿verdad? Deberías
considerarte a ti mismo<
Dejé de respirar, dejé de pensar, dejé de moverme cuando él metió la mano
en el bolsillo y sacó pequeñas migas de color púrpura.
Migajas de lavanda.
Me miró, la confusión era una nube pesada entre nosotros.
Mi boca se abrió y se cerró, y también la suya. Sus ojos pasaron de los restos
aplastados de la flor morada a los míos y de regreso.
La bilis retumbó en mi garganta, y salí corriendo de allí ante el sonido de mi
nombre siendo gritado.
—¡Audra, espera!
Azela estaba alcanzando su espada, con los ojos muy abiertos y lanzándose
desde mí hacia el rey que gritaba.
—Cierra la celda, cierra la puerta. —Me apresuré a salir antes de subir las
escaleras y lanzarme por la primera salida del castillo que encontré.
En el pequeño balcón, tragué un aliento tras otro, deslizándome por el áspero
exterior de mi casa mientras el personal de la cocina fumando pipas en sus
descansos me miró con curiosidad.
Lo que sea que vieron en mi cara los hizo vaciar sus pipas y apresurarse a
entrar.

166
Catorce
—E
stá teniendo momentos de claridad —dijo Gretelle, la jefa
del aquelarre de Truin—. Y luego está confundido.
Miré a la vieja bruja, mis dedos golpeando el brazo de
mi trono mientras observaba a los guardias que escuchaban.
—¿Ha estado enfermo otra vez? —Desde que vi los pedazos de lavanda en su
palma, no pude volver obligarme a volver al calabozo.
No tenía ni idea de qué hacer con eso. ¿Lo había llevado consigo incluso
durante su vida como uno de los exiliados? ¿O era algún tipo de truco? Tal vez le

167 pidió a uno de los guardias que le trajera algo para ayudar con las náuseas.
Le pedí a Truin que viniera ayer y ella lo hizo, pero después de observarlo
durante cinco horas completas y solo presentar dejos de una mente racional, dijo
que necesitaba ayuda y se fue.
—Está enfadado, luego tiene remordimientos, luego está confundido, luego
pregunta por ti, luego pregunta por Casilla. —La bruja estrechó un ojo hacia mí—.
¿Quién es esta Casilla?
Desestimé la pregunta, queriendo apagar el grano de esperanza que seguía
creciendo en mi interior.
—Su prometida de Los Acantilados.
El rostro arrugado de Gretelle se frunció aún más y yo contuve una risa.
Nunca había visto a la mujer lucir tan perpleja. Sacudió la cabeza.
—Bueno, entonces. Supongo que volveré por la mañana con algunas de mis
hermanas y herramientas.
Truin se aclaró la garganta.
—Me gustaría quedarme, Audra. Para vigilarlo.
La bruja frunció los labios.
—Debería tener a alguien con él, sí. —Me dedicó una rápida mirada lateral—.
Está en buen estado y le vendrían bien algunos rostros familiares.
Ignoré la insinuación y me despedí de ella, viéndola cojear hasta la puerta
donde Ainx esperaba para escoltarla hasta la salida.
Truin miró a los guardias que quedaban y se sentó debajo de mi trono en el
escalón de mármol, con sus faldas amarillas estampadas a su alrededor mientras
bajaba su canasta.
—¿Estás bien?
Suspiré, encorvándome un poco en la incómoda silla.
—Define bien.
Sonrió, metiendo la mano dentro de su canasta para acomodar algunas
hierbas y una botella de líquido verde oscuro.
—Deberías ir a verlo. Es verdad, sabes. —Levantó la mirada hacia mí—. Que
estaba preguntando por ti.
—Lo sé. —Había estado preguntando por mí durante los últimos dos días.
Desde que salí de allí con mi cerebro y mi corazón explotando.
—Estás asustada. Ahora que has conseguido lo que buscabas tan

168 desesperadamente, tienes miedo de lo que pronto necesitarás hacer. —No había
vacilación en sus palabras. Solo una suave suposición.
Mi garganta se contrajo, al igual que mis manos alrededor de los
apoyabrazos.
Ainx regresó con una caja en la mano y su rostro palideció.
—Mi reina, uno de los mensajeros acaba de llegar.
—Evidentemente —dije, mirando a la caja con mis cejas arqueadas—. ¿Qué
es?
Ainx la sostenía alejada de él como si tuviera miedo de manchar su uniforme.
—Huele a carne en descomposición.
Mi estómago se hundió y me levanté, rodeando a Truin para bajar las
escaleras y tomar la caja de él.
Un grito se alojó en mi garganta cuando quité la tapa bañada en oro para
encontrar dos largos dedos acomodados sobre una prístina almohadilla blanca.
Gotas de sangre manchaban el satén en algunos lugares, como cuentas carmesí
sobre la nieve.
Parecía que habían sido arrancados de la mano, la piel desgarrada y arrugada
donde la sangre se había secado, trozos de hueso asomándose.
Truin hizo un sonido de arcadas detrás de mí.
Con manos inestables, volví a poner la tapa y aferré la caja fuertemente
contra mi estómago. El alivio y el arrepentimiento estaban en guerra.
—Entonces está vivo.
Ainx asintió.
—Aunque detesto pensar cuántas partes del cuerpo pueden ser cortadas
antes de que ya no lo esté.
Ignoré el trasfondo de su declaración.
—Prepara a Wen y a varios guardias.
—¿A dónde vas? —preguntó Truin.
Ya estaba saliendo de la habitación con planes de tomar una pequeña bolsa y
cambiarme de ropa.
—A visitar a un viejo amigo.

169 El Lord del Este vivía a medio día de camino del castillo y aunque nunca me
había aventurado a sus tierras antes, había escuchado hablar de ellas y algunos de
mis guardias conocían el camino.
Por lo que sabía, con la excepción de algunas personas de servicio, el lord
vivía solo. Desde que perdió a su esposa.
Se rumoreaba que ella se arrojó de un acantilado hacia las cataratas que se
estrellaban río abajo para encontrarse con el Mar Gris unos meses después de dar a
luz a un mortinato. A menudo me preguntaba si ella era la razón por la que él
nunca había encontrado a alguien más. Si tal vez ella era la razón por la que cada
intercambio en nuestros primeros días, e incluso ahora, estaba lleno de momentos
conflictivos. Nunca le había preguntado.
Al principio fue porque no me importaba. Y ahora, era porque probablemente
me importaba más de lo que debería.
Aunque era raro para los de nuestra clase jurarse más de una vez en nuestras
largas vidas, aun así sucedía. Había pocas maneras de escapar de una promesa.
Muerte, alegato, siempre y cuando ambas partes estuvieran de acuerdo, por la
corona o la traición.
Zad había permanecido como un activo en mi corte en los días posteriores al
exilio de Raiden dictado por esta última.
Se decía que su casa era un rectángulo de cristal con jardines en el tejado que
se desbordaba para cubrir los costados de la casa, dando la apariencia de un gran
invernadero invertido.
Los rumores no estaban equivocados, aunque rara vez lo estaban.
Salimos del oscuro follaje del Bosque Sinuoso y emergimos hacia un valle
estrellado. Las pezuñas golpeaban el suelo por la pendiente mientras nos
apresurábamos a salir de la vista. Podríamos haber estado en el territorio del Lord
del Este, pero eso nunca había impedido a los malhechores hacer lo que hacían
antes.
La suciedad salpicaba debajo del caballo de Ainx mientras se abría camino a
través de montones de hierba besada por la luna y salpicada de flores blancas.
Podía ver los establos a la izquierda de la casa cercada; una gran extensión de
madera blanca que parecía albergar al menos veinte caballos. Me preguntaba si él
tendría tantos o si tenía espacio para invitados. Luego me pregunté con qué

170 frecuencia la bestia sombría tendría invitados.


Me sacudí mis pensamientos inútiles y relajé mis muslos mientras nos
adentrábamos en el valle de su casa. Detrás de la valla blanca de hierro forjado,
que sabía que estaría vigilada, había un delgado bosque que se extendía por
kilómetros, hasta los acantilados donde su esposa se quitó la vida.
Desmontamos en cuanto se abrieron las puertas, nos dolían las piernas y
nuestros estómagos gruñían después de parar solo lo suficiente para aliviarnos y
rellenar nuestras cantimploras.
Tomé mi bolsa de la silla de montar y le entregué las riendas de Wen a Azela
cuando apareció una mujer de cabello dorado y ojos a juego que dirigió a los
guardias hacia los establos.
Por mi cuenta, observé los jardines prístinos llenos de todo tipo de flores
imaginables e incluso algunas que no parecían reales. Cubrían el césped ante la
casa de cristal de Zad en pequeños grupos, en grupos más grandes sobre la línea
de la valla y en lechos que corrían a lo largo del exterior de cristal.
El aroma del jazmín, la lavanda, las rosas y otra flora innombrable saturó el
aire de la tarde.
Respirando lentamente, sentí mis párpados revolotear.
—¿A qué debo el placer, mi reina?
Me di la vuelta. Zad estaba parado frente a las altas puertas de cristal, con los
pies desnudos y la túnica gris suelta. Se pasó una mano por su largo cabello,
aunque era inútil. Las hebras de color caoba cayeron de regreso a su lugar para
cubrir sus mejillas.
Con pies de plomo, me acerqué a él, la bolsa que colgaba de mi hombro
pesaba mucho más de lo que debería. Mientras arrastraba mis ojos del lord hacia
su gran casa, noté que aunque era de cristal, no se podía ver el interior. Mi propio
reflejo y el cielo salpicado de estrellas me miraban fijamente.
—Tenemos que hablar. —Miré a mi alrededor, luego me encontré con su
curiosa mirada—. En el interior. Recibí una entrega bastante alarmante esta
mañana.
Los labios de Zad se fruncieron. Por un momento eso ocasionó que mi aliento
temblara, él solo miró fijamente. Finalmente, se enderezó desde donde había
estado apoyado contra la puerta abierta.
—No necesitas preocuparte por los oídos no deseados. No hay nadie aquí que
me pudiera traicionarme.

171 Resoplé, pasando por delante de él hacia el interior cuando hizo un gesto
para que lo hiciera.
—¿Qué te hace estar tan seguro de ti mismo?
—¿Además del hecho de que les pago generosamente? —Dejó las puertas
abiertas, aparentemente divertido mientras mi boca se quedaba abierta, mis ojos
hambrientos contemplaban todo lo que había más allá del pequeño vestíbulo—.
No he contratado a nadie nuevo en años. Mi gente y amigos saben que es una
sentencia de muerte traicionarme.
Estaba demasiado ocupada mirando el cielo nocturno a través de las paredes
y los huecos inclinados en el techo como para estar celosa; los huecos entre la
hierba, la tierra y los jardines de arriba.
—Esto es mágico —dije, moviéndome por el pasillo.
—Por supuesto, aparece sin avisar y siéntete como en casa.
Ignoré su tono seco, mis botas rozándose suavemente contra el suelo de
mármol con motas negras mientras me asomaba al interior de tantas habitaciones
del primer piso cómo podía.
Una sala de estar decorada con blancos, negros y grises. Un estudio cerca de
la cocina revestido con madera oscura y tapicería de cuero. Un área de
entretenimiento, con dos grandes sillones de terciopelo negro con almohadones
naranja y plateados y tres sillones con mantas de piel negra y marrón. Un fuego
bailaba en la gigantesca chimenea de cristal negro. Antiguas pinturas de paisajes
brillantes y mujeres semidesnudas con alas se alineaban en algunas de las paredes
blancas.
De pie en la alfombra negra tejida, me volví y pasé junto a Zad de nuevo por
el pasillo, pasando por un cuarto de baño lleno de azulejos oscuros y toallas rojas
hasta la cocina en el extremo opuesto.
Dos hombres se reían mientras limpiaban ollas y sartenes y las volvían a
colgar sobre el mostrador. Se congelaron cuando me vieron ahí parada,
contemplando el ladrillo y la madera y la gran extensión de la habitación.
—Majestad. —Rápidamente, se inclinaron. Un hombre rubio dijo—: Eh,
¿podemos ayudarle con algo?
—Estoy bien. —Me giré para irme y mi rostro se golpeó justo contra un torso
duro—. Uf.
Por un momento, solo inhalé el olor a clavo y menta.

172 Entonces las manos de Zad me agarraron de los hombros y me apartaron


hacia atrás.
—Si has terminado de explorar, me gustaría llegar al punto de esta visita.
—Qué grosero. —Resoplé, alejándome y dirigiéndome hacia las oscuras
escaleras de madera—. Aún no he visto el piso de arriba.
Me agarró de la mano y tiró de mí tras de él, y yo gemí mientras me
arrastraba por el largo pasillo hacia una pequeña sala de estar. Hice una mueca
hacia los rígidos sillones y mesas de color blanco sobre blanco, y la pequeña
chimenea.
—La otra habitación parece más agradable.
—Esa habitación es para invitados.
—¿No es eso lo que soy?—Me volví hacia él.
—Eres muchas cosas, Audra, pero un invitado no es una de ellas. —
Suavemente, tomó mi bolso de mi hombro—. ¿Qué está pasando? —Su cabeza se
sacudió—. Maldita sea la oscuridad, ¿qué es ese maldito olor?
Hubiera sonreído ante su reacción cómica si no fuera por el contenido de la
bolsa. En cambio, me dejé caer en un sillón, me quité las botas y sonreí cuando él
frunció el ceño. Estaban costrosas de polvo y suciedad, y dejaron una o dos
pequeñas marcas en la alfombra de piel blanca.
—Solo abre la bolsa y mira en la caja —dije, luego bostecé, mis ojos se
cerraron cuando lo escuché abrir la tapa. No quería ni necesitaba volver a ver el
contenido, aunque era lo menos que podía hacer.
Abrí mis ojos.
—Le pedí que gobernara en mi lugar —le dije, rodando los labios—. En una
tierra llena de aquellos que me evitan y me odian. Le pedí que hiciera lo mejor y lo
hizo, pero lo mejor no fue lo suficientemente bueno.
Con una expresión en blanco, Zad volvió a colocar la tapa en la caja, luego la
colocó en la mesa más alejada del fuego crepitante.
—Te están incitando.
Lo sabía.
—Lo han torturado. Todavía lo están torturando.
—¿Por eso estás aquí?
Fruncí el ceño.
—¿Mi presencia en tu casa realmente te molesta tanto?
Zad se frotó la barbilla forrada de una barba incipiente, suspirando mientras
173 se acercaba a la chimenea y apoyaba las manos sobre la repisa de la chimenea.
—Audra, no estoy seguro de lo que quieres que haga.
—No te estoy pidiendo que hagas nada, pero tus amigos< —Observé su
espalda arquearse mientras bajaba la cabeza—. Sé que ellos son la razón por la que
sabías lo que iba a pasar en mi noche de votos. —Me detuve, cruzando una pierna
sobre la otra—. Se me ocurrió cuando estaba visitando a mi esposo exiliado y
reproduciendo lo que fue casi el momento más feliz de mi vida, que tu aparición
fue bastante oportuna, mi lord.
El silencio resonaba mientras yo continuaba viendo su musculosa espalda
subir y bajar suavemente.
Finalmente, murmuró:
—Lo escuché yo mismo, no de mis amigos. —Se enderezó pero no me miró—.
A medida que transcurrían las semanas posteriores a tu compromiso, algo no se
sentía bien, pero nadie hablaba, por lo que nadie fuera de tu círculo íntimo sabía
nada. Eran demasiado cuidadosos. Así que fingí ir en contra de la alianza
matrimonial. La oscuridad sabe que tenía suficientes razones para hacerlo. —Ante
su tono exasperado, fruncí el ceño pero no lo interrumpí—. O eso creían Solnia y
Phane, ya que pensaba que algún día sería tu esposo. Lo sabían, y después de solo
unas pocas reuniones, fueron fácilmente engañados. —Luego se volvió, con la
expresión en blanco mientras decía—: Me infiltré en su círculo interno apenas una
semana antes de la ceremonia.
Por eso pudo dar fe de su culpa en los días posteriores, aparte de estar allí
para presenciar los horrores de primera mano.
—¿Por qué no me dijiste todo esto? —Las palabras casi se susurraron, y no
me había dado cuenta hasta que me aclaré la garganta de que la importancia de
esta esta visita era porque quería mirarlo a los ojos y que me dijera lo que sabía por
sí mismo.
—Lo intenté. Me ignoraste a cada paso, y comenzaba a parecer sospechoso, la
forma en que te seguía, esperando por un momento donde Raiden se fuera de tu
lado.
Pero nunca lo hizo, no en los últimos días previos a la ceremonia.
Miré la alfombra de piel y mis botas sucias.
—¿Entonces decidiste intentar frustrar sus planes por tu cuenta?
Zad asintió.

174 —Tuve ayuda como probablemente puedes recordar. Atravesamos el bosque,


por eso no me viste en las festividades. —Resopló, sacudiendo la cabeza—. No es
que te hubieras molestado en mirar.
Fruncí el ceño y abrí la boca, pero él continuó:
—Y luego esperamos. Sin embargo, atacaron antes de que pudieras entrar
completamente en el bosque. Ese no era el plan. Deben haber descubierto en el
último momento de qué lado estaba realmente. Tuvimos que correr< —Se detuvo,
y podría haber jurado que tenía un temblor en la mano cuando ahuecó su boca con
ella y se volvió hacia el fuego—. No sabía si lo lograríamos.
Pasaron largos momentos mientras dejaba que esa noche, lo que había hecho
y lo que había arriesgado, cerrara una de las pequeñas grietas dentro de mí.
—Gracias —murmuré finalmente.
Se puso rígido y luego soltó un suspiro lentamente.
—Entonces, ¿qué te hace pensar que esos son incluso los dedos de Berron?
Me tomó un momento traer el presente a su lugar, y luego mostré mis
dientes, riéndome.
—Oh, créeme. Lo son.
Zad hizo una mueca. Apretó la mandíbula mientras se pasaba una mano por
el cabello, luego se dirigió hacia la puerta mientras murmuraba:
—Te mostraré arriba.
Después de librarme del viaje de un día en mi piel en una bañera que era casi
tan lujosa como la mía, la mujer que nos recibió nos trajo un plato de queso, carnes
y frutas a mi habitación.
La sala estaba llena de madera blanca. Una cama apta para tres reyes se
encontraba en el centro sobre un estrado elevado y los árboles tallados se alzaban
desde las cuatro esquinas para formar un dosel de madera tejida y coronada.
—Tu nombre —le dije cuando se iba.
—Emmiline. —Luego bajó la cabeza y cerró la puerta detrás de ella.
La miré por un tiempo, preguntándome exactamente quién era ella para el
lord, luego mi hambre me superó y devoré la mayor parte de la comida en el plato.
Durante horas, me quedé mirando el intrincado dosel sobre la cama. El
175 agotamiento pesaba en mis párpados, pero no podía quedarme dormida.
Mis guardias habían sido conducidos a las habitaciones después de que me
dejaran en la mía, y aparte del sonido del agua gorgoteando en algún lugar de la
gran casa, no había nada más que silencio.
Me quité las mantas y puse mis pies en el frío suelo de mármol. La puerta
crujió levemente cuando la abrí y atravesé el pasillo hasta llegar a las escaleras.
Continuaban más arriba, presumiblemente hasta el techo.
Lo más silenciosa que pude, los subí y no encontré resistencia mientras
empujaba la pequeña puerta, una pieza de vidrio con hierba en el otro lado,
completamente abierta.
Pronto descubrí por qué cuando la dejé cerrarse y me arrastré sobre el techo
suave y húmedo, con cuidado de no aplastar ninguna flor en mi camino hacia
donde dos asientos se alzaban en el medio, escondidos detrás de serpenteantes
vides y girasoles. A la izquierda de ellos había una fuente con lo que parecía ser un
pez azul de dos cabezas nadando dentro. Un grends.
—No necesitas molestarte en tratar de guardar silencio —dijo Zad—. Eres tan
sigilosa como un caballo herido.
La irritación me erizó la nuca. Aun así, tomé el asiento junto a él, mirando el
vino que estaba tomando.
—¿Cómo es esto posible?
Zad se lamió la comisura de los labios y luego sonrió.
—Fácil, de la misma manera en que lo que podemos hacer es posible. Magia.
—Pero parece real —dije, mis ojos recorrían la vegetación y el caleidoscopio
de color iluminado por la luna.
—Porque lo es; solo necesita un poco más de aliento para sobrevivir.
Pensé en eso y luego pregunté:
—¿Emmiline?
Zad asintió.
—Sus poderes están ligados al suelo, a la tierra.
Parpadeé, luego tomé su vino y bebí un buen sorbo. No dijo nada mientras lo
devolvía con una pequeña cantidad restante. Un movimiento de su mano hizo que
se rellenara.
—Necesito aprender eso.
—Todavía hay muchas cosas que debes aprender. —Sin atisbos de diversión,
176 sorbió su vino—. Fuiste directo a los golpes fuertes sin tener en cuenta lo que las
cosas más finas y menos devastadoras pueden ofrecer.
Ignoré eso. Tenía razón, en cierto sentido, pero tenía mejores cosas por las
que preocuparme en estos días.
—Ella es de la realeza, entonces.
Zad pareció ponerse rígido.
—Lo es.
Lo miré. La implacable postura de sus anchos hombros, las rígidas líneas de
sus pómulos labrados y esa mandíbula endurecida.
—¿Tu madre?
Tomó otro sorbo de vino.
—Ya sabes que mi madre está muerta. Emmiline es la hermana de mi madre.
Había escuchado eso.
—Ella tiene un extraño parecido contigo. —Me frunció el ceño—. Estructura
ósea, y la< —Hice un gesto a su cara—. Cosa de intensidad silenciosa.
Su ceño se deslizó gradualmente, sus ojos se arremolinaron sobre mis rasgos
y sentí que me hundía como si finalmente me hubieran entregado agua en medio
del desierto.
—No podías dormir.
Sacudí la cabeza y luego sonreí cuando una almohada y una manta se
materializaron ante mí en el claro parche de hierba.
—Me parece que mirar las estrellas a veces puede ayudar.
—¿Vienes aquí a menudo? —Me acomodé sobre la manta y metí la almohada
debajo de mi mejilla.
Los tobillos cruzados de Zad se movieron de un lado a otro cerca de mis
rodillas.
—Cuando puedo.
—¿Cómo no está helando? —De acuerdo, no hacía tanto frío aquí como en el
castillo; la temperatura se descongelaba con cada kilómetro y medio de distancia,
pero el aire todavía era helado. Una frialdad que no me molestó, pero que
molestaría a la mayoría.
—La casa se calienta de la misma manera que tu hogar, solo que se extiende

177 hasta el techo también.


Bostecé.
—Y así es como puedes mantener vivos los jardines. Teníamos usuarios
mágicos trabajando a tiempo completo para asegurar la supervivencia de mis
propios jardines.
Zad tomó un libro que estaba a su lado y lo abrió donde había marcado la
página.
—Exactamente. —Comenzó a leer en voz alta de una colección de cuentos
que fueron elaborados mucho antes de que nuestros padres fueran incluso
pequeñas lucecitas en el horizonte. Las historias de príncipes y princesas, de
miembros de la realeza cazados y asesinados por hadas, obligados a encontrar un
lugar propio para asegurar su supervivencia, de reyes, reinas, guerreros humanos
y monstruos de carne y escamas.
Y muy pronto, el timbre melódico y profundo de su voz hizo que mis
pesados párpados cayeran, llevándome a un sueño sin sueños.
Algunas horas más tarde, cuando el sol envió espirales de luz dorada que
serpenteaban en la oscuridad, me desperté para encontrar al lord acostado a mi
lado, mirando las estrellas que se desvanecían.
—¿Has decidido qué hacer?
Estiré mis piernas y brazos, luego me senté y vi desaparecer las últimas
sombras.
—No estoy segura de a qué engorroso asunto te refieres.
—Todos ellos. —Su voz estaba llena de sueño y presionaba en cada lugar que
había tocado. Todo de mí.
Había un poco más por hacer. Se estaba gestando una guerra, me gustara o
no a mí o a cualquiera de mi gente.
—Raiden puede esperar. —Gire mi cabeza sobre mi hombro, ofreciendo una
sonrisa—. Creo que es hora de ir a la guerra.
—Y te gustaría que me uniera a ti, por supuesto.
No dije nada, pero seguí sonriendo.
Zad asintió una vez con un brillo en los ojos que no se podía leer, pero de
todos modos me llenó de calidez.

178
Quince
P
resioné una mano en el hocico de Wen, el calor de sus fosas nasales
calentó mi palma.
—Nos detendremos más ahora que tenemos luz del día, amigo
mío.
Resopló como si no le importara en absoluto.
Sonreí, deslizando mi mano sobre su cuello antes de montarlo y chasquear mi
lengua. Antes de que pudiera alejarme tres metros de los establos, Zadicus me
detuvo.

179 Estaba de pie al sol, con su largo abrigo de cuero marrón aleteando detrás de
él, y su cabello besado por el sol. Wen relinchó, y Zad le acarició el cuello mientras
se acercaba.
—Te ibas a ir sin decir adiós.
Mi frente se arrugó, mis manos enguantadas crujiendo alrededor de las
riendas.
—Me despedí<
Con una señal de su dedo, mi cabeza se inclinó hacia abajo, y él la sujetó con
sus manos frías y callosas. Sus ojos se encontraron con los míos por un instante que
se transformaron en algo más, y luego nuestros labios se tocaron.
Ricos, suaves y excitantes, sus labios se movieron sobre los míos en una
caricia sin prisas que se esparció por todas partes.
Antes de lo que pensaba que me gustaría, me liberó. Sus ojos tardaron en
abrirse, y cuando lo hicieron, se fijaron en los míos por un momento, como si
esperaran algo, y luego se alejó hacia la casa.
Sin aliento, cabalgué hasta la puerta, mis dedos enguantados subiendo a mi
boca mientras mi mente trataba de encontrarle sentido al por qué y cómo esto se
sintió diferente, como nuevo, cuando había perdido la cuenta de todas las veces
que nos habíamos besado antes.
Su tía hizo una reverencia, pero su cara seguía manteniendo esa cualidad de
indiferencia, como su sobrino.
Asentí, le agradecí por la hospitalidad en un tono claro, y luego me uní a mi
guardia.
Nos detuvimos en una cañada al mediodía, permitiendo a los caballos
descansar e hidratarse mientras comíamos los frutos secos y las carnes con las que
el cocinero de Zad nos había enviado.
Las rocas rodeaban la corriente de agua poco profunda, haciendo difícil el
silencio mientras nuestras botas crujían sobre ellas. No fuimos tan tontos como
para discutir la estrategia de batalla o lo que sabíamos que pronto enfrentaríamos.
Una de las primeras cosas que mi madre me enseñó de niña fue que los árboles
tenían oídos, y el viento era el mensajero.
Incluso antes de estos tiempos tensos, la paz durante milenios no significaba
que no fuéramos del tipo que juegan a juegos de poder, buscar información y tratar
de superar a otros en todo lo posible.
Ciertas criaturas y habitantes del bosque nunca evolucionaron, y no eran ni

180 amigos ni enemigos. Nunca fue algo personal. Se encontraban entre ambos
mundos, y solo jugaban a juegos en los que pudieran tener la ventaja.
Con los ojos en el bosque a nuestras espaldas, la extensión noroeste del
Bosque Sinuoso se extendía hacia adelante en una cortina de oscuridad apenas
atravesada por la luz del sol, bebimos y comimos y luego nos apresuramos a la
ciudad.
Ridlow, un joven guardia que acababa de terminar su entrenamiento, los vio
primero.
Aunque verlos no importaba cuando sentí que mi sangre se agarrotaba y
hervía, y luego bajaba a un tranquilo zumbido. Era como si alguien hubiera metido
la mano dentro de mí y apagado todas las luces, dejándome solo con la fuerza
natural y lenta.
El pánico se apoderó de nuestro grupo mientras los murmullos y los enormes
ojos se dirigían a los altos árboles que nos habían tragado.
Las sombras se formaron a nuestro alrededor en un semicírculo. Glóbulos de
oscuridad que se materializaban cuanto más se acercaban, una sustancia brillante
en sus manos.
—Corre —gritó Ainx, su semental se alzó mientras desenvainaba su espada.
Sabía que me estaba hablando, instándome a huir, pero la conmoción, la rabia
que surgió me mantuvo prisionera y se negó a dejarme.
Desenvainé mi espada y espoleé a Wen hacia la izquierda.
—Destrúyanlos.
Una figura encapuchada apareció ante mí, una piedra entre sus manos
ahuecadas.
Mis venas palpitaron, latiendo bajo mi piel. Sentí que algo goteaba de mi fosa
nasal, pero me lancé hacia adelante y la atravesé en las costillas.
Un grito llenó el aire mientras ella caía de espaldas, la capucha se desprendió
de su cabello de color crema, revelando unos delgados ojos azules. La piedra rodó
hasta la hierba y jadeó, mirándome con los dientes apretados mientras intentaba
cerrarse la herida en el costado.
Presioné la hoja contra su pulso frenético, Wen resoplando e inquieto debajo
de mí.
—¿Quién eres?
La sangre cubrió sus dientes mientras forzaba una sonrisa.
—Tu fin.

181 Un grito vino de arriba, de los árboles, y caí de Wen, que se alejó al galope,
hacia las fisuras de luz del bosque.
Gruñendo, tanteé el suelo por mi espada mientras el mundo giraba y oí a
Azela gritar mi nombre. Balanceé la espada cuando una mano me tiró del cabello
hacia atrás, pero quienquiera que fuera soltó mi espada, y luego la apartó a
patadas.
—Ahora, ahora —instó una voz femenina mientras trataba de alcanzarlos en
vano—. Sé una buena reina por una vez en tu vida, y quizás vivas lo suficiente
para ver otra comida.
Grité cuando una de esas rocas pulsantes fue puesta en mi cabeza, y luego me
desmayé.

Me desperté tres veces antes de que finalmente pudiera mantener los ojos
abiertos lo suficiente para ver que estaba en una especie de jaula, y luego dejé que
la oscuridad me envolviera una vez más.
—Audra.
Gemí, obligándome a abrir los ojos de nuevo, pero todo estaba demasiado
borroso, y mi cabeza se sentía como si se fuera a incendiar o explotar.
Los volví a cerrar.
—Audra, despierta. —La voz de Berron se deslizó en el espacio oscuro en el
que estaba encerrada.
Mis ojos se abrieron de par en par, solté un grito silencioso mientras el
golpeteo en mi cabeza aumentaba, el mundo brumoso y lleno de formas
irreconocibles. Gimiendo, me agarré la cabeza.
—¿Berron?
—Sí. —Sonó un estruendo—. Soy yo. Abre los ojos, quédate conmigo. Se hace
más soportable cuanto más tiempo los mantengas abiertos.
No sabía si le creía, pero tenía que verlo. Tenía que ver si estaba atrapada en
alguna extraña alucinación, sueño, o si era real. Gemí, mis músculos tenían
espasmos cuando intentaba retorcerme para salir de donde estaba acurrucada en la
tierra.
El sonido de alguien moviéndose me animó, y apreté los dientes ante el dolor
de cabeza, en cada parte de mí, mientras rodaba y me encontraba cara a cara con
182 alguien que no sabía que volvería a ver.
—Tú. —Jadeé.
Berron sonrió, y yo estaba agradecida de que al menos aún tuviera sus
dientes.
—Yo.
—Voy a hacer una guerra por ti.
Continuó sonriendo, una lágrima recorriendo su mejilla cubierta de suciedad.
—¿Por mí? Creo que tenías que hacerlo de todos modos, mi reina.
—Buen punto, pero me has obligado a hacerlo. —Gruñí, tratando de
levantarme sobre mi codo. Se deslizó debajo de mí, y siseé cuando mi mejilla
golpeó el suelo, mis dientes me cortaron la lengua.
—Tranquila —susurró Berron, sus ojos en algún lugar detrás de mí.
Volvieron un momento después, llenos de un millón de pensamientos fugaces—.
Quédate quieta por ahora. Es mejor así.
—¿Por qué? ¿Dónde estamos? —Y entonces los recordé.
Las figuras encapuchadas. La mujer rubia. Las piedras. El pánico cerró mis
vías respiratorias, pero me atreví a preguntar:
—¿Dónde están mis guardias?
Berron miró al suelo.
—Uno está aquí. No sé nada de los otros.
Probando el sabor sangre, tragué.
—¿Quién?
—Un varón joven.
—Ridlow —dije sin aliento. No me consoló que el resto no estuviera aquí. Eso
podría significar cualquier cosa. Podrían ser cadáveres en descomposición en el
bosque o podrían estar gravemente heridos por las bestias que deambulaban al
anochecer.
—¿Estamos en el bosque? —Traté de mirar alrededor, pero desde mi punto
de vista, todo lo que podía ver era suciedad y metal oxidado, la cara sucia de
Berron, y una pared hecha de negro brillante.
—No tengo ni idea. Podríamos estar en cualquier parte. Tienen un
desvanecedor entre ellos. —Un estruendo sonó sobre nuestras cabezas, y se
apresuró a decir—: Escucha, no seas tonta. Te harán daño. —Levantó su mano, a la
que le faltaban los dos últimos dedos—. O te matarán. Sígueles la corriente. Gana
183 tiempo.
Me estremecí al ver sus muñones ennegrecidos.
—Necesitas cauterizarlos.
—Si sobrevivo —dijo con un tono resignado.
—Berron —mascullé, luego maldije y me agarré la cabeza—. ¿Un
desvanecedor? —Eran difíciles de conseguir y a menudo codiciados por los de la
corte real. Con una imagen de su destino, podían viajar a cualquier lugar en
segundos y podían llevar hasta dos personas con ellos.
—Shhh —instó, dándose la vuelta para mirar hacia el otro lado.
Observé su espalda y cómo se movía su deshilachada y sucia túnica mientras
fingía dormir.
No estaba segura si debía hacer lo mismo, o si podría. El palpitar de mi
cabeza se intensificó hasta el punto de que mis manos se agarrotaron y mis oídos
comenzaron a zumbar.
Una puerta se abrió, la suciedad cayendo del techo mientras golpeaba en la
pared detrás de ella.
—Me pareció oír algunas alimañas. —La voz era femenina. Tan sedosa como
áspera.
Una respuesta acalorada se posó en la punta de mi lengua. Me la tragué, pero
no pude fingir que dormía. Escuché el crujido de los pasos sobre el suelo, cada
paso lento y calculado, y esperé a que aparecieran.
Una serie de lámparas cobraron vida. De repente, las paredes y el techo ya no
eran negros, sino de todos los colores imaginables. Me alejé de los arco iris
bailando, moviéndome por el pequeño recinto en el que estaba y traté de disminuir
mi respiración.
—Poderosa, ¿verdad? —dijo, el asombro levantando su voz—. Las llamamos
Vadella.
Entonces, sabía que yo estaba despierta. Probablemente me estaba mirando
directamente. No estaba segura de esto último ya que no podía ver, y su voz
sonaba como si estuviera bajo el agua cuanto más hablaba.
—¿Tan poderosas que son capaces de absorberte hasta dejarte seco, pero con
un poco de luz? —Se rio—. Bueno, como estoy segura de que ya lo sabes, son
paralizantes.
Tosí.
—¿Cómo estás de pie entonces? —Hasta ahí llegó lo de guardar silencio.
184 —Habla. —Forzó un jadeo—. No soy una preciosa pura sangre como tú, y
por lo tanto, años de estar alrededor de ellas en pequeñas dosis no me afecta como
a ti.
La desvanecedora tenía que ser de la realeza, así que era seguro asumir que
no lo era.
Todas las lámparas se apagaron menos una, el alivio fue instantáneo, aunque
el dolor aún me atravesaba el cráneo. Me limpié lo que parecía sangre fresca y seca
de debajo de mis fosas nasales.
—¿Puedo preguntarte dónde encontraste tal cosa?
—Acabas de hacerlo —dijo, su tono frío mientras sus botas de piel de
serpiente cruzaban la suciedad, alejándose de la vista—. Pero no obtendrás una
respuesta.
—Lástima —dije. Respiré lentamente, apretando los dientes mientras me
obligaba a sentarme. Me acerqué a los barrotes, prefiriendo el metal frío a la
brillante piedra negra que formaba la parte trasera de mi jaula. Una jaula que no se
elevaba más que unos centímetros por encima de mi cabeza.
—¿Está lista? —gritó otra voz.
La hembra, cuyos ojos grises eran rasgados y su pelo de todos los tonos de
marrón, sonrió retorcidamente.
—Está lista.
No me atreví a preguntar para qué y me detuve a mirar a Berron, que todavía
fingía estar dormido.
Un macho, alto y delgado, entró en la pequeña cripta llena de rocas y Ridlow
estaba con él.
Tenía el ojo hinchado y el labio cortado, las manos atadas a la espalda. Aparte
de eso, parecía que le iba bien.
—M< mi rei<
El macho con ojos tan oscuros como las paredes que nos rodean lo golpeó en
la barriga.
—Silencio.
Mi lengua se hizo más espesa. Sostuve la mirada de Ridlow mientras le
quitaban la placa del pecho, le cortaban la túnica y le encadenaban las manos a un
gancho en el techo delante de nuestras jaulas.

185 —Ahora —dijo el macho, agarrando un cuchillo de su bota—. Comencemos


con el motivo por el que estamos aquí. —Hizo una pausa, volviéndose hacia la
hembra—. Corra, ¿no ha preguntado por qué está aquí?
Corra sacudió la cabeza.
—No. Ella tenía más curiosidad por la piedra.
Los delgados labios del macho se movieron hacía su mejilla mientras ponía
sus ojos sin fondo sobre mí.
—Pero por supuesto. Prioridades, ¿verdad? El poder, o la falta de él, es lo
primero.
Mi labio se levantó. Se rió, se acercó a los barrotes y se agachó.
—Vaya, eres un espectáculo, joven reina. —Sus ojos se movieron sobre mí, su
lengua serpenteando para mojar sus labios. La empuñadura de la hoja giró en sus
palmas entre sus rodillas—. Me gustaría tener mi polla dentro de tu boca antes de
que terminemos aquí.
Le mostré los dientes.
—Te animo a que lo intentes.
Su expresión se borró, y luego forzó una sonrisa.
—En tu trasero será.
Gruñí, lo que solo sirvió para ganarme otra irritante risa.
—Ya basta. —Corra tomó su cuchillo y lo clavó directamente en el estómago
de Ridlow.
Aulló, con la cara arrugada mientras sus pies luchaban por encontrar asidero.
—Se supone que debes hacer una pregunta antes de empezar a mutilar —dije,
tratando de sonar lo más aburrida posible—. Pero como sea, continúa. —Fue una
de mis primeras tareas cuando florecí en la madurez y mi entrenamiento se hizo
más intenso.
Mi padre había dicho que si yo iba a entrenar, lo haría correctamente. Me
hacía ver cómo torturaba a gente al azar, e incluso llegaba a matar a algunos, por
momentos como éste.
No le estaba agradecida por casi nada, pero tenía que agradecerle por mi
corazón endurecido.
La hembra me miraba con desprecio mientras que el macho solo sonreía.
Moví los dedos.
—Tengo un horrible dolor de cabeza por culpa de ustedes, idiotas, así que

186 por favor, apúrense para que podamos llegar al punto de negociación y liberación.
Sus risas me erizaron el vello de la nuca.
—¿Y qué te hace pensar que te irás? —preguntó el macho por sobre los
gemidos y quejidos de Ridlow mientras Corra le sacaba el cuchillo del estómago y
lo ponía detrás de ella junto a un gran baúl de metal. De su interior, seleccionó una
daga de aspecto embravecido, con la hoja oxidada. Su dedo bailó sobre el borde
dentado.
—¿Por qué? Porque tengo algo que ustedes quieren, por supuesto. —Me
retiré los mechones de cabello del rostro, haciendo lo posible por ignorar los
mechones húmedos—. No tienen forma de recuperarlo si estoy muerta.
—Deberías estar muerta —gruñó Corra—. Eres un monstruo, una plaga en
esta tierra, como tu padre llegó a ser. —Escupió dentro de mi jaula, y aunque
escuché que aterrizaba en la tierra cerca de mi rodilla, no quité mis ojos de los
suyos.
—Entonces mátame. —Extiendo mis manos—. Pero si lo haces, espera una ira
como nunca antes has visto, así como a un rey muerto.
Dejé documentos a Mintale y Truin hace semanas, declarando quien sería el
rey si algo me sucediera. Zadicus gobernaría, y Raiden sería ejecutado a los pocos
segundos de la noticia de mi muerte, su cabeza sería exhibida en la torre más alta
del castillo. Tanto mejor para el reino que ver a los cuervos picarle la carne y los
ojos.
Y entonces Zad recuperaría el control del Reino del Sol por cualquier medio
necesario.
Una tarea que debería haber ejecutado hace más de un año en lugar de
revolcarme en una multitud de enconada angustia y rabia.
—Rey Raiden —dijo finalmente el macho, paseando con sus manos a la
espalda por la pequeña extensión de tierra frente a mí y a Berron—. ¿Dónde está?
Recogí la suciedad incrustada bajo mis uñas.
—Fue exiliado.
Ridlow gritó cuando la daga entró en la herida del cuchillo, la hembra
torciendo su mano.
Esperé a que sus gritos y sollozos se apagaran y a que mis músculos
apretados se relajaran.
—Supongo que has oído algo diferente. —Sabía que lo habían hecho. Era solo
cuestión de tiempo. Aunque me aseguraría de hacer un ejemplo de quien haya
difundido la noticia.

187 Incliné mi cabeza, dándoles a nuestros captores una inspección más completa.
—¿Quiénes eran ustedes para él, de todos modos? ¿Secuestradores?
¿Miembros del harén? ¿Empleados?
—Soldados —dijo Corra, indignada—. De su ejército real.
Levanté las manos.
—¿Qué han escuchado entonces?
Ridlow gritó un montón de maldiciones mientras Corra sacaba la daga de su
carne. La sangre corría por la herida abierta, bajando por su pierna acorazada para
acumularse en un charco en el suelo y sobre la punta de su bota.
—Uno de tus guardias te vendió por solo quinientas monedas, contando
historias de un rey sin memoria encerrado en las entrañas de tu castillo infestado
de pesadillas.
Contuve un resoplido.
—Bien. —Asentí, fijando los ojos en mis manos mientras pensaba en quién
podría ser—. Sabían que no tendrían recuerdos de su época de príncipe. —Levanté
la cabeza—. Entonces, ¿por qué es eso tan importante?
—Porque —dijo el macho con una sonrisa—. También nos informó que tú
estabas tratando de hacerle recordar.
—Solo para matarlo —interrumpió Corra, sus ojos bailando con odio.
—Estaba a punto de hacer votos con una mujer humana —le expliqué sin
rodeos—. ¿Qué se supone que debía hacer? —Miré a Corra para tener un poco de
comprensión fraternal—. Él rompió mi negro corazón.
Sus cejas se fruncieron, y miró a su camarada.
—A pesar de todo —dijo el macho—. Necesitaremos a nuestro rey de vuelta
ahora que sus recuerdos han sido restaurados.
Me reí, tirando de mis faldas deshilachadas.
—Ves, ese es el problema de este juego de chismes a través de un mensajero
oportunista. Las cosas no siempre son verdaderas o se explican correctamente.
El macho se giró hacia el baúl y buscó dentro por una maza.
Gemí.
—Por la oscuridad. ¿Creíste que tomaría un tónico y de repente recordaría
todo? —Chasqueé la lengua—. Todavía está vivo por una razón, y eso se debe a

188 que no lo recuerda todavía.


El macho hizo una pausa.
—No te creo.
—¿Entonces por qué estoy aquí? —Maldita sea la magia, no quería nada más
que golpearlos hasta dejarlos sin sentido con mis propias manos. Suspiré—. Mira,
qué te parece esto< cuando termine con él, enviaré su cuerpo de vuelta a tu reino
como un regalo de buena fe.
Corra soltó una carcajada.
—Qué fácil es para ti es hacernos a un lado. Enviar a tu lacayo para tratar de
gobernar a la gente que prefiere verte morir.
—¿Y me hubieran aceptado? ¿Una joven reina de luto que apenas distinguía
un amigo de un enemigo?
El macho entrecerró los ojos, largos y pálidos dedos frotando su perilla.
—No aceptamos a nadie más que a nuestra sangre. Aquí está tu primera
advertencia. Sigue nuestras demandas o de lo contrario.
Desengancharon a Ridlow, y cayó al suelo con un aullido.
Mis ojos vieron mientras mi mente se iba a la deriva.
La maza cayó sobre su cabeza una y otra vez hasta que la materia cerebral y
la sangre cubrieron la cara del macho, mis faldas, Berron, y la mitad del pequeño
agujero de gusano en el suelo.
Dieciséis
D
esperté gritando.
Un calor insoportable atravesó mi mandíbula, pegándose a mi
piel.
—Veamos cuánto te adoran, cuánto se negarán a tomar en
serio nuestras amenazas, cuando lleves nuestras cicatrices para que todos las vean
en tu rostro el que fue alguna vez hermoso.
Aparté el atizador, pero me arrancó la carne.
Los arcoíris estaban de vuelta, arqueándose a través de la habitación, y luego

189 me desmayé.
Me incorporé de nuevo cuando Berron gritó mi nombre como advertencia, y
el atizador fue empujado en mi mejilla. Se deslizó hasta mi boca, donde ardía con
una ferocidad que rivalizaba con el peor dolor que jamás había sentido. Lo golpeé
lejos. El hombre se echó a reír y continuó golpeándome en la cara.
Esperó allí por lo que parecieron vidas, pero probablemente fueron horas,
solo rogándome que me desmayara para poder alcanzarme en los lugares que creía
que me afectarían más.
Finalmente, cuando su nombre fue llamado desde la puerta abierta y rota,
arrojó el atizador junto al pequeño fuego que había encendido y se alejó.
Agregué su nombre a mi memoria. Lo cantaba en mi mente mientras veía su
carne despegarse de sus huesos.
Cid.
Se sentía como si me hubieran colocado cuchillas de afeitar al lado izquierdo
de la boca cada vez que inhalaba y exhalaba. Mi carne burbujeaba y rezumaba
mientras me recostaba en el suelo de tierra y me aferraba a la mano de Berron a
través de los barrotes.
Todo el tiempo el cuerpo de Ridlow se descompuso, el suelo tratando de
tragarlo dentro de su cálido abrazo con cada hora que pasaba.
—Para siempre, Audra. Siempre serás la criatura más bella que esta tierra
haya visto, con cicatrices o no.
Porque sería una cicatriz, y era lo suficientemente vanidosa como para dejar
que el horror me tragara en el feo abrazo del conocimiento. No sanarían mientras
estuviéramos atrapados debajo de esta piedra, rodeados por ella, y no se pudiera
buscar el acceso a la tierra y la magia atada a ella.
Era un paisaje seco, vertiginoso y árido. Similar a la de las llanuras desérticas
del Reino del Sol, donde caminar durante días dejaría la boca espumosa, la cabeza
palpitante y el cuerpo debilitado.
—Oye mírame. —Berron apretó mi mano, sus ojos me instaron a quedarme
con él y no enterrarme en mis pensamientos tristes—. ¿Crees que algunos de los
guardias sobrevivieron?
Parpadeé, mis párpados se endurecieron con cansancio, suciedad y lágrimas
no derramadas.
—No lo sé.
No sabía cuánto tiempo había estado aquí. El tiempo era mejor juzgado por el
190 cuerpo en descomposición de Ridlow y la papilla que llamaban engrudo que nos
entregaban una vez al día.
Nos daban poca agua, lo cual aprecié, ya que me aliviaba solo dos veces lo
más cerca que podía del borde de mi celda. Si tuviera que adivinar, habría dicho
que no habían pasado más de tres días, posiblemente solo dos.
Apreté la mano de Berron de nuevo, sin querer preguntarle por cuánto
tiempo lo habían mantenido aquí, pero incapaz de evitar preguntar.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Es difícil decir —dijo—. Semanas, tal vez.
El hedor que salía de él podía dar fe de eso.
—¿Desde nuestro fallido intento de descubrir lo que te sucedió en el Reino
del Sol?
Una pequeña sonrisa recorrió sus labios.
—Sí, diría que desde entonces.
Apreté mis labios, luego gemí cuando más piel salió, mis ojos picaban.
—Mírame —dijo Berron—. Muéstrame esos interminables ojos azules.
Lo hice.
—¿Qué pasó en el Reino del Sol?
Su aliento lo abandonó, áspero y derrotado. Mientras lo escuchaba repetir lo
hostil que fue cuando habían llegado, lo difícil que era incluso dormir sin temor a
que alguien viniera a cortarle el cuello, la culpa me carcomió profundamente.
Había estado tan enredada en mi propio rencor y odio hacia aquellos que me
habían traicionado, no me había detenido a pensar con claridad. Ni una sola vez.
No hasta que fuera demasiado tarde.
—¿Cuándo decidieron derrocarte?
Berron tragó saliva y sonó como si le doliera.
—Hace pocos meses. Los susurros se convirtieron en disturbios, y los
disturbios en asedios en el palacio. La mayoría de nuestros soldados murieron y
les dije a los demás que huyeran justo antes de que me llevaran a su mazmorra.
—No regresaron —dije, sintiendo esas palabras como otra quemadura en la
cara.

191 Berron dejó escapar el aliento, su mano se volvió húmeda en la mía.


—Pensé que tal vez ese era el caso.
Me contó cómo lo mantuvieron allí durante semanas, apenas alimentándolo,
amenazándolo siempre mientras esperaban que me diera cuenta de que ya no
estaba a cargo.
La pregunta me había estado picando desde que lo había visto en ese campo
de batalla, con una lanza entrando a su lado. Deben haberlo curado para evitar que
muriera debajo de estas piedras, ya que era capaz de moverse por su pequeño
recinto con relativa facilidad.
—¿Quién los gobierna ahora?
La cabeza de Berron se sacudió.
—No puedo estar seguro. Al principio, pensé que era una mujer. Una de las
amantes favoritas de Raiden. —Sentí mis fruncirse bajar ante eso—. Entonces un
hombre afirmaría su dominio. No tengo idea. Tal vez más de un miembro de la
realeza.
La puerta se abrió y nuestras manos se separaron cuando Cid pisoteó la tierra
y abrió la jaula de Berron. Berron no trató de luchar, está demasiado débil por la
desnutrición y el efecto agotador de las piedras sobre las cuales había pasado
semanas tumbado.
Cid lo encadenó al techo mientras el terror perforaba agujeros dentro de mi
pecho.
Corra entró.
—El tiempo se acaba, mi reina. —Escogió la daga dentada del baúl y abrió el
brazo de Berron desde el hombro hasta el codo.
Ni siquiera tenía la energía para gritar, un sonido silencioso y jadeante lo
dejó, la imagen grabada en mi corazón.
—Puedes detenerte. —Rodé y puse mis manos debajo de mí, mi cabeza
giraba mientras me sentaba en posición vertical—. Hablemos.
La daga cayó al suelo y Corra se acercó.
—Ni siquiera sabes cuáles son nuestras demandas.
—Quieres a tu rey. —Alcé una ceja—. Supongo que solo nos liberarás si te lo
traigo.
Cid se agachó, sus manos se envolvieron alrededor de los barrotes oxidados
de mi jaula.
—La reina del invierno tiene una debilidad después de todo.

192 —Muchas —ronroneé.


Sus ojos ardieron y Corra lo golpeó en la nuca.
—Levántate, animal.
Él gruñó, pero hizo lo que ella le dijo.
Me encontré con los ojos de Berron y asentí. No podría terminar de ninguna
otra manera de todos modos. Ya había pasado por suficiente. Muchos de nosotros
habíamos pasado por suficiente.
—Esto es lo que sucederá —dijo Corra—. Te llevaremos lo suficientemente
cerca de la ciudad para evitar que seas detectada, y luego esperaremos. —Corra
miró a Berron—. Con tu amigo aquí, así como una cantidad considerable de
Vadella, si crees que puedes intentar burlarnos.
Cid arrastró un dedo por los barrotes, su lengua bordeando su boca.
—Entonces, firmarás un decreto real, declarando que debido a su exilio, ya no
estás atada por los votos hechos antes de que tales horrores ocurrieran. —Dejó que
eso se hundiera.
Si tu cónyuge fuera exiliado, tenías la opción de permanecer comprometido y
seguir con ello o romper el voto y seguir adelante. Raiden y yo aún no habíamos
roto nuestro voto. Aparte de las raras excepciones, como el exilio, ambas partes
tenían que estar de acuerdo para terminar la unión sagrada. Ya no estaba en el
exilio, pero estaba segura que lograr que se cumpliera no sería un problema.
—¿Tenemos un trato?
—¿Quieres que sea un hombre libre?
—Por supuesto. —Corra pateó una mancha de sangre de su bota. Golpeó las
barras, rociando mi brazo—. Necesita volver a casarse. No solo para tener una
hembra más merecedora para liderar a su lado, sino para mantener la línea de
sangre de Evington pura. No puede hacer eso mientras está atado a ti.
Miré a Berron nuevamente, pero su mirada estaba en el suelo. Un rojo
carmesí cubrió su brazo, serpenteando alrededor de su codo y bíceps, manchando
su torso.
Podría renunciar a mi rey. Significaría romper algunas leyes arcaicas y
arriesgar mi propio título, pero podría hacerlo. Y si finalmente estaba siendo
honesta conmigo misma, tal vez lo necesitaba. Quizás se suponía que esto siempre
terminaría de esta manera.
Volvería a su corte, y yo a la soledad.
Se escucharon gemidos atronadores y chasquidos, tierra y rocas lloviendo
193 sobre nosotros.
Me puse de espaldas contra la pared cuando otro sonido vino desde arriba.
Todo el techo, rocas y todo, estaba siendo arrancado del suelo. Me estremecí
cuando esa roca negra se partió y se derrumbó en pedazos, y las raíces de los
árboles se deslizaron y partieron.
Cuatro hombres saltaron, con espadas afuera y balanceándose en el aire.
—No —grité—. No los maten. —Arrastrándome fuera de mi jaula agrietada,
me puse de pie. Ver a Zad fue suficiente para encontrar la fuerza que no tenía.
El hombre de cabello oscuro que estaba más cerca de Zad me miró y luego
volvió a mirarlo.
Los otros dos ataron las manos de la hembra a la espalda y le metieron un
montón de tierra en la boca. Ella escupió, pero no se movió.
Zad asintió al hombre.
—Él también viene.
Caí de espaldas contra la pared derrumbada, mis pulmones vacíos mientras
la noche sin estrellas caía en nuestra prisión, exponiendo el pequeño espacio para
que brillara la luna.
—¿Qué es eso? —preguntó uno de los hombres, con la nariz y los labios
temblando de desagrado mientras miraba los pedazos de piedra negra.
—Necesitamos irnos. Absorbe magia y lentamente arruina la mente —dijo
Berron cuando Zad lo bajó del techo y luego abrió las cadenas.
Fui al hoyo, mirando hacia arriba y afuera, sintiendo que algo del dolor
desaparecía de mi cabeza. Luego fui arrastrada hacia fuertes brazos y una mano
presionada contra las quemaduras en mi cara.
—Ellos desearán nunca haber puesto sus ojos encima de ti —dijo Zad, con
voz ronca.
Mi cabeza se desplomó sobre su hombro mientras salía de suelo.
—Lo sé.
Zad hizo que uno de sus amigos, a quien pensé que lo escuché llamar
Landen, sujetarme mientras montaba su caballo, y luego me situé frente a él.
Jugueteó con mis faldas, y sonreí mientras se aseguraba de que cubrieran la
mayor parte de mis piernas como fuera posible.
—La modestia es la menor de mis preocupaciones, Lord.
—Cállate y déjame quejarme.

194 Luego nos fuimos, Corra y Cid atados y obligados a caminar o correr para
seguir a los caballos de los amigos de Zad.
A Berron, Azela le estaba vendando el brazo, antes de que se unieran a
nosotros. En cuestión de minutos, abandonamos lentamente la cámara de piedras
en el suelo.
—Necesitamos esas rocas destruidas.
Zad sacudió la cabeza, y luego uno de los hombres arrojó su antorcha dentro
del cráter. Estaba demasiado cansada para mirar hacia atrás, no estaba segura de
qué hizo para que explotara y luego se extinguiera en segundos.
—¿Cómo me encontraste? —pregunté cuando nos acercamos al bosque en el
que nos habían tendido una emboscada—. ¿Azela?
—Wen corrió de regreso a mi propiedad como si su trasero estuviera en
llamas, —dijo con voz ronca. Sonreí, contenta de que la inteligente bestia estuviera
bien—. Pero sí, Azela y Ainx. —Hizo una pausa—. Debo advertirte, tu capitán está
en muy mal estado.
Las imágenes del cuerpo fracturado de Ridlow permanecieron en mis
pestañas como polvo que no está dispuesto a disiparse. Respiré hondo, exhalando
la pregunta.
—¿Qué tan mal?
—Le cortaron la garganta. De alguna manera, Azela logró llevarlo de regreso
a mi propiedad, con una mano en las riendas y otra sujetándolo a la parte trasera
de su caballo.
Cerré los ojos, la desorientación y la hinchazón dentro de mi cabeza se
retiraron y resurgieron.
Luego los forcé a abrir, sin querer volver a quedar ciega, y los mantuve fijos
en los árboles.
—¿Crees que sobrevivirá?
El pecho de Zad se levantó y cayó a mi espalda, sus palabras firmes me
agitaron el pelo.
—Es difícil de decir, pero está en buenas manos.
—¿Tienes un curandero?
—Una que vive cerca con sus dos hijos pequeños. Cuando es necesario, todos
vienen a la finca, o ella los deja con su madre.
—¿Perdió a su cónyuge?
—Ella lo mató cuando llegó a casa borracho una noche y la golpeó en el
195 estómago, causando que abortara a su tercer hijo.
—¿Cómo lo mató?
—Una espina en el globo ocular y una daga en la ingle. Simultáneamente.
Mis cejas se levantaron y agarré los mechones ásperos de la melena de River.
—Me gustaría conocer a esta guerrera.
Podía escuchar la sonrisa en su voz.
—Pensé que lo harías.
Un par de búhos se llamaron el uno al otro mientras caminábamos más allá
de las sombras y cabalgábamos solos por la cañada rocosa hacia el bosque vecino.
Había dudado lo suficiente en preguntar.
—¿El resto de mi guardia?
—Muertos —dijo—. Aunque no por nada. Esos dos fueron todos los que
quedaron de tu banda de ocho.
—Algunos podrían haber huido.
El viento llevó sus siguientes palabras.
—Eres un tesoro del que nadie huye.
—Lo hiciste —le recordé, sin saber por qué, o si acaso importaba.
Su brazo se apretó alrededor de mi cintura.
—Estaba siendo petulante. Un tonto.
La admisión me calmó y sorprendió. Nunca lo había escuchado admitir tanto
antes.
La luz de la luna ondulaba sobre las orillas y se sumergía en el follaje para
rozar nuestro camino oscuro, y con cada roca nueva, cada árbol nuevo y el beso de
la brisa en mi rostro, sentí que volvía a ser yo gradualmente.
Como una tormenta que entra, mi sangre comenzó a agitarse y calentarse, y
los latidos de mi corazón encontraron su ritmo habitual. El alivio me inundó, y mi
cabeza cayó sobre el pecho de Zad, mis ojos se cerraron cuando sus labios rozaron
mi frente.
Me desperté en sus brazos un tiempo después, rodeaba de un mar de ropa de
cama blanca con plumas y pieles.
—No —gruñí—. No tocaré nada hasta que quite esta suciedad de mi piel.
Nos dirigimos hacia la cámara de baño, la puerta se abrió.

196 Me colocó en el borde de una bañera lo suficientemente grande como para


caber seis hombres adultos, y vi con los ojos caídos mientras dispersaba las sales de
baño y se ocupaba de la temperatura.
—Ella fue afortunada, sabes —dije, incapaz de contener mi lengua—. Por
tenerte.
Zad se puso rígido, luego dejó las sales en un estante de madera unido a la
pared de mosaico.
—La suerte —dijo finalmente—, y el amor no se mezclan.
Reflexioné sobre eso mientras recogía su cabello con una tira de cuero, luego
me ayudó a deslizarme en el agua burbujeante y tibia. Me dejó allí, pero regresó
poco después con un plato de fruta y pan con mantequilla, colocándolo en la
esquina de la bañera. Se agachó y sacó una toallita de una canasta debajo del
fregadero.
Saqué unas pocas uvas del plato, dejando que el sabor agridulce empapara
mi lengua mientras mordía los pequeños globos.
Zad se había quitado el abrigo, su túnica color crema desabrochada en el
cuello, mostrando pequeños bellos en el pecho y un vistazo de su piel firme. Se
inclinó sobre la bañera, sumergió la tela en el agua, y luego hizo algo que nunca
hubiera soñado que le permitiría, y me lavó.
Comenzó con mi rostro, deslizando suavemente el material áspero sobre él,
sus ojos me seguían. Cuando se acercó a mis labios, se encontró con mi mirada.
—Podría doler.
—No es tan malo como cuando sucedió —susurré.
Su garganta se hundió. Exprimió agua sobre las quemaduras, cuidadoso y
atento, para eliminar la suciedad.
—No has dicho mucho de eso.
—Si crees que unas pocas cicatrices restarán valor a tu belleza, eres más
delirante que vanidosa.
Le tiré agua a la cara, riéndome cuando se la quitó. Su expresión no
impresionada se desvaneció en una sonrisa serena mientras me miraba.
Se sintió bien usar mi magia, pero se sintió mejor verlo sonreírme así.
Continuó lavándome, y lo dejé, sorprendida de que lo mantuviera clínico,
especialmente cuando llegó a la cima de mis piernas.
—Come —dijo, su voz áspera mientras frotaba mis piernas.
Arranqué un trozo de pan y lo mordisqueé, casi me ahogo cuando comenzó a
197 limpiarme los pies y apretó la tela entre mis dedos.
Aparté sus manos y él se echó a reír.
—Relájate o te haré.
Me reí cuando él se movió al otro pie y apartó su mano tan pronto como
pensé que ya lo había torturado lo suficiente. Cuando mi risa se desvaneció, me
recosté contra la bañera y mis manos se deslizaron por el agua. La mayoría de las
burbujas se habían ido, dejando mi cuerpo expuesto.
—¿Cómo hiciste eso? —le pregunté—. ¿Cortar el suelo de esa manera? —Con
tanta fuerza y rapidez, teniendo en cuenta las piedras que drenan el poder debajo
de ella.
—Eso —dijo, escurriendo la tela—, es una historia para otro día. —La colgó
sobre el grifo antes de pararse y salir de la habitación.
Lo vi marcharse, luego me dejé hundir debajo de la superficie, moviendo mis
manos hacia mi cabello para librarlo de días de suciedad, sangre y transpiración.
Un grito me aturdió cuando una mano se coló debajo del agua y me levantó.
—Estaba limpiando mi cabello. —Jadeé.
Zad apartó un poco de mi rostro, sus ojos afiebrados buscaron los míos.
Tragando, se puso de pie y abrió una toalla.
—Ven, necesitas dormir.
Lo dejé secarme, luego dejé que me llevara a su habitación y me acostara en
su cama. La ropa de cama ya había sido retirada, y la puso sobre mi cuerpo
desnudo.
—Quiero ver a Ainx.
Zad se quitó la túnica húmeda y la colocó sobre uno de los sillones plateados
cerca de una chimenea negra.
—Hay poco que nadie pueda hacer por él ahora, pero déjalo descansar. —Se
giró hacia mí mientras se desabrochaba los pantalones, los ángulos de su rostro
eran claros a la luz de la luna—. Te llevaré con él tan pronto como hayas hecho lo
mismo.
Levanté una ceja, pero tenía pocas ganas de discutir el punto ya que el
agotamiento me dejó flácida sobre el colchón de plumas.
—Demonios, eres mandón.

198 Sonrió y sacudió la cabeza, y deseé no estar tan cansada cuando vi su trasero
perfecto desaparecer dentro del baño. Desearía haber convocado la energía para
seguirlo y arrastrarme sobre él, hacer que se hunda dentro de mí y llenarme de
suficiente euforia para ahuyentar la suciedad.
Estaba profundamente dormida cuando él se metió en la cama detrás de mí y
me puso a ras con su cálido cuerpo.
Diecisiete
D
esperté un día completo más tarde, y Ainx me siguió poco después,
jadeando y aferrándose a su garganta.
Se había encostrado, pero me atrevo a decir que el dolor y el
horror permanecerán por algún tiempo.
Berron se estaba quedando en una habitación de invitados al lado de Ainx, su
brazo se curaba mientras Emmiline cuidaba los trozos de sus dedos perdidos. Las
lociones y la limpieza se necesitaban con frecuencia para eliminar la infección que
había comenzado a extenderse. Para asegurarse de que no perdería su mano.

199 Alguien había recuperado mi espada, porque cuando desperté, allí estaba en
su vaina atada a mi cinturón, puesta sobre un sillón.
La segunda noche, me desperté solo a medianoche con el rostro palpitante,
visiones de Ridlow tratando de hablarme con los labios destrozados y una
mandíbula dislocada.
Después de drenar un vaso de agua dejado junto a la cama, me vestí con un
camisón color crema que parecía recién lavado y prensado. Me negué a volver a
dormirme hasta que las horribles imágenes desaparecieran de mi mente.
“Si te despiertas de una pesadilla, despierta completamente antes de que te
vuelvas a dormir”, había dicho mi madre, con los dedos como plumas mientras
bailaban sobre mi cabello húmedo. “Es la única manera de asegurarse de que la
misma pesadilla no pueda atormentarte nuevamente”.
Tragué sobre la roca en mi garganta, mi voz débil cuando pregunté: “¿Pero
qué pasa si tengo una diferente?”.
Sonrió, aunque sus ojos estaban tristes. “Entonces te despiertas y escapas
también, e intentas de nuevo”.
Una voz profunda me sobresaltó desde el rincón oscuro de la cocina.
—Buenas noches, reina.
Obligué a mi corazón a calmarse y asentí mientras las sombras se
desvanecían del hombre de cabello blanco. Uno de los amigos de Zad que le ayudó
a rescatarnos.
—¿Y usted es?
Mordió una manzana, luego colocó la cesta de frutas que claramente había
estado hurgando en el centro de la isla de madera.
—Dace. —Eso fue todo lo que dijo. Ningún apellido dado. Se quedó allí
parado, mordisqueando mientras sus ojos ambarinos se posaban sobre mí.
Me dirigí a la salida, no porque tuviera miedo, sino porque no me importaba
hablar con un extraño. Simplemente quería cambiar la dirección de mis
pensamientos y regresar a la cama.
—Se preocupa por ti —dijo Dace.
Me detuve en la entrada, pero no me di la vuelta.
—¿Quién?
Una risa cubierta de grava me llegó.
—Zadicus, pero eso ya lo sabías.
Sus acciones demostraban que eso era cierto, pero no estaba lista para
200 digerirlas demasiado.
—¿Por qué me lo dices?
Dace acechó a mi lado, llevando consigo el aroma de algo dulce y especiado.
—Porque reina o no, no es un juguete para ser descartado. —Se volvió hacia
mí, con los ojos brillantes—. No puede manejar a otro<
—Audra —dijo Zad desde el extremo opuesto del pasillo.
Eché un vistazo alrededor de Dace, que se había tensado, y encontré a Zad
caminando hacia nosotros con un diario encuadernado en cuero en la mano.
—Dace, no intentes inquietar a la reina. Ella te destripará y decorará su
castillo con tus entrañas.
Dace levantó una ceja hacia mí.
—Eso he oído. —Con un largo barrido de mi cuerpo, golpeó a Zad en el
hombro y subió las escaleras.
—Tus amigos tienen altas opiniones sobre mí —le dije.
—Las más altas. —Zad sonrió, pero luego su sonrisa lobuna cayó—. ¿No me
digas que tu reputación realmente te molesta?
Resoplé, inclinando un hombro.
—Por supuesto no. —Miré el diario—. ¿Para qué es eso?
—Dime por qué estás fuera de la cama, y podría decirte.
Le di una mirada plana.
—Mentiroso.
Con una mano en mi espalda, me llevó de vuelta arriba.
—Necesitas descansar.
—Lo he estado haciendo. —Mantuve mi voz baja mientras atravesábamos los
pasillos. Zad me había dicho que las habitaciones estaban diseñadas para mantener
fuera el ruido no deseado, pero los viejos hábitos son difíciles de dejar.
—¿Tuviste un mal sueño? —preguntó, cerrando la puerta detrás de nosotros.
Me quité el camisón, luego puse mis labios entre mis dientes.
—Lo hice. —Me acerqué a él con los dedos de los pies sobre la alfombra
suave—. Tal vez un pequeño juego ayudará a asegurarme de que esté tan agotada
que no sueñe en absoluto. —Mi dedo desató el cuello de su túnica para trazar la
piel en su interior.
El pecho de Zad se elevó bruscamente, y luego cayó cuando dejó escapar un

201 suspiro por la nariz, causando que se ensanchara.


—No te estoy follando.
Sorprendida, me encontré con sus ojos, buscando en los orbes resueltos una
respuesta de por qué. No encontré nada.
—Como digas —dije, luego hice un punto de balancear mis caderas mientras
cruzaba la habitación y me metía en la cama.
Con un suspiro, se volvió hacia la puerta.
—¿Al menos te quedarás conmigo? —Odiaba pedírselo. Odiaba la forma en
que se salió de mí sin permiso. Odiaba la forma en que sonaba—. Es tu habitación,
después de todo.
Después de una pausa momentánea que movió algo en mi pecho, Zad se
quitó la ropa. La arrojó a la alfombra, las pocas velas encendidas parpadearon.
La cama se hundió y la ropa de cama se agitó, acariciando mi piel hasta el
punto de tortura cuando sentí el calor de él tan cerca de mi espalda. Me había
abrazado la noche anterior, aunque no estaba segura si volvería a hacerlo.
Como si se hubiera estado diciendo a sí mismo que no lo hiciera, gruñó
suavemente antes de acercarme a él, alineando cada parte suave de mí con cada
parte muy dura de él.
Escondí mi sonrisa en la almohada e intenté no empujar mi trasero contra su
dureza.
Un gruñido atravesó la habitación silenciosa, y luego su mano se deslizó por
mi costado, rozando mi piel mientras tiraba de mi pierna hacia atrás y sobre la
suya para alcanzar en medio.
—Serás mi fin, Audra. —Su aliento calentó mi piel mientras inhalaba mi
aroma y frotaba sus labios sobre la parte posterior de mi hombro. Cuando sus
dedos me encontraron mojada y ansiosa, gemí.
Maldijo, metiendo uno dentro y retirándolo para acariciarme hasta que vi
nada más que chispas brillantes, y no pude hacer nada más que maullar y gemir
mientras me mantenía quieta. Con su otro brazo debajo de mi cabeza, me sostuvo
contra él. Dos dedos se hundieron dentro de mí.
Mi respiración se volvió irregular, sonidos agudos mientras me torturaba en
todas las formas que necesitaba desde que me fui de aquí la semana pasada.
—Dentro de mí. —Jadeé—. Por favor.
—Sé que todavía tienes hambre —Jadeó en mi oreja, sus dientes rozaron la
202 curva de mi garganta—, pero quiero que te mueras de hambre. Tan resbaladiza e
hinchada que apenas pueda meter mi polla dentro.
Gemí, más fuerte de lo que me hubiera gustado por sus palabras y la forma
en que su pulgar me rozó. Me deshice una vez más.
—Lord —dije, mi voz rasposa y mi cuerpo buscó el suyo incluso mientras
trataba de alejarse del desastre que estaba haciendo entre mis piernas—. Zad, por
favor.
—No mendigues. —Sacó los dedos y luego los empujó hacia adentro.
—Por ti —susurré, perdida en su toque y su aroma y su voz, todo lo que era y
no era—. Lo haría.
Se quedó quieto, su voz ronca cuando finalmente habló.
—Eres una reina, Audra. Toma lo que quieras.
Moviendo mi pierna más arriba, extendí la mano entre nosotros, desesperada
y temblorosa mientras envolvía su polla con mi mano. Estaba palpitante, un latido
pulsante contra mi mano.
Siseó entre dientes, luego gimió cuando lo dirigí a donde más lo necesitaba.
—Santa y jodida diosa —dijo, sin aliento y se asentó profundamente,
sosteniéndome contra él tan fuerte.
Durante largos minutos, me folló fuerte y lentamente, y luego su semilla
cubrió mis paredes mientras sus labios viajaban sobre mi piel húmeda.
—Tan jodidamente hermosa —murmuró.
Moví mi cabello sobre mi cabeza para que sus labios recorrieran más mi
cuello y mi hombro.
Sus dedos agarraron mi barbilla, girándola hacia su boca para capturar la
mía, pero no la devoró. No, lamió cada centímetro de mis labios cuando su polla se
volvió a engrosar.
Luego, comenzó a moverse, esta vez más despacio, mientras besaba la piel
arrugada en mis labios. Tan suave que apenas era un toque, pero sentí que llegaba
a la médula de mis huesos, encendiendo algo que había ignorado por mucho
tiempo.
Mis dedos flotaron sobre su mandíbula, el vello áspero que había brotado, y
luego hasta su nariz, trazando la pequeña protuberancia en el centro. Sus pómulos
hasta sus cejas gruesas, arcos castaños perfectos sobre dos de los ojos más
brillantes que jamás había visto. No por su color, sino por el alma única detrás de
ellos.

203 Nuestras respiraciones se mezclaron, su frente descansando a un lado de la


mía mientras el sonido húmedo de nuestro placer y el ritmo enfurecido de
nuestros corazones nos envolvieron en un pequeño mundo donde todo menos
nosotros, pero esto, dejó de existir.
Temblamos y gemimos juntos, luego nos quedamos allí por largos momentos,
enredados en nuevas ruinas.
Y cuando las estrellas comenzaron a parpadear desde el cielo nocturno, el
sueño nos atrajo hacia su impredecible agarre, me hizo rodar sobre mi espalda,
separó mis piernas y se estiró sobre mí con los brazos apoyados en mi cabeza.
—Quiero que te llenes de tanto de mi semilla que, no solo sentirás que me
estoy escapando de tu hermoso coño por días, me sentirás donde sea que vayas,
eternamente. —Me apartó el pelo y se hundió en el interior mientras susurraba
contra mi mejilla—: Así que aún no he terminado contigo.

El viento aullaba a través de la cordillera, doblando las briznas de hierba y


flores silvestres y rizando mi cabello alrededor de mi cara.
Me recosté contra Van y cerré los ojos cuando comenzaron a caer copos de
nieve. Me rozaron los labios y se fundieron con la tela de mi abrigo de color
burdeos, filtrándose a través de las largas mangas de mi vestido debajo.
Mi hogar.
Un lugar en el que había vivido toda mi vida, pero aun así, mientras lo había
visto en el horizonte esa noche, sus torretas color crema, empapadas en los últimos
rayos del sol, fundiéndose en las montañas cubiertas de blanco más allá, mi
corazón no se había calentado.
Cada kilómetro atronador cubierto bajo los cascos de nuestros caballos
mientras Azela, Berron y yo corríamos lejos de la mansión de Zad sentí como si
estuviera huyendo de la tierra seca para sumergirme en aguas llenas de lodo.
Lo dejé profundamente dormido, cubierto con una bata que había estado
sobre el sillón con mi espada, luego agarré mis botas y desperté a los demás.
El deber ya no podía esperar, y tenía una lista de mierda del tamaño de un
reino entero que necesitaba ser atendido.
El corazón no tenía voz cuando se trataba de responsabilidad. Solo se
interpondría en el camino.
204 Zad tenía una esposa muerta de la que se negaba a hablar, y mucho menos
permitirse amar tan completamente otra vez. Y yo tenía un corazón muerto que me
negaba a dejar gobernar mis decisiones nunca más.
No importaba por qué estuviera hambriento, tenía que permanecer así.
Todo gracias al esposo mío que yacía enfermo con recuerdos desiguales en mi
calabozo.
Una risa enloquecida resonó en el paisaje cuando mis manos arrancaron la
hierba húmeda. Tenía que preguntarme qué había estado pensando, realmente, al
robarlo de su nueva vida así.
Creía que podía manejar las consecuencias, que estaba equipada para lidiar
con las repercusiones.
Una mujer joven propensa a berrinches de hecho.
Abrí los ojos y limpié una lágrima deshonesta, limpiándola con el cachemir y
el algodón de mis faldas. No había tiempo para las lágrimas. Nunca hubo tiempo
para las lágrimas. El tiempo era un ladrón que nos seguiría agotando si no
aprendíamos a mantenernos a flote y nadar sobre sus aguas paralizantes.
Van resopló y giró la cabeza, su aliento cubría el aire al lado de mi cara.
Al mirarlo, encontré sus ojos fijos en mi piel arruinada. Las quemaduras
habían cicatrizado, pero las cicatrices permanecerían.
Le acaricié el hocico.
—Lo pagarán.
Él parpadeó, ojos imposiblemente enormes observando mi cara.
—Deja de mirarme así.
Resopló y golpeó mi mano con su nariz, luego regresó a la hierba, lamiendo
el agua de las briznas antes de decidir morderlas.
Regresamos a sus establos antes de que el sol alcanzara el pico más alto, y
luego volví a bajar la montaña. Quería darle un descanso a Wen después de su
terrible experiencia en el bosque, así como nuestro viaje de regreso a casa ayer.
Además, necesitaba el aire fresco en mi cara, su beso helado rozando cada mechón
de mi cabello, rizando las puntas.
El sendero que bajaba la montaña, poco más que tierra excavada entre rocas,
se abría paso hasta los jardines traseros. Dejé que mis dedos se deslizaran sobre
pétalos brillantes. Arrancando una rosa, pasé el dedo sobre una de sus espinas,
mirando a los jardineros entrar y salir de los jardines laberínticos detrás del
castillo.

205 ¿Hubieran deseado que pereciera cuando escucharon noticias de lo que me


había pasado? ¿Alguna pequeña parte de ellos esperaba que mi esposo saliera del
calabozo y los salvara a todos?
La paranoia era una bestia plantada por las transgresiones pasadas y las
inseguridades de otras personas.
Lo cuestionaría, pero no vacilaría con mis propios pensamientos repugnantes.
No, los envolvería a mi alrededor como una manta con capas de hielo y los dejaría
reforzar mi voluntad.
Mi dedo tocó la espina, y lo arrastré por el tallo hasta llegar a la fortaleza.
Mintale salió corriendo, gritando sobre un sanador que había estado
esperando verme durante las últimas dos horas.
Observé su rostro pálido y arrugado, los mechones de cabello gris que solía
tirar de niña solo para escuchar su chillido simulado.
—Está sangrando, mi lady —dijo Mintale, sus ojos en mi dedo.
Parpadeé y me lo llevé a la boca, saboreando el sabor metálico que cubría mi
lengua. Soltando mi dedo con un pop, dije:
—Tengan encadenados a los prisioneros en la plaza de mercado antes del
amanecer.
Mintale asintió.
—¿Y los demás? ¿El desvanecedor?
—Todavía no hay nada, pero tenemos a nuestros espías y mejores soldados
buscando en el reino mientras respiramos.
—Tráeme el desvanecedor. Quiero que maten a los demás a la vista. —Antes
de que pudiera escabullirse, llamé—: Oh, y que la chica sea encadenada y traída de
la taberna. —Sonreí ante sus cejas fruncidas—. Hay que dejarle probar lo que le
espera.

Desde la torreta más alta, vi como el amanecer se filtraba por el horizonte,


avanzando lentamente sobre la ciudad inclinada y los valles de abajo.
Allí, dentro del centro plano de la plaza del mercado, dos cuerpos estaban
encadenados a postes gruesos e imponentes. Casi podía ver el cabello castaño de
206 Corra arremolinándose alrededor de su rostro y sentí el ardor nuevamente cuando
miré la alta figura de Cid a su lado.
¿Estaban asustados?
Mis uñas, pulidas y pintadas de color carmesí para combinar con mis labios,
rasparon el áspero muro de piedra. El tintineo del sonido de la campana del
verdugo sonó seis veces, lo suficientemente fuerte como para que todo el reino lo
oyera. Todos los residentes sabían lo que significaba.
Hubo un tiempo, aunque breve, cuando el sonido de las seis campanadas
inquietantes perseguía mis sueños en pesadillas cuando era niña.
Cuando mi padre escuchó que mi madre me hizo volver a dormir una noche,
sacó a alguien del calabozo y me sacó de la cama al amanecer a la mañana
siguiente.
“Escucha”, me había dicho, llev{ndome a la plaza. “Son una advertencia. Un
latido final del corazón. Un recordatorio. Y una de tus mejores armas”.
“¿Un arma?”, chillé.
Sus manos habían agarrado mis hombros, su voz llena de esa excitación loca
que a veces me asustaba. “Sí, sí. Un arma”. Otro apretón, luego señaló hacia dónde
se levantaba un cuerpo en el aire. “El sonido de las seis campanadas es suficiente
para enviar una estaca de miedo a través del corazón de cualquier enemigo.
Créeme, son tu amigo, tu protector y tu ejecutor, todos envueltos en seis
campanadas mortales”.
Había tragado cuando llegamos a la parte más espesa de la multitud, y él me
acercó a la tarima de madera que estaba salpicada de manchas marrones.
El olor a excremento colgaba espeso en el aire. Me revolvió el estómago y la
nariz me tembló. Mis ojos se levantaron y mi columna vertebral se tensó cuando
un hombre con ojos color arcilla me miró, murmurando: “Por favor, por favor, por
favor<”
“Padre”, había comenzado a hablar.
“Silencio”, espetó. “Observa. Si veo que tus ojos salen del condenado, elegiré
otro para colgar. Quizás uno de los niños que todavía duerme en sus camas”.
Hubiera dado cualquier cosa por seguir durmiendo en mi propia cama. Poder
mirar hacia otro lado mientras un guardia tiraba de una palanca y el chasquido del
cuello del hombre rebotó a través de la plaza.
Su alma huyó de sus ojos, y juré que sentí una brisa fría sacudir mi mano
derecha antes de que la multitud comenzara a separarse, y lo dejaron allí colgado.
207 “Bien”, había dicho mi padre, con sus manos tan pesadas sobre mis hombros
y mis rodillas temblando tanto que recé a las diosas para que no me cayera.
“Ahora, ¿era algo a lo que temer?”, sacudió mis hombros cuando no respondí.
Pero mi estómago se revolvió. Tan violentamente que tosí, luego me tragué la
bilis en ascenso. “No, padre”. Forcé mis ojos de nuevo al hombre muerto. Los
obligué a verlo por lo que era.
Carne, hueso y traición.
Y aquellos que engañan a la corona de cualquier forma o manera deben ser
tratados en consecuencia.
—Te están esperando —dijo Azela ahora.
Me aparté de la pared, mis manos rígidas y mis uñas arruinadas como si las
hubiera clavado en la piedra y el mortero.
Azela miró de mis dedos a mí, entrecerrando los ojos.
—¿Está bien?
Tiré de mi capa negra forrada de piel blanca a mi alrededor, pasando junto a
ella.
—Muy bien. ¿Alguna noticia sobre Ainx?
—No, todavía no.
Bajamos las escaleras, dando vueltas y vueltas hasta llegar a la entrada
inferior, luego cruzamos la sala del trono hasta el patio.
—¿Por qué regresaste conmigo?
—Usted es mi reina —lo dijo como si hubiera sido motivo suficiente. Y tal vez
debería haber sido.
—Él te necesita, y estás claramente preocupada. —La miré mientras nos
reuníamos con el resto de mis guardias. Tomaron sus posiciones a nuestro
alrededor y nos trasladamos a las puertas—. Deberías volver.
Azela tardó en responder, su cabello rubio rozando sus mejillas mientras el
viento gemía y barría las calles laterales para saludarnos.
—Él y yo< —Se detuvo y yo contuve un gemido—. No somos<
—No soy tonta. —No se permitía que los guardias se relacionaran con
guardias durante el reinado de mi padre. Fuera de servicio estaba bien, pero las
relaciones más allá de eso los exiliarían o colgarían—. Tampoco soy mi padre.
Los dientes de Azela chasquearon mientras cerraba la boca.

208 —Pero soy una reina y no me gustan las verdades falsas más que a él.
Los habitantes de la ciudad reunidos se separaron cuando nos acercamos, y
gradualmente, Corra y Cid aparecieron a la vista. Había suficientes guardias
rodeando el estrado por todos lados, escudos y armas listos para mantener a raya a
los vigilantes no deseados. Raro, pero a veces sucedía. Aunque no con frecuencia,
ya que los llevaba al mismo lugar que los que estaban siendo ejecutados.
Dos guardias bajaron la cabeza y se separaron. Caminé a través de ellos hacia
el estrado y sonreí a mis dos posibles captores y Casilla. Esta última estaba atada a
una silla detrás del estrado, con una mordaza en la boca y la cara en blanco.
—Buenos días, amigos.
Corra frunció el ceño.
Cid se rio.
—Salva la teatralidad, pedazo de mald<
Sus palabras fueron ahogadas por su aullido, la pequeña cuchilla que había
estado metida dentro de mi manga ahora incrustada sobre su ingle.
Peligrosamente cerca de sus genitales.
La multitud se hizo más densa, murmullos y jadeos explotando.
Salpicaduras salieron de los labios de Cid, y Corra gimió.
—Le dimos el nombre del comerciante y el guardia.
Ladeé la cabeza.
—¿Acabo de oírte tartamudear?
Corra apretó los dientes y levantó la barbilla tanto como su cuerpo
encadenado lo permitía.
—Asegúrelos —les dije a los guardias que estaban detrás del estrado.
Cuatro de ellos avanzaron y ataron sus cabezas a los postes con cadenas de
metal colgando de sus dientes.
Mi magia rugió cuando apreté y abrí mis puños. La desperté temprano y le
hice flexionar las extremidades, preparándome para la tarea. El aire cambió, cada
vez más cargado cuando los guardias abrieron las plantas de los pies de Corra y
Cid, y el viento se aceleró.
Sus gritos apagados apenas se registraron cuando me dije que esperara, que
esperara, hasta que los guardias volvieran a la multitud.
Entonces entré, un viento lento que se deslizó por sus poros, las heridas en los
pies, la nariz, los ojos, la boca y las arterias. Empujé. La sangre comenzó a
acumularse cuando sus ojos se agrietaron y rodaron, cayendo en pequeñas
209 salpicaduras sobre la madera del estrado, deslizándose entre las grietas hacia la
calle de abajo.
Casilla permaneció inquietantemente inmóvil, su expresión aún ilegible
mientras sus ojos miraban la sangre desalojar los cuerpos de Corra y Cid.
Nadie se atrevía a susurrar durante un drenaje. Era la forma más tortuosa e
inhumana de morir para nuestra especie. No porque fuera lo más doloroso, había
escuchado y supuse que sin duda era horrible, sino porque si eras humano, de la
realeza o ambos, tu alma se pudría dentro de tu cadáver vacío en lugar de llegar a
la eternidad. Un reino de paz eterna, descanso y riqueza.
Ellos siempre caminarían por el intermedio, forzados a permanecer atrapados
dentro de lo desconocido, acompañados por sus pecados ilimitados.
Cuando las cadenas de metal alrededor de sus cabezas brillaron con espuma
de sus bocas y se aflojaron, supe que casi había terminado. En cualquier momento,
el hilo que unía mi magia a sus cuerpos se rompería, indicando un recipiente vacío.
No queda nada para jugar.
Mi cuerpo tarareaba un timbre constante y contento mientras empujaba,
sacaba y forzaba la vida de sus cuerpos a través de sus pies. En mi mente, su
sangre alguna vez fue un río que corría, y lo envié todo fluyendo río abajo para
encontrar un acantilado a ninguna parte.
Entonces parpadeé, mis miembros rígidos se relajaron lentamente.
El silencio podría haber sido más afilado que cualquier cuchilla. Lo ignoré y
me volví hacia Mintale cuando vi que las mitades superiores de los cuerpos de Cid
y Corra comenzaron a desinflarse, desmoronándose en los huesos y erosionando
en los músculos.
—Ve que permanezcan aquí hasta el anochecer.
Mintale asintió rápidamente.
—Por supuesto, mi reina.
Azela y el resto de mis guardias designados me acompañaron de regreso al
castillo, donde volví a la torreta más alta para ver cómo se disipaban las multitudes
siempre aturdidas y murmurantes.

210
Dieciocho
—M
ajestad —dijo Mintale, apurándose hacia mí.
—¿Qué? —pregunté, sin frenar mi paso
mientras pasaba por el salón del trono y tomaba los
pasillos exteriores hasta el más lejano del castillo.
—¿A dónde va?
No podría mantener la dureza de mi tono aunque lo intentara.
—A terminar esto.
Mintale se detuvo.
211 —Audra.
El uso de mi nombre, una rareza que no había oído de él en años, me hizo
detenerme. Me giré para enfrentarlo.
La preocupación grababa sus rasgos, profundizando las líneas de su frente.
—Sin embargo, no quieres hacer eso, ¿verdad?
—Lo que quiero no tiene peso en esta situación. —Enderecé mi columna
vertebral y giré sobre mis talones—. He hecho lo que he querido con él, y ahora es
el momento de cumplir mi palabra.
No dijo nada más mientras caminaba, pero pude sentir su preocupación
contra mi espalda y hundiéndose bajo mi capa hasta que tomé el pasillo de
conexión y desaparecí de la vista.
Tenía que mantener mi palabra. No solo eso, sino que no veía otra forma de
terminar con esto.
Lo dejaría ir. Le había permitido vivir su nueva vida, y no había funcionado.
No para mí.
Y no estaba segura si podría hacer que Truin se metiera en su mente así otra
vez sin hacer un daño serio.
Me dolía el pecho con cada paso que daba hacia las oscuras entrañas del
castillo.
Me había traicionado de muchas maneras imperdonables, pero con cada
centímetro que me acercaba, se hacía más difícil respirar.
Había pocos guardias de guardia en el calabozo ahora que los otros dos
huéspedes que teníamos eran cáscaras en la plaza. Asentí hacia Didra y Alya, e
ignoré la curiosidad que persistía en sus caras cuando abrieron la puerta y me
dejaron entrar.
Mis botas golpeaban el suelo con apenas un sonido mientras me tomaba mi
tiempo para acercarme a su celda. Él las escuchó de todas formas y levantó la vista
desde donde se encontraba sentado en el suelo con la cabeza apoyada en los
barrotes. La oscuridad rodeaba sus ojos verde bosque, y la barba incipiente que
había cubierto su mandíbula era más gruesa, casi una barba.
Su mirada se posó sobre mí, y luego volvió a mi boca.
—¿Qué sucedió?
Me apoyé en la mesa de tortura y jugué con una de las esposas.
—¿Preocupado ahora, no?

212 Raiden se puso de pie, agarrando las barras.


—Audra, mírame.
Al negarme a hacerlo, me quedé mirando el agujero que corría por su túnica.
Los arañazos y la sangre seca manchaban su piel, y me pregunté si tal vez se había
herido en momentos de confusión abstracta.
—Toma asiento —dije y me levanté hasta la mesa—. Tenemos una historia
que terminar.
—Sé cómo termina.
Chasqueé la lengua.
—No te creo.
Sonó un estruendo mientras golpeaba los barrotes.
—Maldita sea, Audra. Solo mírame. —Podía oír su respiración superficial—.
He estado preguntando por ti durante días. Lo recuerdo. Todo. ¿Dónde has estado?
—Esas últimas palabras insinuaban desesperación, y desesperado estaría.
—Estás loco. —Inspeccioné mis uñas astilladas y las arrastré por la mesa—.
Pasas entre la claridad, la ira y la confusión.
—No he pensado en nada más que en quién soy, quién soy realmente,
durante días. Pero tú no has estado aquí, y alguien claramente te ha hecho daño. —
Un gruñido lo dejó—. Mierda, Audra. Solo dímelo de una vez.
Bien.
—Me secuestraron algunos de los tuyos.
—¿Nuestra gente?
Me reí de eso, estudiando las líneas blancas que mis uñas tallaron en la
madera.
—No, nunca serán nuestra gente. —Lo miré entonces, dejé que viera el
malestar que se apoderó de mi alma y de este reino—. Me desean la muerte, y esto
solo empeora.
La cabeza de Raiden estaba sacudiéndose.
—Es por Tyrelle. Tienes que dejarme salir. Déjame ayudarte. —Me aparté de
la vehemencia de sus ojos e ignoré la forma en que profundizaba su voz—. Puedes
matarme después si todavía significa tanto para ti.
Empezaba a creer que tal vez estuviera en su sano juicio una vez más. Que
había vuelto.
Pero creer era esperanza, y la esperanza no era más que una palabra

213 desperdiciada.
Me lamí la cicatriz que atravesaba el costado de mis labios.
—Los días en los que confiaba en ti se acabaron hace mucho tiempo, príncipe.
—Rey —dijo—. Soy un rey. Tu rey.
Me burlé.
—¿Y qué hay de tu prometida?
Alejó su cabeza de las barras.
—No conozco a esta Casilla. Es como si hubiera una versión soñada de mí, y
cada vez que intento visitar ese lugar, me deslizo entre los dos de nuevo y me
confundo. No puedo< —Se detuvo y luego comenzó a caminar, tirando de su
grueso y oscuro cabello—. Aún no, no hasta que haya logrado el suficiente control
de mi propia mente.
—Muy bien —dije, indiferente—. Terminemos con esto entonces. Después de
que Zadicus, los pocos guardias sobrevivientes y yo regresamos al reino, la caza de
tu alegre banda de traidores y tú comenzó<
—No.
Echándome hacia atrás, arqueé las cejas.
—¿No?
Se frotó la barbilla, su risa fría y baja.
—Es mi turno.
Raiden

Estaba feliz. Posiblemente era lo más feliz que había sido en toda mi vida.
Incluso con Tyrelle sentado frente a mí, ese brillo maligno en sus ojos
mientras nos miraba, no me molestaba como antes.
Este siempre había sido el plan. Desde el principio, debíamos infiltrarnos en
el Reino de la Luna a través del matrimonio y luego quitarles su negro corazón.
Los juegos, la crueldad que se había extendido por todas partes< tenían que
parar. El gobierno del Rey Tyrelle era injusto y malvado, y solo crecía en fuerza y

214 crueldad a medida que pasaban los años.


La primera vez que conocí a mi futura esposa, se estaba follando a otro
hombre en los campos. Si eso no hubiera consolidado lo que estaba allí para hacer,
no estaba seguro de qué más podría hacerlo. Pero incluso entonces, minutos
después de que él sin duda derramara su semilla dentro de ella, se las arregló para
hacerme olvidar durante unos pocos latidos y segundos sin aire.
Decían que era la criatura más hermosa de toda la tierra.
Yo diría que la belleza no significa nada cuando están podridos por dentro.
Rápidamente aprendí lo podrida que podía estar. Una mocosa con demasiado
poder descontrolado, rabia acumulada y dolor sin derramar. Pero también aprendí
otras cosas.
Nada era como parecía, y no había palabras más verdaderas para la princesa
de Allureldin.
Audra actuaba según los sentimientos, el instinto y la instrucción que estaban
enterrados profundamente en ella. Si se mirara de cerca, seguramente tuviera
defectos, tal vez más que la mayoría de nosotros, pero también era un producto de
su educación, de los horrores que había visto cuando era solo una niña.
Era malvada, sí, pero también era más. Era inquebrantablemente leal a
aquellos a los que mostraba un atisbo de afecto y honestidad. Era esa honestidad la
que a menudo hacía hablar a la gente.
Audra tenía esta actitud sin remordimientos para decir lo que quería decir, lo
que sentía, y actuar en consecuencia mientras que la mayoría del resto de nosotros
albergaba nuestras heridas, nuestros verdaderos impulsos y pensamientos, y fingía
que no existían.
Era cruel. Era cariñosa. Era antipática. Era devota. Era intimidante. Segura de
sí misma.
Las contradicciones se podían enumerar durante días, y por esas razones no
fue una sorpresa que me enamorara de ella. Que mis ojos se convirtieran en
esclavos de cada movimiento que hacía. Que mi corazón cambiara de latido cada
vez que sentía que su violenta magia se acercaba.
Mis padres no podían saberlo.
No solo pensaban que su hijo era incapaz de amar a Audra, sino que tampoco
me habrían escuchado si les hubiera dicho que ella era diferente. Que si yo
gobernaba junto a ella, el miedo y la inquietud creados por el gobierno de Tyrelle
podrían y serían aplastados.
Sin embargo, se enteraron, y todo fue por mi culpa. Había dejado de
215 preocuparme si mi afecto, la forma en que estaba llegando a adorar a la hija del
bruto, terminaría siendo visto por lo que era.
Me estaba enamorando.
Y, para cuando me recibió dentro de su cuerpo, ya había caído lo
suficientemente fuerte como para crear fisuras en la tierra.
Cuando se dieron cuenta de lo que había pasado, lo intenté. Maldita sea la
oscuridad, lo intenté. No me escucharon cuando les expliqué por qué debíamos
perdonarla. Que solo su padre tenía que morir. No me escucharon, y luego el plan,
el asesinato, fue cambiado sin mi conocimiento.
La última reunión antes de la noche que nos arruinó se llevó a cabo sin mí.
Debíamos actuar cuando dejáramos la cabaña en el Bosque de la Promesa,
cuando su padre regresara en el carruaje para recogernos.
Había planeado explicarle todo a Audra una vez que estuviéramos recluidos
en ese bosque, lejos de los muros susurrantes y el viento, en nuestra pequeña
versión del paraíso. Iba a decirle que nos iríamos. La llevaría a un lugar seguro
hasta que el rey muriera y pudiera convencer a mis padres de que era lo único que
se necesitaba.
Actuaron mientras yo planeaba el discurso, memorizando la ruta que
tomaríamos y preguntándome qué diría y haría en mi cabeza.
Entonces todo nuestro mundo estaba en llamas.
Una bufanda envuelta en polvo de sapo se me metió en la boca tan pronto
como me sacaron del carruaje. Intenté sacarla mientras luchaba por no inhalar los
vapores de moho de jengibre, pero fue en vano. Solo necesitabas oler el polvo
manipulado y estabas jodido. Cuenta la culata de una espada encontrándose con
mi cabeza mientras sacaba la mía, y lo siguiente que supe fue que estaba mirando
al cielo a través de un techo de árboles, un grupo de guardias y mi consejero de
casa sentado alrededor de un pequeño fuego.
Tan pronto como vieron que estaba despierto, todos se pusieron de pie y se
inclinaron.
—Mi rey.
Desorientado, busqué a Audra en los rostros reunidos. Pero eso no tenía
sentido. Todos la detestaban.
No estaba allí.
Seguí buscando de todas formas, poniéndome de pie y escupiendo el sabor
216 acre de mi boca.
—¿Dónde está?
—¿Quién? —preguntó Meeda, trenzando su pelo.
Gruñí.
—Audra.
Ella miró el fuego, y sentí que mi corazón se hundía.
—¿Qué pasó? Si est{ muerta< —No.
No. Solo pensarlo me causó un dolor abrasador, amenazando con partirme en
dos.
Agarré a Serdin, el soldado más cercano a mí, por las mangas de su
armadura, arrastrándolo a sus pies.
—¿Qué le ha pasado?
—E-e-el carruaje. —Sus ojos abiertos se cerraron—. La última vez que la vi
estaba todavía en el carruaje, y se estaba cayendo a pedazos, ardiendo hasta
convertirse en cenizas.
Mis dedos cayeron del material grueso, y él cayó a la hierba.
—Los hemos derrotado, pero hemos sufrido una grave pérdida al hacerlo. —
Patts, el asesor de mi padre, apareció en mi línea de visión. Las lágrimas llenaron
sus ojos—. Masacraron a tus padres.
Audra.
Mis padres.
Una risa hueca brotó de mí. Mis manos agarraron mi cabeza, y tropecé al
retroceder.
—Se suponía que no debían atacar todavía. No debían cambiar de planes,
especialmente sin decírmelo<
—Lo pensamos mejor, considerando cómo ha llegado a disfrutar de su
tiempo con la princesa.
—Pensaste mal, maldita sea —espeté—. Ahora est{n< —Ni siquiera pude
terminar de decirlo—. ¿Cuánto tiempo hemos estado aquí?
—Hemos viajado un día al sur. Esperamos llegar a la frontera mañana por la
noche...
Estaba corriendo al caballo más cercano. Desenganchándolo del árbol, me
subí, espoleándolo para ir a galope.

217 —¡No puede volver! Sus soldados podrían estar allí o peor, cazándote.
No me importaba, y les prohibí que me siguieran. Tres de ellos lo hicieron de
todos modos, pero los perdí en la noche.
Me llevó casi un día y muchos giros equivocados llegar al lugar donde había
ocurrido.
Mi corazón amenazaba con desintegrarse al ver los restos de carbón en el
camino de tierra. Los restos de madera quemada yacían entre las cenizas y los
escombros. Y entonces los vi, atados a dos sicómoros con mi espada entre ellos.
Mis padres. O lo que quedaba de ellos.
El creciente estruendo de cascos de caballos se escuchó vagamente, pero no
me importó ni fui capaz de oír mucho más que el latido de mi corazón.
Una banda de soldados de Tyrelle desmontó sus caballos y corrió hacia mí.
Me ataron las manos y me pusieron un saco sobre la cabeza.
—Sucio traidor. —Una gota de saliva salpicó el material endeble que cubría
mi cara, y algo se filtró hasta mi mejilla.
—No eres nuestro rey —dijo una voz áspera.
Un silbido atravesó el aire mientras me empujaban, con mis manos atadas
por una cuerda. No me molestaba. Tenía un cuchillo en la manga y el poder de
quemar cualquier cosa.
—Ni lo pienses. Acabaré contigo antes de que puedas convocar suficiente
fuego para asar una hoja. —Conocía esa voz, sabía quién tenía el poder de matar al
instante—. Movámonos.
Me atreví a preguntar:
—¿Zadicus?
No respondió, pero sabía que era él.
—No la maté —le dije. Aunque no tenía ni idea de dónde estaba, sabía que lo
oiría—. Nunca< —Las palabras me fallaron cuando el pensamiento de no ver esos
ojos azules otra vez me hizo tropezar. Los caballos comenzaron a moverse, y yo me
tambaleé hacia adelante, obviamente atado a uno, ya que me vi obligado a
mantener el ritmo—. Zadicus, sabes que no lo haría, que nunca podría hacerle
daño.
—Silencio, basura —dijo el de la voz áspera—. La reina vive.

218 Esas palabras casi me destrozan en el acto.


Tropecé, y mis brazos se desgarraron en las rocas mientras me levanté con
mis rodillas y codos lastimados.
—¿Ella vive?
La risa resonó.
—Tu emoción forzada ya no es necesaria. Tu plan fracasó.
No lo hizo. El rey estaba muerto. Ese había sido mi único plan al final,
después de asegurar la seguridad de Audra.
Mis pasos se aceleraron, y fue todo lo que pude hacer para no empujar al
guardia de su caballo y tomarlo para mí, para correr hacia el reino y poner los ojos
en ella.
Ella vive.
Insté a mi magia a que se asentara y se cocinara a fuego lento y permití que
me arrastraran al castillo como ganado perdido que debía ser sacrificado.
La reina vive.
Cuando el sol alcanzó el punto más alto del cielo, llegamos.
No sabía lo que esperaba. Fruta podrida. Insultos malintencionados. La
ciudad, normalmente llena de vida frenética, parecía vacía. No podía ver mucho a
través de la malla que cubría mi cara, pero podía sentirlo.
Era como si no hubiera nadie afuera.
Los soldados desmontaron y me llevaron casi a ciegas por los salones del
castillo, y luego abajo, abajo, hasta las entrañas de la monstruosidad que una vez
albergó al rey más cruel que esta tierra había visto jamás.
Me sacaron el saco, y luego me metieron en una celda y me dejaron allí bajo la
vigilancia de al menos veinte guardias.
—Intenta quemar algo para salir —dijo Ainx, desenvainando su espada—. Te
reto.
No me iba a mover. No iba a ninguna parte. Audra iba a ser traída a mí, y
una vez que le explicara< sus tacones repicaron en el suelo a tiempo con el
estruendo de mi corazón.
Y allí estaba ella, negro cabello sedoso, labios pintados de rojo, pómulos altos
y curvados, y ojos tan azules como el cielo de verano.
Su cuerpo flexible la acercaba, pero eran sus ojos vacíos los que hacían que mi
boca se secara. Ya no era la maravilla que tan a menudo brillaba sobre mí, la
219 adoración desenfrenada y divertida que enviaba una carga de rayos a través de mí.
No había nada allí.
—¿Mandaste a buscarla? —preguntó.
Ainx asintió.
—Mintale, el general Rind y Alya fueron tan pronto como recibimos la
noticia.
Audra asintió y luego dio un paso atrás.
Quería preguntarle a quién enviaba a buscar y por qué. Pero era todo lo que
podía hacer para respirar mientras dejaba que mis ojos recorrieran cada centímetro
de su cuerpo, buscando heridas.
—Estás viva.
En ese momento sus ojos hirvieron y su labio se crispó.
—¿Decepcionado?
Sorprendido, me reí.
—¿Qué? —Sacudí la cabeza y me agarré a las barras—. Audra, hay mucho
que necesito explicar.
—Sabemos todo sobre los planes fallidos de tu familia para tomar mi reino
por su cuenta. —Se dio la vuelta y se alejó—. Para librarlo de mí y de mi padre, y
de la plaga que supuestamente pusimos en esta tierra.
Ainx hizo una mueca en mi dirección.
—No te quería muerta —dije—. Nunca. —Tenía que saberlo.
Su risa era como una campana rota y polvorienta.
—Ahórratelo. Todos reconocemos las mentiras cuando las escuchamos.
Luego se fue, y yo caminé por el espacio confinado durante horas hasta que
regresó. Cuando lo hizo, Truin estaba a su lado, llevando una cesta y lo que parecía
ser un cubo.
—Audra —le rogué.
—Ya sabes lo que tengo que hacer. —No me miró mientras lo decía—. No
puedo permitir que alguien cometa una traición de esta magnitud en mis manos y
no te juzgue por todo lo que has hecho.
—Entonces júzgame —dije, la desesperación crecía—. Te lo explicaré todo.
Sonrió ante el libro que Truin empezó a hojear.
—Parece que has olvidado un detalle importante, esposo. —Puede que
220 hubiera estado sonriendo, pero sus ojos estaban de nuevo vacíos—. Solo los
monstruos residen aquí. —Truin se sentó, no con un cubo, sino con un pequeño
caldero. Luego cavó dentro de la cesta que estaba a su lado, abriendo tarros y
pequeños sacos—. Vemos algo mal —continuó Audra—. Actuamos rápidamente y
en consecuencia.
Tenía que matarme.
Sabía que era una posibilidad cuando me recogieron en las afueras del
bosque, pero nunca pensé que lo haría.
Y no tenía ni idea de cómo o si podría detenerla.
—Déjennos —les dijo a los guardias.
Miraron de ella a mí como si fueran a protestar, pero sabían que no debía y se
fueron.
Truin ni siquiera me miró mientras mezclaba algo que olía a vómito y veneno
en el caldero abollado.
Audra no me miraba mientras caminaba lentamente detrás de Truin.
—Tienes dos opciones, mi príncipe.
—Tu rey.
Levantó una ceja.
—Como estaba diciendo, tienes dos opciones. Ser drenado. O ser exiliado.
Tragué, preguntándome si debería pelear con ella por esto. Si debería calentar
mis manos lo suficiente para derretir las barras y agarrarla por la nuca para
forzarla a escucharme.
Como si pudiera oír mis pensamientos, sus ojos chocaron con los míos. Y
supe, mirando las interminables profundidades cubiertas de hielo, que sería inútil.
Ir en contra de ella probaría que tenía razón cuando necesitaba
desesperadamente probar que estaba equivocada.
—¿Planeaste o no planeaste tomar mi reino para ti, asesinarme a mí y a mi
padre, por medio de un acuerdo de matrimonio?
Ella y Truin esperaron.
—Lo hice —admití—, pero<
Audra levantó su mano, mirando al suelo.
—Elige y elige rápido, tienes cinco segundos.

221 No podría. Tenía que hacerlo. Dos opciones imposibles< o tal vez no.
Si me enviaban a Los Acantilados, entonces podría encontrar un camino de
regreso. Podría encontrar una manera de salir de allí o hacerle llegar una carta,
explicándolo todo.
No podría hacer nada de eso si estuviera muerto, y la traición, lo que mi
familia había hecho y tratado de hacer, era demasiado reciente para que oyera algo
más que el sonido de sus turbulentos sentimientos.
Pero nadie salía de Los Acantilados. La única salida era por decreto real, lo
que rara vez ocurría, o la muerte. Era como vivir en prisión, pero con algo de
libertad, si podías ignorar a mucha de la escoria que lo llamaba hogar.
Ahora era un rey. Podía despojarme de mi título, pero eso no cambiaba qué o
quién era.
Encontraría una forma de volver. Solo cuando fuera el momento adecuado.
—Los Acantilados —dije.
Audra asintió.
—Muy bien. Guardias.
Volvieron a entrar y abrieron la puerta de mi celda.
—Sujétenlo.
Les fruncí el ceño, luego a Audra.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Cállate antes de que decida librarte de tu lengua. —Se acercó, y con un
ligero temblor en su mano me levantó la barbilla. Su boca bajó hasta la mía, y un
suspiro lleno de un alivio tan potente, que pensé que la mitad de mi alma
abandonó mi cuerpo para entrar en el suyo, cubrió sus labios—. Te amé —susurró,
y sus labios se posaron sobre los míos.
Intenté agarrarla, pero mis manos atadas y los tres guardias a ambos lados de
mí, empujando mis brazos y hombros hacia abajo, lo impidieron.
—Seda<
—Shhh —cantó, y antes de que pudiera abrir los ojos por completo, ese
penetrante aroma se deslizó por mi garganta.
Me ahogué y balbuceé, tratando de escupirlo libremente.
Su magia me cerró la boca y forzó suficiente aire dentro de mis fosas nasales
para empujarlo por mi garganta. Mis ojos se abrieron de par en par, suplicando,
acribillados de preguntas. ¿Qué has hecho?
222 Ella simplemente se quedó allí, con una expresión ahora cruda y abierta,
exponiendo lo que le había hecho durante medio minuto. Luego todo se oscureció.
Y me desperté en una vida diferente.

Audra

El silencio se extendió en lo profundo de la gran extensión manchada por la


fatalidad.
Ni siquiera el goteo de las tuberías o estalactitas se podía oír por encima del
trueno que ahogaba mis oídos.
—Así que ya ves —dijo Raiden—. Ahora ves que nunca quise que te ocurriera
ningún daño. Nunca.
Alejé mi lengua del paladar, sin poder mirarlo mientras decía casi sin voz:
—Me querías muerta. —No estaba segura de cómo podría superar eso. No
me conocía en ese momento, pero ¿cuánto habíamos avanzado en nuestra relación
antes de que cambiara de opinión?
Tenía miedo de aprender la respuesta. Miedo de que fuera demasiado tarde
para importar, o lo suficientemente pronto para cambiarlo todo.
—Seda —dijo, voz áspera y húmeda—. Solo tienes que mirarme, y me refiero
a mirarme de verdad, y lo sabrás. Sabrás que te amo. Que nunca podría hacerte
eso.
Me quedé mirando sus botas. No eres mejor que la escoria bajo nuestras uñas, la
mierda pegada bajo las suelas de nuestras botas…
—El amor no significa nada frente a lo que está bien y lo que está mal. —Me
bajé y di la vuelta a la mesa—. Y lo que es gris solo puede ser ignorado un tiempo
limitado.
—No puedes matarme. No pudiste entonces, y no puedes ahora. —Aunque
no parecía tan seguro de sí mismo—. Si todavía me amas, entonces ambos sabemos
que es una tarea imposible.
Me detuve y agité mis pestañas en su dirección.
223 —Entonces tal vez no te amo.
Las pisadas resonaron en la cámara de entrada. Los guardias comenzaron a
discutir antes de que la puerta se abriera, y Mintale se apresuró a entrar.
Una mirada a mí y a Raiden, y tragó.
—Majestad, tiene que ver esto.
—¿Ver qué? —espeté.
La cara de Mintale palidecía más con cada segundo. Estiró una mano hacia la
salida.
—Por favor.
Miré hacia atrás a Raiden, cuyas cejas estaban fruncidas mientras veía a
Mintale irse. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, aparté la mirada y bajé
la puerta detrás de nosotros.
—¿Qué pasa? —siseé, subiendo las escaleras—. Si esto es un intento de
hacerme cambiar de opinión, estás perdiendo el tiempo. No puedo hacer
excepciones porque<
—Hemos recibido la noticia de que un ejército con el emblema del Reino del
Sol marcha hacia el norte.
Mi palma se golpeó contra la pared para ayudar a mantenerme erguida.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Tres días. —Su papada se tambaleó—. A lo sumo.
Lo seguí hasta la torre más alta, donde nos paramos en la torreta y usamos el
telescopio para buscar en el horizonte.
Allí, pequeñas motas en la distancia lejana se movían. Giré la mira,
enviándola hacia la línea de motas, y sentí que mi sangre se convertía en hielo.
—¿Cuántos?
—Nuestros exploradores estiman setecientos, tal vez más.

224
DIECINUEVE

—¿Y qué hay de la ciudad? —preguntó uno de los generales—. No podemos


llevar a la mayoría de nuestros soldados y dejar a la gente sin protección.
Dejé mi taza de té vacía.
—Les pedimos que se vayan.
—¿A dónde irían? —preguntó Azela.
Lo consideré por un momento. No podíamos traer a todos los ciudadanos de
la ciudad y las provincias vecinas detrás de los muros del castillo. Los atraparían si
fuéramos derrotados.
—Las montañas —sugirió Didra, señalándolas en el mapa—. Les decimos que
se vayan y se dirijan entre las montañas, a través del paso hacia el mar.

225 —Los jóvenes y los ancianos podrían no sobrevivir en el frío y en un terreno


tan traicionero —dije.
Mintale se pasó los dedos por el bigote.
—Podríamos hacer que los furbanes los sobrevuelen.
—No se llevan bien con los extraños —le recordé.
Suspiró, luego tomó un sorbo de té como si fuera un trago de licor.
El viento rugió contra los cristales de las ventanas, sacudiéndolos. Ráfagas de
nieve flotaban en el aire, flotando hacia el suelo.
Ojalá Ainx estuviera aquí. Práctico, inquebrantable Ainx. Golpeé mis uñas
sobre el borde del mapa donde se extendía el Mar Gris.
—Entonces traemos a los jóvenes y los ancianos aquí. Si surgen problemas,
dejamos algunos soldados para ayudarlos a escapar a través de los túneles en la
mazmorra.
—Se sellaron hace medio milenio —dijo Mintale.
—Entonces los abrimos. —Me recosté y junté mis manos.
Asintieron y se escucharon murmullos de acuerdo. Azela tomó notas en su
pergamino.
—Lo tendré en marcha por la mañana.
—Si se usó magia, ven a buscarme, y veré lo qué Truin y< —Mire a Truin a
mi izquierda—, lo que puedo hacer.
Más asentimientos y aun así, mi pecho se sentía demasiado apretado.
—Digo que tomemos el camino más largo —sugirió Dervin, uno de los
generales más jóvenes—. Nos dará el elemento sorpresa.
Una voz suave y profunda entró en la habitación.
—Esto es una guerra, no un juego. No puedes dejar que un ejército de al
menos seiscientos soldados sorprenda a nadie con este aviso tardío.
Dervin miró boquiabierto a Zad, luego alzó la nariz en el aire antes de volver
a mirar el mapa.
El general Rind no pudo ocultar su sonrisa detrás de su té.
Una sensación de rebote sacudió mi estómago, esa tensión disminuyó un
poco, cuando nuestros ojos se encontraron. El lord atravesó la habitación con su
abrigo carmesí y negro y se quitó los guantes. Pero fue la vista del hombre que
entró detrás de él lo que me hizo sonreír.
—Bienvenido a casa, soldado.

226 Ainx se inclinó sobre las rodillas, sonriendo brevemente. Tenía el cuello
vendado y se movía como si le preocupara que su cabeza se cayera de sus
hombros, pero estaba allí.
Azela jadeó, y la vi luchar por contener su alivio mientras algunas personas
aplaudían.
Me aclaré la garganta.
—Azela, por favor acompaña a Ainx a sus habitaciones. Estoy segura de que
ha sido un gran viaje para él.
La mirada de Ainx se deslizó hacia mí, cautelosa y cuidadosa, pero no dije
nada y volví a centrarme en el mapa mientras ella lo acompañaba fuera de la
habitación.
—Marchamos directamente hacia ellos —dije, con el dedo siguiendo la
empinada pendiente de la ciudad y los caminos que atravesaban los pueblos,
valles y bosques más allá—. Sin pretensiones. Lord Allblood tiene razón. Esto es
una guerra, y es demasiado tarde para intentar burlarlos.
Un silencio descendió sobre la habitación, enviando escalofríos por mi
columna vertebral.
Zad estaba a mi derecha, junto a la ventana arqueada, con los brazos
cruzados sobre el pecho. No lo miré. No tenía necesidad cuando podía sentir su
presencia y esos agudos ojos sobre mí.
—Mi reina —habló un hombre joven, tan joven que aún no había aprendido
su nombre—. ¿Cree que ganaremos?
Uno de los soldados sentado junto a él intentó callarlo. Levantando mi mano,
incliné mi cabeza hacia el joven.
—¿Tu nombre?
Su garganta se sacudió mientras se sentaba más recto, hombros huesudos
tirando hacia atrás bajo rizos oscuros.
—Euwin.
—Euwin —repetí—. ¿Crees que ganaremos?
—No lo sé —admitió, frunciendo el ceño.
Suspiré y empujé mi silla hacia atrás.
—Bueno, nosotros tampoco.
Nos reunimos hasta la mañana, e intenté escapar de los ojos que sentía
clavados en la parte posterior de mi cabeza, el calor que me encapsulaba con cada
paso más cerca que ganaba.
227 Llegué al pasillo que conducía a mis habitaciones antes de que finalmente
decidiera actuar.
Mi cintura estaba envuelta en su brazo, y luego estaba contra la ventana
helada, el alféizar cavando en mi trasero mientras se cernía sobre mí.
—¿Te atreves a huir de mí?
—¿Me viste corriendo?
Sus labios se inclinaron, los dedos se extendieron para meter un mechón de
pelo detrás de mi oreja. Sentí ese toque como una pluma flotando sobre cada lugar
sensible.
—Te vi apurarte.
Alcé una ceja.
—¿Por qué no me pides que espere?
—Porque —dijo, su boca moviéndose sobre mi mejilla para rozar por encima
de mi mandíbula donde las dos cicatrices irregulares la decoraban—. Prefiero
perseguirte.
Mi pulso comenzó a agitarse, mis manos alcanzaron su duro pecho.
Lamió la piel arrugada y mis rodillas temblaron.
—Extraño tenerte en mi cama.
—No podía quedarme para siempre —dije, odiando lo suave que era la
respuesta.
—Entonces huiste de mí también.
—Tenía que irme. —Le recordé.
—¿Sin un adiós? —Su boca encontró la mía, y empujé su pecho.
—Las despedidas no son necesarias cuando sabes que finalmente verás a
quien sea que dejes.
Se enderezó, mirándome con un pliegue entre las cejas.
—Finalmente.
Me moví alrededor de él y me dirigí a mis habitaciones.
—Gracias por venir.
—Audra. —Una demanda tranquila pero firme.
—¿Qué? —Gire para mirarlo.
Dio cinco largos pasos y agarró mis mejillas entre sus manos, buscando en

228 mis ojos.


—Para. —Lo empujé lejos.
—Todavía no lo has matado. —Su tono apestaba a incredulidad, sus ojos
brillaban con desilusión—. Por eso vienen. Por él.
—Lo sé —gruñí—. No es necesario que me lo recuerdes como si fuera una
niña.
La sonrisa había regresado, solo que más cruel de lo que había visto.
—Ambos sabemos que ciertamente no eres una niña. Pero< —Me hizo
retroceder hacia las puertas, su voz mezclada con una suave y aterciopelada
agresión—. ¿Entonces qué eres? ¿Una reina todavía enamorada del imbécil que
conspiró para destruirte?
—Lo que soy no es de tu incumbencia. —Envié una ola de viento a las
puertas, retrocedí y las cerré de golpe en su expresión de granito.
Golpeó la madera.
—Sabes que eso no es cierto.
Luego se fue, sus pasos se desvanecieron por el pasillo.
Con extremidades pesadas, me levanté de mi cama, donde había pasado la
mayor parte de la noche mirando al techo, preguntándome si Zad entraría.
Nunca lo hizo, y luego me pregunté dónde estaría durmiendo, porque
seguramente planeaba quedarse hasta que nos fuéramos.
Entonces me pregunté si Raiden ahora tenía suficiente sentido de sí mismo
para acceder a su magia. Si pudiera convocar lo suficiente para salir, pasar a los
guardias y encontrar el camino a mis habitaciones.
Entonces me pregunté qué pasaría si lo hiciera.
¿Me mataría de una vez por todas? ¿O trataría de insistir en que me amaba?
De cualquier manera, mientras comía gachas de arándanos sola en el
comedor, decidí que era mejor ignorarlo y el problema cada vez mayor que
planteaba.
Zad también. Tenía otros más grandes de los que preocuparme.

229 —¿Alguna noticia sobre su paradero? —pregunté cuándo entró Mintale,


tirando de las solapas de su abrigo.
—Se estima que cruzarán la frontera antes del mediodía de mañana. —Se
sirvió un poco de té. Puse mi cuchara en el tazón y la aparté—. No parecen
detenerse más de una vez al día para dormir, y aun así, solo duran varias horas
como máximo.
Truin movió la cabeza hacia la puerta.
—Buenos días, mi reina.
Moví una mano por la formalidad, y ella sonrió, cruzando la habitación para
sentarse a mi lado.
Tomé un sorbo de té mientras ella reorganizaba sus faldas y miraba las
hileras de tostadas frías.
—Come un poco.
No necesitaba que se lo dijeran dos veces y comenzó a untar mermelada
sobre dos rebanadas.
—Si me disculpa, majestad. Me necesitan en la sala de invitados —dijo
Mintale—. Hubo una escaramuza con algunos empleados esta mañana, y
rompieron el jarrón de su bisabuela.
Mis cejas se arrugaron.
—¿Una escaramuza?
Sus labios se retorcieron mientras intentaba contener su sonrisa.
—Por atender a cierto hombre, creo.
Mi pecho se derrumbó con mi próximo aliento, y Mintale salió de la
habitación.
Truin se echó a reír y me dio unas palmaditas en la mano.
Fruncí el ceño.
—¿Qué es tan gracioso?
Retiró la mano para preparar un poco de té.
—Tú. Para alguien increíblemente difícil de leer, muestras todas las
emociones posibles cuando se trata de esos dos hombres.
—¿Perdón? —Tosí y rápidamente bebí un poco más de té.
Truin movió su cabello rubio amarillento sobre su hombro, luego terminó de
masticar una tostada antes de decir:
—Sabes muy bien a quién me refiero.
230 No dije nada y me quedé mirando mi té refrescante.
Ella bajó la voz.
—Aunque tengo que preguntar, ¿qué te estás haciendo?
—¿No es obvio? —pregunté por el borde de mi taza.
Truin sacudió algunas migajas de su blusa de lino gris mientras sus ojos
bailaban con diversión.
—Quizás, pero dímelo de todos modos.
—Me estoy torturando a mí misma. —Coloqué mi taza vacía—. No es muy
divertido, así que no puedo decir que lo recomiendo.
Truin se echó a reír y pasé el dedo por el borde de la porcelana.
—Él recuerda.
—Eso he oído.
Miré alrededor de la habitación, pero no había guardias. Estaban ocupados
preparándose para nuestro viaje y reclutando a cualquier persona de la ciudad que
pudiera manejar un arma para proteger la ciudad.
—Me contó su versión de los hechos.
Truin tragó saliva, un sonido áspero, luego tomó un sorbo de té para tragar el
pan.
—¿Recuerda tanto tiempo atrás?
—¿No te lo había dicho?
Sacudió su cabeza.
—No, pero no lo he visto en unos días. Gretelle lo ha estado vigilando
mientras yo atendía la afluencia de órdenes que había abandonado.
—¿Y qué ha dicho ella?
Truin se quedó mirando su tostada.
—Que cada día estaba menos confundido y que había dejado de vomitar. —
Entonces me miró y se inclinó más cerca—. De acuerdo, este tipo de cosas no
ocurren muy a menudo, suprimir los propios recuerdos, pero no pensé< —Se
interrumpió, pero no necesitaba continuar.
Había pensado que mi plan terminaría siendo nada más que tiempo perdido
y solo serviría para vendar las heridas dañadas.
—Si soy honesta, realmente tampoco pensé que funcionaría.

231 —Amor —dijo—. Realmente es el poder más fuerte de todos.


Resoplé.
—Eso o simplemente soy una perra determinada.
Truin se echó a reír cuando la dejé con su tostada.
—Nunca eres simplemente nada. ¿Pero qué harás ahora?
—Nada. Nos vamos a la guerra.
Antes de que pudiera irme, ella dijo:
—Ah, y Zadicus durmió solo. Escuché a las sirvientas peleándose por quién
ordenaba su habitación después de que él se fue al patio de entrenamiento.

El vapor se extendió hacia el techo, flotando sobre mi piel mientras


desplegaba la toalla y la pasaba sobre mi cuerpo.
Nunca había experimentado la guerra. Nunca había sabido lo que era luchar
por tu vida hasta hace unas semanas. Aunque había sido entrenada para ello, la
marea impredecible que rodó sobre todos, contó cada una de mis respiraciones.
Raiden. Todo esto había comenzado gracias a él. Aunque sería una tonta si
echara la culpa únicamente a sus hombros cuando realmente, comenzó con mi
padre.
Eso no significaba que confiara en él. Nunca podría volver a confiar en él.
Pero me preguntaba si tal vez podría acabar con él rápida y silenciosamente. Dejar
que se haga. Solo que, aunque lo hiciera, sabía que no terminaría allí.
Un aullido sacudió el aire, resonando en las montañas detrás del castillo.
El tiempo saltaba con una velocidad irreconocible cuando te dirigías a lo que
podría ser tu destino. Tal vez me había dirigido hacia esto toda mi vida, y por eso
me sentí algo resignada. No para morir, sino para ir a la batalla, para sumergirme
en el sabor del odio y la muerte.
La paz solo podría durar tanto tiempo sin un resentimiento total y
sentimientos enterrados que eventualmente se abren camino hacia la superficie.
Había contemplado ir a la mazmorra, pero durante todo el día, me tomaba mi
tiempo y hacía todo lo que se me ocurría. Y ahora, había llegado el anochecer,
trayendo consigo un lord sin camisa en mi cama.
Mantuve la toalla a mi alrededor mientras me sentaba frente a mi tocador y
232 comenzaba a cepillar mi cabello.
Menta y clavos llenaron mis pulmones con cada golpe de las cerdas sobre los
hilos húmedos.
—Creo que hemos estado aquí antes.
—Un momento diferente —murmuró Zad.
Una mirada en el espejo a la izquierda mostró sus ojos en mí.
—¿Sin embargo, lo es?
Se llevó la pipa a los labios y los envolvió alrededor de esta, su mirada
sondeando.
Suspiré y dejé el cepillo, luego saqué la tapa de un frasco de lavanda y loción
de vainilla para frotarme la cara, el cuello y los brazos.
—¿Volverás a tu habitación?
—¿Quieres que lo haga?
No estaba segura de lo que quería.
—No estamos follando si eliges quedarte.
Zad resopló cuando me puse de pie y coloqué la toalla sobre la silla. Mantuvo
sus ojos en los míos mientras yo me deslizaba sobre las suaves alfombras y los
parches de piso frío entre ellas, luego me metí dentro de la ropa de cama.
—¿Crees que me interesa solo una cosa?
Me giré para presionar la mitad de mi cara contra la almohada.
—Nunca hablamos de ti. Siempre de mí.
Estuvo en silencio por unos minutos mientras terminaba de fumar su pipa. Vi
la luz del cielo nocturno romper a través de la ventana, robando algunas de las
sombras de sus almas.
—¿Creías que era demasiado egoísta para notarlo? —le pregunté cuándo
permaneció en silencio.
Puso su pipa en la mesita de noche, luego se movió para mirarme.
—Has estado en mi casa; has conocido a mi familia, mis amigos<
Lo miré fijamente.
—Algunos. Y por mucho que probablemente ames todas esas cosas, nunca
hablas de ella. —Me detuve—. De Nova.
No se estremeció ante el sonido del nombre de su esposa muerta, pero
contuvo el aliento.

233 —¿Qué quieres que diga? Esa fue una vida diferente.
—Eso puede ser así, pero no soy el vendaje o la distracción de nadie, Zad. —
Se me apretó el estómago—. Obtener más poder no aliviará el anhelo.
Diversión, rápida y brillante, iluminó sus ojos. Fruncí el ceño, insegura de lo
que encontraba tan divertido.
Se hundió más hasta que nuestras caras casi se tocaron.
—No hablo de ella porque a un nuevo amor no le hace bien hablar del viejo
amor.
Mi ceño se transformó en un ceño fruncido, mis ojos y mi corazón ardían.
La boca de Zad se curvó y extendió la mano para posar su pulgar sobre mi
labio inferior.
—Si quieres saber algo, solo necesitas preguntar. —Sus ojos se posaron en mi
boca, siguiendo la caricia de su pulgar, luego regresaron a los míos con una
suavidad que antes no estaba presente—. No tengo nada que ocultar. —La
honestidad sonó clara en su voz, en sus ojos y en su toque.
Un fuerte brazo me rodeó la espalda y me atrajo hacia sí, los largos dedos se
arrastraron por el centro de mi columna hasta que su mano quedó enterrada en mi
cabello.
—Los juegos terminan aquí. —Sus palabras bailaron sobre mis labios—. En
este abrazo, en este toque de mis labios con los tuyos, te lo juro —me besó, fuerte,
suave y rápido—, lo que queda de mi corazón es tuyo.
Mi siguiente exhalación vaciló. Tomé su boca y sostuve su rostro contra el
mío cuando algo húmedo rodó por mi mejilla. Lo atrapó con el pulgar y gimió
cuando mi pierna se enganchó sobre su cadera para mantener cada parte de él
tocándome.
Cuando se apartó, sus labios sobre mis senos, las manos recorriendo mi
estómago y apretando mis caderas, jadeé:
—Dije que sin follar.
Su risa malvada golpeó a través de mí, elevando mi necesidad por él más alto
mientras extendía mis piernas.
—No voy a follarte. —Su lengua pasó por mi centro y mi cabeza voló hacia
atrás—. Te estoy amando. Un delicioso centímetro de piel a la vez.

234
Veinte
L
a quietud. Llega en el corazón del miedo.
En la estampida de cascos de caballo galopando a través de un
terreno cargado de recuerdos. En el sudor que se acumula en la frente
de mi segundo al mando. En el gemido de las manos enguantadas de
cuero. En el tintineo de flechas metidas dentro de aljabas, esperando a su presa. En
el latido arrastrado de cientos de corazones, preguntándose si se encontrarán con
nuestros creadores o volverán a casa a vivir, a amar, otro día.
Sentí muchas de esas cosas, pero lo que no sentí fue miedo.

235 Había estado más cerca de la muerte que muchos en mi corta vida, y nunca,
ni una sola vez, me había encontrado con la inquietud de la finalidad.
Viviría otro día.
Aquellos con almas ennegrecidas no perecían. Seguían adelante, llevando sus
fechorías y cicatrices como si fueran sombras crecidas.
Una maldición para los benditos. A la oscuridad nunca se le concedería el
verdadero descanso.
Allureldin y sus provincias vecinas habían sido evacuadas, excepto por unos
pocos comerciantes, dueños de tiendas y ancianos que se negaron a irse y en su
lugar, colocaron tablas en sus ventanas y puertas con barricadas.
No se detendría lo que vendría por nosotros si fuéramos derrotados, pero
ninguno de nosotros tuvo el corazón para decirles eso. Déjalos que echen un poco
de ungüento sobre una herida abierta si eso les hace sentir mejor.
Solo esperaba que supieran cómo correr.
Nos dirigimos al sur para intentar encontrarnos con ellos en los valles de
Densbow, donde se podría lograr una mejor oportunidad de victoria en terreno
más llano.
En su semental, Zad cabalgó a mi lado, y mis muslos se apretaron al ver esa
boca pecaminosa. Erizada, miré hacia otro lado cuando sonrió.
Me había pedido que me quedara atrás. Después de destrozarme tres veces,
pensó que ya me había agotado lo suficiente como para sugerir tal cosa. Acabé
follándolo hasta sacarle la absurda idea, Raiden y mi inútil y conflictivo corazón se
podían ir al diablo.
Mintale se había quedado atrás, así como Ainx, que no estaba impresionado
pero no estaba lo suficientemente bien como para cabalgar tan lejos de nuevo. Se le
había encomendado la tarea de ayudar a los soldados desde los tejados del castillo,
supervisando a los arqueros que estaban preparados por si nos engañaban y
alguien intentaba invadirnos.
Pronto descubriríamos que no habíamos sido engañados.
Después de acampar en un pueblo abandonado durante la noche, nos
despertamos con la noticia de que el ejército del Reino del Sol estaba a pocos
kilómetros de distancia. Supongo que habían escuchado nuestra aproximación, así
que no se detuvieron.
Pasé mi dedo sobre la muñeca a la que le faltaba un ojo, la pequeña cama
blanca con afganos de punto púrpura descolorido crujiendo debajo de mí.

236 vista.
El gastado suelo de madera protestó cuando las botas de Zad salieron a la

—Tal vez deberíamos haber traído los turbantes.


—Nunca te perdonarías si algo le pasara a Van. —Colocando la última de sus
armaduras, cruzó la habitación, deslizó la muñeca de entre mis manos, y la colocó
suavemente sobre su casa en el armario de mimbre—. Ven, mi reina. —Extendió su
mano—. Tenemos una guerra que ganar.
Vi esos largos dedos rodeando los míos. Me puso de pie y me tomó el rostro
con ambas manos. Manos capaces, manos callosas, manos mágicas.
Nos acurrucamos juntos en la cama de los padres de esta niña. Demasiado
cansada para jugar y demasiado cansada para dormir, me abrazó, su aliento me
hacía cosquillas en la parte superior de la cabeza mientras le agarraba del brazo y
le escuchaba contarme historias inventadas sobre la familia que vivía en esta
pequeña casa de campo.
Mis manos se deslizaron sobre sus mejillas, y me levanté sobre los dedos de
los pies, mis ojos se cerraron mientras descansaba mis labios contra los suyos.
—Gracias. —Suspiré.
—¿Por qué?
Al soltarlo, sonreí, y al retroceder, empecé a trenzarme el pelo.
Afuera, Zad estaba hablando con dos de sus amigos sobre un mapa mientras
todos montaban sus caballos y bajaban las carpas.
Un hombre rubio me asintió. Lo recordé como uno de los amigos del lord que
ayudó a rescatarnos a mí y a Berron. Landen.
—Buenos días, Majestad —murmuró.
Mis botas bajaron por los dos escalones de la casa.
—Eso está por verse.
—Kash —dijo el otro con una reverencia dramática.
Incliné mi cabeza, contemplando su cabello negro azul y sus oscuros ojos
ónix. Mirando hacia atrás a Landen, noté las manchas de plata en sus ojos de
bronce.
—Interesante.
Ambos me miraban con una calma que sabía que era forzada.
Zad le llevó mis cosas a Wen, poniéndolas en la mochila que llevaba en su
silla.
237 Los otros dos hombres agacharon la cabeza, pero los oí reírse.
No me importó. Me moví entre ellos y me subí a Wen, luego lo dirigí a través
de las filas hasta el borde de la aldea, donde Azela y Rind esperaban que todos se
pusieran en la fila. El disgusto arrugó los rasgos de Azela.
Apreté las manos alrededor de las riendas.
—Pídeme que tome la retaguardia y te destriparé.
Se rio, moviendo la cabeza mientras Rind silbaba cuatro veces, indicando
nuestra partida.
Zad me encontró cuando dejamos el valle y entramos en el bosque,
cabalgando duro para tratar de evitar tener demasiados obstáculos a nuestras
espaldas.
—Tienes que quedarte atrás.
—No te atrevas —dije una vez que el siguiente pueblo se vio más allá de los
árboles.
Pero el ejército que nos esperaba más allá de la aldea me hizo estremecer el
aliento y mis manos tiraron de las riendas, ralentizando el paso de Wen.
—Las diosas nos cuiden —dijo alguien.
Habría golpeado a quien fuera, pero era todo lo que podía hacer para
mantener mis ojos fijos en el horizonte lleno de guerreros.
Hasta donde el ojo podía ver, el rojo y el oro se movían en una constante ola
que se acercaba.
El silencio se convirtió en un tamborileo en mi pecho, luego Rind y Azela
rugieron, las espadas se levantaron, y el resto siguió su camino mientras
cargábamos.
Chocamos en medio del valle entre el bosque y el pueblo, sin intercambiar
palabras, sin aceptar ninguna exigencia ni oportunidad de rendirse.
Gruñidos, gritos y maldiciones llenaron el aire mientras la sangre y el oxígeno
se mezclaban y contaminaban cada inhalación. Caballos y soldados cayeron,
algunos lo suficientemente fuerte como para partir la tierra, cuando la realeza del
Reino del Sol saltó de su caballo al suelo y causó grietas que se abrieron.
Vi a un soldado gritar mientras él y su caballo desaparecían en la grieta
abierta.
—¡Audra! —Zad estaba gritando a mi derecha—. Protégete.
238 —No tienen escudo —le grité, refiriéndome a mi propio ejército. Había un
tiempo y lugar para ser egoísta, y este no era el momento.
—Tampoco son reinas de todo un continente, ni pueden serlo —dijo—.
Escúdate.
Hice lo que me dijo, sabiendo que tenía razón, pero odiándolo. Podría haber
enviado una burbuja de aire alrededor de los seiscientos, pero eso me dejaría con
poca capacidad para hacer otra cosa y vaciaría mis reservas en pocas horas.
Y por muy inexperta que fuera, no era tan ingenua como para pensar que
todo terminaría a tiempo para el té de la tarde.
La sangre goteaba de la cara de un soldado mientras luchaba contra él y su
camarada, y luego su cabeza explotó.
Le eché un vistazo a Zad, pero estaba ocupado esquivando a otro saltador
real con un hacha de guerra.
Y aun así vinieron, en grupos de dos a uno, reduciendo nuestro número más
rápido de lo que podíamos haber predicho.
Mi sangre se convirtió en un trueno puro, retumbando contra mi piel en cada
confrontación. Había cientos más de los que habíamos estimado.
—No nos rendiremos —gruñó Zad, con su espada arqueando el aire para
quitarle la cabeza a alguien—. No les daremos lo que quieren. Libéralo —instó.
Exhalando, asentí. Me imaginé llenando cubos apilados de un pozo negro y
lanzándolos al aire. Mis dedos se enroscaron mientras mi ira quemaba caliente y
fría al mismo tiempo. El cielo se oscureció, y los rayos lo atravesaron.
Y entonces llovió.
Los pocos guerreros distraídos eran muertes fáciles, más aún cuando hice un
gesto a la tormenta para que se fuera tan rápido como había llegado. Espadas,
hachas y dagas se agitaron, y cuando sus flechas comenzaron a volar una vez más,
envié una ráfaga de viento a ellas, dándoles la vuelta.
Nuestros soldados se aprovecharon de la conmoción y los derribaron
mientras enviaba sus flechas de vuelta y más de una docena de guerreros del Reino
del Sol cayeron.
Sabiendo que no hay que dejarse llevar, inhalé imposiblemente profundo
mientras derribaba a un guerrero que gritaba mientras la lluvia se detenía y las
nubes se separaban, dando vista al sol que se ocultaba.

239 Mientras seguíamos luchando, los gritos parecían chocar en un rugido


interminable, fracturando el cielo mientras el sol empezaba a desvanecerse.
Como si quisiera irse temprano y no ser testigo de tales horrores.
Cabalgué hacia el frente, con el escudo todavía en su lugar, cuando vi a Azela
caer de su caballo a la húmeda y ensangrentada hierba. La bestia corrió a través de
nuestra línea de frente y desapareció.
Luchó contra su asaltante mientras estaba en el suelo, haciendo un gesto de
dolor, pero otro se movió sobre ella antes de que pudiera levantarse. Mi espada
atravesó sus costillas, encontrando su corazón, y apreté los dientes mientras la
forzaba a subir por su hombro. Mi mano y mi brazo temblaron con el esfuerzo.
Tragué, mi garganta seca, temiendo cuánto tiempo pasaría antes de que la
magia fuera inútil, antes de que la mayoría de sus usos fueran inútiles, demasiado
agotada para siquiera levantar un arma.
Agarrando mi mano, Azela se balanceó en la parte trasera de mi caballo, y
corrimos a las líneas traseras donde más gente caía. Agarró a un pura sangre antes
de que se uniera a su caballo en la aldea y clavó un guerrero en la yugular antes de
que pudiera tomar su cabeza.
Una y otra vez, envié sus flechas de vuelta cada vez que venían a por
nosotros, pero solo algunas de ellas encontraron su objetivo, gracias a sus
gigantescos escudos dorados.
Tuve que detenerme cuando nos mezclamos tanto, el negro y la plata
mezclados con el rojo y oro, demasiado para estar segura de que estaba eliminando
al enemigo. Me limpié la sangre del ojo, espoleé a Wen sobre una grieta en el suelo,
y encontré a Azela una vez más.
—No podemos ganar. —Jadeó, sus ojos, uno de ellos hinchado, absorbiendo
el abrumador mar rojo que había entre nosotros.
Estaba a punto de aceptar, de buscar a Zad, cuando un estallido de luz la
cegó.
Sonaron tres rugidos masculinos, Zad y sus amigos masacrando a los
guerreros aturdidos.
—¿Quién hizo eso? —No le pregunté a nadie.
Azela se había ido, e incluso el guerrero que estaba delante de mí, que tenía
su espada bailando hacia mi pierna, dudó ante el destello de la luz. Aproveché la
oportunidad de acabar con él vaciando sus pulmones, y luego pasé al siguiente.
Poco después, Zad apareció a la vista, con su brazo sangrando y sus amigos

240 desplegándose en diferentes direcciones.


—¿Qué fue eso? —le pregunté.
—¿Qué? —Pateó a un guerrero caído en el cuello cuando intentó levantarse.
Gruñí, acuchillando a una mujer cuya daga me rozó el brazo. Se dobló
mientras le drenaba los pulmones también.
—No soy estúpida. ¿Era ese su poder, o uno de los nuestros?
La forma en que se negó a mirarme, quitándose el sudor y la sangre de la
frente, fue suficiente respuesta.
Pero recordé la quietud, sus ojos, y me di cuenta de lo que era y a quién
pertenecía.
Hadas. Sus amigos< no son de la realeza después de todo.
Los Fae se creían casi extintos después de que mi padre decretó que eran una
amenaza para nuestra sociedad. Con el acuerdo del Reino del Sol, no se permitió a
ningún hada entrar o residir en Rosinthe. Cualquiera que se atreviera a quedarse
era cazado y asesinado< o peor.
No tuve el lujo de permanecer sorprendida por mucho tiempo mientras otra
ola de guerreros coronaba los pequeños montículos a ambos lados de nosotros.
Zad gimió.
—Joder.
—Ajá. —Estábamos rodeados.
Le corté la garganta a un soldado, y la sangre salpicó mi mejilla cuando Zad
hizo explotar otra cabeza.
Me miró después, y luego a los guerreros en su grito de batalla que
avanzaban hacia nosotros en medio del valle.
—Tienes que irte. —Su espada se abrió paso a través de la cara de alguien,
luego se volvió, con los ojos suplicantes—. Por favor.
Sacudí la cabeza, alejándome de él antes de que intentara hacer algo estúpido,
como salvarme.
Me acerqué a las líneas del frente tanto como pude cuando ocurrió.
El fuego se propagó por la hierba en dos líneas iguales, deteniendo a los
soldados en su camino tan rápido que algunos de ellos cayeron en las llamas.
Rugió y se encendió, lamiendo hacia el cielo y saltando en el camino del Reino del
Sol cuando trataron de correr a su alrededor.

241 Mi corazón era un tambor que latía en mi garganta mientras veía esas llamas
doradas bailar y sentía su calor arrastrándose bajo mi armadura.
Éramos animales enjaulados, encerrados.
Todos se detuvieron. Incluso los heridos que eran capaces de entrecerrar los
ojos ante el creciente fuego, buscando a su dueño.
La mirada de Zad se encontró con la mía desde el otro lado del campo, el oro
de sus ojos brillando con preguntas que no pude responder.
Unas cuantas respiraciones forzadas más tarde, no tuve que hacerlo.
—El rey —gritaron algunos de los guerreros del Reino del Sol.
Luego comenzaron a cantar mientras el hombre en la espalda de un castrado
gris moteado galopaba por la llanura, a través de su legión de leales traidores, y a
través de las llamas.
Se separaron para él, acercándose antes de que nadie pudiera seguirlo. Una
extensión de su amo, del propio hombre.
Su piel brillaba con sudor. Su pecho se agitó al disminuir la velocidad y
levantó las manos cuando mis soldados avanzaron, con las espadas desnudas y los
ojos saltando de un lado a otro entre nosotros.
La garganta de Raiden se sacudió, y esos iridiscentes ojos verdes me
recorrieron, la preocupación y el alivio se grabó en su cara y se hicieron evidentes
en su voz.
—Incluso cubierta de sangre, me robas el aliento.
242
PARTE DOS

243
Veintiuno
N
o estaba segura de dónde mirar, qué hacer o incluso cómo respirar
correctamente.
Los soldados de Raiden, parpadeando y aturdidos, mientras
que otros llorando, retrocedieron, se retiraron y se reagruparon,
dejando nuestras líneas separadas una vez más.
Lentamente, como si supiera, incluso con su ejército detrás de él, que aún
podría morir, Raiden se adelantó.
—Mi reina. —Las palabras no eran palabras, sino aliento sin sonido.

244 Aparté mis ojos de su boca curva, deslumbrante.


—Confi<
—Vamos, vamos. —Raiden hizo una mueca—. Ambos sabemos lo que
sucederá si terminas esa oración.
Un gruñido bajo entró en mis oídos.
Zadicus.
Una mirada a su tenso cuerpo, apretado y listo para explotar, no ofreció
ninguna ayuda.
—Detente —dijo entre dientes—. Un poco más cerca y te terminaré, tu
precioso ejército será condenado.
Al ver a Raiden, libre y sonriente en medio del derramamiento de sangre,
extendí mi mano sobre el brazo de Zad.
Los ojos de Raiden se fijaron en el toque cuando se detuvo, sus fosas nasales
se dilataron.
—¿Has estado ocupada, mi reina?
Ignoré eso.
—Necesitas rendirte.
—¿O qué? —dijo, la suavidad en su mirada reemplazada por arrogancia—.
No pueden matarme sin matarse, y lo saben.
Al mirar a Zad, encontré sus ojos en mí, pero no pude obtener nada útil de
ellos.
El hombre en él quería a Raiden muerto, pero también me quería viva.
—Nos vamos —murmuró Zad con los labios apretados.
Raiden se echó a reír, brusco y bajo.
—¿Él toma todas tus decisiones por ti ahora? —Apreté los dientes. Raiden
dirigió sus ojos a Zad, gruñendo—. Parece que finalmente jodiste, quiero decir,
deslizaste, tu camino a la cima, mi lord.
Zad se erizó, pero levanté una mano, cortando cualquier réplica que pudiera
haber hecho.
Los soldados y guerreros a nuestro alrededor comenzaron a inquietarse, y
parpadeé a Azela cuando se acercó.
Afinando los labios, ella asintió.

245 —Retrocede —le dije, mirando directamente a Raiden pero hablando con mi
gente—. Entierren a los muertos y atiendan a los heridos.
Un zumbido suave alivió mis nervios cuando el movimiento y las voces
llenaron el valle una vez más. Aunque mucho más tranquilo que diez minutos
antes.
—Está bien, voy a jugar.
Las cejas de Raiden se alzaron, al igual que sus labios.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté al rey traidor ante mí.
Pasó una mano sobre su barbilla barbuda, soltando otra carcajada.
—Muchas cosas, mi reina. Tú, de vuelta en mi cama, mis hijos llenando tu
matriz, y paz, por supuesto —señaló a nuestro alrededor hacia el paisaje sucio, la
muerte aun flotando sobre el aire manchado—, para toda la tierra.
Zad gruñó y sentí su ira sofocarse como una manta protectora y erizada.
—Perdiste el derecho a tales deseos cuando traicionaste a nuestra reina.
Con los ojos fijos en mí, Raiden lo ignoró.
—Tú y yo, Audra. Arreglamos esto, como siempre había planeado para
nosotros.
Apenas podía respirar, tratando de absorber todo lo que estaba sucediendo
aquí. Todo eso ahora cambiaría, o no cambiaría, gracias a su escape.
—Sobre mi cuerpo podrido —dijo Zad.
—Me complacerá organizar eso. Pero por ahora, debo despedirme. —Raiden
agarró las riendas del caballo, chasqueando la lengua, y se volvieron. Con una
mirada acalorada hacia mí, luego dirigió su mirada hacia Zad—. Todo a su debido
tiempo, mi lord. Todo a su debido tiempo.
—Espera —dije, sin saber por qué.
—¿Oh? —Raiden detuvo su caballo—. ¿Quieres unirte a mí?
Una risa conmocionada se soltó.
—No. Tengo que matarte.
Extendió su mano.
—Entonces, por supuesto, debes acompañarme para tener esa oportunidad.
Mirándolo fijamente a los ojos, descubrí que estaba hablando muy en serio.
—Realmente perdiste la cabeza.
—Tú vales la locura. —Con un suspiro, miró a su ejército, que esperaba
246 órdenes, luego me sonrió por encima del hombro mientras se alejaba—. Estaré en
contacto, esposa.
No podíamos hacer nada más que verlo irse.
No hice nada ya que mis soldados y los suyos atendieron a sus heridos y
comenzaron a disolverse.
—Majestad —dijo Azela, sorprendiéndome cuando se acercó y me tocó el
brazo—. Nos vamos.
Raiden y su gente pronto se convirtieron en gotas bajo el sol poniente, pero él
sabía, tenía que hacerlo, que yo estaba mirando.
Volviendo Wen, nos unimos lentamente a los demás. Zad estaba al frente,
supervisando nuestra ruta a casa, y se negó a mirarme cuando me acerqué.

Agotados, confundidos y una miríada de otras cosas que nadie podría


nombrar, cabalgamos por la noche y acampamos la tarde siguiente en un pequeño
pueblo a un día de la ciudad.
El clima era el de la primavera dada nuestra distancia del capitolio, pero las
fogatas todavía estaban encendidas para hervir agua, limpiar heridas y cocinar
animales que habían sido asesinados en el camino.
Después de llevar a Wen a los establos fuera de una taberna, lo dejé con los
guardias, diciéndoles que lo alimentaran y lo limpiaran con un tono que los hizo
ponerse en acción de inmediato.
Lo habría hecho yo misma, pero el silencio del lord y la incapacidad de
mirarme desde que nos separamos del rey fugitivo me habían irritado hasta el
infinito.
Lo encontré adentro, buscando bebidas alcohólicas detrás de la barra de
madera con dos de sus amigos Fae. Cuándo debería decir que sabía lo que eran, no
estaba segura. Depende de mí decidir su destino, y no estaba de humor para
molestarme con esos asuntos en este momento.
Tomé un taburete e intenté infundir algo de calor en mi voz.
—Mi lord.
Se sirvió un whisky, luego tapó la botella y la devolvió a su lugar.

247 Como si sintiera la tensión que se gestaba, los otros pocos soldados en la sala
salieron a la calle. Sus amigos, sin embargo, simplemente se fueron al rincón más
alejado para jugar un juego de dardos.
—Zad —siseé, golpeando una mano al lado de su bebida.
La recogió, echó todo el líquido por su garganta y luego sacudió la cabeza.
—¿Qué?
Parpadeé, sentándome en el taburete.
—¿Qué quieres decir con qué? Me estás ignorando.
—Qué amable de tu parte notarlo. —Sirvió otro y lo bebió de inmediato.
—No sabía que escaparía.
—Bueno, lo ha hecho. —Volvió a guardar la botella de whisky y, finalmente,
me dio sus ojos dorados—. Y ahora todos pagaremos el precio.
Su tono insinuaba más de un precio.
—Podríamos haber estado muertos si él no hubiera aparecido.
Una risa áspera salió de él.
—¿Ahora sientes gratitud por el bastardo?
Tragué saliva, insegura de lo que estaba sintiendo.
Pareció notar eso y suspiró.
—Deberías dormir. Todos necesitamos dormir.
Caminando hacia una puerta al final del bar, la abrió y comenzó a subir las
escaleras.
Lo seguí, corriendo tras él, y atrapé su mano antes de que pudiera entrar en
una habitación vacía con una cama individual.
—Para.
—¿Parar qué? —Un temblor sacudió su mano y la apartó.
—Lo arreglaré, pero por ahora, nos consideramos afortunados de que el
derramamiento de sangre parezca haber terminado.
Mirando sobre la inclinación de su nariz, se lamió los labios.
—No eres tonta, Audra.
Mis cejas se arrugaron.
—¿Qué quieres decir con eso?
Acercándose, bajó la cabeza, sus palabras susurradas golpearon mi mejilla
248 mientras sus ojos se clavaban en los míos.
—Significa que organizaste esto. Tienes a tu esposo de vuelta. Y ahora —dio
un paso atrás, sus ojos nunca abandonaron los míos—, todos debemos contener la
respiración mientras esperamos lo que viene después.
—Nada va a suceder. —No en este momento—. Todavía podemos estar
prometidos, pero no sé qué creer. No confío en él, pero confío en que si él me
quería muerta, tuvo su oportunidad y no la aprovechó.
—Todavía estás prometida —repitió, y la forma en que lo pronunció, con tan
baja vehemencia, me detuvo el aliento.
Todavía estábamos prometidos. Entonces, ¿dónde nos dejaba eso a Zad y a
mí?
—No debo clasificar muy alto en tu lista de prioridades —dijo—. Si este
nuevo problema se te acaba de ocurrir.
—No —le dije cuando me dio la espalda, a punto de irse.
Su mano envolvió el mango de latón, sus hombros temblaban mientras
exhalaba.
—No puedo hacer esto contigo en este momento.
Luego se fue, la puerta se cerró en mi cara.
Durante incontables minutos, me quedé allí, mirando la puerta sucia,
preguntándome si debería usar lo poco que me quedaba para romperla y llegar a
él.
Decidí no hacerlo.
Acababa de suceder. No era justo que él ya actuara como una bestia
gruñendo sobre el resultado de una situación que recientemente había atado un
lazo alrededor de nuestros cuellos.
Encontré un poco de agua de lavandería sin usar preparada en la pequeña
habitación al lado de la mía, que albergaba telas y delantales y otros artículos
diversos, colgando de líneas enganchadas a ambos lados de las paredes. Estaba
helada, pero eso no importaba. Estaba fresca, como si alguien se hubiera preparado
para lavar las prendas junto a los tres cubos, pero luego se le dijo que se fuera.
Con nada más que calzas y una camisola de seda, salí de la habitación y
encontré a dos guardias estacionados en lo alto de las escaleras.
Garris, con el brazo en cabestrillo, sacudió la cabeza, asegurándose de
mantener sus ojos fijos en mi rostro.
—Hay una habitación para usted a su izquierda, majestad.
249 No me molesté en decir que ya lo había adivinado.
—¿Los caballos?
—Todo está organizado. Algunos tuvieron que ser sacrificados debido a una
lesión.
—¿Cuántos?
—Tres. Tal vez serán cuatro en la mañana.
Hice una mueca.
—¿Y nuestra gente?
—Todavía no estamos seguros. —Se movió, luego se aclaró la garganta—.
Presumimos al menos ciento sesenta o más pérdidas, y algunas más seguramente
seguirán.
Me quedé mirando, luego parpadeé y asentí, dirigiéndome a la habitación
que había mencionado y cerrando la puerta.
En el interior, había una cama doble junto a una ventana con cortinas de gasa
sucia y un aparador astillado contra la pared del fondo. Aparte de eso, carecía de
pertenencias. Quienquiera que se quedaba aquí se las había llevado sabiamente
con ellos cuando huyeron.
La cama crujió cuando me senté y escuché mientras las voces se desvanecían
lentamente fuera de la ventana y abajo.
Ciento sesenta se han ido. Más por seguir.
Sabía que la pérdida sería grave, pero que realmente suceda<
Posiblemente era una de las decisiones más estúpidas que jamás haya
tomado, sacar a Raiden del exilio.
Y también una de las más inteligentes, ya que pensé en lo que podría haber
sucedido si él no hubiera aparecido y enviado los planes de todos a la oscuridad.
Tal vez podríamos haber encontrado la victoria, pero a un costo que haría
insoportable celebrar.
Todavía encaramada en la cama, miré algunos dibujos de tiza hechos por un
niño en la pared, cuando las voces subieron por la escalera fuera de la habitación.
Se filtraron en el pequeño pasillo exterior y se arrastraron debajo de la delgada
madera de la puerta.
—No puedes, ella la matará.
—Solo se debilitará a medida que pase cada hora. ¿Tienes alguna otra idea?

250 —Basta —siseó alguien—. A la mierda lo que quiere. Ni siquiera sabrá si te


apuras y dejas de parlotear.
—Ahora no es el momento de mostrar tu odio.
—¿Quién dijo algo sobre odio? —dijo un hombre—. Su padre nos ha matado
a tantos de nosotros que no siento odio, sino una necesidad profunda de buscar
represalias.
—Suficiente —dijo otra voz—. Calma tu mierda, Kash. Las paredes tienen
oídos.
—Deja que escuchen.
Hubiera rodado los ojos si no estuviera tan cansada. Permanecieron
plantados en la pared mientras parloteaban<
—< tr{ela ya.
Mi cabeza se inclinó, y luego una risa femenina resonó antes de que la
callaran.
—¿Dolerá? —preguntó una mujer—. He oído que se siente bien.
—Escuchaste bien —dijo uno de los amigos de Zad. Me puse rígida.
Landen—. No gimas demasiado fuerte.
Una puerta se cerró en su siguiente ataque de risas, cortándolas.
Crucé la habitación y abrí la puerta para encontrar cuatro pares de ojos
parpadeantes sobre mí.
—¿Qué están haciendo?
Los labios de Kash se curvaron.
—Lo mismo podría preguntar. —Landen lo pateó y él maldijo—. Mi reina.
Con los ojos entrecerrados, intenté leer sus posturas rígidas y tensas.
—¿Alguien sería tan amable de decirme lo que está pasando? —le dije—.
Ahora mismo.
Kash se lamió los dientes y Landen suspiró.
—El lord necesita un poco de< asistencia.
—Asistencia —repetí, frunciendo el ceño. Caí en cuenta entonces, y sentí que
mi estómago se llenaba de cemento al girar hacia la habitación de Zad.
Landen corrió detrás de mí.
—Majestad, por favor. Me temo que no podemos permitir que interrumpa<
Sacudí la puerta sin éxito. Estaba bloqueada. Entonces empecé a golpear.

251 —Zad —grité—. Abres esta puerta ahora mismo o que te ayude la oscuridad.
Silencio, a excepción de uno de los machos hada a mi espalda, que intentó y
no pudo amortiguar sus risas.
Bueno, intenté hacer lo respetuoso. Como sucedió tan a menudo, no me llevó
a ninguna parte.
Con un pensamiento enfurecido, la puerta se astilló, derrumbándose en
pedazos en el piso de madera golpeada.
Un silencio absoluto.
Sin risas ahora.
Sentado al lado de su cama, el lord me miró, más pálido de lo habitual, con
una expresión de aburrimiento patente en sus rasgos tensos.
La chica se paró a su lado, sus dientes se deslizaron sobre su labio, luciendo
insegura, luego se inclinó rápidamente cuando se dio cuenta de quién era yo.
—¿Quién eres tú? —Observé su pequeño cuerpo, los rizos dorados que se
derramaban sobre su pecho y el vestido azul claro de verano que había visto días
mejores.
—Merrin, su majestad. —Mi ceja se arqueó y ella se apresuró a decir—: Mi
familia está acampando en el bosque cercano, y me dijeron que el lord del este
necesitaba<
—Cállate y vete.
Sin una pausa de un momento, salió corriendo de la habitación. La seguí,
diciéndoles a mis dos guardias y a los imbéciles que se mordían los labios:
—Déjennos.
Garris protestó:
—Pero mi reina, todavía tenemos que<
—Vigila desde abajo y mira que los amigos< —me detuve a propósito,
asegurándome de mirar a los ojos de Kash y Landen—, del lord se queden afuera.
Landen tragó saliva, pero por lo demás, los dos solo miraron con expresiones
en blanco antes de finalmente bajar las escaleras.
—¿Era esto realmente necesario? —preguntó Zad, aunque no había humor, ni
inflexión en absoluto, en su tono.
Me acerqué y me senté a su lado en la cama, doblando una pierna debajo de
mí, la otra colgando en el suelo.

252 —¿Te atreves a llevar a otra mujer a la cama mientras estoy en la habitación
de al lado? —Extendí la mano para agarrarle la barbilla con un agarre firme, mis
uñas abollando su piel mientras giraba su cabeza hacia mí—. Debes tomarme
por< —Al ver sus ojos, que se volvían de un amarillo mantecoso, y las sombras
los protegían, me detuve.
Hice una pausa y me di cuenta de que era una idiota después de recordar las
formas violentas y extremas en que había usado su magia de sangre.
—Ibas a alimentarte de ella.
Su mano tomó mi muñeca, rodeándola entera.
—Yo no estaba<
—Sí, lo estabas. —Encontré este nuevo horror casi tan malo como el que
pensé que estaba teniendo lugar hace unos momentos.
—Por el amor de la oscuridad, Audra. —Soltó mi mano para recostarse en la
cama, cerrando los ojos—. ¿Alguna vez dejas que alguien termine sus oraciones?
—Cuando tienen algo útil que decir, sí.
—Eres una mocosa.
Parpadeé.
—Oh, ¿soy la mocosa?
—Si me hubieras dejado terminar —dijo, con los ojos aún cerrados—. Me
habrías escuchado decirte que no iba a alimentarme de ella.
Sentí mis hombros hundirse, y luego fruncí el ceño.
—Entonces, ¿de quién te habrías alimentado?
—Hay algunas mujeres en casa en la aldea que se han ofrecido si alguna vez
necesito. —Con un suspiro, continuó—: O no lo hago en absoluto y solo espero.
—¿Esperas? —Tomé una nota mental para asegurarme de que estas mujeres
supieran que nunca debían visitarlo—. ¿Cuánto tiempo te toma<?
—¿Recargarme? —ofreció—. Unas pocas semanas, dependiendo de la
gravedad del agotamiento.
Me quedé en silencio pensando en eso un rato, observando el duro ascenso y
la caída de su pecho.
Todavía estaba en su traje de batalla. La sangre lo cubría, así como su cabello,
ya que nadie tenía la oportunidad de bañarse adecuadamente todavía.
Eso no importó.

253 Arrastrándome por la cama, me cerní sobre él hasta que abrió los ojos.
—Úsame.
—No.
Rehuí.
—¿Por qué no?
Estirándose, colocó un poco de cabello detrás de mi oreja.
—Eres una reina.
Asentí, mis ojos revolotearon ante su susurro cuando las palabras salieron de
mi lengua sin previo aviso.
—Tu reina.
Se quedó inmóvil. Sus cejas se fruncieron mientras miraba, sus ojos
parpadeaban entre los míos, mirando y evaluando.
—Te cansarás fácilmente en los próximos días, habiendo gastado una gran
cantidad de tu propio poder.
—Estaré bien. —Bajé la cabeza, rozando mis labios con los suyos.
Una exhalación acalorada lo abandonó, y luego su mano se envolvió detrás
de mi cabeza. Nos dio la vuelta, su lengua barrió mi boca mientras me aferraba a
sus mejillas.
Alejándose, leyó mis ojos una vez más, y asentí. Sus labios regresaron a los
míos para un breve beso, pero firme y tierno, mientras se acercaban a mi barbilla,
luego a mi cuello, su lengua dejando su boca para rozar la curva de mi hombro.
Un grito apagado se desvaneció en un jadeo cuando pasó su mano por mi
costado, y sus caninos perforaron.
Luché por respirar mientras sacaba sangre de mi cuerpo al suyo, un suave
gemido calentaba mi cuello.
Cerré los ojos y agarré su cabello, y luego gemí cuando su mano entró en mi
pantalón.
Sus dedos fueron gentiles al separarme y coincidieron con el lento
movimiento de sus labios y lengua en mi cuello.
En cuestión de segundos, me mareé con un éxtasis creciente que nunca había
sentido antes. El sonido de mi pantalón y el encaje debajo rompiéndose rebotó en
las paredes cuando el aire frío se encontró con mis piernas. Perdí la noción del
254 tiempo, de mi propia respiración y de nuestro paradero mientras él lentamente
succionaba mi cuello y me llevaba al orgasmo, una y otra vez.
Tuve un pensamiento fugaz, fuerte en potencia, de destruir a cualquier otra
persona a la que le hubiera dado esto.
Justo cuando pensaba que no podía soportarlo más, se estaba elevando sobre
mí con labios y ojos rojos como la sangre llenos de hambre extraña.
—Tengo que.
Abrí mis muslos en respuesta y lo recibí adentro, deseando no haber
destrozado la puerta después de todo.
Pero este no era el lord con el que estaba acostumbrada a acostarme.
Se movió en sacudidas calientes, rápidas y fluidas, sus gemidos un rugido
bestial que resonó por la habitación. Debajo de la bruma en la que él continuaba
envolviéndome, lo miré, hipnotizada por la tensión de tendones y músculos y el
puro poder animal que manaba de cada centímetro de él mientras me asolaba.
Su boca se arrastró sobre mi pecho, los dientes rozaron mis pezones. Gemí,
largo y fuerte, incapaz de evitarlo mientras gentilmente mordía uno y se plantaba
profundamente. Con una maldición gruñona, me llenó de nuevo, sus fuertes
respiraciones humedecieron mis senos.
Mi respiración se había reducido a la mitad cuando pensé que habíamos
terminado. Y luego estaba boca abajo en la ropa de cama cuando entró por detrás,
delirando y temblando.
Siguió y siguió hasta que el sol comenzó a trazar las sombras en la habitación,
y mis dedos hicieron lo mismo con su musculosa espalda mientras yacía sobre mí,
sudando y respirando con dificultad.
Estaba a punto de dormir cuando finalmente habló, su voz áspera y ronca.
—¿Estás bien?
—Perfecta. —Bostecé. Porque lo estaba, aunque sabía que era probable que
pensara de manera diferente algunas horas después—. ¿Y tú?
—Eso depende.
Mis piernas, aún enrolladas alrededor de su cintura, se apretaron.
—¿De qué?
—¿Querías decir lo que dijiste? —Se levantó, su cabello, liberado de su
atadura, cayendo alrededor de su rostro—. Mi reina. —Apartó un poco de cabello
de mi rostro, estudiándome con ojos brillantes y dientes brillantes—. Eternamente

255 mi reina.
Meneándome debajo de él mientras se endurecía dentro de mí, sonreí.
—Sí.

Los caballos se movían y resoplaban, pájaros cantores y charlas tranquilas a la


deriva hacia los árboles mientras salía de la taberna y me dirigía a los establos.
Ojos, muchos de ellos, cayeron sobre mí antes de alejarse rápidamente.
Fruncí el ceño, pero continué, encontrándome con Azela cuando uno de los
soldados me trajo a Wen.
Tenía los labios fruncidos; sus ojos con cuidado de no conectarse con los míos
mientras tomaba las riendas de Markus.
—Majestad —dijo sin mirarme, inclinándose y luego alejándose.
Lo vi irse. La comprensión fue lenta para llegar, me volví hacia Azela.
—¿Era tan obvio?
Ella tosió, dándole palmaditas a Wen.
—Solo< mmm, ruidoso, majestad.
Qué me trague la oscuridad.
Suspiré.
—¿Todos escucharon?
—No me sorprendería si lo hicieran. —Ella levantó la cabeza, su ojo herido se
iluminó con diversión—. Si puedo ser sincera, algunos estaban haciendo apuestas
sobre si la taberna se rompería en pedazos. —Luego agregó—: Escuché que estaba
lloviendo polvo.
Encantador.
Mi nariz se crispó con molestia. Sin nada que hacer, metí mi bota en el estribo
y me volví hacia Wen, decidida a ignorar cualquier susurro y risa.
Luego siseé, haciendo una mueca mientras trataba de ponerme cómoda en la
silla.
—Oh, joder.
Azela no pudo contenerlo y se echó a reír, agitando la mano mientras

256 murmuraba:
—Lo siento, lo siento mucho.
Mis labios se curvaron, pero aparté la sonrisa y me dirigí hacia la creciente
multitud de personas que se preparaban para partir. Zad ya estaba allí, echó la
cabeza hacia atrás mientras se reía de algo que dijo uno de sus estúpidos amigos.
Cuando me vio, sus ojos se pusieron febriles, pero solo asintió.
—Buenos días, mi reina.
Eternamente, mi reina.
Palabras del voto, pero ahora habían adquirido un significado
completamente nuevo. Me tomó un esfuerzo considerable mantener mi tono
distante mientras murmuraba:
—Así es.
Un resoplido de Landen hizo que Zad extendiera la mano para golpearlo,
pero el hombre risueño era demasiado rápido y se lanzó hacia su caballo.
Puse los ojos en blanco y le presté atención a Garris mientras me informaba
sobre los planes de hoy.
Después de un momento, lo detuve.
—¿Dónde está el general Rind?
Zad maldijo y Azela lo miró con expresión de dolor.
—Fue gravemente herido.
—Responde la pregunta —espeté.
Incluso la cabeza de Landen bajó cuando un silencio estrangulador descendió
sobre nuestra asamblea.
Si dejas que vean tu corazón, no te quejes cuando lo rompan.
Empujé la voz de mi madre y endurecí mis hombros.
—¿Vive? —Me alegré de que la pregunta fuera constante, casi plana.
Garris respondió.
—No, mi reina. Él pidió que lo dejáramos partir.
En el campo de batalla donde muchos nobles idiotas como él querían morir.
Asentí y comenzamos a avanzar.
El cuero de mis guantes crujió, mis dedos apretaron y aflojaron las riendas al
recordar las veces que Rind me había traído dulces mientras estaba de servicio. La
lealtad inquebrantable que tenía por mi padre y nuestra familia, cuando no era
257 merecida.
No había tenido otra familia, ni pareja, ni descendencia. Nos había servido
durante toda su larga y tediosa vida. Me avergonzó preguntarme si había
contenido algo parecido a la alegría en su vida.
Zad cabalgó en silencio a mi lado, protegiéndome de solicitudes y preguntas,
pero de alguna manera, su presencia era todo el consuelo que necesitaba. Las
palabras a menudo eran completamente inútiles.
El silencio de Zad terminó unas horas más tarde cuando nos detuvimos en un
lago para lavarnos y permitir que bebieran los caballos.
—Necesitamos hablar.
—¿De qué? —Salpique agua sobre mis mejillas y me froté.
Echó un vistazo a su alrededor, pero había elegido un lugar agradable y
acogedor en la orilla opuesta, queriendo estar sola. Ya era bastante malo que
hubiéramos tenido que viajar durante días, y mucho menos tener que soportar la
compañía de tantas personas, sus dolores, olores y agotamiento.
Necesitaba estar sola.
Le di mis ojos cuando no respondió y lo encontré mirándome. Buscó en mi
cara, parecía estar esperando algo.
Estaría esperando un rato.
—¿Qué?
Sus pestañas cayeron sobre mi cuello. No podías ver las marcas que dejaban
sus caninos, pero podía sentirlas. Estaba dispuesta a apostar que él también podría,
de alguna manera.
—Te deseo.
Me caí sobre mi trasero.
—Me tuviste tantas veces que perdí la cuenta.
Agachándose a mi lado, extendió la mano para pasar sus dedos por mi
mandíbula.
—Siempre necesitaré más.
Su toque era de plumas y terciopelo, pero lo aparté.
—Necesitamos llegar a casa. —Había escuchado, y ahora había visto de
primera mano, que la necesidad de folla, de aquellos con su magia después de
alimentarse era brutal. Pero podía durar días, dependiendo de lo agotado que haya

258 estado—. Además, ni siquiera sabía que Rind estaba muerto. Estaba tan atrapada
contigo y tu berrinche silencioso.
Zad hizo una mueca.
—Yo tampoco lo sabía. El número de caídos todavía se contabiliza, Audra.
—Eso no viene al caso —dije. Él sabía a qué me refería. No importaba que no
hubiéramos estado muy unidos, o que él fuera un mestizo; Rind seguía siendo
familia.
Asintió entendiendo.
Miré sus pantalones, donde estaba enjaulado y duro contra su pierna,
mientras una preocupación diferente se infiltraba.
—No buscarás otra.
—No tengo necesidad. Puedo controlarme a mí mismo.
—¿Hicimos< suficiente para que eso sea cierto? —Mis pestañas revolotearon
mientras mis ojos nadaban por su enorme cuerpo—. ¿O simplemente me estás
aplacando?
Antes de que pudiera mirarlo a los ojos, sus manos estaban agarrando mi
rostro, inclinándolo hacia arriba para que su boca abriera la mía y su lengua
entrara.
—No me atrevería a mentirte —dijo, brusco y conciso, retrocediendo lo
suficiente para que sus palabras se hundieran entre mis labios agrietados—. Estoy
bien. Solo un poco hambriento.
—Pero puedes esperar.
En respuesta, me besó de nuevo, esta vez solo con sus labios, suave y
suspirante.
—Puedo esperar.
—¿De qué necesitabas hablar? —le pregunté cuándo se movió al agua y se
arremangó—. ¿O era eso?
Miró hacia las oscuras profundidades azules y luego dijo:
—Ya no deseo hablar de eso. ¿Qué hay del rey?
—No tengo idea. —Metió su mano en el agua, tratando de atrapar un pez, me
di cuenta cuando lo hizo de nuevo—. Todo lo que sé es que necesito salir de este
matrimonio. —Zad se calmó ante eso—. Solo que no estoy segura de cómo. —Sabía
cuáles eran las reglas, a qué me enfrentaba.
—No estará de acuerdo con eso.

259 Lo sabía.
—Cometió traición. Tiene que estarlo.
—Ha ido demasiado lejos para que sea así de simple, y ambos lo saben. —Su
mano volvió a atravesar el agua, y maldijo cuando no atrapó una mancha negra.
—¿Qué debo hacer, entonces? —Odiaba decir el pensamiento en voz alta,
pero necesitaba hacer algo.
Raiden me había superado, por segunda vez. Ya no estaba segura si era
simplemente una idiota que había sido engañada por amor una vez más, o si era
más astuto y calculador, más peligroso, de lo que nunca podría haber conocido.
La voz de Zad era suave cuando dijo:
—Honestamente, no estoy seguro, mi reina. —Sacó la mano del agua unos
segundos después y se volvió hacia mí con un pez de arcilla retorciéndose en su
puño—. Pero por ahora, comamos.
Mi nariz se arrugó y me reí cuando el pez se agitó y se liberó, aterrizando en
la hierba y rebotando.
Zad gruñó y corrió tras él, pisoteándolo antes de que pudiera alcanzar el
agua.
—Prefiero que mi pescado no sea aplastado, mi lord.
Los ojos sin diversión se dispararon hacia mí y me reí de nuevo.
Veintidós
Raiden

L
os mosquitos revoloteaban y las cigarras cantaban mientras yo me
quedaba en la roca más alta sobre la cascada y respiraba. Mis hombros
temblaban mientras tomaba todo el aire que podía con mis pulmones,
y luego lentamente lo dejaba salir.
Casa.
Solo que se sentía extraño. Como si no debiera estar aquí sino en otro lugar.
260 El oasis bordeado por un traicionero desierto me llamaba, estableciendo algo
inquieto en mi interior, pero no logró calmar el ritmo abstracto de mi corazón.
Palmeras, enredaderas y flores de todos los colores conocidos por Rosinthe
brotaban y se amontonaban en cualquier espacio y grieta disponible. Junto con los
copiosos estanques y piscinas y el río que corría bajo tierra, y la ilusión del paraíso
era incomparable.
Pero todo era magia.
Nada de esto podría existir aquí sin magia. La unión de nuestra esencia que
nadaba a través de nuestros lazos genéticos, nuestra sangre, y alimentaba la tierra
solo con su presencia.
Preguntas. Se me habían hecho muchas preguntas.
Para un reino que había luchado tan incansablemente para recuperar a su rey
y buscar venganza, a nadie parecía importarle mucho mi bienestar, sino solo lo que
pasaría después.
“¿Gobernar{ la reina con usted?”, había preguntado mi consejero mientras
acampábamos a un día de viaje de Merilda.
Lem, uno de mis guerreros, había maldecido.
“Es un monstruo”, escupió. “Drenó a Corra y al Cid”.
Eso me había hecho levantar las cejas.
Supe que Audra había drenado a alguien mientras estaba encerrado en su
calabozo, pero no sabía a quién.
Cid era un malhechor, de todos modos, pero Corra< antes de que fuera un
soldado, una vez sirvió en mi harén. Me sirvió desde que descubrí que tenía vello
púbico y una voz más grave.
Eso dolió, pero no tanto como cuando pregunté la razón.
“¿Por qué? Porque la habían secuestrado, por supuesto”, dijo Spane, nuestro
curandero. “Corra, esa siempre fue muy inteligente”.
“Oh, pero no se preocupe, Majestad”. Meeda se había reído, y añadió, como
si olvidara que tenía amor, una gran extensión de amor, para la reina. “Ella y el
Cid quemaron la oscuridad de su cara, según escuché”.
Secuestro. Secuestraron a mi reina.
Había sido mutilada por aquellos en los que confiaba.
Luego los sorprendí a todos diciendo:
“Entonces no es una suerte que ya estén muertos”, antes de caminar hasta mi

261 tienda.
La vista de ella en el campo de batalla casi me detuvo el corazón, la sangre
salpicaba su cara, sus ojos eran salvajes.
Querían paz. Ella les dio la ruina.
Un monstruo de verdad, aunque la ira nunca había sido tan hermosa.
Unos brazos me rodearon la cintura por detrás. Habría saltado si no la
hubiera escuchado acercarse.
—Mi rey.
Cerré los ojos, sabiendo que no debía, pero no pude evitarlo.
Durante meses, había vivido sin el toque de otro, pero Eline no era una más.
Hubo una vez en que ella lo era todo.
Mis manos se movieron sobre las suyas, apretando antes de darme la vuelta y
tomar su rostro bronceado y ligeramente pecoso entre mis manos.
Sus ojos verde oscuro se iluminaron cuando sus labios temblaron, y me miró
como si apenas pudiera creer que estuviera de pie ante ella, y mucho menos que la
tocara.
—Mi pequeña leona.
Un apodo que le puse cuando éramos niños y que nos había seguido en todas
las aventuras desde entonces.
Hubo muchas, demasiadas, y la vergüenza me llenó por haberlas perdido.
Por permitirles dejar mi memoria, y mucho más enterrarlas tan profundamente
como lo hice.
Una vergüenza mucho peor amenazó con ahogarme cuando se puso en
puntitas para apretar sus labios contra los míos.
La nectarina y la menta llegaron a mis papilas gustativas, y me perdí en su
sabor, y le devolví el beso. Una vez y dos veces, gimiendo en la tercera mientras
me alejaba a regañadientes.
La cascada a mi espalda se cernía sobre nosotros, pero rodeé a Eline mientras
su mano se agarraba a la mía.
Me quedé quieto, sabiendo lo que vendría, pero no hice ningún movimiento
para detenerlo.
Su otra mano chocó con mi cara, y el anillo que llevaba, un regalo mío en su
decimoctavo cumpleaños cuando le prometí más de lo que debía, me desgarró la
262 mejilla.
Apreté los dientes, abriendo los ojos justo a tiempo para que ella golpeara la
otra mejilla.
—Joder —siseé, alejándole la muñeca—. Basta. Sigo siendo tu rey.
Me escupió a los pies, burlándose de mí.
—Solo eres un hombre que me ha fallado. Que le falló a nuestro reino.
—Mi pequeña leona —empecé.
—Cierra tu sucia boca. —Sus pechos se elevaban detrás de la envoltura
brillante que llevaba debajo de un brillante caftán de plata—. Se suponía que la
ibas a matar. Se suponía que Allureldin era nuestro.
Abrí la boca, pero no tenía nada que decir. No podía explicarlo. No cuando la
explicación le haría más daño de lo que yo podría reparar.
Tirando de su mano, la acerqué, infundiendo todo el remordimiento que
pude en mi voz.
—Eline, pasaron algunas cosas<
—Me lo prometiste. —Sus ojos se humedecieron de nuevo, su tono era más
tembloroso—. Me prometiste que seríamos nosotros, y luego lo arruinaste todo. —
Sus ojos viajaron por mi cuerpo, examinando los pantalones de lino limpios que
me puse después de bañarme en mis piscinas privadas—. ¿Por la oscuridad, qué
pasó?
El aire silbaba en mi boca, secándome la garganta mientras arrastraba un
aliento constante.
—La reina.
Esperé, viendo cómo sus cejas doradas se fruncían. Demasiado pronto, la
comprensión arrugó sus hermosos rasgos. El agua que le llenaba los ojos se
derramó mientras se quedaba congelada, mirándome como si no pudiera creer que
nada de esto fuera real.
—Dime que no es así.
Fingí confusión.
—¿Qué?
Su tono se endureció.
—Sabes exactamente de lo que estoy hablando.
Mis labios se separaron, con mil disculpas a punto de rodar de mi lengua,
263 cuando ella se tambaleó hacia atrás.
—Así que no solo te la follaste, sino que también te enamoraste de ella. —
Esas últimas palabras fueron casi gritadas, con su cabeza temblando—. ¿Cómo? Es
un monstruo. Una perra cruel que mató a tus padres. —Cuando me quedé callado,
ella añadió—: Y a Corra y Cid y algunas de nuestras mejores personas, también.
Sabía que lo que dijera no ayudaría, solo haría daño, pero no me permitiría
guardar silencio.
—Hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir. No es su padre.
Sus ojos me examinaron de arriba a abajo, sus palabras duras y guturales.
—Tú tampoco, fracasado.
Se aseguró de mover las caderas mientras entraba descalza en el salón del
trono.
Patts se aclaró la garganta, y no me importaba saber cuánto tiempo llevaba
parado detrás de la gasa que cubría la salida al exterior.
—No esta noche.
—Muy bien, majestad. La comida le espera en la cocina si desea más. —Con
eso, se inclinó y desapareció.
Comida tras comida había sido forzada desde que entré en el reino, y ya
había comido más de lo que podía soportar.
Volviendo a la cascada y a la pequeña selva que la rodeaba, me pasé una
mano por mi cabello, demasiado largo. Había decidido dormir fuera, subiendo a
una hamaca cercana, pero entonces me pregunté si Eline me mataría mientras
dormía o si me importaba.
Un pensamiento estúpido. Petulante, dado todo lo que había hecho y pasado
para volver aquí.
Con eso en mente, me arrastré a través de los pasillos salpicados de arena y
subí los escalones de arenisca de la torre más alta para encerrarme en mis
aposentos. Apenas había mirado alrededor del gran y redondo espacio. Era todo lo
mismo.
Como si su precioso príncipe nunca se hubiera marchado. Como si nunca se
hubiera atrevido a enamorarse de la malvada reina de invierno a la que había sido
enviado a matar y hubiera regresado a casa siendo el mismo hombre que había
sido cuando se fue.
Tuve que preguntarme si había decepcionado a todos, y quizás a mí mismo,
por no estar a la altura de sus ideales.

264 Calenté los cerrojos de la puerta hasta una temperatura abrasadora por si
alguien tenía una llave y luego me dejé caer en el colchón de tamaño monstruoso,
cubierto con sábanas blancas y limpias, en el centro de la habitación.
Veintitrés
Audra

L
as fosas nasales de Vanamar soplaron una ráfaga de viento caliente
contra mis manos y muñecas mientras tanteaba sus riendas para
asegurarlas.
—Oh, basta. ¿Quieres que te rocen? —Otro resoplido, y sonreí—.
Exactamente.
Una vez que su montura estuvo segura, abrí su puesto y lo llevé fuera de la
265 caverna de los establos.
—Siempre le hablas como si fuera tu amigo.
Subí por detrás de él, levantando mi pierna y situándome cómodamente en la
silla de montar.
—Eso es porque lo es.
Zad se alejó de la puerta del establo en la que se había apoyado, y luego se
dirigió al recinto de Cook, una temperamental yegua negra y plateada. Un bajo
gruñido se agitó en la cueva, pero el lord solo sonrió y sacó un gran nabo de su
bolsillo.
Cook se calmó, y luego se arrastró hacia adelante. Su cola se estrelló contra
las paredes, causando que lloviera tierra mientras crecía su emoción.
—Perderás tu mano si no la tiras —le advertí—. Tiene poca tolerancia con los
extraños. —Especialmente los hombres, no añadí.
—Me suena familiar —murmuró Zad, y el afecto en su voz reflejaba el de sus
ojos cuando me miraban.
Algo pateó en mi pecho, y luego una mano estable se movió hacia adelante.
La bestia parpadeó rápidamente mientras veía al lord del este extender su mano,
equilibrando el nabo sobre su palma abierta.
Cook se lanzó, y Zad se echó hacia atrás, amagando.
Resoplando, la bestia se acercó, y su larga lengua púrpura se extendió para
lamer el aire.
De nuevo, movió su mano hacia adelante, y luego, con la velocidad del rayo,
la alejó de nuevo cuando ella se movió demasiado rápido.
—Tranquila —dijo, con voz suave—. Suave, o nada.
Levanté las cejas ante eso, pero elegí mantener la boca cerrada.
No me gustaba admitirlo, pero estaba un poco nerviosa. Me habían gustado
demasiado sus manos.
Finalmente, Cook pareció recibir el mensaje, y su cuidador y yo miramos
atónitos cuando lamió el nabo de la mano extendida de Zad, y luego retrocedió
para masticarlo.
—Buena chica —cantó Zad.
Si creía que había terminado aquí, me equivocaba.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué parece? —Desenganchando la silla de Cook de la pared, entró en su
266 recinto. La bestia se quedó espantosamente quieta mientras pasaba su mano por
sus flancos, y luego comenzó a prepararla para el vuelo.
Esperé, sabiendo que lo iba a golpear en cualquier momento, pero nunca
sucedió.
El cuidador, aún con la boca abierta, se volvió hacia mí mientras Zad la
sacaba de su jaula.
—¿Eh, majestad?
Hice un gesto con la mano.
—Está bien. —Mirando a Zad, dije—: Si el lord cree que puede domar a una
bestia, ¿quiénes somos nosotros para decirle que no lo haga?
Los hombros de Zad temblaron con una risa silenciosa. Los míos también,
cuando intentó montar a Cook y su cabeza giró, con los dientes cerrándose
peligrosamente cerca de su rodilla.
Después de mirarlo fijamente un momento, Cook cedió, permitiéndole a
regañadientes subir a la silla.
—Esperaba estar sola —dije, llevando a Van a la salida trasera de la cueva.
—Siento arruinar tus planes.
Afuera, en el borde del acantilado, el viento me revolvió el cabello, el cual me
había olvidado de trenzar.
—No sientes tal cosa.
—Tienes razón. —Me lanzó una sonrisa pícara y luego chasqueó la lengua,
incitando a Cook a correr.
Mis ojos se abrieron de par en par mientras ella corría hacia el borde, la roca
se desmoronó bajo sus pies con garras, y alzó el vuelo.
Cayeron, tanto que mi respiración se detuvo, y luego, con una risa que tronó
por los cielos, una risa que nunca dejaba de robarme la atención; se elevaron y
dieron la vuelta a la montaña.
Sonriendo, insté a Vanamar a que los siguiera, recordando un momento en el
que había oído esa risa por primera vez.

—Mamá —me quejé, tirando de su suave vestido—. Quiero irme.


267 Su mano se posó sobre mi frente, suave, protectora y tranquilizadora.
—Debemos quedarnos un poco más, Audry. ¿Recuerdas lo que te dije?
Sus brillantes ojos azules me miraron y suspiré.
—Sin hablar. Si necesito responder a alguien, lo hago suavemente.
Su sonrisa era más bien un ceño fruncido, pero sus dedos corriendo por mi cabello me
tranquilizaron cuando empezó la música. La gente se rio y empezó a bailar, moviéndose por
la habitación.
Mi padre pronto me la quitó. Apenas se detuvo a mirarme, solo se la llevó a sus
tronos.
Miré a mi alrededor y encontré a Truin contra la pared lejana hablando con su
abuela.
Sus graciosos ojos cayeron sobre mí, llenándose con la sonrisa que arqueaba sus
rosados labios. Sus dedos se movieron y fruncí el ceño, sin saber si debía saludar.
Decidí no hacerlo y me estremecí cuando alguien me pisó, mis zapatillas de plata no
eran rival para los pies gigantescos de un adulto.
Molesta, me escabullí hacia donde había menos ruido y rodeé el patio hasta que
encontré la fuente infestada de mosquitos a la que nunca se le prestaba mucha atención por
estar fuera de la vista.
El lugar perfecto para esconderme.
Sentándome en el suelo polvoriento, apoyé mis codos en el borde rugoso. Mis dedos se
movieron sobre el agua, mis ojos siguieron a dos solitarias carpas que nadaban en la
pequeña y turbia piscina.
Un croar resonó y, mirando a través del agua, vi un sapo verde oscuro sentado en un
lirio. Me miraba con ojos amarillos brillantes. Yo le devolví la mirada, deseando que se
fuera.
Volvió a croar, y luego salpicó al agua.
—El suelo no es lugar para una princesa.
Me asusté, mirando a un enorme macho que conocía a mi madre. Los había visto
hablar a veces en esas reuniones elegantes que tanto le gustaban a mi padre.
No podía recordar su nombre aunque me lo presentaron hace unos meses, solo que era
un lord. Se veía como uno, con sus galas y ese brillo real en sus ojos de ámbar.
—Una princesa puede hacer lo que quiera. —Mis ojos se cerraron cuando me di

268 cuenta de que ya había hecho algo malo. Abrí la boca cuando no debería haberlo hecho.
El gran lord solo se rio. Mis ojos se abrieron de par en par ante el sonido gutural y
profundo, y parpadeé ante él.
Miró detrás de sí cuando un grupo de machos pasaron a trompicones por el pasillo,
empujándose y molestándose unos a otros mientras cantaban y gritaban. Creo que suspiró,
y luego sus largas piernas lo acercaron hasta que tuve que estirar el cuello para ver su cara.
No podía ver mucho desde donde estaba sentada, y no era cómodo, así que me detuve
y me recliné contra el borde de la fuente para ver los peces.
No estaba segura de que no me haría daño. No cuando había una energía extraña en
él que gritaba que debía correr de y hacia él al mismo tiempo.
—Deberías estar dentro —dijo el lord, tomando asiento cerca de mis manos en el
borde de la fuente—. Donde tu madre pueda vigilarte mejor.
—No puede hacer eso cuando el rey siempre se la lleva.
—¿El rey? —Su voz se elevó con un poco con interés.
Casi maldije, y mis mejillas se calentaron. Era una tonta.
—Mi padre, quiero decir.
El lord se quedó en silencio durante un largo rato, y sus manos se agarraron entre sus
rodillas dobladas. Olía bien, como a menta y soleadas mañanas de invierno.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté, sin importarme haber roto otra regla. Si me fuera
a lastimar o a llevarme a mi padre para que me castigara, ya habría pasado.
—Está muy lleno ahí dentro.
Puse mi cabeza en mi brazo, mirando sus manos. Eran bastante grandes. Estaba
dispuesta a apostar que serían tan grandes como mi cara. Por otra parte, yo solo tenía diez
veranos.
—A mí también me gusta el frío.
Sentí sus ojos sobre mí entonces, pero no quería encontrar su mirada.
Era demasiado grande, demasiado intimidante, y me estaba cansando.
El ruido que emanaba del salón de baile empezó a desvanecerse, y mis párpados
cayeron.
Me desperté en los brazos de alguien, y mis ojos se abrieron de par en par para
encontrar una barbilla con un poco de vello. No era mi padre. Nunca me llevaba en brazos y
siempre se afeitaba.
El olor a sol de invierno y la menta me invadió. Era el lord.
—¿Mi mamá?

269 Un bulto en su garganta se movió antes de decir:


—Vendrá a verte cuando termine de ver a los invitados. —Bostecé, luchando por
mantener los ojos abiertos—. Me pidió que me asegurara de que fueras a la cama.
Dentro de mis habitaciones, me acostó en mi cama, arrastrando mis mantas hasta mis
hombros mientras me daba la vuelta y murmuraba:
—¿Cuál es su nombre, lord?
—Zadicus —dijo. Luego se sentó en la silla junto a la chimenea.
Escuché el sonido de un libro abriéndose y pasando páginas, pero me volví a dormir.

Aterrizamos en un gran peñasco que daba a la parte baja de la ciudad, donde


las calles empedradas se desvanecían en callejones de tierra y densos bosques.
Con los furbanes atados a un grueso árbol, Cook no parecía impresionada
mientras Vanamar seguía invadiendo su espacio personal, nos sentamos en una
roca salpicada de líquenes.
—¿Cómo conociste a mi madre?
Si la pregunta le molestó, no me di cuenta. Mirando el reino, Zad se tomó su
tiempo para responder.
—Nunca me acosté con ella, si es lo que te preguntas.
Me había preguntado eso en alguna ocasión. No sería exactamente raro. La
realeza era conocida por no importarle una mierda cuando se trataba de lujuria y
amor. Si querían algo lo tomaban, sin importar quién era la persona para otra
persona.
La mujer de Los Acantilados, la prometida de Raiden, me vino a la mente.
—Ella conocía a Kash.
Eso me sorprendió.
—¿Tu amigo Kash?
Asintió.
El volátil, cruel y sonriente Kash.
—¿En qué sentido?
Con los labios retorcidos, me sonrió.
—En todos los sentidos en que una hembra y un macho pueden conocerse.
270 Aparté la mirada, recordando lo que había dicho sobre mí en la taberna.
—Me quiere muerta.
—No se atrevería. —Su voz estaba empapada por la vehemencia del frío
invernal—. Él sabe lo que tú< —Se detuvo.
Le devolví la mirada.
—¿Sabe qué?
Los dientes de Zad le rozaron el labio inferior, y sus ojos brillaron sobre los
míos. Contuve el escalofrío que intentó destrozar todo mi cuerpo.
—Él sabe lo que significas para mí.
Tragando, arranqué mis ojos de los suyos.
—Así que estaban juntos.
—Algunos creen que se relacionaron, aunque nunca he podido obtener una
respuesta directa de su parte.
—¿Qué? —resoplé.
Zad arrancó algo de hierba.
—Se conocían desde que ella era una niña. Durante un tiempo, Kash vivió en
el pueblo donde tus abuelos intentaron criar a tu madre. Antes de que el rey la
viera y la llevara al castillo una vez que su femineidad llegó.
El viento me revolvió el cabello, haciéndolo a un lado y haciendo que me
hiciera cosquillas en los labios. Lo empujé hacia atrás, metiendo las puntas en el
cuello de mi túnica, para todo lo que servía.
—Ella< ¿entonces lo amaba?
Su voz era áspera.
—Hasta el día en que murió.
Cerré los ojos, sentí que se me ponía la piel de gallina y suspiré. Sabía que mi
madre había sufrido a manos de mi padre durante cientos de años, que había
hecho todo lo posible por no procrear con él, y que había sido golpeada casi hasta
la muerte por ello.
Pero odiaba no haberlo sabido. El arrepentimiento de no haberla conocido
nunca de verdad, no por todo lo que era. La mujer que conocí era tímida pero
fuerte, con ojos que parecían no cerrarse nunca por miedo a lo que pudiera pasar.
Era una canción, y susurros, fuertes en formas que cubrían y asfixiaban lo que era.
271 Eso le permitió jugar los juegos de mi padre y sobrevivir.
Hasta que no lo hizo.
—Mi padre cazaba a los de su clase.
Zad no maldijo ni se movió. No parecía reaccionar en absoluto cuando abrí
los ojos. Simplemente preguntó:
—¿Qué harás tú?
—Nada —dije, y luego añadí puntualmente—: Mientras no lo hagan ellos.
Sus ojos me evaluaron.
—Lo dices en serio.
—Lo sabes, o de lo contrario no te habrías atrevido a traerlos a una distancia
de respiración de mí.
Su boca se curvó, y luego agarró mi mano para colocar una pequeña cadena
de hierba que no había notado que había estado haciendo alrededor de mi muñeca.
—Me enfermas. —Y sabía que lo decía en el mejor de los sentidos cuando
levantó mi mano hasta sus labios pecaminosos.
Me reí cuando su lengua salió, y luego chillé cuando tiró para que me sentara
en su regazo. Sus brazos me rodearon como una banda, con los labios calientes
sobre mi cuello.
—¿Cuánto tiempo hace que los conoces? —Sabía que me refería a sus amigos.
—La mayor parte de mi vida. Mi madre conocía a los suyos, y antes de morir,
pidió que los cuidáramos.
—Una petición excepcionalmente peligrosa.
—Crecimos juntos, aprendimos a pelear y a follar juntos, son mis hermanos
tanto como yo soy el suyo.
Arrugué la nariz pero me hundí aún más en él.
—Así que no me tocarán por ti.
—Por mucho que Kash piense que te odia, y los demás sean cautelosos, no
creo que lo hagan.
Se me ocurrió entonces.
—Tal vez no sea porque mi padre los haya cazado a ellos y a los de su clase,
sino porque soy un recordatorio de algo que le fue robado. —Sus brazos se
apretaron a mi alrededor—. Yo era de ella, pero no de él.

272 —Creo que podrías tener razón.


—Normalmente la tengo —dije, y lo sentí temblar de risa—. ¿Cómo ha
pasado tanto tiempo sin que alguien se dé cuenta?
—Muchos años de mirar por encima de sus hombros. —Siempre el narrador,
su tono tenía notas de afecto, de un amor tan antiguo como el tiempo mismo—.
Son astutos por naturaleza, sus sentidos están más en sintonía con las amenazas.
Ha sido relativamente fácil desde que los hombres del rey han dejado de buscarlos.
—Zad contempló eso un momento—. Que pareció ser alrededor del momento en
que se planeaban tus nupcias con Raiden.
Me mordí el labio, sintiendo la suavidad fruncida de la cicatriz que
atravesaba el borde.
—¿Era mi padre consciente de que muchos padres Fae tenían descendencia
perdida?
—Sí —dijo—. Aunque él y sus cazadores no estaban seguros, sospechaban y
torturaron a algunas buenas personas tratando de encontrarlos.
Mis ojos se cerraron.
—No preveo la paz para mí y tus< hermanos.
—Estarás bien —susurró contra mi cuello, sus labios rozando la curva.
Solté el escalofrío retenido.
—Qué confiado.
Tarareó, y lo sentí duro debajo de mí.
Quizás lo montaría antes de que nos fuéramos. Por ahora, estaba contenta de
que me abrazara, algo que una vez pensé que me irritaría para siempre.
Mis ojos vagaron por la ciudad en expansión hasta las colinas del otro lado,
bordeando los bosques y corriendo por los ríos. Algo me apretaba el pecho y traté
de soltarlo con una admisión.
—Estuve preocupada por un segundo.
—¿Solo un segundo? —se burló Zad.
Arranqué un trozo de hierba, girando en sus brazos para tirarlo contra su
cara.
Se agachó, por supuesto. Cook se abalanzó para comérselo.
—Bien. Un par de días.
—¿Por qué la renuencia a admitir que te gusta? —Me quitó mechones de la
cara, me agarró las mejillas con sus cálidas palmas—. Es tu casa.

273 —Porque< —Hice una pausa—. Porque aunque es una tierra de gran
belleza, ha visto tanto horror. —Vi cómo bajaba y subía sus pestañas mientras me
miraba fijamente—. Por él.
Sus cejas se fruncieron.
—Tu padre.
—Y ahora Raiden.
Zad continuó mirando fijamente, la brisa rizando trozos de su cabello
alrededor de su mandíbula cuadrada. Quería tocarlo, peinarlo.
Lentamente, lo hice, y sus párpados se agitaron mientras suspiraba.
—Solo porque algo haya experimentado horrores no significa que no valga la
pena amarlo.
Mis pulmones se tensaban.
—¿Y si es el horror?
Su mano me agarró la nuca, agarrando mi cabello mientras bajaba, mis labios
expulsando el aliento con el suyo.
—Entonces lo amas de todas formas, y lo amas el doble.
Mirando por la ventana del tercer piso mientras la noche comenzaba a cubrir
la ciudad, me pregunté cómo proceder con todo el cambio que había ocurrido.
Podría contactar con Raiden y pedirle que se reuniera para discutir el futuro
de este continente y nuestro matrimonio. Para ver si había una manera de que se
retirara sin problemas.
Recordando sus palabras de despedida en el sangriento campo de batalla,
solté un aliento frustrado, incluso cuando mi estómago temblaba.
El engreído probablemente estaba sentado en su sauna del castillo, comiendo
uvas y bebiendo los mejores vinos mientras se regodeaba por todas las formas en
que me había engañado.
Me robas el aliento.
Mis ojos se cerraron mientras mi mano se extendía para encontrarse con el
frío húmedo de los vitrales de la ventana.

274 Sentí mi sangre zumbar y mi corazón apretarse mientras el frío se filtraba por
mis poros.
¿Era todo una mentira? ¿O había estado diciendo la verdad cuando dijo que
nunca quiso hacerme daño?
Sin embargo, sí había querido hacerlo. Desde el principio, el matrimonio
había sido poco más que una farsa.
Nuestro matrimonio nunca fue más que un asesinato en progreso.
Pasos apresurados llegaron a mis oscuros pensamientos, forzándome a abrir
mis ojos.
—Mi reina. —Mintale se detuvo detrás de mí, y lentamente me volví para
enfrentarlo, el hielo ahora cubría el vidrio donde mi mano había descansado.
Lo miró, luego a mí, tragando con fuerza.
—Tengo una noticia desafortunada.
Contuve un gemido.
—Escúpelo ya.
—La chica —dijo, con las manos retorcidas—. Acabamos de recibir la noticia
de que se ha ido.
—¿Cómo escapó? —pregunté de nuevo por centésima vez.
Nadie parecía tener una respuesta.
—Mi reina —dijo Zad, acercándose a mí para frotarme los brazos—. No
importa ahora mismo, solo que lo hizo.
Sabía que tenía razón. Lo sabía, y aun así no podía creerlo. Había sido
encerrada en una jaula. En una jaula debajo de la taberna. Detrás de una puerta de
acero mágicamente mejorada.
Quitando sus manos de mí, me dirigí a la mesa donde se extendía un mapa,
con alfileres que localizaban todos los lugares donde los guardias buscaban.
—No será suficiente. —Levanté mi mirada hacia Zad—. Si escapó del sótano,
no será encontrada.
Sus ojos decían que estaba de acuerdo, pero el fruncimiento de sus labios
decía que registraría cada morada y bosque hasta que lo fuera.

275 Volviéndome a Azela, le pregunté:


—¿Dónde está el camarero? ¿Eli?
Su cabeza negó.
—No lo sabemos, su majestad.
Luché contra el impulso de volcar todas las sillas de la habitación, el deseo de
tirarme del cabello hasta que el aguijón anulara la frustración que me recorría.
—Encuéntrenlo y llévenlo al calabozo inmediatamente.
Salió de la habitación para informar a los otros guardias de turno.
—Si realmente la liberó< —se interrumpió Mintale.
—Entonces sabrá que está en un lío —terminé por él y giré hacia la puerta.
—Majestad —me llamó Mintale, siguiéndome hasta la sala—. Realmente
debemos discutir un plan. Si ella está suelta, me temo a dónde irá ahora.
Me detuve, volviéndome para mirarlo fijamente.
—¿Crees que soy una niña?
Su papada se tambaleó con su cabeza temblorosa.
—N-no, por supuesto que no, pero me preocupa su seguridad. —Miró a Zad
en busca de ayuda, apoyado en la puerta de la sala de reuniones con las manos en
los bolsillos, mirándonos—. Todos nos preocupamos.
La mirada de Zad era dura e impenetrable, pero sabía que estaba de acuerdo.
Con mis ojos amenazando con ponerse en blanco, me apresuré a ir a mis
habitaciones.
—Avísame si encuentras al camarero o a la chica.
—Por supuesto, mi reina.
Zad no me siguió, pero finalmente apareció mientras me peinaba, sentada
con una bata de seda azul pálido en mi tocador.
—Ya te has lavado.
—No podía relajarme. —Ni siquiera un baño caliente podía calmar la
molestia que se enconaba dentro de mí, así que me sequé y salí.
—La encontraremos.
—¿Y cómo? —pregunté, dejando caer el peine con un estruendo mientras me
levantaba—. No la encontrarán hasta que quiera, y dudo mucho que sea así. —Las
uñas se me clavaron en las palmas de las manos—. Debí haberla matado cuando

276 tuve la oportunidad de hacerlo.


Recogiendo el peine, me tomó de la mano y me llevó a la cama.
Me senté frente a él mientras pasaba suavemente el peine por mis mechones
húmedos, con la seda de mi bata pegada a mi espalda húmeda.
Me la quité, sonriendo cuando escuché que su respiración se detenía y le
susurré:
—No tiene sentido. Hay muchos que me traicionarían, pero Eli no es uno de
ellos. La gente de esta ciudad sigue aquí por una razón. —Expulsando un aliento
exasperado, exclamé—: El reino me considerará una tonta por dejar escapar no uno
sino dos prisioneros.
Zad no dijo nada durante mucho tiempo. Mi piel comenzó a calentarse
cuando arrastró el peine hasta mi espalda, deteniéndose en la curva de mi cadera.
Dejándolo caer en la cama, me pasó el cabello por encima del hombro y tiró,
inclinando mi cabeza para que su boca rozara el arco de mi hombro y garganta.
—Le prometo, mi reina, que tonta es la última cosa que alguien la
consideraría. —Sus labios presionaron, su voz bajó—. La encontraremos, y nos
aseguraremos de que encuentre su fin.
—¿Juntos? —pregunté, con los muslos apretados. Los abrí cuando sus manos
bajaron por mis brazos, queriéndolos entre mis piernas.
Volviendo a la cúspide de sus muslos, gemí mientras sus dedos revolotearon
sobre mi estómago, haciendo cosquillas con toques de plumas hasta que me
encontró mojada y desesperada.
—Juntos —dijo contra mi hombro, con sus dientes raspándome.
Metió un grueso dedo dentro, y los dedos de su otra mano bajaron hasta mi
centro para rodearme suavemente.
—Por ahora< —murmuró, y mi cabeza cayó hacia atrás, con mis labios
buscando los suyos. Sus ojos eran de fuego y hielo, capaces de derretirme hasta la
médula con una mirada fría y estrecha—. Me dejarás librar tu mente de todas las
cosas que la contaminan, y entonces< —Me besó, profundo, duro, rápido; y luego
se retiró, susurrando contra mis labios—: Vienes conmigo a casa mientras me
ocupo de unos asuntos.
—Estoy bien aquí. —Jadeé, y me acarició, lo suficientemente firme como para
hacerme dar una sacudida en sus brazos.
—Sí, pero te necesito conmigo.
—Oh, ¿sí? —me burlé, viendo a través de sus palabras, sus acciones, y aun
así, traté de besarlo.
277 Se echó hacia atrás, sonriendo, e insertó un segundo dedo.
—Desesperadamente.
Mis pestañas revoloteaban, mis caderas se mecían sobre su mano.
—Entonces cállate y convénceme.
Veinticuatro
M
e sentí como una tonta mientras cabalgaba por el bosque, en
dirección a la casa del lord, pero no lo suficiente como para
regresar.
En este raro caso, estaba feliz de ser una, incluso si me hacía parecer que
necesitaba la protección del diablo pelirrojo. Sabía cómo eran las cosas, así que
decidí dejar que a cualquiera que le importara pensara lo que quisiera.
Había robado algo debajo de mi piel y abrió heridas supurantes para
plantarse dentro mientras se curaban. Tenía demasiado miedo de preguntarme si
había una manera de eliminar la necesidad de él después de algo tan inmutable
278 como eso.
Aunque ya la había visto un puñado de veces, la vista de su casa revestida de
vidrio todavía capturó mi aliento. Cabalgamos cuesta abajo, mi trenza rebotaba
detrás de mí cuando la lluvia comenzó a derramarse desde las nubes infladas de
arriba.
Manos estables y dos guardias se apresuraron hacia las puertas, abriéndolas y
llevando a nuestros caballos a refugiarse tan pronto como desmontamos.
Dentro del vestíbulo, me reí, limpiando gotas de agua de las mejillas afiladas
de Zad.
—Quédate quieto —le dije, mi tono lo suficientemente firme como para hacer
que su boca se contrajera mientras estiraba la mano para quitar las gotas de agua
de sus pestañas rizadas.
—No me hará daño.
—Simplemente me gusta tocarlas —admití sin pensarlo mucho—. Tocarte. —
Mis mejillas se llenaron de calor, y volví mis ojos hacia el suelo manchado de agua,
empañado con manchas de barro de nuestras botas.
Con una gentileza que amenazaba con traer agua a mis ojos, sus dedos se
colaron debajo de mi barbilla, inclinándola mientras la apretaba. Sus ojos brillantes
se encontraron con los míos, mensajes que no pude leer atrapados dentro.
—No es propio de ti sonrojarte. —Fruncí el ceño, y sonrió, levantando su
mano libre para que sus dedos acariciaran mi frente—. Me gustaría volver a verlo.
Sentí mi expresión en blanco cuando mis extremidades se aflojaron.
—Una reina no se sonroja —susurré.
—La mía sí —dijo, bajando la cabeza. Mis ojos se cerraron mientras esperaba
sus labios, pero en cambio rozaron mi nariz, la acción vació mis pulmones junto a
sus suaves palabras—. Y me encanta.
Se me aclaró la garganta y liberé mi cabeza de su agarre, girándome hacia la
puerta donde estaba Landen.
—Majestad. —Hizo una reverencia demasiado dramática, luego miró a Zad,
intentando y sin poder ocultar una sonrisa—. Mi lord. Bienvenido a casa.
El trueno crujió afuera, iluminando la puerta detrás de él lo suficiente como
para ver que no estaba solo.
Zad maldijo, tan violentamente que incluso yo me sobresalté, especialmente
cuando tropezó sobre mis pies, su rostro palideció.

279 —Oh, sí —dijo Landen, moviéndose a un lado—. Tienes otra invitada.


Casilla, vestida con un vestido limpio, dio un paso adelante, y vi con horror
cómo su cabello rojo cambiaba a rubio como la miel, y su nariz y labios se
ensanchaban lo más mínimo.
Ya no se parecía a una campesina de Los Acantilados. Su barbilla,
estrechándose hasta un punto leve, inclinada hacia arriba, sus ojos, ahora un vivo
avellana, radiante.
Era la esposa de un lord.
Nova dio un paso adelante, sonriendo con fuerza.
—Espero no interrumpir.

Gritos, alaridos y choques se produjeron en el estudio cuando Landen y yo


nos sentamos en la cocina.
Yo, con el corazón en la garganta, sin palabras, y él, con esa sonrisa torcida y
enloquecedora.
—Cuánto tiempo —dije finalmente, encontrando mi voz. Era ronca, pero lo
suficientemente estable—. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
Landen se inclinó sobre el mostrador para tomar una manzana. La
inspeccionó, luego la rozó contra su camisa de algodón color crema y le dio un
mordisco, masticando fuerte.
—Dos días.
De todas las fábulas e historias de terror que nuestro continente había
inventado que contenían hadas, una cosa era cierta. No podían mentir.
—Ella estaba muerta.
Me dio una mirada que sugirió que era tonta.
Me ericé y él sonrió de nuevo. Estuve tentada de empujar esa manzana por su
molesta garganta y dejarla alojada allí.
—Unas pocas piezas de ropa que cuelgan estratégicamente de las ramas sobre
un acantilado no son la esposa muerta de un lord.
Ante eso, me puse de pie.

280 —¿Entonces sabías que estaba viva?


El otro amigo de Zad, Dace, entró entonces, con el pelo blanco parado en
direcciones llamativas, y se inclinó.
—Reina.
—¿Tú también lo sabías?
Miró a su hermano, que se encogió de hombros y luego a mí.
—Hace dos días.
Puse los ojos en blanco y volví a caer sobre el taburete.
Dace se echó a reír, sacando un huevo de un tazón y abriéndolo en el
fregadero. Me encogí cuando lo sostuvo sobre su cabeza y dejo caer la yema cruda
en su boca.
Cerrando los labios, arrojó el cascaron en un pequeño cubo amarillo sobre la
encimera.
—Oh, correcto. —Deslizando una mano sobre la parte posterior de su boca,
sonrió, sus caninos más largos que los míos, pero solo un poco—. Esto sería
bastante inconveniente para usted.
Landen se burló, volviendo a arreglarse el pelo largo.
—Viendo que finalmente ha decidido darle a nuestro lord la hora del día.
Mis dientes se apretaron.
—No me jodas. Nunca estaré de humor para eso.
Entonces mi boca se abrió al escuchar el grito de Zad.
—¿Querías irte? Bien, pero deberías haberlo dicho.
Dace frunció sus labios carnosos, golpeando con los dedos largos el
mostrador frente a mí.
—No me habrías dejado.
—¿Qué? —Zad se rio, sin humor.
Ambos hombres me miraron, con los labios apretados y las cejas altas.
Les hice una mueca y se rieron. Dace me señaló con un dedo.
—Eres graciosa.
Parpadeé, mi tono seco.
—Muy feliz de estar a su servicio.
Las voces de Nova y Zad bajaron, y dejé de intentar escuchar a escondidas

281 —¿Dónde está el otro? —pregunté.


—¿Kash? —preguntó Dace.
—El otro —repitió Landen con una sonrisa.
—El que me detesta entonces. —Rodé mi cuello, incapaz de librarme de la
tensión punzante en cada músculo—. Sí, Kash.
—No estoy seguro —reflexionó Landen—. ¿No crees que te detestamos?
—Qué interesante —murmuró Dace, sus ojos brillaban con su sonrisa,
arrastrándose por mi cara.
Me obligué a permanecer quieta y suspiré.
—No me importa particularmente.
Landen tarareó y lo miré.
—¿No te acuerdas? —Levanté una ceja y él continuó—: La noche de la
manzana en llamas.
—¿La noche de la qué? —pregunté, cada vez más exasperada.
Dace interrumpió, la voz baja y cada vez más profunda.
—Lo salvaste la noche de tu ceremonia. Entraste antes de que Phane enterrara
su espada en su espalda.
Landen le lanzó a Dace una mirada irritada.
—Salvar es una palabra fuerte para un< —Se detuvo allí, con los labios
apretados hasta su nariz recta, y dirigió sus ojos hacia mí—. Pero, sí. —Su tono era
más resignado que complacido—. No tenías razón para hacer eso, para detenerlo,
pero aun así lo hiciste.
Aturdida, sentí que mis ojos se movían de un lado a otro entre los dos
hombres. Por supuesto, fueron ellos quienes ayudaron a Zad a rescatarme.
—Oh. —Fue todo lo que pude decir.
Landen inclinó la cabeza, sin pestañear e inquietante.
—Te pareces a ella.
—Sin embargo, tienes su cabello y su personalidad. —Dace encogió los
hombros, fingiendo temblar—. No es tu culpa, lo sabemos, pero sigue siendo
bastante< desafortunado.
—¿Estás follando a la reina?
Mi mirada se dirigió al pasillo.
—No tienes derecho a conocer o cuestionar ningún asunto mío —gritó Zad—.
282 Se supone que estás muerta.
—Lamento interrumpir —escupió ella, con sarcasmo goteando—. Solo han
pasado dieciséis años. ¿No pudiste guardar tus votos durante dieciséis años?
Somos prácticamente inmortales, maldito imbécil.
—Esperé mucho tiempo antes de acostarme con otra persona a pesar de que
no tenía que hacerlo —espetó—. Porque estabas muerta.
Miré a Dace, suspirando.
—Sería prudente cuidar tu tono.
—¿Oh? —Sus dientes y ojos brillaron, y se inclinó hacia delante, ese dulce
aroma golpeó mis fosas nasales—. ¿Y por qué es eso, reina?
—Porque —dije, inclinándome más cerca, mis dedos rozando los suyos. Se
estremeció, y una carcajada me dejó antes de que me pusiera seria—. No soy
exactamente como él. —Landen maldijo—. Pero atrápame en el día correcto, y
puedo asegurarte que soy mucho peor.
En lugar de horrorizarse, algo que se parecía mucho a la intriga ensanchó los
ojos de la hada. Sus dientes tomaron su labio, sus profundos ojos azules cayeron
sobre los míos.
—¿Debemos pelear, reina?
Algo se estrelló en el estudio.
—¡Puto mentiroso!
—¿Yo? Nunca me dijiste que eras cambia formas.
—No lo supe hasta que llegué al punto de quiebre, idiota ignorante.
Me recosté.
—No estoy de humor, hada.
Ambos se rieron y luego se acomodaron en los taburetes mientras
esperábamos a que Zad y Nova terminaran de desgarrarse, y al estudio, en
pedazos.

Después de un tiempo, sus voces bajaron y tuvimos que esforzarnos para


escuchar lo que se decía.
Bueno, tenía que hacerlo, pero dejé de molestarme. En cambio, comencé a

283 preguntarme si debería irme.


Lo que parecía una broma cruel ahora había plantado raíces, y se estaba
convirtiendo en algo muy real, alto e imposiblemente imponente.
Reina o no, no estaba segura de poder escalarlo, pero la idea de irme como un
animal herido<
Una puerta se abrió de golpe.
—Lo hizo, te lo juro. —Los tres levantamos la cabeza cuando Nova avanzó
por el pasillo, un dedo me señaló—. Tu preciosa reina es incluso peor de lo que
dicen los rumores.
Lentamente, Zad la siguió, su cabello estaba revuelto y sus ojos brillaban de
ira. Sin embargo, el cansancio grababa su cuerpo, su rostro, su tono, como si el
inesperado regalo de su esposa regresando de la muerte lo hubiera envejecido mil
años.
Comprensible, pero verlo todavía me carcomía.
No me miraba, sin importar cuánto lo quisiera.
Los hombres Fae se pusieron de pie cuando Nova siseó:
—¿Zad? ¿Estás escuchando? Ella me torturó y me hizo beber mi propia orina.
Es una maldita loca.
Me preguntaba cuánto más podría haber hecho si hubiera sabido que tocó a
Zad.
El pensamiento desencadenó otras cien preguntas, la más importante
involucraba a Raiden, que no tenía idea de que había estado a punto de
comprometerse con una mujer que ya estaba casada.
Pero finalmente, Zad me prestó atención. Y la mirada que me lanzó, fría y
desconocida, a pesar de que ya sabía que la había torturado, destrozó algo dentro
de mi pecho.
Algo que se curó demasiado recientemente para identificarlo.
Dace y Landen me miraron, sus ojos ardientes y acusadores, pero no quité los
míos de Zad. Le devolví la mirada, manteniendo mi expresión en blanco, cuando
llegó a un acuerdo con lo que había hecho y con quién lo había hecho.
No lo lamentaba, por mucho que alguien quisiera que lo hiciera, y él lo sabía.
Después de un largo momento, parpadeó, con la mandíbula apretada
mientras apartaba los ojos.

284 —Suficiente.
Salió de la habitación, y después de mirarme en pánico, Nova hizo lo mismo
sabiamente.
Al levantarme, decidí que ya había tenido suficiente.
—¿A dónde vas? —preguntó Dace.
Me detuve en la puerta de la cocina.
—No lo sé.
No dijeron nada mientras subía las escaleras y me dirigía al techo.
Anochecía cuando cesaron todas las conversaciones y Zad despeinado subió
por la abertura para unirse a mí.
—¿No me tocarás ahora? —le pregunté cuando se sentó en el otro extremo
del banco.
No respondió, solo miró a la luna como si fuera la responsable de joderlo
todo.
Una sensación repugnante inundó mi estómago, pero me quedé callada, tan
paciente como pude soportar, mientras esperaba que él hablara.
Aunque cuando lo hizo, fue con palabras que preferiría no haberle oído decir.
—Serás escoltada a casa con la primera luz.
Estaba de pie y bajando del techo antes de que pudiera pensar en protestar.
Una ira, más ardiente de lo que había sentido desde que descubrí las
transgresiones de Raiden, amenazó con incinerarme. Las puntas de mis dedos
hormiguearon. Apreté mis manos en mi regazo, y las plantas que se balanceaban
en los numerosos jardines a mi alrededor se calmaron lentamente.
Esperé hasta que se hizo completamente silencioso por dentro, asumiendo
que todos estaban dormidos, y luego escalé las enredaderas por el costado de la
casa, saltando a la hierba con un ruido sordo. Mis dientes chasquearon cuando una
punzada aguda se me disparó en las piernas. Sacudiéndome, miré a mi alrededor
el paisaje cubierto de luz de luna, luego continué. Los caballos resoplaron y
relincharon cuando entré en los establos.
—Oiga —dijo un guardia solitario, pero bloqueé su próximo aliento en su
garganta hasta que tuve mi caballo, sofocándolo lo suficiente como para noquearlo.
Hice lo mismo en las puertas cuando aparecieron dos centinelas, pero debería
haber sabido mientras corría cuesta arriba y alcanzaba los árboles que alguien me

285 encontraría.
Kash.
Espoleando a Wen al galope, saltamos troncos caídos y avanzamos entre los
troncos de los árboles tan gruesos como las torretas del castillo. Pasaron las horas,
y aun así, el hombre Fae me siguió, sin alcanzarme, sino que se mantuvo a una
corta distancia.
Sabía que no debía pensar que estaba preocupado por mi bienestar. No, me
estaba acosando por sus propias necesidades personales, cualesquiera que fueran.
La venganza, tal vez. Aunque si me quisiera muerta, seguramente ya lo habría
intentado.
El sol se arrastraba hacia el cielo cuando finalmente disminuí la velocidad en
el lago que bordeaba la salida del bosque. Habrá poca agua hasta que nos
acerquemos a las aldeas fuera de la ciudad, y lo último que sentía era miedo.
Aunque debería haberlo sentido.
Después de horas de silencio, finalmente habló.
—Sabes lo que somos, pero no has hecho nada.
No lo había escuchado bajar de su caballo ni siquiera acercarse, pero me
abstuve de dejar que cualquier sorpresa se mostrara.
Tomándome mi tiempo para responder, escurrí el borde de mis faldas, que se
habían caído al agua cuando llevé a Wen hacia allí.
—¿Quieres que lo haga? —insistí, mis emociones rebosaban lo suficiente
como para hacerme perder toda sensación de precaución—. ¿Quieres que te dé
más razones para buscar esa retribución agridulce? —Dejé caer el vestido
alrededor de mis tobillos y aparté el cabello que se me había escapado de la trenza.
Con una mandíbula más dura que el acero, apartó la vista.
—Hay muchas cosas que no sabes, reina del invierno.
El comentario de Kash se prolongó durante largos minutos, y cuando le eché
un vistazo, su sonrisa me dijo que lo sabía. Se sentó sobre una roca grande y lisa,
arrancó algunas cañas.
Observé, con la boca abierta, mientras los tallos en bucle brillaban, luego les
crecieron alas y alzaron el vuelo.
Su mirada era incitante, pero cuando vio desaparecer al insecto volador, se
volvió contemplativo.
Había oído que la magia de los Fae no se parecía a nada con lo que nos
habíamos encontrado antes, pero al verla, incluso en una demostración

286 aparentemente tan pequeña, me erizó el vello en los brazos.


Bajé a la hierba, mirando el gorgoteo de agua.
—Mi madre se fue, pero tú permaneces aquí —dije lo obvio.
—No podemos volver, incluso si quisiéramos. —Miré hacia él y lo encontré
mirando sus largos dedos entre las rodillas dobladas—. Beldine es una tierra
impenetrable y prohibida.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Por qué?
Una seca carcajada salió de sus labios planos, mientras su expresión se
convertía en piedra.
—Oh, qué poco sabes, de hecho.
Estaba empezando a cansarme de su presencia, de este viaje y de cada
maldita cosa.
Me moví para levantarme, pero Kash dijo:
—Eres una raza medio Fae a quien se ha hecho creer que son descendientes
de dos diosas. Diosas que nunca existieron.
Mis cejas saltaron, y me habría reído si no fuera por el tono serio de su voz y
esos duros ojos oscuros.
—¿Perdóname?
—Creo que me escuchaste bien, mestiza.
—No soy mestiza, imbécil. —Poniéndome de pie, fui hacia Wen y me subí a
la silla de montar. Había escuchado suficientes tonterías para toda la vida, y no
tenía el deseo de escuchar más.
—Lo eres. —Su tono podría haber sido ligero, incluso conversacional, pero las
palabras eran agudas—. Tú y todos tus preciados miembros de la realeza son
mitad Fae que se consideran lo más sagrado del mundo. No eres de sangre pura,
de lo contrario tus orejas serían más puntiagudos para empezar. Eres una mestiza.
Mitad mortal, mitad Fae.
Con solo leves puntas, sus propias orejas eran como cualquier otro miembro
de la realeza.
Y aun así no lo eran.
Magia.
El sudor me cubría las palmas de las manos y se me resbalaban las riendas de
Wen cuando Kash lo dijo.
287 Con un brillo en los ojos, se reclinó sobre la roca, su voz llena de indiferencia.
—Una raza que continúa manchándose con los humanos, diluyendo tu
preciosa sangre real para que los miembros de la alta realeza puedan continuar
manteniendo sus preciosas posiciones de poder. Poder que no deberían tener.
Poder que abusan de manera espantosa.
Todavía mirando el arco severo, ahora descubierto, de sus orejas, podía oírme
tragar.
—Esto no puede ser cierto. —Pero no podía mentir—. Tenemos nuestra
propia historia, y no tiene nada que ver con la tuya.
Una historia que nunca había estado segura de creer.
—Tiene todo que ver con la nuestra. Simplemente no queríamos tener nada
que ver ustedes —dijo tan claramente—. Piénsalo, te reto.
Mis ojos se entrecerraron, mi corazón latió con una tormenta en mis oídos.
Sacudiendo la cabeza, reajusté mi control sobre las riendas.
Me congelé cuando siguió hablando, incapaz de evitarlo.
—Ningún miembro de la realeza debería poseer el tipo de poder que tú y
Raiden tienen. Que tu linaje posee. No fue un regalo otorgado por una o dos
diosas, sino un accidente hecho por una reina de las hadas muerta que se enamoró
de un mortal.
—No< —Pero al mirar sus rasgos, sentir sus palabras resonando, lo sabía.
Sabía que era verdad—. ¿Estás diciendo que nuestra historia es una mentira?
—¿Qué historia? —dijo, un poco exasperado ahora—. Te han contado fábulas
menores sobre diosas que no existen. Nunca lo han hecho. Rosinthe no es más que
una franja de tierra que solía pertenecer a Faerie hasta que se convirtieron en
muchos de ustedes, y el hermano de la reina pronto terminó con nuestra existencia
compartida. —Tenía una sombría inclinación en sus labios—. Y también su
existencia. Porque ella tenía la intención de colocar su juguete humano en el trono
a su lado, nuestra gente se defendió. Se trazó una línea, las casas se perdieron en el
océano cuando Beldine escindió una parte del continente y prohibió que los
mestizos y los humanos volvieran nunca más.
—¿Cuándo? —pregunté. Sintiendo mi inquietud, Wen se movió debajo de mí,
resoplando.
Kash puso los ojos en blanco.
—Hace algunos milenios. —Se puso de pie—. Y sin la fuente pura de magia
dada por el linaje real de Beldine, que comparten con la tierra y la tierra con ellos,

288 las muchas criaturas, plantas y árboles antiguos de Rosinthe han perecido. Los que
quedan son todos< réplicas. Evolución, si quieres llamarlo así.
Pensé en los blithes, en los tisks y en los furbanes. El hecho de que fuéramos
mestizos, una mezcla de razas, era un punto sorprendente que no se me pasaba
por alto.
Tampoco la forma en que Zad no había entrado en la ecuación de demasiado
poder.
—¿Qué hay de Zad?
Con otra sonrisa, subió a su montura.
—¿La muerte y la vida misma? —Al darse cuenta de mi ceño, continuó—.
Zadicus es muchas cosas, pero no es como nosotros, y no es como tú y Raiden. Y
antes de preguntar, por supuesto, es muy consciente de todo esto. —Estaba
tratando de darle sentido a eso cuando agarró las riendas y dijo—: Entonces,
mestiza, ¿qué vas a hacer con este conocimiento?
—Nada —dije, ya imaginando las posibles ramificaciones, la agitación, el
miedo y los disturbios. Mis palabras eran demasiado delgadas, demasiado bajas,
un raspado ronco—. Nada en absoluto.
Sentándose derecho, Kash me miró con ojos demasiado oscuros.
—Muy bien. Supongo que no les correspondería a la realeza —dijo la palabra
como si no existiera, y tal vez tenga razón—, hacerse parecer< menos, ¿no?
Me resistí, indiferente mientras parpadeaba.
—¿Opuesto a?
Kash se echó a reír, y el sonido era impactante en su calidad aguda y musical.
—Oh, no tienes idea. —Se ajustó la chaqueta de tweed y la bufanda del
cuello, y chasqueó la lengua.
Tantas preguntas pasaron por mi mente, y me pareció aterrador que pudiera
unir cada una con las impactantes explicaciones que Kash había arrojado a mis
pies.
Mis labios se separaron, luego se cerraron una docena de veces. Los mordí
cerrados. Estaba ardiendo de intriga, con la necesidad de saber más, de preguntar
más, pero no podía. Por ahora, necesitaba dejar esta información donde pertenecía.
En la oscuridad.
Cabalgamos en silencio hasta que apareció el primer pueblo, y el sol comenzó
a brillar en el cielo.
—Tienes su cara.

289 —¿Mi madre? —pregunté, sabiendo que a eso se refería.


En lugar de confirmar, acercó a su yegua, casi cabeza a cabeza con Wen.
Disminuí el paso de Wen, y Kash retrocedió, trotando a mi lado.
Al mirarlo, encontré sus ojos hacia adelante, su cabello oscuro recogido del
viento, exponiendo un perfil que haría que cualquier mujer, humana o no, se
debilitara en las rodillas.
La idea me hizo enojar.
—Ella era débil y estúpida. Tú y yo sabemos que ella debería haberse ido,
pero nunca lo hizo.
—Porque no creía que pudiera, y luego viniste tú —dijo, sin rodeos—. Ella
nunca te dejaría.
Me burlé.
—¿No podía llevarme con ella?
—Te habrían cazado.
Estaba dolorosamente consciente de eso.
—Una vida más corta con alguien que amaba podría haber sido preferible.
—Tu padre no te habría matado.
Ante eso, resoplé, sin importarme lo poco femenino que era.
—Hubiera hecho algo mucho peor que matarme. Pero estás en lo correcto. Me
mantendrían viva. Era su única heredera. —Muerta en todas partes, pero viva.
Kash lo pensó un minuto, sus ojos me miraron varias veces antes de soltar un
suspiro frustrado.
—Exactamente —dije, en silencio mientras absorbía la vista del castillo que se
alzaba a lo lejos.
—¿Realmente torturaste a Nova? —Su tono, la pregunta, parecía impasible.
No me importaba mucho si le importaba.
—Lo hice. —Resoplé, levantando la barbilla—. Todavía tengo que descubrir
cuál es su juego, pero te puedo asegurar que no es lo que parece.
Kash se echó a reír y casi me sacudí ante el oscuro sonido musical.
—Lo mismo podría decirse de ti. —Hizo una pausa—. La he conocido la
mayor parte de su vida. Se podría decir que es como una hermana pequeña para
mí. —Otra pausa cuando sentí su mirada en mi perfil—. ¿No tienes miedo de las
repercusiones por lastimar a alguien que nos importa? ¿Por abusar de la mujer que

290 ama Zad?


Su uso del tiempo presente no se me escapó.
Si su objetivo era molestarme, estaba funcionando. Mi voz era demasiado
gentil para palabras tan viciosas. Tanto mejor para hacerle saber que me negaba a
ser un juguete para él.
—Querida, hada —ronroneé, sonriendo en su dirección—. ¿No has
escuchado? —Sus cejas se fruncieron—. Los monstruos no temen a nada. Harías
bien en recordar eso. —A instancias mías, Wen despegó sobre las colinas y mi
cabello se soltó, volando detrás de mí mientras sus pezuñas enviaban viento
envuelto en polvo a Kash.
No me siguió.
Entre un pueblo y el siguiente, tiré de las riendas, mi respiración era áspera y
mi corazón latía errático, retumbando en mis oídos.
Me negué a llorar.
Nunca me reduciría a tal estado por un hombre.
Debían ser utilizados. Ser disfrutados. Mantenerse a una distancia segura del
corazón.
¿Cuántas veces necesitaría recordar eso antes de que finalmente aprendiera?
Resoplando, cerré los ojos, la brisa helada me cubrió la cara mientras Wen
trotaba más cerca de casa.
Cuando los volví a abrir, descubrí que no estábamos solos y me preparé para
correr.
—No, no, no. —Un caballero con una barba peluda que vestía de camuflaje
verde movió el dedo—. Tenemos un mensaje de tu rey. —Alcé las cejas cuando sus
amigos, una mujer y un hombre mestizo, salieron del nudoso grupo de zarzas para
unirse a él.
—Bueno —espeté, impaciente y cautelosa—. Dime este mensaje para que
pueda seguir mi camino.
La mujer frunció el ceño, hablando en voz baja pero aún lo suficientemente
fuerte como para que yo la escuchara.
—¿Qué en la oscuridad está haciendo la reina sola?
—Buena pregunta —dijo el hombre de la barba, acariciándola mientras me
miraba—. Teníamos que pasar este mensaje a uno de los mensajeros de tu pueblo.
—Su cabeza se inclinó cuando sin duda observó mis mejillas sonrojadas, mi
291 vestido arrugado y mi cabello enredado—. Nos has ahorrado el problema< pero
¿por qué?
Por supuesto, los mensajeros de los reinos amaban sus trabajos; no solo lo
hacían por la moneda que proporcionaba, sino también por los chismes.
—No es asunto tuyo. —Giré a Wen para irme.
Antes de que pudiera esquivarlos, la mujer dijo:
—El rey dijo que te dijera que tiene a tu bruja.
Sonó un tintineo cuando saqué mi daga de su vaina en mi muslo.
El hombre barbudo dio un paso atrás mientras la mujer tragaba saliva y
levantaba las manos.
—Aparentemente, ella está bien, m-majestad. En perfecto estado de salud.
—¿Qué quiere él con ella? —pregunté con los dientes apretados, la alarma
sonando a través de cada terminación nerviosa. Mi mano apretó la empuñadura
con tanta fuerza que me saldría un moretón.
—Quiere un intercambio —dijo el hombre, frotándose la nuca—. Tú por ella.
Quería gritar. Gritar a las diosas inútiles e inexistentes de arriba.
Quería huir de este estúpido continente y nunca mirar atrás.
Pero no podía.
El hombre me observó levantar mi vestido y devolver mi daga a su vaina, sus
mejillas coloreándose cuando levanté las cejas hacia él.
—Informen la noticia de que mañana estaré allí al atardecer.
Todos parpadearon, y supe que estaban a punto de preguntar cómo. Pronto
lo descubrirían.
—Corre —le dije a Wen, sacudiendo la hierba y la tierra a nuestro paso,
galopando hacia el castillo.
Lo alcanzamos en una hora, y lo dejé en los establos con Olin, el joven lacayo
parpadeó profusamente mientras salía corriendo por los jardines y subía los
escalones hacia los senderos de las montañas.
Respirando con dificultad, pronto entré en las cuevas y sonreí cuando
Vanamar bufó.
—Lo sé. —Ahuyenté al lacayo que se acercaba y abrí la puerta de su puesto—
. Nunca aprendo.
Van resopló en respuesta.

292 —Suficiente de eso ahora. Tengo una misión para ti.


Su cola se movió, y sentí los rincones tristes y oscuros de mi corazón pellizcar
cuando sus ojos se cerraron al tocar su mejilla con mi mano.
Veinticinco
E
ntrando en el salón donde mis inútiles amigos estaban tomando té
mientras escuchaban a Nova contarles cuentos de su época en Los
Acantilados, mascullé:
—¿Dónde está?
Había buscado por todas partes, había peinado cada rincón de la finca y más
allá del borde del bosque.
Tuvo que haberse marchado, ¿pero por su cuenta? No era tan estúpida.
Pero recordando la mirada en blanco de su hermoso rostro la noche anterior,

293 suspiré.
No era estúpida. Estaba molesta.
Hubo un tiempo en que me creí incapaz de significar algo para ella, y mucho
menos lo suficiente para que derribara una puerta y echara a una mujer inocente
de mi habitación.
Durante años, había estado allí. Había observado y esperado por la
oscuridad, ella era joven.
Era tan increíblemente joven, y yo luchaba con eso. No con la culpa, ya que
los nuestros no tenían esa noción del sexo. Si habían sangrado y eran adultos, y era
consensual, lo hacíamos, y lo hacíamos sin pensarlo dos veces.
No era eso, sino todo lo que había soportado, todo lo que había sido
confinada y forzada a ser.
Necesitaba espacio para respirar, para aprender, y tiempo para florecer en lo
que realmente era antes de que pudiera mirarme como yo la miraba a ella. Antes
de que fuera encadenada a otro compromiso que no quería o para el que no estaba
preparada.
Pero las cosas habían cambiado. No solo me miraba, me quería, y tal era mi
adicción a ella, esa atracción de cuerpo entero siempre que estaba cerca, que ni
siquiera dudé. Egoístamente pensé que tal vez todavía podría crecer, evolucionar,
vivir, y que yo la ayudaría.
Finalmente había conseguido todo lo que mi corazón deseaba, pero no podía
encontrar la manera de mantenerlo.
—¿A quién le importa? —dijo Nova.
Ninguno de los hombres de la habitación se rio. Un movimiento inteligente.
Nova se puso de pie, atravesando la habitación hacia mí.
—Es una reina, Zad, y una muy malvada. —Al rodearme, me dijo con más
delicadeza: —Déjala volver a su casa en su oscuro castillo. Es donde ella pertenece.
—Su risa, risa que una vez iluminó cada rostro en esta habitación, especialmente el
mío, fue molesta. —Una reina no se pasea por el continente como un cachorro
enamorado. —Su brazo agarró el mío cuando se detuvo, sus faldas se movían
alrededor de sus tobillos. —Tú eres mío, y ella es de Raiden.
La mera idea de ella y Raiden congeló toda la sangre dentro de mí.
Reteniendo un aluvión de palabras desagradables, me encogí de hombros.
Ella jadeó, y yo salí de la habitación. Me sentí miserable, sabiendo lo duro que
Nova había trabajado y todo lo que había pasado para volver a casa.

294 Para volver a mí.


Pero no podía controlar cómo me sentía para salvar mi propia vida.
Necesitaba golpear algo, beber algo o fumar algo.
Maldije, volviendo a mi estudio para encender la pipa que guardaba allí, y
cerré la puerta.
La risa se rompió fuera de la habitación, Nova sin duda contando otra
historia de un tiempo en el que había elegido dejarme.
No podía creerlo. No sabía qué creer.
Todo lo que sabía era lo que quería, pero lo que quería ya no estaba.
Ella no lo sabía; la reina ni siquiera era consciente de lo mucho que la habían
engañado.
Tenía que decírselo< pero mi esposa.
Ella había vuelto. La creí muerta durante años. La conocía desde que solo
tenía diecisiete veranos, y nos habíamos jurado cinco años después. Había vuelto,
y no tenía ni idea de qué hacer con eso. Con ella. Con nada de eso.
Por supuesto, estaba encantado, lleno de alivio de que ella estuviera aquí.
Viva.
Pero también estaba enfermo de culpa por el hecho de que una gran parte de
mí, la que había estado encerrada, esperando a alguien que no podía tener, odiaba
que ella estuviera aquí.
Frotándome los ojos, maldije, sacando la botella de whisky del cajón y
desenroscando la tapa. Tosí, maldiciendo de nuevo mientras tragaba.
Inhalando profundamente de la pipa, me senté en la silla, tratando de
relajarme mientras el aroma de los clavos llenaba la habitación. Necesitaba aliviar
la tensión el tiempo suficiente para pensar.
El sueño había sido un fantasma hasta las primeras horas de la mañana. Nova
había llamado a la puerta de mi habitación sin cesar hasta que finalmente le dije
que se fuera.
Quería que la perdonara. Que simplemente aceptara su regreso por lo que
era, un milagro, y que fuera feliz. Dijo que se arrepentía de su decisión de irse
desde el momento en que puso un pie en Los Acantilados, pero que no podía
encontrar un camino de vuelta.
Había sido demasiado peligroso, especialmente bajo el gobierno de Tyrelle, y
meterse con la ley durante su reinado era como colgar un dulce ante un niño.

295 Yo debería saberlo. Esquivé su ira durante años, sabiendo que un día, si no
tenía cuidado, me vería como más de lo que era. Por más que un lord buscando
subir las filas y a la cama de su hija.
Los minutos se convirtieron en horas, y aun así, ella no lo sabía. Mi reina no
tenía ni idea de todas las formas en que había sido engañada. Corría mucho más
profundo de lo que ella o yo podríamos haber previsto.
Había cerrado la puerta con llave, pero esas cosas no eran un obstáculo para
Kash, que solo tenía que tocar algo para que se rompiera, si así lo deseaba.
El sol se había puesto hacía tiempo, y yo estaba a mitad de camino de la
botella de whisky, con los clavos esparcidos por el escritorio mientras abría la
puerta, con un aspecto mucho peor del que probablemente tenía. Lo cual era
alarmante. No hay mucho que inquiete al hombre en estos días.
—La seguí.
Me enderecé. Mis ojos se entrecerraron, y mi columna vertebral se enderezó
mientras decía:
—¿Por qué? —Sabía que no le haría daño. No solo por lo que ella significaba
para mí, sino por lo que significaba para la mujer que él amaba y extrañaba con
cada respiración que daba.
Eso no significaba que él fuera una presencia reconfortante para ella. Ni
mucho menos.
—Si pudiera decírtelo, lo haría. No es que quisiera hacerlo.
Fruncí el ceño.
—Interesante.
Cruzó un tobillo detrás del otro, apoyándose en el marco de la puerta.
—No, lo que es interesante es que la vi correr por el lado más alejado de la
ciudad hasta los establos más allá del castillo, y luego, cuando estaba cabalgando
de vuelta, la vi de nuevo. —Sus cejas se levantaron. —Volando sobre mí.
Me senté atrás, el miedo aumentando el peso de mis extremidades.
—No.
Kash asintió, sus ojos se endurecieron.
—Se dirigió al sur. Uno podría suponer a dónde.
Me levanté y paseé por la habitación con un latido fracturado, con las manos
rascándome el cabello. Un millón de razones de por qué lo haría se filtraron a
través de mi mente sobreexcitada.
296 Lo intenté y lo intenté, pero no conseguí nada. Sí, ella lo amó, pero eso fue
antes.
—¿Estaba con alguien? —Tal vez fue coaccionada. No me extrañaría que
Raiden la engañara para que jugara sus juegos.
—Ella volaba sola en la espalda de su bestia.
Con un gruñido, pasé por delante de Kash hacia el pasillo, dirigiéndome al
frente de la casa para caminar un poco más. Piensa, piensa.
Pero estaba atascado. No podía perseguirla, especialmente no ahora. Se había
ido allí por su propia voluntad, así que exigir su regreso< me detuve fuera de la
sala de estar, escuchando la risa del canto de los pájaros.
—No puede evitarlo, ¿verdad? —Nova subió sus pies sobre la mesa. —De un
hombre a otro.
Mis ojos se cerraron de golpe, y mis puños se cerraron, listos para atravesar
las paredes.
Sentí como si me estuvieran prendiendo fuego en el pecho. Una y otra vez.
Salí, tenía que hacerlo, y me dirigí directamente a los árboles. No me detuve
hasta que los atravesé. Hasta que me rodearon nada más que sombras y me quedé
solo con este dolor interminable que solo parecía crecer.
Hasta que pude aullar y rugir a la maldita luna.
Veintiséis
Audra

U
na isla paradisíaca rodeada de horrores cubiertos de arena.
Como si no quisiera aterrizar, Van dio vueltas sobre las nubes,
dándome solo un pequeño vistazo del reino que había debajo. Dejé
que lo hiciera por un tiempo. Poner un pie en el Reino del Sol era la
última cosa que quería hacer.
Quería ir a casa, consumirme una o dos botellas de vino y dormir.
Truin.
297 Suspiré.
—Debemos hacerlo.
Una vez en tierra, temí que no me dejaría, pero había sido entrenado,
brutalmente, para seguir todas las órdenes sin importar lo que pasara.
—A casa —dije, protegiendo mis ojos mientras sus alas continuaban
removiendo la arena en el aire—. Vanamar, vete a casa.
Con un gruñido que sacudió la arena, se levantó, batiendo sus enormes alas
en lo alto del cielo.
No era más que una mota en las nubes cuando los centinelas del rey cruzaron
la arena, con sus arcos tensados, las flechas apuntando y amenazando con atacar.
—Dispárenle, los reto.
Un arquero bajó su arco, sus cejas fruncidas.
Mi mano se levantó, un fuerte viento levantó la arena sobre nuestras cabezas
y el resto lo siguió. Con la mandíbula floja o el ceño fruncido, mantuvieron sus
armas apuntando al suelo hasta que Van estuvo fuera de la vista.
—Al parecer, el rey solicita mi compañía.
Sin palabras, cruzamos la arena, el sol era una bola brillante de tortura,
causando que el sudor cubriera cada centímetro de mi piel.
Mis acompañantes parecían impávidos, aclimatados con la brutalidad.
Mis botas estaban llenas de arena, con sus ásperos granos metiéndose entre
los dedos de mis pies. Apreté los dientes contra la necesidad de arrancármelas,
sabiendo que bajo la arena vivían cosas que disfrutarían gustosamente de un
bocadillo carnoso. Aunque fuera un pie sudoroso.
Moviéndome rápidamente, me protegí los ojos, sintiendo las miradas de dos
soldados en mi espalda.
La mujer estaba al frente, lanzándome miradas por encima del hombro cada
pocos minutos.
No me molesté en decirle que dejara de hacerlo, pero hice un gesto hostil la
siguiente vez que lo hizo y eso funcionó.
Había pequeños grupos de cactus delante de la carretera que estaba cubierta
por una fina capa de arena, ayudando a marcar su presencia. Mis tobillos casi
suspiraron con alivio al sentir el suelo plano bajo las plantas de mis pies.
Caminamos entre las cabañas de bambú en altísimos puestos de acero que
298 servían como torres de vigilancia. Seis de ellas rodeaban el extenso oasis del
desierto y al menos tres centinelas ocupaban cada una, observando cada uno de
nuestros movimientos.
La música suave y el sonido de los comerciantes ofreciendo sus mercancías
pronto llegaron a mis oídos mientras el camino serpenteaba hacia las afueras de la
ciudad bordeada de rocas.
Árboles de color verde lima, extraños pero hermosos, salpicaban la arenisca y
el edificio lleno de ladrillos, proporcionando la tan necesaria sombra y una ligera
brisa.
Tomó más tiempo del que pensé que se necesitaría, pero cuando la gente
finalmente se dio cuenta de quién estaba dentro de sus muros, algunos se
inclinaron. Otros se burlaron y una mujer incluso me escupió un charco de flema.
Aterrizó en mi bota y me detuve, mi aliento se congeló cuando lo miré y
luego la miré a ella.
Imperturbable, se quedó allí de pie con unos hermosos ojos grises y una
mandíbula tensa, sus brazos pecosos cruzados sobre su amplio pecho.
Antes de que pudiera murmurar una palabra, la mujer que me acompañaba
retrocedió y me susurró duramente:
—Déjala. No te convendría intentar dar ejemplo con alguien en una ciudad
llena de resistencia.
—¿Intentar? —pregunté, parpadeando hacia la mujer con ojos tan oscuros
que eran casi negros. Combinaban con su cabello, que cubría sus hombros como
una capa de seda brillante. Sus labios rosados se separaron mientras su rostro
palidecía y yo sonreí—. No tengas miedo. Solo será un momento.
Me dirigí al puesto de la mujer, tomé el cubo de agua junto a este y me lavé la
suciedad de las manos y el rostro.
El número de ojos que miraban comenzó a multiplicarse y me levanté,
examinando su carro. Seleccioné una impresionante bufanda púrpura tejida, la
sumergí en el cubo y la utilicé para limpiar la suciedad que ella había puesto en la
punta de mi bota.
Mirando mi bota, asentí.
—Eso servirá. —Luego arrojé su bufanda sucia de nuevo en el carro y
sonreí—. Buen día.
Mirando boquiabierta, ella fulminó con la mirada a mis acompañantes y yo
seguí adelante. Al caminar entre los espectadores delante de mí, pude jurar que los
hombros de la belleza de ojos negros temblaban de risa.
299 La multitud se hizo más densa a medida que más nos acercábamos al castillo
de arenisca que se cernía sobre nosotros. Globos circulares se alzaban sobre cada
torre, pero tenía una gruesa torreta. Grandes habitaciones, supuse, mirando el
material blanco que revoloteaba sobre las ventanas circulares. No había cristales ni
puertas, descubrí, a medida que la colina se hacía más empinada y el patio, una
extensión plana de roca con pocas fuentes que gorgoteaban, se hizo visible.
Al menos no me hizo esperar.
Unos momentos después, llegó, saliendo de entre las sombras en la cima de
las escaleras circulares de su casa vistiendo nada más que un par de pantalones de
lino y una corona.
Contuve una risa. No podía recordar la última vez que me había puesto mi
propia corona.
Una corona se usaba típicamente en festividades formales y eventos selectos
que fueran memorables. Qué adorable era que Raiden saltara medio desnudo por
su castillo llevando el metal pesado según le complaciera.
Al inspeccionar más de cerca, noté que el oro contenía rubíes insertados que
se conectaban con ramas y serpientes. El sol iluminaba las joyas, destellando y
entonces mis ojos se encontraron con su sonrisa.
Llegué al final de la escalera y sus labios se curvaron más alto como si supiera
adónde viajaron mis pensamientos.
—Me robas el aliento —moduló, luego se inclinó y extendió su mano—. Mi
reina, bienvenida.
—Ahórratelo —dije y escuché algunos jadeos por detrás de mí.
A la gente del pueblo no se le permitía entrar en el patio real a menos que
fuera por invitación, pero suficientes guardias y nobles estaban merodeando
alrededor como para ver nuestra interacción.
Raiden ladeó la cabeza, retirando la oferta de su mano.
—Entra entonces, refréscate y come.
—Preferiría no hacerlo. ¿Dónde está Truin?
Él asintió hacia los centinelas que estaban a mi lado.
—Gracias, Meeda, Alix, Serdin.
Con un inclinación baja, se fueron.
—Tu bruja está bien. —Raiden señaló la puerta detrás de él y luego se hizo a
un lado, esperando—. Ven.
Tenía en la punta de la lengua decirle que yo no era una mascota.
300 Al tomar una respiración, inhalé los cítricos, la suciedad y los aromas de las
especias que me rodeaban y entonces recordé por qué estaba aquí. Necesitaría
mantener mis emociones hirviendo bajo llave si quería irme junto con mi bruja y
mi ingenio lo antes posible.
Subí los escalones, pasando junto al rey sonriente, pero me detuve en la
entrada gigante.
Retratos de la realeza se alineaban en las paredes y cestas de frutas se
encontraban en casi todas las puertas donde alfombras rojas y doradas cubrían el
duro suelo.
Un hombre con cabello plateado y una sonrisa plana se inclinó.
—Su majestad. Soy Patts, consejero del rey.
—Qué bien. —Caminé hacia una canasta para tomar rápidamente una
manzana roja brillante. La olí, luego mordí un trozo, casi gimiendo cuando su
jugosa pulpa se derritió dentro de mi boca.
La mano de Raiden cayó sobre mi espalda baja y lo miré con ojos molestos
antes de alejarme, adentrándome más en el territorio del enemigo.
Seguí las alfombras hasta un gigantesco salón del trono adornado con más
rojo y dorado con toques de plata en forma de candelabros y la tapicería trenzada
de los tronos con acolchados rojos.
—Tenemos mucho de qué hablar.
—Realmente no lo tenemos —dije—. Tú mandas en este lado del continente y
yo en el otro. Nos reunimos cuando tenemos que hacerlo y no de otra manera.
Su risa era algo insidioso, arañando mi piel sudorosa mientras levantaba sus
piernas ante él y se acercaba. Con sus ojos vagando por mi cuerpo, me arrebató la
manzana y le dio un mordisco.
Fue un poco difícil evitarlo. Lo había hecho bien, pero al final, mi mirada bajó
a la gloria que era su torso. Los músculos marcados amenazaron con secarme la
boca, sus abdominales cayendo en un arco esculpido que daba paso a la dureza
que levantaba sus pantalones.
Sacudiendo mi cabeza, levanté mis ojos hasta los suyos.
Inclinó un hombro, lanzando la manzana detrás de él. Se rompió en el suelo
mientras sonreía.
—No puedo evitarlo. Sucede cada vez que te veo.

301 —Truin —dije.


Asintió.
—Todavía no. Permíteme mostrarte tus habitaciones.
—Raiden, lo digo en serio —dije mientras se giraba, su espalda bronceada
atrayendo mis ojos—. Devuélvemela. Esto no es un juego.
Con una entonación en su voz que hizo que los vellos de mi nuca se erizaran,
respondió:
—Oh, pero sí lo es y me gustaría bastante poderlo ganar.
Se fue y yo me quedé boquiabierta en el espacio que había ocupado, con mis
manos cerradas en puños.
Sin otras opciones disponibles, me apresuré a ir detrás de él fuera de la
habitación y por pasillos laberínticos. Subiendo unas escaleras que parecían no
terminar nunca, llegamos a una gran habitación circular. Había adivinado bien en
mi suposición de las torretas.
Solo que, evidentemente, era su habitación y no la mía. Retrocedí.
—No sucederá.
—Lo hará —dijo con una calma que quise golpearle el rostro.
Mi cabeza comenzó a nadar. Necesitaba dormir. Necesitaba un baño.
Necesitaba una comida adecuada. Pero primero necesitaba a mi amiga.
—¿Qué es lo que quieres?
Caminando hacia una de las tres ventanas, su gasa blanca revoloteando en la
habitación, él metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, mirando a través
de ella.
—Pensé que eso sería obvio.
—Nada es obvio contigo.
Volviéndose hacia mí, sonrió, pero desapareció rápidamente.
—Quiero tu tiempo. Una oportunidad para explicarme. —Se puso a mi nivel
con una expresión en blanco y palabras sin tono—. Y siendo la hermosa y terca
criatura que eres, sabía que no me darías eso a menos que tomara el asunto en mis
manos.
—Así que secuestraste a mi amiga.
—Secuestro es un término un poco severo. —Se movió a la cama que estaba
en el centro de la habitación, con la ropa de cama arrugada y tirada como si

302 hubiera tenido un sueño agitado o una noche apasionada con una amante—. Hice
lo que era necesario para llamar tu atención.
—Bueno —dije, entrando en la habitación—, la tienes. Ahora apúrate.
Raiden me miró durante un momento inquietante, ojos verdes moviéndose
sobre mi rostro.
—Pareces< más irritada que de costumbre.
—Los insultos son una pérdida de tiempo.
Al cruzar la habitación, se detuvo a medio metro de mí, su olor nublándome
la cabeza.
—No —dijo, sus ojos suaves—. ¿Qué sucedió? Se dice que te encontraron
cabalgando sola hacia el castillo.
No debería sorprenderme que esa noticia le llegara más rápido de lo que yo
lo había hecho, volando a través del reino. Bribones chismosos.
—Una reina puede cabalgar sola si así lo desea.
—No en tiempos como estos —murmuró, extendiendo sus dedos para
pasarlos sobre mi mejilla.
Di un paso atrás.
—Truin.
Chasqueó la lengua.
—Todo a su tiempo.
—Ahora —dije, lanzándole dagas con los ojos mientras él se dirigía a la
puerta.
—Báñate, descansa. Se está preparando una comida mientras hablamos.
Pestañeé cuando se fue, tentada a correr detrás de él por la puerta en busca de
mi amiga y una salida.
Miré el agujero arqueado de la pared, el vapor que salía de él y suspiré.
El cuarto de baño era un espacio pequeño pero lujoso, lleno con aromas
almizclados y una variedad de paños para elegir.
No confiaba en que me quedaría sola por mucho tiempo, así que me lavé
rápidamente, maldiciendo cuando me di cuenta de que no tenía nada limpio que
ponerme. Con una toalla a mi alrededor, volví a la habitación, solo para descubrir
a una mujer tendida sobre la cama.
El cabello dorado cubría las almohadas doradas con borlas, su vestido de

303 gasa blanca no ocultaba gran parte del cuerpo curvo y maduro debajo.
—Majestad —ronroneó, rodando sobre su estómago. El brillo en sus ojos era
inquietante, pero no tanto como sus siguientes palabras—. Nuestro rey me ha
pedido que le proporcione algo para ponerse.
Al examinar la ropa que apenas llevaba, decidí que preferiría usar mi vestido
sucio.
—¿Y tú quién eres?
—Eline. O< —Se sentó, sus ojos eran como joyas de color esmeralda
rodeados de pestañas marrones—. La pequeña leona de su majestad.
Mis dientes chasquearon y solté un suspiro tembloroso.
—Eso explica el ronroneo.
Sus cejas se arquearon.
—Perdón.
—No hay necesidad de pedir perdón. —Vi la excusa miserable para un
vestido que había traído con ella y me acerqué a recogerlo del diván en el que lo
había puesto. Era lavanda, bastante hermoso, pero dudaba que cubriera mucho.
No identifiqué a Raiden como el tipo que quiere que se exhiba el cuerpo de su
reina.
Mirando hacia atrás a la pequeña leona, que me estaba mirando con una
expresión que gritaba su deseo de rastrillar esas largas uñas pintadas de oro en mi
cara, sonreí.
—Gracias.
De nuevo, frunció el ceño.
—Eres< bastante peculiar.
—¿Peculiar? —dije, dejando caer la toalla y renunciando a la envoltura que se
proporcionaba para mis senos—. Perra fría y cruel, reina malvada, niña de horror,
monstruo< seguiría, pero estoy segura de que sin duda los has escuchado todos.
—Me deslicé el vestido sobre mi cabeza, jalándolo en su lugar—. Tú, sin embargo,
eres la primera en llamarme peculiar.
Guardó silencio un momento y luego dijo:
—Se supone que debes usar la envoltura debajo.
Me puse los mechones húmedos sobre los hombros, sintiéndolos empapar la
tela ligera, luego me miré. Podías ver el contorno de mis pezones y el indicio de mi
montículo. Lo odiaba. Pero más odiaba que me hubieran engañado para que

304 viniera, así que haría lo que tenía que hacer.


Fingí confusión.
—Oh. —Luego me apresuré a salir de la habitación.
La leona estaba pisándome los talones.
—No puedes ir allí vestida así.
—¿Por qué no? —Rocé una mano contra la áspera pared tallada en arena
mientras bajábamos los escalones en espiral.
—Sabes por qué. Tus tetas están en exhibición para todo el reino.
—Tú fuiste quien me proporcionó el vestido.
Ante eso, no dijo nada, pero pude sentir la ansiedad emanando de ella como
una brisa rancia mientras pasábamos por los pasillos y eventualmente, nos
encontramos entrando al comedor.
Raiden, su asesor y al menos varios miembros de su guardia estaban en la
habitación grande, pero angosta.
Eline se detuvo en la entrada y me moví al extremo opuesto de la mesa de
mármol, tomando asiento.
—Mmmm —dijo Raiden, aclarándose la garganta y enderezándose—. Mi
reina<
—¿Eso es pollo? ¿O paloma? —Acerqué la bandeja de carne humeante para
inspeccionarla—. A veces es difícil distinguir entre lo real y lo que es falso.
Eline tosió para ocultar una maldición detrás de mí, y agarré un tenedor,
apuñalé al pájaro con demasiada suavidad y dejé caer una enorme pechuga en mi
plato.
Bajé el tenedor y miré a los ojos entrecerrados del rey, lamiéndome los dedos.
—Pollo.
Un tic sacudió su mandíbula endurecida.
—¿Ya terminaste?
—¿Qué quieres decir? Ni siquiera he comenzado —dije entre risas, luego jalé
el tazón de papas asadas más cercano, seleccionando dos—. Estoy positivamente
hambrienta.
Con un suspiro, miró a su guardia.
—Déjennos
—Majestad< —comenzó su consejero.
305 —Tú también.
Saqué un regordete tomate y una lechuga brillante de la ensaladera y
comencé a comer mientras todos, salvo el rey, y Eline dejaban la habitación.
—No está mal —dije, tragando y bebiendo un poco de vino de la copa dorada
delante de mí.
—Raiden —dijo Eline—. Le ofrecí la envoltura, pero ella<
—Ella está sentada aquí y puede informarle ella misma —le dije—. Gracias y
adiós.
Eline no se movió. Raiden le dirigió una mirada que hablaba de años de
comunicación silenciosa.
—Te veré más tarde.
—¿Oh? —dije—. ¿Son hermanos o algo así?
—Soy su consorte.
Me reí, limpiando el vino de mi barbilla con una servilleta de tela.
—Entiendo la necesidad de hacerte sentir mejor, pero no existe tal cosa,
pequeña leona.
Sentí su avance en mi espalda y levanté un dedo, el hielo cubrió sus pies en el
suelo.
Raiden apoyó la barbilla sobre su mano, nada divertido.
No me importaba. Podía pudrirse en la oscuridad por toda la eternidad.
—Suéltala —dijo.
—No la estoy tocando. —Comí un poco más de pollo, masticando mientras lo
miraba.
—Raid —se quejó—. Está empezando a arder.
Arrugué la nariz, pero la solté.
Raid. Entonces tenía una amante después de todo. Había oído que tenía más
de uno, pero suponía que ella era la favorita.
—Eline y yo hemos sido amigos desde la infancia —explicó.
—Somos más que amigos —espetó ella, luego él la silenció con un
movimiento de su mano.
—Encontrarás que no me importa. —Era solo otro recordatorio de todas las
formas en que no se podía confiar en los hombres.
—¿No? —Los labios de Raiden se curvaron—. Qué intrigante.
306 Lo ignoré y comí mi comida, mi estómago hambriento comenzó a calmarse.
Me observó por un tiempo, ignorando la comida en su propio plato y
bebiendo de una jarra. Cerveza, supuse.
—Vete —le dijo finalmente a Eline.
Ella no lo hizo
Sus ojos se alzaron hacia ella, una furia que aún no había visto saturándolos.
—Eline.
Después de un momento de una tensa mirada entre los dos, sus pasos pronto
se desvanecieron por el pasillo.
—Espero que no la aprecies demasiado.
—¿Y por qué es eso?
—Porque —dije—. Cuando intente matarme mientras duerma, es muy
probable que termine con ella. —Moví mi tenedor—. Defensa propia.
Su risa rebotó en las paredes y causó que la comida en mi estómago vibrara.
Qué diferente parecía, pensé, mirándolo. Qué pocas restricciones tenía en su
propia casa.
No podía decir que me gustaba, pero los viejos sentimientos eran difíciles de
matar.
—Sabe mantenerse alejada.
Reflexionando, dije:
—Está demasiado perdida para preocuparse por lo que sabe. —Bebí mi
vino—. Y tú< —Dejé la copa—. Mintiéndome acerca de quién es ella para ti es
sinceramente no solo una pérdida de tiempo, sino que no hace nada por mí.
Sus ojos recorrieron mi pecho, permaneciendo plantados en mis senos medio
expuestos mientras decía:
—Ella ya no es eso para mí.
—Ella no parece estar de acuerdo.
Se frotó la barbilla, luego suspiró, sus manos se unieron sobre su estómago.
—Debíamos gobernar juntos.
Alcé las cejas, sorprendida porque tan libremente dijera esa verdad.
—Sigue.
—Antes de conocerte, el plan era matarte a ti y a tu padre, así un día,
gobernaríamos Rosinthe.
307 —Juntos.
Asintió.
—Juntos.
—Tú y tu amante.
Resopló, sonriendo.
—Correcto.
—Lamento haber arruinado tus planes. —Forcé una sonrisa, mostrando todos
mis dientes—. No, espera. No lo lamento. —Empujé mi plato hacia adelante para
apoyar mis brazos sobre la mesa e hice una mueca—. Todavía eres un traidor.
Termina este matrimonio. Gobierna el Reino del Sol con tu pequeña leona. Puedes
quedarte con tu estúpido desperdicio de vida, solo dame a mi bruja.
Su expresión se aflojó en nada.
—¿Realmente quieres terminar?
Había preguntado como si estuviera sorprendido.
—Sabes que sí.
Las patas de su silla chirriaron sobre el suelo áspero. Se puso de pie,
paseando a lo largo de la larga mesa.
—Déjame aclarar esto —dijo—. Me robas lejos de mi prometida en Los
Acantilados, me encierras en tu calabozo, luego vuelves a contar nuestros
encuentros más íntimos con la esperanza de que lo recuerde. —Se pasó un dedo
por la frente y luego me señaló—. Tuviste éxito< —Se detuvo, inclinando la
cabeza—. Ahora, ¿has conseguido lo que quieres y ya no lo quieres?
Estaba colgando allí, colgando como fruta tentadora y venenosa ante mí,
decirle con quién exactamente había estado a punto de casarse en Los Acantilados.
En cambio, dije:
—Nunca te quise de vuelta.
—Mentirosa —dijo, frente a mí ahora.
Me negué a estirar el cuello hacia atrás para mirarlo.
Sus dedos alcanzaron debajo de mi barbilla, y mis dientes se presionaron
cuando la levantó.
—Una mujer como tú no llega a tales extremos por alguien a quien no le
importa.
—Me importaba. —Envolví mi mano alrededor de su muñeca, quitándola de

308 mi barbilla, y la aparté—. Las cosas cambian.


—No te creo.
Empujé mi silla hacia atrás.
—No me importa lo que creas. —Levantándome, dije—: Ahora, ¿dónde está
mi amiga?
—En mi calabozo. —Mis ojos se abrieron y se echó a reír—. Un poco de ojo
por ojo nunca hace daño a nadie.
—Déjala salir, inmediatamente.
Tarareó, frunciendo los labios.
—Ambos sabemos que no es así como funciona una buena oferta, seda.
El apodo me acarició y sofocó.
—Raiden —dije, mi voz gentil, seria—. Por favor.
Se movió para enfrentarme.
—Oh, cómo me encanta cuando cambias de tono para mí. —Volvió a tomar
su asiento, levantando su pierna para ponerla sobre la otra—. Pero hasta que
obtenga lo que quiero, la respuesta será siempre no.
El calor frío ardía por todas las venas cuando me di cuenta de a qué se refería.
—No te voy a follar a cambio de mi amiga.
Se rio, pero se puso serio rápidamente.
—No lo espero. Montarás mi polla por tu propia voluntad. —Tomó una uva
de la mesa y se la metió en la boca—. Ahora es mi turno de hacerte recordar.

Había dormido durante toda una hora antes de que me despertara la falta de
familiaridad con mi entorno y luego el sonido de los gritos.
Un fuerte crujido resonó en el aire, seguido de otro grito.
Me senté, preguntándome qué estaba pasando en la oscuridad, cuando sonó
un gemido confuso.
Con un horror que no me había dado cuenta que todavía era capaz de sentir,
descubrí que el ruido provenía de la habitación debajo de la mía.

309 Debajo de la de Raiden.


Los gritos y los gemidos de placer de Eline volaron por las ventanas para
navegar a través de las que me rodeaban. Su nombre es una súplica ronca que
empuja otra estaca contra mi pecho.
La tela que cubría las ventanas se balanceaba violentamente, la habitación
parecía demasiado grande y demasiado pequeña cuando me recosté en la cama.
Con los ojos secos y un corazón palpitante, miré al techo hasta que el ruido
disminuyó poco antes de que saliera el sol, deseando que fuera uno diferente.
Veintisiete
—¿D ormiste bien? —preguntó Raiden, tomando asiento en el
otro extremo de la mesa. Hoy llevaba al menos una camisa,
suelta y dorada con hilo rojo.
Mis manos apretaron mi taza de té. Hablé a través de una sonrisa practicada.
—Como un bebé.
Después de cubrir sus pantalones con una servilleta, me miró, buscando una
tostada.
—Parece que no lo hiciste.

310 —Eres demasiado amable. —Arrastré las palabras.


Se rio.
—Eres muy consciente de tu belleza, cansada o no.
—¿Látigos? —No pude evitarlo, pero finalmente lo solté—. Qué< bruto de tu
parte.
A distancia, mordió su tostada, mirándome mientras masticaba. No le daría
la satisfacción de permitir que mis sentimientos, sean los que sean, adornen mi
rostro.
Finalmente, habló.
—Ambos necesitaban ser castigados.
—¿Oh?
—No necesita explicación, en realidad —dijo—. Por qué tuve que castigarte.
Pero Eline me desobedeció. Se suponía que no debía entrar en mis habitaciones.
No se le permite entrar a menos que sea invitada, especialmente cuando estás de
visita.
—¿Y cuando vuelva a casa?
Sus dientes rechinaban en una sonrisa serpentina.
—Si regresas a casa, supongo que lo que pase entonces dependerá de ti.
—No me quedaré aquí.
Se inclinó hacia adelante para verter el café de la jarra.
—Puede que te guste estar aquí, después de un tiempo.
—Si lo de anoche fue algo a lo que atenerse, puedo asegurarte que nunca me
aclimataré.
Agitando un cubo de azúcar en su taza, bostezó.
—Estás celosa. —Dejó caer la cuchara con un estruendo al platillo, echándose
hacia atrás. Sus ojos se arremolinaron—. No tienes que preocuparte. No me la he
follado.
Una risa incrédula se liberó.
—¿Me tomas por tonta?
—Es la última cosa por la que te tomaría. —Sonrió con suficiencia—. Todo lo
que hice fue hacerla venir, una y otra vez. —Su hombro se inclinó—. Le gusta el
dolor.
Increíble.

311 —Y eso es mejor que follarla, ¿cómo?


—Mi polla nunca entró en su cuerpo. —Levantó su café hasta sus labios
elevados—. Se quedó en mi mano.
Mi estómago se hundió y se agitó al mismo tiempo, como imágenes de él
sosteniéndolo, e imágenes que preferiría nunca imaginar, se infiltraron.
—Para un hombre con el sol corriendo por sus venas, eres realmente una
criatura de sangre fría.
—Lo dice la reina más cruel que esta tierra haya visto jamás.
—Deja ya los halagos, puede que me hagas sonrojar.
Soltó una risa fuerte.
—Pagaría una buena moneda para ver eso.
Una reina no se ruboriza.
La mía sí, y me encanta.
Una sensación de opresión me destrozó el pecho y me cerró la garganta. Me
aclaré.
—Guarda tu moneda. —Miré alrededor del monótono comedor—. Este lugar
lo necesita.
Otra vez con esa sonrisa engreída que me daban ganas de cortar su rostro.
—Puedes redecorar como quieras.
—Esto no irá a ninguna parte —dije, frustrada—. Quiero que este matrimonio
termine. Hasta que admitas que quieres lo mismo, estamos atascados.
Bajando su taza, sacudió su cabeza, bajando sus gruesas cejas.
—Todavía estoy enamorado de ti, y no veo un futuro en el que eso cambie.
Mi corazón se hizo líquido.
—No puedo decir lo mismo. —Pero mi voz era dócil. Era cierto; no estaba
segura de lo que sentía por el astuto rey sentado frente a mí, pero sabía que ya no
era lo que era.
—El lord. —Dos palabras mordaces.
Escondí lo que me hicieron, pisoteé cualquier pensamiento del diablo de ojos
amarillos que me echó de su casa como un juguete robado que ya no podía
conservar.
Tarareando, murmuré despreocupadamente:

312 —Está en su casa.


—Oh, lo he escuchado. —Raiden torció los labios—. Con su esposa, muerta
por mucho tiempo.
La forma en que lo dijo< me atacaron las náuseas.
—Casilla es Nova.
—Lo sé. —Llevando sus hombros hacia atrás, preparó un tazón de avena
humeante, rociando frambuesas y pasas por encima—. Hay mucho que no sabes,
que es otra razón por la que estás aquí. Pensé que era mejor que te enteraras por mí
esta vez.
—Esta vez —dije con un resoplido, y luego se cristalizó—. Espera. —
Enderezando la espalda, miré a los pocos guardias de la habitación, y luego a
Raiden—. ¿Sabías, todo el tiempo, que era la esposa de Zadicus?
—No al principio. —Se metió un poco de avena en la boca y me hizo esperar
mientras tragaba—. Pensé que era otra mujer más que intentaba escabullirse de
Los Acantilados.
El aire se movió rápidamente fuera de mis pulmones, causando que mi
cabeza girara.
—¿Qué? —Retrocedí—. Así que tú<
Sus ojos lo dijeron todo, y me puse de pie tan rápido, que mi silla cayó detrás
de mí, golpeando el suelo.
Me agarró en el pasillo, con un brazo alrededor de mi cintura.
—No huyas de mí. No después de todo lo que he hecho para volver a ti.
Empujé su pecho, pero luego me detuve.
Temí que me iba a desmayar. La falta de sueño, la falta de honestidad, todas
las mentiras que deshaciéndose en una sucesión demasiado rápida para seguir el
ritmo.
—Lo recordaste —dije, sin aliento y con incredulidad—. Todo ese tiempo te
estaba contando historias estúpidas, y ya lo habías recordado.
—Tu bruja lo arruinó —dijo, cruel y suave al mismo tiempo—. No funcionó,
pero sabía que tenía que fingir que sí, así tendría la oportunidad de arreglar todos
los errores que había cometido y volver a casa.
—Ella no lo habría hecho —siseé.
—No tragué lo suficiente. Solo lo suficiente para vagar como un pollo sin
memoria durante unos días, tratando de averiguar quién era y dónde estaba, y

313 luego me encontró.


—Nova.
Asintió, apartándome el cabello del rostro y manteniéndolo quieto para que
sus ojos se clavaran en los míos.
—Me permitió quedarme con ella y llenó los huecos lo suficiente para que
eventualmente se rellenaran. Es una cambia formas, pero los cambia formas solo
pueden permanecer en una forma cambiada por un tiempo antes de que necesiten
convertirse en su verdadero yo.
—Se cree que los cambia formas no son más que una fábula. Son tan raros
que son más rumores que carne. —Pero incluso mientras hablaba, las imágenes de
su rostro, su cabello y la oscuridad sabría qué más, cambiando en el vestíbulo de la
casa de Zad se colaron.
Nunca me dijiste que eras una cambia formas.
No lo supe hasta que llegué al punto de quiebre, idiota ignorante.
—Nada en el continente abandonado de esta diosa es solo un rumor —dijo
Raiden con vehemencia—. Ya deberías saber eso en este momento. Seis o siete
meses después de mi llegada, accidentalmente vi su verdadera forma, pero en vez
de abandonarla, me quedé por ahí, curioso. Eventualmente, le dije que sabía quién
era, y trabajamos juntos.
—El matrimonio. —Mis ojos revolotearon entre los suyos—. Una trampa.
—Funcionó —dijo, dejando caer sus labios sobre mi frente—. Funcionó.
Cerré los ojos, mareada por las revelaciones, el arrepentimiento y la
vergüenza y la alarma. Me habían engañado de esta manera, y él tan fácilmente
había descubierto mi tapadera<
—Te odio.
—Te amo.
—¿También tuviste sexo con ella?
—No he estado con nadie más desde que te conocí. Solo tú. —Sus labios se
frotaron contra mi piel, el sonido de su inhalación profunda aplanó mi resolución
mientras gemía, tranquilo y áspero—. Nova solo quería recuperar su antigua vida,
y yo quería mi nueva vida.
Una garganta se aclaró, pero Raiden inclinó mi cabeza hacia atrás, sus labios
rozando los míos antes de volverse hacia Eline.
—¿Sí?

314 Me miró fijamente mientras decía:


—La prisionera pregunta por ti.
Empujé a Raiden, marchando hacia Eline.
—¿Dónde está?
Tarareó, sus ojos sonrientes.
—Preparándose para la fiesta en su pequeña y bonita jaula.
Raiden maldijo.
—Eline, vete.
El dolor bailó a través de sus ojos, pero lo ignoré y le atrapé la muñeca
cuando se iba.
—¿Fiesta?
Se soltó, una lágrima solitaria dejando su ojo verde esmeralda.
—¿No te has enterado? —Sonrió a Raiden por encima de mi hombro—. ¿Así
que tu preciosa reina no sabe de tu afición por las fiestas?
Se alejó antes de que él pudiera alcanzarla, y Raiden se pasó las manos sobre
su cabello recién cortado.
No estaba segura de poder soportar más sorpresas. Ni siquiera estaba segura
de cómo reuní la energía para preguntar:
—¿Te importaría decirme de qué estaba hablando?
Sus dientes le rozaron su labio.
—El harén, así como algunas personas de la realeza de mi corte< celebran
cada luna llena con una fiesta. Para ayudar a alimentar a la tierra.
Eso no era más que una tradición loca de hadas, pero me abstuve de
informarle de ello. Las posibilidades de que él ya lo supiera eran altas, y
probablemente no le importaba. El sexo era el sexo, y mucha gente, tanto suya
como mía, tenían sus fetiches.
Pero Truin estaría allí. Era todo lo que necesitaba saber, todo el incentivo que
necesitaba.
—Que me traigan un vestido apropiado —dije, y luego volví a sus
habitaciones.
Después de todo lo que me había echado encima, necesitaba más de un
minuto para digerirlo.

315
Zad lo sabía. Ya debía saber que su esposa estaba confabulada con Raiden.
Sin embargo, me había enviado lejos sin decirme la debilitante verdad. Mi
pecho se apretó, cada aliento expulsado más frío que el anterior cuanto más tiempo
pensaba en el lord y el rey.
—Y me llaman el monstruo —dije en voz baja, pasado un peine de dientes
anchos por mi cabello enredado.
Raiden había enviado sirvientas para ayudar a prepararme para esta noche,
pero yo las había echado. Podría haber estado embarazosamente ciega cuando se
trataba de asuntos del corazón, pero sabía que no debía confiar en nadie en esta
tierra extranjera y hostil. Uno de ellos podría tener el impulso y el temple de
clavarme una daga oculta en la espalda, directamente en el corazón. Decapitación a
través de un collar afilado y hechizado, tal vez. El mango tallado de un pincel a
través del ojo.
No, gracias.
Por muy miserable que haya sido, me gustaba estar viva. Sin mencionar que
odiaría darle a alguien la satisfacción de verme vencida o muerta.
Ya me habían humillado bastante. Si tuviera que entrar en la oscuridad, sería
a mi elección, y lo vería venir, o no lo vería en absoluto.
Las risas femeninas comenzaron a inundar el hueco de la escalera fuera de las
habitaciones de Raiden. No estaba segura de dónde había estado el rey, pero no se
trataba de su propia habitación. Había estado aquí todo el día. Sola y
enfureciéndome con cada traición y secreto guardado.
—Majestad —dijo una vocecita desde la puerta.
Trenzando la parte delantera de mi cabello, giré los ojos en esa dirección
brevemente. Había una niña pequeña, no mayor de diez o doce años, con un
vestido de túnica color crema.
—¿Sí? —dije. Mis dedos estaban ocupados, pero aun así mantuve un ojo en la
chica de cabello dorado del espejo.
Ella podría haber sido solo una niña, pero yo fui una vez una niña capaz de
una gran destrucción.
El embalaje no significaba nada.

316 Su voz tembló un poco, pero dio un paso adelante.


—Su alteza real solicita su presencia en el salón de baile.
Terminé de trenzar mi cabello, inspeccionando la forma en que se cruzaba de
oreja a oreja, el resto de mi cabello un río fluido de ondas negras. Girando el
taburete, le di a la chica mi atención.
—¿Y quién eres tú?
—Me llamo Denae.
—¿Tu afiliación al rey? —Me puse de pie, mi vestido azul profundo de seda
brillante fluyendo desde la parte superior de mis pechos hasta las puntas de los
dedos de los pies.
Mis pies estaban desnudos, pero nadie en este miserable lugar parecía llevar
zapatos en el interior, y mis botas arruinarían el vestido. No era lo que yo hubiera
elegido, si hubiera tenido la oportunidad, pero tampoco era lo peor que había
usado.
Denae se mordió el labio, sus grandes ojos azules se ensancharon mientras
viajaban sobre mi vestido y me miraban al rostro.
—Mi madre trabaja para él.
Era un macho conspirador, despreciable y escurridizo, pero no pude evitar
que mi próximo latido fallara.
—¿Entonces es tu padre?
Se rio.
—Ojalá. —Arrastrando un dedo sucio por el suelo de arenisca, dijo—: Mi
padre trabaja en los establos.
Apacigüe el alivio que amenazaba con hacer temblar mis rodillas. Podía
engendrar tantos herederos ilegítimos como quisiera. Necesitaría superar eso, justo
como lo estaba superando a él.
—Muy bien entonces, Denae. —Mi vestido se arrastró detrás de mí en el
suelo cuando me encontré con ella en la puerta—. ¿Te importaría mostrarme a
dónde ir? —Podía encontrarlo bien por mi cuenta, pero me encontré disfrutando
de la forma en que sus ojos brillaban cuando me miraba.
Un poco de asombro en un reino plagado de gente que intentaba matarte con
la mirada era un buen cambio.
—Sí, mi reina. —Se apartó del camino, haciendo una reverencia hacia las
escaleras de afuera.
Yo guie el camino y ella se puso detrás de mí, corriendo delante una vez que
317 llegamos al fondo.
—Ese vestido es muy bonito.
—No es horrible, le concederé eso a tu rey. —Se rio de nuevo, tropezándose
con el dedo del pie cuando le dije—: Te lo llevaré cuando termine con él, si quieres.
Haciendo una mueca, bajo la mirada hacia la raspadura en su dedo gordo, y
luego hacia arriba a mí.
—¿En serio?
Mis labios se levantaron.
—En serio.
Sus pestañas revolotearon, su boca llena de pecas se abrió y se cerró.
—Pero no me va a quedar bien.
—No pasará mucho tiempo antes de que te quede.
Los hoyuelos le hundieron las mejillas al sonreír, mostrando un diente frontal
torcido.
—¿Denae? —llamó una hembra de cabello castaño, que venía desde la
esquina—. ¿Dónde has estado? Es hora de que te unas a los otros niños en el
barracón de la piscina. —Cuando me vio, se acercó corriendo y se detuvo
bruscamente. Con una reverencia con la que no debería haberse molestado,
murmuró—: Majestad.
Giré la mano y luego me agaché ante Denae.
—Lo dejaré en lo alto de la escalera.
La morena me frunció el ceño cuando me levanté y las dejé a ambas,
siguiendo el sonido de la risa y el inquietante sonido de los violines hasta el salón
de baile.
No estaba segura de lo que había estado esperando. Champán, cerveza,
alegría, parejas bailando. Había todo eso, pero también había mucho más.
Alimentando la tierra de hecho, y hasta el extremo que sugerían esas viejas
historias.
Hombres y mujeres, desnudos y hombres y mujeres yaciendo, bailando,
comiendo y follando.
Algunos en grupos de tres, otros en grupos de cualquier número.
El olor almizclado del sexo era penetrante, y retrocedí, segura de que me
había equivocado de habitación. Raiden no podía querer encontrarse conmigo aquí

318 en lo que parecía ser el grueso de esta< celebración.


Un fuerte par de manos se posaron sobre mis hombros, mi cabello se apartó
para que los labios de Raiden se encontraran con la piel de mi mejilla.
—¿No es la fiesta que estabas esperando?
Luché por quitar la mirada de un grupo de hombres que se turnaban con una
mujer, y cuando lo hice, cayó sobre tres mujeres que se reían y se deleitaban unas a
otras.
—Está bien —dije casi sin voz.
—Si te vas ahora, pensarán que no apruebas nuestras costumbres.
Por supuesto, lo harían.
Sus dientes se clavaron en el lóbulo de mi oreja, su aliento era demasiado
caliente.
—Ven. Siéntate conmigo. No tenemos que participar.
Sin muchas opciones, puse mi mano en la suya, y le permití que me
acompañara al otro lado de la habitación a un sillón vacío. Un sillón que
probablemente había visto una variedad de traseros desnudos y su parte de fluidos
corporales. Intenté no encogerme cuando el vestido que le prometí a Denae
separaba mi trasero de eso.
Raiden se echó hacia atrás, arrastrándome con él.
—Intenta al menos parecer relajada —dijo a través de una grieta en sus labios,
sus ojos empapándose en todas las vistas que tenía delante.
—Claro —dije como si fuera lo más fácil de hacer en una habitación llena de
gente follando como bestias insaciables.
Mi aliento tembló cuando recordé la experiencia que había tenido con los
míos. Tal vez no podía juzgar mucho después de todo. Eso no significaba que
quisiera participar.
Raiden le sonrió a un mesero que pasaba, tomando una cerveza de una
bandeja dorada.
—¿Lo desapruebas?
Sacudí la cabeza cuando el camarero me ofreció la bandeja, y pasó a otra
pareja que estaba mirando. Mirando con sus manos en la ropa interior del otro.
Tragando, aparté la mirada.
—Yo no diría eso. —Me acomodé más profundamente en el asiento, en la
curva de su brazo y costado musculoso—. Simplemente prefiero la privacidad

319 cuando tengo mis agujeros llenos.


Raiden tosió en su cerveza, golpeándose el pecho. Bajándola, se volvió hacia
mí, sus ojos bailando.
—¿Qué?
—Tú. —Me agarró el rostro llevándolo hasta el suyo—. Me gustaría llenarlos.
—Es demasiado tarde para eso —dije, mi voz todo aliento, mis labios
revoloteando demasiado cerca de los suyos.
—No lo es, y lo sabes. —Su boca se encontró con la mía, el más mínimo
indicio de un toque—. Estoy tan duro por ti.
—Estás en una habitación llena de sexo —murmuré—. Necesitarías estar
muerto para no estar duro.
Su risa me hizo cosquillas en los labios.
—Pero te deseo a ti.
Recordando a mi amiga, y todo lo que el idiota de ojos verdes había hecho,
las mentiras y el engaño, me di la vuelta y registré la habitación.
—Pensé que Truin estaría aquí. —Aunque no me gustaría pensar en cómo
reaccionaría. Solo era diez veranos mayor que yo, pero estaba segura de que aún
era virgen.
—Más tarde —dijo Raiden, sus dedos deslizándose por mi brazo desnudo—.
Pensé que era mejor esperar hasta que< se calmara.
Una mujer gritó mientras dos hombres la empalaron, su cabeza echada hacia
atrás mientras uno le lamía la línea de la garganta. Uno estaba debajo de ella en
una alfombra roja, el otro detrás, y era imposible mantener mi expresión neutra
cuando vislumbré el tamaño de ellos.
Nos sentamos en silencio, la tensión entre nosotros ardía más caliente que el
sol que quemaba este reino con cada minuto que pasaba.
—Camina conmigo —dijo finalmente Raiden, poniéndose de pie y tomando
mi mano.
No estaba segura de que nos hubiéramos quedado lo suficiente para irnos,
pero no me importaba. Agradecida por escapar de los gemidos, gruñidos y olores,
seguí a Raiden fuera de la habitación y hacia un balcón.
La gente también estaba aquí afuera. Todos varones, a juzgar por la rápida
mirada que les di mientras jugueteaban en las sombras.
—¿Alguna vez has estado con un hombre?
320 —Una vez —dijo Raiden, tirando de mí hacia la vuelta de la esquina en otro
balcón, y dimos vueltas y vueltas hasta que finalmente llegamos a un conjunto de
escaleras.
Las subimos, y no debí hacerlo, pero seguí tratando de imaginarlo.
—¿Cuándo?
—Tenía diecisiete veranos, estaba borracho, y simplemente sucedió. No
estuvo mal, pero creo que prefiero a las mujeres.
—¿En una de estas fiestas?
—Sí.
—¿Tus padres participaron alguna vez? —No me lo podía imaginar.
Se rio.
—No.
No entendía cómo era la costumbre entonces. Seguramente, si así fuera,
habría sido algo de lo que había oído hablar mucho antes.
—¿Cómo se convirtió esto en una especie de tradición?
Rascándose la nuca, Raiden suspiró cuando llegamos a un balcón. El balcón
de sus habitaciones, me di cuenta más tarde.
—Yo. Eline y yo éramos< adolescentes rebeldes, y supongo que se mantuvo.
Ante su mención de ella, lo recordé.
—Ella no estaba allí.
—Ya no participa. —Su voz era firme. Más firme de lo que me hubiera
gustado.
Con un tirón, me encontré pegada a su pecho desnudo, con mis manos
extendidas sobre él.
—Mi reina.
Esas palabras saliendo de su boca sonaban mal.
Pero sus manos subiendo por mi espalda, deshaciendo los lazos de mi
vestido, se sentían delirantemente bien.
Después de un lento momento de miradas, su cabeza bajó, y nuestras bocas
chocaron.
Con un gemido que creí que no volvería a oír, me hizo entrar de espaldas, mi
vestido cayó en un charco cerca de la puerta, y caímos sobre su cama.

321 Se subió encima de mí, con sus labios codiciosos sobre mi cuello. Un
momento después, se detuvo, un bajo gruñido saliendo de él mientras su cabeza se
levantaba. Los ojos brillaban con asco, y dijo:
—Te ha marcado.
Deberían haber sido apenas visibles, las marcas de agujeros de Zad de
cuando se alimentó de mí, si es que se hubieran quedado. Aun así, sabía que podía
olerlo, y lo había olvidado. No había planeado dejar que se acercara tanto. En
absoluto.
—Puedes perder el tiempo quejándote, o puedes hacer lo que me trajiste aquí
para hacer —dije, con la voz entrecortada.
Su mandíbula se tensó. Me miró fijamente, con las cejas fruncidas y los ojos
duros.
—¿Cuántas veces?
—Suficiente para convertirte en un recuerdo lejano.
Sus cejas se alzaron, su sonrisa amenazadora mientras me metía la mano
entre los muslos. Pronto cayó, sus labios se aflojaron mientras pasaba sus dedos
por mí.
—Estás extremadamente excitada.
—Solo porque no quiera que me pasen como una buena pipa no significa que
no me afecte. —Me lamí los dientes, moviéndome contra el dedo que me metió—.
Tu plan funcionó.
Dejó de moverse.
—No era un plan.
—No me importan tus mentiras ahora mismo. —Moví mis caderas—.
Hagámoslo ya.
Quitó el dedo, sus ojos hundiéndose en los míos.
—Lo estoy intentando, de verdad, pero estos< —Tocó la piel donde los
caninos de Zad habían perforado—. ¿Por qué?
—Él necesitaba< —Me detuve—. No. No tengo porque explicarte nada.
Las fosas nasales de Raiden se dilataron.
—¿Se alimentó de ti entonces? ¿Después de la batalla?
No contesté, no pude. La confusión se había dispersado, y después, cada
parte magullada de mí se despertó, gritando.
Sus ojos se suavizaron un poco.
322 —¿Estás bien?
Tragué pesadamente.
—Perfecta. —Pero mis pulmones se vaciaron cuando recordé cómo se sentía
estar encerrada en sus brazos.
Querida, protegida, necesitada y amada.
Me quite a Raiden de encima, respirando una y otra vez. Mis manos se
clavaron en mi cabello, deshaciendo la trenza.
La continua y creciente presencia de Zad en la ciudad. En el castillo. Todos
estos años, todo este tiempo, había ignorado esa fuerza magnética primitiva. Lo
había aceptado con distancia prudente, pensando que era otro rey astuto en busca
de más.
Había estado muy equivocada. No había estado buscando.
Había estado esperando.
—¿Audra? ¿Qué pasa? —La mano de Raiden tocó la parte baja de mi espalda,
y me levanté del colchón, yendo a tropezones al cuarto de baño.
Eternamente mi reina.
Suya.
Para él, yo había sido suya, y la oscuridad solo sabía cuánto tiempo había
estado esperando que yo lo hiciera mío.
Mirando el pálido rostro en el espejo, conté cada respiración, deseando que
mi corazón latiera adecuadamente. Que fuera más despacio. No podía, no mientras
aceptara lo que no debía. Como si me hubieran metido un atizador humeante en el
pecho, todo se quemaba e hinchaba y amenazaba con incinerarse.
Pintado más pálido por el miedo y la pena, el rostro que me miraba era uno
que no reconocía.
Sabía lo que tenía que hacer. Lo sabía, y aun así, se sentía imposible, injusto,
que lo que necesitaba no fuera fácil de conseguir o mantener.
Y el hecho de haber permitido que Raiden me tocara me llenó de una
vergüenza tan ardiente, que quise gritar. Las mentiras construidas sobre más
mentiras, el túnel negro de la confusión en el que continuamente me arrastraba con
la mirada justa, una caricia de sus dedos< nunca me había odiado más a mí
misma o al hombre.
Caminando de vuelta a la habitación, resuelta a terminar ya con esta farsa,

323 encontré a Raiden tendido en la cama, las manos metidas detrás de su cabeza, las
cejas levantadas mientras me miraba de cerca.
—¿Qué fue eso?
—Yo —dije—. Recordando.
—¿Recordando qué? —preguntó, impaciente.
—Que no debería estar aquí. —Saqué el vestido por la puerta y me puse el
mío, que había sido lavado y doblado cuidadosamente en el escritorio de mimbre.
—Audra, detente.
Un grito espeluznante, seguido de otro y otro, me arañó los oídos, el alma, y
agarré las botas, corriendo por las escaleras y por los pasillos sinuosos.
Cada giro me robaba el aliento, mis pies no podían moverse tan rápido como
yo quería, como necesitaba que lo hicieran.
Otro grito, más débil esta vez, proveniente del salón de baile. Me di la vuelta,
patinando y empujando a la gente que pasaba por delante de mí en la sala.
—¿Truin? —dije jadeando, mis ojos frenéticos mientras buscaban.
Algunas parejas de apareamiento se detuvieron, confundidas, y otras ni se
molestaron.
Ella gritó de nuevo, el sonido se interrumpió cuando me volví y retrocedí,
mis manos temblaban tanto que se me cayeron las botas.
Raiden ya estaba allí con seis de sus guardias cuando finalmente la encontré
en uno de los balcones fuera del salón de baile. Atada y amordazada, Truin estaba
acostada sobre la arenisca, y mi corazón se convirtió en cenizas por lo que la
rodeaba.
Cinco machos y sangre. Tanta sangre que ni siquiera estaba consciente.
Bloqueé la pesadilla que intentaba entrar por la fuerza. Una de una escena
similar con una hembra diferente. Tenía que hacerlo, o no la ayudaría, como no lo
había hecho en ese entonces.
Pareciendo en estado de conmoción, Raiden se quedó allí, con los ojos vacíos
y los puños abriéndose y cerrándose a sus costados.
—Agárrenlos —les dije a los guardias, que entraron en acción y agarraron a
cuatro de los cinco machos.
Uno saltó por encima de la cornisa, aterrizando en un enrejado, y luego saltó
al suelo.
Le succioné el aire de los pulmones y cayó.

324 Luego me agaché al lado de Truin mientras Raiden gritaba por un curandero.
Al apartar un poco de su húmedo cabello de su rostro, encontré un ojo hinchado.
—Truin. —Le di una palmadita en la mejilla y gruñí cuando Raiden se acercó,
intentando darle la vuelta.
Levantó sus manos, su expresión llena de aprensión.
—No le haré daño, lo juro.
No tuve más remedio que creerle, mi corazón latía en mi garganta mientras la
levantaba.
Como un árbol que se pliega en el viento, Truin se desplomó en sus brazos.
La movió, entrando en la habitación que se vaciaba rápidamente para ponerla en el
mismo sillón en el que nos habíamos sentado horas antes.
Sus ojos se agitaron y dos hechiceros entraron en la habitación, con sus
rostros sombríos mientras la estudiaban.
Con un jadeo, Truin trató de sentarse, y el curandero le quitó las manos de los
muslos, esperando que se orientara.
—Está bien —le dije. No lo estaba. Dudaba mucho que estuviera bien para
ella desde esta noche de pesadilla en adelante. Mis manos agarraron sus hombros,
acariciando su espalda, su cabeza cayendo en mi regazo—. Están tratando de
ayudar.
Un ojo parpadeó hacia mí y una bomba de toda la furia imaginable detonó
cuando una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla en sus vívidos rizos.
—Audra. —Mi nombre era un jadeo, asfixiado, apenas un aliento.
Le aparté el cabello del rostro, asintiendo al curandero que esperaba entre las
piernas de Truin. Truin gritó, pero me negué a dejar que su cabeza se moviera.
—¿Recuerdas cuando tenía doce años, y me encontraste en los jardines,
tratando de capturar abejas?
El ojo de Truin rebosaba de dolor y horror, sus labios murmuraban
rápidamente:
—Detente, por favor, detente.
Mi tono se reafirmó.
—¿Te acuerdas?
Ella tragó, una respiración temblorosa huyendo de sus labios agrietados, y
asintió.
—Me preguntaste por qué estaba tratando de capturarlas. —Esperé, y sus
325 piernas se movieron, queriendo cerrarse—. ¿Por qué, Truin?
—Tú —graznó, tosiendo—. Dijiste que querías hornearlas en un pastel.
Asentí.
—Y dárselo a Regineld. —Regineld había sido el guardia favorito de mi
padre, su mano derecha en muchas formas repugnantes.
Era un bruto, un imbécil y malvado hasta la médula.
—Te llevó un minuto —dije con una risa húmeda—. Me viste lanzar muros
de aire por el jardín, las abejas aturdidas cayendo. —El recuerdo del deshielo de
los pétalos de rosa, el aroma del jazmín y la hierba nueva, nos llevó a ambas a una
época diferente, a un lugar mejor—. Luego las recogí, una por una con mis manos
enguantadas, y las dejé caer en una caja.
Los murmullos de los curanderos no eran lo suficientemente silenciosos para
mi gusto, pero me negué a quitarle los ojos o la atención a Truin.
—Estaba c-confundida.
Parpadeando rápido, apenas podía oírme hablar, el rugido dentro de mis
oídos se hizo demasiado fuerte.
—Lo estabas, y eso me divertía.
—Querías que se lo comiera —dijo después de un momento de mirarme
fijamente, a la nada—. El pastel.
—Quería que probara cómo es sentir que tu cuerpo muere mil veces por
dentro y que sigue estando perfectamente bien por fuera. —Me lamí los labios
secos—. Y tú dijiste<
—La venganza te costará el alma.
Volví a asentir.
—Y dije<
—Que no te importaba, porque tu alma ya era negra.
—Sí —susurré, y su mano, ensangrentada y temblorosa, se alzó a la mía en su
mejilla. Sus dedos se envolvieron alrededor de los míos, su agarre casi doloroso
mientras sus labios temblaban.
Inclinándome, permití que mis palabras y labios susurrados acariciaran su
frente.
—Los destruiré con mis propias malditas manos, lo juro.

326 No era como si Truin me animara, pero debajo de mí, rota y aterrorizada,
asintió y cerró el ojo.

Las brujas se quedaron con Truin, murmurando conjuros que yo no entendí,


y la arrullaron en un sueño profundo.
Cuando estuve segura de que no se movería, puse suavemente su cabeza en
el sillón y crucé la habitación vacía hasta Raiden.
Se había inclinado contra la pared del fondo, con la expresión vacía.
—A menos que quieras una guerra, yo tendría el transporte provisto. Tu
conductor de mayor confianza. Solo uno. Ahora.
—Audra, tienes que saber que yo nunca<
—Ahora.
—Di mi palabra de que no le harían daño, y lo dije en serio. La dejé bajo la
supervisión de mis mejores guardias. No era tratada como una prisionera.
—La mantenían en tu calabozo, ¿no es así?
Sus dientes se apretaron y suspiró mirando hacia el suelo.
—Sí.
—Entonces, ¿cómo ibas a saber lo que le estaba pasando, o que no era tratada
como una prisionera? Estabas demasiado ocupado preocupándote por tu ego y tu
polla para hacer lo que te pedí incontables veces y llevarme a ella.
Cuando su cabeza se levantó, casi me estremezco ante lo que vi en sus ojos.
—Te he fallado. Te he fallado más de lo que puedo soportar, y lo siento.
Sin saber qué decir, con la certeza de que quería sacar a Truin del lugar que
seguramente había marcado su alma pura, volví a mirar su forma dormida y
magullada.
—Deseo irme. Debo irme. No empeores las cosas más de lo que ya están.
Sus dedos rozaron mi mano, y me estremecí entonces, viendo como salía del
salón de baile.
Volví a Truin, de pie a su lado, y todos los sentidos se intensificaron al ver a
los curanderos empacar sus equipos y hacer una reverencia.

327 —Qué< —dije, deteniéndome para aclarar mi garganta—. ¿Qué tan malo es?
La joven de fuerte cabello naranja miró a la mujer que estaba a su lado, quien,
después de pasar sus sombríos ojos sobre mí, asintió.
—Necesitó ser cosida varias veces —dijo—. Primero la dormimos para que no
lo sintiera. Permanecerá dormida durante la mayor parte del viaje de vuelta a casa.
Sabía, o adivinó, que nos iríamos. Estaba agradecida por lo que habían hecho
por ella.
La bruja mayor con canas que se filtraban en su cabello naranja quemado, se
adelantó, con la voz baja.
—Se curará muy bien. —Su mirada se dirigió a Truin, volviendo a la mía con
ojos grises—. En el exterior.
La mía se cerró brevemente, un aliento sacudió mis pulmones, pero asentí.
—Gracias —dije.
Se detuvieron de camino a la puerta, volviendo para hacer una reverencia,
profunda y con la cabeza hundida.
—Nos sentimos honradas de ser de ayuda.
Raiden regresó un minuto después.
—Un carruaje está listo y esperando en el patio.
No me importaba que estuviera oscuro y por lo tanto fuera más peligroso.
Nos iba a llevar a casa lo antes posible.
Con una suave facilidad, maniobró a Truin en sus brazos, y yo lo seguí,
moviendo mis ojos a todas partes, buscando amenazas.
Me subí primero para que él pudiera acostarla sobre el asiento de cuero suave
con su cabeza sobre mi muslo.
—Déjame ir contigo.
Casi me reí.
—Ni hablar, rey.
—Audra —dijo—. No es seguro estar viajando a través de la frontera, a través
del continente, con solo un conductor.
—Nos las arreglaremos.
—Al menos déjame tener algunos de mis mejores guerreros<
Levanté una mano ante eso.
—¿Y si se despierta? ¿Y si solo con verlos basta para que grite y alerte a todos
328 los peligros en la oscuridad de nuestra presencia? No —dije—. Tus guerreros ya
han hecho suficiente.
—No todos son salvajes —dijo.
—No me importa lo que sean. Solo me importa que la trajiste aquí cuando no
era necesario, y ahora, ella siempre pagará el precio de tu comportamiento infantil.
—Y el mío propio.
Porque si hubiera sido más contundente y menos inclinada a seguirle la
corriente a los escombros que una vez fueron mi corazón< apreté los dientes y me
eche hacia atrás en el asiento.
Los ojos de Raiden se oscurecieron, su garganta balanceándose mientras se
apartaba de la puerta.
—Tienes razón.
Miré hacia adelante, diciéndole al conductor que se fuera.
—Hazme saber si hay algo que pueda hacer.
—Sí. —Tiré la persiana sobre la ventana—. Déjame en paz.
Veintiocho
Zadicus

L
a reina tropezó por el patio con una botella de vino en la mano.
Parado en las sombras contra la pared áspera, vi cómo se
enderezaba, miraba la botella de vidrio, y luego tomaba otro sorbo.
Habían pasado dos semanas desde el fallecimiento del rey. Diez días
desde que exilió a su propio esposo.
Raiden había sido enviado a Los Acantilados, donde viviría sus días sin saber que era
un rey, un esposo, y un desperdicio de carne que nunca mereció ni siquiera mirar a Audra,
329 y mucho menos encontrar un camino dentro de la fortaleza que ella había erigido alrededor
de su corazón.
Lo había retrasado todo lo posible, y Mintale, siempre el leal Mintale, había hecho
todo lo posible para posponerlo por la princesa con el corazón roto.
Pero la princesa no podía seguir siendo una princesa. Esta noche era su coronación.
Con solo veinte veranos, y ahora, Audra era la reina de todo el continente.
Durante toda la silenciosa y tensa prueba, ni una sola vez sonrió o pareció apreciar lo
que se le había concedido.
No hay muchos que puedan culparla. Su mundo entero se había reducido a una ola de
escombros que seguía rodando.
No me dejó entrar. Yo lo sabía, y aun así, le di todo lo que me había permitido: mi
presencia.
—Estúpida y espantosa cosa —murmuró, arrancándose la corona de la cabeza.
Me mordí los labios, luego hice un gesto de dolor cuando ella arrojó la preciosa
reliquia a los rosales y subió por el húmedo camino sembrado de hojas.
Su vestido, de seda blanca cremosa con faldas que harían que la mayoría se
desplomara, se comió la mitad del asiento del banco, las rosas de cuentas de plata y las joyas
del corpiño que brillaban bajo la luna.
Se sentó sola, como lo hacía a menudo, con la botella colgando de su mano. Se
desplomó en la hierba, el vino se derramó bajo sus pies descalzos, pero no pareció darse
cuenta. O tal vez no le importaba.
Arrancando una rosa del pequeño racimo que tenía detrás, la tomó entre sus manos
heladas y la miró como si fuera a responder a todas sus preguntas cargadas de miseria.
Pisando a propósito un palo, hice notar mi presencia mientras caminaba por el
sendero.
Ella no miró hacia arriba; no se movió en absoluto. Entre las ramas espinosas,
recuperé la corona, mirando la plata pesada mientras me acercaba a su dueña.
—No necesito compañía —dijo ella, fría y aguda.
La ignoré y me senté en el otro extremo del banco, con cuidado de no aplastar su
vestido.
—Algo bueno entonces —dije—. Porque no me interesa serlo.
En ese momento, sus ojos azules, delineados en kohl manchado, se movieron hacia mí.
La dejé evaluar, permaneciendo perfectamente quieto mientras deambulaban por mi
cuerpo. Se detuvo en la corona que tenía en mis manos y miró la rosa que tenía en las

330 suyas.
—Se han ido todos.
No necesitaba preguntar quiénes eran. No había un alma en este continente que lo
necesitara.
—Sí —dije, simplemente, pero no fue cruel—. Se han ido.
Durante largos minutos, nos sentamos en silencio, la celebración de una nueva reina
continúa sin la propia reina.
Su pulgar rozó el pétalo más grande de la rosa, y pareció enroscarse en respuesta.
—Si hay belleza en algo roto, aun no la he encontrado —dijo, sorprendiéndome.
—La estoy mirando —respondí, dirigiendo mis ojos a su rostro.
Sus labios rojos se separaron, sus largas pestañas se elevaron mientras me estudiaba.
Luego frunció el ceño.
—¿Quieres acostarte conmigo? ¿Es por eso que estás aquí?
Me negué a reírme. Si tan solo fuera tan simple como acostarse con ella.
—Estás demasiado borracha, así que creo que pasaré.
Su ceño se profundizó, y se puso de pie, inestable en sus pies.
—Estoy casi segura de que eso nunca te ha detenido antes.
—Entonces no me conoces muy bien, mi reina.
Su expresión se suavizó mientras me consideraba, pero luego se balanceó.
La corona se enrolló alrededor de mi muñeca mientras la agarraba del brazo,
manteniéndola erguida.
—Vamos a llevarte a la cama.
—Siempre acompañándome a la cama, pero nunca acostándome —refunfuñó, pero me
permitió llevarla de vuelta por el camino de las puertas del salón. Haciendo una pausa, se
volvió—. Mi vino.
—No lo necesitas —le dije, dándole la espalda a las puertas—. Además,
accidentalmente se lo diste a la hierba.
Suspiró, inclinándose hacia mí.
—Hierba suertuda.
Sonreí, asintiendo con la cabeza a Ainx que había estado de pie en los jardines, fuera
de la vista, y me dirigí en sentido contrario una vez que entramos en la sala.
Llegamos al final de las escaleras cuando su peso se hizo más evidente, y tropezó.

331 Inclinándome, la levanté, y su mano, la que no sostenía la rosa, aleteó hasta mi


mejilla.
—¿Extrañas a tu esposa?
La echaba de menos, definitivamente, pero no de la manera que ella probablemente
asumió que lo hice. Asintiendo, abrí una de las puertas de su habitación y la cerré de una
patada detrás de mí.
Poniéndola de pie, le desabroché el vestido y la ayudé a quitárselo. Vestida solo con su
ropa interior, se arrastró hasta la cama mientras le ponía la corona en su tocador.
—¿Es ella la razón por la que no quieres follarme? —preguntó, bostezando.
Al cruzar la habitación, saqué un libro de sus estantes y me senté en el sillón cerca del
fuego.
—No —dije, esperando que lo dejara así. Podía sentir que me debilitaba, que mis
pantalones se tensaban. Abrí el libro y empecé a leer con la esperanza de evitar hablar más
de sexo.
—La historia de dos diosas —dije, con mis cejas alzándose—. Había una vez dos
reinas…
Recitar la mentira que se había dicho en toda la tierra era sorprendentemente más
fácil cuando se escribía bien. Cuando llegué a la parte en que las dos reinas se enamoraron
de hombres mortales, uno de ellos un granjero y el otro un caballero del ejército de la reina
mortal, Audra estaba dormida.
Cerré el libro, mirando su cubierta finamente elaborada por un momento,
preguntándome sobre la historia; las semillas de la verdad plantadas dentro de un cuento
ficticio con el que muchos se habían dormido cada noche.
Mirando a Audra, algo se derritió y se congeló dentro de mi pecho. Estaba tumbada
de espaldas, con la ropa de cama sobre su estómago, y sus manos sobre ella, todavía
agarrando la rosa.
Durante minutos que se convirtieron en horas, miré fijamente, y no sentí ni una
pizca de vergüenza por hacerlo.
No sabía que había estado durmiendo hasta que mis pantalones fueron bajados a mis
tobillos, y abrí los ojos para ver las fisuras del amanecer filtrándose por las ventanas.
Antes de que pudiera preguntarle qué creía que estaba haciendo, Audra, con su
hermoso cabello hecho un desastre y sus labios aun manchados de carmesí, tenía su boca
alrededor de mi polla.
—Si voy a ser una reina solitaria —susurró, con una voz llena de sueño y
332 necesidad—. Entonces necesitaré un nuevo amante. —Su lengua lamió mi eje, y yo gemí—.
Uno que sea leal, discreto, que hablé con honestidad y haga lo que yo digo. —Su cabeza se
inclinó, y yo golpeé con los puños los apoyabrazos de la silla, mis ojos se cerraron cuando
me llevó tan lejos en su boca, que golpeé en la parte posterior de su garganta.
»Entonces, mi querido lord, ¿qué dices?
Apenas podía respirar, no solo por la magia que era su boca de seda, sino porque me
había dado lo que tan desesperadamente había tratado de evitar y buscar.
A ella.
Tragando con fuerza, fingí indiferencia, levantando una ceja y metiendo el brazo
detrás de la cabeza.
—¿Y qué hay para mí? —Porque tenía que haber algo, seguramente. Incluso antes de
que su corazón fuera aplastado, Audra no creía en las buenas y puras intenciones.
Los juegos y el engaño no eran solo todo lo que ella conocía, sino que se habían
convertido en un consuelo.
—¿Qué es lo que buscas? —preguntó, ronroneando. Su mano me agarró y me apretó,
forzándome a gemir de nuevo—. ¿No te basta con el privilegio de entrar en mi cuerpo?
Tirando de ella hacia arriba y encima de mí, agarré la parte posterior de su cabeza,
nuestras bocas cerca, tan cerca que pensé que podría perecer por la anticipación.
—Eso no es más que un maravilloso bono, mi reina, pero me gustaría un arreglo… —
Mis ojos se agitaron cuando nuestros labios se rozaron, su aliento dulce y cálido—. Más
permanente.
—¿Oh? —Exhaló.
—Soy un lord, después de todo. —Le recordé innecesariamente.
Su labio se elevó, sus ojos más brillantes de lo que había visto en semanas, mientras
tomaba mi labio inferior y lo arrastraba con sus palabras susurradas.
—Lo eres.

—¿Cuánto tiempo debes ignorarme?


Levanté la vista de los documentos que tenía delante y me eché hacia atrás en
la silla.
Nova, apoyada en el marco de la puerta, retorció su vestido en una mano.

333 —No sé cuántas veces puedo decir que lo siento.


—Hay algunas acciones demasiado graves para las disculpas.
Su pecho se agitó al expulsar un fuerte aliento y flotó en la habitación hasta
mi escritorio.
Con los ojos entrecerrados, vi cómo deslizaba algunos papeles, y luego se
sentó en el espacio despejado, moviendo las piernas.
No me moví, sin saber a qué estaba jugando. Pero no me acobardé. No podía
huir de ella en cada momento.
Tenía razón. Solo podía ignorarla por un tiempo.
—Entonces quizás —murmuró, su pie desnudo deslizándose por mi pierna,
llevándose mis pantalones con él—, puedo compensarte de otras maneras.
—Eso no será necesario. —Lancé mi pluma al escritorio y me rasqué la
mejilla, preguntándome qué carajo iba a hacer con toda esta situación.
Sus ojos se entrecerraron.
—Sabes, antes de irme, tampoco era necesario entonces.
Levanté las cejas.
Siguió.
—Durante meses después de que perdimos el bebé, lo intenté, y no quisiste
tener nada que ver conmigo.
Eso no era cierto. Había estado de luto, pero, sobre todo, había estado
caminando sobre cáscaras de huevo, preocupado porque cualquier cosa que hiciera
solo podría empeorar aún más su propio dolor. En el fondo, Nova lo sabía.
—Así que te fuiste.
Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
—Hice lo que creí que tenía que hacer. Acabábamos de perder un bebé, y
todo lo que querías hacer era trabajar y fingir que nunca había pasado mientras yo
perdía lentamente la maldita cabeza.
Perder a ese bebé fue una de las cosas más horribles que he experimentado.
Ver a la mujer que había conocido durante la mayor parte de su vida gritar al
techo, al sol, a la luna, durante semanas mientras sufría, es indescriptible.
—Hablas como si no me importara. —Mi tono fue cuidadosamente suave,
pero la manera en que me acusó pasivamente no podía ser ignorada—. No podrías
estar más equivocada.
334 Echándose hacia atrás, se chupó los labios, mirando sus dedos retorcidos en
su regazo.
—A veces me pregunto si me hubieras amado si ella hubiera sobrevivido.
—Siempre te amaré.
Su cabeza se levantó de golpe.
—No como solías hacerlo. No de la manera que yo necesito que lo hagas. —
Cuando no le respondí, me dijo—: ¿Por qué? ¿Por qué, Zad? ¿Qué hice?
—Tenemos que dejar este tema.
Se rio, seca e incrédula.
—Lo dejas todo. Todo lo que no involucre a la reina.
—Ella es nuestra reina —dije como si fuera tonta—. No hay que ignorarla.
—¿Te pidió que visitaras su castillo de pesadilla todos estos años? —Se rio—.
Sí, escuché que pasaste mucho tiempo allí, especialmente después de que ella
madurara. —Sus ojos se movieron de un lado a otro entre los míos, y yo dejé caer
mi mirada en el escritorio—. Por supuesto —dijo, saltando y arrebatándome la
pipa.
Miré, mi espalda tensándose mientras ella la olía.
—Clavos.
No había nada que pudiera hacer, o pensar en decir, mientras Nova caminaba
frente al escritorio, con la pipa apretada en su puño.
—Aprendí mucho durante mi tiempo en Los Acantilados.
—¿Lo hiciste? —Mi pregunta era una advertencia.
No la escuchó.
—Sí —dijo, sus ojos empezaron a desbordarse cuando se detuvo y me tiró la
pipa. Levanté una mano y la agarré antes de que me golpeara el rostro—. Aprendí
que el aroma de los clavos puede enmascarar cualquier rastro de magia que
desees.
—También es tranquilizador —dije, sabiendo a dónde iba esto, pero sin poder
detenerlo.
Puso las manos sobre el escritorio, con el rostro arrugado por la rabia
mientras siseaba:
—Esconde el olor de un vínculo.
Las puertas de afuera se abrieron, y yo supliqué, advertí, rogué, con mis ojos

335 que se quedara callada.


Afortunadamente, solo era Kash, y él lo sabía. Como su sentido del olfato era
mil veces mejor que el de un rey, él y mis otros amigos lo sabían desde hace años.
Nova dio un paso atrás, pasando sus manos sobre sus mejillas mojadas.
—Nova —dije.
—Vete a la mierda, Zad.
Kash, con sus cejas oscuras arqueadas en alto, la vio irse, y luego inclinó su
cabeza hacia mí.
—Así que finalmente descubrió tu profundo y oscuro secreto.
Gruñendo, me aflojé la túnica.
—Me temo que sí.
—Bueno, odio empeorar tu estado de ánimo, pero acabo de recibir noticias de
mis amigos del bosque.
Sus amigos son lobos. Dos bestias gigantes que se mezclaban con cualquier
sombra.
No solo eran bestias sino también humanos y podían cambiar de forma
cuando querían.
No querían hacerlo. Eran una especie de Fae, y preferían vagar por el
continente en forma de lobo que arriesgarse a morir.
Ante la mirada ilegible de sus ojos negros, me levanté de la silla.
—¿Qué pasa?
—La reina. Se la vio siendo escoltada a casa por un carruaje del Reino del Sol.
—Eligió sus próximas palabras con cuidado—. Con su bruja. Cross dijo que detectó
una herida.

336
Veintinueve
Audra

—E
scucha —dijo mi madre—. Porque si puedes, el latido de tu
corazón y el susurro del viento te dirán lo que necesitas saber.
Parada en la torreta más alta del castillo, no podía
oír nada. Nada excepto el aullido del viento y mi corazón en mis oídos. No
hablaban, no en ningún idioma que pudiera entender.
Mi cabello se arremolinaba alrededor de mi rostro, mis dedos frotaban la
carne arrugada en la comisura de mis labios. Truin estaba en casa y descansando.

337 Yo estaba en casa, pero no había ni siquiera mirado a mi cama.


Maldiciones y rasguños venían de atrás, y me moví para encontrar a mis
guardias arrastrando a un barman de pelo oscuro hacia el parche circular de
concreto.
Azela y Ainx, este último con una cicatriz mucho más gruesa que la mía, se
detuvieron cuando levanté la mano.
—El camarero, majestad —dijo Ainx, dándole una patada en la espalda. El
camarero se tambaleó hacia delante con una mueca, su labio partido chorreando
mientras se atrevía a mirarme—. Cursed Pints. El que dejó a la chica libre.
—No era ella —lloró el camarero, Eli—. Lo juro. Era una mujer diferente. Abrí
la puerta del sótano, y estaba parada ahí como si hubiera estado esperando que
alguien la ayudara.
Mis ojos, tan secos que me dolían, protestaron cuando parpadeé lentamente.
Azela gruñó, y luego le agarró el cabello, tirándole la cabeza hacia atrás.
—¿Te atreves a hablarle a la reina sin que te dirijan la palabra?
—Libéralo —dije.
Confundida, Azela hizo lo que le dije, mirándome con escepticismo.
Doblando las manos ante mí, me acerqué al macho tembloroso.
—Continúa.
Tragando fuerte, lo hizo.
—E-ella dijo que entró allí pensando que era el baño de damas, más temprano
en la noche, pero antes de darse cuenta de que había tomado un giro equivocado,
la puerta se cerró detrás de ella. —Con una inclinación indefensa de sus hombros,
susurró—, así que la dejé marchar. No supe hasta que bajé las escaleras que me
habían engañado. Lo siento mucho.
—Levántate —dije.
Sus ojos se abrieron de par en par, su cabeza temblaba.
—Dijo que te levantes, tonto. —Ainx lo pateó de nuevo.
Eli tropezó hacia adelante, sus manos atadas no pudieron mantenerlo
erguido, y su mejilla se raspó en el suelo.
Suspiré, mirando a Azela, que lo agarró y lo puso de pie.
Caminando cerca, tan cerca que podía sentir mi aliento sobre el sangrante
corte de su labio, sobre el roce que estaba siendo propiciado por el viento, susurré:

338 —Vuelve a tu taberna, y si oigo que vuelves a huir de la responsabilidad de


tus transgresiones, vaciaré cada botella de licor por tu cobarde garganta mientras
sorbo tu mejor vino y te ahogas.
Tragó saliva lo suficientemente fuerte como para ser escuchado por encima
del silbido del viento, y con un asentimiento sorprendido, sonrió, y su labio se
partió aún más.
—Sí, sí, por supuesto, su majestad. No volverá a suceder.
Azela lo tiró hacia atrás, cortándole la cuerda que le ataba las muñecas y los
tobillos.
Eli corrió hacia la puerta, pero luego se detuvo, volviéndose para mirarme
con ojos curiosos.
—Gracias, mi reina.
Gruñí, y él se lanzó a las sombras, probablemente saltando por los escalones
como si temiera que cambiara de opinión.
—Audra —dijo Azela.
Incliné la cabeza y se contuvo.
—Mi reina. —La confusión le frunció las cejas—. ¿Qué< por qué?
—La traicionó —dijo Ainx, con el rostro arrugado por la indignación—.
Arriesgó su seguridad y la de muchos otros también.
—La cambia formas no estaba interesada en mí.
Azela se pasó una mano por la frente.
—¿Qué quiere decir?
Me volví hacia la pared, extendiendo mis manos sobre ella mientras miraba el
bosque a lo lejos hacia el este.
—Es la esposa del lord, y si alguien debe ser juzgado por traición, es ella por
burlarse de la ley y engañarnos a todos.
—¿Nova? —preguntó Ainx—. Pero está muerta.
—Está muy viva. —Mis uñas se clavaron en el mortero, rompiéndose—.
Desafortunadamente.

—Una muestra de buena fe. —Leí la etiqueta pegada al cuello del hombre

339 amordazado.
Lo miré, el obstinado brillo de sus ojos oscuros, y luego pasé al siguiente.
Llevaba la misma etiqueta, con el rostro roto y magullado.
—Diste pelea, ¿verdad?
No pudo responderme, y yo sonreí.
—Apuesto a que sí. —Mi sonrisa cayó cuando lo rodeé, olfateando el miedo
en el aire, inhalándolo profundamente en mis pulmones para alimentar mi alma.
Mintale siguió mirando, removiéndose sobre sus pies, mientras mi guardia
personal se mantuvo en tenso silencio.
—Qué sorpresa tan encantadora recibir un regalo a primera hora de esta
buena mañana tan lluviosa. —Mi tono era dulce, enfermizo, mis pasos susurraban
suavemente mientras continuaba rodeando a los enormes machos, mi camisón
negro arrastrándose detrás de mí en el suelo adornado con alfombras.
Una banda de guerreros del Reino del Sol había traído a los bárbaros hasta mi
puerta, luego se inclinaron y se retiraron tan pronto como mis guardias llevaron a
los machos mestizos dentro de nuestras puertas. Apenas me había sentado en el
comedor para desayunar, no es que estuviera interesada en comer, cuando se había
corrido la voz.
Uno de ellos gimió detrás de la mordaza en su boca.
—Oh, sí. —Me di un golpecito en la barbilla—. Eso debe ser terriblemente
incómodo. Seguro que tu pobre mandíbula te está doliendo implacablemente.
Nadie parecía respirar, ni siquiera mis guardias, cuando me detuve ante la
fila de inmundicias.
Entonces Mintale se escabulló hacia adelante.
—¿Deberíamos escoltarlos al calabozo, majestad?
—No —dije, lanzando una sonrisa en su dirección. Su ceño fruncido
desapareció cuando dije—: La plaza de la ciudad.
Los guardias entraron en acción, y nadie me detuvo cuando volví a mis
habitaciones.
Dentro, me detuve en la puerta, oliéndolo.
Sentado en el sillón con la barbilla apoyada en un puño, Zadicus esperó a que
yo entrara.
—No sabía que estabas aquí.
—Me dijeron que estabas ocupada. —Se puso de pie, evaluándome de pies a
340 cabeza—. Escuché lo que pasó.
Las seis campanas sonaron. Me lamí los dientes, me costaba soportar su
presencia, especialmente con el estómago vacío. Así que me concentré en la tarea y
me dirigí a mi armería en la habitación de al lado.
—Audra —dijo, justo detrás de mí.
—Ahora no.
Pasando mi dedo por el cristal, me detuve en una daga dentada con una
empuñadura de madera incrustada con esmeraldas. Muy parecido a los ojos de la
pequeña leona de Raiden.
Abrí el armario y la saqué, metiéndola dentro de mi manga, mientras rodeaba
al hombre que se cernía detrás de mí, y salí corriendo de mis habitaciones. Bajando
mi ritmo al final de las escaleras, oí sus pasos detrás de mí.
Deja que te siga, pensé. No me importaba una mierda.
Ainx y Azela me esperaban fuera y se pusieron a mi lado mientras
caminábamos hacia las puertas.
Al otro lado, la multitud se hacía cada vez más densa, y bajando la colina en
la plaza, cinco hombres se exhibían en la plataforma manchada de sangre, con las
manos atadas a una barra sobre sus cabezas y los tobillos atados y fijados a la
madera debajo de ellos.
Mintale se unió a nosotros fuera de las puertas.
—Que todos los menores de dieciséis años abandonen la plaza. —No podía
impedir que lo vieran, pero podía intentar impedir que lo vieran de cerca.
Los gritos serían suficientes para atormentarlos durante los próximos días.
Asintió, corriendo a informar a los guardias apostados a cada lado de la calle
y fuera de uno de cada tres negocios.
—¿Qué planeas hacer con ellos? —dijo una voz suave.
—Vamos a divertirnos —canté, manteniendo mi atención fija en el estrado.
Él no podía ponerme nerviosa. Ahora no. No cuando mi propia sangre ardía
con la necesidad de venganza.
Zad sabiamente no dijo nada, pero se quedó con nosotros hasta que llegamos
a donde la multitud apenas podía respirar, y esperé. Se separaron, muchos rostros
cenicientos me miraban fijamente, así como muchos curiosos.
Saqué la daga de mi manga y subí los escalones, trazándola a lo largo de los

341 estómagos desnudos de los que habían abusado de mi amiga.


Los murmullos y los susurros comenzaron a disminuir, un silencio que solo
podía ser en preparación para que una muerte segura se asentara sobre toda la
ciudad.
Girándome a los habitantes de la ciudad, a la gente del pueblo, a los
marineros y a los granjeros y ocupantes de los pueblos cercanos, uní las manos
delante de mí. Al encontrarme con los ojos de algunos jóvenes en la primera fila,
sentí que mi lengua se tensaba y miré hacia otro lado.
—Un mensaje, si quieren —dije, alto y fuerte—. Para aquellos que tocan lo
que no quiere ser tocado. Para aquellos que toman de aquellos que piden que los
dejen en paz. —Llevé mis hombros hacia atrás, mi barbilla alzándose—. Un
mensaje para aquellos que piensan que una mujer, de cualquier forma, no tiene el
poder suficiente para hacerles daño. —No perdí más tiempo—. Quítenles la ropa.
Dos guardias se apresuraron a subir al estrado, haciendo lo que dije, mientras
que los machos amordazados miraban hacia todas partes.
Empecé con el que había intentado huir, y me incliné, mirándolo por encima
del montículo de su estómago. Gimió, y yo sonreí, y luego golpeé.
Gritos surgieron de la multitud, casi tan fuertes como para sofocar los del
varón castrado, mientras el olor de la sangre y la materia fecal ahogaba el aire.
Lentamente, y con manos firmes, saqué hasta el último pedazo de él.
Cuando me puse de pie, ya estaba muerto.
—Lástima —cacareé.
Luego, pasé al siguiente, y el siguiente, cada uno alimentando el infierno
dentro de mí, arrojando fuego a las llamas que ya ardían, queriendo más,
necesitando más.
Mis manos estaban cubiertas de sangre, la sangre corría por mis brazos y
dentro de las mangas de mi camisón, pero no me importaba. Lo unté sobre mi
mejilla mientras estaba ante el último hombre y vi las lágrimas correr por sus
mejillas.
Manteniendo mis ojos en los suyos, me incliné hacia adelante y susurré
contra sus labios:
—Piensa en mí en la oscuridad mientras tu culo es violado por alimañas
como tú por toda la eternidad.
Su grito fue silencioso, llenando sus ojos, los vasos sanguíneos estallando
mientras alcanzaba entre nosotros y empezaba a cortar.
Cuando la luz dejó sus ojos, me volví para encontrar solo dos de ellos todavía
342 vivos y me froté los labios manchados de sangre.
—Débiles, pero eso ya lo sabíamos. —Me volví hacia la silenciosa, abierta y
horrorizada multitud—. ¿Cierto?
Se recibieron asentimientos y gritos de sí, y con una mirada a Zad, cuya
expresión no insinuaba más que una calma de acero, grité:
—Se pueden dispersar.
Muchos se fueron, y sorprendentemente, muchos se quedaron.
Bajé del estrado, pero disminuí la velocidad de mis pies cuando vi la línea de
mujeres y hembras humanas acercándose.
No las detuve. No me atrevería.
Una por una, escupieron a los machos difuntos y a los que apenas respiraban.
Bueno, los que habían sido machos.
Cuando atraparon mi mirada, lo hacían con una inclinación de cabeza o una
sonrisa.
Azela, observando la sangre que me cubría, se acercó con un trapo húmedo,
pero yo la aparté.
—Que sus genitales se empalen en las espirales de las puertas. —El resto de la
multitud se separó cuando dejé la plaza y empecé a subir la colina.
Sin decir nada, Zad caminó a mi lado, pero como sabiendo que no estaba de
humor para él, me dejó fuera de mis habitaciones.
Poco después, mis ojos se abrieron para encontrar un cuello y una mandíbula
cubiertos de vello, el olor a menta y clavos arrullaron mis ojos cerrados cuando me
llevaban del baño a la cama.
Zad me secó lo mejor que pudo y luego se arrastró a la cama detrás de mí,
subiendo la ropa de cama sobre nuestros hombros.

Las calles estaban húmedas, las luces de arriba luchando por brillar a través
de la niebla que presionaba las manos pesadas sobre la ciudad.
Afuera de su apartamento había dos guardias, uno de ellos Berron, que había
regresado al servicio en mi ausencia a pesar de que se le había dicho que podía
hacer lo que quisiera.
343 —Mi reina —dijo, con una triste sonrisa levantando las mejillas.
La hembra movió la cabeza.
—Todo un espectáculo, su majestad.
Eso punzó.
—Lo disfrutaste, ¿verdad?
Sus ojos se abrieron de par en par, pero su sonrisa era genuina.
—Lo hice, sí.
Mantuve su mirada por un momento, luego asentí, cambiando mi atención a
Berron.
—Pensé que ya estarías bebiendo vino en los árboles.
—Demasiado frío —dijo, sus ojos bailando.
Con un movimiento de mi cabeza, le apreté el brazo.
—¿Ha salido?
Sus pestañas bajaron.
—No, pero tampoco ha tenido ninguna necesidad de salir. —Su mirada
rebotó hacia la oscura ventana de arriba—. No con todas las comidas que le han
enviado los cocineros.
—¿Su aquelarre?
—Su abuela la ha visitado, pero no desea ver a nadie más.
Odiaba eso, pero lo comprendía, lo mejor que pude, sin que los horrores que
ella había experimentado se me aplicaran a mí. Quería visitarla, pero me concentré
en lidiar con la mugre que la había agredido, ya que llegaron poco después de que
llegáramos a casa.
A punto de abrir la puerta, me volví hacia Berron.
—¿Cuándo termina tu turno?
—Dos horas. —Su sonrisa era burlona, su rostro no tan demacrado como hace
unas semanas—. ¿Por qué? ¿Te apetece jugar en los campos helados?
La mujer que estaba a su lado tosió.
—No más de eso. Tu macho no está impresionado.
Sus ojos se oscurecieron, su expresión se convirtió en piedra. Tal cambio fue
inesperado en el típico rostro jovial.
—Eso escuché. Deberías haber tenido su cabeza.

344 Sabía que no decía en serio esas palabras, no del todo.


—Entonces, ¿de qué te serviría?
Su alarido de risa chocante me siguió por las escaleras, la puerta crujiendo se
cerró detrás de mí, dejándome en una oscuridad polvorienta.
Mi mano rozó la barandilla rayada, la otra me levantó la falda, y una vez que
llegué al rellano, me di cuenta de que no podía ir más lejos sin tomarme un
momento.
Endureciendo mis hombros, los tiré hacia atrás y tomé una respiración
fortificante.
Entonces llamé a la puerta.
Ella no respondió, y yo fruncí el ceño. A punto de torcer el pomo de la puerta,
me estremecí cuando finalmente abrió la puerta, su cabello era un desastre, pero su
pequeña sonrisa genuina.
—Bueno, si no es la reina más aterradora que esta tierra haya visto jamás.
—Bromas, muy bien.
Una risa brotó, llenando mi pecho con un montón de alivio.
—Oh, no es una broma. —Sus ojos se llenaron, su boca temblaba cuando
dijo—: Pero yo, por mi parte, estoy agradecida de conocerla.
Mi nariz se arrugó, mis ojos picaron.
—Cállate y déjame entrar. Está asquerosamente polvoriento aquí afuera.
Con otra carcajada misericordiosa, lo hizo, cerrando y trabando la puerta
detrás de mí.
Me di cuenta de la acción, pero no me digné a recordarle que nadie se
atrevería a tocarla.
Necesitaba hacer lo que necesitaba.
—¿Té? —Ofreció, dirigiéndose a la pequeña estufa.
Me senté en mi asiento habitual ante el fuego.
—No. —Había acercado su colchón a él, y reboté un poco, bajando y quitando
las mantas de punto y las almohadas mullidas del camino.
Se unió a mí sin un té para ella. Doblando sus faldas sobre sus rodillas, apoyó
su barbilla sobre ellas.
—Pregúntame cómo me siento y temo que gritaré, seas o no reina.
—Bien —dije—. Hace un clima encantador.
345 Se rio, sus dedos desnudos se apretaban mientras veía las llamas crepitar.
—Los escuché —dijo un minuto después, muy callada.
No dije nada y me miré las manos. Había necesitado muchos lavados, pero la
sangre ya no permanecía en mis cutículas.
—Lo encontré como un alivio —dijo después de que pasara otro minuto—.
Que, en vez de oír sus risas, su alegría por mi sufrimiento en mis sueños, ahora
oiré su propio dolor.
—No es suficiente.
Agarró una de mis manos, sus dedos pequeños y entrelazándose con los míos
entre nosotras en la cama.
—Todavía ayuda.
Le apreté la mano, odiando que nunca pudiera recuperar lo que le robaron.
Que siempre habría una mancha en su corazón y alma que no podría limpiar.
—¿Qué haremos ahora? —pregunté.
Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras me miraba, las cejas bajas y el
ojo derecho abierto, pero aun con moretones.
—Intento seguir adelante.
—Me gustaría castrarlos de nuevo —dije, con la voz ronca—. Y una y otra
vez, cada vez peor que la anterior.
Sus ojos se abrieron de par en par, sus manos se elevaron hasta mis mejillas
mientras se acercaba.
—Audra. —Sus pulgares estaban mojados, y yo los miré, y luego a ella—.
Está bien. Estoy bien.
—Mierda. —Resoplé, mi pecho subiendo y bajando con una velocidad
demasiado rápida para reducirla.
No podía respirar mientras la comprensión iluminaba sus pálidos ojos
marrones. Me acercó, poniendo mi cabeza sobre su hombro.
—Ella estaría tan orgullosa de ti. —Sus labios se posaron sobre mi frente, sus
dedos peinando mi cabello mientras mi corazón se volcó, empapando su cuello y
pecho con aroma a limón en lágrimas—. Tan orgullosa.

346
Me agité mientras me levantaban en el aire, Zadicus murmurando:
—La tengo.
Truin me metió algo en el bolsillo, y luego me estaba alejando de ella.
En la calle, dejé saber el hecho de que estaba despierta. No es que fuera algo
que no supiera ya.
—Tienes el hábito de cargarme a todas partes.
—No te quejes.
—Oh, no lo hago. —Bostecé, luego me froté los ojos, frunciendo el ceño
cuando me di cuenta de que estaban lagañosos e hinchados—. Pero tú deberías
hacerlo.
Resopló, y metí mi nariz en su garganta, con mis brazos apretándose
alrededor de su cuello.
—¿Por qué?
—Porque el camino al castillo es cuesta arriba, y no soy precisamente
diminuta.
Su risa calentó mi nariz, mis ojos revoloteando.
—Eres perfecta, y si quiero llevarte cuesta arriba, cuesta abajo o por toda la
ciudad, entonces lo haré.
—Esta noche estás muy sensible.
—He estado esperando a mi reina, y no me gustó lo que oí cuando la
encontré.
Mi corazón se calmó.
—¿Cuánto tiempo estuviste fuera de su puerta?
—Lo suficiente. Berron me sugirió amablemente que esperara.
Genial, entonces él también se enteró. Suspiré.
—Fue divertido mientras duró.
—¿Mientras duró qué?
—Mi reino de ser temida.
Otra risita, está más cálida.
—No tienes que preocuparte porque tus amigos compartan tales noticias.
—¿Porque soy tan malvada que podría desmembrarlos?

347 —No —dijo, gruñón—. Porque son tus amigos.


Absorbí eso durante unos minutos y luego me agité en sus brazos cuando el
castillo apareció a la vista. A regañadientes, me dejó en el suelo, pero me tomó de
la mano mientras los guardias abrían las puertas y entrabamos.
Los salones estaban tranquilos, los candelabros encendidos y arrojando
sombras sobre el tapiz y los muros grises.
—¿Qué pasa con Nova? —Finalmente me atreví a preguntar ahora lo qué no
me había atrevido antes.
Tal vez fue el inesperado chaparrón que desaté en el apartamento de Truin lo
que me hizo resignarme. Tal vez había decidido que no me importaba, y lo tomaría
para mí de todas formas.
—Hay mucho que no sabes, pero creo que sabes por qué estoy aquí contigo.
Tarareé, subiendo los escalones de mis habitaciones, mi mano aun en la suya.
—Raiden me puso al corriente.
El silencio de Zad lo decía y el odio se le escapaba.
—Así que su loco plan funcionó. —Las puertas de mis habitaciones se
abrieron—. Pero a muchos costos.
—Tenemos que hablar de eso.
—Cierto, tenemos que hacerlo. —Nos encerré dentro, sacando mi mano de la
suya y cruzando la habitación. Metiéndola en mi bolsillo, saqué un abejorro seco y
sonreí, poniéndolo en los estantes donde están mis libros.
Me quité los zapatos.
—Yo estaba con él.
La mirada del lord era un horno, calentando cada lugar que sus ojos tocaban.
—Lo sé.
Sentada en medio de la cama, crucé las piernas, asintiendo con la cabeza.
—No< no terminamos<
Expulsando un aliento de dolor, se quitó las botas.
—Lo sé.
Tragué, el sonido audible.
—¿Cómo?
Se quitó la atadura del cabello, liberándolo para que cayera sobre sus afiladas
mejillas, la fuerte tensión de su mandíbula más pronunciada cuando se unió a mí

348 en la cama.
—¿Realmente necesitas preguntarme eso? —Algo en sus ojos gritaba, un
miedo lleno de súplicas.
Tal tormento. En esos ojos, en sus palabras, en los rígidos huesos de su
hermoso rostro, en el conjunto apretado de sus anchos hombros. Siempre pensé
que era solo él. El tranquilo, intenso y hosco lord que había perdido a su esposa y
buscaba algo para llenar ese vacío.
Buscaba algo, pero tal vez no era poder en absoluto.
Era a mí. Yo lo había estado atormentando. Posiblemente durante años, y no
lo sabía, no lo había sentido realmente, hasta esa noche llena de oscuridad, justo
antes de que Truin gritara.
No necesitaba preguntarle, y ambos sabíamos por qué. En cambio, le hice la
pregunta más importante.
—¿Desde cuándo?
—En el momento en que entraste en la madurez.
Mi cabeza se levantó de golpe, mis ojos rebotando entre los suyos.
—Tenía catorce.
—No importa, solo sucede. —Se frotó una mano sobre la boca, su sonrisa
triste—. ¿Crees que quería? En mi mente, lo quería, y técnicamente todavía estoy
casado. —Buscando la mesita de noche, la abrió y sacó la pipa que guardaba
dentro—. Así que lo escondí. Durante años.
Mi cabeza temblaba, al igual que mi corazón.
Los clavos.
Truin había sabido, o al menos sospechado. Una vez lo comentó en los
jardines cuando el lord estaba de visita, presumiblemente para hablar de negocios
con mi padre.
“Clavos”, dijo, con sospecha. “Una especia tan útil”.
Pensé que era rara, como tantas veces lo hice al escuchar sus divagaciones sin
sentido, pero nada más.
Había aplastado el olor. Era indetectable para los humanos, pero otros
machos, incluso los mestizos, podían olerlo si se acercaban lo suficiente a una
pareja vinculada.
Mi pecho se llenó de fuego, ardiente y anhelante, gritando por las
implicaciones: el peligro.

349 —Todos estos años, viniste a este castillo, te arriesgaste< por mí. —Cuando
sus dientes destellaron, sus ojos amarillos orbes de afecto, respondí—: Maldito
tonto. —Mi pecho se agitó, y le di una bofetada, una vez y dos veces, y luego le
agarré los puños de la camisa, tirando mientras le gruñía en el rostro—: Estúpido,
imbécil, idiota.
Su sonrisa permaneció, suavizada, y yo me desplomé sobre él, con mi frente
sobre la suya.
—Y te quiero a ti. Solo te quiero a ti, pero sabes que eso no significa nada.
Sus manos se deslizaron por mi espalda, una de ellas hurgando en mi cabello.
Rozando mis labios con los suyos, murmuró:
—Significa todo.
Temblé, mi corazón era una bestia enjaulada que se estremecía.
—Nunca podré ser tuya. —Tome una respiración hirviente, deseando
quitarme el aguijón en el pecho y los ojos, ese incesante tironeo de la necesidad que
sentía cada vez que estaba cerca. Un pozo que se había profundizado con el tiempo
hasta que me di cuenta de lo que era.
Algo que no podía aceptar.
—Sabes que no puedo aceptarlo.
—Ya lo hiciste. Sentí que sucedía —dijo, agarrándome la mano cuando traté
de alejarme—. Mientras estabas fuera. Audra, detente.
—Tu detente —mascullé, fulminándolo con la mirada—. Seguir con esto
ahora es una locura. Solo nos perjudicará a los dos y al reino.
—¿El reino? —dijo, las palabras un suave gruñido—. Nos hemos vinculado,
yo contigo hace muchos años. Es demasiado tarde. El tiempo de ignorarlo se ha
acabado.
—Mírame.
Sonrió, un depredador sin piedad a la vista.
—No planeo ir a ninguna parte.
Mis dientes rechinaron mientras me sentaba ante él, esperando que viera lo
inútil que era todo esto.
—Tú estás casado, como yo.
No podía decir nada de eso, y me reí a carcajadas.
El brillo de sus ojos era la única advertencia que tenía, y luego estaba en su
350 regazo con mis piernas alrededor de su espalda y sus brazos apretados alrededor
de mí.
Me tomó el rostro con una mano, con una expresión de total concentración,
fijo en mi boca, su pulgar frotando mis cicatrices.
—Un matrimonio sobre el papel no puede borrar un vínculo forjado por las
almas.
—No lo borra, pero lo complica todo. Y complicaciones como esta tienen
implicaciones graves. —Mi tono era de acero suave, deseando que él lo
comprendiera—. Todos caeremos, y me niego a perderme a mí misma, o a alguien
más, otra vez.
—No llegará a eso. Nunca lo permitiría. —Sus ojos buscaron los míos—. Tú
convences a Raiden de que rompa el voto, y yo hago lo mismo con Nova.
—No lo hará —lloré, bajo y sin aliento—. Nunca lo hará, especialmente si
sabe que tú eres la razón.
El movimiento de sus largas pestañas me cautivó, y gimió cuando me moví
contra él.
—He esperado años para esto, preguntándome y preocupándome de que
podría que nunca ocurriera.
Podías vincularte con alguien, sentir ese tirón tortuoso hacia ellos, la
necesidad alucinante, pero eso no siempre significaba que se vincularan contigo. O
que, si eran jóvenes, como yo, lo descubrieran. Tragada por la férrea garra de la
venganza y la angustia, la idea de que Zad sintiera este fuego por mí nunca se me
pasó por la cabeza, hasta hace unos días.
—No sucederá. No puede ocurrir. —Tomé su barbilla, inclinándome para
poner mis labios sobre los suyos
—Qué mentiras tan deliciosas —dijo, sus dientes tomando mi labio mientras
sus manos levantaban mis faldas.
Inclinando mi cabeza, lo besé, gimiendo. Con un chasquido de elástico, me
liberó de mi ropa interior, y yo lo liberé de sus pantalones.
—No soy yo misma cuando estoy contigo, especialmente no ahora, y necesito
desesperadamente ser yo.
Se estremeció debajo de mí cuando me hundí en su longitud, y me tragué sus
maldiciones, mis brazos apretados alrededor de su cuello.
Lenta y urgentemente, lo monté con la ayuda de su alentador brazo alrededor

351 de mi cintura. Mis faldas se abanicaron alrededor de nosotros, su mano agarrando


mi cabello. Su lengua acariciaba la mía con cada subida de mis caderas, los dedos
frotaban mi cuero cabelludo mientras mis respiraciones se convertían en gemidos
agitados, y mi cuerpo empezaba a temblar.
Me alejé, llegando a un clímax tan violento que apenas podía respirar, pero él
me mantuvo quieta, con las caderas levantadas, los ojos fijos en los míos mientras
sus dientes sostenían mi labio inferior.
—Eres mía —dijo, ronco y profundo, moviéndome sobre él lentamente hasta
que se me puso la piel de gallina y me llenó completamente de su semilla—.
Eternamente mi reina.
—Zad —empecé, mi voz se puso rasposa.
Cuando me acostó, siseé, pero él solo sonrió. Luego, grueso y duro, comenzó
a moverse dentro de mí otra vez.
No podía hacer nada más que mirarlo con sentimientos mezclados de
asombro y miedo. Al subir mi muslo por su espalda, su sonrisa se desvaneció. Sus
fosas nasales se dilataron, sus ojos brillaban con un hambre intacta.
Pasé mis dedos por encima de los músculos abultados de sus brazos, los sentí
temblar y estremecerse, su aliento me bañó en la mejilla cuando su boca bajó a la
mía.
Ese agitado y antinatural latido dentro de mi pecho extendió sus alas, la
sensación cosquilleaba cada vez que respiraba. Y cuando nuestros ojos se
encontraron, sus labios y nariz descansando sobre los míos, esas alas crecieron y
alzaron el vuelo, y no hubo nada que pudiera hacer para detenerlo.
Respirando con fuerza, caí, y Zad se movió.
—Sí, mierda. —Su mano dejó mi muslo para deslizarse detrás de mi cabeza,
su demanda abrasiva—. Mírame.
Temblando debajo de él, lo hice y vi una sonrisa temblorosa iluminando todo
su rostro.
Hermoso. Por su aspecto, sí, no tenía rival, pero era su forma de amar la que
realmente te arruinaba. Era la criatura más hermosa que jamás haya conocido.
Sentí que las lágrimas llenaban mis ojos.
Me besó, tan fuerte en su suavidad que temí que me desintegraba.
—Perfecta. Mi tormenta perfecta.
Tragando cuchillos, agarré sus mejillas, fusionando nuestros labios mientras
rodábamos y empezamos de nuevo. Otra vez, me puse a horcajadas con él, y se
apoyó en sus codos para sostenerme, como si no pudiera soportar no tocarme tanto

352 como fuera posible.


Apoyando mi frente contra la suya, me entregué a la desesperación siempre
creciente de tomar todo lo que pudiera de él para saciar lo que nunca podría ser
saciado.
Intentábamos apagar algo que ardería hasta nuestro último aliento, y
felizmente moriríamos en el intento. No podía ser domesticado. Ni ahora, ni
nunca, ahora que había hecho más que reconocer lo que había sido esta sed. Ahora
que la había aceptado, la quería y la había tomado para mí.
Con un gruñido, Zad me arrancó la bata del cuerpo, y yo tiré de su camisa,
con mis manos dándose un festín mientras su boca hacía lo mismo con mis pechos.
Tenía razón. Era demasiado tarde.
Horas después, me arrastré hasta el cuarto de baño, mis piernas temblaban
como un pudín mientras Zad se reía detrás de mí, tendido desnudo en mi cama.
Afortunadamente, me dejó sola para que me lavara.
Cuando regresé, ese brillo perezoso y felino estaba presente en los ojos
brillantes que seguían cada paso, viajando por mi cuerpo.
—Tu cabello siempre se ve mucho mejor después de que mis manos han
estado en él.
Le arrojé mi peine y casi dejó caer la pipa que estaba fumando para agarrarlo
y ponerlo sobre la cama. Chasqueó la lengua, inspeccionando la madera grabada
del mango mientras exhalaba una nube de humo.
—Ahora tienes poca necesidad de fumarla.
A través de las volutas de humo, me entrecerró los ojos. Apreté los muslos,
me mordí la lengua, decidida a ignorar esa necesidad ardiente que aun sentía.
—Tú y yo sabemos que eso no es verdad.
Fruncí el ceño mientras me desplomaba al borde de la cama.
—¿Significa eso que ahora lo entiendes?
Miró donde estaba sentada y el espacio que había dejado entre nosotros.
—Oh, lo entiendo perfectamente. —Otra bocanada llena de humo desocupó
sus labios, nublando su oscura expresión—. La pregunta es, ¿tú lo haces?
Medio pongo los ojos en blanco.
—Ahora no es el momento para los enigmas.
—No somos un enigma —Se enderezó, vaciando la pipa. De pie, rodeó la
cama, sus pies desnudos comiendo el frío suelo a pasos agigantados—: Es seguro
que hemos sido predestinados por las estrellas.
353 Pestañeé, mis labios se separaron.
Me agarró por la cintura, una gran mano subió a mi espalda para agarrarme
la nuca.
—Estamos unidos, y no hay nada que tú ni nadie pueda hacer al respecto.
Los sueños, distantes y desvanecidos, pasaron entre sus ojos, inundando mi
mente. Lo que sería ceder totalmente a estos sentimientos violentos y dejar que
ocurriera lo que ocurriera<
El recuerdo de Truin en el balcón ardió, incendiando cada pensamiento y
borrándolo.
Di un paso atrás.
—Este reino necesita a Audra, la reina. No Audra, la tonta fácil de engañar y
embaucar, que solo quiere follar cada vez que te huele.
Los labios de Zad se movieron.
—¿En serio? ¿Crees que es gracioso? —Marché hacia las puertas, abriendo
una.
—Audra —advirtió, poniéndose serio.
Podía advertir y gruñir y mirarme mal todo lo que quisiera, pero no
cambiaría nada.
—Tienes que irte. Tienes que ir a casa y quedarte allí a menos que tengamos
asuntos que discutir.
Con las cejas rojizas sobre sus brillantes ojos, se acercó.
—No puedes hacer eso. Ahora que se ha hecho el vínculo, no puedes durar
más de unas pocas semanas. Menos, siendo tan fresco, y tú siendo tan joven.
Envié una mirada a Ainx, que estaba al final del pasillo fuera de mis
habitaciones.
—No tienes ni idea de lo que puedo y no puedo hacer.
Su sonrisa era triste con atisbos de afecto.
—Soy muy consciente de todo lo que eres capaz de hacer. Todo el continente
lo es, pero nadie más que yo.
Desmoronándome mientras gritaba internamente, me lamí los labios,
mirando al suelo mientras él se ponía los pantalones y recogía su camisa.
Sus pies aparecieron a la vista, sus dedos inclinando mi barbilla.
—Puedes echarme, pero no cambia nada, y lo sabes.
354 Ainx entró en la habitación, y sin apartar sus ojos de los míos, Zad resopló,
sacudiendo la cabeza. Aparté los dedos, retrocediendo.
—Sal o serás escoltado fuera.
—Ya te he dicho que no voy a ninguna parte —dijo, finalmente parándose en
el umbral de la puerta.
Curvando los dedos, lancé sus botas por el aire y hacia al pasillo.
—Adiós, Zad. Disfruta de tu esposa. —Vi cómo alejaba el agarre de Ainx—.
Si ella está la mitad de loca que yo, entonces estoy segura de que lo harás.
Entonces cerré la puerta.
Treinta
Zadicus

G
olpeé, pegué y amenacé con drenar la sangre de cualquier guardia
que se acercara a mí en vano.
Me desperté en el suelo helado, con las fosas nasales
ensanchadas por el olor a lavanda y a viento fresco, cuando Audra pasó por
encima de mí y continuó por el pasillo.
Mi espalda tuvo un espasmo cuando me puse en pie y corrí tras ella. Afuera
del comedor, agarré su delicada muñeca.

355 Ella la tiró liberándola y llamó:


—Ainx, haz que el lord se retire de los terrenos del castillo. —Cuando Ainx
hizo una pausa, incierto, dijo: —Ahora.
Las puertas se cerraron en mi cara, casi agarrando la punta de mi nariz entre
ellas.
—Vamos —dijo Ainx, el remordimiento se apoderó de las palabras.
Con un suspiro, me volví hacia él.
—Lucharemos si no me voy, ¿correcto? —Aunque mis huesos gemían ante la
idea de irme, y mis manos se empuñaron, preparándose para atacar, sabía que
sería inútil.
Podría ganar, pero perdería de otras formas indecibles.
Azela dobló la esquina, trenzando su cabello.
—Sí. —Sus labios se apretaron mientras se ataba la trenza y luego hizo un
gesto al pasillo.
Asentí, mirando las puertas del comedor. Saber que esto no era lo que
realmente quería hizo que alejarse fuera mucho más difícil.
Las calles estaban bañadas por la luz del sol, pero la brisa estaba helada, el
viento se aceleraba al acercarnos a las puertas del castillo.
En negros capiteles, muy arriba de nuestras cabezas, se cernían los genitales
podridos de la escoria que Audra había acabado.
—¿Están todos muertos ahora? —pregunté, los guardias abriendo las puertas.
Ainx bostezó.
—El último murió en la madrugada de esta mañana.
Contuve el gesto de dolor, apenas capaz de imaginar el horrible dolor que le
habría seguido hasta su último aliento. No era nada más de lo que merecía.
—Bien.
Con sonrisas planas, los guardias preferidos de mi reina me vieron salir de las
puertas a mi caballo que estaba esperando. Luego volvieron a entrar, dejándome
en la colina más alta de la ciudad con el corazón encerrado en la fortaleza detrás de
mí.
Los lazos de mis botas golpearon el suelo, mis pies se resistieron a llevarme
cuesta abajo.
Algunos mercaderes inclinaban sus sombreros u ofrecían comida, pero yo

356 mantenía mi atención fija hacia adelante, con las riendas de River en la mano
mientras seguía caminando a mi lado.
Un destello de color amarillo me llamó la atención. Truin estaba de pie fuera
de su residencia entre los dos guardias de su puerta.
Desaceleré y se acercó corriendo, con los labios apretados.
—¿Te vas? Acabas de llegar.
Fruncí mis labios, decidiéndome por decir:
—La reina necesita un minuto.
Los hombros de Truin se desplomaron. Sabía exactamente lo que
probablemente había pasado.
—Solo< no te rindas con ella.
Eso provocó una risa.
—He estado aquí, sin rendirme, durante siete años. No lo hago, pero sé lo que
necesita, y desafortunadamente, ahora mismo, es estar sola.
—Fue criada para vivir de esa manera. —El moretón alrededor de su ojo
estaba casi curado, pero sabía que el que residía dentro, embotando sus ojos, que
una vez fueron brillantes, tardaría mucho más tiempo—. Sola y desconfiada.
—Lo sé.
—Puede que lo necesite por ahora, pero no la dejes sola demasiado tiempo.
—Mirando al castillo, murmuró—: Cuando continúa lloviendo, el tejado acabará
goteando si no se atiende adecuadamente.
Mis labios se fruncieron, aunque tenía razón.
—Te ves bien.
Un corto asentimiento, y luego retrocedió, inclinándose ligeramente.
—Me doy cuenta de que soy un poco más yo misma cada vez que sale el sol,
mi lord.
Le sostuve los ojos.
—Me alegro de oírlo.
Berron caminaba cuesta arriba, sujetando su uniforme en su lugar y
sosteniendo una humeante taza de café. Bajó la velocidad cuando me vio e inclinó
la cabeza.
—Mi lord.
Sabía que el mestizo le tenía demasiado afecto a la reina, lo sabía desde que lo
conocí, pero también sabía que no era una amenaza.
357 —Bonito pelo.
Frunciendo el ceño, frotó una mano sobre la maraña desordenada que estaba
encima de su cabeza. Luego sonrió.
—Vaya, gracias.
—No fue un cumplido.
Truin se rio, y eso de alguna manera hizo más fácil caminar por el río hasta el
fondo de la ciudad y volver a casa.

Landen y Kash estaban sentados en el diván y el sillón de la sala de estar, el


primero leyendo un libro, y el segundo mirando al espacio.
—Me alegro de verlos haciendo un buen uso de sus vidas eternas.
Kash parpadeó como si hubiera estado dormido con los ojos bien abiertos. No
me sorprendería.
—Regreso.
—No actúes como si estuvieras sorprendido.
Landen tiró el libro sobre la mesa lateral, estirando los brazos sobre su
cabeza.
—Escuché que nuestra reina hizo una gran burla de la especie masculina.
Me arranqué la camisa húmeda de sudor, usándola para limpiar el polvo del
viaje de mi cara. Un error, me di cuenta más tarde cuando entré en la cocina. Su
olor estaba por todas partes, ahora me quemaba la piel.
—No, ella hizo un ejemplo de lo que pasa cuando no solo te cruzas con ella,
sino que también te aprovechas de cualquier mujer.
Landen se paró en la puerta, viéndome beber de una jarra de leche mientras
rezaba para que la erección que había llegado con su olor muriera.
—Has vuelto mucho antes de lo que predijimos.
—Lo que quiere decir es que estábamos pensando en empaquetar la mitad de
tus cosas y enviarlas al castillo. —Kash no pudo borrar la sonrisa de su cara
mientras esperaba que yo me explicara.
—No es necesario. —Arrastré mi mano sobre mi boca—. Aún.

358 Landen olfateó el aire.


—Ella está toda sobre ti.
—Eso no siempre significa cosas buenas con su majestad —dijo Kash.
Estuve tentado de tirarle la jarra de leche a la cabeza, pero me abstuve.
Apenas.
—Cuida tu lengua.
—¿O qué?
—O la cortaré y se la enviaré como muestra de mi afecto.
Su risa fue más fuerte que cualquiera que haya escuchado de él en la última
década.
Pestañeé, sonriendo cuando me volví hacia la despensa.
—¿Pasa algo malo con tu casa? —Busqué en la alacena, tomé una barra de
pan y un poco de queso y cerré la puerta.
Compartían una cabaña en el bosque, detrás del tronco gordo del árbol más
grande.
Había pertenecido a la madre de Dace y Landen. Después de ser capturada y
asesinada, los tres hombres se habían quedado conmigo hasta que las patrullas
disminuyeron, y fue seguro para ellos volver.
—No es ni la mitad de interesante que la tuya. —Landen robó la mitad del
pan, lo partió y le pasó un poco a Kash.
Comimos en silencio durante largos minutos. Tomé una jarra de agua para
bajar el pan y el queso.
—¿Qué pasa con los lobos? ¿Alguna noticia?
—Nada —dijo Kash, masticando un trozo de pan. —Lo último que escuché,
es que el Reino del Sol entregó a esos guerreros. Fueron vistos dirigiéndose al sur
de nuevo justo después.
Nova eligió entonces entrar en la cocina, y con una mirada a los hombres,
suspiraron y se fueron.
Ella era muy consciente de lo que eran. Porque aunque había perdido mi
afecto por ella, todavía confiaba en ella hasta cierto punto. Los habría vendido hace
mucho tiempo si hubiera querido.
Pero también eran sus amigos. No le quedaban muchos de esos.
—Has vuelto pronto.

359 Si recibía otro comentario como ese, me iba a quebrar. Manteniendo mi tono
distante, dije:
—Así es.
—Escuché lo que pasó —dijo—. A la bruja personal de la reina.
Era más que la bruja de la reina, y ambos lo sabíamos. Sin embargo, al
menospreciar su relación la mantuvo al otro lado de la línea. Firmemente y para
siempre en el mal, como muchos pensarían.
No me molesté en defenderla. No sentí ninguna necesidad. Ella era quien era,
y solo aquellos lo suficientemente cercanos a ella tendrían la suerte de ver todo lo
que era por sí mismos.
Descubrí que prefería que la gente la conociera menos de esa manera. Egoísta,
tal vez. Pero no me importaba mucho.
—Le va tan bien como se puede esperar.
—Escuché que era virgen.
Sacudí la cabeza.
—Nova.
—Lo siento. —Con un suspiro, se dejó caer en un taburete—. Yo solo< es
horrible.
Tarareé de acuerdo.
—Tuvieron el final que se merecían, aunque no eliminará el daño por
completo.
Pasando un dedo sobre la encimera de madera, Nova me miró bajo sus
pestañas.
—¿Cuándo es mi turno?
Confundido, la miré fijamente hasta que me di cuenta de lo que quería decir.
El recuerdo de nosotros escondidos en campos de flores silvestres fuera del
bosque calentó mi mente. Odiaba haberla lastimado. Odiaba que me tomara por
tonto. Pero sobre todo, estaba decidido a hacer todo esto bien, lo mejor que
pudiera.
—No serás juzgada —dije, sabiendo que Audra no lo pensaría. —Pero
necesitamos terminar el matrimonio.
—Chantaje. —Nova soltó una risa tranquila y sin humor. Al ver que yo iba en
serio, su sonrisa se desvaneció.
Después de un momento pesado, se levantó del taburete y me arrebató el

360 pan.
—No te preocupes, después de considerarlo detenidamente, he decidido que
de ninguna manera en la oscuridad querría permanecer en un matrimonio con
alguien que está vinculado a otra, y mucho menos a una reina psicópata.
—Lo siento —dije, en serio.
—Sí —dijo, sorbiendo por la nariz. —Yo también, porque incluso si no me
hubiera ido, esto todavía habría pasado. Tú, encontrándote encadenado a una
reina que nunca te hará su rey. —En ese momento, su labio se curvó mientras me
miraba de arriba a abajo, y se giró para irse.
No la detuve.
Treinta y uno
Audra

E
l sol y la luna rotaban, arrastrando días y noches con ellos.
Zad tenía razón. El incesante pozo de nostalgia solo crecía. Un
hambre como nunca antes había sentido.
Y nada, ninguna cantidad de vino o comida o tiempo podía
saciarla. Cada minuto sin él, empeoraba, llevando mi mente a un frenesí que me
distraía a cada paso, incluso cuando buscaba ocuparme para no sentir el tormento.
El interés por Berron, por cualquier otro hombre, se evaporó. Nadie más
361 servía. Nada más era suficiente. Ni siquiera ocuparme de mí misma todas las
noches con pensamientos de él.
Solo él.
Solo él bastaría.
Su propia hambre era como una sombra que se asomaba en mi espalda,
dentro de mi pecho, y reflejaba mis propios sentimientos de regreso mí.
—¿Querías verme? —preguntó Truin.
Dando la espalda al rugiente fuego, le hice un gesto para que cerrara la
puerta. Viendo como cruzaba la habitación y se inclinaba en un sillón de terciopelo
rojo, tomé nota de su cabello, que estaba en la parte de atrás de su cabeza, las
hebras doradas enroscadas en un gran moño trenzado.
—Estoy bien. —Presionó sus manos en su regazo, sus faldas de color amarillo
pálido las escondían.
—Tus mentiras no ofrecen ningún consuelo —dije, caminando hacia la
pequeña mesa donde estaba un fresco jarrón de rosas rojas.
Truin no dijo nada mientras sacaba tres del agua, arrancando los tallos y
tirándolas al suelo.
Levantó la barbilla cuando me paré frente a ella, mirando con ojos
inquisitivos mientras las tejía en el lío que había hecho sobre su cabeza.
—¿Cómo puedo detener esto?
—¿Qué es lo que deseas detener?
Sentí que mis fosas nasales se ensanchaban.
—No juegues cuando sabes exactamente lo que quiero decir.
—Tu vinculación con el lord. —Di un paso atrás, inspeccionando la posición
de las flores, y luego di un paso adelante para acomodar a una—. Escuché que
puede roer profundamente. Su ausencia. Después de un tiempo.
—No es de extrañar que algunos de los que pierden a la persona con la que se
vinculan acaben consigo mismos. —Por un breve momento, me pregunté si mi
padre estuvo vinculado, y si esa podía ser la razón de su mente inestable.
Como si lo supiera, Truin dijo con una voz gentil:
—Nunca se vinculó, mi reina. No que yo sepa.
—Detente. —Sonrió cuando me acerqué de nuevo—. Mejor.
Su mueca se convirtió en una sonrisa.
—Gracias. Y no sé qué decirte, aparte de que no puedes eliminar un vínculo
362 una vez que ha sido forjado por ambas partes.
—No deseo quitarlo. —La sola idea me enfermó—. Deseo sofocar la< —
Arrugué la nariz, y giré hacia las ventanas cubiertas de nieve—. La intensidad.
—Es muy pronto para la nieve —dijo, sabiendo por qué había llegado antes.
—Exactamente. —Lo último que necesitaba era que alguien asumiera que no
podía controlar mis poderes, mis sentimientos. Que asumiera que todavía no
estaba capacitada para gobernar.
—Hablaré con Gretelle. Estoy segura de que debe haber algo, aunque seguro
que tendrá efectos secundarios.
—Un alivio, en comparación.
Un golpe en las puertas nos hizo mirar hacia allá cuando Mintale entró.
—Disculpe, majestad. —Se inclinó—. Vine tan rápido como pude.
Fruncí el ceño ante sus mejillas rojizas.
—Entonces dímelo ya.
—El rey —dijo, y sentí que mi siguiente aliento se desintegraba en mi
garganta—. El rey está en camino.
Truin hizo un ruido que amenazó con romper mis dientes, que se apretaron
muy fuerte.
—¿Solo?
—Viaja con tres de sus más confiables guardias. —Mintale ofreció una sonrisa
sombría hacia Truin—. Llegarán a la ciudad en pocas horas.
Truin ya se estaba yendo, y maldije, corriendo tras ella.
—Detente.
Lo hizo, sus ojos se empaparon cuando se enfrentó a mí.
—Lo siento, mi reina, pero debo hacerlo.
Revisé sus rasgos, el tono pálido de su piel, y sentí que mis hombros se
hundían con derrota. Con una mirada sobre mi hombro a Azela, asentí, e
inmediatamente siguió a la bruja para ver que llegara a casa.
—Quédate con ella hasta nuevo aviso.
Giró para inclinarse rápidamente, y luego volvió a darse vuelta, corriendo
para seguir el ritmo apresurado de Truin.
A Mintale le dije:
363 —Tráeme unos clavos lo más rápido posible.
No necesitaba preguntar por qué. Había estado caminando sobre cáscaras de
huevo toda mi vida, pero fue todavía peor estas últimas semanas.
—Enseguida, mi reina.

Con un manto dorado que hacía caer copos de nieve al suelo, entró en la
cámara con su guardia personal a la espalda.
—Vaya entrada —murmuré.
—Menuda recepción —dijo, mirando a las pocas personas que estaban a mi
lado. Mintale, Ainx y Berron—. O la falta de ella.
—La próxima vez, envía más advertencias. —Avancé, con las manos
cruzadas frente a mí—. O mejor aún, espera una invitación.
Su sonrisa era de cuchillos y veneno.
—Tengo la sensación de que habría estado esperando para siempre.
No se equivocaba, y la forma en que su sonrisa se aplanó dijo que lo sabía.
Mintale se movió, y luego se escabulló hacia adelante para tomar el manto del
rey.
—Los refrescos esperan en la sala de estar, mi rey.
Con una reverencia, Mintale retrocedió, pero la mirada del rey se quedó fija
en mí.
No le di nada más que mi expresión más suave, y luego lo seguí hasta la sala
de estar.
Nuestros guardias esperaron fuera, según nuestras instrucciones, y tomé el
asiento frente a Raiden. Cruzando mis piernas, golpeé con mis uñas el brazo de la
silla.
—¿Te importaría decirme a qué se debe esta visita?
Encorvado, expulsó un aliento, pasando una mano por su cabello.
—Hace un clima encantador. —No respiré cuando dijo—: Es un poco pronto
para la nieve, ¿no?
—Te hice una pregunta.

364 Después de estudiarme por un momento que parecía no terminar nunca, se


inclinó, con las manos entre las rodillas.
—Pensé que era hora de que finalmente probáramos este matrimonio.
—Lo hicimos —dije, el tono es claro—. Dos veces. No encajó.
—Un valiente esfuerzo de tu parte. —Hizo una pausa para hacer énfasis—.
La primera vez.
—No tienes segundas oportunidades conmigo.
Arrastró su lengua sobre su regordete labio superior.
—¿Es así? —No me molesté en contestar, y resopló—. Bueno, no me rindo
fácilmente.
—Las bestias obstinadas nunca lo hacen.
Su risa resonó por toda la habitación, y se echó hacía atrás, sonriendo.
—Entonces, ¿debo tomar el lado derecho de la cama? ¿O el izquierdo?
Mi labio superior se curvó e hice una mueca.
Mis dedos se curvaron alrededor de los pétalos escarchados de la rosa, y
exhalé, lanzando aire caliente sobre ella para ayudarla a descongelarse. El rojo
sangre se ablandó en mi mano, y pasé a la siguiente.
El rey se había sentido como en casa, y al hacerlo, ya no se sentía como la mía.
Otra entrada para añadir a la larga lista de razones por las que lo odiaba.
No estaba del todo segura de cómo lo había amado. Aunque si miraba de
cerca lo que sentía por el Lord del Este, entonces tenía que preguntarme si lo que
una vez sentí por Raiden siquiera era amor.
El verdadero amor era el acoplamiento de las almas, y Raiden no podía
ofrecer la suya aunque lo intentara.
Dudaba mucho que supiera lo suficiente de lo suya para hacerlo.
—No puedes evitarme para siempre.
—Puedo si me apetece —murmuré, dirigiéndome al patio trasero, con mi

365 capa negra enrollada a mi alrededor.


Los pasos de Raiden crujieron en la nieve detrás de mí.
—¿Cómo está tu amiga?
—Se llama Truin. —Y no la había visto desde la llegada del rey. No iría a
verla aunque quisiera, sabiendo que temería que el rey me siguiera—. Y está tan
bien como se puede esperar.
Habían pasado dos días de lo mismo. Continué viviendo mi vida como si no
fuera una plaga de la que no pudiera deshacerme, ya que ignoró mis intentos al
plantarse dentro de mi línea de visión cada pocas horas.
Dentro, le di mi capa a Mintale, quien nos saludó con la cabeza y luego cerró
la puerta al frío.
—¿Ayudaría si le hago una visita? —preguntó, dudando—. Me gustaría
disculparme, profundamente, y explicar que nunca hubiera permitido tal
vulgaridad.
En la base de los escalones que conducen a mis habitaciones, giré para
mirarlo.
—Mantente alejado. Lo último que necesita ahora mismo son recordatorios
de lo que pasó.
Los labios de Raiden se fruncieron, pero asintió.
—Lo entiendo.
Buscando en sus ojos verde hierba, vi que lo intentaba, y que tal vez,
realmente se sentía miserable por lo que le había pasado.
—¿Qué hará falta? —me llamó cuando empecé a subir los escalones—. Para
que al menos me des tu compañía. Para darme una oportunidad.
No podía darle una respuesta porque no había ninguna.
Dentro de mis habitaciones, me senté en el alféizar de la ventana, mis labios
rodearon la pipa de Zad.
Los clavos no eran lo único que tenía para fumar. Truin había enviado una
planta frondosa con su abuela que debilitaba el deseo de correr por la ciudad, por
los pueblos de más allá y en el bosque a las tierras del otro lado.
Aunque suavizaba el impulso, aún permanecía. Era más fácil de ignorar.
Apagando la pipa, la dejé y arrastré mi dedo sobre el vidrio húmedo de la
ventana. A través de la línea, vi que las copas de los árboles se balanceaban a la

366 distancia.
Esto era lo que tenía que pasar. Raiden como rey, mi marido, y Zad en su casa
con su propia esposa.
Era la razón por la que lo había enviado lejos, pero no podía hacer lo que tan
desesperadamente insistía que necesitaba y seguir adelante como nuestro
continente necesitaba.
Un golpe en las puertas levantó mi cabeza, y agité mi mano, abriendo una
para que Raiden entrara.
—Te traje un poco de sopa —dijo, la puerta cerrándose tras él mientras
cruzaba las alfombras de piel hacia la pequeña mesa entre mi tocador y la puerta—
. No has venido a cenar —dijo—. Otra vez.
Lo miré, ofreciéndole una breve sonrisa.
—No tengo hambre.
—Estás empezando a darme un complejo. —Lo había dicho en broma, pero
me di cuenta de que mi incapacidad para darle la hora del día estaba empezando a
agotarlo.
Las cosas podrían ser peores. Podía mantenerme contenida en este
matrimonio y hacer mi vida completamente miserable al mismo tiempo. Podía
cansarse de mis payasadas y hacer que me asesinaran como había planeado antes
de conocerme. Podría terminar el matrimonio y arruinar la frágil paz que
habíamos logrado encontrar con su regreso.
Había muchas formas en las que esto podría ser peor, pero no estaba
haciendo ninguna de ellas.
En cambio, ofrecía una rama de olivo. Un frente unificado. Estaba tratando de
hacer que esto funcionara.
Y necesitaba dejar de comportarme como una niña y recordar quién
demonios era.
Con un suspiro, bajé la pierna del alféizar, mi camisón cayó al suelo mientras
me paraba y caminaba hacia la mesa, tomando asiento.
Raiden se ocupó de mis libros, hojeando las páginas mientras me llevaba el
cuenco a los labios y vaciaba la mitad.
Dejándolo, levanté la mirada para encontrar a Raiden observándome.
—Puedes irte en cualquier momento.
—¿Por qué siento que no quieres decir eso? —Acercándose, arrastró un dedo

367 sobre la mesa a través de una gota de sopa, y luego se la llevó a la boca para
chuparla—. No del todo.
—¿Qué es lo que esperas conseguir aquí?
—Perdón. Paz. —Ignoré la curvatura de sus labios, la forma en que su voz
bajaba al terminar su frase—. Entre otras cosas.
Lo ignoré a pesar de que sabía que no debía hacerlo.
—Ha jugado muchos juegos conmigo, rey. Así que tendrás que disculparme
si me encuentro exhausta y desconfiada.
—El primero era necesario.
Las palabras que me dijo en el calabozo y la vehemencia detrás de ellas me
habían carcomido la mente durante horas y horas durante el largo viaje de regreso
a casa desde su reino, sin nada que hacer sino guardar mi ira mientras Truin
dormía en mi regazo.
—¿Alguna vez has tomado clases de teatro?
Una risa confusa lo dejó mientras decía:
—¿Que si he hecho qué?
Lo miré, recordándole:
—Las cosas que dijiste en mi calabozo. Las cosas que me llamaste. La actitud
fría e insensible que albergabas tan bien. —Sonreí, mostrando mis dientes—. Tan
creíble, tan< —Apreté los labios, recordando, eres una de las perras más frías que he
conocido—< llena corazón.
Sus labios se curvaron, y comenzó a caminar por el suelo alrededor de una de
las alfombras, sin duda eligió sus palabras cuidadosamente.
—Tenía que hacerlo.
—Tenías que hacerlo —repetí, tratando de controlar mi temperamento.
Se detuvo, su atención en sus botas cafés.
—Tenías que creer que no te recordaba en absoluto, por lo tanto, que el
extraño que era te detestaba. Necesitabas pasar suficiente tiempo conmigo, con lo
que habíamos sido, si quería la opción de que me dieran otra oportunidad. —Sus
ojos se fijaron en los míos, una súplica en su interior—. Tal como lo haces ahora.
Mi tono era un susurro suave y lleno de incredulidad.
—Puedo asegurarte que no necesito hacer una maldita cosa. —Retuve el gesto
de dolor, el golpe en el estómago.
Parecería que no podía jugar bien después de todo. Aun así, el conocimiento

368 era inútil. Tenía que intentarlo.


—Entramos en este matrimonio por una razón —dijo después de que pasaran
unos momentos de enfriamiento.
—Paz —dije.
—Amor —dijo al mismo tiempo.
Crucé mis piernas, y puse mi brazo sobre el respaldo de la silla mientras
gruñía y empezaba a caminar de nuevo.
—Eres exasperantemente terco.
—Eres simplemente exasperante.
Se rio, y se puso serio rápidamente mientras se detenía y me miraba
fijamente.
—Audra. —Mi nombre era un aliento silencioso. Al acercarse, se puso de
rodillas, sorprendiéndome—. Audra, no solo quiero paz. Quiero, no, te necesito.
Alargando la mano, le pasé el dedo por la línea del cabello, luego por la
mejilla, y mi uña rozó el vello que le espolvoreaba la mandíbula. Sus ojos se
cerraron, su garganta se hundió.
—Nacemos solos y morimos solos —susurré, con dulzura y naturalidad—.
No necesitamos a nadie más que a nosotros mismos. —Sabía que las palabras eran
una dura mentira, pero ya había creído bastante, así que por qué no otra.
—Sabes que no es verdad. —Su mano me envolvió suavemente la muñeca
cuando mi dedo se alejó de su barbilla—. Necesitas tiempo, y puedo dártelo.
Necesitaba más que tiempo.
—Lo único que tenemos es tiempo, rey.
—Puedo ser paciente.
—¿La paciencia implica azotar y llevar a otra hembra al clímax?
—Estaba desesperado —dijo—. Un tonto.
Empezaba a pensar que había sido la única tonta que le había dado un
pedazo de mí.
Un pedazo que ahora pertenecía a otra persona.
Alguien que no podía tener.
Esto, pensé, bajando la mirada a los sombríos ojos verdes. Tenía esto. Esta era
la cama que me había hecho, y no tenía sentido seguir actuando como una mocosa.
De pie, Raiden me tiró suavemente de la muñeca, y después de respirar
profundamente, lo solté, permitiéndole que me levantara y me pusiera en sus
369 brazos.
Sobre la cama, tiró de la tela de mi camisón. Lo oí desgarrarse, el sonido era
similar a la extraña fisura dentro de mi pecho. Sus botas se cayeron al suelo, y el
siseo de sus pantalones le siguió.
Arrastrándose entre mis piernas, arrastró sus labios por mi muslo hasta mi
estómago, y luego mis pechos, su lengua y sus dientes sensibles mientras
provocaba y tiraba.
Sus manos vagaron por mis costados, una de ellas se deslizaba entre mis
piernas. Estaba mojada, pero no lo suficiente.
No importaba. Cuando murmuró:
—Me robas el aliento< —Le agarré los dos lados de su cara mentirosa y lo
llevé a mi boca.
Todo mi cuerpo se tensó cuando entró en mí, la incomodidad fue tan aguda
que mi espalda se arqueó.
Lo tomó como una señal de placer, gruñendo con satisfacción mientras sus
labios subían por mi pecho y sobre mi cuello. Cuando llegaron a la curva de mi
hombro, el mismo lugar que había sido marcado por ambos machos antes, el
mundo se volvió un conjunto de gris y negro.
Mareada por el pánico, lo empujé y me levanté de la cama.
—Audra.
Agarrando mi bata, la enrollé a mi alrededor, pasándome la mano por el
cabello.
—Seda, ven aquí.
Mi pecho se agitaba, me salían fuertes olas de aire y no entraba lo suficiente
como para llenar mis pulmones.
—No.
Las cortinas se arremolinaron, el fuego casi se extinguió, mientras la
habitación se volvió cruda y los apliques se atenuaron.
—Oye. —Unos brazos me rodearon, me tranquilizaron, su voz era baja—.
Oye, tranquilízate. Está bien.
—No. —Resoplé, ardiendo.
Me sostuvo hasta que reuní mis emociones estáticas y finalmente me las
arreglé para encerrarlas de nuevo en su jaula.

370 —¿Qué pasó allí? —preguntó, con cuidado.


—Yo< —Me detuve, retorciéndome en sus brazos y retrocediendo para
encontrar su frente arrugada, y sus hombros tensos. Se estaba preparando para que
lo peor saliera de mi boca—. Simplemente< no estoy lista —mentí.
Raiden se lamió los labios, asintiendo, y luego tomó sus pantalones y se los
puso.
—Es demasiado pronto. Sabía que lo era.
Parpadeando, me quedé allí mientras terminaba de vestirse y se ponía las
botas.
Antes de irse, me preguntó:
—¿Puedo al menos quedarme contigo?
Debería dejarlo, pensé. Pero me negué, mis ojos se cerraron.
Esperé a que sus pasos se acercaran a las puertas, pero no pasó nada.
Entonces, tranquilo y urgente, me agarró por detrás de la cabeza y apretó sus
labios contra mi sien.
—Si crees que voy a ceder, entonces nunca me conociste en absoluto.
Cuando ya no pude sentirlo, me apresuré a las puertas, las cerré con llave y
me deslicé al frío suelo.
La oscuridad y el silencio eran dos cosas de las que había aprendido a
hacerme amiga desde hace mucho.
Así que no sorprendió a nadie que apenas saliera de mis habitaciones durante
días, eligiendo sentarme en la ventana o tumbarme en la bañera durante horas.
Mintale me proveyó de cualquier documento urgente para firmar, problemas
menores para resolver, y aprobaciones que necesitaban ser otorgadas. Truin se
quedó en casa. Y Raiden< lo último que oí, es que estaba yendo a la ciudad a las
tabernas locales, el teatro, y la oscuridad sabía a dónde más, con sus guardias.
—Para que la gente se acostumbre a su presencia. —Había explicado Mintale
cuando le pregunté por qué.
Quería dejar claro que él tenía su mitad del continente y yo la mía, y que no
había necesidad de que nadie se sintiera cómodo con nada.

371 Pero eso no era cierto.


Habíamos hecho una alianza, y él estaba haciendo su parte para dejarlo claro.
Lo cual era mucho más de lo que podía decir de mí misma.
Mintale entró, estudiando el cuarto oscuro cuando lo hizo.
—Majestad —dijo, haciendo una reverencia.
Pestañeé, un lento barrido de mis pesadas pestañas, y bostecé.
—El rey hizo planes.
Al alejarme de la fría ventana, mis pies tocan el suelo aún más frío, las faldas
de mi vestido se balancean alrededor de mis tobillos.
—¿Qué planes?
Sus labios se aplanaron de esa manera suya cuando sabía que estaba a punto
de hacerme enojar.
—Un baile. Para que todos y cada uno de los residentes de Rosinthe asistan.
En la próxima luna llena.
Sentí que mis cejas se fruncían, y luego me reí.
—No estoy de humor para bromas.
Mintale asintió.
—Me temo que es< eh, no es broma, su majestad. El rey Raiden se está
preparando para hacer el anuncio formal mientras hablamos. Solo espera su
aprobación.
Mis labios se cerraron de golpe, y giré hacia la ventana, con ráfagas de nieve
bailando al otro lado.
Estaba loco. Invitar a todo el continente, no es que todo el mundo venga<
—No habrá suficiente espacio. —Castillo o no, tendríamos gente
derramándose en cada salón, cada habitación disponible, cada jardín, los patios, y
las calles de la ciudad más allá.
—Ha dicho que cuando el castillo esté casi lleno, podríamos dejar de permitir
la entrada de gente hasta que otros invitados se vayan.
Por supuesto. Para cada pregunta, siempre encontraría una respuesta.
Mirando a mi consejero, pregunté:
—¿Y qué piensa de esta ridícula idea?
Las mejillas de Mintale se hincharon mientras se rascaba la mandíbula
peluda.

372 —Creo que es peligroso, pero veo el mérito de correr el riesgo. Quiere que se
sepa, a lo largo y ancho, que hay paz y unidad, y que cualquier acto de traición
contra la corona es ahora un acto de traición contra todo el continente.
—¿Y por mérito quieres decir que esperamos mostrar a la gente de esta
peligrosa tierra que no soy, de hecho, un monstruo, ni mi padre, y que los vemos
cómo iguales?
Las cejas de Mintale se hundieron para encontrarse con sus ojos.
—Bueno, iguales es quizás engalanar un poco el asunto.
—Que plebeyos —dije, ahora de pie—, humanos y la oscuridad sabe qué
otras criaturas, entren en terreno real no solo es tomar un riesgo estúpido sino que
también les muestra dónde pueden hacernos más daño, si alguien más lo está
planeando.
—Y por eso es usted reina, mi lady —dijo Mintale con una pizca de sonrisa—.
Le transmitiré esta información y le diré que está fuera de discusión—. Se inclinó y
se dirigió a las puertas, y yo miré el espacio donde había estado parado,
preguntándome qué demonios estaba pensando Raiden.
Un frente unificado.
Un frente de hecho.
—Mintale —llamé.
Se dio la vuelta, esperando en la puerta.
Casi me dolió decirlo, las palabras ardiendo mientras cabalgaban a lo largo de
mi próximo aliento.
—Dile a nuestro rey que puede tener su baile. —Con algo golpeando en mi
pecho, cada vez más rápido mientras el pensamiento tomaba vuelo, dije—:
Asegúrate de que el lord del este esté presente, así como la amante favorita del rey,
Eline.
Aclarando su garganta, Mintale murmuró:
—Por supuesto, mi reina.
—Oh, una cosa más. —Al llegar a la cama, me incliné sobre ella mientras
Mintale esperaba, con la cabeza inclinada—. Será un baile de máscaras, o no habrá
ningún baile.
Con una sonrisa confusa, se sumergió una vez más, y luego se escabulló de la
habitación.

373 El cerrojo de las puertas resonó a través de mi silencioso santuario.


Tomando la daga de mi mesa de noche, arrastré su lado toscamente tallado
por encima de mis afiladas uñas.
—Si el rey intrigante quiere un baile, entonces tendrá un baile.
Treinta y dos
L
os jardines estaban ahogándose en plata y oro.
Mis manos picaban con la urgencia de arrancar la guirnalda, las
coronas y los adornos de las rosas y los tulipanes y mandarlos a volar
a las cabezas de aquellos que los habían ensartado sobre sus espinas y
hojas. En cambio, removí suavemente cualquier cosa que dañaría los tallos y
deslicé la decoración dentro de los frondosos matorrales tras ellos.
Pasos crujieron, seguidos por una garganta aclarándose. Me tomé mi tiempo
enderezándome, encontrando a Klaud cuando me di la vuelta.

374 Su cabello dorado brillaba bajo el sol menguante intentando asomarse a


través de las pesadas nubes.
Con el baile arreglado para tener lugar esta noche, me las había arreglado
para luchar contra mis emociones hasta la conformidad. Ese punzante sentimiento
necesitado dentro de mí hervía a fuego lento, sabiendo que el lord pronto estaría a
corta distancia.
Nieve se asentaba en gruesos trozos contra las murallas del castillo y los
jardines, retirada de los caminos, escalones y las calles de la ciudad. Aun así, la
escacha permanecía, y añadía deslumbrante extravagancia que dudaba que
muchos a parte de mí apreciarían.
Klaud se inclinó, profunda y agraciadamente, sus ojos marrones luchando
por mantener contacto. Mirando alrededor de los jardines vacíos.
—Su majestad.
Arrastré mi lengua por la parte inferior de mis dientes, acomodando mis
manos frente a mí. Las mangas de mi vestido se unieron para cubrirlas.
—¿Vienes a escupir más basura sobre mí? No puedo estar segura que
escaparás ileso esta vez. —Mi nariz se retorció—. De hecho, puedo garantizar que
no lo harás, ya que no estoy de humor para tal irreverencia.
Su mirada se movió a los jardines, como si supiera que la forma en que
habían sido arreglados fuera parte de la razón, luego de regreso a mí. Con una
sonrisa cautelosa, dijo:
—De hecho, vine a disculparme. Estuve fuera de lugar y terriblemente me
temo.
Canturreé, observándolo por debajo del puente de mi nariz.
—Estuviste de hecho fuera de lugar.
—Él no va a< —Se detuvo, dando un paso atrás.
Me moví a un grupo de tulipanes, liberándolos de la guirnalda asfixiando sus
tallos, y la aflojé.
—¿Hablar contigo? Me temo que ese problema no es mío.
—Lo sé. —dijo—. Pero se preocupa por usted —pronunció las palabras como
si el hecho de que tuviera que decirlas lo molestara más que la verdad en ellas—.
Se preocupa por usted, por lo que luego de la forma en que reaccioné, se niega a
reconocer mi existencia.
Moviéndome a una rosa, arrastré mi pulgar sobre una espina, sangre

375 apareciendo a través de la piel. Volviéndome al joven soldado, coloqué el dedo en


mi boca y succioné.
Sus ojos se entrecerraron a medida que mi lengua untaba sangre alrededor de
mis labios, y luego tragó.
—Mi madre solía decir que aquellos que desnudan las garras no siempre son
tan astutos. —Lo rodeé, mis botas apenas haciendo ruido, mi voz baja—. Dime,
Klaud. ¿Consideras afiladas tus garras?
Confusión frunció sus cejas, su cabeza girando de aquí para allá para no
perderme de vista.
—¿Mi reina<?
Me detuve, mirándolo a los ojos.
—Berron es astuto, y no necesita demostrar que es más astuto que la mayoría.
Así que deja de lloriquear por ahí como un pulgoso herido y regresa a tus
aposentos para afilar tu mente en lugar de esas inútiles garras. —Retrocediendo un
paso, observé la comprensión iluminar sus juveniles facciones—. Y la próxima vez
que consideres necesario molestarme con problemas que no me conciernen,
recuerda que puedo hacer cosas peores que tomar tu varón favorito para mí.
Mi capa ondeó tras de mí, el viento revolviéndola antes de entrar al patio y
pasar a los atentos guardias hacia el salón.
Los pasillos estaban rebosando con coronas de rosas, e hice una mueca,
viendo que la mayoría habían sido teñidas en oro y plata, los colores de nuestros
reinos, con los cuales habíamos elegido representar nuestra unidad.
El personal de la cocina y las sirvientas revoloteaban, inclinando sus cabezas
rápidamente antes de apresurarse a su siguiente tarea.
Al pie de las escaleras, Raiden esperaba, comiendo un melocotón y lamiendo
el jugo de sus labios.
—Seda.
—Mentiroso.
Con una risita, se unió a mí, dirigiéndonos arriba.
—Debo decir, me alegra verte fuera de tus aposentos.
—Mi hogar está a punto de ser puesto en exhibición para que el continente
entero lo vea —espeté—. Naturalmente, necesito mantener controladas las
preparaciones.
—Naturalmente —dijo.
En la cima de las escaleras, me giré hacia él.
376 —¿Puedo preguntar qué es lo que quieres?
—Oh, deberías saber mejor que eso. —Sus dientes se hundieron en la jugosa
fruta, su fuerte mandíbula moviéndose mientras chupaba—. ¿Estás nerviosa?
Irritada, sacudí mi cabeza.
—¿Viniste a preguntarme si estoy nerviosa?
Levantó un hombro.
—Es una pregunta válida. Como dijiste, una gran cantidad de personas estará
llegando pronto.
—Entonces necesitaré una gran cantidad de tiempo para prepararme —dije,
alejándome—. Así que, si me disculpas.
Sus ojos me siguieron hasta que estuve fuera de la vista.

—Adelante —dije, fijando la segunda trenza en la cima de cabeza.


—Hermosa, mi reina.
El broche cayó de mis dedos en el exceso de seda en mi regazo cuando
contemplé el reflejo tras de mí en el espejo.
Truin sonrió, cerrando las puertas. En un vestido azul pálido, su cabello
suelto y presionado sobre sus delgados hombros, cruzó la habitación.
—Viniste.
Arrancando otro broche de la mesa, agarró la trenza que había caído de mi
cabeza y la giró en un bucle que se encontró con la otra. El broche cavó
suavemente en las hebras, sosteniéndola en su lugar, y entonces sus manos
cayeron sobre mis hombros.
Ojos marrones brillaron.
—No puedes dar una fiesta así de grande y esperar a que no asista.
Eso fue precisamente porqué pensé que no lo haría.
Sabiendo eso, sus ojos cayeron, y la esencia cítrica flotó cuando rodeó el lugar
donde estaba sentada hacia la adornada corona de espinas situada sobre una
almohada dentro de la vitrina de vidrio.

377 —Extraño a mis amigos, extraño el escándalo, y extraño estar sin miedo. —
Empujando sus hombros hacia atrás, dijo con determinación—. Así que estoy lista
para dejar de extrañar esas cosas. Para intentarlo con más fuerza.
Sus dedos liberaron el vidrio en el aire, y lo colocó sobre el buró antes de
levantar la corona. La plata relució en la opaca luz de la habitación. Truin se volvió
hacia mí.
—¿Estás lista?
Mirando fijamente las espinas, las retorcidas ramas que se entrelazaban entre
las adornadas hojas esmeraldas para hacer lucir una pesada pieza de metal como
algo superior, me di cuenta que no podía responder.
No quería usarla. La corona. La misma que había sido usada por mi padre, mi
abuelo, y mi bisabuela, e incontables reyes antes de mí.
Estaba plagada de fantasmas, sus transgresiones, su codicia, sus fracasos, y su
éxito manchado de sangre.
No tenía lugar, ni deseo de poner las almas de aquellos antes de mí sobre mi
cabeza para que todos lo vieran.
—Una reina no necesita una corona para que todo el mundo sepa quién es.
Los labios de Truin se retorcieron, frunciéndose.
—Aunque sea así, debes usarla para la tediosa bienvenida al menos. Oh, y los
discursos.
—Tengo una máscara. —Mis dedos se arrastraron para acariciar las plumas
negras que escudarían mitad de mi cara—. Desentonará horriblemente.
Truin se rio, y el sonido provocó una sonrisa.
Mis mejillas temblaron, e inhalé.
—Bien.
Observé en el espejo mientras cuidadosamente situaba la corona alrededor de
mi trenza, y luego tomé la máscara. Se deslizó en su lugar con pasadores que
fijaron mi cabello detrás de mis orejas, protegiendo todo excepto la punta de mi
nariz, mis mejillas inferiores y barbilla, el rojo sangre de mis labios, y mis ojos.
Lucían más brillantes, un cielo azul, mis pestañas oscuras rebasando los confines
de la máscara para curvarse sobre ella.
—Listo —dijo Truin, apenas un susurro.
Cuando me puse de pie, mi vestido cayó al suelo en una cascada de plumas

378 negras, el apretado corpiño con incrustaciones de cuentas plateadas atrapando la


luz y proyectándola hacia afuera.
Ofrecí mi brazo, y los pálidos labios rosados de Truin se abrieron, sus ojos
saltando a los míos.
Entonces enlazó el suyo entre él y deslizó su propia máscara, azul con alas de
mariposa surgiendo de ambos lados, en su lugar.
Juntas, dejamos mis aposentos, las puertas cerrándose y trancándose con un
resonante golpe y un ruido metálico mientras descendíamos lentamente por las
escaleras.
Los pasillos ya se estaban sacudiendo con ruido: carcajadas, charla, y cantos;
provocando que mi corazón latiera con fuerza. Serpenteamos entre ellos, y unos
cuantos cocineros, doncellas y sirvientes se detuvieron para inclinarse y mirar
boquiabiertos a medida que pasábamos.
Raiden estaba esperando en la cima de las escaleras que llevaban al salón de
baile en una chaqueta dorada y pantalones grises que resplandecían cuando la luz
los atrapaba.
Resoplé cuando vi su máscara. Un zorro.
Extendió su mano, una llama danzó frente a nosotros, encendiendo su
atractiva sonrisa y haciendo que unos cuantos espectadores abajo jadearan.
Antes de que mi mano tocara la suya, la llama desapareció, aunque su
asfixiante calor podía sentirse sobre su piel.
Truin hizo una reverencia, y luego se adentró por las escaleras hacia la
creciente multitud abajo.
Una parte de mí quería llamarla para que regresara. Cuando finalmente le di
mi atención a Raiden, encontré su propia corona de serpientes enroscadas doradas
y ramas, hojas rubí destellando en la cima de su cabeza.
—Todavía no he visto que te la pusieras hasta ahora —dijo, su voz suave,
pero sus ojos duros sobre la plata coronando mi cabeza.
—No estoy encariñada con ella —admití, luego hice un gesto con mis ojos
hacia la multitud.
—¿Un cuervo? —preguntó, estudiando mi vestido y máscara.
Mi sonrisa apretó mis mejillas.
—Un águila de medianoche.
Nuestros guardias se acercaron, flanqueándonos por todos lados.

379 —Ah, pero por supuesto —dijo—. Oscura y letal.


En respuesta, mi barbilla se elevó.
Los ojos de Raiden danzaron, y entonces asintió, empujando mi brazo dentro
del suyo cuando empezamos a descender las escaleras.
Los invitados, la mayoría usando máscaras, enmudecieron. La habitación
entera, lo suficientemente grande para ocupar un pequeño ejército, se llenó con
nada excepto el rugido de mi corazón en mis oídos.
Se separaron, aunque no fue cosa fácil con tanta gente, y cruzamos la
habitación hacia los dos tronos sobre la tarima al otro lado.
Orugas, polillas, otra mariposa, e incluso un bufón captaron mi vista, pero no
fue hasta que alcanzamos la tarima, nuestros guardias acomodándose debajo y
detrás de ella, y me situé ante nuestros tronos; que finalmente lo vi.
Goteando de la cabeza a los pies en negro estaba un lobo.
Su máscara era peluda, bigotes brotando en líneas plateadas a cada lado de su
nariz torcida, el suave negro arrastrándose alrededor de sus ojos dorados.
Mi pecho se desinfló, mis hombros impregnados de acero cayendo, pero esos
ojos, luminosos como ningunos, no estaban brillando de la forma que pensé que lo
harían.
Con sus labios tensos, y su mandíbula flexionada en un cuadrado inmóvil,
miró fijamente, y lo miré de regreso, temiendo que el caleidoscopio de sensaciones
dentro de mí estuviera en exhibición para que todos lo vieran.
El brazo de Raiden apretó el mío cuando empezó a hablar, y le di mi atención
al mar de rostros bajo nosotros, mis hombros y barbilla levantándose.
—Bienvenidos —dijo Raiden, su profunda voz transportándose por la
habitación construida para tales cosas—. Estamos encantados de tenerlos a todos
aquí para ayudar a celebrar un momento tan importante para todos nosotros. —Se
detuvo, a propósito, y terminó—. Para celebrar la paz. Una unidad que conducirá a
un futuro próspero y mágico para todo el mundo.
Sonreí, esperando que luciera más cálida de lo que se sentía, a medida que
aplausos estallaban e incluso algunos silbidos.
Una jarra le fue tendida a Raiden, probablemente planeado, y extendió la
cerveza en el aire.
—Beban, coman, bailen. Conozcan a sus vecinos, y disfruten el uno del otro.
—Entonces, la inclinó hacia atrás para más gritos, aplausos y silbidos antes de que
tomáramos nuestros asientos.

380 Uno por uno, a cada invitado se le permitió venir ante la tarima y desearnos
lo mejor, pero cuando la algarabía se hizo demasiado ruidosa, la habitación
llegando a su máxima capacidad en una hora, fuimos forzados a ponerle un fin a
eso y dejar la tarima para hacer las rondas en su lugar.
Para su crédito, Raiden podía encantar incluso a los más ariscos de los
comerciantes y nobles por igual, dejándolos a todos con mejor espíritu del que
habían estado cuando nos habíamos acercado a ellos.
—Eres un experto —dije a través de mis dientes, sonriendo al grupo de
jovencitas en vestidos sencillos con tiras de satén atadas alrededor de sus frentes.
Era todo lo que se podían permitir, supe, y fueron rápidas en volverse rojas como
tomates por encontrarse con mis ojos, antes de darse volverse la una a la otra para
jadear y chismosear.
—Lo estás haciendo bien —dijo Raiden de regreso.
Me burlé.
—Unas cuantas sonrisas y saludos aquí y allá. Vaya, prácticamente soy tu
pony en exposición.
—Dudo que haya un alma en esta habitación que no tiemble hasta la médula
si tus ojos caen sobre ellos. —Lo había dicho en broma, pero todavía lo tomé por el
cumplido que quise que fuera.
Un pavo real se inclinó cuando pasamos, cubierta de la cabeza a los pies en
verde y azul, su cabello rubio cayendo sobre su pecho medio expuesto.
—Mis vasallos.
Raiden se congeló en el lugar. Su brazo tensándose alrededor del mío,
masculló:
—Eline.
Enderezándose, exhibió sus dientes en una sonrisa que solo podía ser descrita
como amenazante, aunque no para mí.
—Espero que su estancia le haya servido bien, mi rey.
—En efecto —dijo Raiden—, lo ha hecho.
Sus ojos se dirigieron hacia mí, su nariz inclinándose hacia arriba.
Solo sonreí y lo encontré más fácil que la última vez que había puesto los ojos
sobre la amante preferida de Raiden.
—Nos estamos encargando excelentemente de él, pequeña leona —le dije a
Eline—. Te lo puedo asegurar.
Raiden se paralizó, luego tosió.
381 Los ojos de Eline se entrecerraron sobre él.
—Oh, estoy segura que sí.
Caminamos, y no pude evitar notar lo mucho que le tomó al rey junto a mí
aflojar sus músculos y ofrecer una sonrisa genuina.
—¿Su presencia te molesta? —pregunté, toda inocencia.
—Déjame adivinar —dijo—. ¿Tú la invitaste?
Exclamé:
—Era un evento abierto, querido mío.
Raiden suspiró.
—Me atormentas sin descanso.
—No hago tal cosa.
—Tu sola existencia es suficiente —susurró, inclinándose para arrastrar las
palabras sobre mi mejilla.
Mis ojos se movieron a las sombras bajo las escaleras donde el lord
permanecía, bebiendo champaña, su esposa en ningún lugar a la vista.
—Necesito un trago.
Raiden chasqueó sus dedos mientras nos acercábamos a las escaleras, pero el
sirviente se dirigía en la otra dirección, y gruñó antes de seguirlo.
Contuve mi sonrisa, y sabiendo que Azela estaba siguiéndome, así como los
ojos de todos nuestros guardias, pero sin importarme; me deslicé dentro de las
sombras y sentí mi respiración salir de mí en una exhalación congelada.
Zad se inclinó, esos agudos ojos sobre los míos mientras se enderezaba.
—Resplandeciente, incluso vestida oscura como la noche.
Sus palabras, aunque eran suaves y cortas, provocaron un golpeteo dentro de
mí, ligero e inquieto. Necesitándolo, di un paso más cerca.
Para mi confusión y consternación, se retiró.
Asentí, comprendiendo.
—Aquí no.
Su respuesta fue un cuchillo sin filo.
—O en ningún lugar.
Antes de poder vocalizar mi confusión, Nova apareció a su lado, su brazo
382 lanzándose detrás de su espalda mientras sus rodillas se doblaban.
—Majestad. —Echó un vistazo alrededor de la habitación—. Gran fiesta.
Podía sentir mi labio inferior curvarse, pero los coloqué en una línea plana
cuando sus ojos sonrieron astutamente hacia mí.
Raiden regresó, su boca bajando hacia mi oreja.
—Vamos a dar un paseo. Tomemos un poco de aire fresco.
No quería aire fresco.
Quería a mi lord lejos de su esposa.
Quería que me mirara de la manera que usualmente lo hacía, deshacerme de
ese frío desapego de sus facciones cristalinas.
Mi estómago dio vueltas, mi mente buscando, pero no encontró nada.
No podía sentir nada de él, excepto el amargo gusto de la ira.
Conmocionada, fui fácilmente alejada del par y enviada afuera hacia un
pasillo lleno de visitantes enmascarados y sirvientes cargando humeantes bandejas
de comida hacia y desde el salón de baile.
Raiden siguió caminando hasta que alcanzamos la terraza, pero no me
detuve.
Continué hasta que el ruido fue tragado por el silencio hallado más cerca de
las escaleras que llevaban a mis aposentos. Guardias permanecían al final para
evitar que los invitados encontraran su camino hacia los niveles superiores, pero se
hicieron a un lado cuando me vieron dirigiéndome hacia ellos.
—Audra —dijo Raiden—. No puedes pretender enfurruñarte en tus
aposentos cuando nuestro disfrute, nuestra presencia en esta noche, significa tanto.
—Necesito un momento —dije, abriendo las puertas a mis aposentos.
Antes de que pudiera entrar, mi muñeca fue agarrada, y fui girada hacia un
duro pecho.
—¿Por qué?
Intentó buscar en mis ojos, mi expresión, pero la máscara y la inclinación de
mi cabeza no lo permitieron.
—Seda —dijo, agarrando mi barbilla—. He sido paciente. He estado aquí,
esperando a que este resentimiento tuyo pase, pero incluso si no deseas compartir
lo que te molesta, debes hacerlo. Debes compartirlo conmigo, no solo porque me

383 importa, sino porque para bien o para mal, ahora somos un equipo.
Mis ojos se elevaron, punzantes pozos de agua, y su agarre se aflojó ante la
vista.
—Puede que comparta este continente contigo, pero no necesito compartir
nada más.
—Hubo un tiempo en que te tendría escupiendo el funcionamiento de ese
hermoso cerebro —murmuró—. Lo extraño. Lo quiero de regreso.
Sin nada que decir, solo permanecí allí.
Y entonces el aire se volvió maligno, como si hubiera surgido de un latido de
furia, y Zad apareció detrás de Raiden.
Sintiéndolo también, Raiden se apartó lentamente, su mirada rebotando entre
nosotros dos por una paralizante exhalación.
—Está perdido, lord. —Sonrió, la amenaza rodando en la dureza de la frase—
. De la vuelta.
Zad sonrió de la misma forma.
—He pasado demasiado tiempo en estos pasillos para alguna vez
encontrarme perdido, rey.
Las manos de Raiden se enroscaron, su cuerpo entero hinchándose.
—Danos un minuto —dije, y cuando Raiden me lanzó una mirada incrédula,
añadí—. Por favor.
Miró fijamente por un minuto, y luego suspiró, su hombro golpeando el de
Zad en su camino.
Zadicus no se movió, no por el empujón intencional y no después de que los
pasos de Raiden se desvanecieron al final de las escaleras.
—Bueno —dije, mis manos extendiéndose—. ¿Me arrinconas y luego fallas en
hablar?
—Estuviste con él. De nuevo. —Tales rápidas, vertiginosas palabras envueltas
en espeso disgusto.
No tenía sentido en negarlo. Él lo sabía, como había adivinado y temido que
pudiera hacer.
—Lo hice.
Arrastrando una mano sobre su boca, sacudió su cabeza al suelo, una risa
baja precediendo sus siguientes palabras.

384 —Lo sabía —dijo—. Sabía que estaba condenado en el momento que me
vinculé a ti.
—Bueno, intentamos, pero no< —Mis dientes rozaron mi labio cuando luché
para encontrar las mejores palabras para usar—. No funcionó.
Ante eso, su cabeza se ladeó, y merodeó más cerca.
—¿No funcionó? —Su tono era acusatorio, lleno con incredulidad—. ¿Dejaste
a un hombre entrar a tu cuerpo, y no funcionó? —Me cortó a la mitad con su
iracunda mirada—. No puedes mentirme, Audra.
—No estoy mintiendo. Lo encontré demasiado< —Me detuve, dejando salir
las palabras con una brusca exhalación—. Lo eché. No mucho después de que
empezáramos, lo detuve —dije, secamente. No le permitiría hacerme sentir
inferior—. Lo sabías, lo sabes muy bien —proseguí—. Lo que tendré que hacer.
Raiden era mi esposo. Era el futuro con el que estaba ensillada. Era inútil
rogar perdón por algo que tenía que hacer, y probablemente tendría que hacer de
nuevo.
—Hay muchas cosas que tienes que hacer, pero fracaso en ver por qué eso es
una de esas cosas. —Después de mirarme fijamente por asfixiantes segundos, Zad
maldijo, su cabello caoba fallando en cubrir su afilada mejilla cuando se volvió
hacia la ventana—. Esto es una maldita pesadilla.
Quería decir tantas cosas.
Quería pedirle que se quedara. Asegurarle que el rey solo entraría en mis
aposentos, en mi cuerpo, cuando llegara el momento de producir un heredero.
Pero más que nada, solo lo quería a él, sus brazos a mi alrededor, su esencia
calmándome, y su odioso latido danzando con el mío.
—Zadicus —dije cuando empezó a alejarse—. Zad —dije de nuevo cuando
tomó las escaleras.
Lo seguí, pero aun así, no se detuvo.
En el pasillo de abajo, Raiden salió de las sombras, sus dientes desnudos
cuando se lanzó hacia Zad, y ambos cayeron al suelo.
Un grito se extendió por mi garganta, atrapado allí, cuando el puño de
Raiden chocó con la mejilla de Zad, y entonces Zad le dio la vuelta, dándole un
codazo en la nariz.
Sangre se esparció, y guardias se apresuraron al pasillo, pero detuve a todo el
mundo con la elevación de mis manos.
—Deténganse.

385 Con un viento que agitó los candelabros de las paredes, dejándonos casi en la
oscuridad, forcé a Zad a separarse de Raiden, sabiendo lo que pasaría si no
arreglábamos esto.
Uno de ellos moriría, y el resultado de eso sería catastrófico, sin importar
quién fuera.
Para mí, y para Allureldin.
—Dije que se detengan —ordené, mirando a Ainx para que agarrara al lord,
quien lo alejó.
—¿De nuevo? —Zad escupió al suelo junto a la cabeza de Raiden—. ¿Me
haces venir aquí otra vez, solo para que me arrastren afuera como ganado
indeseado?
Asentí hacia Ainx, y liberó al lord.
Ajustando su máscara salpicada de sangre, Raiden se levantó del suelo, la
rabia en sus ojos mordiendo mi piel.
Mirando a los guardias, dije:
—Déjennos.
Lo hicieron, pero solo lo suficientemente lejos para dar la ilusión de
privacidad.
—¿Te vinculaste a mi reina? —Las palabras salieron de la boca de Raiden
como llamas ardientes escapando de un incendio. Acercándose a Zad, se burló—.
¿Mi esposa? Tendré tu cabeza<
—No lo harás —dije—. Porque me vinculé con él también.
Como si se hubiera convertido en piedra, Raiden se quedó mortalmente
quieto, su mirada sobre Zad, que solo permaneció allí con ojos duros, inexpresivos.
Finalmente, se volvió, y deseé que no lo hubiera hecho.
Nunca le había temido al varón, ni le había temido a ningún varón a
excepción de mi padre, hasta ese momento. Con sus ojos ardientes, su paso lento y
enfocado, Raiden se detuvo frente a mí y espetó:
—¿Lo ocultaste de mí? ¿Te vinculaste con un varón aparte de mí, y piensas
ocultarlo de mí?
—Fue reciente —dije, simplemente, luchando para mantener mis palabras
estables, mi propia respiración, bajo una mirada más severa que la de su sol
desierto—. De mi parte.
—De tu parte —repitió, suave y sin parpadear.

386 Tragué, escogiendo el silencio. No era propensa a transmitir disculpas, y no


iba a empezar con él. No le debía nada, especialmente después de todo lo que
había hecho.
Solo se podía culpar a sí mismo por cualquier disgusto que sintiera. Había
cambiado la trayectoria de todas nuestras vidas con sus mentiras y su taimada
naturaleza.
Medio había esperado que el lord se alejara, pero debería haberlo sabido. No
iba a ir a ningún lugar con la ira desplegándose de Raiden, especialmente cuando
estaba cerniéndose sobre mí como un árbol doblado a punto de quebrarse durante
una tormenta.
Mirando de regreso a Zad, preguntó:
—¿Cuándo?
—No importa —dijo Zad, las palabras cortando como esquirlas de hielo—.
Ahora, retrocede.
—Oh, pero creo que importa demasiado. —Raiden se giró hacia él—.
Considerando que te vinculaste con alguien que no era tuya. Ella es mía. —Clavó
un dedo en su pecho—. Mi esposa. Mi reina. Mi futuro. Mía.
Como si pensara que obtendría algo de satisfacción por admitirlo, Zad se
encogió de hombros.
—Solo tenía catorce, así que ocurrió mucho antes de que tu dolora existencia
fuera incluso un pensamiento en su cabeza. Una mancha empujada en todas
nuestras vidas.
Eso hizo que Raiden se detuviera.
No podías enjuiciar a alguien por vincularse. Era casi tan natural como el sol
y la luna cambiando turnos en el cielo. Pero cuando eras un real, de la alta realeza
que se sentaba en el trono nada menos, podías perfectamente salirte con la tuya
con lo que sea que se te antojara, dentro de lo razonable.
Y estaba dentro de lo razonable hacer que el vinculado de tu esposa o esposo
se desvaneciera, cayera irreversiblemente enfermo, o fuera golpeado en el pecho
con un arma de alguien que haya sido contratado.
La sola idea de Raiden intentando romper algo que no podía ser roto
encendió un hoyo negro de precaución dentro de mí, del tipo que me hizo decir:
—No necesitas preocuparte por dicho asunto. No es nada más que un
amante. Uno con el que he escogido no dormir, ni entretener más.
Raiden continuó mirando fijamente a Zad, y luego, con una mirada hacia mí,
murmuró:
387 —Ya veremos. —Luego estaba caminando hacia el final del pasillo,
sobresaltando tanto a una sirvienta que cuando agarró dos cervezas de su bandeja,
el resto cayó al suelo.
Unos cuantos transeúntes se detuvieron para ayudarla a limpiar el vidrio roto
y las bebidas.
Arrastrando mis punzantes ojos lejos de ellos, se los di a Zad.
—¿Solo un amante? —ronroneó, aunque no había suavidad detrás de la
pregunta.
—Diré y haré lo que sea necesario —dije—. Sabes eso, y lo sabes mejor que
nadie.
—¿Lo sé? —dijo, arrastrándose cerca, tan cerca, que di un paso hacia la pared,
su sucia tapicería atrapada tras de mí—. Yaces con él, le permites reinar libre en tu
hogar, y por él, ignoras lo que realmente quieres.
—No es por él, y es solo por el momento. Lo prometo.
Sus cejas se fruncieron, su máscara fuera de lugar moviéndose sobre sus
mejillas cubiertas de mármol.
—¿Lo prometes?
Asentí. Haría que funcionara. Tenía que hacerlo, por mi propia supervivencia
así como la suya.
Sus manos temblaron cuando acunó mi mandíbula, y sentí mis ojos cerrarse
ante el toque. Una caricia y una quemadura, su suave boca susurró sobre la mía.
—Me aceptas solo para apartarme. Te preocupas por mí solo cuando lo ves
conveniente. Y me hieres cada vez.
Mis propias manos se elevaron, agarrando las suyas. Abrí mis ojos, un ruego
dentro de ellos.
—No puedes pensar que quise que todo esto ocurriera. Sabes que no es lo que
quiero.
—No haces nada para detenerlo. Para hacer lo correcto. Ni siquiera estás
intentando. No eres Audra; eres una marioneta de tu propia creación.
—No soy la marioneta de nadie. —Hervía de rabia—. Soy tuya. Mi corazón es
tuyo. Mi alma es tuya.
—Mi reina. —Su respiración se deslizó sobre mis labios, ardiendo—. Tu
corazón es casi tan bueno como la existencia de tu alma, una maldita mentira
podrida. —Me liberó, sus largas zancadas llevándolo al final del pasillo y fuera de
la vista mientras intentaba respirar.
388 La furia y hostilidad tras sus letales y sedosas palabras hicieron eco a través
de mi mente, resonando contra mi cráneo.
Tragué repetidamente y alejé parpadeando la humedad de mis ojos,
asegurándome que estuvieran secos. Luego acomodé mi corona y forcé a mis pies a
moverse.
Dirigiéndome de regreso al salón de baile, tomé una copa de champaña y
vacié la mitad de un solo trago. Miré a todas partes mientras intentaba aparentar
como si estuviera observando las festividades, pero no pude verlo.
—No me has enjuiciado.
Me paralicé, echando un vistazo a mi izquierda.
La sonrisa de Nova era cortante, su postura plagada de arrogancia.
—No me importa estar en tu presencia el tiempo suficiente como para
molestarme.
Bufó.
—Vaya reina que eres.
—Vaya esposa que eres.
Sus ojos se ampliaron, una risa sorprendida estallando.
—Touché.
Sobre el borde de mi copa, la observé hacer una reverencia y desaparecer en
la densa multitud.
No necesitaba preocuparme por la posibilidad de Zad recibiéndola de regreso
en su cama. Lo conocía, y sabía que no era el tipo de marchar alrededor del castillo
en una furia celosa si ese fuera caso.
El lord era muchas cosas, pero un hipócrita no era una de ellas.
Raiden estaba junto a la tarima, en una conversación con mi primo. Curvando
mis brazos hacia atrás, me acerqué, interrumpiendo su charla.
—Prima. —Adran arrastró las palabras—. Por favor organiza más
esplendidos eventos como estos. —Bebió su champaña, luego hizo un gesto a la
morena junto a él—. ¿Recuerdas a Amelda, verdad?
Le di mi atención todo un segundo, asintiendo cuando se inclinó, su vestido
dorado demasiado brillante.
—Majestad.
—¿Prometida, verdad? —Recordé, tomando más vino.

389 Amelda bajó la mirada al suelo, y mi primo aflojó el collar de su camisa de


vestir oscura.
—Bueno, no exactamente.
—Me engañó con una cuidadora pueblerina. —Mi primo tosió, lanzándole
una mirada inquisitiva—. ¿Qué? —dijo, apartando la mirada—. Es verdad.
No me interesaba si era verdad y miré a Raiden, que estaba estudiando al par
con ojos agudos.
—No es necesario decirlo —continuó Adran—. Hemos puesto las nupcias en
pausa por ahora.
—O indefinidamente —murmuró Amelda—. El tiempo lo dirá.
—No siempre —dijo Raiden, bajando su cerveza por su garganta con una
fuerte sacudida de su cabeza. Pesados ojos entrecerrados cayeron sobre mí, pero
mantuve el contacto visual.
Si estaba esperando una disculpa o alguna clase de humillación, iba a esperar
por toda la eternidad.
Sentí ojos sobre mi espalda, y no necesitaba dar la vuelta para saber a quién
pertenecían.
Zad se detuvo junto a nuestro pequeño círculo, inclinándose para decir, no
muy silenciosamente:
—Asegúrate de tocar su trasero cuando estés dentro de su coño. —Palmeó el
hombro de Raiden. Fuerte—. Tal vez entonces te deje terminar el trabajo.
Mi copa cayó de mi mano, rompiéndose sobre el mosaico.
Las apenas existentes cejas de mi primo se elevaron.
—Jugoso. —Sus ojos bailaron mientras observaba a Zad merodear hacia las
puertas orientales—. Nada como un amante despreciado —canturreó,
estudiándome sobre el borde de su copa.
Un varón alto vistiendo una máscara de furbane estaba junto a una de las
salidas. Kash.
Mientras un sirviente se agitaba debajo de mí en el suelo con el vidrio roto, vi
a Zad alcanzarlo, y ambos salieron al patio.
Se estaba yendo. Había sabido que no permanecería mucho. No después de lo
que había dicho.
No después de lo que yo había hecho.
Aun así, el pánico capturó cada aliento, mis dedos vacíos curvándose sobre

390 las plumas de mi vestido para evitar que temblaran.


—Prima, luces absolutamente pálida.
—Discúlpenme —dijo Amelda, escapando de nuestro círculo. Maniobró entre
los invitados rodeándonos y la multitud se la tragó en cuestión de segundos.
—Siempre estoy pálida —dije, retrocediendo cuando el sirviente recogió los
fragmentos en una bandeja.
Adran se rio, su cabeza sacudiéndose.
—Cierto. Entonces, sus majestades< —Sus cejas se menearon—. ¿Qué se
siente, reunidos por fin?
Le fruncí el ceño, como hizo Raiden, y entonces ambos nos alejamos en
diferentes direcciones, dejando a Adran para terminar su champaña solo.
Afuera en las calles de la ciudad, sentí a Azela a mi espalda, luchando para
mantenerme el paso mientras maniobraba y esquivaba entre los invitados,
buscando algo que sabía que ya no estaba allí.
Una maldita mentira podrida.
Deteniéndome junto a una de las fuentes que manaba con vino gorgoteando
como agua purpura, giré en un inútil circulo, mareándome mientras rostros
enmascarados me miraban fijamente, carcajadas, charlas y canciones
difuminándose en una nube de tormenta que amenazaba con enviarme a los
adoquines de la calle.
—Vamos —dijo Azela, su mano envolviéndose alrededor de mi brazo.
—Pero< —Sorbí por la nariz, tropezándome un poco.
—Se ha ido, Audra. —Rara vez la había escuchado usar mi nombre y nunca
para tal finalidad.
Hizo el trabajo, y me giré hacia Azela, observando su sombría expresión.
Luego de un momento, asentí, y me guio de regreso al interior a través de los
pasillos que habían sido bloqueados para el público, tomando el camino largo a
mis aposentos.
Un gemido nos detuvo en nuestro camino, y Azela rodeó la esquina
cautelosamente,
Necesitaba mi propio espacio, el silencio para pensar y la oportunidad para
respirar sin fallar cada vez, así que di la vuelta a la esquina y continué.
Mis pies tropezaron. Me tomé mi tiempo, deteniéndome para observa a
Raiden y a Eline.

391 La tenía contra la pared en un rellano justo al lado de la escalera que llevaba a
mis aposentos, sus piernas envueltas fuertemente alrededor de su cintura.
Sus gritos fueron amortiguados cuando la boca de él cayó sobre la de ella, su
mano apretando su muslo mientras la follaba con apresurados empujes de sus
caderas.
—Adorable —murmuré, incluso mientras los restos del páramo que había
hecho para sí mismo en mi pecho punzaron. Sin embargo, a medida que subía las
escaleras, Azela acompañándome, me di cuenta que esa punzada se atenuaba con
cada paso.
Azela cerró las puertas, pero no se fue. Sabía que se estaba preparando a sí
misma para decir algo sobre lo que habíamos visto abajo, pero no tenía la energía
para detenerla.
—Estaba follándola. En el pasillo.
—Sí —dije, quitándome la corona. La coloqué sobre la almohada dentro de la
caja de cristal, luego arranqué mi máscara—. Un lugar más bien perfecto para
hacerlo.
Azle maldijo tan violentamente, que casi me reí.
—Ese sucio animal. Es tu esposo. Y esta noche de todas las noches —maldijo
otra vez—. Debería estar estableciendo un ejemplo.
—Definitivamente está estableciendo uno —dije, moviendo a un lado mi
cabello y haciendo un gesto de ayuda para deshacer mi corsé.
Sus manos fueron gentiles mientras desabrochaba cada gancho, y mis
hombros cayeron cuando finalmente fui capaz de tomar mi primera respiración
profunda de la noche.
—¿Qué pasa con el lord? —preguntó cuidadosamente.
—El lord es la razón por la que el rey está en este momento dentro de otra
mujer y haciendo un espectáculo de eso. —Eso era todo lo que le iba a decir, y ella
lo sabía.
—¿El matrimonio es una farsa?
—Lo es ahora. —Salí de mi vestido, dejándolo atrás en una montaña de
plumas sobre la alfombra, y me quité mi ropa interior de camino al baño—. Buenas
noches, Azela.
—Mi reina<
—Dije, buenas noches. —Después de taponar la bañera, abrí el grifo y me

392 enderecé cuando Azela alcanzó las puertas—. Oh, y por favor dile a nuestro rey
que estoy indispuesta y que exprese mis disculpas a nuestros invitado.
La sonrisita de Azela hizo que mis labios se retorcieran. Asintió, yéndose.
Me metí en la bañera, esperando que el agua hirviendo se llenara a mi
alrededor, y miré fijamente la pared. Luego de un rato, mis ojos secos se
empezaron a cerrar, pero me desperté de una sacudida.
No habría ningún lord que me cargara a la cama.
No habría ningún lord esperando en mi cama.
Había una buena posibilidad de que nunca hubiera un lord en mis aposentos
de nuevo.
El arrepentimiento quemó, extendiéndose por mis ojos. Los cerré
fuertemente.
Las almas podridas no lloraban.
Treinta y tres
D
ejando mi té a un lado, hice una pausa en uno de los documentos que
tenía delante y lo releí.
Una solicitud de terminación de matrimonio, firmada por Nova
y Zad Allblood.
Llevándome una mano a la boca, lo leí una y otra vez, volviendo a
comprobarlo, necesitando hacerlo después de lo que había pasado dos noches
antes en este mismo castillo.
Después de lo que se había dicho.

393 Luego me levanté y crucé el estudio, mis oídos zumbaban con el creciente
latido de mi corazón.
Mintale, de camino a la puerta, se metió entre las puertas.
—¿Majestad?
—Zad. Lord Allblood. ¿Sigue en la ciudad?
—En Rosaleen, creo, esperando la terminación aprobada.
Empuñé mis faldas y me apresuré a bajar por el pasillo.
—Volveré más tarde.
—Espere. —Mintale corrió tras de mí—. Su guardia.
Lo ignoré. La ciudad era lo más segura desde mucho antes de la muerte de mi
padre.
Aun así, Garris entró en acción cuando me vio dirigiéndome a la salida,
siguiéndome el paso. Lo perdí entre la multitud de una subasta que se celebraba
cerca de la plaza del mercado.
El Rosaleen era una posada de clase alta que la mayoría de la realeza prefería
durante su estancia o después de una noche de demasiado libertinaje. Algunos por
cosas más siniestras y secretas.
La estrecha estructura de tres pisos de color azul pálido estaba metida entre
un bar y un café a lo largo del puerto, proporcionando una vista del agua brillante
y las montañas más allá.
Dentro, una campana sonó, el conserje levantó la vista del libro que había
estado leyendo.
—M-majestad. —Maldijo cuando se inclinó y se golpeó el codo contra el
escritorio rojo rubí.
Mirando alrededor del establecimiento rojo y rosado, busqué las escaleras.
Las encontré detrás del escritorio a la izquierda, blancas y girando a través
del techo.
Espejos de todos los tamaños y marcos adornaban las paredes de color rosa
pálido. El conserje me siguió parloteando mientras subía las chirriantes escaleras
de metal.
Se rindió después de un momento, su voz aguda se desvaneció bajo el fuerte
golpe de mi corazón y las botas sobre las alfombras grises de felpa que cubrían los
pasillos.

394 Me di cuenta de que estaba en el tercer piso, subiendo de nuevo las escaleras
y percibiendo el olor a sangre que emanaba.
Llamé a una puerta y esperé. Luego volví a llamar antes de decidir que había
terminado de esperar.
—Abre la puerta o la abriré a la fuerza.
Kash salió de la habitación de al lado, y con una mirada persistente en mi
dirección, bajó las escaleras.
Las bisagras chirriaron cuando Zad, vestido con una camiseta y pantalones
sueltos, con el cabello cayendo de su corbata para proteger la mitad de su cara
agitada, finalmente abrió la puerta.
—¿Estás lista para disculparte y pedir perdón? —Eso aparentemente fue lo
incorrecto para decir cuando hizo un movimiento para cerrar la puerta, la molestia
emanaba de él como una tormenta—. Espera.
—Audra, no tengo ningún deseo de hacer esto ahora, y seguramente, tú
tienes mejores cosas que hacer.
—¿Perdón? —Pestañeé.
Se frotó la frente, suspirando.
—Parece que no lo entiendes.
—¿Entender qué? —Revisé la habitación detrás de él, asegurándome de que
no había mujeres allí. Solo había una cama grande lujosamente tendida, un
armario, en el rincón una cocina y un escritorio con tinteros y plumas.
—¿Satisfecha? —dijo, con las cejas en alto.
Levanté la barbilla.
—¿Qué quieres decir?
Medio puso los ojos en blanco, dio un paso atrás.
—Esto. —Agitando una mano, dijo—: Exactamente esto. Me persigues, pero
es inútil porque no estás dispuesta a hacer nada.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Hacer que te quedes conmigo, hacer una vida
conmigo de cualquier manera? —Negué, riéndome de lo ridículo que sonaba—.
¿Qué vida tendrías? ¿Cómo te sentirías con el constante recordatorio de que él es
mi marido, y por lo tanto siempre serás mi amante?
Sus cejas y su tono se tejieron con impaciencia.
—Esa es una pregunta que deberías haber hecho hace semanas.
Casi gruñí, mi temperamento ardiendo.
395 —¿Qué diferencia hay?
—Porque hace semanas te habría dicho que estaría feliz de dormir en el piso
de tus habitaciones. No necesito ningún título. Ya tengo uno que no quiero
particularmente. Solo te quería a ti.
Mi furiosa ira huyó ante el miedo. Aun así, no era una cobarde. Incluso
cuando me enfrentaba a preguntas que tenía la sensación de que no me gustaría la
respuesta.
—¿Y ahora?
Sus ojos fríos viajaron por mi cuerpo, su labio superior se levantó.
—Ahora, estaría feliz de no volver a verte nunca más.
Empujé la puerta para abrirla antes de que pudiera cerrarla en mi cara.
—Terminaste tu matrimonio.
—¿Asumes que todo eso es obra tuya? —Sus ojos brillaban con
incredulidad—. No lamento informarte que no todo gira en torno a ti. —Cuando lo
miré boquiabierta, tomo un mechón de mi cabello y se lo enroscó en el dedo,
acariciándolo con el pulgar—. Ella no quería seguir casada con un hombre que se
había vinculado a otra persona, y no la culpo.
El equilibrio era difícil de mantener mientras intentaba absorber lo que no
decía, no es que tuviera espacio para discutir. No podía evitarlo.
—Pero hubieras permanecido casado.
Me soltó el cabello, sus ojos rondando los míos de esa manera cuando estaba
esperando a que descubriera algo. Dando la espalda, se dirigió a la ventana que
daba al puerto.
—Ya puedes irte.
Quería dar un pisotón, luego marchar y exigirle que me mirara.
—No quiero hacerlo.
Metiendo las manos en los bolsillos, dijo en un tono que apestaba a
indiferencia:
—No fue una petición.
—Pero soy tu reina.
—No. —Me lanzó una sonrisa de lobo sobre su hombro—. Puede que seas
una reina, pero no eres mía.
—No lo dices en serio —dije, con voz temblorosa.
396 —Lo hago —dijo, demasiado firme—. Una vez me dijiste que una reina
puede hacer lo que le plazca. Así que si fuera a mí a quien realmente quieres, ya
me habrías tomado. —Sin prisa, sus pies desnudos redujeron el espacio entre
nosotros—. Tú elegiste no hacerlo, y no por el bien del continente, sino por el bien
de tu oscuro corazón. —Se inclinó más cerca, su olor y su voz me marearon,
mientras decía en voz baja—: Lo prefieres negro. Prefieres que te duela en vez de
sentirte bien porque así no tienes que preocuparte de que alguien lo destruya de
nuevo. Así que este juego de tira y afloja te hace sentir segura< —dijo—. No
jugaré más.
Con eso, dio un portazo, y yo no pude ni siquiera atreverme a golpear o
forzar la puerta. Una daga me atravesó por dentro mientras me mordía el labio,
probando el cobre al salir.

Esperanza. Era la esperanza la que llevaba el tipo de alegría más optimista.


Era la esperanza el sentimiento más adictivo de todos, esa sensación de
felicidad eufórica que estaba fuera de mi alcance.
Puedes olerlo. Saboréalo. Imagínalo. Entusiasmarlo.
Y es por eso que la esperanza es el enemigo más peligroso de todos.
Porque cuando ese rayo de felicidad se aleja, se desliza del alcance y de la
vista, no solo se cae. Caes en picada.
Y muchos no sobreviven al impacto.
Un barco lleno de mercancías comerciales estaba entrando en el puerto.
Vi a su capitán al timón, y la forma en que se convirtió lentamente en un
hombre más detallado cuanto más se acercaba el barco a los muelles.
Era peludo. Su cara y su largo cabello gris. Un humano cubierto de tatuajes
del que a menudo oímos en los países vecinos. Países que comerciarían con
nosotros, pero nada más.
Para ellos, éramos una tierra de monstruos. Tiranos con demasiado poder
entre nosotros.
Era mejor dejar a ciertos seres dentro de las páginas de un libro para que
durmieran bien cada noche. No nos serviría de nada a nosotros ni al resto del

397 mundo reconocer nuestra existencia demasiado cerca. Alguien podría tener una
idea brillante. O una oscura.
Y había algunas guerras que no podías ganar, sin importar el poder que
tuvieras.
Una cola azul se asomaba a través de las olas creadas por la larga nave, y
luego un vistazo de gris.
Una sirena.
Muchos dijeron que rara vez las veían, las criaturas de Beldine que vagaban
por sus mares limítrofes.
Fueron la razón por la que me detuve a mirar el agua, incluso a expensas de
los mirones y las madres que me pedían que deseara el bien a sus bebés.
Las veía a menudo. Aunque nunca de cerca. No estaba segura de querer
hacerlo, porque no estaba segura de lo que vería.
Algunos decían que eran hermosas; verdaderas sirenas que atraerían a
muchos hombres a su muerte.
Algunos decían que parecían mujeres humanas normales. Algunas bonitas,
otras no tanto, y otras en medio.
Algunos decían que eran los verdaderos monstruos del mar, no las serpientes
o los tiburones o dragones de mar, sino las mujeres con cuerpos que atraían y caras
que perseguirían a un niño hasta las pesadillas por el resto de su existencia.
Algunos decían que no tenían alma y que las buscarían para siempre en los
corazones aún latientes de los mortales.
Tu corazón es casi tan bueno como la existencia de tu alma, una maldita mentira
podrida.
¿Había querido decir tal crueldad? Debería haber sabido que no debía
preguntármelo. El lord nació con una lengua que podía cortar tan casualmente a
cualquier adversario, sin importar lo que sintiera por ellos. Podía ser frío e
indiferente, pero nunca de esta manera.
—Les gustan los barcos —dijo Truin, apareciendo a mi lado.
No la miré. Mantuve mi barbilla en los brazos, que estaban doblados sobre la
barandilla de madera utilizada para proteger a los residentes de la ciudad de las
afiladas rocas que bordean las aguas heladas de abajo.
—También las ves.
—Toda mi vida.
—¿Alguna vez has conocido a una?

398 Se rio.
—No. Lo más probable es que nadie lo haya hecho. O no hayan vivido para
contarlo.
—¿Qué historia crees que sería?
Estuvo callada un momento, como si lo pensara.
—No tengo ni idea. Cuando era niña, a veces me preguntaba si podían
conocer a un príncipe guapo, besarlo y luego hacer que les crecieran piernas. Y si
por eso las llamaban sirenas.
—¿Pensaste que matarían al príncipe después de conseguir lo que querían?
—Horrible —dijo, sonriendo ampliamente—. No, no lo hice.
—Apuesto a que lo harían —dije, sonriendo un poco mientras otra cola
aleteaba por el agua detrás del barco que iba más despacio, esta era naranja—. Yo
lo haría.
—Sabes —dijo—, no sé si lo harías.
Mis ojos se fijaron en los suyos y ella sonrió, como si ese fuera su plan.
Gradualmente, su sonrisa se hundió, y un pequeño pliegue se formó entre sus cejas
inclinadas.
—Siento haberme ido anoche.
Miré hacia el agua, suspirando mientras me enderezaba.
—Está bien. Me alegro de que hayas asistido.
Se unió a mí subiendo la lenta pendiente que bordeaba la ciudad,
envolviéndola como una soga hacia las montañas donde estaba el castillo,
esperando.
—¿Ainx te acompañó a casa?
—Y Berron.
Asentí, esquivando un charco de lodo que una vez había sido nieve.
—Parece como si no hubieras dormido. —Truin apretó su abrigo de piel
alrededor de sus hombros contra la brisa del invierno—. Escuché algunas cosas en
el mercado esta mañana.
—¿Cómo?
Agitó su mano.
—Oh, solo que el rey y el lord lucharon hasta la muerte por la propiedad de
tu corazón.

399 Ambas nos reímos, y luego le informé de lo que realmente sucedió.


—Está frustrado, por lo que parece —dijo.
—Ya lo sé. —No sabía qué hacer para arreglarlo.
Doblamos la esquina, luego cortamos un callejón a uno más corto, la brisa
silbando a través de los edificios a cada lado.
—Tal vez necesite aparecer en su mansión desnuda.
Truin resopló.
—Podrías, o podrías decirle cómo<
Gritó, pero se cortó al caer.
No tuve la oportunidad de quitarme la cuchilla del muslo. Antes de que
Truin se golpeara contra el suelo, algo pesado me golpeó en un lado de la cabeza, y
luego caí en la negra nada.
Treinta y cuatro
S
i el arco iris tenía un aroma, imaginé que era este lugar en el que me
había despertado, repleto de árboles que se enroscaban en formas sin
cara contra un cielo brillante y sin nubes.
Parpadeando, luché por mantener mis ojos abiertos mientras voces calladas y
apresuradas comenzaban a arrastrarse dentro de mis oídos.
La cabeza me palpitaba, y cuando miré a mi izquierda, vi por qué.
Vadella. Había pedido que se destruyera la piedra después de estar atrapada
en el suelo lo que se sentía como hace muchas lunas con Berron, pero no era tan

400 ingenua como para creer que eran las únicas que existían, y que las encontraríamos
todas.
Esta era más pequeña, el brillante demonio no más grande que mi cabeza. Al
tocarme la cabeza, descubrí que no solo latía por la proximidad de las piedras. Mi
mano se mojó, y mis ojos lucharon por concentrarse en mis dedos cuando me los
llevé a la cara para inspeccionarlos.
Pero podía olerla y también sentirla. La sangre. Así que, quienquiera que me
haya traído a este lugar con aroma a arco iris, no se basó únicamente en los efectos
de la roca para hacerme incapaz. Me habían golpeado en la cabeza. Quería
sentarme, la necesidad de hacerlo era muy fuerte, pero temía que mi cabeza se
sintiera mucho peor si lo hacía.
Las voces se hicieron más claras, más cercanas, y cerré los ojos.
—Traigan a la bruja.
Truin. El puerto y los callejones volvieron a mí en parches de niebla.
Mis ojos se abrieron de par en par, la ira se encauzó a través de mí como un
ciclón en construcción listo para desplegarse. Pero no podía. Gracias a la roca, no
podía ir a ninguna parte, se apagó como una brasa golpeando un ladrillo húmedo.
—Bien —dijo una voz femenina—. Está despierta.
Me jalaron por los hombros, pero brusco. Mis manos se hundieron en una
arena tan suave que parecía líquida, mientras me sentaba, gimiendo detrás de
dientes apretados.
Pero no era una mujer cualquiera, lo descubrí cuando mi visión se aclaró lo
suficiente como para enfocar.
—¿Amelda?
Me dio una patada en el tobillo.
—Silencio.
—¿Qué significa esto? —Intenté ponerme de pie, pero me derribaron, con los
dientes rechinando por el impacto.
Amelda rápidamente me ató las muñecas detrás de mí.
—Pronto lo verás.
Un siseo sonó cuando un joven macho que no reconocí arrastró a Truin por la
arena.
Mirando detrás de mí, noté el áspero brillo del agua, la forma en que la arena
se oscureció hasta convertirse en un oro cremoso para saludarla.
401 Y me di cuenta de los árboles y la costa a través de ella en la distancia lejana.
Mi hogar, las montañas a las que a menudo subía y me sentaba, no eran más que
manchas en el horizonte nebuloso. Lo que sólo podía significar una cosa.
Estaba en el lejano y perdido oeste.
Una tierra que había sido separada de la nuestra hace muchos milenios.
Beldine.
Pero, por supuesto, esto era solo una pequeña porción de una tierra
prohibida. Una pequeña isla que no existiría si la marea la arrastrara, lo cual sabía
que no sería así. Ni siquiera la marea podría asfixiar a una tierra tan antigua como
ésta. Y no sabía dónde estaba su madre, el paisaje del que solo había oído hablar en
susurros y folclore durante mis años de juventud. No podía verlo.
El azul brillante era todo lo que existía a ambos lados de nosotros.
En la orilla, un poco más abajo, había un barco que había visto días mucho
mejores.
—¿Nos trajiste aquí en un barco tan pequeño? —No pude evitar decir—. ¿No
te importa lo que se esconde bajo las aguas de este lugar?
Amelda me hizo callar.
—No llegaste aquí en barco. Te hice desvanecer aquí.
Así que ella era la desvanecedora.
Sus ojos brillaban ante cualquier cosa que viera en los míos.
—Así es. Esos idiotas que te capturaron se suponía que te entregarían a mí,
pero a pesar de todas las monedas que les pagué, fui engañada.
—El rey< —empecé, tratando y fallando en unir las piezas.
—Oh, no temas. Porque aunque tu querido esposo, al descubrir lo que podía
hacer, me contrató para espiar a los inútiles nobles presumidos de tu corte, no era,
y sigue sin ser consciente de todas las formas en que usé la posición que me había
dado para mi propio beneficio. —Amelda se rio, este rico y juguetón sonido que no
había escuchado antes. O tal vez donde estábamos traía su verdadero sonido a la
vida—. Pero no tienes que preocuparte por esto o por tu seguridad, reina. Tenemos
planes para ti.
Truin se desplomó en la arena al menos a tres metros de mí, y rápidamente la
miré, encontrando un enorme moretón, cubierto de sangre, en su sien.
Sus labios se retorcieron mientras sus ojos brillaban con lágrimas no
derramadas, su forma de tratar de decirme que estaba bien.

402 Estábamos tan lejos de estar bien que no era ni remotamente gracioso.
Suspirando, decidí jugar. No era como si tuviera alguna opción en el asunto.
Mis poderes, mis manos, estaban atadas. Literalmente.
—Y te ruego que me digas, ¿cuáles son estos planes, oh, tan engañosos?
Amelda estaba desempacando lo que parecía ser un pequeño caldero, frascos
de insectos, arena, tierra y hojas a su lado.
—Es mejor que lo sepas —dijo con un tono resignado, desenroscando un
frasco y volcando lo que parecían ser grandes escarabajos dentro del caldero.
El macho hizo un sonido de advertencia. Ella no le hizo caso y tomó un cubo
de detrás de ella, caminando con dificultad hacia las pequeñas olas para recoger la
arena y el agua que había dentro.
—Hace una década, una reina fue traída aquí por petición del rey.
Los ojos de Truin siguieron cada movimiento de Amelda mientras vertía el
contenido del cubo en el caldero.
—Verás, la tonta reina no solo había traicionado a su marido asociándose con
criaturas de Beldine, sino que también se había enamorado de una.
Se me cayó el estómago y miré por encima del hombro al reino que estaba
detrás de mí, al apenas vislumbre de un hogar que me preguntaba si volvería a
ver.
—Muchos creen que los Fae son criaturas crueles que por lo tanto fueron
cazados y no son bienvenidos en Rosinthe. —Se detuvo, con una sonrisa
curvándose en sus labios mientras me miraba—. Y aunque eso puede ser cierto, no
es toda la verdad.
El macho interrumpió:
—Amelda, se nos acaba el tiempo.
Inclinando la cabeza hacia atrás, traté de ver sus rasgos, silenciados por el
ardiente sol y el insoportable brillo de la basta agua azul y el cielo.
—¿Quién eres?
Se movió, sin mirarme mientras se burlaba.
—Por supuesto, no sabrías quién soy.
—Lo hizo así —dijo Amelda—. Soy una mancha, mi padre era Fae y mi
madre de la realeza.
—¿Y tú? —le pregunté al macho.
—Pinn. Fae. —Se agachó, enseñando sus dientes para que viera sus largos
403 caninos, y cuando se quitó los lentes, lanzándolos sobre su hombro para salpicar
en el agua, los ojos negros reemplazaron a los marrones. Sabía que las orejas de las
hadas se escondían bajo sus largos rizos rubios y blancos—. He vivido con una
amable niñera en el pueblo durante una década, esperando este día.
—Más que esperar —dije—. Debe haber habido mucha planificación en lo
que sea esto.
—Escuché que no eres de las que charlan sin sentido. Incluso lo he
presenciado yo misma. Dime —dijo Amelda, con sus ojos turquesa brillantes—,
cuando tienes miedo, ¿esa lengua fría se despega?
—¿Y por qué tendría que tener miedo? —Sabía que era una estupidez
incitarla, pero los viejos hábitos son difíciles de erradicar.
—Porque hoy es el día en que se cumple tu fin. De la misma manera que tu
madre.
Estaba loca.
—Ya veo. ¿Y qué hay de Adran? ¿Sabe de esto?
Su falta de respuesta me intrigó, pero no podía pedir mucho más. El macho,
Pinn, se acercó con dificultad, y luego me amordazó, y Truin finalmente habló.
—¿Qué esperas hacer con el contenido de ese caldero?
—Solo lo estoy preparando para ti, bruja. No te preocupes. —Amelda le
disparó una sonrisa poco convincente—. Serás libre de irte una vez que hayas
hecho tu parte.
Pinn se rio.
—Si puedes cruzar el Mar Susurrante, eso es. Puede que quieras probar ese
viejo barco. La oscuridad sabe cuánto tiempo lleva aquí, pero seguro que es mejor
que nadar.
Los ojos de Truin saltaron a los míos, llenos de miedo. Lo supo entonces. Se
había dado cuenta de las cosas desagradables que sucederían en este pequeño
pedazo de tierra mágica.
Una daga, oxidada alrededor de la empuñadura, pero afilada cuando el sol
golpeó su borde, fue arrancada de la arena.
Cavé tan profundo como pude, llenando mi cabeza con pensamientos de
hilos ardientes de venganza, pero todo lo que me recompensó fue un dolor de
cabeza que amenazó con hacerme estallar el cráneo.
Truin gritó mientras era arrastrada ante el caldero, que ahora gorgoteaba con
un débil vapor que se elevaba en el aire.
404 Amelda se arrodilló a mi lado, con el dobladillo de su falda mojada y cubierta
de arena.
—Un corazón por un corazón las mantendrá separadas, pero el corazón de
ese corazón erradicará la oscuridad.
Sentí que mi corazón se aceleraba con en el latido de mi cráneo, cuando todo
lo que Amelda había dicho se aclaró.
Planeaban drenarme.
Mi madre no fue destrozada por los salvajes. Al menos, no fue así como
murió.
La trajeron aquí para drenar su incontrolable corazón. Como castigo a ella y a
Kash por cometer traición.
—Sí —dijo Amelda, mirándome—. Tu padre fue malvado de muchas
maneras, pero esto se lleva la cereza del pastel. Beldine está bloqueado, nadie
puede entrar y nadie puede salir. Todo por su sed de sangre y su necesidad de
venganza.
—Morirás hoy, pero no sin una buena causa. Solo queremos ir a casa, y no
hay otra manera —dijo Pinn, y luego se dirigió a Amelda—. Comencemos.
Me negué a rogar por misericordia. Durante años me dije que cuando llegara
mi hora, no habría súplicas, ni negociaciones, solo una triste aceptación de mi
destino.
Era una reina, y moriría como se debe. Con gracia y dignidad.
Salté a mis pies, pateando a Amelda en la mejilla, y luego corrí hacia la roca.
Mi pie punzaba, mi cabeza gritaba, mientras pateaba tan fuerte como podía hacia
el agua.
Rodó hasta su borde, el espumoso azul tratando de tragárselo, sin embargo,
aunque Truin trató de detenerlo, Pinn le dio una bofetada, y llegó más rápido.
Retrocedí hasta el agua, sin saber qué haría una vez que la alcanzara, pero no
me importó.
Las lágrimas no derramadas brillaron en los ojos de Truin, y su pecho
empezó a temblar.
—No puedes hacer esto. Es nuestra reina. Habrá guerra.
A eso, las dos criaturas solo sonrieron, Amelda hizo una mueca de dolor al
frotar su mejilla.
—Nadie se ha atrevido a empezar una guerra que nunca podría ganar.

405 Tenía razón. Hacer la guerra contra Beldine era una sentencia de muerte.
Había oído que el gobernante de su continente no solo era astuto sino
también perezoso. Por eso pudimos coexistir con ellos durante tantos años.
Hasta ahora.
La oscuridad solo sabía lo que decidirían hacer si se quitaba el bloqueo, y se
enteraban de quién era el responsable.
—Esto es magia negra —dijo Truin—. La más oscura que existe. Tendrá un
costo.
—Ya hemos decidido, naturalmente, que la vida de la reina es de poca
importancia para nosotros. —Amelda gruñó cuando llegué al agua—. Te
arrodillarás ante las aguas de los que has atrapado y sangrarás.
Sacudí la mordaza, la empujé con la lengua y la escupí en el suelo. Un
pañuelo con estampado de limón.
—Preferiría no hacerlo.
—¿Piensas nadar con las manos atadas? Te atraparíamos.
Tenía razón, pero no iba a admitirlo. Giré hacia el agua, a punto de tirarme,
cuando el macho me agarró por la cintura y me llevó al otro lado de nuestra
pequeña isla.
Pateé y me retorcí, pero no sirvió de nada.
Me dejaron junto al caldero, el agua se burlaba de mis rodillas mientras me
revolvía sobre la arena. Con un tirón tan duro como para arrancarme el cabello del
cuero cabelludo, el macho me miró de frente.
—Intenta moverte de nuevo, y te golpearé. No te necesitamos consciente.
—Qué amabilidad —dije, llena de sarcasmo.
El pie desnudo de Amelda chocó con mi espalda, quitándome el aire.
Tosí, me incliné sobre el agua, mientras Truin comenzaba a llorar.
—No, no. No lo haré. Me niego.
Mirando a través de mis pestañas al mar interminable de más allá, traté de
imaginar un continente allí. Una tierra cada vez más extensa que mi padre había
aislado del resto del mundo por su propia codicia y odio.
No estaba bien. Eso no significaba que estuviera de acuerdo en perder mi
vida por su libertad si se me daba la opción, pero no tenía opción. Así que supuse

406 que había cosas peores por las que morir.


Me preguntaba si mi madre pensaba lo mismo cuando le habían quitado la
vida de su cuerpo. Si había valido la pena.
—Truin —dije, mirándola por encima del hombro.
Sollozaba, las lágrimas entrelazaban sus mejillas en manchas húmedas,
mientras Pinn y Amelda luchaban por mantenerla ante el caldero. Lentamente, se
calmó y yo asentí.
Sacudió la cabeza, pero lo que vio en mi cara la hizo ceder, sus hombros
cayendo pesadamente mientras Amelda le decía lo que tenía que decir y hacer.
—Un corazón por un corazón los mantendrá separados, pero el corazón de
ese corazón erradicará la oscuridad.
Girando mi cara al agua, cerré los ojos, pero los volví a abrir cuando unos
ojos de ámbar brillante llenaron la parte de atrás de mis párpados.
Truin tartamudeó sobre el conjuro unas cuantas veces, pero cuando me
empujaron a la arena, las puntas de mi cabello cayendo en el agua fría, y una
cuchilla me abrió la muñeca y el pie, empezó a decirlo bien.
Apenas sentí el aguijón gracias a que los dos miembros estaban sumergidos
en el mar.
Pero sí sentí arrepentimiento.
Insuperable, comenzó a acumularse detrás de mis ojos abiertos, creando la
necesidad de gritarles para que se detuvieran. Para darme un poco más de tiempo
para arreglar todo lo que aún estaba roto antes de irme.
En la oscuridad, me dije, su sonrisa apareció, el afecto que rebosaba sus ojos y
volvió a formar su cara algo aburrida y siniestra a un artefacto de valor
incalculable que anhelabas mirar día tras día. Los años que pasé alejándome de él
como si fuera a arruinar toda mi diversión antes de estar lista. Los incontables
meses que estuvo a mi lado, dándome consejos a los que siempre gruñía mientras
intentaba contener mi corazón sangrante. Las muchas semanas que se negó a irse
cuando le di todas las razones para hacerlo.
Las veces que me salvó, no solo del peligro, sino de mí.
No podía salvarme ahora, así que lo llevaba conmigo.
Encuéntrame en la oscuridad, le susurré al viento, esperando que lo oyera de
alguna manera.

407 Era extraño, sentir tu vida salir de tu cuerpo. No sabía qué esperar cuando
había hecho lo mismo con aquellos que me habían traicionado a mí y a su reino,
pero no fue así.
Un balanceo pacífico mientras estaba perfectamente quieta.
El sonido del agua y la voz de Truin comenzaban a desvanecerse cuando me
di cuenta, con una tristeza que se movía gradualmente, de que nunca tendría un
hijo.
No tenía heredero, pero esa parte no me molestaba tanto como saber que
nunca tendría la oportunidad de criar un bebé dentro de mi vientre y darlo a luz
en las fuertes y gentiles manos de su padre.
El lord sería un padre maravilloso.
Girando ligeramente la cabeza, mi exhalación entrecortada agitando granos
de arena, vi un mundo de rojo chocando con el azul. Un púrpura brillante, que
dudaba que nadie hubiera visto antes, se desplegó, rodando con una velocidad
antinatural hacia las profundidades del más allá.
Cada respiración se hizo más fuerte, demasiado fuerte, en mis oídos, y luché
por mantener mis ojos abiertos.
Con su largo cabello marrón cayendo sobre su hombro, brillante y casi tan
vibrante como el azul de sus ojos, pasó sus dedos por mi ceño.
—Espera —dijo. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y su dedo la recogió—.
Solo un poco más.
—Yo< —Me dolía tragar, incluso jadear—. Tengo miedo.
Su cara angelical arrugada, sus ojos llenos de lágrimas que nunca caerán.
—Niña valiente, déjame cantarte una canción.
De repente, ya no me tocaba, sino que estaba sentada sobre el agua nublada
con mi sangre, con dos bebés en cada brazo.
Mis hermanos.
Uno tenía el cabello negro y brillante, ojos verdes de bosque que no sonreían,
sino que parecían mirar a través de ti. Rahn. Jonnis sonreía, sus mejillas con
hoyuelos suavizaban sus profundos ojos azules mientras chupaba su puño.
Mi madre los mecía un poco, tarareando mientras lo hizo.
Quería tocarlos, lo intenté, pero ya no podía levantar el brazo. Era como si no
existiera aunque pudiera verlo, a la deriva justo debajo de la superficie del océano
de color púrpura.

408 —Pequeña princesa, pequeña princesa, no suspires, estas estrellas querrán


todas tus sonrisas. Pequeña princesa, pequeña princesa, no llores, ya es hora de
que te duermas. Pequeña princesa, pequeña princesa, todo está bien, el amor de
mami te acompañará toda la noche<
El macho, ya había olvidado cómo se llamaba, empezó a gritar, y escuché a
Truin hacer una pausa, pero no antes de ver las sombras empezar a tomar forma.
Un estruendo sonó, débil, y también el grito que siguió.
Mis labios se separaron, ráfagas de aire poco profundas se movían entre ellos.
Mi madre levantó la vista y luego la bajó, con los ojos aún brillantes.
—Él viene.
Entonces ella y mis hermanos se fueron. Grité para que volviera, pero no
pude oírlo salir de mi garganta apretada.
Los árboles se desvanecían dentro y fuera de la vista, más altos que cualquier
árbol que hubiera visto antes, y entre ellos, juré que vi chozas y casas.
Una cola se movió. Azul o verde, no estaba segura. Todo se convirtió en una
sombra más apagada de su verdadero color. Tenía sentido que la oscuridad se lo
robara todo. Tenía sentido y< dos ojos rojos me miraban desde debajo del agua,
labios rosados formando palabras que no podía oír ni entender. Su piel bronceada
brilló, su cabello verde se nubló alrededor de su cara ovalada mientras repetía.
“Espera”, creo que dijo.
Una pérdida de tiempo, pensé, sonriendo ligeramente. Una sirena.
Entonces mi muñeca estaba en su fría mano de dedos largos. Mis párpados se
movieron mientras me preguntaba si me arrancaría la extremidad de mi cuerpo o
tal vez daría un mordisco a mi carne, pero la criatura de cabello verde solo cubría
mi herida con su mano.
Me habría estremecido si hubiera tenido la energía mientras sentía que otra
mano me rodeaba el pie y veía a la sirena intercambiar una mirada con algo que no
podía ver.
Mis párpados continuaron revoloteando, y mi pecho me dolía con la
necesidad de respirar cuando no podía. Lo intenté, pero me quemaba y tosí.
Mi vista comenzó a cerrarse aún más, y todo se volvió de un tono gris
apagado. Volví a toser y comencé a vomitar, y esa parte enojada de mí trató de
contener la poca vida que quedaba dentro de mí.
Y entonces fui arrancada del agua, de las sirenas, el aroma de la menta y el sol
empaparon las mañanas de invierno registrándose en mi mente fracturada.

409 —Necesita ser atendida. —Escuché decir a Truin—. No lo logrará.


—Tenemos que irnos, ahora —dijo alguien. Sonaba como Kash, y luego todo
era negro una vez más.

Me desperté sola, sintiendo como si hubiera recibido un hachazo en la parte


de atrás de mi cabeza, e inmediatamente cerré los ojos.
Los sueños de una tierra lejana a la costa me mantenían cautiva. Sus árboles
gigantes y suaves como la arena de mantequilla y su aroma a arco iris me llevaban
en una brisa fantasmagórica, en lo alto del cielo sin nubes. De sirenas con ojos
malvados, pero bocas y manos amables que sanaban.
Me desperté cinco veces más antes de poder mantener los ojos abiertos, y
cuando pude, encontré al lord sentado al lado de mi cama, leyendo.
Durante un tiempo, solo escuché, aliviada de oír su suave voz de terciopelo.
—< Y su abuela dijo: “aquellos que despiertan deseando vagarán por
siempre insatisfechos”. La niña la miró, sin saber lo que la vieja bruja quería decir,
y no estaba segura de que le importara< —Se detuvo, sus ojos se levantaron de la
página.
—¿Funcionó?
Zadicus cerró el libro, la pierna que había estado descansando sobre su
rodilla cayendo al suelo. Ojos sombríos, acribillados por la preocupación, cayeron
sobre mí.
—Sí.
Asentí, sabiendo que las implicaciones de eso podrían ser enormes, pero
también sabiendo que no estaba en condiciones de preocuparme en este momento.
—¿Luzco como un cadáver?
Se rio, un sonido seco y cansado, y se frotó la mano sobre su barbilla
bigotuda.
—Nunca te has visto más hermosa.
—Mentiroso —dije la palabra.
—Nunca te mentiría. —Levantándose, dejó caer el libro a la silla, y luego vino
a la cama—. Estás viva, y eso te convierte en la cosa más maravillosa e

410 impresionante que he visto nunca.


Mi garganta se sentía apretada, las palabras no se podían formar. Su sonrisa
era suave mientras alcanzaba la jarra y me servía un poco de agua.
Me ayudó a sentarme y mi mano tembló cuando intenté tomar el cáliz, así
que me lo puso en los labios y me dio un poco con cuidado hasta que me lo bebí
todo.
Al caer sobre mis almohadas, sentí que mis ojos se agitaban.
—No te vayas.
No respondió, pero se quedó.
Cuando me desperté de nuevo, lo observé durante un tiempo. Tenía los ojos
cerrados, las manos sobre su estómago, pero sabía que no estaba durmiendo.
—¿Sabías de Beldine y de lo que le pasó a mi madre?
Sus ojos se abrieron, y me miró fijamente durante un largo minuto antes de
decir finalmente:
—Sabía del destino de Beldine, pero no era consciente de cómo había
sucedido. No hasta la noche del baile cuando Kash finalmente descifró el diario de
tu padre.
Los rastros del recuerdo se precipitaron.
—¿El que tenías en tu casa?
Asintió con la cabeza una vez.
—Después de verlo con eso, solo una vez, y lo confundido que se veía al
mirarlo en su estudio, nunca lo olvidé. Así que lo tomé después de que muriera.
No estaba lleno de admisiones sino de divagaciones sin sentido. Como si hubiera
tratado de tomar el pasatiempo de escribir un diario para ayudarse a mantener su
mente por más tiempo. —Se pasó el pulgar por encima del labio inferior—. A
medida que sus pensamientos se volvían más erráticos, también lo hacían las
entradas. Algunas no eran más que dibujos garabateados e irreconocibles.
—Qué —empecé, reuniendo pensamientos revueltos—. ¿Qué fue lo que te
hizo darte cuenta?
—Una imagen de un corazón, grande en tamaño, y uno más pequeño debajo
de él. Fue su última entrada.
No estaba segura de qué hacer con eso. Por qué había dejado pruebas, por
pobres que fueran, de lo que había hecho.
Como si lo supiera, Zad murmuró:

411 —Quizás alguna pequeña entidad dentro de él, un fragmento de lo que una
vez fue y podría haber sido, resurgió. Tendría sentido —dijo—. Porque no hubo
muchas entradas después de que nacieras.
Entumecida, lo absorbí por unos momentos, mirando mis sábanas.
—Así que finalmente lo descubriste. —Recordando cómo había dejado el
baile al mismo tiempo que Amelda, lo miré con ojos acusadores—. Tú también
sabías lo que Amelda estaba planeando, y no te dignaste a advertirme.
Pareciendo no afectado por mi tono, dijo suavemente:
—No.
—¿Entonces qué? —espeté, cansada de sus verdades cuidadosamente
dichas—. ¿Cómo?
—Sabíamos que estaba tramando algo, pero la perdimos esa noche. Landen
descubrió su paradero a la mañana siguiente —suspirando, se enderezó en la silla,
inclinándose hacia adelante para agarrar sus manos entre sus rodillas mientras me
miraba—. Kash y yo te seguimos cuando dejaste Rosaleen, pero te perdimos
cuando volviste al castillo con Truin. Para cuando encontramos el callejón del que
te habían sacado, ya te habías ido. Fueron rápidos, demasiado rápidos.
—Es una desvanecedora —informé.
Levantó las cejas y continuó.
—Y por eso me llevó mucho más tiempo del que me hubiera gustado
encontrarte. —Una mano se arrastró por su cara mientras decía esas últimas
palabras, como si estuviera reviviendo los momentos una y otra vez.
—¿Cómo lo descubriste?
Le sonrió a sus manos.
—Los sentidos de los Fae son bastante< extraordinarios. Supusimos que
tendría que estar cerca de Beldine, y una vez que llegamos al agua, pude sentirte.
Lo miré mientras cruzaba a la cama y me daba agua, y miré un poco más
mientras me alisaba el cabello de la frente.
—Duerme.
—Necesitamos<
—Duerme, Audra. Habrá tiempo para eso más tarde.
—¿Lo prometes? —pregunté, mis párpados se cerraron cuando sus dedos se
412 deslizaron por mi mejilla.
No me respondió.
A la mañana siguiente, Truin y Azela intentaron forzarme a comer, y supe sin
preguntar que se había ido.
Treinta y cinco
P
asó un mes y lentamente recuperé mis fuerzas, pero el lord del este no
regresó.
Después de una semana, le escribí y no recibí respuesta.
Le escribí una vez más antes de parar, temiendo que los
mensajeros pudieran echar un vistazo a lo que había escrito, aunque había tenido
cuidado de redactarlo de forma sencilla; y se rieran a mi costa.
Yo misma habría cabalgado hasta allí, pero me cansaba rápidamente mientras
mi cuerpo trataba de regenerar todo lo que había perdido con el Mar Susurrante y

413 la tierra que había ayudado a descubrir. Y la idea de ir hasta allí solo para que me
rechazara una vez m{s< preferí ocuparme de los maltrechos restos de mi corazón
en privado, y tal cosa no sucedería con mi guardia acompañándome.
Estaba viva, un milagro del que a menudo me sorprendía maravillada. Estaba
viva y enfadada y sin saber qué era lo que el obstinado lord quería de mí.
Resulta que mi primo era consciente de que Amelda tenía planes menos que
deseables para mí, pero había pensado que era todo palabrería, y disfrutaba
demasiado de ella en su cama como para acudir a mí. Con una honestidad que yo
respetaba, había declarado simplemente que él y su madre nunca se habían
preocupado mucho por mí. Eso no significaba que deseara mi muerte, había dicho.
Significaba que no le importaba para detenerla.
Como castigo, lo envié a Beldine con un cargamento de mercancías como
muestra de disculpa, y luego me aseguré de que el barco se fuera sin él.
Podía quedarse, o podía nadar. No me importaba mucho, igual que a él
cuando decidió acostarse con alguien que me necesitaba muerta.
No estaba segura si la señal había sido bien recibida o no había sido recibida
en absoluto. El capitán del barco había regresado y nos informó de que estaba
hecho, los paquetes y mi primo se fueron a sus orillas.
En cuanto a Amelda< se la había dado a Raiden, ya que se suponía que
trabajaba para él, y no para su propia causa nefasta. No pasó mucho tiempo antes
de que me diera el regalo de su mano, diciendo que el resto de ella había sido
incinerado.
Me recosté contra mi trono, bostezando mientras Mintale entregaba el correo
del mes pasado.
Raiden había dicho que lo arreglaría conmigo para ayudar a quitar la tediosa
tarea del camino lo más rápido posible.
Después de que el lord dejara mi dormitorio, el rey ocupó su lugar. Había
guardado silencio, con un guardia en el que no estaba segura de poder confiar,
sentado en las sombras junto a mi cama.
A medida que pasaban los días, decidí que probablemente podía confiar en
él, incluso después de todo lo que había hecho. Porque si me quisiera muerta tenía
muchas horas en las que podría haber llevado a cabo la tarea con poca o ninguna
lucha por mi parte.
Regresó al Reino del Sol a la semana siguiente y llegó aquí ayer mismo.
—Un problema con el sistema de irrigación —dijo Raiden, con la nariz
arrugada mientras sin duda luchaba por entender el contenido de la carta.
414 —Fascinante —murmuré, clasificando la lectura de lo no leído.
—¿Por la oscuridad, qué creen que podemos hacer con estos asuntos? No
tengo ni idea de lo que está diciendo.
—Pásaselo a Mintale. —Eso era lo que hacía con la mayoría de ellos, de todos
modos.
—Oh, mira, otra carta de amor. —Con una repugnante cantidad de alegría
por sus movimientos, Raiden la desplegó, y luego frunció el ceño—. Maldición,
esta es para ti, y es< bastante larga. —Sus cejas saltaron—. Detallada.
Se la arrebaté, gruñendo cuando le leí de quién era, y la hice girar para
lanzarla al otro lado de la habitación.
—¿Entonces no es de tu lord?
—Cállate.
Se rio.
Inkerbine, el primero desde el regreso de los reyes, era la semana siguiente,
así que habíamos acordado que volvería para supervisar los preparativos conmigo.
Raiden vio a Mintale salir corriendo del salón del trono, y luego me miró.
—Deberíamos hablar.
—¿Sobre qué? —A juzgar por su tono cauteloso, preferiría que no lo
hiciéramos.
—Tu vinculación con el lord.
Bajé la carta que había estado leyendo a mi regazo.
—No hay nada que hacer al respecto.
Los labios de Raiden se doblaron, y asintió.
—Lo sé, y estoy haciendo las paces con eso. —Su tono era de sinceridad—.
Intentándolo.
—No deseo seguir casada contigo, y lo sabes. —Respiré rápido—. Si te
rehúsas a estar de acuerdo con esto, entonces debes lidiar con lo que yo haga con
esto.
Sus ojos se quedaron en el suelo entre sus piernas separadas. Después de un
momento, los levantó hacia mí, con un ceño en la frente.
—Entonces tú también tienes que lidiar con ello.
Nuestros ojos permanecieron cruzados, una silenciosa batalla de voluntades
que nunca terminaría, hasta que finalmente, concedí:

415 —¿Por qué no aceptas terminarlo? —El solo pensamiento me emocionaba sin
fin. Tener mi castillo, mi tierra y a mi espinoso lord de vuelta<
—Porque —murmuró Raiden, devolviendo sus ojos a las páginas que tenía
delante—. No solo el continente necesita este matrimonio, sino que, como ambos
sabemos, no me alejo de las cosas que quiero.
—No es posible que me quieras más.
Sin mirarme, se encogió de hombros.
—Sí, pero lo más importante es que quiero seguir siendo el rey de Rosinthe.
Por supuesto que lo quería.

Desde detrás del podio, vi cómo el sol comenzaba a ponerse. La gente,


jóvenes, viejos y mágicos y todo lo que hay en medio, se extendía hasta el
horizonte.
Un aroma que recordaría hasta mi último aliento, de dulces y arco iris y pino
y muchas cosas que ya no podía nombrar, lo cubría todo.
Kash apretó sus manos detrás de él, mirando fijamente al frente.
Después de observar su ilegible y afilado perfil, yo hice lo mismo.
—¿Cómo?
—Estuve observando a la hembra durante unas semanas después de que
intentara acostarse conmigo. Principalmente debido a la forma vaga en que había
hablado, como si quisiera compartir algo que no podía.
Asentí.
—¿Era yo el cebo entonces? ¿Una forma de que te fueras a casa?
Su tono era humorístico.
—Sigo aquí, ¿no es así?
—¿Tanto te asusta tu rey?
Kash se rio, y yo me puse rígida ante el raro y profundo sonido.
—No es por eso por lo que me quedo.
Lo absorbí un momento, viendo cómo Mintale regañaba a un escudero local
con el ceño fruncido.
—La vi. —Me aclaré la garganta—. Los vi.
416 Kash se calmó, y cuando sentí sus ojos sobre mí, lo miré con los míos.
—Parecía< feliz. En paz —dije, insegura de que fuera verdad, pero
esperando que lo fuera—. Con sus bebés.
Sus labios se separaron, sus ojos comenzaron a brillar, y yo sentí los míos
humedecerse. Me estudió como si sopesara lo que significaba para mí verla.
Sabiendo que significaba todo y nada. Su nuez se movió, y luego volvió a mirar
hacia adelante.
—Me alegro.
Zadicus, acompañado por sus otros dos amigos, pasó a través de la multitud
al lado del podio que se había erigido en la frontera.
Las suaves franjas de mi vestido, de un azul oscuro profundo, me hacían
cosquillas en los brazos cuando llegaba una brisa fresca. Entre el invierno y el
verano, era perpetuamente primavera, y no podía decir que no me gustaba cada
vez más mientras veía las hojas de color naranja dorado revolotear y girar hacia el
suelo.
El despliegue de rosa fundido sobre el gran claro entre dos pueblos animaba
las cintas de oro y plata que danzaban desde los altos palos para el baile de las
cintas. Los vendedores preparaban banquetes con carros, saturando el aire con los
aromas del cerdo y el pollo con especias.
Una noche de baile, comida y de conocer al prójimo de varias maneras estaba
en marcha, como había sido en el centro de cada año durante siglos.
A pesar de los rumores de lo que le había pasado a mi madre, no se toleraba
ninguna violencia en Inkerbine, y la gente dejó de intentarlo y aprendió a calmar
sus ánimos y hostilidades hace muchos años. Actuar de cualquier manera era
morir a manos de la corona al día siguiente.
Tenía la esperanza de que, como en el baile, todos se comportaran, y esta
alianza de la que no podía escapar no fuera en vano.
Kash se puso nervioso cuando Raiden y su consejero, Patts, se acercaron.
Patts se unió a Mintale en el podio, donde cuidaban los tronos que se usaban en
cada Inkerbine, y levantaron el megáfono sobre un soporte de acero.
—Te ves deliciosa —susurró Raiden, y Kash se movió a mi lado.
Pasé una mano sobre mi cabello, que había dejado suelto, y enderecé mi
corona.
—¿Estás listo? —No esperé su respuesta. Levanté la mano y lentamente alejó
los ojos de mí y extendió su brazo para que me apoyara en él.
417 Mintale y Patts se unieron a Kash detrás del podio, y Zad eligió permanecer
al lado.
No me permití el lujo de mirarlo, porque no era un lujo. Era mirar a la cara
una adicción sabiendo que ya no podía tenerla. Era permitir que el dolor supurante
de su interior palpitara en duras olas que robaban el aliento.
El silencio nos saludó mientras la multitud se calmaba, y Raiden se acercó al
megáfono, con una gran sonrisa.
—Bienvenidos a Inkerbine, una celebración de paz y amor. —Aplausos,
silbidos y gritos lo siguieron, y esperó a que se callaran antes de continuar—. Es un
gran placer para nosotros presentar el Inkerbine de este año no como dos mitades
de un país que celebra la paz sino como un todo unificado. —Más gritos y aplausos
mientras los brazos que sostienen las velas se elevan en el aire.
Miré a nuestra gente, luego al rey con su sonrisa gigante y su corona a mi
lado, y supe que seguiría parloteando, hablando por los dos.
Lástima que lo que tenía que decir era de poca importancia comparado con lo
que yo había planeado, y en cualquier caso estaba cansada de dejarle tomar la
delantera en esta sociedad.
Levanté mi barbilla y, con el menor movimiento posible, lo saqué del camino.
No lo miré, pero pude sentir que fruncía el ceño mientras se apartaba a
regañadientes, dejando espacio para que yo hablara.
—Antes de empezar —dije, mi voz se elevó por encima de las caras ante mí, a
los árboles que nos rodean, a las colinas en la distancia—. Hay algunas enmiendas
a la ley que deben ser dadas a conocer de inmediato.
Como si se hubiera cerrado un grifo, la emoción en el aire se evaporó y
comenzó el murmullo.
—Hace casi once años, entró en vigor una ley sobre quiénes se cree que son
los antepasados de la realeza. —Les di un momento, y luego dije—: Los Fae fueron
cazados, expulsados de esta tierra que siempre los había acogido, y que había sido
su hogar antes de que nuestra existencia fuera siquiera una mancha en el creciente
horizonte.
Más y más salían de su escondite, pero su presencia provocaba disturbios, y
había que ocuparse de ello rápidamente.
—A partir de esta noche, si alguna criatura de cualquier sexo, de cualquier
edad, sufriera algún daño a manos de un humano, de sangre mixta o real, el

418 castigo será instantáneo e inmisericorde. —Hice una pausa para el efecto y luego
miré las caras aturdidas delante de mí—. La muerte.
Esperé a que eso se asimilara, esperando indignación o angustia, pero solo
hubo silencio y, mientras miraba algunas de las caras en las primeras filas que
rodeaban el podio, incluso algunas sonrisas.
Respirando rápidamente, seguí adelante.
—Como todos saben, cualquier real y humano que se aparee y dé a luz a un
mestizo sano debe entregar su descendencia al rey y a la reina cuando esa
descendencia alcance la mayoría de edad. —Hice una pausa—. A partir de esta
noche, todos los mestizos permanecerán con sus padres o tutores hasta que deseen
irse por su propia voluntad, y podrán tomar cualquier trabajo o educación que
deseen.
Los gritos se apoderaron de la floreciente noche, y mi corazón latió con fuerza
mientras sonaban estruendosos aplausos.
Levantando una mano, hice un gesto de silencio.
—Sin embargo, debido a sus habilidades mágicas, no importa cuán leves,
deben asistir a un entrenamiento dentro de los terrenos del castillo tan pronto
como alcancen la mayoría de edad. Si no inscriben a su descendencia en el
programa de entrenamiento, perderán su derecho a una vida libre. Si son
descubiertos, y todos sabemos que lo serán, servirán bajo el mando de la corona
hasta su último aliento.
Un momento de quietud mortal saturó mis pulmones, y luego hubo más
aplausos.
Mirando los kilómetros de gente extendida hacia el bosque y las colinas,
descubrí que algunos estaban llorando.
Llorando de gratitud.
Fruncí el ceño, y luego volví a flotar sobre el megáfono.
—Encontrarán severos los castigos por violar cualquier ley durante mi
reinado. También encontrarán que las leyes arcaicas y bárbaras serán aplastadas en
los meses siguientes cuando las revisemos y enmendemos, y se establecerán otras
nuevas. —Levanté la barbilla—. Pronto descubrirán que hay una diferencia entre el
bien y el mal. —Todos se callaron, se callaron completamente, cuando terminé
con—: Esa diferencia soy yo.
Me alejé del megáfono, y luego puse mi mano en la de Raiden.

419 Los grillos resonaban mientras se aprobaba la ley actualizada, y los susurros
se volvían más fuertes en una charla que finalmente cesó cuando Raiden y yo
caminamos hacia las dos antorchas esperando a cada lado del escenario.
Patts le dio a Raiden los palos y Raiden encendió las puntas, Mintale me trajo
uno a mí. Juntos, encendimos las antorchas al mismo tiempo, y luego retrocedimos
para ver las chispas de plata y oro volar alto en el cielo.
Uniendo las manos de nuevo, caminamos hacia los escalones, cuando los
estruendos y los gritos y llantos formaron una frase que detuvo los pies de Raiden,
y luego los míos.
Mis ojos se humedecieron cuando sus cantos se hicieron claros, pero no pude
darme la vuelta. Apenas podía respirar mientras registraba lo que decían.
—¡Viva la reina, viva la reina!
Divertido, los ojos de Raiden se encontraron con los míos y luego se volvió,
levantando mi brazo en el aire mientras sus gritos animados se elevaban más que
los árboles que nos rodeaban a todos.
Pude haberlo terminado, pero me quedé quieta, mirando fijamente al oscuro
cielo sobre nuestras cabezas mientras intentaba mantener mis ojos secos.
Una vez que estuvimos a salvo en los escalones, Truin se apresuró a venir,
robándome de Raiden en un abrazo sin aliento.
—Eres mágica, mi reina.
Le devolví el abrazo, abrumada por la gratitud, y luego me uní a Raiden en la
carpa montada a la vuelta de la rugiente celebración y protegida por un grueso
círculo de guardias.
Dentro, se giró para agarrarme las mejillas, mirándome con una intensidad
que, en otro tiempo, me habría prendido fuego al pecho. Ahora solo sentía una
brasa parpadeante de afecto.
—Malvada, fría, bella e inolvidable —dijo rápidamente, apretando las
manos—. Audra, la inolvidable, nosotros, tú, has hecho historia.
Agarré sus manos, quitándomelas de la cara.
—Todavía hay más por hacer.
—Y no puedo estar más agradecido de que esté sucediendo, y de que pueda
estar a tu lado mientras borramos todo lo que pudre esta tierra.
Con una sonrisa genuina tirando de mis labios, asentí pero di un paso atrás.

420 —Debo irme.


Las cejas de Raiden se fruncieron mientras se servía una copa de vino.
—¿No te quedarás a celebrar con nuestra gente?
—No me culpes —dije—. Mi trabajo está hecho, y estoy cansada. —Me costó
mucho admitirlo, pero tuve que hacerlo, si no, caería presa del mareo frente a la
gente equivocada.
Por mucho que hubiera convencido a los que una vez me desearon que
enfermara, no era tonta. Muchos todavía me verían como quisieran para siempre.
Raiden se detuvo a medio levantar su bebida hasta su boca y asintió. Con una
suave sonrisa, se acercó y me dio un beso en la frente.
—Me parece justo, mi reina. Te veré en una luna.
Volvería a casa al amanecer, y lo vería de nuevo dentro de un mes para
reanudar el trabajo de enmienda de las otras leyes bárbaras y comenzar a trabajar
en la intermediación de nuevas oportunidades comerciales con los países vecinos
que preferían ignorar nuestra existencia.
El tiempo de ignorarnos había terminado. Especialmente cuando había más
que ganar que nunca al hacer negocios con nosotros.
—Disfruta de las festividades —murmuré, sonriendo.
Raiden solo me guiñó un ojo, levantando su copa antes de verter su contenido
en su garganta.
Abrí las solapas de la tienda y pasé por delante de los guardias que se
arrodillaron frente al carruaje.
Al dar la vuelta por el otro lado, encontré a mis conductores junto a los
árboles, y la razón por la que se inclinaban contra la puerta del carruaje, medio a la
sombra.
—Menudo discurso.
No le había mentido a Raiden sobre el cansancio, pero aun así, no estaba de
humor para la tortuosa presencia de Zad. Con una mirada en blanco, recogí mis
faldas y abrí la puerta del carruaje, forzándolo a volver.
—Encuéntrate conmigo en la oscuridad.
Mis pulmones y mi corazón se agarrotaron, y me volví hacia él.
Sus ojos brillaban cuando se alejó del carruaje.
—Te escuché.

421 —¿Cómo? —La palabra fue robada por la brisa, aunque apenas era un sonido
para llevar.
La había oído de todas formas.
—El viento es el mensajero más rápido, y debo decir< —Deteniéndose ante
mí, colocó sus dedos en mi mejilla, y mis rodillas temblaron—. Nunca he pensado
que terminaría para estar con alguien. No hasta ese espantoso día.
—Tienes una extraña forma de mostrar tal devoción. —Me forcé a subir al
interior, tomando el asiento negro de terciopelo—. Buenas noches y feliz Inkerbine,
mi lord.
Zad agarró la puerta, cerrándola cuando saltó al interior.
—Oh, ¿en serio? —dije, incrédula.
Sonrió, tomando asiento a mi lado.
—En serio.
La rabia se desplegó, nacida de la frustración pura y alucinante.
—¿Qué es lo que quieres? Me he lanzado a ti, te he suplicado, me he rebajado
a estándares ridículos, todo porque te amo, y no te importa. Solo juegas conmigo.
Como si hubiera dicho que el cielo era azul, dijo con demasiada calma:
—Nunca lo dijiste.
—¿Decir qué?
—Que me amas.
—Ya sabes que lo hago.
—Tal vez. A veces, siento lo que tú sientes, pero cerrar partes de ti misma a
mí no es una opción. Me he arrastrado dentro de cada oscuro espacio tuyo. Lo he
visto todo. Me encanta todo. Sin embargo, das un portazo después y esperas que
llame cada vez que busco entrar.
—Te amo. —Fue todo lo que se me ocurrió decir. Entonces, desesperada,
pregunté—: ¿Quieres que me arriesgue a una guerra por ti? ¿Nuestras propias
vidas? Porque lo haré. Saldré de este matrimonio ante un juez. Tengo suficiente
para ser liberada, y veremos qué pasa.
—No.
—¿No? —Sacudí la cabeza—. ¿Qué quieres decir con no? —Estuve tentada de
gritar, incapaz de averiguar lo que necesitaba—. Puede que no llegue a nada de
eso, pero si ocurriera, no me importaría<
—Detente. —Me agarró la cara, y sus ojos se clavaron en los míos—. Solo te
422 quiero a ti. Solo a Audra. Así que deja de cerrar puertas. Deja de jugar conmigo
solo cuando te parece bien. Deja de huir de mí y solo sé parte de mí.
Aliviada, asentí, sabiendo que tenía razón. Podía hacer eso. Por él, por lo que
casi había perdido, lo intentaría con todo lo que tenía. Mis labios temblaban, y la
orden me dejó con el aliento agitado.
—Entonces nunca debes engañarme, y debes quedarte. Debes quedarte y no
irte nunca.
—Audra —dijo, gutural y cálido—. ¿Cuándo vas a ver que eso es todo lo que
siempre he querido? Que tú eres todo lo que necesito. —Las lágrimas se escaparon,
deslizándose por mis mejillas. Sus manos se apretaron—. Mejor aún, ¿cuándo vas a
creerlo finalmente?
—Cuando suceda —dije, porque no había duda de lo que él sentía, lo que yo
sentía, pero no podía mentir, y no quería hacerlo—. Cuando lo vea con mis propios
ojos. Cuando se vuelva tan normal que sea molesto, mágico y tedioso y lo consuma
todo.
Su expresión se suavizó, una risa cubriendo su exhalación.
—Bien —dijo, con sus labios rozando los míos mientras se repetía—. Bien, mi
reina.
El carruaje se balanceó mientras los conductores se subían a sus asientos en el
exterior, y comenzamos a rodar hacia adelante, hundiéndonos con las raíces y
grietas de los árboles hasta llegar a la carretera. Pero sus labios nunca se separaron
de los míos.
Se negaron a hacerlo mientras me acompañaba a casa, donde permaneció
todo el invierno.

423
Treinta y seis
Zadicus
Tres meses después…

A
través de un campo de flores silvestres escarchadas, la reina del
invierno giró, con sus dedos arrastrándose sobre pétalos de hielo y
barriéndolos hacia el viento.
Siguieron su orden y volaron por encima de su cabeza. Revolotearon hacia la
bestia expectante, y él se tensó con anticipación, con sus grandes garras cavando
424 gigantescas trincheras en el suelo debajo de nosotros.
Los párpados de Vanamar se inclinaron al atraparlos y tragar, con el vapor de
sus fosas nasales nublando el aire ante nosotros. Luego miró a su reina, contento
de verla, pero esperando tener la suerte de recibir algo más que un simple vistazo.
Sabía exactamente cómo se sentía, y con un suspiro le entregué la manzana
que había estado comiendo.
La lamió de mi palma, con dientes mucho más grandes que mi mano
apareciendo y rozando suavemente mi piel.
Pasé mi mano por su suave pelaje, viendo a Audra tejer una cadena de flores
silvestres en su camino de regreso a nosotros.
—¿Podemos dormir aquí arriba?
Le devolví una sonrisa.
—Nos convertiríamos en hielo. Además —dije con una gran dosis de
reticencia—. El rey llega mañana.
Para su eterno disgusto, el rey y la reina continuaron viviendo vidas
separadas. Él visitaba cuando era necesario, y ella se negaba a poner un pie en el
Reino del Sol a menos que fuera necesario, lo cual, afortunadamente, no había sido.
Al menos no todavía.
La prefería donde pudiera verla, y no porque no confiara en ella o porque
dudara de su capacidad para valerse por sí misma. No había ninguna criatura en
esta tierra que no fuera consciente de su destreza. Sino porque un amor como este
requería cercanía.
El rey podía tenerla en pequeños momentos, pero nunca de la manera que yo
podía.
Estaba feliz de no ser nada mientras ella fuera mía y solo mía. Además, nunca
sería nada para ella, y eso era todo lo que importaba.
Yo era suyo y ella era mía, y ni siquiera su legítimo marido al otro lado de la
frontera podía cambiar eso.
Acercándose a Van, Audra sostuvo la cadena sobre su cabeza, haciendo
pucheros.
—Será mejor que se vaya cuando se lo insinúe esta vez. —Apuntó a Van, que
se lanzó a por las flores, y resopló, hundiendo su trasero en el suelo una vez más.
Ella se las dio y él las tomó cuidadosamente de la palma de su mano.

425 Dudaba que el rey aceptara los muchos consejos que le daban. Sus estancias
prolongadas eran en su mayoría por despecho, minutos vacíos pasados en miradas
interminables conmigo sobre la mesa del comedor.
—¿Para qué es esta visita? —Empezaba a pensar que pondría las excusas
necesarias para situarse ante la reina.
Audra arañó la parte inferior de la barbilla de Van.
—Para finalizar los nuevos acuerdos de rutas comerciales que hemos
negociado.
Me abstuve de gruñir y de poner los ojos en blanco, sabiendo que eso podría
haberse hecho sin su presencia.
Sintiendo mi molestia, Audra caminó hacia mí, con un brillo en sus ojos de
zafiro que nunca dejaba de hacer que mi corazón palpitara como un niño deseoso y
ansioso.
Cayó en mi regazo de lado, con sus brazos alrededor de mi cuello mientras
los míos rodeaban las curvas perfectas de su cintura, agarrándolas con fuerza. Con
sus labios susurrando contra mi mandíbula, dijo:
—Si te comportas, podría dejarte montar en Van.
Me quedé quieto, parpadeando. Nadie, ni siquiera su entrenador, montaba la
bestia.
Van, aparentemente desinteresado, se acercó a la hierba en busca de más
flores.
Lo tomé como una buena señal.
—¿Lo dices en serio? —pregunté, sintiendo que mis cejas se elevaban.
Su risa era la lluvia bailando sobre el hielo, silenciosa pero hermosa a pesar
de todo.
—Nada de juegos, lord. ¿Lo recuerda?
Tragando, asentí.
—¿Ahora?
Se rio de nuevo, presionando sus labios contra la comisura de los míos.
—No soy tonta.
—Y siempre me comporto de la mejor manera posible —dije, en serio. La
dificultad de estar en presencia del rey era increíble.
Se alejó para darme una mirada inexpresiva.
—¿Miradas asesinas en la cena? ¿Murmullos de insultos velados detrás de
una tos? Y no olvidemos cómo me tomaste en el pasillo sobre sus habitaciones<
426 Todas cosas perfectamente razonables, pensé. Tampoco eran malas,
considerando.
Claramente, pensaba de otra manera.
—Está bien. —Frunciendo el ceño, hice una mueca—. Eso no significa que
esté de acuerdo, pero está bien.
Alejando mechones que habían escapado de la coleta contra mi mejilla, sus
ojos examinaron los míos, poniéndose seria.
—Mintale dice que debemos discutir sobre Beldine.
No pude evitar ponerme rígido debajo de ella, diciendo rápidamente:
—¿Qué con eso?
Sus ojos me escudriñaron momentáneamente.
—De las consecuencias que podrían ocurrirnos a todos.
Nuestro hogar, un miembro extraído de Beldine-Rosinthe, era un continente
de paz una vez más.
El rey de Beldine nunca había buscado reclamar su tierra. Por supuesto, eso
fue antes de que Tyrelle cerrara su continente al resto del mundo durante años
mientras muchos no se daban cuenta.
Habíamos pagado gravemente por los pecados de Tyrelle, especialmente su
hija, pero a las criaturas de Beldine no les importaban los asuntos triviales de
quién, cuándo y por qué.
Aún no lo habían hecho, pero eso no significaba que no vendrían a preguntar
por el responsable.
O tal vez no se molestarían en preguntar.
Mis brazos se apretaron a su alrededor.
—Si sucede, lo enfrentaremos, y haremos lo que podamos para arreglarlo. —
Palabras huecas, incluso para mis propios oídos, pero no había nada más que
pudiera decir.
Mirándome un momento, Audra asintió y luego observó la vista de
Allureldin, las aguas al oeste que bordeaban Los Acantilados.
—Juntos —murmuró, apenas audible por encima del silbido del viento.
Agarrándole la mejilla, llevé su boca a la mía y le prometí:
—Juntos, mi eterna reina.

427
… por ahora.
Próximo libro

428
Sobre la autora
E lla Fields es una madre y esposa que vive en la

tierra de Down Under. Mientras sus hijos están en la escuela,


pueden encontrarla hablando de sus personajes con sus gatos
y perros.
Ella es una notoria acaparadora de chocolates y
cuadernos que disfruta creando finales felices duramente

429 ganados.
430

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