The Good Part - Sophie Cousens

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El presente documento es una traducción realizada por Sweet

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¿VIVIR LA VIDA QUE HAS DESEADO ES REALMENTE UN SUEÑO
HECHO REALIDAD?

Lucy Young tiene veintiséis años y está cansada. Cansada de ir a


buscar cafés para productores de televisión, harta de tener citas
desastrosas y harta de vivir en un apartamento húmedo con compañeros
de casa que nunca compran papel higiénico. Tras otra cita
decepcionante, Lucy tropieza con una máquina de los deseos, introduce
una moneda en la ranura, cierra los ojos y pide un deseo con todas sus
fuerzas: POR FAVOR, DÉJAME SALTAR A LA PARTE BUENA DE MI
VIDA.

Cuando a la mañana siguiente se despierta y se encuentra con un


hombre guapo, un anillo en el dedo, un trabajo importante y dos
hijos de cuento, Lucy no puede creer que todo esto sea real, sobre todo
cuando se mira en el espejo y ve su propia cara de cuarentona.
¿Realmente ha saltado hacia adelante como siempre quiso, o
simplemente ha olvidado una gran parte de su vida? A medida que
Lucy empieza a aceptar nuevas relaciones y las ventajas de la madurez,
tendrá que preguntarse a sí misma: ¿Puede volver a su vida anterior y, si
es así, puede soportar dejar atrás LA PARTE BUENA?
Para mi yo de veintiséis años.
Aguanta, cariño.
Presente

Mi cama está mojada. No húmeda, pero sí empapada, como si mi


almohada hubiera sido utilizada como saco de arena durante una
inundación. Mirando hacia arriba, veo un pequeño chorro de agua
goteando a través de la mancha amarilla en el techo de mi habitación: la
fuente de mi humedad actual. El reloj de la mesita de noche me dice que
son las cinco a.m., que es la peor hora de todas las a.m.’s: no es lo
suficientemente temprano para garantizar volver a dormir, pero
tampoco lo suficientemente tarde para pensar en comenzar el día.
Saltando de la cama, recorro la carrera de obstáculos que es el
desordenado piso de mi dormitorio y corro por el pasillo, salgo por la
puerta principal y subo las frías escaleras de piedra hasta el piso
superior.
―¡Señor Finkley! ¡Señor Finkley! Su baño tiene una gotera otra vez
―grito mientras golpeo la puerta con los puños. No hay respuesta. Sería
mejor que no hubiera muerto en el baño con el grifo abierto porque
entonces se podría caer todo el techo y tendría que lidiar con su cadáver
además de todo lo demás―. ¡Señor Finkley! ―Vuelvo a decir, esta vez
con más urgencia, tratando de desterrar la imagen mental de mi cama
aplastada bajo un montón de escombros y baño de burbujas. Finalmente,
la puerta se abre un poco y el señor Finkley me mira. Tiene unos sesenta
años y cabello rubio ralo que sobresale verticalmente a ambos lados de
su calva. Su rostro tiene rasgos angulosos y usa lentes con montura
marrón permanentemente manchados de grasa. Cada vez que lo veo,
debo recordarme a mí misma que no debo llamarlo señor Stinkley1, que
es como lo llamamos mis compañeros de casa y yo en privado.
―El agua de su bañera está goteando otra vez por el techo ―le digo
con severidad.
―Me estaba bañando ―dice, enrollando un mechón de cabello
mojado alrededor de su dedo índice y luego quitándoselo, dejando atrás
un cuerno de cabello.
―Es media noche ―le digo con cansancio―. ¿Y recuerda que el
fontanero dijo que no puede bañarse en la tina hasta que haya sellado las
baldosas correctamente? Todo lo que sobra llega directamente a mi
dormitorio. ―Mi voz es mesurada, como si le estuviera explicando esto
a un niño pequeño.
―No me gustan las duchas ―responde, jugando con un mechón de
cabello simétrico del otro lado de su cuero cabelludo.
―A mí tampoco, especialmente cuando estoy dormida, en la cama.
―Bajo las escaleras pisando fuerte, gritando mientras voy―: Solo ponga
algunas toallas, por favor.
No tiene sentido intentar razonar con el lunático amante de la tina.
Tendré que volver a llamar a nuestra casera, Cynthia. Lo único que sabemos
sobre Cynthia es que vive en España, es alérgica al pelo de gato y es una
propietaria terriblemente negligente. A menudo me reprende por
“molestarla con nuestros asuntos domésticos” pero yo estoy muy
molesta, Cynthia, estoy muy molesta.
De vuelta en mi habitación, saco mis amados libros de su caja de
almacenamiento de plástico y luego coloco la caja sobre la cama para
recoger las gotas restantes. Al examinar los libros, me siento como una
mamá que no ha podido mantener a sus hijos. Merecen una estantería
decente, merecen ser exhibidos, con el lomo fuera, ordenados por
género, no amontonados en el suelo de mi habitación húmeda. Un día,
libros, un día. Después de cambiarme la camiseta empapada, me arrastro
hasta el extremo seco de mi cama, desesperada por un par de horas más,
pero es difícil dormir cuando tu mente está acelerada y tus dedos de los

1 Señor Apestoso.
pies están húmedos. Debo haberme quedado dormida, porque me
despierto con la alarma, confundida en cuanto a por qué estoy
durmiendo boca abajo.
Mi habitación se ve completamente diferente desde esta perspectiva.
Por la ventana veo la promesa de otro día gris de primavera, y la planta
araña en el alféizar de mi ventana parece aún más marrón y enfermiza
que ayer. La planta fue un regalo de mi papá, junto con la yuca ahora
caída en la esquina. Está convencido de que las plantas de interior
ayudan a evitar la depresión y la ansiedad. Irónicamente, mantenerlas
con vida hasta su próxima visita se ha convertido en una gran fuente de
ansiedad para mí. Papá me aseguró: “No se pueden matar las plantas
araña, prosperan si se descuidan” pero parece que lo logré. Estas plantas
se sienten como canarios en una mina de carbón, una prueba de fuego
para condiciones de vida inhóspitas.
Envolviéndome en una toalla, me dirijo al baño, que encuentro
ocupado. Siempre está ocupado.
Toco y luego llamo a través de la puerta:
―Soy Lucy. ¿Vas a tardar? ―Si se trata de Emily o Zoya, serán
rápidas, pero Julian podría tardar horas. Quiero saber si vale la pena
esperar o si debo ir a prepararme una taza de té.
―Solo me estoy afeitando ―responde Julian. Excelente. Eso significa
que el fregadero estará lleno de cerdas diminutas y habrá espuma de
afeitar por toda la toalla de mano.
―El techo de mi habitación tiene goteras otra vez ―le digo.
―Eso es molesto ―dice Julian a la ligera, su tono no logra transmitir
la verdadera magnitud de lo molesto que es, especialmente para la
persona que duerme bajo dicho techo. Mientras estoy parada en el
pasillo conversando con la puerta del baño, un hombre sale de la
habitación de Emily. Es alto, con cabello rubio por el peróxido y un
enorme tatuaje de un águila en medio del pecho.
―Hola, soy Ezekiel ―dice, saludándome tímidamente con la mano―.
Amigo de Em.
―Hola ―le digo, levantando apresuradamente mi toalla para
asegurarme de que cubre adecuadamente mi pecho.
―¿El baño está libre? ―pregunta bostezando, estirando lentamente
sus largos y pálidos brazos por encima de su cabeza. Tiene los modales
lánguidos de un hombre que no tiene prisa por llegar a ningún lado, a
diferencia de mí, que tengo un trabajo al que llegar.
―Me temo que hay un poco de cola.
Tener una pequeña charla con uno de las aventuras de una noche de
Em no es mi actividad favorita por la mañana, así que me dirijo a la
cocina, donde encuentro a Betty, la novia intermitente de Julian,
calentando tres cacerolas en la estufa. Lo que sea que esté haciendo,
huele como si un caballo muriera en una zanja y luego alguien hirviera
el agua de la zanja con algunas hierbas. No tengo nada en contra de
Betty como persona, pero ella siempre está aquí, siempre cocinando, y el
apartamento apenas es lo suficientemente grande para nosotros cuatro,
por no hablar de Betty y todos sus tarros de cristal.
―¡Buenos días, Betty! ¿Qué estás cocinando? ―pregunto alegremente.
Una de mis mayores cualidades es que puedo ser educada y jovial
incluso cuando me siento de mal humor y furiosa. Ocultar cómo te
sientes realmente es una habilidad esencial, especialmente cuando vives
en un apartamento compartido muy concurrido. Nadie quiere vivir con
una Mary la llorona. Antes de que Betty pueda responder, escucho que
la puerta del baño se abre y vuelvo corriendo al pasillo para entrar ahí
antes de la conquista de Em. Todavía está flotando afuera de la puerta
de Em, pero logro lanzarme al baño primero―. Lo siento, estoy
desesperada ―digo, cruzándome de piernas y rodándole los ojos en
tono de disculpa.
Como predije, el fregadero parece un ejército de erizos en miniatura
mudados en él, y nuevamente no hay papel higiénico. Por suerte, tengo
un alijo secreto de pañuelos de papel, escondido en mi neceser para esas
emergencias... Oh. Alguien encontró mi alijo secreto de pañuelos.
Cuando corro la mohosa cortina de la ducha, encuentro la bañera
llena de huesos muy grandes y muy reales y retrocedo horrorizada,
golpeándome la cabeza contra el toallero.
―¡Ay! ―¿Qué demonios? ¿Alguien está intentando disolver un cuerpo
en ácido? Como si este apartamento no fuera suficientemente sórdido.
―¿Estás bien? ―dice una voz desde el pasillo. Saliendo de la escena
del crimen y decadencia que me induce a una pesadilla, me apresuro a
regresar a la cocina.
―¿Por qué hay un cuerpo en el baño? ―exijo―. ¿Ustedes dos
asesinaron a alguien?
―Oh, no es un cuerpo ―dice Betty con una risa tintineante―. Julian y
yo vamos a hacer un ayuno de caldo esta semana. Necesitaba blanquear
los huesos para la siguiente tanda, pero no quería monopolizar el
fregadero de la cocina. El carnicero me dio una vaca entera por casi
nada. ¿Quieres probarlo? Hace maravillas con el intestino. ―Betty
sostiene un cucharón hacia mí.
―No, gracias ―digo, tragándome las ganas de vomitar. Si bien me
alegro de que nadie haya muerto, me preocupa que mi primer instinto
fue pensar que mis compañeros de apartamento podrían haber matado a
alguien. Es posible que haya vuelto a ver demasiado a Poirot, es mi
programa favorito de tele, pero tal vez esté generando una mentalidad
sospechosa―. ¿Cómo se supone que voy a darme una ducha? ―le
pregunto a Betty con la mayor calma posible―. No puedo llegar tarde al
trabajo, no hoy.
―De todos modos no hay agua caliente, la usamos toda para
blanquear los huesos ―grita Julian desde su habitación.
―Los quitaré en un momento ―dice Betty con dulzura.
La aventura de una noche de Em ahora se ha apoderado del baño, y
me preocupa vagamente poder escuchar la ducha corriendo. ¿Está parado
en los huesos para ducharse? ¿Por qué soy la única a la que le molesta esto? La
puerta de Emily está entreabierta, así que asomo la cabeza para ver si
está despierta.
―¿Buena noche? ―le pregunto a la mata de rastas rojas que emergen
de debajo de su edredón.
―Oh, Lucy, ¿puedes averiguar su nombre? ―ella me susurra―. No
puedo recordarlo.
Antes de mudarse al apartamento de Vauxhall, Emily vivía en una
comunidad de casas flotantes en Shoreham, aborrece “el sistema
capitalista” y se esfuerza por intentar negociar cosas por las que la gente
espera que ella pague. Sorprendentemente, consiguió la mayoría de los
muebles de su dormitorio cambiándolos en línea por cactus de cosecha
propia. Por principio, ella insiste en que “compartamos todo” lo que se
traduce en que ella comparte mi cereal, mi pan, mi limpiador facial y mi
crema hidratante. Cuando la conocí por primera vez, pensé que era una
hippie loca. Ahora, después de haber vivido con ella durante dos años,
he decidido que mi suposición era totalmente correcta.
―Es algo bíblico. ¿Jeremías? ¿Zebdías? ―susurro―. ¿De dónde salió?
―De la jornada de poesía en Shoreditch ―dice, dándose una palmada
en cada mejilla―. Sexy, ¿no?
―Ciertamente tiene presencia ―digo con tacto.
Emily y yo no tenemos el mismo gusto por los hombres. Yo tiendo a
gravitar hacia los hombres que priorizan usar ropa interior limpia todos
los días, por ejemplo.
―Mi techo tiene goteras otra vez ―le digo.
―Qué tedioso ―dice, luego se vuelve a poner la bonita almohada
seca sobre la cabeza. A veces siento que soy la única aquí que se
preocupa por mis problemas con el techo. Como respondiendo a mi
llamado de autocompasión, la música comienza a sonar desde la
habitación de Zoya al otro extremo del pasillo. Ojalá mi mejor amiga sea
más comprensiva con mi difícil situación.
―Oye ―digo, tocando el marco de la puerta. Está bailando el nuevo
álbum de Taylor Swift en leggins y sujetador.
―Buenos días, Lucy Lu ―dice con voz cantarina. Sé que Zoya estuvo
de fiesta hasta las tres de la mañana y, sin embargo, aquí está, solo cinco
horas después, luciendo fresca e impecable, con su melena de cabello
negro brillante, ojos radiantes y una figura envidiablemente esbelta. Ella
es el tipo de persona que se cae de la cama con el maquillaje de ojos de la
noche anterior, pero parece un “ojo ahumado” sin esfuerzo. Cuando eso
me sucede, parezco un tejón con conjuntivitis.
Conozco a Zoya desde que teníamos doce años, aunque si la conociera
ahora, no estoy segura de que seríamos amigas; me sentiría demasiado
intimidada. Creció en la India y luego se mudó a Inglaterra vía Estados
Unidos. Cuando llegó a nuestra escuela, con su elegante ropa americana
y ese glamuroso acento de la costa este, parecía como si una estrella de
cine estuviera caminando entre nosotros, pero una vez que la conocí,
descubrí que, en el fondo, ella era simplemente una geek como yo. Nos
unimos por nuestras colecciones de recuerdos de Snoopy y por el amor
mutuo por las novelas de Stephenie Meyer.
―¿Puedo arrastrar mi colchón aquí esta noche? ―le pregunto,
sentándome al final de su cama―. Stinkley volvió a inundar su baño. Mi
cama está empapada.
―¡Por supuesto, pobre de ti! ¿Quieres que te ayude a secar el edredón
con el secador? ―ella pregunta.
―No, no te preocupes. Lo haré después.
―¿Qué diablos es ese olor? ―me pregunta, haciendo una mueca y
tapándose la nariz.
―Julian y Betty están cocinando caldo de huesos. Hay un montón de
huesos en el baño. ―Zoya pone cara de horror―. De todos los
apartamentos compartidos en todas las ciudades del mundo, ¿por qué
tuvimos que entrar en éste?
―Porque era el único dentro del presupuesto que tenía dos
habitaciones disponibles ―me dice.
―Emily tiene otro tipo cualquiera aquí.
―Esconde tu dinero en efectivo. Estoy bastante segura de que el
último tipo con el que se acostó me robó veinte dólares de mi cartera y
un par de bragas de mi cajón.
―Entonces, por suerte no tengo nada que robar ―le digo―. A menos
que quiera una planta araña moribunda.
―No sé dónde encuentra a estos hombres dudosos.
Zoya baja el volumen de la música y se sienta en el tocador para
alisarse el cabello. De pie detrás de ella en el espejo, recuerdo lo terrible
que se ve mi propio cabello: castaño rojizo y asimétrico, el resultado de
un tutorial en línea sobre cómo cortarse el cabello. Quizás no tenía las
tijeras adecuadas. Quizás no tenía el cabello adecuado.
―Mira esto ―digo, tirando del lado más corto.
―No es tan malo ―me dice―. Vamos, te lo peinaré. ―Se levanta y
me hace un gesto para que me siente, luego se pone a trabajar y lo sujeta
con alfileres en un elegante moño desordenado―. Tienes que lucir
elegante para tu primer día en tu nuevo puesto.
―Sí ―le digo, conmovida porque ha recordado que hoy es el día―.
Finalmente, voy a poder hacer algo más que imprimir guiones y limpiar
lo que todos ensucian.
―Estoy muy orgullosa de ti, Luce ―me dice―. Mi mejor amiga, la
importante investigadora de televisión.
―Investigadora junior ―la corrijo, sintiendo que me sonrojo por el
cumplido―, y no obtuve un aumento de sueldo, solo un nuevo título,
pero ahora tendré más responsabilidades. Espero poder presentar ideas
e incluso informar a los invitados.
―Te has roto el trasero trabajando ―dice, tomando una diadema
brillante y colocándola en mi cabeza como una corona―. Serás la reina
de la televisión en poco tiempo. Lo que me recuerda ―Saca una tarjeta
de un cajón y me la entrega. En el frente hay un boceto que ella dibujó.
Es mía con una corona, sosteniendo un televisor, rodeada de libros y
tejones. Dice “¡Felicidades!” en perfecta caligrafía en la parte superior.
―Esto es increíble ―digo, riendo―. Un original de Zoya Khan. Esto
podría valer una fortuna algún día.
―Es para ponerlo en tu escritorio en el trabajo, para recordar hacia
dónde te diriges.
―Me encanta. ¿Qué pasa con todos esos libros y tejones?
―Te gustan los libros y te gustan los tejones ―dice encogiéndose de
hombros.
Levanto la mano para apretar la suya y digo “gracias” en el espejo.
Zoya siempre ha sido una firme defensora de mi intermitente carrera
televisiva. Mis papás tenían una mentalidad abierta cuando conseguí mi
primer trabajo en producción, pero dieciocho meses después, cuando
todavía seguía siendo mensajera con salario mínimo, comenzaron a
cuestionar qué estaba haciendo con mi vida. Todas mis amigas estaban
ascendiendo en sus respectivas carreras profesionales, haciendo buen
uso de sus títulos, mientras yo todavía languidecía en el último peldaño,
preparando café.
En el tocador hay una foto enmarcada de nuestro grupo de amigas de
la escuela: Zoya, Faye, Roisin y yo. Las cuatro hablamos de vivir juntas
cuando recién nos mudamos a Londres, pero luego los papás de Faye le
compraron un estudio y Roisin, como abogada practicante, tenía un
presupuesto mucho mayor que Zoya y yo.
―Qué perfecto sería si pudiéramos cambiar a Emily y Julian por Faye
y Roisin ―digo en voz baja, mirando a Zoya a los ojos en el espejo.
―Roisin no podría soportar la falta de baños ―dice Zoya, riendo―, y
Faye probablemente tendría como misión abordar el comportamiento
antisocial de Stinkley con reflexología y té de hierbas.
―Tal vez deberíamos preparárselos ―digo, y ambas nos echamos a
reír.
La habitación de Zoya solía parecerse a la mía, con carteles Blu-Tack
pegados a las paredes y un perchero sujeto con cinta adhesiva, pero
ahora, mirando a mi alrededor, me doy cuenta de que algo ha cambiado.
Su habitación parece la foto del “después” de un cambio de imagen de
Instagram. Se ha comprado varias lámparas, un sillón de terciopelo azul,
cojines, ropa de cama a juego, cuadros enmarcados en la pared y el
mayor motivo de mi envidia: una estantería de madera oscura que ni
siquiera es de IKEA. Así es como se ve un salario decente.
―Lo has puesto muy agradable aquí ―le digo, tratando de no sonar
celosa.
―Gracias, puedes venir y sentarte en mi sillón de lectura cuando
quieras.
Zoya solía ser una creativa sin un centavo como yo, pero hace unos
meses abandonó la escuela de arte y consiguió un trabajo como agente
inmobiliaria. Parece una pena porque es una artista increíble, pero claro,
esa estantería es una obra de arte.
Apretando mi hombro, dice:
―Listo, terminado ―mientras coloca la última horquilla en mi
cabello.
―Gracias. No sé cómo haces eso.
En el pasillo oigo que se abre una puerta.
―El baño está libre ―grita Em mientras la puerta se cierra. Regreso
corriendo al pasillo, solo para ver a Betty entrando sigilosamente antes
que yo.
―Lo siento, solo necesito agarrar los huesos ―grita, y me giro hacia
Zoya y pongo una expresión asesina. Sorprendentemente, ella no se ríe,
solo dice:
―Luce, necesito hablar contigo sobre algo. ¿Vas al metro conmigo?
―Seguro. De todos modos, no tengo tiempo para ducharme ahora.
Dame cinco minutos para vestirme.
Mi habitación se siente aún más deprimente después de estar en la de
Zoya. Nadie quiere vivir en la foto del “antes”. Mis papás dicen que
“vivo como una estudiante” pero en realidad es peor que eso. Como
estudiante tenía muebles y una cama seca, tenía acceso a un préstamo
estudiantil y a alojamiento subsidiado. Ahora, después de impuestos,
alquiler, facturas, pagos de préstamos y mi tarjeta de viaje, me quedan
treinta y cinco libras a la semana para todo lo demás: comida, alcohol,
ropa, tampones, lo que sea. Si pudiera conseguir un ascenso a
investigadora, ganaría ochenta libras extra a la semana. Con esa
cantidad de dinero, podría comer, podría comprar una estantería grande
y bonita, podría volver a usar tampones normales en lugar de la copa
lunar dos tallas más grande que me regalaron en una bolsa de fiesta en
la despedida de soltera de mi prima, pero no tiene sentido fantasear con
lujos tan embriagadores.
Después de pasar una toallita húmeda debajo de cada brazo y aplicar
un poco de desodorante, me pongo un par de jeans negros y una blusa
ajustada, luego aplico una capa de rímel y un poco de rubor. Es
suficiente para hacerme lucir pasablemente fresca y profesional. Si tan
solo mi vida pudiera rectificarse tan fácilmente.
Zoya me espera en la puerta principal. En el pasillo, toma una
bocanada exagerada de aire limpio, lo que me hace sonreír. Una vez que
bajamos las escaleras y salimos a la calle, ella dice:
―Bueno, quería decírtelo a ti primero.
―¿Qué? ―digo, inmediatamente preocupada.
―Creo que me voy a mudar, Luce.
―¿Qué? ―No puedo ocultar el horror en mi voz―. ¿Por qué?
―Porque vivimos en un basurero y ahora estoy ganando dinero. ―Su
rostro se contrae en una mueca de disculpa―. Sabes que adoro vivir
contigo, pero ya no puedo soportar a los demás. Julian ha tenido ropa
mojada en la lavadora durante tres días. Tres días.
―Entonces, ¿me estás abandonando? ―digo, haciendo fuertes
sollozos de dibujos animados para ocultar el hecho de que realmente
tengo ganas de llorar.
―Oh, vamos, puedes quedarte en mi habitación, está más seca que la
tuya.
―No puedo permitirme el lujo de tu habitación. Son veinte libras
semanales más que la mía.
―Te daré la diferencia.
―No, no seas tonta. Estaré bien. Me alegro por ti, de verdad.
―Intento tragarme mi intensa miseria. Esto no se trata de mí: Zoya ha
trabajado duro y se lo merece.
―Gracias, amiga. ―Zoya parece aliviada―. Y sabes que puedes pasar
el rato en mi nueva casa cuando quieras, prometo que siempre habrá
papel higiénico y nunca vacas muertas en el baño.
―Tal vez un francés atractivo ocupe tu habitación ―le digo, forzando
una sonrisa tonta, mientras por dentro lucho por sofocar una creciente
marea de pánico. Me estoy quedando atrás. El apartamento será insoportable.
¿Con quién me meteré en la cama un domingo por la mañana y veré
capítulos de Friends? ¿Con quién intercambiaré libros? ¿Con quién me
quejaré de los demás? ¿A quién le importará sacarme de entre los
escombros si el techo realmente se cae?

Cuando llegamos al torniquete de la estación de metro, me doy cuenta


con una sensación de angustia de que mi tarjeta de viaje semanal ha
caducado y que no me pagarán hasta mañana. No quiero que Zoya sepa
lo arruinada que estoy, así que intento pasar mi tarjeta bancaria y ofrecer
una oración silenciosa a los dioses de los torniquetes. Por suerte me
dejan pasar.
El tablero nos dice que hay un tren en un minuto.
―Vamos, corramos ―le digo, agarrando la mano de Zoya.
―¿No podemos simplemente esperar el siguiente? ―gime―. Siempre
me estás apurando.
Esperamos el tren y es el lujo de los lujos, incluso conseguimos
asientos, aunque hay una mujer y su bebé irritantemente ruidoso
sentados junto a nosotras.
―Entonces, ¿nos reuniremos todos para tomar una copa después del
trabajo para celebrar tu nuevo trabajo? ―pregunta.
―No sé, anoche no dormí mucho. Probablemente me vendría bien
acostarme temprano.
Cuando el tren llega a Oxford Circus, mi parada, Zoya se levanta para
darme un abrazo. Mirando alrededor del vagón, noto que todos los ojos
están puestos en ella. Supongo que todos los hombres se preguntan
cómo se ve ella desnuda, mientras que todas las mujeres se preguntan
qué producto usa para que su cabello tenga ese brillo y vitalidad. (La
respuesta es una mascarilla capilar de mayonesa una vez a la semana).
Cuando me bajo del tren, ella asoma la cabeza fuera del vagón y grita en
el andén lleno de gente.
―Puedes dormir cuando estés muerta, Lucy Young. Vamos a celebrar
tu ascenso, punto. Las bebidas corren por mi cuenta.
No puedo evitar sonreír mientras me doy vuelta para alejarme.
Mientras camino desde Oxford Circus hacia el Soho, mi estómago
ruge y me doy cuenta de que, con toda la conmoción de la mañana, no
desayuné. Mi camino al trabajo me lleva por numerosos cafés con olores
deliciosos y tiendas de ropa increíblemente caras. Me permito un
momento de pausa frente a un escaparate minimalista y contemplo un
traje rojo de corte entallado. Es femenino y poderoso, moderno pero
atemporal. Algún día, Lucy, algún día.
Mientras sueño despierta con blazers de mezcla de lana, suena mi
teléfono. “Casa” está llamando.
―Hola, papá ―digo mientras respondo. Siempre es papá. Mamá
estará al fondo, gritando cosas que decir. Todavía no han asimilado el
concepto de altavoz.
―Sabemos que estás ocupada, solo queríamos desearte suerte en tu
primer día.
―¡Dile que buena suerte! ―Oigo gritar a mamá―. Pregúntale qué
lleva puesto.
―¿Qué llevas puesto?
―Le dijo la actriz al obispo ―digo con voz tonta, y papá se echa a reír.
Es una broma infantil entre papá y yo. Nos apresuramos a decirlo cada
vez que hay un indicio de un doble sentido.
―¿Que es tan gracioso? ―pregunta mamá al fondo.
―Dile a mamá que llevo zapatos de salón M&S y un dobladillo
sensato. ―le repite esto a mamá y la oigo decir: “Muy bien”.
―Gracias por llamar, pero tengo que correr ―digo, arrastrándome
lejos del escaparate y corriendo calle abajo.
―Bueno, cariño. Solo recuerda divertirte. Solo se es joven una vez
―dice papá.
―¿Divertirse? ¿Por qué le dices que se divierta, Bert? ―dice mamá―.
Ella necesita esforzarse. Recuerda a Eleanor Roosevelt: “Soy quien soy
gracias a las decisiones que tomé ayer”.
―Mamá también dice que te diviertas ―dice papá antes de colgar.
Cuando llego a la oficina, tengo tanta hambre que empiezo a
arrepentirme de haberle dicho que no al caldo de Betty. Con suerte,
quedarán algunas galletas sobrantes en la cocina comunitaria. Alguien
trajo una lata la semana pasada, aunque ya se habían comido todas las
de chocolate.
―Lucy.―Una voz aguda me saca de mi ensoñación sobre las galletas.
Es mi jefa, Melanie. Tiene un teléfono en la oreja, pero extiende un dedo,
indicándome que debo esperar hasta que termine su llamada.
Melanie Durham es todo lo que aspiro a ser en el mundo. Tiene unos
cuarenta y tantos años, es inteligente e increíblemente elegante. Es una
de las productoras ejecutivas de When TV y exuda una confianza férrea
que infunde respeto y miedo a partes iguales. Una vez me gritó en una
reunión por no abrir una ventana lo suficientemente rápido y yo me
oriné ligeramente en los pantalones. A veces me voy a dormir
fantaseando cómo debe sentirse ser Melanie. Compra libros de tapa dura
tan pronto como salen al mercado, sin siquiera esperar a que llegue el de
bolsillo. Todos los días de camino al trabajo compra un café para llevar y
luego almuerza en una de las caras tiendas de delicatessen del Soho. A
veces me envía a buscarle el almuerzo y sus ensaladas cuestan trece
libras. ¡Trece libras! ¿Puedes creerlo? Esa es toda mi compra semanal.
Aparentemente, está casada con un emprendedor tecnológico llamado
Lukas (con k) y viven en una casa unifamiliar en Islington. Una casa
unifamiliar, en Londres. No tienen por qué compartir ni una sola pared ni
techo con nadie.
Pero la mayor fuente de envidia de Melanie es su guardarropa. Tiene
veintiséis pares de tacones diferentes, lo sé porque los he contado. Hoy
lleva mi segundo par favorito: sus botines negros Louboutin. Si yo
tuviera esas botas no creo que pudiera ser más que increíblemente feliz
todo el día. Cualquier cosa podría pasar, podría ser picoteada por una
paloma o atropellada por un camión, y simplemente miraría mis botines
perfectos y sentiría que todo estaba bien en el mundo.
―Tenemos al canal viniendo para una reunión previa al programa de
esta mañana ―dice Melanie, y me doy cuenta de que ha terminado su
llamada y ahora está hablando conmigo. Mis ojos se levantan de sus
botines y regresan a su cara―. ¿Puedes ir a la panadería de la esquina y
comprar algunos postres? ―Ella hace una pausa―. Compra una docena.
Como es el día del programa, invitaré al equipo.
La idea de un delicioso pastelito de la elegante panadería me da ganas
de llorar de alegría. Entonces lo recuerdo, ahora soy investigadora
junior; tal vez debería pedirle a Coleson, el nuevo mensajero, que vaya a
buscar los pastelitos para no perderme la reunión de producción. Por
otra parte, no quiero que Melanie piense que esta mini promoción se me
ha subido a la cabeza. Mientras tengo este debate interno, Melanie se
dirige hacia el ascensor y me estremezco cuando me veo obligada a
llamarla:
―Lo siento, Melanie, ¿podrías darme algo de dinero en efectivo para
los postres?
―Solo tráeme el recibo ―dice, luciendo molesta porque la he
molestado con los aspectos prácticos de la compra de pastelitos. Ella está
en el ascensor antes de que pueda explicarle que no tengo suficiente
límite de crédito para gastar treinta libras en pasteles.
Cuando localizo a Gethin, el director de producción, le ruego un
préstamo, voy a la panadería y vuelvo corriendo, la reunión de
producción ha comenzado sin mí. Después de ofrecer los pasteles,
quedan seis en la caja: roles de canela, croissants de chocolate y
croissants de almendras con azúcar glass encima. Ni siquiera me
importa ser la última en elegir, todos se ven increíbles y el olor del
delicioso hojaldre caliente me marea de anticipación. Justo cuando estoy
a punto de tomar uno, Melanie dice:
―Lucy, ¿puedes dejar algunos cuantos? Quiero asegurarme de que
haya una opción que ofrecer a los productores del canal. Puedes
quedarte con lo que quede después de la reunión.
La reunión de producción está llena de información importante sobre
la grabación del programa de esta tarde, pero yo apenas puedo
concentrarme. Lo único en lo que puedo pensar es en la injusticia de la
distribución de los croissants y en el olor a hojaldre dulce que todavía
llena la habitación. Cerca del final de la reunión, Melanie pregunta:
―Entonces, ¿quién tiene nuevas ideas? Necesitamos sugerencias de
segmentos para el programa de la próxima semana.
Las manos se levantan, incluida la mía. El programa en el que estamos
trabajando, The Howard Stourton Show, es un programa de entrevistas en
horario de máxima audiencia lleno de entrevistas con celebridades,
sketches y juegos con los invitados. Todas las estrellas de primer nivel
aman a Howard. Están felices de venir a su programa y hacer malabares
con gelatina o recibir bromas porque él es de la realeza de los programas
de entrevistas, y el humor siempre es inclusivo en lugar de malo.
―Tristan. ―Melanie señala a uno de los productores.
―A todos les encanta cuando el perro de Howard, Danny, aparece en
el programa ―dice Tristan―. ¿Qué tal un segmento llamado “Cita con
Danny”? Montamos una escena en un restaurante y el invitado tiene que
salir con el perro.
Todos se ríen. Es una idea estúpida, pero muchas veces esas son las
que funcionan. Me pregunto si sería divertido para Howard narrar el
monólogo interno del perro, él es brillante en ese tipo de comedia
improvisada. Empiezo a sugerirlo:
―Tal vez Howard podría hacer el...
―Me gusta ―dice Melanie, interrumpiéndome―. Podríamos hacer
que Howard narre el monólogo interno del perro.
―¡Sí! Es muy divertido ―dice entusiasmado Tristan.
―Tal vez Danny sea muy quisquilloso ―continúa Melanie―. Él
encuentra desagradables los modales en la mesa de Miley Cyrus, la
forma en que come con cuchillo y tenedor y descarta todos los sabrosos
huesos a un lado de su plato.
Todo el mundo se ríe de la idea y me reprendo por no hablar más
rápido o más alto, pero tengo más ideas, así que levanto la mano. He
pasado todas las noches de esta semana trabajando en ideas para
artículos, esperando la oportunidad de presentarlas y mostrarle a
Melanie que puedo contribuir creativamente, pero Melanie no me mira y
al final mi brazo está demasiado débil por la falta de croissants para
mantenerlo en el aire. Una vez le envié un correo electrónico a Melanie
con algunas de mis ideas. Ella envió una respuesta de una línea que
decía: Impresora sin tinta. El armario de papelería es un desastre. Por
favor rectifica. Entendí que esto significaba: “Deja de enviarme ideas
cuando hay trabajos que hacer como mensajera”. Es muy frustrante,
porque cuando veo lo que hacen los productores (hablar con los
invitados, informar a Howard, crear contenido), sé que podría hacerlo
tan bien como ellos, tal vez incluso mejor, si alguien me diera una
oportunidad.
Al final de la reunión, Mel me pide que prepare los pasteles restantes
para su reunión con el canal. ¿Quizás así se torturaba a la gente
antiguamente? ¿Tenían croissants antiguamente? Busco en Google
“¿cuándo se inventaron los croissants?” 1838. Dejaré ese pequeño dato a
un lado en caso de que alguna vez esté en un equipo de preguntas y una
de las preguntas sea “¿Cuándo se inventaron los croissants?”
―Lucy, ¿estás ocupada? ¿Puedes fotocopiar algunos guiones por mí?
―Linda, la secretaria de producción, dice desde el otro lado de la
habitación. Quiero decirle que fotocopiar tiende a ser trabajo del
mensajero y recordarle que ahora soy investigadora junior, pero Coleson
no está por ninguna parte y no quiero parecer pesada cuando hay tanto
por hacer.
Después de fotocopiar, engrapar y distribuir los últimos guiones a
todos los miembros del equipo, estoy a punto de preguntarle al
productor si hay alguna investigación en la que pueda ayudar, cuando
Gethin me pide que haga una ronda de té. Esta vez, Coleson está
sentado ahí, haciendo girar sus pulgares.
―¿Quizás Coleson podría hacerlo? ―digo a la ligera, tratando de
parecer dócil.
―Si lo supervisas ―dice Gethin sin levantar la vista de su
computadora. Coleson una vez preparó té para Gethin en el microondas
y evidentemente no ha sido perdonado. No ha tenido el mejor comienzo,
el pobre. No ayudó que Melanie lo llamara “Coleslaw”2 en una reunión
y nadie la corrigiera. Ahora todos están confundidos acerca de cuál es su
nombre y solo le piden que haga algo si él los mira directamente.
―Gracias por enseñarme cómo funciona ―me dice Coleson, de pie
incómodamente cerca de mí en la cocina―. Siento que no estoy haciendo
un gran trabajo.
Se muerde el labio, raspa el suelo de la cocina con el zapato y siento
una punzada de simpatía. Recuerdo lo que era ser la chica nueva.
―Coleson, te voy a prestar mi libro ―le digo, entregándole el
pequeño cuaderno de cuero que mis papás me regalaron para
Navidad―. Aquí escribo todo lo que puedo necesitar saber: cómo toman
todos el café, que a Melanie le gustan los guiones presentados con un
grueso clip, pero a Gethin le gusta el suyo engrapado. Todo lo
importante que alguien te dice, lo escribes y así nunca tendrás que
repetirlo dos veces. Puedes tomar prestado el mío hasta que consigas el
tuyo.
―Wow, gracias, Lucy ―dice Coleson, hojeando mis notas y luego
leyendo―: No hay tráfico en la milla extra.
―Melanie dijo eso una vez en una reunión.
Cuando regreso a la sala, la reunión de Melanie ha terminado y soy
recibida por una imagen que me hace querer echar la cabeza hacia atrás
y aullar. NO QUEDAN CROISSANTS. Ni uno. No entiendo cómo sucedió
esto. Solo había tres personas en esa reunión y había seis croissants en
ese plato. ¿Alguien llegó aquí antes que yo?
Ahí es cuando lo veo.
La abominación.
Dos croissants y medio languideciendo en la papelera. ¡En la papelera!
¿Quién hizo eso? ¿Quién se comería solo la mitad de uno de esos postres

2 Ensalada de col.
deliciosos, hojaldrados y caros? ¿Quién tiraría a la basura unos
croissants en perfecto estado? Especialmente cuando hay gente en el
mundo esperando esos croissants, contando con esos croissants.
―¿Lucy? ―La voz de Melanie zumba en algún lugar de mi periferia.
―¿Disculpa?
―Dije que me gustaría que fueras la mensajera en el estudio hoy.
―Me giro y veo a Melanie parada en la puerta de la sala de reuniones,
dedicándome una sonrisa benévola.
―Gracias, Mel, mmm... ¿Recuerdas que me ascendiste? Esperaba que
en el futuro tuviera la oportunidad de asumir un papel más creativo,
yo...
―Enséñale a Coleslaw a ser tan buen mensajero como tú, luego
veremos cómo ampliar tus responsabilidades.
―Es solo... ―Cierro mi boca mientras una de las cejas perfectamente
formadas de Melanie se levanta para silenciarme.
―La ambición es como el perfume, Lucy. Un poco da para mucho.
Y así, mi optimismo sobre el día de hoy, sobre escapar algún día del
último peldaño, se desvanece.
―Hoy me comí un croissant de la basura. ―Zoya, Faye, Roisin y yo
nos sentamos en el Blue Posts de Newman Street más tarde esa noche.
He estado poniendo cara de valiente todo el día, pero ahora, entre mis
amigas más cercanas, puedo ser honesta acerca de mi humillación.
―Oh, Lucy, ¿por qué? ―pregunta Faye, inclinándose sobre el banco
para rodearme con un brazo.
―Porque no desayuné y tenía hambre. Solo tuve que quitar algunas
virutas de lápiz. ―Agacho la cabeza avergonzada―. ¿Creen que me
envenenaré con plomo?
―Ya no fabrican lápices con mina. Puedes comer tantos lápices como
quieras ―dice Roisin.
―Bueno, Trituradora de papeleras, todavía estamos orgullosas de ti,
de tu ascenso ―dice Zoya, extendiendo la mano para chocar su copa con
la mía.
Las cuatro hemos estado ahí para apoyarnos mutuamente en todo:
exámenes, rupturas, la separación de los papás de Faye, la pérdida de
Roisin de su mamá. Nos hemos celebrado mutuamente consiguiendo
permisos de conducir, títulos, primeros trabajos, primeros amores,
primeros apartamentos, pero ahora, cuatro años después de terminar la
universidad, parece que nunca tengo tanto que celebrar como las demás.
Roisin está triunfando en uno de los grandes bufetes de abogados y ella
y su novio Paul están hablando de mudarse juntos. Faye es
quiropráctica, trabaja en una clínica próspera en Hampstead y ya es
propietaria de una casa. En cuanto a Zoya, bueno, está a punto de
mudarse de nuestro apartamento compartido deprimente y conseguir
un lugar propio.
―No lo sé ―digo, dejándome caer en el desgastado asiento de cuero
del pub―. Todo el mundo todavía me trata como la mensajera. Tal vez
me estoy engañando pensando que voy a llegar a alguna parte.
―La televisión es una de las industrias más competitivas que existen
―dice Faye, frotándome la espalda―, y estás trabajando en The Howard
Stourton Show, por el amor de Dios. Si tuvieras dieciocho años, te estarías
pellizcando.
―Tienes razón, lo haría ―digo, haciendo girar el pie de mi copa de
vino. Faye siempre piensa en lo perfecto que decir.
―Tal vez necesites ser más audaz con esta mujer Melanie ―dice
Roisin―. Cuando comencé en mi bufete de abogados, la gente siempre
me dejaba a mí servir té y café en las reuniones, incluso si había varios
otros asociados jóvenes en la sala, todos se giraban hacia mí por ser
mujer y terminé hablando con uno de los socios al respecto. Le dije que
pensaba que la firma parecía misógina y anticuada si siempre dejaban a
las abogadas jóvenes sostener la tetera. ¿Sabes lo que hizo? Adoptó la
firme política de que si había té para servir, siempre sería la persona de
mayor rango en la sala quien lo sirviera.
―Wow. Bien, Roisin ―dice Zoya―. La Emmeline Pankhurst de hoy
en día está ahí.
Roisin la patea por debajo de la mesa.
―¡Ouch! ¡Estaba hablando en serio! ―Zoya se ríe.
―Dile a Melanie: Ya no voy a ser tu perra del té, encuentra a otro
imbécil ―dice Roisin, señalándome el pecho con un dedo.
La sola idea de decirle esto a Melanie hace que me ahogue con el vino
y Faye me da palmaditas en la espalda hasta que recupero la
compostura.
―Desafortunadamente, creo que “perra del té” está en la descripción
de mi puesto ―le digo―. Puedo manejarlo. Sería bueno saber que todo
valdrá la pena y que todo saldrá bien con el tiempo.
―Esto viene de la persona que lee primero el último capítulo de un
libro, porque necesita saber cómo termina ―dice Zoya, rodeándome con
el brazo.
―Hice eso una vez.
―Y te lo arruinaste tú misma, ¿no? ―Zoya dice, haciendo una mueca.
―Lo hice.
―Odio la idea de que pases hambre, Luce. Si no puedes permitirte
comer, yo puedo darte dinero para el desayuno ―dice Faye.
―Te compraré una cama de croissants ―dice Zoya―, y un edredón
de mermelada.
―No, gracias, pero ese es mi punto. Ustedes siempre me invitan las
bebidas y me sacan de apuros, no quiero ser una aprovechada toda mi
vida. ―Mi labio tiembla y todas dejan de intentar encontrar palabras
para hacerme sentir mejor y en su lugar se inclinan para darme un
abrazo grupal.
―Estoy bien, en serio, solo estoy teniendo uno de esos días, estoy
segura de que mañana me despertaré con una perspectiva
completamente nueva.
―La culpa es de la luna, esta noche hay luna creciente, siempre
desafiante ―dice Faye, levantando las manos en el aire y estirándose.
―Ah, entonces es la luna la culpable de que Zoya me abandone
―digo.
―¿Qué? ¿Te vas a mudar? ―Roisin le pregunta a Zoya, quien se
mueve torpemente en su silla.
―Es hora de que tenga mi propio espacio. Por eso acepté el trabajo en
Foxtons: quiero vivir en un lugar agradable, quiero tener dinero para
salir, viajar. Hay tantas cosas que quiero vivir y todo cuesta dinero.
―Yo también quiero hacer todas esas cosas ―digo, e inmediatamente
me arrepiento de la nota de autocompasión en mi voz.
―Si la televisión no te hace feliz, ¿tal vez no vale la pena las largas
horas y el terrible salario? ―dice Zoya―. Podría conseguirte un trabajo
en Foxtons mañana, serías brillante. ¿Te imaginas lo divertido que sería,
Luce, que trabajemos juntas? ¡Entonces ambas podríamos mudarnos!
―Zoya salta arriba y abajo en su silla, casi volcando su vino.
―No quiero ser agente inmobiliario, Zoya ―espeto, mientras mi
cerebro ablandado por el vino deja escapar las palabras antes de que
pueda filtrarlas. Hay una pausa profunda y siento que Faye se prepara
físicamente, con su mano apretando su copa de vino, mientras Roisin
respira de forma audible.
―Oh, lamento proponer algo tan mercenario como trabajar por dinero
―dice Zoya con firmeza.
¿Por qué no podía simplemente decir: “Gracias Zoya, lo pensaré” como
cualquier persona normal? Faye y Roisin toman lentos sorbos de sus
bebidas al unísono.
―No quise decir eso, eres brillante en eso y sé que te encanta, pero no
creo que sea para mí.
―Es un medio para lograr un fin, así puedo hacer cosas divertidas, así
puedo viajar.
―Y eso es genial para ti. Yo solo... me siento demasiado joven para
renunciar a mi carrera todavía.
―¿Te refieres a lo que hice yo, renunciar a la escuela de arte? ―me
pregunta Zoya, frunciendo los labios, con los brazos cruzados frente al
pecho.
―No, no quise decir eso en absoluto.
―Estás en una situación diferente a la mía ―dice Zoya, con cara
seria―. Si no gano mi propio dinero, mis papás me presionarán para
que me case con algún buen chico indio de buena familia. Sabes que
siempre vieron mi arte como un pasatiempo, algo que hacer antes de
casarme, algo que dejaría cuando tuviera hijos, pero no voy a vivir una
vida pequeña. ―Golpea la mesa con el puño y sus ojos brillan de
emoción―. Voy a pintar, en mis propios términos y en mi propio tiempo.
―Sé que lo harás, Zoy, y no quiero que pienses que estoy culpando a
nadie más por mi situación ―le explico.
―Bueno, entonces deja de quejarte por eso ―dice Zoya―. O consigue
un trabajo secundario o algo así. ―Hace una pausa y luego empuja su
silla hacia atrás de la mesa.
―Oh, no, Zoya, por favor no te vayas. Lo siento ―suplico,
tendiéndole una mano.
―Tengo una visita temprano mañana, como parte de mi desalmado
trabajo mercenario. ―Deja un billete de veinte libras sobre la mesa, más
que suficiente para cubrir el vino que hemos bebido, luego, antes de que
pueda detenerla, sale del pub.
―Vaya, la luna está siendo una verdadera perra esta noche, eh ―dice
Roisin, pero cuando no sonrío, pone una mano en mi brazo y dice―: Ella
estará bien, ya sabes cómo es.
―Solo me estaba desahogando, nada de eso tenía que ver con ella
―digo con tristeza.
―Lo sabemos ―dice Faye.
―Yo solo... no sé qué voy a hacer sin ella.

Una hora más tarde, estoy en la estación de metro despidiéndome


tambaleantemente de Faye y Roisin. Faye se va en bicicleta a casa y
Roisin toma un taxi.
―¿Estás segura de que vas a estar bien? ―pregunta Faye, con el
rostro arrugado por la preocupación―. Si estás realmente preocupada
por la situación del techo, deberías dormir en la habitación de Zoya.
―Lo sé, lo haré, y gracias por esta noche, aprecio que todas hayan
venido.
Solo cuando ambas se van y yo paso mi tarjeta de viaje vacía, y luego
mis tarjetas de débito y crédito aún más vacías, es que me doy cuenta de
que no tengo suficiente dinero para volver a casa. Maldición. Podría
llamar a Faye, pedirle que regrese en bicicleta y me preste cinco libras,
pero es demasiado humillante. El mapa de mi teléfono me dice que solo
me llevará cuarenta y cinco minutos caminar desde Soho hasta
Kennington Lane, lo que parece un largo camino a las diez de la noche,
pero la distancia es relativa. Aníbal caminó sobre los Alpes, ¿no?, y el
ejército romano caminó desde Roma hasta Gran Bretaña. Todo está a
poca distancia si tienes suficiente tiempo y el calzado adecuado.
Resulta que no tengo el calzado adecuado. Llevo treinta minutos de
mi caminata épica por Londres cuando mis bailarinas negras baratas
empiezan a llenarme de ampollas. Supongo que el ejército romano no
cruzó Europa en bailarinas. Intento conservar la batería de mi teléfono al
no consultar el mapa todo el tiempo, pero ahora nada me resulta
familiar, y cuando me siento en la acera para consultar mi teléfono, me
doy cuenta de que he caminado demasiado hacia el este.
Mientras me acerco a los nombres de las calles, aparece una
notificación en mi teléfono de LondonLove, una aplicación de citas en la
que me inscribí porque ofrecía una prueba gratuita de treinta días. Un
tipo llamado Dale29 a quien debí haber deslizado a la derecha hizo
match conmigo. La aplicación te permite saber cuándo hay partidos
dentro de un radio de media milla, para que puedas reunirte para salir
por la noche.

Lucy26. ¡Estás en mi barrio! ¿Te apetece una copa? escribe Dale29.

Su foto de perfil se ve bien. Tiene el cabello rubio rizado y bronceado,


y hay una foto de él sosteniendo una tabla de surf.

Solo estoy de paso, tal vez en otra ocasión, respondo.

Si tuviera dinero para comprar una ronda, podría reunirme con él,
aunque solo fuera para darle un respiro a mis pies llenos de ampollas.

¿Un trago, por mi cuenta? Me encanta tu perfil, me hizo reír a carcajadas en


el metro. Todos me miraron. Fue incómodo.
Los halagos llevarán a Dale29 a todas partes. Después de un poco más
de ida y vuelta, Dale sugiere reunirnos en un bar en la calle paralela: el
Falkirk. Supongo que podría optar por una copa, recargar mis pies y mi
teléfono. Aunque este tipo no sea nada especial, solo habré
desperdiciado media hora de mi vida.
Cuando llego al pub en la siguiente calle, lo encuentro cerrado y
alguien que se parece al hermano menos guapo de Dale29 esperando
afuera. Es más pesado y pálido que su foto de perfil, pero no del todo
horrible. Me saluda amistosamente mientras me acerco.
―Lo siento, olvidé que están cerrados por reformas y no hay ningún
otro lugar por aquí. Por cierto, soy Dale. ―Extiende su mano y me da un
firme apretón.
―Lucy ―digo. Aunque es menos atractivo en la vida real, estoy más
decepcionada por el bar porque ahora no podré cargar mi teléfono.
―Vivo aquí ―dice, señalando el apartamento de al lado―. Si quieres
venir a tomar una copa, tengo un poco de gin tonic eslovaco de mala
calidad. ―Me lanza una amplia sonrisa―. Puede que tengas miedo de
entrar en la casa de alguien que acabas de conocer en línea, pero te
prometo que no soy un asesino.
―Eso es lo que diría un asesino ―le digo, sonriendo cortésmente.
―Tienes razón. ―Se lleva una mano a la barbilla en una decidida
pose de contemplación―. Debería haber algún tipo de tarjeta de
identificación de “Chico Decente” que podría mostrarte. Puede que no
acredite mis habilidades para hacer ginebra o la calidad de mi
conversación, pero garantizaría que no soy una amenaza para la vida.
―Déjame ver tu billetera ―le pido, extendiendo mi mano. Me la da
de muy buena gana, considerando que acaba de conocerme.
―¿Me estás robando? ―me pregunta.
Hay algo que me gusta en sus modales y siento que sonrío mientras
reviso sus tarjetas. Entre las tarjetas bancarias habituales, encuentro una
membresía de las Bibliotecas de Southwark, a la que le tomo una foto
con mi teléfono.
―Voy a enviarle esto a mis amigas. Si me asesinas, todos los que
conozco sacarán libros usando tu número de membresía y las multas de
la biblioteca te seguirán por el resto de tu vida.
Dale deja escapar una carcajada con mucho cuerpo. Tiene una tarjeta
de la biblioteca y piensa que soy divertida, lo que alivia mis reservas
sobre regresársela. A veces es necesario dejarse guiar por tu instinto y
las necesidades de carga de tu teléfono.
El apartamento de Dale no tiene nada especial. Me dice que vive con
una chica llamada Philippa, pero que está en España esta semana. Pone
algo de música mientras nos prepara bebidas, algo español y acústico
que sugiere que sabe más sobre música que yo. Una vez que me entrega
un cargador y un gin tonic, me encuentro relajándome en su sofá bajo de
color beige. Mientras habla conmigo, Dale intenta ordenar la sala de
estar, tirando una vieja caja de pizza al pasillo, moviendo un tendedero
para la ropa sucia y escondiendo una pila desordenada de correo.
Quizás Dale sea un tipo decente, quizás nos volvamos a ver y
empecemos a salir y esta será la historia de cómo nos conocimos.
¿Podría realmente salir con alguien llamado Dale?
―¿Conoces a mucha gente a través de LondonLove? ―le pregunto.
―Serás mi cuarta ―dice―. La prefiero a las otras aplicaciones. No me
gusta hablar con alguien en línea durante semanas solo para quedar y
descubrir que no hay nada ahí.
―Completamente. ―Asiento con la cabeza. Olvida el nombre, ¿me
gustaría Dale? Puede que no sea tan delgado y bronceado como en su foto de
perfil, pero si entrecierro los ojos, podría pasar por un Chris Hemsworth bajito,
si Chris Hemsworth tuviera resaca y cuerpo de papá.
―Conocí a una chica, era entrenadora personal. ―Sonríe al recordarlo
y luego se sienta a mi lado en el sofá―. Parecía normal, pero
terminamos en la cama y ella quería que contara, ya sabes, como si
estuviera haciendo repeticiones en el gimnasio.
―Eso es mucha presión ―le digo, riendo.
―¡Demasiada presión! Llegué a veinte y perdí la cuenta y luego me
sentí paranoico de que ella pensara que no podía contar más allá de
veinte.
―Una vez me encontré con un tipo que llevaba al bar un tupperware
lleno de sus propias nueces, dijo que no confiaba en la higiene de las
nueces.
―Ah, Hombre Ardilla, es mi compañero ―dice con una sonrisa.
Nos reímos de las confesiones compartidas del otro y siento las
primeras brasas de atracción. Me gusta la facilidad con la que se ríe y lo
animada que está su cara cuando lo hace. Pone una mano tentativa en
mi pierna y no me muevo para apartarla.
―Entonces Lucy26, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
―Buena pregunta. ―Tomo otro sorbo de mi bebida y disfruto el
cálido escozor en mi garganta―. Siempre quise ser productora de
televisión, pero tengo veintiséis años y todavía estoy al final de la
cadena alimenticia televisiva, no estoy segura de cuánto tiempo más
podré soportar ser plancton. ¿Y tú?
―Me impresiona que hayas alcanzado las embriagadoras alturas del
plancton. Aún soy estudiante, ni siquiera estoy en la cadena alimenticia.
―¿Qué estás estudiando? ―pregunto.
―Estoy haciendo una maestría en aprendizaje automático.
―Oh, ¿qué implica eso? ¿Enseñar a los robots cómo conquistar el
mundo?
Se ríe de nuevo. Quizás se ríe con demasiada facilidad. Quizás se ríe así con
todos.
―Ja, no. Más bien programación informática.
―Soy terrible con la tecnología ―le digo.
Dale saca su teléfono y ahora me pregunto si lo estoy aburriendo.
―Tengo algunas preguntas sobre tu perfil ―dice, alzando la voz,
como si se tratara de una entrevista seria―. Tienes algunas cosas
interesantes en tu lista de “me gusta”.
―¿Ah, sí? No recuerdo lo que escribí.
―Aquí dices que te gustan los tejones. ¿Por qué tejones?
Me encojo de hombros.
―Son luchadores y me gusta su estilo monocromático.
―Okey. También pusiste a Poirot . ¿No es eso la vieja televisión?
―¡Sacrilegio, no! ―le digo, dándole mi mejor cara de indignación―.
Solía verlo con mis papás cuando era niña. El tema musical me parece
inmensamente reconfortante. ―Dale espera que diga más―. Son las
historias criminales originales. Poirot siempre atrapa al malo, todo se
explica de forma satisfactoria, en el mundo de Agatha Christie hay
equilibrio, orden y resolución.
―¿A diferencia de la vida real, quieres decir? ―pregunta Dale.
―Supongo que sí. Creo que es por eso que amo la televisión en
general. Cuando el mundo exterior no tiene sentido, la televisión
normalmente sí lo tiene. ―Hago una pausa y encuentro su mirada,
preocupada de parecer demasiado seria ahora―. Probablemente lo estoy
analizando demasiado. Lo más probable es que yo fuera solo una hija
única y solitaria a la que se le permitía ver demasiada televisión. ―Me
acerco para tomar el teléfono de Dale―. Como sea, ya basta de mí,
veamos tu perfil. ¿Te gusta la pizza? Eso es como decir que te gusta
respirar, Dale.
Dale se ríe y yo empiezo a relajarme nuevamente.
―Creo que descubrirás que escribí pizza de masa fermentada. Lo cual
es completamente diferente y muy específico.
Compartimos historias y más ginebra, y nuestros cuerpos se acercan
en el sofá. Cuanto más hablamos, más me empieza a gustar Dale. Es
sencillo y hace preguntas. No creerías la cantidad de citas en las que he
estado en las que un chico no te ha hecho ni una sola pregunta antes de:
“¿Quieres volver a la mía?”. Aunque pensándolo bien, eso fue de hecho
lo primero que Dale me preguntó. No sé cuánto tiempo ha pasado antes
de que se incline para besarme y luego todo sale mal.
El beso no es bueno.
Me chupa la lengua. No me refiero solo a un beso con tracción, quiero
decir que realmente chupa toda mi lengua en su boca, como un
Dementor en Harry Potter o el abrazador de caras en Alien.
Cuando la succión se relaja lo suficiente como para liberarme, trato de
recuperar el aliento y luego me disculpo para ir al baño. Él suelta una
risa incómoda y dice:
―Buena idea.
¿Buena idea? ¿Qué significa eso? Es mi vejiga, Dale, soy yo quien
decide si orinar es buena idea o no. Sentada en el baño, cae la familiar
cortina de decepción. Siempre hay algo. Dale parecía normal, Dale me
escuchó y le gustó mi chiste sobre ser plancton. Entonces, ¿por qué
besarlo tiene que ser como si me inhalara? Antes de salir del baño,
enrollo un trozo de papel higiénico y lo meto en mi sujetador por si
todavía no queda ninguno en el apartamento cuando llegue a casa. Hola,
nuevo punto más bajo.
Preparándome para el incómodo adiós y poniendo excusas, vuelvo a
la sala de estar y encuentro a Dale parado en medio de la habitación,
desnudo.
―Oh, Jesús, Dale, no creo que esté lista para ver eso ―digo, con la voz
más tranquila de lo que siento.
―Tú me gustas, yo te gusto. Nuestro tiempo en el planeta es corto. No
pensemos demasiado en esto. ―Se ríe de nuevo. Okey, definitivamente se
ríe demasiado.
―Adiós, Dale ―digo, tomando mi teléfono y mi bolso.
Y una vez más, mi deseo de tener citas se ha visto atenuado por la
deprimente realidad que es el noventa y nueve por ciento de los
hombres.
De vuelta en la calle me castigo por ser tan estúpida. Claramente,
Dale29 iba a ser un bicho raro. Todos los hombres con los que he salido
desde la universidad han sido bichos raros, misóginos o han albergado
algún fetiche secreto por comer papas fritas de mis muslos. (Me dejé
llevar, pero nunca pude quitar el olor a vinagre de mis sábanas). ¿Dónde
están todos los hombres normales? Mientras cruzo la calle, enrollando
mi pobre lengua magullada alrededor de mi boca, el cielo se abre de par
en par, liberando un aguacero repentino. La suela de una bailarina cede
y el pegamento barato se disuelve a la primera señal de agua. Cuando
me desperté esta mañana, no era consciente de lo larga que era mi
paciencia, pero ahora me doy cuenta de que estoy al final de ella y me
permito un gemido melodramático, dos pisotones y un puño apuntando
al cielo.
¿Cómo voy a llegar a casa? Tal vez debería llamar a Zoya,
disculparme, rogarle que venga por mí con un par de tenis, pero mi
teléfono está muerto, después de todo eso, ni siquiera se cargó. Así que
empiezo a correr con la esperanza de ver algún lugar familiar. Pronto
me quedo sin aliento y me duelen demasiado los pies para seguir
adelante. Al girar a la derecha por Baskin Place, pasando por una vieja
cabina telefónica roja, veo que hay un quiosco de periódicos abierto las
veinticuatro horas a unas cuantas puertas y corro hacia ahí con la
esperanza de poder esperar a que pase lo peor de la lluvia. Es una tienda
pequeña y de aspecto desgastado, con un toldo azul y blanco y estantes
llenos de latas polvorientas. La anciana detrás del mostrador me sonríe,
lleva una boina de tartán con un chaleco a juego y juega solitario en el
mostrador con una baraja de naipes descolorida.
―¿Puedo ayudarte, patito? ―pregunta con un amplio acento escocés,
dejando el cuatro de diamantes―. ¿Estás buscando algo en particular?
―Una nueva vida ―le digo, sonriendo para que ella piense que estoy
bromeando, aunque en este momento no es así. Me duele la lengua y
decido en ese momento que voy a borrar todas las aplicaciones de citas
de mi teléfono. Tendré que encontrar el amor a la vieja usanza: borracha
en un bar. Mientras me pregunto cuánto tiempo puedo permanecer en
esta pequeña tienda sin comprar nada, dejando huellas húmedas en el
piso, me encuentro con una curiosa máquina escondida en la parte
trasera de la tienda. Parece completamente fuera de lugar, es del tamaño
de un cajero automático grande y en la parte superior, en letras doradas
descoloridas, están las palabras “Máquina de los deseos”.
―Para pedir un deseo necesitas un centavo y diez peniques ―explica
la anciana, siguiendo mi mirada.
Mi mano se mueve hacia la ranura para monedas. Hay algo táctil y
agradable en el metal desgastado. Parece una máquina de otra época,
como una atracción de feria de los años cincuenta que ha recorrido el
país durante décadas y finalmente ha venido aquí para retirarse.
―¿Por qué está aquí? ―le pregunto a la mujer.
―La gente necesita deseos tanto como pan y leche. Quizás más ―dice,
sonriéndome y veo amabilidad en su rostro suave y arrugado. Algo me
dice que no le importará si espero a que pase la lluvia sin comprar
nada―. Parece que te vendría bien un deseo, patito.
―No tengo ni un centavo ―digo, quitándome el cabello mojado del
cuello mientras veo hacia la lluvia torrencial y escucho el tambor de
agua golpeando el toldo afuera. La mujer me tiende un centavo brillante
y una moneda de diez peniques.
―Aquí tienes, patito. Será mejor que sea bueno.
Son solo once peniques, pero después del día que he tenido, la
amabilidad me hace querer llorar de gratitud. Ella se aleja, como si
quisiera darme un poco de privacidad y aunque no me hago ilusiones de
que una máquina de los deseos vaya a resolver mis problemas, tengo
curiosidad y aún llueve a cántaros, así que, ¿qué demonios?
Las monedas entran ruidosamente en la ranura y la vieja máquina
enciende un anillo de cálidas bombillas de color naranja. Empieza a
sonar una melodía, algo así como ”Camptown Races” a la que le faltan
varias notas. Los diez peniques desaparecen en las entrañas de la
máquina, pero ruedan a lo largo de una estrecha pista de alambre,
dando vueltas y más vueltas hacia una placa metálica central. En la parte
posterior de la caja, se iluminan las palabras de color amarillo neón: Pide
tu deseo, y aunque sé que es solo un juguete, me encuentro sosteniendo
los lados de la máquina y canalizando todas mis frustraciones en ella.
Deseo... Deseo poder pasar a la parte buena, donde se ordena mi vida. Estoy
tan cansada de estar arruinada, soltera y estancada. Deseo poder avanzar hasta
el momento en que sepa lo que estoy haciendo, cuando tenga algo parecido a una
carrera, cuando haya conocido a mi persona y no necesite tener más citas
desgarradoras. Solo quiero vivir en un lugar bonito, con un techo resistente y
una ducha sencilla. Si el amor de mi vida está ahí fuera, quiero llegar a la parte
en la que él está. Solo quiero llegar a la parte buena de mi vida.
Es como si la máquina supiera cuándo he terminado, porque en el
momento en que termino mi pensamiento, hay un chirrido de
engranajes y una segunda placa baja para presionar el centavo, luego cae
en una ranura separada, debajo de mi mano izquierda. Es aplastado con
una nueva escritura en capas en la parte superior: “TU DESEO ESTÁ
CONCEDIDO” inscrito en pequeñas mayúsculas arremolinadas. Al
darle vuelta al centavo presionado en mi palma, me siento ligeramente
mejor; tal vez sea terapéutico desahogarme con una máquina, es más
barato que un terapeuta al menos.
―Ten cuidado con lo que deseas ―dice la anciana, y veo hacia arriba
para encontrarla observándome desde su silla detrás de la caja―. La
vida nunca es del todo ordenada, sea cual sea la etapa en la que te
encuentres.
Solo cuando estoy a medio camino de casa, con bolsas de plástico en
los pies, me detengo, confundida, porque no recuerdo haber dicho nada
de eso en voz alta.
Me despierto con dolor de cabeza, no es un dolor de cabeza normal,
me siento como si alguien me hubiera sacado el cerebro, lo hubiera
salteado, lo hubiera flambeado, lo hubiera enrollado en alambre de púas
y luego hubiera devuelto todo el desastre a mi cráneo. Sujetándome la
cabeza con una mano, intento abrir los ojos en busca de agua o
paracetamol. Entonces es cuando me doy cuenta de las cortinas, de lino
pesado, de hermosa textura y de color azul marino. Esas no son mis
cortinas. Luego veo el edredón de algodón peinado de color crema. Este
no es mi edredón. Encima de mí, no hay señales de la mancha amarilla y
húmeda en el techo, solo una gran pantalla de ratán. Este no es mi
dormitorio.
El dolor punzante en mi cabeza me hace hacer una mueca cuando me
giro y encuentro a un hombre en la cama a mi lado. La sorpresa de ver a
otra persona me paraliza y cierro los labios para evitar gritar de alarma.
¿Por qué alguien está en la cama conmigo? ¿Me acosté con Dale? Sé
que no me acosté con Dale... a menos que lo hiciera. ¿Cuánto bebí
anoche? Tres copas de vino en el pub y luego dos gin tonics con el
chupador de cara, borracha, pero no tan borracha que no recordaría
haberme ido a casa con alguien. Mirando el cuerpo a mi lado,
rápidamente concluyo que no pertenece a Dale. Los hombros de este
hombre son más anchos, su cabello es más oscuro. ¿Podría haber
recogido a alguien entre la casa de Dale y la mía? ¿Qué pasa si me
pusieron alcohol en la bebida? Quizás este tipo me puso alcohol en la
bebida y luego me secuestró y me llevó a su casa perfectamente
amueblada.
Con cautela, me inclino para ver mejor a mi potencial secuestrador.
Está acostado boca abajo, con la cara alejada de mí, y un brazo sobre la
almohada tapando mi vista. Tiene una bonita espalda, incluso en la
niebla desorientadora de una resaca asesina reconozco una buena
espalda cuando la veo. Su piel es suave y bronceada, sus músculos
claramente definidos y no puede estar flexionándose porque está
dormido. A menos que finja dormir mientras se flexiona, pero eso parece
un gran esfuerzo para impresionar a alguien a quien has secuestrado.
Mi necesidad de saber dónde estoy y quién es supera mi deseo de
acostarme y concentrarme en el dolor detrás de mis ojos. Necesito ver
bien a este tipo antes de que despierte, podría estar planeando atarme en
su sótano y alimentarme únicamente con comida para perros durante los
próximos seis meses. Un escalofrío recorre mi piel, no debería haber
visto tantos crímenes reales, es mucho más desgarrador que mi Agatha
Christie habitual. Zoya trató de asegurarme que estadísticamente es más
probable que me case con un miembro de One Direction que terminar en
una situación de secuestro o comida para perros, pero no estoy segura
de que ella obtenga sus estadísticas de publicaciones certificadas.
Saliendo de debajo del edredón lo más silenciosamente que puedo, me
veo las piernas. ¿Qué estoy vistiendo? Estos no son mis pijamas. Ni
siquiera tengo pijamas, normalmente duermo con una camiseta vieja y
holgada. Estás son de seda color crema suave con lindas cebras
diminutas. ¿Este chico me prestó el pijama de su compañera de
apartamento? ¿Quizás le gustan los pijamas bonitos y viste a todas sus
víctimas con ropa de dormir de alta calidad antes de matarlas? Harán
una serie de Netflix sobre él llamada El asesino del pijama o La pesadilla de
mi ropa de dormir.
Mientras camino de puntillas alrededor de la cama, tratando de
ignorar el dolor palpitante en mis sienes y el latido de mi pecho, me doy
cuenta de nuevo del gusto con que está amueblada esta habitación; hay
una otomana cubierta de lino gris al final de la cama, una cómoda de
roble encalada y… oooh, ¿eso es un vestidor? Este dormitorio es bonito,
demasiado bonito. Se siente como el dormitorio de un adulto, alguien
con suficiente dinero para comprar muebles que no vienen
empaquetados desmontados.
Este chico debe vivir con sus papás. ¿Esta es la cama de sus papás? Me
acerco a su lado. Ahora que puedo ver su rostro, mi nueva teoría se
desvanece porque el hombre parece tener unos cuarenta años.
En el lado positivo, si buscamos aspectos positivos, este hombre es
atractivo. No solo atractivo, me refiero a Bradley Cooper en su apogeo
hermoso. Tiene una mandíbula definida, una pequeña barba de varios
días, pestañas increíblemente oscuras y cabello desgreñado de color
castaño. Mi dolor de cabeza, mi desorientación y mis miedos sobre la
comida para perros desaparecen lo suficiente como para felicitarme por
irme a casa con un hombre tan hermoso. Incluso si es mayor de lo que
normalmente elegiría, puedo ver por qué anoche pensé que era una
buena idea. A menos que se trate de una situación de echar algo en mi
bebida, en cuyo caso tengo que dejar de pensar en las hermosas pestañas
de este hombre y llamar a la policía. Tal vez debería tomar una muestra
de orina ahora en caso de que la necesite como evidencia más adelante.
¿Sería extraño orinar en algo y guardarlo, por si acaso?
Mientras miro alrededor de la habitación en busca de algo apropiado
para orinar, veo la mano del hombre sobre la almohada y noto que lleva
un anillo de oro: un anillo de bodas. Él está casado. Su índice de atractivo
simplemente cayó por el suelo. Hay una puerta que conduce a un baño
al lado de su lado de la cama, así que entro corriendo y la cierro detrás
de mí. Necesito lavarme la cara, despejar mi cabeza, intentar recordar
algo sobre cómo llegué aquí, pero cuando me giro y veo mi reflejo en el
espejo, me tapo la boca con una mano para evitar gritar, porque quien
me regresa la mirada con ojos aterrorizados soy..... yo, pero no yo. Yo,
pero diferente. Mi piel se ve cetrina y con manchas, mi cara está
hinchada pero estrecha; no puedo calcular lo que estoy viendo. ¿este es
el peor espejo de baño jamás inventado? Parece que alguien me quitó la
piel, la lavó en el ciclo de lavado incorrecto y luego intentó estirarla
nuevamente sobre mi cráneo. Las sombras bajo mis ojos son como mil
resacas juntas. Los primeros signos de patas de gallo se abren en abanico
desde las esquinas y hay arrugas en mi frente que no desaparecen
cuando dejo de fruncir el ceño. No puedo dejar de fruncir el ceño.
Yo me veo...
Me veo vieja.
Acercándome al espejo, veo que el reflejo definitivamente soy yo, pero
no el yo de ayer. No es solo mi piel la que ha cambiado, mi cabello
también es diferente. Mi cabello es... ¿mejor? Parece que me he hecho
mechas, con varios tonos miel y dorado, y tengo un corte de cabello bien
hecho con capas alrededor del frente. Tengo el puto cabello de Jennifer
Aniston. ¿Cómo pude permitirme este tipo de corte de pelo? ¿Y dónde
diablos me hice las mechas al sur del río en mitad de la noche?
Sentada en el asiento del inodoro, me froto la cara con las palmas,
reacia a seguir mirando mi alarmante reflejo. Esto debe ser algún
programa de bromas desordenado: una nueva idea de reality show en la
que te noquean y te hacen parecer diez años mayor. Podría haber
cámaras detrás de ese espejo grabando mi reacción. ¿Pero quién vería
esto? Se siente mezquino y no buena televisión. Jalo mi piel para
comprobarlo, pero me duele, así que no puede ser una prótesis.
Me bajo el pijama de seda y voy al baño antes de darme cuenta de
que, con todo el impacto del espejo, olvidé encontrar algo para orinar y
guardarlo como prueba para la policía. Maldición. ¿Funcionará si tomo
una muestra del baño? Mientras reflexiono sobre la dilución del pis,
noto mi estómago. ¿Qué le ha pasado a mi estómago? Es carnoso y holgado
y… ¡ahhhh! ¡Hay una cicatriz extraña en la parte superior de mi vello
púbico! ¿Alguien me cortó? Oh, Dios, soy una mula de drogas. Es como
esa película de Scarlett Johansson donde se despierta y descubre que le
han cosido en el estómago un montón de drogas que alteran la mente.
Aunque no entiendo por qué eso haría que mi estómago se agrandara.
Me levanto y me quito la blusa del pijama para inspeccionar mi
cuerpo en el espejo. ¿Qué me han hecho? Mis pechos también son más
grandes, pero más bajos y tienen pequeñas líneas blancas por todas
partes, como si los hubieran inflado y desinflado. Probablemente tengo
la misma talla que tenía antes, pero mi piel está menos tensa, como las
mujeres de mediana edad que veo en los vestidores de la piscina
pública, luego levanto los brazos y noto una pequeña y firme cresta de
definición en la parte superior. Tengo bíceps. ¿De dónde vinieron?
―¿Lucy? ―dice una voz desde el otro lado de la puerta. El hombre está
despierto y sabe mi nombre. Rápidamente, me vuelvo a poner el pijama, mi
cabeza da vueltas por el dolor y el desconcierto creciente. Si esto es
realmente un reality show desordenado, tengo la intención de demandar
a la productora por intensa angustia emocional.
El pomo se mueve y luego dice:
―¿Por qué cerraste la puerta? ―pregunta el hombre.
―¡Solo un segundo! ―respondo. Voy a tener que hablar con este tipo,
es el único que puede decirme qué está pasando. Mi mano tiembla
cuando le quitó el seguro a la puerta, y cuando la abro, encuentro al
hombre parado ahí en bóxers, su cabello está revuelto y sus ojos son del
azul cobalto más penetrante que he visto en mi vida.
―¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? ―le pregunto, con
una voz asustada y desconocida.
―Gran noche, ¿verdad? ―dice con una sonrisa, luego me da un breve
beso en la mejilla mientras pasa junto a mí y toma un cepillo de dientes
eléctrico delgado de una cápsula de carga inalámbrica junto al
fregadero. Ni siquiera sabía que se podían conseguir cápsulas de carga
inalámbrica.
―¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué me veo tan vieja?
Él se ríe, como si le hubiera hecho una broma.
―No te ves vieja, cariño, te ves hermosa.
¿Cariño?

―¿Alguien me puso drogas? ―le pregunto, presionando mi estómago


sobre la pequeña cicatriz blanca.

―Lo dudo, Luce. Estabas en una fiesta de trabajo de jueves por la


noche. ¿Por qué? ¿Se volvió todo un poco desordenado?
¿Desordenado? ¿Fiesta de trabajo?
―No sé quién eres. ―Mi voz es seria, pero me tiemblan los labios.
―Lo sé, lo sé, yo tampoco me reconozco ―dice, girándose hacia el
espejo―. Demasiado mayor para imaginarme emborrachándome entre
semana. ―Me mira con el ceño fruncido en el espejo mientras capta mi
expresión, luego se da la vuelta y pone una mano en cada uno de mis
hombros, con el cepillo de dientes entre los dientes―. No te preocupes,
siempre hay café.
―Pero ¿cómo llegué aquí? ―pregunto. Realmente no parece entender
la gravedad de la situación.
―En taxi, te oí llegar alrededor de la una. Me sorprendió que te
quedaras afuera hasta tan tarde cuando harás una presentación en el
canal esta mañana.
¿Una presentación en el canal? ¿Por qué estaría haciendo una presentación
en el canal? No recibo ninguna respuesta aquí, solo más preguntas. Este
hombre no actúa como alguien que me secuestró, actúa como alguien
que me conoce. Cuando abro la boca para interrogarlo más, se quita los
boxers, justo en frente de mí, y pierdo toda capacidad de hablar.
―Voy a meterme a la ducha ―dice, entrando en el cuarto de baño
estilo rústico de azulejos azules y abriendo el grifo del agua. En algún
lugar cercano, un bebé empieza a llorar―. ¿Puedes cargar a Amy?
¿Amy? ¿Quién diablos es Amy? Este apartamento puede tener bonitos
muebles y la ducha más impresionante que he visto en mi vida, pero no
tiene un buen aislamiento acústico. Parece que el bebé del vecino está
literalmente dentro del apartamento con nosotros. Saliendo del baño,
alejándome del hombre alarmantemente desnudo, miro a mi alrededor
en busca de mi teléfono. Mi teléfono tendrá las respuestas, los teléfonos
siempre tienen las respuestas. Es mi mejor esperanza para reconstruir
este viaje de resaca que derrite el cerebro.
Dando vueltas por el dormitorio, busco mi maltrecho bolso gris, pero
no lo veo por ningún lado. Ni siquiera puedo ver mi ropa de anoche. Al
salir al pasillo, me encuentro con otro dormitorio, a través de la puerta
abierta veo una cuna y, de pie, mirándome, hay una bebé. ¡Jesús! ¿Este
chico tiene una bebé?
―¡Mami! ―dice la bebé extendiendo los brazos.
Mi cabeza se mueve rápidamente, comprobando si alguna otra mujer
ha aparecido milagrosamente detrás de mí, pero no, la bebé me está
extendiendo sus brazos a mí. Con cautela, doy un paso hacia la
habitación de la bebé.
―Me temo que no soy tu mami ―le digo a la bebé―. Estoy segura de
que tu papá saldrá en un minuto. Solo estoy buscando mi bolso. ―¿Por
qué le hablo a esta bebé? Probablemente ni siquiera hable todavía. No
tengo idea de cuántos años tiene, podrían ser seis meses o dos años, por
lo que sé sobre niños.
―¡Mami! ―dice de nuevo, sonriéndome. En lo que respecta a bebés,
admito que es linda. Por los ositos rosas en su mameluco, supongo que
es una niña. Tiene una mata salvaje de cabello rubio rizado y ojos azules
penetrantes como su papá.
―¿Eres Amy? ―le pregunto.
―Aim-eee ―dice, sosteniendo los barrotes de su cuna y saltando
arriba y abajo. Estoy a punto de volver al baño para decirle al tipo que
qué cara tiene, pidiéndome que cuide a su hija, pero luego recuerdo su
desnudez y el extraño y aterrador espejo. Quizás sería mejor que buscara
mi bolso y me largara de aquí. Saliendo silenciosamente de la habitación
de la bebé, sigo por el pasillo buscando señales de una sala de estar, una
cocina, o cualquier lugar donde pueda haber dejado mi teléfono, mi ropa
y mi cordura, pero tan pronto como estoy fuera de la vista de la bebé,
ella comienza a aullar.
―Oh, mierda ―murmuro para mis adentros.
―Mami dijo una mala palabra.
Al girarme, veo a un niño pequeño parado detrás de mí en el pasillo,
que parece una extraña aparición infantil.
―¡Mierda! Me hiciste saltar ―digo, presionando una mano contra mi
pecho para defenderme de un ataque al corazón.
―Mami maldijo de nuevo. ―El niño se tapa la boca con ambas manos
y tiene los ojos desorbitados como un pez fuera del agua. La bebé Amy
sigue aullando, haciendo sonar los barrotes de su cuna como una
prisionera desesperada por escapar.
―No soy tu mamá, niño ―le digo al niño―. ¿Cuántos niños viven
aquí?
―Dos ―dice el niño, entrecerrando los ojos hacia mí. Al menos éste
puede hablar, podría ser capaz de ayudarme.
―¿Sabes dónde puedo encontrar mi bolso? Necesito mis cosas, mi
teléfono.
―Amy está llorando ―me dice el niño, mirándome con tanta
desaprobación que me siento obligada a caminar de regreso hacia la
bebé que es un alma en pena. El niño me sigue.
―¿Qué quiere ella? ―le pregunto.
―Leche, cambio de pañal, no sé ―dice, apoyándose en el marco de la
puerta. El rostro de Amy está surcado de lágrimas y sus pequeñas
mejillas ahora están rojas de rabia. Quien quiera que haya inventado a
los bebés, hizo un gran trabajo al hacer que sus llantos fueran
completamente imposibles de ignorar. Me veo obligada a levantarla solo
para evitar arrancarme los tímpanos y tan pronto como está en mis
brazos, el ruido cesa, pero ahora es mi nariz la que está siendo asaltada.
»Se hizo popó ―me dice el niño.
―¿Cómo te llamas? ―le pregunto.
―Felix ―dice―. ¿Qué hiciste con mi mami? ¿Eres un extraterrestre?
¿Te comiste su cerebro?
―No me comí el cerebro de nadie y no sé dónde está tu mamá. ¿Tu
mamá y tu papá están divorciados? ¿Separados?
―¿Divorciados? ―me pregunta.
―¿Tu mamá suele vivir contigo?
―Sí ―dice lentamente.
Excelente. No soy una experta en crianza de niños, pero estoy bastante
segura de que no debería ser yo quien le diga a este niño que su papá es
un idiota.
―¿Me puedes ayudar con esto? ―le pregunto a Felix, señalando a la
bebé. Él arruga la cara y niega con la cabeza―. ¿Cuántos años tienes?
¿Ocho? ¿Nueve?
―Siete ―dice―. ¿Dónde pusiste a mi mami? ¿Se la llevaron los
extraterrestres a su planeta?
¿Fui abducida por extraterrestres y devuelta en el cuerpo equivocado? A
estas alturas no descarto ninguna posibilidad. Mientras contemplo la
logística de un intercambio de cuerpos extraterrestres, el hombre
aparece en la puerta de la habitación de la bebé. Me alivia ver que ya no
está desnudo y ahora lleva un par de jeans desgastados y una camisa de
lino blanca. Es tan atractivo sin esfuerzo que me distrae, y por un
momento me olvido del miedo de que sus hijos me están llamando
mamá.
―Buenos días, amigo ―dice el hombre. Alborota el cabello de Felix,
se acerca y besa a la bebé Amy en la cabeza, luego se inclina para
besarme en los labios. ¡Los labios! Me congelo, demasiado aturdida para
moverme, mirándolo con los ojos muy abiertos y sin parpadear. El
descaro de este hombre. Estoy sosteniendo a su hija que huele
literalmente a mierda, y él simplemente me besó como si fuera la cosa
más normal del mundo.
»Ben está enfermo, así que le dije que tomaría su clase de tai chi esta
mañana ―dice el hombre―. Maria vendrá temprano para hacer el
recorrido a la escuela, así que aún deberías estar bien para llegar a las
ocho y cuarto. Lo siento, tengo que correr, te veo esta noche. Ah, y buena
suerte con tu propuesta. Les va a encantar. ―Luego saluda y se da la
vuelta para alejarse.
―Espera, ¿qué? ¿Me dejas aquí, con tus hijos?
Se detiene, se da la vuelta y luego frunce el ceño, molesto conmigo por
alguna razón.
―Lo sé, son tanto mi responsabilidad como la tuya, pero no es que
haga esto todo el tiempo, Luce. ―Él pone los ojos en blanco―. Ben
siempre me está cubriendo. Vamos, no es mi culpa que anoche te fueras
de fiesta entre semana. ¿De verdad crees que no podrás aguantar veinte
minutos hasta que llegue Maria?
Esta línea de pensamiento, que no estoy siendo razonable al no querer
quedarme aquí y cuidar niños, es tan absurda que antes de que pueda
siquiera imaginar cómo responder, él se va. Dejo a la bebé en el pasillo y
me tambaleo tras él solo para descubrir que no estamos en un
apartamento en absoluto, sino en una casa entera, y todo está decorado
con tan buen gusto como el dormitorio. Hay un aparador de madera
antiguo en el pasillo con dos velas Jo Malone, una foto enmarcada de los
niños y una planta de yuca gloriosamente verde. Más adelante, a lo
largo de un lado del pasillo, hay una enorme estantería empotrada,
cuidadosamente llena con cientos de libros. Siempre quise una estantería
así. Una alfombra gruesa y lujosa conduce hasta una amplia escalera
curva, enmarcada por barandillas de caoba pulidas.
Distraída momentáneamente por la hermosa casa, cuando bajo las
escaleras y localizo la puerta principal, un auto está saliendo del camino
de entrada. Arriba, la bebé vuelve a aullar. ¿Fue malo que la dejara en el
suelo? ¿Qué pasa si gatea hasta las escaleras y se cae? Incluso si este tipo
está loco pensando que cuidaré a sus hijos, no quiero ser responsable de
que nadie salga lastimado. Corriendo escaleras arriba, encuentro al niño
sentado en el suelo, tratando de consolar a su hermana. Ambos me
miran con ojos heridos.
―¿Cómo se llama ese tipo, el que acaba de irse? ―le pregunto al niño.
―¿Papá?
―Sí, pero además de papá, ¿cuál es su verdadero nombre? Como si yo
fuera Lucy, tú fueras Felix y él.....
―Sam.
―¿Y cómo conozco a Sam?
Felix vuelve a entrecerrar los ojos y luego mira hacia la izquierda,
hacia la pared a mi lado. Instintivamente, mis ojos siguen la dirección de
su mirada hacia una gran fotografía enmarcada montada en la pared. Es
de una pareja el día de su boda, de pie en un campo. El hombre de la
foto es una versión más joven de su papá, Sam, y la novia es... la novia
es... soy yo.
―¡Santa mierda! ―grito y Felix se lleva una mano a la boca―. ¿Cómo
soy yo? ¿Cómo es... está retocada con Photoshop? ―Levanto el marco de
la pared para poder inspeccionar la foto más de cerca. La mujer se
parece justo a mí, a mi verdadera yo, no a esta versión mía rara,
demacrada, de gran cabello y mula de drogas. ¿Tengo amnesia? ¿Me
golpeé la cabeza y olvidé veinte años de mi vida?
Entonces es cuando recuerdo, la máquina de los deseos. La máquina de
los deseos.
―De ninguna manera ―digo mientras mi mente contempla la idea
que acaba de presentarse―. No, no, no. Esto no puede ser eso. ¿Qué
deseé? Tener una vida ordenada. Haber encontrado a mi persona, saltar a la
buena parte de mi vida.
Las náuseas aparecen de repente y corro al baño antes de vomitar
sobre esta alfombra ridículamente lujosa. Cuando termino, miro hacia
arriba y veo a Felix parado en la puerta, con su carita arrugada en una
mueca.
―Mami dice que es mejor afuera que adentro. Buscabas esto ―dice,
extendiendo un bolso de cuero azul―. ¿Devolverás a mi mami cuando
hayan terminado sus experimentos con extraterrestres?
―Gracias ―digo, limpiándome la boca con un pañuelo y luego
tomando la bolsa de manos de Felix. Revisándola, encuentro un teléfono
mucho más grande y más delgado que mi iPhone de tercera mano. El
salvapantallas es una foto mía, con Sam, Felix y Amy. La fecha en la
pantalla de bloqueo dice viernes veintidós de abril, que es el día después
de ayer, pero no hay año.
»¿Que año es? ―le pregunto a Felix, que todavía está de pie en la
puerta con una mirada pensativa en su rostro.
Felix responde, pero debo entender mal, porque creo que dice un año,
dieciséis años más del que era ayer. Creo que voy a volver a vomitar. El
timbre suena; Amy sigue llorando. Salgo tambaleándome al pasillo de
nuevo, la levanto, hago sonidos de “shhhh” y la abrazo contra mí. Así es
como se consuela a los bebés, ¿verdad? Un sentimiento de culpa me
envuelve como una manta áspera contra mi piel. Culpa por haber
causado esto, por ser responsable de quitar a la mamá de esta niña.
Llevando a Amy escaleras abajo, le abro la puerta a una mujer rubia
platinado de unos cincuenta años.
―¿Qué pasa? Te ves terrible ―me dice, inmediatamente extendiendo
la mano para tomar a Amy―. ¿Estás enferma? ―Esta debe ser Maria.
Sacudiendo la cabeza, logro decir:
―Estoy bien. ―¿Por qué es esa una respuesta tan arraigada?
Claramente estoy muy lejos de estar bien.
―¿Quién es una dama apestosa? ―Maria dice, y me tapo la boca
tímidamente, pero luego me doy cuenta de que está hablando con la
bebé. Le hace cosquillas en la barbilla a Amy. Amy gorgotea y finalmente
deja de llorar―. Ve, vístete, no pierdas el tren. Yo me ocuparé de los
niños.
Gracias a Dios por Maria, quiero abrazarla. ¿Debería contarle lo que
pasó? ¿Qué le iba a decir? ¿Qué pasó? Algo me dice que necesito
aclararlo en mi cabeza antes de intentar explicárselo a alguien más. Felix
está sentado en el escalón superior mirándome mientras subo las
escaleras.
―Estoy bien, solo que me confundo un poco cuando bebo ginebra
―le digo, reacia a traumatizar a este pobre niño más de lo necesario. No
quiero que vaya a la escuela y le diga a todo el mundo que su mamá fue
abducida por extraterrestres. Aunque ahora podría ir a la escuela y
decirle a todo el mundo que su mamá es alcohólica. Abre mucho los ojos
hacia mí pero no dice nada.
De regreso al dormitorio, cierro la puerta y encuentro el teléfono que
me dio el niño, mi rostro lo desbloquea. Navegando por mis contactos,
busco a Zoya. Necesito disculparme por lo de anoche, contarle sobre la
situación complicada en la que me encontré, pero cuando pruebo su
número, no se conecta. Intento llamar a Faye, pero va directo al buzón y
el número de Roisin suena y suena con un tono extranjero, pero nadie
contesta. ¿Por qué Roisin está en el extranjero? Algo está pasando con
los teléfonos. Pase lo que pase, solo necesito llegar a casa, volver al
apartamento, volver a mi cama, darme tiempo para recuperarme de esta
alucinación. Respiro profundamente para tranquilizarme, pero inhalo
una variedad de olores poco tranquilizadores. Quizás debería darme
una ducha antes de irme.
La ducha ayuda, principalmente porque es la mejor ducha que he
tenido en mi vida. Hay tres cabezales diferentes, todos a diferentes
alturas y con una presión de agua excepcionalmente bien distribuida.
Nada como la micro ducha de mierda del apartamento de Vauxhall, que
está tan obstruida con cal que salpica en todas direcciones excepto hacia
abajo, o la ducha de mis papás, que es tan pequeña que no puedes
mover los codos una vez que cierras la puerta.. ¿Entonces esto es lo que
me he estado perdiendo toda mi vida? El agua tibia empieza a aliviar mi
dolor de cabeza y empiezo a sentirme mejor.
Limpia y seca, investigo el vestidor, voy a necesitar que me presten
algo de ropa. Sacos de traje y camisas de hombre se alinean en el lado
izquierdo, mientras que una enorme y perfectamente ordenada selección
de ropa de mujer se alinea en el lado derecho. Mi mano roza la delicada
tela de una hilera de blusas. Al fondo del armario, una pared de zapatos
está iluminada como el altar de una iglesia. ¡Tantos zapatos! Kurt Geiger,
Russell & Bromley, Hobbs, cada tacón, bota, cuña o sandalia que una
chica pueda desear o necesitar. Si esto es realmente un atisbo de mi vida
futura, entonces algo va bien, al menos para mis pies.
Después de elegir unos jeans, una blusa de seda y unos botines de
ante negro, abro los cajones del tocador y encuentro una bandeja poco
profunda con cosméticos de alta gama perfectamente organizados. Mi
mano se detiene sobre una paleta de sombras de ojos. Maquillarme no
parece una prioridad en este momento, pero estoy reacia a salir al
mundo con un aspecto tan terrible. Puede que mis compañeros de
apartamento no me reconozcan, que tengan miedo. ¿Mis compañeros de
apartamento estarán ahí si realmente he saltado dieciséis años? No puedo
pensar en eso, solo necesito salir de aquí. Necesito llegar a casa.

Vestida y maquillada, me siento un poco más tranquila cuando me


veo al espejo. Después del shock inicial al ver este reflejo, debo admitir
que no tengo mal aspecto para tener cuarenta y dos años, si es que
realmente tengo esa edad. Mi figura todavía es bastante decente, al
menos con ropa, y mi cara es, bueno, sigue siendo mi cara. Fue
simplemente un shock ver el efecto de dieciséis años al mismo tiempo,
como esa escena de Indiana Jones y la última cruzada donde el tipo elige la
taza equivocada y envejece cien años en cinco segundos.
Agarrando una chaqueta de motociclista de cuero marrón gastada y el
bolso que me dio Felix, bajo las escaleras, donde encuentro a Maria
dándoles avena a los niños. Se ve desordenado con la silla alta de Amy
ya cubierta con un manto de avena y bayas y doy un paso atrás para
proteger mi linda ropa de toda la sustancia pegajosa.
―¡Oh, mucho mejor! ―dice Maria.
―Gracias ―digo, intentando sonreír. Felix se gira para mirarme y veo
un destello de mí misma en su rostro. La forma de sus cejas, sus labios
carnosos. Él se parece a mí. Darme cuenta me llena de asombro y horror a
partes iguales. Una parte de mí quiere simplemente sentarse y mirar a
estos niños, encontrar rastros más familiares, pruebas de que vinieron de
mí. La cicatriz en mi estómago debe ser de una cesárea. ¿Ambos salieron
de esa manera o hay más cicatrices invisibles dentro de mí? Si me
detengo en la locura de esto, mi cabeza empieza a dar vueltas. No tengo
la capacidad de examinar estos pensamientos en este momento, así que
miro hacia otro lado.
»¿Cómo llego al metro desde aquí? ―le pregunto a Maria, dándome
cuenta de que no tengo idea de dónde estoy.
―En tu nave espacial ―dice Felix con los ojos muy abiertos y sin
parpadear.
Claramente está bromeando, pero claro... ¿Qué pasa si no? Quizás en
la última década y media alguien inventó mini naves espaciales para
reemplazar a los automóviles. No parece la solución más rentable para la
congestión del tráfico, pero bueno, es el futuro, entonces, ¿qué sé yo?
―¿A la estación? Conduces o tomas un taxi ―dice Maria, mientras la
cuchara que sostiene se detiene a medio camino entre el cuenco y la boca
de Amy―. ¿Por qué?
―Claro, sí, por supuesto ―le digo―. Solo checando. ―Buscando las
llaves del auto, encuentro unas en un gancho junto a la puerta
convenientemente marcada como “Llaves”.
»Okey, entonces los veré más tarde ―digo, aunque mientras lo digo,
me doy cuenta de que espero no verlos más tarde, que despertaré de
esta pesadilla antes de que llegue cualquier tipo de más tarde..
―¡Adiós, mami! ―Amy balbucea, antes de alcanzar con avidez la
cuchara de avena y derramarla toda por su frente.
―Tienes que volver y cuidarnos cuando Maria se vaya ―me dice
Felix.
―Bien, ¿recuérdame cuándo será eso?
―Los viernes a las seis y media ―dice Maria―. Tengo un tratamiento
facial reservado, así que no pierdas el tren.
―Sí, ja. Entiendo. Tonta de mí.
Felix vuelve a entrecerrar los ojos y me siento obligada a irme antes de
que Maria se dé cuenta de que soy una impostora.
Afuera, en el camino de entrada, veo a mi alrededor, hacia el tranquilo
callejón sin salida. Esto no se parece a Londres, al menos no es ninguna
parte en la que haya estado. ¿Dónde diablos estoy? Mi teléfono me lo dirá.
Cuando abro lo que parece una aplicación de mapas, aparece una
proyección 3D en la pantalla de mi teléfono. Wow, eso es increíble. Es
como si fuera un gigante contemplando un paisaje en miniatura. Al
mirar el mapa, veo una pequeña versión digital de mí, parada en una
versión pequeña de este camino de entrada.
―Tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas, Toto ―le digo
a mi pequeña yo del mapa. Al alejarme, establezco que estoy en
Farnham, una ciudad en Surrey, a ochenta kilómetros de Londres, que
bien podría ser Kansas.
Al hacer clic en la llave que tengo en la mano, el elegante vehículo
familiar plateado que está en el camino emite un pitido. Este auto es una
bestia diferente del viejo y oxidado Nissan Micra que conducía en la
universidad. Tiene aproximadamente ocho veces el tamaño y... oh, no
parece tener volante. Cuando me siento en el asiento del conductor, se
mueve y cambia, ajustándose a mi estructura. Wow, es cómodo. No hay
palanca de cambios, ni freno de mano visible, ni siquiera un agujero que
pueda encontrar para poner la llave.
―Conduce ―intento decir, pero no pasa nada―. ¿Por favor, conduce?
Nada. Sin botones que presionar, pongo una mano en el tablero liso y
con un pitido bajo, algo comienza a suceder. Se enciende un panel de
control, luego se abre el tablero y un volante se despliega lentamente
hacia mí. Woah, eso es genial. Al poner las manos en el volante, siento el
leve zumbido de un motor eléctrico. Se activa con la palma.
Entonces el auto empieza a hablarme.
―Buenos días, Lucy ―dice con una sexy voz masculina
estadounidense que suena igual a Stanley Tucci.
―¿Hola? ―respondo.
―Lucy, tu lectura de alcohol es demasiado alta para conducir con
seguridad. Por favor busca otra forma de transporte. ―Creo que es
Stanley Tucci. El auto se apaga y el volante se retrae. No me dejará
conducir y por la forma en que se siente mi cabeza, probablemente
todavía estoy por encima del límite de anoche.
Entonces será un taxi.
Afortunadamente hay una aplicación de taxi en mi teléfono.
Minutos más tarde, llega un elegante auto eléctrico negro. Mientras
subo al asiento trasero, una voz dice:
―Lucy, no has desayunado. Tus niveles de energía bajarán a media
mañana si no comienzas el día con una comida nutritiva. ―Wow. ¿Cómo
sabe el taxi que no he desayunado? Pero cuando la voz comienza de nuevo,
me doy cuenta de que proviene de mi teléfono―. Solo has hecho DOS
UNIDADES de ejercicio esta semana. Considera realizar un
entrenamiento de alta intensidad durante la pausa del almuerzo para
mantenerte al día con tus objetivos. ―El teléfono se detiene―.
NATALIE está asistiendo a una clase de yoga en SOHO GYMNASIUM a
la UNA QUINCE. ¿Te gustaría unirte a ella?
―Oh, eso es, wow... ―Ni siquiera conozco a Natalie―. ¿Mi teléfono me
acaba de decir que estoy gorda? ―le pregunto al taxista.
―Bienvenida al futuro, amor ―dice, sacudiendo la cabeza.
―Gracias ―digo, antes de darme cuenta de que probablemente estaba
siendo sarcástico―. ¿Sabes cómo apago esta voz? ―Hago una pausa―.
Es un teléfono nuevo.
―Perderás todos tus puntos si lo apagas. Mi esposa está muy metida
en esto, alcanzó el nivel Gold Fitbulous el mes pasado. ―El chofer me
mira por el espejo retrovisor―. Puedes cambiarlo a actualizaciones de
texto si lo deseas, puedo mostrarte cómo, pero entonces no obtendrás
ningún punto extra de Escuchar y Aprender.
―Con mucho gusto renunciaré a los puntos de bonificación ―le digo.
Cuando el auto llega al estacionamiento de una estación, el chofer me
hace un gesto con la mano para que le pase el teléfono y luego cambia la
configuración por mí.
―Si sirve de algo, no creo que necesites los puntos extra ―me dice
amablemente.
En la estación hay una cafetería. Mirando la lista de precios, veo que
un café con leche cuesta doce libras con cuarenta. ¿Doce libras con
cuarenta? ¿Qué nuevo infierno es este? Eso es cuatro veces lo que
esperaría pagar. Quizás esté en coma o muerta. Tal vez mi techo se vino
abajo y esto es el purgatorio: una vida suburbana con un café
exorbitante. En la barrera de entrada, algunas personas pasan tarjetas,
mientras que otras simplemente escanean sus palmas en la máquina.
Hay una billetera en mi bolso llena de tarjetas bancarias, pero pruebo
primero con la palma y la barrera me hace pasar.
Cuatro minutos después, estoy sentada en un asiento junto a la
ventana de camino a Londres. Londres seguro, familiar y glorioso. El
vagón de tren resulta tranquilizador: las mismas feas fundas de los
asientos, el mismo leve olor a lejía y los mismos contenedores
rebosantes. Me imaginé que los trenes del futuro se parecerían a esos
elegantes trenes bala que tienen en Japón. Entonces, o la red ferroviaria
sigue sin contar con fondos suficientes o, después de todo, yo ya no
estoy en el futuro. Entonces recuerdo los acontecimientos de esta
mañana y mi cuerpo hace un escalofrío involuntario.
Sacando mi teléfono, intento llamar de nuevo al número de Zoya,
pero aún no se conecta. Mientras estoy pensando con quién más probar
la palabra “Oficina” parpadea en mi pantalla, luego, una alerta de Fit
Fun Fabulous me informa que mi frecuencia cardíaca y mis niveles de
estrés son más altos de lo normal. ¿Me gustaría participar en un ejercicio
de respiración profunda guiado? No, no me interesa. Empujo el teléfono
al fondo de mi bolso y me giro para ver por la ventana concentrándome
en los árboles y las casas que pasan rápidamente. Solo necesito llegar a
casa, volver a mi cama, dormir y despertarme de lo que sea que es esto.
Tren, casa, cordura. Tren, casa, cordura. Repito las palabras en mi cabeza
como un mantra. Si empiezo a pensar en cualquier otra cosa, como cómo
llegué aquí, o dónde y cuándo es aquí, es probable que mi cerebro
implosione.
Londres no es como la recuerdo. No hay barreras para los boletos en
Waterloo, solo puertas de entrada que emiten un sonido bajo cuando
pasas. Hay una nueva luz en el vestíbulo, y cuando miro hacia arriba,
veo que el techo abovedado ha desaparecido y solo hay cielo azul sobre
nosotros. Esto parece arquitectónicamente imposible, y luego noto
pancartas publicitarias volando por el cielo, lo que me hace pensar que
debe ser una pantalla gigante o una proyección. A mis pies, se oye un
ronroneo y miro hacia abajo para encontrar una elegante máquina estilo
Roomba puliendo el piso de la estación. Todo esto parece demasiado
detallado para ser un sueño, no puedo pararme a pensar en lo que
significa todo esto, solo necesito llegar a casa.
Pero mi hogar tampoco se ve como lo recuerdo. Cuando salgo a la luz
del día en la estación de Vauxhall y camino bajo el puente hacia
Kennington Lane, todo se siente sutilmente diferente. Las marcas viales
amarillas y blancas han desaparecido, reemplazadas por brillantes
marcadores electrónicos que cambian con los semáforos. Nuestra
querida Vauxhall Tavern ha sido derribada y hay una torre de
apartamentos con fachadas de vidrio brillante donde debería estar el
pub. ¿Cómo es posible que hayan derribado Vauxhall Tavern? Es una
institución, un hito de Londres. Si no tuviera prioridades más urgentes,
escribiría un correo electrónico con una redacción severa al parlamento.
Empiezo a correr, desesperada por ver si mi apartamento sigue ahí, por
saber si mi vida anterior ha sido borrada por completo. Todo lo que
quiero hacer es volver a meterme en mi cama húmeda e incómoda y que
toda esta alucinación termine.
Afortunadamente, el número ochenta y tres sigue en pie. El edificio
parece sin cambios, aunque un poco deteriorado. Un pequeño cartel al
lado del timbre del tercer piso dice “Graham” en lugar de “ZoLu JuEm”
pero toco de todos modos. No hay respuesta y aprieto mis manos
alrededor del marco de la puerta. Es como si todo lo que he visto hasta
ahora pudiera racionalizarlo como una ilusión, pero mi apartamento, mi
casa, el lugar donde me dormí... si eso no está ahí, entonces..... ¿qué?
Debería llamar a Emily. Emily siempre está en casa. En mi teléfono
ahora hay tres llamadas perdidas de la “Oficina”. Emily contesta
después de dos tonos.
―¿Hola?
―Emily, oh, Emily, gracias a Dios. Ha sucedido algo completamente
loco, realmente necesito tu ayuda. ¿Estás en casa?
―¿En casa? ―repite―. ¿Quién habla?
―Soy Lucy. Lucy Young.
―Oh, Lucy. Hola. ―¿Por qué no tiene mi número en su teléfono?
―Mira, Em, esto va a parecer una locura, pero creo que he viajado en
el tiempo. Eso o estoy teniendo un delirio psicótico total. Necesito entrar
al apartamento.
―Correcto ―dice lentamente, en esa forma en que la gente habla con
niños o con hombres que empuñan cuchillos.
―Ayer éramos compañeras de apartamento en Vauxhall y
reprendimos al viejo Stinkley en el apartamento de arriba. Acababas de
acostarte con alguien llamado Ezekiel o Zebadiah, algo así. ¿Te
acuerdas?
Emily hace un sonido forzado de mmm.
―Entonces hoy me desperté en una casa cualquiera en Surrey con un
marido y dos hijos. ―Lo digo con una pequeña risa, para ilustrar lo loca
que sé que debo sonar.
―Correcto ―dice de nuevo, luego de otra larga pausa―. ¿Has
consumido drogas, Lucy? ¿Dónde estás?
―No, que yo sepa, no, y estoy fuera del apartamento, nuestro
apartamento. Acabo de decirte.
Hay un pitido en la pantalla, pidió que cambiara nuestra llamada a
video. Hago clic en aceptar y la cara de Emily llena la pantalla, solo que
no se parece en nada a la Emily que conozco. Sus rastas rojas
desaparecieron, reemplazadas por un elegante bob. En lugar de su mono
habitual, parece llevar una camisa con cuello y un saco de traje gris. Se
parece a Shiv de Succession.
―¿Emily? ―Es todo lo que puedo decir.
―Necesitaba verte a los ojos, para ver si estabas bromeando o
drogada ―dice, y mientras sostiene mi mirada, su rostro se suaviza―. Si
no es ninguna de esas cosas, entonces parece que necesitas ver a un
doctor, Lucy. ¿Has recibido un golpe en la cabeza?
―No lo creo, pero tal vez. ―Hago una pausa―. Sé que suena loco,
pero se siente más como una alucinación intensamente realista... o... o
viajes en el tiempo.
―Correcto ―dice de nuevo, con la voz cargada de escepticismo.
―Te ves tan diferente de como te recuerdo ―le digo―. ¿Qué pasó con
tus rastas?
El atisbo de una sonrisa juega en la comisura de su boca.
―Se fueron hace mucho tiempo. ―Se mete un mechón suelto de
cabello rojo detrás de la oreja.
―¿Y todavía estás imprimiendo lino?
Emily cierra los ojos brevemente, como si me estuviera dando gusto,
luego dice:
―Ahora trabajo en búsqueda de ejecutivos. Vivo en Kent y tengo tres
hijos.
―Oh, wow, eso es una locura.
―Escucha Lucy, lo siento, pero si hablas en serio, creo que realmente
necesitas ver a un doctor. ―Ella hace una pausa―. ¿Tienes antecedentes
de problemas de salud mental? ¿Te ha pasado esto antes?
―No necesito un doctor, Em, solo necesito una amiga.
―Lucy, no hemos hablado en quince años.
―¿No lo hemos hecho?
―No. No nos mantuvimos en contacto cuando entregamos el
apartamento. ―Ella baja la mirada.
―¿Qué pasa con Julian? ¿Dónde está él?
―Creo que ahora vive en Estados Unidos. ―Ella se muerde el labio―.
Mira, ¿hay alguien a quien pueda llamar por ti? ¿Familia? ¿Tu doctor de
cabecera? ¿Uno de tus viejos amigos de la escuela? Estoy a punto de ir a
una reunión, pero siento que tengo el deber de cuidar de ti ahora que me
has llamado.
¿Obligación de cuidar de mí? No se parece en nada a la Emily que
conozco y no quiero que llame a la gente para decirles que estoy
drogada o que he perdido la cabeza.
―No, no, gracias. Estoy bien, mira, probablemente solo tenga resaca.
Estaba pasando por el apartamento y pensé en ti y... ―¿Y qué? ¿Pensé
que ella todavía podría vivir aquí? ¿Pensé que ella podría ayudarme?―.
Supongo que es solo un caso grave de nostalgia. Estaré bien. Buena
suerte con tu reunión.
Al colgar el teléfono, apoyo el hombro contra la puerta principal. De
todas las cosas increíbles a las que me he enfrentado esta mañana, esa
hippie de Emily que ahora usa traje y trabaja en búsqueda de ejecutivos
es una de las menos insondables. Un sentimiento de intensa soledad se
apodera de mí. Algo sobre la reacción de Emily: ella nunca iba a
creerme. ¿Quién me creería? Si me pusiera en su lugar y alguien me
llamara con esta historia, ¿no les daría exactamente el consejo que Emily
me acaba de dar: ver a un doctor? Quizás estoy enferma. Abro mi
teléfono de nuevo, agarrándolo como si fuera un salvavidas.
Alerta Fit Fun Fabulous: tus niveles de estrés están muy elevados. ¿Por
qué no das un paseo tranquilo?
―Vete a la mierda ―le digo a la pantalla, eliminando la aplicación.
Pienso en llamar a mis papás, pero mientras me desplazo hasta “Casa”
siento un nuevo malestar. Si realmente tengo cuarenta y tantos, mis
papás ya tendrían setenta y tantos. ¿Qué pasa si no responden? Y si...
Mientras lo sostengo, mi teléfono parpadea en mi mano. “Oficina”
vuelve a llamar y me encuentro respondiendo, aunque solo sea para
distraerme de la horrible idea de que uno o ambos de mis papás podrían
estar muertos.
―Lucy, soy Trey, ¿dónde estás? ―dice una fuerte voz masculina.
―Vauxhall ―digo.
―¿Tuviste problemas con el tren? Los ejecutivos del canal están aquí.
Les di café, pero no queremos empezar la presentación sin ti. ¿Cuándo
podrás llegar aquí? ―Quien quiera que sea Trey, parece estresado.
―Mmm, sí, sobre eso, estoy..... enferma.
Aunque tengo curiosidad por ver dónde trabaja la Futura Yo,
claramente no puedo asistir a ningún tipo de reunión en este momento,
no sabría nada. Por lo que dijo Trey, supongo que todavía trabajo en
televisión, pero la producción televisiva podría ser completamente
diferente ahora. Todo podría estar hecho por robots con cámaras 4D y
Smellovision. Aunque dada la falta de mejoras en los trenes, podría estar
dándole demasiado crédito al futuro.
―¿Estás enferma? ―repite Trey alarmado―. ¿Pensé que estabas en
Vauxhall?
―Estoy tan enferma, algo que comí en el desayuno. Malos arenques.
¿Arenques? ¿Por qué dije arenques? Solo los hombres de ochenta años que usan
sombreros de pañuelo y viven en pensiones en Margate comen arenques―.
¿Puedes hacer la reunión por mí? ―pregunto esperanzada.
―¿Yo? ¿Quieres que haga el discurso? Seguramente Michael debería
hacerlo ―dice Trey, elevando su voz una octava.
―Sí, sí, Michael, por supuesto. El malestar por los arenques está
haciendo que me de vueltas la cabeza. Mmm, tengo que colgar, creo que
voy a vomitar otra vez. ¡Buena suerte! ―No es una mentira total. Vomité
hoy.
Fue una estupidez de mi parte contestar la llamada.
Entonces, si no puedo ir a casa y no puedo ir a trabajar, ¿a dónde voy
ahora?
El quiosco. La máquina de los deseos.
Ahí empezó esto, estoy segura. Si puedo encontrar la máquina, tal vez
pueda desear volver. Si eso es realmente lo que es: ¿algún cumplimiento
de deseo sobrenatural? ¿Pero dónde estaba el quiosco? Después de dejar
la casa de Dale, recuerdo haber corrido bajo la lluvia, aunque no estoy
segura de hasta dónde ni en qué dirección. Llegar a casa desde el
quiosco es completamente borroso. ¿Es porque nunca llegué a casa o
porque sucedió hace dieciséis años?
Cierro los ojos y trato de visualizar lo que estoy buscando: un toldo
azul, el nombre de una calle que comienza con B; ¿No puede haber
estado lejos del pub The Falcon? ¿Como se llamaba? Resalto Southwark
en mi teléfono y luego busco “pubs”. Aparecen varios puntos en la
pantalla. The Rising Sun, The Huntsman and Hound, Falkirk. Falkirk, ese
era. Todavía está ahí.
Siguiendo el mapa, siento un optimismo renovado. Encontrar el pub,
encontrar el quiosco, desear estar en casa y todo esto habrá terminado:
es una historia surrealista para contarles a mis amigos por la mañana.
Cuando llego al pub, lo veo completamente diferente: ahora es una caja
de acero y vidrio negro. Debió ser derribado y reconstruido, pero
conservó el mismo nombre. ¿Qué pasa con la gente que derriba todos estos
edificios en perfecto estado? Siguiendo un instinto, voy por un camino,
luego por otro, luego, frente a mí, el nombre de una calle familiar,
Baskin Road, una vieja cabina telefónica roja en la esquina, una
sensación de que ya he estado aquí antes. Este es el lugar. Al girar hacia la
calle contengo la respiración, esperando ver un toldo azul y blanco, pero
no hay nada, solo una obra en construcción con el cartel “Obra Negra” y
tres o cuatro terrenos arrasados en el lado de la calle donde antes se
encontraba el quiosco, y tan pronto como surgieron mis esperanzas de
un camino a casa, se desvanecen en el olvido.
Estoy a solo quince minutos a pie de Vauxhall y no sé a dónde más ir,
excepto por donde vine. ¿Debería tomar el tren de regreso a Waterloo?
¿Encontrar el camino de regreso a esa casa de Farnham? ¿Pedirle a ese
hombre con el que me desperté que me ayude? Mientras deambulo por
calles que ya me son familiares, me doy cuenta de que ya estoy en
Kennington Lane. Como una paloma mensajera conmocionada que no
sabe a dónde ir, me detengo una vez más en la puerta de mi casa.
Desesperada, presiono todos los timbres en un último y desesperado
intento por volver a mi antigua vida. Esta vez responde una voz
masculina.
―¿Sí?
―¿Hola? ―digo por el altavoz.
―¿Quién es? ―pregunta la voz.
―Soy Lucy, Lucy Young. Vivo en el apartamento tres. Solía vivir en el
apartamento tres.
―Mmm ―dice la voz, y me suena familiar ese “Mmm”. ¿Stinkley?
―¿Señor Finkley? ¿Es usted?
―Podría ser ―dice.
Antes de esta mañana, no habría podido imaginar un escenario en el
que me alegrara escuchar la voz del señor Finkley, pero aquí estamos.
―Oh, señor Finkley, ¿todavía vive aquí? No puedo expresar lo feliz
que eso me hace. ¿Me recuerda? Soy Lucy, vivía en el piso de abajo,
tuvimos el problema del baño, ¿goteras en el techo?
―Mucha gente ha vivido debajo de mí ―dice―. Muchos de ellos
tuvieron problemas con mi baño.
―¿Me dejaría entrar? Estoy teniendo un día extraño y me encantaría
ver una cara familiar.
Hay una pausa, se oye un suspiro y luego:
―¿Me vas a robar?
―No, no le voy a robar.
―Porque no tengo nada que valga la pena robar, excepto mis sellos.
Con un zumbido y un clic, la puerta principal se abre antes de que
pueda ofrecerle garantías de que no robaré sus sellos. Subo las escaleras
de dos en dos y me detengo en la puerta del apartamento tres, mi hogar
durante dos años y medio. En el suelo, junto a la puerta, hay un par de
pequeñas botas de agua, una bicicleta de niño y una estera con la
leyenda “Bienvenido a la casa de los locos” escrita con una fuente alegre
y giratoria. Presiono una mano contra la puerta, como si esta
proximidad a mi antigua vida pudiera tener alguna propiedad
talismánica y calmante, pero no es así.
El señor Finkley está esperando en el rellano de arriba, mirándome.
Mi primera impresión es que no ha cambiado, tiene el mismo rostro
anguloso, el mismo cabello que desafía la gravedad.
―Te recuerdo, tú me diste las plantas. ―¿Plantas?
―¿Quien vive aquí? ―pregunto, señalando la puerta del apartamento
tres.
―Una pareja con un niño ruidoso. ―Entrecierra los ojos ante la
puerta. Cuando me dejo caer contra la pared y me deslizo hasta
sentarme en el suelo, me pregunta―: ¿Estás bien?
―Esto va a parecer una locura ―digo―, pero ayer tenía veintiséis
años y vivía en este apartamento, y esta mañana me desperté en otro
lugar y tengo dieciséis años más.
El señor Finkley asiente, como si fuera una explicación perfectamente
normal de por qué estoy aquí. Abre la puerta de su casa y dice:
―Será mejor que entres entonces. Pero no tengo café ni té para
ofrecerte.
La sala del frente del señor Finkley es un derroche de vegetación. Hay
plantas por todas partes. Macetas de cerámica salpican todas las
superficies, cestas colgantes rebosantes de hojas y zarcillos de follaje
trepan por los marcos de las puertas. Escondidas dentro de esta jungla
hay cajas y cajas de basura, apiladas alrededor de polvorientos muebles
marrones. El aire huele a ropa mojada, a alfombras apolilladas y a centro
de jardinería.
―Puedo ofrecerte agua, jamón o ambos ―dice, moviendo una planta
del sofá para sentarse frente a mí y luego toma una taza, que parece y
huele sospechosamente a café.
―Estoy bien gracias. Tiene muchas plantas ―observo. Cuando estoy
nerviosa, tiendo a decir lo obvio.
―Tú empezaste mi colección. ¿No te acuerdas?
―¿Yo? Soy terrible con las plantas, y no, no recuerdo nada, por eso
estoy aquí.
Nos sentamos en silencio por un momento. No estoy segura de cómo
espero que el señor Finkley, de entre todas las personas, pueda
ayudarme, pero hay algo reconfortante en sentarse con alguien que se ve
y suena igual a como lo recuerdo, alguien que no me mira como si
estuviera completamente trastornada.
Él frunce el ceño.
―Entonces, has perdido algunos años.
Asiento con la cabeza.
―Tiene que haber una explicación lógica, pero siento como si de
alguna manera hubiera saltado hacia adelante ―le digo.
―No siempre hay una explicación lógica. Algunas cosas no tienen
sentido, como los agujeros de gusano y la nanotecnología. ―Hace una
pausa, levanta el dedo índice en el aire y me mira por encima de su taza
de café sin parpadear―. ¿Pediste esto? ¿Deseabas perder tu vida? ―Su
tono es tan serio que me pongo a llorar.
―Sí, creo que sí ―digo, y luego estoy aullando, las lágrimas corren
por mi rostro―. Pero no era mi intención, no quería ser vieja, solo quería
comer croissants y dejar de tener citas terribles.
El señor Finkley se levanta y por un momento me preocupa que
intente abrazarme, pero simplemente me entrega una caja de pañuelos.
Todos los pañuelos en la caja que me ofrece parecen haber sido usados y
reemplazados, pero lo tomo como una muestra de tacto y luego limpio
sutilmente mis mejillas manchadas de lágrimas con la manga.
―Vaya situación. ―El señor Finkley suspira y tamborilea con los
dedos sobre los brazos de su silla mientras espera que deje de llorar―. Y
esta vida futura en la que te encuentras. ¿Cómo es? ¿Tiene algo de
bueno?
―No sé, no he tenido oportunidad de pensarlo. Hay un hombre
guapo, dos niños y muchos zapatos bonitos. ―Sacudo la cabeza,
consciente de lo tonta que me escucho.
―No suena tan mal entonces, si te gustan ese tipo de cosas. No lo
sería para mí. No me suelen gustar los niños ni los zapatos. ―El señor
Finkley se levanta, toma una pequeña regadera oxidada y empieza a
regar sus cestas colgantes. Solo ahora me doy cuenta de que no lleva
zapatos ni calcetines.
―Pero si esto es real, entonces me he perdido años de mi vida. No
conozco a mis hijos ni al hombre con el que estoy casada, ni siquiera sé
quiénes son mis amigos ahora. Además, no quiero parecer vanidosa,
estoy segura de que el envejecimiento no es tan malo cuando te invade
gradualmente, pero es aterrador cuando sucede de repente. ―Hago una
pausa para rodear con ambas palmas la nuca, que me duele por la
tensión―. Lo peor es que nadie me creerá si les cuento lo que pasó.
Francamente, me sorprende que usted me crea.
―¿Dije que te creo? ―pregunta el señor Finkley, alzando una ceja gris
y tenue―. Si algo he aprendido en la vida es que es mejor tener la mente
abierta y la tapa del inodoro cerrada.
―Entonces, ¿qué haría si fuera yo? ―le pregunto, frotándome la cara
entre las palmas.
―No te gustaba tu antigua vida. ―Se encoge de hombros―. Viviría la
actual. Si no puedes bajarte del autobús, bien puedes disfrutar del viaje.
Lo vi en un cartel en la biblioteca de la prisión.
―¿Trabajó en una prisión? ―pregunto nerviosamente.
―No, pasé algunas noches en prisión. ―Hace una pausa y luego
añade―: Fue principalmente un malentendido. ―Vuelve a hacer una
pausa, se quita los lentes y los limpia con la esquina de la camisa―.
Daría cualquier cosa por volver a tener cuarenta y dos años. Los lugares
a los que iría. ―Señala un polvoriento mapa del mundo, apoyado contra
la repisa de la chimenea.
―¿Le gusta viajar, señor Finkley?
―En mi juventud iba a todas partes. Ya no. ―Se golpea un lado de la
cabeza―. Demasiada gente mirando. Toda esta tecnología de
reconocimiento facial: así es como te atrapan los reptiles que cambian de
forma.
Correeecto. Los ojos del señor Finkley recorren la habitación, como si
incluso en ese momento alguien pudiera estar escuchando nuestra
conversación. Tal vez no debería buscar consejos de vida de un hombre
con antecedentes penales y tendencias paranoicas.
―Gracias por escuchar, señor Finkley. No le quitaré más tiempo. Ha
sido... bueno verlo de nuevo.
Él asiente. Mientras se acerca para acompañarme de regreso a la
puerta principal, saca un trozo de jamón de su bolsillo y lo frota entre
sus dedos, antes de llevárselo a la boca y masticarlo lentamente.
―Eres la primera visita que he tenido en seis años. Vuelve alguna vez
si quieres, podría mostrarte mis mapas.
―Muy amable, gracias ―digo, aunque sé que es muy poco probable
que vuelva para ver sus mapas.
Cuando estoy sola en el pasillo que se parece al mío, admito que, por
muy excéntrico que sea el señor Finkley, podría tener razón. No sé cómo
regresar, entonces, ¿qué más puedo hacer sino salir y explorar?
Antes de hacer cualquier cosa, necesito café. Dado lo caros que son
aquí, primero debería comprobar mi saldo bancario. No puedo afrontar
la humillación de que me rechacen la tarjeta además de todo lo demás
hoy. Al otro lado de la calle hay un cajero automático. Encuentro una
tarjeta de débito en mi billetera y la introduzco en la máquina. Ni
siquiera me pide un pin, simplemente escanea mi cara con una luz
verde.
―Identificación facial aceptada. ―Cuando toco “Ver saldo” un
número parpadea en la pantalla.
―¡Santa mierda! ―exclamo, parpadeando con incredulidad.
Ayer tenía menos dinero, mi sobregiro estaba al máximo. Mirando hacia
abajo para comprobar el número nuevamente, no puedo creerlo. La
futura yo es rica, y quien haya dicho que el dinero no puede comprar la
felicidad no había estado viviendo con treinta y cinco libras a la semana
durante los últimos seis años.
¿A dónde va una mujer que vive un salto de vida existencial, con
dinero en el banco y la cartera llena de tarjetas de crédito? A Selfridges,
por supuesto. Compras personales, con un rápido desvío por el
departamento de croissants. Bien, puede que no se llame departamento
de croissants, se llama Food Hall, pero cuenta con una deliciosa
selección de los croissants más grandes, hojaldrados y caros que he visto
en mi vida. Me compro uno, junto con un latte doble, y lo como ahí
mismo, en el mostrador, luego compro otro y me lo como ese también,
luego me siento un poco mal y me arrepiento de haberme comido el
segundo, eso fue completamente innecesario. Además, acabo de gastar
treinta y siete libras en café y croissants, y aunque ahora soy rica, aún
me parece obsceno.
En el piso de ropa de mujer, me prometo a mí misma que mostraré
mayor moderación.
―¿Puedo ayudarle? ―pregunta una pequeña chica que lleva una
bufanda Hermès y una etiqueta con su nombre que dice “Linda”.
―Sí, Linda. Sí puedes ―digo con la voz llena de confianza―. Quiero
que imagines un escenario en el que alguien que adora la ropa, que
sueña despierta con los zapatos y que nació para ir de compras, nunca
había tenido la oportunidad de comprar nada. Nunca. ―Linda frunce el
ceño―. Ella solo ha tenido acceso a tiendas benéficas y estantes de
descuento. ―Linda parece apropiadamente horrorizada―. Ahora,
imagina que esa persona ha ganado algo de dinero recientemente. Ella
tendría que ponerse al día, ¿no crees? ―Linda asiente, como si supiera
exactamente de qué estoy hablando―. ¿Puedes ayudarme a ponerme al
día, Linda?
―Creo que vamos a necesitar un poco de champán ―dice Linda con
una sonrisa de complicidad. Nunca me he sentido más vista por otro ser
humano y todos mis votos de moderación se van directamente por la
ventana.
Lo que sigue es un montaje comercial del que Carrie Bradshaw estaría
orgullosa. Me pruebo todo. Todo. Linda pide más champán. Descubro,
para mi alivio, que incluso con este nuevo cuerpo, la ropa bien diseñada
me sienta genial, y lo sé, lo sé, soy superficial y vanidosa, pero
honestamente, nada soluciona un ataque de depresión existencial como
un par de tacones asesinos y un traje morado ajustado con hombreras
épicas.
―Te queda increíble ―dice Linda mientras ambas admiramos mi
reflejo en el enorme espejo del vestidor. Es un traje atrevido y llamativo,
de un diseñador cuyo nombre no reconozco. Con su corte elegante y su
suave forro de seda, resulta maravilloso llevarlo puesto.
―Así es, ¿no? También me hace sentir mejor acerca de mi edad.
―No te ves vieja ―dice, con los ojos brillando con el inconfundible
brillo del día bebiendo.
―¿De qué edad me veo? ―pregunto, y sus ojos se agrandan por el
miedo. Sé que es una pregunta mala, es como preguntarle a alguien si
cree que tu novio es atractivo: no puedes ganar.
―¿Mediados de los treinta? ―Linda está siendo amable, pero lo
tomaré.
Mirándome con el traje llamativo y los tacones, sé que los voy a
comprar. Quién sabe cuándo los usaré, pero como toda esta experiencia
podría ser una alucinación, es fácil racionalizar cualquier cosa. Dorothy
tiene zapatos nuevos de color rojo brillante, ¿por qué yo no debería tener
un traje morado nuevo?
―¿Cuánto cuesta? ―le pregunto a Linda.
―Está en oferta ―dice emocionada―. Así que solo dos mil ochenta
libras.
Después de ahogarme brevemente con mi propia lengua, rápidamente
calculo que probablemente ha habido algo de inflación que tendré que
tener en cuenta aquí. Dado que los cafés y los croissants cuestan
aproximadamente cuatro veces más de lo que yo esperaría pagar, dos
mil libras probablemente equivalen a solo quinientas libras en dinero
antiguo. Lo cual todavía es mucho, lo sé, pero es como cuando vas a un
festival y obtienes vales para bebidas, no puedes considerarlo como
dinero real o nunca comprarías ninguna bebida. Además, si no puedes
comprarte un traje ridículamente caro para sentirte mejor viajando en el
tiempo durante la mitad de tus veintes y tus treintas, ¿cuándo podrás
comprar uno?
―Me lo llevo, y estos zapatos... y estas botas ―le digo a Linda,
entregándole las botas negras hasta los tobillos que se sienten suaves
como la mantequilla. En la caja, Linda registra el traje y los zapatos,
además de una blusa y una chaqueta que me gustan, además de un
broche brillante, porque ¿qué es un poco más cuando gastas esta
cantidad de dinero? El total cuando entrego mi tarjeta bancaria me hace
sentir físicamente mal, pero probablemente sea el atracón residual de
croissants. Me aseguro que todavía hay mucho en mi cuenta y que ni
siquiera es dinero real, porque nada de esto es real. Probablemente.
Linda me acerca un lector de tarjetas, pero no hay ningún teclado
numérico ni escáner ocular.
―Es un lector de mano ―dice, sintiendo mi confusión. Con cautela,
levanto mi mano hacia el lector, que instantáneamente parpadea en
verde―. Tienes veinticuatro días para devolver cualquier cosa, siempre
y cuando no esté usada y todavía tenga las etiquetas puestas.
Al observar a Linda envolver cuidadosamente el traje morado en
papel crepé, me doy cuenta de que me siento mucho peor ahora que no
lo llevo puesto. ¿Quizás este sentimiento de culpa desaparezca si me lo
vuelvo a poner?
―¿Sabes? Creo que voy a usar el traje en casa ―digo.
―Está bien ―dice Linda, enunciando cada sílaba, de una manera que
me hace pensar que tal vez ella no cree que esté bien.
―Si a Carrie Bradshaw le bastara con caminar por las calles con un
tutú...
―¿Quién es Carrie Bradshaw? ―pregunta Linda.
Y así como así, me siento increíblemente vieja otra vez.

Mientras camino por Oxford Street con mi nuevo traje de “podría


haber perdido una década y media de mi vida, pero he ganado un traje
fenomenal” me doy cuenta de que no tengo idea de qué hora es. Puse mi
teléfono en silencio hace horas para evitar que pitara y sonara y me
ofreciera sugerencias para eliminar el estrés. Sentada en un banco, lo
saco de mi bolso y veo que son las dos. Hay un mensaje de Emily

Emily: ¿Estás bien? Estoy preocupada por ti. Emily.

Rápidamente respondo que estoy bien y que ella no necesita


preocuparse. Pienso en enviarle una selfie mía con mi traje nuevo, pero
luego lo pienso mejor. Es posible que las compras caras no sean la
definición que todos tienen de “bien”.
También hay un mensaje de texto de Sam.

Sam: ¿Oferta en azulejos en Tanburys si quieres conseguir esos azules que te


gustan para el baño de abajo?

A continuación adjunta una foto de unos preciosos azulejos


hexagonales, con un estampado geométrico de color turquesa. Puede
que no sepa mucho sobre la vida de la Futura Yo, pero sé que ella
querría que dijera que sí a esos mosaicos.
¡Sí! Respondo. ¿Dejo un beso? No puso un beso en su mensaje para
mí. Al retroceder en nuestro chat, veo que normalmente agrego un beso.
Hay mensajes sobre la mochila de natación de Felix, sobre cómo elegir el
queso cheddar suave que le gusta para su lonchera, en qué tren voy a
viajar y si Sam necesita pedirle a Lenny que mire el grifo que gotea en el
baño de los niños. En resumen, todo es increíblemente aburrido. Me
imaginé que el WhatsApp conyugal podría contener un poco más de
coqueteo, algunas fotos más de penes, pero la única foto reciente en el
chat entre Sam y yo es del grifo que gotea antes mencionado y más
primeros planos de los azulejos de Tanbury. Oh, son bonitos. Sigo mi
texto inicial con un mensaje más entusiasta: ¡Me encantan estos mosaicos!
xx
Mi teléfono comienza a sonar mientras lo sostengo. Michael Green
está llamando, quien quiera que sea Michael Green. Puede que sea el
traje nuevo o esas dos copas de champán, pero ahora me siento
preparada para atender una llamada de cualquiera.
―Michael, hola ―digo, llena de confianza.
―¿Te sientes mejor? ―me pregunta. Si cree que estoy enferma, debe
ser el Michael del trabajo, el que mencionó Trey.
―Sí, gracias.
―No quería molestarte cuando estás enferma, pero pensé que
querrías saber que la presentación estuvo bien. A Sky le encantó tu idea.
Se han comprometido a darnos dinero para el desarrollo de un piloto.
Les encantó mi idea. Siento una oleada de orgullo. Aunque en realidad
no fue idea mía, pero seguía siendo una versión de mí, y eso cuenta para
algo.
―¡Genial! ―le digo.
―Concéntrate en recuperarte ―dice Michael―. Todo lo demás puede
esperar hasta el lunes, solo sabía que querrías escuchar las buenas
noticias.
Accedo rápidamente a mis opciones. Podría dirigirme a Waterloo,
tomar un tren de regreso a esa casa en Farnham y esconderme bajo el
lujoso y suave edredón hasta que todo esto desaparezca. O, como dijo el
señor Finkley, podría explorar este nuevo mundo mientras tenga la
oportunidad. Esta podría ser mi única oportunidad de ver cómo será mi
vida futura. No conozco las reglas, por lo que sé, esto podría ser algo de
veinticuatro horas y podría despertarme en mi antigua realidad mañana.
Si me ofrecen la oportunidad de ver lo que me depara el futuro, tal vez
debería aprovecharla. Además, el golpe de dopamina causado por las
compras está empezando a desvanecerse y este tal Michael parece
bastante amigable. Ya luzco bien, ¿qué tengo que perder?
―Michael, me siento mejor. Voy a la oficina.
En el momento en que cuelgo, me doy cuenta de que no sé dónde
trabajo. Difícilmente puedo volver a llamar a Michael y preguntarle.
Entonces recuerdo que Trey me llamó desde un número fijo. Llamo al
número y una voz masculina responde: “Buenas tardes, Badger TV”.
Cuelgo enseguida. Ja, soy una detective extraordinaria; Poirot estaría
orgulloso de mí.
Google me informa que Badger TV tiene su sede en Beak Street, justo
al lado de Carnaby Street. ¿Cómo podría alguien dar un salto en la vida
antes de los teléfonos o Internet? Subiendo a un taxi (dos taxis en un día,
qué opulencia), paso el viaje leyendo sobre Badger TV.
“Constituida hace ocho años por los ejecutivos de televisión Michael
Green y Lucy Rutherford”. ¿Lucy Rutherford? ¿Esa soy yo? ¿Ese es mi
apellido de casada, el apellido de Sam? Intento decirlo en voz alta:
―Lucy Rutherford.
Pero suena extraño y equivocado. Soy Lucy Young, siempre seré Lucy
Young. Sacudiendo la cabeza, continúo leyendo. “La productora
independiente ha ido viento en popa, labrándose una especialidad en la
televisión infantil innovadora”. ¿Televisión infantil? Nunca me imaginé
trabajando en programas infantiles, aunque supongo que los niños
necesitan una buena televisión tanto como cualquiera. Un artículo de
noticias me dice que Badger TV fue adquirida hace un año por el gigante
de medios holandés Bamph y que se prevén “cambios estructurales
significativos” sea lo que sea que eso signifique, luego mi taxi llega a la
dirección y ese es todo el trabajo de detective que tengo tiempo para
hacer.
Al cruzar las puertas giratorias hacia una zona de recepción muy
iluminada, sé que debo estar en el lugar correcto porque las paredes
están decoradas con papel tapiz de tejón. El área de recepción está
escasamente amueblada con sofás bajos plateados, un largo escritorio
blanco y una sala de reuniones con paredes de vidrio a un lado. En el
otro extremo de la habitación hay puertas de ascensor y una escalera,
que presumiblemente conduce a una oficina de arriba. Un recepcionista
rubio con lentes con montura de carey levanta la vista de la delgada
pantalla de su computadora cuando entro.
―Oh, hola, Lucy. Wow, gran traje. ¿A dónde vas?
―A ningún lugar especial ―digo, un poco sorprendida de que esta
persona sepa mi nombre.
Sus cejas se arrugan en un ceño confundido, pero continúa sonriendo.
―Entonces, trabajo aquí... ―digo, esperando que pueda ofrecerme
alguna información sobre lo que hago, pero, por desgracia, no lo hace―.
¿Hay algún mensajero o alguien a quien puedas llamar para que venga
aquí y hable conmigo?
―¿Quieres que busque a Callum? ―pregunta el recepcionista.
―Genial, sí. Trae a Callum.
El recepcionista hace una llamada y yo camino de un lado a otro
frente a su escritorio. No tengo un plan aquí. Bueno, mi plan era: “¡Ve y
mira qué pasa!”, pero eso no parece un gran plan ahora que estoy aquí y
he recuperado la sobriedad. No iba a decirles la verdad a mis colegas.
Simplemente sentirían lástima, me enviarían a casa o me dirían que
fuera a ver a un doctor. Me mirarían como lo hizo Emily, como si
hubiera perdido la cabeza. Si quiero ver cómo será mi vida futura,
necesito vivirla como Lucy Rutherford, no como una Lucy Young
perdida.
Unos minutos más tarde, un hombre delgado de poco más de veinte
años, con cabello castaño puntiagudo y una nariz perforadora, baja las
escaleras a saltos. Es lindo en una especie de “probablemente toca el
ukelele y elabora su propia cerveza”.
―Hola Lucy ―dice, con los ojos muy abiertos mientras observa el
traje de poder morado―, ¿pensé que hoy estabas enferma?
―Sí, pero estoy mejor. ¿Puedo hablar contigo un minuto? ―Entro en
la sala de reuniones con paredes de cristal a nuestra izquierda y le hago
señas para que me siga―. Mira, Callum, ¿puedo llamarte Callum?
―Sí ―dice, mirándome con recelo.
―Siempre son los mensajeros los que saben todo en una productora.
Entonces, ¿cómo te sientes al ser mis ojos y mis oídos aqui?
―Bien ―dice, mirándome con los ojos muy abiertos y sin parpadear.
―Tengo un concepto para un nuevo programa ―le digo, pensando
rápidamente―. ¿Puedes guiar a una impostora a través de un trabajo
que no conoce? Seguirme a todas partes y decirme discretamente
quiénes son cada uno y qué trabajo hacen.
―¿No es eso ya un programa? Job Blag en ITV ―pregunta Callum,
juntando las palmas de las manos en una nerviosa oración.
¿Quién convertiría eso en un programa? Es una idea terrible.
―Sí, sí ―digo, desabotonándome el saco―. Pero tengo una versión
diferente en mente.
―¿Oh? ―dice Callum.
―El formato aún no está listo, solo estoy poniendo a prueba el
principio. Mira, ¿quieres ayudarme o no?
Él asiente como un cachorro demasiado ansioso, así que abro la puerta
de la sala de reuniones y él me sigue.
―Solo dame un resumen de toda la gente que trabaja aquí, toda la
jerarquía de la oficina, quién es quién en Badger TV.
―¿Incluso Ravi?
―¿Quién es Ravi?
―Él. ―Callum señala a la recepcionista, me mira confundido y luego
sonríe―. ¿Eso fue una prueba?
―Sí, eso fue una prueba. Supongamos que no sé nada.
Me doy cuenta de que todavía tengo todas mis bolsas de Selfridges en
la mano, así que le pregunto a Ravi si las cuidará y él amablemente las
guarda debajo de su escritorio. En lo alto de las escaleras, salimos a una
oficina de planta abierta llena de escritorios blancos y limpios y gente
increíblemente moderna. Hay un hombre que lleva una blusa con un
cuello prominente tan extravagante que hace que el guardarropa de
Harry Styles parezca positivamente conservador.
―En este momento solo tenemos al equipo de desarrollo en la oficina,
ya que estamos entre producciones ―me dice Callum―. Pero ahí está
Dominique la AP. ―Señala a una chica que lleva un mono de cuero―. el
productor ―hombre con cuello grande―, Leon el investigador ―lentes,
cabello increíblemente vertical―, ¿esto es lo que quieres decir?
―Perfecto ―digo, lo que solo hace que Callum esté más ansioso. Me
recuerda al viejo perro de mis papás, Apple, que siempre saltaba
emocionado.
―Ahí está Michael, el cofundador de BTV. ―Callum señala una
puerta cerrada con “Rey de Badger” escrito en un cartel plateado. La
gente nos saluda con la cabeza o nos saluda mientras sigo a Callum por
el piso de la oficina. Todos parecen sorprendidos de verme. En las
paredes hay carteles enmarcados de programas que debió producir
Badger TV: ¿Cómo crece tu jardín?, con imágenes de niños plantando
hortalizas; Los misterios espantosos de Busy Lizzy, con una niña
sosteniendo una lupa.
―Y mi escritorio es...
―Ahí. ―Callum señala una enorme oficina en la esquina con “Reina
de Badger” escrito en la puerta.
―¿Y la presentación de esta mañana fue para...?
―El oso arcoíris y sus amigos ―dice, cada vez más confundido―. Es un
programa preescolar. El oso arcoíris hace un nuevo amigo en cada
episodio, alguien con un problema o inseguridad que el oso arcoíris
pueda resolver con amor y comprensión.
―Suena un poco cursi ―digo, haciendo una mueca.
Callum se ríe y luego se tapa la boca, sin saber si estoy bromeando. La
silla de mi escritorio es una de esas enormes y ergonómicas, con
múltiples palancas para máxima comodidad. En un lado de mi
computadora hay una foto de Sam y los niños, y en el otro, la tarjeta de
“Felicidades” que Zoya dibujó con mi mini yo sosteniendo un televisor.
La enmarqué, la conservé todo este tiempo. Al levantarla, encuentro una foto
detrás de mí y de Michelle Obama.
―¿Conocí a Michelle Obama? ―Chillo, examinándola para
comprobar que es real.
Callum parece cada vez más perplejo.
―Creo que fue tomada en los Premios Mujeres Empresarias. Ella era
la anfitriona.
Conocí a Michelle Obama, dirijo una productora, tengo mi propia oficina y
una silla con múltiples palancas. Esto es mucho mejor de lo que jamás hubiera
imaginado.
Con un golpe en la puerta, entra un hombre que supongo debe ser
Michael. Es mayor que todos los demás, posiblemente cerca de los
cuarenta, con un cabello afro canoso y ojos sabios y amables. Está
impecablemente vestido con chaleco y camisa, y pantalones con una
marcada raya en la parte delantera. Parece el Gran Gatsby, si el Gran
Gatsby lo interpretara un Danny Glover más joven.
―Pensé que estabas enferma ―dice.
―Resulta que fue solo una de esas cosas de dos horas. Vomitas en el
baño de una estación de tren y estarás bien. Mejor que bien.
―No creo que hayas tomado un día por enfermedad en cuatro años, y
no vas a empezar ahora, ¿eh? ―dice, lanzándome una sonrisa de
complicidad―. ¿Qué pasa con el traje? Ese es un look muy diferente
para ti.
―Tengo una cosa... más tarde ―digo, sintiéndome de repente menos
segura de mi capacidad para llevar este conjunto. Tal vez grite Margaret-
Thatcher-en-una-caja-de-Quality-Street en lugar de profesional-de-la-
moda-con-su-mierda-junta―. Entonces, ¿la propuesta salió bien?
―Lo lanzamos fuera del parque, Luce. ―Michael balancea un bate de
béisbol imaginario y hace un sonido de “glock” en su garganta, como
una pelota golpeando un bate―. Están buscando encargar una
programación más diversa, por lo que el mensaje es el adecuado para
ellos. ―Él aplaude―. Incluso pidieron presupuesto para veinte
episodios en lugar de doce. ¿Quieres hacer algunos números ahora?
Podemos conseguirles una proyección actualizada.
¿Presupuesto? No sabría por dónde empezar a hacer un presupuesto.
Mientras trato de pensar en una excusa válida para no hacer eso, el resto
del equipo se ha movido de sus escritorios y ahora están holgazaneando
en la puerta detrás de Michael.
―Solo queríamos felicitarte ―dice alguien―. Estás en buena racha.
Entonces todos empiezan a aplaudir. Wow, la Futura Yo es brillante.
Soy la Reina de Badger, productora de televisión extraordinaria, con un
equipo de personas que me dan un aplauso sin que se lo pidan.
―Bueno, fue un esfuerzo de equipo ―digo con gracia, incluso si no
fue un esfuerzo de equipo, a las personas que forman parte de equipos
generalmente les gusta pensar que sí lo fue.
―Lucy, ya que estamos todos aquí, ¿sería un buen momento para
actualizar a todos sobre la situación de Kydz Network? ―pregunta
Michael. Busco a mi traductor, Callum, pero está detrás de la multitud y
no puede ayudarme. Con todos estos ojos expectantes sobre mí, el radar
del submarino Lucy comienza a emitir una alarma frenética. Entonces
tengo un destello de inspiración.
―O, como es viernes, ¿podríamos salir temprano e ir a tomar una
copa para celebrar? ―digo, aplaudiendo. Si Melanie Durham puede
invitarles a todos un croissant, yo puedo hacerlo mejor e invitarles a
todos un cóctel. Además, me resultará mucho más fácil entender la
dinámica de la empresa tomando una copa informal. La gente se mira
unos a otros y luego a mí―. ¿Qué sentido tiene ser la jefa si no puedes
terminar a las… ―miro mi reloj―, las tres y media de vez en cuando?
―El equipo grita y aplaude. Soy la mejor jefa de todos los tiempos.
Mientras la gente se dispersa para recoger bolsos y abrigos de sus
escritorios, entusiasmados por mi plan de bebidas, Michael se queda
atrás y toma asiento en mi escritorio.
―Me alegra que te sientas mejor, Lucy, pero ¿no crees que
deberíamos tomarnos un tiempo para hablar sobre Kydz Network? Sé
que tienes confianza, y con razón, pero no está muy lejos.
Mi fuente de información, Callum, sigue merodeando junto a la
puerta, sin saber si debería quedarse o irse.
―Callum, ¿qué piensas sobre la situación de la Kydz Network? ―le
pregunto, y Michael nos mira de un lado a otro, confundido.
―Mmm, creo que es malo ―me dice, pero luego me ve fruncir el ceño
ante lo inútil que está siendo y agrega―, o bueno, obviamente. Podría
ser bueno.
―Una visión profunda. Gracias, Callum. ―Toma esto como una señal
para irse, lo cual no era mi intención.
―Mira, cuanto antes compartas lo que estás pensando con el equipo,
más tiempo tendremos para prepararnos ―dice Michael.
―Sé que hay mucho por hacer. Quizás me dejé llevar por tus buenas
noticias. Simplemente creo que un poco de unión en equipo podría ser
beneficioso para la moral.
Michael se levanta y su mirada de preocupación desaparece.
―Tienes razón, deberíamos salir con el equipo de vez en cuando.
Podemos tratar con Kydz Network el lunes.
―Lunes, genial. ―¡Ja! Probablemente estaré de vuelta en mi vida real el
lunes, y si no lo hago, ciertamente no vendré a trabajar, al menos no
hasta que esté al tanto de lo que sea que pueda ser esta misteriosa
situación de Kydz Network.

Cinco horas después, estamos en un bar de cócteles en Carnaby Street


y estoy pasando la mejor noche de mi vida. Mi tarjeta de empresa está
detrás de la barra (Sí, tengo una tarjeta de empresa, ni siquiera necesito gastar
mi propio dinero) y me estoy vinculando con mi brillante equipo. Debo ser
excelente empleando gente, porque todos los que trabajan en Badger TV
son inteligentes y divertidos. A menos que la lente de los cócteles de la
tarde esté distorsionando la realidad.
Leon me ha estado contando una historia divertida sobre una
celebridad de la que nunca había oído hablar y que estaba saliendo con
otra celebridad de la que nunca había oído hablar. Aunque no entiendo
ninguna de las referencias, me río porque la forma en que lo cuenta es
divertidísima. Michael empezó un poco tenso, pero después de unas
cuantas cervezas se relajó con la idea del vínculo del equipo y ha estado
deleitando a todos con sus pensamientos sobre “por qué el béisbol es un
deporte para espectadores superior al fútbol”. Por las expresiones en los
rostros del equipo, sospecho que es un tema que han escuchado antes.
Ha sido la hora feliz durante las últimas cinco horas y me siento muy
feliz. Ciertamente me siento mucho mejor con este salto en la vida que
esta mañana.
―Lucy, quería pedirte consejo ―dice Trey, deslizándose en la cabina
a mi lado. Trey tiene veintitantos años y es guapo como un felino. Su
cabello está un poco demasiado gelificado para mi gusto, el cuello un
poco demasiado marcado, pero tiene ojos conmovedores y pómulos con
los que se podría cortar queso.
―¿Consejo? ―le pregunto, incapaz de imaginar qué tipo de consejo
podría ofrecerle a alguien.
―Sí, estaba pensando en proponerle matrimonio a Clare. ―Sus ojos
son serios mientras mira para ver mi reacción.
―Bueno, ¿crees que ella es la indicada? ―pregunto.
―Oh, sí, ella lo es todo para mí ―dice.
―¿Y recuérdame cuánto tiempo llevan juntos?
―Seis años, desde la universidad.
―Entonces sí, ¿qué estás esperando?
―Es solo que mi trabajo está en el aire, ¿sabes? Sus papás son
anticuados en cuanto a la seguridad laboral, la obtención de una
hipoteca y esas cosas. Me preocupaba que tal vez no fuera el mejor
momento para pedírselo. ―¿Por qué su trabajo estaría en el aire?―. Mi
hermana piensa que primero debería pagar mis deudas y esperar hasta
tener un contrato de personal.
―Espera, espera ―digo, inclinando la cabeza de un lado a otro de una
manera que me hace pensar que podría estar un poco más borracha de
lo que pensaba―. Solo compra un anillo más pequeño. El amor es todo
lo que necesitas. ―No sé nada sobre Clare, sus sentimientos hacia las
joyas o su relación con Trey, pero estos cócteles me hacen sentir a favor
del romance, a favor de tirar la precaución al viento. Trey parece estar
tratando de hacer un nudo en sus cejas cuando Michael viene a unirse a
nosotros en la cabina.
―Me temo que no voy a quedarme. Los Cardinals juegan esta noche
―dice Michael.
―Béisbol ―digo, haciendo una suposición fundamentada.
―Ya me conoces, hay tres cosas en la vida que me importan: mi
esposa, mi trabajo y mi béisbol, aunque no necesariamente en ese orden.
―Él sonríe y se inclina para apretar mi hombro―. Bueno, adiós a todos
―dice, agitando un brazo hacia todos en nuestro pequeño rincón del
bar, luego se da golpecitos en el estómago―. Las frituras de la noche de
juegos de Jane no esperan a nadie.
Los que están al alcance del oído se despiden de Michael, mientras
Trey se gira hacia mí y susurra:
―Jane ―en un tono oscuro y conspirador.
―Jane ―repito. Mi profesor de francés en la escuela dijo una vez: Si
alguna vez te quedas atrapado en un examen oral, refleja al examinador.
Pero todavía se siente como intentar resolver un asesinato sin saber
quién ha sido asesinado y sin poder hacer ninguna pregunta.
―Jane ―dice Trey de nuevo, con aún más veneno, esta vez golpeando
su otra mano con un puño. Antes de verme obligada a embarcarme en
un largo partido de tenis diciendo Jane de un lado a otro, Dominique me
salva y viene con otra ronda de cócteles y Trey se excusa para ir al baño.
―Me encanta tu conjunto, Lucy. Es tan gene que vienes a la oficina
vestida así ―dice Dominique, sentándose a mi lado. ¿Gene? ¿Hay
palabras nuevas que ni siquiera conozco?
―Gracias ―digo, tomando la bebida que ella me ofrece―. Nunca
había tenido algo tan bonito, así que pensé que sería mejor usarlo.
―¿Qué quieres decir? Tienes un guardarropa increíble ―dice
Dominique, y luego hace una pausa―. No lo tomes a mal ―sus pupilas
se mueven hacia el techo y lanza un brazo fláccido alrededor de mi
hombro―, pero normalmente me siento un poco intimidada por ti. Eres
tan buena en lo que haces, y siempre estás tan, no sé, tranquila. ―Ella se
gira para mirarme y ve que estoy sorprendida por lo que está
diciendo―. Lo siento, estoy borracha. ―Ella sacude la cabeza y se ríe.
Algo en sus gestos me recuerda a Zoya y al instante quiero ser su
amiga. Tiene un tatuaje de brillantina en el hombro, que es lo más genial
que he visto en mi vida. ¿Quizás debería hacerme un tatuaje con brillantina?
―¿Normalmente no socializamos juntas? ―le digo, mitad pregunta,
mitad afirmación.
―En las fiestas de despedida, claro, pero normalmente te vas
temprano.
―Parece que soy muy tonta ―digo, y luego estallo en un ataque de
risa. Me siento muy borracha, lo cual es extraño, porque solo he tomado
tres de estos martinis y normalmente puedo tomar al menos cuatro antes
de empezar a hacer el zumbido.
―¡Vamos a bailar! ―digo, sintiendo de repente la necesidad de
moverme. Agarro la mano de Dominique y la llevo a la pista de baile.
Callum y Ravi están parados junto a la barra y, mientras bailamos, le
pregunto a Dominique―: ¿Soy yo o Callum es bastante sexy? ―Tengo
que gritar para que me escuchen por encima de la música.
―¿Callum? ―ella niega con la cabeza―. ¿Qué? ¿Para mí?
―No, para mí ―le respondo―. Voy a invitarlo a bailar.
Es completamente mi tipo, todo cabello oscuro, extremidades largas y
ojos de cachorro. Él me mira como si yo también le gustara. Al menos
eso creo, es difícil estar segura cuando todo empieza a desdibujarse.
Camino hacia la barra y me lanzo hacia la mano de Callum.
―¿Bailas con nosotras? ―digo sonriendo, atrayéndolo para que se
una a nosotras. Él se sonroja avergonzado, pero lo hace de todos modos.
Me siento como si tuviera trece años, en la discoteca de un colegio,
mientras bailamos uno al lado del otro. Dominique ha desaparecido, así
que ahora estamos solo nosotros dos, y me giro para bailar con él cara a
cara. Nuestros ojos se encuentran. Parece que quiere besarme. Quizás esta
sea una excelente idea. Una idea realmente gene. Justo cuando me inclino un
poco más, siento las manos de Callum en mis muñecas, alejándome,
luego me lleva de regreso a la cabina y me hace sentarme. Parece
mortificado. ¿Casi besé a un empleado, en la pista de baile, delante de todos?
―¿No estás casada? ―Callum susurra, con los ojos muy abiertos por
la sorpresa y la vergüenza.
Oh, mierda. Estoy casada, lo olvidé por completo. Aquí estoy actuando
como si estuviera en una gran noche de fiesta con nuevos colegas
divertidos y atractivos, pero esa ya no soy yo.
―¿Qué hora es? ―pregunto, tragando una oleada de náuseas con
sabor a martini.
―Las nueve en punto ―me dice―. ¿Te traigo un poco de agua?
El mensajero de veinte años está intentando que recupere la
sobriedad. Esto es malo. Esto es tan malo. ¿Quizás se suponía que debía
regresar para cuidar a esos niños hace horas? Mierda. Quizás la Futura
Yo no tenga la misma tolerancia al alcohol que mi antigua yo.
―¿Quieres que te suba a un taxi, nena? ―pregunta Dominique,
dándome palmaditas en el brazo con simpatía, y logro mover la cabeza
de arriba a abajo.

En el taxi, finalmente reviso mi teléfono nuevamente. Tengo muchos


mensajes y llamadas perdidas, principalmente de Sam. Mientras veo mi
teléfono, vuelve a llamar.
―¿Dónde demonios estás? ―pregunta, con voz aguda.
―Mmm, tenía una cosa de trabajo. Perdí la noción del tiempo.
―Hago una mueca, preguntándome si voy a vomitar sobre mi hermoso
traje.
―No me dijiste que ibas a salir. Recibí una llamada de Maria diciendo
que nunca apareciste. He estado trabajando desde Reading hoy, nadie
pudo localizarte. Ella tuvo que quedarse hasta que yo pudiera llegar a
casa. Faltó a una cita.
―Lo siento ―farfullo.
―Estás borracha ―dice, con voz severa y poco impresionada.
―Un poco ―admito. Tener un esposo se parece mucho a tener un
papá. Quizás no quiero un esposo. Tal vez prefiera ser rica y soltera y
ligar con hombres que tienen la mitad de mi edad, como Brigitte
Macron. Entonces recuerdo lo sexy que es Sam y lo válida que es su
molestia, dada la situación. Al menos cuando estás casada tu esposo
tiene que amarte incondicionalmente.
―Solo súbete al tren de las nueve cuarenta y enviaré un taxi para que
te recoja ―dice Sam, sonando muy poco como alguien que me ama,
incondicionalmente o no.
Cuando me despierto, veo que estoy en el dormitorio de adultos con
cortinas elegantes y un edredón súper suave. Todavía llevo los
pantalones del traje morado y me duele la cabeza casi tanto como ayer.
Extendiendo una mano temblorosa más allá de la seguridad de la cama,
encuentro un vaso de agua en mi mesita de noche y lo bebo de un trago.
El hecho de que me haya despertado aquí, en lugar de Kennington
Lane, me hace sospechar que este salto de vida hacia adelante, sea lo que
sea, podría ser más permanente de lo que esperaba. No es que haya
estudiado viajes en el tiempo o haya escrito una tesis sobre el continuo
espacio-tiempo, pero dormir aquí y despertarme hace que parezca
menos probable que sea un sueño. Una inquietante niebla de
remordimiento me dice que podría deberle a la Futura Yo una disculpa
por actuar de manera inapropiada con sus compañeros de trabajo. Yo...
¿Intenté besar a Callum? Oh, no puedo pensar en eso, es demasiado
horrible.
No hay señales de Sam ni de los niños arriba, así que me doy una
ducha rápida y busco un chándal beige de lana para ponerme. Al menos
es sábado, una mañana de comida para la resaca y televisión sin sentido
me curará. Abajo, me detengo junto a la puerta de la cocina y observo la
escena. Sam está jugando al escondite con Amy detrás de un paquete de
cereal y ella se ríe de alegría. Felix lleva una capa roja brillante sobre su
pijama de dinosaurio y ha alineado mini-Weetabix como fichas de
dominó sobre la mesa de la cocina.
―Hola ―digo con un tímido saludo. Sam levanta la vista y responde
con el “Hola” más frío que jamás haya escuchado. Es ártico. No, más frío
que el ártico, es la temperatura de uno de esos planetas en el borde más
alejado del sistema solar donde hay menos cuatrocientos grados.
―Lamento lo de anoche ―digo, caminando hacia la cocina y tomando
asiento―. Ayer fue un día un poco extraño para mí.
―No quiero hablar de eso delante de los niños ―dice Sam. Un
músculo pulsa en su mandíbula y se aleja de mí para encender la
máquina de café. Mmm, podría matar por un café.
―¿Eres mami otra vez? ―me pregunta Felix.
―Buenos días, Felix ―digo, evitando la pregunta. Se oye un fuerte
zumbido y crujido cuando los granos de café se pulverizan hasta obtener
una deliciosa sumisión. Amy se tapa los oídos. Cuando el ruido
finalmente cesa, Sam le pregunta a Felix.
―¿Qué quieres decir con “Eres mami otra vez”?
―Ayer mami no era mami, era una extraterrestre ―explica Felix.
Sam me mira y me encojo de hombros como si no tuviera idea de qué
está hablando. En este momento, con él irradiando toda esta gélida
energía de Neptuno hacia mí, no parece el momento adecuado para
intentar explicarle el viaje en el tiempo basado en deseos.
―A veces los adultos beben demasiado y eso los hace actuar de
manera diferente. Eso no significa que hayan sido poseídos por
extraterrestres ―dice Sam, alcanzándome un café, luego toma un
plátano, lo pela y se lo pasa a Amy con un movimiento continuo.
―Gracias ―le digo, abrazando la taza en mis manos.
―Si bebo demasiado, ¿actuaré de manera diferente? ―pregunta Felix.
―No, solo ocurre con el alcohol, que tú no bebes ―explica Sam.
Mi café huele tan bien que quiero llorar y respiro larga y lentamente.
Cuando levanto la vista de la taza, veo a Felix observándome.
―¿Cuál es mi segundo nombre? ―dice Felix.
―¿Eh?
―Estoy tratando de pensar en preguntas cuyas respuestas solo sabría
mami, pero que los extraterrestres no conocerían.
Maldita sea, este chico es brillante. ¿Cuántos años dijo que tenía?
―Chico gracioso ―le digo, revolviendo su cabello de la misma
manera que he visto a la gente despeinar el cabello de los niños en la
televisión. Sam vuelve a la máquina de café para prepararse una taza.
―Me sorprendería que mami pudiera recordar su propio nombre esta
mañana.
―¿Cuál es tu número favorito? ―Felix no se da por vencido.
―Mmm, ocho ―digo, sacando un número de la nada.
―¡Ja! ¡El número favorito de mami es el once! ―Felix extiende los
brazos, como si esto probara su punto.
―¿Recuerdas siquiera haber llegado a casa? ―me pregunta Sam. Su
tono es ligero, pero no me mira.
―Tal vez no cada elemento ―admito.
―Felix, ¿quieres ponerle la televisión a tu hermana? ―dice Sam,
levantando a Amy de su silla alta y dejándola en el suelo.
Inmediatamente se acerca a mí y trata de abrazar mi pierna con sus
pegajosas manos de plátano. Me alejo para que no pueda untar la
sustancia pegajosa de plátano en mis bonitos pantalones de jogging,
limpios y esponjosos.
»¿Puedes limpiarle las manos? ―pregunta Sam, arrojándome un paño
de cocina mojado, que pierdo y golpea la pared detrás de mí con un
golpe.
―Mami lo habría atrapado ―dice Felix, su voz es un susurro de
asombro.
Recogiendo el paño, trato de limpiar las manos de la bebé lo mejor
que puedo, pero ella todavía está tratando de abrazarme, así que
termino sosteniéndola con el brazo extendido con una mano, mientras
trato de limpiar la sustancia pegajosa con la otra. Cuando levanto la
vista, Sam y Felix me miran con la misma expresión sospechosa.
―Te lo dije ―le dice Felix, sacudiendo la cabeza, luego toma la mano
de su hermana y la lleva a la habitación de al lado.
Tan pronto como están fuera del alcance del oído, Sam me entrega un
plato de tostadas con mantequilla y me pregunto si estoy fuera de
peligro en términos de que todos estén molestos conmigo. Sam lleva una
camiseta gris y unos jeans azul marino desteñidos, mientras que su
cabello castaño ondulado está ligeramente despeinado a un lado.
Realmente es increíblemente atractivo, si puedo librarme de esta resaca,
me pregunto si el sexo podría estar en las cartas. Seguramente esa es una
de las ventajas de tener esposo: no es necesario vestirse elegante,
ponerse delineador líquido de ojos o incluso salir de casa, puedes
hacerlo en pijama. ¿Acostarme con Sam implicaría engañarme a mí misma de
alguna manera? La idea duele mi cerebro.
―Entonces, ¿no recuerdas haberte quedado dormida en el tren? ¿Que
tuve que meter a los niños en el auto e ir a buscarte a la estación de
Alton? ―pregunta, en un tono que me hace pensar que el sexo matutino
podría no estar en el menú.
―Oh, mierda. ¿Lo hice? Lo siento mucho.
―¿Qué pasó ayer, Luce? Dejando de lado el estado en el que
regresaste a casa, recibí una notificación en nuestra cuenta compartida
de que habías gastado casi tres mil libras en Selfridges. ¿Perdiste la
cabeza?
―Yo, mmm... quería darme un capricho. Nunca puedo ir de compras.
―Nunca puedes ir de compras… ¡Lucy, tienes un armario lleno de
ropa! No podemos permitirnos gastar esa cantidad de dinero, ya sabes
que no podemos.
―Parece que estamos bien ―digo, agitando el brazo para indicar la
hermosa casa con una reluciente máquina de café y un refrigerador del
tamaño de una pequeña campiña.
―Sí, somos increíblemente afortunados, pero sabes que estamos
demasiado extendidos. Necesitamos cada centavo que ganamos para
cubrir la hipoteca, el préstamo del auto, el salario de Maria, el nuevo
revestimiento del loft, nuestras contribuciones a la pensión. ¿Estabas
discutiendo conmigo la semana pasada por comprar nuevos tenis
deportivos cuando estábamos tratando de pagar la caldera ecológica, y
luego gastas diez veces más en una sola salida de compras?
Cuando lo dice así, suena bastante irresponsable. Quizás calculé mal lo ricos
que somos.
―Tienes razón, lo siento ―le digo, hundiéndome en mi silla. Esta
conversación me está deprimiendo. Pensar en que finalmente consigues
un salario decente y dinero en el banco, pero luego tienes que gastarlo
todo en cosas aburridas, como calderas y revestimientos de lofts, así que
no te queda nada para divertirte comprando.
―¿Qué está pasando contigo? ―pregunta Sam, tomando asiento en la
mesa de la cocina, su molestia se convierte en preocupación. Necesito
decirle la verdad. Honestamente, me preocupa que piense que estoy
loca, ya me está mirando como si hubiera perdido el rumbo.
―Sam, hay algo que necesito decirte. Algo extraño.

Al principio, los ojos de Sam se agrandan con incredulidad, pero a


medida que sigo, se encorva hacia adelante, con el ceño fruncido en
señal de concentración, y las manos apretadas con tanta fuerza que sus
nudillos comienzan a ponerse blancos. Le cuento que fui a mi antiguo
apartamento y luego a Badger TV a pesar de no recordar dónde
trabajaba ni qué hacía ahí. Me escucha atentamente, sin decir una
palabra, y la arruga de su frente se profundiza con cada nueva admisión.
Cuando termino de hablar, se levanta de la mesa y me abraza. ¿Me
cree o cree que estoy inventando todo esto para distraerlo del gasto excesivo?
Cuando se aleja, veo que el azul de sus ojos se ha derretido en charcos
de compasión. Él me cree y ya no se enoja.
―Ya solucionaremos esto, no te preocupes ―susurra, acercándome de
nuevo.
Hay algo increíblemente reconfortante en la sensación de sus brazos
alrededor de mí, el olor limpio y a roble de su cuello. Felizmente podría
quedarme así durante horas. Los buenos abrazos están subestimados, no
creo que ninguno de mis novios anteriores haya sido un gran abrazador,
siempre me pareció superficial o transitorio. Con Sam, siento como si sus
brazos estuvieran creando un campo de fuerza a mi alrededor. Es como
si su cuerpo me dijera que si pudiera, absorbería cada una de mis
preocupaciones o dolores. Cuando finalmente se aleja, levanta su
teléfono de la mesa y dice:
―Necesito hacer algunas llamadas. Quédate aquí, relájate, no te
esfuerces. ―Luego desaparece en la habitación de al lado.
Bueno, eso salió mejor de lo que esperaba. Estaba segura de que Sam
iba a pensar que había enloquecido y que me llevaría rápidamente al
doctor para que me examinara la cabeza, tal vez en un matrimonio
simplemente se creen el uno al otro sin hacer preguntas.
Mientras él no está, escaneo la portada del periódico abierta en una
tableta sobre la mesa de la cocina. Hay fotografías de una guerra en
algún lugar, un titular sobre la sequía, algo sobre un político
estadounidense que no reconozco y una entrevista con Harper Beckham
sobre su nuevo papel como embajadora de la ONU. Leer estos titulares
me eriza la piel con un nuevo miedo, y rápidamente cierro la pantalla y
aparto la tableta. A mi cerebro le está costando bastante ponerse al día
con lo que me he perdido en mi propia vida, no estoy segura de estar
preparada para absorber lo que me he perdido del resto del mundo. Si
abro esas compuertas, podría ahogarme.
Cuando Sam regresa, me lanza una sonrisa comprensiva y cautelosa,
como si le preocupara que si dice algo incorrecto pudiera quemarme
espontáneamente, aquí mismo, en la cocina.
―Me siento bien, no estoy enferma. Honestamente, es como si hubiera
viajado en el tiempo hasta aquí. ¿Viste alguna vez esa película La esposa
del viajero en el tiempo? Quizás sea así.
Se inclina y besa mi frente.
―¿Por qué no te preparo un desayuno de verdad?
Tan pronto como lo dice, me doy cuenta de que tengo hambre. Ayer
no comí bien. La tostada con mantequilla me ayudó, pero
definitivamente podría comer algo más sustancioso.
―Eso sería maravilloso, gracias.
Lo observo mientras se ocupa rompiendo huevos y desenvolviendo
tocino del papel encerado.
―Huevos escalfados, como a ti te gustan ―dice, poniendo una
cacerola con agua en la estufa. Tiene razón, los huevos escalfados son
mis favoritos, qué extraño que lo sepa. Mientras lo veo sacar platos del
armario, me doy cuenta de que no me ha hecho ninguna pregunta sobre
mi historia. Si la situación fuera al revés, creo que yo tendría muchas
preguntas.
Los huevos son increíbles, los mejores que he probado jamás: claras
sólidas, con yemas perfectas y líquidas, espolvoreadas con un delicioso
condimento picante y hojuelas de tocino crujiente. Sam insiste en lavar
todos los platos, no me deja mover un dedo. Tal vez podría acostumbrarme
a tener un esposo, pienso, justo cuando suena el timbre. Sam salta para
abrir y regresa con una Maria que parece preocupada.
―Le pedí a Maria si podía cuidar a los niños durante unas horas
―dice Sam, mirándome con esos ojos de “por favor, no sufras una
combustión espontánea”.
―Hola, querida ―dice Maria, con una mueca de comprensión en su
rostro―. ¿Cómo te sientes?
Sam debió haberle dicho que tenía una resaca terrible y que hoy no
podría cuidar a los niños.
―No está mal, gracias. Estoy segura de que estaré bien en unas horas.
―Vamos a descansar un rato ―me dice Sam―. Conseguí una cita de
emergencia con el doctor Shepperd.
―¿Un doctor? ―Oh. Sam y Maria intercambian miradas.
―Necesitamos que te revisen, la pérdida de memoria puede ser
síntoma de otra cosa.
Era demasiado bueno para que Sam me creyera. Tal vez esté
planeando internarme, o me hará vivir en el ático como la señora
Rochester y luego se buscará una nueva esposa más joven como Jane
Eyre.
―Más vale prevenir que lamentar ―dice Maria, dándome unas
palmaditas en el brazo.
Bien. Iré al maldito doctor, pero no voy a mencionar los viajes en el
tiempo ni la máquina de los deseos, ni cuánto dinero gasté en Selfridges.
Pase lo que pase aquí, no tengo intención de convertirme en la señora
Rochester.
Sam me abre la puerta del copiloto y luego se sienta en el lado del
conductor.
―Stan, por favor llévanos al consultorio del doctor en Lodge Hill
Road ―le dice Sam al auto, mientras nuestros asientos se ajustan a
nuestros respectivos cuerpos.
―¿Por qué nuestro auto es Stan? ―le pregunto.
Sam me mira y se ríe, como si hubiera hecho una broma. Entonces ve
en mi rostro que hablo en serio.
―STAN significa navegación automática autodidacta ―explica―. El
auto puede aprender tus rutas habituales y conducirse de forma
semiautónoma.
―Oh, cierto, pensé que se llamaba Stan porque suena como Stanley
Tucci.
―Eso es lo que dijiste cuando recién compramos el auto ―dice
Sam―. ¿Realmente no recuerdas nada de esto?
Sacudo la cabeza y veo el rostro de Sam arrugarse con preocupación,
como si cada cosa nueva que no recuerdo hiciera esto aún más real para
él. Me atrapa mirándolo y fuerza una sonrisa.
―Supongo que entonces no recuerdas esta característica ―dice más
alegremente―. Stan, ¿qué puedo cocinar para mi hermosa esposa esta
noche?
―Tienes los ingredientes para el salmón de soja tailandés, que tú y
Lucy califican como CINCO. Nota de compras: casi se te acaban la
MERMELADA y las TOALLITAS PARA BEBÉ.
―¿Puedes pedir más de esos? Gracias, Stan ―le dice Sam al auto y
luego me mira.
―Wow. ¿Qué más puede hacer? ―pregunto, mi curiosidad despertó.
Sam hace una demostración de la función de “palabras de afirmación
diarias” del automóvil. Stanley Tucci diciéndome: “Estoy orgulloso de ti
y de todo lo que haces” tal vez no resuelva mi situación actual, pero
cuando llegamos al consultorio del doctor, siento que mi estado de
ánimo ha mejorado.

El doctor Shepperd parece tener la edad de Sam y los dos hombres


parecen conocerse. Por la pequeña charla que intercambian, deduzco
que practican deportes juntos, tal vez ciclismo de montaña o lucha en el
barro, algo que implique guardabarros en cualquier caso.
Después de una extensa charla sobre los guardabarros, puedo contar
mi historia nuevamente, esta vez omitiendo cualquier mención sobre
viajes en el tiempo, máquinas de los deseos, damas escocesas mágicas o
cualquier otro elemento que pertenezca a la sección de “fantasía” de la
biblioteca. Me atengo a los hechos. Me desperté y no recuerdo los
últimos dieciséis años de mi vida. El doctor Shepperd dice que quiere
realizar algunas pruebas, me registra para una resonancia magnética,
una CTH y un FYD. No sé qué significan esas letras, pero parecen
muchas letras.
―Todo eso suena caro ―digo, tratando de impresionar a Sam con mi
pensamiento consciente del dinero después del Suitgate. Este es el
consultorio de un doctor privado, y en un mundo donde un café cuesta
más de diez libras, no puedo ni imaginar lo que un escáner cerebral
podría costar.
―No te preocupes, tu seguro lo cubrirá ―dice el doctor Shepperd.
―¿Desmantelaron el NHS3? ―pregunto nerviosamente. Por favor, no
me digan que desmantelaron el NHS. No estoy segura de poder soportar
descubrir algo demasiado sombrío sobre el futuro, como el fin de la

3 Servicio Nacional de Salud.


asistencia sanitaria universal, el aumento del nivel del mar que afecta a
la mitad de Gran Bretaña o que Piers Morgan sea primer ministro. Si voy
a meterme en la cabeza estar casada con dos hijos y perderme un tercio
de mi vida, no estoy segura de poder manejar también un infierno
distópico.
―No, pero tienes cobertura privada a través del trabajo ―explica
Sam.
―¿Ya curaron el cáncer? ―le pregunto al doctor Shepperd.
―Me temo que no. ¿Te preocupa el cáncer?
―No, solo esperaba que ya lo hubieran curado.
Sam y el doctor intercambian miradas preocupadas.
Al final de los escáneres cerebrales, las pruebas de reflejos, los análisis
de sangre, las muestras de orina, un examen de la vista y un extraño
hisopo de las fosas nasales, tengo ganas de gritar porque sé que no van a
encontrar nada y, efectivamente, no lo hacen. Llaman a un segundo
doctor, una mujer que se apellida Flynn, para que revise los resultados
de mi escáner cerebral.
―No vemos nada de qué preocuparnos, señora Rutherford ―me
dice―. No hay señales de sangrado ni de ningún crecimiento
sospechoso. Parece gozar de excelente salud.
El doctor Shepperd asiente sabiamente.
―No hay signos de trauma, y dado tu buen estado de salud, solo
podemos suponer una amnesia global transitoria, una pérdida repentina
y temporal de la memoria y una incapacidad para recordar el pasado
reciente. ―El doctor Shepperd mira a la doctora Flynn, quien asiente con
la cabeza ante este diagnóstico. Levanto la mano.
―Dieciséis años no parece tan reciente, ¿verdad? ―les digo―. Tal vez
en el gran esquema de las placas tectónicas moviéndose y los
dinosaurios deambulando por la Tierra, pero en la escala de mi vida,
parece que claramente no es reciente.
―Cada caso es diferente. Me temo que todavía hay mucho que no
sabemos sobre el cerebro ―me dice la doctora Flynn, golpeando con un
bolígrafo los resultados de mi exploración―. La buena noticia es que
probablemente no sea permanente.
¿Probablemente?

¿Qué pasa si tienen razón y tengo amnesia? Me pregunto durante el


viaje en auto a casa. Sería una explicación más racional, pero el momento
de todo esto, que sucedió inmediatamente después de que pedí ese
deseo... y algo sobre la máquina, esa mujer, sus ojos cómplices.
Sam se acerca al asiento del conductor y pone una mano en mi rodilla.
―Lamento que esto te esté pasando. No puedo creer lo mesurada que
estás siendo.
―Bueno, gasté miles de libras en Selfridges y me emborraché tanto
que me quedé dormida en el tren, así que no tanto. ―Sam sonríe―.
¿Crees que mi seguro médico cubrirá trajes caros comprados bajo la
influencia de la pérdida de memoria?
―No lo creo ―dice, mirándome con ojos cálidos de afecto. Es la
misma mirada que el perro de mis papás, Banana, solía darme cada vez
que entraba por la puerta principal, siempre estaba muy contento de
verme. Hace que un peso en mi estómago se mueva porque no recuerdo
haber sido mirada así por otro ser humano.
―¿Cómo nos conocimos? ―le pregunto a Sam.
―Estoy seguro de que lo recordarás ―me dice, volviendo a mirar la
carretera.
―Tal vez, pero ¿me lo cuentas de todos modos?
Se muerde el labio y luego se pasa la palma por el cuello.
―Podría decirte cualquier cosa y no sabrías si es verdad. Podría
decirte que nos conocimos caminando por el Kilimanjaro o que fuiste mi
instructora de pole dance.
―No creo que haya tenido un trasplante de personalidad, nunca
escalaría voluntariamente el Kilimanjaro, odio hacer senderismo. ―Y
luego ambos decimos al unísono―: A menos que haya un pub al final
―lo que nos hace reír a ambos.
―Nos conocimos en un bar de karaoke en Shoreditch High Street el
día de tu cumpleaños número treinta y uno. Yo tenía treinta y tres,
estaba en una despedida de soltero horrible y era el único bar que dejaba
entrar a un grupo de tipos con camisetas a juego.
―¿Estaba cantando karaoke? ―pregunto sorprendida―. Eso se siente
casi tan increíble como yo escalando el Kilimanjaro.
―¿Por qué? Tienes una hermosa voz. Saliste con Zoya, Faye y Roisin,
subiste al escenario con un increíble minivestido dorado y luego cantaste
“The Promise of You” con esa voz perfecta y ronca. Fue amor a primera
vista y primer sonido, al menos por mi parte.
―¿Y para mí? ―pregunto, sonriendo ante la historia, tratando de
imaginar la escena.
―Al principio no querías hablar conmigo porque estabas con tus
amigas, pero me diste tu número y te llamé al día siguiente. Nos
reunimos para comer enchiladas en Borough Market y ocho meses
después te pedí que te casaras conmigo.
―Eso fue un poco precipitado ―le digo, haciendo una mueca de
desaprobación fingida.
―Cuando lo sabes, lo sabes. ―Me mira de nuevo y en sus ojos siento
la historia entre nosotros, aunque mi mente no lo sepa. Un cálido
zumbido resuena dentro de mí, quería llegar a la parte buena. ¿Sam es la
parte buena? Por lo que he visto, tendría suerte de terminar con alguien
como él. Es guapo y amable, un papá práctico. Ahora, si pudiera
retroceder en el tiempo y decirle a mi chica de veintiséis años que todo
va a estar bien y que ella solo necesita relajarse, borrar todas las
aplicaciones y esperar a que él aparezca.
En la casa, nos detenemos en el camino de entrada por un momento,
ninguno de los dos se apresura a salir del auto.
―Gracias ―digo, sin estar segura de por qué le estoy agradeciendo:
¿Por llevarme al doctor? ¿Por ser tan comprensivo? ¿Por casarte
conmigo? ¿Todo lo anterior? Sam toma mi mano y luego la mira.
―No llevas tu anillo de bodas ―dice.
―Oh ―digo, siguiendo su mirada, viendo una banda de piel más
clara alrededor del dedo anular de mi mano izquierda.
―Por la noche lo guardas en tu mesita de noche ―dice, apartando su
vista de mí.
―Bien, no lo sabía ―digo.
Sam aprieta mi mano.
―Es temporal, según la doctora, con suerte mañana serás tú misma
otra vez.
Asiento queriendo ser optimista, pero no puedo evitar pensar que “ser
yo misma otra vez” significa algo muy diferente para él que para mí.
Mientras cruzamos la puerta principal, Amy camina hacia mí con los
brazos extendidos. Ahora no está cubierta de baba ni de baba de plátano,
así que no me importa levantarla. Es algo dulce cuando no llora, con sus
mejillas sonrojadas y su cabello rizado y salvaje.
―¿Como te fue? ―pregunta Maria, mirándome a los ojos como si
pudiera ver cuál es el problema.
―Bien, estoy bien ―le digo. No recuerdo haber dado a luz a estos niños,
pero aparte de eso, perfectamente bien.
―¿Vas a estar bien con los niños? Tardaré media hora en llevar a
Maria a casa ―dice Sam.
―Seguro, estaremos bien ―le digo con una voz demasiado alegre.
―Comieron espaguetis a la boloñesa del congelador para el almuerzo
y llevamos la scooter de Felix al parque, así que pudieron tomar aire
fresco y hacer ejercicio.
―Genial, gracias ―digo, pero ahora siento pánico por quedarme sola
con ellos. ¿Tendría idea de qué darles de comer o cuánto ejercicio
necesitan? ¿Qué pasa si Amy vuelve a hacer popó? ¿Felix puede ir solo
al baño? ¿Qué pasa si yo necesito el baño? ¿Puedo dejarlos solos durante
dos minutos o tendré que llevar a Amy al baño conmigo? ¿Escucharán lo
que les diga que hagan? ¿Qué hago si no lo hacen? No creo que estas
sean preguntas que pueda hacer sin alarmar a la gente.
Cuando Sam está a punto de irse, me besa en los labios. Es solo un
beso rápido, pero mi cuerpo debe tener algo de memoria muscular
porque me encuentro cerrando los ojos, inclinándome hacia él, mis
labios siguen los suyos mientras él se aleja. Maria me lanza una mirada
extraña, como si hubiera olvidado cómo dar un beso de despedida
apropiado y ella estuviera anotando esto como una señal segura de
locura.
―Estoy bien, estaré bien ―les aseguro, apretando los labios.
Una vez que se van, Amy jala mi cabello con sus pequeños puños
regordetes. Es molesto así que la bajo.
―¿Qué es lo que quieres hacer? ―le pregunto a Felix, que me mira
como si fuera ET.
La sala de estar es una habitación larga, con puertas corredizas que la
dividen por la mitad. Un lado está lleno de cojines y elegantes lámparas
de mesa, y el otro es una sala de juegos con estantes llenos de juguetes y
rompecabezas. Encima de la chimenea hay una llamativa acuarela de
una montaña multicolor, debidamente montada en un grueso marco
dorado. Amy se arrastra en dirección al cuarto de juegos. En
comparación con la estrecha sala de estar de mi apartamento
compartido, esta habitación parece exquisita. El de Kennington Lane
siempre estaba atestado de tendederos y bicicletas. A menudo olía a
bolsas de basura esperando a ser sacadas y a ropa húmeda que llevaba
demasiado tiempo en la lavadora. Quizás las personas de mediana edad
rara vez salen porque sus casas son demasiado bonitas para salir.
Sentados en el suelo junto a Amy, jugamos a apilar vasos. Es un
concepto simple que implica que yo apile vasos de colores uno encima
del otro y Amy los derribe. La forma en que Amy aprieta los labios para
concentrarse mientras tira los vasos me recuerda a mi mamá.
―Oye, Amy, ¿qué tal si hacemos esto más interesante? ―le digo,
agarrando la tapa de un bolígrafo y escondiéndola debajo de uno de los
vasos―. ¡Encuentra la tapa del bolígrafo! ―digo, mezclando los vasos―.
Al mejor de tres. ―Pero a Amy no le gusta este juego, solo quiere
derribarlos. Mientras busco algo más que podamos jugar, Felix aparece
en la puerta con un colador en la cabeza y un protector corporal hecho
de papel de aluminio de cocina.
»Ooh, ¿estamos jugando a caballeros y dragones? ―le pregunto.
―No es un juego, es para protegerme de tus ondas cerebrales
alienígenas.
―Correcto ―digo lentamente―. Mira Felix, el doctor cree que es
probable que tenga una pérdida temporal de memoria. Probablemente
mañana volveré a ser yo misma. ―Lo crea o no, me parece lo más
responsable para decirle a un niño de siete años asustado que se ha
cubierto con varios rollos de papel de aluminio.
―¿Qué saben los doctores sobre los extraterrestres? ―pregunta Felix,
con el rostro arrugado por la confusión.
―No soy un extraterrestre. Soy... no sé qué me pasó.
Felix hace una pausa, ajustando el colador mientras se desliza sobre
sus ojos.
―¿Pero quieres volver al lugar de donde viniste? ―me pregunta,
apuntando una cuchara de madera hacia mi pecho.
¿Quiero volver? Si, por supuesto que sí. Por interesante que pueda ser
este vistazo de mi vida futura, no puedo quedarme aquí. Claro, esta casa
es increíble y mi trabajo parece genial y esa estantería de arriba es más
que un sueño, pero no puedo perderme el resto de mis veintes y mis
treintas completos; no puedo ser solo esta versión adulta de mí misma
para siempre.
―Sí, sí quiero ―me oigo decirle a Felix.
―Entonces tenemos que encontrar el portal ―dice, sentándose con las
piernas cruzadas frente a mí en el suelo de la sala de juegos mientras
Amy golpea una muñeca contra la canasta de juguetes de una manera
alarmantemente violenta.
―¿Portal?
―¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué portal entraste? ―Felix cruza la sala
de juegos y toma un libro de ciencia ficción del estante. Pasa a una
página y señala un gran agujero blanco―. El espacio es demasiado
grande para viajar a cualquier lugar en un cohete normal, incluso en los
más grandes. Si quieres viajar un largo camino, necesitas un portal o un
agujero de gusano, pero son difíciles de encontrar.
―Ya pensé en eso ―admito―. No creo que haya venido del espacio
exterior, creo que podría haber viajado hasta aquí en el tiempo desde el
pasado. ―Algo en la intensa expresión de Felix me hace querer ser
honesta con él ahora―. Había una máquina, una máquina de los deseos,
en un quiosco de Londres. Pedí el deseo de pasar a la buena parte de mi
vida y luego me desperté aquí.
―¡Eso es entonces, ese es el portal! ―dice Felix, quitándose el colador
de la cabeza.
―Pero ya no está ―le digo.
―¿Desapareció?
―Lo busqué ayer. La tienda ya no existe, es una obra en construcción.
Felix cierra el libro de golpe justo cuando Amy se cae y se golpea la
cabeza contra la canasta de juguetes. Comienza a llorar, y me levanto de
un salto y trato de consolarla. Agita los brazos como un pulpo enojado,
su carita se pone roja de dolor y frustración.
―Oh, pobre Amy, ¿estás bien? ―le pregunto, tratando de distraerla
con un peluche, pero ella lo rechaza.
―Tal vez estabas buscando en el lugar equivocado ―sugiere Felix.
Amy sigue gritando y es un sonido tan intenso que no puedo pensar
en nada excepto en hacer que se detenga. Intento darle palmaditas en la
cabeza como si fuera a consolar a un perro, pero eso solo la irrita aún
más.
―A ella le gusta cuando la balanceas de un lado a otro y le soplas en
la nariz ―dice Felix, poniendo los ojos en blanco. Hago lo que sugiere y,
efectivamente, Amy inmediatamente se calma lo suficiente como para
dejarme abrazarla―. O que el hecho de que el quiosco ya no esté no
significa que la máquina ya no exista. Es posible que la hayan movido.
¿Cómo se veía? ―Felix salta de un lado a otro como si se preparara para
una carrera.
―Felix, mira. Ya no está y... ―Hago una pausa, preocupada por darle
demasiado crédito a esta teoría del portal cuando ni siquiera yo sé la
verdad―. El hecho de que la máquina de los deseos sea lo último que
recuerdo no significa necesariamente que sea un portal.
Felix parece desinflarse y su cuchara de madera cae al suelo.
―Pero necesito a mi mami de regreso. Necesito su ayuda con mi
proyecto escolar.
―¿Quizás yo pueda ayudarte con tu proyecto escolar? ¿Qué necesitas
que haga?
Pero antes de que pueda persuadirlo más, siento una cosa cálida
debajo de mi mano y un olor desagradable llena la habitación.
―¡Se hizo popó otra vez! ―digo con horror.
Amy gorgotea en respuesta y luego dice: “Poo poo” con esa linda voz
de bebé que hace que suene encantadora cuando no lo es.
―Ella hace eso a menudo ―me dice Felix, con una nota de
resignación en su voz.
De todas las cosas con las que no me siento preparada para lidiar en
este feliz nuevo mundo, limpiarle el trasero a otro ser humano está hasta
arriba.
Armada con una pinza para la ropa en la nariz, guantes para lavar las
manos y un delantal para proteger mi ropa, logro sacar a Amy de sus
leggins, desmantelar su pañal con olor desagradable y limpiar el
desorden con grandes cantidades de agua y toallitas húmedas. Basta
decir que es una de las cosas más asquerosas que he hecho en mi vida, y
una vez revisé una bolsa de basura de una semana en el trabajo
buscando un anillo que Melanie pensaba que había perdido. (Resultó
que estaba en el cajón de anillos de su casa). ¿Cómo se atreve la gente a
usar pañales, cinco o seis veces al día? ¿No se dan cuenta de lo
asqueroso que es, o simplemente se acostumbran a eso, del mismo modo
que los presos deben acostumbrarse a la comida de la prisión y a dormir
con un ojo abierto?
Después de empaquetar tres veces la ofensiva bomba fétida, llevo a
Amy de regreso a la cocina, donde inmediatamente comienza a llorar de
nuevo.
―Oh, ¿y ahora qué? ―le pregunto, exasperada. El viaje emocional de
una niña pequeña se parece al de esas bolas de una máquina de pinball:
¡arriba, abajo, bam, ping! Feliz, triste, bam, ping, ríe, llora, bam, ping! Es
agotador y realmente me vendría bien un poco de tiempo fuera, una
oportunidad para reagruparme sin que nadie llore o necesite que haga
cosas.
El timbre suena, con Amy en mis brazos me apresuro a abrir, pero
cuando abro la puerta, me asusto tanto que casi la dejo caer. Flotando a
la altura de mis ojos hay un robot volador. Escanea mi cara con un rayo
de luz, como algo sacado de Minority Report, y lo primero que pienso es
que lo han enviado aquí para matarme. Agachándome para cubrirme,
grito y luego paso un brazo protector sobre la cabeza de Amy, pero el
robot simplemente deja caer un pequeño paquete en la puerta y luego se
va volando. Me giro y veo a Felix parado detrás de mí en el pasillo.
―¿Por qué estas gritando?
―¡Había un robot volador!
―Un dron de reparto ―dice Felix, sacudiendo la cabeza. Pasa junto a
mí para recoger el paquete en la puerta y me lo entrega. Es una pequeña
caja de Amazon con “Jamón y toallitas para bebé” escrito en la etiqueta
del contenido.
―Oh ―digo, sintiéndome tonta―. Pensé que era un robot malo, no
un robot bueno.
―Eres tan rara ―dice Felix, caminando de regreso a la cocina.
Mientras estaba cambiando a Amy, Felix se sentó en la mesa de la
cocina con una bandeja llena de rollos de papel higiénico, papel de seda
y otros artículos de manualidades. Mientras desenvuelvo la caja de
entrega, él se levanta de su silla y le entrega a Amy una suave jirafa del
aparador.
―Neckie. Él es su favorito.
―Neckie ―repito―. Gracias, Felix. ―Amy comienza a masticarle la
oreja.
―A ella le encantan las jirafas ―dice encogiéndose de hombros. Este
detalle me parece importante de algún modo y lo guardo en mi lista de
lo que necesitan los niños: comida, aire fresco, pañales limpios, unas
jirafas de juguete especiales llamadas Neckie.
―Entonces, ¿qué estás haciendo? ¿este es el proyecto para la escuela?
―Un corazón humano ―dice, mordiéndose el labio mientras se
concentra y recorta un trozo de cartón.
―¿Un corazón humano, de papel higiénico? Wow.
―Puedes usar cualquier cosa ―dice encogiéndose de hombros―. A
mami normalmente se le dan muy bien las manualidades.
¿De verdad? No puedo evitar sentirme orgullosa. Entonces recuerdo
que él tiene siete años; su listón de lo que constituye la habilidad
artística probablemente sea bastante bajo. Sentando a Amy y su jirafa en
la silla alta, me siento al lado de Felix.
―Entonces, ¿cómo puedo ayudar? ¿Busco la imagen de un corazón en
mi teléfono? ¿Qué necesitas que haga?
Felix se queda en silencio por un momento, luego inclina la cabeza y
dice:
―Necesito que encuentres el portal. Necesito que mi mami regrese.
Cuando Sam llega a casa, prepara la cena para los niños y luego los
lleva arriba a la cama. Me ofrezco a ayudar, pero Sam insiste en que “me
lo tome con calma” y que “me relaje”. Es como si pensara que si me
esfuerzo, podría empezar a deshacerme de más recuerdos. Sin embargo,
hoy ha sido agotador, así que agradezco la oportunidad de retirarme al
sofá de la sala y finalmente sentarme.
No encuentro un control remoto para el enorme televisor montado en
la pared. No quiero molestar a Sam, así que me ocupo examinando los
estantes que se alinean en la pared de la sala. En el estante más bajo
encuentro un álbum de bodas, nuestro álbum de bodas. Es una sensación
curiosa ver fotos tuyas haciendo algo que no recuerdas, especialmente
cuando todos tus amigos y familiares también aparecen en las fotos. La
boda parece un día tan alegre y feliz. La gente está sonriendo en cada
foto, especialmente yo. Oh, tuvieron la ceremonia afuera, debajo de un árbol
lleno de luces de hadas, lindo. Nunca he creado un tablero para bodas, pero
si lo hubiera hecho, se vería así.
En una foto, Sam está sentado detrás de un piano en una terraza, con
un sombrero panamá de paja, yo estoy apoyada en el piano mirándolo
con adoración mientras él me mira con las manos en las teclas. Es una
imagen deslumbrante porque captura esta mirada entre nosotros, una
chispa que brota de la fotografía. Siempre tuve algo por los músicos,
aunque no he visto un piano en casa, me pregunto si todavía toca, y
entonces me doy cuenta de que, además del hecho de que es
devastadoramente guapo, que nos conocimos en un bar de karaoke y
que cocina unos huevos estupendos, no sé casi nada sobre este hombre
con el que aparentemente estoy casada.
Cuando Sam baja, me encuentra mirando un álbum de vacaciones, un
viaje a Portugal cuando Felix era un niño pequeño.
―Parece un gran viaje ―digo, casi con sentimiento de culpa, como si
me hubiera atrapado husmeando entre sus cosas.
―El álbum hace que parezca así, ¿no? ―dice, pasando una mano por
su cabello espeso y despeinado―. No pusiste ninguna foto de las dos
noches que pasamos en el hospital porque Felix se enfermó de vómito,
ni de tu espera en la aerolínea durante tres horas porque perdieron tu
maleta.
―Supongo que los álbumes de fotos nunca muestran la imagen
completa ―digo, cerrando el álbum, viendo a la pequeña familia
perfecta en la portada―. ¿Nuestro álbum de bodas también es un
resumen de lo más destacado seleccionado?
―Ese fue un gran día. No se requiere selección. ―El cariño brilla en
los ojos de Sam mientras lo dice―. Voy a prepararnos algo de comer.
¿Tienes hambre?
Asiento, luego lo sigo a la cocina y observo mientras arroja cosas en
una sartén, pronto prepara algo que huele delicioso con verduras
tailandesas, salmón con chile, arroz y salsa de soja. Entonces también
pueda cocinar.
―Qué día extraño, eh ―le digo mientras me entrega un cuenco y nos
sentamos a la mesa.
―Sí ―dice con una sonrisa irónica―. Aunque probablemente he
tenido más extraños.
―¿Más extraño que esto? ―le pregunto y él asiente.
―Cuando tenía catorce años, salí a caminar solo. Me caí y me fracturé
el tobillo en un pantano a kilómetros de cualquier lugar, no podía
caminar y pasaron ocho horas hasta que mi papá fue y me encontró.
―Ouch ―digo haciendo una mueca de simpatía.
―Eso estuvo bien. Fue cuando una gallina urogallo empezó a
hablarme que las cosas se pusieron raras. Su nombre era Sheila, me
habló extensamente de sus problemas familiares, de su papá
sobreprotector y del miedo a las armas. Siguió y siguió. ―Sam reprime
una sonrisa―. Debo haber estado alucinando por deshidratación o
exposición, pero desde entonces nunca he vuelto a ver a las gallinas de
la misma manera.
―No tengo idea si estás bromeando o no ―le digo, riendo.
―Siempre has dicho que puedes darte cuenta cuando estoy
mintiendo. Tengo una señal obvia que me convierte en un pésimo
jugador de póquer.
―¿No me vas a decir qué es? ―pregunto, sosteniendo su mirada.
Se inclina hacia mí y no estoy segura de lo que está a punto de hacer,
pero luego me golpea suavemente en la cabeza.
―Creo que está ahí, voy a esperar a que lo recuerdes.
La suave confianza de su voz es muy tranquilizadora.
―¿Qué pasa si no estoy arreglada cuando me despierte mañana?
―pregunto, con la voz de repente tranquila y seria. Sam toma mi mano,
pero no puedo leer su expresión―. Estaba pensando en llamar a mis
papás, pero... ―Me detengo, mordiéndome el labio―. Quería
comprobar que están... ―Ni siquiera puedo hacer la pregunta.
―Están bien ―dice, moviendo su mano para acariciar mi mejilla. Es
tan táctil conmigo, su tono tan familiar. Este tipo de intimidad tranquila
es algo de lo que no había tenido conocimiento antes. A pesar de mis
pensamientos anteriores sobre acostarme con Sam, ahora, incluso una
caricia intrascendente en la mejilla me pone nerviosa. Soy una impostora
que recibo caricias en las mejillas que no son para mí, caricias que no me
he ganado. Aunque ver todos esos álbumes no me ha ayudado, solo me
ha hecho sentir más alejada de esta vida que estoy ocupando.
»Tu papá tuvo algunos problemas cardíacos hace unos años ―me
dice―. Le colocaron un marcapasos. Tu mamá tiene cataratas. Aparte de
eso, ambos gozan de buena salud. ―Hace una pausa y luego añade en
voz baja―: Llámalos si quieres. Aunque tu mamá estará en el auto de
camino hacia aquí incluso antes de que hayas colgado la llamada.
―Tal vez mañana entonces ―digo, moviéndome hacia atrás en mi
silla―. Ayer, cuando hablé con mi antigua compañera de apartamento
Emily, me dijo que no éramos amigas, que no habíamos permanecido en
contacto.
―Nunca me la has mencionado. ―Sam frunce el ceño―. Aún no
puedo creer que hayas ido a Londres y hayas tratado de seguir adelante
con normalidad, Luce. ¿Qué les dijiste a tus colegas?
El recuerdo de emborracharme y embestir al mensajero de veinte años
pasa por mi mente, haciéndome estremecer físicamente.
―¿De quién soy amiga ahora? Dime que todavía soy cercana a mi
grupo escolar: ¿Faye, Zoya, y Roisin? ―Los ojos de Sam bajan a su
regazo―. ¿Qué?
―Veamos cómo estás mañana ―dijo el doctor...
―El doctor no sabe qué me pasa ―digo, con la voz entrecortada por
la emoción―. Hoy me hice todas esas pruebas porque, bueno, es la
única explicación lógica, ¿no? Pero nada de esto parece lógico. Por favor,
solo dime que me quedan algunas amigas.
―Tienes muchas amigas. Faye vive a veinte minutos de distancia; la
ves todo el tiempo. Podríamos invitarla mañana si quieres.
Esto es un alivio.
―¿Qué pasa con Zoya y Roisin? No pude comunicarme con nadie.
Sam apoya ambas manos contra el borde de la mesa antes de decir:
―¿Qué tal si nos sentamos por la mañana y te pondré al día con
todos? Descubriremos cómo decirle a la gente lo que está pasando. ―Su
rostro se oscurece, toda la ligereza ha desaparecido―. Hoy ha habido
mucho que asimilar, no creo que debas probar con nadie esta noche.
No estoy segura de si significa mucho para mí o para él, pero asiento.
Supongo que no puedo esperar cumplir dieciséis años en un solo día.
―¿Me contarás más sobre ti? ―le pregunto.
―¿Sobre mí? ―Sam parece tímido de repente.
―Sí, no sé nada sobre ti. ¿En qué trabajas? ¿De dónde eres? ¿Tienes
hermanos? ¿Alguna afición o predilección extraña que deba conocer,
aparte de una extraña relación con las gallinas urogallo? ―Él sonríe―.
Vi en el álbum de bodas que tocas el piano.
Sacude la cabeza e infla las mejillas, tal vez todavía incapaz de
calcular que yo realmente no sé nada de esto, luego respira larga y
lentamente, como si se estuviera preparando para responder.
―Bueno, soy originario de Escocia, de un pequeño pueblo llamado
Balquhidder. Tengo dos hermanas, Leda y Maeve. Leda todavía está en
Escocia, Maeve se mudó a Estados Unidos, no las vemos tan a menudo
como nos gustaría. Trabajo como compositor, así que sí, toco el piano
todos los días. Antes tenía aficiones, pero ahora paso los fines de semana
corriendo detrás de los niños y recogiendo a mi esposa borracha en las
estaciones de tren. ―Esta última parte me hace extender la mano y
golpear suavemente su brazo con mi puño.
―¿Un compositor? Eso suena impresionante. ¿Qué compones?
¿Dónde está tu piano?
―Esto es una locura ―dice en voz baja, luego se gira hacia mí y
dice―: Solía escribir canciones, ahora hago principalmente partituras
para cine y televisión, y tengo un estudio al final del jardín, tú y yo lo
construimos juntos cuando compramos esta casa.
―No sé qué me sorprende más ―digo―, que haya ayudado a
construir un estudio o que esté casada con una estrella del pop.
―Definitivamente no soy una estrella del pop ―dice con firmeza―.
Escribí canciones para otras personas, nunca las canté yo mismo.
―¿Nunca quisiste hacerlo?
―No, no disfruto cantar. Tú crees que es porque soy tímido, pero no
es así. Me encanta escribir música, eso no significa que tenga ninguna
obligación de subirme al escenario.
―Hay una foto tuya tocando en nuestra boda.
―Eso fue diferente. Eso fue para ti, para tus familiares y amigos más
cercanos. ―Baja su mirada hacia la mesa―. Además, me temblaba tanto
la pierna que apenas podía pisar los pedales.
―Parecemos muy enamorados en esa foto ―le digo, sintiendo mis
mejillas calentarse mientras lo digo.
―Lo estábamos. Lo estamos. ―Sus ojos se encuentran con los míos,
haciendo que el calor se extienda por todo mi cuerpo.
―¿Has escrito algo de lo que hubiera oído hablar? ―le pregunto
enérgicamente, desconcertada por esta nueva energía entre nosotros. Él
se detiene―. ¿Qué? ¿Por qué sonríes?
―Escribí la canción que cantaste en el bar de karaoke hace once años,
la noche que nos conocimos.
―Entonces, ¿fue “amor a primera vista” porque estaba cantando tu
canción?
―No fue por eso ―dice, reprimiendo una sonrisa.
―Apuesto a que lo usas como línea todo el tiempo “Oye, ¿escuchas
esa canción en la radio? Yo la escribí”. ―¿Estoy coqueteando con él? Se
siente como si estuviera coqueteando con él. Cruza los brazos frente a su
pecho y es entrañable esa timidez. Se aclara la garganta.
―Ese no es mi estilo, no.
―Eso es lo que yo haría si escribiera una canción famosa ―le digo.
―Lo sé. ―Sus ojos bailan de diversión―. Te acercas a la gente en los
bares todo el tiempo y les gritas: “¡Mi esposo escribió esta canción!”. Es
vergonzoso.
Compartimos una mirada y luego me río, porque eso suena como algo
que yo haría.
―Quiero escuchar esa canción, la razón por la que nos conocimos.
¿Quieres cantarla para mí?
Saca su teléfono y busca algo.
―Será mejor que la escuches cantada por un profesional. ―Después
de unos cuantos toques, la música sale de unos parlantes invisibles que
deben estar empotrados en las paredes. Estoy a punto de objetar, de
insistir en que quiero oírlo cantarla, pero el ritmo me cautiva y hago una
pausa para escuchar. Una voz masculina profunda y conmovedora está
acompañada por un ritmo electrónico y el vibrante sonido de las cuerdas
clásicas: es una combinación única.
―¿Cuándo escribiste eso?
―Hace años. No he escrito nada tan bueno desde entonces.
El coro entra en acción:

Como una huella en una cama dormida,


Como palabras que se sienten, pero nunca se dicen,
De alguna manera siempre sentí, siempre supe,
Que tenía la promesa de ti.

Se me eriza la piel cuando las palabras se meten directamente debajo


de mi piel, luego, el ritmo vuelve y los violines se elevan, dándole una
calidad etérea, casi religiosa, a la canción.
―Me encanta ―digo, y cuando mis ojos se encuentran con los suyos
se me pone la piel de gallina nuevamente. Hay algo en su mirada que no
puedo traducir; tristeza porque no lo recuerdo, orgullo porque me gusta
su canción, algo más intangible que me hace hormiguear de deseo.
―¿Fue un gran éxito? ¿Te hizo rico?
―Fue un éxito para el cantante, Lex. ―Sam niega con la cabeza―. Yo
era joven e ingenuo, firmé un contrato que no debería haber firmado, así
que lamentablemente no, no soy rico.
―¿Escribiste más canciones cuando eras mayor y más sabio?
Detiene la música con un toque en su reloj.
―Ya no escribo ese tipo de música. ―Se levanta y se acerca para
tomar mi cuenco vacío. Estaba disfrutando nuestra conversación, pero
siento que dije algo mal, porque entonces dice―: Ha sido un día largo.
¿Nos vamos a la cama?
¿Irnos a la cama? ¿Se refiere a juntos? Hablar con Sam esta noche me ha
parecido una primera cita perfecta, y no he tenido una así desde hace
mucho tiempo. Me gusta Sam, sé que me atrae, pero ahora la idea de
acostarme con él, incluso a su lado, se siente más complicada de lo que
estoy preparada.
―Mmm, ¿tienes una habitación libre? ―pregunto vacilantemente.
―Claro ―dice. Su voz es amable, pero veo la herida del rechazo en
sus ojos―. Puedo dormir en la habitación de invitados.
―Te lo agradezco. Solo necesito orientarme y dormir bien por la
noche. Todo esto es... diferente.
―Por supuesto, los doctores dijeron que hay que descansar y evitar el
estrés. ―Me lanza una sonrisa, pero ahora hay una incomodidad entre
nosotros, la energía juguetona y coqueta se ha ido. Hasta ahora me
trataba como a su esposa, una esposa que ha perdido la memoria.
Ahora, es como si finalmente hubiera comprendido la posibilidad de
que yo no sea ella.
Subimos las escaleras y Sam me sigue a nuestra habitación compartida
para recoger su cepillo de dientes y su libro, luego me da un beso tímido
en la mejilla. Mientras se inclina, inhalo su cálido olor a roble y mis
manos se levantan casi por reflejo, como si estuvieran acostumbradas a
envolverse alrededor de su espalda, pero las detengo justo a tiempo,
apretando mis manos detrás de mí.
―Bueno, buenas noches, Sam ―digo, con la voz entrecortada en la
garganta.
―Buenas noches ―dice, saliendo al pasillo y cerrando la puerta
suavemente detrás de él.
Finalmente, estoy sola. Me dejo caer en la cama, veo el techo limpio,
blanco y seco y recuerdo lo que dijo la anciana del quiosco: “Ten
cuidado con lo que deseas”. Nada en esta vida se siente como mío: la
ropa bonita, la casa limpia, el esposo atractivo y los dulces hijos, todos
pertenecen a otra persona. Sé, metafóricamente, que caminar en los
zapatos de otra persona debe ser algo bueno, pero en realidad se siente
un poco repugnante, como masticar chicle de otra persona. ¿No es esto
lo que pedí? Pero no puedo evitar la sensación de que de alguna manera
me han engañado, de que esto es justicia poética para todas mis quejas.
A pesar de las muchas comodidades de esta vida, en este momento lo
único que quiero es despertar de nuevo en mi antigua cama, con mis
viejos y manejables problemas. Acostada sola en la oscuridad, me
encuentro susurrando una oración a quien quiera que esté escuchando.
―Lo entiendo, he aprendido la lección. Si pudiera volver ahora, por
favor, sería fantástico.
Quien esté ahí arriba no escucha, porque me despierto con el sonido
de Amy llorando. Saliendo de la cama a trompicones, voy a su
habitación para consolarla. Ella necesita a su mamá y, por ahora,
supongo que tendré que ser yo. Por más que no tenga ni idea de niños,
necesito aprender a hacer esto porque la expresión del rostro de Felix
ayer cuando dijo que quería recuperar a su mami rompió algo dentro de
mí. Al abrir la puerta de la habitación de Amy, encuentro a Sam ya ahí.
No lleva nada más que boxers, abraza a Amy sobre un hombro y le
canta en voz baja.
―Oh, hola, yo...
―Lo tengo, vuelve a la cama ―susurra.
Me giro para irme y me detengo en la puerta para observarlos por un
momento. Sam le está susurrando una canción, su tono escocés se hace
más pronunciado cuando canta. Sus brazos fuertes y bronceados rodean
con tanta suavidad su pequeño cuerpo, el rítmico descenso de su pecho
mientras la mueve hacia arriba y hacia abajo. Él instintivamente sabe
cómo calmarla de una manera que yo no sabría.
―Vuelve a la cama, está bien, ella casi está dormida ―dice de nuevo.
Acostada en la cama, escuchando el sonido de Sam en la habitación de
al lado, me siento perturbada porque encontré toda esa escena un poco
excitante. “Hombre sosteniendo a un bebé” no es algo que hubiera
puesto en mi lista de cosas que me excitan. Hombre en uniforme, claro.
Un hombre salta de su auto para detener el tráfico y que una anciana
pueda cruzar la calle. Definitivamente. Un hombre huyendo de un
refugio en llamas con un perro debajo de cada brazo, sí, sí, cien veces sí,
pero un hombre sosteniendo a un bebé. No nunca. Esto no ha aparecido
ni una sola vez en mi biblioteca de imágenes interna de “cosas que
encuentro sexys”.
Tratando de distraerme de estos pensamientos confusos, me dirijo a
mi mesita de noche. Dos anillos se encuentran en un plato plateado con
forma de hoja. Ambos son de oro, uno con una banda de pequeños
diamantes alrededor y el otro un simple solitario de diamantes. Al
recogerlos, admiro el buen gusto que tienen. Me los deslizo en el dedo
anular y encajan, pero entonces surge una vieja superstición: nunca
debes usar el anillo de bodas de otra persona. Además, me parece mal
que no me los hayan dado. Rápidamente me los quito y los destierro al
cajón de la mesita de noche, tomando mi teléfono en su lugar.
Hay un nuevo mensaje de Michael Green.

Espero que la unión de equipo haya ido bien, lamento haberme escapado antes
de tiempo. Programé una reunión en tu agenda para el lunes para discutir el
correo electrónico de Gary/Kydz Network. Sé que estás segura de que estamos
haciendo lo correcto, pero si te soy sincero, me he sentido un poco mal toda la
semana. M.

Sea lo que sea que trate este correo electrónico de Gary, parece
importante. Voy a tener que sincerarme con mis colegas, pero la idea de
decírselo me desinfla. Me encantó estar en el trabajo el viernes y ver lo
que la Futura Yo había construido. A diferencia del papel de esposa y
mamá, ser productora de televisión no me resulta tan difícil de imaginar.
Quiero ser Reina de Badger, productora extraordinaria. Tan pronto como
mis colegas sepan la verdad, sabrán que no pertenezco.
Desanimada, reviso varios chats de WhatsApp hasta que encuentro
uno que reconozco: Fairview Forever. Después de ver la transformación
de Emily, me pone nerviosa descubrir cuánto podrían haber cambiado
mis amigas de la escuela. Con cautela, reviso los mensajes recientes.
Faye envió algo hace unos días recomendando un traje de baño de
manga larga para nadar salvajemente. Antes de eso, hubo una
conversación en la que estuve involucrada, sobre si era aceptable que
Roisin fuera invitada a la boda de su ex, Paul. ¿Paul y Roisin terminaron?
Aunque actualmente son las cinco de la mañana, envío un mensaje en el
grupo. Sé que Sam dijo que esperara, que me pondría al día con todos
por la mañana, pero el atractivo de estar menos sola es demasiado
fuerte.

Lucy: ¿Alguien está despierta? Pasando un par de días extraños. Me vendría


bien verlas a todas.

Faye: Por supuesto. Barney NO DUERME.

¿Quién es Barney? ¿Su niño? La idea de que Faye haga todas estas
cosas de cambiar pañales, limpiar plátanos y ser mamá me hace sonreír.
Con su vibra relajada de madre tierra, sería genial en eso.
Roisin está escribiendo.

Roisin: Estoy despierta. En los Ángeles. Viaje de trabajo.


Ebria. Gawwllaladshifuhf.

El mensaje es tan tranquilizadoramente Roisin que se siente como un


abrazo a través del teléfono de mi antigua vida.

Faye: ¿Por qué unos días extraños? ¿Cómo estuvo tu


presentación para el programa de osos? Barney rompió la
pantalla de mi teléfono otra vez, así que me estoy poniendo al
día con los mensajes.

No planeo contarles lo que pasó por mensaje de texto a las cinco de la


mañana, simplemente es agradable sentir sus voces a través del teléfono.
Lucy: La presentación salió bien gracias. Nada importante,
solo necesito verlas a todas. ¿Hay alguna posibilidad de que
puedan venir a mi casa una noche de esta semana?

Roisin: Suena críptico. La última vez que llamé a una


reunión de grupo misteriosa fue para decirles que me iba a
divorciar. Dime que no es eso, Luce.

Lucy: ¡No! Nada como eso. Solo necesito verlas.

Roisin: me temo que estoy en Los Ángeles hasta el próximo


fin de semana. Conferencia jurídica, bla, bla.

Faye: No, bla, bla, ¡eres la oradora principal! Extraño el


trabajo, extraño los viajes, extraño usar pantalones sin elásticos.

Tantas preguntas, ninguna de las cuales puedo hacer.

Faye: yo puedo ir cuando quieras, si no te importa que lleve


al retoño. Alex está fuera en un fin de semana de rápel. Lo sé.
¿Con quién diablos me casé?

Con quién diablos se casó? Alex. Quiero saber todo sobre Alex. Un
nuevo dolor de pérdida me golpea cuando me doy cuenta de que no es
solo mi propia vida lo que me he perdido, sino también la vida de todas
mis amigas. Roisin se casó, se divorció y ahora es la oradora principal en
Los Ángeles; Faye está casada y tiene un hijo. ¿Quién sabe qué está
haciendo Zoya? No hay nada que me sorprendería escuchar. Podría ser
la directora ejecutiva de una gran corporación o una pintora descalza
que vive en el Himalaya.
Lucy: ¿Cuáles son las posibilidades de que Zoya pueda
venir?

No sé dónde vive nadie, si es demasiado esperar que vengan a Surrey


a pasar el día o si sería más fácil encontrarnos en Londres. Cuando nadie
responde, me pregunto si habrán ido a atender a los niños o, en el caso
de Roisin, al bar, pero entonces mi teléfono parpadea: es Faye llamando.
Respondo con un susurro:
―Hola.
―Eso no es gracioso ―Faye me contesta bruscamente por teléfono―.
¿Por qué dijiste eso?
―¿Decir qué?
―Lo de Zoya. ―Se le quiebra la voz y me doy cuenta de que debo
haber dado un gran paso en falso.
―Faye, no quería decírtelo por mensaje de texto, pero… ―opto por la
explicación racional―, tengo algunos problemas de memoria. Sé que
esto sonará dramático, pero ayer me desperté y no recuerdo nada de los
últimos dieciséis años. ―Hay silencio. Faye no responde―. Estoy bien,
no tengo ningún tumor cerebral ni nada… lo comprobaron los doctores.
Hay una gran cantidad de tiempo del que no sé nada, pero me han dicho
que probablemente sea temporal.
―¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué? ―Faye dice, con la voz ahora
llena de preocupación―. ¿Por qué no me llamaste?
―Lo intenté. Pasé la mayor parte de ayer haciéndome pruebas.
―Hago una pausa. Hay algo que no encaja bien en esta conversación.
Quiero saber por qué Faye tuvo esa reacción cuando mencioné a Zoya.
Sacando el teléfono de mi oreja, vuelvo al grupo de WhatsApp y me
desplazo a la lista de miembros. Solo somos tres: Roisin, Faye y yo. ¿Qué
pudo haber hecho Zoya para ser excomulgada de Fairview Forever?
»¿Por qué Zoya ya no está en nuestro grupo? ―le pregunto, con la voz
temblorosa.
―Porque Zoya está muerta, Lucy. ―Faye respira profundamente, con
un tono emotivo―. Y ahora estoy realmente preocupada por ti. ¿Estás
hablando en serio con esto?
―¿Zoya está muerta? ―le pregunto, tapándome la boca con una
mano para evitar que se escape un fuerte sollozo.
―Estás hablando en serio. Okey, iré ahora mismo.
Me tiemblan las manos cuando cuelgo la llamada. Zoya está muerta.
¿Zoya está muerta? Me pasó por la cabeza que podría descubrir que uno
de mis papás había muerto en los últimos dieciséis años, pero no mi
mejor amiga. No puede ser verdad, debe haber algún error.

Sam me encuentra llorando en la cocina.


―¿Qué pasa? ―me pregunta, sentándose a mi lado.
―Zoya.
―¿Lo recordaste? ―pregunta, su voz cargada de simpatía y
esperanza.
―No. Hablé con Faye, ella viene en camino.
―Lo siento mucho, Lucy. Estaba pensando en la mejor manera de
contarte estas cosas. Ya hay mucho que entender, sin...
―¿Cómo murió? ―le pregunto.
Sam toma mis manos entre las suyas.
―Un aneurisma cerebral, hace ocho años. Sucedió de la nada. ―Él
extiende una mano para frotar mi espalda con un movimiento circular,
como si estuviera calmando a un niño. Mi cuerpo se desploma en la silla
de la cocina y aparto las manos para secarme los ojos.
―¿La conociste? ―pregunto.
―Sí, llegué a ver por qué todos la amaban.
Pienso en lo último que le dije, lo último que recuerdo haberle dicho,
nuestra estúpida discusión sobre ser agente inmobiliario. No puede ser así
como termina. Siento un dolor opresivo en el pecho, como si mi corazón
se estuviera doblando sobre sí mismo. No puedo creerlo. No lo creeré.
Me muerdo con fuerza el labio inferior.
―¿Dónde... ¿cómo... ―Busco algo que preguntar―. ¿Qué terminó
haciendo con su vida? ―le pregunto.
―Dirigía una empresa de viajes y llevaba a artistas al extranjero a
pintar. El paisaje encima de la chimenea es uno de los suyos.
Empujando mi silla hacia atrás, me apresuro a ir a la sala de estar,
como si pudiera encontrarla ahí.
―Es la Montaña Arcoíris en Perú ―dice, siguiéndome. Viéndolo
ahora, veo una pequeña firma familiar en la esquina. ZKhan―. Su
primera expedición grupal fuera de Europa. Siempre fuiste su clienta
más devota.
Odio que él sepa todo esto y yo no.
Alguien llama a la puerta y me preparo para abrir. ¿Qué pasa si Faye
ha cambiado? ¿Qué pasa si ya no me siento cercana a ella? ¿Qué pasa si
todo lo que amaba se ha ido?
Pero tan pronto como abro la puerta, ahí está Faye, sosteniendo un
asiento de seguridad con un bebé durmiendo adentro. Lo deja y luego
me envuelve en un enorme abrazo y después de apretarle la espalda, me
alejo para poder verla adecuadamente. Hay una oleada de alivio cuando
veo que ella sigue igual. Su rostro está un poco más vivido, hay un toque
de gris en su sien, pero intrínsecamente sigue siendo Faye. La misma
postura de bailarina, la misma luz en sus ojos. En todo caso, la luz
parece solo más brillante.
―Entonces, ¿a qué se debe todo esto? ―pregunta, levantando el
asiento del auto y pasando a mi lado, hacia la cocina―. ¿Realmente no
recuerdas nada?
Sacudo la cabeza.
―Estaba tratando de llamarte ―le dice Sam a Faye, cruzando la
habitación para darle un beso en la mejilla.
―Lo siento, Barney atacó de nuevo mi teléfono ―dice Faye, y luego se
gira hacia mí. Estoy mirando a su bebé ahora. No puedo creer que Faye
tenga un bebé―. No te preocupes, él duerme durante cualquier cosa
cuando está en su asiento de seguridad.
Volviendo a mirar a Faye, dejo escapar:
―Háblame de Zoya, ¿qué pasó?
―Iré a ver cómo están los niños ―dice Sam. Faye le da una palmada
en la espalda y luego le frota el hombro con la mano. Hay un fácil afecto
entre ellos, como si se conocieran desde hace años.
Una vez que Sam se va, Faye pregunta:
―¿Qué quieres saber?
―¿Había algo que alguien pudiera haber hecho?
Ella niega con la cabeza.
―No. Dijeron que fue una hemorragia masiva, incluso si hubiera
llegado antes al hospital... ―Faye se calla―. Estábamos en Francia.
Todas fuimos a Cannes para celebrar su compromiso. Tú, Roisin y yo
volamos a casa después del fin de semana, ella se quedó ahí con Tarek,
su prometido. Dos días después nos llamó para contarnos lo sucedido,
apenas podía pronunciar las palabras.
Los ojos de Faye están llenos de lágrimas ahora y me siento mal por
hacerla revivir esto.
―Dijeron que sucedió tan rápido que ella no supo nada al respecto.
―Aprieta mi mano y luego toma su bolso―. Traje un poco de té de
ginseng y manzanilla, ¿debería prepararnos una tetera? ―Asiento,
segura de que Faye todavía cree que el té adecuado puede solucionar
cualquier cosa.
―No sé si realmente tengo pérdida de memoria ―confieso en voz
baja, presionando las palmas de las manos contra la mesa de la cocina―.
Se siente como si hubiera viajado en el tiempo hasta aquí. Sé que suena
loco, pero pedí un deseo para pasar a la buena parte de mi vida y luego
desperté aquí.
Faye me mira y le toma un minuto identificar la mirada en sus ojos:
lástima.
―Eso podría ser algo que recuerdes, Luce. No significa que sea causa
y efecto. ―Hace una pausa, con la cabeza inclinada―. ¿El quiosco está
en Southwark? ―pregunta, y yo asiento―. Recuerdo que nos contaste
sobre esa noche. Cuando vivías en Kennington Lane, la cita que se
desnudó, tus zapatos se disolvieron bajo la lluvia, la vieja escocesa loca
que te ofreció acceso gratuito a su máquina de los deseos. Estuviste con
esa historia durante meses. Fue una travesura clásica de Lucy.
Una sensación fría y entumecedora recorre mi cuello, a lo largo de
cada extremidad, hasta mis dedos y aprieto mis manos en puños. Ella
recuerda que le conté sobre el jueves por la noche. Siento náuseas. La lógica
de mi narrativa comienza a desmoronarse, porque sin Zoya, ¿cómo
podría ser esta la buena parte de mi vida? Y si estos años pasaron y los
olvidé, entonces no volveré. Enamorarme, casarme, tener hijos, nunca
experimentaré nada de eso. Lo peor de todo es que Zoya realmente
estará muerta, nunca la volveré a ver. No podré decirle adiós. No podré
decirle: Lo siento.
Google me describe las cinco etapas del duelo. Uno: negación. Hecho.
Claramente esto no está sucediendo. Dos: ira. ¿He sentido ira? No creo
que la haya sentido. ARRRGGGHH. Debí haberme saltado esa etapa.
Quizás estoy demasiado confundida para estar enojada y eso vendrá
más tarde. Tres: negociación. Hecho. Anoche me acosté en la cama
jurándole a cualquier deidad que quisiera escucharme que nunca más
me quejaría de mi apartamento húmedo de mierda o del señor Finkley o
de no tener dinero, nunca más, si tan solo pudiera volver a mi vida real,
regresar a una Zoya viva. El cuarto es depresión. Supongo que ahí es
donde estoy ahora porque he estado en cama durante tres días,
escondiéndome de este nuevo y aterrador mundo sin Zoya. Cinco,
aceptación, esa se siente muy lejana.
Confinándome en la cama, los días y las noches comienzan a fundirse
en un largo y continuo paisaje del tiempo. Duermo mucho. Sam y los
doctores creen que necesito “tiempo para recuperarme” como si me
estuviera recuperando de una conmoción cerebral y mi cerebro
simplemente necesitara un tiempo de tranquilidad en una habitación
oscura para sanar, pero es mi corazón, no mi cerebro, el que está roto.

Me despierto de episodios de sueño intermitente, mi pecho se contrae


con pánico y mis sábanas están empapadas de sudor. Necesito llamar a
Zoya. Necesito encontrarla. ¿Dónde está?
Mi teléfono es el único lugar donde puedo mirar. Al retroceder a
través de los años, encuentro el primer vídeo que tengo de ella: es de
nosotras cuatro, a los dieciséis años, preparándonos para la reunión
social de fin de año en mi casa.
Yo estoy grabando. Zoya está maquillando a Faye en la cama y Roisin
está sujetando su minivestido frente al espejo para hacerlo aún más
corto. Roisin tiene plumas en el cabello, lo que me hace sonreír, porque
había olvidado que las plumas alguna vez existieron.
―Chicas, estoy grabando. Tenemos que tener este momento ―dice mi
voz de dieciséis años detrás de la cámara.
―¿Qué tiene de importante este momento? ―pregunta Faye. Parece
muy joven, con su cara redonda y sus frenillos. Lleva un flequillo lateral,
con el que siempre estaba jugando, desesperada por crecer.
―Nosotras, terminando nuestro año en GCSE ―digo detrás de la
cámara, acercándome a Zoya, quien saluda.
―Nuestra graduación hacia la feminidad ―dice Roisin con voz
burlonamente dramática―. Nuestra última noche de pureza antes de los
sacrificios vírgenes. ―Cuando la cámara se mueve hacia Roisin, veo que
parece mucho más madura que el resto de nosotras. Su cuerpo se
desarrolló primero y era más alta que las demás. No es de extrañar que a
los quince años la atendieran en un bar. De todas, es Zoya quien parece
la que menos ha cambiado. El mismo cabello largo, el mismo cuerpo
pequeño. Su piel tiene algunos granos, sus mejillas son un poco más
redondas, pero por lo demás, luce tal como la recuerdo.
―¿Quién hará un sacrificio virgen? ―pregunta Faye, frunciendo el
ceño, siempre propensa a tomar a Roisin demasiado en serio.
―Con suerte, Will Havers sacrificará la mía ―dice Roisin, corriendo
hacia la cámara e intentando lamer la pantalla.
―¡Qué asco, basta, este es el teléfono de mi papá! ―Yo chillo.
―Entonces deja de filmar ―dice Roisin, sosteniendo su mano contra
la lente―. Pervertida.
―Oh, déjala ―dice Zoya―. Tiene que practicar para su gran carrera
en el mundo del espectáculo. Puedes entrevistarme.
Roisin se hace a un lado y la cámara se dirige a Zoya. Deja de
maquillar a Faye y se sienta en la cama.
―Está bien, preguntas del anuario ―digo, en el tono de un
entrevistador serio, y la cámara se tambalea mientras consulto el anuario
con la otra mano―. Cuando seamos viejas, como de treinta, veremos
esto y veremos qué hicimos bien. Primera pregunta ―continúa mi
voz―. ¿Quién de nosotras tiene más probabilidades de ser rica?
Zoya piensa por un momento.
―Fay. Ella será una de esas brujas buenas que hacen sus propias
pociones. Estallarán en Internet y se convertirán en productos de culto.
―Una vez hice mi propio perfume ―dice Faye, inclinándose sobre la
cama y rodeando a Zoya con sus largos brazos en un torpe abrazo. En
aquel entonces siempre estábamos abrazándonos, subiéndonos la una en
la otra, sentándonos en el regazo de las demás. No teníamos ninguna
noción del espacio personal.
―Una bruja buena, dije, bruja buena ―dice Zoya, besando su mejilla.
―¿La primera en casarse? ―pregunto, la cámara se tambalea mientras
consulto el anuario nuevamente.
―Zoya ―dicen Roisin y Faye al mismo tiempo, y luego ambas
gritan―: Jinx.
―De ninguna manera ―dice Zoya―. Supongo que tú, Luce, eres la
más romántica.
―Tal vez tenga que besar a alguien primero, pero está bien. Oh, ¿la
más probable a que se divorcie?
―¡Roisin! ―Zoya dice con una sonrisa, y la cámara se mueve hacia
Roisin, quien le muestra el dedo medio a Zoya―. ¿Qué? Serás como
Elizabeth Taylor.
―¿La más probable es que sea monja? ―Viene mi voz de nuevo.
―¡Faye! ―grita Roisin.
―Entonces, ¿soy una monja y una bruja? No me gusta este juego
―dice Faye.
―¿La más probable a que llegue a ser primera ministra? ―pregunto.
―Zoya ―decimos Roisin y yo al mismo tiempo. Esta pregunta me
golpea fuerte porque ella podría haberlo sido, podría haber sido
cualquier cosa que se hubiera propuesto.
―¿La más probable a que tenga hijos primero? ―pregunto, y el
anuario vuelve a aparecer en el marco.
―Tú ―dice Zoya, con los ojos fijos en la persona detrás de la cámara
y se siente como si estuviera hablando conmigo, aquí y ahora―. Te
casarás con un buen hombre y tendrás dos o cuatro hijos, luego dividirás
tu tiempo entre una tranquila cabaña en Devon y tu glamuroso
apartamento en Hollywood.
―¿Ustedes dónde están en todo eso? ―pregunto―. No quiero vivir
en Hollywood si ninguna de ustedes está ahí conmigo.
―No te preocupes, todas nos iremos y haremos lo nuestro por un
rato. Yo seré una artista y viajaré por el mundo en una camioneta
destartalada, luego, cuando seamos viejas, dejaremos a nuestros
hombres y las cuatro viviremos en una comuna ―dice Zoya, mientras su
sonrisa ilumina la pantalla. Entonces la voz de mi papá grita desde
algún lugar lejano―: Lucy, niñas, ¿están listas para irnos? ―y la vista de
la cámara cae hasta mis zapatos.
―¡Ya vamos! ―grito. Ese es el final del vídeo.
La retrospectiva puede ser muy cruel. Al ver el dormitorio de mi
infancia, pienso en todas las horas de mi vida que pasé con Zoya: en la
escuela, en casa de sus papás, en la mía, en las salidas nocturnas, en
Kennington Lane. ¿Cómo puede terminar toda esa vida compartida? ¿A
dónde se han ido todos sus recuerdos?
Mientras veo más videos de tiempos que puedo recordar, el rostro de
Sam, surcado por la preocupación, aparece detrás de la puerta del
dormitorio.
―¿Puedo traerte algo? ¿Café, compañía?
Sacudo la cabeza y me giro en la cama para mirar a la pared. No
puedo soportar hablar.
Le envío un mensaje de texto a Michael: Estoy enferma otra vez. No
puedo ir a trabajar.
Me duermo. Sam me trae comida como si fuera una inválida. Abajo,
oigo que la vida sigue sin mí.

Decido llamar a mis papás. No contestan el teléfono de casa, así que


llamo al celular de mi mamá. Mientras espero que ella responda, se me
ocurre un pensamiento: podría pedirles que vengan a buscarme, que me
lleven a casa, a la habitación de mi infancia. Mamá podría cuidarme y
prepararme sémola de chocolate, como hacía cuando yo estaba enferma
cuando era niña. Papá podría encender el fuego en la sala de estar
mientras me informaba sobre los altibajos diarios de su huerto. La idea
me provoca tal oleada de anhelo nostálgico que aprieto la mandíbula
para evitar gritar.
―Hola, Lucy ―la voz de mi mamá suena distante―. ¿Sabes que
estamos en Escocia? Estamos fuera de casa, por si suena ventoso. ¿Suena
ventoso?
―¿Escocia? ―pregunto, las ganas de sollozar desaparecen.
―Ganamos ese bono, ¿recuerdas? Nos quedaremos en el Balmoral. Es
terriblemente inteligente. Los escoceses saben cómo hacer un hotel.
Escucho la voz de papá de fondo:
―Nos tratan como a la realeza. Dile que le llevaremos un poco de esa
pastilla con sabor a ron y pasas que le gusta.
―A ella no le gusta la pastilla de ron con pasas, Bert, es a ti a quien le
gusta ―dice mamá―. En serio. Ah, ya viene el autobús. No, ese, Bert, el
de cincuenta y siete. ¡Sí! ¡Sí, márcalo! Lo siento, Lucy, estamos sobre la
marcha. ¿Está todo bien? Nos veremos pronto, ¿no?
―Sí, estoy bien. No pierdas tu autobús. Te llamaré más tarde.
Escuchar sus voces fue suficiente.
Faye nos visita con frecuencia. Trae infusiones de hierbas caseras y
mis galletas Rich Tea favoritas. Principalmente nos sentamos en mi cama
y vemos juntas a Poirot.
―Debes haber visto todo esto tantas veces que no puedes quedar
ningún misterio ―dice Faye. Le recuerdo que para mí ese es el punto.

Sam me da espacio, duerme en la habitación de invitados, viene de


vez en cuando a buscar ropa, deja entrar la luz del día y pregunta si
quiero sábanas limpias. Esta podría ser una forma adulta y discreta de
decirme que apesto y que debería levantarme y darme una ducha, pero
lo ignoro.
Roisin me llama por video desde Los Ángeles. Faye debe haberle
contado lo que pasó.
―¿Estás fingiendo esto para salir de algo? ―pregunta, con un tono
burlón familiar en su voz―. Recuerdo que siempre fingías cólicos
menstruales para no nadar en la escuela.
―Sí, estoy fingiendo amnesia para no ir al trabajo ―le digo
inexpresivamente―. Y para no cuidar de niños. ―Ella se ríe y quiero
bajar el teléfono y abrazarla. Su risa es la misma.
―Iré a verte tan pronto como regrese ―dice, con la voz ahora más
suave―. Siento que esto te esté pasando, bebé. ―Ojalá se hubiera
limitado a bromear porque cuando Roisin empieza a tomar algo en serio,
sabes que realmente debe ser serio.

Durante el día, cuando todos están fuera y tengo la casa para mí sola,
paso horas inspeccionando mi rostro en el espejo, buscando señales de
que esto podría ser temporal, de que mi verdadero yo todavía podría
estar ahí en alguna parte. Estas horas frente al espejo no ayudan a mi
estado de ánimo, especialmente cuando encuentro varios pelos en la
barbilla. ¡Pelos en la barbilla! No estamos hablando de una pelusa suave
en las mejillas, estamos hablando de un pelo áspero de un centímetro de
largo, como si fuera una vieja bruja arrugada. ¿De dónde viene esto? Mi
cuello también me molesta. Puedo sobrellevar las líneas finas y las
arrugas, pero mi cuello parece una tienda de campaña sin suficientes
postes, la tensión ha desaparecido. Experimento tirando de la piel hacia
arriba y hacia atrás, buscando los contornos familiares.
Un cuerpo joven, donde todo se ve bien sin intentarlo, es algo que doy
por sentado. Nunca he hecho ejercicio con regularidad ni he comido de
forma especialmente saludable, pero con mi cuerpo de veintiséis años,
siempre podía saltar de la cama, incluso con resaca. Mi cara se veía lo
suficientemente fresca sin maquillaje y todos mis músculos funcionaban
exactamente como los necesitaba. Ahora, cuando me despierto, no es
exactamente dolor, pero hay una sensación de necesidad de “ponerme
en marcha”. Siento rigidez en la espalda y mi cerebro tarda un minuto
en ponerse plenamente al día. Es probable que estar constantemente en
la cama no ayude, pero la idea de que nunca volveré a sentirme joven y
vivaz me da ganas de llorar. Lloro mucho. Por Zoya, por los años que he
perdido, por los contornos de mi mandíbula.
Y sé que si esto fuera una película, me quejaría: No me gustó el
personaje principal, era ensimismada y derrotista y pasaba demasiado
tiempo llorando en la cama, estaba buscando más una heroína que se
pusiera en marcha. Y aunque nadie, ni siquiera Sam o Faye, está al tanto
del nivel de autocompasión en el que me he hundido, me juzgo a mí
misma y a mi falta de resiliencia. Sin embargo, no puedo parar. Lo único
que quiero es que me dejen en paz comiendo barras Twix en mi cueva
de la lástima.
Las barras Twix ahora son más pequeñas, lo que también me molesta.

Creo que es el quinto día de mi fiesta de lástima en la cama cuando


Faye entra a mi habitación y abre las cortinas.
―Creo que deberías levantarte, Lucy. Esto no ayuda, necesitas luz del
día ―respondo poniendo una almohada sobre mi cabeza y gimiendo―.
Alex y Barney están abajo. ¿Por qué no vienes a saludar? Quieren verte.
Conocer al esposo de Faye es lo último de lo que me siento capaz.
―No creo que causaría una buena impresión ―murmuro, con la
cabeza todavía debajo de la almohada.
―Hola, Lucy ―dice una voz en la puerta, y miro hacia arriba para ver
a una mujer con largas trenzas negras y grandes ojos oscuros, parada en
la puerta con un bebé en brazos.
―¿Quién es ella? ―le pregunto a Faye confundida.
―Alex, mi esposa ―dice Faye, inclinando la cabeza.
―Tu esposa? ¿Eres lesbiana? ¿Desde cuándo? ―Tiro la almohada y me
siento muy erguida en la cama.
―Ah, claro, no recuerdas esa parte ―dice Faye.
―Les daré a ambas un minuto ―dice Alex, lanzándome una mirada
comprensiva antes de regresar por el pasillo con su hijo gorgoteante.
Faye se sienta al final de mi cama, con los ojos bajos y las manos
entrelazadas en el regazo.
―¿Desde cuándo te gustan las mujeres? ―pregunto y ella mira al
techo.
―Una parte de mí siempre pensó que podría hacerlo, pero nunca
conocí a una mujer con la que quisiera estar ―dice Faye, con los ojos
entrecerrados en una sonrisa―. Y luego conocí a Alex en un curso de
tapicería, y fue como si todo lo que me había faltado en la vida encajara
en su lugar.
―¿Por qué nunca me dijiste que te gustaba la tapicería?
Faye me lanza una mirada divertida.
―No sé, cada una se descubre a sí misma en momentos diferentes.
―Me frunce el ceño―. Ella se pondrá mal porque no la recuerdas.
Debería ir a ver si está bien.
―¿Debería ir y disculparme? ―le pregunto, pero Faye niega con la
cabeza―. Estoy feliz por ti, Faye. Lamento no haber dicho lo correcto.
Justo cuando creo comprender que todo es diferente, algo más cambia.
―Agito un brazo en su dirección.
―No he cambiado, Lucy. Solo conocí a alguien y me enamoré. ―Faye
se acerca para acariciarme el cabello―. ¿Por qué no te duchas y te vistes?
Podríamos salir todos juntos a caminar. Ya han salido los azafranes, es
un día espléndido.
―Quizás mañana.
―No puedes esconderte aquí para siempre. Al final tendrás que
afrontar la vida. ―Se gira hacia la puerta y luego dice con más
firmeza―: La gente te necesita, Lucy.
Una vez que Faye se va, trato de sofocar un persistente sentimiento de
culpa levantando mi teléfono. Hay un nuevo mensaje de Michael.

Lucy, sé que no estás bien, pero realmente necesitamos hablar. Faltan solo
tres semanas para la presentación y ni siquiera he oído tu idea. ¿Hay algo que
puedas enviar? ¿Hay algo en lo que el equipo pueda estar trabajando en tu
ausencia? M.

¿Presentación? Se produce un nuevo zumbido de ansiedad. Cierro el


teléfono en el cajón de la mesilla de noche y me tapo la cabeza con el
edredón.

Alguien me despierta con un toque y abro los ojos para ver a Sam
sentado en la cama a mi lado, recogiendo mi libro, que se ha caído al
suelo.
―Lucy, vamos. El doctor dijo que necesitabas reposo, pero esto no es
saludable. Al menos baja a comer con los niños. ―Hace una pausa, con
los ojos llenos de preocupación―. ¿Sabes siquiera qué día es?
―¿Miércoles?
―Es viernes, Lucy.
―Estoy tan cansada, tengo un terrible dolor de cabeza. ―Ambas
cosas son ciertas. Aunque principalmente porque me quedé despierta
toda la noche leyendo Amanecer y buscando en Google “¿Cuándo se
volvieron tan pequeñas las barras Twix?” así que no estoy sincronizada
con el mundo.
La mandíbula de Sam se aprieta, mientras extiende la mano para
sentir mi frente.
―Por favor, déjame dormir ―le digo, ya exhausta por esta
conversación.

Podría ser la mañana siguiente cuando me despierto con un pequeño


golpe en la puerta.
―¿Hola? ―digo, entrecerrando los ojos hacia la luz que viene del
pasillo.
―¿Puedo entrar? ―me pregunta Felix, flotando en el umbral.
―Por supuesto ―le digo, sentándome y bajándome la camiseta para
asegurarme de que estoy decente. Ahora, cuando no uso sostén, mis
senos están caídos. No siempre están donde creo que deberían estar, así
que, en compañía, compruebo que estén completamente tapados.
―¿Por qué estás en la cama? Es la hora del té ―me pregunta Felix,
encendiendo la luz, y mis ojos se entrecierran ante el resplandor no
deseado.
―Mami no está muy bien ―le digo, imitando a Beth de Mujercitas.
―No pareces enferma ―me dice.
―Bueno, no es algo que se pueda ver, es una enfermedad interna.
¿Sabes lo que significa salud mental?
―Sí, tenemos un coach de salud mental en la escuela. ―Hace una
pausa―. ¿No quieres encontrar el portal e ir a casa?
―Felix, mami estaba confundida cuando dijo eso, ella no cree que
exista un portal mágico. ―Intento una sonrisa maternal, ahora
canalizando a Marmee de Mujercitas. ¿Por qué Mujercitas es mi único
punto de referencia para las expresiones faciales? ¿Y por qué hablo en
tercera persona? Odio cuando la gente hace eso. Lo intento de nuevo―.
Sigo siendo yo, Felix, sigo siendo tu mami. Solo he olvidado algunas
cosas.
―He estado pensando ―me dice―. Si me dices cómo era la máquina,
podríamos descubrir quién la fabricó. La gente colecciona estas
máquinas viejas, ¿no? Podría haber más de una.
Antes de que pueda responder, me pone un iPad en la mano y la
pantalla se anima con preguntas de opción múltiple, debajo de un cartel
dorado que dice: “Búsqueda del Portal”.
―¿Tú hiciste esto? ―le pregunto, impresionada.
―Soy parte del club de codificación en la escuela. Estamos estudiando
diagramas de flujo y resolución visual de problemas. Mami dijo que no
sería difícil para mí y no lo es.
Su confianza es contagiosa y siento una breve oleada de esperanza.
Quizás la máquina esté ahí afuera. Quizás podamos encontrarla, pero
entonces mi mente racional entra en acción.
―Incluso si todavía creyera que existe un portal, lo cual no estoy
segura de creer, las posibilidades de encontrarla y de alguna manera
poder retroceder en el tiempo... es todo muy improbable ―le digo con
un suspiro. Felix arrastra un zapato de un lado a otro sobre la alfombra,
balanceando un brazo inerte a su costado.
Además del impacto de enterarme de lo de Zoya, creo que la razón
por la que no he podido levantarme de la cama en estos últimos días es
porque me ha asaltado la duda sobre cómo llegué aquí. Si no creo que
exista un portal, entonces tengo que aceptar que no hay vuelta atrás.
―¿Entonces vas a quedarte en la cama por el resto de tu vida? ―me
pregunta, con su vocecita enojada.
―No, yo... ―Pero me detengo porque no sé qué decir―. Solo estoy
triste, Felix.
Se da la vuelta y se dirige hacia la puerta, abrazando la tableta contra
su pecho, luego se detiene en la puerta y dice:
―¿Recuerdas cuando no quería ir a la escuela porque Tom Hoskyns
se metía conmigo porque todavía me gustaba Corn Dogs Adventure
Planet? ―Él niega con la cabeza―. Dijiste: “Tienes que levantarte y
afrontar el día, porque cada día es un regalo y no puedes permitir que
Tom Hoskyns ni nadie más te robe ninguno”.
―¿Yo dije eso?
―Sí, lo hiciste ―me dice con un suspiro, luego, antes de que pueda
decir algo más, se aleja pisando fuerte por el pasillo, con los hombros
encorvados sobre su pequeño cuerpo.
Inesperadamente, esta es la charla de ánimo que necesitaba para
sacarme de mi depresión. Él tiene razón, no voy a arreglar nada
quedándome aquí sintiendo lástima de mí misma, hojeando fotos
antiguas, viendo interminables episodios de Poirot y lamentándome por
el tamaño de las barras de chocolate. Como sea que llegué aquí, aquí
estoy. Me he perdido una gran parte de mi vida, una de mis mejores
amigas está muerta y nunca podré volver a salir sin sostén en público,
pero es lo que es. Con dolorosa claridad, me doy cuenta de que, por muy
extraña que pueda parecer esta vida, es más una vida de la que Zoya
jamás podrá vivir. Este niño necesita una mamá, incluso si es una que no
está calificada en absoluto, que no sabe nada sobre él o incluso qué es
Corn Dogs Adventure Planet, pero supongo que para eso está Internet.
Entonces me levanto, me doy una ducha, me lavo el cabello y cambio
las sábanas, luego corro las cortinas y abro las ventanas. Maria está abajo
cuando salgo luciendo limpia y medio humana, ella cruza la habitación
para darme un abrazo.
―Oh, Lucy, pobrecita. ¿Cómo te sientes?
―Como si fuera hora de levantarse.
Amy me alcanza desde su silla alta.
―¡Mami!
―Necesita un cambio de pañal ―dice Maria, cruzando la habitación
para buscarla.
―Yo lo haré ―le digo.
―¿Segura?
―Soy su mamá, ¿no?
Luego le agradezco a Maria por toda su ayuda y la envío a casa. Ya
trabajó muchas horas extras esta semana y estoy segura de que tiene su
propia vida a la que regresar. Si voy a aprender a hacer esto, necesito
poder hacerlo por mi cuenta. Maria parece desgarrada, pero luego
admite que tiene una cita de micropunción que preferiría no posponer.
Una vez que se va, Amy se retuerce en mis brazos y me mira
expectante.
―Bueno, Amy, como solía decir mi abuela: “La vida es un sándwich
de mierda” así que será mejor terminar con esto de una vez.
Cuando termino de cambiarle el pañal a Amy, esta vez solo con
arcadas dos veces, mi teléfono se enciende. El nombre “Coleson
Matthews” parpadea en la pantalla. ¿Coleson? El mensajero Coleson de
When TV? ¿Seguimos en contacto? ¿Somos amigos? Mi pulgar se sitúa
sobre “rechazar” pero luego hago una pausa, despertando mi
curiosidad.
Respondiendo con un tentativo “¿Hola?” dejo a Amy en el suelo y la
veo caminar hacia Neckie al otro lado de la sala de estar. Puede que
haga cosas asquerosas en pañales, pero tiene un lindo contoneo, como
un pingüino borracho balanceándose de un lado a otro sobre hielo
resbaladizo.
―Lucy, Lucy, Lucy ―dice Coleson. Es un “Lucy” cómplice, pero no
sé qué es lo que él sabe.
―Coleson, Coleson, Coleson.
―¿Sabes en qué he estado pensando esta mañana? ―me pregunta.
―¿En qué has estado pensando?
―En lo bien que quedará mi nombre en la puerta de tu oficina.
Su tono es suavemente amenazador, así que me quedo en silencio,
esperando que siga hablando y me dé más pistas sobre la naturaleza de
nuestra relación. Después de una pausa extrañamente larga, dice:
―Se dice en la calle que tienes una gran idea para la presentación. ¿O
es todo esto parte de tu plan para alterar la competencia?
―¿Se dice en la calle? ―digo, preguntándome cuánto tiempo podré
seguir con esta técnica de eco.
―Bueno, el espacio de trabajo compartido en el Caffé Ritazza al lado
de London Studios. ―Coleson se ríe, una risa lenta que no se parece en
nada al chico manso y flaco que solía conocer―. Te estás arriesgando
mucho con este enfoque de “todo o nada” Rutherford. Deberías haber
aceptado una fusión. Ve las estadísticas, tuvimos ocho comisiones
nuevas este año. ¿Tú cuántas? ¿Cuatro? ¿De verdad quieres apostar toda
tu empresa basándote en una sola idea?
¿Estoy apostando toda mi empresa por la solidez de una idea? Eso suena
imprudente.
Si Coleson es mi competencia, no puedo hacerle saber que Badger TV
es actualmente un barco sin capitán, así que hago lo mejor que puedo
para igualar su tono arrogante.
―Tengo bastante confianza, Coleson. Esta gran idea mía es bastante
grande.
―Solo porque fui tu mensajero hace tantos años, crees que todavía
tienes una ventaja sobre mí ―dice, con una nota amarga
arrastrándose―. Ya no soy más Coleslaw.
―Yo nunca te llamé Coleslaw.
―Pero no corregiste a la gente, ¿verdad? ―Él escupe las palabras―.
Ahora voy a quitarte tu trabajo, tu equipo y tu oficina también. Toda esa
decoración de tejones se está cubrirá de hurones.
―No si yo empapelo tu oficina primero ―le digo, irritada por su tono
agresivo.
―Bueno, no puedes, porque no tengo una oficina ―declara Coleson
con aire de suficiencia―. Ferret Productions opera un sistema de
escritorio compartido para todo el personal. Ja.
―¿Oh, en serio? ¿Te gusta trabajar así? ¿No es realmente molesto no
poder poner tus cosas en ningún lado?
―Sí, es bastante molesto. Tengo mi silla colocada a cierta altura y la
gente sigue jugando con el respaldo.
―Odio cuando la gente se mete con el respaldo.
Ambos hacemos una pausa, conscientes de que nuestra réplica rival se
ha estancado un poco.
―Entonces, ¿solo llamaste por un poco de combate verbal o hay algo
más en lo que pueda ayudarte, Coleson?
―Solo el combate verbal, gracias. Adiosito, adiós.
Cuelga y sacudo la cabeza en señal de incomprensión. ¿Coleson
Matthews es mi rival y némesis laboral? Coleson Matthews, que apenas
sabía utilizar la fotocopiadora, preparaba té en el microondas y ni
siquiera sabía que se podía pausar la televisión en directo. Frunzo el
ceño ante mi reflejo en el espejo del baño, luego el agudo gemido de
Amy atraviesa mi canal auditivo, obligándome a detener este encuentro
conmigo misma y salir corriendo a buscarla.
Estoy aprendiendo que Amy no es muy buena para entretenerse,
sentada en el piso de la sala de juegos, uso una mano para ayudarla con
un rompecabezas de granja mientras uso la otra para revisar los correos
electrónicos, tratando de armar un rompecabezas de otro tipo. Buscando
“Gary” y “Kydz Network” encuentro un correo electrónico de hace unas
semanas. No hay texto, solo un archivo adjunto. Cuando hago clic en él,
casi dejo caer mi teléfono cuando un holograma tridimensional realista
de un hombre brilla en mi teléfono. El brillo inesperado y el increíble
realismo de la tecnología me toman por sorpresa y dejo escapar un grito
ahogado. Amy abandona su rompecabezas y pasa la mano por el aire,
tratando de agarrar la pierna del holograma.
―Buenos días, Coleson, Lucy ―dice el hombre, y un “Gary Snyder -
CEO” parpadeante se ilumina en el suelo junto a él―. Como saben,
desde que incorporamos sus dos empresas a nuestra familia Bamph,
hemos estado buscando optimizar los presupuestos de desarrollo. Dos
equipos compitiendo por los mismos puestos, como estoy seguro de que
comprenderán, no es óptimamente eficiente. He hablado con ambos de
forma independiente y ninguno de los dos estaba interesado en una
fusión, así que vamos a seguir la sugerencia de Lucy de una buena
“presentación” a la antigua usanza. ―Mi corazón late más rápido en mi
pecho ante la mención de mi nombre―. Kydz Network necesita un
nuevo programa para su horario de máxima audiencia los sábados; es
una comisión de alto valor. Ambos lo presentarán directamente al canal
y el equipo con la mejor idea mantendrá intacto su departamento.
Mucha suerte a ambos.
El holograma desaparece. Debajo de este correo electrónico de Gary,
hay un intercambio entre Michael y yo.

De: [email protected]
Para: [email protected]
L
¿De verdad crees que este es el camino a seguir? Es el sustento de muchas
personas apostar por una idea. Kydz Network está renovando el personal de su
equipo de contratación, no sabremos con quién estamos tratando.
M.

De: [email protected]
Para: [email protected]
No quiero perder ni un solo miembro de mi equipo y no trabajaré con los
tontos de Coleson. No te preocupes, tengo una gran idea que es perfecta para
este horario. Confía en mí. L

Confía en mí.
Excelente. Entonces, la Futura Yo se ha jugado los trabajos de todo mi
equipo en una “gran idea increíble” que nadie más conoce, y menos yo.
Tendré que llamar a Michael y decirle que por muy jodidos que él crea
que estamos, estamos infinitamente más jodidos porque no hay ninguna
idea, ni grande, ni pequeña, ni siquiera mediana. Mientras reflexiono
sobre el desafortunado momento de todo esto, me surge un pequeño
pensamiento. ¿No es esto lo que pedí: que mis ideas fueran escuchadas, que
fueran tomadas en serio? Si Coleson Matthews puede hacer este trabajo,
seguramente yo puedo, con o sin memoria. ¿Qué tan difícil puede ser
tener una gran idea? Estos últimos días, el dolor me ha dejado neutral,
pero ahora, con la perspectiva de hacer algo útil, algo dentro de mí se
pone en marcha. Siempre me encantaron los desafíos.

Felix está en su habitación haciendo su tarea. Le ofrezco ayuda, pero él


dice que no está haciendo estudios sobre extraterrestres en este
momento. Brusco, aunque pregunta qué vamos a tomar para el té y,
como Maria se ha ido, supongo que ahora es mi responsabilidad. Oh,
podría hacer mi plato estrella: bolas de risotto, a todos les encantan mis bolas de
risotto.
Pero cocinar con una niña pequeña resulta ser mucho más difícil que
cocinar normal. Termino tirando un lote a la basura porque los quemé,
luego dejo que Amy vea dibujos animados en mi teléfono para meter el
segundo lote en el horno. Cuando termino, siento como si hubiera usado
todas las cacerolas de la cocina y mi paciencia y la de Amy hubieran sido
puestas a prueba. Abandonando todos los platos en el fregadero, la llevo
al pasillo para hacer rodar una pelota de un lado a otro, lo que la deleita
durante dos minutos antes de que decida que prefiere masticar la pelota.
―No estás en la cama. ―La voz de Sam me toma por sorpresa y me
giro para verlo parado en el pasillo mirándonos, con una gran sonrisa en
su rostro.
―Sí, lamento haber estado tan distraída ―digo, poniéndome de pie.
―Está bien ―dice, cruzando el pasillo para recoger a Amy, quien
gorgotea de alegría mientras la levanta por encima de su cabeza―. Haz
lo que tengas que hacer para mejorar.
―No estoy segura de que el reposo en cama haya ayudado. Creo que
debería intentar volver a mi rutina normal, si pudieras decirme en qué
consiste eso.
―Bueno, los sábados normalmente invitábamos a amigos a jugar al
polo con mochilas propulsoras en el jardín ―dice, balanceando a Amy
de un lado a otro.
―¿En serio?
―No ―dice, sus expresivos ojos brillan con picardía.
―Está bien, algunas reglas básicas, nada de bromas como esas; no es
justo para una mujer con amnesia ―digo, fingiendo fruncir el ceño―.
¿Realmente tenemos mochilas propulsoras?
―No hay mochilas propulsoras, lo siento ―dice, luego deja a Amy en
el suelo y se acerca para abrazarme―. Es fantástico verte levantada.
Se inclina hacia adelante para besarme, pero debe sentir que me tenso
porque hace una pausa y luego me besa en la cabeza.
―Lo siento, sigo olvidando que soy un extraño para ti.
Sacudo la cabeza, sintiéndome incómoda.
―Está bien, lo siento, es solo que...
―No te disculpes ―dice, cubriendo el dolor del rechazo con una
sonrisa exagerada.
―Sé que esto también debe ser difícil para ti y para los niños ―digo,
luego hago una pausa y me llevo las manos a la espalda, sin saber dónde
ponerlas. Al ver a Sam nuevamente a la luz del día, recuerdo lo alto que
es, la presencia que tiene, lo perfectamente que le quedan los jeans, justo
a la altura de sus caderas―. Puedo preguntar, ¿sabes algo acerca de una
presentación, algo que sucede en mi trabajo? ―pregunto, levantando
mis ojos de sus caderas.
―Ahora no puedes preocuparte por el trabajo ―me dice con el ceño
fruncido―. Tu salud debe tener prioridad.
―Entonces, ¿no te mencioné alguna “gran idea increíble”?
Sam niega con la cabeza.
―Me temo que no. Si hubieras escrito algo, podría estar en tu oficina.
―¿Tengo una oficina?
―Segunda puerta a la derecha. ―Señala el pasillo hacia la puerta
trasera.
―Bien, gracias. Quizás eche un vistazo más tarde ―digo, sonriéndole,
apoyando una mano en mi cadera y luego cambiándola para poner una
mano detrás de mi espalda. ¿Cómo se comporta una persona normal?
Siento que lo he olvidado.
―Entonces prepararé la cena para los niños, ¿okey? ―me pregunta,
extendiendo la mano para apartar un mechón de cabello de mi cara.
―Ya hice comida ―le digo―. Bolas de risotto; solo necesitan
calentarse.
―¿Bolas de risotto? Wow. Es la primera vez. ―Sam parece
impresionado y me encojo de hombros, como si no fuera nada, luego me
mira a los ojos y dice―: Hola, extraña. ―Me toma un momento darme
cuenta de que lo dice como una broma sobre el hecho de que
normalmente no cocino, pero la forma en que lo dice me hace sentir
como si me estuviera hablando a mí, a mi verdadera yo.
―Hola ―digo, sosteniendo su mirada. Entonces mi estómago se
revuelve: una chispa, una especie de estallido cinético de energía. Siento
que él también lo siente, porque su cuerpo se queda quieto y no aparta la
mirada. Cualquiera que sea este sentimiento, es a la vez desconcertante y
extrañamente familiar. No sé qué hacer con eso ni cómo responder, así
que me doy la vuelta para alejarme―. Mmm, necesito hablar con Felix,
si puedes cuidar a Amy ―digo, dirigiéndome hacia las escaleras, de
repente consciente de cómo estoy caminando. ¿Estoy pavoneándome? ¿este
es mi paso normal?
―Claro ―dice, exhalando profundamente, antes de levantar a Amy
del suelo.
Mientras subo las escaleras, necesito sostenerme de la barandilla para
estabilizarme, porque ahora todo mi cuerpo se siente cargado de una
tensión indefinible. ¿Por qué estoy siendo tan incómoda y rara?
Entonces me doy cuenta. Así me pongo cuando tengo un enamoramiento por
alguien.
Felix está sentado en su cama leyendo una enciclopedia, sé que lo he
molestado y necesito arreglarlo.
―Sigo tu consejo: no dejaré que Tom Hoskyns ni nadie más me robe
un día ―le digo, y él me dedica una sonrisa de mala gana―. Hay
comida abajo si tienes hambre.
―¿Quieres mirar mi Búsqueda del Portal ahora? ―me pregunta.
―Claro ―digo, siguiéndole la corriente. Me siento en su cama y él me
entrega con entusiasmo su tableta. La primera pantalla pregunta:
“¿Cómo es su portal?” Luego me lleva a través de una serie de
preguntas sobre el tamaño, el color, las luces y la funcionalidad de la
máquina. Una vez que he respondido la pregunta final, aparece un
gráfico: un boceto digital rudimentario de la máquina de los deseos.
Parece que lo ha dibujado un niño y, por supuesto, así es.
―¿Así es como se ve? ―me pregunta Felix, haciendo rebotar su
trasero arriba y abajo sobre la cama.
―Sí, justo así ―digo, tratando de ser diplomática.
―Ahora solo tenemos que ponerlo en línea. Alguien lo verá, alguien
sabrá dónde podemos encontrarlo. ―Hace una pausa―. Hice una lista
de posibles sitios web y foros que usan los coleccionistas de juegos de
arcade. ―Abre otra pestaña en su tableta―. Pero debes tener más de
dieciocho años para publicar en ellos.
―Gracias por hacer todo esto, Felix, pero ¿podría revisar la lista esta
noche, cuando tenga tiempo para investigarla adecuadamente? ―No
quiero arruinarle la fiesta, pero dudo que incluso el coleccionista más
ávido pueda identificar la máquina en este boceto―. ¿Quieres que te
ayude con tu proyecto escolar? ―Asiento con la cabeza hacia el corazón
de cartón que está sobre su escritorio.
―Quiero que funcione. ¿Cómo lo harías funcionar?
―No estoy segura de que puedas hacer un corazón que late con papel
higiénico, pero probablemente podamos hacer que parezca un poco más
parecido a un corazón. ―Mis ojos recorren la habitación y se posan en
una bola roja blanda junto a la puerta―. Mira, este podría ser el centro,
luego podríamos cortar y pegar los rollos de papel higiénico para hacer
los tubos más estrechos, así quedarían más proporcionados.
Saco un puf y me siento junto a su escritorio.
―Tiene que haber una arteria pulmonar, la aorta, la vena cava
superior y la vena cava inferior ―dice Felix, sacando su silla de
escritorio del tamaño de un niño.
―Me impresiona que sepas todas esas palabras.
―Estaban en la enciclopedia que me regalaste para Navidad.
Buscando entre un montón de material para manualidades en el cajón
de su escritorio, saco un poco de pegamento y unas tijeras con punta
roma. Felix observa mientras me pongo a trabajar, cortando los tubos
por la mitad y haciéndolos más pequeños, luego dándoles forma a los
extremos para que queden al ras de la pelota.
―¿Haces muchas tareas como esta? ―le pregunto. Se encoge de
hombros de nuevo, pero ahora está mirando atentamente y no objeta
cuando tomo con unas tijeras su bola roja.
―Hay una feria de proyectos de fin de año ―me dice―. Los mejores
proyectos se exhiben para que los vea toda la escuela. Hay jueces y todo.
El año pasado, mami y yo hicimos un volcán épico, pero cuando lo llevé
para mostrárselo a mi clase, no pude lograr que la lava burbujeara como
lo hicimos en casa. ―Se baja las mangas del jersey hasta las manos.
―Bueno, solo podemos hacer nuestro mejor esfuerzo ―le digo, y
luego me doy cuenta de que acabo de usar una frase que mi papá me
decía a menudo. ¿Estas frases permanecen latentes en nuestras mentes,
esperando a ser utilizadas cuando seamos papás?
Felix sigue mis instrucciones y ayuda a pegar todos los componentes
nuevamente. Cuando terminamos, me limpio las manos pegajosas en
mis jeans y retrocedo para admirar nuestro trabajo. Es un revoltijo de
pelota y cartón, pero creo que podría identificarlo como un corazón si
tuviera que adivinar.
―Listo. ¿Qué opinas?
Felix lo mira fijamente y no puedo leer su expresión en absoluto.
Cuando finalmente me mira, imagino que me abrazará, me agradecerá
por no haber perdido mis increíbles habilidades artesanales y me dirá
que es exactamente como quería que se viera, pero no lo hace. No dice
nada. Simplemente se levanta, toma mi corazón y lo tira a la papelera al
salir de la habitación.

Mis habilidades culinarias tampoco son apreciadas. Felix se digna a


probar una bola de risotto, luego proclama que “sabe raro” que es
“demasiado picante” y pregunta: “¿Por qué no podemos comer palitos
de pescado?”. Amy ni siquiera quiere probar las bolas de risotto. Aplasta
una en su pequeña palma, luego la arroja al otro lado de la habitación,
donde aterriza con un “splat” en el suelo junto a la puerta del
refrigerador.
―Eso me tomó mucho tiempo ―digo con desánimo. Una vez hice
croquetas de pescado para mis compañeros de apartamento, estaban
secas y llenas de espinas, pero al menos todos tuvieron la decencia de
fingir que les gustaban.
―Delicioso ―dice Sam, tomando una bola de risotto del plato y
metiéndosela en la boca.
―¿Normalmente les gusta mi comida? ―le pregunto en voz baja.
―Lamento decírtelo, pero no. Amy normalmente intenta probar
cosas, pero Felix está bastante comprometido con la comida congelada
de color beige en este momento. Su viaje hacia la exploración alimenticia
se ha estancado en las laderas de Mount Birds Eye.
Estalla una pelea entre Felix y su hermana porque Amy quiere el vaso
verde que sostiene Felix. La pelea hace que el contenido del vaso se
derrame por toda la mesa.
―Te traeré otro vaso, Felix ―le digo, poniendo los ojos en blanco.
―¡Siempre estás de su lado! ―grita Felix, mirando a Amy masticar su
vaso ahora vacío.
―No me pongo del lado de nadie, ella lo está babeando por todas
partes, ¿realmente lo quieres de nuevo? ―Wow, los niños se pelean por
las cosas más ridículas.
―¡Siempre la dejas tomar mis cosas! ―Felix se lamenta. Quizás tenga
razón, era su vaso. Intento quitárselo a Amy, pero ella se aferra a él como
una sanguijuela rosa gigante increíblemente fuerte.
Intento negociar con ella.
―Te traeré otro vaso, Amy, un vaso mejor. ―Luego siento un dolor
agudo en el dedo que me obliga a soltarlo―. ¡Ella me mordió! ―digo
indignada, apretando mi dedo índice.
―Amy, no muerdas ―dice Sam, tratando de intervenir, pero luego
Amy comienza a llorar por su tono severo y él la levanta, tratando de
consolarla con un sonido de shh. Al inspeccionar mi dedo, puedo ver
marcas de dientes reales en la piel.
―Papá siempre está de su lado ―dice Felix, dándome palmaditas en el
brazo en una inesperada muestra de simpatía.
El fregadero todavía está lleno de cacerolas, el suelo está cubierto de
bolas de risotto aplastadas y Amy no deja de aullar. ¿Cómo puede una
comida crear tanto drama y desorden?
Mientras me lamento por el fracaso de mi primera tarde como mamá,
se oye un ruido afuera y Sam cruza la habitación para mirar por la
ventana de la cocina.
―Alguien está aquí ―dice―. Mierda, son tus papás.
―¡Papá! ―dice Felix.
―Lo siento. Quiero decir, caracoles, son tus papás, Lucy.
―¿Mis papás? ―pregunto.
―Sí ―gime―. Con todo lo que está pasando, lo olvidé: se quedarán a
pasar la noche con nosotros en su camino de Escocia a un festival
literario. ―Mira la agenda familiar digital en la pared donde, debajo de
la fecha de hoy en letra grande, están las palabras “M&D para
quedarse”.
Voy a ver a mis papás. Sam está a mi lado en el lavabo y vemos a papá
salir del lado del copiloto. Parece más pequeño, más encorvado. Lleva
una gorra, así que no puedo verle la cara.
―Margot se enojará porque no la he llamado para contarle lo que
pasó ―dice Sam, mordiéndose el labio.
―Yo los llamé hace un par de días. No quería preocuparlos.
―Sabes que tu mamá querrá mudarse contigo si cree que estás
pasando por una crisis importante en tu vida.
―Estoy pasando por una crisis importante en mi vida ―digo.
Mamá sale del lado del conductor. Lleva puesta la capucha del abrigo,
pero tiene el mismo andar, la misma postura de baqueta. Mi corazón se
llena de gratitud porque ambos todavía están aquí, todavía sanos.
―Lo sé. ―Sam se frota la barbilla con la palma de la mano―. Solo que
no creo que pueda soportar que tus papás se queden con nosotros más
de una noche, no ahora.
―Entonces no se los digamos, no quiero que cancelen su viaje. Les
diremos cuando regresen, si todavía estoy... ya sabes.
Sam me rodea el hombro con un brazo y me besa en la cabeza. Siento
una breve y embriagadora oleada ante el firme apretón de su mano,
luego escucho la voz familiar de mi mamá que grita “¡Holaa!” a través
del buzón.

Mamá entra en la cocina y agita un brazo a modo de saludo antes de


dirigirse directamente a la tetera.
―Hola, hola, no me hagan caso, saben que me gusta preparar el té a
mi manera. Dios, qué desastre hay aquí, es la hora de comer en el
zoológico, ¿eh?
Tiene el cabello corto y no puedo dejar de verlo, ella siempre decía
que nunca se cortaría el cabello, que eso “envejecía terriblemente” que
cortarlo sería “como darse por vencida”. Prácticamente toda su vida
llevó el cabello largo, con mechas de salón y se ponía rulos cada noche
para conservar el volumen. Ahora es corto y gris y sobresale en
mechones salvajes. Hay algo tan familiar en su nueva apariencia, y luego
me doy cuenta: se parece a su mamá, mi abuela.
―Te cortaste el cabello ―no puedo evitar decir mientras se quita el
abrigo y me saluda con un beso firme en cada mejilla.
―¿Sí? No, es un pajar. Hace meses que no voy a la peluquería
―afirma.
―Lo acortaste, quiero decir. ―Pero ahora está distraída por los niños,
se inclina para saludar a Amy y encuentra a Felix escondido debajo de la
mesa de la cocina.
Una parte de mí está esperando que ella me vea, que note el cambio y
luego grite, pero no lo hace, no me ve en absoluto. Mirando por la
ventana, veo a papá mostrándole a Sam un rasguño en el capó de su
auto. Sam asiente con simpatía y luego se acerca para darle una
palmadita en la espalda a papá
―¿Llegamos en un momento inconveniente? ―pregunta mamá―. Le
dije a tu papá que deberíamos haber salido antes, llegamos a la M25 en
el peor momento. Hoy en día es imposible salir de casa; tuvimos que
volver dos veces para comprobar que había cerrado la cochera.
Papá entra a la cocina y se quita la gorra. Me permito un momento
para absorber los cambios en él, su cabello pasó de canoso a
completamente blanco. Su rostro parece cada vez más vivido, suavizado
y desgastado. Parece un abuelo, y luego me doy cuenta de que, por
supuesto, ahora lo es. A pesar de todos los cambios sutiles en su
apariencia física, su voz y sonrisa son las mismas e irradia una sensación
familiar y reconfortante de papá.
―Te trajimos una tableta de Escocia ―dice, entregándome un paquete
de papel marrón.
―Voy a ponerle a los niños la pijama ―dice Sam, levantando a un
niño en cada brazo, haciéndolos chillar de alegría mientras los hace girar
de camino a la puerta―. Entonces tal vez la abuela y el abuelo puedan
leerles un cuento.
Ahora que ambos están aquí, cruzo la habitación y rodeo a cada uno
de mis papás con un brazo.
―Es muy bueno verlos, me alegro mucho de que estén aquí, los
quiero mucho a los dos.
Como familia, no somos propensos a mostrar abiertamente afecto. Mi
oleada de emociones hace que mamá se aleje y me mire con sospecha.
―¿Qué pasa? ¿Estás enferma? ―me pregunta.
―No estoy enferma, estoy feliz de verlos a los dos ―digo, secándome
un ojo con el dorso de la mano.
―¿Están enfermos los niños? ―pregunta mamá, su voz ahora es un
susurro urgente―. No te vas a divorciar, ¿verdad? ―Se agarra el pecho y
yo sacudo la cabeza.
»Sonabas como si estuviera a punto de darnos malas noticias. No
estoy segura de poder soportar más malas noticias esta semana.
―Aprieta las yemas de los dedos, formando una aguja con las manos,
un gesto que debo haberla visto hacer mil veces―. Ayer el jardinero nos
dijo que el seto de haya está muerto, que habrá que quitarlo todo, luego
descubrimos que los Grieveson se mudarán. Para “Reducir el tamaño”
aparentemente, aunque estoy segura de que no lo necesitarían si
hicieran menos cruceros. Menudo desbarajuste mudarse a nuestra edad.
Si vas a reducir el tamaño, lo haces cuando tengas sesenta años, eso todo
el mundo lo sabe. Un comportamiento bastante extraordinario.
―Extraordinario ―dice papá, dándome un guiño astuto.
Papá se disculpa para ir al baño y, tan pronto como sale de la
habitación, mamá empieza a hablar en un susurro.
―Es un golpe tras otro, estoy muy preocupada por tu papá.
―¿Oh? ―le susurro en respuesta.
―Problemas de memoria ―dice, golpeándose la cabeza―. Mi lado de
la familia era muy inteligente hasta bien entrados los ochenta, pero el
lado de tu papá tiene un historial de deterioro mental temprano. Se está
olvidando de todo, Lucy. La semana pasada dejó las llaves de su auto en
el pasillo de verduras de Tesco. Fue una suerte que alguien no se fuera
con el Peugeot. En el maletero habrían encontrado una preciosa parte
superior de ternera; luego, el jueves, le pregunté dónde había ido a parar
el libro que estaba leyendo: el vigésimo Richard Osman, edición
especial, nada menos. Bert me dijo que lo llevó a la biblioteca. ¡Ni
siquiera era un libro de biblioteca, por el amor de Dios! ¿Qué voy a
hacer? Ya sabes cómo es él con los doctores, hay cosas que puedes hacer
hoy en día, suplementos, terapia electroconvulsiva, pero él no reconoce
que se le está olvidando todo.
―Nada de eso suena demasiado importante, mamá ―le digo
tentativamente―. Creo que es normal estar un poco distraído a su edad.
―¿Hablarás con él? Él te escucha. ―Escuchamos los pasos de papá en
el pasillo y mamá rápidamente cambia de tema―. El jardinero piensa
que deberíamos poner una valla, dice que así será más fácil de mantener,
pero ya conoces lo que pienso de las vallas. ¿Qué pensarían los vecinos?
Bajaría el tono del pueblo. No, no, tendremos que replantar todo el seto
con un costo enorme. Estaremos muertos y desaparecidos antes de que
alguien vea el beneficio, pero al menos no dejaremos que el pueblo
decaiga.
―¿Sigues hablando de setos? ―pregunta papá―. Honestamente, uno
podría pensar que es una persona la que ha muerto, con el llanto y el
crujir de dientes que ha causado este seto.
―Cuando vives en una zona de excepcional belleza natural, tienes la
obligación de mantener ciertos estándares ―dice mamá―. Nuestro
jardín se puede ver desde la carretera. ¿Recuerdas cuando Tilda Stewart-
Smith empezó a experimentar con gnomos de jardín? Era una situación
muy delicada para el comité del pueblo. Pobre Tilda, tan sensible, tan
falta de gusto y de criterio.
―No veo el problema con una valla ―dice papá―. Encontré una
barata en línea. Podría montarla yo mismo.
―Le dijo la actriz al obispo ―digo, inclinándome hacia papá con una
sonrisa expectante, pero él solo me mira sin comprender. No puede
haberlo olvidado, ¿verdad?
―¿Papá? Nuestro chiste tonto, ¿recuerdas?
―Oh, cierto, muy bueno. ―Papá me devuelve la sonrisa, pero sus ojos
parecen vacíos. Mamá inclina la cabeza hacia mí, como diciendo: “Ves lo
que quiero decir” y ahora sé que realmente no puedo cargarla con mi
situación también.
Mientras los llevo a ambos a la sala de estar, casi espero que comenten
sobre la casa, sobre la decoración, lo elegante que es, la mejora que es de
Kennington Lane, pero, por supuesto, no lo hacen.
―Cariño, ¿todavía planeamos hacer el... evento? ―Mamá hace una
pausa, con el rostro repentinamente sombrío―. Para Chloe el mes que
viene. ―¿Quién es Chloe? No lo sé, así que asiento sin
comprometerme―. Porque estamos deseosos de ayudar a conmemorar
la ocasión, por difícil que sea. ―Mamá hace una pausa y extiende una
mano para tocarme la rodilla.
―¿Quién es Chloe? ―dice papá, y quiero besarlo por hacer las
preguntas que yo no puedo. Veo a mamá para que responda y luego veo
que está llorando. Mamá nunca llora.
―Lo siento mucho, Lucy. Está terriblemente confundido.
―No estoy confundido ―dice papá, frunciéndole el ceño.
―Mira, sé que a nadie le gusta hablar de estas cosas, pero creo que es
mejor tener las cosas claras. Si no puedes recordar información básica,
eso tendrá un efecto en cadena en todos nosotros ―dice mamá, justo
cuando Sam baja las escaleras con un montón de ropa sucia.
―¿Les dijiste? ―Sam dice sorprendido, y antes de que le pueda
responder, mamá está sentada muy erguida, con la cabeza moviéndose
de izquierda a derecha como una suricata en alerta máxima.
―¿Decirnos qué?
―Acerca de la memoria de Lucy ―dice Sam.
―¿La memoria de Lucy? Estaba hablando de Bert. ¿Qué le pasa a
Lucy?
―Oh ―dice Sam, tímidamente, dándome una mirada de disculpa.
―¿Lucy? ―pregunta mamá, extendiendo los dedos y presionándolos
contra sus labios.
―No queríamos preocuparte innecesariamente... ―digo, pero mamá
me interrumpe.
―¡Lo sabía, sabía que estabas enferma! Tu piel está tan pálida, y tus
mejillas están todas hinchadas. Estás tomando esteroides, ¿no? ¿Es
cáncer? Dime que no es cáncer.
―No estoy enferma ―digo, levantando una palma para impedirle
hablar―. Solo he tenido algunos problemas para recordar los
acontecimientos recientes. Amnesia temporal, dice el doctor...
―¿Amnesia? Esto es de tu lado, Bert ―le dice mamá bruscamente a
papá―. Tendremos que cancelar nuestro viaje. Tendremos que
quedarnos y ayudar. No se puede esperar que Sam haga frente a todo
esto solo. ¡Basta con mirar el estado de la cocina!
Sam se muerde el labio, pero puedo ver la agitación en sus manos
mientras aprieta y abre lentamente los puños.
―De verdad, Margot, nos las estamos arreglando.
Ahora mamá camina de un lado a otro, retorciéndose las manos como
un personaje de una novela de Jane Austen que acaba de enterarse de
que el regimiento está a punto de abandonar la ciudad.
―¿Debe haber algo que podamos hacer para ayudar? ―ella pregunta.
Sam me mira, con un brillo en sus ojos cuando dice:
―Puede que haya algo.
―Noche de cita. Eres un genio ―digo mientras nos sentamos en dos
taburetes de un bar con poca luz llamado Polly's en Farnham High
Street.
―El mayor temor de tu mamá, después de la enfermedad, es la
discordia matrimonial. Ella es una firme defensora de las citas nocturnas
para evitar el deterioro de una relación.
―¿En serio? ―Esto es nuevo para mí.
Sam se dio una ducha y se puso una camisa limpia antes de salir. El
cabello de su nuca todavía está ligeramente húmedo y resisto un
impulso inexplicable de levantar la mano y apartarlo del cuello.
―Tu mamá y tu papá fueron a terapia de pareja hace unos años ―me
dice―. Ahora tienen citas nocturnas dos veces al mes y recibimos
actualizaciones periódicas en la aplicación familiar en la nube.
―¿Mis papás fueron a terapia de pareja? No puedo imaginar que
gasten dinero en algo así.
―Ganaron vales en un sorteo ―me explica, mientras examina el
menú del bar con su reloj―. ¿Quieres un martini francés? Eso es lo que
sueles pedir aquí.
Ni siquiera sé qué es un martini francés, pero asiento, remitiéndome al
gusto de mi futura yo en cuanto a bebidas alcohólicas. Mientras Sam
ordena, veo alrededor de la barra, tranquilizada por lo familiar que
parece este pub. Las cervezas siguen siendo cervezas, las alfombras de
los pubs siguen siendo inexplicablemente horribles y los viejos
borrachos todavía están ahí, todavía tratando de charlar con la
desinteresada mesera.
―Los bares no han cambiado mucho, ¿verdad? ―le digo.
―¿Qué esperabas, meseros robot?
―Sí ―le digo riendo―, quiero robots y bebidas contra la resaca.
―Oh, tenemos bebidas contra la resaca ―me dice.
―¿En serio?
―Sí. Se llaman refrescos.
―Oh, ja, ja ―le digo, dándole un codazo suavemente mientras la
mesera pasa nuestras bebidas por encima de la barra―. Esa es una
verdadera broma de papá.
Sam levanta su cerveza hacia mi copa de cóctel.
―Mi especialidad. Salud.
Hay algo en su postura, en su lenguaje corporal, que me dice que se
siente cómodo consigo mismo. Me pregunto si siempre ha sido así, o si
esta quietud es algo en lo que la gente crece.
―Lamento haber estado tan distraída esta semana.
―Ha habido muchas cosas que debes entender, me alegra que te
sientas mejor ahora. Oh, antes de que lo olvide, Amy tiene sarpullido,
así que debes ponerte crema después de cada cambio de pañal, es el
tubo azul que está en el cambiador. Felix tiene un partido fuera de casa
de la escuela el lunes, así que necesita...
―¿Te importa si no hablamos de los niños esta noche? ―pregunto,
apoyando suavemente mi mano en su brazo―. Quiero conocerte, Sam.
Casi no sé nada sobre ti...
―Cierto. ―Levanta las cejas e inclina la cabeza hacia un lado―.
Bueno, esta podría ser una de las conversaciones más extrañas que he
tenido, pero está bien. ¿Qué quieres saber?
―Todo ―digo, escuchando una nota coqueta en mi voz que no
planeaba que estuviera ahí.
―Todo puede llevar un tiempo.
―Los titulares, entonces.
―En nuestra primera cita me hiciste una serie de preguntas rápidas,
dijiste que era la forma más eficaz de descubrir cualquier bandera roja.
―Sensata ―digo, sintiéndome sonreír―. ¿Y descubrí alguna?
―Unas cuantas naranjas. Yo fumaba en ese momento y eso lo odiabas.
Tampoco te gustó que fuera músico.
―¿Oh? ¿Por qué no?
―Saliste con un baterista y nos descartaste para siempre.
―Pero tú me conquistaste.
―Te conquisté.
Su boca es tan expresiva que no puedo evitar mirarla mientras habla.
Tiene una amplia sonrisa que se muestra en destellos. Cuando sonríe, es
como una reacción en cadena que se extiende por su rostro mientras la
sonrisa se convierte en hoyuelos en sus mejillas y luego se arruga
alrededor de sus ojos. Se frota la mejilla sin afeitar con una mano, como
si fuera consciente de mi mirada.
―Cuéntame más sobre tu familia, dónde creciste en Escocia ―le
pregunto.
―Bueno, vivíamos en una granja a cuatro millas del pueblo más
cercano. Mi papá era granjero, mi mamá era la cartera local. Mi mejor
amigo era una oveja sarnosa llamada Patrick.
―¿Quién es tu mejor amigo ahora? ―le pregunto.
―Tú. Por suerte hueles mejor que Patrick.
―Eso espero ―digo, sintiéndome sonreír mientras enrosco un
mechón de cabello alrededor de un dedo.
―Solo te hablé de Patrick porque tú me hablaste de Lisa.
―¿Te hablé de Lisa? ―Giro mi taburete de la barra hacia él. Lisa era
mi amiga imaginaria, que se quedó mucho más tiempo de lo que se
supone que deben hacerlo los amigos imaginarios―. Debes gustarme
mucho. Nunca le he contado a nadie sobre Lisa.
―Realmente te gusto ―dice. Llama mi atención y ahora siento como
si estuviera coqueteando conmigo. Me obligo a sentarme sobre mis
manos para evitar jugar con mi cabello.
―Aparte de mis obvias cualidades de oveja, ¿qué te gustó de mí
entonces, cuando me viste por primera vez en ese bar de karaoke?
―Bueno, pensé que eras hermosa, eso es evidente, pero fue la forma
en que te comportabas, cómo eras con tus amigas, la forma en que
cantabas mi canción, la cantaste como siempre quise que sonara.
―Chocamos las rodillas y, cuando me mira, siento un tirón cálido, como
una banda elástica invisible que me atrae. La mujer que describe no
suena como yo. Moviéndome en mi asiento, me doy cuenta de que estoy
jugando con mi cabello otra vez, así que tomo mi bebida. Este martini
francés es realmente delicioso y felicito a la Futura Yo por su gusto tanto
para los hombres como para los cócteles.
―¿Y qué me gustó de ti? ―pregunto, mirándolo por debajo de mis
pestañas bajas.
Se inclina lentamente y luego dice:
―No lo sé. Tal vez cuando lo recuerdes, me lo dirás. ―A medida que
se acerca, siento su cálido olor a roble, el toque de gel de ducha de menta
y ropa de cama recién planchada.
―Okey, entonces algunas preguntas rápidas, por los viejos tiempos
―digo, agarrando la barra para evitar inclinarme contra su cuello―.
¿Lugar favorito?
―Nuestro jardín.
―Canción favorita.
―Giuseppe de Grange.
―Eso no significa nada para mí. ¿Nos acostamos en nuestra primera
cita?
Sam se aclara la garganta y me doy cuenta de lo atractivo que lo
encuentro cuando se avergüenza un poco.
―Eso depende de lo que definas como nuestra primera cita. Además,
no creo que sea caballeroso de mi parte decirlo. ―Lo miro y veo el rubor
subiendo por su cuello.
―Lo tomaré como un sí. ¿Por qué ya no escribes canciones?
Mientras me revolcaba en la cama, busqué en Google a Sam. Escuché
todas las canciones que se le atribuyen haber escrito y descubrí que no
ha escrito nada con letra en más de cinco años. Se mueve en su asiento.
―Esa no es una respuesta rápida. ¿Puedo pasar esta?
―Bien, tienes un pase. ¿Cuál es tu recuerdo favorito?
―¿Contigo o de la vida en general? ―Nuestras rodillas se tocan de
nuevo y su antebrazo roza mi mano en la barra.
―Cualquiera de las dos ―digo y él reflexiona sobre esto por un
momento.
―¿Quieres uno de mis recuerdos favoritos de la infancia? ―pregunta,
y yo asiento―. No es algo rápido.
Presiono un botón imaginario en el aire entre nosotros.
―Pausando la ronda de preguntas rápidas.
Él toma mi mano y mueve mi dedo a otro punto en el aire.
―Aquí está el botón de avance rápido si te estoy aburriendo. ―Me
empiezan a doler las mejillas y me doy cuenta de que he estado
sonriendo desde que nos sentamos―. Está bien, soy cuatro años menor
que Maeve, así que durante la mayor parte de mi infancia mis hermanas
simplemente me vieron como el niño pequeño que no querían que las
acompañara. La mayor parte del tiempo, cuando salían a jugar, me
dejaban atrás, pero en el verano que tuve seis años, hubo un breve
período de tiempo en el que me dejaron estar en su pandilla. Me
construyeron una guarida en el bosque. Sam's Shack, lo llamaban. Leda
hizo un cartel de madera con un soldador. Maeve colgó un columpio de
neumáticos y cocinó buñuelos de maíz en la estufa de camping. Jugamos
ahí todos los días de las vacaciones, luego Maeve fue a la preparatoria y
ninguna de las dos quiso jugar en el bosque después de eso, pero tuve
ese verano perfecto.
Imaginar a Sam cuando era un niño, jugando con sus hermanas en el
bosque, tan feliz de ser incluido, hace que mi corazón se hinche por él.
―¿Todavía eres cercano a ellas, tus hermanas? ―le pregunto.
―Con Leda más, hablamos por teléfono la mayoría de las semanas.
―Se mueve en su silla y luego toma un sorbo de su pinta―. ¿Cuál es tu
recuerdo favorito de la infancia? ¿Sabes? No creo que alguna vez
hayamos tenido esta conversación.
―¿El mío? ―Intento pensar. Soy hija única, así que no tengo
recuerdos de hermanos a los que recurrir―. No recuerdo muchos
detalles de mi infancia, pero sí recuerdo que fue feliz. Pasaba los veranos
sentada en el césped haciendo collares de margaritas, observando a mi
papá cuidar sus verduras sin cesar. ―Hago una pausa, recordando la
cara inexpresiva de papá cuando le conté nuestro chiste―. ¿Crees que
mi papá está bien? A mamá le preocupa que se le olviden cosas.
Sam se acerca para apretarme la rodilla. Hay algo tan tranquilizador
en el gesto, que va más allá de cualquier cosa que él pueda decir.
―Está bien, tengo uno ―le digo, deseosa de llevarnos de nuevo a una
conversación más ligera―. Se acercaba mi cumpleaños número diez.
Todos los días, de camino a la escuela, mamá y yo pasábamos por
delante de una elegante panadería. Había un pastel en la ventana y me
detenía y lo señalaba cada vez que pasábamos: era el pastel que quería
para mi fiesta. Era un rico pastel de moca con glaseado de licor,
totalmente inapropiado, pero me encantaba su apariencia. Lo deseaba
tanto. Parecía un pastel sacado de un libro ilustrado, algo que podrías
dibujar. Mamá dijo: “No, ese no es un pastel para niños”. Seguí
pidiéndolo, diciendo que renunciaría a todos los demás regalos si
pudiera tener este pastel, pero aun así ella dijo que no, luego, el día de
mi fiesta, salió de la cocina con ese pastel de la panadería. Ninguno de
mis amigos quería comerlo; pensaban que era asqueroso; ella realmente
le sirvió ese pastel con alcohol a todos esos niños de diez años. ―Me
río―. Pero me encantó. Fue el mejor pastel de cumpleaños que he
probado en mi vida.
Sam extiende la mano y toma mis manos, entrelazando sus dedos
entre los míos.
―Nunca me habías contado esa historia antes.
―¿No?
―No. ―Nuestras rodillas se vuelven a juntar y ahora soy muy
consciente de cada parte de mi cuerpo que está en contacto con la suya.
Hablamos durante horas, contándonos historias de nuestras vidas
anteriores, de los tiempos de los que tengo memoria. Al compartir estas
historias, puedo ser yo misma, no tengo que intentar ocultar lo que falta.
Pedimos más bebidas y nos trasladamos a una mesa cerca de la parte
trasera de la barra. Sam es divertido, interesante y atento. Esta tiene que
ser la mejor cita en la que he estado. A diferencia de todos los
veinteañeros extraños y egoístas con los que he salido recientemente,
Sam es una compañía encantadora. Es maduro, guapo y atractivo. Él
realmente escucha cuando hablo, y la forma en que me mira, con ese
afecto sin filtro, enciende algo dentro de mí que ni siquiera sabía que
estaba ahí. Como beneficio adicional, puedo estar segura de que no
admitirá de repente que tiene un fetiche por comer papas fritas ni que
tiene opiniones políticas alarmantes, porque ya lo he investigado
minuciosamente.
Cuando le cuento la historia de los huesos en la ducha, suelta una
carcajada profunda y sin filtro que hace que todos en el bar se giren para
intentar ver qué es tan gracioso. Los ojos de Sam se fijan en los míos y
dice:
―Ya nunca más hacemos esto, salir solo nosotros dos.
―¿Por qué no? ―pregunto, luego siento que busca mi mano debajo
de la mesa y lentamente rodea mi palma con un dedo. Es muy sexy.
―No sé, siempre estamos muy ocupados o socializamos con amigos,
hacemos planes, hacemos tareas administrativas. Nunca tenemos tiempo
para simplemente charlar y contarnos historias. Me encantan tus
historias. Siempre me ha encantado la forma en que cuentas historias.
Su dedo en mi palma se siente exquisitamente tortuoso, y no puedo
concentrarme en lo que está diciendo. Me inclino y lo beso, ahí mismo en
el bar. Al principio, siento su sorpresa, pero luego él responde,
moviendo una mano por mi cuello hasta mi cabello y devolviéndome el
beso. Sus labios son firmes pero suaves, calientes y...
―Salgamos de aquí ―dice, su voz ahora es un susurro ronco.
Salimos a la calle, riéndonos como adolescentes. Sus manos están en
mi cintura, pero necesito que estén sobre mí. Empujándolo contra la
pared del bar, me inclino para besar su cuello.
―Eres tan sexy ―le digo en su cálida piel, pasando una mano por su
muslo―. ¿Cómo terminé con alguien como tú?
―Estamos en la calle, Lucy. Alguien nos verá ―dice, con su voz
profunda ligeramente ronca, y puedo sentir que él también me desea.
Sam pide un taxi y uno llega en minutos.
―Realmente pensé que ya tendríamos autos sin chofer ―le digo entre
besos mientras nos besamos como adolescentes en el asiento trasero.
―Los teníamos ―dice Sam―. Pero luego hubo una batalla legal por
la patente, y todos fueron retirados de las calles hasta...
―Okey, no importa ―digo, necesitando que me bese más de lo que
necesito que me explique por qué los autos sin chofer aún no son parte
del futuro. Tan pronto como regresamos a la casa, agarro a Sam por el
cuello de la camisa y lo llevo escaleras arriba. Estamos tratando de ser
callados, pero estamos borrachos y riendo como niños mientras
cerramos la puerta de una patada detrás de nosotros.

Es una experiencia extraña acostarme con alguien que conoce mi


cuerpo, alguien que sabe lo que me gusta, que sabe cosas que ni siquiera
sabía que me gustaban. Estoy lo suficientemente borracha como para
que no me importe que mis papás estén en casa con nosotros, y en un
momento Sam tiene que taparme la boca y decir: “Lucy, shhhh” con esa
voz severa que, sinceramente, solo me excita más.
Luego, me siento a horcajadas sobre él, aturdida, y paso un dedo por
su pecho ancho y firme.
―¿Es así como lo hacemos normalmente? ―pregunto.
―Normalmente no tan ruidoso ―dice, poniendo una mano a cada
lado de mis caderas. Muevo mi pelvis contra él, incapaz de dejar de
sonreír―. ¿Por qué? ―pregunta, mirándome y sacudiendo lentamente
la cabeza.
―Me desperté y descubrí que estaba casada con un completo
bombón.
Me da la vuelta para que quede boca arriba y él encima de mí, lo que
me hace soltar una carcajada.
―Tal vez tenga algunas ventajas que se despierte y piense que tiene
veintiséis años otra vez, señora Rutherford ―me murmura al oído.
Veinte minutos más tarde, mientras estoy acostada en nuestra gran y
hermosa cama, con los fuertes brazos de Sam rodeándome, siento una
abrumadora sensación de satisfacción. Claro, no es ideal que me haya
perdido dieciséis años de mi vida, pero esta situación ciertamente tiene
sus ventajas. Nunca más necesitaré tener mal sexo ni usar calzado barato
que se disuelva con la lluvia. La presión de la ducha en el baño es para
morirse, Zoya gritaría si viera su tamaño. Zoya. Toda mi alegría se
disuelve, como una mano que desmenuza suavemente una telaraña.
¿Cómo podría ser feliz si ella no está aquí? ¿Cómo podría ser buena algo en mi
vida si ella no está ahí para compartirlo? Me pregunto si la Futura Yo
también se sintió así o si ella había aprendido a vivir con esta enorme
ausencia.
Sam me acaricia la mano y trato de pensar en otra cosa.
―¿Encontraste tus anillos? ―me pregunta.
―Oh, sí, los mantendré seguros ahí ―digo, señalando el cajón.
Se inclina sobre mí para abrirlo, busca los anillos, luego levanta mi
mano y los pasa suavemente por mi dedo anular.
―El lugar más seguro para ellos ―dice, girando la cabeza para
besarme el cuello. Cierro la mano, tratando de que no me importe. Mi
mirada se dirige al tocador, donde hay una foto enmarcada de Felix y
Amy sentados sobre una manta de picnic en un claro del bosque y
pienso en la historia que me contó Sam sobre jugar con sus hermanas en
el bosque. Hay una diferencia de edad de más de seis años entre Felix y
Amy, por lo que no espero que alguna vez sean tan cercanos de esa
manera.
―¿Por qué esperamos tanto para tener un segundo bebé? ―le
pregunto a Sam y su mano deja de acariciar la mía―. Seis años parecen
un lapso muy largo.
Todo su cuerpo se pone rígido.
―Oh, amor ―dice, y su voz está llena de tanta emoción inesperada
que me hace sentarme en la cama.
―¿Qué?
―No hablemos de eso ahora, pasamos una velada tan encantadora...
―Se calla―. ¿Podemos guardarlo para la mañana? ―Hay algo
definitivo en su tono, y rápidamente me coloca en posición de cuchara y
me rodea con sus brazos. Es una sensación novedosa estar tan cerca,
estar tan cálida y completamente envuelta por otro cuerpo. Aunque no
creo que pueda dormir así, estoy demasiado acostumbrada a
extenderme, a dormir sola―. Te amo, Lucy ―dice en mi oído. Siento
que debería responderlo para volver a centrar cualquier cambio que
creé, pero no lo hago. Aunque hemos pasado una velada maravillosa,
solo lo conozco desde hace unos días. ¿Cómo podría amarlo?
Tan pronto como se duerme, me deslizo silenciosamente de sus
brazos, me quito los anillos y los devuelvo al cajón de la mesita de
noche, luego me arrastro hacia el otro lado de la cama, más cómoda
durmiendo sola que en los brazos de otra persona.
―Bueno, creo que todos podemos asumir que la “cita nocturna” fue
un éxito ―dice mi mamá con voz tensa durante el desayuno,
lanzándome una mirada de desaprobación―. Me sorprende que no
hayas despertado a los niños.
―Mamá, por favor ―siseo al escuchar a Sam en las escaleras.
―Supongo que es tranquilizador. Si tu matrimonio es fuerte, puedes
sobrevivir a cualquier cosa. Has pasado por cosas peores.
¿Lo he hecho? Antes de que pueda preguntarle qué quiere decir, Sam
aparece en la puerta de la cocina.
―Buenos días, Margot ―dice―. ¿Dormiste bien?
Mamá se aclara la garganta y luego toma un fuerte sorbo de café.
―Adecuadamente, gracias.
Sam ha estado de un humor extraño desde que despertó. Tal vez
como yo, tenga un poco de resaca. Abre el refrigerador, lo cierra, lo abre
de nuevo, mira fijamente el contenido durante un minuto y luego lo
cierra por última vez antes de girarse hacia mamá y hacia mí.
―Surgió algo ―dice con expresión seria―. Mañana habrá una sesión
de grabación en Manchester con una orquesta completa, está
programada desde hace meses. Con todo lo que está pasando aquí, le
pedí a un colega que me sustituyera, pero justo me envió un mensaje
para decirme que está enfermo. ―Hace una pausa―. No hay nadie más
y estaría decepcionando a mucha gente si no voy.
―¡Por supuesto que deberías ir! ―dice mamá―. Podemos quedarnos
y ayudar a Lucy.
―No quiero que te pierdas el festival, mamá, estaré bien ―le digo.
―Maria estará aquí para ayudar mañana a primera hora, pero yo no
volvería hasta el martes por la mañana ―me dice Sam, mirándome
esperanzado.
―Nos quedaremos hasta mañana ―ofrece mamá―. Como sea, la
mayoría de las charlas no empiezan hasta el mediodía.
―¿Qué piensas, Luce? ―me pregunta Sam.
―Por supuesto que puedo hacerlo ―digo, sintiéndome insultada―.
En serio, ¿no creen que pueda soportar menos de cuarenta y ocho horas
con la ayuda de los abuelos, una niñera, la escuela y la guardería?
―Mamá y Sam intercambian miradas―. Soy una adulta competente, no
tengo trece años.
Mamá se aclara la garganta.
―Me pareces enteramente en tu sano juicio.
Sam se pasa una mano por el cabello, con el rostro serio.
―Bien. ¿Estás segura de que no te importa quedarte, Margot? Hay
una lista en el refrigerador con todo lo que puedas necesitar, Maria lo
sabe todo de todos modos. ―Hace una pausa y me mira de nuevo―.
Tendré que tomar el tren ahí esta mañana para tener tiempo de
prepararme.
―¿En domingo?
Mamá está sentada justo aquí, así que no espero que Sam esté encima
de mí, pero no puedo evitar sentir que él está un poco fuera de lugar
esta mañana. Su lenguaje corporal ciertamente no dice: “Anoche
tuvimos sexo y fue increíble”. ¿Se arrepiente de lo borrachos que nos
pusimos? ¿Le da vergüenza lo ruidosos que fuimos? Intento transmitir
con una sonrisa que yo no me arrepiento de nada. Quiero recuperar ese
delicioso zumbido de coqueteo, pero entonces Amy entra, perseguida
por mi papá sosteniendo un títere de tejón, y cuando miro a mi
alrededor, Sam ha salido de la habitación.
Amy agarra mis piernas por seguridad y la levanto sobre mi regazo,
donde se acurruca contra mi pecho y todo su peso cae sobre mí. Ella
empuja una mano debajo de cada uno de mis brazos, acariciando su
cabeza contra mi pecho como un bebé koala. Es una sensación única ser
abrazada por un niño: mi regazo es su refugio de todo lo que le asusta,
se siente como una gran responsabilidad ser eso para alguien. Me
pregunto a qué edad dejé de subirme al regazo de mi mamá en busca de
consuelo. Inhalando el olor dulce y lechoso de Amy, abrazo sus
pequeños y suaves muslos y entierro mi cara en su cabello. Es relajante,
la suave presión de su cuerpo, este abrazo pausado que no tiene ningún
propósito, excepto el deseo de estar lo más cerca posible de mí.
Papá se ofrece como voluntario para llevar a Sam a la estación de tren,
pero logro agarrar a Sam solo en la puerta antes de que se vaya.
―Entonces, anoche fue divertido ―le digo, lanzándole una sonrisa
descarada mientras le tomo la mano.
―Sí, lo fue ―dice, con una breve mirada de culpabilidad cruzando su
rostro. ¿Se siente mal porque no hemos tenido tiempo para hablar, para
discutir lo que sea que no me haya dicho? Mi mente salta a lo que podría
ser: ¿ellos, nosotros, tuvimos un aborto espontáneo, múltiples rondas de
FIV? Tal vez tuvimos una mala racha en nuestro matrimonio y más hijos
estuvieron fuera de la mesa por un tiempo. Sea lo que sea, no estoy
segura de querer saberlo ahora.
―No necesito que me cuentes todo de una vez, las cosas que he
olvidado ―le digo―. ¿Podemos solo disfrutar de esta parte por ahora y
ponernos al día con el resto después? ―Busco en su rostro: ¿Lo
entiende? Solo quiero aferrarme a este sentimiento glorioso por un poco
más de tiempo, donde todo sobre la otra persona está por delante de ti,
aún por descubrir. No necesito las notas sobre toda nuestra historia
incluso antes de que haya empezado.
Me inclino para besarlo en los labios, pero él mueve la cabeza y me da
un beso en la mejilla.
―Claro ―dice―. ¿Realmente vas a estar bien sin mí?
―Por supuesto. ―Extiendo una mano para agarrar su cintura, pero él
se da vuelta para irse.
―¿Y me llamarás si hay algo con los niños?
Asiento con la cabeza.
Una vez que Sam y papá se van, termino contándole a mamá mi
situación laboral. Ella insiste en que pase la tarde persiguiendo esta
“gran idea” mientras ella atiende a los niños. Al acompañarme a mi
oficina, dice:
―Lucy, cuando el mundo da vueltas, el trabajo nos ata con un
propósito ―lo que suena como una cita errónea de un cojín, pero
entiendo su punto. Después de mi ausencia prolongada la semana
pasada, ¿no sería fantástico si pudiera llegar al trabajo mañana, con una
gran idea en la mano, y salvar el día?
Mi oficina está escondida en la parte trasera de la casa. Abrir la puerta
me produce la emoción de Virginia Woolfish. Un amplio escritorio de
madera se encuentra frente a una silla giratoria de aspecto caro, y de las
paredes cuelgan elegantes impresiones enmarcadas. En el lado izquierdo
hay una estantería repleta de premios: Mejor productora independiente
Badger TV; Premio BAFTA Infantil, Mejor Animación “Sam submarino”.
En la estantería hay libros cubiertos de notas adhesivas, escritas con mi
letra. En uno de ellos, Las hadas no son reales, escribí: “¿Potencial de
animación?”. En otro, Space Camp, “Serie de ocho capítulos, un episodio
por planeta”. Toda esta sala está llena de ideas.
La computadora portátil se desbloquea con mi huella digital, pero
después de hojear varias carpetas, no encuentro nada obvio. Encuentro
un CV actualizado que enumera todos los programas en los que he
trabajado, y me surge una idea: si veo todos estos, podría llenar los
vacíos y ponerme al día con lo que me he perdido. Pronto me pierdo en
la madriguera de la investigación. En cada nuevo programa veo algún
elemento que podría haber surgido de mí. También estoy ardiendo con
un nuevo sentido de orgullo: trabajé en estos programas, estos buenos
programas, está mi nombre en los créditos. Se enciende una chispa
creativa familiar, mientras nuevas ideas compiten por mi atención y
busco un bolígrafo para anotarlas.
Sobre el escritorio hay una foto mía y de Sam. Está parado
rodeándome con su brazo en un jardín y me susurro a mí misma:
―Lo lograste. ―Te mantuviste firme, resististe los terribles salarios y la
feroz competencia, y lograste plasmar tus ideas. Tienes lo que siempre quisimos.
La idea pone un nuevo acero en mi estómago: he estado a cargo de
Badger TV, durante cuánto tiempo, no lo sé, pero que me condenen si
voy a dejar que Coleson Matthews, o cualquier otra persona, se lo lleve
bajo mi guardia.
Le envío un mensaje de texto a Michael:

Una disculpa por el silencio. Finalmente me siento mejor; tengo muchas ideas
que discutir. Estaré en la oficina mañana a primera hora. L

Él responde de inmediato:

Maravilloso. Me alegro mucho de que estés mejor. Me tenías sudando. M.

Ideas que puedo hacer. Las ideas son mi fuerte. Solía pensar en ellas
sentada en mi cama, garabateando títulos de programas en cuadernos
desgastados. Aquí tengo un escritorio enorme, una computadora
elegante y una estantería llena de inspiración. Además, ni siquiera
necesito pensar en muchas ideas, solo necesito una. ¿Qué tan difícil
puede ser tener una idea brillante para un programa?
―¿Estás realmente de acuerdo con que nos vayamos? ―mamá me
pregunta más tarde esa noche cuando finalmente empacaron y están
listos para partir. He insistido en que se vayan esta noche. Los niños
están en la cama, Maria llegará temprano por la mañana y tengo todo
bajo control. Nell, la amiga de mamá, los espera en Gales y sé que
quieren evitar el tráfico de la mañana.
―Estoy bien, tendrán un camino despejado si se van ahora ―le
aseguro.
Ella vacila en la puerta mientras papá reorganiza el contenido del
maletero por enésima vez. Mientras la veo pasar una mano por su corto
cabello gris, me sorprende que este estilo le siente mejor que llevarlo
largo. Antes, siempre estaba revisando su cabello en el espejo, alisándolo
constantemente con las palmas. Este estilo corto la hace ver mucho más
cómoda.
―¿Aún estarás bien para el próximo mes? ―pregunta mamá―. Me
van a operar de cataratas. Dijiste que irías y te quedarías un par de días;
tal vez necesitaría un poco de ayuda. ―Se sonroja levemente. Ella nunca
me había pedido ayuda con nada.
―Sí, por supuesto que puedo, solo dime cuándo ―le digo y la tensión
en su rostro se relaja mientras asiente y luego me da una palmadita en el
brazo.
―Recuerda, estamos a solo una llamada de distancia ―dice papá,
volviendo a buscar su abrigo mientras mamá va al auto.
―¿Y tú, papá? ―le pregunto suavemente, ayudándolo a ponerse el
abrigo―. Mamá se distrajo con mis noticias, pero sé que está
preocupada por ti.
―Mi memoria irrita a tu mamá mucho más de lo que me irrita a mí
―dice papá, dándome palmaditas en el brazo tal como lo hizo mamá.
―¿No crees que deberías hablar con un doctor?
―Le eché un vistazo a tu huerto y limpié unas enredaderas de
tomates caídas. Asegúrate de seguir regándolas, últimamente no ha
llovido mucho ―dice, ignorando por completo mi pregunta.
―Ni siquiera sabía que tenía un huerto, así que gracias ―le digo,
aplanando una de las solapas de su abrigo.
―¿Sabes lo que siempre me ha gustado de la jardinería? ―pregunta, y
niego con la cabeza―. A las plantas no les importa quién eres, qué has
hecho o qué has olvidado. Si las visitas con frecuencia y las observas
adecuadamente, sentirás lo que necesitan. La gente es igual: no es
necesario conocer la historia completa de alguien para saber cuándo
necesita un abrazo. ―Luego me jala a sus brazos.
―Oh, papá ―digo, hundiéndome en él.
―Si me estoy volviendo loco, lo haré en mis propios términos, amor.
―Hace una pausa y luego me lanza una mirada inquisitiva.
―Estaré bien ―le digo―. No te preocupes por mí, lo tengo
controlado.

Resulta que no lo tengo controlado. Ni por asomo.


Amy se despierta cuatro veces durante la noche. Una vez por un
cambio de pañal, otra porque echó a Neckie de la cuna, y las otras dos
veces, ni siquiera sé por qué, solo que se pone a llorar hasta que la
levanto. Lo único que hace que se detenga es caminar alrededor de la
habitación con ella, que es lo último que me apetece hacer cuando estoy
cansada. ¿Cómo sobrevive la gente con este poco de sueño? Entonces Felix se
despierta angustiado porque no tiene a Hockey Banjo.
―¿Estoy buscando un banjo de verdad? ―le pregunto.
―No ―se lamenta Felix―, mi armadillo.
―Te ayudaré a buscar, debe estar en alguna parte ―digo.
―Es ella y no le gusta la oscuridad ―solloza Felix, arrastrándose por
el suelo para mirar debajo de su cama.
―Ella no se perderá.
―¿Cómo lo sabes? ¡Ni siquiera sabes cómo es porque no eres mi
mami verdadera! ―Felix llora. Él tiene razón, no sé cómo es su juguete.
Quizás esté perdida, quizás Hockey Banjo atravesó un portal y ahora
está viviendo mi antigua vida, bebiendo caldo de huesos y tequila con
Julian y Betty.
Finalmente, a las cuatro de la mañana, después de desarmar la sala de
juegos, encuentro un armadillo tierno que se ajusta a la descripción de
Felix y Felix, apaciguado, finalmente logra volver a dormir. Yo no. Estoy
demasiado nerviosa, demasiado preparada para la próxima
perturbación. Recurro a activar la aplicación Fit Fun Fabulous en mi
teléfono y pedirle que reproduzca una meditación para dormir.
―Dejo ir el mundo de la vigilia ―dice una voz femenina entrecortada,
acompañada por suaves campanadas―. Disfruto de esta sensación de
quietud. Aprecio mi viaje hasta dormir.
No. No hay nada que disfrute ni aprecio lo que sucede, solo un nuevo
e intenso odio hacia esta mujer que suena increíblemente satisfecha por
lo bien descansada que está. Veo la hora nuevamente. Solo necesito
aguantar a las siete y cuarto. Tan pronto como llega Maria, puedo hacer
café, puedo ir a trabajar, puedo concentrarme.
Pero a las siete recibo una llamada de Maria diciendo que ha
desarrollado una infección debido a su cita de rutina con micro agujas y
que no podrá venir a trabajar. Mierda. Tendré que levantar a los niños,
vestirlos, alimentarlos y llevarlos a la escuela y a la guardería yo sola, y
luego tomar un tren a Londres. Estaba planeando ponerme algo lindo
para mi primer día de regreso al trabajo, peinarme e intentar lucir
profesional, pero ahora que dos niños piden a gritos el desayuno, tengo
que conformarme con ponerme el primer conjunto que encuentro y
recogerme el cabello en un moño desordenado.
―¿Viste los foros? ¿Ya subiste mi dibujo? ―pregunta Felix. Mierda, me
olvidé por completo de eso.
―Mmm, todavía no, lo siento, me distraje ―digo, mientras trato de
encontrar “el cereal fornido” que ha pedido para el desayuno.
―Pero irás a Londres, ¿no vas a buscar el portal? ―pregunta Felix.
―No, voy a trabajar... a mi trabajo.
―¿Saben los extraterrestres cómo hacer televisión?
―No soy un extraterrestre. ¿Éste? ―Le muestro una caja de Captain
Crisp y él niega con la cabeza―. ¿Éste? ¿Éste? ¿Éste? ―Saco todos los
cereales del armario y Felix toma la caja de Weetabix―. ¿Cómo es que
son “fornidos”? ―pregunto, exasperada. Él sostiene la galleta de trigo
alargada para ilustrar cuán obviamente es fornido.
―¿Qué debería hacerte para tu almuerzo para llevar? ―le pregunto,
deteniéndome para recoger el vaso de leche de Amy, que lanzó al otro
lado de la habitación sin ningún motivo.
―Sándwich de queso, por favor ―dice Felix. Bueno, al menos eso fue
fácil―. Pero solo si tienes queso blanco. Ya no me gusta el queso
amarillo. ¿Y solo si tenemos los panecillos largos? No me gusta el pan
que tiene el hombre verde en el paquete, tiene ojos que dan miedo, y si
no hay queso blanco, jamón, pero solo si es el jamón con orilla.
No debería haberle preguntado. Tomo un paquete de papas fritas, una
bolsa de nueces y una manzana del armario, tiro un trozo de lo que
podría ser queso en el único pan que puedo encontrar y lo meto todo en
una lonchera amarilla que tiene una nave espacial de dibujos animados
en el frente.
―¿Podemos subir mi dibujo después de la escuela? ―pregunta Felix.
―Claro, lo haremos más tarde, tan pronto como regrese de Londres.
―No quiero que se haga ilusiones de que su terrible dibujo digital
pueda ser la solución a todos nuestros problemas, pero no parece que
vaya a dejarlo pasar, y no hay tiempo para una gran conversación al
respecto ahora.
En la agenda familiar hay una lista de todas las cosas que los niños
necesitan un lunes. Debajo de Felix, dice: Equipo de fútbol (cajón
superior) y tarea de ortografía (pregúntale). Después de pasar diez
minutos buscando algo que nunca había visto, que Felix solo puede
describir como “un libro con escritura” Felix recuerda que podría
haberlo dejado en la mochila de Simon Gee, quien quiera que sea Simon
Gee.
Ya vamos muy tarde, pero mientras apresuro a todos a subir al auto,
se oye un ruido sordo y el aire se llena de un hedor impío.
―Amy se hizo popó ―dice Felix con un profundo suspiro.
Amy me da una amplia sonrisa con dientes. ¿Hizo eso a propósito?
¿Puedo llevarla a la guardería con el pañal sucio? Me imagino que está mal
visto, pero antes me han visto mal y estoy feliz de arriesgarme. Sentada
en el asiento del chofer, dejo escapar una larga y lenta exhalación. Y
pensar que solía tener dificultades para llegar a tiempo al trabajo cuando
solo tenía que vestirme y salir por la puerta.
―Buenos días, Lucy ―dice Stanley Tucci. Su voz es tranquilizadora y
sexy, y al instante me hace sentir un poco menos estresada.
―Hola, Stan ―digo.
―¿Vas a ir a ESCUELA FELIX? ―me pregunta.
―Sí. ―Aunque ahora me preocupa conducir este enorme auto. Hace
años que no conduzco y nunca dominé estacionarme en paralelo. ¿Qué
pasa si tengo que estacionarme en paralelo en la escuela? Pero tan
pronto como presiono el acelerador, el auto se pone en marcha
silenciosamente, suave como mantequilla derritiéndose en un cuchillo.
Cuando giro a la izquierda para salir del camino, honestamente siento
como si el auto se condujera solo. ¿El auto se conduce solo?
Cuando llegamos a la escuela, veinte minutos después, Stanley dice:
―Que tengas un buen día, FELIX.
―Piérdete, Stan ―dice Felix, abriendo la puerta.
―¡Piérdete! ―Stanley responde alegremente.
―Yo le enseñé eso ―me dice Felix con orgullo, luego cierra la puerta
del auto y corre a través del patio vacío.
Stanley nos lleva a la guardería de Amy y empiezo a pensar que lo
peor de mi día podría haber pasado. Si tomo el tren de las nueve y
cuarto, todavía puedo estar en la oficina a las diez y cuarto, pero cuando
me estaciono y abro la puerta del copiloto, descubro que Amy logró
meterse en mi bolso, abrió mi costoso colorete en crema y se lo untó por
toda la cara y el asiento del auto.
―¡Amy! ¿Cómo hiciste eso? ―No tengo nada con qué limpiarlo y
tratar de quitárselo con las manos solo lo empeora: tiene toda la cara tan
rosa que ahora parece extremadamente avergonzada, cosa que,
francamente yo estaría en su posición. Mientras se la entrego a la
encargada de la guardería, noto que se le ha filtrado el pañal y que hay
una pequeña mancha de color marrón claro a través del costado de sus
mallas. Tengo una negación plausible: ella podría haberlo hecho sin más. Amy
se aferra a mí, como un bebé koala apestoso que se resiste a abandonar
su árbol.
―Está bien, Amy, volveré a buscarte más tarde. Tengo que ir a
trabajar ahora, cariño.
Mientras intento soltar sus manos de mi cabello, su rostro se queda
quieto y creo que está a punto de ceder, pero luego ella vomita por toda
mi blusa.
―Dios ―dice la trabajadora de la guardería.
―¡Agh! ―Lloro y le paso a Amy a la mujer para que pueda sacudirme
el vómito rosado de la blusa. Ahora tendré que volver a casa y cambiarme,
nunca llegaré a las nueve y cuarto.
―No puede venir a la guardería si está enferma ―dice la encargada
de la guardería, devolviéndomela.
―No creo que tenga nada contagioso, ella solo se comió mi colorete
de camino hacia aquí.
―Lo siento, es política de guardería. No podrá volver hasta dentro de
cuarenta y ocho horas.
―¿Cuarenta y ocho horas? ¿Pero cómo se supone que voy a ir a
trabajar?
La mujer se encoge de hombros con simpatía, pero yo realmente no lo
entiendo. Necesito ir a trabajar. ¿Cómo se supone que los papás deben
conservar sus empleos? En serio, ¿cómo es que nadie ha encontrado
todavía una solución a esto? Amy comienza a llorar e inmediatamente
me siento mal por preocuparme por perderme la reunión. A la pobrecita
probablemente le duele la barriga y no quiero dejarla aquí si no se siente
bien. Abrazo su rostro cubierto de rubor contra el lado seco de mi pecho.
―Pobre Amy, vamos a casa.
De regreso en la casa, le cambio el pañal y la ropa, pero no deja de
llorar. Pienso en llamar a Sam, pero no puede hacer nada desde
Manchester. Solo se preocupará porque no tengo las cosas bajo control.
No tengo las cosas bajo control. Poniendo una palma contra la frente de
Amy, trato de medir si tiene calor. Mi mamá solía hacerme eso, como un
termómetro humano. Amy se siente caliente, pero tal vez sea una calidez
normal. ¿Dónde aprenden los papás estas cosas? ¿Hay alguna charla
TED que pueda ver?
Amy se hunde en mí y cierra los ojos. Recuerdo ese sentimiento de
simplemente necesitar a mi mamá. Algo me dice que solo necesita que la
abrace en mi regazo y le haga saber que no iré a ninguna parte. Entonces
me cambio la blusa y eso es lo que hacemos hasta que ella se queda
dormida, babeando sobre mi hombro. Usando mi mano libre, logro
enviarle un mensaje de texto a Michael, diciéndole que he tenido una
emergencia con los niños y que, después de todo, no llegaré a Londres
hoy. Soy consciente de que estoy decepcionando a la Futura Yo. Ella me
dejó a cargo de su vida, su carrera, sus hijos y estoy fallando en todos los
frentes. ¿Qué haría ella en esta situación? Dejaré que Amy duerma
durante diez minutos, luego la trasladaré al sofá y tal vez me
comunicaré al trabajo de forma remota. Solo... diez... minutos.
Me despierta mi teléfono. ¿Me quedé dormida? ¿Qué hora es? ¡Mierda,
llevamos dos horas dormidas las dos! El sonido también despierta a
Amy, pero ella me sonríe con los ojos somnolientos y satisfechos. Se ve
mucho mejor, a pesar de que todavía tiene manchas de colorete en la
cara.
―Señora Rutherford, soy Yvonne, de Farnham Primary ―dice una
voz nasal al teléfono―. Felix no tiene su camiseta de fútbol verde. Esta
semana visten de verde porque es un partido fuera de casa. Se lo
recordamos a todos en la aplicación Skoolz. ―Hay una pausa en la
línea―. Tendrá que dejarla antes de las dos si él va a jugar en el partido.
No quiero ser la razón por la que no juegue en el partido. Le entrego a
Amy un oso que reproduce música cuando le presionas las orejas y corro
escaleras arriba para buscar esa camiseta de fútbol verde. No hay nada
en sus cajones ni en el suelo de su habitación, y después de una
búsqueda exhaustiva por la casa, finalmente la encuentro en el cuarto de
lavado, al fondo de una pila de ropa sucia, cubierta de barro. Si hago un
lavado rápido, tal vez pueda secarla a tiempo. La lavadora de la era espacial
no se enciende sin los códigos de eficiencia energética y consumo de
agua, pero después de experimentar con mil combinaciones de números
aleatorios, finalmente escucho el misericordioso sonido del agua que se
vierte en el tambor.
Amy grita aburrida de su juguete, y cuando voy a recogerla, se oye un
pitido agudo y repetitivo procedente del cuarto de lavado. Vamos a
investigar y encontramos CÓDIGO DE ERROR 03 parpadeando en la
lavadora.
―¿Qué demonios es el código de error tres? ―le pregunto a Amy y
luego me doy cuenta de que agarró una hoja de detergente en polvo y
está a punto de llevársela a la boca. Cuando se la quito de las manos,
grita de rabia. No puedo abrir la máquina ni apagarla, y el pitido, junto
con el llanto de Amy, es una tortura. Si fuera un espía y el enemigo me
estuviera interrogando, cinco minutos así y revelaría todos mis secretos.
Amy se muerde los puños. ¿Quizás tiene hambre? Es la hora del
almuerzo y vomitó la mayor parte del desayuno.
―¿Tienes hambre?
―¡Hambe! ―ella chilla.
Entonces suena el timbre. Justo lo que necesito.
En la puerta me encuentro con un hombre de aspecto alegre y un
elegante mono verde.
―¿Señora Rutherford? Todavía no puedo acostumbrarme a que me llamen
así―. Soy Trevor, estoy aquí para registrar su medidor de energía.
―Me temo que realmente no es un buen momento ―digo, moviendo
a Amy arriba y abajo sobre mi cadera.
―Correcto. ―Trevor cambia su peso entre sus pies, su sonrisa se
desvanece ligeramente―. Es solo que se le cobrará una tarifa extra si
elige reprogramar.
―Bien, pasa, pero tengo amnesia, no recuerdo haber programado
esto. ¿Puedes encontrar lo que necesitas tú mismo?
―Seguro. ―Él me mira con recelo―. ¿Sabe dónde está su medidor?
―Sacudo la cabeza―. ¿Tiene un armario para los electrodomésticos?
Normalmente hay un panel.
―¡Hambe! ―chilla Amy, y la dejo en el suelo por un minuto porque
me está jalando el cabello y necesito mostrarle a Trevor dónde está el
cuarto de servicio.
Cuando vuelvo, me encuentro con que en los treinta segundos que me
fui, Amy ha conseguido quitarse el pañal y orinar por toda la alfombra
del pasillo.
―¡Amy! ¡No!
Ella gime.
―Su panel no está ahí ―dice Trevor, regresando y haciendo una
mueca ante el desorden―. Voy a buscarlo, ¿de acuerdo? Puedo ver que
tiene las manos ocupadas.
Una vez que ordeno el desorden en el pasillo, me dirijo a la cocina y
busco una bolsa de puré para Amy y una barra energética de nueces y
semillas para mí. Amy tira la bolsa al suelo y me arrebata la barra de la
mano. El pitido de la lavadora se siente como si un pájaro carpintero
golpeara el interior de mi cráneo. ¿Qué pasa si no puedo apagarla? ¿Qué
pasa si tenemos que vivir con este sonido por el resto de nuestras vidas?
La gente nos visitará y tendremos que darles tapones para los oídos,
llegará a definir quiénes somos como personas.
El rostro sonriente de Trevor aparece detrás de la puerta de la cocina.
―Encontré el panel ―dice triunfalmente.
Amy ha demolido mi barra de nueces y ahora grita “¡NANA!”
―Nana no está aquí, cariño ―le digo, pero ella extiende los puños y
los aprieta para abrirlos y cerrarlos.
―¡NANA!
―Creo que está tratando de decir banana ―dice Trevor. Cierto,
incluso Trevor entiende a mi hija mejor que yo―. ¿Quiere que apague
ese pitido? ―me ofrece.
―¡Sí, por favor, Trevor! Por el amor de Dios, sí.
Trevor parece asustado, le encuentro un plátano a Amy y ella lo
agarra encantada. Trevor no logra detener el pitido, aunque logra abrir
la lavadora para que pueda sacar la camiseta de fútbol de Felix.
Diez minutos después, Trevor se va y Amy y yo estamos de vuelta en
el auto, con la camiseta húmeda de Felix colgando de mi ventana.
―¡Baa sheep! ¡Baa sheep! ―grita Amy una vez que estamos
conduciendo.
―Stan, toca “Baa Sheep” ―lo intento.
―¿Quiere ir en auto a BAARLE-NASSAU, en BÉLGICA? ―ofrece
Stanley.
―¡No!
Mi enamoramiento por Stanley Tucci se está evaporando
rápidamente. Estoy empezando a extrañar a Trevor, por corta que fuera
nuestra relación de paternidad compartida.
―¡Baa sheep! ―Amy se lamenta insistentemente. Intento cantar “Baa
Baa Black Sheep” yo misma, pero no puedo recordar la letra, y ahora
tengo un dolor de cabeza punzante por todo el pitido de la lavadora, el
llanto, el canto y la intensa multitarea. Perdemos diez minutos
conduciendo en la dirección equivocada porque me doy cuenta de que
Stanley intenta llevarnos a Bélgica. Finalmente, llegamos a las puertas de
la escuela, desabrocho a Amy y corro adentro con ella. Me duelen los
brazos por cargarla todo el día. ¿Es por eso que ahora tengo bíceps?
―Hola, solo quería dejarle una playera de fútbol a Felix Rutherford
―le digo a la mujer en el mostrador de recepción, mirando el reloj en la
pared, mientras trato de recuperar el aliento. Ella me mira con lástima y
solo entonces me doy cuenta de cómo debo lucir. Tengo puré de bebé en
el cabello, enormes manchas de sudor en la camiseta y Dios sabe qué
más porque ni siquiera me miré al espejo antes de salir de casa. Amy
parece un flamenco agotado.
―¿En qué clase está? ―ella pregunta.
―Eh, no estoy segura. Tiene siete años.
―¿No sabe en qué clase está? ―pregunta, entrecerrando los ojos hacia
mí. Una mujer mayor con cabello castaño rizado entra desde una de las
oficinas de atrás y ahora me siento doblemente juzgada.
―Tercero C ―dice la mujer mayor―. Felix Rutherford está en Tercero
C. Mientras esté aquí, señora Rutherford, me pregunto si tendrá tiempo
para una charla rápida.
La recepcionista toma el uniforme de fútbol y, al sentir que todavía
está ligeramente húmedo, me lanza un agudo “tut”.
―¿Tal vez podrías ponerlo en un radiador por un minuto?
―pregunto en voz baja, antes de seguir a la mujer mayor a su oficina. El
letrero en la puerta dice: Sra. H. Barclay, directora.
―Tome asiento ―dice, tomando un libro y entregándoselo a Amy. Es
un libro de tapa dura sobre conejos, y Amy lo manosea alegremente―.
Uno de mis favoritos.
―Excelente ―digo, simplemente por tener algo que decir.
―¿Sabía que Felix trajo nueces a la escuela esta mañana?
―¿Nueces?
―No se permiten nueces, señora Rutherford. Alergias.
―Oh, no, lo siento mucho, eso fue mi culpa. ¿Están todos bien?
―Fueron confiscadas y eliminadas. ―Hace una pausa―. Felix
tampoco tenía los libros necesarios esta mañana y no pasó lista.
―Sí, lo siento, llegamos tarde, mmm... ―Intento pensar cómo puedo
expresar mis excusas. A Sam no le impresionará si me deja a cargo por
un día y servicios sociales se llevan a ambos niños.
―¿Solo quería comprobar si todo estaba bien en casa? ―pregunta,
inclinándose sobre el escritorio hacia mí―. Felix le dijo a su maestra que
usted había desaparecido. ―Hace una pausa, entrelaza las manos y baja
la mirada―. Si hay problemas en casa, siempre es mejor comunicárselo a
la escuela, así podremos ayudar mejor a sus hijos en cualquier transición
difícil.
―Oh, no, nada de eso ―intento esbozar una sonrisa demasiado
alegre―. Solo algunos, mmm, problemas de salud. ―Hago una pausa―.
Preferiría no dar detalles, pero eso podría explicar el comportamiento
reciente de Felix.
―Ya veo. ―Ella asiente lentamente, luego frunce el ceño como si no
viera nada y quisiera que le diera más detalles―. Le preguntó a su
maestra si podía construir un cohete espacial durante el proyecto...
―Qué ambicioso de su parte.
―…para poder enviar a su falsa mamá de regreso a su planeta
alienígena.
Una risa breve y aguda se escapa de mis labios, que se encuentra con
un ceño fruncido.
―Los niños tienen una imaginación muy viva, ¿no? ―le digo.
―No quiero entrometerme ―dice, aunque claramente eso quiere―.
Siempre y cuando tenga todo bajo control y no vuelva a enviar nueces a
la escuela.
―Sí, gracias, señora Barclay. Todo está bajo control. Entendido, nada
de nueces.
En ese momento, Amy vomita un lodo espeso de nueces sin digerir
por todo el escritorio de la directora.
―A mí me parece un día bastante normal en mamá land ―dice Faye,
cuando termino de contarle mi desastroso día. Me las arreglé para
escaparme de los niños durante unos minutos para llamarla y es un gran
alivio escuchar su voz amigable y sin prejuicios―. ¿Cómo está Amy
ahora? ¿Ha vuelto a vomitar?
―No, parece estar bien, probablemente no debería haberla dejado
comer una barrita energética en el almuerzo.
―¿Y qué está pasando con la lavadora? ¿Sigue pitando? ¿Quieres que
vaya?
―No, no te preocupes, metí toda la ropa sucia alrededor de la
máquina y está amortiguando el sonido. ―Huelo mi blusa. Aunque me
cambié, todavía huelo a vómito―. Me siento pegajosa, sudorosa y
asquerosa. He fallado en todo hoy.
―¿Están vivos tus hijos? ―me pregunta Faye.
―Sí.
―¿Se quemó la casa?
―No.
―Entonces no has fallado.
―¿Crees que me resulta difícil esto de ser mamá porque no recuerdo
cómo hacerlo?
―No, solo que a veces es difícil. Me imagino que es doblemente difícil
si no recuerdas nada ―me dice―. Pueden enviar a un hombre a Marte,
pero nadie ha resuelto el problema de cómo vestir, alimentar y sacar a
un niño de casa sin que alguien se vuelva loco.
―¿Enviaron un hombre a Marte? ―pregunto, asombrada.
―Lo hicieron, y una mujer y un jerbo llamado Spacey McCheeks.
―Ni siquiera he tenido tiempo de prepararme un café. No he podido
lavar nada. Ni siquiera recuerdo si he ido al baño hoy. No creo que
haya... no creo que haya hecho pis en ocho horas.
―Lucy, tu hija está enferma, Sam no está, estos son los días en los que
solo necesitas sobrevivir. ―Faye hace una pausa―. ¿Estás segura de que
no quieres que vaya? Podría llevarte un poco de té de lavanda.
―No, de verdad, solo necesito dos minutos para sentarme y... ―Dejo
de hablar, sorprendida por Felix que se cierne sobre mí con una caja de
crayones medio vacía.
―Amy se comió mis crayones ―dice, con el ceño fruncido, molesto.
―Lo siento, Faye, tengo que irme. Se han comido los crayones.
Felix y yo estamos junto a Amy en la sala de estar, donde ella está
sentada sobre un nido de crayones rotos.
―¿Crees que ahora hará popó de arcoíris? ―Felix me pregunta
seriamente. Su tono me hace reír y veo una pequeña sonrisa aparecer en
la comisura de su boca. Juntos guardamos todos los rompecabezas y
juguetes que Amy sacó del estante más bajo.
―Lamento que hoy haya sido una locura, lo haré mejor mañana. Me
levantaré muy temprano.
Felix se encoge de hombros, parece más molesto por los crayones que
por cualquier otra cosa.
―¿Qué es lo opuesto a comer? ¿Es no comer o vomitar? ―me
pregunta.
―No lo sé ―digo, confundida por este completo sin sentido.
―Creo que es vomitar. ¿Qué es ese pitido?
―Es la lavadora. No puedo apagarla.
Se dirige hacia el cuarto de lavado y yo lo sigo con Amy.
―No te perderé de vista, pequeño tornado de caos ―le digo,
poniéndole suavemente un dedo en la nariz, y me sonríe angelicalmente.
Felix baja la barricada de ropa y me muestra un botón al costado de la
máquina, lo mantiene presionado mientras cuenta hasta tres y
finalmente, se calla.
―Wow. Así de fácil, ¿eh?
Felix se encoge de hombros diciendo:
―No fue nada.
Me dejo caer sobre la monumental pila de ropa sucia.
―No soy muy buena en esto, ¿verdad? ―digo en voz baja.
―Lo estás haciendo bien ―dice, sentándose en la pila de ropa sucia a
mi lado. Entonces siento su brazo alrededor de mis hombros, Felix me
abraza. Mi hijo me está abrazando. Tengo un hijo. La ligereza de su pequeño
brazo alrededor de mis hombros despierta algo dentro de mí, un nuevo
afecto por él, rompiendo sobre mí como una ola. No quiero moverme ni
decir nada porque no quiero que deje de hacerlo.
―A la verdadera mami también le resulta difícil, a veces sale y les
grita a las verduras cuando no quiere gritarnos a nosotros.
No sé si esta información es tranquilizadora o inquietante. Le paso mi
teléfono y le digo:
―Vamos, muéstrame esos sitios web en los que quieres que suba tu
dibujo. ―Una promesa es una promesa.
Felix toma el teléfono, con el rostro radiante. Escribe y luego me lo
devuelve.
―Éste es el mejor, el sitio que el papá de Molly dijo que usara.
―Señala el sitio web que abrió, Arcadefind.co.uk―. Es para la gente que
colecciona máquinas antiguas. ―Me devuelve el teléfono y me desplazo
por los encabezados de los temas. Se busca: Joystick rojo de repuesto para
máquina arcade Donkey Kong 412. Hay algunas solicitudes increíblemente
específicas aquí. Quizás Felix tenga razón. Quizás alguien en este sitio
sepa dónde puedo encontrar esa máquina de los deseos.
Solo me lleva unos minutos crear un perfil y una publicación en la
página de búsqueda del sitio.
USUARIO: WishingFor26
BUSCANDO: Máquina de deseos vintage
DESCRIPCIÓN: Funciona con monedas, 10p para aplanar y mover
una moneda de 1p de “Tu deseo está concedido”. Luces de neón
amarillas, reproduce una melodía que suena como “Camptown
Races”.
OBSERVACIONES: Visto en quiosco en Baskin Road, al sur de
Londres, hace dieciséis años.

Una vez que creo la publicación y subo el boceto de Felix, se lo


muestro.
―Es una posibilidad remota. No deberíamos hacernos ilusiones ―le
digo con firmeza. Yo también me lo digo a mí misma.
―Alguien lo verá ―dice con confianza―. Alguien sabrá dónde está.
Ante un gemido ahogado detrás de nosotros, ambos nos giramos para
ver a Amy con un par de leggins sobre su cabeza. Quitándoselos, le doy
a Amy una sonrisa tonta. Ella se ríe y alcanza mi cara, agarrando mis
mejillas como si fueran plastilina.
―¿Qué crees que quiere la princesa del lavadero para tomar el té?
―pregunto, poniéndome de pie y llevándome a Amy conmigo.
―A los dos nos gustan las barritas de pescado ―me dice Felix,
siguiéndome fuera de la lavandería.
―Okey, palitos de pescado, serán. Probablemente pueda hacer eso.
―Luego, como los enormes ojos de Amy me miran expectantes, me
cubro la cara con los leggins―. ¡Oh, no, el pulpo me ha atrapado! ―grito
y Amy chilla de alegría mientras hago la mímica de que me atacan los
leggins―. ¡Rápido, Capitán Felix, la princesa del lavadero está en
problemas, ¡necesita un barco!
Amy aplaude, paralizada. Felix me lanza una mirada confusa.
―Capitán, no tenemos mucho tiempo. ¡La princesa no sabe nadar!
Detrás de él hay un cesto de plástico para la ropa sucia y, de mala
gana, lo empuja hacia mí con el pie.
―Tendrás que hacerlo tú, Capitán, el pulpo me tiene en sus garras
―grito dramáticamente, bajando a Amy y simulando una pelea con mi
mano cubierta por las leggins.
Felix camina lentamente hacia nosotros, levanta a Amy y la deja caer
en el cesto de ropa sucia, poniendo los ojos en blanco mientras se quita
el flequillo de los ojos, pero siento un atisbo de interés, así que
intensifico mi actuación y hago todo lo posible canalizando toda mi
experiencia dramática, que consiste en interpretar a la oveja número
cinco en el belén de mi primaria.
―Ella está a salvo por ahora, pero para llevarla a casa, necesitamos
derrotar al malvado rey pulpo ―agito los leggins en el aire―, ascender
la cascada ―señalo las escaleras―, luego enfrentar la Bañera de las
Muchas Preguntas antes de llegar a la seguridad del Castillo Cot.
―Hago una pausa para lograr un efecto dramático―. ¿Estás conmigo,
Capitán?
Felix mira a su alrededor, avergonzado, tal vez comprobando si
alguien nos está viendo. Sus ojos parpadean con indecisión y Amy
aplaude con anticipación, completamente involucrada en lo que sea que
esto sea.
―Por favor, Capitán Rutherford, no puedo hacer esto sin ti.
El tiempo se detiene, entonces ganan las ganas de jugar. Mirando
alrededor de la habitación, tomo una almohada del sofá y se la tiro a
Felix.
―Tu escudo contra pulpos, hombre. ―Se golpea la almohada contra
su pecho, se lanza hacia mi mano enfundada en leggins y se produce
una pelea a muerte. Amy se levanta en su bote y aplaude nuestra
actuación. Ahora que Felix está involucrado, el juego sube un nivel de
complejidad. Me dice que antes de subir a la cascada de los siete peces,
debemos eliminar la guarida del pulpo en el cuarto de juegos. Agarra un
cordón de una bata de la pila de ropa sucia y lo ata al bote de Amy para
que podamos arrastrarla mientras saltamos sobre los muebles. Felix se
compromete con el juego con una ferocidad que no podría haber
previsto. Cuando ambos estamos a salvo en la alfombra de la sala, con la
princesa Amy amarrada en su bote, Felix señala la canasta de juguetes al
otro lado de la habitación.
―Esa es la guarida secreta ―susurra―. Neckie está ahí. Él es el líder.
Para subir a la cascada tenemos que sacarlo a él y a sus matones de ahí, y
distraerlos para que podamos llegar al botón.
―¿Qué hace el botón? ―pregunto, genuinamente interesada en saber.
―Es un botón antigravedad. Invierte el flujo del agua.
―¡Genio! ¿Cómo sacamos los juguetes?
―Los matones ―me corrige―. Yo remaré por la parte de atrás y tú
los distraerás en la entrada de la cueva. Subiré por la entrada secreta y
detonaré la… ―mira a su alrededor, tira un cojín al suelo y luego salta
hacia él para poder alcanzar una caja sorpresa de madera del estante
inferior para juguetes―, la bomba.
―Ten cuidado con eso, ya sabes lo sensibles que son ―le digo en
silenciosa reverencia.
―Este no es mi primera batalla, teniente ―me dice con una sonrisa
descarada, y en esa sonrisa, veo un destello de su papá, y de este niño a
los dieciséis, a los veinte, siendo hombre, y siento una punzada de algo
en mi pecho, como si mi corazón se hubiera desprendido de alguna capa
exterior y ahora estuviera abierto a los elementos.
Felix se aleja remando sobre el cojín del sofá con la bomba
cuidadosamente guardada bajo el brazo.
En mi teléfono encuentro “Bad Romance” de Lady Gaga. Empieza a
sonar por los altavoces del techo y subo el volumen. Para el cumpleaños
dieciséis de Zoya, armamos una rutina de baile para esta canción y
grabamos un vídeo musical en la sala de estar de sus papás. Es la única
rutina de baile que conozco. Felix me observa confundido mientras
empiezo a cantar y a hacer pasos salvajes sobre la alfombra, Amy chilla
de alegría y comienza a balancear su cesto de ropa sucia de un lado a
otro. Felix asiente con la cabeza y ahora que está cerca de la canasta de
juguetes, comienza a tirar peluches por la habitación.
―¡Está funcionando! ¡Están dejando la cueva indefensa! No pares.
Bailo como si mi vida dependiera de eso, como si mi relación con mi
hijo dependiera de eso, como si todo mi horrible fracaso de día pudiera
deshacerse con una rutina de baile exitosa. Tal vez no vaya a ganarme el
respeto de este niño pretendiendo ser la mamá que conoce, pero tal vez
lo conquiste bailando como loca el tiempo suficiente para darle una
oportunidad para presionar el botón antigravedad.
―¡Puedo ver el botón! ―Felix ruge, se lanza hacia la canasta de
juguetes y siento una descarga de adrenalina, como si algo enorme
estuviera a punto de suceder.

Una hora más tarde, Felix y yo yacemos en el pasillo de arriba


completamente agotados.
―Lo logramos ―dice, acercándose a mí para chocar los cinco.
―Lo hicimos ―digo, mirando hacia la habitación de Amy, donde
ahora está en su cuna lista para acostarse. Nuestra misión de llegar al
castillo se desvió por la cocina en busca de combustible para héroes
(palitos de pescado y papas fritas) y combustible para barcos (leche), que
Amy bebió en nombre del barco, luego subimos la cascada hasta la
Bañera de las Muchas Preguntas, donde Felix tuvo que deletrear
correctamente cinco palabras para abrir los Grifos del Destino. Amy fue
maravillosamente dócil durante todo el juego y estaba agotada cuando
finalmente la depositamos en su castillo (cuna).
»Esa fue una misión increíble ―digo, ofreciéndole a Felix una mano
para levantarlo. Bajamos las escaleras y atravesamos la sala de estar,
ahora llena de cojines y juguetes. La pila de ropa sucia está a medio
camino al otro lado del pasillo, de cuando Felix estaba cavando para
encontrar una cuerda para remolcar el barco. La cocina sigue siendo una
zona de desastre por el té de Amy... y el almuerzo... y desayuno. Sin
embargo, a pesar del apocalipsis doméstico, una nueva y tranquila
confianza se ha apoderado de mí. Quizás pueda hacer esto de ser mamá.
Ordenaré la casa, prepararé todas las cosas que necesito para mañana,
llevaré a Felix a la cama, luego me encerraré en la oficina y le enviaré un
correo electrónico a Michael con todas mis ideas para el programa.
Entonces intentaré hacerlo todo de nuevo mañana, solo que mejor.
―Eso fue divertido ―dice Felix en voz baja mientras empiezo a
cargar el lavavajillas―. Mami ya no hace mucho eso, no juega con
nosotros, siempre está demasiado ocupada.
―¿Ah, sí? ―pregunto, luego siento lealtad hacia mi yo futura―. Ella
tiene mucho entre manos, estoy segura de que querría jugar más contigo
si pudiera.
―Lo sé, es una gran mami. ―Me mira y siento que quiere decirme
que tampoco está siendo desleal―. Hace las mejores fiestas de
cumpleaños. El año pasado me hizo un pastel de dinosaurio. Todos mis
amigos decían que era el mejor pastel de todos los tiempos, tenía todos
los dientes hechos de M&M.
Tarareo, mordiéndome el labio, sintiendo una repentina oleada de
emoción detrás de mis ojos.
―No cocinamos el brócoli ―dice Felix, señalando una cabeza de
brócoli olvidada en la tabla de cortar.
―¿Quieres brócoli como postre?
―Supongo ―dice, encogiéndose de hombros.
Pongo una cacerola con agua en la estufa y Felix toma un cuchillo
para empezar a cortar.
―Espera, ¿puedes usar un cuchillo?
―¿Me confías una granada pero no un cuchillo de cocina? ―Me río a
carcajadas y ahí aparece de nuevo esa sonrisa, la que intenta ocultar,
pero no puede disimular su placer al hacerme reír.
―¿Hola? ―Se oye una voz desde la puerta y Felix y yo nos giramos
para ver a Sam mirando el caos a su alrededor desconcertado.
―Hola, papá ―dice Felix, corriendo para abrazarlo. ¿Llegó temprano a
casa? Iba a ordenar antes de que él regresara, mañana lo haría mejor.
Sam parece exhausto y tengo ganas de abrazarlo también, pero tengo
cuidado. Tiene esa mirada de “profesor decepcionado” mientras observa
el caos.
―No es tan malo como parece ―le digo―. Estábamos jugando, lo
ordenaré todo.
―Está bien ―dice, caminando hacia la sala de estar, recogiendo los
cojines del sofá y colocándolos en su lugar―. Deberías estar en la cama,
amigo ―le dice a Felix―. Mañana es día de escuela. ¿Qué tal si vas a
cepillarte los dientes y yo subo y te doy las buenas noches?
Felix me da una mirada conspiradora y de lástima antes de dirigirse
hacia las escaleras.
―¿Cómo es que llegaste temprano a casa? ―pregunto.
―Algunos de los músicos estaban enfermos, no pudimos grabar todo
lo que queríamos. Te dejé una nota de voz...
―Lo siento, casi no vi mi teléfono. Maria no estaba bien, luego Amy
se enfermó. No fui a Londres.
Sam toma un tiburón de peluche y se desploma en un sillón.
―No me habría ido si hubiera sabido que estarías sola, deberías
haberme llamado, Lucy.
Probablemente tenga razón, hoy fue un completo desastre, basta con
mirar este lugar, pero no puedo evitar sentirme decepcionada de que él
lo vea de esa manera, porque jugando con Felix y Amy esta noche,
finalmente pude ver otro lado de la paternidad: el lado divertido, el lado
en el que realmente podría ser buena.
―Voy a meterme en la ducha, el tren era una sauna ―dice―.
Entonces nos ocuparemos de todo esto, supongo.
Cuando se da la vuelta para subir las escaleras, me doy cuenta de que
ni siquiera me besó desde que entró. ¿Cómo hemos pasado de nuestra
increíble noche de sábado a esto? Tal vez si doy el primer paso, pueda
volver a donde estábamos, al coqueteo, las burlas y desnudarnos. Lo
sigo escaleras arriba. La ducha ya está abierta, así que me quito la ropa
en el dormitorio. Me duele el cuerpo por el cansancio, pero tan pronto
como veo el cuerpo desnudo de Sam en la ducha, una nueva energía se
apodera de mí.
Cuando paso una mano alrededor de su pecho, él se estremece,
sorprendido, pero luego sostiene mi mano contra la suya y se gira para
mirarme. El agua corre sobre nuestros cuerpos, mi piel se eriza por el
frío de la ducha y la anticipación de su toque. Esos primeros días, desear
a Sam se sentía como desear al esposo de otra persona, pero desde la cita
nocturna he hecho las paces con la ambigüedad moral. La Futura Yo
querría que tuviera relaciones sexuales con su esposo. Yo lo haría, si
fuera ella, que lo soy. Además, sería un error dejar que este tipo de
química demencial se desperdicie. Al inclinar la cabeza para besarlo, me
siento tan pequeña. Todos los hombres con los que he estado antes se
sienten como niños torpes comparados con Sam. Mientras él me
devuelve el beso, dejo escapar un gemido y luego sus manos me
empujan contra la pared de la ducha.
―¿Sabes? Nunca había tenido sexo en la ducha ―le susurro al oído.
Tan pronto como las palabras salen de mi boca, lo siento congelarse, con
sus manos todavía sobre mi cuerpo. Lo veo con los ojos muy abiertos
por la sorpresa y el rostro lleno de un dolor indefinible―. ¿Qué? ¿Qué
pasa?
Él mira mi mano izquierda, luego sale de la ducha y se envuelve una
toalla alrededor de la cintura, ignorándome mientras regresa al
dormitorio.
―¿Qué? ¿Qué hice? ―Lo intento de nuevo, tomando una toalla del
estante.
―¿Por qué no llevas tu anillo de bodas? ―me pregunta.
―¿Eso es todo lo que te molesta? Lo siento, no sabía que era tan
importante.
Se aleja de mí y me doy cuenta de que está temblando.
―¿Quién eres? No hablas como mi esposa, no actúas como ella.
―Deja escapar un gemido, se sienta en la cama y apoya la cabeza entre
las manos. Frota sus palmas en las cuencas de los ojos y respira―. Lo
siento, sé que no es tu culpa. No es que no quiera esto, o que no lo haya
disfrutado el sábado. Me encantó verte reír y soltarte como solías
hacerlo. No puedo recordar cuándo fue la última vez que te acostaste en
la cama sin desmaquillarte y ponerte cremas, cuándo me besaste por
última vez en la calle, sin importarte quién te viera. ―Ahora me mira y
veo el dolor en sus ojos―. Pero me siento mal porque me guste. Se
siente extrañamente desleal, y que actúes como si fuera la primera vez
que tuvimos sexo en la ducha me desconcierta porque hemos tenido
sexo ahí cientos de veces, y nunca te quitas los anillos, excepto para
dormir. Me hace sentir como si estuviera con otra persona, y si no eres
mi esposa, yo... no sé a dónde fue.
Sus palabras se sienten como un puñetazo en el esternón.
―No estoy “actuando” nada, Sam ―le digo lentamente, apretando
más la toalla a mi alrededor, sintiendo de repente frío―. Esto no es un
juego de roles. En caso de que lo hayas olvidado, no lo recuerdo.
Ahora se cubre los ojos.
―Lo sé, lo sé, no quise decir eso. No sé a qué me refiero. Me siento
fatal por haberte dejado sola con los niños cuando no eres tú misma.
Podría haber pasado cualquier cosa. ―El tormento en su rostro me parte
el corazón.
No eres tú misma. Algo en esas palabras me atraviesa más que
cualquier otra cosa que haya dicho.
―Yo soy yo misma. Yo sé quién soy. Es solo que no me conoces ―le
digo fríamente.
Luego recojo mi ropa y salgo de la habitación.
¿Qué estoy haciendo aquí? Tratando de jugar a la familia feliz con
gente que no conozco, enamorándome de Sam, avergonzándome a mí
misma. Necesito salir de aquí. Necesito volver a Londres, volver a lo que
sé. Necesito vestirme con ropa adecuada, cepillarme el cabello, comprar
un café increíblemente caro y ser la productora de televisión competente
que sé que soy capaz de ser.
A la mañana siguiente, Maria todavía está enferma, pero Sam dice que
se quedará en casa con Amy. Todo lo que tengo que hacer es llevar a
Felix a la escuela de camino a la estación de tren.
―¿Estás bien, mami? ―me pregunta Felix en el auto, notando mis
ojos hinchados. Me dan ganas de llorar porque es muy dulce de su parte
preguntarlo.
―Estaré bien ―le digo―. Gracias de cualquier forma.
―¿Qué es lo opuesto a casa? ―me pregunta, y es exactamente el nivel
de conversación del que me siento capaz.
―No casa ―sugiero y su rostro adquiere una mirada contemplativa
en el espejo retrovisor.
―¿No es campo? ―me pregunta.
―¿Por qué necesitas que todo tenga un opuesto, Felix?
Se encoge de hombros lenta y exageradamente.
―¿Has buscado mensajes en el foro de arcade? ―me pregunta. No lo
he hecho, así que una vez que entro en el estacionamiento de la escuela,
inicio sesión.
―Oh, tengo un mensaje ―digo sorprendida, luego leo el título de
asunto―. Tengo lo que estás buscando...
Felix salta de su asiento y se estira sobre mis hombros para mirar. Por
suerte, hago clic en el enlace antes de mostrárselo porque es una imagen
frontal completa de genitales masculinos arrugados.
―Ew.
―¿Qué? Déjame ver ―me dice, alcanzando mi teléfono, mientras
borro rápidamente el mensaje.
―Me temo que eso no tuvo nada que ver con la máquina de los
deseos, sino simplemente un hombre horrible que me envió fotos
desagradables.
―¿Fotos desagradables? ―Parece confundido―. ¿Qué, como un
perro sin ojos?
―Un poco así, sí.
―Oh ―dice, decepcionado. Me aclaro la garganta, ansiosa por seguir
adelante con la conversación―. Pregunta rápida antes de irte. Hoy
presentaré ideas para la televisión infantil en el trabajo. ¿Qué te gustaría
ver si pudieras inventar tu propio programa?
―Cualquier cosa con helicópteros ―me dice―, y congrios, y una
persecución por la jungla donde puedes ir en uno de esos barcos con el
gran ventilador en la parte trasera.
Algo me dice que Helicóptero Congrio no será mi propuesta ganadora,
pero lo agrego a mi lista de todos modos.

Vestida con un traje pantalón ajustado y mis botines nuevos, entro a la


oficina sintiéndome confiada. Londres. TELEVISIÓN. Trabajo. Estas son
las cosas que sé. He decidido no contarles a mis colegas sobre mis
problemas de memoria, no si puedo evitarlo. No quiero correr el riesgo
de perder la única parte de mi vida que parece vagamente normal y
sobre la que podría tener cierto control.
―Lucy, ¿cómo estás? ―Michael me saluda en lo alto de las escaleras,
y Trey y Dominique me saludan desde el otro lado de la oficina. Callum
se ofrece a prepararme una taza de té e intercambiamos una mirada:
¿Lástima? ¿Camaradería? No, peor: creo que Callum tiene un
enamoramiento por mí. ¿En qué estaba pensando? Es prácticamente un
niño. Culpo a la baja tolerancia de la Futura Yo al alcohol.
»Me alegro mucho de que finalmente hayas regresado ―dice Michael,
haciéndome señas para que entre a su oficina―. Dormiré mucho mejor
una vez que hayamos decidido esta idea para Kydz Network. ―Parece
cansado―. El equipo ha estado intercambiando ideas mientras no
estabas y sé que siempre agradecen tus comentarios. ¿Escuchamos
algunas de sus ideas antes de que nos expongas las tuyas? Michael me
da una sonrisa nerviosa cuando Callum llega con mi té y una deliciosa
bandeja de galletas.
―Día de galletas ―dice, sonrojándose ligeramente mientras coloca
una sobre mi escritorio con una servilleta.
―Otra cosa a la que los tacaños de Bamph sin duda le pondrán fin
―dice Michael, tomando una él mismo.
―Gracias, Callum ―digo, tomando un sorbo del té perfectamente
preparado con la cantidad justa de leche. Esto es bueno. Soy la jefa de
Badger, la reina de la televisión, en mi serena oficina con mis
encantadores colegas y con mis increíbles botines nuevos. Nadie llora ni
me muerde ni tira mis manualidades o mis intentos de cocinar a la
basura. Nadie me echará del sexo en la ducha por decir algo incorrecto.
Aquí puedo simplemente comer croissants y hablar con gente
encantadora sobre mi tema favorito: la televisión. Tengo una lista
enorme de ideas, así que estoy segura de que una de ellas encajará.
Mientras todo el equipo se reúne en la sala de juntas, Trey viene a
sentarse a mi lado. Lleva un saco de esmoquin de terciopelo rojo y una
camisa plateada con solapas enormes y puntiagudas.
―Lo hice ―dice en voz baja―. Le propuse matrimonio a Clare, dijo
que sí.
―Oh, Trey, felicidades, son noticias maravillosas.
―También hablé con su familia, a sus papás les preocupaba que yo
fuera autónomo, que no tuviera seguridad laboral, que me costara pagar
una hipoteca, pero les conté todo sobre ti, sobre tus planes para mí.
―¿Mis planes? ―pregunto.
―Que cuando ganemos este programa, podrás ofrecerme un contrato
de personal ―dice Trey con una sonrisa confiada.
Genial, ahora los futuros suegros de Trey también cuentan conmigo.
Dominique es la primera en presentar su idea. Parece nerviosa, así que
trato de animarla levantando el pulgar. Ella presenta una serie animada
de exploradores donde los científicos exploran paisajes demasiado
pequeños para que los vea el ojo humano, como células en las hojas o
gotas de lluvia en las nubes. Cuando Dominique termina, la sala queda
en silencio y me doy cuenta de que todos me miran esperando una
respuesta.
―Brillante, me encanta ―digo, con una sola palmada. Dominique
parece emocionada.
―¿No crees que se parece demasiado a MicroBots? ―pregunta
Michael, golpeándose la mejilla con un bolígrafo.
―Mmm, tal vez. ―Tomo nota de ver MicroBots.
―Es genial, pero ese tipo de construcción del mundo sería costosa y
consumiría mucho tiempo para lograr la recuperación ―dice Trey.
―Con mi cabeza de director puesta, se siente más en el extremo
educativo del espectro que en el puro entretenimiento de los sábados
por la noche ―dice Michael―. ¿Quizás podríamos hablar de eso en otro
momento?
Asiento con la cabeza ante las sugerencias de Michael y me toco el
labio para transmitir “escucho atenta”.
Leon es el siguiente. Presenta un programa de repostería en el que los
equipos compiten para hornear pasteles para las fiestas de cumpleaños
de sus mascotas. Estoy a punto de decir que me encanta, a quién no le
encantan los pasteles y las mascotas, pero entonces interviene Trey.
―Es un poco como Disney Channel hace quince años, ¿no? Lo siento,
Leon. ―Le hace a Leon una mueca de dibujos animados, lo que provoca
algunas risas entre los demás en la sala―. ¿Lucy? ¿Qué opinas?
―Mmm. Posiblemente.
Con cada propuesta, las preguntas que me dirigen se vuelven cada
vez más técnicas. Todo suena como una buena idea, hasta que la gente
menciona aspectos prácticos, preocupaciones presupuestarias y
programas de los que nunca he oído hablar. Me siento como un fraude
porque no sé nada y la gente empieza a parecer decepcionada con mis
respuestas evasivas. Michael es mesurado, reflexivo, sus comentarios
son positivos pero prácticos. Ahora que lo pienso, este era
frecuentemente el papel de Melanie, sabía qué preguntas hacer y podía
prever todos los peligros potenciales.
―¿Escuchamos tu idea ahora, Lucy? ―Sugiere Michael, golpeando
nerviosamente su bolígrafo contra su bloc de notas. Me levanto y
aplaudo, tratando de recuperar la confianza con la que entré aquí. Tal
vez no sea bueno criticando las ideas de otras personas, pero eso no
significa que no seré buena defendiendo las mías.
―Tengo un montón de ideas, así que voy a lanzar algunas líneas
principales ―digo con entusiasmo, mirando a Michael, que ahora se
muerde el labio inferior―. Bien, entonces comenzaré, ¿de acuerdo?
―Hago una pausa―. Estaba pensando, ¿qué es lo que más les gusta a
los niños? ¡Castillos inflables! ¿Qué tal un programa de juegos
ambientado en un castillo inflable? ―Todos me miran expectantes, así
que sigo―. Podría haber todas estas rondas diferentes, una podría ser
un concurso de ortografía, donde tienes que rebotar mientras deletreas,
y luego una ronda física donde tienes que agarrar globos del techo o
algo así. Lo llamo “La casa del rebote”.
La gente me sonríe, pero nadie dice nada.
―Entonces, es un programa de juegos, ¿pero animado? ―pregunta
Michael, lentamente, como si estuviera tratando de resolver una
ecuación matemática compleja mientras recuerda lo que desayunó hace
cuatro días.
―Sí ―digo.
―Creo que me enfermaría un poco ver a la gente saltar tanto de arriba
a abajo ―dice Dominique riendo. Quizás tenga razón. No parece que La
casa del rebote deje a nadie boquiabierto, así que sigo adelante
rápidamente. Seguramente les gustará una de estas ideas.
―Bueno, sostén esa. ¿Qué tal un programa de juegos llamado
“Pantalones en llamas” donde los niños compiten para decir las mentiras
más extravagantes? El jugador que convenza al mayor número de
espectadores gana un enorme premio en efectivo.
―Pensé que ya no se podía ofrecer premios en efectivo a los niños
―dice Leon―. Desde que ese chico de Quién quiere ser un niño
multimillonario fue asaltado por uno de los productores del programa.
―No tiene que ser efectivo ―le digo―. Podría ser cualquier cosa,
dulces, vales.
―¿Dulces? ―Trey pregunta horrorizado, como si hubiera sugerido
que los recompensemos con narcóticos.
―¿No te parece moralmente dudoso recompensar a los niños por
mentir? ―pregunta Dominique.
―Okey, olviden la idea de mentir. ¿Qué tal un concurso de talentos
para niños? Conseguimos que un equipo de niños monte su propio circo
cada semana. Tendrán que hacer todo; encontrar todos los actos,
organizar los ensayos y luego, cada sábado por la noche, tendrá lugar el
gran espectáculo en vivo: El aprendiz se encuentra con The Greatest
Showman.
―¿Cuáles son esos programas? Lo siento, no he oído hablar de ellos
―pregunta Trey y me doy cuenta de que deben ser referencias muy
viejas ahora.
Michael me mira desconcertado, como si éste no fuera el tipo de ideas
que esperaba que le sugiriera.
―Me encantan los concursos de talentos ―dice Callum, sonriéndome
como un labrador leal.
―O tuve esta otra idea. ―Decido seguir hablando, tirando todo lo que
tengo contra la pared y esperando que algo se pegue―. Un programa de
pez fuera del agua, llamado “Los Geeks van a la guerra” ¡Conseguimos a
los adolescentes más nerd, más geek y menos amantes del aire libre que
podamos encontrar, y luego los enviamos a entrenar con los marines!
Gracioso, ¿eh?
Hay una inhalación colectiva en toda la habitación.
―¿Qué? ―pregunto, mirando hacia abajo para comprobar que mi
camisa no se haya abierto.
―Mmm, me imagino que estás usando ese término irónicamente
―dice Michael―, pero ese tipo de lenguaje discriminador nunca
encajaría en el canal. Especialmente en un programa dirigido a los
chicos.
―Como alguien que se identifica con las “inclinaciones tecnológicas”
es demasiado bajo usar el peyorativo ―dice Leon, sacudiendo la cabeza.
¿Geek? ¿Peyorativo? Quizás estoy fuera de sintonía con las
sensibilidades modernas.
Las cejas de Michael se han fruncido con una preocupación cada vez
mayor. Me estoy ahogando aquí y necesito sacar un ganador seguro.
Hurgando en mi bolso, encuentro el libro que traje, una serie de grado
medio sobre exploración espacial. La Futura Yo tenía una propuesta de
adaptación guardada en su computadora portátil en “Nuevas ideas”. Es
perfecta para esta franja horaria.
―Entonces, este libro, Star Gazers, es ideal para una adaptación: es
informativo y emocionante... ―Estoy a punto de continuar, pero todos
me miran con recelo otra vez, como si no solo tuviera la camisa
desabrochada, sino que ahora me hubiera salido una segunda cabeza.
―¿Quieres volver a proponer Star Gazers ―Michael frunce el ceño―,
aunque Sky no optó por el piloto?
Ya lo hice. Mierda, ese detalle no apareció en ninguna de las notas. Esa era
mi gran idea a prueba de fallos. Mi mente se queda en blanco, pero mi
boca sigue hablando.
―Bien, desecha eso entonces. ―Aquí voy―. Tres palabras para
ustedes: helicópteros, congrios, anguilas.
Silencio. Algo me dice que esta reunión de presentación no ha ido
bien.
―Equipo, dejemos esto a un lado ―dice Michael, empujando su silla
hacia atrás y poniéndose de pie―. Reanudaremos la reunión cuando
Lucy y yo hayamos tenido la oportunidad de hablar un poco más sobre
estrategia.
Todo el equipo se lanza miradas preocupadas mientras salen. Me
acerco a la ventana y la abro de golpe.
―¿Hace calor aquí?
Michael cierra la puerta detrás de los demás antes de decir:
―Lucy, ¿qué está pasando? ―Su voz está llena de preocupación,
destruyendo mi ilusión de que podría lograrlo. Me siento físicamente
desinflada.
―Lo siento, estoy fuera de mi juego ―digo, todavía frente a la
ventana, preparándome. Tendré que decírselo―. La verdad es que la
razón por la que estuve ausente la semana pasada fue porque tuve
algunos problemas de memoria. ―Hago una pausa, preguntándome
cuál es la mejor manera de expresarlo, pero cuando me giro hacia él,
Michael asiente, como si estuviera esperando esto.
―¿Confusión mental? ―sugiere Michael y yo asiento―. Sospeché que
podría ser eso, con los sofocos y los cambios de humor, algo que no se
quiere presumir. Jane pasó por lo mismo.
―¿Cambios de humor?
―Perdón si me estoy excediendo. Fue difícil no darme cuenta de que
llegaste el viernes como una persona completamente diferente. Al igual
que Jane, subía y bajaba como un yoyo, pero los parches hormonales
hicieron maravillas para nivelarla. ―Él se acerca para apretar mi
mano―. He hecho mi Entrenamiento de Sensibilidad Menopáusica.
Cualquier cosa que necesites, Lucy: un descanso más largo, apoyo
adicional, un ventilador de escritorio, dímelo.
―Me temo que es un poco más que confusión mental, Michael. Es...
―hago una pausa de nuevo, distraída por la vista de Trey a través del
cristal. Está sentado con la cabeza entre las manos. ¿Está llorando?
―Al igual que Jane, ella siempre perdía la noción de lo que decía a
mitad de una frase.
―No, no recuerdo nada. La semana pasada no sabía tu nombre, no
sabía que trabajaba aquí, ni siquiera sabía que tenía esposo e hijos.
―Igual que Jane. ―Michael infla las mejillas y luego baja la voz―. No
te he dicho esto, pero una vez la encontré en la cama con un hombre que
conoció en una parada de autobús. Se disculpó mucho, pero todo se
debió a la menopausia, simplemente olvidó que estaba casada.
―Correcto ―digo lentamente, insegura sobre el giro que ha tomado
esta conversación.
Michael suspira.
―Fue terrible para ella, un caso tan extremo. Lo único que pude hacer
fue brindarle apoyo.
―¿Está bien ahora? ―pregunto con cautela.
―Oh, sí. El doctor le puso parches y empezó a nadar. Su instructor de
aeróbic acuático, Marcus, ha sido de gran ayuda. Tiene su propia línea
de suplementos. ¿Podría pedirle a Jane su número si quieres?
―Gracias, pero creo que estoy bien. Mira, sé que lo que sea que esté
pasando conmigo es en un momento terrible, ya que los trabajos de
todos están en juego. Lo entenderé si quieres retroceder en la
presentación. Podríamos decirle a Gary que cambiamos de opinión.
Michael me mira por un momento. Parece desconcertantemente
tranquilo.
―No ―dice.
―¿No?
―Lucy, ¿recuerdas por qué creamos Badger TV? ―Michael continúa.
―No está tan claro ahora, no.
―Estábamos trabajando juntos en un documental sobre los
entusiastas de los hámsteres. En la fiesta de clausura dijiste: Te contaré
cien ideas de espectáculos mejores que Hamsterama. Y lo hiciste. Aunque
estabas algo borracha, la mayoría de ellas eran lanzables, varias de ellas
brillantes. No se puede enseñar ese tipo de creatividad. ―Hace una
pausa―. Tú tampoco puedes olvidarla. ―Michael hace un gesto hacia la
oficina de afuera―. Hemos sido un gran equipo todos estos años, con
tus ideas y mi cerebro empresarial. Sé que hemos tenido que hacer
concesiones a lo largo del camino, pero estoy muy orgulloso de lo que
hemos construido, de los programas que hemos realizado. Sé que estaba
nervioso por la presentación, pero tenías razón: los Cardinals nunca
aceptarían una fusión con los Red Soxs. Jugamos juntos, a nuestra
manera, o perderemos todo el juego.
―¿Yo dije eso? ―pregunto.
Él asiente, sus dedos juegan con los botones de su chaleco.
―Lo hiciste.
Está empezando a no gustarme la Futura Yo. Es demasiado
persuasiva para su propio bien, manipula a todos para que hagan lo que
ella quiere, se juega egoístamente el trabajo de todos los demás con una
idea que ni siquiera escribió en un lugar donde otras personas podrían
encontrarla. No ha etiquetado sus archivos en ningún orden lógico ni ha
dejado claro qué programas ya se han realizado y cuáles no.
Fundamentalmente, Sam está enamorado de ella, la extraña y no puedo
competir. He estado tratando de sacar lo mejor de la situación en la que
me encuentro, pero ahora me doy cuenta de que lo mejor que puedo
hacer no será lo suficientemente bueno.
―Ya pensaremos en algo ―le digo a Michael, con toda la convicción
de una langosta arrojada a una olla para hervir.
En el tren a casa veo que tengo varios mensajes y llamadas perdidas
de Sam. Él dice: “Tenemos que hablar” y luego se disculpa por haberme
molestado. En la estación de Farnham, no me atrevo a conducir a casa de
inmediato. Me siento desesperadamente perdida, como si no
perteneciera a ningún lugar: ni al trabajo, ni a casa con Sam, ni siquiera a
este cuerpo. Entonces me siento en el auto y llamo a mis papás.
―Hola, soy Lucy ―digo, cuando papá contesta.
―Hola, cariño, me temo que tu mamá no está. ¿Cómo va todo?
―No tan bien si soy honesta.
―Ah. ―Papá hace una pausa―. Asunto complicado, ¿eh?
―Sí, lo es, es un asunto complicado ―digo, sonriendo ante esta
familiar frase.
―¿Hay algo que pueda hacer, amor?
―En realidad no, solo quería escuchar una voz amigable. ¿Qué está
pasando en tu lado?
―Tu mamá se fue a... mmm... ―Se produce una profunda pausa en la
línea―. Bueno, no puedo recordar lo que dijo ahora. ¿Fue este fin de
semana que querías que cuidáramos a los niños? ―Suena distante en la
línea.
―No, está bien. ―Hago una pausa―. ¿Qué está pasando entonces en
tu huerto?
―Oh, la col rizada salió muy bien, toda mi lechuga también,
especialmente desde que puse esa cerca a prueba de conejos, la mejor
inversión que he hecho. Ahora, para un ojo inexperto, los pimientos
pueden parecer un fracaso, pero tengo algunos trucos bajo la manga
para revivirlos. ―Y ahí está él, animado como siempre, el mismo papá
de siempre.
Charlamos un rato más sobre nada importante, que lo es todo para mí,
y cuando me despido, me siento lo suficientemente tranquila como para
afrontar el viaje a casa y lidiar con la decepción de Sam conmigo.

Cuando llego, Sam está sentado esperándome. Parece cansado, con el


rostro demacrado. Tan pronto como estoy en la casa, salta y camina
hacia mí, abrazándome. Al principio, me tenso, pero luego me permito
relajarme con él. Después del día que he tenido, no quiero nada más que
sentirme reconfortada por él, por su olor extrañamente familiar.
―Lo siento, lo siento mucho ―dice en mi cabello, y ahora me siento
horrible por no ser más comprensiva. He estado llorando por mi vida
perdida, estuve en cama durante días, por supuesto, a Sam también se le
debe permitir llorar por su esposa perdida.
―Está bien, lo entiendo ―le susurro.
Cuando me suelta, comienza a pasear por la habitación, hablando
rápidamente.
―Sé que dijiste que no querías escucharlo todo de una vez, y no
quería decírtelo antes porque pensé que lo recordarías pronto de todos
modos. Entonces me pareció demasiado cruel bombardearte, sobre todo
viendo cómo reaccionaste ante la noticia de Zoya. ―Lo veo, pero ahora
no puede mirarme a los ojos―. Pero no lo sabes... ―Se calla, sacudiendo
la cabeza.
―¿Algo peor que Zoya? ―pregunto, sintiendo una bilis subiendo a
mi garganta cuando Sam se acerca y toma mis manos entre las suyas.
―Tuvimos otra hija. Su nombre era Chloe. ―Lo que sea que esperaba que
dijera, no era esto. Sam me lleva al sofá, con su rostro atormentado por la
emoción.
―Dime ―le digo.
―Nació dos años después de Felix. Ella era tan perfecta, Luce. Ambos
estábamos enamorados de ella. También lo estuvimos con Felix, pero él
tuvo problemas de alimentación, tuviste un parto difícil, el suyo fue un
comienzo estresante. Chloe salió sonriendo, como una pequeña Buda
Zen, pero luego los doctores dijeron que era demasiado dócil, que
respiraba con dificultad y pensaron que no estaba recibiendo suficiente
oxígeno. ―Agarro sus manos con más fuerza, sintiendo el dolor en cada
palabra―. Tenía un defecto cardíaco, no fue detectado en los escáneres.
Querían esperar para operarla a que ella fuera más grande, más fuerte,
pero de repente no hubo tiempo y tenía que suceder rápido. ―Hace una
pausa―. Era tan pequeña, Lucy.
Tuvimos una bebé que murió. Esto parece demasiado surrealista. No tengo
idea de qué decir, así que me siento a su lado y lo dejo continuar.
―Ella contrajo una infección después de la operación que fue
resistente a los antibióticos. No pudieron hacer nada.
―Lo siento mucho, Sam. Qué horrible ―digo, tomando su mano,
pero él se estremece y siento que dije algo equivocado. Sabía que diría
algo equivocado.
―Quería decírtelo en el momento adecuado, pero nunca lo hubo.
¿Cómo le cuentas a alguien lo peor que le ha pasado? Pero claro, sin
saberlo, me ha estado pesando de una manera que no puedo describir.
Se acerca a la otra silla y toma una caja de zapatos que estaba ahí,
esperándome. “Chloe” está escrito en la parte superior con un bolígrafo
dorado. Me la entrega y abro la tapa. Está llena de fotos de una bebé,
una bebé y yo, Sam y una bebé, Felix cuando era pequeño, sosteniendo a
la bebé en una silla de hospital beige, una etiqueta del hospital con su
nombre y fecha de nacimiento engrapadas en la primera página. Hay
una funda de almohada bordada con el nombre de Chloe, igual que las
almohadas del cuarto de juegos que dicen Felix y Amy. También hay
una fotografía enmarcada de mí abrazándola.
―Eso estaba en la repisa de la chimenea, la moví.
¿Qué puedo decir? ¿Qué podría decir? Veo las fotos que tengo en el
regazo, mi propia cara: cansada, con el cabello lacio y sudorosa, pero con
los ojos llenos de alegría, sosteniendo a esa pequeña bebé en mis brazos.
Es como mirar a una hermana perdida que nunca supe que tenía. Mi
corazón sangra por ella, por Sam también, pero esa no soy yo, esa no es
mi hija, no es mi dolor.
Sam se inclina hacia adelante, apoya el codo en la rodilla y luego se
cubre los ojos con una mano. Es como si necesitara sacárselo, pero no
puede mirarme.
―Amy vino, ambos estábamos muy agradecidos, pero pienso en
Chloe todo el tiempo. Todavía siento que falta alguien. Veo a Felix andar
en bicicleta y pienso: ¿Chloe ya estaría andando en bicicleta? O Amy se
quejará de vestir de verde, porque lo odia, y yo me preguntaré cuál
podría haber sido el color favorito de Chloe. Sé que tenías el mismo tipo
de pensamientos porque hablábamos a menudo de eso. ―Respira
profundamente y finalmente deja caer la mano―. No sé cómo sentirme
si no la recuerdas. Es algo que siempre hemos llevado juntos. ―Presiona
sus palmas en las cuencas de sus ojos―. Estos últimos días has
recuperado esa ligereza, esa especie de exuberancia infantil, como si
nunca te hubiera pasado nada malo, pero me siento culpable por
disfrutarlo, por querer ocultártelo. El sábado sentí como si volviéramos a
tener treinta y un años, teniendo una primera cita divertida, con todas
las cosas pesadas, las cosas del día a día, borradas, pero no quiero borrar
a Chloe. No quisiera que ella nunca hubiera existido. ―Hace una pausa
y toma mi mano―. Algo así te cambia.
Cierra los ojos, inclinándose hacia adelante, con el rostro ahora entre
las manos. La caja de recuerdos se desliza hacia el sofá a mi lado. Tuve
una hija que murió y no la recuerdo. Una bebé que creció dentro de mí, a
quien di a luz, le puse nombre, cargué y amé, y se siente imposible no
recordarlo, pero no hay ni un atisbo de recuerdo. Nada, incluso el
nombre me resulta ajeno. Instintivamente, me llevo una mano al
estómago, sintiendo algún eco lejano de la vida vivida ahí.
―¿Qué pasa? ―Una voz en la puerta, y ambos miramos hacia arriba
para ver a Felix en pijama parado en la puerta.
―Estábamos pensando en Chloe, amigo.
―Oh ―dice Felix, y hay mucho en ese “oh”. Felix perdió a una
hermana, vivió el dolor de sus papás. Quizás nunca llegue a comprender
por lo que ha pasado esta familia.
―Está bien ―dice Sam, acercándose para abrazar a Felix y luego
besándole la frente―. Me siento feliz y triste cuando pienso en ella.
¿Estás bien?
―Tuve una pesadilla ―dice Felix.
―Vamos, te arroparé de nuevo.
Sam me da una sonrisa triste mientras regresan escaleras arriba. Él
sabe que me ha dejado caer algo enorme, que no hay respuesta ni
solución rápida. No es de extrañar que no me sienta nada como su
esposa, el camino que ha recorrido, ni siquiera puedo empezar a
imaginarlo.
Vuelvo a abrir la caja, recojo la funda de almohada bordada y la
levanto hasta mi nariz, esperando que el aroma desbloquee un recuerdo
inconsciente. Chloe. Chloe. No hay nada.

Sam se va a dormir a la habitación de invitados. Es como si, ahora que


me lo ha dicho, quisiera darme espacio para digerir esto en privado.
¿Cree que voy a volver a la cama por una semana? No puedo admitirle
que esto no es tan triste como perder a Zoya. Conocí a Zoya desde la
mitad de mi vida, de Chloe, no recuerdo nada. Aunque esto ayuda a
explicar el comportamiento de Sam hacia mí, no veo cómo puedo
solucionarlo. No puedo ser la esposa que extraña. Claramente, el buen
sexo y algunas historias compartidas no se acercan a once años de
historia vivida.
Esa noche, me cuesta dormir, así que reviso mi teléfono, repasando
todos los años que me he perdido, buscando evidencia de la existencia
de esa niña. Encuentro las mismas fotos que fueron impresas en la caja
de recuerdos. Solo hay un vídeo tomado en el hospital. Sam debe haber
estado grabando. Estoy cargando un pequeño bulto de bebé dormido en
mis brazos mientras estoy recostada en una cama de hospital.
―Entonces, ¿dónde está mi regalo por pujar, Sammie? ―pregunto en
el video, sonriendo a la cámara. ¿Lo llamo Sammie?
―¿Qué es un regalo por pujar? ―pregunta la voz de Sam.
―Se supone que debes comprarle un regalo a tu esposa por haber
dado a luz a un bebé. Todavía me debes uno por Felix.
―¿No es tu regalo el bebé? ―pregunta Sam, con voz divertida.
―No, te daré mi lista aprobada de sitios web ―digo, sonriendo a la
cámara y luego mirando a la bebé en mis brazos―. ¿No es ella perfecta?
―Igual que su mamá. Chloe Zoya Rutherford, bienvenida al mundo
―dice Sam. Su segundo nombre era Zoya―. ¿Cómo voy a afrontar el
hecho de tener una hija, Luce? Voy a ser uno de esos horribles papás
sobreprotectores, ¿no?
―Papá no te dejará tener novio hasta que tengas veintiún años ―le
digo a Chloe con voz de bebé.
―Veinticinco ―dice Sam.
Ese es el final del video, eso es todo lo que hay. La documentación
resumida de la vida de Chloe y estuvo dormida todo el tiempo. Lo veo
de nuevo, tratando de vislumbrar su carita, pero es demasiado fugaz.
Al avanzar, encuentro otros videos de mi yo futura, notando las
formas en que ella es diferente a mí: tiene una mejor postura, juega
menos con su cabello, parece más segura. También examino videos de
Sam, la forma en que mira a la cámara cuando ella lo está grabando. Es
doloroso y hermoso ver todo el amor en sus ojos por esta versión
alternativa de mí.
No creo que debería estar viendo estos videos. No se supone que la
vida se viva en el orden equivocado como éste. Estas alegres esperanzas
y chistes sobre el futuro, grabados por la cámara, ahora están imbuidos
de un sombrío presagio.
Mirando al techo, me doy cuenta de que no quiero dormir sola. Sea lo
que sea que sea para Sam, él también está sufriendo y nada de esta
situación es culpa suya. Caminando por el pasillo hasta la habitación de
invitados, me meto en la cama junto a él. Está despierto y me tiende una
mano.
―¿Estás bien? ―me pregunta.
―Sí. ―Asiento con la cabeza.
―Te amo, Lucy ―susurra.
Y aunque sé que estas palabras no son para mí, me duermo con mi
mano en la suya, creyendo que tal vez sí lo sean.
A la mañana siguiente, en el desayuno, intento actuar con normalidad.
Sam me mira al otro lado de la mesa del desayuno con esos enormes ojos
tristes, como si esperara que dijera algo, que anunciara que mis
recuerdos volvieron y que soy su verdadera esposa otra vez.
Desafortunadamente, no puedo hacer eso y no tengo idea de qué decirle
mientras tanto. Me conformo con prepararle un café y un panecillo con
queso crema.
Maria llega al trabajo luciendo terrible. Su piel está roja y en carne
viva, sus párpados hinchados y amoratados. Parece como si hubiera
estado peleando con un ablandador de carne.
―Oh, Maria, pobrecita. ¿Estás bien? ―pregunto, haciendo una mueca
al ver su rostro.
―Oh, mucho mejor, deberías haberlo visto antes ―dice
alegremente―. Se verá genial en unos días. ―Habiendo asumido que
Maria tendría unos cincuenta años, me pregunto si tal vez sea mucho
mayor. Su cara me alarma, así que me preocupa que asuste a los niños,
pero justo Amy aplaude encantada de verla.
Cuando me dispongo a salir hacia la estación, Maria me intercepta en
el pasillo.
―Recibo un descuento en este lugar si recomiendo a una amiga.
Podrías arreglarte el cuello. ―Me entrega un folleto de algo llamado
“Snip 'n' Tuck”. Su eslogan dice: ¡Pierde y dobla esa piel, mientras te cortan
el cabello!, luego hay una foto de un peluquero vestido con ropa blanca
de doctor y sosteniendo dos pares de tijeras.
Ella hace rebotar una mano contra su bob rubio.
―Muy fácil, muy rápido, muy barato.
―Gracias, lo pensaré ―digo, tomando el folleto.
Puede que no esté segura de muchas cosas en mi vida en este
momento, pero de una cosa puedo estar segura: no programaré una cita
en Snip 'n' Tuck.

Después de un día de trabajo desafiante, revisando una bandeja de


entrada abarrotada y devanándome los sesos en busca de esta esquiva
“gran idea” me siento completamente agotada. Lo único que quiero
hacer es ir a casa, meterme en la cama y mirar a Poirot a solas, pero
prometí ir a casa de Alex y Faye. Roisin finalmente regresó de Estados
Unidos y nos invitaron a ambas a cenar.
Cuando mi taxi se detiene en la dirección, un complejo llamado “The
Old Golf Club, Sands” apenas reconozco lo que tengo frente a mí como
una vivienda. El desarrollo parece una serie de montículos ajardinados,
con césped y paneles solares que cubren cada centímetro de su
superficie curva. Faye aparece desde una puerta en uno de los
montículos y me saluda mientras salgo del auto.
―¿Qué es este lugar? ―pregunto.
―Ah, no recuerdas la aldea ecológica ―dice―. Vamos, te daré el
recorrido.
Siguiéndola hacia el interior de una entrada de madera curva, veo que
gran parte de la vivienda en la que estamos ha sido construida en el
suelo y es mucho más espaciosa de lo que parecía desde el exterior.
Mientras Faye me muestra los alrededores, me maravillo ante las
superficies táctiles de la madera pulida, los muebles que se sienten parte
de la casa en lugar de estar contenidos dentro de ella. Hay paredes vivas
de plantas que filtran el aire, una despensa hidropónica e incluso un
techo habitable completamente aislado. Si bien he notado cambios
sutiles en todos los lugares a los que voy (nueva tecnología, nuevos
edificios, automóviles y carreteras), nada me ha parecido tan
radicalmente diferente. ¿Pero esto? Esto se siente radical.
―A Faye le encanta darle a la gente “el recorrido” ―me dice Alex,
entregándome un gin tonic en un vaso largo, con dos ramitas de
menta―. Realmente le estás haciendo un favor al olvidar que ya lo has
hecho.
―Hola, Alex ―digo, tomando la bebida y saludándola con un beso en
la mejilla, como si fuéramos viejas amigas―. Me encanta el hogar
hobbit.
―No dejes que Faye te escuche usar la palabra H ―dice en un susurro
conspirador.
Roisin pronto llega con un bolso de viaje, vestida con jeans blancos
increíblemente ajustados y una blusa de seda gris, con el cabello cortado
en una melena roja. Al verla en la vida real, en lugar de en una pantalla,
me doy cuenta de que Roisin ha envejecido de una manera diferente a
mí y a Faye: sus pechos se ven más alegres, su frente está tensa y
brillante. Sospecho que es posible que le hayan hecho algún trabajo, o tal
vez sea solo el elixir juvenil de no tener hijos. Deja caer su bolso y
camina directamente hacia mí, agarrándome los codos mientras me mira
a los ojos con una expresión seria.
―Espero que no hayas olvidado que me debes quinientas libras
―dice, su boca se torce en una sonrisa.
―Rosh ―dice Faye, viéndola con los ojos muy abiertos y con
desaprobación―. No deberías hacer bromas.
―¿Tuviste un vuelo de once horas desde Los Ángeles y eso es lo
mejor que se te ocurrió? ―digo, abrazando fuerte a Roisin.
―¿Once? Ahora son solo las seis. Wow, tienes mucho con qué ponerte
al día. Sabes que han descubierto que ahora la Tierra es redonda,
¿verdad?
―Ja, ja.
―Vamos, entonces, tomemos una copa y escuchemos todo sobre esta
última travesura tuya ―dice.
Nos reunimos alrededor de la isla de la cocina mientras Alex cocina,
Faye prepara más bebidas y yo les cuento todo sobre el último episodio
de “Lucy intenta ser adulta”. Roisin se cubre la cara en todos los
momentos correctos de mi historia sobre la desastrosa reunión de
presentación.
―No puedo creer que pensaras que podías simplemente conseguirlo
―dice.
―Pensé que podría ser buena en eso ―digo con desánimo.
―Eres buena en eso ―dice Faye, amablemente.
―Pero te tomó años alcanzar ese nivel de experiencia ―dice Roisin―.
No es algo que sucedió de la noche a la mañana.
Mis ojos se dirigen instintivamente a la puerta y me doy cuenta de que
estoy esperando a que Zoya entre. Este es el momento en que ella
llegaría, veinte minutos tarde y llena de excusas sobre por qué el tren se
retrasó o el autobús tomó el camino equivocado. Mi estómago se aprieta
y muevo mi silla para no poder mirar la puerta. Estos últimos días, ha
sido fácil imaginar que simplemente está ausente u ocupada, pero al
estar en una habitación con las demás, puedo ver el enorme agujero
donde debería estar.
―¿No crees que debería simplemente decirles la verdad a tus colegas?
―pregunta Faye, devolviéndome al presente.
―Lo intenté, pero Michael empezó a hablar sobre la confusión mental
premenopáusica y eso me desconcertó. Además, cuando le digo la
verdad a la gente me miran con ojos compasivos, como los que me estás
poniendo ahora.
―Lo siento ―dice, tratando de parecer menos comprensiva―.
¿Tenemos edad suficiente para ser premenopáusicas?
―Sí, no, tal vez. Es un espectro amplio ―dice Alex―. Ciertamente no
te hace olvidar la mitad de tu vida. ¿Cuántos años dijiste que olvidaste?
―pregunta, mientras introduce cebollas en una máquina redonda que
las pela y corta en cubitos instantáneamente.
―Dieciséis ―digo, golpeando mi vaso―. Y sé que lo he olvidado, la
gente sigue diciéndome que lo he olvidado, pero siento como si me
hubiera saltado esos años. Por dentro todavía tengo veintiséis años y me
he despertado viviendo la vida de otra persona.
―En mi cabeza, todavía tengo dieciséis años ―dice Roisin, haciendo
un puchero con los labios y levantando una ceja.
―¿Tienes que bromear sobre todo? ―dice Faye, inclinando la cabeza
con desaprobación.
―Bueno, lo siento. Debe ser confuso y angustioso para ti y para Sam.
―Alex se inclina para rodearme con un brazo―. Principalmente soy la
víctima de todo esto porque ni siquiera me recuerdas. ―Ella deja
escapar un gemido deliberadamente dramático.
―Okey, dejando las bromas, ¿cómo estás, Luce? ―pregunta Roisin.
―Bueno, principalmente, me siento cansada todo el tiempo, pero no
sé si es porque estoy enferma o porque eso es lo que se siente al tener
cuarenta y dos años.
―Es porque tienes un bebé de dieciocho meses ―dice Faye.
―Además, tengo demasiado miedo para ver las noticias por si, más
allá de mi pequeña burbuja, hay un infierno distópico ―prosigo―, y mi
niñera piensa que necesito un lavado de cara.
―No entres en Snip 'n' Tuck ―dice Roisin, inclinándose hacia
adelante y agarrando mi brazo―. Me hicieron el peor corte de cabello de
mi vida.
―Si te hace sentir mejor, no habrá ningún infierno ―dice Alex―.
Bueno, no más de lo habitual.
―Vamos, Lucy, no todo puede ser malo. De todas las personas con las
que despertar y casarse, podrías hacerlo peor que Sam, ¿verdad? Es
bastante sexy ―dice Roisin, y le dedico una sonrisa irónica.
―¿Imagínate si Faye olvidara los últimos dieciséis años? ―dice
Alex―. Tendría que salir del closet otra vez.
―Por favor, no, el drama de la primera vez. ―Roisin suspira y Faye le
da un pellizco juguetón―. Sería peor para mí. Si hubiera olvidado los
últimos dieciséis años, todavía estaría enamorada de Paul, habría
olvidado que era un hijo de puta ―dice Roisin, poniendo los ojos en
blanco.
―¿Puedo preguntar qué pasó? ―le digo―. ¿O es demasiado para
sacarlo a la luz?
―No, está bien. La vida te jode, eso es lo que pasó ―dice, tomando un
trago de vino―. Te enamoras, tienes la boda de Instagram, trabajas
duro, consigues un ascenso, construyes una hermosa casa, pero tu
esposo se pone celoso de tu éxito y la magia desaparece. Entonces, una
mañana, encuentras la ropa interior de otra mujer en la maleta de viaje
que se llevó en un viaje de trabajo.
―Lamento lo que te pasó ―le digo, extendiendo una mano hacia ella
en el mostrador, pero ella la retira, jugando con un arete.
―Es el cliché que no puedo soportar. El cliché de esas pantis también:
una tanga de encaje rojo. ¿Quién usa una tanga de encaje rojo?
―Yo uso tangas de encaje rojo ―dice Alex, bajándose ligeramente los
pantalones para dejar ver un atisbo de ropa interior roja.
―No, no es así ―se ríe Faye―. Eso no es una tanga.
―¡Usé un tanga roja en nuestra noche de bodas! ―Alex dice,
sonriendo con picardía a Faye―. ¿No lo recuerdas?
―¿Recuerdas qué pantis llevaba? ―pregunta Faye, apoyando su
barbilla en el hombro de Alex.
―Sí. Bragas hípster de seda color crema ―dice Alex, riéndose a
carcajadas. Al verlas juntas, me doy cuenta de que nunca había visto a
Faye tener este afecto natural, jocoso y táctil con alguien; Me doy cuenta
de que nunca la he visto enamorada. Se ve tan tranquila, tan rebosante
de esta suave alegría, que me produce una sensación cálida y feliz con
solo verla.
―Eso es amor. Recuerdos de unas bragas perfectas ―dice Roisin
mientras Alex y Faye se besan. Al mirarlas, tengo un destello repentino:
un recuerdo de ellas el día de su boda, ambas vestidas de blanco, afuera
del ayuntamiento, Faye con flores moradas en el cabello. Debo haber
visto una fotografía en algún lugar del recorrido por la casa.
―Bueno, nunca me gustó, si eso ayuda en algo ―le digo a Roisin―.
Tenía ese movimiento de piernas que siempre hacía, tan molesto, y él era
un snob del café. Recuerdo que pasabas los fines de semana buscando
oscuras cafeterías independientes. A veces solo necesitas un Starbucks,
Paul.
―Era un Aries ―dice Faye, como si esto fuera lo peor que se le ocurre
decir sobre alguien.
―Gracias a ambas, aprecio el sentimiento ―dice Roisin.
―¿Dime que recibió su castigo por la situación de la tanga roja?
―pregunto.
―No ―Roisin niega con la cabeza―. Se casarán el mes que viene. Ella
es de una familia con dinero y tiene una mansión en St John's Wood.
Están felices como jodidas almejas.
―El castigo solo ocurre en la ficción y la religión ―dice Alex.
―Su castigo es que es un idiota ―dice Faye, y Roisin le lanza un beso
a través de la isla de la cocina. Faye rara vez usa malas palabras, por lo
que se siente muy efectivo cuando lo hace.
Hay una pausa en la conversación mientras Faye llena los vasos de
todas y luego dice:
―Imagínense si en realidad volviéramos a tener veintiséis años.
―No volvería a cumplir los veinte aunque me pagaran ―dice
Roisin―. Todos los hombres menores de treinta y cinco años son unos
idiotas, tú eres la última de la lista en el trabajo, además tienes que volar
a todas partes en clase económica.
―El resto de nosotras todavía viajamos en clase económica, Roisin
―dice Faye, poniendo los ojos en blanco.
―No lo sé, creo que hay algo glorioso en tener veintitantos años, toda
la vida está por delante y todo es una posibilidad ―dice Alex,
recogiendo berenjenas y pimientos para echarlos en su máquina
peladora y cortadora de aspecto letal.
―Le daré a los jóvenes tolerancia al alcohol y elasticidad de la piel,
ambas excelentes ―dice Roisin―. ¿Y tú, Lucy? ¿Volverías si pudieras?
―Sí ―digo, sin siquiera dudar―. Puedo ver las ventajas de tener esta
edad, pero también hay cosas que no esperaba. La vida se siente tan
ocupada, como si nunca hubiera tiempo. Las cosas grandes parecen
mucho más grandes, las cosas tristes... bueno, son realmente
jodidamente triste. ―Hago una pausa.
―Tienes razón, en algunos aspectos la vida solo se vuelve más
complicada ―dice Alex―. Cuanto más envejeces, más te encuentras con
pena, dolor y desilusión. Quien no lo haya sentido, vendrá por él.
―Amén ―dice Roisin―. La vida nunca se ordena. Es solo una
tormenta ondulante de problemas y placer.
―Todo esto es algo realmente alegre ―digo con ironía.
―Pero… ―Alex levanta una mano, no ha terminado―, tal vez sea
necesario romper huesos para que puedas succionar la médula de la
vida. Tenemos suerte, estamos aquí, cuando otros no. Yo llevo las canas
en el cabello como una insignia de honor, el privilegio de envejecer.
Todas hacemos una pausa por un momento, con los vasos todavía en
la mano.
―Ella estaría muy decepcionada de nosotras, ¿verdad? Quedándonos
en casa, cocinando risotto de verduras y bebiendo vino ecológico en una
petaca ―dice Roisin, inclinando la cabeza hacia un lado.
―Ella lo estaría ―digo, con la voz quebrada.
―Por Zoya ―dice Alex, levantando su vino en el aire.
―Por Zoya ―dice Faye, mirándome a los ojos―. A quién extrañamos,
todos los días.
Levantamos nuestras copas y hacemos contacto visual, una mirada
que dice más de lo que las palabras podrían decir.
―Sam no cree que soy la misma persona que era hace unas semanas
―digo en voz baja―. Honestamente, me preocupaba que todas ustedes
pudieran encontrarme deficiente también.
―¿Qué? ¿Cómo pudo decir eso? ―dice Faye con el ceño fruncido.
―No te falta nada ―dice Roisin con firmeza―. Tus bromas siguen
siendo terribles, todavía bebes demasiado rápido y veo que te aferras a
unos pendientes llamativos como si no pasaran de moda. ―Ella hace
una pausa―. No siento que hayas cambiado en absoluto.
―Tal vez sea porque todas volvemos a ser adolescentes cuando
estamos juntas ―digo, apoyando mi cabeza contra el hombro de Roisin.
―O simplemente tus amigas son quienes mejor te conocen ―dice
Faye.
Sentarme a comer, sumergirme en este ritmo familiar de conversación,
es como ponerme un abrigo viejo y querido: cálido y reconfortante,
bordado con una historia imborrable. Me llena de energía, me revive y
me alegro de no haber ido a casa a ver a Poirot sola.

Sam está despierto, leyendo en la sala cuando vuelvo.


―Hola, ¿cómo estuvo tu noche? ―me pregunta.
―Excelente. Fue maravilloso verlas a todas ―le digo. Todas. La
palabra se me queda en la boca porque no fueron todas.
―Bien, me alegro de que hayas ido ―dice, cerrando su libro, luego
inclina la cabeza hacia un lado y da unas palmaditas en el sofá,
invitándome a sentarme a su lado. Una vez que estoy sentada, coloca mi
pie en su regazo, me quita el zapato y comienza a frotarme la planta del
pie. Se siente extrañamente íntimo, pero me dejo hundirme en eso.
―¿Dónde estás, Luce? No puedo decir lo que estás pensando ―me
pregunta suavemente―. ¿Me equivoqué al hablarte de Chloe?
¿Qué diría la Futura Yo? ¿Cuál es la respuesta madura? Quizás la verdad.
Ahora, de repente sé qué decir.
―No, me alegra que me lo hayas dicho, necesitaba saberlo. ―Hago
una pausa―. Y entiendo por qué dijiste que yo no era tu esposa, pero
eso no me hizo sentir muy bien, me ha hecho sentir aún más impostora
de lo que ya me siento.
Deja de frotar mi pie y alcanza mi barbilla para que lo mire a los ojos.
―Lo sé, lo siento, eso salió horrible. Eres mi esposa, por supuesto que
lo eres. Te amo, te amaré siempre, pase lo que pase, lo que hagas o no
recuerdes.
Sam se inclina, su cálido olor a roble es tan nuevo y al mismo tiempo
tan familiar. ¿Me va a besar? Hay un momento que se siente cargado
eléctricamente, antes de que presione suavemente sus labios contra los
míos, tan suaves y luego, de repente, más firmes, más profundos. Paso
una mano por su cabello desordenado y lo acerco, mareada por su
sensación, el alivio pulsa a través de cada partícula de mi cuerpo.
Mientras acaricio su espalda con la mano, tengo una repentina imagen
de la camiseta que lleva puesta. Es un desayuno en la playa y él derrama
jugo de naranja. ¿eso es un recuerdo? Esa no puede ser una foto. Me alejo.
―¿Qué pasa? ―me pregunta.
―Nada. ―Es menos un recuerdo, razono, más un vistazo, un
fragmento, tal vez algo que vi en un vídeo―. No necesitas disculparte
por sentirte raro por todo esto. Yo también me siento rara por eso.
Supongo que tampoco me siento como tu esposa.
Sam se retira y se pellizca el puente de la nariz.
―Vas a recordar. Lo harás.
―¿Pero qué pasa si no lo hago?
Su mano regresa a mi pierna y comienza a masajear lentamente mi
pantorrilla.
―Entonces intentaré llenar los vacíos por ti.
Mientras nos tumbamos en el sofá, me cuenta sobre nuestra vida
juntos, el comienzo de nuestra historia. Nuestra primera cita en Borough
Market, donde compré tanto queso que tuvo que prestarme su mochila
para poder llevarlo a casa; nuestro primer fin de semana en el Distrito de
los Lagos, donde intentó mostrarme sus habilidades de navegación, pero
nos dejó varados en el extremo equivocado del lago Windermere. Eso
provocó nuestra primera discusión. Me cuenta sobre la cena que
organicé para presentarle a mis amigas, cómo estaba tan nervioso que
derramó salsa sobre el inmaculado mantel de Roisin. Me cuenta sobre
un viaje que hicimos a Grecia con Zoya y su prometido Tarek, donde
Zoya estaba pintando un mural para un restaurante y pensó que era
gracioso que le pusiera la cara de Sam a Zeus. Pinta cada recuerdo con
detalles tan vívidos: el color del cielo, la comida que comimos, mi
reacción ante las cosas, cómo me reí del mural hasta que el vino tinto
salió fuerte de mi nariz. No estoy segura de cuándo me quedo dormida,
pero sus palabras se sienten como un bálsamo que me tranquiliza para
dormir, los detalles de nuestra vida juntos son como pinceladas,
abriéndose camino en mis sueños.
A la mañana siguiente, me despierto con una nueva sensación de
propósito. Es como si quedarme dormida en los brazos de Sam hubiera
construido un nuevo capullo a mi alrededor, recordándome la necesidad
de metamorfosearme. Entonces, no he tenido un éxito instantáneo.
¿Realmente pensé que se me iba a ocurrir la idea perfecta en una tarde
de investigación? ¿Que iba a aprender a ser mamá en un solo día? ¿Que
podría entablar una relación de once años sin ninguna dificultad?
Ahora, mientras preparo el desayuno para los niños, prometo ser más
paciente. En el trabajo intentaré escuchar y aprender. En casa seré más
empática con Sam, le daré tiempo para adaptarse. Seré una mamá
tranquila, serena y etérea. No se permitirán malas palabras delante de
los niños. Empezaré a decir: “Sí, hijo mío” a todas las preguntas, como
una monja en los viejos tiempos.
―Tienes un mensaje nuevo en el foro ―dice Felix emocionado,
sosteniendo mi teléfono en la mesa del desayuno.
―¡Felix! ¡No mires eso! ―digo, tomándolo, mi etérea y maternal
actitud de monja dura menos de un minuto.
―¡Léelo, léelo!
Abro el mensaje con cautela, compruebo que no sea nada
pornográfico, luego, una vez que estoy segura de que no lo es, le
muestro el mensaje a Felix.

Para: WishingFor26
De: Crock Pouch
Hay un depósito debajo de los arcos del puente de Battersea. Un tipo llamó a
Arcade Dave y restaura todas estas máquinas antiguas. Puerta marrón al lado
del puesto de flores. Si alguien conoce tu máquina de los deseos, él lo sabrá. Está
fuera de la red, no tiene teléfono, así que tendrías que ir ahí. Dile que te envió
Crock Pouch y será más dócil. Puede ser un tipo un poco divertido. CP

Luego, debajo de su firma, hay una cita: “No soy un jugador, soy un
jugador”.
―¡Tenemos que ir! ―dice Felix―. Es como una búsqueda en la vida
real, con contraseñas y todo. ¡Vamos ahora!
―No podemos ir ahora, yo tengo trabajo, tú tienes escuela.
―¿Y?
―Y no vamos a faltar a la escuela para ir a algún depósito al azar y
conocer a un tipo llamado Arcade Dave.
Felix me mira fijamente, luego vuelve su atención a su plato de cereal,
llenando el aire con bocados enojados.
―Lo siento, Felix, es que tengo mucho trabajo que hacer. A nadie le
gustó ninguna de las ideas que presenté.
―¿Propusiste helicópteros y congrios? ―me pregunta.
―Sorprendentemente, sí. ―Yo suspiro.
―¿Les dijiste que los congrios estarían en los helicópteros? ―pregunta
Felix.
―Tal vez ahí es donde me equivoqué.
―¿Qué están tramando ustedes dos? ―pregunta Sam. Está en traje,
camino a una sesión de grabación en Reading.
―Oh, nada ―digo. Ahora que Sam y yo tenemos una base más firme,
no estoy segura de querer complicar las cosas admitiendo que su hijo y
yo estamos buscando en secreto un portal mágico que me envíe al
pasado―. Felix solo me está ayudando con ideas para el trabajo.
―¿A nadie se le ha ocurrido nada todavía? ―pregunta, preparándose
un café para llevar.
―No. A pesar de todo, Michael todavía confía en que se me ocurrirá
la idea correcta, pero no estoy segura de cuánto valor puedo agregar.
Hay demasiadas lagunas, demasiados no lo sé.
―No hay una habitación en la que puedas estar sin agregar valor
―dice Sam, y su sinceridad me hace sentir como si un pequeño equipo
de porristas hubiera salido y hubiera hecho una rutina de pompones
solo para mí―. Bien, tengo que correr. Nos vemos todos más tarde.
―Sam me besa en los labios y luego sale corriendo por la puerta. Lo veo
pasar por la ventana de la cocina. Wow, este tipo, no es de extrañar que lo
deseara, es casi demasiado bueno para ser verdad.
―¿Mami? ¡Mami! ―Felix dice detrás de mí.
―¿Qué? Ah, el depósito, claro. Mira, intentaré averiguar más. Si es
algo real, tal vez pueda ir este fin de semana.
―¿Conmigo?
―Ya veremos ―digo, empezando a arrepentirme de haber aceptado
todo esto. Seguramente solo puede terminar en decepción. ¿Pero es a
Felix o a mí a quien me preocupa decepcionar?
―¿Puedo comer más pasas? ―pregunta Felix.
―Ni siquiera te gustan las pasas ―le digo, tomando el frasco de pasas
del aparador y pasándoselo. Entonces me detengo. ¿Cómo supe que a
Felix no le gustan las pasas? Mientras me agarro a la mesa para
recuperar el equilibrio, Felix me lanza una mirada perpleja.
―No. Ahora me gustan, pero solo con cereales, no solas. ―Felix hace
una pausa, mirándome, luego se le salen los ojos de las órbitas al darse
cuenta de lo que estoy diciendo―. ¿Recuerdas algo de en medio?
―Tal vez, no lo sé ―digo, frotándome los ojos.
―¿Qué significa... si empiezas a recordar cosas? ―pregunta Felix,
lanzando las manos al aire, con todo su cuerpo en un frenético revoltijo
de animación―. ¡Si atravesaras un portal, no tendrías esos recuerdos!
¿Quizás el portal se esté cerrando? ¿Quizás las pasas sean una
advertencia? ―Respira dramáticamente―. Tal vez...
―Olvídalo, probablemente no es nada, tu papá debe haber
mencionado las pasas. Vamos, tenemos que irnos a la escuela en tres
minutos.
Claramente, no debería haberle dicho nada a Felix. Ya es bastante difícil
conseguir que todos se alimenten, se vistan y salgan de la casa tal como está, sin
necesidad de iniciar un debate informal sobre las reglas del viaje en el tiempo.

Sin embargo, Felix me hace pensar y me distraigo camino a la escuela.


Si estos recuerdos están ahí en alguna parte, ¿eso significa que no salté
aquí? Una parte de mí se aferra a la idea de que todo esto podría ser
temporal, y aunque dudo que Arcade Dave sea la clave para llevarme a
casa, sigo creyendo que podría simplemente despertarme una mañana
donde estaba, pero ya han pasado dos semanas y si realmente tengo
amnesia, no habrá vuelta atrás.
―Le preguntaré a Molly qué cree que significa que recuerdes lo de las
pasas. Sabe muchísimo sobre viajes en el tiempo ―dice Felix―. Su papá
escribe ciencia ficción, pero lo llama un hecho científico que aún no ha
sucedido. ―Hace una pausa y luego dice emocionado―: ¿Tal vez Molly
y su papá podrían venir con nosotros al depósito?
―¡Felix! ―digo exasperada―. No voy a invitar a Molly y a su papá a
una salida al azar para encontrar a un hombre en Londres que puede o
no saber algo sobre un antiguo juego de arcade que puede tener o no
propiedades mágicas. ―Respiro profundamente―. ¿Podemos por favor
ir a la escuela y discutir esto más tarde?
Felix se queda en silencio y conducimos en silencio durante un
minuto.
―Perdí mi tarjeta de la biblioteca de la escuela. ¿Puedo revisar en tu
bolso? ―pregunta en voz baja.
―Claro ―le digo, entregándole mi bolso desde el asiento delantero―.
Mira, lamento haber gritado, sé que solo estás intentando ayudar. ―Se
encoge de hombros―. Es solo que de verdad necesito tomar mi tren hoy.
En la escuela, Felix me mira por el espejo retrovisor antes de
desabrocharse el cinturón de seguridad. Hay un destello de algo en sus
ojos: culpa. ¿De qué tendría que sentirse culpable? ¿Quizás no hizo la
tarea o está peleando con un amigo? Cualquier cosa podría estar
pasando con él, y ni siquiera sabría preguntar, estoy demasiado
consumida en mi propio drama. No solo tendré que ponerme al día con
mi propia vida, sino con la vida de todos los miembros de esta familia.
Cuando regrese del trabajo, haré tiempo, encontraré las preguntas
adecuadas para hacer.

Paso la mañana en Badger TV revisando correos electrónicos, tratando


de entender un sinfín de cosas urgentes de las que aparentemente ahora
soy responsable. La presentación en sí es solo un pequeño ciclón en una
tormenta interminable. Michael me dice que delegue, pero incluso
delegar se siente fuera de mi alcance, todo requiere un nivel de
conocimiento que simplemente no tengo. Mi bandeja de entrada es un
torrente de preguntas sobre el código tributario, enmiendas al contrato
de arrendamiento de edificios, registro de protección de datos,
peticiones sindicales, solicitudes de capacitación del personal, una
notificación sobre el vencimiento de mi acuerdo de retención de Bamph,
reuniones de comisionados, reuniones de presupuesto, reuniones de
calendario de rodaje, reuniones previas, reuniones posteriores,
reuniones de recapitulación. ¿Cómo puede una persona necesitar estar
en tantas reuniones? Incluso hay una reunión programada para discutir
los horarios de las reuniones. Tuve que bloquear mi diario con reuniones
ficticias solo para evitar que alguien programara más reuniones.
Intentar concentrarme en algo tan frívolo como “pensar nuevos
programas de televisión” también parece imposible. Mi cabeza sigue
saltando hacia Sam, hacia el dolor en sus ojos mientras me hablaba de
Chloe. Ese dolor también debe ser mío, yaciendo latente en alguna parte.
Si mis recuerdos regresan, ¿volverá también ese dolor? Ni siquiera
puedo imaginar lo que se debe sentir al perder un hijo. Egoístamente, no
estoy segura de querer saberlo.
A la hora del almuerzo necesito tomarme un descanso de la creación
de reuniones falsas, así que voy a Selfridges para intentar devolver todas
las cosas locas que compré. Bueno, la mayoría de las cosas locas, no voy
a devolver las botas. Desafortunadamente, el hombre del mostrador de
devoluciones no acepta el traje morado, afirma que está desgastado y
que las etiquetas se han vuelto a pegar con cinta adhesiva. Indignante, y
no se muestra nada comprensivo cuando le explico que no sabía que
tenía que pagar niñera, hipoteca, el revestimiento del loft y todas esas
otras cosas aburridas de adultos en las que se supone que debo gastar mi
dinero ahora. No ayuda en mi caso que, por alguna razón, no tenga en
mi billetera la tarjeta con la que pagué todo. Cuando me tumbo en el
suelo y suplico, el gerente finalmente se apiada de mí y me ofrece el
sesenta por ciento del precio de compra en crédito de la tienda, si dejo
de hacer un espectáculo.
Justo cuando me pregunto si Maria aceptaría que le pagara con vales
de Selfridges, Sam llama. La idea de hablar con Sam añade un poco de
rebote a mis pasos, pero tan pronto como contesto la llamada, sé que
algo anda mal.
―¿Has tenido noticias de Felix? ―La voz de Sam está llena de pánico.
―¿Qué? No, ¿por qué?
―Se escapó de la escuela, no saben dónde está. ―Toma una
inspiración audible; apenas puede pronunciar las palabras―. Querían
comprobar que no había ido a casa antes de llamar a la policía. No te
dijo nada de camino al colegio, ¿verdad?
―No, no lo creo ―digo. Mi corazón comienza a latir con fuerza en mi
pecho y mis pulmones se contraen, sin dejar espacio para respirar. Mi
mente se acelera, tratando de recordar de qué hablamos Felix y yo en el
auto esta mañana.
―Él no tiene dinero, no puede ir a ninguna parte. ―Su voz se atasca
en su garganta, como si estuviera a punto de gritar.
―Sam, mi tarjeta bancaria desapareció ―le digo, con una horrible
sensación de hundimiento cuando recuerdo a Felix revisando mi bolso
en busca de su tarjeta de la biblioteca―. Él podría haberla tomado. ¿A
dónde habría ido? ―La idea de Felix, solo en el mundo, posiblemente en
peligro, me provoca un dolor animal en el estómago seguido de una
creciente oleada de pánico. ¿Y si lo secuestraron? ¿Qué pasa si está
herido? Un nudo de miedo primario se aprieta en mi pecho, tan
abrumador que siento como si fuera a desmayarme.
―El rastreador en su iPad ―me dice―. Busca a mi hijo, si lleva su
mochila consigo, es posible que puedas ver dónde está en tu teléfono.
Manteniendo a Sam en la línea, con la mano temblorosa busco la
aplicación en la pantalla de mi teléfono. Un leve zumbido de temor se
sienta en mi estómago, como si todo esto fuera culpa mía. La aplicación
se abre y veo un ícono con la etiqueta “iPad de Felix” moviéndose por el
mapa en la pantalla.
―Está entre Aldershot y Ashvale ―le digo, pero el punto se está
moviendo―. Él está... está en el tren.
―¿El tren?
―Viene a Londres. ―Mientras lo digo, el nudo del miedo se suelta un
centímetro.
―¿Por qué iría a Londres? ―me pregunta.
―No sé. Iré ahora a interceptarlo en Waterloo.
―Llamaré a la línea de tren ―dice Sam―, avisaré a un guardia y le
pediré a alguien que lo mantenga a salvo hasta que llegues. ―Su voz
pasa del miedo a la ira―. Voy a matarlo. ¿En qué está pensando?
―No lo sé ―digo.
Pero entonces tal vez sí.
Después de enviarle un mensaje de texto a Michael para explicarle
que, una vez más, tengo una emergencia relacionada con un niño, llego
a Waterloo a tiempo para ver a Felix, con el rostro sonrojado, siendo
escoltado fuera del tren por un guardia.
―¿Éste es suyo? ―me pregunta.
―Sí.
―¿Ésta es tu mamá? ―le pregunta el guardia a Felix, y hay una breve
pausa mientras Felix se saca algo de la nariz antes de reconocer que de
hecho soy su mamá―. Muy bien, Dick Whittington, listo.
Agachándome a su nivel, abrazo a Felix. En esta concurrida estación,
junto al alto guardia, parece tan pequeño, tan vulnerable.
―Estábamos muy preocupados. ¿En qué estabas pensando?
―No ibas a buscar el portal ―dice, con el ceño fruncido.
―¿Qué planeabas hacer? ¿Vagar por Londres buscando este depósito
al azar? ―Él asiente. Estoy aprendiendo que los niños no se dan cuenta
ni del sarcasmo ni de la vergüenza que se siente al hurgarse la nariz en
público. Tomando su mano, empiezo a caminar hacia el vestíbulo
principal―. Vamos, hay un tren a casa en diez minutos.
―¿No podemos echar un vistazo rápido ahora que estoy aquí? ―me
suplica, jalando mi manga. Al verlo a la cara, a unos ojos que se parecen
tanto a los míos, siento que cedo. Él creyó lo suficiente en este plan como
para huir de la escuela, tomar mi tarjeta bancaria y subirse solo al tren.
―No fue justo para mí hacerte ilusiones publicando en ese foro. No
debería haberte dejado creer que hay una solución mágica para todo
esto. ―Hago una pausa y me pellizco la frente―. ¿Te das cuenta de lo
loco que es todo este plan?
―Sí ―dice sombríamente.
―Y si buscamos el depósito y no encontramos nada, ¿lo dejarás: los
sitios web, la búsqueda de un portal, todo?
―Sí. ―Asiente rápidamente con la cabeza hacia arriba y hacia abajo,
sus ojos brillan de deleite.
―Bien, llamaré a tu papá.
Sam responde antes de que suene el teléfono.
―Lo tengo.
―Gracias a Dios, llamaré a la escuela ―dice Sam―. ¿Qué estaba
haciendo?
―Él cree que hay un portal que me trajo aquí desde el pasado. Cree
que si lo encontramos, podrá enviarme de vuelta. ―Sam guarda silencio
en la línea―. Es culpa mía, le hablé de la máquina de los deseos, de lo
último que recuerdo. ―Dándole la espalda a Felix y bajando la voz,
digo―: Él sabe que está en problemas por huir, pero toda esta situación
también ha sido dura para él. Creo que sería bueno si pasara algún
tiempo con él, a solas.
Espero que Sam se oponga, pero dice:
―Bien, si crees que ayudará. Aunque todavía está en problemas. Dile
que no pasará tiempo frente a la pantalla durante una semana, no, dos
semanas. La escuela también querrá hablar con él.
Me giro hacia Felix, con el teléfono todavía en la oreja.
―Tu papá dice que no habrá tiempo frente a la pantalla durante dos
semanas.
―Y dile que lo amo y que me alegro de que esté bien ―dice Sam,
ahora con un tono crudo e irregular en su voz.
―Yo también te amo, papá ―dice Felix hacia el teléfono.
―Okey, entonces nos vemos más tarde. Puede que tardemos un rato.
―Te amo ―dice Sam, y antes de que pueda decidir cómo responder,
cuelga.
Felix y yo tomamos un autobús hacia Battersea. Al pasar por el puente
de Westminster y contemplar el Támesis, veo las formas familiares del
Big Ben, la Casa del Parlamento y el London Eye. También hay nuevos
edificios que cambian el horizonte que una vez conocí. Columnas
sinuosas de acero y piedra denotan un edificio de estilo Partenón en la
orilla sur. Un distintivo rascacielos cónico domina el horizonte hacia el
este, y enormes barreras curvas contra inundaciones rodean ambas
orillas del río. Londres, viejo y nuevo, en constante evolución, pero
también de alguna manera intrínsecamente igual.
Felix saca una pequeña libreta de su mochila y me la entrega.
―¿Qué es esto?
―Es un cuaderno de bitácora. Cuando vas de expedición, necesitas
registrarlo todo.
―Correcto.
―Si estás en una expedición y ocurre un incidente, como que alguien
se cae y se corta la rodilla o si hay un ataque de tiburón, debes llevar un
registro.
―Está bien, estaré atenta a los tiburones.
―No habrá tiburones en Londres, mamá.
―¿Cómo saliste de la escuela hoy, Felix?
Parece avergonzado por un momento, tirando de un hilo en el asiento
del autobús frente a él.
―Hay un hueco en la cerca del patio de recreo. Puedes salir si
realmente quieres.
―¿Y caminaste todo el camino hasta la estación, por tu cuenta? Eso es
increíblemente peligroso. Prométeme que nunca volverás a hacer eso.
―Tomé mi silbato ―dice, mostrándome un pequeño silbato rojo
alrededor de su cuello.
―¿Qué va a hacer el silbato?
―Si alguien intenta robarte, haces sonar tu silbato, eso me dijiste
cuando fuimos a ese festival de música. ―Hace una pausa para
inspeccionar su silbato por un momento―. ¿Crees que morirías si te
tragaras un silbato?
―No creo que mueras. No.
―¿Qué tal dos silbatos?
―No lo sé, Felix.
―¿Cuántos silbatos crees que podrías tragar y no morir?
―Si se atascara en tu tráquea, podrías morir, pero... ¿Por qué
necesitamos saber la respuesta a esto? Pero no te tragues ningún silbido.
Cuando nos bajamos del autobús en Battersea Arches, un adolescente
en un scooter volador vuela por la acera y casi choca con nosotros.
Agarrando a Felix, lo aparto del camino justo a tiempo y luego me giro
para gritar: “¡Cuidado, maldito idiota!” al adolescente, que ni siquiera se
gira para ver hacia atrás. Felix me mira, y sus ojos brillan de admiración.
―Lo siento, no debería haber dicho eso ―le digo, mordiéndome el
labio―. Esa es una palabra horrible.
―Eso fue un incidente ―dice Felix.
―¿Lo fue?
―Definitivamente. ―Felix saca el cuaderno de bitácora―. ¿Puedes
escribirlo porque mi escritura es demasiado grande? Escribe la hora y
luego escribe: Un hombre en scooter casi choca con nosotros. Mami le
dijo que es un jodido idiota.
―No creo que necesitemos escribir los detalles de quién dijo qué.
Una vez localizados los antiguos arcos de la barandilla, deambulamos
buscando un puesto de flores o una puerta marrón. El lugar parece
deshabitado: vemos tiendas tapiadas, paredes pintadas y carritos de
supermercado abandonados. Estoy empezando a pensar que Crouch
Pouch, o como se llame, podría habernos engañado.
―Parecen perdidos ―dice un hombre enorme con una impresionante
variedad de tatuajes en el cuerpo, trabajando en una motocicleta volcada
frente a un taller de reparación.
―Estamos buscando a Arcade Dave ―dice Felix, guiñándole un ojo
lentamente al hombre. El hombre le lanza a Felix una mirada fría y dura,
y me preocupa que estemos a punto de poner a prueba ese enigma de
tragar silbatos, pero entonces el hombre asiente hacia su izquierda.
―Ahí arriba, más allá del puesto de flores.
Siguiendo sus instrucciones, encontramos un pequeño puesto que
vende algunos tulipanes marchitos y, tal como prometió Crouch Pouch,
una puerta marrón con un cartel polvoriento que dice: “Dave's Depot”.
―¡Ese es! ―dice Felix, abriendo la puerta chirriante. Al otro lado hay
una reja de metal que conduce a una escalera de caracol oxidada que
desciende a las entrañas de Londres. Felix corre adelante, sin miedo, y
cada uno de sus pasos resuena con un ruido metálico en todo el espacio
de ladrillos sin ventanas.
―Está un poco oscuro ―digo, siguiendo nerviosamente a Felix por la
escalera de caracol―. Tal vez deberíamos esperar. ―De repente, todo
esto parece una mala idea. ¿Qué pasaría si ese sitio web fuera realmente
un sitio de tráfico de personas y nos hubieran atraído hasta aquí con
falsos pretextos? ¿Qué pasa si secuestran a Felix? ¿O a mí, en todo caso?
Justo cuando estoy a punto de sugerir que regresemos, Felix grita: “¡Está
aquí!” desde más abajo de mí en la escalera. Apresurándome por las
últimas espirales, salgo a tierra firme y veo un segundo conjunto de
enormes arcos de ladrillo construidos debajo de los que están al nivel del
suelo. El espacio cavernoso y curvo frente a nosotros está repleto de
viejos juegos de arcade y polvorientas curiosidades de feria. Es un
espectáculo impresionante, como descubrir la tumba de Tutankamón (si
Tutankamón hubiera existido en los años ochenta y estuviera
obsesionado con los videojuegos). Hago una pausa por un momento
para absorber el espectáculo inesperado del lugar.
―Es por aquí ―dice Felix, corriendo hacia los pasillos desordenados
de tecnología antigua.
―¿Hola? ―grito, preocupada de que podamos estar en problemas por
deambular por aquí sin ser invitados, y luego recuerdo la advertencia
del chico del foro de que Arcade Dave podría ser un tipo un poco
divertido. ¿Qué significa eso, que es un comediante o que es un psicópata?
Un hombre con un mono sucio y un bigote castaño rojizo
desordenado se levanta detrás de una vieja máquina de PacMan y nos
mira con recelo.
―¿Arcade Dave? ―pregunto, proporcionándole la mejor sonrisa de
“por favor, no seas un psicópata” que puedo esbozar.
―¿Quién pregunta? ―él dice.
―Soy Lucy y él es Felix. Nos envía Crouch Pouch.
―No fue Crouch Pouch, mamá, fue Crock Pouch ―dice Felix,
mirando nerviosamente a Arcade Dave.
Me imagino que este nombre actuará con un apretón de manos
masónico en esta guarida subterránea, pero Arcade Dave simplemente
dice: “No lo conozco” y vuelve a trabajar en su máquina.
Felix, sin inmutarse, se acerca a él.
―Estamos buscando una máquina de los deseos, tiene como un
millón de años.
―No tiene un millón de años ―aclaro―, probablemente sea de los
años setenta u ochenta, tal vez de los años cincuenta. Definitivamente
del siglo XX.
―¿Cómo se ve? ―pregunta Dave, limpiándose la nariz con un trapo
aceitoso.
Él escucha atentamente mientras le cuento todo lo que puedo recordar
y luego nos hace señas para que lo sigamos. Felix salta detrás, incapaz
de contener su emoción. Se da la vuelta y articula:
―¡La tiene!
Dave nos lleva a una máquina cubierta por una sábana y yo me
preparo cuando él se acerca para destaparla. ¿Y si esto realmente es todo?
Pero cuando quita la sábana, revela una vitrina cuadrada con un genio
de aspecto aterrador que sostiene una bola de cristal gigante. Felix me
mira expectante, aunque sabe que nunca mencioné a un genio. Sacudo la
cabeza.
―No, esa no es.
―No he visto nada más como lo que dices ―nos dice Arcade Dave,
sacudiendo la cabeza―. Coleccionistas, ¿verdad?
―Más o menos ―le digo, entrecerrando los ojos hacia Felix para
evitar que se lance a una explicación sobre viajes en el tiempo.
Arcade Dave estornuda sobre su trapo aceitoso y luego me entrega
una tarjeta de presentación grasienta que sacó de su mono.
―Deja tu número. Preguntaré por ahí. Si me entero de algo, te lo haré
saber.
Quizás sintiendo la decepción de Felix, Arcade Dave dice:
―Oye, chico, ¿quieres probar rápidamente un Robotron 2084 que
acabo de poner a funcionar?
Felix asiente con entusiasmo.

Cuando finalmente salimos a la luz del día, me doy cuenta de que


Felix todavía está decepcionado.
―Lamento que haya sido un callejón sin salida ―le digo, pero él
niega con la cabeza.
―Esa fue solo una etapa en la búsqueda. Las misiones siempre tienen
varias etapas. Dave tiene tu número ahora.
―No lo sé, a mí me pareció un callejón sin salida.
Felix cambia su peso entre sus pies y luego me mira con nerviosismo.
―¿Crees que sabía que yo pensaba que su juego era aburrido? No
quise ser grosero. Estaba tratando de fingir que era divertido.
―Bueno, entonces hiciste un buen trabajo. Parecía que te estabas
divirtiendo ―digo, pasando un brazo alrededor de su hombro.
Es un día soleado y todavía no tengo ganas de volver a subirme al
autobús, así que sugiero que caminemos un poco. A pesar del fracaso de
nuestra misión, Felix está sorprendentemente alegre y hablador. Estoy
aprendiendo que le gusta que todo tenga un opuesto y que está muy
interesado en saber qué puede matarte si lo ingieres. Cuando llegamos a
Vauxhall, le pregunto si le gustaría ver dónde vivía yo y me dice que sí.
―¿Ese era tu apartamento? ―me pregunta mientras nos sentamos en
un banco en el lado opuesto de la calle.
―Sí, tercer piso. ―Señalo mi antigua ventana―. Yo vivía ahí con mi
mejor amiga Zoya y otras dos personas, Emily y Julian. ―Siento una
punzada de nostalgia al pensar en todas las conversaciones que tuvimos
sentados en ese asiento junto a la ventana; todo el vino barato bebido,
los libros leídos y los sueños compartidos. Una vez, Zoya nos hizo
sentarnos a Emily, a Julian y a mí en la oscuridad, junto a una antorcha
apuntalada, para poder dibujar siluetas de nuestras cabezas―. Siempre
estaba desordenado y amontonado. Nunca tuvimos papel higiénico,
pero nos divertimos mucho.
―¿Por qué no tenías papel higiénico? ―me pregunta.
―Bueno, entonces no teníamos drones de reparto ―le explico.
―¿Zoya era tu amiga la que murió? ―pregunta, arrastrando los pies
contra el suelo.
―Sí ―le digo, con los ojos todavía pegados al alféizar de la ventana.
―¿Y ella era tu mejor amiga número uno?
―Lo era.
Felix examina sus manos y luego dice:
―Matt Christensen me preguntó si podía ser mi mejor amigo, le dije
que tendría que pensar en eso.
―Creo que a tu edad es bueno ser amigo de todos, mantener abiertas
las opciones.
―Pero quiero un mejor amigo. ―Ahora patea un pie con el otro―. Le
pedí a Molly Greenway que fuera mi mejor amiga, pero me dijo que las
niñas tienen que estar con las niñas y los niños tienen que estar con
niños.
―Eso no es cierto, puedes tener a quien quieras como tu mejor amigo.
Se queda en silencio por un momento, como si contemplara esto.
―¿Elegiste tú a Zoya o ella te eligió a ti?
Extiendo la mano para tomar su mano.
―Creo que nos elegimos mutuamente. Nos sentábamos una al lado de
la otra en francés, nos escribíamos notas en nuestro propio lenguaje
inventado.
―¿Lenguaje inventado? ―pregunta, desconcertado.
―Palabras que nos sonaban graciosas. Éramos niñas raras. Creo que
eso es lo que es un mejor amigo, alguien a quien puedes mostrarle el
bicho raro que llevas dentro.
―Me siento junto a Molly en el Coding Club ―me dice―. Ella es
mucho mejor que yo en eso, y también es divertida, creó un juego de
plataformas llamado “Las chicas ganan, los chicos en la papelera”.
Tienes que tirar a todos los chicos a la basura para ganar, y la señora
Harris no lo calificó, dijo que era sexista, entonces Molly cambió a todos
los niños por la pequeña señora Harris y lo llamó “Los niños ganan, los
maestros en la papelera”. ―Felix se ríe y se golpea el muslo con la mano.
―Me gusta cómo suena Molly.
Mientras estamos sentados en el banco viendo mi antiguo
apartamento al otro lado de la calle, se abre la puerta principal y aparece
el señor Finkley con una bolsa de reciclaje. Al verme, levanta una mano
a modo de saludo y yo tomo la mano de Felix para cruzar la calle.
―Felix, este es el señor Finkley, vivía en el piso de arriba. Señor
Finkley, éste es mi hijo. ―Mi hijo. ¿Alguna vez me acostumbraré a decir eso?
―¿Qué te trae de vuelta por aquí? ―pregunta el señor Finkley―. Aún
te faltan algunos años, ¿verdad?
―Temo que sí. Solo estábamos haciendo un pequeño viaje al pasado.
―¿Te gustaría subir por un poco de jamón? ―me pregunta el señor
Finkley.
Estoy a punto de declinar cortésmente cuando Felix grita:
―¡Me encanta el jamón! ―y da un paso hacia la puerta principal.
―Pensé que eras muy quisquilloso con la comida ―le digo,
entrecerrando los ojos hacia él.
―No soy exigente con el jamón ―dice, ahora de pie y esperando junto
a la puerta principal.
―Supongo que entonces subiremos. ¿Está seguro de que no seríamos
un inconveniente?
―No, no ―dice el señor Finkley―. Pero no voy a sacar mis sellos.
Dentro del apartamento del señor Finkley, Felix mira la habitación
llena de follaje como si acabara de entrar en un mundo subterráneo
secreto.
―Wow, esta casa es genial. Es como vivir en una jungla.
La boca del señor Finkley se tuerce, complacido.
―Fue tu mamá quien me metió en la horticultura.
De todas las cosas que parecen poco probables acerca de los años que
me he perdido, una es que las tablas de mantequilla no fueron la efímera
moda de Instagram que todo el mundo esperaba que fueran, y dos es
que, aparentemente, me convertí en una gurú de la jardinería.
―A mamá se le dan bien las plantas ―dice Felix, hinchando el
pecho―. ¿Le gustaría ver mi cuaderno de bitácora?
―Felix, estoy seguro de que el señor Finkley no...
―Sería un honor para mí ver tu cuaderno de bitácora.
Después de dejar algo de espacio en el sofá para que nos sentemos y
luego sacar un plato de jamones variados, el señor Finkley se sienta para
inspeccionar el libro de Felix. Es un público excelente, hace todas las
preguntas correctas e incluso comenta la minuciosidad de la columna de
“incidentes” y el excelente boceto que Felix ha hecho de Arcade Dave.
―Este es el mejor jamón ―dice Felix, mientras se sientan uno al lado
del otro leyendo el cuaderno de bitácora.
―Ahumado, siempre ahumado ―dice el señor Finkley.
―Mamá, ¿puedes comprar ahumado la próxima vez?
Asiento, tomando nota mental de pedirle a mi auto que le indique a
un dron volador que lleve jamón ahumado a mi casa, luego me
maravillo de que esta frase parezca completamente normal.
―Me habría venido bien un joven como tú en uno de mis viajes en
barco ―dice el señor Finkley.
―¿Tenía un barco? ―le pregunto, encontrando difícil imaginarlo en
otro lugar que no sea este apartamento.
―Solía tenerlo. Dirigí expediciones de investigación, llevé a buzos y
científicos al Pacífico central. Mi esposa era oceanógrafa.
―¿Eran exploradores de aguas profundas? ―pregunta Felix, con la
boca abierta de asombro.
―Yo no. Yo me quedaba en el barco, pero sí, Astrid lo era. ―El señor
Finkley asiente y se sienta un poco más erguido, sus ojos se arrugan en
una sonrisa.
―No sabía que había estado casado ―digo.
―Hace muchas lunas ―dice el señor Finkley, levantándose y
caminando hacia una cómoda de madera que está repleta de libros y
papeles. Saca una pequeña brújula de latón y una carpeta de mapas
antiguos. Coloca uno sobre la mesa y le muestra a Felix cómo trazar
millas náuticas usando una brújula y una regla. Felix está fascinado y
lleno de preguntas. Termino dejándolos así y saliendo al balcón del
señor Finkley para ponerme al día con los mensajes y correos
electrónicos del trabajo.
Hay un mensaje del asistente personal del CEO de Bamph
preguntándome si estaría dispuesta a trasladar mi “reunión F” de la
suite ejecutiva. Parece que la he enviado con la junta trimestral de
accionistas en el portal de citas. Ups, pensé que solo estaba poniendo eso
en mi propio calendario. Con suerte, nadie podrá descifrar mi astuto
código de reunión falso.
También tengo un mensaje de Michael:

Espero que todo esté bien en casa. Creo que lo mejor para la moral del equipo
es que mantengamos tu confusión mental entre nosotros por ahora. No quiero
que el equipo pierda la confianza en tus habilidades antes de la gran
presentación. Será mejor no poner más reuniones falsas en la intranet de Bamph
tampoco...
M.
PD: Jane dice que las orcas también pasan por la menopausia, así que estás en
excelente compañía.

Finalmente, arrastro a Felix lejos, necesitamos tomar nuestro tren.


Puede que no haya sido una buena enseñanza como madre recompensar
la huida de Felix con un día tan lleno de aventuras, pero verlo tan
animado me hace sentir que podría haber sido un tiempo bien
empleado.
―Puedes quedarte con esto ―dice el señor Finkley, entregándole la
pequeña brújula de latón a Felix mientras nos vamos―. Ya no tengo
muchos lugares a donde navegar. Será mejor que esté en manos de un
verdadero explorador.
―Oh, wow, muchas gracias ―le dice Felix, apretándolo como si le
acabaran de regalar las joyas de la corona.
En el tren a casa, Felix usa la brújula para darme actualizaciones
constantes sobre nuestra dirección de viaje: Suroeste. Oeste. Sur
suroeste. Se vuelve molesto rápidamente, así que trato de distraerlo
leyendo nuestro informe del incidente con una voz divertida y aguda. A
Felix le parece gracioso, luego insiste en que escriba: “Mami lee el
informe del incidente con una voz divertida” en el informe, lo que lo
hace llorar de risa. Al mirarlo, siento una cálida punzada de afecto
natural por este pequeño y divertido niño.
Una máquina expendedora compacta sobre ruedas avanza por el
vagón hacia nosotros y le pregunto a Felix si quiere algo, él se sienta en
su asiento y me lanza una mirada extraña.
―¿Qué? ―le pregunto.
―Mami nunca nos deja comer bocadillos de la máquina. ―Él levanta
una ceja, como si me desafiara a retractarme de la oferta.
―Bueno, mami lo sabe ahora ―digo, poniendo cara de tonta. Compro
dos galletas de chocolate de la máquina, antes de que se aleje por el
pasillo.
Felix dice en voz baja:
―Gracias...
―De nada.
―Por dejarme ir a ver.
―Me divertí ―digo, luego de una pausa―, ¿pero prometes no volver
a salir corriendo en busca de portales? Entiendo tu necesidad de que
esto se pueda arreglar, yo también lo siento, Felix, créeme, pero si no es
así... bueno, a la gente le pasan cosas peores. Todavía estoy aquí, ¿no?
Sigo siendo tu mami.
Él asiente solemnemente y, cuando lo digo, por primera vez, siento
que podría ser verdad.

Mientras el tren avanza traqueteando a través de Woking, Felix


termina lo último de su galleta y luego dice:
―¿Sabes? Si estás tratando de pensar en un nuevo programa para
niños, ¿por qué no propones uno de tus juegos?
―¿Mis juegos?
―Como cuando jugamos la otra noche por toda la casa, eso fue
brillante. Ni siquiera necesitas un montón de cosas. Por ejemplo, para “el
suelo es lava” no necesitas lava real.
―¿Recuérdame cómo funciona ese juego otra vez?
―Alguien grita: “El suelo es lava” y tienes que levantarte del suelo o
estás muerto.
―¿Qué, así? ―pregunto, saltando al asiento del tren y gritando: ¡El
suelo es lava!
Felix me mira con horror o asombro, no estoy seguro de cuál, y luego
dice:
―Mamá, estamos en un tren.
―Está bien, lo siento, ¡el piso del tren es lava! ―grito, saltando por el
pasillo hacia uno de los asientos vacíos de enfrente, riendo mientras casi
pierdo el equilibrio debido al movimiento del tren. Felix se cubre la cara
con las manos y luego me mira a través del espacio entre sus dedos. Su
expresión no tiene precio, pero entonces una voz ronca detrás de mí
dice:
―Señora, tiene que bajarse de ahí.
―No le digas a tu papá que tengo una multa ―le recuerdo a Felix
mientras entro con el auto por el camino de entrada.
―¿Puedo decírselo a Molly en la escuela? ―me pregunta, con los ojos
aún brillando por la adrenalina de ver a su mamá recibir una multa por
comportamiento antisocial―. Ella pensará que es genial.
―No, no puedes decírselo a nadie. Lo que sucede en una expedición
se queda en la expedición.
A través de la ventana de la cocina puedo ver a Sam bailando con
Amy en sus brazos. Sus labios se mueven: le está cantando.
Nos sentamos en el auto durante unos minutos y ninguno de los dos
hace señas de salir. Quizás Felix recuerda que está en problemas,
mientras que yo me resisto a que termine la magia de esta tarde, ansiosa
por aferrarme a este nuevo sentimiento de camaradería con Felix.
Finalmente, Sam nos nota, nos saluda y ahora nuestra expedición
realmente ha llegado a su fin.
En el pasillo, Sam se inclina para envolver a Felix en sus enormes
brazos y le dice palabras ahogadas en el hombro:
―No vuelvas a hacernos eso nunca más. Me tenías muy preocupado.
―Lo siento, papá.
―Hablaremos de eso más tarde. ¿Hiciste lo que tenías que hacer? ―le
pregunta Sam y Felix asiente, entonces Sam extiende su mano y Felix le
pasa su iPad.
―La necesitaré para la escuela.
―Entonces podrás tenerla en la escuela ―le dice Sam.
Observo cómo Felix saca el cuaderno de bitácora de su mochila y lo
guarda en el bolsillo del pantalón, lanzándome la mirada de alguien que
cree que se ha salido con la suya.
―Hay comida en la mesa ―le dice Sam, y Felix se dirige a la cocina.
Asiento tras él.
―Es un gran chico, ¿no?
―Lo es ―dice Sam―. Ambos lo son.
Y entonces me doy cuenta de que Amy, con los ojos muy abiertos
como charcos, se arrastra hacia mi pierna. Ella no llora ni muerde ni
huele mal, y aunque tiene un poco de puré en la parte superior, no me
importa levantarla y dejar que acaricie mi cuello. Siento un cálido
zumbido de placer al ser amada por esta pequeña criatura. A ella no le
importa que esté fallando en el trabajo, que me haya avergonzado en el
mostrador de devoluciones en Selfridges o que me hayan multado por
subirme a un asiento de tren. Ella simplemente me ama porque soy su
mamá, o al menos alguien que se parece y huele mucho a ella.
Cuando Felix está fuera del alcance del oído, Sam me pregunta:
―Entonces ¿no encontraste este portal de regreso a otro mundo,
supongo? ―Su rostro es una imagen de diversión escéptica.
―Sorprendentemente, no. ―le digo, bajando a Amy y mirándola
arrastrarse hacia la cocina.
―Bien, creo que te extrañaría si desaparecieras en otra dimensión.
Estamos uno frente al otro en el pasillo y no puedo verlo a los ojos. Me
está mirando fijamente, pero ahora no sé cómo estar cerca de Sam.
Anoche fue muy tierno conmigo, dijo todas las cosas correctas, pero eso
no cambia los hechos.
―¿Quieres las buenas o las malas noticias sobre lo que ha estado
sucediendo aquí? ―me pregunta, mirándome con ojos sonrientes.
―Ambas ―digo, juntando mis manos detrás de mi espalda, tratando
de ser normal.
―Bueno, la mala noticia es que Amy mordió tu par de zapatos
favoritos.
―¿Y las buenas noticias?
―Probablemente no recuerdas cuál es tu par favorito. Puede que ya
no sean tus favoritos.
―Ja, ja ―digo, empujando una mano contra su hombro. Él la atrapa y
me abraza. Se siente tan normal. Quiero que me bese de nuevo, como lo
hizo anoche, quiero que sea el Sam de la cita nocturna, donde podemos
empezar desde el principio, no a la mitad. Quiero una segunda cita real.
Un rayo de sol brilla a través del cristal de la puerta principal y nos
ciega a ambos por un momento.
―Salgamos ―le digo de repente.
―¿Afuera? ―me pregunta―. Acabas de entrar.
―Es una tarde tan hermosa. Vi campanillas en el parque cuando
pasamos. Nunca duran mucho, si no las vemos ahora, es posible que nos
las perdamos. Vamos... de paseo familiar.
Sam parece desgarrado.
―Es una buena idea, pero la cocina es un desastre, Amy está cansada,
necesito sacar su ropa de cama de la secadora antes...
―Sam, veinte minutos, vamos. ―Hago un pequeño baile, moviendo
mis pulgares de lado a lado.
Sus ojos se arrugan en una sonrisa genuina. Se siente como un triunfo.
―Niños, coman, mami dice que nos vamos de excursión familiar.

En el parque, empujo a Amy en su carriola mientras Felix me muestra


su intento de hacer una vuelta de carro (que no es una vuelta de carro en
absoluto, pero Sam y yo lo animamos como si hubiera hecho algo digno
del Cirque du Soleil). En un rincón del parque, la hierba se ha dejado
crecer de forma silvestre, un refugio para las abejas. Una alfombra de
campanillas se extiende bajo un bosquecillo de árboles. El sol de la tarde
brilla a través de las ramas, la luz moteada aterriza en los tallos de las
campanillas que se inclinan y se mecen con la suave brisa. El dulce olor
floral me transporta a los picnics de mi infancia, a recoger flores
silvestres para la mesa de la cocina de mamá, a conducir kilómetros para
caminar por el bosque favorito de papá porque las campanillas solo
florecen durante unas pocas semanas.
Sam saca a Amy y la levanta sobre sus hombros, haciéndola chillar de
alegría mientras él la hace girar una y otra vez. Felix grita: ¡Yo! ¡Yo!
Entonces Sam vuelve a poner a Amy en su carriola, luego comienza a
hacer girar a Felix, quien grita:
―¡Más rápido, más rápido!
Cuando Sam finalmente lo deja en el suelo, doblado por la mitad y sin
aliento, Felix grita:
―Otra vez, otra vez.
―Parece que tu papá se está haciendo demasiado mayor para hacer
eso ―digo con una sonrisa maliciosa―. Mira, el pobre está agotado.
―¿Esa es tu manera de decir que quieres intentarlo? ―pregunta Sam,
arqueando una ceja.
―No. ―Sonrío, pero entonces él se acerca a mí a buen ritmo y me doy
vuelta para correr, riendo mientras Sam me persigue por el parque. Es
demasiado rápido para mí y pronto me envuelve en un abrazo de oso
antes de que ambos caigamos al suelo.
―¿Quién es demasiado mayor? ―pregunta, recostándose encima de
mí, sujetando mis manos por encima de mi cabeza.
―Tú no, tú no ―digo, riendo, retorciéndome debajo de él. Deja de
luchar conmigo, me mira a los ojos y de repente soy consciente de cada
punto donde su cuerpo presiona el mío, el brillo de intención en sus
ojos, la forma sin esfuerzo en que sujeta mis brazos con una sola
mano―. Mmm. ―¿Acabo de gemir? Dios, estamos en público, los niños están
ahí. Él se muerde el labio, divertido, y luego me suelta los brazos. Creo
que pudo haber notado el gemido.
―Esta fue una gran idea, Luce ―dice, con la voz llena de calidez―.
Me alegra que lo hayas sugerido. ―Antes de que termine de hablar,
Felix nos alcanza y se lanza sobre Sam, gritando: “¡Bolita familiar!”.
Siento que me sonrojo mientras trato rápidamente de disipar las
imágenes no aptas para todo público de Sam y yo rodando desnudos
entre las campanillas que acaban de abrirse camino en mi mente.
Mientras caminamos de regreso al auto, Felix nos señala a ambos y
dice:
―Oh, mira, es el día del bolsillo.
―¡Feliz día del bolsillo, Felix! ―Sam dice con una sonrisa.
―Bosillo ―dice Amy.
―¿Qué es el día del bolsillo? ―pregunto.
―Cuando todos usamos ropa con bolsillos, es el día del bolsillo ―me
explica Sam―. Felix lo inventó.
―¡Solo es el día del bolsillo cuando es toda la familia! ―Felix parece
emocionado, mostrándome los bolsillos de sus pequeños pantalones de
jogging y señalando los bolsillos del abrigo de Amy.
―Entonces, ¿qué sucede en el día del bolsillo? ―pregunto.
―Nada. ―Felix me mira como si fuera una pregunta ridícula―. Es
solo el día del bolsillo.
―Feliz día del bolsillo ―repite Sam, tomando mi mano y moviéndola
hacia adelante y hacia atrás. Su alegría es contagiosa y, por un momento,
soy una de ellos, pero no hay tiempo para saborear la sensación, porque
Felix tropieza con una piedra, sale volando hacia adelante y luego grita
cuando aterriza con la barbilla primero en el camino de grava. Debería
haber estado vigilándolo con más atención, ya se ha caído aquí antes en
este mismo camino. La fina cicatriz en su frente es de donde aterrizó
sobre una piedra afilada.
―¿Estás bien? ―le pregunto, corriendo para poner una mano sobre su
barbilla sangrante. ¿Me acabo de imaginar esa otra caída o la recuerdo?
Examino la frente de Felix: hay una cicatriz estrecha, justo a la altura del
nacimiento del cabello.
―¡Se supone que la gente no debe salir lastimada en el día del
bolsillo! ―Felix se lamenta tristemente.

Esa noche, cuando finalmente nos metemos juntos en la cama, en


nuestra cama, Sam me acerca. Existe esa conexión nuevamente, la chispa
que sentí en la cita nocturna, solo que ahora estoy completamente sobria.
Probablemente estoy más cansada que nunca, pero mi cuerpo todavía
hormiguea con la anticipación de su toque. Quiero contarle sobre la
visión que tuve en el parque, pero no lo hago porque no sé lo que
significa.
Sam acaricia mi mejilla con el dorso de su mano.
―Hola, hermosa esposa ―dice en un susurro.
―Hola ―le susurro. Se inclina para besarme, lenta y suavemente,
metiendo mi labio inferior en su boca y pasando una mano por mi
cabello. La otra acaricia la parte baja de mi espalda, debajo de mi
camiseta, desplazándose para cubrir firmemente mi pecho en un
movimiento exquisito. Dejo escapar un gemido involuntario y luego:
―Me duele la barbilla. ¿Puedo dormir en la cama con ustedes? ―nos
pregunta Felix, con los ojos llorosos, desde la puerta.
―Oh... claro, amigo ―dice Sam, haciéndose a un lado para dejarle
espacio a su hijo y Felix se arrastra entre nosotros como un pajarito que
regresa a su nido. Me quedo dormida acurrucada alrededor de él, con
mi mano entrelazada con la de Sam por encima de su cabeza.
―Te amo, mamá, te amo, papá ―murmura.
―Yo también te amo, Felix ―le digo.
Sam me aprieta la mano dos veces, un código Morse de amantes en la
oscuridad.
A la mañana siguiente, después de una mala noche de sueño junto a
un niño que suelta codazos dormido, me levanto temprano y tomo el
tren de las siete y cuarto a Londres. Quiero estar antes que nadie, quiero
estar preparada. Cuando mi tren llega a Waterloo, hay un mensaje de
texto de Sam con una foto de un libro con marcas de dientes de Amy en
la esquina de la portada que dice:

Creo que tu libro podría tener algunos agujeros en la trama.

El mensaje me hace sonreír y camino hacia el trabajo con un nuevo


impulso en mis pasos. Tecleo una respuesta:

La reseña del libro de Amy: mordazmente ingeniosa y llena de agujeros.

En el trabajo, una vez que todo el equipo se ha reunido, llamo a todos


a la sala de reuniones de la planta baja. Callum se acerca a la puerta y se
ofrece a ir a preparar té, pero le hago señas para que entre.
―Callum, entra, podemos vivir sin té. Ahora, sé que estamos bajo
presión de tiempo ―le digo―. La presentación será dentro de once días
y aún no hemos decidido una idea. Lamento no haber estado más
presente en la oficina, he tenido algunos problemas personales con los
que lidiar, pero ya estoy aquí. ―Hago una pausa, examinando la
habitación. Trey parece agotado, aunque lleva una alegre camiseta sin
mangas con lentejuelas y una boina a juego. Michael se está abotonando
y desabrochando el botón superior de su chaleco. Dominique y Leon me
miran con los ojos muy abiertos y expectantes, mientras que Callum
parece emocionado de estar aquí.
»Así que cuento con ustedes para que me ayuden a traducir esta idea
en un programa viable, pero quería contarles sobre un juego que hago
con mi hijo. Es como si el suelo fuera lava, pero no es solo el suelo lo que
te atrapará, es todo lo que hay en la casa. El armario de ventilación es la
guarida de un dragón, una cascada que baja por las escaleras, la cocina
es una cueva de murciélagos asesinos.
―”La casa te va a atrapar” ―dice Dominique.
―Sí, exactamente. No he ideado un formato, pero me gusta el
concepto de convertir lugares que conocemos en lugares para una
aventura, usando objetos domésticos para derrotar a los monstruos.
¿Pueden trabajar con eso como punto de partida?
La energía en la sala cambia lentamente a medida que todos
comienzan a hablar, todos deseosos de contribuir.
―¡Escena! La oficina se está llenando de agua ―dice Leon saltando
sobre su silla―. Necesitamos un barco, pero lo único que tenemos es...
―Él mira a Dominique y ella le entrega un objeto imaginario.
―Esta engrapadora gigante. ―Todos se ríen mientras él y Dominique
hacen la mímica de engrapar un barco con trozos de papel, subirse a él y
luego hundirse lentamente. Hacen una reverencia y luego regresan a sus
asientos, pero Michael dice:
―No, sigan.
Leon y Dominique continúan su juego imaginando desastres que
suceden en la oficina y que superan con equipos de oficina.
―¿Cómo hacen esto con tanta facilidad? ―pregunto.
―Están juntos en un grupo de improvisación ―Michael se inclina
para decirme―. Un grupo talentoso.
Trey golpea el escritorio con una mano, como si acabara de pensar en
algo brillante.
―Podríamos hacer mapeos en realidad virtual 4D en las casas de los
niños. Verías los monstruos ahí mismo en holograma, como si salieran
de debajo de la cama, del armario o de lo que sea. ―Trey abre su bloc de
dibujo.
―¿Podríamos hacer que los monstruos sean los reales que los niños
imaginan, si pudieran dibujarlos para nosotros? ―Callum pregunta,
nervioso.
―Me encanta esa idea ―digo, y sus mejillas se sonrojan.
―Existe un nuevo programa: CGH5.8. Podría ser perfecto para algo
como esto ―afirma Trey.
―¿Puedes mostrárnoslo? ―le pregunto, y los dedos de Trey recorren
la pantalla a una velocidad increíble.
―Esto será difícil, pero está bien, descríbeme un monstruo ―dice.
―Una masa azul repugnante con un hierro por cabeza y anguilas
eléctricas por brazos ―dice Leon, sonriendo.
―No me lo pongas fácil, ¿quieres, amigo? ―dice Trey, sacudiendo la
cabeza, pero saca su lápiz digital y dibuja lo que Leon le describe, luego,
desde su tableta, un holograma de la imagen en 3D brilla en la
habitación. Es impresionante.
―Wow, eso es tan gene ―dice Dominique.
Trey sigue garabateando y el monstruo del holograma mueve sus
brazos hacia arriba y hacia abajo.
―Será aún mejor cuando tenga tiempo para prepararme ―nos dice―.
Puedo hacer dibujos más detallados, con más cámaras podríamos
presentarlo en 4D.
Todos le aplaudimos a Trey y él se sonroja, luego se ajusta la boina. A
medida que exploramos la idea, todos en la sala tienen algo que aportar
y un zumbido palpable comienza a generarse alrededor de la mesa.
―Esta es ―digo, mirando a Michael.
―Esta es ―está de acuerdo.
Esa tarde, Trey me pregunta si puede usar mi oficina (es la única
habitación lo suficientemente grande para que experimente con esta
nueva tecnología), así que decido irme a casa temprano y trabajar desde
ahí. Ahora que tenemos un concepto, quiero escribirlo todo, intentar
perfeccionar el formato.
Pero una vez instalada en la oficina de mi casa, veo la foto de Sam en
mi escritorio y mi mente se llena de pensamientos sobre él, sobre su
cuerpo, sobre sus manos recorriendo mi espalda anoche antes de que
nos interrumpieran. Saber que está a solo veinte metros de distancia, en
su estudio, resulta ser una gran distracción. Mientras intento escribir un
documento de presentación, mi mente vaga por los labios de Sam, su
mano, su... tal vez simplemente vaya a saludarlo, luego podré
concentrarme y luego podré empezar a trabajar correctamente. Sí, eso es
definitivamente lo más maduro que se puede hacer.
―Oye, te traje té ―le digo, llamando mientras abro la puerta de su
estudio.
Sam parece sorprendido de verme, pero se quita los auriculares y
sonríe pasando una mano por su espeso cabello. Las mangas de su
camisa están arremangadas, dejando al descubierto sus antebrazos
delgados y tonificados y un mechón de cabello oscuro. ¿Qué tienen los
hombres con buenos antebrazos? Quiero luchar con él y quiero perder.
Con su mandíbula afilada y su sonrisa dispuesta, es ridículamente
atractivo. Aunque está cansado, sus ojos siempre parecen jugar en algún
lugar al borde de la picardía.
―Lo siento, estoy interrumpiendo.
―No estás interrumpiendo ―dice, tomando la taza de mis manos.
―Pues, presenté la idea y a todos les encantó. Hay mucho que hacer,
pero se siente bien tener algo en lo que trabajar.
―Es una gran noticia, bien hecho. ―Me sonríe y yo me quedo en la
puerta, incapaz de obligarme a irme.
―¿Puedo quedarme y verte trabajar un rato, ver qué es lo que haces?
―le pregunto.
―Claro, sé mi invitada ―dice, señalando un sillón de cuero en un
rincón de la habitación, luego se levanta la manga y me lanza una
mirada tímida por encima del hombro―. Estoy cohibido ahora.
―Haz como si no estuviera aquí.
Enciende una pantalla y comienza a reproducirse una escena de una
película. Un hombre y una mujer tomados de la mano, confesándose su
amor mutuo bajo un cielo nocturno lleno de danzantes auroras verdes.
―¿Qué es esto? ―le pregunto.
―Encuéntrame en Oslo, una comedia romántica que estoy escribiendo.
Esta es la escena culminante donde los protagonistas confiesan sus
sentimientos el uno por el otro, no logro conseguir el tono correcto.
―Rara vez noto la música en las películas ―admito―. ¿Es tan malo?
―Si lo notas, normalmente significa que el compositor no ha hecho su
trabajo. La partitura debe hacerte sentir, debe aumentar la emoción de
las actuaciones en pantalla, no distraerte de ellas. ―Presiona un botón
en el enorme tablero de controles que tiene frente a él y la escena de la
película se reinicia―. A veces es discreta ―dice, tocando algunos
acordes en el piano―, luego se construye. ―Continúa tocando,
desarrollando la música hasta convertirla en algo más atrevido,
presionando un botón para agregar algunas cuerdas―. Pero si lo haces
demasiado grande, distraes. ―La música que está tocando ahora es
amplia y dramática con acordes pesados y ruidosos. Me río, porque ha
cambiado completamente el ambiente de la escena, luego sacudo la
cabeza asombrada por su capacidad para improvisar de esta manera.
―Wow, eres increíble ―le digo, y él se frota el cuello con la palma de
la mano y se mueve en la silla.
―Es solo práctica ―dice, girándose hacia el piano. El altavoz cruje y
Sam se inclina para cambiar un dial―. Lo siento, este altavoz ha visto
días mejores.
―¿No puedes comprar uno nuevo?
―Estaba planeando hacerlo, pero alguien gastó todo nuestro dinero
en un extraño traje morado. ―Lo dice en broma, pero le hago una
mueca.
―¿Puedes convertirla en una película de terror? ―pregunto,
señalando con la cabeza hacia la pantalla. Sam me levanta una ceja antes
de girarse hacia el piano. Reinicia el clip, luego toca un acompañamiento
oscuro, lleno de presentimientos, y aplaudo de alegría.
»Eso es tan siniestro. ¿Cómo haces eso? Ooh, ¿puedes hacer una
versión en la que ella sea una criatura malvada del espacio exterior, pero
él esté enamorado de ella y no le importe?
―¿Qué soy yo, un mono de espectáculo? ―dice, fingiendo fruncir el
ceño, pero las líneas de sonrisa alrededor de sus ojos lo delatan―. Pensé
que estabas aquí para verme trabajar.
―Pensé que me estabas mostrando lo que puedes hacer.
Cortejándome con tu destreza musical.
―Necesito cortejarte ahora, ¿verdad?
―Tal vez, no recuerdo nada del cortejo, así que...
Saca un segundo taburete de debajo del piano y me hace señas. Me
siento y él mueve su silla detrás de mí, y sus manos cubren las mías en el
piano. Gentilmente guía mis dedos hacia las notas, enseñándome un
conjunto básico de acordes. Siento como si tuviera algo de memoria
muscular porque mis dedos lo siguen con facilidad, aunque nunca he
aprendido a tocar.
―¿Puedo tocar? ―le pregunto, pero mi voz vacila, distraída por cada
punto donde su cuerpo está en contacto con el mío.
―Sí, yo te enseñé ―dice suavemente, clavando su barbilla en mi
hombro. Mi cabeza se inclina hacia él, pero luego él regresa a su lado del
teclado―. Toca esas notas, cada vez que el hombre esté hablando ―me
indica, luego reinicia el clip y presiona “grabar” en su plataforma de
controles. Toco mis acordes ligeros y fugaces cuando el hombre habla,
mientras Sam toca una melodía más siniestra cada vez que lo hace la
mujer. Cuando termina la escena, nos sonreímos el uno al otro,
celebrando nuestro logro mutuo, luego Sam vuelve a representar la
escena, con nuestra nueva partitura musical.
―Él está enamorado de ella y ella es una psicópata ―me río.
―Como todas las mejores historias de amor ―dice con una sonrisa
burlona, y le doy un codazo en las costillas.
―Creo que esta es la versión que deberías elegir ―digo,
levantándome―. Y ahora realmente voy a irme, dejarte trabajar en paz.
―Necesito dejar de distraerlo y volver a trabajar yo misma, pero cuando
me doy la vuelta, él toma mi mano y me jala hacia él.
―Gracias ―me dice.
―¿Por qué?
―Por venir aquí, por interesarte. ―Parece tan sincero, como si este
pequeño intercambio entre nosotros hubiera sido algo importante―. Por
recordarme que todavía eres tú.
―Yo soy yo ―le digo, y luego más a la ligera―, además, es
interesante. Eres interesante.
―No has estado aquí desde hace más de un año ―dice.
―¿Ah, no?
―Más que falta de interés, es falta de tiempo ―dice rápidamente.
―Bueno, podría escucharte tocar todo el día. ―Empiezo a abrir la
puerta, pero ahora él está parado detrás de mí, extendiendo su mano
para cubrir la mía en el pomo de la puerta, empujando la puerta para
cerrarla, con su ancho y caliente cuerpo presionado contra el mío. Mi
cuerpo late con anhelo cuando él se inclina para besar mi cuello.
―Pensé que tenías que trabajar ―le digo, con la voz entrecortada.
―Pensé que tú también.
Luego me da la vuelta y me mira directamente a los ojos y siento que
me mira. A mí. No a quién soy en el futuro, o quién podría haber sido
antes, sino quién soy en este momento, en esta habitación.
Hacemos el amor ahí mismo, contra la puerta, y entonces sé que, sea
cual sea el plano del continuo espacio-tiempo en el que esté viviendo, en
este momento, no hay ningún otro lugar donde quiera estar.

Esa noche, Sam sale a dar una clase de tai chi. Los niños están en la
cama y Faye viene a tomar una copa conmigo.
―¿Sabes que enseña tai chi a los residentes del asilo de ancianos? ¿No
es eso lo más lindo? ―le digo a Faye―. Apuesto a que todas las
viejecitas lo aman.
―Sí, las viejecitas ―me dice, con una sonrisa.
―¿Lo has oído componer? Él saca todos estos arreglos de la cabeza
―digo, sirviéndonos a ambas una copa de vino―. Es increíble, tiene
mucho talento.
―Sí, mucho talento ―dice, sonriendo de nuevo.
―Es tan dulce con los niños...
―Sabes lo que está pasando aquí, ¿no? ―me dice, riendo ahora.
―¿Qué?
―Te estás enamorando de él.
―¿Qué?
―Así es exactamente como eras cuando te enamoraste de él por
primera vez. Lo único que escuché durante meses fue: Tiene tanto talento,
es tan amable, es tan divertido. Tenías esa sonrisa permanente inducida por
Sam en tu rostro, era asqueroso, pero también algo lindo y adorable.
―Esto no es eso ―digo, volviendo a sentarme en el sofá y sintiendo
que me arden las mejillas.
―¡Lo es! No recuerdas que lo amas, así que te estás enamorando de él
de nuevo. ―Faye suspira―. Es genial, estoy celosa. Me encantaría
volver a enamorarme de Alex, esa es la mejor parte.
―Tal vez tengas razón ―le digo―, pero es confuso. A menudo me
dice que me ama, pero ¿me ama a mí o ama a mi vieja yo, a mí futura, a
la yo que recuerda?
―Yo no lo pensaría demasiado ―me dice―. Él siempre te ha amado.
Él te amaba antes de conocerte, recuerda “The promise of you”.
―¿La canción? ―pregunto y ella asiente―. ¿Estuve segura desde el
principio, cuando lo conocí?
―Lucy, estabas tan segura. Esa noche cuando nos encontramos con él
en el bar karaoke, recuerdo que dijiste en el taxi a casa: “Me voy a casar
con ese hombre”.
―Estoy segura de que estaba bromeando o borracha.
―Lo estabas, ambas. ―Se encoge de hombros―. Pero nunca habías
dicho algo así. Disfrútalo, mereces tener algo bueno.
―Pero ¿lo merezco? A veces me siento culpable por el hecho de que
me dieran todo esto. ―Agito un brazo para indicar el hermoso espacio
en el que estamos sentadas.
―Lucy, no te dieron nada. Créeme, estuve ahí y vi lo duro que
trabajaste. ―Ella suspira y sacude la cabeza―. Aceptaste trabajos de fin
de semana, hubo períodos en los que apenas tenías tiempo de vernos. En
cuanto a Sam, créeme, dedicaste tu tiempo a algunas ranas antes de
conocer a tu príncipe. ―Hace una pausa―. Cuando vivías en Nueva
York, estabas enamorada de un chico, Toby, que te rompió el corazón
por completo. No pensé que volverías a confiar en nadie después de eso.
―¿Viví en Nueva York? ―Siempre quise vivir en Nueva York.
―Sí. Lo único que digo es que has emprendido un viaje para llegar
aquí y todo está conectado porque si Toby no te hubiera roto el corazón,
es posible que nunca hubieras regresado a casa y no hubieras conocido a
Sam, quien es tu persona. ―Le extiendo una mano, agradecida por su
inquebrantable amabilidad―. Tienes un matrimonio fuerte, pero eso
también requirió trabajo. Lo que ambos pasaron no es fácil.
―Ojalá recordara a Chloe ―dejo escapar―. De todas las cosas que he
olvidado, ella es la más significativa. Para Sam es importante que la
recuerde.
―Creo que la recordarás, Luce ―dice suavemente―. Solo disfruta de
ser amada por Sam antes de recordar todas las cosas que te molestan de
él. ―Ella se ríe y le tiro un cojín del sofá. No admito que no se me ocurre
nada que me pueda resultar molesto de él.

―¿Puedes pasarme una cuchara? ―le pregunto a Sam mientras


nuestra pequeña familia se sienta a desayunar el sábado, toma una del
cajón y me la entrega, sus dedos permanecen en los míos mientras lo
hace y me lanza una mirada diabólicamente cargada.
―Bueno, gracias ―digo, mirándolo por debajo de mis pestañas.
―¿Por qué se portan raros el uno con el otro? ―Felix pregunta.
―¡No estamos siendo raros! ―le digo, sintiendo un pulso de calor
subiendo por mi cuello.
―Están siendo raros ―insiste Felix―. Siguen mirándose el uno al otro
durante años, como si estuvieran tratando de ganar una competencia de
miradas.
Sam se aclara la garganta.
―Tu mamá es una mujer hermosa, me gusta mirarla. ―Se inclina
para besarme y Felix hace una mueca.
―¿Te hipnotizaron los extraterrestres? ―le pregunta Felix.
―Pensé que habíamos acordado olvidar la teoría de los extraterrestres
―digo, dándole a Felix una mirada firme.
―No llames extraterrestre a tu mamá, Felix ―dice Sam, justo cuando
Amy tira su tazón de cereal de su silla alta y la leche y los copos de maíz
se derraman por todo el piso. Sam salta para tomar un paño.
―Tíralo aquí ―le digo, ya agachándome. Sam tira un paño húmedo al
otro lado de la habitación y lo atrapo con una mano sin mirar.
Cuando levanto la vista, veo a Felix y Sam intercambiando miradas.
―¿Qué? ―pregunto.
―Nada ―dice Sam.
―¿Qué haremos para mi cumpleaños el sábado? ―Felix pregunta de
la nada, y me pregunto si esta es la verdadera fuente de su irritabilidad
esta mañana. Eso, o unos días sin acceso a un iPad. Al mirar a Sam, me
entra el pánico porque con todo lo que está pasando, hemos pasado por
alto algo tan importante como el cumpleaños de Felix.
―¿Qué te gustaría hacer, amigo? ―le pregunta Sam―. Pensé que tal
vez podríamos tener una fiesta familiar este año, pero podrías invitar a
algunos amigos. ¿O llevar a un grupo de tus amigos a la sala de juegos
de realidad virtual si quieres?
―¿Puedo traer amigos aquí? ―pregunta Felix―. ¿Y puedo invitar al
señor Finkley, mamá?
―¿Quién es el señor Finkley? ―pregunta Sam.
―El amigo de mamá de los viejos tiempos.
―Es muy amable de tu parte, Felix, pero en realidad no conozco muy
bien al señor Finkley. Es un poco raro y vive en Londres.
―No creo que sea raro, me cayó bien ―dice Felix.
―Tu amigo de los viejos tiempos ―dice Sam, mirándome divertido.
―Dijo que no lo habían invitado a una fiesta en veinte años, desde
que murió su esposa, dijo que ella era la que agradaba a la gente y ahora
no tiene amigos ―dice Felix.
Sam y yo intercambiamos una mirada.
―Pero no tengo su número, Felix. No sé cómo lo invitaría...
Felix se inclina sobre la mesa, implorándome.
―Dijiste que sabes que alguien es tu amigo cuando te gustan las cosas
que le gustan, cuando puedes ser raro con él. Me sentí así con él. ―Hace
una pausa―. Podrías llevarle una invitación cuando estés en Londres,
pero a él no le gusta el tren, así que tendremos que ir a buscarlo en el
auto.
―Bueno, si estás seguro de que es a quién te gustaría invitar, puedo
preguntarle ―le digo.
―Es a él al quien quiero invitar ―dice Felix con firmeza―. Y Matt
Christensen y Molly Greenway. ―Sam y yo intercambiamos otra
mirada.
―Bueno, si escribes las invitaciones hoy, las entregaremos el lunes
―sugiere Sam―. Podrías empezar a hacerlas ahora.
―¿Solo estás tratando de hacerme subir las escaleras para que puedan
volver a ser raros el uno con el otro? ―pregunta Felix, entrecerrando los
ojos y luego mirándonos de un lado a otro.
Sam y yo nos miramos a los ojos e inmediatamente comenzamos a
comportarnos raros el uno con el otro nuevamente. Él toma mi mano por
encima de la mesa de la cocina, y no puedo creer lo maravilloso que es
vivir con alguien que te gusta tanto, tener a la persona que te gusta ahí,
todo el tiempo. Estaba enamorada de Paddy en la universidad, pero solo
lo veía en mi tutoría del lunes por la mañana, y lo esperaba toda la
semana. Vivir con Sam es como tener un lunes por la mañana todos los
días.
―Tal vez podrías escribir una canción para el cumpleaños de Felix
―le sugiero a Sam una vez que Felix sale de la habitación. Su ceño se
frunce y suelta mi mano.
―Ya no escribo canciones como esa, Luce.
―Pero ¿por qué no? Eres tan bueno en eso.
Cuando estaba acosando a mi esposo en Internet, encontré la última
canción que escribió y vendió. Se llamaba “The Pulse of Love” grabada
por una banda llamada Neev para su álbum Slice. De las críticas que
encontré, la mayoría decía que “The Pulse of Love” era lo peor del
álbum y no era en absoluto el estilo de Neev. Algunas de las reseñas
fueron difíciles de leer, pero no puedo creer que un revés pudiera
disuadir a Sam de volver a escribir algo.
―Hemos hablado de esto ―dice con brusquedad, levantándose para
abrir y luego cerrar la puerta del refrigerador.
―Pero no recuerdo haber hablado de eso, ¿verdad? ―Hago una
pausa―. Escuché “The Pulse of Love” y pensé que era hermosa. Tienes
tanto talento, Sam. Deberías volver a escribir canciones, sabes que
deberías hacerlo.
―No quiero hablar de eso. ―Me lanza una mirada penetrante y luego
se da la vuelta para salir de la habitación.
―Sam ―le digo, pero luego escucho el portazo de la puerta trasera.
Toqué un nervio, pero no sé qué ni por qué. Justo cuando creo que me
estoy familiarizando con la vida matrimonial y conociendo las
debilidades de esta familia, hay una nueva bola curva. Sam dejó la
puerta del refrigerador abierta, así que me levanto para cerrarla. Siempre
deja la puerta del refrigerador abierta. ¡Okey, sí! Ahora tengo una cosa
que poner en mi lista de cosas que me molestan de él. Eso y su
incapacidad para compartir sus vulnerabilidades más profundas sobre
sus fracasos creativos. Wow, esto podría empezar a parecer un
matrimonio de verdad.
―¿Vienes a Mykonos este fin de semana? ―Roisin me llama cuando
me bajo del tren en Vauxhall. Estoy en camino a entregarle la invitación
al Señor Finkley―. Mi jefe tiene una villa vacía, es tan exuberante.
Podemos divertirnos toda la noche, tomar el sol todo el día, sangrías al
atardecer...
―¿Mykonos? ―Mi corazón salta en mi pecho. Siempre quise ir a
Mykonos.
»No puedo ―le digo―. El sábado es el cumpleaños de Felix. ¿Quizás
otro fin de semana?
―Lo siento, nena, la villa solo está libre este fin de semana. ―Hace
una pausa, decepcionada―. Pensé que unas pequeñas vacaciones
podrían ser justo lo que te recetó el doctor. ¿Quizás podrías venir el
domingo y tomarnos unos días libres en el trabajo?
―Lo siento, es solo que están sucediendo demasiadas cosas. Tengo
una gran presentación por delante, todavía estoy tratando de ponerme al
día. ―Dejo escapar un suspiro―. Simplemente no puedo, pero gracias
de cualquier forma.
Está claro que no estoy en condiciones de escaparme a Mykonos con
Roisin, pero tener que decir que no me hace darme cuenta de lo atada
que estoy. Ahora no puedo ir a ningún lado en cualquier momento, no
puedo subirme espontáneamente a un auto y emprender un viaje por
carretera. Cuando tenía veintitantos había fines de semana en los que
paseaba horas por los parques de Londres, escuchando música y
simplemente viendo pasar la vida, no tenía que decirle a nadie a dónde
iba ni cuándo regresaría. Las tardes en el pub podían convertirse en una
velada, y los domingos enteros los podía pasar simplemente “pasando el
rato”. No creo que entendiera el significado de la palabra independencia
hasta que tuve dependientes.
―Me encantaría hacer algo en otro momento, Rosh, pero puede que
necesite un poco más de tiempo de aviso. ―Me detengo frente a la
tienda que solía ser un Super Way. Ahora es una floristería. ¿Cuántas
veces pasé por aquí para comprar Monster Munch después de una
noche de fiesta, o corrí en pijama a buscar leche?―. ¿Sabes por qué Sam
ya no escribe canciones? ―Cambio de tema y le pregunto a Roisin
mientras la tengo al teléfono.
―Creo que su última canción fue criticada por ser cursi y genérica.
Me dijiste que era complicado, pero no entraste en detalles. Escucha,
tengo que irme, mi asistente se equivocó y reservó en mi agenda tres
veces. Revisa los vuelos, si cambias de opinión dímelo.
Cuando cuelgo, no puedo evitar sentirme decepcionada. ¿Eso es lo
que es la vida: perderse los veinte porque no tienes dinero y luego
perderse los cuarenta porque no tienes tiempo?
Al tocar el timbre del señor Finkley, hablo por el intercomunicador:
―Hola, soy Lucy Young, mmm, quiero decir Rutherford. ―Me deja
entrar y subo las escaleras hasta el rellano superior, donde lo encuentro
vestido con una bata de baño y sosteniendo su regadera de metal
oxidado.
»Buenos días, señor Finkley. Mi hijo Felix quería invitarlo a su fiesta
de cumpleaños el sábado ―le digo entregándole la invitación―. Es en
Surrey y en realidad no es una fiesta, solo nosotros cuatro, los abuelos y
un par de amigos de la escuela. Sé que solo lo ha visto una vez, así que
no necesita sentirse obligado...
―Sí ―dice, y parece genuinamente emocionado cuando abre el sobre
dibujado a mano. Felix ha cubierto la invitación con dibujos de plantas
monstruosas, todas con sombreros de fiesta.
―Oh, está bien, genial ―digo, tratando de ocultar mi sorpresa―.
Felix mencionó que no le gusta el tren, así que puedo venir a buscarlo si
quiere.
Él asiente, con los ojos llenos de emoción mientras lee la invitación.
―Entonces, lo recogeré alrededor del mediodía, ¿de acuerdo? ―Él no
responde y me pregunto si me habrá oído―. ¿Señor Finkley?
―Leonard, mi nombre es Leonard. ―Él me mira y me siento
avergonzada; avergonzada de mi primera reacción cuando Felix quiso
invitar a este hombre a tomar el té, avergonzada de haber vivido debajo
de él durante dos años y medio y ni siquiera saber su nombre.
De regreso en el metro, intento consolarme pensando que una fiesta
infantil en el jardín con mi excéntrico vecino será tan divertida como un
fin de semana de chicas en Mykonos. Está bien, no será así, ¿a quién
engaño? Pero Felix estará encantado de que el señor Finkley pueda ir,
eso es lo importante. Al ver a dos pájaros que giran en círculos en el
cielo azul claro, me pregunto qué podría ser lo opuesto a pájaro.

Esa noche, mientras me siento en la cama con un libro y veo mi techo


perfectamente enyesado, reflexiono sobre lo rápido que es posible
adaptarse a las situaciones más extrañas. ¿Cómo puedo estar bien ahora
con tener cuarenta y dos años, cuando hace dos semanas apenas podía
respirar? ¿Es porque estoy un poquito obsesionada con mi nuevo esposo
y estoy permitiendo que la experiencia de enamorarme de él me
distraiga del horror de perderme todos esos años? ¿O simplemente estoy
demasiado ocupada para invertir tiempo en la crisis existencial que
debería estar teniendo?
―¿En qué estás pensando? ―me pregunta Sam, con la voz pesada por
el sueño. Se acerca y presiona un pulgar en mi frente―. Aquí aparece
una línea cuando estás sumida en tus pensamientos.
―Nada ―le digo en voz baja. Es demasiado para explicar.
De todas las cosas a las que he tenido que adaptarme, ser amada por
este hombre ha sido la más fácil de aceptar. Me gusta ser su esposa, me
gusta compartir la cama con él, entrelazar nuestras manos después del
sexo y saber que no tengo que preocuparme por si él seguirá ahí por la
mañana, y aunque objetivamente debería tener menos confianza en este
caparazón desgastado por el mundo, el hecho de que Sam adore cada
estría, cada arruga, me libera de una trampa en la que no me di cuenta
de que estaba atrapada.
―Oh, se me olvidó decirte que el doctor llamó ―dice Sam―. Quieren
que vayas a otro seguimiento.
―No veo el punto ―digo, inclinándome para besarlo.
―Por supuesto que hay un punto ―dice, alejándose de mí―. Podría
haber un nuevo tratamiento y más pruebas que puedan hacer.
Mi cuerpo se tensa.
―Quieres recuperar a tu antigua esposa.
―Quiero que te mejores ―dice.
―Pensé que me amabas tal como soy.
―Te amaré pase lo que pase, para bien o para mal, pero... ―Deja
escapar un gemido de frustración―. No entiendo que he dicho de malo.
Para bien o para mal. ¿Soy peor?
―Lo siento, me siento un poco, no lo sé, celosa.
―¿Celosa?
―Sí. Por mí, esto, nosotros, se siente como una relación
completamente nueva y, en contraste con todas las partes perturbadoras
de esta extraña situación, se siente genial, tú eres genial. Mientras que
tú... llevas once años y ya estás enamorado de alguien que ni siquiera
conozco, que no sé si volveré a ser alguna vez. ¿Cómo sé que no te estás
conformando con esta versión menor?
―No eres menor. ―Parece pensativo por un momento, sentado en la
cama―. Solo diferente en algunos aspectos. Honestamente, Lucy,
incluso si los recuerdos no están ahí, cada día te pareces un poco más a ti
misma.
Cierro la boca para evitar llorar. Pensé que todo estaba bien, no sé de
dónde viene esta emoción.
―No puedes tener celos de ti misma ―insiste.
―Puedo. Puedo sentir celos de la versión mía que vivió once años
contigo, que te conoció primero en un bar de karaoke lleno de gente, que
salió contigo y se enamoró de ti, sin saber cómo acabaría. La persona que
se casó contigo, que vio tu cara cuando di a luz a nuestro primer hijo,
que tomó tu mano cuando perdimos a la segunda. ―Y ahora estoy
sollozando y él me abraza fuerte―. Porque me lo perdí todo, Sam, me
perdí mi vida, me perdí lo de nosotros.
―No te lo perdiste ―dice, hablando en mi cabello mientras sostiene
mi cuerpo tembloroso.
―Y eso es solo lo que sé que me perdí. Probablemente hay cientos de
momentos que cambiaron mi vida y de los que nunca me enteraré.
―Hay una pausa, luego Sam me suelta, se levanta de la cama y luego
extiende una mano para levantarme tras él.
―¿A dónde vas? ―le pregunto, confundida.
―Ven, quiero mostrarte algo.
En el pasillo, agarra una antorcha y luego me entrega uno de sus
gruesos suéteres de punto para que me lo ponga encima del pijama.
―¿A dónde vamos? ―pregunto de nuevo, pero simplemente se pone
unas enormes botas de agua verdes y luego saca unas amarillas del
armario del pasillo para mí. La sensación acogedora del suéter de Sam y
la sensación de una aventura inminente ya han calmado mi estado de
ánimo melancólico. Sin decir palabra, lo sigo por la puerta trasera hacia
el jardín, donde la luna es brillante y luminosa en el cielo, y el aire tiene
un claro frío.
―¿Esta es la parte en la que me muestras todos los cuerpos que has
enterrado? ―le pregunto en broma.
Sam suelta un “ja” así que sigo hablando.
―Imagínate si existieran este marido y mujer, asesinos en serie, y uno
de ellos tuviera amnesia, por lo que su pareja tuviera que llevarlos al
sótano y decirle: Oye, cariño, sabes que te olvidaste de que te gustaba el
Sudoku, pues también te olvidaste de que matamos a ocho personas.
Sam no se ríe como esperaba, solo toma mi mano y me guía por el
sendero del jardín. Nos detenemos junto a un pequeño árbol al final del
jardín, plantado en un parterre elevado. Alumbra con la antorcha una
placa de madera tallada que dice: Chloe Zoya Rutherford. Hija, hermana
y nieta. Tan pequeña, pero tan amada. Luego la fecha de su nacimiento y
su muerte, con solo dos semanas de diferencia.
―Oh, mierda ―digo, tapándome la boca con una mano. Sam se gira
hacia mí, pero no puedo ver su expresión en la oscuridad―. Lo siento
mucho, soy una idiota, estoy hablando de que me muestras dónde están
enterrados los cuerpos y me llevas a ver... oh, mierda.
―Está bien ―dice, y puedo oír que está sonriendo―. Ella no está
enterrada aquí, es solo un árbol.
―Si no, ¿por qué me traerías afuera en medio de la noche?
―murmuro para mis adentros, luego respiro profundamente―. Estoy
tan avergonzada.
―No lo estés, está bien. ―Me aprieta el hombro, luego se quita el
abrigo y lo deja junto al árbol, haciéndome señas para que me siente a su
lado en el suelo.
―Es porque veo muchos programas de crímenes reales, ahí es donde
mi mente va, no es que piense que la muerte o el asesinato son
divertidos, en realidad no es divertido...
―Lucy, ¿podemos dejar de hablar de asesinos en serie ahora?
―Sí. ―Cierro mis labios. Estoy desesperada por seguir
disculpándome, pero no confío en no hundirme en un agujero aún más
profundo. Me conformo con estirar la mano y apretar la de Sam que está
descansando sobre mi hombro. Entonces se oye un crujido entre los
arbustos que me hace sobresaltarme―. ¿Qué es eso?
Sam suspira:
―Probablemente solo sea un ratón.
―¡Un ratón! ―Eso no es tranquilizador.
―Mira, pensé que este sería un lugar conmovedor para decirte algo
importante, pero ¿tal vez deberíamos volver a entrar?
―No, no, aquí está bien. Lo siento. ―No quiero arruinar el momento
más de lo que ya lo he hecho, así que trato de concentrarme en Sam, en
el árbol, e ignorar los crujidos en el seto.
Sam respira profundamente y luego comienza:
―Preguntaste por qué ya no escribo canciones...
Se oye un aullido procedente de algún lugar cercano.
―¿Qué es eso? ―grito.
―Un zorro.
―No suena como un zorro.
―Entremos ―dice, intentando levantarse, pero lo agarro del brazo.
―No, lo siento, por favor, dime. Ignoraré los aullidos.
Hace una pausa y envuelvo mi mano alrededor de su brazo con más
fuerza, animándolo a continuar.
Toma otro respiro y luego comienza:
―Escribí “The pulse of love” para Chloe, incluso antes de que ella
naciera. Nadie sabe que se trata de amor por un feto. Luego nació Chloe,
y estaba enferma, y salió la canción y todos la odiaron. ―Hace un
sonido de hmmm como si le resultara difícil decirlo―. No me importa si
a la gente no le gusta mi música, pero eso fue lo más personal que jamás
haya escrito. El día que murió Chloe, la escuché en la radio y no pude
soportarlo...
―Oh, Sam, lo siento mucho. ―Me estremezco involuntariamente y él
me frota el hombro.
―Nunca volví a escribir nada real, lo que significó que no podía
escribir nada bueno, así que dejé de intentarlo. Ahora tengo este enorme
bloqueo mental. ―Vuelve a iluminar la placa en la base del árbol con la
antorcha.
―Puedo entender eso ―le digo.
―Una vez me dijiste que todo el mundo muere dos veces. Una vez
cuando tu cuerpo da su último aliento, y otra vez cuando alguien dice tu
nombre por última vez. Me hiciste prometer que seguiríamos diciendo el
nombre de Chloe, así una parte de ella siempre estaría aquí con
nosotros. Creo que es por eso que no recordarla se siente
particularmente cruel. ―Se gira para plantarme un beso en la cabeza.
―Realmente desearía recordarla ―le digo.
―Cuando plantamos este árbol, era un domingo por la tarde. Felix
estaba sentado ahí sobre una alfombra de juego mientras cavábamos el
hoyo, le dimos la espalda por un minuto y él entró en el agujero,
volcando una regadera sobre sí mismo y sonriendo de oreja a oreja.
Empezó a arrojarme barro, tú caminaste hacia él, pensé que ibas a
levantarlo, pero simplemente agarraste un puñado de tierra húmeda y
me lo arrojaste también. ―Sam se ríe―. Felix pensó que era gracioso,
ambos lo pensaron. Cada vez que veo este árbol ahora, no pienso solo en
Chloe, sino en nosotros cubiertos de barro, riéndonos, incluso en lo peor,
en lo peor de lo peor. ―Se inclina hacia mí y le paso una mano por la
nuca―. Pensé en eso cuando hablabas de los pequeños momentos, no
solo de los titulares como el matrimonio, el nacimiento y la muerte. Me
preocupa no haberte contado lo suficiente sobre las cosas buenas, ni
siquiera las buenas y malas, ¿eso tiene algún sentido?
―Lo tiene ―digo, abrazándolo con ambos brazos.
―Ahora, cuando vea este árbol, también pensaré en los asesinos en
serie.
―¡Oh, no, no lo hagas! ―le digo, enterrando mi cara en su hombro.
―En el buen sentido ―me dice riendo―. Si es posible pensar en los
asesinos en serie en el buen sentido.
―Tal vez deberíamos mirar la luna por un minuto, tratar de darle un
poco de reverencia al momento ―digo, medio en broma, pero ambos
miramos hacia arriba y, de hecho, hay algo sobrecogedor en la luna: un
lado luminoso, el otro, sombra. Es una vista que no cambia. Mientras
nos tomamos de la mano en el frío, sentados bajo el árbol de nuestra hija,
me siento inmensamente agradecida de que haya compartido esto
conmigo. Quizás no me estoy perdiendo tanto como temía. Quizás este
sea uno de esos pequeños e importantes momentos.
Hay otro grito de animal desde algún lugar cercano, así que Sam se
levanta y me ayuda a levantarme.
―No sé si eso es un zorro, ¿sabes? ―le digo.
―Oh, probablemente sean solo Bob y Mary, los asesinos en serie que
viven al lado ―dice inexpresivo, y ambos nos reímos infantilmente
mientras regresamos al calor de la sala.
―¿Has recordado algo más de en medio? ―Felix me pregunta
después esa semana mientras le leo un cuento antes de acostarse.
―En realidad no, nada definitivo ―le digo―. Pequeños atisbos, tal
vez.
Felix parece pensativo.
―Molly cree que eres Peter Pan.
―¿Peter Pan?
―Es un libro.
―Sí, lo sé.
―Molly dijo que él es un niño que puede volar, pero si alguna vez
comienza a dudar de que puede volar, ya no podrá hacerlo. ―Hace una
pausa y se tapa con el edredón hasta la barbilla―. ¿Aún crees en el
portal, mami?
Me quedo en silencio por un momento, antes de decir:
―Honestamente, no lo sé. ¿Por qué?
Felix se mueve en la cama, abrazando a su tierno armadillo.
―No me importa si quieres quedarte, si te gusta estar aquí ahora.
Serás mi mami de cualquier manera, pero creo que si dejas de creer y
empiezas a recordar cosas, podría ser como si Peter Pan no pudiera
regresar al País de Nunca Jamás. ―Se muerde el labio―. Eso es lo que
piensa Molly de todos modos, y ella es la persona más inteligente que
conozco.
―¿Más inteligente que yo? ―le digo sonriendo.
―Sí, ella sabe la tabla de multiplicar del trece y todo.
―Bueno, entonces definitivamente ella es más inteligente que yo
―digo, besándolo en la cabeza y encendiendo su luz nocturna―. Creo
que estaremos bien, Felix, pase lo que pase. Buenas noches.
Pero cuando cierro la puerta de su habitación, siento una punzada de
pánico en el pecho. Estos últimos días no he pensado en volver para
nada. Ni siquiera he revisado el foro recientemente. Me desconecté
porque recibía demasiado spam. ¿Tiene razón Felix? ¿He dejado de creer
que puedo volar?
Sam está dando su clase de tai chi, así que pongo un lavado y luego
vacío el lavavajillas, por lo que parece ser la milésima vez esta semana.
Dejo el equipo deportivo de Felix listo para el día siguiente, limpio todas
las superficies de la cocina, luego debería sentarme en mi escritorio,
trabajar algunas horas, pero primero, me tomo un minuto para iniciar
sesión en el foro de juegos. No hay mensajes nuevos, pero solo
comprobarlo me asegura que no me he rendido.

El viernes hago una presentación de prueba de “La casa te va a atrapar”.


He pasado años en el medio, sé que está pulido, pero cuando lo digo en
voz alta, se siente plano, carente de la magia que todos sentimos cuando
estábamos pensando en la idea. Los monstruos 4D de Trey se ven
increíbles, pero mis palabras forzadas no les hacen justicia. Michael me
dice que necesito hablar más alto, consultar menos mis notas, darme
tiempo para hacer una pausa, pero, sinceramente, estoy peor que
oxidada, estoy completamente verde.
Después de la presentación de prueba, Dominique se queda y me
lleva a un lado.
―¿Me escribirás una referencia si no ganamos? ―ella me hace una
mueca de culpa―. No puedo quedarme sin trabajo. Le debo dinero a mi
tatuador. ―Se levanta la manga para mostrarme un intrincado tatuaje
dorado de una sirena sin cabeza―. Tengo que arreglar la cabeza, de lo
contrario será solo un pez con brazos.
―Claro ―le digo, sintiéndome completamente desinflada.
Una vez que el equipo se ha dispersado, Michael viene a buscarme a
mi oficina.
―No le estoy haciendo justicia, ¿verdad? ―le digo.
Aprieta los labios y luego dice:
―¿Cómo está la niebla en la cabeza?
―Actualmente hay una densa niebla tóxica ―digo, y luego pregunto
en voz baja―: ¿Crees que los recuerdos nos hacen quienes somos,
Michael?
―No ―dice con firmeza―. Quiénes somos es nuestro código moral,
las cosas que defendemos, no nuestra capacidad de recordar el pasado.
Michael tiene una autoridad tan tranquila que me encuentro diciendo:
―¿Quizás deberías ser tú quien haga el discurso? ―No puedo creer
que esté diciendo esto porque esto es todo lo que siempre quise:
presentar una idea yo misma, pero hay demasiado en juego como para
que esto dependa de mí. Casi espero que Michael diga: “No, deberías
hacerlo, lo harás genial” pero no lo hace, simplemente asiente. Debe ver
mi rostro decaer porque agrega:
―Es un esfuerzo de equipo, Lucy. Fue idea tuya.
Aunque sé que probablemente sea la decisión correcta, eso no evita
que me sienta decepcionada.

Después del trabajo, voy a Selfridges con los vales que tengo para
gastar durante treinta días. Camino por el piso de ropa de mujer, paso
por delante de los zapatos y luego subo directamente al departamento
de juguetes. Aquí encuentro el regalo perfecto para el cumpleaños de
Felix. En el departamento de tecnología, gasto la mayor parte de los
vales en nuevos parlantes para el estudio de Sam y hago arreglos para
que los entreguen en casa. Para Amy, compro un pijama nuevo de jirafa
y luego, para Leonard, una regadera nueva y brillante con un pico
particularmente largo, perfecta para las cestas colgantes.
Al salir, voy al Food Hall, donde me compro un croissant para el tren
a casa. Por los viejos hábitos y todo eso. Mientras pago, veo a una mamá
luchando con un bebé y un niño pequeño. El bebé grita, el niño se niega
a caminar y los ojos de la mujer tienen la expresión derrotada de alguien
al borde de las lágrimas que intenta desesperadamente contenerlas.
Estoy a punto de salir de la tienda, pero luego me regreso.
―Oye, solo quería decirte que estás haciendo un gran trabajo ―le
digo a la mujer.
―Tiene hambre, por eso llora ―me dice, como si le hubiera pedido
una explicación―. Mi hijo no se queda quieto el tiempo suficiente para
que yo le dé de comer. No debería haber venido de compras con los dos,
pero es el cumpleaños de mi mamá y... ―Ella toma aire y yo sacudo la
cabeza, no necesita dar explicaciones.
―Soy mamá, lo entiendo. Mira, no tengo prisa. ¿Por qué no me dejas
distraer a tu hijo y te doy la oportunidad de alimentar a tu hija?
Entonces eso es lo que hacemos. Llevo a la pequeña familia a una
mesa y luego comparto mi croissant con el niño mientras su mamá
amamanta a su hermana. La mujer, que descubro que se llama Greta, se
pone a llorar cuando insisto en comprarle un pastelito también.
―Lo siento, me emociono cuando me baja la leche. No dejes que te
retenga si tienes algún lugar donde estar ―me dice, secándose la mejilla
surcada de lágrimas.
―Está bien ―le digo―, no necesito estar en ningún otro lugar. ―Y
aunque hay cientos de cosas que podría estar haciendo, aunque nunca
hay tiempo suficiente, en este momento es verdad.

El sábado, Sam y yo corremos preparando la casa para la fiesta de


Felix. Sam compra globos con forma de extraterrestres y yo intento
hornear un pastel. Hay un tutorial en línea sobre cómo hacer un pastel
de tiburón perfecto. Tiene una calificación de cuatro, lo que significa “no
tan difícil” pero no sé quiénes son estas personas que hornean pasteles
de tiburón, porque claramente no tienen niños pequeños que les jalen las
piernas mientras lo hacen.
El pastel helado se parece más a un tronco azul con dientes, así que
escribo “tiburón” en el costado con glaseado blanco, solo para aclarar lo
que se supone que es, luego corro a Londres a buscar a Leonard. Él me
está esperando afuera, sosteniendo un paquete con forma de libro,
envuelto en papel marrón.
―Es un libro sobre cómo construir su propio ahumadero para que
pueda ahumarse su propio jamón ―dice Leonard, y está tan satisfecho
consigo mismo que no quiero señalar que un niño de ocho años
probablemente no podrá construir su propio ahumadero, pero qué sé yo,
es un niño increíble. Cuando comenzamos a conducir, Leonard abre la
guantera e inspecciona el interior de mi auto.
―¿Este es uno de esos autos cyborg? ―me pregunta.
―Eléctrico.
―¿Sabes que el gobierno puede rastrear todos tus movimientos en
estos?
―Claro.
―Tienes que borrar tu historial de navegación por satélite y dejar
limones en el tablero, interrumpen las señales.
Cuando llegamos a Farnham, ya me ha informado sobre las muchas
teorías de conspiración en las que cree Leonard: que la mantequilla de
maní no está hecha de maní, sino de un sustituto genéticamente
modificado llamado Pleanuts, cultivado en laboratorios subterráneos en
Estados Unidos. Que JFK no fue asesinado sino que vivió hasta los
noventa y seis años en una comunidad de golf de Florida. Que en lugar
de construir naves espaciales, la NASA se dedica a espiar a la población.
Mientras escucho todo esto, empiezo a preguntarme si un teórico de la
conspiración de setenta y tantos años con antecedentes penales es el tipo
de persona de la que debería animar a mi hijo a ser amigo. Una cosa es
ser buen vecino y otra muy distinta ser un padre negligente.
―Leonard, sé que no es de buena educación preguntar, pero ya que te
invito a la fiesta de cumpleaños de mi hijo, ¿podrías decirme por qué
fuiste a la cárcel? No fue asesinato ni nada parecido, ¿verdad?
―¡Ja, no! Fue por hacerme pasar por policía y pescar sin licencia ―me
cuenta.
―¿Al mismo tiempo o en dos incidentes separados?
Leonardo se encoge de hombros.
―Fue hace mucho tiempo, ¿sabes? En realidad no lo recuerdo. ―Y
ahora tengo que reírme y Leonard también se ríe.

A la casa han llegado los amigos de la escuela de Felix, Matt y Molly.


Molly tiene dos largas coletas negras colgando sobre sus hombros y usa
una camiseta que dice: “Una chica te diseñó”. Realmente no lo entiendo
como un eslogan, pero al instante me gusta su vibra.
En el jardín he realizado un complejo recorrido de asalto. La hierba es
lava y Hockey Banjo fue tomado como rehén por la temible pirata Lucy
(yo) y atado a un mástil de bandera erigido sobre la puerta del estudio
de Sam. Felix y sus amigos deberán superar una serie de desafíos para
rescatarlo. Hay que cruzar un río de arena que se hunde (la piscina
infantil llena de burbujas y premios extra), flechas disparadas por una
banda pirata rival (mi mamá y mi papá disparan pistolas Nerf desde la
ventana de arriba) y un aterrador puente troll para navegar (el huerto)
donde deben responder las preguntas de un horrible troll antes de poder
pasar. Sam hace un excelente papel de troll, hasta que Leonard pregunta
si puede intentarlo y nos deja a todos con la boca abierta con su
imitación de Gandalf digna de un Oscar, gritando: “No pasarás”.
El juego es un gran éxito y, tan pronto como rescatan a Hockey Banjo,
Felix insiste en que volvamos a jugar todo de nuevo. Sam dice que no le
importa que lo releguen de su papel de troll, pero cuando lo veo tirar del
lóbulo de su oreja, sospecho que sí, esa es su forma clásica de decirlo.
―Yo pensé que fuiste un troll brillante ―le digo suavemente al oído.
Cuando entro a buscar el pastel, encuentro a mi mamá en el lavadero
lavando la ropa.
―Mamá, no tienes que lavar nuestra ropa. Por favor, ve y relájate,
disfruta de la fiesta.
―Es bueno ver que volviste a ser como antes ―dice, aún clasificando
montones de ropa―. Solo que no pareces muy organizada con las tareas
del hogar. ―Ella mira a su alrededor con desesperación la montaña de
ropa sucia.
―No lo hacemos, pero está bien ―le digo―. Vamos, llevaré el pastel.
Dejé las velas en una bolsa en el dormitorio. Subo corriendo las
escaleras, pero una vez que las tengo, me detengo en la puerta, acosada
por una inexplicable sensación de que he olvidado algo, de que hay algo
más que necesito. Voy al cajón de la mesita de noche, busco mis anillos y
me los pongo, exhalando un suspiro.
Mientras llevo el pastel al jardín, con ocho velas encendidas, todos
empiezan a cantar. No es una obra maestra ni mucho menos, pero Felix
está encantado con ella.
―Me temo que se ha quemado la parte superior y probablemente
tenga la parte inferior empapada ―les digo a todos.
―Le dijo la actriz al obispo ―dice papá con un guiño lento y
exagerado. Sus palabras me hacen tararear de alegría. De todas las veces
que nos hemos dicho este chiste tonto, ésta podría ser para siempre mi
favorita.
A Felix le encanta el libro que le regaló Leonard y quiere empezar a
construir un ahumadero de inmediato.
―Es posible que necesitemos algo más de una tarde para un proyecto
como ese ―le explica Sam, y Felix pregunta si Leonard puede volver el
próximo fin de semana para ayudar. Nunca he visto a nadie más
encantado.
Mi teléfono suena: Feliz cumpleaños a Felix. ¡Quisiera que estuvieras aquí!
xR, luego hay una foto de Roisin en la playa, en bikini con dos amigas.
Sorprendentemente, ni siquiera me siento demasiado celosa.
Una vez comido el pastel de cumpleaños y desenvueltos los regalos,
nos despedimos de los invitados. Mamá y papá son los últimos en salir y
se detienen en la puerta principal.
―¿Segura de que puedes ir y quedarte la próxima semana, después
de mi operación de cataratas? ―dice mamá―. Tienes mucho en tu plato.
¿Realmente puedes permitirte el tiempo?
―Ahí estaré ―le digo.
―Encantadora fiesta, cariño ―dice papá―. Siempre supiste cómo
mantener a todos entretenidos.
Mientras papá se dirige al auto, tomo la mano de mamá y le susurro:
―¿Cómo está?
―Vamos a hacerlo día a día ―dice, asintiendo salvajemente―. Es
todo lo que puedes hacer, ¿no?

Cuando llevo a Amy a la cama, ella deja caer su cabeza sobre mi


hombro, exhausta. Inspiro su maravilloso olor, saboreo la calidez de sus
regordetas extremidades de calamar. En el pasillo, hago una pausa por
un momento, observando nuestro reflejo en el espejo del pasillo. Veo
una mamá feliz y una bebé contenta.
Sam se ofrece a llevar a Leonard a casa, y ahora que la casa está en
silencio y estamos solo nosotros dos, le doy a Felix su regalo de mi parte.
Al abrir el regalo, encuentra una lámpara de lava roja y redonda.
―Genial ―dice, dándole vueltas en sus manos. Parece un poco
confundido, como si se preguntara por qué elegí esto.
―Hay un control remoto, así que puedes cambiar la configuración
―le digo―. Late. Como un corazón. ―Tomo el control remoto y reviso
las configuraciones.
―¡Oh, mamá, es perfecta! ―Su rostro se ilumina y mi corazón se
hincha de placer.
Pasamos las siguientes horas en la mesa de la cocina tratando de hacer
un corazón que lata. Compré alambre de gallinero, yeso y papel de seda
rojo, que modelamos cuidadosamente para darle forma alrededor de la
lámpara de lava.
―¿Puedes...? ―me pregunta, señalando la parte superior del alambre
aorta que está tratando de unir, y yo extiendo la mano para mantenerlo
en su lugar, mientras él lo aborda con una pistola de pegamento.
Todavía estamos ocupados cuando Sam llega a casa. Sacude la cabeza y
luego dice que se va a la cama.
―¿Tengo que subir? ―me pregunta Felix.
Miro a Sam.
―Lo que diga mamá ―dice Sam.
―Creo que, ya que es tu cumpleaños y es fin de semana...

A las diez en punto terminamos y es espectacular. Una obra de arte.


Fue necesaria mucha paciencia y una cantidad obscena de pegamento,
pero finalmente Felix lo da por terminado. Con una reverencia casi
religiosa, enciende la lámpara de lava y recorre el control remoto para
encontrar la configuración del latido, y tomo su mano mientras lo vemos
cobrar vida.
―Wow ―dice Felix―. Es asombroso.
―Lo es, ¿no? ―susurro―. ¿Es demasiado tarde para considerarlo
para la feria de proyectos?
―Se han elegido todas las piezas ―dice Felix.
―Como sea, lo llevaremos el lunes para mostrárselo a tu maestra.
―Gracias, mami ―dice Felix, inclinándose para abrazarme.
―Ahora sí que es hora de dormir ―le digo, devolviéndole el abrazo.
―¿Puedo dejarlo encendido unos minutos más?
―Claro, no lo toques demasiado, el yeso no está del todo seco.
Mientras salgo por la puerta, Felix se levanta de un salto y me abraza.
―Ese fue el mejor cumpleaños de todos. Gracias, mami.
―De nada, querido niño ―le susurro en respuesta.
De camino a la cama le envío a Roisin un mensaje y una foto de Felix
sonriendo detrás de su pastel: ¡Un niño feliz! Ojalá estuvieras aquí también.
X
El lunes por la mañana, Felix y yo estamos en las puertas de la escuela
esperando a la señora Fremantle tan pronto como llegue. Sostengo el
corazón, ahora seco y palpitante en una caja de cartón.
―Señora Fremantle, ¿puedo hablarle brevemente? ―pregunto.
Ella se detiene, sorprendida.
―Felix finalmente terminó la tarea de su corazón, sé que es tarde,
pero...
La señora Fremantle se quita los lentes y mira dentro de la caja.
―Felix, ¿realmente hiciste esto?
―Yo le ayudé a armarlo, pero el diseño fue todo suyo. Pasó horas en
eso. ―Miro fijamente a la señora Fremantle, deseando que no
decepcione a mi hijo.
―Es maravilloso, Felix. Muy digno de elogio.
―¿Puedo presentarlo mañana en la feria de proyectos? ―pregunta
Felix.
―Me temo que es un poco tarde, ya se hicieron todas las
inscripciones.
Mi hijo parece abatido.
―¿Y el propósito de la feria, señora Fremantle? ―le pregunto,
siguiéndola mientras camina hacia la escuela, ansiosa por entrar―. En
su sitio web dice que es para generar el amor por la creación, la
resolución de problemas, una pasión por el arte y la ciencia. Bueno,
nunca he visto a Felix más entusiasmado por venir a la escuela que esta
mañana, con ganas de mostrarle esto.
Por favor, por favor, déjale tener esto.
―Bien. ―La señora Fremantle suspira―. Pero tiene que estar en la
exposición de la escuela mañana a primera hora. Necesitará hacer su
propia señalización, no tengo tiempo para diseñar más.
Una vez que ella se va, Felix y yo chocamos los cinco.
Llevo el modelo al auto para guardarlo a salvo para mañana. Mientras
me alejo, Felix corre hacia mí y me dice:
―¿No te dije que eras buena haciendo manualidades?
―Supongo que sí ―le digo, sintiendo una oleada de orgullo.
Cuando vuelvo al auto, suena una alerta en mi teléfono. Noventa
minutos para la presentación. Necesito darme prisa, si pierdo el próximo
tren, llegaré tarde.

El estudio Bamph está lleno. Todos en la empresa quieren presenciar


este enfrentamiento entre mis Badgers, Coleson y sus Hurones. No sabía
que habría una audiencia tan grande y ahora me siento aliviada de que
Michael haga la presentación en mi lugar. Coleson se ve diferente a
como lo recuerdo. Está vestido con un elegante traje negro, con cuello
alto, y su cabello está peinado hacia atrás con gel. Se ve, en mi opinión,
ridículo, como si hubiera aparecido para el examen final en la Escuela de
Villanos.
―No te sientas mal, Rutherford ―me dice―. Te daré una pasantía en
Ferret TV para que puedas ver lo que se siente estar en un equipo
ganador.
―Coleson, olvidé decírtelo, llamó Magneto, quiere que le devuelvan
su traje.
―¿Magneto? Es una referencia algo anticuada, abuela.
Maldición. Es difícil hacer chistes sobre referencias culturales cuando se ha
perdido tanta cultura. Mientras intento pensar en un regreso, llega
Michael y le doy una doble toma. Tiene un aspecto terrible, como si
hubiera estado despierto toda la noche bebiendo vodka y luego hubiera
dormido en un contenedor. En lugar de su característico traje de tres
piezas, lleva unos jeans holgados y una camiseta gris desaliñada. Algo
anda mal, algo anda muy mal.
Agarrándolo del brazo, lo saco del ajetreado estudio y lo llevo al
pasillo.
―¿Qué pasó? Tienes un aspecto terrible ―le digo en cuanto estamos
solos.
―Es Jane. Creo que se ha estado acostando con su instructor de
aeróbic acuático.
―Oh, no. Lo siento. ¿Qué te hace pensar eso?
―Los encontré juntos en la cama.
―¿Se le olvidó que estaba casada otra vez? ―pregunto esperanzada.
―No lo creo, cuando los encontré, Marcus dijo: “Oh, mierda, es tu
esposo”. Entonces Jane también dijo: “Oh, mierda”.
―Eso debe haber sido un shock.
Él baja la cabeza.
―Esa no es la peor parte. ―Traga, como si apenas pudiera pronunciar
las palabras―. Este tipo, Marcus, no llevaba nada más que un guante de
béisbol en la mano derecha. Mi guante de béisbol. ―Su rostro está
atormentado por la angustia―. Mi guante antiguo, firmado por el
propio Ozzie Smith. Es una pieza de colección. Dios sabe qué estaban
haciendo con él. ―Niega con la cabeza―. ¿Cómo podré mirar ese
guante de la misma manera ahora? ―Le doy un abrazo mientras
empieza a sollozar―. Lo siento, Lucy, soy un desastre, no creo que
pueda hacer la presentación hoy.
―Está bien, yo me encargaré ―me oigo decir. Michael asiente
débilmente, como un niño agradecido de que le digan qué hacer. Trey
me llama la atención cuando regresamos a la habitación, pero no hay
tiempo para explicar porque Coleson ahora está subiendo al escenario.
Todo su equipo se ve engreído y confiado, así que sospecho que su idea
debe ser algo diabólicamente brillante. Una fuerte sensación de temor se
instala en mi estómago cuando me doy cuenta de que sin Michael,
nuestra presentación podría no ser lo suficientemente buena para ganar
esto.
Gary Snyder, director ejecutivo de Bamph, se levanta para dirigirse a
la sala. Su cara parece adolorida, como si hubiera buscado en Google
“cómo lucir serio y reverencial” pero está luchando por hacer que sus
cejas hagan lo que él quiere.
―A nadie le gusta dejar ir a la gente. ―Él suspira―. Podría haberlos
vuelto a entrevistar a todos, dejarlos volver a postularse para sus
trabajos, seguir la línea de Recursos Humanos, pero he sido testigo de lo
fuertes que son los equipos Badger y Ferret. Veo la lógica en mantener
un equipo unido. ―Gary parece sombrío―. En medio de la extraña
atmósfera de gladiadores, tal vez necesitemos recordar que muchas de
las personas en esta sala perderán sus trabajos hoy. Y para garantizar
total equidad, la decisión no dependerá de mí. La nueva directora de
Kydz Network, Melanie Durham, será la persona a la que le harán la
presentación esta mañana.
¿Melanie? ¿Melanie es la nueva directora? Todos nos giramos para
verla entrar. Se ve increíble, como una Judi Dench más joven y sexy con
el doble de actitud. Wow, espero lucir así de bien cuando tenga sesenta años.
―Lucy, Coleson. ―Melanie asiente hacia nosotros dos, su voz es
suave como mármol pulido―. Mis antiguos mensajeros luchando por el
puesto más alto de desarrollo, qué poético.
―No hay tráfico en la milla extra ―dice Coleson, dándole a Melanie
una sonrisa llena de carillas que él ciertamente no tenía cuando era
mensaje.
―Exactamente, Coleson ―dice Melanie. ¿Dime que ella no se
impresionó con eso? Ni siquiera tiene sentido.
Coleson se levanta primero, así que me vuelvo a sentar, tratando de
asegurarme de que toda nuestra presentación está cargada en
diapositivas, todo lo que tengo que hacer es leerla. Los gráficos
meticulosamente preparados de Trey hablarán por sí solos.
―¿Qué quieren los niños? ―pregunta Coleson mientras abre su
presentación con un movimiento de muñeca. Frente a nosotros aparece
en la pantalla un ingenioso montaje de niños corriendo en un parque
infantil―. Quieren ser tratados como adultos. No quieren que los traten
con condescendencia. ―Más imágenes de rostros de niños―. Han
habido programas en los que hemos puesto a niños en situaciones de
adultos antes, les dejamos sobrevivir en la naturaleza, construir su
propia casa ecológica y dirigir un gobierno. ―¿Dejan que los niños dirijan
el gobierno? ¿Dónde?―. Pero ¿qué pasa con el área donde realmente
importa: la parte de la vida que más significa para los niños y en la que
normalmente no tienen voz y voto? ―Coleson hace una pausa para
lograr un efecto dramático―. Familia. ―Un gráfico de la presentación
cambia a una imagen de dos niños abrazados por un hombre y una
mujer.
»Los papás se separan y, por lo general, los niños no se enteran hasta
que alguien se muda.
Examino la habitación, sin tener idea de hacia dónde se dirige este
discurso. Michael tiene un puño en la boca. Coleson capta la atención de
todos, incluida la de Melanie.
―Pero ese no será el caso en este programa. Bienvenidos a “Niños en el
sofá”. ―Coleson retrocede y se reproduce un clip en la pantalla: una niña
de unos ocho o nueve años está sentada en un sillón entrevistando a una
pareja que se sientan uno al lado del otro en un sofá. Parece que
construyeron un decorado para su video de prueba, la iluminación y la
edición son elegantes y profesionales.
―¿Y por qué crees que a mamá no le gusta que salgas con tus amigos?
―le pregunta la niña al hombre en el sofá.
―Porque ella es controladora y no le gusta que me divierta ―dice el
hombre, y todo el equipo de Coleson se ríe.
―Porque vuelves borracho y con ganas de pelear ―dice la mujer.
La niña consulta su libreta.
―¿Y cómo te hace sentir eso, mamá?
―Asustada, sola.
Coleson agita la mano y la pantalla se congela.
―Niños en el sofá presenta a niños cuyos papás están al borde de la
separación. ¿Quién podría invertir más en tratar de mantenerlos juntos
que sus propios hijos? Ahora bien, aquí no solo los arrojaremos a los
lobos, nuestros consejeros infantiles recibirán una capacitación intensiva
por parte de un psicoterapeuta calificado. Los estamos empoderando
para que salven a sus propias familias.
No puede hablar en serio. Sacudo la cabeza en señal de incomprensión.
Esto está mal en muchos niveles. Que un niño escuche todos los
problemas de sus papás y luego se le dé el peso de la responsabilidad de
tratar de solucionarlo es una receta para toda una vida de daño
psicológico. Veo a Melanie pero, no puedo creerlo, ella asiente, escribe
notas, y mira... impresionada.
―Es atrevido, original y controvertido. Éste es el programa que a los
periodistas amarán odiar y odiarán amar ―dice Coleson―. Lo tiene
todo: drama, peligro, familia, emoción. ―Alguien aplaude. Esto no está
bien.
»Pero no creo que esta idea necesite que la venda ―continúa
Coleson―. Voy a dejar que el formato hable por sí solo. Entonces, sin
más preámbulos, les presento el episodio piloto de Niños en el sofá.
Hicieron un piloto completo. Vemos cómo una niña, Melody, habla con
su mamá sobre su depresión posparto y entrena a su papá para que
exprese cómo se sintió cuando llegó su hermano y se llevó toda la
atención de su esposa. Es horrible y de mal gusto y, sin embargo, por
alguna razón, no puedo apartar la mirada. El episodio termina con toda
la familia llorando abrazándose. Alguien moquea y giro para ver a Gary
llorando. Gary está llorando. Estamos jodidos.
Me duelen las palmas y me doy cuenta de que mis manos han estado
apretadas en puños durante todo el episodio. Nos dan un descanso de
cinco minutos antes de que sea mi turno de tomar la palabra. Mis axilas
ya están húmedas de sudor, a pesar de que el futuro desodorante es
terriblemente eficaz. ¿Es normal estar así de nerviosa? Estoy segura de que
todos se sienten así antes de una presentación importante en la que todo depende
de ella.
Cuando estoy a punto de volver a entrar, recibo una llamada en mi
celular de un número que no reconozco. No tengo tiempo para
contestar, pero ¿y si es la escuela de Felix o la guardería de Amy?
―¿Hola?
―Hola ―dice una voz ronca al otro lado de la línea.
―¿Quién habla? ―pregunto confundida.
―Dave, me dijiste que te llamara si me enteraba de una máquina que
estás buscando.
Mi mente lucha por recordar a Dave. ¿Conozco a un Dave? ¡Mierda,
Dave!
―¿Arcade Dave? ―pregunto.
―Así es. Encontré tu máquina de los deseos ―me dice―. Un tipo que
conozco dice que vio una, tal y como la describiste, en una tienda de
Baskin Place, en Southwark. Ni siquiera está lejos de aquí. ¿Cuáles son
las posibilidades de eso?
Mi corazón, que acababa de saltar directamente a mi boca, ahora
retrocede lentamente hacia mi garganta. Es una vieja pista.
―Fui ahí ―le explico―, es una obra en construcción. Esa tienda ya no
existe.
―¿Desde ayer? Lo dudo ―dice Dave―. Como sea, se llama Baskin
News si todavía estás interesada, diles que yo se los compraré a un
precio justo si no es lo que tú buscas.
Murmuro mi agradecimiento, pero no puedo formular palabras,
porque ahora me doy cuenta de lo que acaba de decir. Baskin Place. No
Baskin Road, Baskin Place.
―¿Lucy? ―Gary dice desde la sala de reuniones―. Es hora.
Necesito ir ahí, necesito ir ahora mismo. La máquina de los deseos sigue ahí.
Estuve buscando en el lugar equivocado todo el tiempo.
Mirando alrededor de la habitación, observo los rostros ansiosos de
mi equipo: Michael, que ama tres cosas en este mundo y acaba de
presenciar la profanación de dos de ellas, no puedo ser responsable de
que él también pierda la tercera; Trey, a quien, borracha, le aconsejé que
dejara de lado la precaución y le propusiera matrimonio a su novia,
quien cuenta con que yo le dé un puesto permanente; Dominique, que
necesita terminar ese tatuaje, okey, sus preocupaciones tal vez no
parezcan tan importantes como las de los demás, pero todos en el
equipo trabajan duro, todos han puesto su sustento en mis manos.
Necesito quedarme y terminar esto.
Mientras subo al escenario, Coleson me levanta el pulgar, que
rápidamente gira en pulgar hacia abajo. Maduro. Por muy desagradable
que sea la idea de Niños en el sofá, no puedo criticar el estilo de
presentación de Coleson. Fue hábil y confiado, con un ritmo perfecto,
tenía la atención de todos. Necesito hacer eso, solo que mejor. La máquina
sigue ahí, el quiosco sigue ahí. ¡Podría volver! No puedes pensar en eso ahora,
Lucy. Concéntrate.
―¿Lucy? ―pregunta Gary y luego tose. Todos están esperando que
empiece.
―Correcto, lo siento ―digo, aclarándome la garganta, que ahora está
más seca que el papel de lija―. Cuando pienso en mi propia infancia,
pienso en la construcción de madrigueras, en las fantasías, en las
escondidas y en las búsquedas del tesoro que mi papá solía hacer en
casa. Juegos sencillos, alimentados por la imaginación. Tu cama podría
ser un barco pirata, el sofá un cohete volando al espacio exterior.
―Respiro, necesito reducir la velocidad, mi corazón late demasiado
fuerte en mis oídos―. Los niños pueden crear un juego con cualquier
cosa, su imaginación puede crear los enemigos más feroces. No creo que
los niños quieran ser tratados como adultos, creo que los niños quieren
ser niños. Yo quiero que sean niños. Como mamá, sé que la infancia es
demasiado corta.
Mirando todos los rostros de la multitud, mis ojos se posan en Callum,
sus ojos están tan llenos de fe en mí. Entonces me doy cuenta. ¿Por qué
estoy tratando de hacer esto sola? Se nos ocurrió esta idea juntos, si
somos los Cardinals, no podemos ganar esto con un solo bateador.
―¿De qué tenías miedo cuando eras niño, Callum? ―le pregunto.
Él mira hacia arriba sorprendido, pero luego dice:
―Ser succionado por un calamar gigante a través del desagüe de la
bañera. ―La gente se ríe.
―¿Dominique? ―pregunto, encontrando a Dominique en la primera
fila.
―Al ático, estaba todo frío, polvoriento y lleno de arañas.
―¿Melanie? ¿De qué tenías miedo?
Melanie me mira sin comprender y estoy segura de que va a decir
“nada” pero luego dice:
―El ruido de la caldera en el cuarto de lavado. Me hacía imaginar una
criatura hecha de ropa sucia con enormes dientes metálicos rechinantes
y ojos ardientes.
―Okey, Trey, ¿crees que podríamos crear un monstruo de lavandería
en este momento?
Trey me mira con los ojos muy abiertos. Hoy está vestido con un
mono color crema y, a mis ojos, parece el ángel de la salvación.
Realmente lo estoy poniendo en un aprieto aquí, pero sé que puede
hacerlo. Esto será más impresionante al mostrarle a Melanie su
monstruo, en lugar de los que hemos preanimado. Trey asiente.
Rápidamente dibuja el monstruo que Melanie describió y luego le da
vida frente a nuestros ojos. Se oyen exclamaciones del público y veo que
Melanie inclina la cabeza en señal de agradecimiento.
―Les daremos a los niños la oportunidad de vencer a los demonios de
su imaginación, jugando un juego que solo a ellos se les ocurrió, pero
dejaré de hablar y dejaré que mi equipo les muestre lo que queremos
decir. Leon, Dominique, suban aquí.
Esto tampoco fue planeado, pero después de solo un momento de
pausa, ambos se levantan de un salto sabiendo lo que les estoy pidiendo
que hagan. Ellos empiezan a improvisar, entran en una casa imaginaria
y describen lo que les asusta: un armario oscuro lleno de arañas, un sofá
que se come a la gente. Tan rápido como pueden hablar, Trey dibuja,
crea lo que imaginan y lo proyecta para que lo veamos. Crea una
sensación del juego mucho mejor de la que jamás podría describir con
palabras.
―Callum, cuéntales cómo va a funcionar el marcador ―le digo,
haciéndole señas a Callum para que se una a nosotros en el escenario. Él
ideó el marcador; también debería ser parte de esto. Callum explica,
tartamudeando y nervioso, pero su pasión por el proyecto brilla. Toda la
presentación es confusa y caótica, pero es divertida y real, y capta el
entusiasmo de lo que a todos nos encanta de ella.
Cuando termina la demostración, Michael comienza a aplaudir y
golpear el aire y luego toda la sala se une.
―Bueno, gracias a ambos por eso ―dice Melanie, su voz no revela
nada―. Consultaré con Gary. Se los haremos saber.
Cuando sale de la habitación, Melanie se da la vuelta y me mira a los
ojos, luego me hace un leve gesto de asentimiento. Conozco ese gesto,
significa que lo hicimos. Una vez que Melanie y Gary salen de la
habitación, Coleson y sus hurones miran con desdén mientras todo mi
equipo corre para darse un abrazo grupal y comienzan a saltar arriba y
abajo.
―Monstruos debajo de la cama, ¿eso es realmente lo mejor que tienes?
―Coleson se burla, pero ha perdido algo de su valentía.
―Equipo, eso fue magistral ―dice Michael―. Podría verlos hacer eso
todo el día. Eso tiene que servir para algo.
―No puedo creer que tuviera que explicar el marcador ―dice
Callum, tapándose la boca con una mano para ocultar su sonrisa―. No
estaba preparado.
Trey me lleva a un lado mientras los demás celebran.
―¿Cuál es el problema con Michael? ―me pregunta.
―Jane ―digo sombríamente.
―Jane ―dice, empujando un puño en su otra mano.
Busco a Coleson, quiero estrecharle la mano, hacer las paces, pero ya
se fue. Michael se ha animado considerablemente y quiere llevar al
equipo a almorzar.
―¿Lucy? ―me pregunta―. ¿Vienes?
―Lo siento mucho, tengo que correr, hay un lugar donde debo estar.
Al parar un taxi en la calle, le pido al conductor:
―Por favor, ¿puedes llevarme a Baskin Place?
Mi corazón late con fuerza en mi pecho y mi mano tiembla mientras
trato de abrocharme el cinturón de seguridad. ¿Qué pasa si Dave se
equivoca? ¿Qué pasa si no está ahí o si no es un portal en absoluto? Pero
entonces surge una mayor ansiedad: ¿y si así fuera?
Es aquí, la calle se ve idéntica a Baskin Road, solo que aquí los
edificios siguen en pie. Ahí, unas puertas más abajo, está el quiosco. Ya
no tiene el toldo azul y blanco y se ha repintado el exterior. Es una
tienda de esquina completamente anodina. No estoy segura de poder
reconocerla incluso si hubiera estado en la calle correcta. Le doy las
gracias al taxista y entro corriendo, reconociendo de inmediato la forma
de la pequeña tienda rectangular, con solo dos pasillos y estantes
apilados hasta el techo. No hay nadie detrás de la caja ni ningún otro
cliente. Mientras le doy la vuelta al pasillo de la esquina, el corazón se
me sube a la garganta, porque ahí está, la máquina de los deseos,
luciendo exactamente igual que durante todas esas semanas... ¿años?
atrás.
Me apresuro a tocarla y quiero comprobar que es real, no una ilusión
óptica, pero luego, mientras mis manos se enroscan alrededor del frío
metal, trato de moderar mi emoción. La existencia de esta máquina no
significa que sea un portal al pasado.
―Pensé que tal vez te volvería a ver ―dice una voz con un suave tono
escocés. Mi cabeza se mueve hacia un lado para ver a la anciana. El
mismo cabello blanco, el mismo chaleco de tartán.
―¿Tú?
―Hola, patito ―dice, dándome una amplia sonrisa.
―¿Esto es real? ¿Eres real? ¿Esto es producto de mi imaginación?
―Es tan real como tiene que ser ―dice, ofreciéndome una bolsa de
papel marrón con dulces verdes―. ¿Quieres Soor Plooms?
―¿Salté en el tiempo o perdí la memoria? ―pregunto, alejando la
bolsa marrón.
Ella misma toma uno de los dulces y lo chupa por un momento antes
de decir:
―¿Tú qué crees, patito?
Quiero explotar diciéndole que solo quiero una respuesta directa,
sacudirla hasta que me cuente lo que está pasando, pero esta pequeña
Yoda dulce habla tan suavemente y tranquila, que no puedo levantar la
voz.
―Salté ―me oigo decir. ¿eso es lo que he pensado todo este tiempo?
¿O haber encontrado la tienda, la máquina, a ella, me ha permitido
finalmente creerlo?
―¿Y qué te parece esta nueva vida tuya, la parte buena, donde todo
está ordenado?
―¡Ja! La vida nunca se ordena. ―Entrecierro los ojos hacia la
anciana―. ¿Era esa la lección que se suponía que debía aprender?
Porque si así era, podrías habérmelo dicho, soy muy receptiva a la
retroalimentación.
―Tú lo deseabas. Entonces, dime, ¿es una gran mejora con respecto a
antes? ―pregunta con calma, sacando un reloj de bolsillo de su chaleco
y mirando la hora.
―Sí y no. Es complicado. ―Luego veo mi anillo de bodas y digo―:
Pero también es algo maravilloso.
―Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos ―dice la
anciana, todavía chupando su dulce―. Tal vez no estabas lista.
―Bueno, ha habido mucho con qué ponerme al día ―digo, cediendo
y alcanzando uno de sus dulces―. Pero tal vez no haya atajos en la vida.
Quizás tengas que vivirlo todo, porque eso te hace quién eres. ―Hago
una pausa―. Espera, ¿realmente dije eso? Wow, me he convertido por
completo en una Elizabeth Day.
―Tanta sabiduría en alguien tan joven ―dice la anciana con una
sonrisa.
―¿Quién, Elizabeth Day?
―No, tú, Lucy. ―Y cuando me giro para mirarla, me guiña un ojo,
luego enrolla la parte superior de su bolsa de papel y la guarda en un
bolsillo de su chaleco―. Entonces, ¿quieres volver?
―¿Puedo? No sé cómo funciona todo esto.
―Si realmente quieres ―dice, tocando la máquina―, entonces puedes
volver.
―¿Y todo saldrá como lo he visto? ¿Conoceré a Sam y tendré a Felix, a
Chloe y a Amy? ¿Seguiré siendo parte de esta familia?
La anciana aprieta los dedos y su rostro se pone serio.
―Nada está garantizado. El camino de nadie está escrito en piedra.
―¿Volvería sabiendo todo esto, sabiendo lo que me depara el futuro?
―No, patito. El conocimiento cambia el camino, incluso si no lo
deseas. No podrías conocer al amor de tu vida, conociendo su
significado, sin que eso afecte tu comportamiento.
―¿Qué pasa con Zoya, y Chloe? ¿Puedo evitar que mueran?
―Como dije, nada está escrito en piedra. ―La anciana se da la vuelta
y acerca un taburete de detrás de la caja, arrugando la frente en señal de
simpatía―. Pero incluso si pudieras volver sabiendo, a nadie le gusta
que le digan que va a morir, patito.
Algo dentro de mí se aprieta, como si me hubieran vaciado por dentro
con una cuchara de helado. Me siento en el suelo, con la espalda
apoyada en la máquina de los deseos. Tiene razón: sería miserable saber
lo que nos espera.
―Entonces, ¿qué opción tengo? ―le pregunto.
―Puedes quedarte aquí, tus recuerdos sin duda volverán con el
tiempo -los vacíos se llenarán-, o puedes regresar y olvidar todo esto.
―¿Pero es posible que no acabe aquí, con la vida que tengo ahora?
Ella sostiene mi mirada, sus ojos brillan.
―Nuestros caminos no están predestinados.
Finalmente entiendo lo que me dice: quédate y recuerda o regresa y
olvida. Si regreso, mi vida podría terminar en un lugar completamente
diferente. Es como Sophie's Choice (no es que la haya visto nunca, pero la
gente siempre parece mencionarla cuando hay que tomar una decisión
imposible). Cuando todo esto empezó, esperaba desesperadamente que
la máquina de los deseos fuera real, quería creer que había saltado hacia
adelante, porque eso podría significar que podía regresar, pero ahora me
he enamorado de las personas de esta vida. Sé que podría ser feliz aquí
si me quedara, especialmente si mis recuerdos regresaran.
―He estado recordando cosas, de en medio. ¿Qué significa eso?
―Cuando elijas un camino, tu cerebro se pondrá al día. Si recuerdas
cosas, estás empezando a elegir.
Moviendo mi cuerpo hacia la máquina, pregunto:
―Entonces, ¿qué es esto? ¿Cómo funciona? ¿Eres tú quien es mágica?
La anciana se acerca y toma mis manos entre las suyas.
―”Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña
tu filosofía”.
―¿Eres Shakespeare? ―le pregunto con una sonrisa y sus ojos se
iluminan de diversión.
Ella deja caer mi mano y extiende la palma.
―¿Estás lista? ¿Tienes una moneda?
―¿Qué? ¿Tengo que hacerlo ahora? ¿No puedo despedirme de la
gente primero?
―No hay tiempo como el presente. Bueno, no hay tiempo como el
futuro. ―Ella sonríe y me entrega dos monedas.
―¿Podría volver mañana, o tal vez la semana que viene? Solo
quedarme unos días más aquí... necesito despedirme de Sam, abrazar a
los niños...
―Lucy, no parece que estés decidida en absoluto.
―Oh, no, lo estoy, tengo que regresar. Quiero mi vida, necesito ver a
Zoya.
―Entonces no recordarás esto de todos modos. ¿De qué sirven las
despedidas olvidadas?
Ella tiene razón. Si me voy, no tiene sentido alargar mi partida. Antes
de que pueda pensarlo demasiado, introduzco las monedas en la
máquina, cierro los ojos y deseo volver a mi antigua vida, volver a tener
veintiséis años, tener todo esto por delante, pero cuando abro los ojos,
las luces de la máquina todavía están apagadas, permanece
obstinadamente en silencio.
―Dios ―dice.
―¿Qué quieres decir con “Dios”? ¿Por qué no funciona?
Ella patea la máquina, tratando de darle vida.
―¿Está descompuesta?
―Sospeché que esto podría suceder ―dice, inclinando ligeramente la
cabeza.
―¿Qué? ¿Qué pasó?
―No lo quieres lo suficiente.
―Sí. ¡Sí lo quiero! Quiero volver ―le grito a la máquina―. ¡Quiero
volver!
―Solo funciona si es con todo tu corazón. Parte de tu corazón está aquí
ahora.
―¿Así que estoy estancada? ―pregunto, el pánico burbujea en mi
pecho. Dudé que pudiera volar.
―Tal vez necesites despedirte ―dice amablemente, pero luego toca la
máquina y consulta su reloj de bolsillo nuevamente―. Aunque no tienes
mucho tiempo. Cuanto más tiempo estés aquí, más difícil será irte.
Cuando realmente sientas que esta vida es tuya, volverán más
recuerdos, y cuando los espacios en blanco se hayan llenado, la ventana
para irte se cerrará.
―¿Qué? ¡Hay un límite de tiempo ahora! ¿Por qué hay un límite de
tiempo? ―Parece un recurso argumental innecesario para añadir estrés a
mi ya increíblemente estresante situación.
―Todo el mundo necesita una fecha límite ―dice, pulsando y
soltando un botón de su reloj―. Ve, di adiós, pero regresa y prepárate
para partir antes de que la imagen se complete.
Bien, entonces volver a casa, decir adiós a todos los que amo y luego
desconectarme emocionalmente lo suficiente como para volver aquí e
intentarlo de nuevo, todo antes de que la amnesia desaparezca y el
portal mágico se cierre. Cuando le explique todo esto a Felix, lo dejaré
boquiabierto.
―¡Lo sabía! ―dice Felix, saltando sobre su cama―. Sabía que habría
un portal. No puedo creer que haya estado ahí todo el tiempo.
―Lo sé.
―¿Crees que puedo atravesar el portal? ¿Crees que puedo ir a Marte?
―me pregunta.
―¿Por qué querrías ir a Marte? Morirías, no hay aire.
―Podría desear aire, podría desear una colonia entera, podría
cambiarle el nombre a Marte a Felix-es-un-tipo-duro. ¿Qué tan genial
sería eso?
―Felix-es-un-tipo-duro ―digo, sonriendo―. Algo me dice que la
máquina de los deseos no se ocupa de ese tipo de deseos.
Empuja su cabeza hacia mí y lo rodeo con mi brazo.
―¿Qué pasará aquí si te vas? ¿Volverá la vieja mami?
―No estoy segura, pero sí, me imagino que todo seguirá como antes.
―Pero si regresas y cambias algo, es posible que yo nunca exista, eso
es lo que dijo Lady Yoda.
―Lo sé, mierda. ¿Pero por qué cambiaría algo?
―Suceden cosas de mierda.
―No digas maldiciones.
―¡Tú la dijiste primero!
Nos sonreímos el uno al otro.
―Si me quedo, ella dijo que mis recuerdos volverán. Sería tu mami
otra vez.
―Ya eres mi mami ―dice, abrazándose más a mí―. Solo que más
desordenada y más grosera.
Parpadeo para contener las lágrimas.
Sam asoma la cabeza por la puerta.
―¿Qué pasa?
―Mamá está emocionada porque voy a ser astronauta ―dice Felix.
Sam me lanza una mirada confusa.
―Estoy hormonal ―le explico―. Cualquier cosa me hará estallar hoy.
―¿Te hará llorar si digo que la cena está lista? ―pregunta, y sacudo la
cabeza, limpiándome las lágrimas salvaje con las palmas.
Mientras bajo las escaleras, noto que la iluminación es diferente. Hay
velas encendidas en el pasillo y las cortinas están corridas. Me doy
vuelta y le doy a Sam una mirada inquisitiva, pero él solo me dedica una
sonrisa enigmática. Algo está pasando.
Siguiendo las velas, abro la puerta de la cocina y encuentro la mesa
puesta para dos, con un ramo de rosas rojas en medio.
―¿Qué es todo esto?
―Es un restaurante, yo soy el mesero ―dice Felix, acercando una silla
y noto que se ha puesto un delantal y tiene un lápiz detrás de la oreja.
―Quería invitarte a salir, pero no pude conseguir una niñera ―dice
Sam.
Mientras me siento, noto una hoja de papel doblada frente a mí con
“Menú” escrito en el frente con la letra temblorosa de Felix.
―Solo hay una cosa en el menú ―susurra―. Entonces, tienes que
pedir eso.
Dentro del menú está escrito: Lasaña de verduras £1000.
―Wow, este es un restaurante caro ―digo.
―Bueno, pensé en tirar la casa por la ventana ―dice Sam.
―¿Qué estamos celebrando? No es un aniversario, ¿verdad? ―le
pregunto, sintiendo que le sonrío a Sam.
―No, solo sé lo difícil que ha sido el último mes para ti. Quiero que
sepas que te amamos. ―Hace una pausa―. Lo que sea que hagas o no
recuerdes.
Felix hace una mueca.
―¿Te vas a poner muy sentimental, papá?
―Podría ser, y se supone que el mesero no debe comentar sobre la
conversación de los comensales.
Sam se levanta para sacar vino del refrigerador, mientras Felix toma
una jarra y se inclina sobre la mesa para llenar mi vaso de agua, luego lo
derrama por toda la mesa.
―Ups.
Mientras salto para limpiar el desorden, mi teléfono suena con un
mensaje.
―Mamá, no hay teléfonos en la mesa ―dice Felix―. Éste es un
restaurante elegante.
―Lo siento, solo estoy esperando noticias del trabajo ―le explico―.
Ooh, es de Gary.
Mis ojos escanean ansiosamente su mensaje.

Lucy, no te llamaré tan tarde, pero pensé que querrías saberlo; acabo de hablar
por teléfono con Mel Durham. A ella le encantó tu propuesta, quieren llevar La
casa te atrapará a desarrollo. Felicidades. Almorcemos esta semana para discutir
tu nuevo rol como Jefa de Desarrollo de Bamph UK. Un gran año por delante
para ti.
Gary Snyder

Chillo y luego leo el mensaje en voz alta a Sam y Felix.


―Le enviaré esto al equipo, estarán esperando oírlo.
―Viejo inteligente ―dice Sam, alcanzando mi mano a través de la
mesa y luego mostrándome una gran sonrisa cuando se da cuenta de
que estoy usando mis anillos―. Ahora realmente estamos celebrando.
―Bien hecho, mami. ¿Puedo empezar a trabajar como mesero ahora?
―Felix pregunta alegremente.
―Sí, hazlo.
Felix se lanza a un largo discurso sobre cómo es costumbre dar una
propina al mesero, idealmente al menos el diez por ciento del costo de la
comida. Advierte que si no tenemos dinero en efectivo, estará feliz de
aceptar Legos, y si no tenemos Legos, está dispuesto a aceptar un
pagaré.
―Okey, creo que podría ser la hora de dormir del mesero ―dice Sam,
empujando su silla hacia atrás―. Gracias por tu ayuda para arreglar
esto, Felix.
―¡No! ¡No te he dicho las ofertas especiales! ―Felix dice cuando Sam
lo levanta, lo echa sobre su hombro y lo saca de la habitación, riendo a
carcajadas.
Una vez que nuestro entusiasta mesero es enviado a la cama, Sam
sirve una deliciosa lasaña de verduras y luego levanta su copa hacia la
mía.
―Por ti y por mí, Luce, por crear nuevos recuerdos ―dice,
sosteniendo mi mirada.
―Brindaré por eso ―digo.
De postre, Sam saca un pastel de moca del refrigerador. Algo me
resulta familiar y luego me doy cuenta.
―Es igual al que me compró mi mamá cuando cumplí diez años.
―Le pedí a tu mamá que buscara una foto y luego pedí en la
pastelería que lo copiaran.
―Eso es muy considerado, Sam, gracias ―digo, inclinándome sobre
la mesa para besarlo. Esta noche parece la forma perfecta de decir adiós,
pero al mismo tiempo me hace darme cuenta de que no quiero que esto
termine.
Nos quedamos despiertos hasta demasiado tarde, emborrachándonos
con pastel, vino y la compañía del otro. De camino a la cama, entro
sigilosamente en la habitación de Amy para verla dormir bajo el suave
brillo de su luz nocturna. Se ve tan acogedora y tranquila, con sus
pequeños dedos rosados agarrando a Neckie, sus suaves y redondas
mejillas brillando con un tono rosado, y el silencioso resoplido de su
respiración. Mi corazón se siente tan lleno de amor por esta niña que
podría verla dormir toda la noche. Extendiendo la mano para colocar un
rizo de cabello detrás de su oreja, le susurro:
―Adiós, pequeña, te veré de nuevo. Espero verte de nuevo. ―Y luego
salgo de ahí o empezaré a llorar.
Cuando Sam y yo finalmente nos desplomamos en la cama, me siento
saciada, física y emocionalmente.
―Gracias por una velada encantadora ―le digo.
―No quiero que tengas una idea equivocada ―dice con firmeza, sus
ojos brillan de diversión―. Normalmente no te invito a una cena de mil
libras en una noche entre semana.
―Moderaré mis expectativas ―digo, acercándome a él en la cama.
Sus ojos se vuelven serios.
―No quiero que sientas celos de alguna versión alternativa de ti
misma. Tú eres ella, lo sabes, ¿verdad?
―Sí ―le digo, y luego me atrae hacia él, envolviéndome en sus
brazos.
―Te oí hablar con Felix antes ―dice en voz baja―, sobre irte.
―Oh.
―¿A dónde vas?
Me siento en la cama. Si esto es un adiós, entonces Sam merece la
verdad, la crea o no.
―Digamos que, en teoría, encontré el portal, el que Felix pensó que
me transportó aquí desde el pasado. Digamos que no tengo amnesia,
pero viajé en el tiempo hasta aquí y ahora tengo la oportunidad de
volver. ―Lo veo a los ojos, esperando escepticismo o risa, pero su rostro
está serio.
―¿Y será ésta una partida permanente? ¿O vas a volver? ―pregunta,
y me encojo de hombros.
―Si mi vida sigue igual, probablemente, pero nada está garantizado.
Nos sentamos en silencio por un momento, entonces dice:
―Entonces no te vayas. A donde quiera que creas que vas, no lo
hagas. No quiero correr el riesgo de perderte.
―Son dieciséis años de mi vida, Sam...
Él me interrumpe.
―Te amo, a ti, no a quien fuiste, ni a quien vas a ser, ni a quien
podrías haber sido… solo a ti. Por favor, quédate conmigo.
En lo que respecta a los discursos, es bastante efectivo. Soy masilla en
sus manos y estoy más confundida que nunca. Me pone boca arriba,
luego baja la cabeza para besar mi hombro, mi cuello, plantando besos
ligeros y suaves a lo largo de mi mandíbula. Encajamos tan
perfectamente, parece imposible que pueda terminar en cualquier lugar
que no sea aquí. Cuando su boca encuentra la mía, una familiar
sensación de vértigo me recorre. Mis manos agarran su ancha espalda y
cierro los ojos, sucumbiendo a las embriagadoras olas de placer.
Pero luego se detiene, retrocede y abro los ojos para ver qué pasa.
―Mírame ―dice―. Quiero que me mires.
Ahora veo con dolorosa claridad: mi corazón ha llenado los vacíos,
incluso si mi cerebro no lo ha hecho.
―Sam, te amo. ―Es la primera vez que lo digo, pero cuando las
palabras salen de mi boca, sé que es lo más cierto que he dicho.
Ahora hay algo diferente entre nosotros, algo más allá de lo físico.
Hacemos el amor despacio, en silencio, y trato de sellar en lo más
profundo de mi ser, esa exquisita sensación de intimidad.
―¿Qué pasa? ―me pregunta, abrazándome después.
No debo llorar, no quiero arruinar lo que podría ser nuestra última
noche juntos.
Dios, espero terminar aquí; por favor, déjame terminar aquí, en esta vida, con
este hombre. Entonces me invade el pensamiento de que debería
quedarme, que no debería arriesgarme a esto, que sacrificaría dieciséis
años para tener esto. Estos no son los pensamientos que me van a
permitir regresar.
Mientras yacemos en la oscuridad, susurro:
―Gracias.
―¿Por qué?
―Por todo, por ser tú, por amarme a pesar de todo, por esta vida que
hemos creado.
―Eso suena como un adiós ―dice, acariciando suavemente mi brazo
con sus dedos. Empieza a tararear suavemente a mi lado, murmurando
la letra de una canción que no había escuchado antes.
―¿Escribiste algo? ―le pregunto, mis ojos se llenan de lágrimas.
―Solo el comienzo de algo tonto.
―¿Cómo se llama? ―le pregunto.
―Quédate todos los días del bolsillo. No está terminada, solo estaba
tonteando.
―Me gusta como suena. Deberías terminarla.
―Okey ―dice claramente.
―¿Okey?
―Okey.
Y luego me rodea con sus brazos, como si nunca quisiera dejarme ir, y
me canta suavemente para que duerma.

Debo estar profundamente dormida porque duermo mientras suena la


alarma. Cuando despierto, Sam ya no está y hay una nota en su
almohada.

Estoy haciendo el recorrido escolar y luego volviendo a trabajar en mi


nueva canción: ) No vayas a ningún lado, por favor.

Me muerdo el labio y me siento sonreír. Me encanta cuando deja notas


en la almohada, como aquella vez en nuestra luna de miel en Italia,
donde me dejó notas en italiano que ni siquiera sabía leer.
En nuestra luna de miel. En Italia.
Nuestra luna de miel. En Italia.
Mierda. Recuerdo nuestra luna de miel.
¿Llego demasiado tarde? ¿Perdí mi oportunidad? Este recuerdo es más
claro que cualquiera de las visiones que he tenido antes. Recuerdo Italia,
el hotel, la pareja de locos en la habitación de al lado. Lo recuerdo todo.
Tengo que llegar a Londres ahora.
Me pongo la ropa y salgo corriendo por la puerta. Son las ocho y
media, no hay nadie aquí. Al pasar corriendo por la habitación de Felix,
veo algo que me hace detenerme y volver sobre mis pasos. El control
remoto de la lámpara de lava, del corazón que construimos, está en el
suelo, junto a su escritorio. Tiene la feria de proyectos esta mañana, no
funcionará sin el control remoto. Estará tan decepcionado como aquella
vez que hizo una araña con Mecano. La araña de Mecano, con solo cinco
patas, me la imagino perfectamente.
Agarrando el control remoto, corro por el pasillo, mirando la foto de
nuestra boda en las escaleras. Teníamos un pastel de bodas de frutas, lo
hizo mi mamá y se ofendió cuando todos estaban demasiado llenos para
comérselo. La foto de Felix en la mesa del recibidor, fue tomada en
Creta, después del viaje en barco donde no vimos tiburones. Necesito
dejar de ver cosas, necesito dejar de recordar; tengo que llegar a Londres antes
de que sea demasiado tarde.
Saltando al auto, sin nada más que mi billetera y el control remoto de
la lámpara de lava, acelero hacia la escuela. La lógica me dice que el
proyecto de Felix no importa, que si vuelvo, nada de esto importa, pero
no puedo evitar sentir que así es, a Felix le importa, aquí y ahora, en esta
realidad, por eso me importa a mí.
De camino a la escuela, veo la calle donde Felix aprendió a andar en
bicicleta. Ahí está el árbol del que se cayó y se rompió la muñeca.
Recuerdos, recuerdos, demasiados recuerdos. Conduzco más rápido.
Stan me dice severamente que disminuya la velocidad.
En la escuela, me estaciono justo en frente de las escaleras, dejo el
motor en marcha y luego entro corriendo.
―Los visitantes necesitan escanear, señora Rutherford ―me dice la
recepcionista.
―¡Solo tardaré un minuto! ―respondo, buscando desesperadamente
el salón principal. Lo preocupante es que ahora conozco el camino.
Al atravesar la puerta, veo que llego justo a tiempo, porque mi hijo, mi
hermoso niño, está parado al frente de la habitación. Una multitud de
personal y alumnos, incluidos Molly Greenway y la directora, rodean su
exhibición. Se ve pálido, como si estuviera a punto de romper a llorar
porque se dio cuenta de que faltaba algo.
―¡Lo tengo! ―grito, cruzando corriendo el pasillo hacia él―. ¡Lo
tengo! ―Él levanta la cabeza y las lágrimas se desvanecen.
La señora Barclay, la directora, me lanza una mirada extraña mientras
recobro el aliento, observando mi cabello revuelto y mi ropa que no
combina. Si venir aquí me cuesta dieciséis años, la sonrisa en el rostro de
Felix vale cada día. Él presiona el botón del control remoto y el corazón
cobra vida. Los alumnos dicen “ooh” y “aah” encantados y la señora
Barclay dice:
―Felix, ¿cómo diablos hiciste eso? ―mientras se acerca para
inspeccionar la escultura pulsante.
Tengo que irme. Saludo a Felix mientras salgo del aula, pero él corre
alrededor del escritorio para rodearme la cintura con sus brazos.
―Gracias, te amo ―dice, provocando risas entre sus compañeros,
pero no le importa.
―Yo también te amo y estoy muy orgullosa de ti, dulce niño. Adiós,
Felix ―le digo, y por un momento no me suelta.
Luego me mira con las mejillas manchadas de lágrimas.
―Buena suerte, mami. No te preocupes, te veré la próxima vez.

En el auto, me encuentro pidiéndole ayuda a Stan.


―Stanley, por favor ayúdame, no creo que llegue a tiempo.
―Lucy, estoy aquí para apoyarte en todo lo que pueda. ¿Quieres
algunas palabras de afirmación?
―Sí, sí, por favor.
―Tus objetivos se hacen realidad en el momento adecuado ―dice
Stanley―. Tomarse un tiempo para descansar alimenta tu creatividad y
resistencia.
No es de gran ayuda, pero es suficiente para distraerme de todos los
nuevos recuerdos que compiten por abrirse camino. Los neumáticos
chirrían cuando entro al estacionamiento del tren, mi visión se nubla por
las lágrimas.
―Adiós, Stanley, te voy a extrañar ―le digo al auto, abrazando el
volante―. Cuida de todos por mí.
―¡Que tengas un día productivo, Lucy! ―me dice Stan.
Corriendo hacia el tren de las nueve y cuarto, llego en menos de un
minuto. Una vez, regresando en el último tren, le compré a Sam comida
de su restaurante mexicano favorito en Covent Garden, la llevaba hasta
casa, pero la dejé caer por el espacio entre el andén y el vagón. En el
tren, sostengo mi cabeza entre mis manos, tratando de distraerme de mis
pensamientos, de bloquear los recuerdos que siguen llegando,
espontáneos. Detente. Detente. Necesito que esto pare. En el siguiente
vagón, un bebé diminuto llora y, con el sonido agudo, una nueva
pesadez me envuelve, como si limaduras de metal llenaran mi sangre, y
el suelo se transformara en un imán gigante. Una pequeña mano se
curva alrededor de mi dedo meñique. Cánulas y tubos de oxígeno, el
pitido interminable de una incubadora. Una parte de mi corazón se
arranca para siempre. Es de pérdida. Una pérdida tan abrumadora, pero
impregnada de otro sentimiento: un amor demasiado grande para
comprenderlo. Chloe.

Cuando finalmente llego a Southwark, mi ritmo disminuye. Debo


llegar demasiado tarde. Debe ser. El esbozo de esta vida se está pintando
rápidamente, haciendo de esta mi realidad, de este mi presente. Mis pies
se arrastran, más pesados con cada paso.
En la parada de autobús delante de mí veo a tres mujeres riéndose.
Tienen veintitantos años y todas llevan flecos a juego y mucho
delineador de ojos.
―Becca, tienes que ir esta noche. Es la última noche que tocan ―dice
una chica.
―Estoy demasiado cansada, mira estas bolsas debajo de mis ojos.
Necesito dormir ―dice otra.
Tengo ganas de decirle a esta chica que no sabe el significado de la
palabra cansada, no hasta que haya vivido durmiendo tres horas
durante meses, lidiando con un bebé con reflujo y un niño con
pesadillas. Tampoco sabe el significado de las bolsas en los ojos. Es
hermosa, tan jodidamente hermosa, pero puedo ver por su postura que
no lo siente, no completamente.
―Puedes dormir cuando estás muerta ―dice la tercera chica,
abrazando a su amiga con sus largas extremidades.
Eso es lo que solía decir Zoya.
Zoya.
Empiezo a correr.
La tienda está vacía, como siempre, y grito “¡Hola!” mientras corro
por la puerta. “Ya estoy de vuelta”. Aparto la cortina de cuentas y entro
en la habitación trasera, pero no hay nadie aquí, aunque la puerta estaba
abierta: la tienda no estaba cerrada con llave. Si la dama escocesa está
aquí o no, tengo que intentarlo, tengo que saber si se me acaba el tiempo.
Me tiemblan las manos mientras busco las monedas que puse
especialmente en mi bolso. Las introduzco en la máquina, la agarro por
los costados y esta vez digo en voz alta:
―Quiero volver. Por favor, quiero volver. Quiero vivir cada día
desordenado, los buenos y los que apestan, donde no sé lo que estoy
haciendo y no sé a dónde voy ni cómo llegar ahí. Quiero ir a todas las
citas de mierda, porque entonces, cuando conozca a la persona
adecuada, sabré lo especial que es, y cuando lo encuentre, no quiero
perderme ni un minuto. No quiero perderme hacerlo reír por primera
vez, no quiero perderme descubrir que sus ojos se ven verdes en lugar
de azules cuando se despierta por la mañana. No quiero perderme
nuestro primer beso, nuestra primera pelea, nuestro primer todo, y me
quedo con la angustia, el horror y las pérdidas también, el miedo de no
saber cómo llegará a salir todo, porque así es la vida, en todo su glorioso
y desordenado Technicolor, y sé que tengo mucha suerte de estar aquí y
que cada respiro que tomo es la parte buena. ―Sacudo la máquina
porque no pasa nada, las letras permanecen obstinadamente oscuras―.
Déjame vivir mi vida. Por favor, déjame vivir mi vida.
Luego lloro porque no funciona y me siento en el suelo, con la cabeza
contra la máquina. Gastada física y emocionalmente, porque ahora sé,
demasiado tarde, que aunque lo recuerde todo, recordar no es lo mismo
que vivir.
Justo cuando estoy a punto de aceptar que la ventana de oportunidad
para elegir se ha cerrado, siento un ruido sordo y miro hacia arriba para
ver a la anciana pateando la máquina.
―A veces es necesario un pequeño empujón ―dice―. Como yo, es
bastante vieja.
La máquina cobra vida y se ilumina como un árbol de Navidad. Los
engranajes zumban y veo las palabras impresas en la moneda de cobre.
Tu deseo está concedido.
Presente

Me despierto con el olor a humedad. Gruñendo ante mi alarma, veo la


mancha amarilla en el techo. ¿Cuáles son las posibilidades de que el
señor Finkley pague alguna vez para arreglarlo, o de que nuestro
holgazán propietario se organice para secarlo y volverlo a enyesar?
Aunque la mancha es más grande y el olor es considerablemente peor,
por alguna razón, esta mañana el estado de mi habitación no me molesta
tanto como suele hacerlo. Como siempre dice mi papá: “En el mar pasan
cosas peores, amor”. No estoy segura de cuáles son esas cosas terribles
que suceden en el mar, pero imagino que la humedad interminable es
una de ellas.
Al levantarme de la cama, cierro las cortinas, abro la ventana de un
tirón e inhalo las vistas, los aromas y los sonidos del glorioso y soleado
Londres. Los autos pitando, los pájaros piando, el olor de los
contenedores de basura del kebab tres puertas más abajo. Voy a usar
una camisa adecuada para trabajar hoy. Aunque ayer fue un desastre
(con la tragedia de los Croissants y que me dijeran que mi ascenso no
significa nada y que básicamente sigo siendo la mensajera) si sigo
apareciendo, trabajando duro y luciendo más profesional, tal vez algún
día me confíen más.
En la cocina, Emily y Julian están desayunando.
―Lo siento, creo que esto es tuyo. Te compraré más ―dice Julian, con
la cuchara llena de mi cereal congelándose en el aire.
―Está bien ―digo, levantando la caja para servirme un tazón, pero
encontrándola vacía―. Oh.
―Te haré unas tostadas ―dice Emily, que también está comiendo mi
cereal―. Lo siento.
Al final del pasillo, escucho música proveniente de la habitación de
Zoya.
―¿Zoya sigue aquí? Pensé que tenía una visita temprano.
―Cancelaron en el último momento ―dice Julian, luego sacude el
dedo y se encorva como si fuera un anciano―. Los jóvenes de hoy no
tienen ningún sentido de compromiso.
Caminando por el pasillo, toco silenciosamente a la puerta de Zoya.
―¡Adelante! ―dice y empujo la puerta para abrirla, pero me quedo en
el umbral. Aunque la vi ayer, siento esta distancia entre nosotras, como
si hubiera sido mucho más larga.
―Hola, pensé que te habías ido temprano ―digo.
―La visita fue cancelada... ―Se calla y nos quedamos en un incómodo
silencio por un momento.
―Zoya, lo siento mucho... ―empiezo, pero ella me detiene.
―No, no, yo lo siento. Exageré, no debería haber estado tan irritable.
Sé que debe parecerles como si me estuviera vendiendo, pero no se trata
solo del dinero. La escuela de arte no era para mí, Luce.
―Lo sé.
―No es que nunca vaya a volver a dibujar. De esta manera podré ver
el mundo, pintar el mundo. ―Ella sonríe y cruza la habitación para
abrazarme―. Sorprendentemente, me gusta bastante ser agente
inmobiliario, pero sé que tú lo odiarías. Deberías concentrarte en la
televisión y te escucharé quejarte de eso, porque eso es lo que hacen los
amigos. ―Hace una pausa antes de decir―: Creo que tal vez me enojé
porque estoy un poco celosa. Desearía tener tu claridad sobre dónde
quiero estar. Tal vez estoy demasiado concentrada en divertirme, en
lugar de hacer planes sobre dónde quiero terminar.
―Creo que lo estás haciendo muy bien. Te amo ―digo, abrazándola
con fuerza. Ella me lanza una mirada sospechosa―. ¿Qué? No creo que
lo digamos lo suficiente. Te amo. Mi vida no sería tan buena sin ti.
―Qué cursi, pero está bien. Yo también te amo. ―Se inclina para
darme un beso grande y descuidado en la mejilla, que limpio con
fingido asco.

De vuelta en la cocina, pongo la tetera a hervir para preparar té para


los cuatro.
―Bien, mientras estamos todos aquí, reunión rápida y sencilla ―digo,
aplaudiendo―. He estado pensando y propongo que tengamos un
fondo para lo básico: pongamos un poco de efectivo cada semana para
las cosas que todos usamos, como cereal, leche y papel higiénico.
―Yo podría hacerlo ―dice Julian.
―Tiene sentido. ―Emily se encoge de hombros mientras huele la
leche que está a punto de agregar a su té.
―Además, no quiero ser aburrida, pero ¿podemos acordar no usar el
baño para nada más que ducharnos? No quiero encontrar más huesos
guisados o ropa teñida ahí dentro.
―Okey ―dice Julian―. Em, ese último tinte que hiciste me puso
morado. Betty pensó que tenía alguna enfermedad cutánea exótica.
―Bien. Entonces eso está arreglado ―les digo―. Es día de pago, así
que compraré papel higiénico y cereal para todos de camino a casa.
―Y aprovechando que estamos en una reunión, tengo algunas
noticias ―dice Zoya, me mira y yo asiento―. Me voy a mudar.
―¡Oh, no! ―Julian y Emily dicen al unísono.
―¡No disuelvas a los cuatro mosqueteros! ―dice Julian―.
Tendríamos que cambiar el letrero de ZoLu JuEm en nuestro timbre, me
encanta ese letrero.
―¿Quién pondrá la banda sonora a nuestras mañanas? ¿El vodka para
nuestras noches? ―Emily se queja.
―Lo sé, lo sé, es hora de un cambio.
―Ahora es una persona adulta importante y no podría estar más
orgullosa de ella ―digo, extendiendo la mano para despeinar el cabello
de Zoya.
―Seguiré estando aquí todo el tiempo ―dice Zoya―. Y seguiré
trayendo excelentes listas de reproducción y vodka medio decente.
―Odio entrevistar a nuevos compañeros de apartamento ―se queja
Julian.
―Bueno, puede que no necesitemos uno inmediatamente ―le digo―.
Estaba pensando que, hasta que se solucione la situación de humedad en
mi habitación, podríamos tener que reducir el alquiler porque es
inhabitable.
―¿Qué te pasa esta mañana? Estás siendo toda Erin Brockovich.
¿Escuchaste un podcast motivacional mientras dormías o algo así? ―me
pregunta Emily.
―No lo sé ―le digo―. Me desperté sintiéndome bien y decidí que
quiero hacer algunos cambios.
―Sé el cambio que quieres ver en el baño ―dice Zoya.
―Exactamente.

Antes de irme a trabajar, recojo las dos plantas moribundas de mi


habitación y les digo:
―Lo siento. Lo intenté, pero no soy una persona de plantas. Van a
tener que irse. ―Tal vez algún día, si alguna vez tengo un jardín,
intentaré ser la hija de dedos verdes de mi papá, pero por ahora, no es
ninguna vergüenza admitir la derrota.
Afuera, junto a los contenedores, encuentro al señor Finkley metiendo
una jaula de animal oxidada en un contenedor verde que ya está
desbordado.
―Oh, ¿no hay lugar para esto? ―pregunto, decepcionada.
―No. De todos modos, tendrías que ponerlas en una bolsa negra
―dice, deteniéndose para inspeccionar las plantas que tengo en la
mano―. ¿Por qué las estás tirando?
―No soy muy buena cuidándolas, se ven tristes y me deprime
mirarlas.
―Llamé a alguien por el piso de mi baño, vendrán mañana ―dice el
señor Finkley, y veo que intenta mostrarse dócil.
―Gracias, de verdad se lo agradezco. ―Luego, notando la forma
curiosa en que observa las plantas, le digo―: ¿Le gustaría quedárselas?
Tal vez tenga más suerte con ellas y pueda revivirlas.
―¿En serio? ―Sus ojos se iluminan.
―Por supuesto, de todos modos yo iba a tirarlas.
Me las quita, abrazando una en cada brazo.
―Puedes ir a visitarlas cuando quieras ―me ofrece―. Ya sabes, si
alguna vez las extrañas.
Sí, claro.
―Estoy bien, pero gracias. ―Me giro para irme, luego hago una
pausa y digo―: Y señor Finkley, gracias por intentar ordenar el baño y
lamento haberle gritado ayer. Estaba realmente cansada.
Él asiente y luego susurra:
―¿Quieres un trago? Creo que lo necesitas.
Mientras intento pensar en una forma educada de rechazarlo, me doy
cuenta de que no me está hablando a mí, sino a las plantas, así que corro
para alcanzar a Zoya.

―Decirles a los demás salió mejor de lo esperado ―dice mientras


caminamos hacia el metro―, ¿y estás segura de que realmente no te
importa que me mude?
―Zoya, te extrañaré muchísimo, pero las cosas no pueden
permanecer igual para siempre. ―Hago una pausa―. Pero ¿por favor
dime que te quedarás al sur del río?
Ella toma mi mano y la mueve hacia adelante y hacia atrás.
―Por supuesto que me quedaré al sur del río. Entonces, cuéntame qué
pasó anoche. ¿Cómo es que llegaste tan tarde y por qué hay tanta alegría
en tu paso? ¿Conociste a alguien?
―Fue una noche rara, horrible de hecho. Me sentí miserable después
de que te fuiste, bebí demasiado, caminé todo el camino a casa, me
encontré en una cita de amor en Londres con un exhibicionista llamado
Dale, oh, y luego conocí a una mujer loca en un quiosco, tengo que
contarte todo sobre eso, pero lo extraño es que, a pesar de mi horrible
noche, me desperté esta mañana con la sensación de que todo estaba
bien en el mundo. ¿Alguna vez sientes eso?
―Sí, cada vez que comienzas una historia con “Tengo que contarte
sobre esta loca que conocí...”

Recién salidas del día de pago, nos invito a ambas a tomar un café en
la cafetería que está cerca del metro. Mientras esperamos en el
mostrador suena una canción en la radio, nunca la había escuchado
antes, pero algo me llama la atención.
―¿Cuál es esta canción?
―El nuevo sencillo de Lex, “The Promise of You” ―dice Zoya―.
Radio One está obsesionada, ¿por qué?
―Deja Vu. ¿Alguna vez tienes uno de esos con las canciones?
―Todo el tiempo. ¿Qué vas a hacer con Melanie? ―me pregunta.
―Me quedaré hasta el final de la temporada y luego comenzaré a
enviar mi CV; solicitaré algunos trabajos de investigador junior
adecuados. Creo que he estado demasiado decidida a quedarme en
When TV, para demostrar mi valía ante Melanie.
―Síndrome de Estocolmo ―dice, asintiendo―. Oye, hay un tren en
cuatro minutos, ¿quieres correr hacia él? ―me pregunta, revisando la
aplicación de transporte en su teléfono.
―No, esperemos el siguiente. No tengo prisa.
―Bien, quiero escuchar todos los detalles de tu aventura de anoche.
Así que caminamos lentamente, bebiendo nuestros cafés, tomando el
sol primaveral, y le cuento a Zoya todo sobre Dale, sobre volver a casa
sin zapatos y volverme un poco loca en un quiosco pidiendo un deseo
loco en una máquina de los deseos, que por supuesto no se hizo
realidad.
Cinco años después

―¿A dónde vamos ahora? ―pregunta Faye mientras las cuatro


salimos de un bar en Upper Street.
―Tú decides, eres la cumpleañera ―dice Zoya, pasando un brazo
alrededor de mi hombro―. Por cierto, este minivestido dorado
realmente te sienta bien. Deberíamos salir, deberíamos ir a bailar.
―¡Sí! Recojamos algunos hombres ―grita Roisin al cielo nocturno
gris.
―No dejes que tu esposo te oiga decir eso ―dice Faye.
―No para mí, para ti. Puedo ser tu wing woman4.
―Bueno, Zoya está muy enamorada, y por el momento yo he
renunciado a los hombres, así que solo queda Lucy ―dice Faye.
―Yo también renuncio a los hombres ―les digo―. Los treinta y uno
será mi año de abstinencia y sobriedad. Todo el tiempo que habría
pasado saliendo y bebiendo, lo pasaré leyendo libros y probando nuevos
pasatiempos. Podría volverme increíble en macramé o patinar:
prepárense para una yo completamente nueva.
―Bueno, estoy aquí para tu nueva yo, tu vieja yo, cualquier yo que
quieras ser ―dice Faye, pasando un brazo alrededor de mi hombro.
―¡Abstinencia y sobriedad, vete a la mierda, Lucy! ―Roisin se ríe
hacia el cielo.

4 Es un papel que una persona puede asumir cuando un amigo necesita apoyo para acercarse a posibles

parejas románticas.
―¿Por qué está gritando tanto? ―pregunta Faye―. ¿Puedo votar por
no ir a un club nocturno? Puede que me apetezca ir a un bar, pero
necesito dormir un poco este fin de semana.
―Puedes dormir cuando estás muerta ―dice Zoya, deteniéndose de
repente en la calle y girándose para mirar al resto de nosotras―.
Hagamos un pacto ahora mismo: cualquier cambio en la vida -
matrimonio, hijos, carreras, viajes-, siempre tendremos esto. Siempre
haremos tiempo la una para la otra. Quiero que tengamos noches de
fiesta como ésta dentro de veinte, treinta o cincuenta años.
―Ya me siento demasiado mayor para noches como ésta. ¿Podemos
hacer un buen almuerzo en un pub para mi cumpleaños? ―pregunta
Faye―. Tal vez un día relajante en el spa.
―Bien, no se trata de a dónde vamos, se trata de priorizarnos unas a
otras, sin importar lo que nos venga en la vida. Los hombres van y
vienen, pero esto ―mueve un dedo entre nosotras―, esto es para
siempre.
―Estoy dentro ―digo.
―Yo también ―dice Roisin.
―Ya somos tres ―dice Faye, y todas nos acurrucamos para un abrazo
grupal.
―Correcto, en serio, Lucy, ¿a dónde vamos? ¿A un club, bar,
mazmorra sexual de macramé? ―pregunta Zoya.
―Busquemos un bar de karaoke ―le digo―. Tengo ganas de cantar.

fin

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