Star Wars El Laberinto Del Mal
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El espectacular Prologo a Star Wars Episodio III “La Venganza de los Sith”
James Luceno Star Wars El Laberinto del Mal
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AGRADECIMIENTOS
Gracias de todo corazón a Shelly Shapiro, Sue Rostoni y Howard Roffman, por
permanecer en mi rincón a lo largo de todo este proyecto; a George Lucas, por
responder a mis muchas preguntas; a Matt Stover, por proporcionar material adicional e
inspiración creativa; a Dan Wallace, por enviarme una primera versión de su cronología
de la Era de la Precuela; a Haden Blackman, por cederme gentilmente algunos de los
Grandes Momentos; al personal del Hotel Casona, en Flores, Guatemala, por encargarse
de que nunca faltara el café; y a Karen-Ann y Jake, por darme el tiempo y el espacio para
soñar despierto.
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relación anterior. Su túnica, sus botas altas hasta la rodilla y sus pantalones ajustados
eran tan negros como la noche. Su rostro estaba marcado por una cicatriz desde su
enfrentamiento con Asajj Ventress, la asesina entrenada por el Conde Dooku, y
mantenía la mano derecha mecánica oculta en un guante que le llegaba hasta el codo.
En los últimos meses se había dejado crecer el pelo, que ahora le caía sobre los
hombros, pero mantenía la cara bien afeitada, a diferencia de Obi-Wan, cuya fuerte
mandíbula estaba delineada por una corta barba.
—Supongo que debería agradecerte que tu sable láser estuviera "prácticamente"
en la trayectoria necesaria, y no "exactamente" en ella. La mueca de Anakin se
convirtió en una franca sonrisa.
—La última vez que me molesté en comprobarlo, los dos estábamos en el mismo
bando, Maestro.
—Aun así, si llego a ser un poco más lento...
Anakin dio una patada al rifle del droide de combate, apartándolo a un lado.
—Tus temores sólo están en tu mente.
Obi-Wan frunció el ceño.
—Sin cabeza, no me quedaría mucha mente, ¿verdad? —hizo un movimiento
florido con el sable láser, señalando una abertura en la muralla de árboles manax—.
Después de ti.
Reanudaron su avance, moviéndose con la gracia y la velocidad sobrenaturales que
Ies proporcionaba la Fuerza, y con la capa marrón de Obi-Wan arremolinándose detrás
de él. Las víctimas del bombardeo inicial, montones de droides de combate, yacían
desparramadas por el terreno. Otros colgaban de las ramas de los árboles sobre las
que se habían visto arrojados como si fueran marionetas rotas.
Muchas zonas del frondoso bosque que cubría el paisaje estaban en llamas.
Dos droides chamuscados, reducidos a poco más que brazo y torso, alzaron sus
armas cuando los Jedi se acercaron a ellos, pero Anakin movió su mano izquierda,
enviando un empujón de Fuerza que los derribó de espaldas.
Se apartaron del camino dando volteretas bajo los anchos cuerpos de dos
escarabajos recolectores, y esquivaron un macizo de maleza llena de púas que había
conseguido echar raíces en el, por otra parte, meticulosamente cuidado huerto.
Surgieron de entre los árboles para encontrarse en la orilla de un amplio canal de
irrigación alimentado por un lago que delimitaba la ciudadela neimoidiana por tres de
sus lados.
En el Oeste, un trío de cruceros de asalto clase Venator flotaba entre las veloces
nubes.
cañonesPordeeliones,
Norterayos
y el Este, el cielo se veía
de turboláseres constantemente
y trazos surcado
de luz escarlata que por el rastro
ascendían de
hacia
el cielo desde los emplazamientos de las armas defensivas de la ciudadela, situados al
otro lado del escudo de energía. Alzándose desde la falda de las colinas, y hasta el
extremo de la península, la silueta de la fortaleza recordaba las torres de mando de
las naves de la Federación de Comercio, que, de hecho, habían sido su inspiración.
La élite de la Federación de Comercio se encontraba allí, en alguna parte de su
interior, sitiada por las fuerzas de la República.
Con su planeta natal amenazado, y con los mundos administrativos de Deko y Koru
Neimoidia arrasados, al virrey Gunray más le habría valido retirarse al Borde Exterior,
como habían
racional nuncahecho
fue elotros miembros
punto fuerte dedellosConsejo Separatista.
neimoidianos; Perocuando
y menos el pensamiento
el virrey
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parecía no poder vivir sin sus posesiones en Cato Neimoidia. Había conseguido
escabullirse hasta ese mundo, respaldado por unas cuantas naves de guerra de la
Federación, en un intento de recuperar cuanto pudiera de la ciudadela antes de que
cayese en manos de la República. Pero las fuerzas republicanas le esperaban allí,
ansiosas por capturarlo vivo y llevarlo ante la justicia... con trece años de retraso, en
opinión de muchos.
Cato Neimoidia estaba tan lejos de Coruscant que Obi-Wan y Anakin habían tardado
casi cuatro meses estándar en llegar, y en cuanto terminaran de liberar los últimos
puntos de resistencia que los separatistas aún controlaban en el Núcleo Galáctico y en
las colonias, esperaban poder volver pronto a la lucha en el Borde Exterior.
Obi-Wan oyó movimiento al otro lado del canal de irrigación.
Un instante después, cuatro soldados clon surgieron de los árboles en la orilla
opuesta, adoptando posiciones de tiro entre las rocas redondeadas por el agua que
delimitaban el foso. Tras ellos, muy lejos, ardía una fragata derribada. La cola
embotada del TABA (Transporte de Asalto de Baja Altitud) destacaba sobre el dosel
de árboles, decorada con las ocho líneas que representaban la insignia estándar de la
República Galáctica.
Un bote entró en su campo de visión procedente de río abajo y maniobró hasta
donde esperaban los Jedi. En la proa, un comandante clon llamado Cody hizo señales
con la mano a los soldados del bote y a los de la orilla opuesta, que de inmediato se
dispersaron en abanico para crear un perímetro de seguridad.
Los soldados podían comunicarse entre sí gracias a los enlaces de sus cascos con
visores en forma de "T", pero los Comandos de Reconocimiento habían creado un
sistema detallado de gestos destinado a frustrar cualquier esfuerzo enemigo por
espiar sus comunicaciones electrónicas.
Unos cuantos saltos ágiles, y Cody quedó frente a Obi-Wan y Anakin. —Señores,
traigo las últimas novedades del Mando Aéreo. —Muéstranoslas —dijo Anakin.
Cody hincó una rodilla en tierra y, utilizando la mano derecha, activó un dispositivo
injertado en su guantelete de la izquierda. Un cono de luz azul emanó del dispositivo,
y apareció un holograma de Dodonna, el comandante de la fuerza de asalto.
—Generales Kenobi y Skywalker, según los informes de la unidad de
reconocimiento, el virrey Gunray y su séquito se dirigen hacia la parte norte de la
fortaleza. Nuestras fuerzas han estado martilleando el escudo desde el aire y la orilla
del lago, pero el generador del escudo se encuentra en un lugar protegido y difícil de
alcanzar. Nuestros cañones ya soportan el fuego constante de los turboláseres de la
muralla baja. defensas
bordear esas Si su equipo sigue
y buscar unadispuesto a capturar
forma alternativa vivo aen
de entrar Gunray, tendrá
el palacio. que
En este
momento no podemos enviarles ayuda, repito, no podemos enviarles ayuda.
Cuando el holograma desapareció, Obi-Wan miró a Cody.
—¿Sugerencias, comandante?
Cody realizó un ajuste en su proyector de muñeca, y un mapa tridimensional
esquemático del reducto se formó en el aire.
—Suponiendo que la fortaleza de ese Gunray sea similar a las que encontramos en
Deko y Koru, los niveles subterráneos contendrán granjas de hongos y zonas de
procesamiento y embarque. Las zonas de embarque han de tener acceso a los
criaderos
los nivelesde los niveles medios; y desde esos criaderos podremos infiltrarnos hasta
superiores.
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Cody llevaba el rifle DC-15 de corto alcance, la armadura blanca y el casco que se
habían convertido en símbolos del Gran Ejército de la República, y había nacido,
crecido y entrenado en el remoto mundo de Kamino, tres años antes. Pero ahora la
armadura sólo era blanca en aquellos lugares libres de manchas de barro o sangre
seca, agujeros, quemaduras o parches carbonizados. El escalafón de Cody estaba
definido por las marcas anaranjadas del casco y los galones del hombro. En la manga
de su brazo derecho llevaba insignias representativas de las campañas en las que
había participado: Aagonar, Praesitlyn, Paracelo Menor, Antar 4, Tibrin, Skor II y
docenas de otros mundos del Núcleo y del Borde Exterior.
Durante los años pasados en los campos de batalla, Obi-Wan había trabado amistad
con varios Comandos Avanzados de Reconocimiento: Alpha, con el que había sido
encarcelado en Rattatak, y Jangotat, en Ord Cestus. Las primeras generaciones de CAR
habían sido entrenadas por el propio
Jango Fett, el mandaloriano que sirvió de base genética para la donación. Aunque
los kaminoanos habían logrado eliminar parte de los rasgos personales de Fett en los
clones normales, con los CAR fueron más selectivos y, en consecuencia, éstos
desplegaban más iniciativa individual y más habilidades para el liderazgo.
Resumiendo, se parecían más al difunto cazarrecompensas, lo que venía a significar
que eran más humanos. Aunque Cody no era un Comando Avanzado de
Reconocimiento por genética, había recibido entrenamiento de CAR y compartía
muchos de sus atributos.
En las fases iniciales de la guerra, los seres humanos trataban a los soldados clon
igual que a las máquinas de guerra que controlaban, o a las armas que disparaban.
Para muchos, tenían más en común con los droides de combate, que surgían por
decenas de miles de los talleres baktoides de los mundos separatistas, que con ellos.
Pero, a medida que más y más soldados clon morían en combate, su actitud empezó a
cambiar. La total dedicación de los clones a la República y a los Jedi evidenció que
podían ser verdaderos camaradas de armas, y que se merecían todo el respeto y com-
pasión de que disponían en este momento. Habían sido los mismos Jedi, junto a otros
oficiales de la República con ideas progresistas, quienes insistieron en que la segunda
y la tercera generación de soldados clon recibieran nombres y no números, para así
fomentar un creciente compañerismo.
—Estoy de acuerdo en que probablemente podemos llegar hasta los niveles
superiores, comandante —dijo por fin Obi-Wan—. Pero, para empezar, ¿cómo
propone que lleguemos a las granjas de hongos?
Cody se irguió con
—Entraremos todolos
lo recolectores.
que pudo y señaló los huertos.
Obi-Wan miró inseguro a Anakin y se lo llevó a un lado para hablar con él.
—Sólo somos dos. ¿Qué opinas?
—Creo que te preocupas demasiado, Maestro.
Obi-Wan cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Quién va a preocuparse por ti si no lo hago yo?
—Ya lo hará alguien —respondió Anakin, sonriendo abiertamente.
—Sólo tienes a C-3P0. Y para eso tuviste que construirlo.
—Piensa lo que quieras.
Obi-Wan entrecerró los ojos.
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—Oh, ya veo. Había supuesto que la senadora Amidala te interesaria más que el
Canciller Supremo Palpatine —antes de que Anakin pudiera responder, añadió—: A
pesar de que ella también es una política.
—No creo haber hecho nada para atraer su interés, Maestro.
Obi-Wan contempló a Anakin un momento, pensativo.
—Es más, si el Canciller Palpatine sintiera una sincera preocupación
por tu bienestar, te habría mantenido más cerca de Coruscant.
Anakin puso su mano artificial sobre el hombro izquierdo de Obi-Wan.
—Quizá, Maestro. Pero entonces, ¿quién se preocuparía por ti?
Los recolectores eran criaturas de anchos cuerpos, poco inteligentes y, pese a los
dos pares de poderosas patas y las pinzas en forma de sierra que se extendían desde
sus mandíbulas inferiores, complacientes mientras no se les amenazara de forma
directa. De sus chatas cabezas crecían antenas curvas que no sólo servían como
sensores para explorar el ambiente que los rodeaba, sino como órganos de
comunicación gracias a la emisión de potentes feromonas.
Cada escarabajo era capaz de transportar hasta cinco veces su considerable peso en
follaje y ramas. Tal y como sucedía con los neimoidianos que los domesticaban, tenían
una sociedad jerárquica que incluía trabajadores, recolectores, soldados y criadores;
todos sirviendo a una reina distante que recompensaba sus esfuerzos con comida.
Obi-Wan, Anakin y los comandos que formaban el Séptimo Escuadrón tuvieron que
correr para mantener el ritmo de los escarabajos, mientras éstos transportaban su
carga recién recolectada desde los huertos hasta la entrada natural de la cueva que se
abría en la base de la colina sobre la que se levantaba la fortaleza. El gran caparazón
de los escarabajos los ocultaba a las portillas de vigilancia controladas por patrullas
de droides de combate PAU. Pero lo más importante era que los recolectores
conocían rutas seguras a través de los campos minados que separaban los árboles de la
fortaleza en sí.
La frecuente costumbre de los escarabajos de bajar las cabezas para intercambiar
información con los compañeros de colmena que se movían en dirección opuesta,
obligaba a los Jedi y a los soldados clon a mantenerse entre las patas traseras de los
recolectores. Obi-Wan corría encorvado, con el sable láser en la mano, pero
desactivado. Cuando por fin tuvieron a la vista la protegida residencia real, cierta
inquietud que interfería en el orden natural de sus columnas pareció apoderarse de
las criaturas. Obi-Wan sospechó que los escarabajos captaban el peligro potencial que
suponía para el nido el tenaz bombardeo republicano. Como respondiendo a esa
crisis, escarabajos-soldado se unieron a la procesión, pastoreando a los más nerviosos
y urgiéndolos para que volvieran a las filas.
La mayor estatura de Anakin le obligaba a permanecer más atrás, casi directamente
bajo la cola del escarabajo. A la derecha de Obi-Wan corría Cody, seguido y
flanqueado por sus compañeros de equipo.
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de infantería.
El enjambre de naves hizo llover desde las alturas rayos de energía contra todo lo
que tenían a la vista, matando recolectores a docenas y convirtiendo el pedregoso
terreno en un gran cementerio. Enormes explosiones brotaron entre las desechas
columnas, a medida que las minas detonaban. Anakin esquivaba rayos mientras corría,
sujetando al comando con el brazo izquierdo. El resto del Séptimo Escuadrón buscó
protección sin dejar de disparar, derribando PAU con una cortina de fuego continuo.
Cody guió al pelotón hasta una trinchera de irrigación poco profunda. Cuando Obi-
Wan llegó a ella, los soldados clon se desplegaron en círculo y siguieron disparando
hacia el cielo. Un segundo después, Anakin se zambullía en la trinchera y depositaba
suavemente al comando en la pendiente llena de barro. El especialista médico del
Séptimo Escuadrón se arrastró hasta el herido, quitándole el cinturón y el casco
semidestrozado.
Obi-Wan contempló fijamente el rostro del clon herido.
Un rostro que nunca olvidaría; un rostro que no podía olvidar aunque quisiera.
Pese a los muchos años transcurridos, seguía recordando la breve conversación con
Jango Fett en Kamino. Miró a Cody y al resto. "Un ejército de un solo hombre... Pero el
hombre adecuado para el trabajo."
El grito de guerra de los clones.
Liberaron rápidamente de la armadura al comando herido y le inyecta-ron
calmantes para que no sufriera convulsiones mientras le retiraban la placa pectoral y
cortaban con una vibrodaga su prenda interior negra. Las pinzas del recolector habían
aplastado la armadura sobre el abdomen del comando; su piel estaba intacta, pero los
cardenales eran importantes.
Sólo quedaba en condiciones de combatir la mitad del ejército original de un millón
doscientos mil clones, por lo que la vida de todos y cada uno de ellos era vital. Podían
reemplazar fácilmente sangre y órganos —"los repuestos", según ellos mismos—,
pero la guerra estaba en pleno crescendo, las bajas en el campo de batalla eran cada
vez mayores y su supervivencia era prioridad máxima.
—Aquí no podemos hacer mucho por él —dijo el médico a Anakin—. Si pudiéramos
conseguir un FX-Siete...
—No necesitamos ningún droide —interrumpió Anakin.
Se arrodilló, apretó las manos contra el abdomen del comando herido y utilizó una
técnica de curación Jedi para impedir que el clon cayera en una conmoción profunda.
Un repentino ruido atrajo la atención de todos.
Muchosmás
murallas objetos
bajasdeldetamaño de un peñasco
la fortaleza. surgían
Cody miró de ellos
hacia unas con
aberturas en las
un par de
macrobinoculares.
—No es un alud —dijo, pasándole los binoculares a Obi-Wan. Este alzó el aparato y
esperó a que la lente se autoenfocase.
Algunas de las armas más temibles del arsenal de la infantería separatista se
acercaba a unos buenos ochenta kilómetros por hora, rodando hacia la trinchera en la
que se encontraban.
Droidekas.
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Pese a toda su confianza en los droides, a todos sus caprichos de alta tecnología y a su
cobardía innata, su avaricia y su astucia, los neimoidianos sentían debilidad por sus hijos...
Siete años de formación como larvas en las colmenas comunales, luchando entre sí por un
suministro limitado de comida y descubriendo a edad tan temprana los beneficios de la
autoconservación y la duplicidad. Los hongos que comían durante esos primeros años
también eran muy apreciados por los adultos. Nada extraño, ya que esos mismos hongos
eran consumidos por todas las especies de la galaxia. Gracias a ellos, los neimoidianos
habían evolucionado hasta convertirse en una sociedad rica, con suficientes naves
espaciales como para atraer la atención de la famosa Federación de Comercio y,
finalmente, con suficientes droides para crear un ejército.
Habría sido natural asumir que los hongos, apreciados tanto por sus virtudes
medicinales como por su valor nutricional, estaban relacionados de algún modo con el
follaje de los manax que recogían los recolectores, pero la verdad es que las ramas y las
hojas sólo eran un medio más para su crecimiento. Las enzimas producidas por los
escarabajos, junto a las húmedas condiciones de las madrigueras y las grutas del nido,
eran lo que provocaba el rápido crecimiento de un producto que sólo necesitaba una pizca
de manipulación y refinado para ser sabroso.
Aunque Obi-Wan no había visitado las granjas de hongos durante los sitios de Deko y
Koru Neimoidia, en cuanto Anakin y él atravesaron el umbral de la cueva que daba
directamente al nido, todas las reuniones informativas a las que había asistido más de
diezElaños
lugarestándar
estaba antes volvieron
atestado a su de
de hojas memoria
manaxcomo un fogonazo.
parcialmente masticadas y colocadas
cuidadosamente en capas, de ramas y de otras impurezas, así como de escarabajos-
obrero, supervisores droides, cintas transportadoras y demás artilugios similares
dedicados a ordenar y transportar los materia-les... No había ningún neimoidiano a la
vista, algo lógico, ya que su doctrina consideraba anatema realizar cualquier clase de
ejercicio. En los profundos nichos de la colina, ocultos de la luz del sol, los hongos, una
especie de champiñones blancuzcos de consistencia blanda y enfermiza, recibían un
tratamiento a base de agentes naturales y sintéticos que aceleraban su crecimiento. Aún
más arriba, en lo que constituían los cimientos de la ciudadela, el producto final, ya
maduro, debía
preparado parade
su estar siendo consumido por las larvas, o bien siendo empaquetado y
exportación.
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Cody ordenó al escuadrón que asegurase la zona. Los más retrasados todavía sufrían el
acoso del fuego esporádico de los PAU, pero los pilotos droides no podían acercarse más a
la entrada debido a los cadáveres de los escarabajos muertos amontonados en la entrada.
El médico del Séptimo Escuadrón corrió hasta alcanzar a Obi-Wan y a Anakin.
—Señores, les recomiendo que mantengan sus respiradores a mano. Es muy posible que
no tengamos que adentramos más en el nido, pero existe la posibilidad de que en otras
zonas nos topemos con esporas flotando libremente.
Obi-Wan enarcó las cejas.
—¿Tóxicas, sargento?
—No, señor, pero sabemos que las esporas tienen un efecto adverso en los
humanos.
—¿Qué efecto? —preguntó Anakin.
—Se describe muy a menudo como "trastorno embriagador", señor. Obi-Wan miró a
Anakin.
—Entonces, sugiero que le hagamos caso.
Los dedos de su mano izquierda palpaban el pequeño respirador equipado con dos
pequeños cilindros de oxígeno que llevaba en uno de los bolsillos del cinturón. En ese
momento, varias descargas láser surcaron la gruta. Dos de los comandos se
desplomaron en el acto, alcanzados en la parte superior del pecho.
La fuente del súbito ataque se encontraba en la desembocadura de un estrecho
túnel lateral que se sellaba mediante una puerta que se deslizaba hacia arriba. Anakin
corrió hacia el túnel, empuñando el sable láser con ambas manos y desviando la
mayoría de los disparos que le hacían desde la entrada.
Obi-Wan saltó a un lado, moviendo la hoja de su propio sable para detener un par de
láseres que habían sobrepasado a Anakin. Devolvió el primero hacia su origen y
desvió el segundo en un deliberado ángulo descendente. El rayo golpeó el duro suelo
de la gruta, rebotó contra una de las paredes, después contra al techo y contra otra
pared, y terminó impactando en el panel de control que controlaba la puerta del
túnel.
Se produjo un diluvio de chispas y el dispositivo se cortocircuito". Una puerta de
pesado metal cayó de su agujero en el muro, sellando el túnel con un ruido sordo.
Anakin apagó el sable láser, lanzando una mirada de agradecimiento por encima
del hombro.
—Bien hecho, Maestro.
—La belleza de la Forma III —dijo Obi-Wan con una indiferencia teatral—. Deberías
intentarlo
—Siemprealgún día.sido mejor que yo en tácticas evasivas —aceptó irónica-mente
has
Anakin—. Yo las prefiero más directas.
Obi-Wan puso los ojos en blanco.
—Maestro de la moderación.
—General Kenobi —llamó el especialista en comunicaciones desde el extremo
opuesto de la gruta—. Los informes de reconocimiento indican que el virrey Gunray y
su séquito se dirigen a los hangares de lanzamiento. Están protegidos por
superdroides de combate, un grupo de los cuales converge hacia nuestra posición.
Anakin se giró hacia Obi-Wan.
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—Uno de nosotros tiene que atraer la atención de esos droides. —Uno de nosotros
—repitió Obi-Wan—. ¿No te da la impresión de que ya hemos vivido antes una
situación similar?
—La belleza de nuestra relación, Maestro. Tú atraes a los guardaespaldas y yo
capturo a Gunray. Nunca nos ha fallado, ¿verdad?
Obi-Wan apretó los labios.
—Depende del punto de vista, Anakin.
Éste frunció el ceño.
—Bien. Entonces, esta vez haré yo de cebo.
—Eso no tiene sentido —protestó rápidamente Obi-Wan, agitando la cabeza—.
Cada uno tiene habilidades propias.
Anakin no pudo contener una sonrisa.
—Sabía que atenderías a razones, Maestro —señaló a cuatro comandos—.
Vosotros vendréis conmigo.
—¡Sí, señor! —respondieron los cuatro al unísono.
Obi-Wan, Cody y el resto del Séptimo Escuadrón se dirigieron a los tur-
boascensores. Obi-Wan no había recorrido ni cinco metros cuando se detuvo y dio
media vuelta.
—Anakin, sé que tenemos cuentas pendientes con Gunray, pero no conviertas esto
en un asunto personal. ¡Lo necesitamos vivo!
Oh, pero resulta que sí es personal , se dijo Anakin, mientras contemplaba cómo Obi-
Wan, Cody y los cuatro soldados desaparecían en el turboascensor. Era personal por
lo que Mute Gunray había hecho en Naboo, trece años antes.
Era personal porque tres años antes Gunray había contratado a Jango Fett para que
asesinara a Padmé. Primero, colocando una bomba en su nave; después, con un par de
kouhuns que un multiforme logró meter en las habitaciones senatoriales de Padmé,
en Coruscant.
La mujer que Anakin amaba por encima de todo lo demás. Su esposa. El más
profundo y luminoso de sus secretos. Ni siquiera Obi-Wan lo conocía, ya que causaría
problemas entre ellos.
Y, por último, era personal por todo lo que había sucedido en Geonosis: la parodia de
juicio, la sentencia, las ejecuciones en el circo...
Y en el supuesto de que pudiera dejar todo eso de lado, como Obi-Wan quería que
hiciera, era personal porque Gunray se había unido a Dooku y a los separatistas y
planeado una guerra desde el principio. Una guerra que había supuesto la ruina de
miles de mundos.
La muerte de los líderes separatistas era la única solución. Siempre había sido la
única solución, pese a las objeciones de ciertos miembros del Consejo Jedi, que todavía
creían en las soluciones pacíficas; pese a los esfuerzos del Senado para atar las manos
al Canciller Supremo Palpatine con la intención de que los políticos corruptos
pudieran seguir aprovechándose, llenando los bolsillos interiores de sus elegantes
capas con las comisiones de las corporaciones inmorales que alimentaban la
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Qui-Gon Jinn nunca creyó en el truco del cebo , pensó Obi-Wan mientras los comandos
y él viajaban en el turboascensor hasta los niveles bajos de la fortaleza. Utilizar un
cebo implicaba cierta planificación por adelantado, y Qui-Gon no tenía paciencia para
eso. Reaccionaba ante las situaciones tal como se presentaban, cuadrando los hombros
y lanzándose con audacia hasta el origen de los problemas, confiando en que tanto su
instinto como su sable láser se encargarían de todo. Debió de ser difícil para él servir
bajo las órdenes de un Maestro Jedi tan metódico como Dooku, un consumado
planificador, un consumado duelista.
Y ahora un Sith.
En cierto modo, tenía sentido.
El deseo de dominar y controlar.
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Durante cierto tiempo, la relación de Obi-Wan y Anakin había pasado por los
mismos problemas. Anakin era claramente tan poderoso en la Fuerza como cualquier
Jedi que se hubiera sentado alguna vez en el Consejo, pero, como Obi-Wan le decía
una y otra vez, la esencia de un Jedi no consistía en el dominio de la Fuerza, sino en el
dominio de uno mismo. Si Anakin llegaba a aceptar eso algún día, entonces sería
verdaderamente invencible. Hacía más de una década que Qui-Gon había tenido la
visión necesaria para descubrirlo, y que Obi-Wan sintió que su deber hacia su antiguo
Maestro le dictaba ayudar a Anakin a cumplir con su destino.
Su fe en Anakin había aumentado tanto, que él se había convertido en su más firme
defensor ante los miembros del Consejo, quienes sentían una progresiva aprensión
ante los progresos del joven y mucha incomodidad por su relación particular, casi
familiar, con el Canciller Supremo Palpatine. Si Anakin solía decir que Obi-Wan era el
padre que nunca tuvo, Palpatine resultaba ser su tío inteligente, su consejero, su
mentor en todos los aspectos de la vida ajenos al Templo.
Obi-Wan comprendía que Anakin le tuviera cierta envidia, ya que él había sido
elegido miembro del Consejo. ¿Cómo podía no sentirla, si fue nombrado el Elegido,
respaldado continuamente por los elogios de Palpatine e impulsado a demostrar a su
anterior Maestro que podía ser el perfecto Caballero Jedi?
En innumerables ocasiones, los intrépidos actos de Anakin les habían permitido
derrotar a unos enemigos aparentemente imposibles. Pero también eran incontables
las veces en que la prudencia de Obi-Wan los había salvado en el último instante. Obi-
Wan no sabía si la previsión era algo innato en él o resultado de su continua
fascinación ante la gran visión de la Fuerza unificadora. Sólo podía asegurar que había
aprendido a confiar en los instintos de Anakin.
En ocasiones.
Si no, no habría aceptado seguir actuando como cebo.
—La próxima parada es la nuestra, general —anunció Cody tras él. Obi-Wan se giró
y vio cómo el clon metía un nuevo cargador en su DC-15, antes de oír el familiar
chasquido del mecanismo de recarga del arma. El Jedi situó el pulgar sobre el botón
activador de su sable láser.
—¿Cómo quiere que actuemos, señor?
—Usted es el experto, comandante. Lo seguiré.
Cody asintió con la cabeza, quizá sonriendo bajo su casco.
—Bien, señor, nuestras órdenes son simples: matar a tantos enemigos como sea
posible.
Obi-Wan
soldado clonrecordó
llamadola Nate
conversación
sobre lasque él mismo entre
similitudes mantuvo en Ord
los Jedi Cestus
y los con Los
clones. un
primeros habían nacido con midiclorianos para servir a la Fuerza; los segundos
estaban programados para servir a la República.
Pero las similitudes terminaban ahí, porque los soldados clon nunca pensaban en
las posibles repercusiones de sus actos. Se les encomendaba una misión y ejecutaban
las órdenes en la medida de sus posibilidades, mientras que hasta los Jedi más
poderosos tenían sus momentos de duda. Qui-Gon siempre había criticado al Consejo
por ser demasiado autoritario y promover métodos de enseñanza inflexibles.
Consideraba al Templo como un lugar donde los candidatos eran "programados" para
convertirse
no era ajenoen Jedi en vez
a lo quedelos
un lugar
Jedi donde crecer
llamaban hasta convertirse
"negociaciones en Jedi. Qui-Gon
agresivas", y que
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habitualmente tenía más que ver con los sables láser que con la diplomacia, pero Obi-
Wan se preguntaba lo que habría opinado su antiguo Maestro sobre la guerra.
Recordó, como si fuera ayer, la pulla de Dooku en Geonosis: el Conde le aseguró que
Qui-Gon habría terminado uniéndose a él y convirtiéndose en un abanderando de la
causa separatista.
En cuanto el turboascensor se detuvo, dos comandos lanzaron granadas de
impacto al pasillo que se abría ante ellos, y los droides de combate que les esperaban
a derecha e izquierda se vieron arrojados contra las paredes y el techo. Obi-Wan lo
supo porque el pasillo se convirtió rápidamente en un torrente de rayos láser. Cody y
los demás se lanzaron al suelo, y sus armas rugieron. Los secos staccatos no tardaron
en acabar con los droides, pero ya llegaban nuevos refuerzos.
Mientras el equipo de Obi-Wan se abría paso por el pasillo en dirección a las salas
de empaquetado y embarque de la ciudadela, dos de los comandos cayeron bajo el
fuego enemigo. Pero a medio camino se toparon con el contingente de superdroides
de combate que los neimoidianos habían enviado contra los infiltrados.
Comparar a un alto y delgado droide de infantería con un superdroide de combate
negro era como comparar a un muun con un campeón de bolachoque. Una
decapitación rápida era imposible porque la cabeza de los superdroides estaba
encajada y fusionada con su ancho torso. Un fuerte blindaje protegía sus largos
brazos y sus largas piernas. Sus manos sólo servían para sujetar y disparar los rifles de
concentrada energía.
—¡Parece que se han tragado el cebo, general! —gritó Cody mientras Obi-Wan,
dos comandos más y él intentaban entrar en una sala lateral.
—¡Otra acción coronada por el éxito! ¡Ya sólo nos queda sobrevivir!
Cody señaló la entrada a una segunda sala, en la pared opuesta de aquella en la
que encontraban.
—Por allí —gritó—. Al otro lado hay un segundo grupo d e turboascensores —tocó
el hombro de Obi-Wan para reclamar su atención—. Usted primero, nosotros lo
cubriremos. ¡Adelante!
Obi-Wan entró en el cuarto, desviando rayos láser y mutilando a dos superdroides
de combate que le impedían el paso. La sala estaba atiborrada de contenedores de
embarque en forma de ataúd fabricados con alguna aleación ligera. Varios droides
obreros trasladaban los contenedores a una zona adyacente de empaquetado. Un
droide de combate apareció sin previo aviso en la entrada. Obi-Wan estudió el
mecanismo empotrado en la pared que accionaba las puertas correderas, adoptó una
posición defensiva
droide contra 61 y eenviar
hizo loelmismo queaen
segundo la gruta:
través de ladevolver el primer
sala, contra disparo láser
el mecanismo de del
las
puertas.
El plan habría funcionado si un droide obrero no hubiera entrado en la sala en un
momento inoportuno, guiando un contenedor flotante tras él. Tras rebotar contra el
suelo, el láser desviado atravesó el recipiente antes de alcanzar el mecanismo de la
puerta. Las hojas intentaron cerrarse, pero el contenedor ya había caído entre ambas,
y volvieron a abrirse. Intentaban cerrarse y se abrían, intentaban cerrarse y se
abrían...
Y cada vez que se abrían, un droide de combate se deslizaba dentro de la sala
disparando y obligandodonde
entrado originalmente, a Obi-Wan a retroceder
los comandos y los hacia la puerta
superdroides de por la quetodavía
combate había
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—¡Señores, esto es un terrible error! —logró decir TC-16 en una breve pausa de la
batalla.
—Que se calle —cortó Anakin, dirigiéndose al comando clon más cercano al droide.
—Pero, señores...
Un segundo comando miró a Anakin y le hizo señas, señalando el pasillo que se
encontraba tras ellos—. Llegan seis droides de infantería. Nos van a coger entre dos
fuegos.
—¡No!, seguidme... —respondió Anakin— ...y traed al droide. Una sorda exclamación
de desaliento escapó del sistema parlante del TC-16.
La furia nubló los ojos de Anakin. Giró en el cruce de pasillos, sosteniendo en alto el
sable láser, que empuñaba con la mano derecha. No necesitaba utilizar la Fuerza
porque, como solían decir tantos Jedi, estuviera donde estuviera, siempre se
encontraba inmerso en ella. En cambio, recurrió a su rabia, evocando imágenes que la
alimentasen. No le resultó difícil, tenía muchas donde elegir: imágenes de un
campamento tusken en Tatooine, de Yavin 4, de la derrota en Jabiim, de Praesitlyn...
Con la hoja azul relampagueando, trazó un arco a través de los superdroides de
combate, abriendo sus bruñidos caparazones con tajos diagonales, cortando sus brazos
armados y desestabilizándolos al desviar los disparos hacia sus rodillas herméticamente
selladas. Sin dejar que un solo tiro pasara su guardia para que los comandos que lo
seguían pudieran concentrar el fuego en los superdroides que Anakin sólo averiaba.
Sus enemigos caían a ambos lados, casi como si se rindieran.
Concentrado en la ruta que habían tomado Gunray y sus lacayos. Anakin corrió por
pasillos, dobló esquinas sin reducir la marcha y aceleró a toda velocidad por el hangar
de despegue situado al final del último pasillo. Enfrentado a una compuerta en iris,
clavó la resplandeciente hoja láser en el metal como si fuera carne. Con los labios
abiertos y dejando entrever los dientes, intentó que su sable describiera un círculo en la
puerta. Hizo acopio de toda su voluntad para acelerar la tarea, pero el sable láser no
podía fundir el metal más deprisa de lo que ya lo hacía, por mucho que lo empuñara un
poderoso Jedi.
Retiró la hoja y retrocedió un paso. Entonces movió las manos, invocando a la Fuerza
y deseando que el iris se abriera. La puerta se estremeció, pero siguió cerrada. Volvió a
intentarlo, gritando a través de dientes apretados.
Cuando los comandos llegaron por fin hasta él, se giró hacia ellos.
—¡Voladla!
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Alertado por los comandos de que el aire estaba saturado de esporas, Anakin
mantuvo su respirador en la boca mientras se aproximaba a la sala en la que Obi-Wan se
había enfrentado a cincuenta droides, ahora esparcidos por el suelo. Cuando entró en
ella, un oscilante y confuso Obi-Wan acababa con el último.
Cuando cayó ese último droide, Obi-Wan dirigió inconscientemente la punta de su
sable láser hacia el suelo y se quedó quieto, tambaleándose en su sitio y respirando con
dificultad, pero sonriendo ampliamente.
—Anakin —saludó alegre—. ¿Cómo estás?
Cuando Anakin se acercó a él. Obi-Wan se derrumbó en sus brazos.
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—En este mismo momento estamos calculando las coordenadas para saltar a
velocidad luz, virrey —dijo el más cercano—. Unos segundos más y estaremos muy
lejos de Cato Neimoidia. Sus aliados del Consejo Separatista nos esperan en el Borde
Exterior.
—Eso espero —contestó Gunray, mientras la nave se veía sacudida por una
tremenda explosión.
Tras Gunray se encontraba el oficial Rune Haako, con un bonete en forma de cresta;
y, detrás de Haako, varios funcionarios financieros, legales y diplomáticos, cada uno
con su sombrero distintivo. Los droides empezaban a descargar sus posesiones, los
tesoros por los que Gunray se había arriesgado tanto.
Llamó a Haako a su lado, mientras los demás salían del estéril hangar.
—¿Crees que tendremos alguna oportunidad de volver y recuperar lo que hemos
dejado atrás?
—Ni la más remota —respondió Haako con rotundidad—. Nuestros mundos
pertenecen ahora a la República. Nuestra única esperanza es encontrar refugio en el
Borde Exterior. Por otra parte, esta nave tendrá que convenirse en nuestro hogar... ¡y
quizás en nuestra última morada!
La tristeza asomó a los ojos rojos de Gunray.
—Pero mis colecciones, mis recuerdos...
—Sus posesiones más preciadas lo acompañan —arguyó Haako, señalando los
contenedores ya apilados junto ala rampa de desembarco—. Lo más importante es que
hemos conseguido escapar con vida. Un poco más y hubiéramos caído en manos de los
Jedi.
Gunray se permitió asentir con la cabeza.
—Me lo advertiste.
—Sí.
—Cuando ganemos la guerra, el Conde Dooku nos ayudará a encontrar nuevos
mundos en los que establecernos.
—Si ganamos la guerra, querrás decir. La República parece decidida a expulsarnos de
la galaxia.
Gunray hizo un gesto despectivo con sus dedos gordezuelos.
—Contratiempos temporales. La República todavía no ha visto el rostro de su
verdadero enemigo.
Haako se encogió ligeramente de hombros ante la referencia. —Pero... ¿bastará con
él, virrey? —preguntó tranquilamente.
Gunray no dijo nada, aunque las últimas semanas se había estado haciendo la misma
pregunta.
Una cosa estaba clara: los días de gloria de la Federación de Comercio habían
terminado. Irónicamente, el individuo responsable de ese periodo de esplendor, y del
ascenso del propio Nute Gunray, era el mismo que lo había traicionado repetidamente,
y al que Gunray y los demás separatistas se veían forzados a suplicar que los salvara.
Darth Sidious, el Señor Sith.
En Dorvalla y Eriadu, manipulando los acontecimientos para aumentar cl poder y la
influencia de los neimoidianos; en Naboo, ordenando el bloqueo del planeta, el
asesinato de dos Jedi y la muerte de la Reina... Un desastre para la Federación de
Comercio. Desde entonces,
declarar culpable a Gunray ylasus
República había
principales dedicado años
funcionarios, de esfuerzo
y a romper a intentar
el dominio de la
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Federación de Comercio sobre el transporte galáctico. Pero durante todo ese tiempo de
humillación pública. Gunray no había mencionado ni una sola vez el papel jugado por
Sidious.
¿Por miedo?
Ciertamente.
Pero también porque se había dado cuenta de que Sidious nunca lo abandonaba
completamente. Más aún, de alguna manera, el Señor Oscuro se había encargado de
que los juicios nunca llegasen a celebrarse, de que no se dictara ningún veredicto o de
que no se cumplieran los castigos. A medida que el movimiento separatista ganaba
poder y amenazaba la seguridad de naves y cargamentos en los sectores más lejanos de
la galaxia, la Federación de Comercio conseguía incrementar su ejército de droides de
combate tratando directamente con mundos como Geonosis e Hypori, donde se
fabricaban. Gracias, sobre todo, a la súbita inestabilidad de la República, habían podido
cerrarse tratos muy lucrativos entre la Federación de Comercio y la Alianza Corporativa,
el Clan Bancario Intergaláctico, la TecnoUnión, el Gremio de Comercio y otras entidades
corporativas.
Durante el último intento de juzgar a la Federación de Comercio, el Conde Dooku se
acercó a Gunray y le prometió que todo terminaría bien para ellos. En un momento de
debilidad, Gunray se había sincerado con él, contándole toda la verdad, incluida su
relación con Darth Sidious. Dooku lo escuchó atentamente y le prometió que, aunque él
había abandonado la Orden hacía ya algunos años, llevaría el tema al Consejo Jedi.
Gunray tenía sentimientos encontrados acerca de la intención de Dooku de crear un
movimiento separatista, sobre todo porque la corrupción del Senado de la República a
menudo redundaba en beneficio de la Federación de Comercio. Pero si la Confederación
de Sistemas Independientes de Dooku podía eliminar parte de los sobornos y
comisiones que eran moneda corriente en el comercio galáctico, mejor.
Pronto quedaron al descubierto los verdaderos objetivos de Dooku: estaba menos
interesado en ofrecer una alternativa a la República que en ponerla de rodillas... incluso
por la fuerza, de ser necesario. Si la Federación de Comercio se las había arreglado para
reunir un ejército ante las mismas narices del Canciller Supremo Finis Valorum, Dooku
había hecho que los talleres baktoides suministrasen armas a toda corporación dis-
puesta a aliarse a él.
No obstante, Gunray se había resistido a ofrecer su apoyo incondicional a los
separatistas... Al menos mientras existiera la oportunidad de seguir obteniendo
beneficios en los innumerables sistemas estelares de la República. Imponiendo su
propio criterio,
un acuerdo había logrado
exclusivo: imponer
la muerte de la aanterior
Dooku una condición
Reina previa
de Naboo, a la aceptación
Padmé de
Amidala, que
había desbaratado los planes de Gunray en dos ocasiones y que era la voz acusadora
que más se había hecho oír durante sus juicios.
Para organizar el atentado, Dooku contrató a un cazarrecompensas que intentó dos
veces asesinar a la senadora Amidala, pero fracasó. Entonces llegó Geonosis.
Pero cuando Gunray tuvo por fin a Amidala en sus garras, y nada menos que acusada
de espionaje, Dooku se equivocó negándose a matar a la mujer y alzando la mano
contra los Jedi, provocando que doscientos de ellos aparecieran con un ejército clon
que la República había creado en secreto.
Ese consiguieron
Haako día, Gunray vivió la primera
escapar a duras de unade
penas larga serie de
la batalla queajustadas
se librabahuidas. Gunray y
en la superficie
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del planeta, y reunieron las naves nodriza y los transportes de droides que les
quedaban.
En aquel momento ya era tarde para distanciarse de la Confederación de Dooku.
La guerra estalló, y a Dooku le llegó el turno de hacer unas cuantas revelaciones: ¡El
también era un Sith, y su Maestro era nada más y nada menos que Sidious! Nute Gunray
no se preocupó de averiguar si el Conde era el sustituto del temible Darth Maul o si era
Sith desde sus años de formación en la Orden Jedi; lo único que le importaba era que
volvía a encontrarse en la misma posición que tantos años atrás: al servicio de fuerzas
que de ninguna manera podía controlar.
Mientras la guerra le había ido bien a sus intereses, no le había importado a quién
servía. Los negocios habían continuado adelante, y la Federación de Comercio consiguió
consolidar su hegemonía. Por un tiempo, incluso dio la impresión de que podía hacerse
realidad el sueño de Sidious y Dooku de aniquilar a la República, pero encontraron un
digno antagonista en la persona del Canciller Supremo Palpatine, también procedente
de Naboo. Este nunca había impresionado a Gunray, pero no sólo había conseguido
permanecer en el poder más años de los que le correspondían por su cargo, gracias a
una combinación de encanto e ingenio, sino que se las había arreglado para cambiar el
curso de la guerra junto a los Jedi. Poco a poco, la rueda empezó a girar en sentido
contrario, la República empezó a recuperar un mundo separatista tras otro, y ahora
hasta el propio virrey Nute Gunray se veía expulsado del Núcleo.
Era una tragedia para la Federación de Comercio; y se temía que una tragedia para
toda la especie neimoidiana.
Contempló las escasas posesiones que había sido capaz de reunir: sus costosas
túnicas y mitras, las resplandecientes joyas, las inestimables obras de arte...
Un repentino escalofrío recorrió su espina dorsal. La protuberancia de su frente y la
mandíbula inferior temblaron temerosas. Sus ojos se desorbitaron en su rostro gris
jaspeado al girarse hacia Rune Haako.
—¡La silla! ¿Dónde está la silla?
Haako lo contempló, desconcertado.
—¡La mecano-silla! —exclamó Gunray—. ¡No está aquí!
Los ojos de Haako se llenaron de aprensión.
—No hemos podido olvidarla.
Gunray asintió preocupado, intentando recordar cuándo y dónde la había visto por
última vez.
—Estoy seguro que la llevamos hasta el hangar de lanzamiento. ¡Sí, sí, recuerdo
haberla
—Pero visto
la allí! Pero, con las
programaste paraprisas por despegar...
autodestruirse, ¿no? —gimió Haako—. ¡Dime que la
programaste!
Gunray lo miró fijamente.
—Creí que la habías programado tú.
Haako gesticuló, descontrolado.
—¿Yo? ¡Ni siquiera conozco la secuencia de códigos!
Gunray se quedó callado un momento.
—Haako, ¿y si decidieran trastear con ella?
La boca de Haako se retorció de preocupación.
—Sin los códigos,
—Tienes ¿qué
razón. Por ganarían?
supuesto, tienes razón.
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Gunray intentó convencerse a sí mismo. Al fin y al cabo sólo era una mecano-silla;
exquisitamente tallada, si, pero una simple silla ambulante. Una silla ambulante
equipada con un transmisor de hiperonda. Un transmisor de hiperonda que le había
entregado catorce años antes...
—¿Y si descubre que la hemos dejado atrás? —gimió Gunray.
—¿Sidious? —dijo suavemente Haako.
—¡Sidious no!
—¿Se refiere al Conde Dooku...?
—¿Es que estás clínicamente muerto? —chilló Gunray—. ¡Grievous! ¿Y si lo descubre
Grievous?
El comandante supremo de los ejércitos droide, el general Grievous, había sido el
regalo de San Hill a Dooku. Antes, un bárbaro; ahora, una monstruosidad cibernética
consagrada a la muerte y a la destrucción. El carnicero de poblaciones enteras, el
devastador de incontables mundos...
—No es demasiado tarde —dijo de repente Haako—. Podemos comunicarnos con la
silla desde aquí.
—¿Podemos ordenarle que se autodestruya?
Haako agitó su cabeza negativamente.
—Pero podemos darle instrucciones para qua programe su propia autodestrucción.
Un técnico los interceptó mientras corrían hacia una consola de comunicaciones.
—Virrey, estamos preparados para saltar a velocidad luz.
—¡Ni se te ocurra hacerlo! —gritó Gunray—. ¡No hasta que yo dé la orden!
—Pero, virrey, la nave no podrá resistir el bombardeo...
—¡El bombardeo es la menor de nuestras preocupaciones!
—¡Deprisa! —insistió Haako—. ¡No tenemos mucho tiempo! Gunray se apresuró para
unirse a él frente a una consola.
—No le cuentes esto a nadie —le advirtió.
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En aquellos tiempos, una cita con el Canciller Supremo Palpatine no era algo que
pudiera tomarse a la ligera... Ni siquiera para un miembro del llamado Comité
Legitimista. ¿Una cita?
Más bien una audiencia.
Bail Organa acababa de llegar a Coruscant, y aún vestía la capa azul oscuro. la túnica
con volantes y las botas negras hasta la rodilla que su esposa había elegido para el viaje
desde Alderaan. Sólo había pasado un mes estándar lejos de la capital galáctica y
apenas podía creer los perturbadores cambios que habían ocurrido durante su corta
ausencia.
Alderaan seguía pareciendo un paraíso, un santuario. Sólo pensar en la belleza azul y
blanca de su mundo natal le hacía anhelar estar allí, volver a encontrarse en compañía
de su amada esposa.
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LosAntes de la guerra,
proyectos una corrupción
de ley languidecían, lasextendida había ahogado
medidas necesarias el procesoaños
se retrasaban legislativo.
sin ser
puestas en práctica, las votaciones eran cuestionadas y los recuentos de votos se
repetían interminablemente... Pero uno de los efectos de la guerra había sido sustituir
la corrupción y la inercia por el abandono del deber. Los discursos razonados y los
debates se habían vuelto tan raros como arcaicos. En un clima político donde los
representantes tenían miedo a decir lo que pensaban resultaba más fácil, y más seguro,
ceder el poder a quienes, al menos, parecían disponer de algún atisbo de verdad.
—Es libre de marcharse —dijo el soldado por fin, aparentemente convencido de que
Bail fuera realmente quien sus credenciales decían que era. Bail se rió por dentro.
¿Libre de marcharme adónde?, se preguntó.
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En las alturas de Coruscant no se podía ser un peatón. Caminar era una actividad
reservada a los que ocupaban los niveles inferiores del planeta. Bail detuvo un aerotaxi
y pidió al chofer-droide que lo llevase al edificio del Senado.
Fuera del paisaje normal, por encima de la miríada de desfiladeros abisales que
hendían el panorama urbano, lejos de las patrullas de seguridad o los ojos fisgones de
los espías de la República, Coruscant se parecía mucho al planeta que Bail había
conocido. El tráfico era tan denso como siempre, con naves llegando de forma perpetua
e ininterrumpida desde todos los puntos de la galaxia. Se habían abierto nuevos
restaurantes y se había creado más arte. Paradójicamente, en el aire parecía flotar más
jovialidad y oportunidades que nunca para caer en toda clase de vicios. Incluso con el
comercio del Borde Exterior interrumpido, muchos habitantes de Coruscant llevaban
una buena vida, y muchos senadores seguían gozando de los ilimitados privilegios que
disfrutaban desde los años previos a la guerra.
Desde allí arriba, uno tenía que fijarse mucho para descubrir los cambios.
En el ovalado aerotaxi, por ejemplo.
La delgada cinta que recorría la pantalla situada ante los asientos de los pasajeros
era un anuncio que exaltaba las virtudes de COMPOR, la Comisión para la Protección de
la República.
NO APLICABLE NECESARIAMENTE A LOS NO HUMANOS.
Y allí, destellando sobre la fachada de un rascacielos de oficinas, una de las últimas
noticias de la HoloRed detallaba la victoria republicana en Cato Neimoidia. Últimamente
sólo emitían una victoria tras otra, con alabanzas para el Gran Ejército de la República y
gloria para los soldados clon.
Raramente se mencionaba a los Jedi, salvo cuando uno de ellos era condecorado por
Palpatine en la Gran Plaza del Senado, ya fuera el joven Anakin Skywalker o algún otro.
Apenas se veía a un Jedi adulto en Coruscant. Diseminados por de toda la galaxia.
lideraban a las compañías de soldados en la batalla. A las holonoticias les encantaba
utilizar la frase "pacificación agresiva" para describir sus actos. Pese a lo difícil que era
forjar una amistad con los Jedi, Bail había llegado a conocer a algunos: los Maestros
Obi-Wan Kenobi, Yoda. Mace Windu, Saesee Tiin..., los pocos privilegiados que también
habían podido entrevistarse personalmente con Palpatine.
Bail se removió en su asiento.
Ni los críticos más despiadados e Palpatine en el Senado, o en los distintos medios de
comunicación, podían evitar valorar positivamente aquello en lo que Coruscant se había
convertido. Aunque Palpatine no era tan inocente como pretendía. no se le podía culpar
de todo
hecho aquello.
ganar Para empezar,
su elección. su según
AI menos talento para
Bail ser sincero
Antilles, y exigente
predecesor a la
de Bail envez le había
el Senado.
"Baca trece años, el Senado sólo estaba interesado en librarse de Finis Valorum", le
había dicho una vez Antilles. El pobre Valorum, que había creído sinceramente que
podría aportar honestidad al Senado. Incluso en aquellos días, Palpatine tenía su
porción de amigos influyentes.
Aun así, Bail no podía evitar preguntarse quién habría sucedido a Palpatine como
Canciller Supremo si las crisis separatistas de Raxus Prime y Amar 4 no hubieran
ocurrido en un momento tan oportuno, justo cuando estaba a punto de expirar el
mandato de Palpatine. Recordó los argumentos esgrimidos para aprobar el Acta de
Poderes
del río". de
PorEmergencia. En resumen,
entonces, muchos que era
senadores peligroso
creían "cambiar
que la de caballo
República en medio
debía esperar el
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momento propicio y permitir que el movimiento del Conde Dooku alcanzase su pleno
desarrollo.
Pero todo cambió cuando la magnitud de la amenaza separatista se hizo patente.
Todo cambió cuando seis mil mundos se separaron de la República, atraídos por la
promesa de un comercio libre y sin restricciones. Todo cambió cuando corporaciones
fuertemente armadas, como el Gremio de Comercio y la TecnoUnión, se alinearon con
Dooku. Todo cambió cuando el Borde Exterior y la Ruta de Comercio de Rimma fue
inaccesible para los cargamentos de la República.
En consecuencia, el Senado votó una enmienda a la Constitución, aprobada por
mayoría abrumadora, y prorrogó el mandato de Palpatine por tiempo indefinido, dando
por supuesto que dimitiría voluntariamente de su cargo cuando la crisis terminase. No
obstante, la probabilidad de una resolución rápida de la crisis se evaporó muy pronto.
De repente, el antes cortés y modesto Palpatine se convirtió en el campeón de la
democracia, jurando que jamás abandonaría a una República dividida.
Empezaron a circular rumores sobre la necesidad de un Acta de Reclutamiento
Militar, pero el propio Palpatine se negó a crear un ejército republicano. Eso se lo dejó a
otros, sobre todo a Sand Panthers. Finalmente, hasta intentó negociar un tratado de
paz, pero el Conde Dooku se negó a escucharlo.
Por eso se declaró la guerra.
Bail recordaba con claridad el día en que había comparecido en un halcón del Edificio
Administrativo del Senado junto a Palpatine, Mas Amedda, los senadores malastarianos
y varios otros. Ese día presenció cómo miles de soldados clon embarcaban en enormes
naves que llevarían la guerra a los separatistas. Podía recordar con claridad su absoluto
desconsuelo. La guerra y el mal habían regresado tras más de mil años de paz.
Mejor dicho, se les había permitido regresar.
No obstante, Bail dejó a un lado sus sentimientos y cumplió con su papel, elaborando
leyes que antes hubiera denunciado públicamente, apoyando "la eficaz modernización
de una engorrosa burocracia" de Palpatine. Y durante la Enmienda Reflex, catorce
meses atrás, sus temores resurgieron y se intensificaron. La repentina desaparición del
senador Seti Ashgad, a raíz de oponerse a la instalación de cámaras de vigilancia en el
edificio del Senado: la sospechosa explosión de una fragata estelar en la que Finis
Valorum viajaba como pasajero; la aprobación de una ley de seguridad que concedía a
Palpatine máximos poderes en Coruscant...
La conducta del mismo Canciller Supremo, con frecuencia aislado por su cohorte de
consejeros y sus ilegales guardias personales ataviados de rojo, o su inflexible
disposición a continuar
Palpatine había luchando
desaparecido. hasta
Y con él, ganarla
el dócil guerra... El humilde
Bail Organa. y modesto
Bail juró exponer
abiertamente sus preocupaciones y empezó a cultivar la amistad de senadores que
compartían sus mismas preocupaciones.
Cuando el aerotaxi descendió, algunos de ellos lo esperaban en la amplia plaza que
se extendía frente al edificio con forma de bongo del Senado: Padmé Amidala, de
Naboo; Mon Mothma, de Chandrila; los senadores humanos Terr Taneel, Bana Breemu y
Fang Zar; y el senador alienígena Chi Eekway.
Delgada y con el pelo corto, Mon Mothma corrió para abrazar a Bail cuando éste se
acercó.
—Una ocasión
audiencia importante. Bail —le susurró a su oído izquierdo—. Tenemos una
con Palpatine.
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—Quizá no, pero tienen que comprender que está muy ocupado. Cada día se
producen nuevos acontecimientos que requieren su atención —Pestage miró a Bail—.
Creo que muchos de ustedes son amigos del Consejo Jedi. ¿Por qué no lo visitan
mientras intento buscar un hueco en su agenda?
La furia moteó el rostro barbado de Bail.
—No nos marcharemos hasta que nos reciba, Sate.
Pestage forzó una sonrisa.
—Es su prerrogativa, senador.
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otros miembros del Consejo seguían creyendo que mentía acerca de Sidious. Dos de
esos miembros estaban convencidos de que Dooku era el mismo Señor Oscuro y que.
de algún modo, se había tutelado a sí mismo —quizá mediante un holocrón Sith— en el
aprendizaje y el uso de los poderes del Lado Oscuro.
Ahora, ese Sidious parecía ser real, y Obi-Wan no sabía qué pensar.
Habían organizado una caza de los aliados Sith de Dooku casi desde el principio de la
guerra. Era sabido que Dooku entrenó a diversos Jedi en las artes oscuras; Caballeros
Jedi que perdieron la fe en los ideales de la República, padawan fascinados por el poder
del Lado Oscuro y novicios mal informados, como Asajj Ventress, cuyo mentor había
sido un Jedi. Pero la pregunta seguía en pie: ¿Quién había podido ser el Maestro de
Dooku?
Trece años antes, cuando Obi-Wan luchó contra un Sith en Naboo y lo mató, ¿había
matado a un Maestro o a un aprendiz? La pregunta se fundamentaba en la creencia de
que los Sith, habiéndose derrotado a sí mismos un milenio antes, aprendieron que un
ejército de Sith nunca tendría continuidad, y que en cada momento dado sólo podían
existir dos, Maestro y aprendiz, pues, de haber más de un aprendiz, éstos siempre
conspirarían para combinar sus fuerzas y eliminar a su Maestro.
Era más doctrina que regla; pero una doctrina que había conseguido mantener vivos
a los Sith, aunque ocultos, durante mil años.
Pero el Sith tatuado y con pequeños cuernos que Obi-Wan había matado en Naboo
no pudo ser entrenado por Dooku, porque, por aquel entonces, el Conde aún era
miembro de la Orden Jedi. Por mucho que el Lado Oscuro distorsionan la visión de
algunos hechos. era imposible que Dooku hubiera llevado una doble vida dentro de los
mismísimos muros del Templo.
—Maestro Yoda —dijo Obi-Wan—, ¿es posible que Dooku no mintiera al decir que
Sidious tenía al Senado bajo control?
Yoda sacudió levemente la cabeza sin dejar de caminar.
—Al Senado nosotros investigamos. Y mucho arriesgamos haciendo lo que hicimos,
cuestionar secretamente a aquellos que servimos. Pero ninguna prueba encontramos.
—Miró a Obi-Wan—. Si el control del Senado Sidious tuviera, ¿a la República no habría
derrotado ya? ¿El Núcleo y el Borde Interior en manos de la Confederación no estarían?
Yoda hizo una pausa.
—Quizá que Dooku se revelase en Geonosis un accidente fue. O quizá no, y que
buscásemos a Sidious quería. dejándole a él las manos libres para la guerra dirigir. ¿Qué
opinas, Obi-Wan? ¿Mmmm?
Obi-Wan se cruzó
—He pensado de brazos.
mucho en aquel día, y durante mucho tiempo, Maestro, y creo que
Dooku no pudo evitar descubrirse a sí mismo..., aunque después se arrepintiese.
Cuando huía hacia su nave, casi tuve la impresión de que permitió que lo viéramos.
Como si quisiera colocarnos en una disyuntiva. Mi primera idea fue que intentaba
asegurar la huida de Gunray y el resto de los líderes separatistas, pero mi instinto me
dice que ansiaba desesperadamente demostrarnos lo poderoso que se había vuelto.
Creo que realmente se vio sorprendido por los acontecimientos. Pero, en lugar de
matarnos a Anakin o a mí, nos perdonó la vida para mandar un mensaje a los Jedi.
—Razón tienes, Obi-Wan, el orgullo lo traicionó. A mostrarnos su verdadero rostro le
obligó.
—¿Pudo ser entrenado por ese tal... Sidious?
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—La razón así lo dicta. Aceptado por Sidious fue, tras la muerte del que tú mataste.
Obi-Wan pensó en ello.
—He oído rumores acerca de la temprana fascinación de Dooku por el Lado Oscuro.
¿No se produjo ningún incidente en el Templo que implicase el robo de un holocrón
Sith?
Yoda cerró los ojos y asintió con la cabeza.
—Verdadero ese rumor es. Pero comprende, Obi-Wan, que Dooku un Jedi fue, y
durante muchos, muchos años. La decisión de abandonar la Orden difícil es. Influido por
muchas cosas fue. La muerte de tu antiguo Maestro una de ellas es..., aunque vengado
por ti Qui-Gon fuera.
Yoda miró a Obi-Wan.
—Complicado esto es. No simplemente por lo que sabemos, sino por lo que no
sabemos; por lo que tenemos que suponer.
Yoda se interrumpió y señaló un banco tallado.
—Sentémonos un rato. Iluminarte quizá pueda.
Obi-Wan se sentó, aunque su corazón latía desbocado.
—Para Qui-Gon y para otros un valiente Maestro Jedi Dooku fue —explicó Yoda—.
Poderoso era. Tan hábil como desdeñoso. Y lo más importante, convencido del poder
del Lado Oscuro estaba. Por todas partes señales había, mucho tiempo antes de que al
Templo tú vinieras: Incluso mucho antes de que Qui-Gon llegase. Grandes injusticias,
favoritismos, corrupción... Cada vez más a menudo, a los Jedi recurrían para que la paz
mantuvieran. Cada vez más muertes había. Cada vez más fuera de control los
acontecimientos estaban.
—¿Presintió el Consejo que los Sith habían vuelto?
—Nunca ausentes ellos estuvieron, Obi-Wan. Pero más poderosos de repente se
volvieron. A la superficie más se acercaron. Mucho de la profecía Dooku habló.
—¿La profecía del Elegido?
—Una profecía mayor: que los tiempos oscuros en la Fuerza regresaban. Nacido en
esos momentos, el equilibrio a la Fuerza el Elegido devolvería.
—Anakin —susurró Obi-Wan.
Yoda lo miró un largo momento.
—Difícil de decir es —dijo rápidamente—. Quizá sí. quizá no. El manto que sobre
todos tiende el Lado Oscuro más importante es. Muchas, muchas discusiones Dooku
tenía. Conmigo y con otros miembros del Consejo. Especialmente con el Maestro Sifo-
Dyas.
Obi-Wan
—Buenosesperó.
amigos ellos eran. Por la Fuerza unificadora unidos. Pero Sifo-Dyas
angustiado por el Maestro Dooku estaba, angustiado por su desencanto hacia la
República y por el ensimismamiento entre los Jedi. Sifo-Dyas vio cómo la muerte de
Qui-Gon en Dooku repercutía. Y esa repercusión el resurgimiento de los Sith fue. —
Yoda agitó la cabeza con tristeza—. De la partida inminente de Dooku el Maestro Sifo-
Dyas se enteró. Y hasta el nacimiento del Movimiento Separatista quizá sintió.
—Y, aun así, el Consejo se lamentó de la marcha de Dooku como si fuera un idealista
—apuntó Obi-Wan.
Yoda siguió mirando fijamente al suelo.
—Aquello
se negó. Yo síen lo que Dooku se había convertido con sus propios ojos vio, y a creerlo
lo creí.
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del ejército
decenas de clon, los separatistas
millones decombate
de droides de Dooku habrían aparecido
y con flotas de repente
enteras de navesende
escena cony
guerra.
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porAnakin se ysintió
Obi-Wan tentado
por él, de contarle
pero Yoda le habíalos detalles
pedido que del
no ledescubrimiento
hablara a nadiellevado a cabo
de la mecano-
silla.
—Nada importante —dijo—. Pero cuando me enfado, siempre me siento culpable.
—Eso es un error —le reprendió Palpatine con suavidad—. Enfadarse es algo
natural, Anakin. Creí que ya habíamos tratado ese tema... a raíz de lo ocurrido en
Tatooine.
—Obi-Wan no muestra nunca su rabia..., salvo ante mí, claro. E incluso entonces.
parece más bien... simple irritación.
—Anakin, eres un joven apasionado. Es lo que te diferencia de tus camaradas Jedi. A
diferencia de Obi-Wan
jóvenes a dominar y los demás,
su enfado no te Tú
y superarlo. criaste en el Templo,
disfrutaste dondenatural.
de una niñez enseñanPuedes
a los
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13
Bail Organa paseaba inquieto por la zona de recepción del completo del Senado.
Estaba a punto de dar rienda suelta a su exasperación contra la encargada de las citas
del Canciller Supremo, cuando la puerta del despacho de Palpatine volvió a abrirse, y
sus consejeros empezaron a desfilar entre los temibles guardias con capucha roja que
flanqueaban la entrada.
Los consejeros Sim Aloo y Janus Greejatus: Armand Isard, el director de Inteligencia;
Jannie Ha'Nook, de Glithnos, responsable del Consejo de Seguridad e Inteligencia: Mas
Amedda, portavoz chagriano del Senado; y Sly Moore, alto y etéreo, envuelto en su
capa umbarana y ayudante personal del Canciller. El último en salir fue Pestage.
—Veo que siguen aquí. senadores.
—No tenemos nada, excepto paciencia —dijo Bail.
—Es bueno saberlo. ya que el Canciller Supremo todavía tiene mucho trabajo
pendiente que atender.
Entonces apareció el propio Palpatine. Miró primero a Bail y a los demás; después, a
Pestage.
—Senador Organa, senadora Amidala..., amigos todos. Es una delicia encontraros
aquí.
—Canciller Supremo —dijo Bail—, tenemos la impresión de que teníamos una cita
con usted.
Palpatine alzó una ceja.
—¿De verdad? ¿Por qué no se me ha informado? —preguntó a Pestage.
—Su horario es tan apretado... No quise sobrecargarlo.
Palpatine frunció el ceño.
—Nunca estoy tan ocupado como para no poder hablar con los miembros del Comité
Legitimista. Déjanos, Sate. y no permitas que nos interrumpan. Ya te llamaré cuando te
necesite.
Se hizo a un lado e indicó con un gesto a Bail y a los demás que entrasen en el
despacho redondo. C-3P0 fue el último en cruzar el umbral, girando la cabeza para
echar un vistazo a los guardias inmóviles.
Bail tomó asiento directamente ante la silla de respaldo alto de Palpatine, de la cual
se decía que albergaba el generador de un escudo de energía tan necesario para su
protección como los guardias, por insólito que hubiera parecido tres años antes. El
despacho alfombrado y sin ventanas estaba saturado de rojo y contenía varias estatuas
singulares, al igual que las habitaciones privadas de Palpatine, en el Edificio
Administrativo del Senado, y en su suite del República Quinientos. Aunque se
rumoreaba que era capaz de trabajar durante días sin dormir, Palpatine parecía alerta.
curioso y un poco impaciente.
—¿Qué asuntos les traen por aquí en esta gloriosa urde de Coruscant? —dijo desde
su silla—. No quisiera apremiarles, pero tengo cierta prisa...
—Iremos directamente al grano. Canciller Supremo —respondió Bail—. Ahora que la
Confederación ha sido expulsada del Núcleo y del Borde Interior, quisiéramos discutir la
derogación de algunas medidas promulgadas en nombre de la seguridad pública.
Palpatine contempló fijamente a Bail por encima de sus entrelazados dedos.
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Cuando Obi-Wan volvió al hangar acompañado de Yoda. observó que Anakin y Yoda
intercambiaban la más breve de las miradas, pero su significado se le escapó. Ninguno
de los dos Jedi parecieron preocupados tras el silencioso intercambio, y Yoda se alejó
sin decir palabra para hablar con los analistas de Inteligencia agrupados cerca de la
rampa del trasbordador.
—¿Asuntos del Consejo Jedi? —preguntó Anakin cuando Obi-Wan se le acercó.
—Nada de eso. Yoda cree que la mecano-silla puede ocultar alguna pista sobre el
paradero de Darth Sidious. Quiere que nosotros nos encarguemos de investigarlo.
Anakin no respondió inmediatamente.
—Maestro, ¿no estamos obligados a informar de nuestro hallazgo al Canciller
Supremo?
—Lo estamos, Anakin, y lo haremos.
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—Sobre tus hombros el peso de toda la galaxia llevas, Obi-Wan —le dijo Yoda
mientras se acercaba con uno de los analistas de Inteligencia—. Tus preocupaciones
esta noticia puede calmar —añadió antes de que Obi-Wan pudiera responderle.
El capitán Dyne. el robusto analista de pelo oscuro, se sentó en el borde de un
contenedor de embarque.
—Aunque todavía no sabemos si dejaron la mecano-silla aquí de forma deliberada,
como una especie de trampa, la imagen de Sidious es auténtica. Parece ser que
recibieron la transmisión hace dos días, tiempo local, pero tendremos problemas para
rastrearla hasta su fuente porque fue enviada a través de un sistema de transmisores de
hiperonda utilizado habitualmente por la Confederación como sustituto de nuestra
HoloRed. y además la codificaron con un código desarrollado por el Clan Bancario
Intergaláctico. Hace tiempo que trabajamos para descifrar ese código. Cuando lo
consigamos podremos usar el receptor de hiperonda de la silla para espiar todas las
comunicaciones enemigas.
—¿Mejor te sientes ya? ¿Mmmm? —preguntó Yoda a Obi-Wan mientras jugueteaba
con su bastón.
—La silla lleva la marca de algunos fabricantes afiliados a Dooku —siguió
informando Dyne—. El receptor de hiperonda está equipado con un chip y una antena
muy similares a otros que descubrimos en un camaleónico droide sembrador de minas
que el Maestro Yoda nos trajo de Ilum.
—Una imagen de Dooku el droide contenía.
—Ahora actuamos en la presunción de que Dooku, o Sidious, para el caso no
importa. podría haber desarrollado los chips y haberlos instalado en receptores que
entregó a Gunray y a otros miembros importantes del Consejo Separatista.
—La mecano-silla ¿es la misma que vi en Naboo? —preguntó Obi-Wan.
—Creemos que sí —confirmó Dyne—, pero desde entonces le han introducido
algunas modificaciones. El mecanismo autodestructor, por ejemplo, o el gas
autodefensivo —miró a Obi-Wan—. Su corazonada fue acertada; es el mismo gas que
usan los neimoidianos desde hace años. Al parecer fue creado por un investigador
separatista llamado Zan Arbor.
—¡Zan Arbor! —repitió Anakin furioso—. Es el gas que utilizaron contra los
gunganos en Ohma-D'un —desvió la mirada hacia Obi-Wan—. ¡No me extraña que
fueras capaz de presentirlo!
Dyne paseó la vista de Anakin a Obi-Wan.
—El mecanismo emisor del gas es idéntico al que se encuentra en algunos de los
droides
Obi-Wan asesinos E-Cinco-Veinte
se acarició pensativode
lalabarbilla.
TecnoUnión.
—Si Gunray ha tenido esa silla durante catorce años, quizá pudo utilizarla para
contactar con Sidious durante la crisis de Naboo. Si pudiéramos descubrir quién fabricó
la silla...
Yoda se rió.
—Por delante de Obi-Wan los expertos van —dijo a Anakin.
—Sabemos quién es el responsable de los grabadas de la silla —explicó Dyne—. Un
xi charriano cuyo nombre ni siquiera voy a intentar pronunciar.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Anakin.
El analistafirmó
—Porque sonriósuabiertamente.
trabajo.
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Grievous se imaginó a Gunray, Haako y los demás atados en sus lujosos divanes
antiaceleración, estremeciéndose de miedo y, quizá, lamentando el breve desvío a Cato
Neimoidia. Preguntándose cómo era posible que un puñado de pilotos republicanos
hubiera diezmado tan fácilmente sus escuadrones, y pidiendo refuerzos a la nave
nodriza.
Por la mente del general pasó la idea de recompensar a los pilotos de la República
dejándoles destrozar el trasbordador, al fin y al cabo. Gunray y él habían chocado
frecuentemente en los últimos tres años. Los neimoidianos eran una de las primeras
especies en crear un ejército droide, y se habían expandido acostumbrados a pensar
que sus soldados y sus obreros eran completamente prescindibles. Su extraordinaria
riqueza les permitía reemplazar cualquier pérdida, así que nunca habían desarrollado
un mínimo respeto hacia las máquinas que los talleres baktoides, los xi charrianos, los
colicoides o cualquier otro construía para ellos.
En su primer encuentro. Gunray cometió el error de tratar a Grievous como si fuera
otro droide más..., aunque le advirtieron que no era así.
Puede que Gunray lo considerara otra estúpida entidad más, como el recuperado
gen'dai, Durge; la mal mulada aprendiza de Dooku, Asajj Ventress; o el
cazarrecompensas humano, Aurra Sing. Los tres estaban motivados por un odio
personal hacia los Jedi, pero habían demostrado ser indignos, meras distracciones,
mientras que Grievous era el verdadero motor de la guerra.
Sin embargo, la actitud de los neimoidianos había cambiado muy rápidamente.
Primero porque ya habían sido testigos de la capacidad de Grievous, pero sobre todo
por lo ocurrido en Geonosis. De no ser por Grievous. Gunray y los demás habrían
sufrido el mismo destino que Sun Fag, el lugarteniente de Poggle El Menor. Aquel día,
sólo la actuación de Grievous en las catacumbas había logrado que Gunray escapase con
vida del planeta, mientras los geonosianos se retiraban a miles de la arena, perseguidos
por compañías de comandos clon.
A veces, el general se preguntaba cuántos clones había matado o herido aquel día.
Y cuántos Jedi, por supuesto, aunque ninguno sobreviviera para decírselo.
Los cadáveres de los Jedi que fueron recuperados indicaban que en aquellos oscuros
pasajes subterráneos había ocurrido algo atroz. Puede que los Jedi creyeran que un
rancor o un reek se había ensañado con los cadáveres de sus camaradas, o que aquello
era el resultado de disparar las armas sónicas geonosianos a máxima potencia.
Fuera como fuera, sí debieron de preguntarse qué había ocurrido con los sables láser
de las víctimas.
Grievous
él se lamentaba
había visto no ahaber
obligado estado
huir del presente
planeta antespara verGeonosis
de que sus reacciones,
cayerapero también
en manos de
la República.
La revelación pública de su existencia se hizo esperar hasta que un puñado de pobres
Jedi llegaron al mundo-fundición de Hypori. En ese momento, Grievous ya había
reunido una considerable colección de sables láser, pero en Hypori pudo agregar unos
cuantos más, dos de los cuales llevaba ocultos bajo su capa en ese mismo momento.
Para él tenían mucho más valor como trofeos que las pieles de las presas que otros
cazarrecompensas tanto gustaban de coleccionar. Admiraba la precisión y el mimo con
que habían sido construidos; más todavía, los sables láser parecían retener una débil
impronta de su portador. Como antiguo espadachín, era capaz de apreciar que todos y
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cada uno de ellos habían sido fabricados a mano, y no en una cadena de montaje, como
el resto de las armas láser.
Debido a eso, incluso podría respetar a un Jedi como individuo, pero seguía sintiendo
el odio más visceral por el conjunto de la Orden.
Su especie, los kaleeshi, había tenido una relación más bien escasa con los Jedi
debido a la remota ubicación de su mundo natal. Pero entonces estalló la guerra entre
los kaleeshi y sus vecinos planetarios, una salvaje especie insectoide conocida como los
huk. Grievous se hizo famoso en el largo conflicto conquistando mundos, derrotando a
grandes ejércitos, exterminando colonias enteras de huk... Pero en lugar de rendirse,
que hubiera sido una solución honorable, los huk pidieron a la República que intervi-
niera. Y los Jedi llegaron a Kalee. Durante lo que llamaron negociaciones, realizadas por
cincuenta Caballeros y Maestros Jedi dispuestos a desenvainar sus sables láser y cargar
contra Grievous y su ejército, los kaleeshi acabaron quedando como los agresores. La
razón era muy simple: si Kalee tenía poco comercio que ofrecer, los mundos huk eran
ricos en minerales y otros recursos deseados por la Federación de Comercio. Castigados
por la República, los kaleeshi se hundieron. No sólo recibieron sanciones y tuvieron que
pagar indemnizaciones, sino que los comerciantes empezaron a evitar el planeta. El
pueblo de Grievous pasó hambre y las muertes se contaron por centenares de miles.
Finalmente, fue el Clan Bancario Intergaláctico quien acudió en su ayuda,
proporcionando fondos, reanudando el comercio y dando a Grievous una nueva
motivación.
Años después, los muuns volverían de nuevo al planeta...
Los ojos de Grievous siguieron el curso del trasbordador en peligro.
El Conde Dooku y su Maestro Sith nunca le perdonarían que le sucediera algo a
Gunray. Los neimoidianos eran inteligentes. Su conocimiento de rutas hiperespaciales
secretas era incomparable, y su inmenso ejército droide de infantería y sus
superdroides de combate estaban atestados de dispositivos que respondían sobre todo
a las órdenes de Gunray y su élite. Si los jefes neimoidianos morían, la Confederación
perdería un poderoso aliado.
Había llegado el momento de salvar a Gunray de la trampa en la que él mismo se
había metido.
—Lanzad tri-cazas para ayudar al trasbordador —ordenó Grievous a los artilleros—.
Que persigan y destruyan los cazas estelares de la República.
Una escuadrilla de los nuevos cazas droide de ojos rojos se desplegó desde el
crucero, y pronto fue visible a través de las pantallas del puente.
Alertados
sentido comúnpor de
la presencia
comprenderde los
quetri-cazas, los pilotosenrepublicanos
se encontraban inferioridad tuvieron el
numérica.
Ignorando al último de los cazas buitre, giraron en redondo para dirigirse hacia el
espacio libre o los planetas habitables más cercanos, a cualquier lugar seguro donde
pudieran llevarlos sus motores sublumínicos de iones, dado que los anillos que les
permitían alcanzar velocidades mayores que la de la luz habían sido destruidos.
Dos de los cazas fueron demasiado lentos. Grievous pidió que aumentasen la
resolución de las pantallas para poder contemplar mejor la persecución del
trasbordador, y vio que los rezagados eran CAR-170, naves con piloto y copiloto,
equipadas con poderosos cañones láser en la punta de sus extendidas alas y múltiples
lanzadores de torpedos. Estaba ansioso por ver de qué eran capaces.
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la galaxia, ahora se les ordena que, por el momento, permanezcan juntos. Me han
pedido que encuentre un refugio seguro para ustedes aquí, en el Borde Exterior.
—¿Qué mundo nos aceptará ahora? —preguntó San Hill, desconsolado y exhibiendo
una mueca en su cara equina.
—Si ninguno se ofrece, presidente, nos apoderaremos de uno. Grievous se dirigió a
la compuerta con sus garras rechinando sobre la cubierta.
—Por ahora, vuelvan a sus naves. Una vez seleccionemos un mundo, contactaré con
cada uno de ustedes según el método tradicional y les daré las coordenadas de la cita.
Cuidando no traicionar su repentino recelo, Gunray intercambió una mirada con
Haako.
El "método tradicional de comunicación" significaba la mecano-silla que habían
abandonado inadvertidamente en Cato Neimoidia.
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—Cuando nos vayamos, recuérdame que les dé una propina —dijo Anakin.
De vez en cuando, un xi charriano saltaba sobre TC-16 o tiraba de uno de sus
miembros, pero el droide siempre lograba quitárselos de encima.
—¡En su afán por mejorarme, temo que sean capaces de borrarme la memoria! —
protestó el droide.
—Tampoco sería tan malo —dijo Anakin—, visto lo mucho que te quejas de tus
experiencias.
—¿Cómo puede esperarse que aprenda de mis errores si ya no puedo ni recordarlos?
Se encontraban a mitad de camino de la pasarela, cuando un par de xi charrianos de
mayor tamaño salieron de la catedral y se acercaron a ellos para presentarse. TC-16
intercambió chasquidos y cliqueos con ellos antes de traducir el saludo.
—Estos dos nos llevarán ante el Prelado.
—No llevan armas —comentó Anakin en voz baja—. Es buena señal.
—Los xi charrianos son una especie pacífica —explicó el droide—. Sólo se
preocupan de diseñar tecnología, no del uso que se le da. Por eso se sienten
injustamente acusados y equivocadamente juzgados por la República. No se consideran
culpables del papel que jugaron sus droides de combate en la batalla de Naboo.
El enorme edificio, que según TC-16 era un taller, tenía doscientos metros de altura y
estaba coronado por rejas y torres en espiral que emitían retazos de una música
extraña cuando el viento pasaba entre ellas. Hileras de altas claraboyas iluminaban el
inmenso espacio interior donde se esforzaban miles de xi charrianos. Arcadas y
columnas exquisitamente talladas sustentaban un techo abovedado lleno de puntales,
entre los que dormían miles de xi charrianos más, suspendidos de sus pies en forma de
tijera y zumbando de satisfacción.
—¿El turno de noche? —se preguntó Anakin en voz alta.
Su pareja de escoltas los llevó hasta una especie de cancillería, cuyas altas puertas se
abrían a una sala inmaculada que bien hubiera podido ser el camarote del capitán de un
yate de lujo. En el centro de la sala, sentado en una silla semejante a un trono, se
hallaba el xi charriano más grande que habían visto hasta entonces, atendido por una
docena de congéneres más pequeños que él. Más allá, diversos grupos de xi charrianos
empuñaban herramientas y revisaban cada milímetro cuadrado de la cámara, fregando,
limpiando, puliendo.
Sin ceremonia, TC-16 se acercó al Prelado y ofreció un saludo. El droide había
manipulado su codificador vocal para que Obi-Wan y Anakin escuchasen una traducción
simultánea de sus palabras.
—¿Puedo presentarle al Jedi Obi-Wan Kenobi y al Jedi Anakin Skywalker? —empezó
diciendo.
Indicando con un movimiento de su mano a su séquito que se alejase, el Prelado giró
su larga cabeza para mirar a Obi-Wan.
—Tecé —dijo Obi-Wan—, dile que sentimos haber interrumpido sus abluciones.
—No está interrumpiendo nada, señor. El Prelado es asistido de esta forma todas las
horas del día.
El Prelado cloqueó.
—Excelencia, hablo su idioma gracias a mi empleo anterior en la corte del virrey
Nute Gunray —el droide escuchó la respuesta del Prelado y añadió—: Sí, comprendo
que eso no que
argumentar me mi
granjea precisamente
estancia sus simpatías,
entre los neimoidianos fue pero en mimás
el periodo defensa
difícil puedo
de mi
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—Ha ido mejor de lo que esperaba —reconoció Obi-Wan mientras Anakin, TC-16 y él
eran escoltados al corazón del Taller Xcan. Anakin no estaba convencido.
—Eres demasiado confiado, Maestro. Yo he captado mucha sospecha.
—Podemos dar las gracias a Raith Sienar por eso.
Hacía casi dos décadas que el rico e influyente propietario y presidente de Sistemas
de Diseño Sienar, principal proveedor de cazas estelares de la República, había
convivido cieno tiempo con los xi charrianos, estudiando las técnicas de ultraprecisión
que luego incorporaría
desterrado a sus
de Charros IV propios
y se diseños.
convirtió Tachadodedemuchos
en objetivo "no creyente", Sienar fue
cazarrecompensas,
cuatro de los cuales fueron arrojados por el propio Sienar a un agujero negro sólo
conocido por él y por un puñado de exploradores hiperespaciales. Sienar había llevado
a cabo actos similares de espionaje dentro de la Federación de Comercio, las fábricas
baktoides, los ingenieros corellianos y otras corporaciones de Incom, pero los xi
charrianos tenían mucha memoria para lo que ellos consideraban un sacrilegio. Seis
años antes de la batalla de Naboo, un segundo intento de asesinar a Raith había
terminado con la vida de su padre. Narro, en Dantooine. No obstante, el hereje había
escapado una vez más.
Diez años
Sienar, en elatrás,
mundoObi-Wan y Anakin
viviente habían
conocido comotenido su propio
Zonama Sekot.enfrentamiento
Como Sienar con
era
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sus—Apreciamos
mejores piezaslanooferta de poderdesconocidas.
nos resultan contemplar su trabajo.
Hemos Pero,hasta
viajado de hecho, algunas
tan lejos de
por una
de esas piezas en particular y para poder hablar con usted. Un ejemplo de su indudable
maestría que recientemente vio la luz en Cato Neimoidia.
El xi charriano se tomó un largo momento para responder.
—Una mecano-silla que usted grabó para Nute Gunray, el virrey de la Federación de
Comercio, hace unos catorce años estándar —TC-16 escuchó antes de añadir—:
Naturalmente que era obra suya. La parte interna de la pata trasera tenía su símbolo —
volvió a escuchar—. ¿Una falsificación baktoide? ¿Está sugiriendo que su trabajo puede
imitarse tan fácilmente?
Anakin
ellos tocó con
empezaban el codocieno
a mostrar a Obi-Wan,
interés los
porxilacharrianos que trabajaban más cerca de
conversación.
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Moviendo su mano libre, Obi-Wan volcó una pequeña mesa situada a veinte metros
de distancia, lanzando por los aires varios montones de comunicadores recientemente
grabados y controles remotos de droides. Cliqueando de pánico, la mitad de los xi
charrianos que los mantenían sujetos contra el suelo, y la mayoría de los que corrían
hacia ellos, se dirigió precipitadamente a recoger los dispositivos dañados.
—¡Deprisa, Anakin!
Aunque tenía las manos debajo del cuerpo. Anakin consiguió elevar una plataforma
de electrodomésticos de cocina y lanzarla contra una colección de juguetes
cuidadosamente alineada. Después arrancó de la pared más de media docena de
candelabros.
Más xi charrianos corrieron, cliqueando de desconsuelo.
—¡Deja de actuar como si esto fuera divertido! —gritó Obi-Wan.
Cuando clavaba la mirada en un contenedor lleno de instrumentos musicales y
estaba a punto de librarse de los pocos atormentadores que quedaban sobre él, una
ráfaga de láser asaeteó el Taller. En medio de la multitud de xi charrianos enfurecidos
apareció el Prelado, empuñando un arma en cada pata y sentado en una litera que
llevaban a hombros seis porteadores.
Veinte xi charrianos se tiraron al suelo mientras el Prelado apuntaba con sus rifles a
Obi-Wan y a Anakin.
Antes de que pudiera disparar. TC-16 surgió de una galería lateral con su cuerpo
reconstruido y pulido hasta despedir un brillo deslumbrante.
—¡Miren lo que me han hecho!
El tono de voz del droide era de angustia y maravilla al mismo tiempo, pero el
cambio era tan inesperado y espectacular que el Prelado y sus porteadores se quedaron
con la boca abierta, como si estuvieran contemplando un milagro. El Prelado lanzó una
batería de cliqueos antes de volver a apuntar a Obi-Wan y a Anakin con sus armas.
—¡Pero, excelencia, los Jedi no pretendían hacer ningún daño! —intervino
rápidamente el droide—. ¡T'laalak-s'lalak-t'th'ak huyó para no tener que responder a
sus preguntas! ¡El Maestro Obi-Wan y el Jedi Skywalker sólo intentaban que atendiera a
razones!
La mirada del Prelado se clavó en T'laalak-s'lalak-t'th'ak.
TC-16 tradujo.
—Maestro Kenobi, el Prelado le aconseja que haga sus preguntas y que abandone
Charros IV antes de que cambie de idea.
Obi-Wan miró un instante a T'laalak-s'lalak-t'th'ak, y después a TC-16.
—Pregúntale si recuerda
El droide transmitió la silla.
la pregunta.
—Sí, ahora la recuerda.
—¿La grabaron aquí?
—Su respuesta es "sí, señor".
—¿Quién trajo la silla a Charros IV? ¿El neimoidiano o algún otro?
—Dice que fue "otro".
Obi-Wan y Anakin intercambiaron una mirada.
—¿Ya tenía instalado el transmisor de hiperonda? —preguntó Anakin. TC-16 escuchó.
—Ambos estaban ya instalados en la silla: el transmisor y el holoproyector. Dice que
él se limitó a mejorar su sistema de movimiento y a grabar las patas de la silla —
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Hace diez años esto habría tenido todos los requisitos necesarios para convertirse en
un conflicto diplomático —explicaba el oficial de Inteligencia Dyne a Yoda y a Mace
Windu en la sala de datos del Templo Jedi.
Llena de ordenadores, mesas de holoproyectores y aparatos de comunicaciones, la
sala sin ventanas también contenía un emisor de emergencia que transmitía en una
frecuencia únicamente conocida por los Jedi, lo que permitía que el Templo enviara y
recibiera mensajes codificados sin tener que recurrir a la HoloRed publica.
—¿Desde cuándo muestran tanta comprensión los xi charrianos? —preguntó Mace.
Vestido con túnica marrón, cinturón y pantalones crema, estaba sentado en el borde de
un escritorio, apoyando uno de sus pies en el suelo.
—Desde que se han visto obligados a sobrevivir subcontratando trabajo—respondió
Dyne—. Quieren volver a entrar en el juego y conseguir un buen contrato de la
República para fabricar cazas estelares o droides de combate. Saben que Sienar se está
haciendo cada vez más rico empleando técnicas que básicamente les robó a ellos. Eso
debe de tenerlas muy irritados.
Mace miró a Yoda, que permanecía de pie, a un lado, con ambas manos apoyadas en
la empuñadura de su bastón.
—Entonces, no es probable que el Prelado xi charriano envíe un informe del
incidente al Senado.
Dyne negó con la cabeza.
—No lo hará. Al fin y al cabo, no se produjo ningún daño real.
—A oídos del Canciller Supremo no llegará —dijo Yoda—. Pero sorprendido por el
informe de Obi-Wan estoy. Perdiendo parte de su buen juicio Obi-Wan está.
—Ambos sabemos el motivo —apuntó Mace—. Se ha convertido en el defensor de
Anakin.
—Si el Elegido Skywalker es, cien incidentes diplomáticos como éste sin
preocuparnos podremos sufrir —Yoda cerró los ojos un momento, antes de fijarlos en
el analista de Inteligencia—. Pero a contarnos estas cosas no ha venido, capitán Dyne.
Dyne sonrió abiertamente.
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droides asesinos de la serie IG se encargaban del trabajo sudo. Pero los embargos
tenían que ser programados, los 1G eran peligrosamente imprevisibles, y el asesinato
era malo para el negocio.
El clan quería a alguien con cierto talento para la intimidación.
Grievous aceptó la oferta para salvar su mundo y al mismo tiempo recuperar un
atisbo de la vida que había conocido como guerrero, estratega y comandante de
ejércitos. San Hill, presidente del CBI, supervisó en persona los detalles del acuerdo.
Aun así, Grievous no se sentía muy orgulloso de su decisión. Cobrar una deuda no era ni
remotamente parecido a convocar un ejército para batallar. Era un circo para seres sin
principios; seres tan ligados a sus posesiones que temían a la muerte. Pero Ralee se
benefició de su trabajo para el CBI. Y la anterior fama de Grievous era tal que no se
eclipsaría fácilmente.
Entonces se produjo la caída del trasbordador. El accidente. El infortunio.
Él dijo a sus supuestos sanadores que lo sacaran del tanque bacta porque prefería
morir en la atmósfera, o en el vacío del espacio, y no sumergido en líquido. Pasó el
tiempo a la sombra de árboles frondosos que podrían acabar alimentando su pira
funeraria, perdiendo y recuperando brevemente la consciencia.
Entonces, San Hill le hizo una segunda visita. Y traía un mensaje importante, obvio
incluso para alguien que apenas podía ver con sus propios ojos.
—Podemos mantenerte con vida —susurró el delgado San Hill en las intactas orejas
de Grievous.
No era el primero que le hacía una promesa así. Se imaginó aparatos respiratorios,
plataformas flotantes, susurros constantes de las máquinas que le mantendrían con
vida.
—Nada de eso —le había dicho San Hill—. Caminará, hablará, retendrá sus
recuerdos... su mente.
—Ya tengo una mente —respondió Grievous—. Lo que me falta es un cuerpo.
—La mayoría de sus órganos internos está demasiado dañada, ni siquiera los
mejores cirujanos pueden repararlos. Tendrá que rendirse más de lo que ya lo ha hecho.
Nunca más saboreará los placeres de la carne.
—La carne es débil. Sólo tiene que mirarme para darse cuenta.
Animado por el comentario, Hill le contó maravillas de los geonosianos, que habían
convertido la tecnología cibernética en tina forma de arte, y que el futuro estaba en la
mezcla de seres vivos y máquinas.
—Piense en los droides de combate de la Federación del Comercio —había dicho
Hill—. Respondenincluso
astromecánicos, a un cerebro que también
los droides esTodos
asesinos... de droide. Los droides
requieren de protocolo,ylos
una programación un
mantenimiento constante.
Tres palabras captaron la atención de Grievous: "droides de combate".
—Se está gestando una guerra que exigirá enviar muchos droides al frente —explicó
Hill con una voz que era apenas un susurro—. No estoy autorizado a decirle cuándo
empezará, pero cuando ese día llegue, se extenderá por toda la galaxia.
Captado su interés, Grievous respondió:
—¿Quién declarará esa guerra? ¿El Clan Bancario? ¿La Federación de Comercio?
—Alguien más poderoso.
—¿Quién?
—Lo conocerá a su debido tiempo. Y se sentirá impresionado.
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El caza estelar de Anakin, con sus alas achaparradas y su bulbosa cabina de pilotaje,
era más parecido al Delta-7 Aethersprite con el que había volado desde el principio de la
guerra, que a los Ala-V de las nuevas generaciones y a los CAR-170 tripulados por pilotos
clones. Pero la forma del Delta-7 era triangular, mientras que el caza amarillo y plata
parecía un arco achatado, compuesto por dos fuselajes distintos, cada uno de ellos
equipado con un lanzamisiles. Los cañones láser estaban encajados en muescas de las
alas. Como en el Delta-7, el puesto reservado al astromecánico se encontraba a un lado
de la joroba que formaba la cabina del piloto.
Además, Anakin había hecho sus propias modificaciones.
La nave era veterana de batallas como la de Xagobah, y daba la impresión de que
llevaba más de diez años en activo, pero era más manejable que el Torpil modificado
con el que había volado en Praesitlyn. Y, además, era más rápida.
Tras despegar del Integridad. Anakin aumentó la velocidad intentando alcanzar los
CAR y los
crucero Ala-V, losUna
de combate. primeros
pantallaendel
desplegarse desde el enorme
tablero de instrumentos hangar
le indicó central
que el motordel
de
iones del caza funcionaba a nivel óptimo.
—R2 —dijo a través del enlace de comunicaciones—, analiza el impulsor de estribor.
La consola del caza estelar tradujo la contestación del droide a caracteres en Básico.
—Eso pensaba. Bien, adelante, realiza los ajustes necesarios. No queremos ser los
últimos en llegar, ¿verdad?
El lastimero lloriqueo de R2 no necesitó ninguna traducción. El gráfico de las lecturas
pulsó y subió, y el caza aceleró.
—Eso es, compañero. ¡Ahora sí que nos movemos!
Recostándose Basta
profundamente. en elyaasiento,
de tantoelespionaje,
Jedi flexionó
se dijosus
a síenguantadas manos
mismo. No estaba másy cerca
resopló
de
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Coruscant que antes, pero al menos había vuelto al lugar que le correspondía, a los
mandos de un caza estelar, dispuesto a demostrarle al enemigo un par de cosas sobre
cómo se debe combatir en el espacio.
Ante él tenía cientos de naves enemigas, divididas en formaciones en punta y
protegiendo las naves nodriza. Algunas de ellas eran cazas buitre, con trece años a
cuestas y alas dobles que les daban el aspecto de semillas; otras eran los compactos tri-
cazas droide; y no faltaban los cazas Nantex geonosianos, con capacidad espacial y
doble mono picudo.
En aquel momento, los CAR-170 estaban entablando su duelo particular mano a mano
contra los cazas droide, y los brillantes rayos de energía de unos y otros convertían el
espacio en una telaraña de devastación.
Desde Praesitlyn no se veía inmerso en un escenario tan rico en blancos enemigos.
Sólo debes elegir el blanco que prefieras, pensó, permitiéndose una sonrisa.
Movió la mano derecha para activar los escáneres de larga distancia. La pantalla
mostró el despliegue de las principales naves separatistas: Naves de Control de Droides
clase Lucrehulk, de la Federación de Comercio; transportes clase Hardcell, de la
TecnoUnión, con sus impulsores distribuidos por columnas y sus fuselajes en forma de
huevo; Cruceros Diamante, del Gremio de Comercio; Fantails, de la Alianza Corporativa;
y fragatas, cañoneras y naves de comunicaciones. con sus enormes trasmisores
circulares...
Todo un desfile separatista.
Cambiando su enlace de comunicaciones a la red de combate, Anakin llamó a su
compañero de escuadrilla.
—Propongo que dejemos las menudencias para los demás y vayamos directamente a
por los que de verdad importan.
Acostumbrado al escaso formulismo militar de Anakin, Obi-Wan contestó de igual
manera.
—Anakin, hay aproximadamente quinientos cazas droide entre Grievous y nosotros.
Y lo más importante, los escudos de las naves nodriza son demasiado potentes para
nuestro armamento.
—Sólo sigue mi estela, Maestro.
Obi-Wan suspiró por el micrófono de la red.
—Lo intentaré. Maestro.
Anakin examinó la pantalla, intentando memorizar las trayectorias de aproximación
de los cazas enemigos más cercanos. Entonces volvió al canal de R2-D2.
—¡Velocidad de se
El caza estelar combate, R2!nuevo hacia delante, y los indicadores de la consola
lanzó de
alcanzaron la marca roja de peligro. A punto de entrar en la refriega, cuando sintió que
las naves droides convergían hacia él, empujó los mandos a fondo y maniobró con todas
sus armas vomitando fuego.
Los droides refulgieron y ardieron a su alrededor.
Atravesó las nubes de fuego, soltando el gatillo de los cañones láser, y realizó una
segunda pasada a través de las líneas enemigas, destruyendo otra docena más de cazas
en un abrir y cerrar de ojos. Ahora tenía encima los tri-cazas, ansiosos por vengarse. Un
diluvio de rayos escarlata chamuscaron la capota de la cabina, y un caza apareció a
estribor. Un instante después, una segunda descarga llovía desde una posición por
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encima de su cabeza. R2-D2 lanzó una serie de urgentes trinos y silbidos mientras los
escudos del caza estelar se ponían a prueba.
Relámpagos azules crepitaron sobre la consola, y cazas droide aparecieron a babor y
estribor. Más láseres impactaron en el fuselaje, aplastando a Anakin contra su arnés de
seguridad.
—Justo lo que necesitaba —masculló en voz baja.
Desviándose a estribor, alcanzó a la nave más cercana con una ráfaga lateral. El
segundo caza se apartó tan rápidamente como pudo para esquivar la nube de
fragmentos que se interponían en su rumbo. Anakin aprovechó la maniobra para
situarse en su cola y activar los láseres.
El droide revoloteó huera de control, convertido en una bola de fuego y cruzándose
en el rumbo de un tri-caza. Ambos explotaron al unísono.
Anakin desvió la vista hacia la pantalla para asegurarse de que Obi-Wan todavía
seguía con él.
—¿Estás bien?
—Un poco chamuscado, pero resisto.
—Quédate conmigo.
—¿Acaso tengo otra opción?
—Siempre, Maestro.
En el corazón de la batalla, los CAR-170, los Ala-V y los cazas droide formaban un
inmenso trébol, persiguiéndose unos a otros, chocando entre sí y apartándose de la
refriega con los motores escupiendo humo o las alas destrozadas. La puntería mecánica
de los droides era mejor, pero tardaban más en recuperarse y era fácil confundirlos
mediante maniobras realizadas al azar. A veces resultaba muy fácil derribarlos, pero
había tantos...
Anakin vio que el líder enemigo se apartaba de la confusión de naves y empezaba a
acribillarlo con sus láseres. Adoptando la misma táctica, Obi-Wan retrocedió, hizo saltar
su caza hasta situarse en una posición ventajosa y abrió fuego.
—¡Buen tiro! —gritó Anakin cuando el jefe enemigo desapareció de la pantalla.
—¡Buena maniobra!
Haciendo señas a Obi-Wan para que lo siguiera, Anakin ascendió hasta la tangente de
la contienda principal y se lanzó hacia la más cercana de las naves separatistas de morro
puntiagudo. Lanzó dos misiles para atraer la atención de sus artilleros y se situó a
babor, sin dejar de castigarla con los láseres.
—¡Acércate al casco! ¡Intenta dar al generador del escudo!
—¡Si
—¡Esameesacerco
la idea!más terminaré dentro de esa cosa!
Obi-Wan disparó todos sus cañones a la vez.
Ahora se encontraban en pleno corazón de la batalla, allí donde el fuego de los
cruceros de la República rivalizaba con los rayos de partículas y los escudos de sus
blancos. Las luces pulsaban cegadoras en el exterior de las tintadas capotas. La nave
contra la que Anakin había lanzado los misiles se hallaba sometida a un bombardeo
feroz. Estaba seguro de que un torpedo bien colocado quebraría su resistencia, así que
maniobró para lanzarlo.
El torpedo surgió de entre los fuselajes gemelos del caza estelar y se abrió camino
hacia su objetivo.
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Los ojos reptilescos de Grievous siguieron las audaces maniobras del caza estelar
amarillo y plata que intentaba destrozar el puente. Disparaba con precisión,
anticipándose a la respuesta de las baterías delanteras y arriesgándose con unas
maniobras que ningún clon se atrevería a realizar... El piloto sólo podía ser un Jedi.
Pero un Jedi sin miedo de recurrir a su rabia.
Grievous podía deducirlo por la determinación del piloto, por su abandono. Podía
sentirlo, incluso a través de los escudos y el transpariacero del Mano Invisible. ¡Oh,
cómo le gustaría tener en su cinturón el sable láser de ese piloto!
Anakin Skywalker.
Seguropor
pilotado que era él. Kenobi.
Obi-Wan Y el otro caza estelar, el que protegía la popa de Anakin, estaba
Espinas clavadas en el costado de los separatistas.
En otras partes del amplio frente de combate, las fuerzas de la República
demostraban un entusiasmo similar atomizando los cazas droide y castigando las naves
grandes con los cañones de largo alcance. Grievous estaba seguro de que si presionaba
lo suficiente podría invertir el curso de la batalla, pero ésas no eran sus órdenes. Sus
Maestros Sith le habían ordenado proteger las vidas de los miembros del Consejo...,
aunque la verdad era que la Confederación sólo necesitaba a Lord Sidious y a Tyranus.
Dio media vuelta para estudiar la simulación que se proyectaba sobre la consola
táctica. Entonces volvió la vista hacia las pantallas, recordando a los pilotos de los CAR-
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170 que habían perseguido al trasbordador de Gunray apenas unos días atrás. Llamó la
atención de uno de los droides.
—Alerta a nuestras naves de mando. Que se preparen para recibir nuevas órdenes.
—Sí, general —respondió el droide con voz monótona.
—Retirad la nave. Preparaos para disparar todos los cañones en cuanto dé la orden.
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Obi-Wan vio cómo el caza de Anakin abandonaba la inútil persecución del crucero.
Tras él, las naves separatistas desaparecían al saltar a velocidad luz.
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—Por Dooku el general Grievous bien entrenado fue —reconoció Yoda. Mace Windu
y él se encontraban en las habitaciones que éste tenía en el Templo Jedi, cada uno sobre
una tarima de meditación—. Viéndose atrapado, al más débil atacó. A escoger entre
salvar vidas o continuar la batalla nos obligaron.
Yoda recordó su duelo con Dooku en el hangar de Geonosis. El Conde estaba
denotado. sin más alternativa para poder huir que distraer su atención...
—Representantes de Belderone han expresado su gratitud al Senado —dijo Mace—.
Pese a las pérdidas.
Yoda agitó la cabeza con tristeza.
—Más de diez mil muertos. Y veintisiete Jedi.
Mace tensó los músculos de la mandíbula.
—En esta guerra han muerto miles de millones. Belderone se ha salvado, y, lo más
importante, hemos sido capaces de hacer huir a Grievous. —Hacia dónde saltó
descubrir debemos.
—Si es necesario, lo perseguiremos hasta los confines del espacio conocido.
Yoda calló un momento, antes de proseguir:
—Hablar conNuestra
bruscamente—. el Canciller Supremo
deferencia debemos.
hacia él tiene queSin disculpamos —añadió Mace
acabar.
—Con el fin de la guerra acabará —Yoda ladeó ligeramente la cabeza para mirar a
Mace—. Una advertencia terrible Belderone es: "Cada vez mayor el poder del Lado
Oscuro es." Sidious descubierto debe de ser.
Mace asintió seriamente con la cabeza.
—Descubierto y eliminado.
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—El general Grievous acaba de salir del hangar —comunicó por circuito interno un
teniente de la Federación de Comercio a Gunray, instalado en sus lujosos camarotes del
centro de la torre de mando de la nave.
—¿Qué hangar? —preguntó Gunray al audio del enlace de comunicaciones—. ¿El de
abajo o el de la torre?
—El trasbordador del general ha pedido atracar en el anillo de la torre, virrey.
Gunray dio media vuelta y se colocó frente a Rune Haako.
—¡Eso significa que estará aquí en cualquier momento!
Miró la enorme pantalla redonda que mostraba en tiempo real la antecámara que
precedía a sus aposentos. Los guardias neimoidianos apostados en ella también habían
sido avisados de la llegada de Grievous. Armados con rifles láser más altos que ellos
mismos, los cuatro eran voluminosos y llevaban armaduras mínimas y cascos en forma
de cubo que sólo dejaban ver sus ojos rojos y sus rostros verdes.
—Tiene que ser por la metano-silla —dijo Gunray, paseando nerviosamente por
delante de la pantalla.
—¿Qué le dijiste? —se interesó Haako.
Gunray se detuvo en seco.
—Inmediatamente después de que Shu Mai nos informase de la cita en Belderone,
contacté con Grievous y le hice saber lo furioso que me sentía por no haber sido
informado personalmente. Lo acusé de apartarme intencionadamente de la cadena de
mando.
Haako se horrorizó.
—¿Le dijiste eso?
Gunray asintió con la cabeza.
—Insistió en que había intentado comunicarse conmigo a través del transmisor de
hiperonda de la mecano-silla, pero le respondí que no había recibido ninguna
transmisión.
—¡Ya está aquí! —avisó Haako, apuntando con un dedo tembloroso hacia la pantalla.
Gunray vio que Grievous llegaba acompañado por cuatro de sus MagnoGuardias de
élite, temibles droides bípedos de combate construidos según unas especificaciones
muy concretas y exigentes. Eran tan altos como el general e iban armados con picas de
combate provistas de generadores electromagnéticos de pulso. Sus capas caían
diagonalmente sobre sus cuerpos de anchos hombros, tapando la parte inferior de sus
caras y envolviendo la parte superior de sus cabezas. Al beneficiarse de la misma pro-
gramación que Grievous, así como de la misma instrucción que el general recibiera de
Dooku,
mayoríalos
de guardias de élite eran especialistas en las artes Jedi y podían rivalizar con la
los Maestros.
Los cuatro neimoidianos se mantuvieron firmes en sus puestos, cruzando los rifles
ante sus pechos en un gesto de advertencia.
Los guardias de Grievous ni siquiera frenaron el paso. Imitando a los neimoidianos,
alzaron sus electropicas y las hicieron girar hacia delante con tal velocidad y precisión
que los centinelas de Gunray fueron literalmente barridos, como si fueran niños.
Grievous miró a la lente de la holocámara montada sobre la compuerta.
—Déjenos entrar, virrey. ¿O debo ordenar a mis guardias que destrocen todo lo que
se interponga entre usted y yo?
Haako
suite . dio media vuelta sobre sus talones y se apresuró hacia la escotilla trasera de la
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—¿Adónde vas? —preguntó Gunray—. ¡Huir sólo nos haría parecer culpables!
—¡Somos culpables! —reconoció Haako por encima del hombro.
—Pero él no lo sabe.
—¡Virrey! —tronó Grievous.
—Lo sabrá —exclamó Haako antes de desaparecer por la compuerta.
Gunray se detuvo un momento retorciéndose las manos. Después, tras arreglarse la
túnica y la mitra y echar los hombros hacia atrás, apretó el botón de apertura de la
puerta con su dedo regordete.
El general entró en la suite seguido por los cuatro MagnoGuardias, que se
desplegaron a ambos lados cubriendo todos los rincones del camarote.
—¿Qué significa esta intrusión? —protestó Gunray desde el centro de la sala
principal—. ¡Tus amos no tolerarán que me trates así!
Grievous lo miró, frunciendo el ceño.
—Lo harán... en cuanto descubran lo que usted ha hecho.
—¿De qué estás hablando..., abominación? Cuando Lord Sidious sepa que nos
prometiste un mundo que no pudiste entregamos...
Uno de los MagnoGuardias dio un paso adelante y colocó la punta de su electropica a
un milímetro de la cara de Gunray.
—Eres el títere metálico de Lord Sidious —balbuceó Gunray con voz temblorosa—.
De no ser por la Federación de Comercio, no tendrías ningún ejército que mandar.
Grievous alzó la garra derecha y señaló con ella a Gunray.
—La mecano-silla. Quiero verla.
Gunray tragó saliva.
—En un momento de enfado la destrocé y la tiré al vacío.
—Está mintiendo. No hubo ningún problema con la transmisión que le envié. La silla
entregó mi mensaje.
—¿Qué estás insinuando?
—Que ya no tiene la silla. Que, no sé cómo, ha caído en manos del enemigo. Y que,
gracias a eso, la República descubrió mi plan para atacar Belderone.
—Estás loco.
Grievous sujetó a Gunray por el cuello y lo levantó un metro del suelo.
—Antes de marcharme me habrá dicho todo lo que quiero saber.
22
Pobre Gunray, pensó Dooku. Qué criatura más patética...
Pero se merecía todo lo que le había hecho Grievous por haber abandonado la
mecano-silla en Cato Neimoidia.
Recluido en su castillo de Kaon, Dooku había hablado con el general y meditado
sobre la mejor forma de afrontar la situación. Aunque el incidente de Belderone no era
una prueba concluyente de que la República hubiera logrado descifrar el código
separatista e interceptado la transmisión de Grievous, la prudencia aconsejaba actuar
como si ése fuera el caso. Por tanto, Dooku ordenó al general que, de momento, se
abstuviera de utilizar
motivo de una ese código.
preocupación mayor.Pero la cuestión
El hecho que ladel transmisor
República de hiperonda
ayudase era
a Belderone,
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del Lado Oscuro, aprovechando cualquier oportunidad para conseguir que la oscuridad
prosperase. Estimulando la guerra, el asesinato, la corrupción, la injusticia y la avaricia,
cuando y dondequiera que fuera posible.
Una tarea análoga a introducir una maldad oculta en el cuerpo político de la
República y dirigir su contaminación de un órgano a otro, hasta que la masa critica
alcanzara un tamaño tal que empezase a destrozar sus sistemas vitales...
A causa de sus propias luchas internas, los Sith aprendieron que cuando el poder se
convertía en la única razón de ser, los sistemas políticos terminaban
autodestruyéndose. Cuanto mayor fuera la amenaza contra ese poder, con más dureza
reaccionarían los amenazados.
Así había ocurrido con la Orden Jedi.
Durante los doscientos años anteriores a la llegada de Darth Sidious, el poder del
Lado Oscuro había ido ganando fuerza, pero los Jedi apenas hicieron nada por evitarlo.
Los Sith estuvieron encantados de que los Jedi también se volvieran poderosos: al fin y
al cabo, el sentimiento de su propia importancia los cegaría ante lo que ocurría.
Así pues, dejemos que los pongan en un pedestal. Dejemos que crezcan y se vuelvan
blandos. Dejemos que se olviden de que el bien y el mal coexisten inevitablemente.
Dejemos que no vean más allá de su precioso Templo. Mientras contemplasen ese
árbol, no podrían ver el proverbial bosque. Y. lo que es más importante, dejemos que se
confíen con el poder que han acumulado, así serán mucho más fáciles de derrotar.
No la totalidad de los Jedi era ciega ante todos esos hechos, por supuesto. Muchos
eran conscientes de los cambios, del lento declinar hacia la oscuridad. Y el que más,
quizás, el anciano Yoda. Pero los Maestros que constituían el Consejo Jedi creían que
esa tendencia era inevitable. En lugar de extirpar el mal desde su raíz, se contentaban
haciendo todo lo posible por contenerlo. Esperaban el nacimiento del Elegido,
creyendo, equivocadamente, que sólo él, o ella, podría restaurar el equilibrio.
Era el peligro de creer en las profecías.
Dooku nació en esos tiempos, y, gracias a su fuerte conexión con la Fuerza, fue
admitido en una Orden que había crecido sintiéndose satisfecha de sí misma, arrogante
a causa del poder que ejercían en nombre de la República, ciega ante las injusticias que
la República tenía poco interés en eliminar, debido a los provechosos tratos que
beneficiaban a todos los que manejaban las riendas del poder.
Aunque los midiclorianos determinasen, hasta cierto punto, la habilidad de un Jedi
para utilizar la Fuerza, seguía habiendo otras características que también jugaban su
papel..., pese a los esfuerzos del Templo por erradicarlas. Al provenir de la nobleza y ser
muy
todo rico, Dooku
lo posible ansiaba
sobre conseguir
los Sith prestigio.
y el Lado Oscuro deYaladeFuerza.
joven Estudió
se obsesionó por aprender
con detalle el linaje
Jedi y se convirtió en el mejor espadachín e instructor del Templo. Pero la semilla de su
posterior transformación estuvo en él desde el principio. Sin que los Jedi se dieran
cuenta siquiera, Dooku fue tan perjudicial para la Orden como acabaría siéndolo un
niño que creció como esclavo en Tatooine.
El descontento de Dooku había crecido, exacerbándose por la frustración que le
provocaba la actuación del Senado de la República, la del ineficaz Canciller Supremo
Valorum y la miopía de los miembros del Consejo Jedi. El bloqueo de la Federación de
Comercio a Naboo, los rumores de que habían encontrado al Elegido en un mundo
desértico, la muerte de Qui-Gon Jinn a manos de un Sith... ¿Cómo era posible que los
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miembros del Consejo no vieran lo que estaba ocurriendo? ¿Cómo podían seguir negan-
do que el Lado Oscuro era cada vez más influyente?
Dooku se lo decía a todo aquel que quisiera escucharlo. Exhibía su descontento como
un estandarte. Aunque Yoda y él nunca disfrutaron de una buena relación estudiante-
maestro, hablaron abiertamente de todos aquellos augurios. Pero Yoda era la prueba
viviente del conservadurismo que conlleva una larga vida. El verdadero confidente de
Dooku fue el Maestro Sifo-Dyas quien, aunque demasiado débil para actuar, también se
preocupaba por lo que estaba sucediendo.
La Batalla de Naboo había revelado que los Sith ya no se ocultaban, y que un Señor
Sith movía los hilos desde alguna parte.
El Señor Sith. Nacido con el poder suficiente para dar el paso adelante definitivo.
Dooku pensó en buscarlo, quizás incluso en matarlo. Pero, aunque su fe en la
profecía era escasa, bastaba para hacerle dudar de que la muerte de un Sith detuviera el
avance del Lado Oscuro.
Seguro que llegaría otro, y otro más.
Al final no necesitó buscar a Sidious, fue Sidious quien contactó con él. Al principio,
el atrevimiento del Señor Oscuro lo sorprendió; pero Dooku no tardó en sentirse
fascinado por el Sith. En lugar de batirse a muerte con sables láser, se limitaron a
discutir mucho, y, poco a poco, fue comprendiendo que sus diferentes visiones sobre
cómo se podía rescatar a la galaxia de la depravación en la que había caído no eran tan
distintas.
Pero comprender a un Sith no te convierte en uno.
El poder del Lado Oscuro, al igual que las artes Jedi, debía aprenderse. Y así empezó
un largo aprendizaje. Los Jedi advenían que la furia era el camino más rápido hacia el
Lado Oscuro, pero la furia sólo era una emoción. Para conocer de verdad el lado Oscuro
hay que trascender toda moralidad, dejar a un lado el amor y la compasión y hacer todo
lo necesario para convertir en realidad la visión de un mundo bajo control..., aunque eso
cueste algunas vidas.
Dooku era un buen estudiante, y Sidious lo tuteló de cerca. No quiso que le ocurriera
lo mismo que le sucedió con otros sustitutos potenciales que admitió como aprendices:
el salvaje Darth Maul, que sólo había sido un lacayo, Asajj Ventress o el general
Grievous. Sidious había descubierto en Dooku a un verdadero cómplice, un igual ya
entrenado en las artes Jedi, un duelista maestro y un visionario político. Sólo le
quedaba calibrar la profundidad del compromiso de Dooku.
"Uno de tus antiguos confidentes en el Templo Jedi ha percibido el inminente
cambio", lede
la creación dijounSidious.
ejército"Ha contactado
para conNo
la República. un es
grupo de clonadores
necesario y les
anular ese ha encargado
encargo, ya que
algún día podríamos utilizar ese ejército en nuestro provecho. Pero el Maestro Sifo-
Dyas no puede seguir viviendo porque los Jedi no pueden conocer la existencia de ese
ejército hasta que estemos preparados."
El asesinato de Sifo-Dyas había significado el abrazo definitivo de Dooku al Lado
Oscuro, y Sidious le había recompensado con el título de Darth Tyranus. Su última
misión, antes de abandonar para siempre la Orden Jedi, fue borrar de los archivos Jedi
toda mención a Kamino. Fue entonces, siendo ya Tyranus, cuando se encontró con
Jango Fett en Bogg 4 y ordenó al mandaloriano que se presentase en Kamino. Luego se
ocupó de que los pagos para los donadores se efectuaran a través de tortuosos
caminos...
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Mace Windu no podía recordar ninguna visita a las habitaciones del Canciller
Supremo, en el Edificio Administrativo del Senado, en la que su atención no se hubiera
visto atraída por la curiosa y en cierto modo inquietante colección de estatuas cuasi-
religiosas de Palpatine.
En una ocasión, al darse cuenta del interés de Mace, Palpatine le dio largas y
entusiastas explicaciones
Fue tras muchos de cuándo
años y mucho y cómo
dinero; había
algunas conseguido
en una algunas de
subasta celebrada enlas piezas.
Colmen«,
otras de un marchante corelliano de antigüedades o de un templo antiguo recién
descubierto en una luna del gigante gaseoso de Yavin, otra como regalo del Consejo de
Naboo, otra como regalo de los gungan...
En aquel momento, Mace contemplaba una pequeña estatua de bronce que
Palpatine había identificado una vez como Wapoe, el mítico semidiós del engaño.
—Me alegra que haya llamado, Maestro Jedi —decía el Canciller Supremo a Yoda
desde el lado opuesto de su mesa de escritorio—. Estaba a punto de llamarlo yo a usted
por un asunto de poca importancia.
—Entonces de su asunto primero hablemos —dijo Yoda.
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Se removió en su asiento, una silla acolchada que le hacía parecer aún más pequeño
de lo que era. Mace se sentaba a su izquierda, con sus largas piernas flexionadas y los
codos apoyados en las rodillas.
Palpatine se tocó el labio inferior con sus afilados dedos, aspiró profundamente y se
echó hacia atrás en su trono.
—Es curioso, Maestro Yoda, pero sospecho que el asunto que tengo en mente es el
mismo que ha traído al Maestro Windu y a usted hasta aquí. Y me refiero a Belderone.
Yoda apretó los labios.
—Una vez más, su intuición no ha fallado. Sobre Belderone mucho que decir
tenemos.
Palpatine sonrió sin mostrar los dientes.
—Bien, entonces, supongamos que empiezo diciendo que me siento feliz por nuestra
reciente victoria. Sólo desearía que me hubieran informado de sus planes antes de
llevarlos a cabo.
—No teníamos tiempo para comprobar los informes que nos envió Inteligencia —
dijo Mace sin vacilar—. Pensamos que sería mejor trasladar unas cuantas naves de la
República, naves que no nos eran imprescindibles. Fue una operación Jedi.
—Una operación Jedi —repitió Palpatine lentamente—. Y, en resumidas cuentas,
ustedes..., es decir, los Jedi, lograron derrotar a las fuerzas del general Grievous.
—Una derrota no fue —aclaró Yoda—. Al hiperespacio Grievous huyó. Protegiendo a
los líderes separatistas estaba.
—Ya veo. ¿Y ahora?
Mace se inclinó hacia delante.
—Esperaremos a que aparezca de nuevo y volveremos a luchar contra él.
—¿Podrían informarme la próxima vez de los hallazgos descubiertos por nuestro
Servicio de Inteligencia...? ¿No tuvimos esta misma discusión cuando creíamos que el
Maestro Yoda había sido asesinado en lthor? —y antes de que Mace pudiera responder,
continuó—: El problema son las apariencias, ¿saben? Por muy de acuerdo que pueda
estar, que lo estoy, con la necesidad de que las investigaciones de Inteligencia sean
confidenciales, hay muchos miembros del Senado que no opinan lo mismo. Respecto a
lo ocurrido en Belderone, el que haya significado una victoria para la República me ha
permitido aplacar los temores de ciertos senadores que opinan que los Jedi están
haciendo la guerra por su cuenta y que ya no podemos hacernos responsables de sus
actos.
Los ventanas de la nariz de Mace se dilataron.
—No podemos
—Algunas permitir
de las que el
decisiones delSenado dicte
Senado el Jedi
a los cursoendelalaincertidumbre
guerra. Yoda asintió.
nos dejan —
dijo, mirando de soslayo a Palpatine—. Un problema de apariencias es, efectivamente.
—No somos unos corruptos —enfatizó Mace.
Palpatine alzó las manos, pidiendo tranquilidad.
—Por supuesto que no. Nada más lejos de la verdad. Pero, como iba diciendo..., el
Senado necesita, al menos, creer que está informado... Sobre todo ante los poderes
extraordinarios que ha concedido a este despacho —se incorporó un poco en su silla—.
No pasa un día en que no me acosen con sospechas, acusaciones o sugerencias de que
albergo segundas intenciones. Y debo confesar que esas sospechas no se detienen aquí,
en mi despacho, sino que también recaen sobre el papel que tienen los Jedi en la
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guerra. Maestros, bajo ninguna circunstancia debemos dar la impresión de que estamos
confabulados.
—Confabulados debemos estar si la victoria queremos conseguir —protestó Yoda,
frunciendo el ceño.
Palpatine sonrió, tolerante.
—Maestro Yoda, está lejos de mi intención dar lecciones de política a alguien de su
inmensa experiencia, pero la verdad es que ahora, con la guerra desterrada al Borde
Exterior, debemos mostrarnos sensatos con las campañas que se emprendan y con los
objetivos que se asignen a nuestras fuerzas. Todos y cada uno de nuestros actos deben
realizarse con suma delicadeza si queremos obtener una paz duradera cuando concluya
esta locura —agitó la cabeza—. Las circunstancias nos han obligado a sacrificar muchos
mundos fieles a la República, y puede que haya otros que en su momento se unieron a
los separatistas y que ahora deseen volver con nosotros... En fin, son cuestiones con las
que no deseo abrumar a los Jedi, pero que pertenecen al ámbito de este despacho.
Comprendan que para mí también son prioritarias.
—No hemos olvidado completamente las lecciones aprendidas en mil años de
servicio a la República —dijo Mace con firmeza—. El Consejo Jedi es totalmente
consciente de ese tipo de cosas.
Palpatine hizo caso omiso del reproche.
—Excelente. Entonces, podemos pasar a otros asuntos.
Mace y Yoda esperaron.
—¿Puedo preguntar cómo supieron los Jedi que Grievous planeaba atacar
Belderone?
—Gracias a un transmisor de hiperonda que perteneció al virrey Gunray y que
conseguimos en Cato Neimoidia —explicó Mace—. Su dispositivo permitió que
Inteligencia descifrase el código separatista y que captásemos un mensaje enviado por
el general Grievous al virrey Gunray, en el que se mencionaba Belderone. Por eso
actuamos.
Palpatine lo contemplaba fijamente, lleno de escepticismo.
—¿Tenemos la posibilidad de escuchar las transmisiones de los separatistas?
—Después de Belderone improbable es —admitió Yoda.
Palpatine meditó un instante, antes de fruncir el ceño.
—Así que, para salvar Belderone, hemos descubierto nuestra capacidad de
interceptar los mensajes separatistas... —aspiró profundamente y dejó escapar el aire
poco a poco—. Si hubiera dependido de mí reconozco que habría hecho lo mismo, pero
tengo que añadir
me lo dijeron? quededucir
¿Debo me siento
pormuy
estedisgustado porya
incidente que haber sido marginado.
no confían en mí? ¿Por qué no
—No —casi gritó Yoda—, pero de este despacho muchos entran y salen. También a
nuestro propio Consejo Jedi al margen mantuvimos. La cara de Palpatine enrojeció de
repente.
—¿Y todavía se atreve a decir que confía en los que le rodean? ¿Se imagina lo que
dirían algunos sabiendo que muchos integrantes de su Orden se han mantenido
deliberadamente al margen de la guerra, y que otros incluso se han sumado al bando
separatista?
—Una década hace que esos reproches oímos, Canciller Supremo.
—Me
esos temo queMaestro
"reproches". se engaña a sí mismo si cree que el paso del tiempo resta validez a
Yoda.
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Esto se nos está escapando de las manos , pensó Mace. Intentó calmarse antes de
hablar.
—Hay una razón más importante para no haberle informado del transmisor.
Ahora fue Palpatine el que esperó.
—Contenía un mensaje almacenado... Un mensaje de Darth Sidious para el virrey
Gunray.
La ancha frente de Palpatine se llenó de arrugas.
—Sidious. Conozco ese nombre...
—El Maestro Sith de Dooku es. En Geonosis el Maestro Kenobi de su propia boca lo
oyó. Nos elude, pero pruebas de su existencia tenemos. —Ahora recuerdo —reconoció
Palpatine—. Le dijo a Obi-Wan que ese
Sidious estaba infiltrado en el Senado.
—Eso lo hemos descartado, pero Dooku sobre Sidious no mentía. Palpatine hizo
girar su silla hasta quedar frente a la inmensa ventana curvada del cuarto y el vasto
panorama de Coruscant.
—Otro Sith —y, volviéndose hacia Yoda, añadió—: Perdone, pero... ¿por qué les
preocupa tanto eso?
—Cuidadosamente equilibrada esta guerra ha estado. Victorias republicanas,
victorias separatistas... Prolongarla puede que parte del plan Sith sea.
Palpatine hizo de nuevo una pausa para meditar detenidamente las palabras de
Yoda.
—Creo que empiezo a comprender sus razones para actuar con tanto secreto. Los
Jedi intentan descubrir a Sidious.
—Siguiendo pistas estamos.
—¿La captura de Sidious pondría fin a la guerra?
—Cuando menos, aceleraría su final —dijo Mace.
Palpatine asintió satisfecho.
—Entonces, confío en que acepten mis disculpas. Hagan lo que deban hacer para
descubrir a ese Sidious.
24
Cuando los xi charrianos hablaron de una explotación minera en los asteroides, no
imaginaba que se refirieran a un asteroide de verdad —comentó Obi-Wan desde el
asiento del copiloto del crucero de la República.
—Fue TC-16 quien nos lo dijo —rectificó Anakin—. Quizá se perdió algo en la
traducción.
El droide de protocolo había sido enviado a Coruscant para entrevistarse con los
técnicos de Inteligencia de la República, y R2-D2 se encontraba en Belderone, donde los
técnicos intentaban reparar los daños que el pequeño astromecánico había sufrido en
la batalla.
túnicas JediObi-Wan
por ropasy más
Anakin tenían la
apropiadas nave
para para
unos ellos itinerantes.
viajeros solos, y habían cambiado las
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nos—Unas cuantas maniobras rápidas. Nuestra forma de decirles que no nos gusta que
rechacen.
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—Nada de láseres.
—Prometido. Sólo haremos que les zumben un poco los oídos. Obi-Wan vio que la
corbeta se hacía más y más grande. La consola continuó emitiendo tañidos, cada vez
con más fuerza. Un segundo después, dos disparos de turboláser pasaron frente a la
proa del crucero. Obi-Wan se aferró a los brazos del sillón.
—No parecen tener sentido del humor.
—Tendremos que esforzarnos más.
Inclinando el morro del crucero, Anakin aumentó la velocidad. Daba la impresión de
querer pasar bajo la corbeta; pero, en el último momento, tiró de los mandos hacia
atrás haciendo que el crucero ascendiera casi verticalmente y en espiral. La andanada
de las baterías delanteras de la corbeta casi rebanó la cola de la nave.
—Ya me parece bastante plausible —comentó Obi-Wan—. Nivela y hazles señas de
que nos rendimos.
—Maestro, no te tomas en serio nuestra misión. Sospecharán que ocultamos algo si
se lo ponemos demasiado fácil.
Obi-Wan vio cómo dos patrulleras se unían a la persecución. Rodeado de los
relámpagos escarlatas de los láseres. Anakin aceleró el crucero a través de un
promontorio dentado y se metió en pleno cinturón de asteroides.
—¡Sólo hay algo peor que ser tu compañero de escuadrilla, y es ser tu pasajero!
Anakin inclinaba la nave para que volase de lado y pudiera pasar entre un cúmulo de
rocas, cuando un láser impactó contra el asteroide más cercano. Las esquirlas
desprendidas por la explosión azotaron los escudos del crucero, pero el tablero de
mandos confirmó a Obi-Wan que la carlinga no había sufrido el menor daño.
El joven Jedi sujetó los mandos y tiró de ellos con fuerza, haciendo que el crucero
girase en redondo. Una de las patrulleras los adelantó, rozando el flanco del crucero,
pero Anakin siguió realizando giros cada vez más cerrados, hasta hacer desistir a los
cazas. La nave tan pronto aceleraba, empujando a Obi-Wan y a Anakin contra sus
asientos, como frenaba bruscamente un segundo después, lanzándolos contra el panel
de instrumentos.
Anakin extendió una mano sobre su cabeza para realizar algunos ajustes, y el crucero
volvió a lanzarse hacia delante, y luego se detuvo bruscamente y tembló de forma
incontrolada.
Obi-Wan examinó las pantallas.
—¿Nos han dado?
—No.
—¿Un asteroide?
—Tampoco.
—¡No me digas que has recuperado la cordura y has decidido rendirte! Anakin le
dirigió una mirada de profundo y fingido sufrimiento.
—Un rayo tractor.
—¿De Escarte...? Imposible. Estamos demasiado lejos.
—Eso pensaba yo.
Las manos de Anakin volaron sobre el panel de control, desconectando algunos
sistemas y activando otros.
—No intentes resistir, Anakin. La nave no aguantará.
Un profundo
encajó temblor
la mandíbula y dejóen laslas
caer entrañas
manos adel
loscrucero corroboró sus palabras. Anakin
costados.
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—Míralo de esta forma —dijo Obi-Wan mientras el crucero era arrastrado hacia la
distante instalación—. Al menos se lo has puesto difícil.
El rayo tractor depositó suavemente el crucero en uno de los cráteres del Gremio,
ahora reconvertido en hangar. Obi-Wan y Anakin habían recibido la orden de salir de la
nave y ahora se encontraban en la rampa con las manos sobre las cabezas.
Neimoidianos y gossamos uniformados rodeaban el crucero, y un equipo de seguridad
que incluía humanos, geonosianos y droides de combate, avanzó hacia ellos.
—Esto no tiene nada que ver con la calurosa bienvenida que nos dieron en Charros IV
—comentó Obi-Wan.
—Hacen que casi sienta nostalgia de los xi charrianos —abundó Anakin.
—¡Mantened las manos donde podamos verlas! —gritó el jefe humano del equipo de
seguridad mientras se dirigía a la plataforma de desembarco—. ¡No quiero ningún
movimiento extraño!
—Qué melodramático —dijo Anakin.
—No utilices ningún truco mental —advirtió Obi-Wan.
—Aguafiestas.
El oficial de seguridad era tan alto y tan rubio como Anakin, pero más ancho de
hombros. Una insignia del Gremio de Comercio pegada al cuello de su uniforme gris lo
identificaba como capitán de la Guardia de Escarte. Hizo que su pelotón se detuviera a
tres metros de la rampa de acceso a la nave. A su señal, los geonosianos se desplegaron
a ambos lados, blandiendo rifles sónicos.
El capitán miró a los dos Jedi de arriba abajo y dio una vuelta en torno a ellos con las
manos entrelazadas a su espalda.
—Hacía tiempo que no veía una de éstas —dijo tras echarle una ojeada a la nave—.
Pero, a juzgar por esos cañones, me parece que no sois precisamente embajadores de
buena voluntad.
—Digamos que hay que adaptarse a los tiempos —respondió Obi-Wan. El capitán
frunció el ceño.
—¿Qué os trae por este sector?
—Esperábamos encontrar trabajo —aseguró Anakin.
—Fuisteis informados de que eso era imposible. ¿Por qué creasteis problemas
enfrentándoos a una de nuestras corbetas?
—Creímos que se habían comportado de una forma muy poco cortés..., cuando sólo
queríamos presentarnos.
El capitán casi
—Entonces se rió.
¿todo ha sido un malentendido?
—Exactamente —confirmó Obi-Wan.
El capitán agitó su cabeza, divertido.
—En ese caso nos alegrará mostraros nuestras instalaciones... ¡empezando por el
nivel de detención! —se giró hacia los otros dos humanos del pelotón—. Esposad a
estos chistosos y registradlos, podrían llevar armas ocultas.
—¿No podemos pagar simplemente una multa y marcharnos? —preguntó Obi-Wan
mientras le colocaban unas esposas magnéticas en las muñecas.
—Pregúntaselo al juez.
Terminado el registro, los dos humanos se apartaron de los Jedi.
—Están limpios.
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Había pasado menos de una hora estándar cuando oyeron voces en el pasillo. La
puerta enrejada se abrió, revelando a Travale y a dos aqualish de seguridad. Sin una sola
palabra, los alienígenas sujetaron a Travale por los brazos y lo empujaron al interior de
la celda.
Obi-Wan pudo cogerlo antes de que se estrellara contra el suelo.
—¿Otro acontecimiento inesperado?
Travale estaba esposado y desconcertado.
—Han descubierto mi tapadera —dijo tranquilamente—. No sé cómo ni quién.
Anakin miró a Obi-Wan.
—No es una coincidencia.
—Alguien nos ha traicionado.
—¿Y ahora qué?
—¿Ha podido preparar algo? —preguntó Obi-Wan a Travale. Él asintió.
—Un fallo desalir
—Podamos energía. Corto,
de aquí pero más
—corrigió que suficiente
Anakin—. Vendrá para que puedan salir de aquí.
con nosotros.
—Gracias —frunció el ceño, inseguro—. Espero no haberme equivocado al suponer
que son capaces de abrir la puerta... Manualmente, quiero decir.
—Podemos hacerlo —le aseguró Obi-Wan.
—¿Cuánto falta para que falle la energía? —preguntó Anakin. —Una hora —Travale
señaló a K'sar—. ¿Y él?
Anakin cruzó la celda.
—Sé que no estás interesado en intercambiar saludos, pero creemos que existe una
forma de escapar. ¿Te interesa?
Los ojos
—Sí... ¡Sí,negros y sin párpados del bith se abrieron desmesuradamente.
gracias!
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—Pues prepárate.
—Una vez en la sala de guardia tomen el túnel de la izquierda —estaba diciendo
Travale a Obi-Wan cuando Anakin regresó junto a ellos—. Siempre a la izquierda hasta
llegar a una escalera. Suban y sigan hasta el nivel del hangar.
—¿Es que no vendrá con nosotros? —se extrañó Anakin.
—Alguien tendrá que desactivar el rayo tractor o su nave no despegará. Dos niveles
por debajo de éste hay una estación de energía. Sé lo bastante como para desactivarla
temporalmente.
—No irá solo —dijo Obi-Wan.
Anakin sonrió abiertamente.
—Creo que es tu turno...
Obi-Wan no discutió.
—Eso significa que K'sar irá contigo. No lo pierdas de vista, Anakin. Travale señaló el
pasillo del bloque de celdas.
—Tendremos que encargamos de los guardias.
—No se preocupe por ellos —aseguró Anakin.
Extendiendo las manos, hizo saltar las esposas de sus muñecas. Obi-Wan lo imitó, y
después abrió las de Travale.
Este sonrió ampliamente.
—Me encantan los buenos planes.
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—Clak'Dor Siete no tuvo elección —dijo—. Los separatistas nos ofrecieron acceso
ilimitado a las rutas hiperespaciales, mejores tratos comerciales y ninguna
interferencia... En cuanto a mí, cuando todo eso ocurrió ya estaba trabajando para el
Gremio. Un día teníamos un trato comercial normal con ellos, y al siguiente, tras lo que
ocurrió en Geonosis, el Gremio estaba en guerra con la República —alzó su mirada—.
Cuando subamos las escaleras tenemos que girar a la izquierda.
Anakin captó una nota de indecisión en su voz.
—No pareces tan seguro como decías.
—Hace mucho tiempo que no ando por esta zona, pero estoy seguro de que
llegaremos al nivel del hangar.
Las paredes de piedra del pasillo por el que corrían mostraban las cicatrices de los
gigantescos taladros que habían agujereado Escarte. La luz y oxígeno eran escasos, y el
suelo resbaladizo. Anakin pasó su brazo derecho por la estrecha cintura del bith para
ayudarlo a avanzar.
—¡Espere, espere! —dijo K'sar de repente.
—¿Qué ocurre?
Los ojos de K'sar estaban llenos de miedo.
—¡He cometido un error! ¡No teníamos que haber venido por aquí!
—Demasiado tarde para retroceder.—¡Tenemos que hacerlo! No lo entiende...
Las palabras de K'sar fueron ahogadas por el ruido de servomotores e ingenios
hidráulicos.
De la curva del oscuro túnel surgió un droide araña enano, meciendo uno de sus
cañones láser a un lado y a otro, buscando blancos contra los que disparar.
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Pilar básico de las explotaciones mineras del Gremio de Comercio, la araña enana
droide era una cazadora-asesina no mucho más alta que un droide de combate de la
Federación de Comercio, pero sí más ágil y equipada con dos poderosos cañones láser.
Su cuerpo semiesférico, sostenido por cuatro patas extensibles, estaba rematado por
dos enormes fotorreceptores redondos que parecían estar clavados en Anakin y K'sar
mientras se acercaba a ellos.
La araña disparó en el mismo instante en que Anakin empujaba a K'sar hacia un lado
y rodaba por el suelo. Dos potentes láseres abrieron un profundo surco en el suelo del
túnel, y el sonido del cañón levantó un ceo ensordecedor en las paredes. La cabeza
pivotó sobre su eje y los fotorreceptores buscaron a Anakin. El arma disparó de nuevo.
Anakin voló, apartándose de su alcance. Recurrió a la Fuerza, agitando sus manos
frente a él para no ser engullido por el intenso calor. Rodó una vez más e intentó
colarse bajo las patas de la araña, pero ésta se anticipó, retrocedió unos cuantos pasos y
soltó otra descarga.
Anakin saltó por los aires.
Propulsado al mismo tiempo por la Fuerza y por la onda de choque de la explosión, el
joven Jedi chocó contra el techo arqueado y se desplomó en el duro suelo. Perdió la
consciencia un instante y, al despertar, descubrió que el droide cargaba contra él,
haciendo girar el más pequeño de sus cañones para apuntarle. El Jedi se catapultó hacia
delante con los pies para pasar por debajo del cuerpo del droide, hasta donde se
encontraban las células energéticas y arrancárselas. La araña frenó en seco y empezó a
recular
delante para apartarse el
aprovechando deimpulso.
su atacante. El salto de Anakin quedó corto, pero rodó hacia
La araña continuó retirándose.
Anakin fingió una finta lateral y se lanzó bajo el droide, pero tampoco esta vez pudo
alcanzar su objetivo. Oyó el zumbido del domo de la araña al girar, seguido del
producido por el cañón al chocar contra la escabrosa pared. Al darse cuenta de que
habían entrado en una sección del túnel demasiado estrecha para permitir el giro del
cañón, el droide agitó sus patas con frustración y se movió hacia la parte más ancha.
Sin un plan definido en mente, Anakin reptó tras él y oyó cómo el domo giraba una
vez más. En ese momento escuchó él el rugido de un rifle láser con el disparador
colocado en automático.
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Diez metros más allá. K'sar estaba firmemente plantado sobre sus pies, con el arma
sujeta con ambas manos y disparando directamente contra las células energéticas y los
rojizos fotorreceptores de la araña. Desconcertado, el droide intentó girar
desesperadamente en sentido contrario, pero seguía sin tener espacio. Piedras de
distintos tamaños se desprendieron de las paredes cuando los rayos láser chocaron
contra ellas, pero el bith mantuvo apretado el gatillo hasta agotar la célula energética
de su arma. Un desgarrador chillido electrónico surgió de alguna parte del interior de la
araña, y las chispas brotaron como un géiser de su domo agujereado. Las cuatro patas
se agitaron rabiosas por un largo momento y después se detuvieron. El túnel empezó a
llenarse de humo. Por fin, el droide se derrumbó y el extremo de su cañón más largo se
clavó en el suelo frente a los pies de K'sar.
Anakin rodeó la humeante máquina y arrancó suavemente el rifle de las temblorosas
manos del bith. El domo del droide tintineó mientras se enfriaba y un susurró se escapó
de la cámara de gas del disparador.
—¿Cuánto falta? —preguntó Anakin un segundo después.
—Ya estamos cerca —respondió K'sar, saliendo de su ensimismamiento—. Medio
kilómetro o así, una vez pasada la curva.
—¿Podrá llegar?
K'sar asintió con la cabeza, y ambos se apresuraron por el estrecho pasillo, hasta
emerger desde un túnel que se abría a la parte trasera del hangar. Cien metros más allá,
el crucero se encontraba allí donde el rayo tractor lo había dejado. Se veían pocos
guardias, y la mayoría eran droides de combate.
Anakin se tomó un momento para estudiar la disposición de los droides antes de
girarse hacia K'sar, que parecía haberse recuperado de la batalla librada en el túnel.
—No importa lo que yo haga o lo que me pase, quiero que corras directamente hacia
la rampa de descenso. No te detengas hasta que estés dentro de la nave, ¿entendido?
K'sar asintió.
Anakin salió del pasillo, atrayendo deliberadamente la atención de los droides para
impedir que disparasen contra K'sar. Esquivó los láseres, saltando y rodando por el
suelo en una combinación perfectamente calculada que lo acercó lo suficiente a los
guardias como para poder manipularlos mediante la Fuerza. Chocaron unos contra
otros como empujados por un fuerte viento. Arrancó el rifle de las manos de uno de los
droides. atrayéndolo hasta las suyas, y derribó a los que aún se mantenían en pie.
Siguiendo a K'sar por la rampa de descenso, corrió hasta la cabina del piloto y
empezó a conectar los sistemas defensivos del crucero. Los disparos de los droides
rebotaron inofensivamente
Anakin activó los cañones deen el fuselaje
proa y popa, yydisparó
las placas
conde transpariacero
ellos, enterrando adel
loscrucero.
droides
bajo enormes bloques de ferrocemento arrancado de las paredes y el techo.
Cuando los sistemas de vuelo estuvieron preparados, salió de la cabina de pilotaje y
buscó a K'sar. Lo encontró sentado en el suelo de la sala principal, jadeante y todavía
asustado.
—¿Por qué no despegamos ya? —preguntó el bith—. Seguro que las corbetas del
Gremio ya están en camino.
Anakin se acercó más a él, con expresión grave.
—Primero tenemos que hablar. Si no respondes a mis preguntas te echaré de la nave
ydedejaré
par enque
par.los gossamos hagan contigo lo que quieran. Los ojos del bith se abrieron
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a la—No loque
piloto sé...Sienar
Se lo juro, Jedi,para
contrató no loque
sé —K'sar hizo una
le entregase pausa¿La
la nave. y agregó—:
conocías? pero conocía
—No sé si sigue viva. Pero sé por dónde puede empezar a buscar.
Obi-Wan y Travale cruzaron la ataguía que unía la esclusa de aire de Escarte al anillo
de abordaje situado frente a la cola del crucero en forma de abanico.
Al entrar en la sala principal, Travale lanzó un grito de alegría. —¡Qué bien sienta
estar vivo!
Obi-Wan contempló a Thal K'sar, convencido de que el bith sentiría lo mismo. K'sar,
en cambio, estaba hecho un tembloroso ovillo en la hamaca de aceleración. Obi-Wan se
dirigió a la cabinapara
—¿Problemas de pilotaje y se sentó
llegar hasta en el asiento del copiloto.
la nave?
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todo era cuestión de equilibrio; y si preservar ese equilibrio exigía que el Lado Oscuro
alcanzara su cumbre, que así fuera.
Sidious no tuvo que malgastar horas preciosas con Dooku. enseñándole la técnica de
lucha con el sable láser o liberándolo de costumbres perniciosas adquiridas en toda una
vida en el Templo Jedi, pues ya hacía mucho tiempo que el Conde se había librado de
ellas. En lugar de eso. Sidious pudo concentrarse en la enseñanza del camino que lo
llevaría inevitablemente a colisionar contra el poder del Lado Oscuro... y una simple
muestra de aquel poder le había resultado embriagadora. Lo bastante como para
convencer a Dooku de que no le quedaba otra solución que abandonar la Orden, y de
que toda su vida sólo había sido una preparación para ser el aprendiz de Sidious.
Por fin había encontrado un verdadero mentor.
El Sith, por su parte, descubrió que ya no necesitaba buscar únicamente discípulos
jóvenes, aunque lo hiciera muy a menudo. A veces, el entrenamiento era más fácil con
discípulos que habían vivido lo suficiente como para sentirse desilusionados, furiosos o
vengativos. Los Jedi, por el contrario, se veían atados por la compasión. Su propensión
a mostrar piedad, a perdonar y a tener en cuenta el dictado de la conciencia les impedía
entregarse al Lado Oscuro y considerarse a sí mismos como una fuerza de la naturaleza,
paranormalmente fuerte y rápida, capaz de conjurar el relámpago Sith o exteriorizar
rabia sin necesidad de esos pases mágicos a los que tan aficionados eran los Jedi.
El Sith comprendía que sólo se podría acabar con el elitismo y el gansterismo de la
República uniendo a las diversas razas de la galaxia bajo un mando unificado. La galaxia
sólo podía ser salvada de sí misma mediante la imposición de un orden.
Qué estúpidos eran los Jedi al no darse cuenta de ello. Se habían vuelto ciegos ante
su propia caída en desgracia, ante la llegada de su propio final. ¡Qué estúpidos...!
El susurro de unos pasos suaves hizo que Dooku diera media vuelta.
Una figura se aproximaba desde un lado del hangar, semioculta bajo una capa con
capucha color borgoña prendida en el cuello por un broche distintivo, tan suave y
voluminosa que cubría todo el cuerpo excepto la mandíbula inferior y sus manos. La
capucha raramente se apartaba, lo que permitía a su portador pasar desapercibido por
las plazas y las avenidas del submundo de Coruscant, como lo haría cualquier otro
iniciado u religioso que llegase al Núcleo procedente de algún mundo más allá de lo
imaginable.
Poco había contado Sidious de su juventud durante los últimos trece años; y menos
aún de su Maestro, Darth Plagueis.
Más de una vez se le había ocurrido a Dooku que Sidious y Yoda compartían ciertas
cualidades. Siendo
alguien frágil debidolaamás notoria
la edad o a laque ningunonecesaria
intensidad de los dos
paraera lo quelas
dominar parecía ser...:
artes Sith o
Jedi.
En Geonosis, le había sorprendido la facilidad con que Yoda bloqueó los golpes de su
sable láser y, más aún, la facilidad con la que había "manejado" el rayo Sith que Dooku
le lanzó. Aquello le hizo preguntarse si en el transcurso de sus ochocientos años de
vida. Yoda, el Maestro Jedi, no habría profundizado en las artes oscuras, aunque sólo
fuera para familiarizarse con los métodos del enemigo. Y sólo hacía unos meses que el
propio Yoda le admitió algo parecido en Vjun: "Yoda con una oscuridad carga", había
dicho. Probablemente, Yoda creía haber derrotado a Dooku en Geonosis, pero la verdad
era que eldeConde
técnicos lo quesólo huyó
algún día para salvaguardar
se convertiría en ellos planos
arma que llevaba encima. los planos
definitiva...
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—Sí. Como dices, es algo inesperado —volvió a mirar las torres lejanas—. Algún día
me daré a conocer a toda la galaxia, pero no ahora. Esta guerra debe continuar por más
tiempo. Hay mundos y personas que necesitamos atraer a nuestro lado.
—Entiendo.
—Dime, ¿quién está a cargo de esta... búsqueda?
Dooku soltó un bufido.
—Skywalker y Kenobi.
Sidious tardo un segundo en responder.
—El llamado Elegido y un Jedi con bastante fortuna como para que uno casi crea en
la suerte —sin apartar la vista del paisaje, agregó—: Me siento disgustado por este giro
de los acontecimientos. Lord Tyranus. Muy disgustado.
Una vez Maestro y padawan, Kenobi y Skywalker se habían convertido en el azote de
Dooku. En Geonosis había permitido que lo siguieran, tal como Sidious había ordenado.
Siguiendo esas mismas órdenes dejó que Kenobi se enterase de la existencia de Darth
Sidious, a fin de confundir a la Orden Jedi diciéndoles la verdad. En el hangar de su
balandro demostró su maestría a Kenobi y a Skywalker..., aunque éste no fue derrotado
tan fácilmente la segunda vez que se batieron en duelo. Rabioso, el joven Jedi demostró
ser un poderoso antagonista, y Dooku sospechaba que se había hecho más y más
poderoso desde Geonosis.
"Mucho tiempo he estudiado al joven Skywalker", había admitido una vez Sidious.
Y mucho más últimamente.
—Mi señor, los Jedi pueden buscar a otros que contribuyeron a mejorar los
dispositivos de comunicaciones que se entregaron a Gunray y a otros, yo incluido.
También está el problema de la derrota de Grievous en Belderone.
Sidious hizo un gesto despectivo para restar importancia a esa derrota.
—No te preocupes por Belderone. Puede que incluso nos sirva para hacer creer a la
República que nos han alejado de su precioso Núcleo. En cuanto a tu preocupación por
ocultar mi paradero, tranquilo, ya he tomado medidas al respecto. Y también he hallado
la forma de que esto juegue a nuestro favor —hizo una pausa para pensar algo, y
después añadió—: Sí, empiezo a vislumbrar las piedras que Skywalker y Kenobi pueden
encontrar en su camino.
Sidious se giró hacia Dooku, sonriendo malévolamente.
—Su misma insistencia hará que caigan en nuestro poder, Lord Tyranus. Les
prepararemos una trampa en Naos 111.
A Dooku no le importó mostrar su escepticismo.
—No creo
conocido, que les resulte fácil encontrar un mundo tan remoto en el espacio
mi señor.
—No obstante, Kenobi y Skywalker se abrirán camino hasta él. Dooku decidió
aceptarlo como un artículo de fe.
—¿Qué quiere que haga?
—Unos cuantos arreglos... Busca a alguien que se encargue de todo. Se te necesita
en otra parte.
—Délo por hecho.
—Una cosa más. Procura que Obi-Wan Kenobi deje de ser una irritante molestia —
dijo Sidious, acentuando el tono de desprecio al nombrar al Jedi.
—¿Es una
Sidious amenaza
negó con la tan importante para nuestros planes?
cabeza.
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—Pero Skywalker sí lo es. Y Kenobi... Kenobi ha sido como un padre para él.
Consigue que Skywalker se sienta huérfano una vez más, y cambiará.
—¿Cambiará?
—Entrará en el Lado Oscuro.
—¿Como aprendiz?
Sidious lo miró fijamente.
—Todo a su debido tiempo. Lord Tyranus. Todo a su debido tiempo.
27
Tras sufrir las cuatro horas del discurso de Palpatine al Senado sobre el Estado de la
República y las docenas de interrupciones debidas a los aplausos, tradición arcaica que
no se practicaba desde la época del Canciller Supremo Valorum Eixes, Bail Organa miró
desde el asiento trasero del aerotaxi cómo un trío de cruceros de combate se elevaba
en el llameante ciclo naranja de Coruscant, lanzando sus sombras en forma de cuña
sobre el tejado en espiral del Templo Jedi.
El destino de Bail.
Había dado instrucciones al piloto droide para que descendiera en la plataforma
nordeste del Templo, donde lo esperaban dos jóvenes Jedi. Ni siquiera se fijó en la
opulencia de los anchos pasillos del Templo mientras seguía a su escolta hasta la sala
que la Orden utilizaba para sus reuniones públicas, en vez de la cámara circular
reservada para los cónclaves privados, situada en la cumbre de la torre del Consejo.
Cuando se le permitió la entrada, en el centro de la sala se proyectaba una
holograbación del discurso de Palpatine. Alrededor de la mesa del holoproyector se
sentaban los miembros del Consejo: Yoda, Mace Windu, Saesee Tiin, Ki-Adi-Mundi,
Shaak Ti, Stass Allie, Plo Koon, y Kit Fisto.
—Y, con pesar en mi corazón, me veo obligado a mandar doscientos mil soldados
más al Borde Exterior —repetía la holoimagen del Canciller Supremo—, pero tengo la
completa confianza de que el final de este brutal conflicto está ahora cerca. La
Confederación se ha visto erradicada del Núcleo, expulsada del Borde Interior y de las
colonias, acosada en el Borde Medio y muy pronto exiliada a los brazos de la espiral. Y
pagará un justo precio por el caos y la destrucción que ha provocado en nuestros
hogares.
Hizo una pausadroides
Las cámaras para disfrutar
zumbabande los aplausos,de
alrededor aunque duraron
la Gran demasiado
Rotonda tiempo. las
para resaltar
amistosas y más que conocidas facciones de Palpatine, rematando el círculo al
centrarse en el podio de treinta metros de alto sobre el que se encontraba, y
recreándose en las dos docenas de oficiales humanos de marina que estaban en pie bajo
él, aplaudiendo de forma entusiasta.
—Una demostración de fuerza es —comentó Yoda.
Palpatine continuó hablando, vestido con ropas de color magenta y verde bosque.
—Algunos de vosotros os preguntaréis por qué sufre mi corazón cuando os traigo
noticias de nuestro tan esperado y deseado contraataque. La decisión pesa sobre mí
porque hubiera
separatistas preferido ydecir:
se marchiten mueran"Yasolitarios
basta, dejemos que la
en el Borde Confederación
Exterior, y los
mantengamos
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Cuatro horas más tarde, medio borrachos y casi congelados, entraron en el último
bar anterior al puente. Tras sacudirse la nieve de los hombros de sus capas y bajarse las
capuchas, examinaron a los clientes que se apiñaban en la barra y ocupaban casi todas
las mesas.
—O pescas o no tienes mucho que hacer en Naos III —comentó Anakin.
—Tengo la impresión de que la mayoría bebe incluso mientras trabaja. Dos rodianos
se alejaron de la barra y ellos ocuparon su lugar. Pidieron sus bebidas.
Anakin dio un sorbo a su vaso.
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—Diez bares, otras tantas hembras lethanas, y todas y cada una de ellas asegura
haber nacido en este mundo. Yo diría que pasaremos aquí mucho, mucho tiempo.
—¿No te dio K'sar ningún dato más personal: cicatrices, lekku tatuado, lo que sea?
Anakin meneó la cabeza.
—Nada. —Cuando Obi-Wan le hizo señas al camarero humano para que se acercara,
agregó—: Pide otro aperitivo twi'leko y te juro que te corto el brazo.
Obi-Wan rió.
—Pues el moho izzy del último bar estaba delicioso.
Anakin probó otro sorbo.
—Hablando de brazos...
—¿Hablábamos de brazos?
—Hablábamos de brazos. Al menos creo que hablábamos de brazos. De todas
formas, ¿te acuerdas del Club Outlander, cuando me dejaste para pedir las bebidas?
¿Supiste que Zam Wessel te seguiría?
—Al contrario. Sabía que te seguiría a ti.
—¿Implicas que las multiformes sienten una atracción especial por mí?
—¿Qué hembra podría evitarlo, con la forma en que te pavoneas al andar? "Asuntos
de los Jedi" —añadió, imitando la voz de Anakin.
—Entonces... admites que me has estado utilizando de cebo.
—Algún privilegio tengo que tener por ser un Maestro. En todo caso, siempre
puedes pagarme con mi misma moneda.
Anakin levantó su vaso.
—Brindo por eso.
Viendo que el camarero se acercaba, Obi-Wan dejó una moneda debajo de su vaso
vacío y lo empujó hacia delante—. Otra ronda. Y quédate el cambio.
Atlético, con un pelo rojizo que casi le llegaba hasta la cintura, el camarero miró la
moneda.
—Mucha remuneración para una libación tan escasa. Quizá me permita ofrecerle
algo un poco menos insípido.
—En realidad preferiría un poco de información.
—¿Por qué lo suponía?
—Estamos buscando a una hembra lethana —dijo Anakin.
—¿Y quién no?
Obi-Wan agitó la cabeza.
—Sólo negocios.
—Sí, suele ser habitual. Les sugiero que prueben en el hotel Palacio. —No lo
entiende.
—Oh, creo que sí.
—Mire, la hembra que buscamos seguramente no es... bueno, masajista.
—Ni bailarina —agregó rápidamente Obi-Wan.
—Entonces, ¿qué hace aquí, en Naos 111?
—Era piloto... con cierta preferencia por las especias.
Obi-Wan miró al camarero fijamente.
—Quizás haya llegado a Naos 111 en los últimos diez años.
Los ojos del camarero se entrecerraron.
—¿Por qué
conocemos noFa'ale
como empezaron
Leh. por ahí? Están hablando de Genne. —Nosotros la
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de —Naos
mirarlosIIIpor
no encima
tiene límite legal, chico
del borde—. No —dio
sois loun largo
que trago de su propio vaso, sin dejar
esperaba.
—¿Es una sorpresa o una desilusión? —preguntó Anakin.
—¿A quién esperaba? —le interrumpió Obi-Wan.
—Los clásicos tipos duros, lacayos de Sol Negro, cazarrecompensas... No sé.
Vosotros tenéis el aspecto de dos Jedi perdidos —hizo una pausa—. Quizá sois eso. Los
Jedi son conocidos por ser peores que los asesinos.
—Sólo si es necesario —dijo Anakin.
Ella se encogió de hombros.
—¿Queréis hacerlo ya o tengo derecho a una última cena?
—¿Hacer qué?
—Matarme, —se extrañó Obi-Wan.
claro.
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cayó hacia delante, directamente sobre la hoja de Obi-Wan. El olor a carne quemada
inundó el cuarto, mezclándose con el humo del explosivo que había arrancado tres
metros cuadrados de tejado. Enormes copos de nieve caían a través de la abertura.
A la izquierda de Obi-Wan, en el centro del cuarto, Anakin resistía contra los dos
alienígenas reptilescos y el portador de la vibrohacha. Los láseres desviados
atravesaban las delgadas paredes, despertando gritos entre los vecinos de Fa'ale. Se
abrieron y cerraron puertas, y en el pasillo resonó un retumbar de pisadas apresuradas.
Pivotando sobre el pie izquierdo, el falleen intentó enterrar la vibrohacha en la
cabeza de Obi-Wan. Este esquivó el arma agachándose y hundió la hoja del sable en su
muslo izquierdo.
El golpe sólo consiguió alimentar la rabia del humanoide. El falleen se abalanzó hacia
delante, alzando el hacha por encima de su cabeza, intentando partir a Obi-Wan por la
mitad. El Jedi dio un paso lateral, apartándose del camino del arma, pero la mesita de
Fa'ale no tuvo tanta suerte y se partió en dos, lanzando la botella de la twi'leko por los
aires hasta que terminó estrellándose contra la cara del más grande de los dos
trandoshanos. Gritando de rabia, el alienígena se llevó una garra hasta su sangrante
ceja, mientras con la otra seguía disparando su pistola contra Anakin. Este, mientras
desviaba los rayos con el sable láser, levantó la mano izquierda y envió un empujón de
la Fuerza contra el trandoshano, haciéndolo volar hacia atrás, a través del cuarto, hasta
impactar contra la única ventana de la habitación.
El segundo reptiloide se arriesgó a atacar, intentando aprovechar que Anakin estaba
centrado en su compañero.
Obi-Wan siguió el vuelo de la cabeza del alienígena por toda la habitación, el hueco
de la puerta y el pasillo hasta caer en el vestíbulo, donde alguien dejó escapar un
chillido espeluznante. El falleen, al encontrarse solo frente a los dos Jedi, extendió la
vibrohacha frente a él y empezó a girar sobre sí mismo para tratar de impedir que
alguien se le acercara.
Anakin retrocedió hasta quedar fuera del círculo que trazaba la vibrohacha y se
zambulló hacia delante, deslizándose sobre su estómago por el húmedo suelo. Su sable
láser amputó las dos piernas del falleen a la altura de las rodillas. Medio metro más
pequeño, pero no menos furioso, el humanoide lanzó su arma directamente contra Obi-
Wan, extrajo una pistola enorme de la funda que colgaba junto a su cadera y empezó a
disparar indiscriminadamente.
Mientras la vibrante hoja volaba hacia Obi-Wan, Anakin cortó de cuajo la pistola y la
mano del falleen, antes de clavarle el sable en el pecho. La armadura pectoral que
llevaba el humanoide
desprendía logróhizo
el sable láser detener
que por un instantedel
la bandolera la hoja de energía,
falleen estallarapero el calorYque
en llamas. la
llevaba cargada de explosivos.
El falleen retrocedió sobre los muñones cauterizados de sus piernas, intentando
apagar las llamas a manotazos y con pánico creciente. Cuando vio que sus esfuerzos
eran inútiles, dio media vuelta, saltó por la ventana... y estalló en mil pedazos antes de
llegar al montón de nieve que era su destino.
El cuarto quedó repentinamente en silencio, exceptuando el suave silbido de los
copos de nieve evaporándose al entrar en contacto con el sable láser.
—¡Sácala de aquí! —gritó Obi-Wan.
Anakin desactivó
colchones la de
y de la ropa hoja y tiró de las muñecas de Fa'ale para sacarla de debajo de los
cama.
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Una vez en pie, aunque tambaleante y algo ebria, la mujer contempló el cuarto
destrozado.
—Vosotros dos parecéis tíos decentes... incluso para ser Jedi. Siento que os hayáis
visto mezclados en esto.
Al ver que su botella de licor había sobrevivido misteriosamente a la violencia
desatada en la habitación, la mujer intentó abalanzarse hacia ella. Cuando Anakin se lo
impidió, ella le golpeó furiosa en el pecho y en los brazos.
—¡Deja de intentar ser un héroe, chico! Estoy harta de huir. Se acabó... para todos.
—No hasta que nosotros lo decidamos —dijo Anakin.
—Ese es el problema. Para empezar, por eso estamos en guerra.
Anakin empezó a arrastrarla hacia la puerta.
—Justo a tiempo —dijo Obi-Wan desde la ventana—. Veo a seis más, como mínimo.
Un láser destrozó lo que quedaba de la ventana.
Anakin atrajo a Fa'ale hasta que sus caras quedaron a pocos centímetros la una de la
otra.
—Has burlado a los asesinos durante diez años, seguro que debes tener una ruta de
escape —la sacudió enérgicamente—. ¿Dónde está?
Ella permaneció un momento callada. Luego cerró los ojos y asintió.
Obi-Wan y Anakin la siguieron por el pasillo hasta un armario de objetos de limpieza
situado en uno de sus extremos. Dos barras descendían hasta perderse en la oscuridad,
ocultas tras una pared trasera falsa. Fa'ale se sujetó a una de ellas, se dejó caer y
desapareció. Anakin la siguió.
Obi-Wan pudo escuchar a través de la puerta cerrada cómo una multitud de seres
pasaba por delante del armario en dirección al cuarto de la twi'leko. Agarrándose a la
segunda barra con manos y pies, dejó que la gravedad lo arrastrara.
El descenso fue más largo de lo esperado. En lugar de terminar en el sótano del bar,
las barras atravesaban la colina sobre la que se había construido esa parte de Naos 111 y
llegaban hasta el río. El final de las barras quedaba enterrado bajo la espesa capa de
hielo. En la penumbra, Obi-Wan descubrió que se encontraban en una caverna creada
por la propia corriente del río. Cerca de las barras había tres trineos de flotación del
tipo que los locales utilizaban para pescar en el hielo, equipados con motores pode-
rosos y un par de largos esquíes.
—Estoy demasiado borracha para conducir —decía Fa'ale.
—Déjame a mí —dijo Anakin, que ya se había sentado en el estrecho asiento del
vehículo y estudiaba los controles.
Conectóruidosamente
ronronear un interruptor,
en ely amplio
el motor del de
agujero trineo tosió, cobrando vida. Empezó a
la cueva.
Fa'ale se colocó detrás de Anakin, y Obi-Wan montó en el segundo trineo.
—Ese, y después ese otro —indicó Anakin a su Maestro, señalando el interruptor de
encendido y el calentador—. Los motores y el control de potencia, y se maneja así.
Obi-Wan estaba confuso.
—¿Así?
—¡Así, así! —repitió Anakin con énfasis, haciéndole una demostración e indicándole
otro conjunto de interruptores del panel de control de la máquina—. Estos son los
repulsores, pero utilízalos estrictamente para los pequeños montículos de hielo, los
escombros
siquiera sonhelados y ese tipo de cosas. No son trineos de flotación convencionales... Ni
barredores.
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La estrella que una vez calentó Naos III era ahora un borrón blanco casi hundido en el
horizonte. Ominosas nubes oscurecían las montañas situadas a la derecha de Obi-Wan.
La nevada se había intensificado más todavía.
Viajando tan rápido como le era posible al trineo, sintió como si se hubiera metido de
lleno en una ventisca. De no ser por la Fuerza, los adorables y cristalinos copos habrían
sido como bolas de nieve lanzadas contra su cara y sus manos. Aun así, apenas podía
ver, y el hielo gris, blanco y a veces azul no era tan liso como creyó que sería. Una veces
se encontraba con protuberancias allí donde el agua se había congelado y descon-
gelado incontables veces, otras con montículos formados por los escombros atrapados
durante la helada, otras más con agujeros abiertos para pescar que se alternaban con
los montoncitos extraídos precisamente de esos agujeros...
Y no ayudaba en nada a la navegación el hecho de que le estuvieran disparando.
Las descargas de la ametralladora del puente le obligaba a zigzaguear por todo el río
y. además, a esquivar los obstáculos de hielo más grandes y a saltar por encima de los
pequeños. Los repulsores le habrían permitido elevarse sobre ellos, como hacía Anakin
río abajo, pero no sabía controlarlos. Más bien necesitaba las dos manos para utilizar
los repulsores, y no tenía ninguna libre. Con la izquierda manejaba la barra de
dirección/impulsión delleaparato,
desviar los láseres que y conarriba
llovían desde la derecha empuñaba
y desde atrás. el sable láser, intentando
Por un momento se creyó de nuevo en Muunilinst, celebrando un duelo con los
extraños lanceros droides de Durge.
De no ser por la nieve.
Un rugido vacilante en su oído derecho le indicó que uno de los trineos que lo
perseguían ya le había dado prácticamente alcance. Con el rabillo del ojo, Obi-Wan vio
al piloto humano agacharse bajo la barra de control para proporcionar a su compañero
rodiano el ángulo que necesitaba para disparar un láser contra la cabeza del Jedi. Obi-
Wan frenó y consiguió que el trineo enemigo se acercase a él más rápidamente de lo
que el rodiano había supuesto. El primer disparo pasó ante los ojos del Jedi, pero
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láser de sus manos, haciendo que se le cayera al hielo. El trineo desapareció en las
espumeantes aguas.
—El fin de las estrellas —murmuró Obi-Wan.
Suspendida de un oscilante cable, la garra empezó a ascender hacia el vientre abierto
de un desgarbado esquife de nieve.
Con sus manos rojas aferrando la cintura de Anakin, Fa'ale gritaba y aullaba,
disfrutando de la situación a pesar del exceso de alcohol... o, más probablemente, a
causa de él.
—Te has equivocado de oficio, Jedi —gritó junto a la oreja derecha de Anakin para
hacerse oír por encima del rugido del motor—. ¡Podrías ser un campeón de carreras de
vainas!
—Ya lo he sido —respondió Anakin por encima del hombro.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Obi-Wan estaba siendo separado de su
trineo. Combinando frenos e impulsores, Anakin hizo que el trineo diera un rápido giro
de 180 grados y volvió río abajo hasta quedar bajo el puente que habían dejado atrás,
eludiendo el fuego de la ametralladora láser.
—Una nave transporte de dientes afilados —explicó Fa'ale al ver el esquife de
nieve—. Así, los pescadores no necesitan llevar su carga hasta la ciudad. Es lo que suelo
hacer aquí... Mi trabajo, quiero decir.
La garra que aprisionaba a Obi-Wan ya estaba a mitad de su ascensión hacia el
esquife.
—No veo forma de alcanzarlo a tiempo —confesó Fa'ale.
—¡Prepárate para sujetar la barra de control! —advirtió Anakin. Las manos de Fa'ale
se engarfiaron en su túnica.
—¿Dónde piensas que vas?
—Hacia arriba.
Acelerando a toda velocidad, Anakin dirigió el trineo hacia la falda de la colina donde
se asentaba una mitad del puente. Cuando estaba a punto de rebasar la cumbre,
conectó los repulsores. Entonces, saltando del trineo convertido en cohete, recurrió a la
Fuerza para propulsarse todavía más hacia la oscilante jaula.
Los hombres del esquife lo vieron venir e intentaron virar a estribor, pero no fueron
lo bastante rápidos como para impedir que Anakin pudiera asirse a la gana. El copiloto,
un rodiano, abrió la puerta de la cabina y empezó a disparar contra el blanco móvil.
—Tenía el presentimiento de que aparecerías —dijo Obi-Wan desde el interior de la
garra.
Un disparo alcanzó la jaula y rebotó.
—¡Aguanta, Maestro! Esto no va a ser agradable.
Obi-Wan oyó el chasquido-siseo del sable láser de Anakin. Asomándose entre los
dedos metálicos de la garra, vio lo que les esperaba.
—Anakin, espera...
Pero el joven Jedi no esperó.
Cuando la garra estaba a punto de entrar en la bodega de carga, Anakin blandió su
sable láser y rebanó el suelo de la cabina del piloto del esquife. Chispas y humo
empezaron a surgir del desgarrón, y la nave se escoró a estribor casi de inmediato. Pasó
a menos de un metro de una de las torres del puente y giró hacia la ladera de la colina.
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Un instante antes del impacto, Anakin cortó el cable de la garra y ésta cayó sobre la
resbaladiza pendiente, deslizándose hacia el río helado. Llegó hasta él y giró sin control
sobre sí misma, con Obi-Wan rebotando en su interior y Anakin recurriendo a la Fuerza
para mantenerse agarrado al exterior. El esquife se estrelló contra la ladera. Cuando la
garra perdió su impulso y quedó inmóvil al otro lado del río, los dos Jedi estaban tan
cubiertos de nieve y hielo que parecían wampas.
El sable láser de Anakin no tardó en cortar los dedos de la garra. Obi-Wan salió,
escupiendo nieve y temblando como un perro.
—Ya van cuarenta...
—Basta, me doy por vencido —dijo Obi-Wan. Hizo una pausa para vaciar de nieve las
mangas y la capucha—. ¿Dónde está Fa'ale?
Anakin estudió la colina. Los asesinos del puente habían huido llevándose su arma.
Finalmente, señaló hacia la ribera opuesta del río, donde podía verse un trineo encajado
entre dos montículos de hielo.
Cuando llegaron hasta ella. Fa'ale yacía boca abajo, a unos metros del vehículo lleno
de agujeros de láser. Al darle la vuelta. Anakin vio uno de los disparas había amputado a
la twi'leko el lekku derecho. Sus ojos pestañearon y se abrieron, enfocándolo, mientras
la acunaba en sus brazos.
—No me lo digas —balbuceó débilmente—. Me recuperaré, ¿verdad?
—Lamentaría ser portador de malas noticias.
—Una semana en un tanque bacta y estarás como nueva —dijo Obi-Wan.
Fa'ale suspiró.
—No pienso discutir. Habéis hecho todo lo posible para que me maten —miró a su
alrededor—. ¿No tendríamos que estar buscando cobertura?
—Se han ido —informó Anakin.
Fa'ale agitó la cabeza.
—Después de tantos años, por fin han conseguido...
—No creo —interrumpió Obi-Wan—. Alguien más importante que Raith Sienar no
quiere que descubramos muchas cosas sobre esa nave estelar.
—Entonces será mejor que os cuente el resto de la historia... Lo que ocurrió en
Coruscant, quiero decir.
Anakin le levantó la cabeza.
—¿Dónde entregaste la nave?
—En un viejo edificio del barrio industrial, al oeste del Senado. En una zona llamada
Los Talleres.
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se abría todo un círculo de ventanas y de viejas entradas a los hangares con formas
dentadas. Muchos de los paneles de permeovidrio y muchas de las claraboyas parecían
intactas, pero el tiempo y la corrosión se habían cebado en las compuertas verticales de
los hangares.
Se estaba investigando quién había construido el edificio y quién era el propietario
actual..., aunque, a juzgar por su situación en Los Talleres, parecía que sirvió como sede
corporativa de las fábricas y plantas de ensamblaje que lo rodeaban.
Mace y su equipo de Jedi, comandos clon y analistas de Inteligencia se encontraban
al este de la estructura, aproximadamente a un kilómetro de distancia, en una zona de
fundiciones con el tejado en forma de cresta que dominaba el panorama de chimeneas
de permeocemento, algunas de las cuales todavía escupían humo a la atmósfera. Sería
difícil encontrar un lugar más deprimente a este lado de Eriadu o de Korriban , se dijo
Mace. Cinco horas aquí podían consumir cinco años de la vida de cualquiera. Creía sentir
el efecto nocivo en cada bocanada de aire que aspiraba, en cada superficie mugrienta
que tocaba, en cada nube de humo envenenado que llegaba hasta él. Los ácidos que
impregnaban el aire terminarían corroyéndolo todo, pero no lo bastante deprisa para
algunos. Empresarios ambiciosos y planificadores de urbanismo habían introducido
ácaros que devoraban piedra, babosas que horadaban el durocemento y gusanos que
potenciaban el efecto de la lluvia ácida, sin importarles el riesgo que pudieran suponer
para los cercanos rascacielos del Distrito del Senado.
En resumidas cuentas, el ambiente perfecto para un Señor Sith.
—Sondas a control remoto desplegadas, general Windu —informó un CAR.
Mace enfocó los macrobinoculares sobre la multitud de droides esféricos de un
metro de diámetro que se dirigían hacia el edificio.
El Comité de Inteligencia del Senado había intentado prohibir el uso de comandos y
sondas robot. Para la mentalidad de los miembros del comité, la idea de que en
Coruscant pudiera existir un enclave separatista era simplemente absurda.
Afortunadamente —incluso podría decirse que inesperadamente—, el Canciller
Supremo Palpatine había desestimado las sugerencias del comité y permitido que Mace
reuniera un equipo de ensueño que no sólo incluía al comandante Valiant de los CAR y
al capitán Dyne del Servicio de Inteligencia de la República, sino también a la Maestra
Jedi Shaak Ti y a varios padawan muy capacitados.
—No hay ninguna indicación de que las sondas estén siendo atacadas —dijo el CAR.
Mace contempló cómo las flotantes esferas negras se colaban en el edificio por las
ventanas rotas y por las zonas de la estructura superior, donde la fachada se había
desintegrado y sede
Es el momento veían los huesos
la verdad del esqueleto de plastiacero del edificio.
, pensó.
La piloto lothana que Obi-Wan y Anakin habían rescatado de Naos III no fue capaz
de darles más que una somera descripción del edificio donde había entregado el
correo estelar. La nave, producto de laboratorio de Proyectos Avanzados Sienar había
sido modificada por el Sith que había matado a Qui-Gon Jinn, quizá sin que lo supiera
el propio Sienar. A la piloto le dieron unas coordenadas de aterrizaje en Coruscant,
pero la verdad era que el propio vehículo se había dirigido automáticamente a ellas.
Tras ser pagada por sus servicios, la twi'leko se trasladó en taxi hasta Westport, y
poco
sirvió después
de muchopartió
a loshacia
Jedi. Ryloth.
AunqueLamás
descripción
horizontalfísica
que del destino de
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primera en lanzarse a una lucha cuerpo a cuerpo, y su sable láser azul encontraba
rápido su objetivo. Ya había demostrado su eficiencia en la defensa de Kamino y
Brentaal IV, y Mace se alegraba de poder contar con ella.
Cuando Mace subió al transpone del Equipo Aurek, ya estaba atestado de comandos
y padawan. Elevándose lentamente, el TABA se dirigió hacia la cumbre del edificio. La
estrategia era registrarlo de arriba a abajo, con la esperanza de que cualquier ser hostil
se viera presionado y descendiera hasta los niveles más bajos, donde la infantería y la
artillería ya habían tomado posiciones en tomo a los cimientos de la base. Toda la zona
estaba horadada por túneles que en sus buenos tiempos se utilizaban para transportar
obreros, droides y materiales. Como era imposible controlar todas las entradas y
salidas, muchos de los túneles principales abiertos en los subsótanos del edificio fueron
sembrados con sensores capaces de detectar droides o seres de carne y hueso.
No habían descubierto ningún hangar válido que pudiera albergar a un helicóptero.
Los comandos votaron por abrir un agujero con explosivos en un costado de la
estructura superior, pero los ingenieros temieron que una explosión de la potencia
necesaria para crear una abertura de tales dimensiones pudiera causar el
derrumbamiento de toda la estructura. Así que el TABA llevaría al equipo hasta la
ventana de mayor tamaño bajo la cumbre y flotaría junto a ella mientras todo el mundo
entraba.
Mace saltó del vehículo hasta la ventana, activó su sable láser e indicó a los padawan
que lo siguieran.
Con las armas preparadas a la altura del pecho, los comandos se desplegaron por
escuadrones y exploraron el edificio, revisando todos y cada uno de los cuartos y las
salas antes de dar el nivel por asegurado. La hoja láser de Mace refulgía en la oscuridad
con un brillo amatista. Recurriendo a la Fuerza, pudo sentir la presencia del Lado
Oscuro. La única explicación de que Quinlan Vos no lo captase era que él también se
había convertido.
Yoda había advertido a Mace que el Lado Oscuro podría nublar su mente a la
existencia de ciertos cuartos y pasillos, lugares que los Señores Sith no querrían que
fueran descubiertos, pero se sentía alerta en todos los sentidos. Además, por si acaso,
para eso estaban los comandos.
Siguieron abriéndose camino, cada vez más abajo, sin encontrar resistencia. Ni
siquiera algo de interés.
—Tranquilo como una tumba, general —dijo Valiant cuando ya habían revisado los
diez niveles superiores.
Mace
altura deestudió el mapa tridimensional que se proyectaba desde el guante del CAR, a la
su muñeca.
—Informe al Equipo Bacta que nos reuniremos con ellos en el Sector Tres.
Valiant estaba a punto de hablar por su comunicador, cuando éste emitió un tono de
aviso.
—Comandante, aquí el equipo Bacta —dijo una voz—. Tenemos un hangar en el
nivel seis que muestra rastros de uso reciente. Y, señor. espere a ver la zona de
aterrizaje.
El espacio que había servido como zona de aterrizaje apenas era lo bastante grande
para un helicóptero, pero brillaba como si esforzados droides lo fregaran y lo pulieran
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diariamente. Paralelas a los largos lados del rectángulo, se veían hileras de delgados
señalizadores azules.
—Que todos se queden exactamente donde están —ordenó el capitán Dyne cuando
Mace y el resto del Equipo Aurek aparecieron en el umbral de un pasillo que
desembocaba en el hangar.
Desplegados en formación circular, Shaak Ti y los padawan que entraron con el
Equipo Bacta se arracimaban en medio del recinto.
Treinta metros a la derecha de Mace, Dyne y dos oficiales de Inteligencia estudiaban
los datos que les enviaban varias sondas robot que serpenteaban por toda la sala,
algunas de ellas pulverizando sobre el suelo una sustancia muy volátil. Las puertas del
hangar, verticales y bien lubricadas, estaban abiertas revelando un óvalo de cielo negro.
—Un balandro Huppla Pasa Tisc ocupó este hangar hace menos de dos semanas
estándar —dijo Dyne en voz alta, para que todo el mundo pudiera oírlo—. La
disposición de la plataforma de aterrizaje y la rampa de desembarco coinciden con las
de la nave clase Punworcca 116 que despegó de Geonosis durante la batalla.
—La nave de Dooku —susurró Mace.
—Una suposición razonable, Maestro Windu —admitió Dyne. Tras varios segundos
de estudiar las pantallas de los monitores de su equipo y hablar con sus socios,
agregó—: El suelo revela rastros de dos seres que estuvieron aquí al mismo tiempo que
el balandro.
La luz verde de uno de los droides iluminó los paneles metálicos del suelo. Dyne
dirigió al droide para que se concentrase en ciertas zonas, y volvió a estudiar los datos.
—El primer ser salió del balandro y caminó hasta este punto —indicó una zona
cercana a la puerta abierta—. Tomando en consideración la impresión de las pisadas y
la longitud de su paso, me arriesgaría a decir que mide unos ciento noventa y cinco
centímetros de altura y que lleva botas con suelas algo desgastadas.
¡Sí, era Dooku!, pensó Mace.
Las sondas robot enfocaron sus luces en otra zona, y Dyne prosiguió.
—Aquí, el ser número uno se encontró con el ser número dos, de menos peso y
estatura y que llevaba... —Dyne consultó lo que Mace supuso sería una especie de
banco de datos— ...lo que sólo puedo describir como un calzado de suela muy suave,
incluso puede que fueran zapatillas. Este segundo ser desconocido llegó procedente de
los turboascensores situados en la parte este del edificio, y acompañó a... Dooku, según
parece, hasta una balconada situada sobre la puerta del hangar. Volvieron aquí
siguiendo la misma ruta y se separaron: Dooku embarcó en su nave, y nuestro
desconocido
Dyne ordenó regresó
a lasa sondas
los turboascensores.
robot que rastrearan las huellas del segundo ser y las
siguió, no sin antes hacer señas a Mace, a Shaak Ti y a los comandos para que avanzasen
tras él.
—En fila india —advirtió Dyne—. Y que nadie se salga de la fila.
Mace y Shaak Ti se pusieron al frente del grupo, seguidos por los padawan y los
comandos clon. Cuando los Maestros Jedi alcanzaron a Dyne y sus sondas, el analista de
Inteligencia ya se encontraba frente a la puerta de un viejo turboascensor.
—Comprobado —exclamó Dyne, sonriendo de satisfacción—. El ser número dos
utilizó este turboascensor.
Girándose
derecha. hacia
Cuando la pared,apareció,
el ascensor apretó el botón
pasó de llamada
un escáner por loscon su enguantada
mandos del interior.mano
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estuviera por encima de todo. Con Palpatine, la Fuerza ni siquiera estaba por debajo.
Simplemente, no la tenía en cuenta.
—Comprendo sus preocupaciones, Maestro Yoda —estaba diciendo Palpatine—. Y
lo que es más, simpatizo con ellas. Pero el asedio a esos mundos del Borde Exterior
debe continuar. Pese a lo que piense, y pese a los poderes extraordinarios que el
Senado me ha otorgado estos últimos cinco años, sólo soy una voz que muchas veces
clama en el desierto. Por fin, el Senado ha decidido actuar para terminar con este
conflicto destructivo y no permitirá que me interponga en su camino.
—Exhortarme no necesita, Canciller Supremo —dijo Yoda. Palpatine sonrió
secamente.
—Me disculpo si ha parecido que pretendía darle un sermón.
—Si el Senado actuar ha decidido, por su discurso sobre el Estado de la República ha
sido.
—Mi discurso sólo fue un reflejo del espíritu de estos tiempos, Maestro Yoda. Es
más, hablé con el corazón.
—Dudas de ello no tengo. Pero demasiado pronto su discurso pronunció. Coruscant
una inminente victoria ya celebra, cuando la guerra lejos de acabar está.
El ceño de Palpatine contenía un atisbo de advertencia, de malicia. —Coruscant
merece un poco de alivio tras tres años de miedo.
—De acuerdo con usted estoy. Pero ¿de la conquista de los mundos del Borde
Exterior ese alivio llegará? Demasiados frentes nuevos el Senado nos insta a abrir.
Demasiado dispersos los Jedi están para a la República eficazmente servir. Una
estrategia razonable nos falta.
—A mis consejeros militares no les gustaría escuchar que usted cataloga su
estrategia de irracional.
—Oírlo necesitan. A ellos yo mismo se lo diré, si necesario es. Palpatine hizo una
pausa para pensar en las palabras del Jedi. Entonces, su mirada se endureció.
—Perdone mi franqueza, Maestro Yoda, pero si los Jedi están demasiado dispersos
como para coordinar los asedios, la carga tendrá que recaer sobre mis comandantes
clon.
Yoda apretó los labios y agitó la cabeza.
—Nuestros soldados al mando de los Jedi responden. Una alianza con ellos hemos
forjado. Forjada en combate su fidelidad ha sido.
Palpatine se irguió repentinamente en su asiento, como si reaccionara ante un golpe
imprevisto.
que—Estoy
nuestroseguro
ejércitodefue
interpretar equivocadamente
creado para los Jedi. sus palabras, pero parece insinuar
—Cierto no es —cortó Yoda—. Para la República y nadie más. Palpatine pareció
tranquilizarse.
—Entonces, quizá pueda entrenarse a los clones para que respondan a las órdenes
de otros como ahora responden a las de los Jedi.
Yoda dejó entrever su malhumor.
—Entrenados los soldados pueden ser, pero equivocada la estrategia sigue siendo.
—¿Puedo preguntarle qué opina de Geonosis? ¿No está de acuerdo en que nos
equivocamos al no perseguir a los separatistas?
—Preparados no estábamos. Nuevo el ejército era.
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una¿Qué
sola había
arma?pasado con la elegancia y el estilo, si un duelista no tenía bastante con
Bueno, ¿qué había pasado con la elegancia y el estilo, y punto?
Grievous era rápido, como también lo eran sus IG de la serie 100. Ellos tenían la
ventaja del tamaño y de la fuerza bruta. Ejecutaban sus movimientos casi más
rápidamente de lo que el ojo humano podía seguirlos. Sus mandobles y estocadas
demostraban una singular falta de vacilación. Una vez empezada una finta, nunca
vacilaban. Nunca se detenían a medio ataque para reevaluar sus actos. Sus armas
llegaban exactamente al lugar donde querían que llegasen. Y siempre apuntaban a un
punto más allá de sus contrincantes, para después imprimir un movimiento lateral a la
hoja y rebanar a su víctima.
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Dooku había enseñado bien a Grievous, y Grievous había enseñado bien a su élite.
Duplicando el adiestramiento de Dooku, les programó las siete formas clásicas del
duelo con sable láser, según las artes Jedi, y eso los convertía en antagonistas letales.
Pero no eran invencibles, ni tampoco lo era Grievous, ya que podían ser confundidos
por lo imprevisto y no comprendían lo que era la sutileza. Un jugador de dejarik podía
memorizar todas las aperturas clásicas y los contraataques posibles, y, aun así, no podía
considerarse un maestro del juego. A menudo, la derrota llegaba a manos de jugadores
que, por ser menos experimentados, no conocían las estrategias tradicionales. Un
espadachín profesional, un artista del duelo, podía ser derrotado por un matón de
taberna que no supiera nada sobre las formas pero lo supiera todo sobre cómo
terminar una pelea rápidamente, sin pensar en una victoria airosa o elegante.
La esclavitud hacia las formas te dejaba expuesto a una derrota ante lo imprevisto.
Esto provocaba a menudo la caída de los duelistas experimentados, y provocaría la
caída de la Orden Jedi.
Dado que la elegancia, el encanto y el estilo habían desaparecido de la galaxia, los
días de la Orden estaban contados; el fuego que representaban los Jedi estaba agotado
y moribundo. La hora de la Orden había llegado, como también la de la corrupta
República. Los nobles Jedi ligados a la Fuerza, garantes de la paz y la justicia, rara vez
eran vistos ya como héroes o salvadores, sólo como matones o gánsteres.
Aun así, era triste que la misión de hacerlos desaparecer hubiera recaído en Dooku.
Esos días, la conversación que sostuvo con Yoda en Vjun no se apartaba de su mente.
Pese a toda su destreza con las palabras y todo su poder personal extraído de la Fuerza.
Yoda sólo era un anciano que se negaba a aceptar lo nuevo, que no quería seguir ningún
camino salvo el propio. Qué terrible seria desaparecer, no simple y llanamente, sino
expirar sabiendo que la galaxia se inclinaba de forma inexorable y completa hacia el
Lado Oscuro, hacia los Sith, que gobernarían tanto tiempo como lo habían hecho los
Jedi.
Lo imprevisto...
Grievous y sus guardias estaban bailando, repitiendo sus movimientos programados:
un ataque ataro contestado por un shii-cho, un soresu respondido con un lus-ma...
Dooku no pudo aguantar ni un segundo más.
—No, no, deteneos, basta —gritó, poniéndose en pie y entrando en el círculo de
entrenamiento con los brazos abiertos. Cuando se aseguró de haber captado su
atención, se giró hacia Grievous—. Esos movimientos te fueron útiles en Hypori
contra Jedi como Daakman Barrek y Tarr Seir, pero te compadezco si tienes que
enfrentarte contra
sable láser de cualquiera
empuñadura de los
curva Maestros
y dibujó una del
X enConsejo.
el aire, —Empuñó
un florido su elegante
makashi—.
¿Necesito demostrarte qué respuesta puedes esperar de Cin Drallig u Obi-Wan
Kenobi? ¿De Mace Windu o. que las estrellas te ayuden, de Yoda?
Movió rápidamente la hoja, desarmando a dos de los guardias, y situó la
resplandeciente punta a un milímetro de la placa que cubría el rostro de Grievous.
—Sutileza. Astucia. Economía. Si no es así, amigo mío, me temo que terminarás más
allá de cualquier posible reparación, incluso aunque sea geonosiana. ¿Entiendes lo que
quiero decir?
Las pupilas verticales de los ojos de Grievous parecían insondables. Asintió con la
cabeza.
—Lo entiendo, mi señor.
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Consejo Jedi, aprovechado el tiempo para seguir los progresos de Fa'ale. Y la tensión de
tanta inactividad empezaba a pasarles factura.
Anakin miró fijamente a Obi-Wan.
—Escúchame antes de que alcances la masa crítica. Mace y Shaak Ti han podido
localizar el edificio de Los Talleres. No te extrañes; resulta que es el mismo en el que
Quinlan Vos se entrevistó el año pasado con Dooku. Una vez dentro, el equipo de Mace
descubrió más de lo que esperábamos... El rastro de una reciente visita de Dooku y de la
persona que fue a ver a Coruscant.
—¿Sidious?
—Probablemente. Aunque no lo sea, es muy posible que Dooku tenga otros aliados
en Coruscant. Y si los descubrimos a ellos, podremos terminar descubriendo a Sidious.
Además, ha surgido a la luz otra prueba. Inteligencia ha averiguado que el edificio
perteneció a una corporación llamada LiMerge Power, que se cree estuvo involucrada
en la fabricación y distribución de armas prohibidas durante el mandato de Finis
Valorum como Canciller Supremo. En aquel momento se rumoreó que LiMerge era
responsable de actos de piratería contra las naves de la Federación de Comercio en el
Borde Exterior. Y fue gracias a esos actos de piratería que la Federación de Comercio
consiguió permiso para defender sus naves con droides de combate.
—¿Estás diciendo que LiMerge pudo estar aliada con los Sith desde el principio?
—¿Por qué no? En Naboo, la Federación de Comercio estaba aliada con Sidious. La
Confederación entera está ahora aliada con él.
Anakin se encogió de hombros con impaciencia.
—Sigo sin entender por qué nos impide todo eso volver a Coruscant.
—Acaban de informarme que los separatistas han atacado una guarnición de la
República con base en Tythe, y después han ocupado el planeta.
—¿A quién le importa...? Quiero decir, lo siento por los soldados que podamos haber
perdido, pero Tythe es un erial.
—Exactamente —corroboró Obi-Wan—. Pero antes de que se convirtiera en un erial
era la sede principal de LiMerge Power.
Anakin meditó un momento en aquella información.
—¿Otro intento de Sidious por borrar el rastro que hemos estado siguiendo?
Obi-Wan se frotó la barbilla.
—El Consejo ha conseguido convencer a Palpatine de la necesidad de recuperar
Tythe y ha autorizado el desvío de un escuadrón entero de combate. Parece que el
Canciller está dispuesto a seguir el consejo del Maestro Yoda y quiere que nos
concentremos
—¿Y Grievousenestá
desmantelar
en Tythe?la mente rectora de la Confederación.
Obi-Wan sonrió ampliamente.
—Mejor todavía, Dooku está allí.
Anakin le dio la espalda a Obi-Wan. Su rostro estaba rojo cuando giró sobre sí mismo
para continuar la conversación.
—No me basta.
—¿Qué no te basta?
—Nosotros comenzamos la búsqueda de Sidious. Nosotros descubrimos las primeras
pistas. Si ahora creen que está en Coruscant, somos nosotros los que deberíamos ir
hasta allí para
—Mace capturarlo.
y Shaak Ti son más que capaces... suponiendo que Sidious siga en Coruscant.
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El equipo de Mace había investigado casi cada rincón y cada grieta de la confusión de
túneles y conductos de ventilación que minaban el Grungeon y las zonas adyacentes.
Una vez recorridos diez kilómetros por el túnel que conducía hasta el subsótano de
LiMerge, uno de esos conductos los llevó hasta un túnel más viejo y más profundo que
también discurría hacia el Este, pero bajo el Distrito del Senado. En apariencia, ambos
túneles paralelos eran similares, salvo que el suelo del más antiguo tenía un viejo rail de
flotación magnética. Las sondas robot descubrieron que, en algunos puntos, la
acumulación de décadas de polvo y escombros del rail había sido barrida por la rápida
circulación de un vehículo repulsar de alguna clase. Sin otras pistas mejores que seguir,
el equipo había centrado su investigación en aquel túnel.
A pesar de todo, Mace estaba seguro de que seguían la pista correcta.
Una búsqueda intensiva en el edificio de LiMerge reveló restos de varios droides
Elite Duelista de Robótica Trang cortados en pedazos por un sable láser. Sólo Sidious,
Dooku o los aprendices de Sidious podían haber realizado aquellas amputaciones.
Y todavía había más.
Poco antes de que Dooku abandonase la Orden Jedi para volver a su Serenno nativo,
periodo durante el cual adoptó el título de "Conde" e hizo público su descontento por la
República, había frecuentado un bar llamado El Puño Dorado, local con una clientela
habitual de senadores, representantes de toda clase de lobbys y ayudantes de todo
tipo. Los analistas del Templo estaban estudiando los últimos trece años de
holoimágenes tomadas por las cámaras de seguridad, esperando encontrar en ellas a
Dooku y a cualquiera con el que se hubiera relacionado más de una vez.
De momento, Dooku no aparecía en las grabaciones que habían sobrevivido al paso
del tiempo. Aunque dispusieran de imágenes de los compañeros de bar de Dooku, los
Jedi no tenían medios de identificar a cualquiera de ellos como Darth Sidious, pero al
menos servirían de punto de partida para nuevas investigaciones.
Ahora, Mace podía oír delante de él movimiento y unas voces suaves.
No sería una buena táctica para cualquier elemento hostil prepararles una
emboscada allí abajo, pero nunca se sabía. Agudizó sus sentidos, buscando pistas que le
pudieran haber pasado por alto... oscurecidas por el Lado Oscuro o a causa de su propia
negligencia.
Cerca de él, Valiant miraba a Mace, esperando alguna señal. Cuando Mace asintió con
la cabeza, Valiant gritó:
—¡Luces!
Los comandos corrieron a toda velocidad hacia la intersección de ambos túneles, con
las armasapuntando
lanzadas, preparadasa la
y las granadas
oscuridad conde
susgas y de fragmentación dispuestas para ser
rifles.
Mace oyó que Valiant gritaba:
—¡Todos al suelo! ¡Que nadie se mueva! ¡He dicho que nadie se mueva!
Rayos láser empezaron a surcar el aire.
—¡Quietos! ¡Manos arriba! ¡Las cuatro! —gritaron varias voces de distintos
comandos.
¿Las cuatro?, pensó Mace.
Abriéndose paso entre los hombres llegó al lado de Valiant, cuyo BlasTech apuntaba
a una muchedumbre agachada formada por unos treinta alienígenas insectoides de
cuatro brazos
un acento que balbuceaban
tan marcado en uncasi
que resultaba idioma que no era Básico o que lo hablaban con
ininteligible.
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—Bajad las armas —ordenó Mace a los comandos—. ¡Y que alguien traiga a ese
droide intérprete!
La orden de Mace fue transmitida a lo largo de toda la cadena de soldados y, pocos
segundos después, un reluciente droide plateado de protocolo apareció en el túnel,
murmurando para sí mismo.
—No entiendo cómo he pasado de servir a los separatistas a servir a la República.
¿Me han hecho un borrado parcial de memoria?
—Considérate afortunado —dijo uno de los comandos—. Ahora estás con los
buenos.
—Los buenos, los malos... ¿cómo saber cuál es cada uno? Es más, no diría eso si
alguien le obligase a cambiar su lealtad en un momento dado.
—¡Droide! —gritó Mace.
—Tengo un nombre, señor.
Mace miró desconcertado a Valiant.
—Tecé y no sé qué más —respondió el CAR a la muda pregunta.
—Está bien —aceptó Mace, sujetando a TC-16 por el brazo y señalando en dirección a
los aterrorizados alienígenas—. Intenta encontrar algún sentido a toda esa cháchara.
El droide escuchó los balbuceos y. antes de girarse hacia Mace. respondió en el
mismo idioma.
—Son unets, general. Hablan en su lengua materna, el une. Mace miró el grupo
acobardado y estremecido.
—¿Qué hacen aquí abajo?
TC-16 escuchó lo que debía de ser una explicación y la tradujo:
—Dicen que no tienen ni la más ligera idea de dónde se encuentran, general.
Llegaron a Coruscant en un contenedor que soltaron en una decrépita plataforma de
desembarco a unos veinte kilómetros de aquí. La persona que tenía que llevarlos hasta
el Sector Uscru les robó todos los créditos y los abandonó en Los Talleres.
—Refugiados indocumentados —comentó Valiant.
Mace frunció el ceño. Los túneles bajo el Bloque Grungeon guardaban innumerables
sorpresas.
—Casi consiguen que los matemos.
—Al parecer, eso no es nada nuevo para ellos —dijo TC-16—. Su planeta cayó en
manos separatistas y la nave en la que viajaban fue atacada por piratas. Algunos de
ellos...
—Ya basta —cortó Mace—. Aseguraos de que no sufran ningún daño y llevadlos a
un campamento de refugiados —hizo una seña a Valiant, que transmitió las órdenes a
dos de sus hombres.
—No paran de hablar de los fantasmas del túnel —comentó Dyne al ver aproximarse
a Mace.
—Okupas, yonquis de palitos de la muerte, droides perdidos, ahora refugiados sin
documentación...
—Sólo nos faltan ethones —dijo Dyne, refiriéndose a los humanoides caníbales que
muchos habitantes de Coruscant estaban convencidos que habitaban el mundo
subterráneo.
Shaak Ti se unió a ellos.
—Estos pasillos
ilegalmente son verdaderas autopistas para quienes pretenden entrar
en Coruscant.
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sorprende.
—Rechazan todas mis sugerencias... y estoy empezando a pensar que lo hacen por
principio.
—Es obvio que estés disgustado, Anakin, pero debes tener paciencia. Ya llegará tu
hora.
—¿Cuándo, señor?
Palpatine sonrió ligeramente.
—No puedo ver el futuro, muchacho.
—¿Y si le dijera que yo sí puedo?
—Te creería —dijo Palpatine sin dudarlo—. Dime lo que ves.
—Coruscant.
—¿Estamos en peligro?
—No estoy seguro. Sólo siento que tengo que estar allí.
Palpatine desvió la mirada de la holocámara.
—Supongo que podría inventarme algún pretexto, pero... ¿sería inteligente hacerlo?
—No soy el más indicado para responder. Pregúnteselo a cualquier otro.
—¿Qué dice el Maestro Kenobi?
—Él me sugirió que hablase con usted —respondió Anakin.
—¿De verdad? Pero ¿qué cree que deberías hacer?
Anakin soltó un bufido.
—Obi-Wan está convencido de que no puedo cambiar mi destino... haga lo que haga.
—Tu antiguo Maestro es más inteligente de lo que crees, Anakin.
—Si, sí, ya lo sé. Y es el único Jedi que ha matado aun Sith desde hace mil años.
Palpatine hizo un gesto amplio con sus manos.
—Sólo eso ya cuenta para algo. Aunque no estoy seguro de para qué exactamente.
—Obi-Wan es inteligente, señor, pero no tiene corazón. Lo ve todo en términos de su
relación con la Fuerza.
—Si quieres consejo sobre la Fuerza tendrás que dirigirte a él, porque en ese aspecto
no puedo ayudarte.
—Eso es exactamente lo que no quiero hacer. Vivo en la Fuerza, pero también en el
mundo real. Vengo de..., de un mundo real. Tal como usted dijo, tengo la ventaja de
haber vivido una infancia normal. Bueno, algo parecido.
Palpatine esperó hasta que estuvo seguro de que Anakin había terminado.
—Muchacho, no sé si es saludable vivir entre mundos distintos. Puede que pronto
tengas que elegir uno de los dos.
Anakin
—Estoyasintió con lapara
preparado cabeza.
hacerlo.
Palpatine sonrió de nuevo.
—Pero volviendo al asunto que nos ocupa... Creo que si recuperamos Tythe
habremos dado un paso muy importante para acabar con esta guerra. Y reconozco que
no comprendo todas las implicaciones. El Consejo Jedi no me cuenta todos sus secretos.
Anakin luchó contra la tentación de contárselo todo acerca de la búsqueda de Darth
Sidious. Miró a R2-D2, como buscando su complicidad, pero el astromecánico sólo hizo
girar su cabeza con el indicador del procesador pasando del azul al rojo.
Finalmente, Anakin prefirió guardar silencio.
—No sé qué
Palpatine hacer,una
adoptó señor.
expresión de simpatía.
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—Está decidido. Haré caso omiso del Consejo y te ordenaré que vuelvas al Núcleo.
Nadie necesita más pruebas de tu valentía o de tu dedicación para derrotar a nuestros
enemigos.
"A su debido tiempo aprenderás a confiar en tus sentimientos. Entonces, serás
invencible", le había dicho Palpatine tres años antes.
—No —protestó Anakin impulsivamente—. No. Gracias, señor, pero... Me necesitan
en Tythe. Dooku está allí.
Lo siento, Padmé, lo siento mucho. Te echo tanto de menos...
—Sí —estaba diciendo Palpatine—, ahora mismo Dooku es la clave de todo. Pese a
todas nuestras victorias en los sistemas interiores... ¿Crees que el general Grievous y él
pueden tener algún plan secreto?
—Aunque lo tengan, Obi-Wan y yo los derrotaremos antes de que puedan ponerlo
en práctica.
—La República cuenta con ello.
—Proteja Coruscant, señor. Proteja a todos los que viven allí.
—Lo haré, muchacho. Y te aseguro que si te necesito, te llamaré.
Obi-Wan estaba en el hangar de la MedStar, esperando el trasbordador que iba a
llevarlo al crucero Integridad. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y su pequeña
mochila estaba a su lado.
—¿Has llegado hasta él? —preguntó mientras Anakin y R2-D2 se acercaban.
—Bueno, hemos hablado.
—A eso me refería. ¿Y?
Anakin apartó la mirada.
—Hemos decidido que mi lugar es éste, Maestro. —Parecía a punto de llorar.
Por un momento creí que ibas a dejar que recuperase Tythe yo solo. Anakin lo miró
sin pestañear.
—Sí, claro, estoy seguro.
—¿No me crees capaz? —preguntó Obi-Wan, haciendo una mueca.
—Sé que te matarías intentándolo.
—Las cosas no se intentan...
—Sí, lo sé. Se hacen o no se hacen —cortó Anakin—. Y tú eres la prueba viviente de
eso.
Obi-Wan sonrió antes de mirar por la transparente portilla del hangar.
—Ya llega el trasbordador.
Los ojos de Anakin buscaron el punto de luz que se aproximaba.
—Nunca podré estar más preparado que ahora —seguía sin sonreír. Obi-Wan dio una
palmada amistosa a Anakin en el brazo.
—Vayamos a por Dooku y terminemos con esto de una vez. Anakin tragó saliva y
asintió con la cabeza.
—Ojalá sea verdad, Maestro.
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Con la ayuda de las sondas robot, lograron abrir y conectar los descoloridos paneles
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del extremo del pasillo. Mace cargó a través de la puerta, con su túnica marrón
agitándose tras él y el sable láser en la mano. Shaak Ti y los comandos le pisaban los
talones. Los soldados se desplegaron con rapidez y eficiencia, pero también
innecesariamente.
—Sorpresa —exclamó Shaak Ti—. Otro pasillo.
—Bueno, un pasillo más cerca del final —matizó Mace, decidido a buscar la parte
positiva.
El túnel que el equipo siguió desde el nicho oculto los condujo a través de un
laberinto de giros. bifurcaciones, ascensos empinados y descensos repentinos. Unas
veces, el oscuro pasillo era lo bastante amplio como para permitir el paso de un
deslizador: otras, se volvía tan estrecho que todo el mundo tenía que caminar de lado.
Durante un par de kilómetros, las paredes, el techo y el suelo estuvieron empapados en
la humedad que se filtraba de los niveles superiores de Coruscant. Allí desaparecían las
huellas de su presa, pero las sondas robot siempre conseguían localizarlas más ade-
lante. Algunas de las huellas eran tan recientes y tan visibles, que Dyne había sido capaz
de calcular el tamaño del calzado de su propietario.
Y era humano.
Los droides ya lo habían deducido por las huellas digitales encontradas en el manillar
y el asiento acolchado de la motojet. El vehículo también proporcionó a los droides
fibras, pelos y otros desechos. Poco a poco iban completando un retrato del
desconocido aliado de Dooku.
Con los ojos fijos en la pantalla de su procesador de datos, el capitán Dyne se acercó
a Mace y Shaak Ti.
—Maestro Jedi, nuestra búsqueda está a punto de llegar a un nuevo nivel.
Mace recorrió el túnel con la mirada, buscando un turboascensor disimulado o una
escalera.
—¿Hacia arriba o hacia abajo? —preguntó Shaak Ti, igualmente desconcertada.
Dyne la contempló, parpadeando perplejo.
—No quería decir "un nuevo nivel" en sentido literal —señaló a las flotantes sondas
robot, que parecían ansiosas esperando que el equipo los siguiera en dirección Este—.
Si las huellas siguen un puco más, terminaremos en el subsótano del República
Quinientos.
Mace siguió a los droides cuando se internaron en el pasillo.
República Quinientos: la dirección donde vivían miles de los habitantes más ricos de
Coruscant: senadores, famosos, magnates de negocios y propietarios de medios de
comunicación.
Y, muy posiblemente, uno de ellos era un Señor Sith.
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Poco daño más podían añadir tanto la Confederación como la República al que ya
había infligido LiMerge Power a Tythe durante generaciones. Desde el espacio, su
superficie, apenas vislumbrada a través de una mortaja de nubes color gris ceniza,
parecía
enormeestar calcinada
meteoro. Peropor
laslas llamas de
cicatrices desuTythe
propio
nosol
seodebían
haber recibido
a eso. Elelplaneta
impactohabría
de un
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resistido a todo eso, pero no pudo con la LiMerge, cuyos intentos por explotar sus
abundantes depósitos de plasma natural provocaron un cataclismo de proporciones
globales.
Los restos de lo que fueron tres cruceros de la República podían haber sido
consecuencia del cataclismo, pero sólo eran bajas sufridas en el ataque separatista,
rápido y sin cuartel. Velados por la nube de aire que el vacío había extraído de su
interior y que ahora flotaba a su alrededor, el calcinado trío vagaba a la deriva entre las
flotas de combate enemigas, separatista y republicana, que ahora se encontraban
frente a frente.
—Me gustaría pagar a Dooku y a Grievous en especies —masculló Anakin por la red
táctica de comunicaciones, mientras el Escuadrón Rojo se dejaba caer del vientre del
Integridad para descender hacia Tythe.
—El que no lo hagamos es lo que nos mantiene centrados en la Fuerza —replicó Obi-
Wan.
Anakin gruñó ante la observación.
—Llegará un momento en que tendrán que responder personalmente ante
nosotros, y entonces será la Fuerza la que guíe nuestros sables láser.
Los dos cazas estelares volaban juntos, con las alas casi tocándose, y con los droides
astromecánicos R2-D2 y R4-P17 en sus respectivos cubículos. Tenían el sol de Tythe a sus
espaldas, y las naves que formaban la flotilla separatista permanecían suspendidas
amenazadoramente sobre el hemisferio norte del planeta.
Con el racimo de lunas de Tythe formando un arco de doscientos grados, los
separatistas habían actuado rápidamente, sembrando minas en varios puntos de salto
hiperespacial y dejando a las naves de la República con una estrecha ventana por la que
reintegrarse al espacio real. Las naves nodriza de la Federación de Comercio, la
TecnoUnión y el Gremio de Comercio ocupaban los vértices de esa ventana, abierta
sobre el lado iluminado de Tythe, del Polo Norte al ecuador, con escuadrillas enteras de
cazas droide salpicando el espacio frente a la formación de las demás naves.
Para minimizar su perfil, las naves de la República habían adoptado una formación
que se asemejaba a un banco de peces, con sus proas triangulares apuntando hacia el
planeta. Varios escuadrones, el Rojo entre ellos, volaban directamente hacia la flota
enemiga y estaban a punto de llegar a la altura de la vanguardia, compuesta por cazas
buitre y tri-cazas.
—Preparaos para un viraje cerrado a estribor —avisó Anakin por la red a todo el
escuadrón—. Seguid la cuenta atrás en vuestras pantallas. Cuando llegue a diez,
efectuad la maniobra.
Obi-Wan mantuvo la mirada fija en el contador situado en la parte inferior de la
pantalla del tablero de instrumentos. Cuando llegó a cero, tiró de los mandos hacia un
lado y su caza giró en dirección al espacio abierto.
Tras las escuadrillas de Ala-V, de Jedi y de cazas CAR-170, la flota de combate de la
República viró a babor, vomitando contra los separatistas toda su potencia de fuego en
furiosas andanadas. Cegadoras cargas de plasma surcaron el espacio y detonaron
contra los escudos de las naves enemigas, atomizando a todos los cazas droide lo
bastante desafortunados como para verse atrapados en las explosiones.
Las naves nodriza separatistas absorbieron los primeros impactos sin parpadear,
pero las más
Entonces, débiles
todas ellasy respondieron
que habían sufrido daños
con una retrocedieron
potencia hasta feroz.
igualmente la retaguardia.
Con sus
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en tiempos fuera una enorme instalación generadora de plasma. Los agrietados domos
de contención y las estructuras adyacentes sin techo dejaban al descubierto conductos
de ventilación, activadores destrozados y pasarelas caídas. En el centro del complejo se
erguía un cuadrado de ferrocemento corroído, sobre el que podía verse una nave
enemiga de diseño inconfundible, con una cola geonosiana en forma de abanico.
—El balandro de Dooku.
Apenas había pronunciado Obi-Wan aquellas palabras, cuando un batallón de cazas
droide surgió de la instalación y se situó sobre la plataforma de desembarco. Los
láseres de sus rifles asaetearon a la pareja de cazas estelares.
—Creo que no podremos entrar por la puerta principal —bromeó Obi-Wan.
—Hay otra manera —aseguró Anakin mientras tomaban altura—. Lo haremos por el
Domo Norte.
Obi-Wan miró por encima de su hombro izquierdo hacia el hemisferio parcialmente
derruido. Hacía mucho tiempo que había desaparecido la cubierta que tapaba la
estructura de contención, y el agujero resultante era lo bastante grande como para
permitir el paso de un caza estelar.
No obstante, Obi-Wan tenía una duda.
—¿Qué me dices de la radiación residual del interior del domo?
—¿La radiación? ¿Te preocupas por la radiación? —rió Anakin—. ¡Seguramente la
maniobra nos matará!
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Algoreverberó
trueno estaba ocurriendo en el de
en las cumbres cielo. Tras las nubes
los edificios se veían luces y una especie de
más altos.
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En la destrozada sala de archivos situada en la instalación de LiMerge Power, el
Conde Dooku esperaba tranquilamente que llegasen Kenobi y Skywalker. La sala era
enorme comparada con cualquier otra: treinta metros de altura y tres veces más de
circunferencia. Dooku podía imaginársela zumbando de vida y actividad, antes de la
catástrofe. Aun así, lo que quedaba en pie era un testamento a sus constructores. Y con
sus curvas paredes llenas de hololibros y discos de almacenamiento de datos, irradiados
más allá de toda salvación, era aceptable que alguien pudiera creer que allí se
guardaban los más siniestros secretos.
Como los Jedi Kenobi y Skywalker, que querían creerlo.
Pese a su credulidad, eran tenaces y, ¿se atrevería a admitirlo?, excepcionales.
Por los riesgos que aceptaban correr.
Por lo engañados que estaban... en tantas cosas.
Por su celo imperturbable en capturarlo, ya que habían conducido sus cazas estelares
a través del tejado del mayor de los domos de contención. Y habían sobrevivido. Tales
hazañas sobrehumanas casi bastaban para convencer a Dooku de que seguían teniendo
la Fuerza con ellos.
Lástima que frieran tan ingenuos y tan fácilmente manipulables.
Una vez más. Darth Sidious había adivinado lo que iban a hacer mucho antes de que
ellos lo el
atisbar hubieran
futuro decidido
que con siquiera. El talento
tener acceso a sustenía menosposibilidades.
múltiples que ver con laSidious
capacidad de
no era
infalible. Podía ser sorprendido o cogido con la guardia baja, como había ocurrido en
Geonosis, o con la mecano-silla de Gunray; pero no por mucho tiempo. Su dominio del
Lado Oscuro de la Fuerza lo dotaba con poder para descifrar las corrientes que
formaban el futuro para comprender que, por numerosas que fueran esas corrientes,
no eran ilimitadas.
Tal maestría era una de las habilidades que distinguían a Sidious de Yoda. Este creía
que el futuro era tan impredecible que no podía leerse con claridad, sobre todo en
tiempos donde el Lado Oscuro era predominante. ¿Cómo podía esperar Yoda ver todo
el cuadro con un ojo cenado?
Deliberadamente cenado.
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Para el Jedi era cuestión de fe que abrazar el Lado Oscuro significaba cortar toda
relación con la luz, cuando, de hecho, el Lado Oscuro te abría plenamente a la Fuerza.
Después de todo, sólo existía una Fuerza.
Desgraciadamente, los Jedi creían que sólo ellos podían usar y honrar a la Fuerza. Ese
sentido de posesión era evidente en la forma en que Kenobi y Skywalker recurrían a la
Fuerza cuando se enfrentaban con él: abrían puertas con un movimiento de las manos,
apartaban obstáculos de su camino con un gesto similar, se movían con lo que parecían
una velocidad y una agilidad extraordinarias, haciendo refulgir sus sables láser azules
como si fueran un reflejo de la misma Fuerza...
Pero, al mismo tiempo, eran inconscientes de sus posibilidades.
Dooku se tomó un momento para colocar en su lugar el compacto dispositivo de
bienvenida. Cuando terminó, cruzó toda una serie de cámaras de descontaminación
para llegar a la sala de control, situada encima de la parte trasera del archivo y del
inmenso espacio ocupado por el propio domo de contención. Allí activó un pequeño
holoproyector y se situó frente a la holocámara. Debido a las interferencias, las
imágenes que recibía de la sala no eran tan nítidas como habría deseado, y el audio era
todavía peor. Aunque era más importante que Kenobi y Skywalker pudieran verlo a él,
que el hecho de que él los viera a ellos.
Por fin, los dos Jedi entraron precipitadamente en la sala de archivos y se detuvieron
ante la holoimagen a tamaño natural que emitía el holoproyector que Dooku dejara tras
él.
—¡Dooku! —gritó el joven Skywalker, como si su tono de voz basura para provocar
escalofríos en la columna vertebral de su antagonista—. ¡Muéstrate en persona!
A varias salas de distancia, Dooku simplemente alzó la mano a modo de saludo y
dirigió sus palabras al micrófono del holoproyector.
—No pareces sorprendido, joven Jedi. ¿No fue así como pudiste vislumbrar por
primera vez a Lord Sidious?
En lugar de contestar, Kenobi tocó a Skywalker en el brazo, y ambos examinaron
atentamente todo el vestíbulo, sin duda intentando localizarlo a través de la Fuerza.
—No me encontraréis, Jedi...
—Sabemos que estás aquí, Dooku —exclamó de repente Kenobi..., aunque sus
palabras llegaron distorsionadas por la estática—. Podemos sentirte.
Dooku suspiró desilusionado, no estaban escuchándolo. Peor todavía, las imágenes
del holovídeo estaban corrompidas más allá de toda esperanza de recuperación. A
través de la Fuerza. más que a través de las holocámaras, los vio acercarse a la misma
puerta que él había
Excepcionales cruzado para llegar hasta la sala de control.
, pensó.
¡Lo habían localizado pese a su dominio de la técnica quey'tek para ocultarse a sí
mismo en la Fuerza! Ah, bien, era el momento de entretenerlos, tal como deseaba
Sidious.
Dooku sacó el comunicador del cinturón, y su pulgar derecho apretó una tecla del
pequeño aparato.
A través de dos puertas situadas una enfrente de la otra y perpendiculares a la que
habían utilizado los Jedi, cincuenta droides de infantería irrumpieron en la sala de
archivos precedidos por el estrépito de unas pisadas metálicas.
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— ... empezando a... las cosas casi tanto como... odio la arena —estaba diciendo
Skywalker a su antiguo mentor mientras alzaba el sable láser por encima de su
hombro.
Kenobi extendió las piernas y situó la hoja del suyo directamente frente a él.
—Entonces... los barreremos.
Emocionado por tanta camaradería, Dooku sonrió. Si Darth Sidious pretendía
arrastrar a Skywalker hasta el Lado Oscuro, iba a tener mucho trabajo.
Pulsó una nueva tecla del comunicador
Los droides apuntaron con sus rifles láser a los Jedi y abrieron fuego.
Yoda se dejó arrastrar por la corriente de la Fuerza. Unas veces, cuando la corriente
era rápida y constante, podía ver a través de los ojos de sus compañeros Jedi casi como
si utilizara los sensores remotos del Templo; otras, cuando la corriente era
especialmente potente, cuando parecía caer de una gran altura, podía oír la voz de Qui-
Gon Jinn tan claramente como si todavía estuviera vivo.
Maestro Yoda, podía decir, todavía nos queda mucho por aprender. La Fuerza es un
código sólo parcialmente descifrado, pero hemos encontrado una nuera clave para
conseguirlo. Seremos más fuertes de lo que jamás lo hemos sido...
Hoy no era uno de esos días. Hoy la corriente se veía interrumpida por remolinos y
torbellinos, trampas hidráulicas cuyo rugido se superponía a las voces que Yoda quería
oír. Hoy la corriente no era diáfana, sino que estaba enturbiada por una tierra rojiza
erosionada y de orillas distantes, corrompida, plagada de obstáculos traicioneros.
Aunque apenas era consciente de ello, sus párpados se tensaron y su globos oculares
se movieron bajo ellos como si fueran incapaces de enfocarse en algo. Tenía una
imagen de sí mismo apartando un velo que obstruía la visión para encontrarse con otro,
y otro después del primero, y otro más...
El Lado Oscuro frustraba todos sus esfuerzos por ver con claridad.
Aquella experiencia era algo nuevo para él.
Aunque había tenido siglos para acostumbrarse a los presentimientos, había vivido
muchos más años sin ellos. El Lado Oscuro nunca había desaparecido por completo —
siempre rascaba la superficie, como un insecto sobre un panel de transpariacero—, y
podía sentir cómo incrementaba su poder cada vez que los Jedi se equivocaban o
cuando se equivocaba la República, hasta que ambos no tardaron en estar igualados.
Arrastrados por los errores de la República los Jedi han sido. Pero a sabiendas, y a
veces con su total complicidad. Los Jedi permitimos que el Lado Oscuro sus raíces
hundiera.
fanfarronesLaaarrogancia la Orden
causa de sus infectó.
conquistas los Prioritario conservar el poder se volvió. En
Jedi se convirtieron.
Algún Jedi podía creer que Yoda no era consciente de todo aquello, o que nunca hizo
lo bastante para detener la marea del Lado Oscuro. Algunos creían que el Consejo no
había actuado adecuadamente o, peor todavía, que lo había hecho de forma inepta. No
comprendían que, una vez enraizado el Lado Oscuro, su crecimiento y su expansión
eran inexorables, y que el equilibrio sólo sería restaurado por el Elegido.
Y ese Elegido no era Yoda.
Anciano, experimentado, diplomático, locuaz, hábil con un sable láser... Sí, era todo
eso. Y conocía el poder del Lado Oscuro. Por esa razón sabía lo peligroso que era este
nuevo
Dooku Señor Sith, aunque no tuvo esa sensación de peligro hasta que se enfrentó con
en Geonosis.
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el —Los
ataqueinformes de laacomandancia
ha cogido la flota pornaval son confusos
sorpresa. Grupos—dijo Mace—.
de naves Está claro han
separatistas que
conseguido penetrar en la atmósfera antes de que nuestras defensas pudieran
impedirlo. Ahora, por lo menos, mantienen el frente de batalla.
La expresión de Yoda era una mezcla de enfado y contrariedad.
—¿Los puntos de salto hiperespaciales nuestros comandantes no controlaban?
Los ojos de Mace se entrecerraran.
—La flota separatista saltó desde el Núcleo Profundo.
—Secretas esas rutas eran. Sólo por nosotros y por pocos más conocidas —Yoda
miró a Mace—. Acceso a nuestros archivos Dooku tenía. Acceso suficiente como para
todas
Núcleolas menciones
Profundo a Kamino borrar. Acceso suficiente para nuestra exploración del
descubrir.
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algunos de los muros interiores y exteriores del edificio e investigaron los numerosos y
oscuros huecos descubiertos entre ellos. El sótano se había convertido en una especie
de microcosmos representativo de la guerra en sí, donde todo el mundo contribuía con
sus distintas habilidades.
Sólo el intérprete droide TC-16 parecía incapaz de ayudar. El República Quinientos no
había vuelto a temblar. Dyne descubrió que los traqueteos iniciales no se debieron al
bombardeo, sino a la caída de las naves destruidas en el límite de la atmósfera. Con
miles de naves de carga y de pasajeros llegando a Coruscant cada segundo, no podía ni
imaginar el caos que debía de reinar en la superficie. Los temblores secundarios que
hicieron retumbar el enorme edificio habían resultado ser consecuencia de los disparos
realizados por las defensas de plasma ocultas bajo la corona que remataba el República
Quinientos.
Tras varias horas de búsqueda superficial, a Dyne se le ocurrió la posibilidad de que
algún habitante de Coruscant, quizá el mismo Señor Sith, podría estar ayudando a
coordinar el ataque. Al estar las transmisiones por HoloRed bloqueadas y las
comunicaciones de superficie saboteadas por los escudos defensivos, ordenó que las
sondas robot rastreasen los mensajes enviados por canales y frecuencias no habituales.
Fue el primer sorprendido cuando las sondas robot guiaron al equipo hasta el lugar
donde empezó la búsqueda, hasta el lugar donde terminaban las huellas de su todavía-
no-identificada presa.
Resultó que la fuente de la extraña frecuencia detectada se encontraba justo bajo
ellos. Las sondas descubrieron que el panel de ferrocemento donde terminaba el rastro
era, en realidad, una plataforma móvil semejante a un turboascensor, pero impulsada
hidráulicamente y no mediante repulsores antigravedad. Buscaron un panel de control
oculto, tal como antes hicieron en el nicho del túnel, pero no sirvió de nada. Al analizar
nuevamente los sonidos, tanto los que se encontraban dentro del espectro de audición
humana como fuera, las sondas robot consiguieron obtener una respuesta de la
plataforma.
Tras lo que pareció un debate entre los artefactos electrónicos, las sondas robot
chirriaron y pitaron al panel por segunda vez. Tras un sonoro chasquido, éste descendió
un par de centímetros antes de detenerse.
Dyne se acordaba de haberse preguntado hasta dónde podría llevarlos aquella
plataforma.
Al contrario de muchos de los edificios más altos de Coruscant, el República
Quinientos no había anclado sus cimientos sobre estructuras más antiguas, sino que el
edificio eraCoruscant
corteza de sólido hasta el lecho
existían de roca.
zonas O alfamiliares
tan poco menos, eso pensaban.
como Bajo ladecivilizada
la superficie algunos
mundos distantes.
Dyne decidió llamar a Mace Windu al Templo Jedi para que le aconsejara sobre el
modo de proceder. Pero cuando sus repetidos esfuerzos para contactar con él fallaron,
Valiant y él decidieron seguir adelante sin él.
Los escáneres ya habían mostrado que el agujero del suelo tenía unos cincuenta
metros de profundidad. Gracias a sus cuatro metros de diámetro, el panel era lo
bastante grande como para acomodar a todo el equipo, incluido el droide intérprete.
Definitivamente, éste es el lugar más peligroso donde se puede estar ahora mismo ,
pensó
Las Dyne cuando
sondas robotsechirriaron
hizo espacio
las entre los comandos.
instrucciones al panel, y éste empezó a descender
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—Date prisa, Trespeó —gritó Padmé por encima de su hombro—. A menos que
quieras que el Senado se convierta en tu tumba. El droide de protocolo aceleró el paso.
—Le aseguro, señora, que me muevo todo lo deprisa que me lo permiten mis
miembros inferiores. ¡Oh, maldito sea mi cuerpo metálico! ¡Terminaré enterrado aquí!
Los anchos y decorados vestíbulos que llevaban hasta la Gran Rotonda estaban
atestados de senadores, ayudantes, miembros del personal y droides, la mayoría con
los brazos llenos de documentos y discos de datos, y en algunos casos con caros regalos
de agradecidos grupos de presión. Los guardias del Senado, con su uniforme azul, y los
clones, cubiertos con sus cascos, hacían lo que podían para supervisar la evacuación,
pero, por culpa de las sirenas y los rumores, lo que sólo era una alarma por precaución
estaba degenerando
—¿Cómo rápidamente
puede estar hasta—decía
pasando esto? convertirse en pánico.al gotal que se encontraba
un sullustano
a su lado—. ¿Cómo?
Padmé oía la misma pregunta por todas partes, entre los bith, los gran. los wookiees,
los rodianos...
¿Cómo era posible que Coruscant fuera invadido?
Ella también se lo preguntaba. Pero se preocupaba por algo más que Coruscant.
¿Dónde está Anakin?
Intentó llegar hasta él con su mente, con su corazón.
Te necesito. ¡Vuelve conmino, deprisa!
El ataque
delegados quedehabitualmente
Grievous había sido cronometrado
no estarían en Coruscant de forma
y que impecable.
acudieron Muchos
para escuchar
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—Lo habrán escoltado hasta los refugios —sugirió Padmé. Bail miró por encima del
hombro y agitó la mano para llamar la atención sobre su persona.
—Es Mas Amedda —explicó en beneficio de Padmé—. Él sabrá dónde encontrar al
Canciller.
El alto y grisáceo chagriano se abrió paso entre la multitud.
—El Canciller Supremo no tenía ninguna reunión programada hasta luego —dijo en
respuesta a la pregunta de Bail—. Supongo que estará en su residencia.
—El República Quinientos —susurró Shaak Ti llena de frustración—. Precisamente
vengo de allí.
Amedda la miró repentinamente preocupado.
—¿Y el Canciller no estaba?
—No lo sé, no estaba buscándolo —respondió la Jedi—. La Maestra Allie y yo
revisaremos su despacho en el Edificio Administrativo del Senado y de la República. —
Miró a Padmé, a Bail y a los demás—. ¿Dónde iréis vosotros?
—Donde pensábamos ir —dijo Bail.
—Los turboascensores no dan abasto a los refugios —informó Stass Allie—. Pasarán
horas ames de que se evacue todo el Senado. Mi flotador está en la plataforma de
desembarco, al noroeste de la plaza. Con él podréis ir directamente a los refugios.
—¿No lo necesitaréis Shaak y tú? —se interesó Padmé.
—Utilizaremos la motojet con la que he llegado hasta aquí. —Agradecemos vuestro
gesto —dijo Bail—, pero dicen que la plaza está acordonada.
—Os escoltaremos —aseguró Stass Allie.
Varios soldados destinados en el pasillo abrieron camino para el grupo, y poco
después llegaron hasta las puertas que daban a la plaza principal. Allí, les cortó el paso
un comando clon.
—No pueden salir por aquí —dijo el comando de forma tajante.
—Vienen con nosotros —aclaró Shaak Ti.
Haciendo señas a sus compañeros de armadura blanca, el comando se hizo a un lado
y franqueó el paso al grupo de Padmé. El cielo sobre la plaza estaba atestado de
helicópteros y transportes de personal. Se estaban desplegando BT-TT y otras piezas de
artillería móvil.
Las Jedi llevaron a Padmé, C-3PO, Bail y Mon Mothma hasta el flotador de techo
abierto. La motojet estaba aparcada junto a él.
Shaak Ti pasó una pierna por encima del asiento y puso en marcha el motor. Stass
Allie se sentó tras ella.
—Buena suerte.y el droide miraron cómo las dos Jedi despegaban en dirección al
Los senadores
Edificio Administrativo del Senado. Entonces, con Bail pilotando, abordaron el flotador
ovalado y se dejaron caer hacia el ancho cañón que se abría debajo de la plaza.
El tráfico también era denso allí, pero la habilidad de Bail hizo que encontrasen un
hueco y se dirigieron hacia la entrada de los refugios, situada bajo los hangares del
Centro Médico del Senado.
Sin advertencia previa, dos rayos de luz escarlata cayeron sobre ellos desde algún
lugar por encima del domo del Senado.
—¡Cazas buitre! —gritó Bail.
losPadmé se aferró
disparos a C-3P0,
de plasma. El mientras Bail hacía
caza droide girar
con las al vehículo
alas en formaintentando
de vaina escapar de
que había
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disparado sólo era uno de los varios que ametrallaban vehículos, plataformas de
aterrizaje y edificios. Los helicópteros de la República los perseguían de cerca,
disparando los poderosos cañones de sus alas.
La boca de Padmé estaba abierta de asombro. Aquello era algo que nunca hubiera
esperado ver en Coruscant.
Bail hacía todo lo posible para esquivar los rayos láser y de plasma, pero no era el
único piloto que lo intentaba y, rápidamente, las colisiones formaron parte de una
carrera de obstáculos. Dejando que el flotador descendiera todavía más, Bail se dirigió
hacia la entrada más cercana a los refugios, haciendo caso omiso del fuego amigo y
enemigo, que cada vez llovía más cerca de ellos.
Una intensa llamarada de luz cegó a Padmé. El flotador se ladeó ostensiblemente,
haciendo que sus ocupantes casi cayeran al vacío. Empezó a salir humo de la turbina de
estribor, y la pequeña nave cayó prácticamente a plomo.
—¡Sujetaos fuerte! —gritó Bail.
—¡Estamos perdidos! —aseguró C-3PO.
Padmé se dio cuenta de que Bail se desviaba hacia una plataforma de desembarco
rematada por un ancho puente. Las lágrimas brotaban de sus ojos a causa de una
repentina náusea.
—¡Anakin! —gritó, apretándose el abdomen con una mano—. ¡Anakin!
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—Cincuenta, general.
—Con eso bastará —comentó Grievous, asintiendo con la cabeza. Miró las pantallas
por última vez y habló en voz alta para que lo escuchase toda la tripulación neimoidiana
del puente—. Seguid así. Considerad un objetivo factible toda nave de la República.
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El capitán Dyne bajó con cautela de la plataforma que había llevado al equipo hasta
las profundidades inexploradas del República Quinientos.
Aquí, en una intersección de espectrales pasillos hecha de permeocemento y
tapizada con paneles de plastiacero, no goteaba el agua, ni los insectos construían sus
nidos, ni los gusanos proliferaban en los conductos eléctricos. Extrañamente, sin
embargo, en el aire se percibía una brisa débil pero fresca.
Dyne respiró profundamente para calmar sus nervios. Estaba entrenado para el
combate, pero los años pasados en un trabajo rutinario en Inteligencia había
entorpecido sus reflejos antes agudos. Ordenó a las sondas robot que pasaran a modo
de reposo y desactivó el procesador portátil antes de engancharlo en su cinturón.
Extrayendo su pistola láser Merr-Sonn de la funda, la sopesó y movió con el pulgar el
controlador de disparo hasta la posición de "aturdir".
Ante él, los comandos avanzaban, fantasmales bajo la tenue luz, con las armas
preparadas y pegados a las paredes, hacia la puerta situada al fondo de la sala. Valiant
iba al frente, seguido por expertos en explosivos y con los detonadores termales en la
mano.
Dyne esquivó un par de sondas robot. TC-16 avanzó tras él.
No habían recorrido ni tres metros por el pasillo cuando un susurro de voces
ahogadas llegó hasta Dyne.
Sintió que TC-16 se detenía de improviso.
—Vaya, alguien está hablando en geonosiano —exclamó el droide de protocolo.
Dyne se giró y se encontró contemplando los anchos cañones de dos armas sónicas
de aspecto orgánico empuñadas por sendos soldados geonosianos apenas visibles
entre las sombras, con las alas orientadas hacia el mugriento suelo del pasillo.
Los
Dyneinstantes siguientes
comprendió que noparecieron
era su vidatranscurrir a cámara
la que pasaba lenta.
ante sus ojos, sino su muerte.
Vio que los comandos eran rechazados hacia atrás por un viento de fuerza inusitada.
Vio cómo Valiant y el especialista en explosivos se abalanzaban precipitadamente
contra la puerta. Vio una tormenta de sondas robot pasar por su lado.
Y se sintió alzado del suelo y arrojado contra la pared. Sus tripas parecieron volverse
esponjosas.
Era posible que, en aquellos eternos momentos de silencio, los soldados hubieran
reaccionado con la velocidad suficiente para disparar sus armas láser, ya que cuando
Dyne miró hacia su derecha, en la dirección por la que habían llegado, no vio ningún
rastro de los geonosianos. Ni siquiera de TC-16.
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Por lo que sabía, había permanecido sin sentido un tiempo indefinido. Era
vagamente consciente de haber sido lanzado contra la pared en una posición nada
natural para un ser humano. Era como si todos los huesos de su cuerpo se hubieran
vuelto flexibles.
La distante puerta se abrió hacia dentro silenciosamente, y la luz inundó el pasillo. La
luz o era roja o estaba teñida por la sangre que empezaba a llenar sus globos oculares.
No sólo tenía la impresión de que el mundo seguía moviéndose a cámara lenta, sino
que ahora empezaba a tornarse borroso. Con la poca visión que le quedaba, distinguió
una sala abarrotada de equipo, unas pantallas llenas de cambiantes datos y una mesa de
holoproyección sobre la que flotaba un destructor de la Federación de Comercio
partido en dos y envuelto en llamas. Dos máquinas inteligentes surgieron de la sala; sus
cuerpos delgados y tubulares los identificaban como droides asesinos. Tras ellos, un
humano fornido y de mediana estatura pasó por encima del cuerpo grotescamente
retorcido de Valiant.
A pesar de que su cerebro parecía estar licuándose. Dyne encontró un momento para
sentirse asombrado... porque reconoció instantáneamente a aquel hombre.
Increíble, pensó.
Tal como sospechaban los Jedi, los Sith se habían infiltrado hasta los niveles más
altos del Gobierno de la República.
El hecho de que aquel hombre no hiciera ningún esfuerzo por ocultar su identidad
hizo que Dyne comprendiera que iba a morir.
Y poco después de haberlo comprendido, murió.
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—¿Dónde está el Canciller? —exigió saber Shaak Ti a los tres Túnicas Rojas plantados
ante la entrada de la suite de Palpatine en el República Quinientos.
Junto a ella, Stass Allie tenía una mano en la empuñadura de su sable láser. Tras ellas,
cuatro miembros del pequeño ejército de seguridad del edificio, que habían escoltado a
las Jedi desde el hangar del nivel medio hasta el ático.
Pese a haberles notificado su llegada, los imponentes Túnicas Rojas mantenían sus
electropicas en una postura defensiva e intimidante.
—¿Dónde? —insistió Stass Allie, dando a entender que iban a entrar. Por las buenas o
porShaak
las malas.
Ti levantó la mano para lanzar contra las puertas un empujón de Fuerza,
cuando los guardias bajaron sus armas y se hicieron a un lado. Uno de ellos tecleó un
código en el panel de la pared, y las bruñidas puertas se abrieron.
—Por aquí —dijo el mismo guardia, moviendo su brazo en un amplio ademán para
indicarle que podía pasar.
Un amplio vestíbulo alineado con esculturas y holoimágenes artísticas dio paso a la
suite en sí, cuya decoración, como en las habitaciones de Palpatine en el Edificio
Administrativo del Senado, era predominantemente roja. No se sabía exactamente lo
grande que era, pero la pared exterior de la inmensa sala seguía la curva de la corona
del edificio
torno a la yinmensa
dejaba ver, bajo ella,Las
estructura. las distantes
típicas nubes queautonavegables,
rutas se congregabantransversales
al atardecer eny
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orbitales, estaban atascadas. Entre ellas y el República Quinientos flotaban dos TABA y
una pequeña bandada de flotadores patrulla.
Una particular perturbación en la cresta del paraguas defensivo del Distrito del
Senado les dio a entender que el continuo bombardeo de las fuerzas separatistas había
conseguido que el escudo fuera permeable. Más allá del superrecalentado límite del
escudo, entre los bancos de nubes grises, se veían parpadear luces.
Relámpago o plasma, se dijo Shaak Ti.
Palpatine paseaba por el cuarto sin reparar apenas en su presencia, como un animal
enjaulado, con las manos cruzadas en la espalda y arrastrando la túnica senatorial por el
suelo ricamente alfombrado.
Más Túnicas Rojas y algunos consejeros de Palpatine lo contemplaban inmóviles:
algunos llevaban comunicadores colgando de sus orejas; otros, dispositivos que Shaak
Ti supuso vitales para el buen funcionamiento del ejército de la República. Si algo le
ocurría al Canciller, la autoridad para dirigir las campañas militares y los códigos
internos secretos pasarían temporalmente al portavoz del Senado, Mas Amedda. La
Jedi sabía que éste ya se encontraba a salvo, en un búnker de hormigón profundamente
enterrado bajo la Gran Rotonda.
No pudo evitar darse cuenta de que Pestage e Isard, dos de los consejeros más
importantes y cercanos a Palpatine, parecían nerviosos.
—¿Por qué sigue todavía aquí? —preguntó Stass Allie a Isard. El consejero apenas
despegó los labios al responder:
—Pregúnteselo a él.
Shaak Ti tuvo que plantarse ante Palpatine para atraer su atención.
—Canciller Supremo, es necesario que lo escoltemos hasta el refugio. Se conocían.
Palpatine había alabado en privado sus méritos por su actuación en Geonosis, Kamino.
Dagu, Brentaal IV y Centares. Se detuvo brevemente para mirarla antes de dar media
vuelta y reanudar su nervioso paseo.
—Maestra Ti, aunque agradezco sus desvelos, no necesito ser rescatado. Como no he
dejado de repetir a mis consejeros y protectores, creo que mi lugar es éste, donde
puedo comunicarme con nuestros comandantes. Y de trasladarme, sería a mi oficina de
trabajo.
—Canciller, las comunicaciones serán mejores en el búnker —insistió Pestage.
—Todas esas simulaciones que usted tanto despreciaba, se hicieron por si se
producía exactamente esta situación —agregó Isard.
Palpatine le lanzó una mueca despectiva.
—Las Supremo
Canciller simulaciones y la realidad
del Senado Galácticoson dos
no se cosas de
esconde completamente
los enemigos dediferentes. El
la República.
Puedo decirlo más alto, pero no más claro.
Era obvio que Palpatine estaba agitado, desconcertado y posiblemente asustado.
Pero cuando Shaak Ti intentó leerlo a través de la Fuerza. le resultó difícil captar lo que
realmente sentía.
—Lo siento, Canciller —dijo suavemente Stass Allie—, pero los Jedi están obligados
a tomar esa decisión por usted.
—¡Creí que vosotros respondíais ante mí, no al revés!
Ella se mantuvo imperturbable.
—Nosotros
proteger respondemos primero ante la República, y protegerlo a usted es
a la República.
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El turboascensor
el lado opuesto del los dejó
túnel quecerca de donde
llevaba la Jedi
al hangar estuvoMientras
oriental. pocas horas antes,
corrían poraunque en
el túnel,
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Shaak Ti se tomó un momento para buscar con la mirada al equipo del capitán Dyne.
Considerando todo lo que había pasado desde que se separó de ellos, era probable que
Dyne y el comandante Valiant hubieran pospuesto la búsqueda del escondite de Sidious.
O quizás siguieran allí, en algún rincón del subsótano. Justo antes de entrar en el túnel,
creyó entrever un plateado droide de protocolo, que bien podía ser TC-16. corriendo
hacia la salida del hangar oriental.
El túnel estaba más oscuro de lo debido a aquella hora del día, y la parte baja de los
desfiladeros que formaban los edificios lo estaba todavía más.
—Esperen aquí —ordenó Shaak Ti a los Túnicas Rojas y a Palpatine. Stass Allie fue
hasta el centro de la plataforma y miró hacia arriba, hacia las fachadas de los edificios
que los rodeaban por completo.
—Las fuerzas de Grievous deben de haber destruido el espejo orbital que alimenta
este sector.
Shaak Ti estudió el poco cielo que podía verse desde aquellas profundidades.
—El escudo ha caído. También habrán destruido el generador.
—Buscaré un vehículo que confiscar —dijo Allie.
Shaak Ti apoyó una mano en su antebrazo.
—Demasiado arriesgado. Tenemos que permanecer tan cerca del suelo como
podamos.
Allie indicó la escalera que llevaba hasta la plataforma del tren magnético.
—No nos llevará hasta la misma puerta del complejo de búnkeres, pero sí muy cerca.
Shaak Ti sonrió y volvió a activar el comunicador.
—Mace, otro cambio de planes...
45
Dooku se arrastró por el suelo hasta salir de debajo de las vigas de plastiacero y de
los pedazos de ferrocemento. Se puso en pie, todavía tembloroso, y miró los restos de
la sala de control con sorprendido escepticismo. ¿Tan debilitado estaba el domo de
contención como para colapsarse por el impacto de rebote de unos cuantos láseres?, ¿o
fue la rabia de Skywalker la que hizo que el techo se viniera abajo?
Si Dooku no hubiera saltado en el último segundo, ahora estaría sepultado como los
dos Jedi, bajo los cascotes que cubrían la sala de archivos. Estaba seguro de que seguían
vivos, pero al menos estaban atrapados... que es lo que habían planeado desde el
principio.
Pero Skywalker... Suponiendo que se hubiera vuelto tan poderoso como para
derribar el domo, aquello era una prueba más de lo que podría llegar a ser algún día. ¿O
no? Porque admitir cualquier explicación alternativa significaba aceptar que Skywalker
era en potencia una amenaza mucho mayor para los Sith de lo que ellos mismos podían
suponer.
Inicialmente le alegró observar que Skywalker y Kenobi por fin habían aprendido a
luchar juntos, que su camaradería los había vuelto muy poderosos. Complementaban
sus fuerzas y compensaban sus debilidades. Kenobi utilizaba toda su innata capacidad
de discreción para equilibrar el descuidado abandono del joven Skywalker. Podría
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haber seguido contemplándolos hasta que se hiciera de noche en Tythe. Y deseó que el
general Grievous hubiera estado allí para presenciar aquella demostración.
Ahora no estaba tan seguro.
¿Y si esto nos hubiera matado a todos? , pensó, sacudiéndose el polvo y dirigiéndose a
la salida de la destrozada instalación.
¿Y si Grievous se había excedido y destruido Coruscant? ¿Y si Sidious había sido
derrotado y encarcelado? ¿Y si, después de todo, los Jedi habían terminado triunfando?
¿Qué ocurriría entonces con su sueño de una galaxia controlada por su mano?
En Vjun, Yoda dejó implícito que el Templo Jedi siempre estaría abierto para un
eventual retorno de Dooku... Pero no. No existía retorno del Lado Oscuro, y menos de
las profundidades en las que él se había sumergido. ¿Qué le esperaba entonces al Conde
Dooku de Serenno? ¿Una tranquila y vigilada jubilación en algún lugar perdido de la
galaxia?
Dependía de lo que ocurriese en los próximos días estándar.
Dependía de si el plan de Sidious tenía éxito en todos los frentes..., incluso pese a los
cambios introducidos por culpa de la estupidez de Nute Gunray.
Fuera, bajo el cielo amarillo y gris de Tythe, su balandro lo esperaba. Y, junto a él, el
droide piloto.
—Un mensaje grabado —anunció el droide—. Del general Grievous.
—¡Pásamelo! —ordenó Dooku mientras se apresuraba por la rampa del balandro y la
cubierta principal llena de instrumentos.
Una holoimagen del ciborg flotaba en medio de un halo de luz azul.
Dooku se quitó la polvorienta capa, mientras el FA-4 activaba la grabación.
—Lord Tyranus —dijo Grievous, moviéndose de repente y arrodillándose—. El
Canciller Supremo Palpatine pronto será nuestro.
Dooku suspiró satisfecho.
—Ya era hora —murmuró.
Como si volviera a la vida, se situó ante la parrilla de transmisión y envió un simple
mensaje de contestación:
—General, enseguida me reuniré contigo.
46
Los ojos de Padmé parpadearon hasta enfocar el rostro familiar y sonriente de Mon
Mothma.
—No está bien dormirse en el trabajo, senadora —oyó decir a Mon Mothma como si
estuvieran bajo el agua—. Tenemos que sacarla de aquí.
Padmé tomó conciencia de sí misma y comprendió que estaba reclinada en el asiento
trasero del flotador de Stass Allie. Su cabeza se apoyaba sobre el brazo izquierdo de
Mon Mothma, y tenía la impresión de que sus orejas estaban rellenas con algodón.
—¿Cuánto...?
—Sólo un momento —aclaró Mon Mothma con el mismo tono subacuático—. No
creo que te golpearas la cabeza. Parecías estar bien después de la caída, pero de
repente te desplomaste. ¿Puedes moverte?
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Padmé se sentó y vio que los mecanismos de seguridad del flotador habían
funcionado en el último segundo. Un poco mareada, pero ilesa, se apartó el pelo de la
cara.
—Apenas puedo oírte.
Mon Mothma la miró en silencio. Después extendió una mano para ayudarla a bajar
de la nave.
—Ten cuidado, Padmé. Vamos, deprisa.
—Estrellarme no entraba en mis planes.
Mon Mothma la ayudó a bajar del flotador. Bail y C-3PO ya estaban escondidos tras el
pedestal de una escultura moderna.
—La Maestra Allie no parece ser propensa a demandar por daños y perjuicios —
decía el droide.
Todavía mareada, Padmé descubrió que se habían estrellado en la plaza frente al
centro comercial Embassy, arrasando al mismo tiempo un enorme holoanuncio y tres
paneles de noticias. Aparentemente, la habilidad de Bail consiguió evitar que aplastasen
a los peatones, que también hicieron todo lo posible por apartarse de la nave en cuanto
vieron que ésta se les echaba encima. O quizá se apartaron ante la caída previa de una
nave derribada por el fuego separatista, un vehículo de la policía militar, similar a un
deslizador de Naboo, ahora incrustado contra la fachada del centro comercial y
vomitando humo. En la plaza, cerca del vehículo, podían verse los calcinados cadáveres
de tres soldados clon.
La realidad se impuso sobre Padmé con ruido ensordecedor, luz cegadora y olores
acres. Desde muy cerca le llegaron gemidos angustiados y gritos de terror, y en las
gradas situadas muy por encima de la plaza sonaban distantes descargas de artillería.
Más arriba todavía, los rayos de plasma surcaban el cielo. Los incendios proliferaban.
las detonaciones retumbaban...
Padmé vio una mancha de sangre en la mejilla de Bail.
—Está herido...
—No es nada —respondió él, quitándole importancia—. Además, tenemos cosas
más importantes de qué preocupamos.
Ella siguió su mirada y comprendió de inmediato por qué los habitantes de Coruscant
huían del puente colgante que unía dos edificios, comunicando el centro comercial con
las entradas del nivel medio del Hospital Senatorial. Cinco cazas buitre habían
aterrizado al otro lado del puente y se reconfiguraban para adoptar su modo patrulla.
Un instante después, unas gárgolas de cuatro patas, con cabezas desplegadas en su
parte delantera
hospital y sensores
sembrando rojos como
la destrucción la sangre
a su paso. arterial,
Sus cuatro avanzaban
cañones por la plazahacia
láser apuntaban del
las profundidades, pero de los lanzacohetes encajados en su fuselaje semicircular
volaban torpedos dirigidos contra los aerotaxis y las naves que intentaban aterrizar en
las plataformas de emergencia del hospital y las entradas de los túneles que conducían
a los refugios del Senado...
Los TABA de la República descendían de la Plaza del Senado para atacar a los droides
de tres metros y medio de altura, pero ahora guardaban una distancia prudencial.
Pilotos y artilleros estaban claramente preocupados, no querían añadir disparos de
armas de energía o proyectiles EMP al actual caos.
—Monstruosidades xi charrianas —apuntó Mon Mothma.
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Padmé recordó haber contemplado desesperanzada. desde las altas ventanas del
palacio de Theed, a los escuadrones de cazas buitre llenando el cielo de Naboo como
criaturas liberadas por la oscuridad y surgidas de alguna tenebrosa cueva...
Cogidos en el fuego cruzado, los peatones corrían por el puente colgante queriendo
refugiarse en el centro comercial Embassy, nivel medio del edificio Memorial
Contrarrevolucionario Nicandra, pero éste había bajado las gruesas rejas de seguridad
de las entradas, dejando que las multitudes se las apañaran como pudieran.
Padmé volvió a sentir una terrible debilidad.
Las masas de aterrorizados ciudadanos estaban sufriendo lo mismo que habían
sufrido en sus carnes los últimos tres años los habitantes de Jabiim, Brentaal e
innumerables mundos más, atrapados en una guerra ideológica, casi siempre debido a
las simples circunstancias o a la situación estratégica de su planeta. Atrapados entre un
ejército droide, liderado por un autoproclamado revolucionario y un carnicero ciborg, y
un ejército de soldados surgido de un tanque de crianza, comandados por una orden
monástica de Caballeros Jedi que una vez fueron los pacificadores de la galaxia.
Atrapados, sin pertenecer a un bando o al otro.
Era trágico e insensato, y Padmé hubiera llorado por todo ello si sus actuales
circunstancias hubieran sido diferentes. Se sentía enferma y desesperada por el futuro
de la vida inteligente.
—Palpatine nunca sobrevivirá políticamente a este desastre —estaba diciendo Mon
Mothma—. Enviar tantas naves y tropas para asediar los mundos del Borde Exterior...
Es como si esta guerra que tan empeñado estaba en ganar, nunca pudiera llegar hasta
Coruscant.
Bail frunció el ceño.
—No sólo sobrevivirá, sino que esto lo reafirmará. El Senado será culpabilizado por
votar una escalada de las hostilidades, y mientras nosotros nos enzarzamos en una
batalla de acusaciones y contraacusaciones. Palpatine aprovechará para adquirir más y
más poder. Al lanzar este ataque, y seguramente sin pretenderlo, los separatistas han
jugado a su favor.
Padmé quería discutir con él, pero no tenía fuerzas.
—Todos están locos —seguía Bail—. Dooku, Grievous, Gunray. Palpatine...
Mon Mothma asintió con tristeza.
—Los Jedi pudieron detener esta guerra..., pero ahora sólo son peones de Palpatine.
Padmé cerró los ojos. Aunque pudiera reunir la energía suficiente, ¿qué podía
decirles, si su propio marido era uno de ellos, era... un general? ¿Qué le habían hecho los
Jedi a Anakin
insistido arrancándolo
en que Anakin fueradeunTatooine, de su
Jedi, en que niñez, la
aceptase detutela
su madre? Ella misma
de Obi-Wan. Macehabía
y los
demás, en que perpetuase la mentira que era su vida privada como esposo y esposa.
Se abrazó a sí misma.
¿Qué le había hecho a Anakin? ¿Qué les había hecho a ellos dos?
La voz de Bail la sacó de su autocompasión.
—Vienen hacia aquí —apuntó un dedo al lado opuesto de la plaza—. Están cruzando
el puente.
En alguna parte de los cerebros electrónicos de los droides buitres había surgido una
revelación: no sólo los puentes colgantes ofrecían una mejor posición para disparar
contra los edificios
los helicópteros de ylalas naves denoambos
República lados dela cañón,
se atreverían sino
disparar que,ellos
contra más importante aún,
para no destruir
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el puente y que cayese sobre las atestadas aceras de más abajo. O sobre el tren mag-
nético que circulaba doscientos pisos más abajo.
—Quizá si pidiéramos refugio a los propietarios del centro comercial, éstos
levantarían la reja de seguridad para nosotros... —sugirió C-3PO. Bail miró a Padmé y a
Mon Mothma.
—Tenemos que mantener a esos droides en el lado contrario del puente para que los
helicópteros puedan destruirlos.
Mon Mothma señaló el vehículo militar derribado.
—Creo que se me ocurre una manera.
El helicóptero se hallaba a cincuenta metros escasos de la base de la escultura. Sin
intercambiar una sola palabra más, los tres corrieron hacia él.
—¿En qué estaba pensando yo? —gritó C-3PO, mientras los veía registrar los restos
en busca de armas—. ¡Nunca aceptan la salida fácil!
Los tres humanos volvieron cargados con tres rifles láser.
—Al mío no le queda mucha energía —dijo Bail mientras revisaba el que tenía entre
las manos—. ¿Y el tuyo?
—Apenas tiene combustible —respondió Padmé.
Mon Mothma sacó la célula de energía del suyo.
—Vacío.
—Tendremos que apañárnoslas con lo que nos queda —dijo Bail, desalentado.
Agachándose tras el pedestal, Padmé y él apuntaron cuidadosamente hacia el droide
más cercano.
Por entonces, tres de las gárgolas buitre ya se encontraban en medio del puente,
disparando al azar. Sus torpedos explotaban contra las fachadas de los edificios
provocando avalanchas de ferrocemento y duracero reforzado que caía contra plazas,
plataformas de aterrizaje y balconadas, enterrando bajo ellas a cientos de desgraciados
habitantes de Coruscant.
—Disponte a correr en cuanto disparemos —ordenó Bail. Señaló hacia uno de los
paneles de noticias que habían sobrevivido a la caída de ambas naves—. Nos
refugiaremos detrás de eso.
Padmé centró el droide en el punto de mira de su rifle y apretó el gatillo. Los
primeros disparos hicieron poco más que captar la atención de la máquina, pero los
siguientes empezaron a destrozar sus componentes vitales. Los droides se retiraron un
par de pasos hacia la Plaza del Hospital, sólo para lanzar un trío de torpedos hacia ellos.
Pero Padmé y los demás ya no estaban allí. Un torpedo impactó contra el pedestal,
reduciendo
Stass Allie. laY escultura
el terceroa pedazos. El segundo
detonó contra destrozó
la reja lo que quedaba
de seguridad del flotador
del centro de
comercial,
abriendo un boquete. Los peatones que se encontraban a ambos lados del agujero se
abalanzaron hacia él, luchando entre sí para ser los primeros en refugiarse en el interior
del edificio. Padmé creyó que alguno de los buitres dispararía contra la multitud, pero
los droides habían abierto su guardia al centrar la atención en sus agresores, y los
helicópteros lo aprovecharon. Convergentes rayos láser surgieron de las alas y las
torretas de los TABA.
Dos droides explotaron.
Uno dio media vuelta para responder al ataque, pero ya era tarde. Los misiles de los
helicópteros le destrozaron primero la pata izquierda, después la cabeza y por último el
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resto, esparciendo pedazos por toda la plaza. Los dos buitres supervivientes regresaron
al puente para incrementar sus posibilidades de supervivencia.
Bail y Padmé dispararon contra ellos, pero los droides no se detuvieron.
—¡Y yo que pensaba que el Senado era un campo de batalla! —exclamó Mon
Mothma.
La visión del humo que salía de los agujeros abiertos en el fuselaje del droide más
cercano hizo reaccionar al droide que tenía detrás. El droide pasó junto a su camarada
herido y entró en la plaza del centro comercial con sus sensores rojos brillando,
buscando a Padmé y los demás, que ya corrían hacia un nuevo refugio que los
protegiera de los torpedos de los buitres.
Un helicóptero hizo una pasada rápida, pero no encontró un ángulo de tiro
adecuado.
—Mi rifle se ha quedado sin energía —dijo Bail, dejando caer su arma.
Padmé miró el indicador digital de su rifle.
—El mío también.
C-3P0 agitó la cabeza.
—¿Cómo voy a explicar todo esto a R2-D2?
Reemprendieron la carrera, intentando llegar hasta el agujero abierto en la reja de
seguridad del centro comercial, pero el droide se movió para interceptarlos. Entonces,
con una especie de deleite sádico, hizo retroceder a los cuatro hasta la pared del
Edificio Nicandra.
La rabia, nacida de instintos tan viejos como la vida misma, empezó a crecer en
Padmé. Estaba a punto de lanzarse contra la enorme máquina para intentar destrozarle
los sensores de su cabeza en forma de lágrima, cuando el droide se inmovilizó,
obviamente escuchando alguna lejana comunicación. Retractó la cabeza, convirtió sus
patas semejantes a tijeras en alas, y se lanzó por el borde de la plaza hacia el desfiladero
de abajo.
El droide que se encontraba en el puente hizo lo mismo, llevándose tras él a dos
helicópteros que no querían abandonar la persecución.
Padmé fue la primera en llegar hasta la barandilla del puente. Muy abajo, el tren
magnético del Distrito del Senado se dirigía hacia el Sur, a través del túnel aéreo que le
haría cruzar el Complejo Heorem, de un kilómetro de extensión, hasta llegar al rico
distrito Sah'c.
Los dos droides buitre descendían para unirse a una fragata separatista que ya
perseguía al tren.
47
¿Cómo había sabido Grievous que debía atacar el República Quinientos?, se preguntó
Mace mientras el tren de suspensión magnética viajaba a trescientos kilómetros por
hora hacia el túnel que lo conduciría hasta el Distrito del Senado.
Kit Fisto, Shaak Ti, Stass Allie y él habían subido al tren en la plataforma del
República Quinientos, y se encontraban en el vagón que los Túnicas Rojas del Canciller
Supremo
un atisbo habían
fugaz requisado a laafuerza,
de Palpatine través eldesegundo de un
un hueco en convoy de protector
el círculo veinte. Mace
quetuvo
los
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guardias mantenían en torno a él, con su cabeza de melena gris agachada, en una
postura que tanto podía expresar angustia como profunda concentración.
¿Cómo lo había sabido Grievous?, volvió a preguntarse Mace.
Muchos habitantes de Coruscant sabían que Palpatine tenía una suite en el República
Quinientos, pero su situación exacta era un secreto bien guardado. Y lo que era más
importante, ¿cómo sabía Grievous que Palpatine se encontraba allí y no en alguno de
sus muchos despachos?
No todo podía ser responsabilidad de Dooku.
Era concebible que Dooku le hubiera dado a Grievous los datos de las hiperrutas que
bordeaban los límites exteriores del Núcleo Profundo, ya que el Conde pudo extraerlos
de los archivos Jedi antes de abandonar la Orden, probablemente mientras borraba de
los bancos de datos cualquier mención sobre Kamino. De la misma forma, Dooku pudo
proporcionar las coordenadas orbitales de los satélites de comunicaciones y de los
espejos, y hasta la información táctica respecto a la localización de los generadores de
escudo de superficie. Pero Palpatine fue elegido Canciller Supremo después de que
Dooku abandonase Coruscant para regresar a Serenno, y, por entonces, unos trece
años atrás, Palpatine aún vivía en una torre cerca del Edificio del Senado.
Así que, ¿cómo sabía Grievous que tenía que ir al República Quinientos?
¿Sidious?
Si era verdad que cientos de senadores estaban bajo la influencia del Señor Sith,
aunque fuera durante un corto espacio de tiempo, éste pudo tener acceso a los niveles
más elevados de información confidencial. Tal como temía el Consejo Jedi, la red de
agentes de Sidious podía haberse infiltrado hasta los mismos mandos militares de la
República. ¡Y eso sugería que el ataque a Coruscant podía haberse planeado desde
muchos años antes!
Mace captó otra imagen de Palpatine, aislado por las flotantes túnicas rojas de sus
guardias personales. No era el mejor momento para interrogarlo acerca de sus
confidentes más íntimos.
Pero Mace haría todo lo posible para encontrar tiempo.
Se preguntó por un momento qué habría sido del equipo del capitán Dyne. En el
supuesto de que éste hubiera cancelado la búsqueda de Sidious al poco de comenzar el
ataque, Inteligencia no habría enviado un segundo equipo de búsqueda para unirse a
Dyne y Valiant, pero tampoco habían recibido noticias de ellos, ni siquiera al
restablecerse las comunicaciones con el Distrito del Senado.
Shaak Ti tampoco vio rastro de ellos mientras escoltaba a Palpatine por el subsótano
del¿Habrían
Repúblicasido
Quinientos.
Dyne y sus comandos víctimas del ataque de Grievous? ¿Estarían
atrapados en alguna parte, bajo una nave de transporte derribada o bajo toneladas de
cascotes de ferrocemento?
Otra preocupación más acosaba a Mace.
Los demás vagones del tren estaban repletos de personas que intentaban huir del
Senado y de los distritos financieros. De no ser por la intervención de Palpatine, sus
guardias habrían requisado todo el convoy, pero el Canciller Supremo no les dejó hacer
algo así. Shaak Ti había contado a Mace y a Kit la inicial negativa del Canciller Supremo a
abandonar su suite, y Mace no sabía cómo tomárselo. Al menos ahora ya iban camino
del búnker. La línea de tren magnético no llegaba hasta el complejo, pero la primera
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del ancho pasillo. El viento aullaba en todo el vagón a causa de un dentado boquete
abierto en el techo, a través del cual se habían dejado caer media docena de droides de
infantería.
Mace se permitió un instante de perplejidad. Los droides de combate no podían
provenir de los cazas que había visto, y eso significaba que una tercera nave separatista
volaba cerca del tren.
Los droides abrieron fuego.
A los pasajeros pegados a las ventanas la situación debía de parecerles desesperada.
No porque los dos Jedi no pudieran desviar la lluvia de láseres dirigidos contra ellos,
sino porque no podrían desviarlos sin que alguno rebotase contra los ocupantes del
vagón. Pero los pasajeros no sabían que uno de los Jedi era Mace Windu, del que se
rumoreaba había destruido en combate personal un tanque sísmico en Dantooine, y
que el otro era Kit Fisto, el héroe nautolano de la Batalla de Mon Calamari.
Juntos, devolvieron algunos láseres contra los mismos droides que los habían
disparado. Otros los enviaron siseando a través de la abertura del tejado, logrando
además alcanzar en el vientre a uno de los cazas buitre, enviándolo a su muerte en
algún lugar bajo la vía magnética. Chispas y humo revoloteaban por todo el vagón,
brazos y piernas metálicos volaron incontrolablemente, pero Mace y Kit recurrieron a la
Fuerza para controlarlos. Algunos habitantes de Coruscant recibieron el impacto de
miembros descontrolados, pero el Jedi se ocupó contra viento y marea de que ninguno
recibiera una herida grave.
En cuanto cayó el último droide, Mace saltó hacia arriba, a través del agujero del
techo, y aterrizó agachado en el tejado, con el viento azotando su túnica y su cráneo
afeitado. Sólo la Fuerza impidió que saliera despedido. Con todos sus sentidos alerta,
vio una nave separatista ocultarse tras el último vagón del convoy. Más lejos, pero
acercándose rápidamente, iban dos helicópteros de la República.
Miró instintivamente a la derecha, y un segundo droide buitre entró en su campo de
visión. Al verlo, el droide roció el tejado del vagón con sus láseres. Mace se volvió de
cara al viento y centró toda su atención en saltar por encima del agujero del techo del
vagón. El caza buitre viró, situándose directamente sobre el desgarrón abierto por su
compañero y reorientando sus cañones.
En lo que seguramente hubiera sido un gesto fútil, Mace levantó su sable láser.
Pero el droide nunca llegó a disparar. Con las alas agujereadas y los repulsares
dañados por los proyectiles disparados desde los helicópteros que lo perseguían, el
caza buitre se desplomó sobre el techo del tren, rodó, rebotó y se perdió de vista.
Desactivando
hacia el segundo sus sables.
vagón, Mace
ahora secon
lleno dejólos
caer por el agujero
consejeros del techo
de Palpatine y losy pasajeros
corrió conque
Kit
las Maestras Jedi y los Túnicas Rojas habían trasladado del primer vagón del tren. Mace
y Kit lo cruzaron y llegaron hasta el actual vagón del Canciller Supremo, al mismo
tiempo que el convoy salía del túnel. Estaba anocheciendo y los altos edificios del Oeste
lanzaban sus enormes sombras sobre los cañones de la ciudad y las atestadas vías
públicas bajo la línea del tren magnético.
Palpatine estaba de pie en el centro del cordón protector que los Túnicas Rojas
seguían formando a su alrededor. Shaak Ti y Stass Allie miraban hacia la parte trasera
del convoy por una ventana que habían roto deliberadamente.
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—Esos cazas podrían habernos hecho descarrilar fácilmente con un torpedo —dijo
Shaak Ti a Mace y a Kit mientras se acercaban. Mace se apoyó en el marco de la
ventana.
—Y los droides de combate no caen del cielo. Hay una tercera nave. Los ojos negros
de Kit señalaron a Palpatine.
—Lo quieren vivo.
Acababa de decir aquellas palabras cuando algo golpeó el tren con fuerza suficiente
como para que todos los ocupantes se vieran zarandeados de un lado a otro del vagón.
Los Túnicas Rojas apenas habían recuperado el equilibrio cuando el techo empezó a
resonar con la cadencia de unos pasos pesados y metálicos que avanzaban hacia ellos
desde la parte trasera del tren.
—Grievous —gruñó Mace.
Kit guiñó uno de sus ojos.
—Volvemos al baile.
Dirigiéndose rápidamente al vagón agujereado, volvieron a saltar al techo. Tres
vagones más atrás se encontraban el general Grievous y dos de sus droides de élite, con
las capas restallando tras ellos a causa del viento y sus electropicas cruzadas en ángulo
sobre sus amplios pechos.
Más atrás todavía, anclado al techo del tren gracias a su tren de aterrizaje en forma
de garras, se encontraba la fragata de la que había desembarcado aquel espantoso trío.
Sin detener su avance. Grievous sacó dos sables láser del interior de su ondulante
capa. Cuando los conectó. Mace ya estaba encima de él, intentando mantener a raya las
dos hojas, rodando bajo las piernas artificiales del general y atacando su máscara con
aspecto de esqueleto.
Los sables láser vibraron y sisearon al chocar entre ellos, entre estallidos de luz
cegadora. En un rincón de su mente, Mace se preguntó a qué Jedi habrían pertenecido
los sables de Grievous. Así como la Fuerza impedía que el viento arrastrase a Mace del
techo del vagón, alguna especie de magnetismo mantenía al general anclado sobre el
metal. No obstante, aquel anclaje ayudaba al ciborg, pero también lo limitaba en sus
movimientos, y Mace nunca permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Las tres
hojas chocaron una y otra vez, atacando y bloqueando.
Como Mace ya sabía por Ki-Adi-Mundi y Shaak Ti, Grievous era un experto en las
artes Jedi. Pudo reconocer la mano de Dooku en el entrenamiento y la técnica del
general. Sus golpes eran tan poderosos como los que podía asestar Mace, y su
velocidad era cegadora.
Pero
En la Grievous no conocía
parte trasera el vaapad,
del convoy, la técnica
la pareja de la finta oscura
de MagnoGuardias que Macecometieron
de Grievous dominaba.
el error de enfrentarse a Kit Fisto. El sable del nautolano era un ciclón de llameante luz
azulada. Resistentes a las descargas de energía del sable láser, las electropicas eran
armas potentes, pero, como sucede con cualquier arma, necesitaban impactar contra
un blanco para ser eficaces, y Kit no estaba dispuesto a permitirlo. Con movimientos
que envidiaría un bailarín de twi'leko, daba vueltas en torno a los guardias, apuntando a
una extremidad distinta en cada rotación: pierna izquierda, brazo derecho, pierna
derecha...
La velocidad del tren hizo el resto, empujando finalmente a los droides hacia el
cañón como si estuviera arrancando insectos del parabrisas de una motojet.
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La pérdida de sus guardias fue registrada por el ordenador al que pudiera estar
conectado el cerebro orgánico de Grievous, pero eso no lo distrajo ni lo frenó. Su única
preocupación era el ataque. Ese mismo ordenador había analizado la técnica de Mace y
sugirió a Grievous que cambiase su actitud v su postura, además del ángulo de sus
paradas, respuestas y estocadas.
El resultado no era vaapad, pero se acercaba bastante, y Mace no estaba interesado
en prolongar aquel combate más de lo necesario.
Agachándose, anguló el sable en posición descendente y abrió el techo del vagón
perpendicularmente al avance de Grievous. Por la sorprendida mirada de los ojos
reptilescos del ciborg, Mace vio que, pese a toda su fuerza, destreza y decisión, su parte
viva no siempre estaba en perfecta sincronización con sus servos metálicos. El antiguo
Grievous, el valiente comandante de tropas de carne y hueso, comprendió lo que Mace
había hecho y quiso esquivar la trampa, pero el actual general Grievous, comandante de
droides y otras máquinas de guerra, sólo quería empalar a Mace con sus dos hojas.
La garra izquierda de Grievous resbaló en el agujero hecho por el sable de Mace,
perdió su asidero magnético en el techo e hizo que el general vacilase. Mace se irguió,
dispuesto a hundir su sable en las entrañas de Grievous, pero una rápida y última
conexión de las cibersinapsis del general hizo girar el torso del ciborg para que sus
brazos armados con los sables describieran un arco paralelo al suelo que, de conseguir
su propósito, habría cortado la cabeza de Mace mandándola a las profundidades del
cañón por el que discurría el tren. En cambio, Mace saltó hacia atrás, quedando fuera
del alcance de las hojas, y envió un empujón de Fuerza contra Grievous en el instante en
que el impulso de su fallido golpe lo dejaba desequilibrado.
El general se deslizó por el costado del vagón, girando y retorciéndose. Mace intentó
seguir la caída del general, pero lo perdió de vista.
¿Había caído al cañón? ¿Había conseguido clavar sus garras de duranio en el costado
del vagón o incluso aferrarse al propio rail del tren magnético?
Mace no tuvo tiempo de resolver el rompecabezas. A cien metros de distancia, la
fragata recogía el tren de aterrizaje y se alzaba del techo del tren empleando sus
repulsores. Los disparos de uno de los helicópteros perseguidores obligaron a la nave
separatista a virar y descender.
Mace y Kit vieron cómo ambas naves revoloteaban en torno al tren, intercambiando
fuego constante. Acercándose al morro del tren, dentro del cual se encontraban los
controles magnéticos, la fragata empezó a girar hacia el Oeste para desviarse al Este en
el último momento.
Lo malo es por
Taladrado queun
el helicóptero
enjambre deperseguidor ya el
luces letales, había disparado
sistema sus armas
de control contraestalló
magnético él.
en mil pedazos y el tren entero empezó a caer.
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Perdiendo velocidad y elevación, el tren magnético cayó sobre el rail guía que se
proyectaba desde el borde de la línea de rascacielos de Sah'c Canyon. Dos docenas de
vagones, dos de ellos con el techo agujereado, emitieron chirridos y crujidos metálicos
en contrapunto a los sollozos y gemidos de los pasajeros.
Mace y Kit mantuvieron el equilibrio sobre sus pies, se guardaron el sable láser en el
cinturón y seladejaron
lo permitió Fuerza. caer en basculó
El tren el interior de uno de los vagones
perezosamente de lado atan suavemente
lado, comopor
como azotado se
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las corrientes térmicas. Pero el aire en los niveles medios debía ser sereno con el tráfico
detenido en ambas direcciones.
Un rápido vistazo al costado derecho del vagón dio a Mace la explicación.
Los viejos puentes voladizos fijados en las fachadas de los edificios empezaban a
doblarse por el peso del tren.
En la distancia se oían las sirenas, a medida que los vehículos de emergencia se
apresuraban a sus destinos. A la izquierda del herido tren magnético, dos enormes
plataformas repulsaras se acercaban precavidamente.
Mace y Kit permanecían inmóviles como estatuas, esperando que el convoy se
apaciguara. Cuando el movimiento oscilante se redujo, presionaron el mecanismo de
apertura de la puerta y entraron en el primer vagón.
El tren continuó protestando con un peculiar surtido de sonidos producidos por la
tensión del metal, pero los pilares de sostén resistieron.
Unos cuantos segundos más.
Entonces, los soportes del rail situados bajo el centro del tren se desprendieron del
borde del cañón con un ruido explosivo, llevándose consigo parte del rail. El tren
empezó a caer por el hueco, y se habría desplomado completamente, de no haber
muchos vagones de la parte delantera y trasera que aún permanecían sujetos al rail y
que soportaron el peso de los que ahora formaban un triángulo invertido en el hueco
de los pilares caídos. Aun así, los ciudadanos de la parte trasera del convoy se vieron
lanzados hacia delante, mientras los ocupantes de los vagones delanteros sintieron que
tiraban de ellos hacia atrás.
Al entrar en el vagón de Palpatine. Mace y Kit llamaron a la Fuerza para impedir que
todos sus ocupantes rodasen hacia la puerta del vagón. En el extremo opuesto, Shaak Ti
y Stass Allie mantenían al Canciller Supremo en pie.
Sonidos estridentes surgieron del rail guía. Otros dos vagones del tren magnético
resbalaron y se colaron por el hueco, alargando la "V" formada por los vagones
colgantes. Los ocupantes del convoy gritaron aterrorizados, sujetándose lo mejor que
podían o abrazándose unos a otros para apoyarse mutuamente.
Mace se sumió en la Fuerza y canalizó toda su energía para que los Túnicas Rojas y
los demás no se movieran de su sitio. Se preguntó si Kit, Shaak Ti, Allie y él, actuando al
unísono, podrían soportar todo el tren, pero rechazó la idea de inmediato.
Para eso necesitarían a Veda.
Quizás a cinco Yodas.
Inesperadamente, una sensación de alivio fluyó a través de él.
—Los
El trenrepulsores
se tambaleóde una
emergencia
vez más,—dijo Kit. vez debido al efecto de los repulsores en
pero esta
los vagones hundidos en el agujero que empezaran a nivelarse.
Por entonces, también el par de plataformas habían llegado hasta el lado izquierdo
del tren, y las naves de emergencia se acercaban desde todas partes. Mace pudo sentir
una creciente sensación de desesperación en los vagones, a medida que los pasajeros se
abalanzaban frenéticos hacia la salida, y supo que aquello empeoraría, ya que no se
permitiría salir a ninguno mientras Palpatine no fuera puesto a salvo.
Kit y él hicieron todo lo posible para acelerar su rescate. En segundos, llevaron a
todos los ocupantes del primer vagón hasta una de las plataformas. Apenas podía verse
a Palpatine, apretujado entre sus Túnicas Rojas. La plataforma se separó del tren
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magnético para alejarse antes de que uno solo de los pasajeros, incluidos los consejeros
de Palpatine, pudiera subir a la plataforma gemela.
El aire estaba lleno de naves de escolta y de helicópteros, dos de las cuales
aterrizaron sobre la plataforma mientras se acercaba al margen oriental del desfiladero
formado por los edificios. Dos pelotones de comandos bajaron de ellas y asumieron
posiciones defensivas en todo el perímetro de la plataforma. Tras ellos, cuatro
Caballeros Jedi se apresuraron a unirse a Shaak Ti y Stass Allie para proteger a
Palpatine.
Mace reconoció el más chamuscado de las fragatas: era la que había perseguido a la
nave de Grievous. Se acercó a él e indicó por señas al piloto que levantase la capota de
la cabina.
Haciendo pantalla con las manos, gritó:
—¿Qué ha pasado con la fragata?
—Mi compañero está persiguiéndola, general —respondió el piloto—. Estoy
esperando noticias suyas.
—¿Se cayó Grievous del tren magnético?
—Yo estaba demasiado lejos para ver mucho, señor, pero no le vi ni caerse ni volver
al tren.
Mace repasó mentalmente lo sucedido. Se vio empujando a Grievous del techo del
vagón gracias a la Fuerza; vio a Grievous cayendo por el borde hasta salir de su campo
de visión, hacia el raíl o el desfiladero que los rodeaba. La fragata del ciborg se
desprendió del tren, descendiendo por el cañón antes de que el segundo helicóptero
empezase su carrera en espiral alrededor del tren...
Mace cerró los puños y se giró hacia Kit.
—La fragata pudo recogerlo... No sé cómo —volvió a mirar al piloto—. ¿Nada
todavía?
—Estoy recibiendo una transmisión, señor... Sector H-Cincuenta-Dos. Mi compañero
está persiguiéndola ahora mismo. Será mejor que vaya con él.
—El general Fisto y yo iremos con usted.
Mace se giró hacia Shaak Ti, Allie y los cuatro Caballeros Jedi recién llegados. Shaak
asintió con la cabeza antes de que dijera una sola palabra.
—Tranquilo, nosotros nos encargaremos de escoltar al Canciller el resto del camino
hasta el búnker.
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Mace y Kit permanecían de pie junto a la puerta abierta del helicóptero republicano,
que volaba entre las mónadas y los rascacielos del Distrito del Senado. Tenían delante la
fragata de Grievous, que daba bruscos giros a derecha e izquierda mientras disparaba
continuamente contra su perseguidor.
Mace retrocedió un paso dentro del helicóptero y vio pasar los láseres cerca de la
abertura, casi rozando el ala izquierda. Le corroía por dentro el que les hubiera costado
tan poco rastrear y alcanzar la nave separatista. Ni Kit ni él podían evitar la sensación de
que la fragata prácticamente los había esperado sobre el edificio del Senado, y que sólo
entonces intentó huir. Pero, ¿cómo pudo eludir al helicóptero original que lo había
perseguido a través del túnel de Sah'c?
Mace se apoyó en la escotilla del artillero y gritó para que lo oyera:
—¿Dónde está tu compañero de escuadrilla?
—Perdido, señor. Ni siquiera aparece en la pantalla táctica.
—Puede que lo hayan derribado —sugirió Kit.
—No creo —respondió Mace, frunciendo el ceño—. Aquí hay algo que no encaja.
Por encima de ellos, los proyectiles rugían al ser lanzados, y una explosión levantó
ecos en los edificios que los rodeaban. Humo negro y escombros cayeron más allá de la
puerta, y el artillero lanzó un aullido de alegría.
—¡Lo tenemos, señor! ¡Está en llamas y cae hacia la superficie!
Mace descendía
después y Kit se asomaron a tiempo
rápidamente de ver cómo la fragata se inclinaba hacia un lado y
en espiral.
—¡Piloto, no lo pierda! —gritó Mace.
Esquivando un abismo en la parte este del Senado, la nave chocó contra la esquina
de un hangar y empezó a desintegrarse. El piloto del helicóptero logró esquivar los
cascotes que caían del edificio y siguió el descenso de la nave condenada. La colisión
con el hangar había frenado su giro, y ahora caía como una piedra, directamente hacia
el Bulevar Uscru brillantemente iluminado y que, afortunadamente, estaba libre de
tráfico. Chocó de morro contra el pavimento y estalló en llamas, abriendo un agujero en
la calle y destrozando las ventanas de los edificios contiguos.
Manteniendo
repulsores una distancia
y descendió flotandodesuavemente
seguridad, hasta
el piloto del helicóptero
aterrizar en el bordeconectó los
del cráter.
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Mace. Kit y una docena de comandos saltaron a tierra para asegurar la zona. Casi de
inmediato se congregó una multitud de sorprendidos espectadores, y en la distancia se
dejaron oír las sirenas de los vehículos de emergencia.
Con los sables láser conectados, los dos Jedi estudiaron el lugar del impacto, atentos
al menor movimiento. La nave estrellada se había abierto desde su popa hasta un
costado, y podía verse claramente el interior. No había ni rastro de Grievous ni de
ninguno de sus guardias de élite.
Sólo droides de combate: entremezclados y fundidos, retorcidos en formas
peculiares.
—Puedo aceptar que Grievous cayera del tren magnético —afirmó Mace—, pero no
que sólo incluyera dos de sus droides de élite en una misión como ésta.
Kit contempló el cielo nocturno.
—Puede que exista una segunda nave de asalto.
—¡Piloto! —gritó Mace—. Comuníquese con el búnker del Canciller Supremo, y que
se preparen para abrir el escudo y recibirnos.
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—No hagáis daño al Canciller bajo ninguna circunstancia —ordenó a sus droides
mientras se abrían las distintas capas de la compuerta.
El asombro que vio en el rostro de Palpatine y de su cuarteto de Caballeros Jedi
aseguraron a Grievous que no podía haber hecho una entrada más dramática. Un
enorme escritorio dominaba la redonda estancia, cuya circunferencia estaba formada
por bancos de consolas de comunicaciones. En el centro de la pared curva opuesta a la
entrada había una segunda puerta. Enmarcado en la apertura poligonal, Grievous
concedió un momento a sus oponentes para que activasen sus sables láser, electropicas
y otras armas. Con sus manos en forma de garra y sin ningún problema, desvió la
descarga inicial de disparos láser antes de empuñar dos de sus sables.
Su descaro hizo que los Jedi lo atacaran al unísono, pero desde los primeros
momentos del combate supo que no tenía de qué preocuparse. Comparados con Mace
Windu, aquellos cuatro eran simples novicios, cuyas técnicas estaban entre las primeras
que Grievous había dominado.
Tras él, sus droides de élite sólo tenían un propósito en sus mentes electrónicas:
destrozar a los guardias y soldados que formaban un semicírculo protector delante de
Palpatine. Altos, elegantes, imponentes con sus túnicas rojas y sus máscaras, los
protectores del Canciller Supremo estaban bien entrenados y luchaban con pasión. Sus
puños y sus pies eran rápidos y potentes, y sus picas pinchaban y cortaban a través de
las armaduras casi impenetrables de los droides. Pero no eran rivales para las máquinas
de guerra programadas para matar con todos los medios posibles. Quizá si Palpatine
hubiera sido lo bastante inteligente como para rodearse con Jedi de verdad, Jedi del
calibre de Windu y Pisto Kit, el resultado habría sido diferente.
Mientras intercambiaba golpes con sus cuatro adversarios, al fin y al cabo para eso
habían ido allí, Grievous vio que seis soldados y tres Túnicas Rojas caían bajo las
electropicas de sus MagnoGuardias. Uno de sus droides también había caído, pero
seguía peleando desde el suelo, pese a estar ciego y verse salvajemente acuchillado por
las armas de los Túnicas Rojas. Y aquellos que seguían en pie cambiaban sus estrategias
de combate y sus movimientos para adaptarlos a las posiciones defensivas de sus
contrincantes.
Grievous disfrutaba enfrentándose simultáneamente a tantos Jedi. Habría
prolongado el duelo de no ser el tiempo tan importante. Fintó con el sable de la mano
derecha y cortó la cabeza de un Jedi con el de la izquierda. Distraído al pisar sin querer
con su pie derecho la cabeza rodante de su camarada, el ithoriano bajó su guardia una
fracción de segundo y recibió como castigo una estocada en el corazón que lo hizo caer
de Retrocediendo
rodillas, antes de derrumbarse
dos pasos parade bruces.lo que había pasado, los dos Jedi restantes
asimilar
volvieron a atacar a Grievous, girando y brincando a su alrededor como si realizaran una
demostración de artes marciales. Grievous sacó dos sables más de su cinturón,
empuñándolos con los pies, mientras los repulsores antigravedad de sus piernas lo
alzaban del suelo, consiguiendo así ser un poco más ágil, tal como la Fuerza hacía con
los Jedi.
Eran sus cuatro sables contra los dos de los Jedi. El duelo había cerrado el círculo.
Girando, le cortó al talz la mano con la que empuñaba el arma, luego uno de sus pies
y finalmente acabó con su vida. Una neblina sanguinolenta flotó en el aire hasta que fue
aspirada por los acondicionadores de aire.
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Intimidó a la cuarta Jedi haciendo girar sus cuatro sables a la vez, transformándose
en una verdadera picadora de carne. El miedo floreció en los oscuros ojos de la twi'leko
cuando ésta retrocedía. Sabía que ya estaba muerta, pobrecita cosa. Pero Grievous la
recompensó con cierta dignidad, permitiendo que le diera algunas estocadas en sus
antebrazos y hombros. Las quemaduras del sable láser apenas hicieron algo más que
agregar un nuevo olor a la sala. Animada, reanudó su ataque, pero estaba agotándose
rápidamente, intentando amputar uno de sus miembros..., herirlo de alguna forma.
¿Y todo ello para qué?, se preguntó Grievous. ¿Por un tímido anciano que ahora
estaba pegado a la pared trasera del búnker? ¿Un supuesto campeón de la democracia
que había lanzado su ejército de clones contra los comerciantes, constructores y
transportistas que se opusieron a su Gobierno..., a su República?
Lo mejor que puedo hacer por la Jedi es librarla de su desgracia , pensó Grievous. Y lo
hizo de una sola estocada en el corazón... Cualquier otra forma hubiera sido cruel.
Un poco más allá, sus tres droides supervivientes resistían bien contra cinco Túnicas
Rojas. Con el tiempo en contra, no dudó en intervenir en la pelea. Al darse cuenta, uno
de los guardias amagó un giro a la izquierda y pivotó hacia la derecha, con su
electropica levantada a la altura de la cara. Un movimiento que Grievous apreció en lo
que valía, aunque ya no estaba en el lugar que el guardia esperaba encontrarlo.
Utilizando dos sables a la vez, le separó la cabeza del tronco. Al próximo le atravesó por
detrás ambos riñones. Abrió la parte posterior de los muslos de un tercero y destripó a
un cuarto.
Cuando intentó localizar al último guardia, resultó que ya estaba muerto.
Con un gesto, Grievous ordenó a su élite que vigilase la puerta hexagonal del búnker.
Entonces, desactivando los sables láser, se volvió hacia Palpatine.
—Ahora, Canciller, vendrá con nosotros —anunció.
Palpatine ni siquiera protestó.
—Será una verdadera pérdida para las fuerzas que representa. El comentario tomó a
Grievous por sorpresa.
—¿Me está elogiando?
—Cuatro Caballeros Jedi, todos esos soldados y guardias... —respondió Palpatine,
gesticulando ampliamente—. ¿Por qué no espera a que lleguen Shaak Ti y Stass Allie? —
inclinó la cabeza a un lado—. Creo que ya las oigo venir. Después de todo son Maestras
Jedi.
Grievous no respondió inmediatamente. ¿Intentaba engañarlo Palpatine?
—Tendrá que ser en otra ocasión —dijo por fin—. Una nave nos espera para sacarlo
de Palpatine
Coruscant...
se yburló
de sucon
querida República.
una sonrisa de desprecio.
—¿De verdad cree que ese plan tendrá éxito?
Grievous le devolvió la mirada.
—Es usted más arrogante de lo que esperaba, Canciller. Pero sí, el plan tendrá
éxito... para su desgracia. Matarlo sería un placer para mí, pero tengo mis órdenes.
—Así que usted recibe órdenes —dijo Palpatine, moviéndose con una deliberada
lentitud—. Entonces, ¿cuál de nosotros es el lacayo? —Antes de que Grievous pudiera
contestar, agregó—: Mi muerte no hará que la guerra termine, general.
Grievous se había preguntado al respecto. Estaba claro que Lord Sidious tenía un
plan, pero... ¿creía realmente que la muerte de Palpatine incitaría a los Jedi a rendir sus
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sables láser? ¿Pediría el Senado que los Jedi dimitieran y se retirasen, atormentado por
la muerte del Canciller? ¿Capitularía la República de repente tras tantos años de guerra?
El sonido de pisadas hizo que despertase y señaló la puerta trasera del búnker.
—Muévase —ordenó a Palpatine.
Los MagnoGuardias dieron un paso hacia Palpatine para asegurarse de que éste
obedecía.
Grievous se apresuró hacia la consola de comunicaciones del búnker. El interruptor y
el tablero de control de la señal de emergencia estaban precisamente donde Tyranus le
dijo que estarían. Tras teclear el código que Tyranus le había proporcionado, Grievous
presionó el interruptor con su mano metálica.
Palpatine lo miró desde la puerta.
—Esto hará que todos los Jedi vayan a por usted, general... y lamentará haber
convocado a algunos de ellos.
Grievous le devolvió la mirada.
—Sólo si no me desafían.
51
Las noticias del combate en la plataforma de desembarco del búnker llegaron hasta
Mace y Kit cuando volvían a Sah'c en el helicóptero. No tardaron mucho en reunir todas
las piezas del rompecabezas: los separatistas habían secuestrado un helicóptero
republicano y pasado el escudo del complejo de búnkeres cronometrando su llegada
para coincidir con la nave que transportaba a Palpatine, Shaak Ti y los demás. Un
comandante CAR certificó que el helicóptero secuestrado iba pilotado por droides, pero
no podía confirmar ni desmentir que Grievous estuviera a bordo de la nave destruida.
Lo cual, de por sí, ya era motivo de preocupación.
Mace y Kit creían saber lo que había pasado, y esperaban equivocarse. Bajo la intensa
luz blanca de los focos, el helicóptero derribado por los RPG era una ruina llameante en
el límite de la plataforma de aterrizaje. Menos quedaba de la nave que había llevado a
Palpatine hasta el complejo. Las bajas provocadas por el ataque sorpresa, que ya sólo
era una sorpresa más entre muchas, habían sido retiradas de la escena, pero la
plataforma seguía atestada por toda una compañía de refuerzo, así como por dos AT-ST
llevados hasta allí por los transportes TABA.
Estametros
cinco vez, Mace y Kit no
de altura, esperaron
corrieron poralaque el helicóptero
plataforma tomase tierra.
brillantemente Saltando
iluminada desde
directos al
túnel de acceso. Una vez dentro, sus temores se confirmaron al ver tres soldados
arrastrando los restos de un MagnoGuardia agujereado por más láseres de los que se
hubieran necesitado para derribar un flotador de la policía.
El helicóptero secuestrado rescató a Grievous tras caer del tren magnético, se dijo
Mace. Pero, ¿su caída había sido premeditada, parte de un plan intrincadamente
elaborado, o Grievous tenía previsto desde el principio raptar a Palpatine en el tren?
Fuera como fuese, ¿cómo pudo el general ciborg saber todo el personal que
necesitaría para llevar a cabo un plan tan atrevido?
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Dooku no había huido solo. Las únicas pruebas de la invasión de Tythe eran los restos
de las naves de guerra separatistas y republicanas que flotaban indolentemente a la luz
de las estrellas.
—Empezábamos a preguntamos si volverían alguna vez —dijo un jefe de escuadrilla
humano a Obi-Wan y Anakin a modo de bienvenida, apenas se encontraron en el hangar
central del crucero.
Obi-Wan descendió por la escalerilla de mano acoplada a la cabina del piloto.
—¿Hace mucho que los separatistas saltaron al hiperespacio? —Menos de una hora,
tiempo local. Supongo que se cansaron del vapuleo que les estábamos dando.
Saltando a la cubierta. Anakin soltó una carcajada ofensiva.
—Crea lo que quiera.
El jefe de cuadrilla
—¿Sabemos alzó una
hacia dónde seceja, desconcertado.
dirigen? —preguntó Obi-Wan rápidamente.
El jefe de escuadrilla se volvió hacia él.
—La mayoría de las naves grandes saltó hacia el Borde Exterior, pero unas cuantas
parecían dirigirse hacia el sistema Nelvaan..., a unos trece pársecs de distancia.
—¿Cuáles son nuestras órdenes?
—Seguimos esperándolas. La verdad es que desde que entablamos combate no
hemos podido comunicarnos con Coruscant.
Anakin mostró un repentino interés por las palabras del otro.
—Quizás haya interferencias locales —apuntó Obi-Wan.
El jefe de escuadrilla pareció dudar.
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—Otros escuadrones en otros sistemas nos han informado de que tampoco han
podido comunicarse con Coruscant.
Anakin lanzó a Obi-Wan una mirada amargada y empezó a alejarse.
—Anakin, por favor —rogó Obi-Wan, siguiéndolo.
—Nos equivocamos viniendo aquí, Maestro. Yo me equivoqué viniendo aquí. Era una
trampa y caímos en ella. Sólo querían alejarnos de Coruscant, puedo sentirlo.
Obi-Wan cruzó sus brazos sobre el pecho.
—Si hubiéramos capturado a Dooku, no dirías eso.
—Pero no lo conseguimos. Maestro. Eso es lo que importa. ¿Y ahora no podemos
comunicarnos con Coruscant? ¿Es que no lo ves?
Obi-Wan reflexionó en sus palabras.
—¿Ver qué, Anakin?
Anakin abrió la boca, pero se arrepintió de lo que iba a decir y empezó de nuevo.
—Tendrías que mantenerme luchando. No tendrías que darme tiempo para pensar.
Obi-Wan puso las manos en sus hombros.
—Cálmate.
Anakin movió los hombros para librarse de él, con el fuego ardiendo en sus ojos.
—Eres mi mejor amigo. Sólo dime lo que debo hacer. ¡Olvídate por un momento que
llevas una túnica Jedi y dime lo que debo hacer!
Preocupado por la gravedad que desprendía la voz de Anakin. Obi-Wan se calló un
instante.
—La Fuerza es nuestra aliada. Anakin. Cuando estamos en contacto con ella, todos
nuestros actos están de acuerdo con su voluntad. Tythe no fue una elección equivocada.
Simplemente ignorábamos que formaba parte de un plan más amplio.
Anakin agachó la cabeza con tristeza.
—Tienes razón, Maestro. Mi mente no es tan rápida como mi sable láser —
contempló su mano artificial—. Mi corazón no es tan inmune al dolor como mi mano
derecha.
Obi-Wan sintió como si alguien hiciera un nudo con sus entrañas.
Había fallado a su aprendiz, a su mejor amigo. Anakin sufría, y el único bálsamo que
podía ofrecerle eran "tópicos" Jedi. Reprimió un estremecimiento. Abrió la boca para
hablar, pero el jefe de escuadrilla lo interrumpió.
—General Skywalker, algo tiene a su astromecánico muy agitado. Obi-Wan y Anakin
se giraron hacia el caza estelar de Anakin.
—¿R2? —dijo Anakin en tono interesado.
El astromecánicoloemitió
—¿Comprende pitidos,
que dice silbidos—preguntó
el droide? v chirridos. el jefe de cuadrilla a Obi-Wan
mientras Anakin se acercaba a su nave.
—A ese droide sí —explicó el Jedi.
Anakin empezó a subir por la escalerilla de mano.
—¿Qué ocurre, R2? ¿Algo va mal?
El droide silbó y piafó.
Metiéndose en la cabina abierta, Anakin conectó varios interruptores. Obi-Wan había
llegado hasta la base de la escalerilla, cuando oyó la voz de Palpatine surgir de los
altavoces de la nave: 'Anakin. si recibes este mensaje, es que necesito urgentemente tu
ayuda..."
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El comunicador del jefe de escuadrilla emitió una señal de alarma. Obi-Wan paseó la
mirada del jefe de escuadrilla a Anakin, y nuevamente al otro.
—¿Qué..., qué pasa? —preguntó ansioso.
—Un comunicado de Coruscant vía rayo denso —dijo el miembro de la tripulación.
Escuchó otro momento y agregó lleno de escepticismo—: ¡Señor, los separatistas han
invadido el planeta!
Obi-Wan lo contempló boquiabierto.
Sobre él, Anakin levantó la cara hacia el techo y emitió un largo gruñido.
—¿Por qué el destino siempre se ceba en las personas que son importantes para mí?
—Yo...
—¡Jefe de escuadrilla! —cortó Anakin—. ¡Recargue y rearme de inmediato nuestros
cazas estelares!
53
Grievous les llevaba una buena ventaja.
Sentado en el sillón del copiloto de un crucero de la República, Mace asumió que no
podrían interceptar al trasbordador antes de que abandonase la atmósfera de
Coruscant. Y puede que tampoco antes de que se encontrara dentro del abrazo
protector de la flota separatista.
No obstante, los cazas estelares convocados a toda prisa harían todo lo posible por
que no fuera así.
Teniendo acceso a los códigos de alta seguridad, Grievous podía haber trazado una
ruta particular de lanzamiento para el trasbordador. Pero, al hacerlo, corría el riesgo de
ser detenido por una simple desactivación de la ruta, o mediante un rayo tractor. Por
ello, había preferido acogerse a la protección que le proporcionaba el tráfico estelar de
una de las rutas públicas autonavegables.
La policía, el Gobierno y los vehículos de emergencia podían utilizar las líneas de viaje
libre que corrían paralelas a las rutas autonavegables, pero, pese a esa ventaja, Mace y
el crucero de Kit todavía estaban a varios kilómetros de distancia del trasbordador. Bajo
ellos, inmensas zonas de oscuridad manchaban la perfección del circuito lumínico
normal del lado nocturno de Coruscant.
Al trasbordador le beneficiaba que las naves que lo rodeaban fueron obligadas por
los sistemas
velocidad de antenas
estándar direccionales
de lanzamiento. Y lade losderayos
nave tractores
tres alas orbitalesaún
se beneficiaba a adquirir
más de una
que
Grievous fuera tan hábil pilotando manualmente una nave como manejando los sables
láser. Cada vez que los cazas estelares intentaban rodearla. Grievous metía al
trasbordador entre otras naves, obligándolos a realizar espirales a través del intenso
tráfico, provocando colisiones o recurriendo a las armas ligeras del vehículo si le
parecía imprescindible.
Recién llegados a Coruscant, Agen Kolar, Saesee Tiin y Pablo-Jill habían estado a
punto de incapacitar al trasbordador dos veces, pero Grievous logró evadirlos
utilizando los cañones láser de su nave para destruir sendos transpones y esparcir la
carga tras ellos. Y el escudo y el blindaje del trasbordador absorbía el impacto de las
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explosiones incluso cuando los tres Jedi lograban acercarse lo bastante para lanzarle
descargas que pudieran desactivarlo.
A medida que la persecución llegaba al limite del campo gravitatorio, los pilotos Jedi
ejecutaban maniobras que no se habrían atrevido a intentar en las capas bajas de la
atmósfera. Los cazas serpenteaban entre las naves, disparando contra el trasbordador
en cuanto tenían oportunidad, chamuscándole alas y cola, intentando sobrecargar el
generador del escudo. Grievous era incapaz de igualar su maniobrabilidad, pero su
respuesta a los ataques era disparar contra cualquier vehículo inocente que tuviera a la
vista, obligando a los Jedi a retroceder una vez más.
Cuando atravesaba la cubierta gaseosa de Coruscant, la ruta autonavegable se
ramificaba como la copa de un árbol. Los impulsores llamearon cuando las naves civiles
en peligro tomaron nuevas rutas para distanciarse de la refriega. Pero con el espacio
entrecruzado por los rastros de plasma y las brillantes explosiones, la huida apenas era
una opción. Aun así, muchas naves intentaban seguir la curva gravitatoria hacia el
hemisferio iluminado de Coruscant, otras buscaban la seguridad de sus lunas, y otras
más se dirigían hacia los puntos de salto más cercanos.
Salvo el trasbordador, que aceleró directamente hacia el buque insignia de Grievous.
Lanzado a toda potencia hacia el crucero. Kit Fisto se unió a los tres cazas Jedi en su
carrera en pos del trasbordador. Por entonces, varias fragatas y corbetas republicanas
se desviaban ya de la batalla principal para ayudar a interceptarlo.
Pese a sus malos presentimientos anteriores, Mace creyó por un instante que
podrían conseguirlo.
Entonces vio con desaliento cómo quinientos cazas droide procedentes de los
enormes brazos curvos de un acorazado de la Federación de Comercio llegaban para
proteger al trasbordador en su vuelo hacia la libertad.
Padmé, Bail y Mon Mothma seguían las últimas noticias por el monitor de la HoloRed
del centro comercial de Embassy, en medio de una multitud de varios centenares de
seres congregada en la plaza Nicandra. Al confirmarse los primeros rumores acerca del
secuestro del Canciller Supremo Palpatine, la pregunta que se hacían todos los
presentes era: "¿Cómo hemos podido llegar a esto en sólo tres años?"
Los ejércitos del caos estaban en la órbita estacionaria de Coruscant, y su prisionero
era el amado líder de la República Galáctica. Para muchos, lo que antes sólo había sido
una abstracción pasaba a ser tina cruda realidad contemplada en directo por todo
Coruscant y por la mitad de la galaxia.
No obstante, aAunque
muchedumbre. medidaseque el tiempo
estaba pasaba, una
celebrando Padmé empezó
batalla a notar
decisiva, un cambio
y bastaba verenlos
la
fuegos artificiales en su propio cielo nocturno para comprobarlo, la mayoría de los
habitantes de Coruscant prefería mirar las imágenes en tiempo real. De esa forma era
casi como mirar un excitante drama de la HoloRed.
¿Serían capaces los cazas estelares de alcanzar al trasbordador donde Palpatine era
prisionero del monstruoso ciborg? ¿Podría explotar el trasbordador o el buque insignia
que era su destino? ¿Qué le ocurriría a la República si moría el Canciller Supremo o
Coruscant era ocupado por decenas de miles de droides de combate? ¿Acudirían al
rescate los Jedi y su ejército de clones?
Cuando Padmé
comentarios no pudo
del público, se seguir aguantando
abrió paso, las imágenes
intentando tridimensionales
llegar hasta y los
el perímetro de la
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multitud. Cuando lo consiguió, se apoyó en una baranda al borde de la plaza y alzó sus
ojos al cielo.
Anakin, se dijo a sí misma, como si pudieran comunicarse mentalmente.
Anakin.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas, y se las enjugó con el dorso de la mano.
Ahora, su tristeza era personal, no por Palpatine, aunque su secuestro la siguiera
afectando. Lloraba por el futuro que habrían podido compartir los dos. Por la familia
que podrían haber formado. Deseó, más que nunca, no haber jugado un papel
destacado en los acontecimientos que dieron origen a la guerra, sino haber sido
simplemente un espectador más.
Vuelve a casa antes de que sea demasiado tarde.
Vio a C-3PO en compañía de un droide plateado de protocolo, que poco después
desapareció entre la muchedumbre.
—¿De qué hablabais, Trespeó? —preguntó, cuando éste se le acercó. —Un encuentro
de lo más curioso, señora —respondió C-3PO—. Creo que ese droide tan brillante se
considera una especie de vidente. Padmé lo miró extrañada.
—¿En qué sentido?
—Me ha dicho que huya mientras pueda, que llegan tiempos oscuros y que la línea
que separa el bien del mal se hará borrosa. Que lo que parece bueno demostrará ser
malo, y que lo que parece malo, demostrará ser bueno.
Sintiendo que no había terminado. Padmé esperó. Los fotorreceptores de C-3PO se
enfocaron en ella.
—Me ha dicho que, si me ofrecen un borrado de memoria, debería aceptarlo. Porque
la única alternativa sería vivir el resto de mis días en el miedo y la confusión.
54
El trasbordador de tres alas se arrastró, acosado por los disparos láser, hacia el
hangar del Mano Invisible. Grievous había mantenido el rumbo mientras se formaba un
plan de contingencia en su mente. Escuadrillas de cazas droide de la Federación de
Comercio habían abierto camino al trasbordador a través de las zonas de intenso
combate, pero la pequeña y vulnerable nave seguía sin estar a salvo. Muchos de los
apasionados perseguidores de Grievous se encontraban tan ocupados defendiéndose,
que ya no representaban
mantenerse ninguna amenaza,
cerca del trasbordador pero tres
y lo acosaban cazas habíancon
continuamente conseguido
disparos
controlados.
La persecución en el campo de gravedad y el retorcido vuelo hasta el crucero había
castigado a la nave. El motor sublumínico gemía, protestando, el escudo estaba
peligrosamente debilitado y las armas sin munición. Al no saber en qué lugar de la nave
se encontraba Palpatine, los pilotos del trío de cazas tenían mucho cuidado al disparar
sus láseres, pero cada impacto dañaba un poco más a los estabilizadores y al generador
del escudo. El plasma de las defensas del Mano Invisible sólo los había incitado a
acercarse aún más al trasbordador para utilizarlo de la misma manera que Grievous
utilizaba a Palpatine...: como escudo protector.
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Grievous corrió hacia popa a través del espeso humo, pero no se le pasó por alto la
expresión burlona de Palpatine.
—Sorpresa, sorpresa, general.
El ciborg sólo se detuvo un instante para replicar:
—Veremos quién es el sorprendido.
Vio cómo la hoja del sable láser se retiraba. Pero cuando cargó contra la compuerta y
cayó sobre cubierta, los Jedi ya se habían trasladado al lado opuesto de la nave. Y
plantaron cara contra los dos sables láser que Grievous sacó del interior de su capa,
incluso mientras seguían desviando los disparos de los droides.
El duelo se entabló a través de todo el hangar. Los droides de combate bajaron sus
armas por miedo a herir a Grievous. Estos Jedi eran más hábiles que los del búnker,
pero no lo bastante como para vencerlo. Los cuatro sables sisearon en el aire reciclado,
bañando los bruñidos mamparos con luz cruda y grandes sombras.
Un Jedi lo flanqueó y atacó.
Grievous esperó hasta el último momento para ordenar a sus piernas que lo alzasen
unos cuantos centímetros. Entonces, extendió sus sables láser hacia los lados,
ligeramente orientados hacia abajo. Desviando las estocadas de sus adversarios, las
hojas de Grievous agujerearon los pechos de ambos. Retrocedieron trastabillando y con
la cara demudada por la sorpresa. La clase de sorpresa que sólo proporciona la muerte.
Algunos droides de combate se acercaron, casi atropellándose por la avidez.
—Arrojad los cadáveres al espacio —ordenó Grievous—. Elegid una ruta donde la
República puede echarles un buen vistazo.
Palpatine esperaba junto a la rampa de abordaje del trasbordador, diminuto entre
dos MagnoGuardias.
—Lleváoslo —dijo Grievous secamente.
Levantando a Palpatine por los sobacos, los droides siguieron a Grievous por el
crucero y por un pórtico ovalado opalescente hasta un camarote grande en el que podía
verse una mesa rodeada de sillas. El ciborg ordenó a los guardias que colocasen al
Canciller Supremo en tina silla giratoria situada en la cabecera de la mesa y que le
esposasen las manos.
—Bienvenido a las Habitaciones del General —exclamó mientras tecleaba en una
consola acoplada a la mesa. El mamparo tras la silla giratoria se convirtió en una
pantalla holográfica que mostró la batalla de Coruscant. Un último interruptor hizo que
una holocámara con forma de globo ocular se situase encima de la mesa.
—Está a punto de hacer una aparición no programada en la HoloRed, Canciller —
anunció Grievous—.
que pueda Memiedo.
disimular su disculpo por no proporcionarle espejo, peine y cosméticos para
Cuando habló, la voz de Palpatine era siniestra.
—Puede transmitir mi imagen, pero no hablaré.
Grievous asintió con la cabeza ante lo que parecía una decisión firme.
—Transmitiré su imagen, pero no hablará. ¿Entendido?
—Hablará usted.
—Correcto. Hablaré yo.
—Muy bien.
Sin razón aparente, Grievous se sintió inseguro.
—LordlosTyranus
mostrar dientes.llegará muy pronto para encargarse de usted. Palpatine sonrió sin
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En Utapau, un mundo del Borde Exterior con inmensos cráteres y lagartos, el virrey
Nute Gunray miraba una granulosa imagen de la HoloRed en la que se veía al general
Grievous soltando
¿Se habría su discurso.
equivocado al infravalorar al ciborg? ¿Realmente terminaría la guerra con
la República vencida? Era casi demasiada felicidad: comercio sin restricciones del Núcleo
al Borde Exterior, riqueza inimaginable, posesiones ilimitadas...
Gunray miró a Shu Mai, Passel Argente, San Hill y al resto, abrazándose,
palmeándose las espaldas, expresando de repente una camaradería desenfrenada.
Sonriendo ampliamente por primera vez en varios años, él se unió a la celebración.
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Dooku había ordenado al piloto droide del balandro que, en cuanto se acercaran al
planeta Nelvaan, abandonase el hiperespacio por un corto periodo de tiempo. De esa
forma, si las naves republicanas habían trazado su ruta desde Tythe, creerían que su
destino era Nelvaan. La tecnología geonosiana del balandro ocultaría el hecho de que
había saltado hasta Coruscant casi de inmediato, para unirse a Grievous y participar en
el último acto deldedrama
El secuestro escritonopor
Palpatine Sidious.
sólo había abreviado su búsqueda, sino que había
permitido que Sidious escapase de Coruscant sin ser detectado. Pero aquellos
acontecimientos no eran más que menudencias. Sidious nunca habría consentido ser
descubierto por los Jedi. Y Palpatine apenas era el gran premio que parecía ser.
El premio gordo, le había confesado Sidious a Dooku en su comunicación más
reciente, era Anakin Skywalker.
—Lo ha observado durante mucho tiempo —comentó Dooku, repitiendo casi las
mismas palabras del propio Sidious.
—Mucho más de lo que supones. Lord Tyranus, mucho más de lo que supones. Y ha
llegado
—¿Susel habilidades,
momento demi ponerlo
señor?a prueba.
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Los dos cazas estelares se encontraban ala con ala en el hangar de lanzamiento,
separados únicamente por unos metros, calentando motores, con los droides
instalados en sus puestos y las cubiertas de la carlinga levantadas.
Ninguno de los dos pilotos llevaba casco, para que Anakin pudiera oír a Obi-Wan
quejarse y gritar:
—Pese a todos los aprietos en que me has metido contra mi voluntad, sabes que no
hay otro con quien más me apetezca volar.
Anakin sonrió.
—Ya era hora de que lo admitieras. ¿Puedo interpretar eso como que me seguirás sin
hacer preguntas?
—Al límite de mis posibilidades —contestó Obi-Wan—. No siempre soy capaz de
estar a tu altura, pero no me dejarás atrás y siempre te protegeré las espaldas.
—Cuando te pida ayuda, acude a rescatarme.
—El día que pidas ayuda, sabré que los dos tenemos problemas graves. Anakin se
puso serio.
—Obi-Wan, no sabes las veces que ya me has rescatado.
El Jedi intentó tragarse el nudo que se había formado en su garganta.
—Entonces, sea lo que sea lo que nos espera, no será un problema para nosotros.
—¿Quién devolverá la paz a la galaxia si no lo hacemos nosotros? —rió Anakin
suavemente.
Obi-Wan asintió caballerosamente con la cabeza.
—Al menos has dicho "nosotros".
Bajaron las capotas de los cazas y conectaron los repulsores, se elevaron un poco,
rotaron 180 grados y atravesaron fácilmente el transparente campo de contención del
hangar.
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7/29/2019 Star Wars El Laberinto Del Mal
CONTINUARÁ...
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