La Casa Azul
La Casa Azul
La Casa Azul
Frida Kahlo
Ubicada en uno de los barrios más bellos y antiguos de la Ciudad de México, la Casa Azul
fue convertida en museo en 1958, cuatro años después de la muerte de la pintora. Hoy es
uno de los museos más concurridos en la capital mexicana.
La llamada Casa Azul Museo Frida Kahlo es el lugar donde los objetos personales develan
el universo íntimo de la artista latinoamericana más reconocida a nivel mundial. En esta
casona se encuentran algunas de las obras importantes de la artista: Viva la Vida (1954),
Frida y la cesárea (1931), Retrato de mi padre Wilhem Kahlo (1952), entre otras.
En la recámara que Frida usaba de día permanece su cama con el espejo en el techo. Su
madre lo mandó colocar después del accidente que Frida sufriera en un autobús, al
regresar de la Escuela Nacional Preparatoria. Durante la larga convalecencia que la
mantuvo inmóvil por nueve meses, Frida pudo iniciarse en el retrato.
mariposas ―obsequio del escultor japonés Isamu Noguchi―, además del retrato que le
hiciera a Frida su amigo y amante, el fotógrafo Nickolas Muray.
Cada objeto de la Casa Azul dice algo de la pintora: las muletas, los corsés y las medicinas
son testimonios del sufrimiento y de las múltiples operaciones a las que fue sometida. Los
exvotos, juguetes, vestidos y joyas hablan de una Frida obsesionada por atesorar objetos.
La casa misma habla de la vida cotidiana de la artista. Por ejemplo, la cocina ―que es
típica de las construcciones antiguas mexicanas, con sus ollas de barro colgadas en
paredes y las cazuelas sobre el fogón― es testimonio de la variedad de guisos que se
preparaban en la Casa Azul. Tanto Diego como Frida gustaban de agasajar a sus
comensales con platillos de la cocina mexicana.
La Casa Azul se convirtió entonces en una síntesis del gusto de Frida y Diego, y de su
admiración por el arte y la cultura mexicana. Ambos pintores coleccionaron piezas de arte
popular con un gran sentido estético. En particular, Diego Rivera amaba el arte
prehispánico. Muestra de ello es la decoración de los jardines y el interior de la Casa Azul.
El hogar de Frida se convirtió en museo porque tanto Kahlo como Rivera abrigaron la idea
de donar al pueblo de México su obra y sus bienes. Diego pidió a Carlos Pellicer ―poeta y
museógrafo― que realizara el montaje para abrir la casa al público como museo. Desde
entonces, la atmósfera del lugar permanece como si Frida habitara en él.
“Pintada de azul, por fuera y por dentro, parece alojar un poco de cielo. Es la casa típica de
la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía
suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir…”
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La Casa Azul, el universo íntimo de Frida Kahlo
En la Casa Azul también vivió Diego Rivera por largas temporadas. El muralista acabó por
comprar la propiedad, al pagar las hipotecas y deudas que Guillermo Kahlo había contraído.
El padre de Frida había sido un importante fotógrafo durante el Porfiriato, pero venido a
menos después de la Revolución. Además, los múltiples gastos médicos generados por
Frida después del accidente endeudaron a la familia.
La casona, que data de 1904, no era un lugar de grandes dimensiones. Hoy tiene una
construcción de 800 m2 y un terreno de 1200 m2. De acuerdo con la historiadora
Beatriz Scharrer, Guillermo Kahlo ―húngaro-alemán de nacimiento― construyó la casa a
usanza de la época: un patio central con los cuartos rodeándolo. El exterior era totalmente
afrancesado. Fueron Diego y Frida quienes, más tarde, le dieron un estilo muy particular y,
al mismo tiempo, le imprimieron ―con colores y decoración popular― su admiración por
los pueblos de México.
Beatriz Scharrer explica que, con el tiempo, la construcción sufrió algunas modificaciones.
Cuando el político ruso León Trotsky vivió con Diego y Frida en el año 1937, se tapiaron las
paredes; los muros se pintaron de azul y se compró el predio de 1,040 m2 que hoy ocupa
el jardín, a fin de darle al intelectual soviético seguridad ante la persecución de que era
objeto por parte de José Stalin.
En 1946 Diego Rivera le pidió a Juan O ‘Gorman la construcción del estudio de Frida. Diego
propuso utilizar materiales del lugar: piedra volcánica o basalto, representativo de la zona
por haber sido utilizado por los aztecas para construir pirámides y tallar sus piezas
ceremoniales. El estudio adquirió un estilo funcionalista y un decorado con objetos de arte
popular mexicano. En esta área de la casa, Diego colocó plafones con mosaicos y llenó las
paredes de caracoles de mar y jarros empotrados con la boca al frente, de manera que
pudieran servir de palomares.
Antes de morir, Diego le pidió a Dolores Olmedo –su mecenas y amiga− que, por un lapso
de 15 años, no se abriera el baño de la que fuera la recámara del muralista en la Casa
Azul. Pasó el tiempo y, mientras vivió, Lola respetó la voluntad de su amigo. Dejó cerrado no
sólo ese espacio, sino también el baño de la recámara de Frida, una pequeña bodega,
baúles, roperos y cajones. Diego había dejado un inventario breve de las cosas que guardó
en su baño, pero, hasta hace poco, nada se sabía sobre lo que se encontraba en el resto
de los lugares
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La Casa Azul, el universo íntimo de Frida Kahlo
Durante casi tres años y gracias al apoyo de ADABI (Apoyo al Desarrollo de Archivos y
Bibliotecas de México), un grupo de especialistas ordenaron, clasificaron y digitalizaron el
acervo recién abierto: veintidós mil ciento cinco documentos, cinco mil trescientas ochenta
y siete fotografías, tres mil ochocientos setenta y cuatro revistas y publicaciones, dos mil
setecientos setenta y seis libros, decenas de dibujos, objetos personales, vestidos, corsés,
medicinas, juguetes... Dar a conocer estos archivos a la luz pública coincidió precisamente
con el centenario del nacimiento de Frida Kahlo y el 50 aniversario luctuoso de Diego
Rivera. Los objetos descubiertos resultaron ser realmente interesantes, pues dan pistas
que enriquecen la biografía de ambos artistas. Algunos expertos que han visitado la
exposición comentan, sorprendidos, que la historia debería reescribirse, pues muchas de
sus suposiciones tenían otro sentido.
Estos documentos y dibujos dan apasionantes claves sobre la obra de Frida. De esta
manera, por ejemplo, se encontraron ilustraciones sobre la matriz y el desarrollo del feto
humano, así como dibujos sobre este tema, que ―más tarde se vio― corresponden al
marco de madera de su díptico Naturaleza muerta. En el fondo de un ropero, atrás de
algunos libros, se encontró una libreta llena de dibujos. En ella apareció uno pequeño, pero
importante: Las apariencias engañan. En ese lugar también permanecían guardados
varios borradores del texto que Frida escribiera sobre Diego ― “Retrato de Diego Rivera”
― para el homenaje del muralista en el Palacio de Bellas Artes. Se había dudado de la
autoría de ese texto e, incluso, se le adjudicó a Alfonso Reyes, pero, gracias a este nuevo
archivo, ahora tenemos la certeza de que salió de manos de Frida. Todo eso se resguarda
en la casa de Frida, una construcción que encierra un manantial de vivencias apasionantes.