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ENSAYO
SOBRE Í^A
HISTORIA CONTEMPORANEA

HONDURAS
POR
CESAR LAGOS

1908
San. Salvador

Tipografía «La Unión.»


DEDICO ESTE LIBRO

A fin de que busque en la historia

sabias enseñanzas para el porvenir

de estos países. Los sistemas y los

principios son siempre objeto de


discusiones para los hombres; ¿ero
los hechos no varían y otis-
tituyen el mejor testimonio de la

veracidad 6 falsía que impera en


quienes los han producido.

César Lagos.

Advertencia

Publico el tomo primero de una obra en que haré la


relación de algunos de los últimos acontecimientos de la
historia de Honduras.
He procurado y procuraré siempre tener imparcialidad
en lo que refiera: es el deber primero del historiador. Las
pasiones influyen para que se falseen los hechos, y por
el odio ó el afecto que se tiene á las personas, se les hace
aparecer de modo diferente de como en realidad son. Yo
me aparto de ese camino. Escribir sólo para elogiar á los
amigos, aunque no lo merezcan, ó para vituperar á los
enemigos, aunque procedan bien, es mal grandísimo por-
que se engaña á la sociedad y con el engaño llega^hasta
amar y admirar á sus verdugos.
Creen muchos que los que pertenecen á un partido
deben siempre aprobar las acciones de los hombres que
lo dirigen. No debe ser así. Callando sus faltas se les
autoriza á otras y su ejemplo extravía á*los demás al ver
que es lo mismo proceder bien que proceder mal. Debe-
mos, pues, los que pernenecemos á un partido, servir con
rectitud la causa de la idea que abrazamos. Sólo así podré-
mos alcanzar buenos frutos. No debemos contemporizar con
los hombres que representan el egoísmo: debemos atender
sólo á las ideas. Las preocupaciones de bandería y prin-
cipalmente las deificaciones personalistas, han causado
todas nuestras desgracias.
Ser imparcial, sincero, verídico es peligroso. Necesaria-
mente se ofende la susceptibilidad de las personas que han
contribuido á los sucesos. Sin embargo, debo decir con
—6—
franqueza lo que siento y pienso. Heriré en ocasiones á
quien no quisiera, lo sentiré; mas no lo puedo evitar. Si
existen los hechos no hav mal en relatarlos; la culpa es de
los que los han creado. Y lo digo porque creo que decirla
verdad es deber ineludible del que busca la felicidad de la
nación- Se presenta el mal y el error para que se les conoz-
ca y se les rechace, y para que las conciencias se encaminen
hacia bien y la justicia.
el
Ahora bien, si yero alguna vez en mis apreciaciones,
jamás será por mala intención, y lo comprobaré rectifi-
cando el error tan pronto como de él se me convenza
No obstante esta declaración .sincera, sé que con mi
conducta me traeré el enojo de todos aquellos que se con-
sideren ofendidos: sé que los intereses atacados tratarán
de desconceptuar todos mis juicios. No importa lo primero:
estaré tranquilo por no Ifiaber tenido el propósito de cen-
surar por ceusurar; y en cuanto á lo segundo, confío en
el juicio recto de los hombres sensatos: ellos juzgarán y
fallarán sobre quién tiene la razón.
PROLOGO
Recomiendo á los jóvenes centro-americanos la lectura
del presente libro, en que su autor, don César Lagos, re-
fiere los Honduras de veinte años á
sucesos acaecidos en
esta fecha, comprendiendo uno de los períodos más agita-
dos en la historia de aquel país.
Su importanciaconsiste, no tanto en la fidelidad es-
crupulosa con que están relatados los hechos y en la im-
parcialidad con que de ordinario los juzga y analiza, como
en las reflexiones atinadas que en él se encuentran, tocante
á los errores que cometemos en el desarrollo de nuestra
política.
Aunque no se esté siempre de acuerdo con las teorías
del señor Lagos, no se le puede acusar de falta de sinceri-
dad y buena fé. El quiere de veras que elórden, la libertad
y la justicia, sean como el alma que anime nuestros .actos.
Con el corazón de un verdadero patriota duélese ddr nues-
tras desgracias y propone los medios que, en su opinión,
nos librarían de sufrirlas.
El libro en que me ocupo podría llegar á interesar has-
ta á las personas de juicio más austero, sino resplandeciera
en todas sus páginas, el reflejo de entusiasmos juveniles,
no apagados por completo en el ánimo del autor. La rea-
lidad que nos flajela, despiadada, desde los primeros días
de nuestra existencia, nada dice á ese corazón y no ha lo-
grado abrirse paso, á través de los sentimientos altruistas
que lo envuelven, para verter en él el frío desesperante del
esceptisismo.
No quiere creer el señor Lagos en la imposibilidad en
que estamos, dadas las condiciones reinantes, de que dis-
frutemos de la libertad en todas sus manifestaciones, desde
la que se inicia, de manera mecánica, en la simple locomo-
ción, hasta aquella impalpable de las ideas que, en su libre
-8 —
juego, como las más intensas y ocultas fuerzas de la natura-
leza, vivifican y renuevan cuanto tocan. Todo lo hace
depender de gobiernos.
los Si están animados de sanos
propósitos y quieren el bien del país, deben otorgar liber-
tades para que los pueblos puedan crecer y desarrollarse
sin trabas.
Dichoso él que creé en estas cosas. Para los que nos
hemos envejecido en la observación atenta de los hechos,
presenciando esta angustia que nunca se acaba, de ver
pueblos oprimidos por el despotismo, el encanto de esas
teorías se ha desvanecido por completo y hemos visto con
horror que el mal no está en los gobiernos, sino que lo
llevamos dentro de nosotros mismos.
Nuestro eterno error consiste en pensar que la libertad
no de adentro. Los hechos que se repiten,
viene de fuera y
constantemente, revestidos de los mismos caracteres, nada
nos enseñan. Persistimos en nuestras candorosas ilusio-
nes, sin queexperiencia, con toda su brutalidad y su
la
rudeza, llegue á marchitarlas. Contamos casi tantos años
de existencia como de revoluciones. Todas, ó la mayor
parte de ellas, se han hecho en nombre de la libertad; y
sin embargo, la libertad existe entre nosotros más desme-
drada-fcoy que en los albores de nuestra independencia.
Ya ca^ no nos va quedando otra, á los centroamericanos,
que la de morirnos de hambre y de tristeza.
¿Qué significan las teorías, qué importancia pueden
tener los principios, cuando los hechos vienen á contrariar-
los. demostrandotque hay algo oculto y poderoso en esos
hechos que no hemos podido comprender?
No
debe culparse á los gobiernos de nuestras desgra-
cias; no debe hacerse responsable de ellas ni á los partidos
ni á determinadas personalidades. Como plantas malditas,
se desarrollan llenas de energía y de fuerza, hundiendo sus
raíces en todos los corazones, de los que arrancan vitalidad
asombrosa para el mal, alimentadas por nuestros malos
sentimientos. La libertad, la justicia, el orden, no son
dones que se otorgan graciosamente á los pueblos, sino
derechos que se exijen y se imponen. Cuando un gober-
nante es bastante imprudente para concederlos, sin que
—9—
haya posibilidad de que se haga de ellos el aprecio que
merecen, resulta la anarquía, el desorden, la injusticia.
Nuestras desgracias provienen de haber invertido los
términos del problema, pretendiendo que la libertad viniera
de donde nunca puede venir, que viniera de arriba, cuando
en todas partes sube siempre de abajo. No hay muchos
centroamericanos que comprendan la verdadera esencia de
la libertad. La mayoría opina que es un presente que los
gobiernos otorgan á los pueblos. No son pocos lo que la
tienen por una fiesta, una especie de orgía embriagadora,
mediante la cual hace uno lo que quiere, aunque, de vez en
cuandose vaya á parar á la cárcel.
La libertad no es eso ni puede venir de esa manera.
Es precisamente lo contrario. Cuanto mayor es el do-
minio que el individuo ejerce sobre sí mismo, es más libre;
y ya se sabe, que de la libertad de los individuos, aislada-
mente, se desprende la libertad de las naciones en general.
No es el conjunto el que debe preocuparos, son las partes
que lo componen. Si queréis un edificio fuerte, que resista
á las tempestades y á la influencia corrosiva del tiempo,
emplead en su construcción materiales fuertes y bien pro-
bados.
La libertad es educación sobre todo. Un ni^o recién
nacido, comieza moviendo sus miembros de manera de-
sordenada, hasta que, mediando el ejercicio perseverante,
adquieren fijeza y llega á dominarlos por completo. La
educación de los movimientos, nos conduce á la libertad de
locomoción, la primera de las libertades de que disfruta-
mos.
De la misma manera se educan la inteligencia y los
sentimientos. El corazón es semejante á un potro indo-
mable que cuesta mucho trabajo reducirlo á la obediencia.
Cuando todo organismo: la inteligencia, el corazón, la
el
voluntad, están educados convenientemente y obedecen á
disciplina rigurosa, es cuando más disfrutamos de verda-
dera libertad. Que la libertad, aunque parezca paradó-
gico asegurarlo, es la resultante del mayor número de res-
tricciones. Absurda es la pretensión de hacerla depender
de los gobiernos. A los gobiernos solo les incumbe educar
á los pueblos, para ponerlos en aptitud de comprenderla,
— 10 —
de apreciarla en lo que vale y de conquistarla aún á costa
de los mayores sacrificios. Abandonad, por Dios, esas
teorías fundidas en moldes de barro. Buscad la verdad
en los hechos, tomad la vida y estudiadla al microscopio
para que os revele el secreto que la anima. Los formalis-
mos dogmáticos que se imponen en lasescuelas, los apoteg-
mas huecos que corren de boca en boca, sin que nadie se
atreva á hincarles el escalpelo de la crítica para investigar lo
quellevan por dentro, todo eso es pura fantasmagoría para el
verdadero filósofo, que dejará al palurdo con la boca abier-
ta de admiración; pero que solo merece desprecio para
el pensador.
Una de las libertades que el señor Lagos desearía
que se estableciera de preferencia entre nosotros, es la de
la imprenta; muv bella libertad por cierto, pero muy difícil
de tenerla en el hecho.
Para que pueda hacerse uso de la libertad de impren-
ta. aparte el instrumento sin el cual sería imposible que se
practicase, necesítase en primer término de los escritores.
Y volvemos aquí al mismo punto de la educación, porque
sin educación no puede haber escritores. Muchos opinan
que los escritores se forman con el ejercicio de la libertad
de la prensa. Si produciendo el desorden se llegara al or-
den yo estaría de acuerdo con esa opinión. Los que no
son escritores y se dedican á escribir para el público fal-
sean las ideas, corrompen los sentimientos y llevan la con-
fusión más deplorable al ánimo de las muchedumbres. La
gramática se aprende, ciertamente, con el ejercicio; pero la
gramática no hace ^al escritor. El escritor es un sembra-
dor de verdades, que principia por cortar, sin miramiento
alguno, las malezas que impiden su desarrollo. Jamás se
tendrá el amor á la verdad, sin haber pasado antes por un
curso de educación estricta.
Nunca he podido comprender ese afán que á muchos
acomete de escribir para el público sin tener nada que
ofrecerle. Repetir lo que todos han dicho; discurrir sin
término sobre asuntos destituidos de importancia; desleír
una cantidad insignificante de pensamiento en un mar de
palabras; parlotear mecánicamente como un grafófono, esto
no es escribir ni es nada.
— 11 —
Para ser escritor y cumplir con una misión se debe
tener significación propia, verdadera personalidad. Sin
esas condiciones, trabajo perdido será el que se tome para
influir de alguna manera en la sociedad en que se vive. De
nada sirve predicar bellas teorías cuando se practican las
contrarias. Multitud de escritores conozco yo que hacen
uso de dos órdenes de ideas: las que emplean en sus publi-
caciones v las que se reservan para su gasto particular.
Incalculable es la cantidad de papel y tinta que se
desperdicia así en estos países pretendiendo divulgar ideas
y desarrollar sentimientos en las masas que nunca germi-
nan. ¿Es la semilla de mala calidad? ¿No está el terreno
preparado convenientemente para recibirla? El erial per-
manece inalterable.

Cojed toda esa balumba de periódicos v folletos que


constantemente arrojan de sí las prensas de la América
Central, sometedlos á una especie de operación química
para sacar de ellos la quinta esencia y vereis lo que queda.
Por todas partes materia inerte ó piltrafas de desecho,
salvo uno que otro elemento con vida de contados escri-
tores, que en nada influyen en la marcha general de la so-
ciedad, oprimidos como están por una vejetación obscura,
apretada, sin flores y sin frutas.
¡Y qué mal hacemos en dar pábulo á esta germinación
de tonterías! Nos ahogamos en un mar de disparates. El
sentido común ha ido á refujiarse muy lejos de nosotros.
Con razón pedía el gran Montagnie leyes coercitivas contra
los escritores ineptos, como las hay contra los vagos y mal
entretenidos. Nada me importa asegurar que entre noso-
tros debería ser este un asunto de policía, aunque tuviera
yo que marchar á la cabeza.
A pesar de nuestra malicia y escepticismo en todo,
tenemos en ciertas cosas un candor incomprensible. He-
mos oído decir que la prensa es un elemento importantísi-
mo para el progreso. Pues á multiplicar las imprentas, á
protejer periódicos y publicaciones, que llevan por donde
van, la peste de las ideas falsas, de los sentimientos insanos
sembrando por todas partes, los gérmenes de la intoleran-
cia, de la presunción, de la majadería más resistente de
— 12 —
extirparse, que no dan otros frutos que los que hemos
estado cosechando con grande escándalo para el mundo.
Más necesarios para el hombre que los productos de la
imprenta, son los alimentos de que se sirve para sustentar
la vida. ¿Porqué se persigue álos que se dedican á falsificar
esos alimentos y se deja impunes á quienes le envenenan
el alma con malas producciones? Un mal escritor es un
ser sospechoso, á quien debería vijilársele. Cuando por
las ideas que esparce al viento no es un agente activo
del desorden y de la anarquía, es al menos un gran corrup-
tor del gusto. La inmensa muchedumbre pasa su tiempo
enborronando garrapatos y caridad sería que se les hiciese
volver á las escuelas.
¡
Ya lo creo que la prensa es uno de los resortes más
poderosos que empujan á los pueblos á su mejoramiento!
Pero es la prensa ilustrada, manejada por hombres eminen-
tes en todos los ramos, inspirada por sentimientos elevados
de moralidad. La prensa en manos de los tontos, de los
ignorantes, de los perversos, siempre es funesta y mucho
más para países habitados en su mayor parte por gentes
sencillas y analfabetas, fáciles de dejar.se arrastrar por los
movimientos pasionales de semejantes escritores.
Apotegma que corre con gran favor entre nosotros es
el de que los errores de la prensa se corrigen con la prensa.
¡Qué lamentable desconocimiento de la influencia avasalla-
dora del medio-ambiente! Ese apotegma es verdadero
donde existe una opinión pública cimentada sobre bases
sólidas. Es falso, donde lo que se tiene por opinión es la
gritería del momento, sentimientos mudables que cambian
según las circunstancias predominantes.
A ninguna persona de refinada cultura se le ocurriría
discutir en la plaza pública con una verdulera. Si cayese
en semetante aberración, todas las ventajas estarían de
parte de la última y la rechifla y la burla ahogarían todos
sus argumentos.
Eso es la prensa en países atrasados, La chocarrería
priva en ella, los dichos vulgares hacen la delicia del gran
público, que permanece impasible ante los más sólidos
razonamientos, la gracia incomparable del estilo, la elegan-
cia soberana del lenguaje más acabado.
— 13 —
Hay animales de caparazón tan recia, que la fina saeta
no y para causarles impresión preciso sería tratar-
les hiere
los á cañonazos.
De seguir por este camino, me vería obligado á escri-
bir un prólogo más extenso que el libro mismo del .señor
Lagos. Le ruego me perdone si estrujo tan rudamente
sus teorías más queridas.
Consuélele la idea de que ha producido un libro útil,
que viene á llenar, en parte, la necesidad que se siente de
estudios históricos no falseados por las pasiones políticas
y destinados á volver por los fueros de la verdad, tan casti-
gados por las generaciones que han venido á la vida, des-
pués de los primeros días de nuestra independencia.

J. Antonio López G.
Santa Tecla, Agosto de 1908.
Libro Primero

LA ALTEMABILIDAD

PS
CAPITULO PRIMERO

CONDUCTA DE LOS CORTESANOS

El 27 de agosto de 1876 se inauguró en el puerto de


Amapala el Gobierno del doctor Marco Aurelio Soto.
Llegaba enviado por el Presidente de Guatemala, Justo
Rufino Barrios, que pretendía ejercer dominación en Cen-
tro América; pero se presentaba como pacificador de la ho-
rrorosa guerra civil que desvastaba entonces al país y el
pueblo hondureño lo aceptó con gran satisfacción. Se resta-
bleció la paz; organizó el doctor Soto la administración y
gobernó varios años tranquilo; mas el general Barrios no
estaba satisfecho con la influencia que ejercía; deseaba
gobernar del todo á Centro América, y tomando de pre-
texto la hermosa bandera de la Unión nacional, invitó al
doctor Soto á adherirse á un pacto que le presentaron los
señores Dr. Salvador Gallegos y don Delfino Sánchez, Mi-
nistros Plenipotenciarios del Salvador y Guatemala. El Dr.
Soto era sincero partidario de la Unión, pero la deseaba en
condiciones honrosas y convenientes para los Estados. Dis-
cutió con los señores Gallegos y Sánchez el pacto y lo sus-
cribió con algunas reformas. Estas desagradaron mucho a!
General Barrios v calificó de ingrato al Dr. Soto. Se propuso
derrocarlo, con el mismo derecho con que lo había elevado,
y situó en Chiquimula un ejército para invadir el terri-
torio hondureño. No había motivo ostensible para la gue-
rra, pero el enojo de Barrios era razón bastante para que
18 —
corriera enabundancia la sangre de dos pueblos. Ni los
guatemaltecos ni los hondureños la deseaban, no sabían
siquiera porqué iban á batirse; no importaba. Los pue-
blos deben matarse, y se matan por las ambiciones ó los
caprichos de los que aceptan como amos. El doctor Soto
podía contar con el auxilio de los Presidentes de Costa
Rica y Nicaragua, pero Barrios podía obtenerlo del Presi-
dente del Salvador y en ese caso la guerra hubiera sido
siempre desventajosa para Honduras. No quiso el doctor
Soto causar sacrificios inmensos á su patria, y determinó
evitar la guerra retirándose del poder. Depositóla Presiden-
cia el 9 de mayo de 1883, aparentemente en el Consejo de
Ministros, realmente en el General Enrique Gutiérrez, y
salió del país con el pretexto de ir á Estados Unidos y Eu-
ropa á curarse de enfermedad que padecía.
Dejó el Dr. Soto organizado el gobierno así: General
Enrique Gutiérrez, Ministro de la Guerra, Relaciones Ex-
teriores y Fomento; General Luis Bográn, de Goberna-
ción, Justicia é Instrucción Pública; Dr. Rafael Alvarado
Manzano, de Hacienda.
El General Barrios se contentó con el depósito y sus-
pendió sus aprestos bélicos; pero exigió que no volviese el
doctor Soto al poder. Fué preciso pedir á éste que envia-
se su renuncia y la envió el 27 de agosto del mismo año
desde San Francisco de California.
El General Enrique Gutiérrez, que tenía el poder, ha-
bría sido electo Presidente al admitirse la renuncia del doc-
tor Soto. Por desgracia adolecía de una enfermedad cró-
nica que se le hizo grave de repente y murió el 13 de setiem-
bre. * Quedó el poder al General Luis Bográn, Ministro
de Gobernación, y cuando se practicaron las elecciones en
virtud de convocatoria de 19 de octubre, día en que se de-
claró aceptada la renuncia del doctor Soto, fué electo el
General Bográn. Se le dió posesión el 30 de noviembre,
y en esa fecha comenzó el período constitucional, que de-
bía principiar el primero de febrero.
El Dr. Soto, hombre ilustrado, verdadero estadista,
había hecho progresar la nación. Extirpó la anarquía que

* Algunos creen que murió envenenado.


19 —
fomentaban los maquiavélicos gobernantes de Guatema-
la y el Salvador; aumentó la Hacienda Pública; mejoró el
correo; creó el telégrafo; abrió carreteras; organizó el ejér-
cito; estableció la legislaciónpatria, derogando las anti-
guas leyes españoles,que por indiferentismo é ignorancia
se conservaban; separó el Estado de la Igiesia; difundió y
ensanchó la instrucción pública; fomentó las bellas letras;
protegió la agricultura; pero no permitió que se practicase
ninguna de las libertades públicas y su separación del poder
fué vista con gusto por todos los ciudadanos que aspiraban
á ejercer sus derechos. A Bográn se le creía honrado y
patriota y pueblo lo aceptó sin desagrado.
el
En primeros años de su gobierno, en verdad, de-
los
mostró Bográn buenos propósitos. Antes de dictar al-
guna resolución, consultaba con sus Ministros, y si ningu-
no le hacía observaciones no quedaba satisfecho. Ovósele
decir: “desconfío de las unanimidades: cuando en casos
graves mis Ministros están todos absolutamente de acuer-
do conmigo, sin encontrar, según dicen, la más ligera ob-
jeción que hacerme, dudo de su sinceridad.’’ Pero con la
conducta débil que observaba y los malos consejos de los
que le rodeaban, se extravió hasta caer en graves actos de
despotismo. Sin embargo no cortó en absoluto la liber-
tad de imprenta ni la de asociación, ni se propuso perpe-
tuarse en el poder.
El 30 de noviembre de 1887 terminaba el período pre-
sidencial de Bográn. Con tiempo debía tratarse de los
candidatos para la elección del que debía gobernar en
el período siguiente; faltaba menos di un año y nadie
se atrevía á iniciar trabajos en favor de ninguno. Los ciu-
dadanos permanecían perplejos y mudos, como sucede
siempre en países donde el pueblo jamás ha ejercido sus
derechos.
¡Triste condición la de los pueblos esclavos! Aunque
se trate de sus más grandes intereses, todos los ciudada-
nos callan, ninguno tiene ánimo para expresar sus deseos.
Piensan que si los expresan será inútilmente porque se ha-
rá lo que disponga el que tiene la fuerza. Creen que la
fuerza la tiene el gobernante en todo caso, cuando en rea-
lidad, si la tiene para oprimir es por la complicidad de
20 —
unos y por la tolerancia de la generalidad que padece. Se
imaginan que al ejercer su derecho sólo experimentarán
dolor, y el dolor espanta á toda alma esclava: en la opre-
sión ha perdido la fé, ha perdido la voluntad, ha perdido
la dignidad, y no puede ya sentir la virtud del martirio
por la causa del derecho. Así, no era extraño que ningu-
no se atreviera á abrir la campaña electoral.
La Constitución permitía la reelección. Bográn de-
seaba continuar en el poder, como lo desean todos, y más
si lo tienen absoluto, pero no quería imponerse descarada-

mente. Tenía conciencia de no haber sido tirano, com-


prendía que no era generalmente odiado, suponía que se-
ría reelecto aun sin ejecutar presión, y como no se abrían
los trabajos electorales, esperando los ciudadanos como
súbditos que él manifestara su voluntad, convocó una jun-
ta de varios hombres prominentes, v reunidos el siete de
enero les dijo: «Deseo se proceda á elegir mi sucesor con
libertad. Bien sé que la Constitución permite que me ree-
lijan, saben todos que queriendo podría hacerme reelegir:
pero lo creo inconveniente para el país y sobre todo deseo
dar un ejemplo que ningún gobernante se atreverá des-
pués á contrariar; y quedará definitivamente implantado
en Honduras el principio de alternabilidad.» No había en
sus palabras sinceridad, como se vió á continuación; pero
se daba lugar al derecho y ésto era algo en donde el pue-
blo jamás lo había ejercido. Algunos aplaudieron los pro-
pósitos que Bográn manifestaba, otros, por interés del
momento, clara arpn pidiendo la reelección. Se tomaron
los votos y por mayoría quedó resuelta la reelección, no
obstante ser mala, como el mismo Bográn lo declaraba.
En consecuencia se presentó su candidatura.
Duele ver cómo proceden en países oprimidos los hom-
bres políticos en momentos de suprema importancia que de-
ciden de la suerte de la patria. Muy pocos reflexionan so-
bre lo que interesa ó perjudica á la nación; casi todos ce-
gados por el egoísmo trabajan solo por lo que creen su
gran interés. Bográn manifestaba en la junta que que-
ría la alternabilidad porque era lo conveniente para el país;
más en su interior anhelaba ser reelecto. Sus amigos y
empleados lo comprendieron v secundaron no las palabras
— 21 —
sino los íntimos deseos* Esta es siempre la conducta cor-
tesana. Los que apoyan al poderoso tienen como necesi-
dad el complacerlo; las almas débiles no pueden sino estar
de rodillas. Abdicar la propia voluntad, contribuir al
despotismo, atraer para sí y los demás las desgracias, es
.secundario; satisfacer su abyección, calmar el hambre del
momento con el mendrugo del presupuesto, es lo indispen-
sable. ¿Después? Si lo han estado antes y han po-
dido vivir ¿qué importa continuar esclavizados? La ree-
lección era la continuidad de los gobiernos de hecho; un
sarcasmo á la soberanía de la nación; sin embargo la acor-
daron los cortesanos de Bográn.
LA REELECCION -

Las palabras del Presidente de la República en la jun-


ta de notables eran de significación importantísima: pre-
paraban una transformación en el Gobierno. Hasta ese
día el poder personal estaba en su plenitud; Bográn lo
hacía descender con promesas de libertad, y si se cumplían
la nación tendría que entrar necesariamente en agitaciones
profundas. Los conservadores se dolían de que la liber-
tad se concediera, de que el poder personal á que ellos es-
taban desde largo tiempo adheridos comenzara á debili-
tarse; pero iniciado el impulso ya na podría retroceder Bo-
grán sin caer en peor concepto, y los que representaban la
oposición latente se apresuraron á emprender trabajos pa-
ra presentar un candidato contrario á la reelección. Al
principio no podían éstos encontrar prosélitos Acos-
tumbrado el pueblo al espectáculo de los candidatos
oficiales, hasta dos ciudadanos conscientes creían que
era inútil además de peligroso, luchar contra el gobier-
no; y con esta creencia rehusaban unirse á unos pocos
que calificaban de imprudentes.
Los pueblos son como los individuos: aman sólo lo
que conocen. Donde los ciudadanos han practicado ya
sus derechos, saben que muchos unidos centuplican la
fuerza que tendrían si estuvieran aislados, y procuran aso-
ciarse; saben que la más valiosa manifestación de la sobe-
ranía es el voto independiente, y se inscriben en las listas
electorales, van de grado á los comicios, no flaquean y dan
el voto según su voluntad. Padecen molestias, penas,
— 23
persecuciones del que tiene el poder; burla éste el resulta-
do de la elección si le es contrario: no importa, insisten
otra vez, insisten siempre, la conciencia de su derecho les
da aliento, no se desesperan, proceden con calma pero sin
desmayar, y así logran implantar la libertad. En los paí-
ses donde los ciudadanos no saben lo que se gana practi-
cando el derecho, no lo aman y permanecen inactivos, ais-
lados, y en las épocas de elecciones rehúsan inscribirse en
las listas electorales, y si calculadamente se les inscribe, se
excusan de concurrir á la elección, y si se les obliga á con-
currir, dan su voto con sensible indiferencia para compla-
cer al que los humilla, los oprime, los esclaviza. No era
pues extraño que los opositores á la reelección tuvieran di-
dificultades para que otros ciudadanos les ayudaran á com-
batirla. El pueblo hondureño, siempre oprimido, por lo
mismo ignorante de los medios que deben emplearse para
afianzar el derecho, se fijaba solamente en que es difícil y
doloroso luchar contra el que tiene la fuerza. Cierto; pero
aunque así sea debe hacerse oposición á las candidaturas
oficiales, porque la lucha es siempre provechosa. El gober-
nante se encoleriza y se sobrepone con la violencia; pero los
dolores que se sufren hacen nacer en las conciencias el odio
á la injusticia, poco á poco se despierta y se ensancha el
sentimiento de la legalidad, resplandecen las buenas ideas,
crecen las energías, se moraliza el pueblo y entonces triun-
fa el derecho.
Por
fin, aun con dificultades para concertarse, varios
ciudadanos proclamaron en Tegucigalpa la candidatura
del doctor Céleo Arias, hombre culmjnante, que hacía
alarde de ideas liberales; y el Licenciado Policarpo Bonilla,
joven inteligente y enérgico, publicó un folleto en su fa-
vor.
Mala fué la adopción de esa candidatura. Arias había
sido va Presidente y en los diez y ocho meses de su admi-
nistración se mostró la tiranía de la manera más horroro-
sa. El pueblo se levantó, y para debelar la insurrección
hacía Arias recorrer el territorio por columnas de tropas
expedicionarias, dando á los jefes facultades ilimitadas en
pliegos en blanco con su firma al pié. Estos fusilaban,
ahorcaban á sus enemigos, se dio el caso de que uno de
- 24

esos jefes arrojara en la bahía de Amapala, frente á Punta


Remolinos, á un hombre engrillado; (*) atormentaban con
crueldad inconcebible á los que suponían serlo, y á los que
no entregaban inmediatamente las sumas de dinero que
les exigían violaban, saqueban, incendiaban: por todas
;

partes la deshonra, la desolación, el exterminio, la muer-


te. Aquella era una situación muy anómala, y en toda si-
tuación de esa índole prolongada en un país, padecen gran-
demente los Estados vecinos. Intervinieron El Salvador
y Guatemala para restablecer el orden, y Arias cayó.
Ningún gobernante derrocado recobra el poder. Por lo
mismo designar á Arias como candidato para la presiden-
cia era desatender las leyes inmutables de la sociedad. Los
que gobiernan atropellando la justicia llevan sobre sí,
cuando caen, el odio y rencor de los pueblos. De aquí que su
vuelta al poder se haga del todo imposible; y esa ley se cum-
ple inexorablemente en justo castigo á los malos procederes.
El doctor Arias debía saber ésto, era ilustrado, y paten-
tes están las enseñanzas de la historia. Sin embargo, en
vez de empeñarse con desinterés en que se escogiera un can-
didato que pudiera ser bien aceptado por el pueblo, para
que el partido liberal trabajara con provecho en favor de
la sociedad, por amor propio y por egoísmo aceptó la can-
didatura y presentó un buen programa de gobierno inti-
tulado «Mis ideas.» Habiendo gobernado ya arbitraria-
mente nadie podría confiaren que respetaría el derecho, en
que concedería los grandes beneficios de la libertad, por
más que lo prometiera. Por lo mismo no era bueno para
competir con Bogván en la lucha electoral. Todos recor-
daban los actos de su gobierno y le temían; Bográn era to-
lerante y si algunos estaban descontentos no lo odiaban.
Debía, pues, ser preferido éste por el pueblo, aunque no
se creyera buena la reelección.
Emprendida la lucha gozaron de libertad los que tra-
bajaban en favor no obstante, triunfó la
del doctor Arias;
idea reelección ista con gran mayoría.
Los hombres de buenas ideas confiaban en que al
inaugurar Bográn su segúndo período haría en el gabine-

(*) Un señor Umansor.


25 —
te modificaciones que Correspondieran á la política refor-
madora que parecía iniciar. Contra esas esperanzas lo or-
ganizó así: Licenciado Crescendo Gómez, Ministro de Go-
bernación; Licenciado Jerónimo Zelaya, de Relaciones Ex-
teriores; General Ponciano Leiva, de la Guerra; don Abe-
lardo Zelaya, de Hacienda; don Francisco Planas, de Fo-
mento; Dr. Rafael Alvarado Manzano, de Justicia é Ins-
trucción Pública. Estos hombres eran: unos, ilustrados;
otros, ricos; todos de buena educación social; pero tenían
el grave inconveniente de que servían desde hacía mucho
tiempo en el Gobierno, y aunque al principio hubieran te-
nido buenas ideas, con el tiempo se habían vuelto con-
servadores. Los conservadores jamás aprenden las leccio-
nes de la experiencia, son siempre intransigentes, y los in-
transigentes, en momentos de lucha, en vez de calmar la
agitación la aumentan procurando contener con la fuerza
bruta el avance piogresivo. Si Bográn deseaba que ter-
minaran en el país los cambios administrativos por me-
dios violentos y el gobierno dictatorial, régimen que pre-
valecía,debía buscar para su gabinete hombres nuevos
que tuviesen bastante valor para dejar á la prensa todo
su vuelo y á las reuniones toda su exaltación. De esa ma-
nera los irreconciliables se destrozarían los unos á los
otros, y el Gobierno estaría siempre fuerte; pero iniciar
una época de libertad con sus mismos hombres apega-
dos á las ideas viejas, era malo, porque éstos habrían de
contenerle sus excelentes impulsos, y el contenerse sería
su descrédito y su ruina. Así, con ese gabinete falsea-
ba Bográn su nueva política, y su segundo período sería
difícil. Burlada la opinión pública tendría que poner-
se en lucha abierta con ella, y, ó cambiaba sus Ministros,
haciendo el sacrificio del amor propio, ó recogería amar-
gas decepciones.
III

LA PRENSA POPULAR

La libertad de imprenta de que gozaron los oposito-


res en la campaña electoral fué amplia de nombre, muy
restringida en la práctica. Sólo existían en el país las im-
prentas del Gobierno, y en ellas, si no se negaban á impri-
mir los folletos favorables á la candidatura de Arias, lo
hacían con tanto retraso que sus partidarios se vieron en
la necesidad de mandar imprimir algunos al exterior, mien-
tras que los reeleccionistas tenían todas las facilidades para
publicar los suyos.
Imprentas independientes no existían porque además
de que no era negocio tenerlas no contaban con garantías.
En la Administración del Dr. Arias las autoridades despo-
jaron de una imprenta escandalosamente á su propietario,
sin devolverle siquiera su valor. Y mucha falta hizo esta
vez para los trabajos en favor de su candidatura. Así
es el mal, hiere de» algún modo al mismo que lo comete.
A fin de remediar las dificultades que tenía la oposi-
ción para ejercer la libertad de imprenta, inició el Dr. Boni-
lla la idea de organizar una sociedad anónima que estable-
ciera en el país tipografías independientes. El Presidente
Bográn no sólo no puso estorbos á tan buena idea sino
que favoreció la organización de la sociedad suscribiendo,
como particular, muchas acciones. Con el buen ejemplo se
obtuvieron pronto las acciones que se necesitaban, y en
Octubre de 1889 se organizó la sociedad anónima, que es-
tableció en Tegucigalpa, en Agosto de 1890, una tipografía
con la denominación de «Prensa Popular.»
— 27 —
El Presidente Bogtán asistió á la inauguración de esa
tipografía y presidió la reunión, excitado por el Presidente
de la Sociedad. La concurrencia era numerosa v en ella
se notaba entusiasmo, como demostración de que todos
estaban satisfechos. Varios oradores pronunciaron discur-
sos sobre la libertad de la prensa, y después, querien-
do el General Bográn infundir confianza para que se prac-
ticara sin temor ese precioso derecho, hizo declaraciones
brillantes que honran muchísimo al Magistrado y al ciuda-
dano. Dijo: «que al prometer cumplir y hacer cumplir la
Constitución, sin necesidad de promesa especial, quedó
obligado á respetar la libertad de la prensa, derecho de los
más importantes que garantiza la Carta Fundamental;
que él no solo la respetaba sino que estimulaba á los es-
critores para que de ella hicieran uso, de modo que si no se
ejercia no era culpa de su gobierno sino de los ciudadanos;
y que aunque la Constitución no la garantizara él la otor-
garía al pueblo, porque estaba convencido de que sólo con
la libertad de la prensa es posible conocer la verdadera
opinión pública y gobernar con arreglo á ella.» Al levan-
tarse la sesión regaló al Dr. Bonilla, Presidente de la Socie-
dad, una pluma de oro, que tenía grabado su monograma
L. B., y le manifestó que se la daba para que escribiese lo
que iba á publicar, recomendándole únicamente escribir
siempre verdad.
la ¡Hermosa galantería de gobernante!
Digno de grandísimos elogios es el Gral. Bográn por m
su procedimiento, no sólo de respetar sino de estimular sin
doblez el ejercicio de la libertad de la prensa; y es de admi-
rarse esa conducta, porque en Hondura* todos los gober-
nantes la han oprimido con descaro. Ha habido algunos
que han dejado libre, pero ha sido aparentemente, mien-
la
tras los ataques se han dirigido sólo á los Ministros
y á los empleados inferiores. Al dirigirse al Presiden-
te no han podido soportai'los, y con el pretexto de los
excesos la han suprimido.
Esta susceptibilidad no debe extrañarse. Donde la
libertad no se halla en las costumbres del pueblo sino que
se presenta ocasionalmente por la gracia de los que man-
dan, es natural que éstos no se resignen á que se les ata-
que. Acostumbrados á las lisonjas continuas que les diri-
— 28 —
gen, no por sus méritos sino porque son poderosos, se en-
soberbecen y se vuelven tan susceptibles que no resisten la
menor censura, y si han concedido la libertad se arrepien-
ten y la recogen. Cuando la libertad de la prensa no de-
pende de la voluntad del que gobierna sino de la fuerza de
las leyes y del apoyo de la opinión, los hombres públi-
cos se acostumbran á los ataques y el pueblo á discer-
nir cuáles son los justos y cuáles los indebidos,
por lo que ninguno se espanta ni menos se sulfu-
ra por lo que la prensa le dice. Saben que los defectos de
la prensa se corrigen con la prensa misma; saben que el
que se excede en el uso de la libertad se desacredita; saben
que la censura de los abusos en vez de perjudicar es útil;
saben que los pueblos tienen muy buen sentido para califi-
car el mérito de los hombres políticos por la manera có-
mo reciben los ataques que les dirigen.
El político que no sabe sufrir los ataques de sus
opositores, no es digno de gobernar. El que gobierna
debe soportarlos, aunque se le dirijan en mala forma,
sean fundados ó infundados. En el primer caso atende-
rá, para satisfacer á la opinión pública; en el segundo,
considerará los insultos como un desahogo de la envidia,
consecuencia natural del puesto que ocupa, y los verá con
indiferencia convencido de que en nada le perjudican. De
los insultos no se han escapado en ningún país ni los hom-
bres más virtuosos. La prensa de los Estados Unidos
dirigió á Washington muchos y de los más fuertes, y por
ellos no dejó de ser el primero en el corazón de sus conciu-
dadanos; al GraL Grant lo insultaron de la manera más
procaz, hasta el grado de llamarlo borracho y concusionario,
sin embargo, fué elevado á la Presidencia y ha sido uno de
los beneméritos de la República.
Pero nuestros inexpertos ó vanidosos gobernantes
creen que sufrir los insultos es deshonra; que atender las
indicaciones juiciosas es debilidad ó muestra de ignorancia;
que consentir los movimientos de la opinión es atraerse
peligros. Se aterran en sus errores, v de aquí que encuen-
tren tantos obstáculos en sus disposiciones y vivan intran-
quilos.
En los países libres, la prensa lejos de falsear á los
— 29 —
gobernantes los afirma y les ayuda. Un gran Ministro
inglés decía <que en Inglaterra es muy fácil gobernar, por-
que se lleva delante el motor de la imprenta y el de las
asociaciones, que son las grandes corrientes de la política;»
y esas corrientes libres en Inglaterra la han hecho la nación
más poderosa del mundo.
Por las declaraciones que hizo Bográn al inaugu-
rarse la “Prensa Popular” se ve que comprendía
los beneficios de la libertad de la prensa y las ventajas
que obtienen los que gobiernan con la opinión pública.
Mas es tal el arraigo de las malas prácticas que si pudo
tolerar que se manifestara la opinión no pudo resignarse á
complacerla, con lo que la exasperaba, y perdía lo que se
proponía utilizar.
Cuando se inauguró la “Prensa Popular” faltaba
poco para que concluyera el período presidencial. Bográn
no hacía preparativos para dar un golpe de Estado con el
fin de continuar en el poder, y podía tenerse la certeza de
que habría alternabilidad. Los ciudadanos veían esto
con satisfacción. Los liberales eran los más contentos;
poseían imprenta independiente y podrían entrar en la
lucha electoral presentando su candidato. Mas no halla-
ban por quien decidirse, porque el Dr. Céleo Arias, reco-
nocido como jefe, había muerto, y ninguno otro tenía
prestigios suficientes para que fuese aceptado. Se mani-
festaban entre ellos opiniones diversas, pugnaban por mos-
trarse ambiciones opuestas, y armonizarlas parecía difícil;
mas el Dr. Policarpo Bonilla, que se había distinguido
como opositor al Gobierno y conquista*do con sus ideas
muchas simpatías, presentó el proyecto de que se organi-
zaran los partidos políticos para que las convenciones desig-
nasen los candidatos, y todos lo aceptaron. La juventud
liberal especialmente recibió la idea con entusiasmo, y
dirigida por el Dr. Bonilla procedió con empeño á organizar
su partido.
IV
LOS PARTIDOS POLITICOS

Los partidos políticos son resultado de una ley de


la existencia: lavariedad. Si hay ser, hay especies; si hay
humanidad, hay razas; si hay filosofía, hay sistemas; si
hay religión, hay sectas; si hay política, hay partidos.
En las naciones cuyos ciudadanos pueden moverse con
alguna libertad, pronto se forman los partidos y se organi-
zan. En donde el Estado oprime fuertemente á los ciuda-
danos, éstos pierden las energías, miran con indiferencia
sino con miedo los asuntos públicos y los partidos no se
organizan. Así, la falta de partidos políticos en una na-
ción, es muestra de tiranía v de abyeccción social.
Pero si no existen los partidos políticos, como los pue-
blos tienen necesidad de moverse porque es ley de la vida
el movimiento, en su lugar aparecen las facciones, y éstas,
sin unidad, sin disciplina, luchan al impulso de las pasio-
nes, procuran sólo sobreponerse y con facilidad ocurren á
la fuerza para conseguirlo. El poder que prevalece es siem-
pre personal ó de camarilla, absorbe todas las voluntades,
quita á los demás todos los derechos, v los que padecen, en
su desesperación se ven nuevamente impelidos á la guerra.
Algunos confunden los partidos con las facciones y
por los malos resultados de la lucha de éstas, sacan la de-
ducción de que aquellos son perjudiciales para el orden
social, y los que gobiernan arbitrariamente se aprovechan
de esa creencia y los persiguen. Grave error. Los parti-
dos políticos lejos de ser perjudiciales son siempre útiles á
la sociedad. Por su organización tienen unidad, observan
la disciplina; por la disciplina ninguno infringe su pro-
— 31 —
grama, y en la lucha de ideas que sostienen la Ta-
razón se sobrepone, se apagan las ambiciones personales
y todos caminan dentro de la legalidad. El partido que
llega al poder se conduce bien para mantenerse en él, pues
si atropella las leyes ó no sabe administrar pierde la opi-
nión, se debilita, y otro partido lo reemplaza. De ese modo
las guerras se hacen imposibles, la alternabilidad es efecti-
va, la libertad se afianza y la nación se vuelve rica, vigoro-
sa y grande.
Por esto, los gobernantes bien intencionados en vez de
perseguirá los partidos, deben procurar que se organicen;
pero deben organizarse los que existen, porque si sólo uno
lo hace y llega al poder, el otro se retrae
y entonces no te-
niendo aquél estímulos nobles para la lucha, se despiertan
las ambiciones personales entre los que lo componen, se
desbordan, chocan entre sí y destruyen el partido: las frac-
ciones vuelven á convertirse en facciones, dañosas á la so-
ciedad.
El fin de las facciones es siempre mezquino. Van tras
el aprovechamiento propio; sobreponen el interés particu-
lar al interés general; subordinan el todo, que es la nación,
á la parte, que es el grupo. El fin de les partidos es gran-
de: es un ideal que interesa á toda la sociedad. Puede el
ideal ser una aberración, como es oponerse tenazmente á
las innovaciones, por su amor á lo pasado; puede ser una
irreflexión, como es reformar sin convencer previamente
para que se acepte y afirme la reforma; pero como quiera
que sea, el propósito es laudable, porque se ve el deseo del
bien de la nación sobre el provecho personal.
No quiere decir ésto que los intereses particulares de-
saparecen en absoluto de los partidos políticos. No; es
imposible que desaparezcan. El hombre se mueve á veces
impelido por la necesidad propia. Pero esa necesidad figu-
ra en los partidos en pequeña parte; domina el interés ge-
neral, y se ve en ocasiones resplandecer el desprendimiento.
Mientras que en las facciones el interés general se pierde
por completo; los que las forman solo buscan la explotación
y las venganzas, y con esta conducta corrompen la socie-
dad, perjudican á sus descendientes y sobre todo arruinan
á la patria.
32 —
Perjudiciales, perjudicialísimas son las facciones; bené-
ficos,muy benéficos son los partidos. Por lo mismo, los
hombres que tengan ambiciones nobles, los que no estén
rebajados al extremo de vivir conformes con la tiranía, de-
ben aspirará que desaparezcan las facciones. Y para que
ésto suceda el único medio es empeñarse en que los parti-
dos se formen y organicen. Cuando podamos ver en el
país á los partidos progresistas avanzando sin precipitarse,
procurando la libertad sin el exceso; á los conservadores
sosteniendo la libertad sin la reacción, guardando el orden
sin la presión, y á todos sucediéndose legalmente en
el poder, con garantías, seguridades generales, entonces, y
sólo entonces, gozaremos de bienestar y marchará nuestra
sociedad á su perfeccionamiento.

c
V
LA SUBLEVACION

Los ciudadanos se ocuparon en la organización de los


partidos políticos. Algunos de los liberales influyentes
acababan de reunirse para sentar las bases provisionales
del suyo, nadie pensaba en trabajos contrarios al orden, la
paz era completa, é inesperadamente un hecho funesto
conmovió de modo violento á la nación. Como á las seis
de la tarde del día ocho de noviembre de 1890, salió del
cuartel deSan Francisco el Comandante de Armas del
Departamento de Tegucigalpa, General Longino Sánchez,
con un pelotón de infantería. Se dirige al Palacio del Eje-
cutivo, llega, arregla las guardias y se rebela contra el Pre-
sidente de República. El General Bográn no estaba en
la
Palacio en aquellos instantes. Sin sospechar nada, sin
temor ninguno había salido después de las horas de su
despacho á visitar á una familia que habitaba á unos
ochenta metros de distancia. Allí recibe*aviso de la suble-
vación y se sorprende porque ha creído fiel á aquel empleado.
No le falta el ánimo y quiere dirigirse en el acto á presen-
tarse á la tropa para recuperar la obediencia; pero ha
pasado ya el momento en que un jefe enérgico puede con-
tener la traición, desiste prudentemente de intentarlo, y
manda á sus ayudantes á llamar á sus amigos y á otros
ciudadanos para disponer con ellos la defensa. Muchos
concurren en corto tiempo, algunos de importancia como
los Licenciados Policarpo Bonilla, Miguel R. Dávila y Dio-
nisio Gutiérrez, el General José María Reina y el Coronel
Rafael López Gutiérrez, quienes, si bien son opositores al
— 34 —
Gobierno, desean sostener la legitimidad. Muy pocos se le
presentaron á Bográn de los que se llamaban sus amigos,
lo que no era de extrañarse, porque así proceden siempre
en el momento del peligro los que apoyan el poder de un
solo hombre con fines interesados.
Sánchez sabíadonde estabaBográn,por fortuna no se le
ocurrió dar orden de prenderlo inmediatamente para evi-
tar que organizase la defensa; ni se le ocurrió ocupar la
oficina central del telégrafo antes de que se supiese el hecho,
para que no se comunicara la noticia á los departamentos;
ni se le ocurrió sacar las tropas á reclutar milicianos y
á guardar las salidas de la ciudad, cosas que indicaba el
vulgar sentido. Sólo atendió, como principal medida, á
encarcelar á algunos de sus más odiados enemigos para sa-
tisfacer personales venganzas, * y dejó pasar sin disponer lo
conveniente, los primeros instantes, que son los más valiosos
para el logro de atrevidas empresas. Cuando quiso prender
á Bográn ya se había retirado con muchos patriotas
á la Villa próxima de Comayagüela, y cuando ocupó el
telégrafo, éste llevaba ya la nueva del horrible suceso
con las órdenes de levantar el ejército que había de des-
truir la sublevación.
El General Bográn llegó á la plaza de Comayagüela
con presentados y allí se le agregaron muchos
los patriotas
vecinos que había reunido el Coronel Erasmo Velásquez.
Dispuso la organización de la milicia, que ascendió á cerca
de trescientos hombres, pero sólo se contaban unos cien
armados de fusiles Winchester y revólveres. Con esta
fuerza nada se podía intentar. Sin embargo era preciso se
vigilaran los movimientos de Sánchez y ordenó que se
colocara un puesto avanzado en el medio del puente que
une las dos poblaciones; un sostén en la entrada, y que se
distribuyesen guerrillas en la ribera izquierda del río“Cholu-
teca.
” —
El General José María Reina, nombrado jefe
de los patriotas, ejecutó inmediatamente esas disposi-
ciones.
Después de saciar el General Sánchez de modo cruel

Una de ellas fue haber golpeado brutalmente y después mandado fu-


silar al Dr. Simeón Martínez, Ministro de Hacienda.
— 35 —
sus primeras venganzas se entretuvo en organizar los
;

cuarteles y la penitenciaría con les oficiales en quienes


podía confiar, y cuando estuvo ya seguro de ser obedecido
en todas partes determinó perseguir á Bográn. No tenía
un jefe respetable que lo ayudase y él mismo se dirigió,
como á las once de la noche, con cien hombres de tropa á
pasar el puente. Se le hicieron descargas para contenerlo,
retrocedió precipitadamente y desplegó á sus soldados en la
ribera del río.
Por la distribución de las tropas de Sánchez que ocu-
paban posiciones, se comprendía que en la noche aquél no
volvería á tratar de ir á Comayagüela; pero al amanecer
podría intentar pasar por un punto distinto del puente, al
ver que las fuerzas que defendían el río eran escasas y
estaban mal armadas. Si forzaba el paso haría carnice-
ría en los patriotas, y en previsión de ésto resolvió, pru-
dentemente el Gral. Bográn retirarse á la aldea dé Táma-
r

ra, punto importante para la concentración de las tropas de


los departamentos más cercanos. Comunicadas á los diversos
puestos las órdenes de marcha, se emprendió como á las
tres de la madrugada, sin ruido y en buen orden. Sánchez
no advirtió que se desocupaba Comayagüela, no se movió
de sus posiciones, y la columna llegó sin ningún contra-
tiempo á Támara, distante treinta kilómetros, á eso de las
diez de la mañana. Quedaron algunos rezagados por no
poder caminar á pié, v fueron llegando sucesivamente.
En Támara dispuso el Presidente Bográn la reorgani-
zación del cuerpo de patriotas. Nombró Mayor General al
Brigadier Reina, segundo de éste al Qoronel Rafael Ló-
pez Gutiérrez, y dictó varias otras disposiciones de impor-
tancia, entre ellas la declaratoria de estado de sitio y el
nombramiento de Ministro General, recaído en el Sub-se-
cretario de la Guerra, don Carlos F. Alvarado, pues
ninguno de los ministros lo acompañaba. Para el caso
de que saliera Sánchez de la ciudad se dispuso la necesaria
vigilancia, pero no se atrevió á salir porque desconfiaba de
sus tropas y se le hacía el vacío por todas partes, repro-
bando la sociedad el hecho monstruoso que había cometi-
do.
Al día siguiente de estar Bográn en Támara concu-
— 36
rrieron las primeras tropas de La Paz y Comayagua. Por
las largas jornadas llegaron rendidos casi todos los solda-
dos. Se les dió sus armas á los patriotas tegucigalpenses,
y se ordenó á éstos salir á acampar en el cerro de Sipile,
próximo á Comayagüela. El 11 concurrieron las tropas
de Yuscarán y el 12 las delntibucá y Choluteca.
Ese último día regresó el General Bográn con una
compañía de Intibucá y los patriotas que habían quedado
con él á incorporarse al ejército, que estaba ya en nú-
mero suficiente para tomar la ofensiva. De la altura de
Sipile practicó el reconocimiento de las posiciones del ene-
migo y dictó el plan de combate que debía comenzar al lle-
gar el General Santos Bardales con la tropa amapalina y
la artillería. Al anochecer se efectuó el despliegue en el
mayor silencio. El General Reina y los coroneles Dávila y
Velásquez ocuparon la Escuela de Artes; y el General Ma-
tute la casa de doña Luisa López y contiguas, en oposi-
ción frente del enemigo. El General Bardales llegó á las
once de la noche colocó su tropa á retaguardia, ordenando
se levantara una barricada en la primera cuadra de la ca-
lle principal de Comayagüela, y situó la artillería en el ce-

rro de Juana Laínez, al Sur de Tegucigalpa.


El General Sánchez no era militar instruido, pero era
valiente; desde muy joven comenzó su carrera, había pe-
leado en muchas campañas y con la práctica adquirió
algún conocimiento del arte difícil de la guerra. Compren-
dió que con la poca gente de que disponía, unos cuatro-
cientos hombres, pues no le fué posible reclutar, no podría
extender sus líneüs de defensa hasta Comayagüela. Re-
solvió reducirse al centro de Tegucigalpa y buscando para
;

la defensa los edificios más sólidos y obstáculos naturales


del terreno, adoptó dos líneas de combate en ángulo recto,
cuyo vértice era la penitenciaría. La línea principal se ex-
tendía de penitenciaría hacia el Norte, afianzada en la
la
iglesia y cuartel de San Francisco, y terminaba en el cerro
“La Leona;’’ aqui situó la artillería. La otra línea se extendía
hacia el Occidente por la ribera derecha del río Chiquito y la
del Choluteca, terminando en el borde frente á la poza de
“Martínez.” Estas líneas parecían fuertes; pero descu-
bierta la hipotenusa no tenían solidez: podían ser envueltas.
— 37 —
En efecto: después de naberse ordenado que se desplega-
ían á su frente líneas de tiradores, el Coronel Dolores Se-
rrano con una compañía de valerosos cholutecas, efectuan-
do un movimiento envolvente pasó el río Grande, pene-
tró en el barrio abajo, que formaba la hipotenusa, sin
que pudiera el enemigo impedirlo, y se situó casi á es-
paldas de su línea del río. Esta línea era ya insosteni-
ble, y á las diez del día trece se replegó á la plaza de San
Francisco. El General Bográn ordenó el avance de las
tropas que estaban en Comayagüela, y el General Matute
ocupó el palacio y casa presidencial, y los coroneles Dávila,
Gutiérrez, Velásquez y López Gutiérrez las otras posicio-
nes. El ataque se dirigió entonces contra la posición de
La Leona y fué tomada en la tarde. La Penitenciaría
se rindió en la mañana siguiente y quedaron rodeados el
cuartel y la iglesia de San Francisco.
No podia Sánchez continuar la resistencia, ni quería
capitular. Procurando salvarse proyectó salir de San
Francisco hacia el Este, por sobre la línea sitiadora, y á
las tres de la mañana del 15 efectuó la salida con unos
cincuenta hombres de los más valerosos, que dividió en
dos pelotones. Tomó él á la derecha y pasó frente á la
casa de la escuela de niñas, ocupada por los Coroneles
Gutiérrez y Dávila. Se empeñó un fuego muy rápido, pero
fué imposible detenerlo porque las tropas gobiernistas
no habían levantado barricadas en las calles y peleaban á
pecho descubierto. De una y otra parte quedaron en pocos
minutos varios muertos y heridos.
Fuera ya de la ciudal se creía Sánchez en salvo y se
dirigía á Nicaragua; mas á pocas leguas de distancia le
cerraron el paso una escolta de patriotas de San Antonio
de Oriente y fuerzas que venían de Danlí al mando del
General Vitalicio Laínez. Prefirió la muerte á caer pri-
sionero y se suicidó. Su cuerpo fué llevado á Tegucigal-
pa.
Siete días de inquietud en el país v de angustias en la
capital, muchas vidas perdidas, el comercio paralizado,
edificios arruinados, descrédito en el exterior, desconfianza
en el interior, dinero que debía servir para el progreso in-
vertido en el retroceso, todo ésto fué resultado de un acto
38 —
sin reflexión ejecutado al impulso de las malas pasiones;
pero que ocurrió solo por no preverlo quien pudo haberlo
evitado. Sánchez era natural de Nicaragua. Llegó á
Honduras por primera vez con ejército salvadoreño, el
año de 1872, para elevar al poder al Dr. Céleo Arias; vol-
vió el 76, siempre con ejército salvadoreño, para auxiliar á
don Ponciano Leiva, y se estableció en el país en la admi-
nistración del Dr. Marco Aurelio Soto, alcanzando el grado
de General de División. Poco después de recibir la Presi-
dencia el General Bográn, lo nombró Gobernador Político
y Comandante de Armas de Tegucigalpa, y siete años
llevaba ya deservir estos puestos cuandose rebeló. Bográn
había tenido en él absoluta confianza v le había dado fa-
cultades muy amplias: ésto lo perdió. El hábito de orde-
nar sin oposición lo hizo déspota. Concedida la libertad
de la prensa le eran enrostradas sus faltas, quería ven-
garse de los que lo atacaban y Bográn se lo estorbaba.
Enojado por la contrariedad se quejaba de Bográn
y éste le fué quitando su confianza. Al no tenérsela
debió separarlo de sus empleos -

. Sólo le quitó el mando


político y le dejó inprudentemente el mando militar. No se
puede sin peligro humillar á un hombre ensoberbecido con
muchos años de poder y dejarle el poder. Lo que resultó
fué horrible, el fin muy doloroso, y pudo tener peores
consecuencias.
Más no es sólo de notarse la imprevisión del General
Bográn; debe observarse la facilidad con que Sánchez, Co-
mandante de Armas, cometió su crimen. La obediencia
ciega de los oficiales y soldados á una orden indebida
contra un jefe superior, y la resignación para pelear y mo-
rir defendiendo á la maldad, son el resultado triste del
régimen enervador del despotismo. Bajo este régi-
men, donde un solo hombre es todo, los demás pierden las
nociones de justicia, derechos, legitimidad, y con mayor
razón el ejército, á quien se le enseña á obedecer sin exa-
men ni disputa. Sánchez no habría podido traicionar en
una nación donde nadie puede obedecer contra la ley, ni el
subalterno contraun jefe más alto del que da la orden; pero
en un país abrumado por la tiranía es fácil que puedan eje-
cutarse tales cosas. El temerario que pone la mano en el
— 39 —
resorte de la obedienciapse convierte en amo, y es obedecido
aunque sea para cometer una traición. Los que obedecen
creen que no deben calificar la orden. Si hay responsabi-
lidad debe ser del que la ha dado. Y en verdad, reflexio-
nando así, la tropa que obedeció á Sánchez no es res-
ponsable estrictamente. Son culpables los que man-
tienen el régimen horrible de la fuer za los que se a/e-
,

rran en sostener el abominable despotismo.


Con la traición de Sánchez recibió Bográn una lección
severa, que debió aprovechar; desgraciadamente no supo
comprender las saludables enseñanzas y remediar los males
sucesivos.
CANDIDATOS I)E LOS PARTIDOS

Debelada la sublevación mandó el Gobierno que fuesen


juzgadoslosjefesv oficialesquehabían acompañadoal traidor.
El Tribunal militar sentenció ála pena capital á diez y ocho;
pero dándose lugar á la razón y á la clemencia se conmutó
á los más culpables la muerte por presidio y se in-
dultó á los demás. La Nación aprobó el acto magná-
nimo, recobró la tranquilidad interrumpida y los ciuda-
danos volvieron á ocuparse en la organización de los parti-
dos políticos.
Los que predicaban la idea liberal encontraban más
prosélitos. En Honduras, aunque los habitantes reciben
la educación del despotismo, la naturaleza les inspira el sen-
timiento de la libertad. Altas montañas donde enhiestos
pinares forman murmurio encantador; frondosos bosques
con minadas de aves que entonan himno sonoro á la crea-
ción; pintorescos valles sembrados de cabañas á cuyas puer-
tas pace libremente el granado; arroyuelos de luminosa trans-
pariencia, que se deslizan murmurantes entre guijarros y
malezas; llanuras inmensas interrumpidas por monteci-
llos coronados de aromáticas flores; celestes lagos que co-
pian la luz en sus cristales y reflejan riberas cuyo paisaje
delicioso exalta el amor á la vida; caudalosos y atronado-
res ríos, que entre hórridos peñascos se lanzan al océano,
.ó corren profundos, anchos, majestuosos: ese admirable
espectáculo ensancha el espíritu y lo indispone contra
;

— 41 —
lo que sujeta y esclaviza. Además, la diseminación y ais-
lamiento preservan á los ciudadanos de corromperse, y si
el despotismo puede sojuzg-arlos, siempre están listos á
entregarse con delirio á la lucha por el derecho. Por ésto
tuvo más prosélitos el Partido liberal, pronto se organizó y
en enero de 1891 se reunió en Tegucigalpa una Convención
de representantes délos comités departamentales. La Con-
vención adoptó las bases constitutivas, * declaró electo jefe
del partido al doctor Policarpo Bonilla, y discutió sobre el
candidato para la Presidencia de la República en el período
próximo, del 30 de noviembre de 1891 al 30 de noviembre
de 1895. Algunos representantes indicaron que convenía
nombrar candidato del Partido Liberal á una persona que
no fuese el Jefe para que éste tuviera más exten-
sión é independencia en sus funciones, pero la Convención
resolvió que fuese el mismo doctor Bonilla el candidato. Des-
pués deseando éste erradamente que el Partido liberal
llegase muy luego al poder, trató de atraerse al General
Ponciano Leiva, muy amigo de Bográn, y le propuso la
candidatura del partido asegurándole que todos los libera-
les lo proclamarían. Leiva no la aceptó porque tenía ya
compromisos con el otro partido que se organizaba ayudado
por el General Bográn.
Personas de ideas conservadoras la mayor parte com-
ponían ese otro partido, pero no lo dirigían los conserva-
dores principales sino algunos ministros del General Bográn
así más que conservador debía ser un partido ministerial.
Forman siempre este partido todos los empleados públicos
y los individuos de espíritu débil, que cfominados por el
sentimiento del temor ó por las necesidades de la vida,
están dispuestos á ayudar al gobernante y á sostenerlo
aunque cometa desatinos. Partido de tal clase no tiene
cohesión ni consistencia y se disuelve con facilidad cuando
se presenta algún gran peligro ó cambia el personal del
Gobierno. Por lo mismo, si es útil al gobernante en algu-
nos casos, á la Nación la perjudica siempre, y era verdade-
ramente sensible que el General Bográn y sus íntimos ami-
gos se empeñaran en organizar un partido ministerial.

* Véase la nota A en el Apéndice.


— 42 —
Organizado ese partido, el liberal se convertiría inevita-
blemente en partido de oposición sistemática, y éste, si
no tiene como aquél el egoísmo, tiene la agitación continua,
el espíritu de la anarquía, fatal, muy fatal para la libertad

y elderecho.
Faltó, pues, al General Bográn y á sus amigos eleva-
ción de miras, y sin previsión se concretaron á formar ese
partido gubernamental para que les ayudara á dejar en
la presidencia un hombre que les fuese de provecho. Los
gobernantes creen que dejando en el poder á un amigo
íntimo, á ellos les quedará indefinidamente influencia ofi-
cial y la posibilidad de volver al poder. Es un error. No
sólo no vuelven al poder sino que muy pronto los hiere la
ingratitud de aquel á quien se han empeñado en favorecer,
y experimentan decepciones amargas, son odiados por la
generalidad y se ven perseguidos, cuando con una con-
ducta desinteresada habrían podido alcanzar la gratitud
de la Nación y el aprecio de las generaciones venideras.
Pero la ambición ofusca, las pasiones empujan al error, y
éllas empujaron á Bográn y á sus parciales á organizar el
partido gobiernista y á dejar en el poder á un favorito,
creyendo que era el medio de dar libertades v continuar
gozando de granjerias. Intentaron organizarse primero
con el nombre de Partido Nacional, pero encontraron mu-
cha oposición entre sus partidarios para aceptar ese nom-
bre, porque estaba desacreditado, mal visto por el pueblo.
Los que han tenido despóticamente el poder se han arro-
pado con el manto nacional para embaucar al pueblo, y
de tanto usarlo Va no engañan. Adoptaron el nombre de
partido progresista y en febrero reunieron una especie de
convención, que debía establecer las bases constitutivas,
nombrar el jefe y designar el candidato para la Presiden-
cia de la República. Mucho se dificultó á la Convención
ministerial declarar las ideas fundamentales en la consti-
tución del partido, y para ganar tiempo resolvió designar
el candidato para la presidencia, antes de hacer los regla-
mentos. En la discusión sobre el que debía elegirse hubo
gran disidencia. Los más sensatos de los conservadores
querían al doctor Manuel Gamero, hombre ilustrado y
sin odios; Bográn y la fracción puramente Ministerial creían
43 —
que más les convenía el General Ponciano Leiva, y éste
obtuvo la mayoría de votos. Los de la minoría se disgus-
taron porque habiéndoles ofrecido el Presidente Bográn
apoyarlos á última hora los engañaba, y se separaron del
partido. Esa conducta era lógica: era la consecuencia de
la falta de ideas. Aquellos, por las apariencias, creían que
Leiva la mayor ventaja, y se aferraron á él;
les traería
éstos, no siendo designado el Dr. Gamero, á quien que-
rían, abandonaban á Leiva.
La designación del General Leiva era la peor que
podían hacerse. Hombre venerable en lo personal, política-
mente había perdido la reputación de que antes gozaba y
para que saliese triunfante, sería preciso hacer uso de la
fuerza, causar graves ofensas y dolores. Mas los que no co-
nocen las leyes políticas y van tras del propio interés, por
aprovecharse se despeñan y recogen infortunios.
Nombrados los candidatos, se emprendieron con acti-
vidad los trabajos para obtener el triunfo en los comicios.
La desigualdad de los dos partidos era evidente. El
ministerial gastaba el dinero del Erario para conseguir
votos y tenía á su servicio todos los funcionarios públicos:
los Comandantes de Armas, que disponen de todos los ins-
critos en la milicia; los Gobernadores Departamentales,
jefes de la gendarmería, en cuyas manos está la libertad de
los ciudadanos; los Administradores de Rentas, que dan
los estancos y pueden pagar ó no á su albedrío todos los
sueldos; las Municipalidades, que tienen á su cargo la
enseñanza pública y con la facultad de establecer impuestos
y recaudar multas de policía pueden quitar el reposo á
las familias; los curas,que dominan las conciencias y que
al contrario de Cristo, con muy raras excepciones, están
siempre de parte de los déspotas. El liberal, sin dinero,
tenía únicamente de su lado á la juventud desinteresada,
enérgica, entusiasta por la libertad, ansiosa de ejercer el
derecho. Mas esa inmensa diferencia se compensaba en
mucho con la eficacia de la prensa liberal que propagaba
las buenas ideas, el mejor medio de conquistar las simpa-
tías del pueblo.
La lucha se inició serena y majestuosa, pero poco á poco
fueron los ánimos exaltándose. Los liberales hacían osten-
44

tación de sas conquistas y los ministeriales despechados


comenzaron á cometer vejaciones. Divulgados los ultrajes,
denunciadas las faltas, los mártires ganaban fama y aumen-
taban los prosélitos de la causa liberal. Debieron reflexio-
nar sobre esto los ministeriales y buscar otro sistema;
pero habituados al de fuerza creían que era el mejor,
la
insistían en los ultrajes para atemorizar y la exaltación fue
creciendo. La prensa liberal se quejaba de los abusos y pe-
día al Presidente Bográn garantías páralos trabajos. Este
enmudecía: no se atrevía á castigar á los infractores ni á
suspender la libertad, cosa que sus amigos reclamaban
imprudentemente, temerosos de perder las elecciones. En
esas circunstancias la lucha, era muy dolorosa para los
opositores, sin embargo, los ánimos no decaían, las ener-
gías se levantaban, la voluntad insistía con lucidéz de
ideas, como jamás se había visto en Honduras.
VII

ASALTO DE AMAPALA

Cuando los partidos políticos se entregaban á la lucha


pacífica y la nación tenía va esperanza de que la libertad
quedara establecida, la paz afianzada, el orden asegurado,
sobrevino otro hecho gravísimo que agitó profundamente
al Gobierno y lo empujó á la reacción, tras la cual vendría,
por consecuencia inevitable, el duro azote de la guerra.
El descontento que se manifestaba en todo el país á
causa de las arbitrariedades de los empleados públicos en
la campaña electoral, y los despiltarros del Tesoro, que
denunciaba la prensa, dió márgen á que los emigrados,
siempre visionarios, creyeran que el odio al General Bográn
era muchoyque con facilidad se le podría derrocar. Entre ellos
el General Domingo Vásquez, ambicioso, esforzado y enér-
gico, no sólo lo creyó sino que se propuso intentarlo.
Había emigrado el General Vásquez porque el Presiden-
te Bográn arbitrariamente lo encarceló en Tegucigalpa; y
le guardaba rencor. Supo que el Coronel Pedro Rome-
ro también lo odiaba y le habló para que le ayudase á efec-
tuar una insurrección, que debía empezar asaltándose en
un mismo día el Puerto de Amapala y las plazas de Cho-
luteca, Nacaome y Yuscarán. Acudirían todos los emi-
grados, organizarían tropas siendo probable que se les
agregara gente, y después marcharían á atacar la capital.
El Coronel Romero es salvadoreño, pero había vivi-
do y ganado en Honduras sus grados militares. Ocupó el
empleo de Mayor de Plaza de Amapala, y el General Bar-
— 46 —
dales, Comandante del puerto, por intrigas privadas se
desagradó con él, lo obligó á renunciar, y después lo re-
mitió preso á Tegucigalpa por suponérsele que conspira-
ba contra el Gobierno de acuerdo con el Gral. Vásquez. Ya
en libertad regresó al Salvador, y hallándolo en guerra con
Guatemala por consecuencia de la traición del Gral. Carlos
Ezeta, cometida el 22 de junio de I 89 O, ofreció sus servicios
militares. Restablecida la paz, Romero, en premio de su
buen comportamiento, fué nombrado Mayor de Plaza de
La Unión, puesto que desempeñaba cuando le habló Vás-
quez. Aceptó con gusto el proyecto, y habiéndosele encar-
gado provisionalmente la Comandancia aprovechó la opor-
tunidad y mandó á algunos emigrados hondureños á asal-
tar el puerto de Amapala, suministrando armas y las em-
barcaciones para que se trasladasen á aquél lugar. Un
jefe secundario se encargaría del asalto para que la pre-
sencia de Vásquez no causara sospechas y se frustrara el
golpe: él llegaría después á tomar el mando.
En el puerto de Amapala se celebra el 3 de Mayo la
fiesta tradicional de la Cruz, y ese año de 1891 se pro-
ponía el vecindario que estuviese muy alegre. Hubo nume-
rosa concurrencia y al parecer trataban todos sólo de los
negocios ó de divertirse. Nadie sospechaba que se pudiese
conspirar y la confianza era completa; más el día 4
el Administrador de la Aduana, Coronel José Antonio Fia-
llos, recibió una carta anónimaenque le informaban de una
conspiración para asaltar en aquellos días los cuarteles del
puerto. El Administador comunicó el informe al Coman-
dante Bardales cmanifestándole que le parecía prudente
tomara precauciones. A Bardales le había llegado también
otra carta anónima procedente de La Unión, donde era
muy querido, y en ella le indicaban el peligro; más sea por
ostentación de confianza ó para no interrumpir la alegría
de la fiesta, ó sea que tuviera demasiado valor, dijo que
aquello no tenía fundamento, y debía suponer que se
trataba de meterle miedo. El cinco recibió el Administra-
dor de la Aduana nuevo aviso del complot, volvió á comu-
nicarlo al Comandante, y éste, ya obcecado, le contestó
que si se creía de anónimos y tenía miedo que se escondie-
ra, que á él no le asustaban fantasmas; y en vez de estar
— 47 —
prevenido como debe 'un jefe militar, aunque no espere
peligros, concedió permiso á la tropa del cuartel de la Co-
mandancia para que saliera en la noche á participar de la
alegría del pueblo, y dejó de guardia sólo un oficial y cinco
soldadados, demostrando con ese proceder que en verdad
nada temía. Después de dar á la tropa la licencia, salió él
también acompañado de varias señoras y caballeros, y re-
gresó al cuartel en donde habitaba, como á las once de la
noche. Al separarse de esas personas les dijo en tono de
broma: “me despido de ustedes por última vez porque ya
no nos volveremos á ver, pues aseguran que esta noche se
tomarán el cuartel y me matarán. ” Una apreciable señora
le hizo muy buenas reflexiones y le aconsejó que no se des-

cuidara; pero él, pertinaz, no quizo atender y fué á acostar-


se sin hacer á la pequeña guardia la menor prevención.
Mezclados los conjurados entre las personas que lle-
gaban á la fiesta, y favorecidos por el descuido del Coman-
dante, pudieron concertar el plan de asalto, y esa noche del
5 al 6 de mayo, como á las tres de la mañana, organizados
en dos pelotones, atacaron simultáneamente el cuartel,
situado al extremo noreste de la ciudad, y el fuerte del
vigía, edificado fuera de la población, hacia el suroeste,
sobre un cerro que domina el puerto.
El cuartel fué tomado sin dificultad. Casi sorpren-
dida la pequeña guardia, poco pudo resistir aunque se
defendió heroicamente. Bardales habitaba en el piso alto
del edificio, dormía tranquilo, despertó á las detonaciones
de las primeras descargas, y sin creer todavía en la grave-
dad del suceso, salió imprudentemente fie su aposento, en
ropa interior, en chinelas chinas y sin armas; bajó por la
escalera del corredor del patio, pudiendo haberlo hecho
por otra que está secreta, y preguntó á la guardia en alta
voz por qué tiraba, suponiendo que regresaban los solda-
dos que tenían licencia v se les rechazaba por el peligro
que se había trascendido. Los asaltadores le contesta-
ron con una descarga y una bala le acertó en el vientre.
Al sentirse Bardales herido' procuró regresar, y lo ayu-
daron á subir la escalera el Capitán Mayor Andrés Leiva
con otros Oficiales, que habían ocurrido á acompañarlo.
El presbítero Juan Rodríguez, cura de la parroquia de
- 48 —
Choluteca, había sido llamado para celebrar los actos reli-
giosos de la fiesta. Muy amigo de Bardales, se había hos-
pedado donde él habitaba y dormía en su mismo aposen-
to. Lo vió salir precipitadamente y se levantó para ir
también á acompañarlo. Se dilató algunos minutos en
vestirse, v encontró á los oficiales que subían á Bardales
herido. Lo acostaron en su cama, y previendo el Presbítero
Rodríguez, que los asaltadores, ya dueños del puesto de
guardia, habían de perseguir á Bardales, se íué á colocar
en el peldaño superior de la escalera para procurar impe-
dirlo. En efecto, ya subían; pero el sacerdote, en su
traje talar, que se distinguía á la débil luz de un
quinqué, les gritó increpándolos por su atentado, y con
abnegación digna de la verdadera amistad y del mi-
nisterio que ejercía, les dijo que para pasar por donde él
estaba tenían que matarlo, y si no querían cometer un ase-
sinato impío retrocediesen. Aquellos hombres se sobre-
cogieron por sentimiento religioso y obedecieron maqui-
nalmente. Varias horas estuvieron dueños del cuartel;
veían de centinela en el peldaño superior de la escalera á
aquel sacerdote, y ¡cosa admirable! no intentaron atro-
pellarlo.
El ataque al fuerte del Vigía no tuvo el mismo éxito.
La guarnición mantenía vigilancia, no se dejó sorprender
y rechazó valientemente á los que llegaban á atacarla.
Desaninados éstos, se retiraron al cuartel déla Comandan-
cia para unirse á sus compañeros y resolver lo que debían
ejecutar. Sin jefe competente que les impusiera respeto y
los dirigiera, ñadí?, resolvieron para insistir en el ataque al
fuerte. Permanecieron indecisos el resto de la noche y al
rayar el alba del 6, no hallando otra cosa que hacer, se
fueron por las calles vivando al General Vásquez y al Coro-
nel Romero y dando mueras á Bográn y á Bardales. Tra-
taron de quitar el dinero al Administrador de la Aduana,
pero no encontrándolo no lo pudieron conseguir.
Los empleados públicos, los soldados que gozaban de
permiso, y los ciudadanos del puerto recogidos ya en sus
casas, al oír las descargas salieron á informarse de lo que
pasaba, buscaron armas para defender la legitimidad, se
reunieron en la plaza del puerto y decidieron recuperar el
— 49 —
cuartel sin pérdida d? tiempo. La indignación del ve-
cindario por los horribles sucesos era inmensa y el de-
seo de pelear contra los sediciosos llegaba al entusias-
mo. Hubo rasgos de heroismo y hasta de locura, dig-
nos de mencionarse. Muchos que no tenían armas toma-
ban piedras ó garrotes, se empeñaban en ponerse á van-
guardia, y un individuo llamado por apodo “Chenchunte,

iba el primero en el asalto llevando por arma una sandía. Em-
pezó el ataque como á las ocho de la mañana. " El cuartel
está edificado en una especie de punta que forman una
curva del frente de la bahía y la ensenada de La Máquina.
Sólo tiene acceso por la parte sur por donde se comumica
con las casas de la población, y sin embargo los defensores
de la legitimidad lo tomaron en una hora, avanzando por
entre esas casas y los patios.
Los sediciosos en la desesperación de la derrota se arro-
jaron al mar, creyendo que lograrían salvarse á nado, y
muchos se ahogaron. Daba horror ver los cadáveres flo-
tando en el agua, de donde se sacaban para reunirlos á los
que habían muerto por el plomo. Cayeron prisioneros uno
de los jefes y un soldado. El que comandaba la expedición,
Coronel José Antonio Molina, se salvó unos pocos solda-
dos en las lancha que habían traído y conservaban es-
condidas.
Cuando terminó el combate subieron al segundo piso
del cuartel los vencedores y encontraron á Bardales vivo
aún y sin haber perdido la razón. Se alegraron muchí-
simo creyendo que podría salvarse; per® él les dijo que
estaba en sus últimos momentos, v que por su confianza lo
merecía. Preguntó si estaba recuperada la plaza por com-
pleto y al contestársele afirmativamente exclamó: gracias á
Dios, ahora moriré tranquilo. La ciencia disputó aquella
alma noble á la muerte; pero todo esfuerzo fué ineficaz:
murió una hora después entre todo el pueblo amapalino,
que lo lloró de verdad, como lo lloraron también sus ami-
gos ausentes, por sus grandes cualidades.
El General Bardales era natural de Comayagua, la
de la República. Nació el año de 1848.
vieja capital Sus
padres legítimos, don Francisco Bardales y doña Magda-
50 —
lena Maradiaga, lo dedicaron á la cárrera del Foro. Alcanzó
el título de bachiller pasante en derecho; pero suspendió
los estudios por causa de la guerra civil de 1876. Ingre-
só al ejército del gobierno de don Ponciano Leiva, peleó
en varios combates, ganó el grado de Capitán y al termi-
nar la campaña con la capitulación de Leiva en Cedros,
se retiró á trabajar en una hacienda de su padre á orillas
del poético Selguapa. De allí lo sacó el Presidente Soto,
que conocía sus méritos, para encargarle las subsecre-
tarías de Guerra y Justicia, y lo ascendió á Coronel.
El Presidente Bográn le confirió el grado de Brigadier
y lo nombró Comandante de Amapala en sustitución
del General Manuel Bonilla. Sirvió varios años este últi-
mo destino, y se había hecho popular por sus ideas libera-
les, su cultura, sus complacencias, su actividad progresis-
ta y su buen carácter. De ingenio fácil, conversación
franca, de gracejo continuo que comunicaba buen humor,
de ironía finísima que no podía contener ni en los actos
oficiales solemnes, sincero, afectuoso, servicial, muy adicto
á sus amigos, fácil para olvidar las ofensas de sus enemi-
gos que siempre tienen los empleados, aun los virtuosos,
no había quien lo tratara en la intimidad que no lo ama-
ra. Jamás abusó de la fuerza militar, y como Adminis-
trador de la Aduana, que desempeñó algún tiempo, anexa
á la Comandancia, fué íntegro, honrado, al extremo de
arrojar con exaltación ese empleo de hacienda, porque se
le contrariaba en su propósito de pagar á los empleados
sus sueldos con puntualidad, y se le daban órdenes inde-
bidas de admitir brancas de derechos fiscales mercaderías
extranjeras que llegaban á favoritos del Presidente. Si
quiere U., dijo al Ministro de Hacienda, dar órdenes que
perjudican las rentas de la Nación, que todos debemos cui-
dar, mande otro que las cumpla. Censura tan amarga no
se podía sufrir, y se le separó del empleo de hacienda.
También renunció algunas veces el empleo militar; pero
no admitió Bográn esa renuncia, porque conocía y apre-
ciaba su competencia su lealtad y su valor. El valor lo
mató. No tomó precauciones en el servicio militar y ocu-
rrió sin cautela á donde lo llamaba el deber. Grande
pérdida fué para la patria.
VIII

EL ESTADO DE SITIO

En el mismo día en que ocurrían estos lamentables


sucesos llegó el General Domingo Vásquez al puerto de A-
mapala en un vapor procente del Sur. La plaza estaba
ya recuperada; no pudo desembarcar, y siguió para La
Unión. Recibió informes de que no se había llevado á
efecto ningún otro asalto en las plazas del interior de Hon-
duras; nada tenía que hacer pues y profundamente con-
trariado, regresó á Nicaragua, llevando herida el alma por
amargos desengaños.
Si esa criminal intentona no hubiese causado otro per-
juicio que la muerte de personas útiles á la sociedad, bastaría
eso solo para que se le reprobara seriamente; pero produ-
jo otras horribles consecuencias y merece el más grande
vituperio. Efectuada en momentos en que el pueblo ejer-
cía libremente sus derechos, levantó la reacción y cayeron
sobre el país los males del odioso despotismo. A Vásquez
no le quedaba siquiera ni la íntima disculpa de que podría
haber alcanzado su objeto de llegar al Poder si se hubiese
apoderado de Amapala. Aunque hubiese tomado el puer-
to no hubiera podido derrocar á Bográn. Muchos creen
que cuando un gobernante está desprestigiado, porque
administra mal, se le puede derribar con facilidad. Error.
Si el Gobernante es legítimo y concede libertades, aunque
no sepa administrar se mantiene inconmovible hasta que
termina su período. Habrá descontento contra él, muchos
lo censurarán, pero con el desahogo la cólera se aplaca, y
— 52 —
muy pocos serán los que quieran ayudar al que se levante
con el solo propósito de suplantar la autoridad. La inmen-
sa mayoría apoya á la legitimidad inconscientemente, por
el instinto sublime de la justicia. Por lo mismo es im-
posible que triunfen las insurrecciones en épocas de liber-
tad. S'olo se ensanchan y triunfan al calor de la insensa-
ta tiranía.
Bográn recibió casi al mismo tiempo la noticia del
asalto del cuartel y la de su recuperación. Los que en el
interior estaban comprometidos con Vásquez no pudieron
efectuar ningún movimieuto, y desistiendo del proyecto,
huyeron algunos al exterior. El Gobierno mandó juzgar
á los que cometieron el atentado, y el país quedó tran-
quilo. No obstante, el General Bográn decretó el esta-
do de sitio instigado por los que deseaban el triunfo del
General Leiva en la lucha electoral. Dominaba en la
mayoría de los ministeriales la desconfianza en sus pro-
pios méritos y el miedo á las ideas que predicaban los
contrarios. Veían las ventajas que alcanzaba la candi-
datura del Dr. Bonilla, se les presentaba una oportuni-
dad para servirse en favor de Leiva de medios que se imagi-
naban les serían provechosos, v se apresuraban á no
perderla. Con el estado de sitio tendrían los opositoies
que callarsu prensa, no podrían reunirse, no podrían tran-
sitar, no se comunicarían porque se les voiolaría la corres-
pondencia mientras, ellos, los ministeriales, podrían conti-
nuar sus trabajos sin ninguna oposición. ¡Oh! La facultad
que se da al Ejecutivo de decretar el estado de sitio es una
de las mayores fáltas que pueden cometerse. Tal como
se establecía en Honduras y tal como se ejerce todavía, el
estado de sitio no es la suspensión de algunas garantías
sino la suspensión absoluta de la Ley Constitutiva, es de-
cir, la dictadura completa, la usurpación de la soberanía
nacional. Por lo mismo esa facultad no debe concederse
jamás al Ejecutivo. Por tenerla, decretó Bográn sin nece-
sidad estado de sitio, y lo mantuvo por más de tres
el
meses para reprimir los trabajos electorales de la opo-
sición. Confinamientos, altas militares, prisiones, tor-
mentos monstruosos hasta el grado de matar á palos á
los que proferían imprudentemente amenazas por los
— 53 —
atropellos ó á los que conducían correspondencia po-
lítica,declarada subversiva, todo esto se ejecutaba con
la mayor crueldad. Semejantes medidas, lejos de favo-
recer á Leiva, eran contraproducentes. Los que al prin-
cipio eran simplemente sus opositores, por las persecucio-
nes lo odiaban, y el odio se extendía y se arraigaba en
las conciencias.
Qué necesidad tenía Leiva de que se ejecutaran vio-
lencias para triunfar en la lucha electoral? En los países
regidos por el despotismo todo lo que el Estado posee
está á la disposición de los que gobiernan, y por lo mismo
tienen inmensas ventajas sobre sus opositores en las luchas
electorales. Con empleados amovibles á voluntad del
gobernante, que los convierte en agentes del candidato;
con el dinero del Erario para todos los gastos; con las
operaciones todas de la elección confiadas á servidores
fieles, basta halagar, seducir, para alcanzar el triunfo; y es
incomprensible que no se conformen con esos medios, segu-
ros para ellos, y pasen á usar los de las violencias que les
traen grandes peligros.
Después de las ideas manifestadas por el General Bo-
grán, después de permitir que se organizara la oposición y
de dejar en libertad á la prensa era inconcebible el estado
de sitio con el solo objeto de restringir su acción á los elec-
tores. La dictadura contenida desde que él llegó al Poder
renacía con todos sus horrores: delaciones, sobornos, per-
secuciones, prisiones, tormentos, todo, todo lo que descom-
pone, rebaja, corrompe, aniquila y destruye á las sociedades.
Se concibe la dictadura cuando la polítfca del Gobierno es
la tiranía; se concibe cuando tiene por fin salvar á la socie-
dad de la anarquía, se concibe cuando un gran hombre
quiere engrandecer á un pueblo y en su errada precipita-
ción lo procura á toda costa; pero empuñar la dictadura
cuando se ha soltado la libertad, para preparar por el
peor medio el triunfo de una candidatura ministerial es la
mayor de las insensateces. Con el pretexto del asalto de
Am apala, al que en nada había contribuido el partido li-
beral, se hollaban descaradamnte sus derechos. Cambiaba
Bográn su política de libertad en política de opresión, como
nunca la había ejercido. Esto, más que á iniciativas
— 54 —
propias, obedecía á influencian reaccionarias pero accediendo
á ellas, se precipitaba á la terrible excecración de la con-
ciencia pública.
El General Bográn había manifestado que deseaba la
libertad para mandar con la opinión, y desde que ofreció
á la faz del mundo respetarla y comenzó á cumplir su ofre-
cimiento, no podía abandonar esa política sin suicidarse
moralmente porque su palabra empeñada había sido reco-
gida por el pueblo y no en vano habría éste de palpar la
la abominable inconsecuencia. Además, pasar brusca-
mente de esa política de tolerancia á la de represión, era
un tránsito muy peligroso, porque necesariamente engen-
draba conmociones. El gobernante que ha adoptado una
política cualquiera no puede separarse de ella súbitamente;
porque con ese proceder delata inconsecuencia, y y lo que
es peor, incompetencia.
Así es que esta política de libertad de asociación y de
imprenta, y después de persecución electoral, creaba una
situación anómala donde aparecía con el engaño, la maldal
y el error.
Oh! en esa situación lo que más entristecía era ver
rebajarse á Bográn. El, que aparecía tan grande con su
desprendimiento y respeto á las leyes, se. convertía en
enano, en polichinela ó en histrión. Los tiranos perpe-
tuos son temidos y odiados; pero los que engañan con pro-
mesas libertad y la persiguen, se vuelven además de abo-
rrecidos, despreciables.
LA ALTERABILIDAD
Cuando estaba va preparado el triunfo de la candida-
tura ministerial y faltaban solo veinte días para que se
practicase la elección, levantó Bográn el estado de sitio.
En el corto tiempo que quedaba los liberales poco podrían
alcanzar en favor de su candidato; pero sin desanimarse
por los obstáculos reanudaron los trabajos con más ardor.
La lucha fue entonces tempestuosa. En los mitins y en los
clubs los oradores lanzaban cargos terribles contra el Go-
bierno. v la prensa liberal apareció rebozante de indigna-
ción. Siempre que ha estado amordazada la prensa, suce-
de que. al dejársele libre, los escritores se exceden irreflexi-
vamente; pero se ve el fenómeno de que las más grandes
injurias, que deshonrran esa preciosa libertad no salen de
los periódicos de oposición sino de los semioficiales. No
comprenden los que gobiernan que deben ser sus escritos
más serios, más reflexivos, más sensatos, para que la defen-
sa les sea provechosa. Encolerizados porque se les censu-
ra contestan con insultos soeces, y con ésto lo que consi-
guen es herirse á si mismos, porque se desacreditan y des-
virtúan el principio de autoridad. Las invectivas de las
hojas periódicas subvencionadas, en vez efe perjudicar á los
liberales los levantaban más en la opinión. El General Bo-
grán rabiaba de cólera por la intemperancia de sus oposi-
tores. Se quejaba de que se aprovechasen de la libertad
que concedía para atacarlo con rudeza; quería que acepta-
sen dócilmente su voluntad de dejar á Leiva, y como no la
aceptaban perseguía á los más exaltados, aun en el goce
pleno de garantías. No, no era posible que complaciesen
á Bográn aunque se le agradeciese interiormente que res-
petase la libertad. Eso habría sido envilecernos al grado
de confesar que merecíamos vivir bajo la más triste y ver-
gonsoza tutela. Los partidos opositores no se prestan á
— 56 —
las farsas electorales sino cuando han caído en la corrup-
ción, en la más grande de las impotencias morales, en la
más infame de las degradaciones. Por fin llegó el día de
la elección, calmó la efervescencia y en el mejor orden se
practicó la votación en los días 6, 7 y 8 de Setiembre. El
resultado fué como era de suponerse, favorable á Leiva.
En las cabeceras departamentales, donde los ciudadanos
son ya conscientes, 15,000 votaron contra el candidato mi-
nisterial, condenando la política de opresión; pero en las
poblaciones pequeñas, donde los electores son analfabetos
y tímidos, 33,000 complacieron al que tenía la fuerza.
El General Bográn había triunfado en el hecho, ha-
bía conseguido falsear la verdadera expresión de la volun-
tad nacional, Leiva sería su sucesor, pero moralmente su
derrota era completa: jamás se había visto con el voto pú-
blico á tantos electores desafiando las iras del despotismo.
Esto se debía á las ideas predicadas por la prensa liberal.
El partido de oposición debió quedar satisfecho con ese re-
sultado, y debió conformarse con las ventajas alcanzadas.
Había podido organizarse, tenía ya derecho reconocido,
respetado, de entrar en toda lucha electoral, tenía prensa
libre, que podía continuar predicando las ideas: por el mo-
mento era mucho, aunque padeciese algunas arbitrarieda-
des. Demostrando que sus deseos no habían sido llegar
al poder á todo trance sino practicar la libertad, habría
podido continuar en calma en el ejercicio de sus derechos y
abogando por la libertad del voto. Con esa conducta jui-
ciosa se habría disciplinado y estaría en mejores condicio-
nes para buscar e‘i poder en la próxima campaña presiden-
cial. Más despechados los jefes del Partido Liberal por-
que de momento no habían vencido, con el pretexto de los
abusos cometidos por las autoridas, atacaban al gobierno
con exaltación y proferían amenazas. Los escritores ofi-
ciales las devolvían, y cada vez se exacerbaban más los áni-
mos, que debieran haberse aplacado una vez concluido el
motivo de la exaltación. Ese camino era muy malo para
la causa de la libertad.
En los países oprimidos por el despotismo no se pien-
sa, no se razona, y donde no se razona no puede existir la
opinión pública. Empieza á formarse cuando la prensa
— 57 —
goza de alguna libertad. Así, de la prensa depende que
la opinión se dirija por el buen ó mal camino. Por lo mis-
mo debe ser muy sensata para que sea útil á la sociedad.
Una prensa apasionada, exaltada, juzga las cosas de mo-
do superficial, deduce por las apariencias, y los lectores
poco acostumbrados á reflexionar, por las apariencias ex-
travían su juicio. La pasión ardiente de la prensa en vez
de encaminar al pueblo á afianzar sus derechos lo condu-
cía á la guerra civil, y estallaría si los que gobernaban no
tenían paciencia ni ciencia para evitarla.
La agitación que producía la intemperancia de los libe-
rales en la prensa y en los clubs llegó á tal grado que el
Gobierno comprendió el peligro que amenazaba. Los Mi-
nistros de Bográn, inexpertos en la ciencia de gobernar,
por más que muchos de ellos habían estado largo tiempo
en el Gobierno, le aconsejaron que callara la prensa para
que se restableciese la calma. Bográn no accedió á esa me-
dida manifiestamente ilegal tanto porque la creía contraria
al objeto que se deseaba como porque consegido su propó-
sito de elegir á Leiva quería cumplir su palabra empeñada
de respetar la libertad, y procuró llegar al mismo fin de
restablecer la calma por una conciliación amistosa de los
dos partidos. Indicó á sus amigos que se moderasen en
la contestación de lq§ cargos de la prensa opositora y
tratasen de entrar en inteligencias con el doctor Bonilla,
jefe de la oposición, para llegar á la concordia. Una per-
sona imparcial fué recomendada para hablarle en ese sen-
tido pero en nada convinieron, exponiendo el doctor Boni-
lla que solo podría entenderse directamente con el General
Bográn. Accedió este á sus deseos y lo llamó á una
conferencia, que duró más de tres horas. Manifestó
Bográn al doctor Bonilla su pesar de que no se aprove-
chase la libertad para establecer la paz sino para per-
turbarla, pues insistir en la relación apasionada de los
sucesos de la lucha electoral y acusar con acritud al Go-
bierno era mantener la agitación en los pueblos, con lo
que en vez de traerles beneficios se les perjudicaba, por-
que desaparecía la confianza pública y se interrumpía el
progreso: que deseaba no continuase la oposición en ese
sistema, no porque temiese la guerra, que podría sobre-
— 58 —
venir, sino porque el Gobierno, que tenía el deber de
conservar la paz, se vería en la necesidad de suprimir la
prensa para que no indispusiese más los ánimos: que él no
lo haría; pero que podría hacerlo el General Leiva si no
tenía su paciencia; y para que esto no sucediese le roga-
ba que esperaran los liberales á que se organizase el nue-
vo Gobierno v que continuaran en .sus ataques si no se
hacían, para satisfacer á la opinión, las reformas conve-
nientes v los cambios de empleados que procedían mal. El
doctor Bonilla se quejó de los ultrajes que cometían las
autoridades, pidió que se cambiara inmediatamente la ma-
yor parte de los principales empleados, y se empeñó en
demostrar que no quería recurir á las armas para hacer
cesar los padecimientos de sus patidarios, sino que pedía
se hiciesen los cambios para que los nuevos empleados
les diesen garantías; pero que si se pensaba en quitarles
las libertades que disfrutaban, colmada la paciencia esta-
llaría la revolución, y estaba seguro del triunfo si el
Gobierno no recibía auxilio de los Estados vecinos. El
General Bográn no hizo caso de Id. baladronada impolí-
tica del doctor Bonilla y le repitió que él no mataría la
prensa, no por miedo, que no cabía en él que tenía las ar-
mas, sino por amor á la libertad y por su convicción de
que la prensa libre era provechosa aun con las exajeracio-
nes: que si tuviera el propósito de suprimirla no lo llamara
á conciliación sino que procedería con energía; pero que
le indicaba el peligro de que su sucesor no pensara como
él y adoptase esa medida: que si tal cosa llegaba á ocurrir
no se quejaran lok liberales porque ellos tendrían la culpa,
ya que con sus exajeraciones lejos de favorecer las ideas
que defendían las perjudicaban, impidiendo que se afian-
zaban en la paz y continuase el progreso de la nación.
Al fin, pareció que el doctor Bonilla aceptaba las sensa-
tas advertencias. Ofreció que callaría los hechos pasados
y que solo denunciaría los abusos que en lo sucesivo come-
tiesen los empleados, no publicándose nada que no pudie-
se comprobarse: y Bográn, complacido, le prometió que
si se cumplía ese ofrecimiento tendrían los liberales com-
pletas garantías, pues reprimiría y castigaría con severidad
todo abuso que los empleados cometiesen.
59 —

Grandes males produce el absolutismo; pero mayores
produce la personificación de un partido por un solo hom-
bre, porque ese hombre no mira por los intereses de la
sociedad, ni siquiera por lo» intereses de su partido, sino
por sus personales intereses. La oposición estaba repre-
sentada por el doctor Bonilla, y el General Bográn cometió
el error de admitir esa individual representación. El re-
sultado fué que su intento conciliador para que se resta-
bleciese la tranquilidad no le dio el fruto que buscaba. El
Dr. Bonilla que ambicionaba el poder, quería la guerra;
comprendió que si accedía á los deseos de Bográn perdería
prestigios porque los exaltados atribuirían á miedo su defe-
rencia, no á sensatéz, y no calmó del todo sus ataques: mu-
chos de los liberales supusieron que el Gobierno los respe-
taba porque los creía fuertes, aumentaron su exaltación
y el pueblo se mostró amenazador. Esto causaba inquie-
tud en la capital, y temiendo el Gobierno que ocurrie-
senallí tumultos, al hacerse la trasmisión del poder, con
vocó al Congreso á la ciudad de Comayagua para que
en ella recibiese el General Leiva la Presidencia. El día
que terminaba el período, el 30 de noviembre, entre-
gó el General Bográn el poder á su sucesor, ante la
Represe ntacióc Nacional. El acto era nuevo; por prime-
ra vez se veía que un gobernante dejase el puesto por
el mandato de la Contitución y sin influencia extraña.
Esto era alternabilidad y la nación ganaba mucho por-
que se daba un paso adelante en el camino del derecho.
Motivo era de regocigo público. Sin embargo la ceremo-
nia estuvo muy triste y pasó en todo* el país en com-
pleto silencio. El pueblo no comprendía lo que ganaba,
y como no lo comprendía no podía agradecerlo. Juzgan-
do como se lo decía la prensa opositora, que aquéllo
era solo un mal, porque se había hecho una burla á la
voluntad de la soberanía de la nación, recibió con des-
dén las declaraciones de Bográn y con indiferencia la
promesa que hizo Leiva de continuar respetando como su
antecesor las libertades públicas. En consecuencia, en
lugar de restablecerse la confianza y asegurarse la paz con
la alternabilidad, el horizonte político se cubría de espe-
sos y más negros nubarrones.
c.

X
EL PRESIDENTE BOGRAN

Los ataques apasionados de la prensa habían condu-


cido al país á la peligrosa situación de que estallara la gue-
rra civil; pero debe reconocerse que no sólo eran resultado
de la inexperiencia política de los liberales sino también del
carácter de Bográn.
El General Luis Bográn, alto de talla, de complexión
robusta, de apostura elegante, de inteligencia clara, de
conversación amena, se hacía agradable en la buena socie-
dad y se conquistaba simpatías en el pueblo; pero tenía el
grave defecto de ofrecer y no cumplir, que si perjudica á
un particular mucho más á un Presidente, porque no se
gobierna con engaños; y por su ligereza en ofrecer y su fa-
cilidad en no cumplir, se atraía enemistades. Además,
de natural dócil, voluble y sin solidez de conocimientos de
la ciencia política, indispensable para gobernar, no tenían
sus disposiciones la unidad y firmeza que requieren los ac-
tos de gobierno. En consecuencia, no lograba inspirar
temor aunque cometiera atropellos, ni se le agradecía que
respetara la libertad. Sus opositores aprovechaban esa
libertad para combatirlo, como jamás se ha combatido á
ningún otro gobernante; v él, que sin duda no tenía con-
ciencia de proceder con dañada intención, cuando rebosa-
ba la cólera en los ataques de sus opositores, se satisfacía
solamente con decir á alguno de sus allegados: «Mire Ud.
qué saña la del señor Policarpo.» Aprovechaba cual-
quier pretexto para decretar el estado de sitio y entonces
daba suelta á las arbitrariedades, creyendo tener para ello
— 61 —
derecho. Cuando suponía haberse hecho respetar, otor-
gaba de nuevo la libertad, á pesar de sus cortesanos, em-
peñados en que siempre la tuviese esclavizada.
Entre los males que produce la práctica del despotis-
mo, uno de los mayores es hacer déspotas á todos los ciu-
dadanos. Quien ve cometer arbitrariedades con frecuen-
cia, en vez de vituperarlas con energía para que desapa-
rezcan, las admira; y cuando tiene algún poder imita al
que le ha precedido. No piensa en lo futuro, no se ima-
gina hallarse sin el puesto que ocupa, no reflexiona que al
dejarlo podrá él también ser víctima de la arbitrariedad; y
que por lo mismo en vez de ejercerla debe procurar que
sea imposible á todos. Se engríe porque tiene la fuerza y
trata de demostrar que es poderoso. Cuando baja del
puesto, por cualquier motivo, y va á padecer lo que á otros
ha hecho padecer, entonces se queja, se indigna, se enfu-
rece, sin recordar que él tiene la culpa de lo que le sucede
porque ha contribuido al despotismo. A menudo se ven
esos ejemplos y no se aprovecha la enseñanza. Lo contra-
rio ocurre cuando por casualidad hay algún gobernante que
no es del todo déspota, sus consejeros lo empujan á que lo
sea; y si por .su natural bondadoso no maltrata á quien lo
ofende, lo censuran, dicen que es dévil ó cobarde. ¡Débil
y cobarde porque no se venga! Oh, extravío de criterio.
Débil es quien se deja llevar de malos impulsos, quien no
refrena su enojo ó es implacable en la venganza; y cobar-
de, el que resguardado con la fuerza ultraja al que lo ha
ofendido. Sufrir las injurias pudiendo vengarlas, despre-
ciar lá oportunidad de ofender á un ene*nigo, huir de las
arbitrariedades, en lugar de debilidad ó cobardía es ente-
reza, gran valor. ¡Ah! Era de admirar al General Bo-
grán cuando leía las ofensas de sus opositores: pasaban
por su rostro oleadas de sangre; pero al concluir la lectura
volvía á su estado normal y dejaba el periódico sin profe-
rir una amenaza. Y era de admirarlo más en días de ma-
nifestación popular. La multitud ajitada por oradores
imprudentes que perjudican la libertad, más que sus ver-
dugos, porque la desacreditan, profería á grandes voces,
burlas, denuestos, amenazas, que él soportaba con verda-
dera calma. Señor, le decían sus allegados, eso no debe
— 62 —
tolerarse; sufrirlo es humillante, permitirlo es rebajar la
autoridad; ordene la dispersión de esa canalla. ¿No oyen
Uds. que me llaman tirano? Si, señor, es la menor de las
injurias. Y quieren que lo compruebe? Muchos mur-
muraban: qué flojedad! Si, flojedad que en esos casos es
virtud. Da tristeza que no se comprenda y no se aprecie.
La multitud se disolvía sin que nadie fuese molestado ni
se le persiguiese después por sus exajeraciones.
Algunos aconsejaban la dispersión de los mitins por-
que, con la exaltación de los oradores y las amenazas del
populacho, se desconsolaban creyendo que siempre son
esos los resultados de la libertad. Hombres inexpertos,
confundiendo la libertad con las exajeraciones la temían.
Pensaban que de las vociferaciones podía pasarse á las vio-
lencias demagójicas, y para evitarlas no se imaginaban
otro medio que destruir el derecho. Querían que el pue-
blo ejerciera de pronto la libertad metódica, sin compren-
der que ésta no la tienen los pueblos sino después de prac-
ticarla mucho, pasando por grandes convulsiones y extra-
víos. Por lo mismo hay que tener paciencia y esperar que
el respeto á la autoridad dentro de la libertad llegue poco
á poco; y llegará tanto más luego cuanto más observe y
haga observar la ley el gobernante.
Así, esta tolerancia de Bográn, en ocasiones, y esos
estados de sitio con el cúmulo de arbitrariedades, hacen
aparecer su administración como una mezcla de impulsos
hacia la libertad y de retrocesos al despotismo; mezcla in-
decisa que poco podía dejar en favor del derecho. Más,
donde cometía Bográn los mayores desaciertos era en el
manejo déla Hacienda pública. Manirroto, derrochaba
como sifueran suyos los intereses de la Nación; inepto, no
buscaba cómo aumentar la renta; indolente, no se cuidaba
de contener las defraudaciones que cometían sus favoritos,
y la caja estaba siempre exhausta, al grado de no haber
jamás dinero para cubrir los sueldos del presupuesto. Sus
enemigos le achacaban que él también robaba, conside-
rándolo inmensamente rico, millonario. Todo se depura
en el crisol de los tiempos. Se le vió bajar de la presiden-
cia. sin ostentación de capital; y después de su muerte sus
haberes no aparecen grandes, no exceden á los qne poseía
— 63 —
al subir al poder. Sin*embargo, lo que se decía entonces
era creído por todos, y juzgándosele solo por sus errores,
su impopularidad fué completa y bajó odiado y maldeci-
do hasta de sus amigos.
Muchos fueron ciertamente los errores del General
Bográn, graves daños causó á la patria; más el haber de-
jado en ocasiones que se practicase la libertad de la prensa,
haber estimulado la organización de los partidos políticos
y haber obedecido el precepto de alternabilidad, lo hace
aparecer ante la historia, si no como gobernante bueno,
sí como bien intencionado, aunque inepto, negligente y
voluble. Yno obstante todo lo malo, su administración
fué progresiva. No se ha apreciado así porque se suele
ver más á lo material que á lo moral, y Bográn no dejó
ningún progreso material. Por ésto es calificado hasta de
retrógrado. Sensible es que se juzgue de ese modo. Ca-
lificar de retrógado al que no fomenta el progreso mate-
rial aunque fomente el progreso moral, y de buen gober-
nante al déspota que solo atiende á aquel, es confesar el
hábito del servilismo, confesar que en nada se estima la
m agestad excelsa de la propia independencia.
No, buen gobernante sólo es el que procura la felici-
dad de los gobernados; y un pueblo no es feliz únicamente
porque su territorio esté cruzado de líneas férreas, porque
sus ciudades estén adornadas con soberbios palacios, her-
mosas calles y suntuosos pai*ques; porque las fiestas pú-
blicas se sucedan á menudo, costeadas con dinero del Te-
soro; porque se vea el lujo en las clases sociales. Si en
medio de todo eso ninguna persona puede manifestar sus
deseos y sus penas; si un ejército formidable sirve solo pa-
ra guardar al gobernante y pisotear la Soberanía Nacio-
nal; si un grupo de sicarios y esbirros mantiene á los hom-
bres honrados en constante sozobra; si nadie puede tener
á salvo ni su hogar, ¡Ah! ese pueblo no es feliz, es com-
pletamente desgraciado. Toda cadena molesta, causa do-
lor aunque sea de oro. La comodidad material en nada
compensa la horrible angustia de sufrir ó de esperar per-
secuciones. Por lo mismo, preferibles son los goces tran-
quilos de los derechos, la seguridad individual en la pobre-
za, á la opresión en medio de la opulencia.
— 64 —
Sucede que es muy difícil poséer la libertad perfecta.
Al principio, como es muy compleja, no sabemos hacer
buen uso de ella, como no sabemos aprovecharnos de una
máquina complicada que no conocemos. Más con la prác-
tica llegamos á ejercitarla bien y entonces da sus grandes
frutos. Por ésto lo que más necesitamos de nuestros go-
bernantes es que nos dejen libres. Libertad de locomoción,
de reunión, de asociación; libertad de la tribuna y de la
prensa; libertad del voto; seguridad individual. Qué pue-
de sernos más benéfico? Y debemos calificar como bueno
al gobernante que no nos oprima; y como malo, al que la li-
bertad nos quite, por más que se empeñe en el material
progreso. Pensar de manera distinta es abyección, es de-
generación. Los hombres de alma noble, que estiman la
dignidad y el honor, dicen como el gran poeta francés:
¿Aunque la tiranía nos proporcionara todos los bienes ma-
teriales, auque diera suculentos manjares á nuestro pala-
dar, música á nuestro oído, aromas á nuestro olfato, to-
dos los placeres juntos; prefiero tu pán negro, ¡liber-
tad!»
Libro segundo

LA REVOLUCION
XI
PROPOSITOS DE CONCILIACION

Uno de los errores políticos del General Bográn fué


haber escogido á Leiva para que le sucediera en el poder.
El General Leiva era un hombre apreciable, se le tenía
por honrado y patriota; pero no era instruido y nada
conocía de la ciencia política. Esta ciencia es de las más
difíciles: son necesarios mucha dedicación y talento para
llegar á poseerla y poder gobernar bien. Por lo mismo
muy pocos merecen llegar á la Presidencia de la República,
si se trata de la felicidad y progreso del pueblo. Sin em-
bargo, comunmente se cree que basta que un hombre tenga
honradez en su vida social y lo que se califica de buen senti-
do, para que sea digno del gobierno. A un hombre que
no sabe de agricultura no se le encarga una hacienda para
que la administre y la aumente; al que no ha estudiado y
practicado la náutica, no se le hace Capitán de buque; al
que no es Licenciado en derecho no se le nombra Magistra-
do de Corte de Justica, y; ¡oh aberración! un pais que es
lo más complicado y más valioso, se entrega á cualquier
ignorante, que no sabiendo como se gobierna procede á su
antojo ó capricho y el resultado es que solo comete desa-
ciertos: atropella, explota, y anonada á la sociedad. Leiva
era de esos hombres; y en él no era todavía lo peor su com-
pleta ignorancia sino que ya había gobernado, y herido
muchos intereses. En consecuencia, los ciudadanos, obe-
deciendo por instinto á las leyes sociales, lo habían de
rechazar; y para que resultara electo Presidente, era me-
— 68 —
nester que Bográn ejerciera mucna presión y atropellara
la libertad bárbaramente.
Pudo alegar Bográn en defensa de tan grave error,
que Leiva era el más aceptable, porque el Dr. Bonilla lo pro-
puso como candidato del partido liberal. Eso solo demos-
traría menos mala intención; pero no disculpa su yerro la
equivocación del Dr. Bonilla. Si un jefe de partido no de-
be equivocarse jamás, menos un gobernante, porque un
desacierto es una falta y una falta en política es ver-
dadero crimen: ocasiona inmensos é irremediables ma-
les.
Si en lugar de escoger á Leiva, hubiera dejado Bográn
que se presentara la candidatura del Dr. Manuel Gamero,
amigo suyo, Leiva, por resentimiento, habría aceptado la
del partido liberal. Entonces, Bográn, habría podido
conceder la más amplia libertad, y hubiera triunfado su
candidato sin necesidad de ejercer presión pues por más
que Leiva hubiese sido candidato liberal, el pueblo habría
electo voluntariamente, por las leves sociales, al Dr. Game-
ro. De ese modo no hubieran quedado enconos, la oposi-
ción habría sido moderada, la libertad existido y la alter-
nabilidad legal podido llegar á afianzarse. Pero qui-
so Bográn que Leiva fuera su sucesor, y se puso en una
situación embarazosa. El gobernante que usurpa los
derechos de los demás, está en la condición difícil de no
poder ceder, cuando se equivoca, sin considerarse humilla-
do. Esa susceptibilidad del orgullo es su castigo, porque
ella lo pierde. No cede, aunque considere injusto y peli-
groso que ha S'esuelto, y se obstina en ir adelante por
lo
más que esto sea su ruina. Cuando vió Bográn que la
opinión rechazaba á Leiva, ya no pudo retroceder, y se
empeñó en hacerlo subir sobre el odio y el despecho, para
quedar maldito del pueblo v despreciado de los mismos á
quienes creía favorecer. Merecido castigo que obtienen
los que, por satisfacer sólo sus pasiones, abandonan la ra-
zón y atropellan la libertad y la justicia.
El General Leiva organizó así su gabinete: Ministro
de Gobernación, doctor Jesús Bendaña; de Relaciones Ex-
teriores, doctor Jerónimo Zelaya; de la Guerra, General
Carlos F. Alvarado; de Instrucción Pública y Justicia,
— 69 —
doctor Adolfo Zuñiga; de Fomento, doctor Ponciano Pla-
nas y de Hacienda, don Próspero Vidaurreta.
La opinión pública, formada por la prensa de oposi-
ción, recibió mal estos nombramientos por las afinidades
de los nuevos Ministros con la administración de Bográn,
desprestigiada en extremo. Murmurábase que dos de
ellos habían sido Ministros y uno empleado inferior en
la administración pasada. Otro era cuñado de Bográn y
los dos restantes se habían aprovechado de las defrauda-
ciones fiscales. Todos pertenecían á la alta sociedad, los
más de entre ellos eran instruidos, y los que no lo eran te-
nían alguna experiencia en los negocios públicos; pero los
antecedentes los desconceptuaba por completo ante la con-
sideración del pueblo, y con su participación en el Gobier-
no se acentuaba el descontento y se robustecía la oposi-
ción.
No él, que no tenía ma-
se explicaba el General Leiva,
las intenciones; que había sido rogado por el doctor Bo-
él,

nilla para que aceptara la candidatura liberal; no se expli-


caba porqué era objeto de tanta oposición. Veía venir
centellante la guerra civil, se horrorizaba, no sabía la ma-
nera de impedirla, y sólo se le ocurrió lo que se le había
ocurrido á Bográn: buscar la conciliación con los liberales.
Para conseguirla, encomendó á varias personas de impor-
tancia, entre ellas el General Pablo Nuila y don Mónico
Córdova, que hablasen al doctor Bonilla y le rogaran que
calmase la acritud de la prensa y la exaltación de los clubs,
porque ellos mantenían
ánimos agitados é impelían á
los
los pueblos á la guerra. Si moderaba el* doctor Bonilla la
prensa y los clubs, no molestaría el Gobierno á los libera-
les en sus trabajos de organización; respetaría la libertad
en las elecciones de autoridades locales y de diputados al
Congreso; ocuparía en empleos públicos á algunos de los
liberales que fueran competentes; y se apartaría de la in-
fluencia directa de Bográn, á quien sólo en lo bueno pro-
curaría imitar. Pero si el doctor Bonilla no variaba de
sistema, reprimiría la libertad de la prensa y la de reunión,
aunque ésto le fuera muy sensible.
El doctor Bonilla calificó entonces de déspota al go-
bernante que así procedía, dijo que esas proposiciones eran
— 70
absurdas y contestó que sólo cambiaría de conducta si
Leiva aceptaba las condiciones que siguen: destitución y
castigo por los tribunales de justicia de todos los emplea-
dos de hacienda defraudadores del tesoro público, y de
los empleados de otros ramos que hubiesen delinquido: re-
moción de los empleados que hubiesen cometido abusos en
la campaña electoral (que eran casi todos) reemplazándolos
con hombres honrados (que lo eran sólo los liberales; y libe-
rales sólo los partidarios del doctor Bonilla); formación de
nuevo Gabinete, escogiendo á los hombres de plena con-
fianza del partido liberal (esto es, los que indicara c-1 doc-
tor Bonilla); derogación inmediata de las leyes malas; re-
forma en todo sentido, desligándose de los hombres que
habían tenido influencia en el Gobierno de Bográn. Si
estas condiciones no eran aceptadas, continuaría denun-
ciando los abusos y exigiendo el castigo de los criminales,
porque tenía para ello perfecto derecho. Ahora, que si se
violaba la libertad, ocurriría á la insurrección para hacer
que se le respetase, y que estaba seguro del triunfo.
Grande fué el pesar que tuvo Leiva al conocer con-
diciones del Dr. Bonilla. «¿Sólo eso pide ese gran patrio-
ta?» exclamó. «Puede poner todavía otra condición: que
le entregue la presidencia.» Pero Leiva era modesto, no
perdió la esperanza de que el Jefe del Partido Liberal re-
flexionara y después de algunos días hizo que el General
Carlos F. Alvarado, Ministro de la Guerra, tuviese con él
nueva conferencia. El doctor Bonilla repitió con más én-
fasis lo que exigía; y Alvarado, viendo tanta pretensión,
le dijo con sorna^que sus condiciones no podían ser mejo-
res; y aconsejó á Leiva que desistiera de sus buenos pro-
pósitos, porque don Policarpo cada vez se envanecía y ex-
traviaba más. *
El pueblo supo los trabajos en favor de la concilia-
ción y ansioso de libertad, pero inexperto, calificaba lo
;

propuesto por Leiva de exigencia despótica, y la resisten-


cia del doctor Bonilla, de valor, de gran carácter, dándo-
le á éste toda la justicia. Creía el pueblo que el doctor
Bonilla, con su conducta, servía la causa de la libertad; y

* Véase la nota B.
— Vi-
lo seguía con entusiasmo, sin comprender que el que pro-
cede como el doctor Bonilla, ó no conoce la política ó lo cie-
ga la ambición personal. El deseo del doctor Bonilla evi-
dentemente era que su partido adquiriese el poder. Error
lamentable! Los partidos, si han deservir al público, no
deben tener por mira principal el poder, sino la liber-
tad. El poder debe ser para ellos secundario, porque
si es su objetivo principal, se vuelven peligrosos y perjudi-
ciales á la nación. Con la libertad de que disponen ata-
can desenfrenadamente al Gobierno y éste los persigue:
mata la libertad. Si estalla la guerra civil, quien quiera
que sea el que triunfe la libertad no reaparece, y quedan
la desolación y la ruina.
Contrallado Leiva porque no podía lograr conciliarse
con los liberales, y por temor al pueblo de la capital, re-
solvió permanecer en Comayagua hasta que se calmase la
agitación de los ánimos, sin desistir todavía de sus buenos
propósitos de conciliación. Más apenas tomaba posesión
de la presidencia apareció por la frontera del Salvador un
movimiento revolucionario encabezado por el General Te-
rencio Sierra. Se le presentaba un pretexto para suspen-
der las libertades de la prensa y de reunión, y el 11 de di-
ciembre decretó el estado de sitio en toda la república.
Así, quedaron suprimidas no solo esas sino todas las liber-
tades; el pueblo ocurriría á la guerra civil, y el Gobierno
se entregaría por completo á los que representaban la
reacción.
XII
INVASION DEL GENERAL SIERRA

La invasión del General Terencio Sierra en momentos


en que se practicaba por primera vez el principio de alter-
nabilidad en el poder, era á todas luces injustificable, por-
que llegaba solo á perjudicar la causa redentora del dere-
cho. Suponiendo que Sierra hubiera invadido con sufi-
ciente ejército para triunfar sobre el Gobierno, habría
efectuado el cambio de un presidente originado de la lev
por otro originado de la fuerza, causando un retroceso en
la región de las ideas. Mas, invadiendo sólo con veinte
hombres, unos, hondureños movidos por el ansia de regre-
sar á su patria, otros, aventureros impelidos por el deseo
de medrar en la revuelta, no podría triunfar y daba pretex-
to al Gobierno para que suspendiera en toda la República
la libertad de imprenta y la de reunión que estaban permi-
mitidas. Era piles, la invasión del General Sierra contra-
ria á la libertad: un verdadero crimen.
Quién era ese militar que se permitía combatir al Go-
bierno, trastornar el orden, interrumpir la libertad que
avanzaba merced á las concesiones del Presidente Bográn,
aprovechadas por el Partido Liberal? ElGral. Sierra era en-
tonces todavía desconocido. Inició su carrera de las armas
en la guerra civil de 1873. Sin más méritos que pertenecer
á la clase propietaria y haber hecho en Estados Unidos
de América algunos estudios para la carrera del comercio,
el Gobierno del doctor Céleo Arias le confirió el grado
de teniente coronel y lo incorporó á una de las columnas
— 73 —
que combatían la insurrección. Cayó Arias y Sierra fue
al destierro. Regresó en la Administración del doctor
Soto y fue nombrado Comandante de Armas de la Sección
Militar de Nacaome, puesto que conservó por su obe-
diencia al despotismo. Obligado el doctor Soto á reti-
rarse del poder, Sierra fué uno délos empeñados en que
el doctor Arias le sucediera. En consecuencia, se malquis-
tó con Bográn. y éste poco después de recibir la presi-
dencia lo separó de los empleos. Teniendo ya Sierra
el hábito del mando arbitrario y habiendo perdido el del
trabajo, no era posible que bajase á obedecer y á ocuparse
honradamente en la agricultura ó el comercio, volvió á
salir del país, ya con el grado de Brigadier que le había
conferido el General Bográn para atraérselo. Transcurridos
varios años le llegó noticia de la lucha electoral. Supo
que el designado para suceder á Bográn era Leiva, y que
el desprestigio de ese nuevo gobernante era inmenso. Cre-

yó las exageraciones de la prensa, y aunque no las creyera,


se le presentaba una buena ocasión para combatir á un
enemigo, y sin pensar en la trascendencia de lo malo
que hacía, aguijoneado por la ambición, entró con los pocos
inexpertos que lo acompañaban á tentar la fortuna para
él y á causár la desgracia del país.
Esa clase de hombres, como Sierra, formados por
gobernantes despóticos, al no dárseles empleo, se vuelven
enemigos del Gobierno v viven conspirando para derrocarlo.
Sin conocer las causas del triunfo de algunas insurreccio-
nes, creen que todas pueden triunfar, y que con decir
que van á luchar contra los tiranos, bífstan unos cuantos
gritos y tiros en los montes para que el pueblo se les
reúna, los ejércitos se formen y el triunfo se consiga. No;
el triunfo de las insurrecciones está sujeto á leyes sociales,
independientes de las ambiciones y de los egoismos, y los
que las intentan intempestiva ó torpemente, no hacen más
que trastornar el orden público. Los ánimos estaban
exaltados, mucho era el desprestigio del Gobierno cuando
General Sierra invadió, sin embargo nadie corrió á en-
grosar sus filas no porque se supiera que llegaba acompa-
ñado de muy pocos, no porque se comprendiera que bus-
caba sólo el poder, sino porque las sociedades no están
— 74
á merced del primer loco ó ambicioso que quiera dirigir-
las.
El General Sierra tomaba el nombre de liberal para
atacar al Gobierno y no era más que un farsante; alar-
deaba que quería el bien del pueblo y con su invasión
no hacía más que perjudicarlo. Cuando existía la colonia
los mayores enemigos de los pueblos eran los aristócratas y
los sacerdotes. Obtenida la emancipación, formada la
República, libertada la conciencia, los mayores enemigos
de los pueblos son los que los gobiernan y los que desean
dominarlos. Estos hombres presentan á la conciencia
popular perniciosas teorías: los de arriba las teorías del
despotismo, los ambiciosos de abajo las teorías demagó-
gicas. Estas llenan el aire de tempestades, el animo de
temores, v los ignorantes y los tímidos se acogen á la
fuerza para salvarse. Sierra decía que con la insurrec-
ción debía libertarse el pueblo. No, no es con insurrec-
ciones ridiculas, con saltos de mata, con lo que se enca-
mina á los pueblos á ser libres. Los que siguen á los
ambiciosos están tristemente engañados, no tienen la
menor noción del derecho, ó van en busca de punible
merodeo.
En presencia del escaso peligro que amenazaba á
Leiva, no debió este alarmarse y sí ocurrir con habilidad
á mantener el respeto debido á su Gobierno. Más él no
conocía las causas y efectos de los acontecimientos, v el
que no los conoce pierde al pronto la sangre fría necesaria.
Después de decretar el estado de sitio en toda la república,
como si toda estuviera amenazada, dispuso levantar un
gran ejército como para defenderse de enemigo formidable,
y ordenó combatir á Sierra, sin plan, sin arte ninguno
militar. Sierra perseguido por columnas de tropas se
dió á correr por montes, valles y cerros cual capitán de
bandoleros, y como no alcanzaba, el pueblo se reía del
se le
Gobierno v calificabaSierra de
á gran guerrillero.
Cansado éste}’ sin esperanza de aumentar su escasa tropa
se volvió al Salvador sin haber intentado la menor acción
que pudiera distinguirlo.
En un país donde se tiene conciencia de lo que son y
hasta donde alcanzan los derechos del pueblo, se habría
reprobado con energía la insensata invasión, y Sierra
habría sido capturado por la gendarmería y castigado por
los tribunales comunes sin que el Gobierno se entrome-
tiera en la imposición de la pena. Mas, en un país como
Honduras, donde el constante abusó de la fuerza de
arriba y los hábitos revolucionarios de abajo han per-
vertido las ideas, los temerarios como Sierra halagan las
imaginaciones comprimidas, y si logran salvarse por la
flojedad é ineptitud del Gobierno, se convierten en héroes
populares. Los liberales, sin embargo de que ellos eran
los más perjudicados, se entusiasmaron con la invasión de
Sierra, y el Doctor Bonilla que debió condenarla con vigo-
roso acento, se limitó á declarar que no tenía con ella
ninguna conexión. Con ésto daba á entender que lo que
hacía Sierra no era malo; pero no debían seguirlo los
liberales porque no procedía con instrucciones del Jefe
del Partido.
Ya lo hemos dicho; si es funesto que un solo hombre
personifique toda autoridad, todo gobierno, peor es que
un solo individuo personifique las oposiciones ó los par-
tidos y no debe consentirse ni una ni otra cosa porque
las sociedades padecen inmensamente cuando están al ar-
bitrio de las pasiones personales. Si el Gobierno no lo
hubiera representado sólo el General Leiva, habría le-
vantado el estado de sitio inmediatamente después que
el General Sierra fué reconcentrado á la capital salvado-
reña de orden del Presidente Ezeta; pero no lo hizo
porque no quería ninguna oposisión. Y si el Partido
Liberal no lo hubiera personificado el Df. Bonilla, éste aun
censurando lo malo hubiera sostenido al Gobierno que re-
presentaba por primera vez la alternabilidad; se habría
satisfecho con practicar la libertad de la prensa y de reu-
nión y de entrar ep las luchas electorales-; pero no traba-
jaba ya sino por el poder y después que General Sierra
regresó al Salvador, continuó agitando Jos ánimos, y con
el pretexto de que el Gobierno mantenía el Estado de
sitio, empezó á conspirar. Dió instrucciones á todos
los clubs liberales de prepararse á la defensa diciéndoles
que estaban amenazados de ser disueltos por la fuer-
za; entró en inteligencias con los emigrados de impor-
— 76 —
tanda para que estuviesen listos á invadir si llegaba el
caso de ocurrir á las armas en el interior; y á unos y
otros les envió la señal del levantamiento.
El Gobierno sospechó la conspiración veíala activi-
:

dad de los liberales y recibía informes que la confirma-


ban; pero sin pruebas no querían ocurrir á las represio-
nes. Ordenó que se aumentara la tropa de guarnición
en las plazas, y “El Correo Nacional,” órgano del Minis-
terio, profirió amenazas contra los conspiradores. El Doctor
Bonilla se defendió limitándose á negar, y á sus amigos
que no se preocuparan por las amenazas del Go-
les dijo
bierno, pues no llegaría á obtener la prueba del delito,
porque no .se puede probar un pensamiento; y no desistió
de sus propósitos.
Había entrado el Doctor Bonilla en una pendiente
resbaladiza y ya no retrocedería. Nadie habría podido
conseguir que desistiera de su loco intento. Creía que
el desprestigio de Leiva bastaba para producir una
revolución. Algunos lo incitaban con ofrecimientos y él
no quería perder la oportunidad de levantarse. No pen-
saba que aun en el caso de que el pueblo estuviese pronto
á responder á su llamamiento, no tenía armas, v que
sin armas aunque lograra reunir millares de hombres, no
podría vencer á los batallones armados del Gobierno ni
por obra de milagro; y aunque veía que el Gobierno se
aprestaba á la defensa, continuó el Doctor Bonilla
preparándose y se entendió con el General Sierra á fin de
que volviera á invadir. Al General Manuel Bonilla que per-
manecía en Nicarágua, le indicó que marchase á Livings-
ton, reuniera á los emigrados que estaban en Guate-
mala é invadiera asaltando á Puerto Cortés en fecha
designada. Por el camino de la revolución intempestiva,
el Partido Liberal dejaba de ser el defensor del derecho.
XIII
DESTIERRO DE LIBERALES
PROMINENTES

Muchos de los liberales ayudaban al doctor Bonilla


en conspiración, convencidos de que el pueblo deseaba
la
la guerra para deponer al General Leiva. Las ideas pre-
dicadas por la prensa de oposición daban este resultado.
¡Grande responsabilidad la de los escritores! Toda idea
que se siembra en la sociedad, sea buena ó mala, germina.
Ño comprendemos cómo sucede ésto, porque no lo vemos,
como no vemos germinar la semilla que se siembra en la
tierra sino hasta que brota el tallo en la superficie; más es
lo cierto que una idea depositada en la conciencia toma
forma y se desarrolla. Por lo mismo, de los escritores de-
pende el bien ó el mal en la sociedad y su responsabilidad
es’ inmensa, El Jefe del Partido Liberal, predicaba la gue-
rra por haber sido impuesto Leiva y por las arbitrarieda-
des que éste cometía. Acogida por el pueblo la idea, la
guerra fué inminente. ¡Funesta equivocación! Se le creía
justa; y era contra el derecho! Se le creía provechosa á la
libertad; y favorecía al despotismo!
En las naciones educadas por el sistema de la fuerza
se cree comunmente que si el gobernante impone á un can-

didato pueblo debe levantarse.


el No; la imposiciones un
abuso de facultades, un delito que debe castigarse; pero
el castigo corresponde al tribunal que la ley designa, no al
pueblo. Si ese tribunal no puede imponer el castigo, de
78 —
aquí no se deduce que el pueblo debe hacer efectiva la res-
ponsabilidad. La Constitución da el poder omnímodo al
Ejecutivo, y quien lo ejerce es un hombre, es decir, un ser
frágil: vano, orgulloso, egoista, impetuoso; se le pone la
facilidad para el abuso; se quiere que sea responsable, v se
le da el medio de evitar esa responsabilidad; este es un con-
trasentido. El mal, pues, no está en el que abusa sino en la
ley constitutiva que no dispone el modo de evitar el abuso.
Si ocurre el pueblo á la insurrección para derrocar al go-
bernante impuesto no remedia el mal, porque cualquiera
que sea el que ponga en su lugar siempre cometerá los
mismos abusos y atropellos, las mismas imposiciones, mien-
tras no se reformen las leyes de manera que se haga impo-
sible cometerlos.
En consecuencia, el deber del Partido Liberal era em-
peñarse con verdadero valor cívico en que se reformara la
Constitución para quitar atribuciones al Ejecutivo y ga-
rantizar las libertades, no en que se cambiara al Presiden-
te Leiva. Y si se atendía á que los gobernantes anterio-
res al General Bográn habían tenido el poder hasta que
la fuerza se lo había quitado, y él lo deponía voluntaria-
mente, mucho menos se debía pensar en deponer á Leiva.
La alternabilidad era verdadera ganancia y á toda costa
debía tratar el partido liberal de conservar lo ganado, y no
destruirlo. Por el momento no debía desearse más. Des-
pués llegaría á obtener la libertad del voto. No confor-
marse con lo obtenido, querer que el Presidente Bográn
respetara en absoluto la libertad, y que en uso de esa liber-
tad el pueblo elegirse al doctor Bonilla, enemigo del Pre-
sidente Bográn, y que este le entregara la presidencia, y el
Partido ministerial se resignase, era prtender un imposi-
ble, porque eso solo podría suceder por milagro, cosa
que no existe en el mundo moral ni en el mundo
físico. Nada se forma de manera súbita, sino lentamen-
te, grado á grado. Por lo mismo no era posible que el
pueblo, siempre oprimido, llegara de improviso á la pose-
sión completa de todos sus derechos. Por desgracia el
Partido Liberal no se resignaba á su derrota, é impulsado
por el doctor Bonilla ansiaba deponer á Leiva. Con ésto
se apartaba del camino que conduce á la libertad y demos-
— 79 —
traba que únicamente deseaba llegar al poder. Si el Par-
tido Liberal hubiese querido alcanzar la libertad, jamás
debió pensar en ir á la guerra prematuramente. ¡Ahíla
libertad no es el producto de la fuerza ciega, es el resulta-
do de la elaboración lenta de las ideas y éstas solo pueden
propagarse v difundirse al calor de la palabra, y la pala-
bra solo vibra en los clubs y vislumbra en la prensa, y és-
tos solo pueden trabajar en la paz. Por lo mismo el Par-
tido Liberal debió empeñarse en continuar propagando
las ideas progresivas, á pesar de los obstáculos y de los do-
lores. Conspirar no era amar la libertad sino desear sobre-
ponerse por cualquier medio, querer el gobierno para go-
zar de grangerías y negarlas á los contrarios como éllos
las negaban. Con la guerra no sólo no conseguiría que se
respetara la libertad del voto sino que corría el peligro de
que se entronizara el despotismo.
En todos los tiempos de la Historia la guerra ha sido
buena para destruir los privilegios, mala para establecer la
libertad. El privilegio es la posesión de la fuerzay sólo se
destruye con la fuerza; la libertad es la observancia de los
principios justos y sólo se consigue con la difusión délas bue-
nas ideas. Así, si se ocurre á la revolución para que la liber-
tad se observe, por el mismo hecho de ser la fuerza contra-
ria á la libertad, aquella se sobrepone cualquiera quesea
el resultado de la lucha armada. Si triunfa el Gobierno,
se vuelve más abusivo y opresor; si triunfa la revolución,
los jefes que la han llevado á la victoria se sobreponen con
el brillo de las armas, y para ejercerlas represalias restrin-
gen la libertad. El pueblo los acepta g-eyendo que ellos
son sus salvadores. Por lo mismo es grave falta ocurrir
á la insurrección cuando aunque con dificultades, pueda
llegarse á la libertad por los medios pacíficos.
El partido Liberal iba á caer en esa falta porque de-
seaba el poder, Conspiraba el doctor Bonilla v los libera-
les de su confianza le ayudaban activamente. El General
Leiva comprendió el peligro y llamó al doctor Bonilla á una
conciliación. Para que tuviera éste confianza en la sin-
ceridad de sus propósitos, nombró Comandante de Armas
de Tegucipalpa al General Pablo Nuila, querido de los li-
berales; pero no transigió el doctor Bonilla y ya no pensó
— 80 —
Leiva sino en prevenir el peligro por medio de la fuerza.
No encontraba entre sus amigos un militar enérgico, va-
liente, despótico, á quien nombrar Comandante de Ar-
mas de Tegucigalpa para que se hiciere temer de los li-
berales, y pensó en el General Domingo Vásquez, se
había servido en su anterior admistración y le que
encontraba en Nicaragua. Resolvió llamarlo, y Vásquez
apareció repentinamente en Tegucigalpa: á poco lo nom-
bró, contra la opinión de sus Ministros, Comandante de
Armas de ese departamento, en sustitución del General
Nuila. Había intentado Vásquez derrocar á Bográn ha-
ciendo asaltar el puerto de Amapala, se sabía su ciega am-
bición, y no obstante, Leiva le daba las armas. A un ene-
migo inofensivo lo convertía de la noche á la mañana en
enemigo poderoso.
El doctor Bonilla y sus amigos temieron á Vásquez,
y se volvieron más prudentes: pero el General Leiva no cre-
yó que desistieran de conspirar, principalmente por los fre-
cuentes motines que ocurrían en Tegucigalpa, impulsados
por los demagogos. Aumentó las guarniciones, y no tran-
quilo con ésto, preguntó á sus cortesanos qué más se de-
bía hacer. Como sucede en tales casos, hombres que ig-
noran la ciencia política, aconsejan según sus pasiones.
Los más malos aconsejaron á Leiva que para evitar el pe-
ligro tuviera en la penitenciaría á los liberales prominentes
y fusilara al doctor Bonilla; otros aconsejaron que se les
relegara áRoatán, puerto en una isla del mar Caribe, de
clima muy insalubre, entonces mortífero porque acababa
de atacar la fiebre. amarilla; los cuerdos, que eran pccos,
aconsejaron que se esperase á tener prueba plena de la
conspiración y que se les encausara y castigase conforme á
la ley. Leiva resolvió el término medio, la relegación; y
ordenó que se capturara al doctor Policarpo Bonilla, á los
Generales José María Reina, Miguel R. Dávila, Dionisio
Gutiérrez, Erasmo Velásquez; y á los Coroneles Miguel
Oquelí Bustillo y Enrique Lozano, y se les remitiera á Roa-
tán.
El General Vásquez, que ambicionaba el poder, vió
que se le presentaba una oportunidad de demostrar in-
fluencia y atraerse simpatías populares, la cogió por los
— 81 —
cabellos y observó al Presidente Leiva la orden de relega-
ción. indicándole que creía más conveniente para que los
ánimos se aplacasen, cambiarla por destierro, en la segu-
ridad de que por más que los desterrados se empeñaran en
buscar auxilios para hacer la revolución, nada consegui-
rían, mucho menos del Presidente Sacasa, y quedarían
pronto desacreditados. * Aceptó Leiva lo que le acon-
sejaba Vásquez maquiavélicamente, y lo facultó para des-
terrarlos. La condescendencia de Leiva causó enojo á Bo-
grán y á los Ministros. Le hicieron muchas reflecciones
sobre los peligros de dejarlos en mas libertad para seguir
conspirando; pero no retrocedió Leiva en su determina-
ción tanto porque le parecía mostruosa la relegación á
Roatán como por no disgustar al hombre en quién ponía
su confianza como experto, enérgico y valiente.
El día 6 de mayo de 1892, llamó el General Vásquez á
su despacho á los liberales indicados y les mostró la orden
que había recibido de remitirlos á Roatán; pero les mani-
festó que les extendería pasaporte para Nicaragua y de-
bían marchar inmediatamente. Solicitaron permiso pa-
ra salir al tercero día, llevando cada uno sus armas y les
fué concedido ofreciéndoles Vásquez que sus familias no
serían molestadas con ningún pretexto.
La noticia del destierro de los Jefes del Partido Li-
beral se divulgó por todas partes y produjo en el pue-
blo de Tegucigalpa gran agitación. Formábanse co-
rrillos, comunicábanse las ideas, se manifestaban las que-
jas, se insinuaban deseos de ocurrirá las armas; pero el
Gobierno estaba fuerte, y los desterrados, en presencia de
la horrible realidad de lo que sobrevendría, no podían
hacer otra cosa que tratar de calmar los ánimos con pro-
mesas de mejora próxima, y apercibirse á cumplir lo or-
denado. En la mañana del tercero día, término prescri-
to, salieron para Nicaragua por la vía de Güinope.
Gran número de correligionarios fué á encaminarlos á le-
janas distancias, y el poder militar no lo impidió, ni estor-

* El General Vásquez en su emigración había solicitado auxilio de los


Presidentes de Centro América para hacer la guerra al General Bográti, y
nada había podido conseguir. De quien guardaba más resentimiento era
del Dr. Sacasa.
— 82 —
bó manifestaciones de simpatía de que eran objeto en
las
los pueblos por donde pasaban. Cuatro días después
traspasáronla frontera, dejándola consternación y lleván-
dose la posibilidad de desencadenar más fácilmente sobre
el país la horrible guerra civil.

1
XIV
ASALTO DE PUERTO CORTES

La noticia del destierro de los Jefes del Partido Liberal


se divulgó con mucha prontitud por todos los ámbitos de
la República y al paso que se difundía más se manifestaba
la cólera contra el Gobierno. Calificábase de arbitraria esa
medida política y como una ciega y torpe venganza por
los ataques que le habían dirigido. Muy pocos sabían que
en verdad conspiraba el doctor Bonilla; por lo mismo aunque
en el fondo tuviera el Gobierno alguna excusa, careciendo
de prueba siquiera aparente, el pueblo atendía sólo al pro-
ceder ilegal, y consideraba á los desterrados como mártires
de la libertad.
Los gobernantes proceden al arbitrio porque desconocen
la virtud de la ley. Creen que la verdadera fuerza está en el
ejército y á él se agarran suponiendo que así permanecerán
muy firmes. Se engañan tristemente. La fuerza inconsciente
délas armas no es energía, es debilidc^; y por ésto los
gobernantes arbitrarios aun creyéndose fuertes viven entre
miedos y zozobras. La más pequeña oposición, necesaria
para la vida social, porque .sin ella se corrompen los pueblos
como el agua estancada; la más pequeña oposición los
inquieta, le temen tratan de comprimirla y les resulta que
con las persecuciones la aumentan. Una conspiración no
sólo los inquieta, los llena de espanto, procuran destruirla
á todo trance y sin esperar á tener alguna prueba para
fundarse en la justicia y á que los tribunales castiguen
conforme á la ley, proceden al arbitrio y se abrogan el
derecho de imponer éllos el castigo. Las conspiraciones
son á veces extravío de los que ambicionan el poder; otras
— 84 —
consecuencia del malestarque crea el despotismo. Si la
libertad existe, ríase Gobierno de los conspiradores.
el
Tenga el ejército dirigido por jefes competentes y honrados,
no busque favoritos que regularmente son ineptos, ó corte-
sanos que puedan traicionarlo, y deje á los conspiradores
que se engolfen: se pierden sin remedio al llevar á obra
la conspiración, y él se vigoriza anonadándolos con la apli-
cación imparcial de las leyes. Si la conspiración es conse-
cuencia del despotismo, en vez de debilitarla ó destruirla con
medidas arbitrarias, la agrandan; y si no pueden unos con-
tinuarla, otros los reemplazan, con ventajas, porque el
pueblo que siempre se conduele y admira á las víctimas,
estará siempre listo para vengarlas. Entonces el Gobier-
no se encontrará bamboleante.
Esa era la situación delGeneral Leiva cuando ejecutó
el destierro de los Jefes del Partido Liberal. Sin embargo,
viéndolos salir del país se consideró fuera de todo peligro
y respiró con desahogo. De pronto le llega el informe de
que el General Manuel Bonilla había asaltado á Puerto
Cortés. Su contrariedad fué inmensa, su temor indescrip-
tible. Gozaba el General Bonilla de buena reputación
militar, se le creía de mucho juicio, y se supuso que no
se aventuraba como Sierra en una empresa loca, sino que
llegaba muy fuerte.
El General Manuel Bonilla había servido siempre en
las filas del Gobierno, se distinguió en varias campañas
anteriores por su valor y disciplina, y obtuvo desde soldado
raso en rigurosa escala sus grados militares. El Presi-
dente Soto lo ascendió á Brigadier, lo hizo su favorito y
le encomendó varios puestos de importancia. En 1883
en que se retiró Soto del poder, era el General Bonilla
Comandante del Puerto y Administrador de la Aduana
de Amapala. Sintió mucho pesar, y quería que el que le
sucediera fuese.de la conveniencia de Soto. La candi-
datura de Bográn le desagradó; se opuso á ella y se em-
peñó en que triunfara la de Arias, á quien había servido
en la época de su Gobierno. Prevaleció Bográn y quitó
al General Bonilla sus empleos. Este salió del país poco
tiempo después y ayudó á los trabajos empeñados para
que volviera al Poder el Doctor Soto. Esas tentativas no
— 85 —
tuvieron buen éxito; y*en 1891 se hallaba el General Bo-
nillaen Nicaragua, fastidiado de su emigración y ansioso
de regresar á la patria. Lo habría efectuado; pero el
General Leiva presentado como sucesor de Bográn le dis-
gustó, al ser impuesto varió de propósito, y como lo invi-
tase el Doctor Bonilla á que le acompañara en la insurrec-
ción que proyectaba, se puso á sus órdenes.
El Doctor Bonilla inició sus trabajos políticos abo-
gando por la buena causa, el imperio del derecho. Acon-
sejaba al Gobernante respeto á las leyes, á los ciudadanos
valor cívico y á los partidos moralidad política. Quería
la organización del Partido Liberal para que fuese celoso
defensor de la paz, benéfica á la libertad, y reprobaba
enérgicamente la guerra, calificándola como la fábrica de
los déspotas. Cuando se vió jefe de Partido y con el aura
popular, que le dieron los desaciertos del Gobierno, pen-
só que podía llegar al poder, lo ambicionó y dominado
por esa baja pasión del egoísmo, calló las ideas que había
predicado, las olvidó y predicó las contrarias: las revolu-
cionarias. Subió el General Leiva por imposición de Bo-
grán y el Dr. Bonilla no quiso transigir en bien de la
causa del derecho, pretestando que la alternabilidad no
era legítima, y empezó á conspirar. Cuando lo creyó opor-
tuno recordó al General Bonilla el ofrecimiento que le
había hecho de sus servicios y le ordenó que se dirigiera
á Livingston para que efectuara una invasión por la
costa del Norte de Honduras en apoyo del levantamiento
de los departamentos del Sur. El General Bonilla se
trasladó sin pérdida de tiempo de Nicaragua á la capital
de Guatemala. Se detuvo allí pocos días y el 5 de mayo
partió para Livingston acompañado de varios hondureños
que habían salido del país por las persecuciones ejecutadas
en la lucha electoral. Al llegar á Livingston supo que
habían sido desterrados los jefes del Partido Liberal, creyó
que eso habría provocado el levantamiento convenido, y se
embarcó, seguido de sus correligionarios, con dirección
*
á Puerto Cortés, para cumplir su encargo.

* Según el Dr. Bonilla, ordenó al General Bonilla no efectuar todavía el


asalto, pero quien llevaba la orden se cruzó con él en el mar.
— 86 —
Arribaron los pasajeros á la pl<iya del puerto, corrieron
al Cuartel de la Comandancia y lo tomaron con facilidad
por la sorpresa. Mas no había reflexionado el General
Bonilla sobre la gravedad de su proyecto, como sucede
siempre á los que obran cegados por las pasiones. Ya
en ese cuartel se encontró en posición difícil. Hay como
á cinco kilómetros de distancia otro cuartel que defiende
el paso de la Laguna, de grande importancia táctica,
v tomarlo estando apercibida ya la guarnición, reforzada
con los derrotados del Puerto, era empresa muy difícil
para pocos invasores. Sin tener la Laguna no podría
el General Bonilla comunicarse con los liberales del interior
para que llegaran algunos á engrosar sus filas, y en esta
situación se desconsoló. Le informaron que no se sabía de
otros levantamientos en el interior, y por otra parte, el
puerto se hallaba infestado déla fiebre amarilla: su proyecto
había sido temerario.
El Gobierno recibió informes de que los invasores eran
muy pocos y los vecinos los abandonaban. Se tranquilizó
y ordenó que fuesen tropas de San Pedro Sula á reforzar
la Laguna y á recuperar el Puerto. Atacado el General
Bonilla por fuerzas muy superiores no pudo resistir, y
desistiendo de su empresa se embarcó con la mayor parte
de sus compañeros para no acabar todos tristemente.
Murieron unos en el combate y otros de fiebre amarilla, (*)
jóvenes instruidos, muy apreciables, amantes de la libertad.
Almas generosas, creían que iban á combatir por la causa
del derecho; que servían al pueblo, y si caían su muerte
habría de ser útjl á la libertad. Sublime es siempre el
heroísmo de los hombres que ofrendan su vida en provecho
de los demás; pero el de esos jóvenes inexpertos ¡qué estéril
sacrificio! No sólo estéril: por que en vez de aprovechar á
la libertad la perjudicaba. En cada combate en que la
victoria está de parte del despotismo, éste se robustece, se
vigoriza más. ¡Ah! la libertad no arraiga en los pueblos

Entre ellos murieron el joven José María Dnrón, en el combate, el


Coronel Fernando Pérez, Santiago Cervantes y Ramón Huete de fiebre ama-
rilla. La muerte del inteligente joven Francisco Lobo Herrera, es todavía
un misterio: algunos dicen que lo asesinaron sus mismos compañeros porque
los compelía á seguir combatiendo.
— 87 —
cuando la sirven las paciones sino cuando la sustentan las
virtudes. No debemos dar la vida por la libertad con
precipitación en un momento, sino consagrarle con rectitud
y calma toda nuestra existencia. Sólo así conseguiremos
que disminuyan los horrores de la maldad, que desaparesca
la abominable tiranía.
XV
LEVANTAMIENTO EN EL PUERTO
DE LA CEIBA

El asalto de Puerto Cortés, ejecutado por el General


Bonilla sin reflexión, sin medir las propias fuerzas y las
del Gobierno, sin ver las dificultades con que habría de
tropezar para reunir su ejército, mantenerlo y conducirlo,
era falta grave, no sólo política sino militar. La conciencia
nacional debía reprobarlo porque perjudicaba la causa del
derecho; mas era tanto el desprestigio del Gobierno y se
hallaba la opinión pública tan indignada por el destierro
arbitrario de los jefes del Partido Liberal que lo recibió con
alegría. Atacar á los que se odiaba, ponerlos en peligro,
no dejarles tranquilidad ese era el general deseo, aunque
sobrevinieran padecimientos. Los liberales se entusiasmaron
y especialmente los de los Departamentos del Sur se dirigían
insinuaciones reciprocas para que se ocurriese á ayudar al
General Bonilla; pero á poco llegó también la noticia
desconsoladora de que éste se había reembarcado y todos
procuraron ocultar su propósito para aprovechar mejor
ocasión.
El General Leiva, con el peligro que lo amenazaba en
Puerto Cortés, se había llenado de temor y permanecía
vacilante. Al recibir la noticia de haberse recuperado aquel
puerto, dió suelta á la contenida cólera y ordenó encarcelar
y perseguir á todos los que habían mostrado su alegría por
el suceso y tuviesen en el pueblo alguna influencia. Muchos
fueron encarcelados, otros emigraron para librarse de la
— 89 —
prisión, entre estos el Efcctor César Bonilla, Magistrado de
una délas Cortes. y Síndico Municipal de Tegucigalpa,
quién recibió orden de marchar á Roatán por habérsele
electo á pesar del Gobierno, en reposición del doctor Enrique
Lozano que había sido desterrado.
Esas persecuciones las ejecutaba el Gobierno por sis-
tema. Si desconfiaba de alguno aunque no diera moti-
vo, lo perseguía. Y sucede que cuando un gobernan-
te es celoso, si no tiene enemigos de quien desconfiar,
desconfía desús amigos y los molesta, con lo cual los con-
vierte en enemigos. Tal sucedió con el Coronel Leonardo
Nuila, joven inteligente, simpático, jovial, caballeroso y de
valor. Era de Santa Bárbara, hijo del Gral. Pablo Nui-
la, muy amigo de Bográn. Este lo protegía, y sin embar-
go de tener muy pocos años le dió el grado de Teniente
Coronel y lo nombró Jefe político, militar y de hacienda del
distrito de La Ceiba. Faltaba á Nuila instrucción, no ha-
bía alcanzado experiencia, la educación administrativa que
adquiría era muy mala: no podía tener siempre rectitud.
Pero de buen natural, sin estar pervertida su conciencia,
suavizaba el cumplimiento de las órdenes que recibía de co-
meter atropellos, y las esquivaba cuando se. referían á sus
amigos personales, con quienes era abierto, servicial. Por
esta conducta se le estimaba en la costa Norte y con espe-
cialidad en su distrito, pero desagradaba á los admirado-
res del despotismo y éstos trabajaban contra él ante el go-
bierno. Bográn no atendía esas quejas, lo sostenía en su
puesto, y en demostración de confianza lo ascendió á Coro-
nel. Mas cambiado el gobierno, consiguieron de Leiva que
lo separase del empleo v lo sustituyese con uno que obe-
deciera ciegamente las órdenes despóticas que imprudente-
mente le aconsejaban algunos de sus Ministros.
Nuila tenía á Leiva cariño y le servía con lealtad. In-
justo era el despojo y se consideró deprimido. Los liberales
no le guardaban rencor, aunque había impuesto la candi-
datura oficial, porque después les daba garantías. Com-
prendiendo que se quitaba á Nuila para amenazarlos, ma-
nifestaron su descontento y lo rodearon, pidiéndole que
fuera su jefe. Nuila aceptó, y de Agente del Gobierno pa-
só á jefe de la oposición en el distrito.
— 90 —
En la Costa Norte estaba
el pueblo tan descontento
como en Sur, aunque aparecía menos fogoso por sus
el
ocupaciones en los trabajos agrícolas, y al saber que el
General Bonilla había tomado á Puerto Cortés, se con-
movió profundamente. En la Ceiba tenían los liberales
de influencia unas pocas armas ocultas y excitaron á Nuila
á levantarse en auxilio de los invasores; mas sin estar listos
necesitaban algunos días para reunir con sigilo á los que
les habían de ayudar á tomar el Cuartel. En arreglos es-
taban para ejecutarlo cuando llegó noticia de que la inva-
sión de Puerto Cortés había fracasado, reembarcándose el
Gral. Bonilla para Guatemala. De prudencia era suspen-
der el provecto aislado; pero sin desistir de él continuó
Nuila preparándose y trató de ponerse en relaciones con
todos los liberales del interior y con los emigrados. De Gua-
temala le avisaron que el Dr. Bonilla había llegado á la Ca-
pital. y mandó un Agente á comunicarle que estaba listo
para levantar la bandera de la revolución en nombre del
Partido Liberal, y lo excitaba á que fuera á ponerse alfren-
te del movimiento, ó si ésto no le era posible, manda-
se al Gral. Manuel Bonilla para que como jefe experto y
de prestigios en el ejército dirigiese las operaciones milita-
res.
El Dr. Bonilla al salir desterrado para Nicaragua, so-
de aquel gobierno para regresar á combatir
licitó auxilio
á Leiva; pero no le dió esperanzas de obtenerlo y se fué á
Guatemala propuesto á gestionar en el mismo sentido. En-
contró la triste noticia del mal resultado de la intentona de
Puerto Cortés y se desconsertó porque nada podía pro-
meter al Presidente guatemalteco. La llegada del comi-
sionado de Nuila le devolvió sus halagadoras esperanzas, y
se llenó de júbilo con la noticia que recibió, casi al mis-
mo tiempo, por telégrafo de que ya se había efectuado el le-
vantamiento, proclamándolo Presidente Provisional. Sin
vacilar aprobó el levantamiento, aceptó la proclamación,
envió aplausos á Nuila por la actividad y energía que de-
mostraba y lo felicitó por los triunfos que obtenía en favor
de la revolución. Pero creyendo necesaria su permanen-
cia en Guatemala para comunicarse con los revoluciona-
rios que debían levantarse en el Sur, solicitar auxilios ó
— 91 —
evitar complicaciones que pudieran sobrevenir, le contes-
tó que no le era posible ir á aquella Costa, y le extendió
instrucciones sobre el modo como debía proceder mientras
se le incorporaba el Gral. Manuel Bonilla, á quien manda-
ría en su nombre como lo solicitaba.
Nuila tenía el propósito de aguardar la respuesta del
Dr. Bonilla para afectuar el levantamiento. De pronto
supo que habían llegado á La Ceiba unas armas del go-
bierno pedidas al exterior, y resolvió quitarlas sin perder
tiempo antes de que fueran remitidas á Trujillo, á donde
iban consignadas. Reunió á sus amigos y el 23 de Junio
se apoderó del Cuartel, tomó las armas, desconoció al Go-
bierno de don Ponciano Leiva y proclamó al Doctor Boni-
lla Presidente Provisional de la República. Inmediata-
mente procedió á organizar el servicio administrativo, y
nombró al doctor Francisco Grave de Peralta Jefe del dis-
trito.
El levantamiento del Coronel Nuila fué recibido con
gran regocijo, y todos los que en La Ceiba y sus contor-
nos eran aptos para el servicio de las armas corrieron á
presentarse á la revolución. En pocas horas tuvo el Coro-
nel Nuila á sus órdenes más de cuatrocientos hombres
equipados, y en la noche del mismo día se embarcó con
ellos para Trujillo, proponiéndose tomar por sorpresa aque-
lla plaza antes de que llegase la nueva del suceso. Era Co-
mandante de Trujillo el General Roque J. Muñoz, hombre
que se había hecho odiar en todo el Departamento por su
carácter despótico. Hasta para ejecutar algún acto legal
ó benéfico lo hacía con aspereza y en vez de agradecerlo
quedaban todos enojados; y sea porqtie oborreciéndolo
nadie quisiera informarle lo que había sucedido en La
Ceiba ó sea por la rapidez con que los insurgentes se di-
rigían á Trujillo, Muñoz no lo supo y estaba sin ningunas
precauciones. La noche del 24 desembai'caron las tropas
de Nuila en una playa cercana á la ciudad, se dirigieron á
la plaza, atacaron el Cuartel y lo tomaron, sin mucha re-
sistencia. El Gral. Muñoz habitaba en una casa parti-
cular y no pudo salir para incorporarse á su tropa de
guarnición. Lo buscaron allí los soldados insurgentes y
al encontrarlo lo asesinaron, tanto era aborrecido. Mas
— 92 —
aunque así fuera, jamás debió matársele, porque" esa
sangre vertida por el asesinato manchaba el estandarte
de la revolución. Los que combaten al despotismo por
el ideal de la justicia, no deben ejercer las represalias,
deben respetar al enemigo: de lo contrario no merecen el
triunfo, pues los que comienzan con venganzas no pue-
den implantar la libertad.
XVI.

MARCHA DE LOS PATRIOTAS ALA


FRONTERA NICARAGÜENSE.

Los atropellos que siguieron al fracaso de la invasión


de Puerto Cortés, tenían al país en la mayor efervescencia,
la revolución estaba moralmente hecha, faltaba sólo la
chispa que la prendiera, y ésta fué la noticia del levanta-
miento del Coronel Nuila en La Ceiba y la toma de Tru-
jólo, divulgada con gran prontitud. Los liberales, lle-
nos de inmenso júbilo, abrigaron la esperanza del triunfo,
y en Tegucigalpa y Comayagüela determinaron responder
con otro á aquel movimiento revolucionario. Para verifi-
carlo sin dilación, tropezaban con la dificultad de que no
había un sólo jefe militar que se encargara del mando.
Los que pertenecían al partido y los homares civiles de in-
fluencia estaban desterrados ó confinados á poblaciones
remotas, y entre ios jóvenes de alguna instrucción no per-
seguidos, ninguno inspiraba suficiente confianza de que
pudiera dirigir las operaciones de la guerra. Las autoridades
sabían ésto y se hallaban tranquilas creyendo que sin cau-
dillos no se movería el pueblo. Mas el despotismo no
puede preeverlo todo ni llevar las persecuciones al extremo.
Había quedado en Tegucigalpa un hombre respetable,
don Julio Lozano, liberal prominente á quien no considera-
ban peligroso por ser ya viejo, y éste, sin que se lo impi-
diera su mucha edad, sin atender á que comprometiéndo-
— 94 —
se en la revolución se perjudicaría en sus negocios de co-
mercio, habló con los liberales más entusiastas y los instó
á que se reunieran con sus íntimos amigos, empuñaran
las armas disponibles y se fueran á la frontera de Nicara-
gua á donde vendrían á incorporárseles los Jefes del Parti-
do Liberal que estaban desterrados. Los patriotas de Te-
gucigalpa y Comayagüela, todos inexpertos y por lo mismo
impacientes por ir á la lucha armada, aceptaron con gus-
to las indicaciones del Señor Lozano. Envió éste correos
á llamar á los Jefes, suministró dinero para los gastos in-
dispensables y señaló la noche del 5 de Julio para que se
efectuara la salida. Debían reunirse los patriotas con el
mayor disimulo y en las primeras horas de la noche en la
Laguna del Pedregal, y comandados por don Samuel S.
r

Valladares y don César Lagos, dirigirse al Carrizal, case-


río en el Departamento de Choluteca que linda con El Pa-
raíso y la República de Nicaragua.
A las cuatro de la tarde del día designado salieron de
Tegucigalpa don Cesár Lagos y su hermano Antonio Ra-
món, y por un rodeo que hicieron para que no se sospe-
chase á donde iban, llegaron á la laguna como á las nueve
déla noche con dos amigos que .se les reunieron en el tránsi-
to. No encontraron á nadie y pasadas largashoras de espe-
ra recibieron informes de que, porconsiderarmuy lejano el
punto de reunión se había quedado Valladares con algu-
nos compañeros cerca de Comayagüela, habían detenido
á otros y ya en número como de ciento, casi todos arma-
dos con fusiles Winchester y remington, habían emprendido
la marcha hacia la frontera nicaragüense. Al saberlo se
fueron á alcanzar á sus correligionarios.
Los patriotas se habían reunido, en efecto, á un lado
del cerro de Sipile, y á eso de las once de la noche salieron
para Sabanagrande con el objeto de quitar las armas que
tenía la Comandancia del distrito. Lo ejecutaron sin re-
sistencia y continuaron para Armenia. Supieron que
habían llegado á Texiguat ciento cincuenta hombres del
Gobierno, y se dirigieron á atacarlos; pero el Jefe recibió
informes de que los insurgentes se acercaban y esquivó el
combate, retirándose para Yuscarán. Hallaron en Texi-
guat algunas armas y este telegrama escrito en el lenguaje
— 95 —
del despotismo: “General Ramón Zelaya Vijil: Me dice
el señor Presidente que U. salía de Yuscarán en dirección á
esa plaza. El Comandante Camilo Serrano, Jefe de toda
mi confianza, sale para Morolicacon una columna de muy
buena fuerza y con orden de obrar de acuerdo con Ud. si
le pidiese auxilio. Sabrá U. ya que la pandilla desprendida
de Tegucigalpa, que ayer estuvo en Sabanagaande, se di-
rigió hacia Armenia. Es compuesta de vagos que no
quieren trabajar para vivir. Estos son sus únicos princi-
pios. Están mal armados y sin disciplina. Tengo facul-
tades del Gobierno para hacer pesar sobre los criminales
las leyes de la guerra, y desgraciados de los que caigan en

manos del Comandante Serrano. Williams. ” Sin vaci-
lar marcharon los insurgentes para Morolica, sorprendie-
ron la columna de cincuenta hombres del Gobierno y en
media hora de combate la derrotaron, tomándole seis pri-
sioneros, treinticinco fusiles y varios cartuchos. Dieron li-
bertad á los prisioneros, prosiguieron la marcha y llega-
ron al Carrizal en número de más de trescientos, pues co-
municado el entusiasmo á todos los que habitaban los lu-
gares del tránsito, se les incorporaban los que no tenían
obstáculos para ponerse en camino.
La actividad militar que empezó desde el levantamien-
to de Nuila creció con la salida de los patriotas de la capi-
tal, y se hizo imponente el despliegue de las tropas del Go-
bierno; pero los pueblos no se atemorizaban con el rodar
délos cañones y el crujir de las armas, oían más la campa-
na revolucionaria que tocaba á rebato, y $e todas partes
llegaban al Carrizal á engrosar las filas de los insurgentes.
Mas no basta para la guerra tener hombres, necesarias
son también las armas, y como sólo se había podido reu-
nir ciento cuarenta fusiles de diferentes sistemas, se regre-
saban muchos de los que concurrían porque no se les daba
con qué pelear. Algunos siendo grande su deseo de ser-
vir, se quedaban aún desarmados, y ascendió luego á más
de quinientos el número de los insurgentes del Sur.
Pero no podían comenzar las operaciones de la guerra
porque no habían llegado los Jefes que se mandaron lla-
mar. Era preciso aguardarlos; y se formó campamento
en una altura próxima á la línea divisoria de las dos Repú-
— 96 —
blicas. Daba su frente al caserío del Carrizal y la espalda
al de los Calpules, Nicaragua.
Pasaron ocho días de grande ansiedad y al fin se su-
po que venían en camino los Jefes militares, con rumbo á
San Marcos de Colón. La distancia del Carrizal á San
Marcos es de Veinticinco kilómetros, poco más ó menos,
y deseosos los insurgentes de que se les incorporasen los
Jefes lo más pronto posible, para salir de la inacción que
mucho les fastidiaba, resolvieron ir á encontrarlos. Se
pusieron en marcha y cuando estaban ya muy cerca de
San Marcos dieron parte los exploradores de que venían
por el camino de Choluteca fuerzas del Gobierno también
para aquel pueblo. A poco las avanzadas de las dos co-
lumnas se descubrieron y cambiaron algunos disparos.
Eran las seis de la tarde, comenzaba á anochecer, y una y
otra de las fuerzas enemigas ocuparon posiciones opuestas
en las alturas que circundan el pueblo, no atreviéndose nin-
guna á entrar á él por suponerque era allí más difícil la de-
fenza. Valladares y Lagos convocaron á los Comandan-
tes de las Compañías v deliberaron sobre lo que debían de
hacer. Como les llegara informe de que con seguridad no
excedía el enemigo de doscientos hombres, resolvieron pa-
sar allí la noche y si eran atacados al amanecer, acepta-
rían el combare; mas si no lo eran, esperarían á los gene-
rales. que se sabía estaban pernoctando á treinta kilóme-
tros de distancia, para que éllos determinaran lo conve-
niente. Sin embargo, á eso de las diez algunos de los
desarmados, alegando que de nada servirían en el momen-
to de un combafe, dispusieron regresar al Carrizal; los
demás desarmados los siguieron y el ejemplo arrastró á to-
dos haciéndose general la retirada, sin que fuera posible
contenerla por falta de disciplina. Este suceso fué causa
de muchas pérdidas, y pudo haber ocasionado la destruc-
ción completa de la columna revolucionaria si el Jefe ene-
migo, General Rafael Antonio Tercero, bien informado de
lo que pasaba, la hubiera perseguido; mas no conocía el
estado de los insurgentes, y el temor que da la impericia
en la guerra, hizo que no aprovechase una ocasión precio-
sa para desbaratar de un golpe la revolución sin combatir.
En vez de apresurarse á la ofensiva, temió ser atacado y
97 —
cuando los patriotas se*retiraban para el Carrizal, él con-
tramarchaba para El Banquito, lugar intermedio entre
San Marcos y Choluteca.
Dos días después del regreso de los patriotas á su an-
terior campamento, llegaron los Generales José María
Reina, Miguel R. Dávila y Erasmo Velásquez. Todos es-
taban allídisgustados por la dilatada espera y tristes por
la dispersión que ocasionó la retirada de San Marcos; pero
la presencia de los Generales devolvió la confianza y reani-
mó el entusiasmo. El General Reina, de mayor graduación,
asumió el mando y ordenó se reorganizase á los hombres
que quedaban. Había ya sólo trescientos con ciento vein-
te fusiles; estaban desprovistos de todo y no tenían dinero
para comprar ni lo absolutamente necesario; creían que
los Generales llevarían armas, y mucha fué la contrarie-
dad al ver que llegaban sólo sus personas. Sin embargo,
estaban ya en el camino v era preciso ir adelante. No ha-
bía más que un deseo; pelear contra los tiranos, conquis-
tar la libertad.
Los Generales preguntaron sobre la situación del
país, y se les informó con amplitud, El Gobierno estaba
en Comayagua: no había unidad, sistema ni firmeza; per-
seguía por miedo y atropellaba con vacilación; su despres-
tigio siempre en aumento; hacía esfuerzo por levantar el
ejército y no lograba organizar sino pocos batallones, pues
si no se incorporaban á la revolución los que pertenecían á
las milicias, iban á esconderse á las montañas. De las
tropas en armas había salido una parte á las órdenes del
General Alfonso Villela, á combatir los revolucionarios del
Norte, y la otra se encontraba en Choluteca para comba-
tir á los revolucionarios del Sur. En vista de esos infor-
mes discutieron los Generales sobre el plan que debía se-
guirse v resolvieron alejarse del enemigo para evitar com-
bate mientras se conseguía más pertrechos: se irían á
Danlí, donde se tendrían medios de subsistencia y se po-
dría encontrar algunas armas. En consecuencia se em-
prendió la marcha, efectuándose en buen orden y sin come-
ter ningún atropello. En los lugares por donde los insur-
gentes pasaban se despertaba el entusiasmo revolucionario;
los habitantes daban gratis todo lo que aquellos necesita-
— 98 —
ban y muchos se presentaban á offecer sus servicios mili-
tares; pero como sinarmas era inútil tener hombres, se
retiraban los que no podían agregarse con alguna. Des-
pués de varios días de marcha penosa se llegó á Danlí,
ciudad verdaderamente liberal que recibió á los insurgen-
tes con alegría y les suministró comodidades y recursos.
Allí se les incorporó el General Vitalicio Láinez con algunos
armados, y ascendió la columna á poco más de trescientos
hombres con ciento cincuenta fusiles de varios sistemas.
La tropa, no acostumbrada á las fatigas, estaba ex-
tenuada, necesitaba de descanso, y acordaron los Jefes
permanecer en Danlí mientras se recobraban las fuerzas.
Pocos días después se supo que el enemigo había salido
de Choluteca en número de mil quinientos hombres y esta-
ba para llegar al pueblo del Paraíso, distante de Danlí
veinticinco kilómetros. Era de urgencia adoptar el plan
de operaciones, y el General en Jefe convocó la noche del
25 de Julio un consejo para deliberar sobre lo que debía
resolverse. Varios fueron los pareceres, mas al fin se con-
vino en presentar combate defensivo, y para no perjudi-
car á la ciudad que los había recibido con tanto cariño,
saldrían á esperar al enemigo en alguna buena posición de
fensiva de los alrededores.
Esa resolución demostraba gran energía en los que la
propusieron, mucho valor en los que la aceptaron; pero
ignorancia completa de todos en el arte de la pequeña
guerra. En las condiciones de escasez de armas y de gen-
te en que estaban los revolucionarios, decidirse á combatir
en serio y presentar combate defensivamente, olvidando
las sorpresas y emboscadas, era incurrir en una grave fal-
ta táctica. Eran tan desiguales los adversarios, que en
este caso podemos decir que la defensiva era mucho más
difícil y peligrosa que la ofensiva; pero por el hecho de exi-
gir menos iniciativa de parte de los subalternos, se le cree
más favorable y la prefieren algunos Jefes timoratos que
no tienen ciencia ni experiencia. Toman la defensiva los
ejércitos débiles con respecto al enemigo y lo hacen con el
objeto de compensar su inferioridad aprovechando todos
los medios que la fortificación proporciona á la táctica.
Además de que una defensa pasiva nunca produce gran-
— 99 —
des resultados, sólo en casos muy especiales y contra tro-
pas mal preparadas y peor mandadas permite aprovechar
la superioridad que se desea, y para ésto se necesita mu-
cho tino en la elección del campo y en su organización pa-
ra la defensa. Aún con inferioridad numérica, teniendo
tropas llenas de patriotismo y de entusiasmo, debe prefe-
rirse una ofensiva enérgica combinada con sorpresas y em-
boscadas, si fuere posible. Por lo mismo, esta forma de
combate debiera haberse adoptado. Escoger entre los
más ágiles á los más vigorosos y resueltos para darles las
armas, y deshacerse de los demás despachándolos á la
frontera próxima; emprender maniobras hábiles hasta o-
bligar al enemigo, que venía en un sólo cuerpo, á dividirse
sin precauciones, creyendo que por miedo se esquivaba
el combate; esperar que cometiera faltas militares, y cuan-
do estuviera en posición falsa caer de improviso sobre la
fracción más débil atacándola con impetuosidad para no
darle tiempo de ser socorrida por las otras fracciones, y
batir áéstas sin dilación separadamente; ese plan, favoreci-
do por la población de los pueblos y los campos
que se aprestarían á enviar auxilios, á suministrarprovisio-
nes, guías v noticias, y contando con las deserciones de las
tropas del Gobierno, podría haber dado resultados brillan-
tes. Mas los Jefes de los insurgentes no conocedores de
la táctica,creyendo que el valor personal de su reducida é
inexperta tropa podría salvarlos de la enorme superiori-
dad de los gobiernistas, adoptaron la defensa pasiva, reso-
lución que debió traer forzosamente la pérdida inmediata
*
de la campaña.
XVII

LA MINITA.
Al amanecer del día 26 de Julio, recibieron orden los
diminutos cuerpos insurgentes de alistarse para marchar.
Sonaron los clarines el último toque á las doce, y poco
después se puso en movimiento la pequeña columna por
el camino que va de Danlí al pueblo del Paraíso. La tro-
pa iba silenciosa; sin saber á qué se le conducía, ni en dón-
de se hallaba el enemigo; pero tenía el presentimiento de
que el combate estaba próximo. Anduvo unos cuatro kiló-
metros, variaron los guías á la derecha y subieron por un
recodo á un cerro llamado La Minita, poco distante del
camino. El cerro, que algunos llaman también “Las
Anonas,’’ se levanta en un hermoso valle y se extiende de
Norte á Sur, como desprendido de la cordillera. La falda
del Norte se prolonga en ondulación, forma un collado
cubierto de pinos y declina frente á otro cerro; las faldas
del Este y Oestes- caen escarpadas; la falda del Sur baja
en pendiente poblada de bosques hasta terminar en la lla-
nura. En ese cerro, que los generales insurgentes califi-
caron de posición defensiva inexpugnable, presentarían el
combate.
Calculando por los informes recibidos, el enemigo de-
bía llegar á Danlí á las seis de la tarde. Los Jefes insur-
gentes se proponían sorprenderlo en la marcha, y para
tratar de conseguirlo ordenaron á la tropa ocultarse en el
bosque en completo silencio, y tomaron las siguientes dis-
posiciones: Se situaron dos puestos cada uno de treinta
hombres, en la falda Sur, hacia el frente y Sudeste; se des-
— 101 —
plegaron cuarenta tiradores en la cumbre al lado del Este;
quedó de reserva el resto de la gente armada, y la desar-
mada se distribuyó en las partes hondas del terreno para
que se librara de los fuegos en lo posible y ocurriese á re-
poner las bajas de los combatientes.
Los que no conocen la guerra creen que precaver los
peligros es indicio de miedo, y sin duda por esto los gene-
rales insurgentes, para no demostrarlo ni ofender el valor
de los soldados, no les ordenaron cavar zanjas para tirado-
res, si bien hay que advertir que no habían tenido cuidado
de proveerse de una barra, ni una piqueta, ni una pala con
que cavarlas; ni les ordenaron suplir las trincheras con pa-
rapetos de piedras, pues bastaban los árboles gruesos.
Algunos soldados, obedeciendo al instinto, v á riesgo de
pasar por cobardes, juntaron piedras en pequeños monto-
nes para tirar arrodillados detras de éllos. En la cumbre
no había árboles ni piedras, y los que pelearan allí ten-
drían que acostarse en la tierra para resguardarse.
Pasó la tarde, entró la noche, y el enemigo no apare-
ció. Se había tenido noticia de que había pernoctado en
el pueblo del Paraíso; se supuso que en la mañana habría
salido para Danlí; pero no se tenía de ello seguridad: no
se acostumbraba el servicio de exploración. Necesitábase
aguardar más tiempo, y se resolvieron los insurgentes á
vivaquear con el arma al brazo.
De Danlí salieron los Jefes en la creéncia de que ese
día se empeñaría el combate, y como no había ningún ser-
vicio de provisiones ni se disponía de las raciones de reser-
va que siempre el soldado debe llevar consigo, por lo menos
para dos días, no se le dió importancia á este asunto; y
en cuanto á llevar agua, no tenían en qué, no cargaban
los soldados cantimploras. Vivaqueron, pues, los insurgen-
tes, sin comer ni beber, pero tranquilos, confiados en que
eran buenas todas las disposiciones de sus Jefes.
No llovió esa noche de invierno y se presentó radiante
la aurora del 27 de Julio. Los insurgentes dirigieron la
vista al Sur, y descubrieron á lo lejos en el valle unos
puntos blancos. Eran tiendas de campaña del enemigo:
había acampado al anochecer en “El Pescadero, á diez ki-
lómetros de distancia. Los insurgentes no lo supieron.
— 102 —
Ni el enemigo supo que éllos estaban en La Minita, por-
que el servicio de seguridad y de exploración les era abso-
lutamente desconocido á ambos ejércitos.
Cuando ya doraba el Sol las cimas de los cerrros las
tiendas desaparecieron, y como á las ocho se presentó el
enemigo á la vista. Marchaba en columna por hileras, en
dos fracciones separadas por algunos kilómetros. Se desta-
caba á vanguardia como á ochenta metros, una especie de
sostén, compuesto de unos cincuenta hombres de infante-
ría y delante de éstos, á corta distancia, unos seis ginetes
desplegados en guerrilla. El Estado Mayor venía á reta-
guardia. Los generales Vicente Williams, Antonio López
y Ramón Zelaya Vijil mandaban tres cuerpos, y el Consejo
de los tres generales, formaba el Comando. En el pue-
blo del Paraíso recibieron éstos orden superior de aguar-
dar al general Vásquez, nombrado general en Jefe, para
que se empeñara el combate. No obedecieron. Vás-
quez llegó á Danlí el día siguiente.
El ejército del Gobierno se componía al salir del de-
partamento de Choluteca, de mil seiscientos hombres; pero
se habían desertado en las marchas más de trescientos,
y quedaban como mil doscientos cincuenta. La numero-
sa columna enemiga hizo palpitar oprimidos los corazones
de los patriotas. Eran éllos trescientos, pero sólo ciento
cuarenta y ocho tenían armas, equipados por término me-
dio á cuarenta cartuchos, sin ninguna reserva. Pelearían,
pues, uno contra nueve y teniendo éstos la dotación com-
pleta y reserva de cartuchos. Mas no trae el enemigo
artillería y eso consuela á los insurgentes, aunque éllos
tampoco la tienen: para compensar el número cuentan con
su heroísmo y con que se hallan en la altura, que es una
ventaja-
Marchaba el enemigo sin la menor precaución,
confiado en que los insurgentes se hallaban en Danlí, y ha-
bría recibido inesperadamente las descargas, como se pro-
ponía el general Reina; mas un corneta de los insurgentes
infringiendo las órdenes comunicadas, tocó atención antes
que el enemigo estuviese á tiro de fusil. Oyó, maquinal-
mente hizo alto el primer cuerpo, y fijó las miradas en el
cerro de La Minita.
— 103 —
Fué aquel un momento de agitación en los que llega-
ban, de ansiedad en los que esperaban. En el campo ene-
migo corrían los ginetes de aquí para allá, de allá para
acá, y la infantería formaba remolinos como queriendo re-
troceder. Se calmó la columna poco á poco y quedó al-
gún tiempo inmóvil. De pronto el primer cuerpo se divi-
de en dos fracciones: la una compuesta de doscientos hom-
bres, avanzó hacia el frente, se desplegó en tiradores y
atacó las dos posiciones de la falda Sur del cerro; la otra
de ciento cincuenta hombres, avanzó por su flanco izquier-
do como para ejecutar un envolvimiento. El Capitán
Juan Hernández, Comandante de la reserva insurgente,
compuesta de valientes texiguats, comprendió que la últi-
ma fracción podía rodear el cerro, y antes de recibir orden,
animado por algunos otros oficiales, que comprendían el
peligro, abandonó su posición de reserva en el centro, y con
verdadero acierto fué á situarse en el collado del Noroeste,
antes de que llegara allí el enemigo. Lo recibió con un
fuego vivo, y los Jefes de esa fracción, ignorantes délo que
debían hacer, desanimados por la dificultad de quitar el
collado ascendiendo á pecho descubierto, se replegaron al
cerro próximo desde donde continuaron los fuegos.
Contrista el alma ver cómo los generales hondureños
dirigen los ejércitos y disponen los combates. Brilla en
muchos de éllcs el valor; pero desconocen en lo absoluto
la ciencia militar, ciencia importantísima, como que sirve
para defender á los Estados, y muy difícil, pues práctica-
mente nunca se llega á conocer lo bastante. Sin embar-
go, se cree comunmente, que cualquiera que tiene el grado
de general puede dirigir un ejército. Grave error. Los
gobernantes nombran generales, pero no tratan defor-
marlos. Dan los grados militares á sus favoritos, por
más ignorantes que sean, ó á los que quieren recompensar
por cualquier servicio personal, y cuando se encarga el ejér-
cito á un ignorante de ésos, lo conduce inevitablemente á
la derrota. Vence el que tiene más tropa, si está protegi-
do poi la suerte, ó el que tiene más cartuchos.
Tal sucedió en La Minita.
Los generales insurgentes llevaron allí su columna for-
jándosela ilusión de que iban á preparar una emboscada,
— 104

y creyeron que con sólo situarse en' una altura difícil de as-
cender estaba todo conseguido. La emboscada no es de
la gran guerra sino especialidad de la guerra de montaña,
donde los pequeños destacamentos pueden sacar buen
provecho. Mas, para que éstese obtenga se requiere po-
sibilidad de producir efecto serio; dificultad para que el
enemigo se despliegue, y facilidad para la retirada si aquel
amenaza envolver la posición . Por lo mismo, escogiendo
los insurgentes una altura aislada en la llanura, visible de
lejos, fácil de ser rodeada, cometían la más grande de las
faltas. Aunque el enemigo hubiese sido sorprendido, ha-
bría podido desplegarse y éllos no habrían podido rehusar
el combate; y pelear en la posición v en las condiciones en
que estaba sin más que ciento cuarentiocho fusiles, dota-
dos á cuarenta tiros, por término medio, sin cavar una
zanja para tiradores, oponiendo el pecho á los numerosos
proyectiles de un enemigo nueve veces mayor, era aceptar
de antemano la catástrofe. Aunque estuviesen en la altu-
ra, esta sólo es ventajosa al principio del combate por la
superioridad de los fuegos; después sirve para aprovechar
la ocasión de descender en contra ataque. Si no se trata
de descender, si la defensa permanece pasiva, si la altura
se ha buscado como amparo, no como apoyo, la ventaja
del principio se vuelve al fin desventaja; porque si el que
ataca logra ascender, el que está arriba pierde la moral y
se entrega prisionero ó se despeña en la huida.
En cuanto á los generales del gobierno, se concreta-
ron, sin ningún plan, á atacar de frente las posiciones
del cerro; y lanzaban las compañías á tomarlas al asalto.
Empezó el combate, por el Noroeste, vacilante, como
se ha dicho; por el frente Sur, con verdadera furia. Los
soldados gobiernistas embestían y trataban de ascender;
pero los soldados insurgentes se defendían con heroísmo, y
sacando esfuerzos de su misma desesperación los rechaza-
ban hasta á pedradas.
Luego comenzaron las bajas de los patriotas. El Te-
niente José Miguel Mendoza, joven muy apreciable, mue-
re el primero, atravezada la cabeza; y le siguen otros Je-
fes, oficiales y soldados. Entre los heridos están de gra-
vedad, los generales Erasmo Yelásquez y Vitalicio Láinez.
— 105 —
El general Velásquez m*urió antes de veinticuatro horas;
el general Láinez, después de varios dias, en “El Jícaro,’’
pueblo de Nicaragua.
Muchos que no tienen armas se apresuran á bajar
del cerro con el pretexto de sacar los heridos, y se van con
éllos algunos de los armados. Esto empieza á debilitar la
defensa. Sin embargo, los que quedan son terribles.
Arrodillados detrás de los árboles y las piedras ó tendidos
en la tierra, disparan con eficacia. De las fuerzas del Go-
bierno sale herido el general Vicente Williams; mueren el
general Serrano, el Coronel Máximo Guillén y muchos ofi-
ciales y soldados: entre muertos y heridos más de dos-
cientos.
Peleaban los dos ejércitos con encarnizamiento: los
soldados del Gobierno por la disciplina, los insurgentes
por entusiasmo. Como á las cuatro de la tarde empeza-
ron á debilitarse los fuegos. El comando enemigo sólo
cuidó de enviar refuerzos para el asalto. Pasó todo el
día reponiendo los huecos que dejaban en las filas los muer-
tos y heridos y las deserciones, hasta que no tuvo tropas
que enviar, y entonces se suspendió el empuje. Si en esos
momentos los insurgentes hubieran tomado la ofensiva,
habrían vencido, por más que fueran muy pocos: la victo-
ria no se obtiene por la cantidad sino por la calidad. Pe-
ro no pudieron tomarla y sin buena organización ni direc-
ción, abandonados á su expontaneidad, privados ya de
sus jefes, faltos de cartuchos, temiendo que el enemigo
volviera á la carga y que no se pudiera resistir, creyeron
prudente retirarse para Danlí. y lo verificaron como á las
seis de la tarde.
Las buenas gentes de Danlí corrían á encontrar á los
patriotas con algunos alimentos y con agua, sabiendo que
no habían comido ni bebido desde el día anterior; y cuan-
do éstos calmaron un poco la necesidad, siguieron para
Nicaragua. Iban tristes porque comprendían la inutili-
dad de sus esfuerzos. Su mayor preocupación era que
tenían que entregar sus armas á las autoridades nicara-
güeuses, armas que deseaban conservar para volver al
combate cuando se hubiesen repuesto de las fatigas y hu-
biesen adquirido nuevos cartuchos.
— 106 —
Hasta que rayó la luz del nuevó día supieron los Je-
fes gobiernistas que los insurgentes habían abandonado
sus posiciones. Rebosando de alegría mandaron á explo-
rar el campo; y era tanta su impotencia que no pudieron
ordenar sino hasta muy tarde, una aparente persecución
contra los que se alejaban. Sin embargo en el parte que
dieron al Gobierno, se jactaban de un triunfo espléndido,
con el acuchillamiento ó degüello de casi la totalidad de
sus contrarios, especialmente de los Jefes. Por dicha,
eso existió sólo en su imaginación calenturienta; mas el
Gobierno hizo gran ostentación, como hecho meritorio,
y ordenó que se celebrara en todo el país del modo más
solemne.
XVIII

QUIEBRA BOTIJA.
Mientras los insurgentes del Sur luchaban con esfuer-
zos heroicos, aunque estériles, el Coronel Leonardo Nui-
la, en el Norte, perdía el tiempo de la manera más lamen-
table. Después de tomar á Trujillo organizó el servicio
político y administrativo, como lo había hecho en la Cei-
ba, y se dirigió al interior del país con una columna de
más de quinientos hombres bien equipados. Se proponía
ir á Yoro para tener ese departamanto en favor de la re-
volución y comunicarse desde allí con los amigos de los de-
partamentos del Sur; pero caminó lentamente, más lenta-
mente de lo que era inevitable por lo malo de los caminos,
y no logró ninguna comunicación. Cuatro días tardó pa-
ra llegar á Sonaguera. Descansó allí un día, se retrazó
otros cuatro para llegar á Olanchito, descansó dos ó tres y
llegó á Jocón á los quince días de haber aalido de Trujillo,
cuando pudo haberlo hecho en la mitad del tiempo sin de-
tenerse, aunque caminara sólo veinticinco kilómetros dia-
rios. En Jocón se componía ya su columna de setecientos
hombres, todos animados del mayor entusiasmo. Conti-
nuó la marcha para la ciudad de Yoro, á donde creía lle-
gar en dos días; mas, en la siguiente jornada recibió infor-
me de que Yoro estaba ocupado por tropas numerosas del
Gobierno, enviadas de la Capital, y que saldrían luego á
encontrarlo. Creyó que ésto era cierto, y determinó esta-
blecerse en la altura de Quiebra Botija, punto de gran im-
portancia táctica, para esperar al enemigo.
108 —
El informe que recibía el Coronel Nuila de que el ene-
migo saldría á encontrarlo, era falso. El Gobierno levan-
taba el ejército con gran dificultad y sólo había podido
enviar á Yoro cuatrocientos hombres, no para que ataca-
ran á los insurgentes á campo raso, sino para que se forti-
ficaran en aquella plaza y la defendieran obstinadamente
mientras llegaban refuerzos. Pero Nuila no era militar y
no podía recibir las noticias con serenidad, juzgarlas con
prudencia y resolver con acierto. Tenía el grado de Coro-
nel que por cariño le había dado Bográn. como le dió el
nombramiento de Jefe del distrito de la Ceiba: mas una
cosa es tener un grado de coronel ó de general y otra
serlo de verdad. El Gobierno puede conceder despa-
chos; pero no tiene la virtud de hacer, con una firma, mi-
litares, que éstos sólo se forman con el estudio meditado
de la ciencia y la buena práctica de la guerra. Nuila no
tenía ni estudios ni práctica y por lo mismo cuando tuvo
un ejército á sus órdenes, y se le acercó el peligro, no supo
qué hacer. Era Nuila inteligente, anhelaba la gloria, no
carecía de valor, pero no siendo experto lo único que se le
ocurrió al informarle que llegaba el peligro, fué aguar-
darlo.
Esa resolución traería la ruina de su ejército inevitable-
mente.
Las tropas revolucionarias deben estar siempre en
actividad: así el fuego entusiasmo se purifica: pero si se
del
les mantiene inactivas, poniéndolas á la defensiva, se pervier-
te su moral. Salir al encuentro de la muerte es alegre
impulso para aquéllos á quienes guía únicamente el entu-
siasmo: esperarla con firmeza sólo es para la disciplina de las
tropas regulares. Por lo mismo cometía Nuila la más gra-
ve de las faltas permaneciendo en Quiebra Botija; Esperó
allí al enemigo; mas pasaban días y más días y el enemigo

no llegaba.
El Gobierno se había mantenido inquieto y temeroso
por reunir el ejército con grandes dificultades. Con la
inacción del Jefe insurgente respiró, porque le daba todo
lo que podía desear: tiempo para organizarse, medios para
convertir la defensa en ofensa, lugar para vencer á los in-
surgentes del Sur. Cuando habían trascurrido ocho
— 109 —
días desde que Nuila líhgó á Quiebra Botija, un mes des-
de que se levantó en la Ceiba, el Gobierno había podido
organizar cuatro mil hombres, imprimirles alguna discipli-
na y proveerse de recursos. Tenía pues, como atender á
todos los peligros, y la victoria no estaba ya dudosa de su
parte.
En cambio el ejército de Nuila decrecía. Calmado el
entusiasmo no recibieron las tropas con paciencia las mo-
lestias, privaciones, enfermedades, y se presentaron las
deserciones. A los ocho días de esperar un peligro imagi-
nario, los setecientos hombres se habían reducido á tres-

cientos. Y no sólo decrecían en cantidad sino en calidad.


Ardía la tropa en deseos de combatir cuando salió de Tru-
jillo; si entonces hace Nuila una marcha rápida para Te-
gucigalpa y acomete con decisión á las pocas tropas del
Gobierno que encontrara, seguramente las derrota, y ha-
bría conseguido tener comunicación con los patriotas que
marchaban á Danlí, con lo cual podría haber cambiado la
suerte de la campaña, poniendo en grave peligro al Gobier-
no, que estaba en Comayagua sin unidad, desalentado y
vacilante. Mas en la mala situación á que habían descendi-
do los soldados de Nuila veían agrandarse los peligros cada
nuevo día y sólo tenían ya deseos de regresar á la costa de
de donde en mala hora habían salido.
Cuando tuvo el Coronel Nuila sólo trescientos hom-
bres, todos desanimados, le llegó la noticia de que en el
Sur habían sido deshechos y acuchillados los insurgentes.
Entró el pánico y abandonaron Quiebra Botija con el pro-
pósito de regresar á la Ceiba, en la creé«cia de que toda-
vía estaba de parte de la revolución.
Al llegar á Olanchito se encontró Nuila con el general
Manuel Bonilla, que venía de la Ceiba con cinco compañe-
ros huvendo de un grave riesgo. Comunicáronse lo que
les había sucedido.
¿Qué había ocurrido al general Bonilla? Salió éste
de la ciudad de Guatemala el 8 de Julio, llamado por Nui-
la y con instrucciones del Dr. Policarpo Bonilla para que
dirigiera el movimiento revolucionario en todo el país, or-
ganizara los ejércitos, la Hacienda pública, y proveyera
los empleos civiles y militares, mientras él se incorporaba

— 110 —
á la Por graves obstáculos que no pudo ven-
revolución.*
cer. para embarcarse pronto perdió nueve días en la costa
guatemalteca, y llegó á la Ceiba casi á fines del mes. Su-
po que el ejército de Nuila permanecía inactivo en Quiebra
Botija, v que entre tanto el Gobierno había tenido tiempo
de recuperar á Trujólo, utilizando un vapor mercante fru-
tero que el Comandante de Roatán general Salomón Or-
dóñez, armó en guerra. Convenía al general Bonilla diri-
girse inmediatamente á Quiebra Botija para reunirse con
Nuila, pero antes de salir trató de dejar el puerto en esta-
do de defensa, en previsión de que ocurrieran á recuperar-
lo fuerzas de Trujólo. La guarnición que dejó Nuila en
la Ceiba se componía de veinticinco hombres, á cargo del
Dr. Francisco Grave de Peralta, nombrado Comandante
del distrito. Buscó el general Bonilla más gente y apenas
consiguió quince hombres, puesltodos estaban desalentados
y abandonaban la causa de la revolución.
Con cuarenta hombres no se podía defender la Ceiba,
había que desocuparla. La situación de Nuila era grave
y se necesitaba con urgencia que el general Bonilla se le
incorporara para que reanimara al ejército y lo condujera
al combate. Iba ya á salir cuando se le dió parte de que
llegaban fuerzas del Gobierno al mando del general Ordó-
ñez. Hombre de valor el general Bonilla, no quiso ya re-
tirarse, y se aprestó á defender el puerto con la poca gente
que tenía, para salvar su honor militar. Atacaron qui-
nientos hombres, y con cuarenta apenas pudo sostenerse
dos horas, retirándose para Olanchito con unos pocos que
lo siguieron. EHDr. Peralta, de setenta v dos años, por
su mucha edad y por haber caído prisionero un hijo suyo,

*-He aquí las instrucciones: “Considero á Ud. identificado con mis pro-
pósitos y penetrado de la sana doctrina que el Partido Liberal sustenta; y
por lo mismo, 3 a que por ahora no puedo en interés de nuestra causa, consti-
r

tuirme en el teatro de la guerra, he resuelto enviar á Ud. allá con mis ple-
nos poderes para dirigir el movimiento en todo el país, impidiendo que la re-
volución se desvíe del fin que debe seguir.
Hará Ud. la conveniente organización del ejército, de acuerdo con el ini-
ciador de la revolución del Norte, el valiente Coronel Nuila; y procurará tam-
bién la debida organización de la Hacienda Pública y la provisión de todos
los empleos civiles y militares (dejando en pleno ejercicio de sus funciones á
las autoridades judiciales para todos los asuntos en que no se afecten las
operaciones de la guerra.) en todos los hipares que la revolución domine.
Su correligionario y amigó, — P. Bonilla.
— 111 —
no huyó y fué capturada en unión de los señores Juan Ro-
sa Cárcamo, Eduardo Alvarado,* heridos en el combate, v
once más. Pocas horas después fueron fusilados de or-
den del general Ordóñez, sin ninguna forma de juicio: mu-
rieron con valor y resignación admirables, victoreando al
Partido Liberal.
La situación del general Bonilla era triste, por su de-
rrota, al llegará Olanchito; mas era peor la de Nuila poí-
no haber combatido. La tropa con que éste salió de
Quiebra Botija disminuyó en las marchas por la deserción,
y en Olanchito sólo tenía un poco más de cien hombres
sin otro anhelo ya que el de salvarse. Si el general Boni-
lla hubiese podido llegar á Quiebra Botija cuando todavía
existían los trescientos hombres, algo habría intentado
para remediar las pérdidas sufridas: pero con ciento aco-
bardados y fatigados justamente, nada de provecho era
posible hacer.
El Gobierno había logrado reunir en Yoro y Juti-
calpa dos fuertes columnas de ejército, y marchaban á las
órdenes del general Domingo Vásquez en persecución de
Nuila. Cuando esas tropas estaban ya cerca de Olanchi-
to, los soldados insurgentes sintieron terror pánico, ningu-
no pensó más que en huir, y por la indisciplina, que es con-
secuencia de toda mala organización, se dispersaron sin
que pudiese el general Bonilla contenerlos. Este, acom-
pañado de unos pocos que le eran adictos, se dirigió al de-
partamento de Olancho, proponiéndose atravesarlo de
montaña en montaña hasta llegar á Nicaragua. El Coro-
nel Nuila creyó que más fácilmente podrfa salvarse inter-
nándose en la Mosquitia desolada, y se metió en los más
espesos bosques y abruptas montañas. Ninguno de los
dos había de conseguir escapar. Perseguidos en todas
direcciones fué capturado el general Bonilla en Guacoca,
remitido á Juticalpa y de allí á la Penitenciaría Cen-
tral. El Coronel Nuila, cazado como á fiera en las monta-
ñas, fué agarrado cerca de la costa en la situación más la-
mentable: estenuado por las fatigas,- cadavérico por los in-
somnios y el hambre, y en andrajos, be le llevó á Trujólo

*- Primo hermano de don Carlos F. Alvarado, Ministro de la Guerra.


— 112 —
para juzgarlo y se formó un Conséjo de Guerra. ¡Triste
resultado de un levantamiento efectuado sin reflexión y
dirigido sin la pericia que se requiere para conducir bien
los ejércitos.

o
XIX
EL CARRIZAL

La revolución hondureña despertaba grandes simpa-


tías en los otros Estados de Centro América.
La causa de la libertad es solidaria á todos los pue-
blos. El pueblo que se levanta contra la tiranía se atrae
el aplauso de todos los demás y con mayor razón el de los
que tienen una misma sangre, una misma historia y pade-
cen las mismas penas.
Los emigrados se movían con actividad buscando per-
trechos para la revolución. En Nicaragua encontraban
algunos entre los particulares, y arrastrados por el más
vivo entusiasmo procuraban ir á incorporarse con ellos en
las filas de los combatientes. Los que se hallaban en los
otros Estados se trasladaban á Nicaragua y se dirigían al
departamento de Nueva Segovia, desde donde les era fácil
entrará Honduras; pero se veían obligados á hacer el via-
je con precauciones, porque si bien los particulares les ayu-
daban, las autoridades les ponían obstáculos proponiéndo-
se cumplir los deberes de la neutralidad. No obstante
esas precauciones, muchos revolucionarios fueron deteni-
dos en su marcha á la frontera hondureña, entre ellos el
General Dionisio Gutiérrez y los Coroneles Miguel Oquelí
Bustillo y Enrique Lozano. .
Estos, valiéndose de perso-
nas de influencia en el Gobierno, consiguieron que se les
pusiera en libertad, y caminando más ocultos llegaron á la
frontera. Por los tropiezos y la larga distancia no pudie-
ron llegar sino hasta á principios de agosto y recibieron la
— 114 —
noticia desconsoladora de que la revolución estaba ya ven-
cida: derrotada la columna insurgente del Sur en los alre-
dedores de Danlí, y dispersa la del Norte sin combatir.
Apesarados en extremo resolvieron regresar á León por-
que comprendían que nada era posible hacerse ya en favor
de su causa, y cuando estaban para efectuarlo se encon-
traron con el General Terencio Sierra que llegaba acom-
pañado de unos pocos á incorporarse también á los que
combatían.
El General Sierra había adquirido fama de buen mi-
litar por la locura de invadir el Departamento de Choiute-
ca en noviembre del año anterior. No había hecho más
que entrar al territorio y huir por las montañas cuando se
le persiguió; pero como inquietaba á un Gobierno despres-
tigiado se le aplaudía, y la imaginación popular, fácil de
entusiasmarse, lo elevaba á la categoría de los héroes y
tácticos experto*. Se decía que con sus veinte hombres ha-
bía sostenido combates titánicos, sin concretar ninguno,
y que si no había podido vencer, por su estrategia había
podido librarse de graves riesgos. Esta fama llegó á oí-
dos del propio Sierra y lo animó; la guerra le presentaba
campo para aumentarla, y sin vacilar se trasladó del Sal-
vador á Nicaragua y se fué á la frontera para incorporar-
se á los combatientes, resignado á servir bajo las órdenes
del General Reina. Los liberales que encontró le comuni-
caron las noticias que habían recibido. Debió haberse regre-
sado con éllos á Managua, pues era antipatriótico proseguir
la lucha con unos pocos hombres, estando ya el Gobierno
fuerte, vencedor por todas partes y con ejércitos nume-
rosos. Mas, á Sierra no le importaba la patria, no iba á
luchar en favor de las ideas progresivas, la justicia, la li-
bertad, el derecho, sino para satisfacer su ambición. El
fracaso de Reina, en vez de retraerlo lo impulsaba á conti-
nuar la guerra. No tendría que obedecer á nadie, podría
correr otra aventura por su propia cuenta; y alegre acam-
pó en las alturas del Carrizal, diciendo á los inexpertos li-
berales, que glorioso como era morir por los derechos del
pueblo, se debía insistir en la lucha contra un gobierno
que había falseado la libertad del voto y perseguido al
Partido Liberal. Seducidos Gutiérrez y sus compañeros
— 115 —
con ese lenguaje, mandáron avisos á diferentes lugares pa-
ra que llegasen á reunírseles otros liberales; y luego au-
mentó á cuarenta hombres armados el número de los que
rodearon al General Sierra.
La dispersión completa de los insurgentes del Norte y
la derrota de los del Sur en La Minita, habían hecho creer
al Gobierno que estaba concluida la guerra, y cuando le
llegó el parte de la invasión de Sierra, se sorprendió; pero
no se acobardó porque tenía tropas suficientes que enfren-
tar á cualquier otro peligro. Las que habían quedado
vencedoras en Danlí, de quinientos hombres á que se re-
dujeron el día del combate, fueron aumentados con facili-
dad á más de mil por el prestigio que da siempre la victo-
ria. Para hacer ostentación de fuerza las habían pasado
por algunas plazas, y aunque creían que ya no las necesi-
taban, todavía no las habían licenciado. Las tropas ex-
pedicionarias del Norte, regresaban á la capital; y á unas
y á otras se les ordenó reconcentrarse en Choluteca.
Antes de verificarse la concentración recibió informes
el Gobierno de que los nuevos insurgentes no pasaban de
treinta, mal armados. No los consideró de peligro y orde-
nó que fuese á combatirlos el General R. Antonio Tercero
que estaba en Güinope con doscientos cincuenta hombres.
Llegó el General Tercero al Carrizal el 18 de agosto, y ha-
lló al General Sierra en actitud de resistir en las colinas
que forman lindero con Nicaragua. Utilizando éste las
fortificaciones que habían construido los patriotas de la
capital cuando estuvieron allí acampados antes de irse pa-
ra Danlí, tenía dispuesta la defensa en*forma casi de un
arco, cuya cuerda era la línea divisoria.
El General Tercero debió acometer la posición por los
extremos del arco, apoyado en las mismas alturas; mas ha-
bía recibido instrucciones de respetar en absoluto el terri-
torio nicaragüense y obedeciendo á ésto ordenó el ataque
de frente, que comenzó á las 7 de la mañana. La defensa
pudo hacerse de manera ventajosa porque los que ataca-
ban ascendían en terreno descampado. Su impulso no
fué vigoroso; decayó luego por el acierto de los tiros de los
que resistían, casi todos Jefes y Oficiales, buenos tiradores,
y se volvió indeciso á las pocas horas. Como á las cuatro

116 —
de la tarde el Capitán Miguel Nuila con cinco soldados in-
surgentes sorprendió la reserva enemiga, que acobardán-
dose se dispersó. El General Tercero mandó entonces la
retirada de las tropas gobiernistas para San Marcos de
Colón, dejando varios muertos y heridos. Los insurgen-
tes sólo tuvieron un herido.
Voló con rapidez la noticia del triunfo de los insur-
gentes, y la fama lo atribuyó al General Sierra como una
consecuencia de su habilidad guerrera. En esos días llega-
ban al Ocotal y á Somoto los derrotados de La Minita, se
llenaron de regocijo creyendo que aquél triunfo desquita-
ba su pérdida, volvió á encenderse su entusiasmo y mu-
chos corrieron á incorporarse á los vencedores. Luego tu-
vo el General Sierra á sus órdenes más de cien hombres;
pero sucedió lo de antes, no todos tenían armas; apenas
se reunieron unas ochenta porque no fué posible dejar de
entregar á las autoridades nicaragüenses la mayor parte
de las que se salvaron en La Minita.
Sin embargo del pequeño número, la nueva columna del
Carrizal se consideraba fuerte, ardía en deseos de continuar
las operaciones militares, y algunos de los Jefes indicaron
que era conveniente llamar al General Reina para que to-
mara el mando, que le correspondía como segundo Jefe del
Partido; pero los demás no lo aceptaron. La derrota ha-
bía quitado á Reina el prestigio militar; en cambio el triun-
fo aumentaba él de Sierra, y la generalidad, que no re-
flexiona, creía que él merecía el mando del ejército. Ade-
más la ambición de éste se había ensanchado, la vanidad
lo cegaba, y no sec avendría ya á seguir combatiendo á las
órdenes de Reina, por lo cual si se le llamaba .se corría el
riesgo de que se produjera una escisión y se disolviera la
columna. Por temor á ésto se resignaron todos á aceptar
al General Sierra como jefe, aunque no estaba comprome-
tido á defender el programa del Partido Liberal.
XX.

EL CORPUS.
El general Sierra tuvo ligera sospecha de lo que se
trataba, disimuló su contrariedad y resolvió dejar sin per-
der tiempo las fortificaciones del Carrizal, para que desa-
pareciese del todo la influencia de Reina, que estaba en
El Ocotal, á poca distancia. Le convenía mostrarse audaz
para aumentar su fama y dispuso ir en persecución del ge-
neral Tercero, que según noticias se había quedado en
San Marcos de Colón.
Llegó la pequeña columna á ese pueblo, y no encon-
tró allí al general Tercero, pues no se había detenido, y
sabedor el general Sierra de que tampoco se había deteni-
do en el pueblo del Corpus, se fue para aquel mineral, á
donde llegó el 26 de agosto, el mismo día que era captura-
do en la Mosquitia el coronel Leonardo Nuila.
Se componía ya la columna insurgente de poco más
de doscientos hombres, pero de éstos sólo estaban arma-
dos ochenta y ocho. El vecindario del Corpus no los reci-
bió bien. El general Williams, Comandante de Armas
del departamento, era nativo de ese pueblo, tenía en él
muchos familiares y amigos, que eran naturalmente desa-
fectos á la revolución. Pero la plaza se consideraba inex-
pugnable, y aún con el inconveniente del desprestigio, se
encontraban suficientes provisiones para el mantenimiento
de la tropa. Atendiendo á ésto determinó el general Sie-
rra establecerse en élla, y procedió á construir fortificacio-
nes creyendo que vencería allí á la defensiva como había
vencido en el Carrizal.
— 118 —
El Corpus es un pequeño pueblo edificado en la falda
de un cerro escabroso, donde cada pliegue del terreno es
una muralla tras la cual puede defenderse bien la infante-
ría. Sin embargo no es una plaza fuerte como se le califi-
ca erradamente. Su campo es muy reducido, lleno de
obstáculos y profundidades que no dan lugar á ninguna
clase de maniobras, y con pocas salidas ó caminos malos
que pueden ser tomados por el enemigo. Además, altos
cerros lo rodean y dominan, y en éllos puede emplazarse la
artillería enemiga y funcionar sin ser molestada. Por lo
mismo será plaza muy útil como punto de apoyo para mo-
vimientos estratégicos y ventajosa para una defensa pasiva
en espera de refuerzos; pero sino se aguarda ningún auxi-
lio es muv mala, y el que se encierra allí corre el riesgo de
no salir ya más. Ocupadas por el enemigo las alturas
que la circundan, cerrados los caminos, la tropa que está
adentro tiene que rendirse ó perecer bajo el fuego de la
metralla.
Encerrándose el general Sierra en el Corpus procedía
como todos los que no conocen el arte de la guerra, que
creen que corresponde ineludiblemente al más débil la de-
fensa. Y como entre nosotros el choque de dos ejércitos
es el pleito de dos ciegos, donde el que acomete fracasa ca-
si siempre cuando el otro está oculto detrás de murallas,
lo que sucedió á las tropas de Tercero en el Carrizal, Sie-
rra se afirma en aquella creéncia, y se da á fortificar El
Corpus para aguardar al enemigo, seguro de que así esta-
ría la victoria de su parte.
Al saberse en Choluteca
la llegada de Sierra al Cor-
pus, general Williams intentó ir en el acto á atacarle
el
con mil hombres; pero el descalabro de Tercero le quitó la
preponderancia militar porque él lo había recomendado al
Gobierno, y éste, temeroso de que Williams fuese también
derrotado, le ordenó que esperara al general Domingo
Vásquez que volvía del Norte, para que juntos atacaran.
Vásquez no era mejor militar que Williams, pero gozaba
de más reputación. Se la había dado su gran valor en di-
versos combates y una marcha rápida efectuada el año de
1875 de Amapala á San Miguel para sofocar un motín, y
no estaba entonces contrariada. En cambio Williams ha-
— 119

bía peleado siempre como jefe secundario, y aunque acaba-


ba de combatir en La Minita formando parte del Coman-
do, el éxito dudoso había originado inculpaciones recípro-
cas entre los Jefes, inculpaciones que á ninguno le dejaban
gloria. Vásquez era. pues, considerado el mejor militar,
y debía esperársele para que ejerciera el mando, aunque
trascurrieran muchos días sin atacar á los insurgentes.
Entre tanto llegaba Vásquez, los patriotas se fasti-
diaban en la inacción, y se entristecían con el presenti-
miento de una catástrofe al comparar sus fuerzas con las
del Gobierno. En La Minita habían combatido uno con-
tra nueve y se habían salvado por casualidad; ahora, se-
gún las noticias concentración de tropas en Cholute-
de la
ca, pelearían uno contraveintidós. ¿Qué sucedería?
Un hecho acabó de conturbarlos. Sierra había recibido
muchas felicitaciones por su triunfo del Carrizal y se le re-
cordaban sus hazañas en el distrito de Goascorán.
Le dijeron algunos que él merecía más que el Dr. Bonilla
ser el Presidente de la República; aumentó su ambición,
abrigó la esperanza de que lo aceptaran los patriotas, é in-
sinuó la idea al general Dionisio Gutiérrez, á los coroneles
Miguel Oquelí Bustillo y Enrique Lozano y al mayor Cé-
sar Lagos, diciéndoles que se necesitaba un gobierno orga-
nizado para que tuviera fuerza la revolución. Estos com-
prendiendo lo que Sierra se proponía, se indignaron y cerra-
ron el camino á lo que habría sido una traición al Jefe del
Partido Liberal. Sierra se enojó, estalló profiriendo amena-
zas, y con un pretéxto fútil quiso formar Consejo de gue-
rra á los coroneles Oquelí Bustillo y Lozano para separar-
los del ejército. Esto hubiera sido la disolución de la co-
lumna y descrédito.
el Lo comprendió al fin el general
calmó y dió satisfacciones, desgraciadamente
Sierra, se
aceptadas debido al entusiasmo por la causa llamada liber-
tadora. ¡Ceguera sublime, pero triste! ¿Qué se propo-
nían los insurgentes con seguir á las órdenes de Sierra,
desde que manifestaba su propósito? No les quedaba ni
la satisfacción del sacrificio en favor de su partido, porque
si se triunfaba, después podría Sierra proclamarse Jefe de
la revolución, teniendo la superioridad que da la aureola
de la victoria.
— 120 —
Por dicha este triunfo era imposible: Vásquez se acer-
caba al Corpus con dos mil hombres.
Comprendió el general Sierra el inmenso peligro de re-
sistir, se asustó de lo que iba á hacer y estuvo á punto de
retirarse para el distrito de Texiguat. De pronto insistió en
que era preciso quedarse y jugar en la defensa el todo por
eltodo. Arriesguémoslo todo debió decir en su pensa-
miento. Sí, él arriesgaba todo, es decir, su vida, con tal
de ver sipodía llegar á suplantar al Dr. Bonilla y escalar
la Presidencia. Ese lema de aventurero es bueno para el
que sólo compromete su persona, bueno para los que sin
conciencia se llevan la vida de los incautos que los siguen;
pero no es bueno para los que defienden ideales, pues con
su imprudencia se llevan la tranquilidad, la riqueza y el de-
recho de toda la sociedad.
XXI.
COMBATE DEL CORPUS.

El 5 de Setiembre de 1892 los insurgentes recibieron


aviso de que había llegado al pueblo de Yusguare el general
Domingo Vásquez con un ejército de dos mil hombres. Se
componía de las varias armas; era 2.° Jefe el General
Vicente Williams; y los generales Antonio López, Alfonso
Villela y Maximino Mondragón mandaban los diversos
cuerpos.
Ese ejército era desmesurado para combatir á unos po-
cos hombres, ochentiocho mal armados; pero los in-
surgentes se había hecho temibles por su heroica resisten-
cia en La Minita y su victoria del Carrizal, y el Gobierno
que tenía informes de que su número era de trescientos, la
mitad con buenas armas y abundantes municiones, desea-
ba todavía que Vásquez esperase más tropas para atacar-
los en mejores condiciones, y así no fuese dudoso el éxito
del combate. El General Vásquez consideró suficiente la
fuerza que tenía y expuso al Gobierno su propósito de no
perder más tiempo.
De Yusguare al Corpus hay veinte kilómetros, y el
enemigo debía aproximarse en la tarde. El General Sie-
rra habló con los diferentes Jefes y les ordenó que ocupa-
ran sus puestos en las líneas de defensa, establecidas así:
al Oeste, un largo reducto frente al camino de Choluteca,
Comandante el Coronel Juan Benito Mendoza; al Sur, la
iglesia y casas de la plaza frente al camino del valle El
Agua Fría Comandante, el Coronel Teodoro Valladares;
al Sureste, un reducto llamado El Guapinol, Comandante
— 122 —
elGeneral Dionisio Gutiérrez; al Este, otro reducto llamado
El Pulpito frente al camino de Concepción de María, Co-
mandante el Teniente Coronel Antonio Lara; al Noreste
trinchera en el borde de un barranco frente al camino de
San Marcos de Colón, Comandante el Coronel Calixto
Carias; y al Norte, una gran hondonada por donde corre
un riachuelo. En la torre de la iglesia se pusieron como
tiradores al Coronel Plutarco Bowen y al Mayor César
Lagos, que alternaron con otros dos oficiales.
Cerca de las seis de la tarde el enemigo apareció á le-
jana distancia y comenzó su despliegue ocultándose en los
respaldos de los cerros para tomar las alturas. Cayó el
crepúsculo y la noche pasó en completo silencio. Hasta
muy alto el Sol del nuevo día se descubrieron dos líneas
de tiradores, la primera en la parte baja de los cerros y la
segunda en las cimas formando un doble semicírculo, des-
de el camino de Choluteca hasta el de Concepción de Ma-
ría, y á mayor distancia dos piezas de artillería colocadas
una en el Portillo de la trinchera, al Poniente, v otra en el
cerro de la Cruz, al Sur.
Como á la hora meridiana abrió sus fuegos la artille-
ría arrojando muchas granadas sobre las posiciones más
visibles, principalmente sobre la iglesia. Causó algunas
bajas dentro de la nave, y un casco de metralla estuvo á
punto de herir al general Sierra, que allí estaba acostado
en una hamaca. A causa del susto montó en cólera, y su-
poniendo que el General Williams dirigía más granadas á
la iglesia porque indudablemente alguno de sus familiares
le había comunicado que allí se encontraba él, dijo que si
averiguara cual de éllos había sido, lo fusilaría en el acto;
pero como eso era difícil haría escarmiento en el que á Wi-
lliams le sería más doloroso; y ¡horror! manda que una es-
colta capture á la madre de Williams, anciana venerable, v
la conduzca á la iglesia á que participe del peligro. Y
per-
manece, ya arrinconada en uno de los ángulos del templo,
ya de rodillas ante el altar derramando lágrimas é implo-
rando tal vez hasta por su mismo verdugo.
Ese acto salvaje escandalizó no sólo á los Jefes sino al
último de los soldados. Casi todos habían formado á las
órdenes del General Reina, en la columna disuelta en Dan-
— 123 —
lí, no vieron cometer monstruosidades.
y Se respetaba á
las personas y los intereses de los enemigos, que son quie-
nes más lo necesitan, y de ese modo se sostenía el entusias-
mo por la causa libertadora y aumentaban las simpatías.
El General Sierra se porta de manera distinta, comete
atropellos que á todos repugan, pero el de la anciana ma-
dre de Williams colma la medida, ¡Y dice que defiende
la libertad! Yestán voluntariamente á sus órdenes los
que predican contra el despotismo! Debieran alejarse de
él los honrados; mas no puede hacerlo ninguno en aquellos
terribles instantes; el peligro común los retiene; llueve la me-
tralla y el plomo sobre todas las cabezas; nadie puede se-
pararse de su puesto ni para ir á interceder por la noble
víctima, y aunque fuera no sería atendido por el que tiene
educación despótica y la sed de la venganza. Hay que do-
minar la indignación y proseguir combatiendo.

Pasó el día sin que hubiese alcanzado el enemigo ven-


tajas manifiestas. Calmaron los fuegos: sólo tronaba el
cañón lúgubremente á grandes intervalos, como para que
no se olvidara su presencia. Llegó la nueva luz, las líneas
estaban á menor distancia y los insurgentes creyeron que
empezaría la carga. No sucedió así, sólo los cañones au-
mentaron los disparos, que volvieron á calmar en la no-
che- Al amanecer del 8 las líneas estaban más cerca, y no
tardó la primera en abrir un fuego rápido, que no se inte-
rrumpía sino breves momentos. Los insurgentes se de-
fendían con desesperación; no se dejaban ver hasta que el
enemigo trataba de avanzar; entonces »hacían descargas
mortíferas y tornaban á ocultarse. Los que morían eran
repuestos por los desarmados que estaban de reserva, y
no decaía la defensa.
El reducto del Guapinol á cargo del General Dionisio
Gutiérrez y del Capitán Mayor Policarpo Irías, era el más
atacado, y había allí más heroísmo. Los que acometían
trataban de avanzar á descubierto; pero se veían obliga-
dos á retroceder por las descargas certeras. En uno de
esos amagos de asalto los defensores del Guapinol sufrie-
ron momentos de angustiosos apuros. Estaban para ago-
társeles los cartuchos; pedían repuesto y no les llegaba.
124 —
Era que se habían concluido los dé reserva y se necesitaba
fabricarlos utilizando las cápsulas vacías.
En la iglesia estaban muchos empeñados en su fabri-
cación y á duras penas alcanzaban á abastecer las líneas.
En el Guapinol se agotaban con mayor rapidez, sus exi-
gencias eran más repetidas y llegó el momento en que no
se le pudo satisfacer porque la pólvora se había acabado.
Decayó la defensa y al entrar obscura noche el enemi-
go emprendió el asalto del Guapinol. Fueron aquellos,
horribles instantes. Los combatientes se veían á la luz de
los fogonazos á quema ropa, y en esa situación tan crítica
tenía que ceder el menor número. Como á las nueve el
enemigo saltó el reducto; huyen sus defensores, quedan
muertos Policarpo Irías, Federico Lozano y muchos más,
y el General Gutiérrez se salva rodando por un barranco.
Corrió en las otras líneas la voz de que el Guapinol
había sido tomado y sobrevino la consternación. Quince
horas, desde la seis de la mañana hasta las nueve de la no-
che, había llovido fuego sobre los insurgentes; pero mayor
resistencia era humanamente imposible, y seemprendió la
retirada por el camino de San Marcos de Colón, que ¡cosa
admirable! había dejado descubierto el enemigo. El Ge-
neral Sierra salió á la vanguardia en buena bestia, y los
demás Jefes tuvieron que seguirlo á pie, porque tres días
antes del combate había ordenado áquel que se llevasen á
un potrero todas las bestias, excepto la suya, las de sus
ayudantes y las de sus íntimos amigos. Formaron la re-
taguardia, el General Dionisio Gutiérrez, los Coroneles
Miguel Oquelí Bastillo y Enrique Lozano, el Mayor César
Lagos, los Capitanes. Jesús Zúñiga, Manuel de Jesús Ca-
rrasco y Antonio Ramón Lagos, y unos pocos soldados,
todos á pie.
La noche está muy obscura, cae abundante lluvia, el
cielo truena; y ésto, aunque los molesta, favorece á los in-
surgentes. No pueden andar de prisa, van atollándose y
deslizándose en el lodo; pero no se les ha visto retirarse, no
se oye el ruido de sus pasos y no se les persigue. El ene-
migo ha tomado el Guapinol y satisfecho con situarse allí no
se apresura á seguir avanzando en las tinieblas, por miedo
á que se le forme una emboscada. Hasta que la luz del tiue-
— 125 —
vo día alúmbrala plaza, Ge que está sola; los insurgentes
se habían ido dejándole por única presa el campo de bata-
lla. Se precipita á tomarlo y se reproducen las mismas
escenas atroces que han manchado las guerras civiles pre-
cedentes. La embriaguez del combate y el despecho de
no poder hacer prisioneros ahoga en la soldadezca la voz
de la naturaleza. Un joven García Ledesma, de diez y
siete años, casi un niño, hermoso, robusto, simpático, no
ha podido irse porque está baldado de una pierna y no se
le dió en que montar. Cree salvarse entregándose, y lo
matan sin piedad á bayonetazos. Da horror la soldadez-
ca salvaje sedienta de sangre. Su semblante feroz se ase-
meja á la siniestra expresión del rostro de los muertos.
¡Qué horrible y tétrica es la guerra civil!
Vásquez no recoge por trofeos sino cadáveres: todos
los demás insurgentes se salvan traspasando la frontera
de Nicaragua.*
Ante el resultado de esa acción de armas, el ánimo
perplejo no sabe que deducir. Se ve de una parte á un
general que presumiendo de militar, encierra en una plaza
á unos pocos hombres, los pone tras de murallas para que
combatan, no les da de comer ni de beber en tres
días porque no ha provisto al mantenimiento de la tropa;
no cura á los heridos porque no ha supuesto la necesidad
de la ambulancia; y los encierra de tal modo que les quita
las bestias para que ni en momentos de apuros puedan
retirarse. Se ve de la otra parte otro general que acome-
te con numeroso ejército y tarda tres cj^as para vencer;
que quiere anonadar al enemigo y sin embargo lo deja es-
capar. Indudablemente el General Sierra ignora la tácti-
ca. Pero Vásquez, á quien se tiene por militar experto,
¿por qué ha necesitado tres días para batir con dos mil
hombres á ochentiocho y no los ha hecho prisioneros? Al-
gunos suponen que no quiso encerrarlos y dejó que se sal-
varan porque ambicionando el poder le convenía que la
guerra continuase en el país, y hasta se afirma que él así
lo ha declarado: en tal caso sería un traidor á su gobierno.
Debe creerse que como Sierra no conoce el arte de la gue-
* — Véase la nota C.
— 126 —
rra, y por la rutina ataca sólo por 'el frente. De ese modo
invierte muchos días para obtener un triunfo estéril,
mientras que un militar experto lo habría conseguido en
paco tiempo con menos pérdidas en su ejército y con éxi-
to completo. En campañas posteriores ha cometido el
General Vásquez otras muchas graves faltas militares que
justifican esta creéncia. Ahora bien, pudiera suceder que,
en verdad, intencionalmente haya dejado libre la salida;
pero si así fue, no lo hizo para que se salvaran los patrio-
tas, sino porque comunmente se cree que si se extrecha de-
masiado al enemigo se le obliga al heroísmo en la desespe-
ración de salvarse, y se vuelve peligroso. Para evitar ese
peligro aplica sin duda la máxima de Escipión: “á enemigo
que huye, puente de plata. ” No huyen todavía los pa-
triotas pero desea que lo hagan, y les pone el puente des-
de luego. Esto también es una falta, pues aquella máxi-
ma sólo debe aplicarse cuando el que se defiende es casi
tan fuerte como el ofensor.
El triunfo del General Vásquez fué infructuoso para el
Gobierno porque los insurgentes volverían con mayores
energías. Sin embargo los cortesanos creyeron que sehabia
alcanzado una espléndida victoria, v la celebraron con ma-
nifestaciones de gran regocijo.
XXII

ATROPELLO A NICARAGUA

El General Vásquez entró á la plaza del Corpus con


su Estado Mayor y las tropas de reserva, como á las diez
de la mañana, y supo con grandísimo pesar que los insur-
gentes se habían retirado á las diez de la noche desorgani-
zados y sin municiones para combatir. Habría podido
capturarlos á todos; y herido en su orgullo por no haber-
lo hecho ordenó que dos columnas los persiguieran con ac-
tividad, una directamente por el camino de San Marcos y
la otra debía variar á la derecha por el camino que condu-
ce á San Pedro, pueblo de Nicaragua.

Si esas columnas hubiesen salido y ejecutaran una


marcha forzada con seguridad habrían alcanzado á los in-
surgentes de la retaguardia, que sin hábito de caminar á
pie, y débiles á causa de no comer ni dorrAir tres días, an-
daban muy despacio: por el camino de San Pedro llega-
ron á la frontera á las siete de la noche, in virtiendo vein-
tiuna horas para caminar ocho leguas. Pero tropas
las
del Gobierno dirigidas por jefes que tampoco sabían de
administración militar, habían permanecido el mismo
tiempo sin comer ni dormir. Mortificadas por el hambre
y el sueño buscaban alimento ó descanso, y recibieron con
disgusto la orden de marchar. Comprendió el General
Vásquez que si las obligaba á salir las enojaría en extremo;
deseaba conquistarse simpatías y dió contra orden de
persecución, cambiándola por otra de marchar todo el ejér-
— 128 —
cito el siguiente día.Gracias á ésto se salvaron todos los
insurgentes, asilándose en Nicaragua.*

El 10 de Septiembre salió el General Vásquez del Cor-


pus para San Marcos de Colón con todo su ejército. Lle-
gó el 11 á ese pueblo y recibió allí informes de que en el
lugar denominado La Cruz, territorio nicaragüense, esta-
ban unos insurgentes entre éllos algunos de los que acaba-
ban de ser derrotados en el Corpus, y que en los Calpules,
cerca del Carrizal, se estaba reuniendo otra columna de in-
surgentes á las órdenes del General Reina, con intenciones
de invadir nuevamente. Vásquez sabía ésto en momentos
en que era objeto de innumerables felicitaciones y lisonjas
por lo que calificaban de triunfo espléndido. Estaba enva-
necido, pero en su interior no se sentía satisfecho y trata-
ba de disimularlo. Lanzó graves amenazas contra los in-
surgentes y ostentando energía y poder ordenó que salie-
ran dos columnas de tropas á capturar á los que se ha-
bían quedado cerca de la frontera, que penetrasen en el te-
rritorio nicaragüense é incendiaran las casas de los Calpu-
les: Esto, dice, servirá de lección y amenaza al Gobierno
que les da auxilio.

No era cierto que el Gobierno nicaragüense protegiera


á los revolucionarios: no les daba ni una sola arma, ni un
cartucho. Si se los diera pelearan sin grandes desventa-
jas. Es verdad que el Presidente Sacasa no los perse-
guía con rectitud, pero era por consecuencia de su carác-
ter débil, contemporizador, no de impulsos hostiles contra
el Gobierno vecinó. Y poco perjudicaba al Ge-
la tolerancia
neral Leiya: como no les daba ayuda nada adelantaban
los insurgentes con sus invasiones. Fracasarían siempre, y
en cada fracaso se desacreditaban y debilitaban más, y el
Gobierno se vigorizaba. Vásquez, ó no reflexiona sobre
ésto ó considera muy débil el poder de Nicaragua, y quie-
re mostrarse atrevido para ganar prestigios en el ejército
hondureno estimulando su ardor bélico. Se deja llevar
de su ambición y de sus impulsos despóticos; cierra los
ojos á los males que hará caer sobre su patria y da con li-

* — Véase la nota D.
— 129 —
gereza las órdenes de allanar el territorio nicaragüense
*

y ejecutar los incendios.


El soldado no delibera: las dos columnas cumplen las
órdenes recibidas. Una de cincuenta hombres al mando
del Coronel Urrutia entra al lugar llamado “La Cruz”
y comete allí vejaciones. La otra de trescientos hombres
comandada por los Generales Alfonso Villela y R. Anto-
nio Tercero, llega á “Los Calpules” y como ya no encuen-
tra al General Reina, que se ha ido con los que le acom-
pañaban, incendia diez y ocho casas de los nicaragüenses
que han hospedado hondureños, para que en otra ocasión
les nieguen alojamiento. Después recorre el territorio pol-
los caseríos del Talquezal, Oyoto, El Espino y llega hasta
el pueblo de San Pedro. Está allí una pequeña escolta
nicaragüense á las órdenes del Capitán Cajina y la ataca
y dispersa. Es capturado el Alcalde Municipal y el Gene-
ral Villela le manda dar doscientos palos porque en su
casa han estado algunos hondureños.
La noticia de esos actos salvajes cuanto impolíticos,
llegó á las ciudades y pueblos nicaragüenses con la celeri-
dad eléctrica, y todos se conmovieron inflamados de justa
indignación. La prensa exaltó la cólera de la nación, ata-
có en términos virulentos á los ofensores; y las agru-
paciones pidieron que se declarase la guerra al Gobierno
de Honduras en desagravio de la saberanía nacional.
El Presidente Leiva se asustó del salvaje atentado co-
metido en su nombre, temió la explosión de la cólera del
patriotismo ofendido, envió disculpas por telégrafo al
Gobierno de Nicaragua, y después nümbró un Minis-
tro Plenipotenciario para que fuera á darle las satis-
facciones más cumplidas. Fué ese Ministro el Doctor
x\dolfo Zúniga, jurisconsulto notable y hábil diplomático.
Llegó á Managua, culpó al General Vásquez, demostró
la irresponsabilidad del Presidente Leiva y prometió: que
se indemnizarían los daños causados, que en lo sucesivo se
respetaría el territorio nicaragüense y que se mantendrían
las más francas y amistosas relaciones.
El Dr. Sacasa, hombre pacífico, de carácter débil, no
quería la guerra, aceptó la explicación del Ministro hondu-
reño sin exigir responsabilidades, creyendo que si las exi-
— 130 —
gía podría llegarse á un rompimiento, y el conflicto quedó
arreglado. Mas para desgracia de ambos países ese arre-
glo era sólo aparente. Si el Gobierno de Nicaragua que-
daba satisfecho, no así el pueblo que no consideraba lava-
da su afrenta. Se había llenado de indignación y el arre-
glo antes que aplacar los ánimos echaba combustible en
las conciencias para encenderse en la primera ocasión.
Habría quedado satisfecho el amor propio nacional nicara-
güense si el Presidente Leiva destituyera al Jefe militar
que ordenó el atropello; mas ni el Dr. Sacasa exigió que se
juzgara al General Vásquez, ni el General Leiva lo hizo por
su propia conveniencia. Considerándolo buen militar, lo
creía necesario para que lo sostuviera en los peligros.

No se sabe que admirar más, si la ciega presunción del


General Vásquez, que suponía suficientemente fuerte al
Gobierno para pelear con ventaja contra Nicaragua, ó la
timidez é ignorancia del Genei al Leiva que tenía á Vás-
quez por militar experto, ciudadano patriota y buen ami-
go. El Gobierno de Leiva no sólo no estaba fuerte sino
extremadamente débil. No tenía soldados porque era
mucho su desprestigio; ni tenía cómo armarlos y pa-
garlos, debido á la mala administración y á los derro-
ches. Para los gastos de la guerra apelaba á emprésti-
tos forzosos, medio reprobado por la justicia y la moral.
Divididos los hondureños por odios profundos, al estallar
la guerra, los que odiaban al Gobierno, que era la mayor
parte, no querrían defenderlo sino contribuirá derribarlo:
así, Leiva caería sin remedio si Sacasa aceptaba el reto.
En cuanto al mérito del General Vásquez, ah! General
que con dos mil hombres no puede hacer prisioneros á
ochentiocho que se le van á entregar, ese no es militar,
desconoce en lo absoluto el arte de la guerra. Será un
hombre valiente, podrá conducirse en un combate como
héroe; como director de los ejércitos no podrá alcanzar la
victoria jamás. Pero aunque Vásquez fuera experto, bas-
taba que comprometiera á su patria y á su Gobierno, para
que éste lo separara del servicio. Con su imprudencia de
ultrajar á Nicaragua, sembró Vásquez la semilla de renco-
res profundos, que hasta hoy han contribuido á producir
dos guerras desastrosas, v quien sabe cuantas más en lo
— 131 —
futuro, si los gobernantes no procuran la conciliación de los
dos pueblos. Todo ésto se habría evitado con que el Gene-
ral Leiva depusiera al General Vásquez; pero fué muy dé-
bil, Vásquez se le sobrepuso y sobrevinieron á la patria
desgracias infinitas.

*
XXIII

PROYECTOS DE NUEVA INVASION.


Mientras el General Vásquez hacía
ostentación de
fuerza persiguiendo á insurgentes del Corpus hasta
los
dentro del territorio neutral, lo que era ya inoportuno des-
pués de haberlos tenido en sus manos, el Gobierno, á su
vez, se ensañaba con ferocidad en los prisioneros del Norte.
El Consejo de Guerra formado para juzgar al Coronel
Nuila por haberse levantado en la Ceiba, pronunció con-
tra él sentencia de muerte, y el Ejecutivo confirmó la sen-
tencia y la mandó ejecutar. * Vencida ya la revolución,
ese acto de crueldad era innecesario y muy impolítico. A
multitud de odios se agregaban más enconos, sobre ríos
de sangre caían raudales de lágrimas; al yerro de una in-
surrección sin buen éxito, seguía el expediente tristísimo de
implacables venganzas. En el puerto de Trujillo fué fusila-
do el Coronel Leonardo Nuila, el 11 de septiembre, tres
días después del bómbate del Corpus.
Así acabó aquel joven, noble, inteligente, amable, que
había cometido tres grandes faltas. La primera, haberse
levantado contra un gobernante que, si había sido impues-
to con torpeza, llegaba á representar la alternabilidad por
primera vez en el país, que era un adelanto en la senda

# -El Presidente Leiva telegrafió al Comandante de Trujillo, General Sa-


lomón Ordóñez, diciéndole que no ejecutase todavía la sentencia. Poco des-
pués el Ministro de la Guerra, General Carlos F. Alvarado, le ordenó que la
ejecutase, y fué cumplida esta orden. Ignoramos si el Ministro procedió
con instrucciones del Presidente ó burló sus propósitos. Aseguran algunos
que pensaba indultarlo.
133 —
del derecho; la segunda ’falta, no haber impedido que se
asesinara alGeneral Muñoz, hecho que había de traer las
represalias; y la tercera, falta militar que lo perdió, haber
permanecido en la inacción con su ejército, sin aprovechar-
lo para atacar con energía y prontitud al Gobernante que
se proponía derrocar. Sin embargo de esas faltas del Co-
ronel Nuila, no debió el gobierno'fusilarlo: la lev no le im-
ponía la pena de muerte. Pero el Consejo de Guerra cali-
ficó arbitrariamente de traición el levantamiento de la Cei-
ba, y penada la traición con la muerte, el Consejo la de-
cretó. No, Nuila no fué traidor. No estaba en servicio
militar cuando se levantó, ni llegaba con ejércitos extra-
ños. Y su acción no era maldad sino un error que prove-
nía de la exaltación de las pasiones políticas. El Gobierno
*en vez de reflexionar sobre ésto, se ofuscaba y se ensañaba.
Cuando debió ser enérgico fué débil; y después quiso disi-
mular su falta de vigor con horribles actos de crueldad.
Ejecutada la fusilación de Nuila, creyeron los cortesa-
nos que el escarmiento estaba sembrado, v ya no hubo
empeño en fusilar también al General Manuel Bo-
nilla, preso en Tegucigalpa. Algunos se propusieron sal-
varlo de toda responsabilidad y lo consiguieron. Se le de-
jó libre y se retiró á Juticalpa. Después de varios años
fué amigo y Jefe de los mismos que pudieron matarlo. Eso
demuestra que los que tienen el poder no deben satisfacer
con violencia el enojo momentáneo. En los vaivenes cons-
tantes de la suerte, cuántos de los que están abajo se so-
breponen, cambian de rumbo y favoreceq hoy á los mis-
mos que ayer les han querido anonadar.
Pasados estos sucesos el país quedó en una calma
profunda y la derrota de los liberales se consideró comple-
ta. El Gobierno se encontró á sus anchas sin temor á
ninguna oposición. Los principales liberales estaban au-
sentes. Unos habían salido por las persecuciones en los
días de la efervescencia electoral; otros salieron cuando se
desterró á los Jefes del partido; otros por el desparpajo ele
Quiebra Botija y el descalabro de la Minita, y los que ha-
bían quedado tuvieron necesidad de emigrar después de
laspersecuciones que siguieron al combate del Corpus,
— 134 —
perdida toda esperanza de garantíais. Todos, pues, es-
taban en el duro destierro.
El Dr. Policarpo Bonilla, que propagó las ideas libe-
rales. no satisfecho con sembrar la revolución en las con-
ciencias, quiso realizarla demasiado pronto en los hechos y
arrastró á los demás á los campos de batalla, estériles las
más de las veces para la libertad. El fracaso fué el casti-
go; pero ese castigo, lo sufrió más el pueblo inocente. Se
sobrepuso con ferocidad el despotismo; el dolor más hon-
do se sintió en los corazones, y tinieblas é infortunios caye-
ron sobre la patria sin ventura.
El Dr. Bonilla permaneció en Guatemala mientras se
sucedieron los hechos de la revolución. No pudo ir á in-
corporarse á los insurgentes del Norte por el triste resul-
tado de Quiebra Botija y la recuperación de la Ceiba por*
el Gobierno; ni pudo regresar á Nicaragua, de donde iría
á incorporarse á los insurgentes del Sur, porque recibió
informes ciertos de que no se le permitiría entrar á a-
quel país, y si entraba no se le dejaría acercarse á la fron-
tera de Honduras y se le pondrían más obstáculos á sus
partidarios. Esta permanencia forzosa é inútil en Guate-
mala lo desesperaba; sus gestiones para que el Presidente
Reina Barrios le diera auxilio, habían sido iútiles y au-
mentaban su pena las noticias que recibía desfavorables á
la revolución. La del fracaso en el Corpus acabó de des-
esperarlo, no le quedaban ya esperanzas de obtener el
triunfo; mas á poco le llega la nueva de la violación del
territorio nicaragüense por las tropas de Vásquez y se lle-

nó de infinita alégría,imaginándose que ese ultraje á la


soberanía nacional de Nicaragua encendería en cólera al
gobierno de Sacasa, cambiaría su conducta neutral y pres-
taría apoyo decidido á los insurgentes para que derroca-
ran al Gobierno de Leiva. Resolvió regresar á Nicaragua
sin pérdida de tiempo.
Estaba en Managua la Legación de Honduras v se
prohibió el desembarque del Dr. Bonilla en Corinto, para
no dar pretexto á contrareclamos y se entorpecieran los
arreglos de paz. Continuó el Dr. Bonilla para Puntare-
nas, se fué á la capital de Costa Rica, y cuando supo que
el Dr. Zúniga había regresado á Honduras, se vino de in-
cógnito por tierra á Managua. El Presidente Sacasa ha-
bía aceptado las explicaciones del Gobierno hondureño;
pero el pueblo nicaragüense estaba descontento por ese
arreglo, los ánimos muy exaltados, y todos los partidos
políticos se esforzaban en demostrar sus simpatías á los
hondureños proscritos, como para levantar una protesta
contra el violador de su territorio y como uñ reproche á la
debilidad de su gobierno.
La llegada del Dr. Bonilla á Managua exaltó más los
ánimos. Los hombres prominentes de los partidos corrie-
ron á ofrecerle su ayuda para que continuase la guerra
contra Leiva, y, en lo general, el pueblo entusiasmado trata-
ba de demostrarle las más vivas simpatías. Parecía que
todos los nicaragüenses estaban dispuestos á ayudarle,
unos con armas y dinero, otros yendo á pelear al lado de
los hondureños perseguidos.
El Dr. Bonilla, regocijado y alentado, emprendió sus
trabajos para preparar una invasión á Honduras; mas, á
pesar del entusiasmo de los nicaragüenses por la causa de
la revolución hondureña, pronto comprendió que si el pue-
blo estaba ansioso de auxiliarlo, el Gobierno seguiría úni-
camente la política de contemporización, sin resolverse á
darle ayuda efectiva ni á reprimir sus trabajos. La con-
temporización era consecuencia del carácter del Dr. Sacasa
y del estado de su ánimo. Como gobernante no deseaba
la guerra por los daños que dejaría al país; pero, como ni-
caragüense aborrecía al gobierno de Honduras por el ultraje
hecho á la Soberanía de su Nación y anhelaba que los in-
surgentes lo derrocasen. Por timidez no* se atrevía á ayu-
darles con armas y dinero, que era todo lo que necesitaban
para vencer, y por miedo á la opinión pública, que clamaba
por el auxilio, contemporizaba con éllos aparentando con-
servar la neutralidad.
Esa política era la peor que podía adoptar. El pue-
blo nicaragüense deseaba la guerra, sentimiento inconte-
nible del orgullo nacional ofendido, y no complacerlo era
peligroso. Había, pues, necesidad de declararla ó de au-
xiliar decididamente á los emigrados. La guerra traería
males inmensos, irremediables, y dejaría entre los pueblos
odios profundos que podrían producir nuevas guerras:
136 —
lo mejor era auxiliar decididamente á los emigrados que
derrocarían con seguridad á Leiva. Con ésto quedaría
satisfecho el pueblo nicat agüense y contento de su Gobier-
no; y, sobre todo, no padecería la fraternidad de las dos
naciones. Debió, pues, el Presidente Sacasa no vacilar
en adoptar decididamente esta última política. Mas no
fué así, y en tcfl caso el Dr. Bonilla, por patriotismo, de-
bió desistir de continuar la revolución armada sin los ele-
mentos necesarios para obtener el triunfo; y esperar tener-
los y que se le presentara una oportunidad propicia para
no padecer nuevos fracasos, que perjudicarían una vez más
la libertad que pretendía defender. Las revoluciones justas
ó son el derecho cuando triunfan, ó son el retroceso cuando
fracasan. Por ésto, los que las dirigen deben ser juiciosos,
cuerdos, oportunos, para que triunfen siempre. Lo mis-
mo que el agricultor que busca el tiempo y condiciones de
abono para hacer su siembra, así el político debe
medir la justicia, la oportunidad y ventajas favora-
bles y adversas para hacer una revolución; pues, de
lo contrario, como á áquel no le germina la semilla si siem-
bra en terreno estéril ó intempestivamente, éste sólo ten-
drá un fracaso si se precipita, y con todo fracaso revolu-
cionario el despotismo se afianza y la libertad y la justicia
quedan doblemente agarrotadas. Sin auxilio de Nicara-
gua no podría triunfar el Dr. Bonilla, pues es imposible
que en Honduras triunfen las insurrecciones sólo con la
cooperación del pueblo desarmado. Este es pobre, los
caudillos no reúnen el dinero suficiente con qué comprar
armas, y sin armks no se puede vencer ni á gobernantes
extremadamente débiles, moralmente caídos. Todas las
insurrecciones que en Honduras no han obtenido auxilios
de los gobiernos vecinos, han fracasado.
No obstante eso, y los recientes descalabros de la Mi-
nita y el Corpus, decidió el Dr. Bonilla continuar la gue-
rra sin elementos suficientes; y, á principios de diciembre se
dirigió oculto á Somoto para organizar la invasión. Le
ayudaban eficazmente todos los Jefes del Partido Liberal
y el General Sierra, quien le había dado satisfacciones por
su conducta ambigua y procuraba demostrarle subordina-
ción y afecto.
XXIV

PÉRDIDA DE LA ALTERABILIDAD.
En
los tres meses trascurridos desde la acción del Cor-
pus, situación del Gobierno de Leiva, lejos de mejorar
la
con el aparente triunfo del General Vásquez, había empeo-
rado, como era lógico que sucediese.
El reclutamiento continuo de las ciudades para el ser-
vicio de las armas, las violaciones de todas las garantías
personales ejecutadas por los empleados; las exacciones ar-
bitrarias y los empréstitos forzosos exigidos á los propieta-
rios; los empleados civiles sin sueldo y los militares á me-
dia paga; la policía suspicaz encarcelando á los que se ma-
nifestaban descontentos, la miseria de las familias proleta-
rias, resultado de la suspensión del trabajo, y la interrup-
ción del comercio; todo ésto contribuía á mantener una
situación desesperante y á exaltar más los ánimos contra
Leiva aun entre sus mismos partidarios, porque á él se
,

hacía rasponsable de las desgracias del *país. Manifestá-


banse descontentos hasta empleados de importancia. Unos
decían que por la debilidad de Leiva habían hecho los opo-
sitores la revolución; otros, que por sus contemplaciones
con los bogranistas que malversaban los fondos públicos
estaba el Erario más exhausto. Cuando en un país se ex-
presan así los empleados, es señal inequívoca de que el go-
bernante está en peligro. Este le venía más que de los
emigrados, del General Domingo Vásquez, Jefe militar
muy influyente. Vásquez ambicionaba el Poder y daba
pábulo al descontento, para formar una opinión unánime
contra Leiva por causa de lo que él llamaba su debilidad
138 —
y cobardía. De ese modo, aprovechando la .exaltación de
las pasiones, seencaminaba á efectuar, con la presión de las
armas, un cambio de gobierno, ó lo que es lo mismo trama-
ba una sedición militar: reprobable conducta la de Vás-
quez, pero por desgracia muy frecuente en toda situación
anómala en que se colocan los déspotas.
Llegó el Dr. Bonilla á Somoto á mediados del mes, y
allí recibió informes detallados de esa pésima situación.
Mal político, creyó que podría conseguir un cambio de go-
bierno favorable para él. sin necesidad de la guerra, en la
que no veía el triunfo seguro; y recomendó al Dr- E. Cons-
tantino Fiallos escribiese en su nombre al Dr. Manuel Ga-
mero, ciudadano importante del país, ex-candidato de la
fracción ministerial opuesta áLeiva, pidiéndole que excita-
ra á los señores Mónico Córdova, Daniel Fortín y Rosen-
do Agüero á una conferencia, se pusiesen de acuerdo y
pidiesen al General Leiva el depósito del poder en cual-
quiera de éllos para evitar que continuase la guerra civil,
pues el Partido Liberal estaba próximo á volver á la lucha
con acopio de elementos y, por consiguiente, con mejores
probalidades de buen éxito. Si Leiva adoptaba esa me-
dida salvadora, el Dr. Bonilla, Jefe del Partido Liberal,
aceptaría al nuevo gobernante; y depondría con gusto las
armas sisustituía desde luego los empleados de las admi-
nistraciones de Bográn y Leiva, con hombres honrados de
su confianza. Debía además: reconocer las deudas con-
traídas por la revolución y los perjuicios causados por élla
y por el Gobierno á la propiedad; otorgar pensiones de in-
válidos y montepíos por los servicios prestados á la revolu-
ción; procurar la convocatoria de una Constituyente para
reformar la Carta Fundamental; proponer ía reforma de
las leyesde Imprenta, de Orden Público y de Reunión; no
contraer alianzas ofensivas con ninguna otra nación; y no
impedir el castigo de los delitos comunes que hubiesen co-
metido los empleados y servidores del Gobierno. El Dr.
Gamero contestó al Dr. Fiallos que acogía con placer el
pensamiento de evitar la guerra, pero que no le ocultaba
su opinión de que era casi imposible que tales gestiones
dieran el resultado que se buscaba con las condiciones in-
dicadas por el Dr. Bonilla. Sin embargo, lo intentaría.
139 —
Es verdaderamente sensible que los que pretenden
servir la causa del derecho, sean los primeros que la perju-
diquen. El Dr. Bonilla atacaba lo que debía tratar de
conservar á toda costa, la alternabilidad. JEsto era au-
mentar la desmoralización qu existía, extraviar más las pa-
siones, hacer que prevaleciera el despotismo. Si el Dr.
Bonilla, para que no continuase la guerra civil, hubiera
pedido que el Congreso, que estaba reunido, declarase ne-
cesaria la reforma de la Constitución, y convocase una
Constituyente; que el Ejecutivo respetase la libertad en la
elección de representantes, sin ninguna otra exigencia que
una amnistía general por los delitos politicos cometidos,
entonces habría pedido lo justo y si no se aceptaba, tendría
aparente disculpa en continuar la guerra; mas pedir que los
que tienen el poder lo entreguen de buen grado contra to-
do derecho, esa no es sino una aberración que delata á las
claras el predominio de egoístas y bajas ambiciones.
El Dr. Gamero comunicó á los hombres que formaban
el Gobierno las condiciones del Dr. Bonilla. Las vieron
con disgusto y trataron de rechazarlas; mas los cortesanos,
al saber que el Dr: Bonilla estaba en Somoto organizando
una invasión tolerada por el Gobierno nicaragüense y qui-
zá protegida, sintieron verdadero pánico é influyeron para
que se discutiesen. Los más descontentos, por el riesgo
que corrían, suponiendo equivocadamente que Leiva, por
su debilidad, agravaba los peligros, desearon que un hom-
bre enérgico dominara la situación por el terror, é insta-
ron á Vásquez, que gozaba de más influencia por la fuerza
militar de que disponía, para que se interesase en que Lei-
va dejara el poder, ya que ésto exigía el Dr. Bonilla para
no ensangrentar al país, v que se entregase la Presiden-
cia á un hombre que fuera conciliador, pero que se hiciese
respetar.
Muchos de los altos empleados se expresaban así; to-
dos los demás estaban tristes, confusos, abatidos, se en-
tregaban á recriminaciones, y aunque algunos parecían to-
dovía celosos por Leiva, aun éstos lo desechaban interior-
mente, porque había prevalecido la creéncia de que él los
arrastraba á una ruina enevitable. La camarilla militar
era la que manifestaba más abiertamente el disgusto de la
— 140

peligrosa situación. Hombres todos admiradores de la


fuerza bruta, creían que ésta era el medio salvador; cuan-
do la fuerza, que es la injusticia, había de perderlos á la
larga sin remedio. Sólo el respeto á la ley los habría afian-
zado, y era á lo que menos atendían.
Vásquez escuchó con alegría inexplicable la propues-
ta del Dr. Bonilla: era todo lo que deseaba y venía prepa-
rando; sin dificultades se le allanaba el camino de un gol-
pe de hecho, y con placer se dejaba arrastrar por la co-
rriente de los sucesos. Llegado el momento de intervenir
tuvo una entrevista con el General Leiva y le aconsejó
que aceptara la propuesta del Dr. Bonilla, para contener
la revolución ó para dar fuerza á la defensa. Se esforzó
en demostrarle la gravedad déla situación; la necesidad de
sacar al pueblo de dificultades y al partido ministerial de
peligros; que en sus manos estaba darle fuerza depositan-
do el poder; y que el hombre más aceptable para los revo-
lucionarios é indicado por el Dr. Bonilla, era el Dr. Rosen-
do Agüero. Debía entregarle á éste la Presidencia y él lo
ayudaría con su prestigio militar para salvarlos á todos.
Si no se hacía eso estallaría la guerra, y podría suceder
que los descontentos lo abandonaran y se pasaran algu-
nos á la revolución.
Las graves faltas militares cometidas por Vásquez no
eran conocidas, porque en Honduras no había quien pu-
diera apreciarlas; en cambio gozaba de gran reputación co-
mo valiente, atrevido y enérgico, cualidades que se creían
necesarias para vencer la revolución. Por ésto todos se
dejaban subyugar*" por su inflencia, y muchos al saber que
se trataba del depósito, en el deseo de adularlo y agradar-
lo, decían que él debía encargarse inmediatamente de la
Presidencia, pues no era un inconveniente para que diri-
giera también el ejército.

Tanta prisa no convenía á Vásquez, que aparentaba


desinterés y quería dar al cambio una apariencia legal. Sa-
bía que teniendo él las armas podía tomar la Presidencia
cuando le conviniera, lo que haría si triunfaba sobre la re-
volución, pues si no había de triunfar, más le convenía te-
ner sólo el mando del ejército. Por lo mismo insistía en
que Leiva la entregase á Agüero.
141 —
La idea de la continuación’ de la guerra martirizaba
al General Leiva amargamente. Había llegado á creerse
causante principal de las desgracias del país y se reconve-
nía en su interior. Unas veces atribuía á su debilidad,
tal es la influencia de la sugestión, el incremento revolucio-
nario; otras, á no haber sabido transigir á tiempo. Co-
mo todos los que no conocen las leyes sociales, buscaba de-
ducciones por caminos errados, y se desconsolaba viendo
que hasta algunos de sus más íntimos amigos lo censura-
ban v lo abandonaban, formando aparte camarillas hosti-
les. Pero al mismo tiempo de creerse culpable del peligro
de la guerra, no creía en la posibilidad de la paz con el de-
pósito del poder. Conocía todas las pretensiones del Dr.
Bonilla; cuanto más se le complaciera más exigente se vol-
vería, y de exigencia, en exigencia, se llegaría á la negativa
y de allí siempre á la guerra. Por ésto no esperaba la paz
sino de los resultados de la próxima lucha. El Gobierno
tenía medios de combatir, y estaba seguro de vencer si
los insurgentes no llegaban con auxilios del Presidente Sa-
casa. Sin embargo, no tenía Leiva fuerza moral suficien-
te para sobreponerse negándose á dejar el mando; y como
temía, ya á los insurgentes, ya á Vásquez, se mantenía
vacilante sin adoptar resolución definitiva.
Las vacilaciones de Leiva causaban disgusto á sus
amigos íntimos y á los partidarios de Bográn, que desea-
ban se negara de momento al depósito; y coléricos y
aflgidos por las maquinaciones de Vásquez, intentaban
echarse sobre él y quitarle el mando militar; pero, en la si-
tuación incierta que creaba el peligro dé la invasión del Dr.
Bonilla, á quien temían y aborrecían más que á Vásquez,
sólo se llevaban en proyectos y nada hacían, no obstante
comprender que estaban perdidos si Leiva abdicaba. Por
fin se decidieron á agradar al hombre que tenía con las ar-
mas la fuerza é iba á disponer del porvenir, y aceptaron lo
que Vásquez deseaba. Con ésto quedaban separados de
la influencia política; era el castigo que recibían por haber
atropellado la libertad. Eso mismo sucede á todos los
que posponen el interés general al particular: sólo están
seguros los hombres del gobierno cuando se apoyan en la
ley.
— 142

Abandonado, pues, el General Leiva de todos sus a-


migos; abrumado de remordimientos por las desgracias
ocurridas; acosado por el miedo á los insurgentes que ya
habían invadido; y queriendo ver si se suspendía la gue-
rra dejando abierto el camino á un avenimiento con los li-
berales, determinó abdicar; y el 9 de Febrero de 1.893
nombró al Dr. Rosendo Agüero Ministro de la Guerra y
le depositó la Presidencia. Quedaba complacido el Dr.
Bonilla; se perdía la alternabilidad y se retrocedía en el ca-
mino del derecho. Este era el resultado de las ciegas am-
biciones de los dos partidos. Perdida la alternabilidad, el
derecho pasó al pueblo, y representó la usurpasión el nue-
vo gobierno. La insurrección, que había sido débil por-
que era contra el derecho, sería fuerte porque tenía ya de
su lado toda la justicia.
XXV
EL GENERAL PONCIANO LEIVA.
El General don Ponciano Leiva recogía el fruto de su
política. Hombre de sentido claro, pero sin instrucción;
amante del orden y de la libertad, pero terco, muy terco,
para aceptar el movimiento rápido de las ideas, temía sus
agitados impulsos; y por temor trataba de refrenarlos sin
tener ni la convicción de lo que debía hacer, ni la energía
suficiente para efectuarlo. A los catorce meses de esa pre-
sión vacilante, la opinión lo abandonó en absoluto, ya no
pudo sostenerse en el poder y lo abdicó.
Verdaderamente infortunado como hombre publico
fué el Señor Leiva. Gozaba de buena posición en la socie-
dad, era honrado, sobrio, severo de costumbres, bondado-
so, de carácter suave. Por estas condiciones también se
le escogió el año de 1.873 para Jefe de la Nación; pero lle-
gó á Honduras con ejércitos del Salvador y Guatemala pa-
ra derrocar al Dr. don Céleo Arias y subió al poder sobre
montón de cadáveres y escombros. Organizó un Gobier-
no que procuró hacer nacional, gobierno de todaslas ideas,
que no podía tener unidad, y sin unidad no podía tener
sistema ni firmeza. Su política era el acaso; su labor, la
rutina; su energía, la vacilación. Toleraba v reprimía la
libertad; perseguía y dispensaba. Los que querían la li-
bertad no estaban conformes, y los que sostenían la reac-
ción estaban descontentos. Todos se vieron dispensados
de obedecerlo, y el General José María Medina, impulsado
por un gobierno extraño y ayudado de la reacción, se le-
vantó en armas para derribarlo, á los dos años justos de
vivir entre zozobras, él, que gustaba mucho de la vida tran-
144 —
quila del hogar. Trató de defenderse, pero fué tanta su
ineptitud, que no pudo vencer á la reacción desacreditada
en el país. Corrió de lugar en lugar, y agotado de cansancio
desistió de continuar en aquel vía-crucis, capitulando en
Cedros el 8 de Junio de 1876. Quedó muerto para la po-
lítica; no obstante, Bográn, por afecto personal, quiso re-
sucitarlo y le dió la Presidencia á despecho de la opinión,
contrariando la justicia, pasando sobre las leyes sociales.
Nada aprendió el General Leiva desde que dejó el poder,
y se halló nuevamente con él sin saber cómo había de ejer-
cerlo. Las ideas estaban en agitación : el Partido Liberal
predicaba la reforma; el Ministerial, que fué primero con-
servador, viendo que aquél ganaba terreno se volvía reac-
cionario. Leiva pugnaba entre las reformas y la reacción
y no sabía á quién agarrarse para dominar los peligros
que creía amenazaban. Quiso atraer al Partido Liberal á
la conciliación; pero ésto no fué posible; el Dr. Bonilla que-
ría ya el poder y no transigía. Entonces trató Leiva de
adoptar un término medio: formó el gobierno con los hom-
bres más importantes y moderados del Partido Conserva-
dor. Pero éstos no eran los que podían salvar la borras-
ca; aferrados á las ideas viejas hablan de sostenerlas. Tal
sucedió, y la oposición se presentó formidable. Leiva tu-
vo miedo, y en vez de dejar libre á la oposición para que
con la libertad su fuerza se disolviera, intentó destruirla y
no hizo más que aumentarla. Creyó entonces afianzarse
apoyándose en la fuerza de las armas. Llamó á Vásquez,
con admiración y disgusto de los partidarios de Bográn,
porque era enemigo de éste, y le dió muchas facultades mi-
litares, que poco á poco había de aumentarle hasta que-
darse él sin ninguna. Vásquez no era quien podía dete-
ner la revolución ni lo procuró nunca, y ésta continuó avan-
zando. Para que no estallara había que dar suelta á las
ideas. Oponerse á las que se habían esparcido era correr
el peligro de estrellarse; v no se las podía sujetar porque
las ideas son incoercibles, v no se las podía matar porque
las ideas no mueren: había, pues, que abrirles paso, ya
que se habían agitado. Pero ésto sólo lo hacen los que tie-
nen convicción firme de la bondad de sus propósitos, se-
guridad en su derecho;y ni Leiva ni sus Ministros habían
- 145 —
llegado á comprenderlo.* Trataron de destruir los dere-
chos de los demás y persiguieron al Partido Liberal prohi-
biendo las reuniones, lo que era dar impulso á la revolu-
ción. Cuando prohiben las reuniones comienzan las
se
conspiraciones. Conspiró el Dr. Bonilla y la revolución es-
talló; pero estalló prematuramente y fué vencida. Desa-
pareció del país el Partido Liberal y con él toda oposición;
pero cuando desaparecen las oposiciones se forman las ca-
marillas, más perjudiales y peligrosas que las facciones.
Derrotado el Partido Liberal,Leiva no tuvo oposición y
las camarillas aparecieron activas, disputándose la preemi-
nencia. Vásquez fué el Jefe de la camarilla militar, era la
fuerza, y ayudado por la reacción se convirtió en amo.
Compelió á Leiva á abdicar en Agüero, para recoger él
después el poder; y Leiva. no teniendo valor ni fuerza mo-
ral para resistir, abdicó, sin saber por qué caía ni para qué
había de caer. Así, este hombre que representaba el tér-
mino medio entre la reforma y ía reacción, pero más incli-
nado á ésta, cayó en 1876 atacado por élla; y en 1892, tal
era su debilidad, volvía á caer dominado por la misma
reacción.
El depósito de Leiva era el resultado de la intransi-
gencia de los partidos que luchaban. Los más perjudica-
dos debían ser los íntimos de Leiva y partidarios de Bo-
grán. Estos lo comprendían, pero por odio á los liberales
se forjaban la ilusión de que halagando á Vásquez podrían
continuar gozando de favores. Pronto se habrían de con-
vencer de su desgracia v se arrepentirían de sus yerros,
que siempre son más perjudiciales en lo^de arriba que en
los de abajo. Sin esa intransigencia no se habrían opuesto
al avance de las ideas, ni perseguido á los liberales, ni ha-
bría estallado la guerra, y todos los del partido Ministerial
se conservaran mucho tiempo en el Gobierno. Pero enva-
necidos con su posición, dominados por el deseo de mandar
sin contrariedades, cerraron los ojos á lo porvenir, viola-
ron la justicia y no sintieron surgir la erupción tremenda,
horrible, de la guerra. No acertamos á comprender cómo
se ofuscan los Gobernantes al grado de creer que la pa-
ciencia de los pueblos permite oprimirlos eternamente.
¡Ah! A fuerza de comprimir á los pueblos sin preocupar-
— 146 —
se de lo mucho que pesan, se les hace estallar; y en la ex-
plosión, creyendo los insensatos opresores que están fir-
mes en la altura, bambolean y se precipitan en el abismo.
Si los que suprimieron la prensa, prohibieron las reunio-
nes, persiguieron al Partido Liberal y desterraron á los Je-
fes hubieran reflexionado sóbrelo funesto de estas disposi-
ciones, quizá contemplaran en perspectiva saqueos, incen-
dios, matanzas, desolación, y retrocedieran con tales es-
pectros, si no por compasión, por propia conveniencia.
Pero ¡ah! los que tienen el Poder absoluto, halagados con
sus goces ilusorios, se agarran á él con todas sus fuerzas,
se vuelven insensibles á las quejas de la opinión y no lo de-
jan sino cuando los obliga la violencia.
La Historia es elocuente, previsora; sin embargo pa-
rece inútil. Los que se han envejecido con las ideas abso-
lutistas, no se curan jamás, como que con éllas están conna-
turalizados su carácter y su espíritu; y es tal la ceguera de
los hombres, que todos van á dar en las mismas faltas que
los demás han cometido y que los han perdido.
Se achaca á Leiva que se perdió por su carácter débil,
contemporizador. Cuando los gobernantes proceden mal
y se pierden en la conciencia de la sociedad, nada los salva.
Unos caen por flojos, y se cree que se hubieran salvado
apelando á la crueldad. Otros llevan la crueldad hasta el
extremo, caen, y se cree que se hubieran salvado siendo
magnánimos. Error. El único medio para que los go-
bernantes estén firmes, es que lleguen por el camino de la
ley, procedan rectamente y procuren mantener ó recupe-
rar á tiempo la c6nfianza de la nación. Leiva entró por
la puerta de la alternabilidad, pero sin la confianza de la
nación, y por no haber sabido adquirirla, se le cayó el Po-
der de las manos.
¡Qué de bienes hubiera podido derramar Leiva sobre
la tierra hondureña si en lugar de callar la prensa, perse-
guir el derecho de reunión y asociación, que encontró tole-
rados, desterrar á los Jefes del Partido Liberal, queriendo
refrenar las ideas, hubiera dado suelta á la prensa y ga-
rantías completas á sus opositores, aun á los mismos
que conspiraban! Entonces habría podido conservar la paz,
sostenerse y concluir su período, dando lugar á la alterna-
— 147 —
bilidad legal. El General Bográn con su adhesión indeci-
sa á la libertad, indecisa porque la iniciaba
y la restringía,
no obstante eso, pudo sostenerse y acabar sus dos perío-
dos. Pero en Leiva ya no era suficiente que se adhiriese
platónicamente á la libertad, ya no satisfacían paleativos
á la reforma, ya no bastaban resoluciones á medias, como
la de querer conservar la paz por avenencia con el Dr. Bo-
nilla; necesitábase conservar la paz aun á despecho del
mismo Dr. Bonilla, que quería la guerra; necesitábase des-
truir las ambiciones al Poder que tenía la oposición.
Eso podía conseguirlo sólo un gobierno que se elevara al
ideal de libertad y pasara del empleo abusivo de la fuer-
la
za á la más ilimitada concepción de la justicia, que es el res-
peto profundo del derecho. Dejar que la prensa liberal
derramara todo el virus corrosivo del despecho porque se
le había burlado; dejar que todos los dolores comprimidos
se desahogaran; dejar que los que deseaban ardientemente
el Poder conspiraran á la luz de la libertad, castigándolos
conforme á la ley, ¡ah! esa política lo hubiera salvado á él

y á la patria. Los que conspiran á la luz nada pueden.


La conspiración necesita de la ocultación para que tenga
fuerza: lo malo sólo prospera á favor de las sombras. Pa-
ra que Leiva adoptara esa política era menester un gran
sacrificio, el sacrificio del amor propio; y el amor propio
había de perderlo. Los que aman mucho el Poder y se
envanecen porque lo poseen, tienen miedo á la libertad,
acarician la debilidad de no resistir que se les exhiban sus
errores ó que se les calumnie; y por esa susceptibilidad se
falsean, caen, ó permanecen hundiendo á la patria, exter-
minando al pueblo, agotándolo con horrible, insensata ti-
ranía, para que no se mueva. Leiva, por su carácter, no
podía llevar la tiranía á ese extremo; y si eso no podía ha-
cer, debió haberse arropado con el manto de la libertad, y
ésta le habría dado la confianza de la nación, y en conse-
cuencia la salud y la robustez del Gobierno. Pero rechazó
la libertad, se acogió á la fuerza, que había de burlarlo, y
cavó despreciado de los que lo rodeaban, odiado de sus
opositores y maldito del pueblo porque lo hundía en la
más triste desesperación.
FIN DEL TOMO PRIMERO.
,

CNjpéiraciiGe

LIBERTAD.

Don Antonio López G. es un


artista de la palabra.
De fácil, donosa y elegante pudiera con su pluma,
frase,
puesta al servicio de las ideas, ser un vencedor, si desgra-
ciadamente no fuera, según sus propias declaraciones, un
vencido.
Esta brega constante en que vivimos desde la inde-
pendencia; esta lucha sin tregua entre el hecho y el dere-
cho, entre la razón y el desequilibrio moral, entre la liber-
tad y el despotismo, entre la justicia y la iniquidad
en que el señor López ha visto que regularmente el triunfo
ha estado de parte del mal, lo ha convertido en escéptico,
en pesimista, y lo ha hecho exclamar ¿qué significan las
teorías, qué importancia pueden tener los principios cuan-
do los hechos vienen á contrariarlos, demostrando que hay
algo oculto en esos hechos que no hemos podido compren-
der?
Pues bien, esa debe ser la misión dei sociólogo: descu-
brir donde está el mal para combatirlo, penetrar resuelta-
mente en las tinieblas con la luz de la razón, y no cruzarse
de brazos y decir: ¡No es posible! ¿Se quiere comprender
cuál es ese “algo oculto,’’ que produce “esta angustia que
nunca se acaba?’’ Precisamente lo constituye ese desa-
liento, esa indiferencia con que los hombres que pueden ser
los directores de la opinión, ven caminar hacia el Calvario,

á ese eterno Cristo el Pueblo, á quien, si la ocasión se
presenta, le dan la lanzada de Longino!. . .

Que las revoluciones se hayan hecho en nombre- de la


libertad sin resultados prácticos, no arguye negación del
derecho. Todos los pueblos de la historia, cayendo y le-
vantándose, han marchado, sin embargo, á su perfeccio-
— 150

namiento. Que alguien sea engañado una ó más veces,


acusa falta de moralidad en el engañador, pero no falta de
derecho en el engañado; y en el pueblo, esa consecución de
revoluciones demuestra el amor, instintivo si se quiere, pe-
ro constante, á la libertad. Hagamos que ese amor deje
de ser instintivo y convirtámoslo en razonado y metódico,
y el fin social, el fin humano, tendrá su realización. Ense-
ñémosle á ser libre, pero no le quitemos la libertad, que
sin ella el progreso es imposible. Moralicémosle y no le di-
gamos: “sufre y calla/’ sino “lucha y espera.”
El señor López, con marcada contradicción dice: “La
libertad, la justicia, el orden, no son dones que se otorgan
graciosamente á los pueblos, sino derechos que se exigen
y se imponen, ” pensamiento que encierra un gran fondo
de verdad; pero luego agrega: “Cuando un gobernante
es bastante imprudente para concederlos sin que haya
,

posibilidad de que haga de éllos el aprecio que merecen, re-


sulta la anarquía, el desorden, la injusticia.” Luego, es
el gobernante quien los concede, es don que otorga gracio-
samente á los pueblos ¡Error y contradicción palmarios!
Ni desde el punto de vista de los principios ni del derecho
positivo es aceptable esa concesión graciosa de los gober-
nantes. Eso ocurre en el tmcho, ciertamente; pero el se-
ñor López, que está desalentado por la fuerza brutal de
esos hechos, los justifica á la vez! En este caso, no debe
demostrar desaliento sino placer: ¡El hecho triunfa!
No; los gobernantes no tienen facultad de conceder ;

garantir, es toda su misión. Para ésto los ha instituido el


pueblo; para esto las instituciones les marcan su derrotero.
Que resultará el desorden, la injusticia; ¿pero se quiere
mayor desorden, mayor injusticia, que la violación de los
derechos naturales, la ruptura de la Constitución? ¡Y
bien! A esta injusticia, llama justicia el señor López; á
este desorden lo llama orden, y al cumplimiento del dere-
cho, lo contrario. Si queremos considerar al pueblo co-
mo un pupilo, como un menor de edad, tendremos que
negarle también el derecho de votar, y en efecto, el .señor
López, se refiere á toda clase de libertad “desde la que se
inicia, de manera mecánica, en la simple locomoción, hasta
aquella impalpable de las ideas que, en su libre juego, co-
151

mo ¡as más intensas y ocultas fuerzas de la naturaleza, vi-


vifican y renuevan cuanto tocan.” Pero en este caso, si
no tiene el derecho de votar, ¿de dónde procede el manda-
to de los gobernantes?
Otra contradicción en que incurre el señor López es la
de justificar el hecho de que los gobernantes no concedan
la libertad, y sostener sin embargo que no debe pedírseles
sino imponérseles. Esto es cierto, lo primero es falso. El
que pretende conceder ó no conceder lo que no le pertene-
ce, comete una usurpación.

Si, pues, el derecho reside esencialmente en el pueblo;


si una de las más bellas manifestaciones de la libertad es
la de la palabra; si esto enseña la razón desde el punto de
vista de la filosofía, ¿por qué estas teorías merecen el des-
precio del pensador y del filósofo? ¡El pensador despre-
ciando la razón! El filósofo despreciando la filosofía!
Respecto de la libertad de la prensa, el señor López
piensa que debe restringirse, limitándose solamente á los
buenos escritores. ¿Y quién calificará á éstos? Induda-
blemente el Poder Público, directamente ó por medio de
censores, ya que es el Poder quien debe conceder ó no
conceder la libertad, paraevitarel desorden y la injusticia.
¿Queréis ser libres? Sed sabios y que el Poder os dé el
calificativo de tales. “Un mal escritor es un sér sospecho-
so, á quien debería vigilársele. Cuando por las ideas que
esparce al viento no es un agente activo del desorden y de
la anarquía, es al menos un gran corruptor del gusto."
El que no escribe bien no tiene derecho á pensar ni á de-
cir lo que piensa; es un criminal que debe estar sometido á
la vigilancia de la policía. El que escribe bien, por más
que mienta ó engañe, tiene derecho á hacerlo: es libre.
¡Ah! Dios mío! ¿No es esto retroceder; dar un punta-
pié á las conquistas de la humanidad, dar la espalda á la
luz y entrar resueltamente en la sombra; pretender la liber-
tad de unos pocos y establecer la censura previa para limi-
tar elderecho?
‘‘Muchos opinan que los escritores se forman con el
” dice el señor López.
ejercicio de la libertad de la prensa,
Yo soy de éllos. Pienso que nada se perfecciona sin la
práctica, ni el médico ni el abogado, ni el escritor, ni el ar-
152 —
tesano. Dádmelos llenos de conocimientos abstractos y
llevarán fiasco. Pero el señor López no quiere ni prácti-
ca ni ideales. “Abandonad, por Dios, esas teorías fundi-
das en moldes de barro, ” exclama: ¿Qué nos deja, en-
tonces, si nos quita el pensamiento y la acción? El some-
timiento pasivo al autoritarismo!
Las ideas del señor López, á que me refiero, han sido
emitidas en un prólogo á la obra “Ensayo sobre la histo-
ria Contemporánea de Honduras” escrita por don César
Lagos, pretendiendo combatir á éste en las ideas liberales
que sustenta y á las cuales me adhiero, pues participo de
sus “entusiasmos juveniles” y “quiero de veras que el or-
den, la libertad y la justicia sean como el alma que anime
nuestros actos.»
El prologuista, al combatir al señor Lagos, manifiesta
que éste «todo lo hace depender de los gobiernos,» con-
cepto que no he encontrado en la obra y que yo también
combatiría, como combato al señor López que critica
y sustenta ese principio.
Pláceme creer que las ideas emitidas por el señor Ló-
pez son el producto de la descepción, del abatimiento mo-
ral que producen nuestras caídas consecutivas, y no el re-
sultado de una meditación profunda y arraigada, pues á
ser de esta manera se mostrara satisfecho de la situación
de Centro América, en donde, sobre todo en ciertos países,
existe la censura para el ejercicio de la libertad, “desde la
simple locomoción hasta la impalpable región délas ideas,”
y le pido que, levantando su espíritu á la altura del ideal,
3 poniendo su corazón y su cabeza al servicio de la razón y
r

la justicia, trabaje porque al fin lleguemos á fundar la


República, no bajo el patrocinio del Poder, que es una ilu-
sión, sino con el fundamento de los principios. Estudie-
mos los hechos, no para conformarnos con ellos, sino para
evitar los escollos. A esto tiende la obra del señor Lagos,
de cuya imparcialidad es garante la segura inconformi-
dad de todas las agrupaciones políticas que se han dispu-
tado el Poder en Honduras, cada una de las cuales sólo
quisiera encontrar encomios en su favor y críticas para el
contrario. Miguel A. Fortín.
Santa Tecla, octubre de 1908.
— 153 —
Santa Tecla, Octubre 15 de 1908.

Señor don César Lagos

San Salvador.

Mi estimado amigo:

He sabido que el prólogo que tuve el gusto de entre-


gar á Ud. para su libro titulado: “Ensayo sobre la histo-
ria contemporánea de Honduras,” y que está ya impreso,
ha causado á algunas personas cierta impresión, como de
ataque á la libertad de la prensa y á su libro mismo.
Nada más distante de la realidad como esa creencia.
Si yo no tuviera una opinión favorable de su libro, jamás
lo hubiera recomendado á los jóvenes centro-americanos,
de quiénes hay derecho á esperar la regeneración de nues-
tros países. Los viejos, educados en la escuela de nues-
tra falsa y vacilante política, sin creencias y sin ideales, do-
blegándose siempre ante los hechos consumados, cualquie-
ra que sea su origen, ya no servimos para esas altas em-
presas.
Si estos países han de regenerarse, ha de ser por la
virtud de otras ideas y de otros hombres. Con las ideas
en boga y con las personas que las llevan á la práctica,
nuestros males irán incrementándose en obediencia al gran
principio de la evolución, hasta dar con una serie de catás-
trofes que pongan término á una forma gspecial de los or-
ganismos políticos, para principiar otra nueva, cuyas con-
diciones es imposible perverlas.
La impresión desagradable que me aseguran ha cau-
sado mi prólogo en el ánimo de algunos liberales, viene á
suministrarme una nueva prueba de la imposibilidad en
que estamos de disfrutar de la libertad de la prensa, por-
que ¿qué libertad puede existir en un país en donde las
susceptibilidades personales son tan quisquillosas que se
alarman por las contradicciones más inocentes? En los
hechos, en las ideas, en los sentimientos, nosotros no tole-
ramos sino lo que lleva el sello especial del momento, lo
que se acomoda al cliché aceptado por la generalidad.
154 —
Lo que se aparta de ésto, alarma a las conciencias timora-
tas. Vivimos encerrados en en un círculo estrecho, y cada
vez que alguien, realizando grandes esfuerzos, logra ensan-
charlo un poco, nuestra vista se ofusca y sufre, con la luz
viva que de golpe se precipita de horizontes más amplios.
En mi opinión, de lo que menos entendemos nosotros
es de la libertad, aunque vivamos rindiéndole culto, de pa-
labra, á todas horas. Algún día diré yo mis ideas acerca
de ella y demostraré los fundamentos en que descansa.
Demostraré que es inútil que los gobiernos se empeñen
en dar libertad, porque jamás lograrán su objeto. Los
gobiernos no pueden hacer otra cosa que esforzarse en
desarrollar las aptitudes que necesitan los pueblos, para
conquistarla por sí mismos y saberla conservar. Sin esas ap-
titudes, la libertad que se da se quita de la misma manera.
Ejemplos numerosos de esta verdad registra la historia de
todas las naciones.
Libertades concedidas graciosamente, son como plan-
tas que se siembran sin raíces, que pronto se marchitan y
se secan. Tampoco se conquista la libertad con la liber-
tad. Sólo se obtiene con el trabajo perseverante, con la
educación sistemada, que llegan á culminar en la forma-
ción integral del carácter del hombre. Si me apuran diré:
que para mí la libertad depende en gran parte del hogar;
de las primeras impresiones que recibimos en el seno de la
familia.
No pretendo ser dogmático, que mal se avendría el
dogmatismo, con quien constantemente está aplicándole el
escalpelo de la crítica para probar su fuerza. No acepto
ni los dogmas que nos imponen las costumbres. No hay
más fuente de verdad en mi opinión que la Naturaleza, ni
otros medios de investigación que los hechos. Aun los
más eminentes de los hombres, no son otra cosa, que me-
ros temperamentos, á quienes impresionan las cosas de
distinta manera. Todo cuanto de éllos proviene, es una
mezcla de diversos elementos: el elemento natural y el ele-
mento artificial. De ahí que ninguno pueda blasonar de
estar en posesión completa de la verdad. Estudiar el mun-
do en un temperamento, equivale á recibir la luz á través
de un vidrio: se teñirá, indefectiblemente, del color que
— 155 —
tiene. Por eso trato de buscar mis nociones en las cosas
y no en los libros Estudio los libros, porque son pro-
.

ducto de los hombres, revelaciones de lo que por ellos pa-


sa, ya que forman parte de la muchedumbre de cosas que
componen el Universo. En los hombres se encuentra, sin
duda, la mayor suma de verdades, de momento que van
en la cúspide del montón de cosas pero también se en-
;

cuentra en ellos las mentiras más grandes porque son co-


sas conscientes con intereses especiales y con pasiones.
En suma: me tengo por uno de los liberales más avan-
zados, que no se paga de palabras sino de hechos. Como
liberal avanzado, no ataco la libertad en ninguna forma.
Contiendo contra los procedimientos erróneos que se em-
plean para hacerla efectiva, procedimientos que nos alejan
de ella todos los días más. Prefiero poca libertad prácti-
ca, á mucha libertad teórica. La que ha ido á condensar-
se á nuestras constituciones y demás leyes secundarias en
ellas se queda y jamás dará vida á nuestras instituciones.
Al expresar en mi prólogo la idea de que no debe cul-
parse á los gobiernos de nuestras desgracias, he querido
desterrar esa tendencia nuestra de hacer depender de ellos
lo bueno y lo malo que sucede. Los gobiernos son respon-
sables de momento que están dirigidos por ciudadanos,
exclusivamente encargados de conducir los negocios públi-
cos y por consiguiente con responsabilidades especiales,
como cualquier otro gestor.
También deseo el concepto siguiente:
aclarar «La li-
bertad, orden no son dones que se otorgan
la justicia, el
graciosamente á los pueblos, sino derechos que se exigen y
se imponen. Cuando un gobernante es bastante impru-
dente para concederlos, sin que haya posibilidad de que se
haga de ellos el aprecio que merecen, resulta la anarquía,
el desorden, la injusticia.”
La justicia y el orden en este concepto, son los que
provienen de la libertad; en cualquier otro caso, parecería
esto verdadero despropósito.
Confieso que algo he exagerado al atribuir á Ud. la
idea de que la libertad proviene exclusivamente de los go-
biernos. Ud. cree que los gobiernos deben cooperar para
que se desarrolle en la sociedad. Para mí los gobiernos no
— 156

son elementos apreciables en este punto, pues estimo, que


por una tendencia natural en ellos, siempre están empeña-
dos en restringirla cuanto pueden. Los gobiernos son li-
berales, cuando no les es dado ser otra cosa, sin poner en
peligro su misma existencia.
Creo que su libro se aparta del criterio general en es-
tos asuntos. Por eso lo conceptúo útil y me ha propor-
cionado la ocasión de hacer el análisis y la crítica de nues-
tro estado social, desde mi punto de vista. Util como es,
todavía le falta mucho para colocarse en aquel lugar, des-
de donde pueda contemplar el movimiento general históri-
co que nos anima, sin que se escape á su percepción, nin-
guno de los obstáculos, de los abismos y ele las cimas en
nuestro camino, y á uno y á otro lado que lo bordean.
Esta es, sencillamente, mi opinión, que vale tanto co-
mo la de cualquiera otro.
Créame siempre su afectísimo amigo,

J. Antonio López G.

San Salvador, 20 de octubre de 1908.

Señor don J. Antonio López G.

4 '
Santa Tecla.

Mi estimado amigo:

Con interés he leído su importante carta, relativa á la


mala impresión que ha causado á algunas personas su pró-
logo escrito para mi libro intitulado: Ensayo sobre la his-
toria contemporánea de Honduras.
Algunos ven en él, no á un introductor sino á un ad-
versario, y opinan que no debo admitirlo. Mi parecer es
distinto.
Manifiesta Ud. “que la importancia de mi libro con-
:

siste,no tanto en la fidelidad escrupulosa con que están


— 157 —
relatados los hechos y en la imparcialidad con que de ordi-
nario los juzgo y analizo, como en las reflexiones atinadas
que en él se encuentran tocante á los errores que comete-
mos en el desarrollo de nuestra política, y que aunque no
se esté siempre de acuerdo con mis ideas no se me puede
acusar de falta de sinceridad y buena fé; que quiero de
veras que el orden, la libertad y la justicia sean como el al-
ma que anime nuestros actos.” Este es el mejor juicio que
puede merecer un historiador, sobre todo cuando proviene
de un adversario político, y, en nuestras lamentables lu-
chas, Ud. y yo hemos figurado en filas opuestas. Por lo
mismo el prólogo me satisface, aunque combata algunas de
mis ideas.
Podría creerse que me lastima la opinión de que falto
alguna vez á la imparcialidad. No; porque como todos
aprecian las cosas desde puntos de vista diferentes,
puede ser que sólo Ud. note en algún caso la parcialidad,
como la verán en otros aquellos á quienes afecten los he-
chos referidos. Siendo así, en nada amengua la rectitud de
mis apreciaciones el juicio de usted. Decidirá .sobre el par-
ticular quien sea ageno á nuestras contiendas.
Antes de examinar sus argumentos, voy á precisar un
concepto. Dijo Ud. en el prólogo que para que disfrute-
mos de la libertad ‘‘todo lo hago depender de los gobier-
nos” y en su carta confiesa que “algo ha exagerado al atri-
buirme esa idea; que creo que los gobiernos deben coope-
rar para que se desarrolle la libertad en la sociedad.” Par-
tió Usted, pues, de una base falsa para rebatir aquella
doctrina; y aclarado esto, como en nada’se refieren ya á mí
sus apreciaciones, no tengo necesidad de contestarlas.
Veamos ahora, sobre que puntos de filosofía política
versan los argumentos de Usted.
I. Que, dadas las condiciones reinantes, es imposible
implantar la libertad en general, v de imprenta en parti-
cular.
II. Que parael establecimiento de la libertad, no in-
fluyen en manera alguna las leyes ni los gobiernos.
III. Que no son responsables de nuestras desgracias
ni los gobiernos ni los partidos ni determinadas persona-
lidades.
— 158

Estos principios los discuten 'acaloradamente sabios


filósofos y profundos publicistas, desde los antiguos tiem-
pos; pero siendo la filosofía política uno de los ramus más
complejos de la sociología, imposible ha sido alcanzar ab-
soluto acuerdo, porque de una parte están los fingidos in-
tereses de los gobiernos, de otra los intereses de los pue-
blos, y los que discurren no se apartan de sus inclinacio-
nes y rara vez prescinden del egoísmo. Contribuye tam-
bién á mantener la discrepancia la falta de un concepto
verdadero déla libertad, lo que origina multitud de yerros,
con sus naturales consecuencias.
Muchos confunden el concepto filosófico de la libertad
con la libertad política. Esta es una equivocación muy
perjudicial. La libertad política no debe separarse del
origen y contenido en relación con la naturaleza y condicio-
nes de cada país, ni debe desconocerse "‘que es la esfera
dentro de la cual puede ejercitar sus facultades el in-
'

dividuo .' 1

Los límites de esa esfera nos los marcan las le-


1

yes.
Ahora bien: la institución llamada á señalar los lindes
y á garantizarlos es el Estado.
Lageneralidad confunde el Estado con el Gobierno.
Aquél conjunto de instituciones que definen, estable-
es el
cen y garantizan todo el contenido del Derecho, en tanto
que éste no es más que un medio para llenar ciertos fines
del Estado.
En ese sentido el Estado ha de consagrarse á fundar
la libertad individual; al Gobierno sólo corresponde vigilar
la buena ejecución de las leyes y cooperar, en cuanto sea
posible, al fin de la sociedad, que es la felicidad común.
Hay la creencia errónea de que el Estado no hace más
que lo que hace el Gobierno y que por tanto las leyes no
crean la libertad, como no es el creador el Gobierno. El
Estado, el soberano por delegación del pueblo, en rigor ló-
gico, es el que crea la libertad. De la manera como orga-
nice el Gobierno se desprende la libertad en mayor ó me-
nor grado, ó se conserva el despotismo. El Estado que
intente establecer aquella antes de organizar bien el Go-
bierno verá al pueblo amenazado por la disolución social,
y la sociedad, para salvarse, se acogerá al despotismo, y,
— 159 —
en busca de la libertad, *tendrá que empezar de nuevo.
Eso nos ha sucedido á nosotros. A cada paso cons-
tituimos el Estado; pero como sólo atendemos á declarar
los derechos y no organizamos bien el Gobierno, no te-
nemos libertad, y nos faltará mientras nos empeñemos en
cambiar los gobernantes por medio de revoluciones intem-
pestivas; y no hagamos las cosas como la naturaleza lo
prescribe y la historia nos lo advierte.
Que las condiciones del Estado y la naturaleza de las
leyes influyen en el carácter de los individuos, en la cultura
de la sociedad y en el progreso de las naciones, lo comprue-
ba la historia. Desde las antiguas épocas vemos diferen-
tes ejemplos sobre esta aserción. Los espartanos y los ate-
nienses eran de las mismas condiciones étnicas, en nada di-
ferían sus primitivas costumbres y habitaban tierras del
mismo clima. Sin embargo, los atenienses fueron más artis-
tas é intelectuales, y los espartanos más endurecidos y gu-e-
rreros, debido á sus distintas leyes. En Roma, pueblos de
una misma raza y costumbres, cambian su carácter según
lasmodificaciones del Estado. Bajo la República existieron
aquellos ciudadanos cuya virtud y patriotismo son citados
siempre como modelos eminentes, y bajo los Césares de
la decadencia los romanos fueron los hombres más depra-
vados, abyectos y egoístas.
Dirá Ud que las leyes se hacen conforme son las cos-
tumbres. Convengo en parte: lo cierto es que las leyes
modifican las costumbres, y éstas influyen sobre aquellas,
variando según la índole y cultura de los hombres. De for-
ma que si el carácter influye en la libertad que da el Esta-
do, éste á su vez reacciona sobre las condiciones de los in-
dividuos.
En países en donde las instituciones económicas, cien-
tíficas, industriales, artísticas y literarias han alcanzado
un grado superior de desarrollo, la libertad es el resultado
del funcionamiento de esas instituciones y de los individuos
dentro del Estado; pero en los países en donde sólo éste
se ha organizado, á él incumbe dar vida á la libertad, para
que, á su sombra, se establezcan aquellas en corto tiempo.
Abandonados los pueblos á sus pasiones, ignorancia é iner-
cia, no la alcanzarían jamás. En consecuencia, la li-
— 160
bertad no se produce sólo de uit movimiemto de abajo
hacia arriba, como Ud. dice, sino también, y de manera,
principal, de arriba á abajo. Las masas, por sí solas per-
manecen atrasadas y se habitúan á la tiranía. Las clases
directoras son las que deben implantar en el Estado el ré-
gimen de la libertad, y si no lo hacen, ellas son las respon-
sables. La Historia constitucional de Inglaterra nos da la
comprobación á este respecto. Negarlo es sostener que lo
mejor es la organización del despotismo en el Estado.
No; Estado no es ni debe ser la consecuencia de un
el
pacto social donde los individuos se despojen de su liber-
tad para constituir un poder público que los proteja á to-
dos; como nos protegen nuestros gobernantes. Las socie-
dades necesitan aún del Estado para vivir en orden. No
han llegado al perfeccionamiento, ni las más cultas, para
que sea una cosa superflua. Pero, si es una necesidad de-
bemos aceptarla con la condición de que su poder se re-
duzca á marcar los confines de la libertad individual, á con-
servar la paz é impulsar el progreso, y que sólo use de a-
premios cuando del ejercicio de la libertad se pase á la li-
cencia.
Si este es el deber del Estado, el de cada individuo es
armonizar sus acciones con las de los demás, única limita-
ción de la libertad que debe reconocerse. Bien considera-
do, no es pérdida de libertad sino ganancia, pues cuando
se traspasa el límite se cae en la anarquía, que va á la di-
solución del cuerpo social.
Organizar el Estado de manera que garantice la liber-
tad es una de las? empresas más difíciles. Al presente muy
pocas naciones han logrado poner las primeras bases, sin
que ninguna haya podido llegar á la cúspide. Y si éstas
que son las antiguas, han tenido dolorosos tropiezos para
alcanzar el Estado actual ¿qué de extraño tiene que noso-
tros, pueblos jóvenes é inexpertos, no podamos aún orga-
nizamos bien? Nada. El mal, pues, no es sólo de los cen-
troamericanos; y, en lugar de cruzarnos de brazos, debe-
mos marchar sin desalientos, convencidos de que podremos
remediarlo.
Por sus palabras podría creerse que usted ha caído
en desmayo. Yo las apreciocomo un grito de anatema
— 161 —
contra los opresores y (te reproche contra los ciudadanos
porque los sufren. Se siente Ud. comprimido, esclaviza-
do y se desespera. Mas, si reconoce en gran parte el ori-
gen del mal ¿por qué no lo combate de frente y propone
con claridad los medios para vencerlo? Con decir que la li-
bertad se exige y se impone, en vez de ir hacia el bien labo-
ra Ud. contra él. En nuestros pueblos, en donde todos
los principios se han extraviado, ese concepto de imposi-
ción de la libertad lo comprenden como sinónimo de fuer-
za bruta, lo que ha dado origen á continuas revueltas. La
libertad se conquista por los medios lentos, para que sea
firme. Se exige por la opinión pública con valor cívico. Se
impone en los comicios, en las asambleas, y sólo se va á las
armas cuando quiere el gobernante perpetuarse en la usur-
pación. En este sentido estamos de acuerdo.
Las guerras civiles que se han hecho engañando al
pueblo con la torcida interpretación de ese apotegma, no
han dado otra consecuencia que cambiar el personal de los
gobiernos; pero de ninguna manera el conjunto de princi-
pios sistemáticos del Estado, cuya organización inadecua-
da produce la lucha constante entre el Gobierno y los ciu-
dadanos. Y esa lucha, efecto de las pasiones nobles y ego-
ístas del hombre, pugnando, aquéllas por mantener y éstas
por suprimir la justicia; aquéllas por implantar, éstas por
destruir la libertad; aquéllas por la virtud, éstas por la
maldad; aquéllas por el perfeccionamiento, éstas por la de-
gradación, no cesará con solo el cambio de gobernantes,
porque educada nuestra sociedad, desgraciadamente, por
una iglesia intolerante y un gobierno tiránico, los hombres
que llegan al poder continúan implantando las mismas
enseñanzas.
A los déspotas debemos deponerlos con el fin tras-
cendental de reparar el edificio en que están afianzados.
Si no hemos de mejorarlo, porque no tenemos listos los
materiales, dejémoslos en paz mientras los preparamos con
actividad. Esto debe hacerse por medio de la instrucción,
que despeja el error, y de la educación, q ue integra el carácter.

Se instruye con las ideas. ¿Y cómo se discuten las
ideas? — Por la palabra hablada ó escrita, en la escuela, en
la tribuna y en la prensa. La escuela y la tribuna son
— 162 -

grandes elemementos de evolución; 'mas la prensa política,


bien dirigida, ilumina con prontitud las inteligencias.
Dice Ud. que estamos en imposibilidad de gozar de la
prensa política porque no hay buenos escritores, y los ma-
los llevan por donde van la peste de las ideas falsas, de los
sentimientos insanos, sembrando por todas partes los gér-
menes de la intolerancia, de la presunción, de la majadería
más resistente de extirparse.
En verdad, tal es el hecho: lo estamos viendo; más, la
única prensa política que existe es la de los gobiernos. En-
tonces supongo que Ud. se refiere á que esa prensa debiera
ser asunto de policía. Eso mismo arguye en favor de la
prensa libre.
Cuando existe en un país sólo prensa ministerial, las
ideas falsas perduran, por lo que quizá sustenta Usted la
teoría de que los errores de la prensa no se corrigen con
la prensa misma. Jamás, ninguna sociedad, como ningún
individuo, puede aproximarse á una idea benéfica, formar-
se cualquiera opinión, sin oír lo que piensan personas de
distinta clase é instrucción, considerándola desde todos los
puntos de vista y bajo todos sus aspectos. Pretender que
un pueblo tenga buena opinión cuando no tiene donde
comparar es querer un imposible: no está en la naturaleza
del entendimiento humano llegar á la verdad por intuición.
Sucede que cuando sólo ha existido la prensa ministerial,
si se deja campo á una prensa de oposición, como es con-

tradictoria, al desahogarse por el largo silencio, fácil es que


caiga en la anarquía; pero si se deja que pasen los prime-
ros desahogos y garios órganos, discuten las cuestiones de
la política, los pueblos comparan, analizan las diversas doc-
trinas, y entre los extremos encuentran la más conforme
con la razón y la justicia.
Por períodos en que prevalece la anarquía de
los cortos
la prensa política, caen los gobiernos inexpertos en la abe-
rración de suponer que es peligrosa para el orden social, y
suprimen la libertad. Este error es á ellos á quien más per-
judica, como se observa á cada paso, y no se comprende la
insistencia en cometerlo. Se concibe que los gobernantes de
derecho divino y los usurpadores tengan callada la prensa
independiente. Esta es un poder, y á ellos no les conviene
— 163 —
ni asomo de oposición. Pero el gobierno alternativo necesi-
ta de la prensa libre para conocer la opinión pública, com-
pactarla y atenderla, para estar firme y tranquilo, y que
no trate de apoyarse en ésta, y se exponga á las revolu-
ciones, es cosa inexplicable.
La necesidad, pues, de la prensa libre para Gober-
nantes y gobernados, no debiera ser ya objeto de discu-
sión. Debe dejársele toda su libertad. Pero esto no quie-
re decir que no tenga límites. Debe tenerlos en donde cai-
ga en licencia, la que se ha de reprimir con tanta más ener-
gía cuanto más se ame á la libertad. Si; prensa que secón-
vierte en arma para herir al individuo; en instrumento pa-
ra excitar las malas pasiones; que sople los odios y renco-
res; que trate de pervertir imprudentemente el orden so-
cial. esa prensa es abominable por lo dañosa, y se le debe
desterrar.
Mas, ¿cuál es el medio conveniente de represión?
Pudiera suponerse que Ud. opina que la censura preventi-
va, por sus palabras: “un mal escritor es un ser sospecho-
so á quien debería vigilársele. ” No doy ese alcance á la
idea; deduzco un reproche amargo. Pero hay no sólo quie-
nes así piensen sino que llevan á la práctica el sistema.
Para cohonestar los graves daños que produce tal abe-
rración, se dice que la censura preventiva impide que se
propaguen ideas perjudiciales al bien social. Pero el Go-
bierno, el censor, no tiene, ni puede tener, la imparciali-
dad y la sabiduría debida para juzgarlas. Cuando go-
bierna contra la opinión su interés es contrario al del pue-
blo, y obra lógicamente privando á los ciadadanos del úni-
co medio de formar una fuerte oposición. En consecuen-
cia, muy dañosa es á la sociedad la censura preventiva.
El escritor es responsable ante la moral y ante el dere-
cho; más, su responsabilidad comienza después que ha vio-
lado la ley. La censura preventiva no aguarda á que se
delinca para deducir la responsabilidad; evita que llegue el
caso de deducirla. Esto no sólo ofende á la libertad sino á la
inteligencia: enerva el vigor de los pueblos y la energía y la
vivacidad del escritor: el pensamiento se acobarda con la
certeza de que se le calificará apasionada é injustamente.
Así, aunque en algunas ocasiones el censor prevenga gra-
- 164 —
ves daños, si da lugar á otros madores, cuáles son: man-
tener la ignorancia, afirmar el error, endiosar el despotismo,
debe aceptarse el menor mal, rechazando sin vacilar la cen-
sura preventiva, organización de la arbitrariedad ilimitada
ó irresponsable.
La lev establece en estos países la represión especial
para los abusos de la prensa. Lo más racional y justo es
la represión ordinaria. Esta, para castigar el delito come-
tido, no atiende al instrumento sino al efecto, en tanto que
aquella saca del instrumento el delito y se cuida poco del
efecto. ¿Se calumnia á alguien? El juez no toma en cuen-
ta si ha sido por la palabra ó por la prensa. Si acaso ca-
lificará el medio como circunstancia, atenuante ó agravan-
te, pues no daña lo mismo una calumnia verbal que publi-
cada por la imprenta.
Digo que se halla establecida la represión especial pa-
ra los delitos de la prensa. No se aplica: lo práctico en
Centroamérica es la arbitrariedad.
Hay leyes malas; pero por mala que sea una ley no es
tan grosera para el que la sufre como la arbitrariedad. De-
ben, pues, hacerse las leyes de modo que los de arriba no
puedan dejar de cumplirlas, ni los de abajo dejar de obe-
decerlas, aunque sean opresoras. Desde el momento que
se cumplen y se obedecen, los pueblos se encaminan á la li-
bertad, porque los hombres son menos esclavos sometién-
dose á ellas que no practicando ningunas, y son más libres
cuanto menos opresoras sean las leyes.

Nosotros tenemos una ley muy mala, por impractica-


ble: la constitución política. Da toda la fuerza, es decir,
la Soberanía, á un solo hombre, el Presidente de la Repú-
blica, y concede á los ciudadanos todos sus derechos. Esta
es una imprudencia: empuja á aquél áuna lucha constante
entre su deber y sus pasiones, y como éstas tienen más in-
fluencia sobre el individuo, desconoce al deber, y rompe to-
do lo que pueda estorbarle. Si se agrega que los que lo ro-
dean lo animan á la arbitrariedad, ya con adulaciones, ya
con bajezas, ya con teorías falsas, más pronto rompe sus
ligas. Quizá por ésto dice Ud. que no son responsables los
gobernantes. Lo extraño es que diga que tampoco lo son
los partidos políticos, entre los cuales está el ministerial,
siempre organizado, aunque variable.
Una de las teorías falsas que corre como apotegma de
la política es que se debe gobernar con la fuerza bruta,
porque el pueblo no está preparado para la libertad, y tal
es la fuerza del medio ambiente que hasta inteligencias ca-
paces de pensar por cuenta propia caen en esas absurdas
conclusiones. Tal argumento es capcioso. ¿Y cuándo va
á estar el pueblo preparado para la libertad? ¿Como pu-
diera probarse que no puede ejercerla si no se le ha gober-
nado jamás conforme á los principios? Esos argumentos
á priori no tienen fuerza, porque nadie ha medido la cultu-
ra de los pueblos para concederles sus derechos, para que
se establezcan la libertad y la justicia; todos han necesita-
do de innumerables años de práctica libre, y ninguno la
ha obtenido bajo la perpetua tiranía. Los pueblos son
tales que se habitúan al régimen de la fuerza bruta, y
llegan hasta á amar ese régimen si el Gobierno les da
comodidades materiales; viven en orden y rechazan la re-
forma porque como no conocen la libertad temen sus ex-
travíos creyendo que se llegará al desorden. Los Estados
Unidos de América han perfeccionado sus instituciones
políticas en corto tiempo, porque los colonos llegaron pre-
parados en las luchas de su madre patria. Los puritanos
huían de la opresión y al plantar sus tiendas en América
establecieron los principios que allá habían predicado.
Otra de las teorías falsas, que Ud. sustenta, es que
«si el gobernante concede la libertad sin que haya posibi-
lidad de que se haga de ella el aprecio cfue merece, resul-
ta la anarquía: qué se debe primero educar á los pueblos
para ponerlos en aptitud de comprenderla, de apreciarla
en lo que vale y de conquistarla.»
Lo que pasa es que los gobernantes absolutos se ofus-
can, y en vez de procurar la educación del pueblo para que
sea libre se empeñan en mantenerlo esclavizado. Si se les
derroca, no se arrepienten del abuso sino de no haber sa-
bido sostenerse, atribuyendo las causas á lo más distante
de la verdad, y bogan para volver á subir. Admitido esto,
convengamos en que no es al gobierno despótico al que in-
cumbe educar al pueblo para la libertad, sino principalmente
— 166 —
ti.

al Estado. Los gobernantes, en vez de educar, organizan


la ignorancia, fomentan la pereza, protegen al vicio. Tan
egoístas é imprevisores son que por cosechar hoy no siem-
bran para el mañana, y cuando caen, arrastran una vida
de dolor y se quejan por las persecuciones, sin recordar que
reciben su castigo. Cada uno hace igual cosa, y en esto,
sí, «el erial permanece inalterable.»

Los gobernantes no quieren cambiar el viejo sistema


que á todosperjudica. A ellos, porque no pueden vivir,
en paz; á los pueblos, porque no progresan. Debieran edu-
carlos con el ejemplo acatando las leyes, para que á
obedezcan, no por el temor á la autoridad, sino por el amor
á los principios justos, y así tendrían su adhesión y apo-
yo, y vivirían tranquilos. Esta es educación práctica, que
en cuanto á la instrucción primaria, que es la primera pie-
dra para el edificio inmenso de la libertad, al Estado com-
petente implantarla é impulsarla, y cuando los gobernantes
no tienen hambrientos á los maestros de escuela cooperan
inmensamente á la libertad. La instrucción primaria se
difunde en la generalidad, mientras la académica se reduce
á limitado número, que. por lo regular, aspira desgracia-
damente á oprimir, menospreciando sus deberes políticos.
En consecuencia, gran parte de la responsabilidad co-
rresponde á los gobernantes y á las clases directoras. Y en
frente de los despotismos no deben reclamarse libertades
limitadas, sino en toda su plenitud, para obtener en tran-
sacción algunas de ellas y conquistar las demás por evolu-
ción. En mi libro sustento esas doctrinas, porque son la
cínica fuerza que e‘hcarnacla en las masas refrenará la tiranía.
¡Difícil es, verdaderamente, alcanzar la libertad des-
pués de tantos años de despotismo! Los gobernantes no
pueden darla sino respetar las leyes. Cuando aparentan
que la dan comienzan con una maldad, permiten la licen-
cia, y después pretextando suprimirla, destruyen, no la li-
cencia, sino la libertad, y con desfachatez inicua dicen á los
pueblos: ya veis que no se puede ejercer la libertad. Los
pueblos se enfurecen, van á las revoluciones creyendo que
asila conseguirán; pero los golpes de Estado son los fru-
tos de la reacción. Sólo retardando con dignidad aquellas
crisis sociales y resistiendo con verdadero valor cívico á la
167 —
arbitrariedad, podremos encaminarnos, aunque enflaque-
que
cidos, á la renovación legítima de los poderes públicos,
traerá la verdadera libertad.
Podría rebatir más su prólogo, la materia es inago-
table; pero creo que he demostrado que mis teorías no son
consecuencia de entusiasmos juveniles sino de la medita-
ción y de la experiencia; y que no las estruja Usted, por-
que ni las toca: quedan en pie ante las leyes de la socio-
logía y las lecciones de la historia.
Soy siempre su muy afectísimo amigo,
César Lagos.

OPINIONES DE LA PRENSA
El malogrado escritor hondureño, don Juan Ra-
món Molina cuya muerte lamentan las letras cen-
,

troamericanas, escribió para el “Diario del Salva-


dor el presente articulo que se publicó después de su
muerte. Fué el último que brotó de su brillante plu-
ma. Es el postrer aliento de una poderosa inteligen-
cia y le doy cabida en este libro como homenaje de
, ,

gratitud por sus honrosas apreciaciones.

Bibliografía centroamericana

Ensayo sobre ga historia Contemporánea


de Honduras

Está próximo á salir, de los talleres tipográficos de


Dutriz Hermanos un volumen con
,
el segundo título que
encabeza estas líneas. Hemos leído, con la debida aten-
ción, varios capítulos de la obra en referencia, y vamos á
referirnos á ella, no sólo por el interés histórico que entra-
ña, sino por su mérito sobresaliente, que consiste en la fide-
lidad de la narración, en la lógica de las deducciones y en
— 168 —
el vigor del estilo con que el autor tis aza los cuadros de aque-
lla sombría época, que ha encontrado en don César Lagos
su verdadero historiador, im parcial y justo, á pesar de lo
reciente de los sucesos y de haber el autor tomado parte
principal en ellos, ya como rebelde, ya como alto empleado
de los gobiernos surgidos de la tormenta revolucionaria.
Lo más digno de loa que contiene el Ensayo sobre la
historia contemporánea de Honduras es el juicio am-
,

plio y sereno con que está escrito. «He procurado— dice el



señor Lagos en la advertencia y procuraré siempre tener
imparcialidad en lo que refiera: es el deber primero del his-
toriador. Las pasiones influyen para que se falseen los
hechos, y por el odio ó el afecto que se tiene á las personas,
se les hace aparecer de modo diferente de como en realidad
son. Yo me aparto de ese camino. Escribir sólo para elo-
giar á los amigos, aunque no lo merezcan, ó para vitupe-
rar á los enemigos, aunque procedan bien, es mal grandí-
simo porque se engaña á la sociedad, y con el engaño llega
hasta á amar y admirar á sus verdugos.»
Conforme á estas nobilísimas palabras, Lagos desa-
rrollasu trabajo histórico, comenzándolo desde la fecha en
que el doctor don Marco Aurelio Soto inauguró su gobier-
no en Amapala. el 27 de Agosto de 1876. El .plan de la
obra, no sólo obedece á la lógica en las efemérides, sino á
la de los hechos, que se encadenan fatalmente unos á otros.
Así, á través de las sinuosidades del estilo, tal aconte-
cimiento político da origen á tai otro; tal acto guberna-
mental, bueno ó malo, es generador de una serie de suce-
sos que, favorable?; ó desfavorables para el país, se mani-
fiestan con el impulso de esos cantos erráticos que se des-
prenden de la falda de los montes. # Hav mucha buena fé,
mucha lógica, mucha consecuencia en toda la narración,
de tal modo que, aunque algunos personajes salgan mal
parados en ella, tienen que reconocer generosamente que
el autor no ha tratado, de ningún modo, de desfigurarlos,
de hacer una caricatura de sus personas, sino que se pre-
sentan en el relato tales como han sido, ó mejor dicho, ta-
les como, á los ojos de sus contemporáneos y de la posteri-
dad, se colocaron v se colocarán en el juicio final de la his-
toria de Honduras.
— 169 —
Afortunadamente para Lagos, muchos de los perso-
najes que figuran en su Ensayo histórico viven todavía,
de tal modo que, en caso de no gustarles la actitud en que
los coloca el escritor, pueden rectificar sus opiniones, adu-
ciendo pruebas fehacientes. Pero tal cosa, de seguro, no
sucederá. El ha tenido buen cuidado de ser verídico has-
ta en sus más minuciosos detalles; de decir completamente
la verdad, aunque esto le traiga aigún disgusto. No se le
culpe á él; cúlpese al fatalismo de los hechos, ó mejor dicho,
á la fatalidad con que tomaron parte en los acontecimien-
tos políticos de su patria, en ese período turbulento de Hon-
duras, donde el historiador, con suma perspicacia, enraiza
el árbol frondoso de su obra de exégesis histórica, la más
notable que se ha escrito en Honduras hasta hov, no sólo
por su mérito intrínseco, sino por referirse á acontecimien-
tos de vitalísimo interés, en la que está envuelta nada me-
nos que una generación.
Otro gran mérito que, para nosotros, contiene dicha
obra, es el de ser un valiente y osado estudio de psiquis co-
lectiva, de muchedumbre revolucionaria. Presenta en ella
al pueblo hondureño con todos sus defectos y todas sus
cualidades; lo hace aparecer de diversos modos; ora como
muchedumbre pasiva, sujeta al capricho del pastor que se
intitula Presidente de la República: ora-y de esta guisa se
ve más simpático, -en la plaza pública, en el ejercicio de sus
derechos cívicos; ora, en fin, con un aspecto terrible, cuan-
do, mal armado y peor comido, protestaba en los cerros y
en las campiñas contra la tiranía oficial. De los tres aspec-
tos en que el historiador presenta al pueblo hondureño, el
que más nos gusta es el segundo, por una razón muy sen-
cilla: porque todos los pueblos hispanoamericanos son más
capaces de enfrentarse á la tiranía en los montes que en las
urnas electorales, y porque está probado, hasta la sacie-
dad, que una victoria cívica vale más que una revolución,
que siempre deja la atmósfera social envenenada.
Muchas cosas más tenemos que decir de la obra del se-
ñor Lagos, lo mismo que del prólogo del señor López Gu-
pero lo dejamos para un segundo artículo, que se-
tiérrez;
rá más extenso que el presente.
Juan Ramón Molina.
:

NOTAS
A.
Concurrieron á la Convención sólo seis representantes.
El licenciado don Miguel R. Dávila, por Tegucigalpa; licen-
ciado don Salvador Aguirre, por Comayagua; licenciado
don Rómulo E. Durón, por Copán; don Marcial Soto, por
Choluteca; don Santiago Cervantes, por La Paz^ y don
Gonzalo Mejía Nolasco, por Intibucá. La presidió el licen-
ciado Policarpo Bonilla, que había sido nombrado Jefe pro-
visional del partido.
El licenciado Bonilla presentó un proyecto de consti-
tución liberal. Fue adoptado sin discutirse y firmado el 5
de febrero de 1891. El programa que en ella aparece es
casi el mismo del doctor Céléo Arias, publicado en el folle-
to, «Mis Ideas», al aceptar la candidatura para la Presi-

dencia de la República en el período 1887 1891. El señor
Arias se expresó así
“Por origen y por convicción filosófica, profeso ideas li-
berales en su significación genuina; y quiero en consecuen-
cia:
La unidad de fuero, sin más excepción que para los
militares en campaña.
La seguridad individual, afianzada especialmente por
la garantía del habeas Corpus debidamente reglamenta-
,

da, para que en ningún caso resulte ilusoria:


La abolición absoluta de la pena de muerte y la supre-
sión inmediata de los cadalsos políticos:
La abolición de la tortura, de los palos ó flagelacio-
nes; de las penas perpetuas é indefinidas, y de las infaman-
tes:
La garantía de la propiedad en todas sus formas.
La libremanifestación del pensamiento por la palabra
ó por la prensa, sin otra responsabilidad que la de calum-
nia, deducida ante el Jurado.
La libertad de reunión y de asociación.
La libertad de locomoción.
La libertad de enseñanza.
La libertad industrial y comercial.
La libertad de cultos y la independencia entre la Igle-
sia y el Estado.
La igualdad civil y política.
La universidad del sufragio.
La autonomía del Municipio y la consiguiente indepen-
dencia de las Municipalidades.
La limitación racional de período para el Presidente
de la República.
La prohibición de reelección presidencial, de Diputados
y Magistrados; ó sea la alternabilidad de ciudadanos en el
ejercicio de los Supremos Poderes.
La absoluta independencia de los Poderes Legislativo,
Ejecutivo y Judicial, en términos que el Ejecutivo no se
convierta en Legislador, ni invada bajo ninguna forma el
santuario de los Tribunales de Justicia.
En suma, aspiro á ver en práctica todos los principios
que constituyen la República Democrática y las verdades
secundarias que derivan de su naturaleza, bajo un Gobier-
no respetable, de regularidad y de progreso.
Entre estas verdades consecuenciales quisiera primor-
dialmente:
La paz interior, ó sea la armonía entre el pueblo y el
Gobierno, que sólo engendra una política sensata exenta
de extralimitaciones, de violencias y amenazas; política de
justicia, de equidad y de garantías para todos los habitan-
tes de la República.
La paz exterior basada en el respeto y en la extricta
observancia del Derecho Internacional.
La amistad estrecha y de familia con las Repúblicas
hermanas, procurando la identidad ó la mayor asimilación
posible de los principios políticos, adoptados por sus Go-
biernos, bajo las condiciones imprescindibles de la Demo-
cracia y de la República.
— 172 —
El respeto á la constitución y á las leyes.
La efectiva responsabilidad délos empleados en todos
los ramos de administración.
El nombramiento de Diputados al Congreso Legisla-
tivo, de Presidente de la República y de Magistrados para
la Suprema Corte de Justicia, por elección popular; de Ma-
gistrados para las Cortes de Apelaciones y de Jueces de U
Instancia, por la Corte Suprema, y de Jueces de Paz, por
las Cortes de Apelaciones, propuestos en ternas por los
Jueces de U
Instancia.

La votación directa y por cédulas secretas en las elec-


ciones populares en un solo día en todos los Municipios de
de la República, mediante división de cantones ó mesas
electorales, y el escrutinio de votos por ministros de fé, an-
te selecto Comité de Ciudadanos.
La
prohibición de paradas ó ejercicios militares de los
milicianos ciudadanos, en el día señalado para elecciones
populares.

La destitución y castigo como prevaricadores á los


que, ejerciendo autoridad en el orden civil, en el político y
en el militar, impongan, amenacen ó influyan directa ó in-
directamente para inclinar la votación en las elecciones po-
pulares.
La decidida protección de la instrución pública, me-
diante Universidades centrales para estudios profesionales
de ambos sexos, v Colegios de enseñanza secundaria igual-
mente para los dos sexos, en las Capitales de Departamen-
to; Escuelas Superiores departamentales, escuelas prima-
rias en todos los municipios, subvencionadas por el Gobier-
no, cuando no basten sus fondos; escuelas de artes y ofi-
cios, y lecciones nocturnas á los artesanos, agricultores é
industriales adultos.
El celo, pureza, la economía y la equidad en el manejo
é inversión del Tesoro Nacional.
El afianzamiento del crédito Nacional en el interior y
su restablecimiento en el exterior.
La subordinación del presupuesto general de gastes
á los ingresos del Erario.
La formación de una caja de ahorros y de reserva pa-
— 173 —
ra acometer empresa? efe manifiesta utilidad general, y pa-
ra hacer frente á los gastos en circunstancias anormales ó
extraordinarias.
La exclusiva administración de los caudales públicos
por empleados subalternos de hacienda, bajo reglas ó pre-
ceptos fijos é inalterables á voluntad del Gobierno, y sin
otra dependencia que de la ley.
La negación de contratas ruinosas para el Erario Na-
cional.
La persecución y el castigo de los agiotistas.
La supresión absoluta de contribuciones directas so-
bre el capital y de las prestaciones personales, sustituyén-
dolas con impuestos indirectos y con rentas determinadas
y cedidas á beneficio de los municipios.
La conclusión del camino de hierro interoceánico y la
construcción de ramales á los Departamentos.
La apertura de vías fluviales, carreteras y de herradura.
La protección y fomento de la inmigración.
El establecimiento de colonias en nuestros desiertos,
al favor de contratas y de concesiones liberales.
La reforma de las leyes militares sustantivas y adge-
tivas, en sentido liberal.
La supresión del Estado Mayor General en tiempo de
paz, y la reducción de las guarniciones al número de pla-
zas que basten para guardar el orden.
La extricta observancia de las exenciones de aquéllos
que por su edad están fuera de la organización de las milicias.
La admisión obligatoria de las renuncias que hiciesen
de sus despachos los Oficiales y Jefes del Ejército, que por
su edad, ó por otra excusa ó impedimentos legales, están
fuera de la organización militar.
Y el establecimiento de un Diario costeado por el Go-
bierno, órgano de la oposición legal, que ilustre, discuta y
objete las providencias, los actos y las extralimitaciones de
los poderes públicos.”
*
* *

Este programa, hermoso teóricamente, adolece del gra-


ve defecto de atender muy poco á la organización del Go-
bierno, y al llevarlo á la práctica traería inevitablemente
graves trastornos para la salud de la nación.
— 174 —

B.

Dos veces hablé con el General Carlos F. Al varado so-


bre estos asuntos. Hombre inteligente y de alguna ins-
trucción, no estaba exento de preocupaciones, que lo hacían
extraviarse como Secretario de Estado en sus buenos de-
seos de contribuir al bien del pueblo. Confesaba algunas
de sus faltas; pero se empeñaba en demostrar queel doctor
Policarpo Bonilla tenía mayor responsabilidad por las des-
gracias que sobrevinieron á Honduras con las guerras.
“El Gobierno, me dijo, quería en verdad la prensa libre y
la existencia del Partido Liberal. Nosotros concluiríamos
la organización del Partido Progresista, para que fuera
apoyo del gobierno y presentase las candidaturas electora-
les, y así desapareciesen las listas que se envían de palacio
á los comandantes de armas y gobernadores políticos,
práctica corruptora que, como Ucl. dice, es un ultraje á la
soberanía del pueblo. Pero para ello era preciso la paz, y
nos la quitó la invasión de Sierra en los mismos momentos
en que se organizaba el gobierno. Todavía después quise
convencer á Policarpo de la necesidad del orden v de las
ventajas que alcanzaría su partido en la lucha pacífica. Le
ofrecí, comprometiéndome en nombre del gobierno, que si
nos vencía en las elecciones de diputados y de Presidente,
que dejaríamos libres, respetaríamos la voluntad del pue-
blo (lo que le aseguraba no por engañarlo); pero él estaba
ofuscado y los había cegado á todos ustedes. No quería
más que el gobierno, y su terquedad crecía cada vez que se
le hablaba de que calmase la agitación de sus partidarios.
El período de cuatro años para seguir buscando la presi-
dencia le parecía una eternidad, y lo desesperaba. Nues-
tras contemplaciones lo animaron á conspirar, creyendo
que procedíamos por miedo y flaqueza, siendo deseos de
evitar lasmedidas violentas. Cuando vimos el peligro que
nos traían las contemplaciones traté de refrenar con fir-
meza la ambición desatentada; pero Vásquez, que ambi-
cionaba también el poder, nos lo impidió. Quería éste ga-
narse á Policarpo para que con los liberales lo ayudara á
subir, y Policarpo le daba esperanzas. Cuando se conven-
ció de que no le cedería %1 puesto en el partido, lo aborre-
ció y después si lo agarra lo mata. Los acontecimientos
se sucedieron como ustedes los empujaron, y ya ven lo que

han cosechado. ” No me es posible recordar todo lo que
me dijo, como disculpa. En algunas cosas tenía la razón,
en otras no. La Historia aclarará y fallará.

C.

PARTE AL GOBIERNO
El Corpus, 9 de septiembre de 1892.
El 6 á las 12 comenzamos á tomar posiciones en las al-
turas que dominan este pueblo, y á la una estábamos ba-
tiendo las fortificaciones del enemigo con dos piezas de ar-
tillería. la una colocada en el cerro de la «Cruz», al Norte
de este pueblo, y la otra en el «Portillo de la tainchera» al
Poniente. El fuego nutrido de la artillería continuó has-
ta las ocho que hicimos cargar la infantería sobre la posi-
ción más formidable que ocupaban los facciosos parapeta-
dos en trincheras de piedra y cortadas por grandes zanjo-
nes naturales, mientras tanto establecimos dos líneas de
ataque; la primera en la parte baja de los cerros y la se-
gunda en sus cimas, poniendo en comunicación más ó me-
nos fácil, todo nuestro campamento, * desde el camino de
Choluteca hasta el de San Marcos. En todo el día ocho
avanzábamos y retrocedíamos, tanto por* lo formidable de
las posiciones enemigas, como por no exponer nuestros sol-
dados á un gran peligro; pero á las 9 de la noche, protegi-
dos por la oscuridad, nuestros soldados pudieron asaltar
la posición referida cuya toma considerábamos decisiva por
dominar todo el pueblo y sus trincheras casi á tiro de pis-
* El GeDeral Vásquez se equivocó al informal’ que sus líneas se ex-
tendían hasta el camino de San Marcos. Si así hubiese sido, los insur-
gentes no habrían podido salir por allí y gran parte de ellos por ese
camino salieron con el General Sierra y los demás montados; otros to-
maron la vereda al Cerro de Calarie y bajaron al camino de San Mar-
cos á distancia de unos dos kilómetros.
— 176

tola. Poco después de este asalteólos facciosos abandona-


ron todos sus atrincheramientos, y huyeron á pié por el
lado de las sierras y San Marcos. Los jefes del último
asalto fueron el general Mondragón, el Coronel Núñez y el
Comandante Noé. Al ocupar el pueblo descubrimos varias
sepulturas de los muertos del enemigo y sobre la trinchera
los cadáveres de cuatro oficiales y cuatro soldados distin-
guiéndose entre los primeros el de Federico Lozano de Te-
gucigalpa. Quedaron en nuestro poder 42 remigton, al-
gunas municiones y equipos de los facciosos y 4 prisione-
ros. De nuestra parte murieron en el asalto, el Coman-
dante Noé, el Capitán Calderón y algunos soldados, que-
dando heridos el Comandante Oviedo, los capitanes Ma-
nuel Vásquez, Cayetano Méndez, Gregorio Garache, los
tenientes Santiago Caneling, Daniel Alvarado, G. Mata-
moros y 20 de tropa. El éxito de la jornada se debe en
un todo á los generales Williams y López, y al valor y dis-
ciplina de todos los subalternos.

Domingo Vásquez.

Se nos informa que el General Vásquez no insistió en


la persecución de los insurgentes por atender á un grave
proyecto. Quería que el ejército desconociese al General
Leba y lo proclamase á él Presidente de la República. En
Choluteca lo profmso al General Williams, jefe de la fuerza
extraordinaria del Sur y al General Tercero. Comandante
de armas departamental. No lo aceptaron; pero por evi-
tar un rompimiento frente al enemigo, solamente le hicie-
ron comprender que era imposible, sin el apoyo de los jefes
de las fuerzas de occidente y de los Comandantes de los
Batallones. Habló Vásquez también á los generales An-
tonio López y Alfonso Villela y tampoco encontró acep-
tación. No obstante, supuso que después del triunfo lo
lograría, y al entrar al Corpus reunió á los generales nom-
brados, excepto Tercero, que se había quedado en Cholu-
teca para resistir á Vásquez si efectuaba su propósito, y
177

les explicó más abiertamente su deseo. Se negaron con


energía. Vásquez atenuó su propuesta, dio orden de mar-
cha de todo el ejército en dirección á San Marcos y llamó
al General Tercero para que se le incorporase en el Ban-
quito.
Debido á la contrariedad resolvió el General Vásquez
el atropello á Nicaragua, lo cual consintieron los jefes, á
causa de la indignación que reinaba en todos por la pro-
tección que creían daba el Presidente Sacasa á los insurgen-
tes. En San Marcos se discutió; y se desarrollaron Es
acontecimientos que se relatan.
Los Generales R. Antonio Tercero y Antonio López,
que viven aún, deben, por la verdad histórica, explicar de-
talladamente el proyecto del General Vásquez.

INDICE
FOLIOS
Dedicatoria 3
Advertencia 5
Prólogo 7
Capítulo I. —
Conducta de los cortesanos... 17
II. — La reelección 22
III.— La prensa popular 26
IV. — Los partidos políticos 30
V. — La sublevación 33
VI Candidatos de los partidos 40
VII— Asalto de Amapala 45
VIII. — El estado de sitio 51
IX. — La alternabilidad 55
X. — El Presidente Bográn 60
XI. — Propósitos de conciliación 67
XII. — Invasión del General Sierra 72
XIII. — Destierro de prominentes...
liberales 77
XIV. — Asalto de Puerto Cortés 83
XV. — Levantamiento en puerto de Ceiba
el la 88
XVI. — Marcha de patriotas á
los fronte- la
ra nicaragüense 93
XVII. — La Minita 100
XVIII. — Quiebra botija é
107
XIX. — El Carrizal 113
XX. — El Corpus. 117
XXI. — Combate del Corpus 121
XXII. — Atropello á Nicaragua 127
XXIII. — Proyectos de nueva invasión 132
XXIV. — Pérdida de alternabilidad
la 137
XXV. — El General Ponciano Leiva 143
Apéndice — La libertad
. 149
Carta á don César Lagos 153
Contestación á don J. Antonio López G. . . 157
Opiniones de la prensa 167
Notas 170

Erratas notables

PÁGINA LÍNEA DICE CORRÍJASE


* 6 9 yero yerro
17 ‘
6 desvastaba devastaba

22 10 na no
•25 20 debía debió
38 •
2 solo sólo
38 6 salvadoroño salvadoreño
43 11 podían podía
49 22 se salvó unos se salvó con unos
54 26 promesas libertad promesas de libertad
58 32 afianzaban afianzacen
59 8 resultado resultado
70 20 conocer condiciones- conocerlas condiciones
73 38 cuando General : cuando el General
h* “
/o 34 que General que el General
p-

80 D se había que le había


80 6 y le que y se
100 6 á que se le á que lugar se le
4

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