Prólogo Ensayo Jalg
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ENSAYO
SOBRE Í^A
HISTORIA CONTEMPORANEA
HONDURAS
POR
CESAR LAGOS
1908
San. Salvador
César Lagos.
—
Advertencia
J. Antonio López G.
Santa Tecla, Agosto de 1908.
Libro Primero
LA ALTEMABILIDAD
•
PS
CAPITULO PRIMERO
LA PRENSA POPULAR
c
V
LA SUBLEVACION
— 41 —
lo que sujeta y esclaviza. Además, la diseminación y ais-
lamiento preservan á los ciudadanos de corromperse, y si
el despotismo puede sojuzg-arlos, siempre están listos á
entregarse con delirio á la lucha por el derecho. Por ésto
tuvo más prosélitos el Partido liberal, pronto se organizó y
en enero de 1891 se reunió en Tegucigalpa una Convención
de representantes délos comités departamentales. La Con-
vención adoptó las bases constitutivas, * declaró electo jefe
del partido al doctor Policarpo Bonilla, y discutió sobre el
candidato para la Presidencia de la República en el período
próximo, del 30 de noviembre de 1891 al 30 de noviembre
de 1895. Algunos representantes indicaron que convenía
nombrar candidato del Partido Liberal á una persona que
no fuese el Jefe para que éste tuviera más exten-
sión é independencia en sus funciones, pero la Convención
resolvió que fuese el mismo doctor Bonilla el candidato. Des-
pués deseando éste erradamente que el Partido liberal
llegase muy luego al poder, trató de atraerse al General
Ponciano Leiva, muy amigo de Bográn, y le propuso la
candidatura del partido asegurándole que todos los libera-
les lo proclamarían. Leiva no la aceptó porque tenía ya
compromisos con el otro partido que se organizaba ayudado
por el General Bográn.
Personas de ideas conservadoras la mayor parte com-
ponían ese otro partido, pero no lo dirigían los conserva-
dores principales sino algunos ministros del General Bográn
así más que conservador debía ser un partido ministerial.
Forman siempre este partido todos los empleados públicos
y los individuos de espíritu débil, que cfominados por el
sentimiento del temor ó por las necesidades de la vida,
están dispuestos á ayudar al gobernante y á sostenerlo
aunque cometa desatinos. Partido de tal clase no tiene
cohesión ni consistencia y se disuelve con facilidad cuando
se presenta algún gran peligro ó cambia el personal del
Gobierno. Por lo mismo, si es útil al gobernante en algu-
nos casos, á la Nación la perjudica siempre, y era verdade-
ramente sensible que el General Bográn y sus íntimos ami-
gos se empeñaran en organizar un partido ministerial.
y elderecho.
Faltó, pues, al General Bográn y á sus amigos eleva-
ción de miras, y sin previsión se concretaron á formar ese
partido gubernamental para que les ayudara á dejar en
la presidencia un hombre que les fuese de provecho. Los
gobernantes creen que dejando en el poder á un amigo
íntimo, á ellos les quedará indefinidamente influencia ofi-
cial y la posibilidad de volver al poder. Es un error. No
sólo no vuelven al poder sino que muy pronto los hiere la
ingratitud de aquel á quien se han empeñado en favorecer,
y experimentan decepciones amargas, son odiados por la
generalidad y se ven perseguidos, cuando con una con-
ducta desinteresada habrían podido alcanzar la gratitud
de la Nación y el aprecio de las generaciones venideras.
Pero la ambición ofusca, las pasiones empujan al error, y
éllas empujaron á Bográn y á sus parciales á organizar el
partido gobiernista y á dejar en el poder á un favorito,
creyendo que era el medio de dar libertades v continuar
gozando de granjerias. Intentaron organizarse primero
con el nombre de Partido Nacional, pero encontraron mu-
cha oposición entre sus partidarios para aceptar ese nom-
bre, porque estaba desacreditado, mal visto por el pueblo.
Los que han tenido despóticamente el poder se han arro-
pado con el manto nacional para embaucar al pueblo, y
de tanto usarlo Va no engañan. Adoptaron el nombre de
partido progresista y en febrero reunieron una especie de
convención, que debía establecer las bases constitutivas,
nombrar el jefe y designar el candidato para la Presiden-
cia de la República. Mucho se dificultó á la Convención
ministerial declarar las ideas fundamentales en la consti-
tución del partido, y para ganar tiempo resolvió designar
el candidato para la presidencia, antes de hacer los regla-
mentos. En la discusión sobre el que debía elegirse hubo
gran disidencia. Los más sensatos de los conservadores
querían al doctor Manuel Gamero, hombre ilustrado y
sin odios; Bográn y la fracción puramente Ministerial creían
43 —
que más les convenía el General Ponciano Leiva, y éste
obtuvo la mayoría de votos. Los de la minoría se disgus-
taron porque habiéndoles ofrecido el Presidente Bográn
apoyarlos á última hora los engañaba, y se separaron del
partido. Esa conducta era lógica: era la consecuencia de
la falta de ideas. Aquellos, por las apariencias, creían que
Leiva la mayor ventaja, y se aferraron á él;
les traería
éstos, no siendo designado el Dr. Gamero, á quien que-
rían, abandonaban á Leiva.
La designación del General Leiva era la peor que
podían hacerse. Hombre venerable en lo personal, política-
mente había perdido la reputación de que antes gozaba y
para que saliese triunfante, sería preciso hacer uso de la
fuerza, causar graves ofensas y dolores. Mas los que no co-
nocen las leyes políticas y van tras del propio interés, por
aprovecharse se despeñan y recogen infortunios.
Nombrados los candidatos, se emprendieron con acti-
vidad los trabajos para obtener el triunfo en los comicios.
La desigualdad de los dos partidos era evidente. El
ministerial gastaba el dinero del Erario para conseguir
votos y tenía á su servicio todos los funcionarios públicos:
los Comandantes de Armas, que disponen de todos los ins-
critos en la milicia; los Gobernadores Departamentales,
jefes de la gendarmería, en cuyas manos está la libertad de
los ciudadanos; los Administradores de Rentas, que dan
los estancos y pueden pagar ó no á su albedrío todos los
sueldos; las Municipalidades, que tienen á su cargo la
enseñanza pública y con la facultad de establecer impuestos
y recaudar multas de policía pueden quitar el reposo á
las familias; los curas,que dominan las conciencias y que
al contrario de Cristo, con muy raras excepciones, están
siempre de parte de los déspotas. El liberal, sin dinero,
tenía únicamente de su lado á la juventud desinteresada,
enérgica, entusiasta por la libertad, ansiosa de ejercer el
derecho. Mas esa inmensa diferencia se compensaba en
mucho con la eficacia de la prensa liberal que propagaba
las buenas ideas, el mejor medio de conquistar las simpa-
tías del pueblo.
La lucha se inició serena y majestuosa, pero poco á poco
fueron los ánimos exaltándose. Los liberales hacían osten-
44
ASALTO DE AMAPALA
EL ESTADO DE SITIO
X
EL PRESIDENTE BOGRAN
LA REVOLUCION
XI
PROPOSITOS DE CONCILIACION
* Véase la nota B.
— Vi-
lo seguía con entusiasmo, sin comprender que el que pro-
cede como el doctor Bonilla, ó no conoce la política ó lo cie-
ga la ambición personal. El deseo del doctor Bonilla evi-
dentemente era que su partido adquiriese el poder. Error
lamentable! Los partidos, si han deservir al público, no
deben tener por mira principal el poder, sino la liber-
tad. El poder debe ser para ellos secundario, porque
si es su objetivo principal, se vuelven peligrosos y perjudi-
ciales á la nación. Con la libertad de que disponen ata-
can desenfrenadamente al Gobierno y éste los persigue:
mata la libertad. Si estalla la guerra civil, quien quiera
que sea el que triunfe la libertad no reaparece, y quedan
la desolación y la ruina.
Contrallado Leiva porque no podía lograr conciliarse
con los liberales, y por temor al pueblo de la capital, re-
solvió permanecer en Comayagua hasta que se calmase la
agitación de los ánimos, sin desistir todavía de sus buenos
propósitos de conciliación. Más apenas tomaba posesión
de la presidencia apareció por la frontera del Salvador un
movimiento revolucionario encabezado por el General Te-
rencio Sierra. Se le presentaba un pretexto para suspen-
der las libertades de la prensa y de reunión, y el 11 de di-
ciembre decretó el estado de sitio en toda la república.
Así, quedaron suprimidas no solo esas sino todas las liber-
tades; el pueblo ocurriría á la guerra civil, y el Gobierno
se entregaría por completo á los que representaban la
reacción.
XII
INVASION DEL GENERAL SIERRA
1
XIV
ASALTO DE PUERTO CORTES
LA MINITA.
Al amanecer del día 26 de Julio, recibieron orden los
diminutos cuerpos insurgentes de alistarse para marchar.
Sonaron los clarines el último toque á las doce, y poco
después se puso en movimiento la pequeña columna por
el camino que va de Danlí al pueblo del Paraíso. La tro-
pa iba silenciosa; sin saber á qué se le conducía, ni en dón-
de se hallaba el enemigo; pero tenía el presentimiento de
que el combate estaba próximo. Anduvo unos cuatro kiló-
metros, variaron los guías á la derecha y subieron por un
recodo á un cerro llamado La Minita, poco distante del
camino. El cerro, que algunos llaman también “Las
Anonas,’’ se levanta en un hermoso valle y se extiende de
Norte á Sur, como desprendido de la cordillera. La falda
del Norte se prolonga en ondulación, forma un collado
cubierto de pinos y declina frente á otro cerro; las faldas
del Este y Oestes- caen escarpadas; la falda del Sur baja
en pendiente poblada de bosques hasta terminar en la lla-
nura. En ese cerro, que los generales insurgentes califi-
caron de posición defensiva inexpugnable, presentarían el
combate.
Calculando por los informes recibidos, el enemigo de-
bía llegar á Danlí á las seis de la tarde. Los Jefes insur-
gentes se proponían sorprenderlo en la marcha, y para
tratar de conseguirlo ordenaron á la tropa ocultarse en el
bosque en completo silencio, y tomaron las siguientes dis-
posiciones: Se situaron dos puestos cada uno de treinta
hombres, en la falda Sur, hacia el frente y Sudeste; se des-
— 101 —
plegaron cuarenta tiradores en la cumbre al lado del Este;
quedó de reserva el resto de la gente armada, y la desar-
mada se distribuyó en las partes hondas del terreno para
que se librara de los fuegos en lo posible y ocurriese á re-
poner las bajas de los combatientes.
Los que no conocen la guerra creen que precaver los
peligros es indicio de miedo, y sin duda por esto los gene-
rales insurgentes, para no demostrarlo ni ofender el valor
de los soldados, no les ordenaron cavar zanjas para tirado-
res, si bien hay que advertir que no habían tenido cuidado
de proveerse de una barra, ni una piqueta, ni una pala con
que cavarlas; ni les ordenaron suplir las trincheras con pa-
rapetos de piedras, pues bastaban los árboles gruesos.
Algunos soldados, obedeciendo al instinto, v á riesgo de
pasar por cobardes, juntaron piedras en pequeños monto-
nes para tirar arrodillados detras de éllos. En la cumbre
no había árboles ni piedras, y los que pelearan allí ten-
drían que acostarse en la tierra para resguardarse.
Pasó la tarde, entró la noche, y el enemigo no apare-
ció. Se había tenido noticia de que había pernoctado en
el pueblo del Paraíso; se supuso que en la mañana habría
salido para Danlí; pero no se tenía de ello seguridad: no
se acostumbraba el servicio de exploración. Necesitábase
aguardar más tiempo, y se resolvieron los insurgentes á
vivaquear con el arma al brazo.
De Danlí salieron los Jefes en la creéncia de que ese
día se empeñaría el combate, y como no había ningún ser-
vicio de provisiones ni se disponía de las raciones de reser-
va que siempre el soldado debe llevar consigo, por lo menos
para dos días, no se le dió importancia á este asunto; y
en cuanto á llevar agua, no tenían en qué, no cargaban
los soldados cantimploras. Vivaqueron, pues, los insurgen-
tes, sin comer ni beber, pero tranquilos, confiados en que
eran buenas todas las disposiciones de sus Jefes.
No llovió esa noche de invierno y se presentó radiante
la aurora del 27 de Julio. Los insurgentes dirigieron la
vista al Sur, y descubrieron á lo lejos en el valle unos
puntos blancos. Eran tiendas de campaña del enemigo:
había acampado al anochecer en “El Pescadero, á diez ki-
lómetros de distancia. Los insurgentes no lo supieron.
— 102 —
Ni el enemigo supo que éllos estaban en La Minita, por-
que el servicio de seguridad y de exploración les era abso-
lutamente desconocido á ambos ejércitos.
Cuando ya doraba el Sol las cimas de los cerrros las
tiendas desaparecieron, y como á las ocho se presentó el
enemigo á la vista. Marchaba en columna por hileras, en
dos fracciones separadas por algunos kilómetros. Se desta-
caba á vanguardia como á ochenta metros, una especie de
sostén, compuesto de unos cincuenta hombres de infante-
ría y delante de éstos, á corta distancia, unos seis ginetes
desplegados en guerrilla. El Estado Mayor venía á reta-
guardia. Los generales Vicente Williams, Antonio López
y Ramón Zelaya Vijil mandaban tres cuerpos, y el Consejo
de los tres generales, formaba el Comando. En el pue-
blo del Paraíso recibieron éstos orden superior de aguar-
dar al general Vásquez, nombrado general en Jefe, para
que se empeñara el combate. No obedecieron. Vás-
quez llegó á Danlí el día siguiente.
El ejército del Gobierno se componía al salir del de-
partamento de Choluteca, de mil seiscientos hombres; pero
se habían desertado en las marchas más de trescientos,
y quedaban como mil doscientos cincuenta. La numero-
sa columna enemiga hizo palpitar oprimidos los corazones
de los patriotas. Eran éllos trescientos, pero sólo ciento
cuarenta y ocho tenían armas, equipados por término me-
dio á cuarenta cartuchos, sin ninguna reserva. Pelearían,
pues, uno contra nueve y teniendo éstos la dotación com-
pleta y reserva de cartuchos. Mas no trae el enemigo
artillería y eso consuela á los insurgentes, aunque éllos
tampoco la tienen: para compensar el número cuentan con
su heroísmo y con que se hallan en la altura, que es una
ventaja-
Marchaba el enemigo sin la menor precaución,
confiado en que los insurgentes se hallaban en Danlí, y ha-
bría recibido inesperadamente las descargas, como se pro-
ponía el general Reina; mas un corneta de los insurgentes
infringiendo las órdenes comunicadas, tocó atención antes
que el enemigo estuviese á tiro de fusil. Oyó, maquinal-
mente hizo alto el primer cuerpo, y fijó las miradas en el
cerro de La Minita.
— 103 —
Fué aquel un momento de agitación en los que llega-
ban, de ansiedad en los que esperaban. En el campo ene-
migo corrían los ginetes de aquí para allá, de allá para
acá, y la infantería formaba remolinos como queriendo re-
troceder. Se calmó la columna poco á poco y quedó al-
gún tiempo inmóvil. De pronto el primer cuerpo se divi-
de en dos fracciones: la una compuesta de doscientos hom-
bres, avanzó hacia el frente, se desplegó en tiradores y
atacó las dos posiciones de la falda Sur del cerro; la otra
de ciento cincuenta hombres, avanzó por su flanco izquier-
do como para ejecutar un envolvimiento. El Capitán
Juan Hernández, Comandante de la reserva insurgente,
compuesta de valientes texiguats, comprendió que la últi-
ma fracción podía rodear el cerro, y antes de recibir orden,
animado por algunos otros oficiales, que comprendían el
peligro, abandonó su posición de reserva en el centro, y con
verdadero acierto fué á situarse en el collado del Noroeste,
antes de que llegara allí el enemigo. Lo recibió con un
fuego vivo, y los Jefes de esa fracción, ignorantes délo que
debían hacer, desanimados por la dificultad de quitar el
collado ascendiendo á pecho descubierto, se replegaron al
cerro próximo desde donde continuaron los fuegos.
Contrista el alma ver cómo los generales hondureños
dirigen los ejércitos y disponen los combates. Brilla en
muchos de éllcs el valor; pero desconocen en lo absoluto
la ciencia militar, ciencia importantísima, como que sirve
para defender á los Estados, y muy difícil, pues práctica-
mente nunca se llega á conocer lo bastante. Sin embar-
go, se cree comunmente, que cualquiera que tiene el grado
de general puede dirigir un ejército. Grave error. Los
gobernantes nombran generales, pero no tratan defor-
marlos. Dan los grados militares á sus favoritos, por
más ignorantes que sean, ó á los que quieren recompensar
por cualquier servicio personal, y cuando se encarga el ejér-
cito á un ignorante de ésos, lo conduce inevitablemente á
la derrota. Vence el que tiene más tropa, si está protegi-
do poi la suerte, ó el que tiene más cartuchos.
Tal sucedió en La Minita.
Los generales insurgentes llevaron allí su columna for-
jándosela ilusión de que iban á preparar una emboscada,
— 104
y creyeron que con sólo situarse en' una altura difícil de as-
cender estaba todo conseguido. La emboscada no es de
la gran guerra sino especialidad de la guerra de montaña,
donde los pequeños destacamentos pueden sacar buen
provecho. Mas, para que éstese obtenga se requiere po-
sibilidad de producir efecto serio; dificultad para que el
enemigo se despliegue, y facilidad para la retirada si aquel
amenaza envolver la posición . Por lo mismo, escogiendo
los insurgentes una altura aislada en la llanura, visible de
lejos, fácil de ser rodeada, cometían la más grande de las
faltas. Aunque el enemigo hubiese sido sorprendido, ha-
bría podido desplegarse y éllos no habrían podido rehusar
el combate; y pelear en la posición v en las condiciones en
que estaba sin más que ciento cuarentiocho fusiles, dota-
dos á cuarenta tiros, por término medio, sin cavar una
zanja para tiradores, oponiendo el pecho á los numerosos
proyectiles de un enemigo nueve veces mayor, era aceptar
de antemano la catástrofe. Aunque estuviesen en la altu-
ra, esta sólo es ventajosa al principio del combate por la
superioridad de los fuegos; después sirve para aprovechar
la ocasión de descender en contra ataque. Si no se trata
de descender, si la defensa permanece pasiva, si la altura
se ha buscado como amparo, no como apoyo, la ventaja
del principio se vuelve al fin desventaja; porque si el que
ataca logra ascender, el que está arriba pierde la moral y
se entrega prisionero ó se despeña en la huida.
En cuanto á los generales del gobierno, se concreta-
ron, sin ningún plan, á atacar de frente las posiciones
del cerro; y lanzaban las compañías á tomarlas al asalto.
Empezó el combate, por el Noroeste, vacilante, como
se ha dicho; por el frente Sur, con verdadera furia. Los
soldados gobiernistas embestían y trataban de ascender;
pero los soldados insurgentes se defendían con heroísmo, y
sacando esfuerzos de su misma desesperación los rechaza-
ban hasta á pedradas.
Luego comenzaron las bajas de los patriotas. El Te-
niente José Miguel Mendoza, joven muy apreciable, mue-
re el primero, atravezada la cabeza; y le siguen otros Je-
fes, oficiales y soldados. Entre los heridos están de gra-
vedad, los generales Erasmo Yelásquez y Vitalicio Láinez.
— 105 —
El general Velásquez m*urió antes de veinticuatro horas;
el general Láinez, después de varios dias, en “El Jícaro,’’
pueblo de Nicaragua.
Muchos que no tienen armas se apresuran á bajar
del cerro con el pretexto de sacar los heridos, y se van con
éllos algunos de los armados. Esto empieza á debilitar la
defensa. Sin embargo, los que quedan son terribles.
Arrodillados detrás de los árboles y las piedras ó tendidos
en la tierra, disparan con eficacia. De las fuerzas del Go-
bierno sale herido el general Vicente Williams; mueren el
general Serrano, el Coronel Máximo Guillén y muchos ofi-
ciales y soldados: entre muertos y heridos más de dos-
cientos.
Peleaban los dos ejércitos con encarnizamiento: los
soldados del Gobierno por la disciplina, los insurgentes
por entusiasmo. Como á las cuatro de la tarde empeza-
ron á debilitarse los fuegos. El comando enemigo sólo
cuidó de enviar refuerzos para el asalto. Pasó todo el
día reponiendo los huecos que dejaban en las filas los muer-
tos y heridos y las deserciones, hasta que no tuvo tropas
que enviar, y entonces se suspendió el empuje. Si en esos
momentos los insurgentes hubieran tomado la ofensiva,
habrían vencido, por más que fueran muy pocos: la victo-
ria no se obtiene por la cantidad sino por la calidad. Pe-
ro no pudieron tomarla y sin buena organización ni direc-
ción, abandonados á su expontaneidad, privados ya de
sus jefes, faltos de cartuchos, temiendo que el enemigo
volviera á la carga y que no se pudiera resistir, creyeron
prudente retirarse para Danlí. y lo verificaron como á las
seis de la tarde.
Las buenas gentes de Danlí corrían á encontrar á los
patriotas con algunos alimentos y con agua, sabiendo que
no habían comido ni bebido desde el día anterior; y cuan-
do éstos calmaron un poco la necesidad, siguieron para
Nicaragua. Iban tristes porque comprendían la inutili-
dad de sus esfuerzos. Su mayor preocupación era que
tenían que entregar sus armas á las autoridades nicara-
güeuses, armas que deseaban conservar para volver al
combate cuando se hubiesen repuesto de las fatigas y hu-
biesen adquirido nuevos cartuchos.
— 106 —
Hasta que rayó la luz del nuevó día supieron los Je-
fes gobiernistas que los insurgentes habían abandonado
sus posiciones. Rebosando de alegría mandaron á explo-
rar el campo; y era tanta su impotencia que no pudieron
ordenar sino hasta muy tarde, una aparente persecución
contra los que se alejaban. Sin embargo en el parte que
dieron al Gobierno, se jactaban de un triunfo espléndido,
con el acuchillamiento ó degüello de casi la totalidad de
sus contrarios, especialmente de los Jefes. Por dicha,
eso existió sólo en su imaginación calenturienta; mas el
Gobierno hizo gran ostentación, como hecho meritorio,
y ordenó que se celebrara en todo el país del modo más
solemne.
XVIII
QUIEBRA BOTIJA.
Mientras los insurgentes del Sur luchaban con esfuer-
zos heroicos, aunque estériles, el Coronel Leonardo Nui-
la, en el Norte, perdía el tiempo de la manera más lamen-
table. Después de tomar á Trujillo organizó el servicio
político y administrativo, como lo había hecho en la Cei-
ba, y se dirigió al interior del país con una columna de
más de quinientos hombres bien equipados. Se proponía
ir á Yoro para tener ese departamanto en favor de la re-
volución y comunicarse desde allí con los amigos de los de-
partamentos del Sur; pero caminó lentamente, más lenta-
mente de lo que era inevitable por lo malo de los caminos,
y no logró ninguna comunicación. Cuatro días tardó pa-
ra llegar á Sonaguera. Descansó allí un día, se retrazó
otros cuatro para llegar á Olanchito, descansó dos ó tres y
llegó á Jocón á los quince días de haber aalido de Trujillo,
cuando pudo haberlo hecho en la mitad del tiempo sin de-
tenerse, aunque caminara sólo veinticinco kilómetros dia-
rios. En Jocón se componía ya su columna de setecientos
hombres, todos animados del mayor entusiasmo. Conti-
nuó la marcha para la ciudad de Yoro, á donde creía lle-
gar en dos días; mas, en la siguiente jornada recibió infor-
me de que Yoro estaba ocupado por tropas numerosas del
Gobierno, enviadas de la Capital, y que saldrían luego á
encontrarlo. Creyó que ésto era cierto, y determinó esta-
blecerse en la altura de Quiebra Botija, punto de gran im-
portancia táctica, para esperar al enemigo.
108 —
El informe que recibía el Coronel Nuila de que el ene-
migo saldría á encontrarlo, era falso. El Gobierno levan-
taba el ejército con gran dificultad y sólo había podido
enviar á Yoro cuatrocientos hombres, no para que ataca-
ran á los insurgentes á campo raso, sino para que se forti-
ficaran en aquella plaza y la defendieran obstinadamente
mientras llegaban refuerzos. Pero Nuila no era militar y
no podía recibir las noticias con serenidad, juzgarlas con
prudencia y resolver con acierto. Tenía el grado de Coro-
nel que por cariño le había dado Bográn. como le dió el
nombramiento de Jefe del distrito de la Ceiba: mas una
cosa es tener un grado de coronel ó de general y otra
serlo de verdad. El Gobierno puede conceder despa-
chos; pero no tiene la virtud de hacer, con una firma, mi-
litares, que éstos sólo se forman con el estudio meditado
de la ciencia y la buena práctica de la guerra. Nuila no
tenía ni estudios ni práctica y por lo mismo cuando tuvo
un ejército á sus órdenes, y se le acercó el peligro, no supo
qué hacer. Era Nuila inteligente, anhelaba la gloria, no
carecía de valor, pero no siendo experto lo único que se le
ocurrió al informarle que llegaba el peligro, fué aguar-
darlo.
Esa resolución traería la ruina de su ejército inevitable-
mente.
Las tropas revolucionarias deben estar siempre en
actividad: así el fuego entusiasmo se purifica: pero si se
del
les mantiene inactivas, poniéndolas á la defensiva, se pervier-
te su moral. Salir al encuentro de la muerte es alegre
impulso para aquéllos á quienes guía únicamente el entu-
siasmo: esperarla con firmeza sólo es para la disciplina de las
tropas regulares. Por lo mismo cometía Nuila la más gra-
ve de las faltas permaneciendo en Quiebra Botija; Esperó
allí al enemigo; mas pasaban días y más días y el enemigo
no llegaba.
El Gobierno se había mantenido inquieto y temeroso
por reunir el ejército con grandes dificultades. Con la
inacción del Jefe insurgente respiró, porque le daba todo
lo que podía desear: tiempo para organizarse, medios para
convertir la defensa en ofensa, lugar para vencer á los in-
surgentes del Sur. Cuando habían trascurrido ocho
— 109 —
días desde que Nuila líhgó á Quiebra Botija, un mes des-
de que se levantó en la Ceiba, el Gobierno había podido
organizar cuatro mil hombres, imprimirles alguna discipli-
na y proveerse de recursos. Tenía pues, como atender á
todos los peligros, y la victoria no estaba ya dudosa de su
parte.
En cambio el ejército de Nuila decrecía. Calmado el
entusiasmo no recibieron las tropas con paciencia las mo-
lestias, privaciones, enfermedades, y se presentaron las
deserciones. A los ocho días de esperar un peligro imagi-
nario, los setecientos hombres se habían reducido á tres-
•
— 110 —
á la Por graves obstáculos que no pudo ven-
revolución.*
cer. para embarcarse pronto perdió nueve días en la costa
guatemalteca, y llegó á la Ceiba casi á fines del mes. Su-
po que el ejército de Nuila permanecía inactivo en Quiebra
Botija, v que entre tanto el Gobierno había tenido tiempo
de recuperar á Trujólo, utilizando un vapor mercante fru-
tero que el Comandante de Roatán general Salomón Or-
dóñez, armó en guerra. Convenía al general Bonilla diri-
girse inmediatamente á Quiebra Botija para reunirse con
Nuila, pero antes de salir trató de dejar el puerto en esta-
do de defensa, en previsión de que ocurrieran á recuperar-
lo fuerzas de Trujólo. La guarnición que dejó Nuila en
la Ceiba se componía de veinticinco hombres, á cargo del
Dr. Francisco Grave de Peralta, nombrado Comandante
del distrito. Buscó el general Bonilla más gente y apenas
consiguió quince hombres, puesltodos estaban desalentados
y abandonaban la causa de la revolución.
Con cuarenta hombres no se podía defender la Ceiba,
había que desocuparla. La situación de Nuila era grave
y se necesitaba con urgencia que el general Bonilla se le
incorporara para que reanimara al ejército y lo condujera
al combate. Iba ya á salir cuando se le dió parte de que
llegaban fuerzas del Gobierno al mando del general Ordó-
ñez. Hombre de valor el general Bonilla, no quiso ya re-
tirarse, y se aprestó á defender el puerto con la poca gente
que tenía, para salvar su honor militar. Atacaron qui-
nientos hombres, y con cuarenta apenas pudo sostenerse
dos horas, retirándose para Olanchito con unos pocos que
lo siguieron. EHDr. Peralta, de setenta v dos años, por
su mucha edad y por haber caído prisionero un hijo suyo,
—
*-He aquí las instrucciones: “Considero á Ud. identificado con mis pro-
pósitos y penetrado de la sana doctrina que el Partido Liberal sustenta; y
por lo mismo, 3 a que por ahora no puedo en interés de nuestra causa, consti-
r
tuirme en el teatro de la guerra, he resuelto enviar á Ud. allá con mis ple-
nos poderes para dirigir el movimiento en todo el país, impidiendo que la re-
volución se desvíe del fin que debe seguir.
Hará Ud. la conveniente organización del ejército, de acuerdo con el ini-
ciador de la revolución del Norte, el valiente Coronel Nuila; y procurará tam-
bién la debida organización de la Hacienda Pública y la provisión de todos
los empleos civiles y militares (dejando en pleno ejercicio de sus funciones á
las autoridades judiciales para todos los asuntos en que no se afecten las
operaciones de la guerra.) en todos los hipares que la revolución domine.
Su correligionario y amigó, — P. Bonilla.
— 111 —
no huyó y fué capturada en unión de los señores Juan Ro-
sa Cárcamo, Eduardo Alvarado,* heridos en el combate, v
once más. Pocas horas después fueron fusilados de or-
den del general Ordóñez, sin ninguna forma de juicio: mu-
rieron con valor y resignación admirables, victoreando al
Partido Liberal.
La situación del general Bonilla era triste, por su de-
rrota, al llegará Olanchito; mas era peor la de Nuila poí-
no haber combatido. La tropa con que éste salió de
Quiebra Botija disminuyó en las marchas por la deserción,
y en Olanchito sólo tenía un poco más de cien hombres
sin otro anhelo ya que el de salvarse. Si el general Boni-
lla hubiese podido llegar á Quiebra Botija cuando todavía
existían los trescientos hombres, algo habría intentado
para remediar las pérdidas sufridas: pero con ciento aco-
bardados y fatigados justamente, nada de provecho era
posible hacer.
El Gobierno había logrado reunir en Yoro y Juti-
calpa dos fuertes columnas de ejército, y marchaban á las
órdenes del general Domingo Vásquez en persecución de
Nuila. Cuando esas tropas estaban ya cerca de Olanchi-
to, los soldados insurgentes sintieron terror pánico, ningu-
no pensó más que en huir, y por la indisciplina, que es con-
secuencia de toda mala organización, se dispersaron sin
que pudiese el general Bonilla contenerlos. Este, acom-
pañado de unos pocos que le eran adictos, se dirigió al de-
partamento de Olancho, proponiéndose atravesarlo de
montaña en montaña hasta llegar á Nicaragua. El Coro-
nel Nuila creyó que más fácilmente podrfa salvarse inter-
nándose en la Mosquitia desolada, y se metió en los más
espesos bosques y abruptas montañas. Ninguno de los
dos había de conseguir escapar. Perseguidos en todas
direcciones fué capturado el general Bonilla en Guacoca,
remitido á Juticalpa y de allí á la Penitenciaría Cen-
tral. El Coronel Nuila, cazado como á fiera en las monta-
ñas, fué agarrado cerca de la costa en la situación más la-
mentable: estenuado por las fatigas,- cadavérico por los in-
somnios y el hambre, y en andrajos, be le llevó á Trujólo
o
XIX
EL CARRIZAL
EL CORPUS.
El general Sierra tuvo ligera sospecha de lo que se
trataba, disimuló su contrariedad y resolvió dejar sin per-
der tiempo las fortificaciones del Carrizal, para que desa-
pareciese del todo la influencia de Reina, que estaba en
El Ocotal, á poca distancia. Le convenía mostrarse audaz
para aumentar su fama y dispuso ir en persecución del ge-
neral Tercero, que según noticias se había quedado en
San Marcos de Colón.
Llegó la pequeña columna á ese pueblo, y no encon-
tró allí al general Tercero, pues no se había detenido, y
sabedor el general Sierra de que tampoco se había deteni-
do en el pueblo del Corpus, se fue para aquel mineral, á
donde llegó el 26 de agosto, el mismo día que era captura-
do en la Mosquitia el coronel Leonardo Nuila.
Se componía ya la columna insurgente de poco más
de doscientos hombres, pero de éstos sólo estaban arma-
dos ochenta y ocho. El vecindario del Corpus no los reci-
bió bien. El general Williams, Comandante de Armas
del departamento, era nativo de ese pueblo, tenía en él
muchos familiares y amigos, que eran naturalmente desa-
fectos á la revolución. Pero la plaza se consideraba inex-
pugnable, y aún con el inconveniente del desprestigio, se
encontraban suficientes provisiones para el mantenimiento
de la tropa. Atendiendo á ésto determinó el general Sie-
rra establecerse en élla, y procedió á construir fortificacio-
nes creyendo que vencería allí á la defensiva como había
vencido en el Carrizal.
— 118 —
El Corpus es un pequeño pueblo edificado en la falda
de un cerro escabroso, donde cada pliegue del terreno es
una muralla tras la cual puede defenderse bien la infante-
ría. Sin embargo no es una plaza fuerte como se le califi-
ca erradamente. Su campo es muy reducido, lleno de
obstáculos y profundidades que no dan lugar á ninguna
clase de maniobras, y con pocas salidas ó caminos malos
que pueden ser tomados por el enemigo. Además, altos
cerros lo rodean y dominan, y en éllos puede emplazarse la
artillería enemiga y funcionar sin ser molestada. Por lo
mismo será plaza muy útil como punto de apoyo para mo-
vimientos estratégicos y ventajosa para una defensa pasiva
en espera de refuerzos; pero sino se aguarda ningún auxi-
lio es muv mala, y el que se encierra allí corre el riesgo de
no salir ya más. Ocupadas por el enemigo las alturas
que la circundan, cerrados los caminos, la tropa que está
adentro tiene que rendirse ó perecer bajo el fuego de la
metralla.
Encerrándose el general Sierra en el Corpus procedía
como todos los que no conocen el arte de la guerra, que
creen que corresponde ineludiblemente al más débil la de-
fensa. Y como entre nosotros el choque de dos ejércitos
es el pleito de dos ciegos, donde el que acomete fracasa ca-
si siempre cuando el otro está oculto detrás de murallas,
lo que sucedió á las tropas de Tercero en el Carrizal, Sie-
rra se afirma en aquella creéncia, y se da á fortificar El
Corpus para aguardar al enemigo, seguro de que así esta-
ría la victoria de su parte.
Al saberse en Choluteca
la llegada de Sierra al Cor-
pus, general Williams intentó ir en el acto á atacarle
el
con mil hombres; pero el descalabro de Tercero le quitó la
preponderancia militar porque él lo había recomendado al
Gobierno, y éste, temeroso de que Williams fuese también
derrotado, le ordenó que esperara al general Domingo
Vásquez que volvía del Norte, para que juntos atacaran.
Vásquez no era mejor militar que Williams, pero gozaba
de más reputación. Se la había dado su gran valor en di-
versos combates y una marcha rápida efectuada el año de
1875 de Amapala á San Miguel para sofocar un motín, y
no estaba entonces contrariada. En cambio Williams ha-
— 119
ATROPELLO A NICARAGUA
* — Véase la nota D.
— 129 —
gereza las órdenes de allanar el territorio nicaragüense
*
*
XXIII
PÉRDIDA DE LA ALTERABILIDAD.
En
los tres meses trascurridos desde la acción del Cor-
pus, situación del Gobierno de Leiva, lejos de mejorar
la
con el aparente triunfo del General Vásquez, había empeo-
rado, como era lógico que sucediese.
El reclutamiento continuo de las ciudades para el ser-
vicio de las armas, las violaciones de todas las garantías
personales ejecutadas por los empleados; las exacciones ar-
bitrarias y los empréstitos forzosos exigidos á los propieta-
rios; los empleados civiles sin sueldo y los militares á me-
dia paga; la policía suspicaz encarcelando á los que se ma-
nifestaban descontentos, la miseria de las familias proleta-
rias, resultado de la suspensión del trabajo, y la interrup-
ción del comercio; todo ésto contribuía á mantener una
situación desesperante y á exaltar más los ánimos contra
Leiva aun entre sus mismos partidarios, porque á él se
,
CNjpéiraciiGe
LIBERTAD.
San Salvador.
Mi estimado amigo:
J. Antonio López G.
4 '
Santa Tecla.
Mi estimado amigo:
dividuo .' 1
yes.
Ahora bien: la institución llamada á señalar los lindes
y á garantizarlos es el Estado.
Lageneralidad confunde el Estado con el Gobierno.
Aquél conjunto de instituciones que definen, estable-
es el
cen y garantizan todo el contenido del Derecho, en tanto
que éste no es más que un medio para llenar ciertos fines
del Estado.
En ese sentido el Estado ha de consagrarse á fundar
la libertad individual; al Gobierno sólo corresponde vigilar
la buena ejecución de las leyes y cooperar, en cuanto sea
posible, al fin de la sociedad, que es la felicidad común.
Hay la creencia errónea de que el Estado no hace más
que lo que hace el Gobierno y que por tanto las leyes no
crean la libertad, como no es el creador el Gobierno. El
Estado, el soberano por delegación del pueblo, en rigor ló-
gico, es el que crea la libertad. De la manera como orga-
nice el Gobierno se desprende la libertad en mayor ó me-
nor grado, ó se conserva el despotismo. El Estado que
intente establecer aquella antes de organizar bien el Go-
bierno verá al pueblo amenazado por la disolución social,
y la sociedad, para salvarse, se acogerá al despotismo, y,
— 159 —
en busca de la libertad, *tendrá que empezar de nuevo.
Eso nos ha sucedido á nosotros. A cada paso cons-
tituimos el Estado; pero como sólo atendemos á declarar
los derechos y no organizamos bien el Gobierno, no te-
nemos libertad, y nos faltará mientras nos empeñemos en
cambiar los gobernantes por medio de revoluciones intem-
pestivas; y no hagamos las cosas como la naturaleza lo
prescribe y la historia nos lo advierte.
Que las condiciones del Estado y la naturaleza de las
leyes influyen en el carácter de los individuos, en la cultura
de la sociedad y en el progreso de las naciones, lo comprue-
ba la historia. Desde las antiguas épocas vemos diferen-
tes ejemplos sobre esta aserción. Los espartanos y los ate-
nienses eran de las mismas condiciones étnicas, en nada di-
ferían sus primitivas costumbres y habitaban tierras del
mismo clima. Sin embargo, los atenienses fueron más artis-
tas é intelectuales, y los espartanos más endurecidos y gu-e-
rreros, debido á sus distintas leyes. En Roma, pueblos de
una misma raza y costumbres, cambian su carácter según
lasmodificaciones del Estado. Bajo la República existieron
aquellos ciudadanos cuya virtud y patriotismo son citados
siempre como modelos eminentes, y bajo los Césares de
la decadencia los romanos fueron los hombres más depra-
vados, abyectos y egoístas.
Dirá Ud que las leyes se hacen conforme son las cos-
tumbres. Convengo en parte: lo cierto es que las leyes
modifican las costumbres, y éstas influyen sobre aquellas,
variando según la índole y cultura de los hombres. De for-
ma que si el carácter influye en la libertad que da el Esta-
do, éste á su vez reacciona sobre las condiciones de los in-
dividuos.
En países en donde las instituciones económicas, cien-
tíficas, industriales, artísticas y literarias han alcanzado
un grado superior de desarrollo, la libertad es el resultado
del funcionamiento de esas instituciones y de los individuos
dentro del Estado; pero en los países en donde sólo éste
se ha organizado, á él incumbe dar vida á la libertad, para
que, á su sombra, se establezcan aquellas en corto tiempo.
Abandonados los pueblos á sus pasiones, ignorancia é iner-
cia, no la alcanzarían jamás. En consecuencia, la li-
— 160
bertad no se produce sólo de uit movimiemto de abajo
hacia arriba, como Ud. dice, sino también, y de manera,
principal, de arriba á abajo. Las masas, por sí solas per-
manecen atrasadas y se habitúan á la tiranía. Las clases
directoras son las que deben implantar en el Estado el ré-
gimen de la libertad, y si no lo hacen, ellas son las respon-
sables. La Historia constitucional de Inglaterra nos da la
comprobación á este respecto. Negarlo es sostener que lo
mejor es la organización del despotismo en el Estado.
No; Estado no es ni debe ser la consecuencia de un
el
pacto social donde los individuos se despojen de su liber-
tad para constituir un poder público que los proteja á to-
dos; como nos protegen nuestros gobernantes. Las socie-
dades necesitan aún del Estado para vivir en orden. No
han llegado al perfeccionamiento, ni las más cultas, para
que sea una cosa superflua. Pero, si es una necesidad de-
bemos aceptarla con la condición de que su poder se re-
duzca á marcar los confines de la libertad individual, á con-
servar la paz é impulsar el progreso, y que sólo use de a-
premios cuando del ejercicio de la libertad se pase á la li-
cencia.
Si este es el deber del Estado, el de cada individuo es
armonizar sus acciones con las de los demás, única limita-
ción de la libertad que debe reconocerse. Bien considera-
do, no es pérdida de libertad sino ganancia, pues cuando
se traspasa el límite se cae en la anarquía, que va á la di-
solución del cuerpo social.
Organizar el Estado de manera que garantice la liber-
tad es una de las? empresas más difíciles. Al presente muy
pocas naciones han logrado poner las primeras bases, sin
que ninguna haya podido llegar á la cúspide. Y si éstas
que son las antiguas, han tenido dolorosos tropiezos para
alcanzar el Estado actual ¿qué de extraño tiene que noso-
tros, pueblos jóvenes é inexpertos, no podamos aún orga-
nizamos bien? Nada. El mal, pues, no es sólo de los cen-
troamericanos; y, en lugar de cruzarnos de brazos, debe-
mos marchar sin desalientos, convencidos de que podremos
remediarlo.
Por sus palabras podría creerse que usted ha caído
en desmayo. Yo las apreciocomo un grito de anatema
— 161 —
contra los opresores y (te reproche contra los ciudadanos
porque los sufren. Se siente Ud. comprimido, esclaviza-
do y se desespera. Mas, si reconoce en gran parte el ori-
gen del mal ¿por qué no lo combate de frente y propone
con claridad los medios para vencerlo? Con decir que la li-
bertad se exige y se impone, en vez de ir hacia el bien labo-
ra Ud. contra él. En nuestros pueblos, en donde todos
los principios se han extraviado, ese concepto de imposi-
ción de la libertad lo comprenden como sinónimo de fuer-
za bruta, lo que ha dado origen á continuas revueltas. La
libertad se conquista por los medios lentos, para que sea
firme. Se exige por la opinión pública con valor cívico. Se
impone en los comicios, en las asambleas, y sólo se va á las
armas cuando quiere el gobernante perpetuarse en la usur-
pación. En este sentido estamos de acuerdo.
Las guerras civiles que se han hecho engañando al
pueblo con la torcida interpretación de ese apotegma, no
han dado otra consecuencia que cambiar el personal de los
gobiernos; pero de ninguna manera el conjunto de princi-
pios sistemáticos del Estado, cuya organización inadecua-
da produce la lucha constante entre el Gobierno y los ciu-
dadanos. Y esa lucha, efecto de las pasiones nobles y ego-
ístas del hombre, pugnando, aquéllas por mantener y éstas
por suprimir la justicia; aquéllas por implantar, éstas por
destruir la libertad; aquéllas por la virtud, éstas por la
maldad; aquéllas por el perfeccionamiento, éstas por la de-
gradación, no cesará con solo el cambio de gobernantes,
porque educada nuestra sociedad, desgraciadamente, por
una iglesia intolerante y un gobierno tiránico, los hombres
que llegan al poder continúan implantando las mismas
enseñanzas.
A los déspotas debemos deponerlos con el fin tras-
cendental de reparar el edificio en que están afianzados.
Si no hemos de mejorarlo, porque no tenemos listos los
materiales, dejémoslos en paz mientras los preparamos con
actividad. Esto debe hacerse por medio de la instrucción,
que despeja el error, y de la educación, q ue integra el carácter.
—
Se instruye con las ideas. ¿Y cómo se discuten las
ideas? — Por la palabra hablada ó escrita, en la escuela, en
la tribuna y en la prensa. La escuela y la tribuna son
— 162 -
OPINIONES DE LA PRENSA
El malogrado escritor hondureño, don Juan Ra-
món Molina cuya muerte lamentan las letras cen-
,
Bibliografía centroamericana
NOTAS
A.
Concurrieron á la Convención sólo seis representantes.
El licenciado don Miguel R. Dávila, por Tegucigalpa; licen-
ciado don Salvador Aguirre, por Comayagua; licenciado
don Rómulo E. Durón, por Copán; don Marcial Soto, por
Choluteca; don Santiago Cervantes, por La Paz^ y don
Gonzalo Mejía Nolasco, por Intibucá. La presidió el licen-
ciado Policarpo Bonilla, que había sido nombrado Jefe pro-
visional del partido.
El licenciado Bonilla presentó un proyecto de consti-
tución liberal. Fue adoptado sin discutirse y firmado el 5
de febrero de 1891. El programa que en ella aparece es
casi el mismo del doctor Céléo Arias, publicado en el folle-
to, «Mis Ideas», al aceptar la candidatura para la Presi-
—
dencia de la República en el período 1887 1891. El señor
Arias se expresó así
“Por origen y por convicción filosófica, profeso ideas li-
berales en su significación genuina; y quiero en consecuen-
cia:
La unidad de fuero, sin más excepción que para los
militares en campaña.
La seguridad individual, afianzada especialmente por
la garantía del habeas Corpus debidamente reglamenta-
,
B.
C.
PARTE AL GOBIERNO
El Corpus, 9 de septiembre de 1892.
El 6 á las 12 comenzamos á tomar posiciones en las al-
turas que dominan este pueblo, y á la una estábamos ba-
tiendo las fortificaciones del enemigo con dos piezas de ar-
tillería. la una colocada en el cerro de la «Cruz», al Norte
de este pueblo, y la otra en el «Portillo de la tainchera» al
Poniente. El fuego nutrido de la artillería continuó has-
ta las ocho que hicimos cargar la infantería sobre la posi-
ción más formidable que ocupaban los facciosos parapeta-
dos en trincheras de piedra y cortadas por grandes zanjo-
nes naturales, mientras tanto establecimos dos líneas de
ataque; la primera en la parte baja de los cerros y la se-
gunda en sus cimas, poniendo en comunicación más ó me-
nos fácil, todo nuestro campamento, * desde el camino de
Choluteca hasta el de San Marcos. En todo el día ocho
avanzábamos y retrocedíamos, tanto por* lo formidable de
las posiciones enemigas, como por no exponer nuestros sol-
dados á un gran peligro; pero á las 9 de la noche, protegi-
dos por la oscuridad, nuestros soldados pudieron asaltar
la posición referida cuya toma considerábamos decisiva por
dominar todo el pueblo y sus trincheras casi á tiro de pis-
* El GeDeral Vásquez se equivocó al informal’ que sus líneas se ex-
tendían hasta el camino de San Marcos. Si así hubiese sido, los insur-
gentes no habrían podido salir por allí y gran parte de ellos por ese
camino salieron con el General Sierra y los demás montados; otros to-
maron la vereda al Cerro de Calarie y bajaron al camino de San Mar-
cos á distancia de unos dos kilómetros.
— 176
Domingo Vásquez.
INDICE
FOLIOS
Dedicatoria 3
Advertencia 5
Prólogo 7
Capítulo I. —
Conducta de los cortesanos... 17
II. — La reelección 22
III.— La prensa popular 26
IV. — Los partidos políticos 30
V. — La sublevación 33
VI Candidatos de los partidos 40
VII— Asalto de Amapala 45
VIII. — El estado de sitio 51
IX. — La alternabilidad 55
X. — El Presidente Bográn 60
XI. — Propósitos de conciliación 67
XII. — Invasión del General Sierra 72
XIII. — Destierro de prominentes...
liberales 77
XIV. — Asalto de Puerto Cortés 83
XV. — Levantamiento en puerto de Ceiba
el la 88
XVI. — Marcha de patriotas á
los fronte- la
ra nicaragüense 93
XVII. — La Minita 100
XVIII. — Quiebra botija é
107
XIX. — El Carrizal 113
XX. — El Corpus. 117
XXI. — Combate del Corpus 121
XXII. — Atropello á Nicaragua 127
XXIII. — Proyectos de nueva invasión 132
XXIV. — Pérdida de alternabilidad
la 137
XXV. — El General Ponciano Leiva 143
Apéndice — La libertad
. 149
Carta á don César Lagos 153
Contestación á don J. Antonio López G. . . 157
Opiniones de la prensa 167
Notas 170
€
Erratas notables