El Desierto Que Viene - Lectura

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El desierto que viene

Mike Davis
El desierto que viene
La ecología de Kropotkin
Mike Davis
Índice general
La exploración de Siberia
Desecación de Asia y Marte
Ciencia patológica
Mike Davis

El cambio climático antropogénico se presenta


normalmente como un des­ cubrimiento reciente,
con una genealogía que no llega más allá de
Charles Keeling, cuando en la década de 1960
tomaba muestras de los gases atmos­féricos desde
su observatorio cercano a la cumbre del Mauna
Loa o, como mucho, al legendario documento de
Svante Arrhenius en 1896 sobre las emi­siones de
carbono y el efecto invernadero. En realidad, las
nocivas conse­cuencias climáticas del crecimiento
económico sobre el grado de humedad de la
atmósfera —especialmente la influencia de la
deforestación y de la agri­cultura de plantación—
se percibieron de forma generalizada, y a menudo
se exageraron, desde la Ilustración hasta finales del
siglo XIX. Sin embargo, la paradoja de la ciencia
victoriana era que, aunque la influencia humana
sobre el clima —ya fuera como resultado de la
deforestación o de la contaminación industrial—
estaba ampliamente reconocida, y algunas
veces contemplada como un apocalíptico futuro
para las grandes ciudades (véase la alucinan­
te diatriba de John Ruskin, «The Storm Cloud of
the Nineteenth Century»), pocos de los grandes
pensadores, si es que hubo alguno, apreciaron
un pa­trón de variabilidad climática natural tanto
en la historia antigua como en la moderna. La
perspectiva lyelliana del mundo, canonizada por
Darwin en El origen de las especies, reemplazaba
8
Capitulo 1

el catastrofismo bíblico por una visión de una


lenta evolución geológica y medioambiental en el
«tiempo profundo». A pesar del descubrimiento de
la Edad(es) de Hielo por parte del geólogo suizo
Louis Agassiz a finales de la década de 1830, la
tendencia científica contemporánea iba en contra
de las perturbaciones medioambientales, ya fueran
periódicas o progresivas, en escalas históricas del
tiempo. Igual que la evolución, el cambio climático
se medía en eones, no en siglos.
Curiosamente, fue necesario el «descubrimiento»
de una supuesta civili­zación agonizante en Marte
para finalmente despertar el interés por la idea,
originalmente propuesta por el geógrafo anarquista
Piotr Kropotkin a finales de la década de 1870,
de que los 14.000 años transcurridos desde el
Máximo Glacial constituyeron una época de
continua y catastrófica desecación de los interiores
continentales. Esta teoría —que podríamos
denominarla «la vieja interpretación climática de
la historia» — fue muy influyente a principios del
siglo XX, pero decayó rápidamente en la década de
1940 con la llegada de la meteorología dinámica,
con su énfasis en el autoajuste del equilibrio físi­o.1
Lo que muchos creían fervientemente que era una
clave de la historia del mundo se desvaneció como
1 «A efectos y decisiones prácticas se asumía que el clima
se podía considerar constante», Hubert Lamb, Climate, History and
the Modern World, Londres, 1995, p. 2. Este ensayo apa­recerá en un
próximo libro, editado por Cal Winslow, A Searchfor the Commons:
Essaysfor Iain Boal, y que publicará pm Press.
9
Mike Davis

había llegado, desacreditando a sus descubri­dores


casi tan completamente como a los eminentes
astrónomos que habían visto (y en algunos casos
afirmaban haber fotografiado) los canales en el
pla­neta rojo. Aunque la controversia implicaba
fundamentalmente a geógrafos y orientalistas
alemanes y de habla inglesa, la tesis original —
la aridificación postglacial como conductora de
la historia euroasiática— fue formulada des­ de
la zarista école des hautes études del zarismo: la
célebre fortaleza de San Pedro y San Pablo en San
Petersburgo, en la que el joven príncipe Piotr Kro-
potkin, junto a otros destacados intelectuales rusos,
estuvo confinado como prisionero político.

10
Capitulo 1

La exploración de Siberia
El famoso anarquista fue también un naturalista,
geógrafo y explorador de primera categoría. En
1862 se exilió voluntariamente a Siberia Oriental
para escapar de la sofocante vida de un cortesano
en una corte cada vez más reaccionaria. El zar
Alejandro II le ofreció un puesto en el regimiento
de su elección y Kropotkin eligió una unidad cosaca
recién constituida en la re­ mota Transbaikalia,
donde su educación, coraje y entereza rápidamente
le llevaron a encabezar una serie de expediciones —
con propósitos tanto cien­tíficos como de espionaje
imperial— en un enorme e inexplorado laberinto de
montañas y taiga recientemente anexionado por el
imperio. Tanto si se miden por los desafíos físicos
como por los logros científicos, las exploracio­
nes de Kropotkin en el valle bajo del Amur y en
el corazón de Manchuria, seguidas por un audaz
reconocimiento de la «vasta y desierta región mon­
tañosa entre el río Lena en Siberia septentrional y el
curso alto del Amur cerca de la ciudad de Chita»,2
son comparables con las grandes expedicio­ nes
septentrionales de Vitus Bering en el siglo XVIII o
con las exploraciones contemporáneas de la Meseta
del Colorado por parte de John Wesley Po­well y
Clarence King. Después de miles de kilómetros

2 George Woodcocke Ivan Avakumovic,


TheAnarchistPrince:TheBiographyofPrincePeter Kropotkin, Londres,
1950, p. 71.
11
Mike Davis

de viaje, normalmente por terrenos extremos,


Kropotkin pudo mostrar que la orografía del nores­
te de Asia era considerablemente diferente a la
que imaginaban Alexander von Humboldt y sus
seguidores.3 También fue el primero en demostrar
que la meseta era un «tipo básico e independiente
de relieve de la Tierra» con «una distribución tan
amplia como las cordilleras montañosas».4
Kropotkin también encontró un enigma en Siberia
que más tarde trató de resolver en Escandinavia.
Durante su épico viaje por las zonas montañosas
entre el Lena y la cuenca alta del Amur, su colega
zoólogo Poliakov, descu­brió «restos paleolíticos en
los cauces secos de lagos en proceso de desapari­
ción; otras observaciones similares mostraban
evidencias de la desecación de Asia». Esto coincidía
con observaciones de otros exploradores de Asia
Cen­tral —especialmente de la estepa del Caspio
y de la cuenca del Tarim— de ruinas de ciudades
en desiertos y lagos secos que una vez regaron
grandes cuencas.5 A su vuelta de Siberia, Kropotkin
3 Prince Kropotkin, «The Orography of Asia», The Geographical
Review, vol. 23, 2-3, febrero-marzo de 1904.
4 G. Woodcock e I. Avakumovic, The Anarchist Prince, cit.,
pp. 61-86. Sobre su reconoci­miento de la meseta como un accidente
geográfico fundamental, véase Alexander Vucinich, Science inRussian
Culture: 1861-1917, Palo Alto, 1970, p. 88.
5 G. Woodcock e I. Avakumovic, The Anarchist Prince, cit., p. 73.
En años posteriores habría un enconado debate sobre las fluctuaciones
históricas del nivel y extensión del Caspio, pero la controversia, como
muchas otras, no se podía resolver en ausencia de la correspondiente
técnica para datar las características del terreno. Sin embargo, desde
12
Capitulo 1

recibió el encargo de la Sociedad Geográfica Rusa


de investigar las morrenas y los lagos glaciales
de Suecia y Finlandia. En los círculos científicos
rusos se debatían con fuerza las teo­rías de la edad
de hielo de Agassiz, pero la física del hielo todavía
apenas se conocía. Partiendo de detallados estudios
de superficies rocosas estriadas, Kropotkin dedujo
que la propia masa de capas de hielo continentales
hacía que fluyeran plásticamente, prácticamente
como un fluido superviscoso, algo que según
Tobias Kruger, un historiador de la ciencia, fue
su «logro cientí­fico más importante».6 También se
convenció de que las capas de hielo de Eurasia se
habían extendido hacia la estepa del sur llegando
al paralelo 50°. Sieste era realmente el caso, se
deducía que con la recesión del hielo la estepa
septentrional se convirtió en un vasto mosaico de
lagos y marismas (imaginó que en su momento gran
parte de Eurasia parecía las Marismas de Pripet),
para gradualmente ir secándose y convirtiéndose
en praderas y finalmente en desiertos. Kropotkin
pensaba que la desecación era un proceso continuo
(que ocasionaba, no que era ocasionado, por la
disminución de las lluvias), y que se podía observar

mediados de siglo la hipótesis de la progresiva desertificación de Asia


Central era conocida por el público culto: un ejemplo se encuentra en
FrederickEngels, TheDialectics ofiVature,[1883] Nueva York, 1940,
p. 235.
6 Tobias Kruger, Discovering the Ice Ages: International
Reception and Consequences for a Historical Understanding of
Climate, Leiden, 2013, pp. 348-351.
13
Mike Davis

a lo largo de todo el hemisferio norte.7


Un esbozo de esta audaz teoría lo presentó por
primera vez en un encuen­ tro de la Sociedad
Geográfica en marzo de 1874. Poco después de la
confe­rencia fue arrestado por la temida Sección
Tercera y acusado de ser borodin, un miembro
de un grupo clandestino antizarista, el Círculo de
Tchaikovsky. Gracias a esta «oportunidad para el
ocio que me había sido otorgada», y al permiso
especial del zar (después de todo Kropotkin todavía
era un prínci­ pe), se le permitió tener libros y
continuar con sus escritos científicos en la prisión,
donde terminó la mayor parte de una exposición en
dos volúmenes sobre sus teorías de la glaciación y
el clima.8
Este fue el primer intento de realizar una
7 «La desecación de la que hablo no se debe a una disminución
de las lluvias. Se debe a la descongelación y desaparición de ese inmenso
volumen de agua helada que se había acumulado en la superficie de
nuestro continente euroasiático durante las decenas de miles de años
que duró el periodo glacial. La disminución de las lluvias (allí donde
esa disminución se produjo) es por ello una consecuencia, no una causa
de esa desecación». P. Kropotkin «On the Desiccation of Eurasia and
Some General Aspects of Desiccation», The Geographical Journal,
vol. 43, núm. 4, abril de 1914.
8 Su hermano Alexander supervisó la publicación de las 828
páginas del primer volumen: Issledovanie o lednikovomperiode
[Investigaciones sobre el periodo glacial], San Petersburgo, 1876. Un
breve análisis apareció en VVature el 23 de junio de 1877. La policía
secreta se incautó de un borrador incompleto del segundo volumen
y no se publicó hasta 1998: Tatiana Ivanova y Vyacheslav Markin,
«Piotr Alekseevich Kropotkin and his monograph Researches on the
GlacialPeriod (1876)», enRodney Grapes, David Oldroyd y Algimantas
Grigelis (eds.), History of Geomorphology and Quaternary Geology,
Londres, 2008, p. 18.
14
Capitulo 1

investigación exhaustiva del cambio climático


natural como una fuerza motriz de la historia de
la civi­lización.9 Como se señaló anteriormente,
el pensamiento de la Ilustración y de principios
de la era victoriana asumían universalmente que
el clima era históricamente estable, de tendencia
estacionaria y con situaciones extremas como
simples acontecimientos atípicos dentro de un
estado principal. Por el contrario, el impacto de las
modificaciones humanas del paisaje sobre el ci­
clo del agua atmosférica se había debatido desde
los griegos. Por ejemplo, se dice que Teofrasto, el
sucesor de Aristóteles en el Liceo, creía que el dre­
naje de un lago cerca de Larisa, en Tesalia, había
reducido el crecimiento del bosque y había hecho
que el clima fuera más frío.10 Dos mil años des­

9 El conocido geólogo californiano Josiah Whitney (que dio


nombre al Monte Whitney) también había estado defendiendo un
concepto de desecación progresiva desde por lo me­nos principios de la
década de 1870. Desechaba la idea popular de que la deforestación era
la responsable del cambio climático, proponiendo por el contrario que
la Tierra había estado secándose y enfriándose durante varios millones
de años. Esta teoría le llevó a la extraña posi­ción de sostener que el
clima moderno del Oeste de Estados Unidos era más frío que durante
la Edad de Hielo: una contradicción que resolvía rechazando las
evidencias de la existencia de capas de hielo continentales. Desde
su punto de vista, Agassiz y otros investigadores habían confundido
el fenómeno estrictamente local del avance de la glaciación con la
refrigeración global. Véase Josiah Whitney, The Climatic Changes
ofLater Geological Times: A Discussion Based on Observations Made
in the Cordilleras ofNorth America, Cambridge (MA), 1882, p. 394.
10 Theophrastus de Eresus, Sourcesfor His Life, Writings,
Thought and Influence: Commen-tary Vol. 3.1, Sources onPhysics
(Texts 137-233), Leiden, 1998, p. 212.
15
Mike Davis

pués, los condes de Buffon y de Volney, Thomas


Jefferson, Alexander von Humboldt, Jean-Baptiste
Boussingault y Henri Becquerel (por dar una bre­ve
lista), estaban citando ejemplo tras ejemplo sobre
cómo el colonialismo europeo estaba cambiando
radicalmente climas locales a través de la tala de
bosques y la agricultura extensiva.11 (Clarence
Glacken escribió que Buffon «llegó a la conclusión
de que era posible que el hombre regulara o
cambiara radicalmente el clima»).12 Careciendo
11 Ya a mediados del siglo XVIII, los funcionarios coloniales
hacían campaña por el esta­ blecimiento de reservas forestales para
prevenir la desecación de las ricas plantaciones de las islas de Trinidad
y Tobago y Mauricio. Richard Grove, el historiador que más ha hecho
por establecer los orígenes coloniales del medioambientalismo, cita el
ejemplo de Pierre Poivree, commissaire-intendant de Isla Mauricio.
Poivre pronunció un importante discurso el Lyon en 1763 sobre los
peligros climáticos de la deforestación. «Este discurso puede pasar
a la historia como uno de los primeros textos ecologistas basado
explícitamente en el miedo a un cambio climático generalizado»:
Richard Grove, «The Evolution of the Colonial Discourse on Defo-
restation and Climate Change, 1500-1940», en Ecology, Climate
andEmpire, Cambridge, 1997, p. 11. Setenta años después, los
propagandistas de la Monarquía de Julio invocaban la deser-tización
del norte de África que producían los árabes como una excusa para la
conquista de Argelia. Los franceses prometieron cambiar el clima y
hacer retroceder al desierto median­te una reforestación masiva: Diana
Davis, Resurrecting the Granary ofRome: Environmental History and
French Colonial Expansion in North Africa, Atenas (oh), 2007, pp. 4-5,
77.
12 Buffon creía que el desbroce del terreno cambiaba tanto la
temperatura como las lluvias. Como París y Quebec estaban en la misma
latitud, sugirió que la explicación más probable de sus diferentes climas
era el calentamiento que resultaba del drenaje de los humedales y la
tala de bosques alrededor de París: Clarence Glacken, Traces on the
Rhodian Shore, Berkeley,
1976, p. 699.
16
Capitulo 1

de cualquierregistro climático a largo plazo que


pudiera revelar importantes variaciones naturales
de los patrones climáticos, los philosophes
mantenían su atención sobre los innumerables in­
formes circunstanciales sobre el descenso de las
lluvias tras la llegada de la agricultura intensiva en
islas coloniales. En el mismo sentido, el hermano
mayor de Auguste Blanqui, el economista político
Jerome-Adolphe Blanqui, citaba más tarde a Malta
como un ejemplo de una isla convertida en desér­
tica por el hombre y advertía que las intensamente
explotadas estribaciones de los Alpes franceses
corrían el riesgo de convertirse en una árida «Arabia
Pétrea».13 En la década de 1840, según Michael
Williams, «la deforestación y la consiguiente aridez
era una de las grandes “lecciones de la historia”
que cualquier persona instruida debía conocer».14
Dos de estas personas instruidas fueron Marx y
Engels, ambos fascinados por el cauteloso informe
del botánico bávaro Karl Fraas sobre la transforma­
ción del clima del Mediterráneo oriental debido al
desmonte de tierras y al pastoreo. Fraas había sido
miembro de un impresionante séquito científico
que acompañó al príncipe bávaro Otto cuando se
convirtió en rey de Gre­cia en 1832.15 En una carta
13 Jéróme-Adolphe Blanqui, citado en George Perkins Marsh,
Man andNature,[1864] Cam­bridge, 1965, pp. 160, 209-213.
14 Michael Williams, Deforesting the Earth: From Prehistory to
Global Crisis, Chicago, 2003,
p. 431.
15 Karl Fraas, Klima undPflanzenwelt in derZeit: ein Beitragzur
17
Mike Davis

a Engels en marzo de 1868, Marx se mostraba


entusiasmado con su libro:
Mantiene que como resultado del cultivo de la
tierra y en propor­ción al grado de ese cultivo, la
«humedad» tan querida por los campesinos se
pierde (por ello también las plantas emigran del
sur al norte) y finalmente comienza la formación
de estepas. Las primeras consecuencias del cultivo
son provechosas, después devastadoras debido a
la deforestación, etcétera. Este hombre es tanto un
filólogo verdaderamente docto (ha escrito libros en
griego), como un químico, experto agrícola, etc. La
conclusión final es que cuando el cultivo avanza
de una manera primitiva y no está conscientemente
controlado (evidentemente, como bur­ gués no
llega a esta conclusión) deja desiertos a su paso,
Persia, Mesopotamia, Grecia, etcétera. Aquí de
nuevo encontramos otra inconsciente tendencia
socialista.16
Igualmente Engels, refiriéndose más tarde a la
deforestación del Mediterrá­neo en The Dialectics
of Nature, advertía de que después de cada
«victoria» del hombre, «la naturaleza se cobraba
su venganza»: «Es cierto que cada vic­ toria
Geschichte Beider [El clima y el mundo vegetal en el tiempo: Una
contribución a la historia], Landshut, 1847. Fraas tuvo mucha influencia
sobre Perkins Marsh y su famosa tesis elaborada en su obra Man
andNature de que la humanidad estaba remodelando catastróficamente
la naturaleza a escala global.
16 Carta de Marx a Engels, 25 de marzo de 1868, en Collected
Works, vol. 42, Moscú, 1987,
pp. 558-559.
18
Capitulo 1

produce en un primer momento los resultados


que esperábamos, pero en un segundo y un tercer
momento tiene consecuencias completamente di­
ferentes e imprevistas que muy a menudo cancelan
los logros anteriores».17 Pero si la naturaleza tiene
dientes con los que responder a las conquistas
hu­manas, Engels no encontró ninguna evidencia
de fuerzas naturales actuando como agentes
independientes del cambio dentro de la duración
del tiempo histórico. Como resaltaba en una
descripción del paisaje contemporáneo ale­mán, la
cultura es prometeica mientras que la naturaleza es
como mucho reactiva:
Queda endiabladamente poco de la «naturaleza»
tal y como era en Alemania cuando los pueblos
germánicos emigraron hasta ella. La superficie
de la tierra, el clima, la vegetación, la fauna y los
propios seres humanos han cambiado enormemente
y todo ello debido a la actividad humana, mientras
que los cambios en la naturaleza que se han
producido en Alemania en este perio­do de tiempo
sin interferencia humana son incalculablemente
pequeños.18
17 F. Engels, «The Part Played by Labour in the Transition
from Ape to Man», en The Dia­lectics ofNature, cit., pp. 291-292.
Engels afirmaba que incluso en el caso de la civilización industrial
contemporánea, «encontramos que todavía existe una colosal
desproporción entre los objetivos propuestos y los resultados
alcanzados, que predominan las consecuencias im­previstas y que las
fuerzas incontroladas son mucho más poderosas que las que se ponen
en marcha de acuerdo con lo planeado», p. 19.
18 F. Engels, Collected Works, vol. 24, Moscú, 1987, p. 511.
19
Mike Davis

En contraste con el siglo XVII, cuando terremotos,


cometas, plagas e invier­nos polares reforzaron una
visión catastrófica de la naturaleza entre grandes
sabios como Newton, Halley y Leibniz,19 el tiempo
atmosférico y la geolo­gía en la Europa del siglo
XIX parecían ser tan estables de década en década
como el patrón oro. Por esta razón, al menos, Marx
y Engels nunca espe­cularon sobre la posibilidad
de que las condiciones naturales de producción
durante los dos o tres milenios pasados pudieran
haber estado sometidas a una evolución direccional
o a una épica fluctuación, o que por ello el clima
pudiera tener su propia historia diferenciada
cruzándose y sobredeterminando repetidamente
una sucesión de diferentes formaciones sociales.
Sin duda pensaban que la naturaleza tenía una
historia, pero se representaba sobre lar­gas escalas
de tiempo evolutivas o geológicas. Como la
mayoría de la gente con conocimientos científicos
en la Inglaterra de mediados de la era victoriana,
aceptaban la visión uniformista de la historia de la
tierra de Sir Charles Lyell, sobre la cual Darwin
había construido su teoría de la selección natural,
aunque satirizaban el reflejo de la ideología liberal
19 Tanto Newton como Halley creían en «una sucesión de Tierras,
una serie de creaciones y depuraciones. Los periodos históricos estaban
puntuados por catástrofes cometarias don­ de los cometas actuaban
como agentes divinos para reconstituir todo el sistema solar, para
preparar lugares para nuevas creaciones y para introducir el milenio»;
Sara Genuth, «The Teleological Role of Comets», en Norman Thrower
(ed.), Standing on the Shoulders of Giants: A Longer View of Newton
and Halley, Berkeley, 1990, p. 302.
20
Capitulo 1

inglesa en el concepto de gradualismo geológico.


La larga controversia internacional iniciada a finales
de la década de 1830 en torno al «descubrimiento» de
Agassiz de la Gran Edad de Hielo no cuestio­nó este
dominante modelo antropogénico, ya que durante
décadas los geólo­gos se sintieron frustrados por el
problema de la cronología del Pleistoceno, siendo
incapaces de establecer el orden de sucesión entre
las derivas glacia­les o de estimar la edad relativa
de los restos antiguos de humanos o grandes
animales, cuyo descubrimiento fue una constante
de mediados de la época victoriana.20 Aunque
«la investigación glacial preparó el camino para
un en­tendimiento de la realidad de los cambios a
corto plazo en el clima evaluados en relación al
tiempo geológico», no había ninguna medida de
la distancia temporal de la Edad de Hielo respecto
al clima moderno.21 Cleveland Abbe, el mayor
científico estadounidense del clima de finales del
siglo XIX, expre­saba la perspectiva de consenso
de la escuela de la «climatología racional» cuando
en 1889 señalaba que «durante los tiempos
20 Anne O’Connor, Finding Timefor the OldStone Age: A History
ofPalaeolithic Archaeology and Quaternary Geology in Britain, 1860-
1960, Oxford, 2007, pp. 28-30.
21 T. Kruger, Discovering the Ice Ages, cit., p. 475. A principios
del siglo xx, se empezaron a utilizar las varvas (capas anuales de
sedimentos de un lago) y las cronologías de los anillos de los árboles
para calcular la edad de casos de desglaciación, pero no fue hasta el
perfecciona-
miento del análisis del carbono 14 en el periodo de la posguerra cuando
se hizo posible una datación fiable.
21
geológicos, quizá hace 50.000 años, se habían
producido grandes cambios» pero «desde que em­
pezó la historia humana no se ha demostrado hasta
ahora ningún cambio climático importante».22

22 James Fleming, Historical Perspectives on Climate Change,


Oxford, 1998, pp. 52-53.

22
Desecación de Asia y Marte
Kropotkin desafió radicalmente esta ortodoxia
afirmando una continuidad de las dinámicas
climáticas globales entre el fin de la Edad de Hielo
y los tiempos modernos; lejos de ser estacionario,
como los primeros meteorólo­ gos pensaban, el
clima había estado cambiando continuamente
en un sentido unidireccional y sin la ayuda del
hombre a lo largo de la historia. En 1904, en el
trigésimo aniversario de su presentación a los
geógrafos rusos, y en medio de un gran interés
público por las recientes expediciones al interior
de Asia del geógrafo sueco Sven Hedin y el
geólogo estadounidense Raphael Pum-pelly, la
Real Sociedad Geográfica invitó a Kropotkin para
que presentara su visión actual.
En su artículo sostenía que exploraciones recientes
como la de Hedin con­firmaban plenamente su
teoría de una rápida desecación en la era posglacial,
demostrando que «de año en año los límites de
los desiertos se amplían». Basándose en esta
inexorable tendencia, que va desde la capa de hielo
hasta la tierra de lagos y pasa después de prados a
desierto, propuso una sorpren­dente nueva teoría de
la historia.23 El este de Turquestán y la Mongolia
23 Una visión general de la centenaria controversia sobre la
desecación en Asia Central se encuentra en David Moon, «The Debate
over Climate Change in the Steppe Region in Nineteenth-Century
Russia», Russian Review, núm. 69, 2010. Las perspectivas contemporá­
neas incluyen a Franijois Herbette, «Le probléme du desséchement de

23
Cen­tral, afirmaba, una vez estuvieron bien regadas
y tuvieron una «civilización avanzada».
Todo esto ha desaparecido ahora, y tuvo que ser la
rápida desecación de esta región la que obligó a sus
habitantes a precipitarse por la Puerta de Zungaria
hacia las tierras bajas de Balkhash y Obi y desde allí,
empujando a los anteriores habitantes de las tierras
bajas, dieron lugar a esas grandes migraciones e
invasiones de Europa que se produjeron durante
los primeros siglos de nuestra era.24
Tampoco fue esta una fluctuación cíclica,
Kropotkin resaltaba que la desecación progresiva
«es un hecho geológico», y el periodo lacustrino
(el Ho-loceno) debe conceptualizarse como una
época de creciente sequía. Como ya había escrito
cinco años antes: «Y ahora estamos inmersos por
completo en el periodo de una rápida desecación
acompañada por la formación de praderas y estepas
secas, y el hombre tiene que encontrar los medios
para controlar esa desecación de la que ya ha caído
víctima Asia Central y que amenaza al sudeste
de Europa».25 Solamente una acción heroica y
globalmente coor­dinada —plantando millones de
árboles y cavando miles de pozos— podía detener
l’Asie intérieure», An-nales de Geographie, vol. 43, núm. 127, 1914; y
John Gregory, «Is the Earth Drying Up?», The Geographical Journal,
vol. 43, núm. 2, marzo de 1914.
24 P. Kropotkin, «The Desiccation of Eur-Asia», The
Geographical Journal, vol. 23, 6, junio
de 1904.
25 P. Kropotkin, Memoirs of a Revolutionist,[1899] Boston,
1930, p. 239.

24
a una futura desertización.26
La hipótesis de Kropotkin sobre un cambio climático
natural y progresivo fue acogida de diferentes
modos: se recibió con mayor escepticismo en
la Europa continental que en los países de habla
inglesa o entre los científicos que trabajaban en
medioambientes desérticos. En Rusia, donde
sus contribu­ciones a la geografía física eran bien
conocidas, tras la gran hambruna de 1891-1892 había
habido un gran interés por comprender si la sequía
en la estepa de «tierra negra», la nueva frontera
de la producción de trigo, era una consecuencia
del cultivo o un augurio de una progresiva
desertificación. Finalmente, las dos autoridades
sobre la cuestión reconocidas internacional-
mente, Aleksandr Voeikov —un pionero de la
climatología moderna y viejo colega de Kropotkin
en la Sociedad Geográfica a principios de la década
de 1870— y Vasili Dokuchaev —aclamado como
el «padre de la ciencia de la tierra»— encontraron
pocas evidencias del funcionamiento de ambos
proce­sos. En su opinión, el clima de la estepa no
había cambiado en el tiempo histórico, aunque la
26 P. Kropotkin, «The Desiccation of Eur-Asia», cit. Desde
luego, la desecación es un hecho geomorfológico en muchos entornos,
pero la arqueología impresionista de los exploradores europeos no
proporcionaba relaciones causales entre ruinas y desertificación ni
establecía una cronología comparativa. Petra, por ejemplo, es un
ejemplo muy citado de un catastrófico cambio climático, pero el
declive de la ciudad Estado fue realmente el resultado del cambio en
las rutas del comercio y de un terremoto en el año 333 de nuestra era
que destruyó su elaborado sistema de suministro de agua.

25
sucesión de años de lluvias y de sequía podría tener
una naturaleza cíclica. Voeikov, como muchos
otros científicos contemporáneos en Europa, estaba
intrigado, aunque no convencido, por las ideas
sobre la variabilidad del clima adelantadas por el
brillante glaciólogo alemán Eduard Brückner.27
En su importante libro de 1890, Klimaschwankungen
seit 1700 [El cambio climático desde 1700],
Brückner abogaba a favor de fluctuaciones
climáticas a escala de décadas en los tiempos
históricos.28 De una manera increíble­ mente
moderna, inigualada en su rigor hasta el trabajo
de Emmanuel Le Roy Ladurie y Hubert Lamb,
combinó fuentes documentales y sustitutivas —
como los datos de vendimias, retroceso de glaciares
e informes sobre in­ viernos extremos— con un
análisis de los datos instrumentales recogidos du­
rante el siglo anterior por diferentes estaciones
meteorológicas para obtener una imagen de un ciclo
de treinta y cinco años, casi periódico, entre años
lluviosos/fríos y secos/cálidos, que regulaban los
cambios en las cosechas europeas y quizá el clima
del mundo en su conjunto. Brückner, que tenía
po­cos conocimientos de meteorología y ninguno
sobre la circulación general de la atmósfera,
fue extremadamente cuidadoso para evitar las
27 David Moon, ThePlough that Broke the Steppes: Agriculture
and Environment on Russia’s Grasslands, 1700-1914, Oxford, 2013,
pp. 91-92, 130-133.
28 Eduard Brückner, Klimaschwankungen seit 1700, Viena,
1890, p. 324.

26
conjeturas y afirmaciones circunstanciales que
contaminaron la siguiente generación de debates
sobre el cambio climático, y sabiamente rehusó
especular sobre la causalidad de lo que llegó a
conocerse como el «ciclo de Brückner». En países
cuya cultura científica era mayormente alemana
(la mayor parte de Europa Central y Rusia en el
cambio de siglo), se prefería el cauteloso mode­lo
de oscilación climática de Brückner antes que el
catastrofismo climático de Kropotkin.29
Por otra parte, en el mundo de habla inglesa el
artículo de 1904 de Kropotkin se recibió en general
con un gran interés, aparentemente reforzado por
recientes investigaciones científicas en los grandes
lagos fosilizados y ríos secos del oeste de Estados
Unidos, del Sahara y del interior de Asia. Pero su
impacto más inmediato y notable, sin embargo,
fue extraterrestre. Percival Lowell, un acaudalado
brahmán bostoniano, había abandonado en 1894
su carrera como orientalista para construir un
observatorio en Flagstaff, Arizona, donde pudiera
estudiar los canali de Marte, «descubiertos» por
Giovanni Schiaparelli en 1877 y posteriormente
«confirmados» por varios destacados astrónomos.
Hasta la llegada de Lowell, la mayoría consideraba
que estos alucinantes canales o fisuras eran
características naturales del planeta rojo, aunque
29 Nico Stehr y Hans von Storch, «Eduard Brückner’s Ideas:
Relevant in His Time and Today», en N. Stehr y H. von Storch, eds.,
Eduard Brückner: The Sources and Consequences of Climate Change
and Climate Variability in Historical Times, Dordrecht, 2000, pp. 9, 17.

27
el periodista de Belfast y escritor de ciencia
ficción Robert Cromie ya había sugerido en una
novela de 1890 que los canales eran oasis creados
por una civilización avanzada en un mundo seco
y agonizante.30 Cinco años más tarde Lowell
propuso en su sensacional libro Mars que la
ficción de Cromie era ciencia observable: debido
a su geometría, los canales debían ser un sis­tema
artificial de irrigación construido por una vida
inteligente. Además, la civilización marciana había
puesto fin a las «naciones» y a las guerras para
construir a escala del planeta. Pero «qué clase de
seres puedan ser es algo que no podemos concebir
por falta de datos».31
Los lectores de los periódicos de todo el mundo
quedaron electrizados, los compositores escribieron
himnos a Marte y un periodista inglés llamado
Wells encontró el argumento para un libro que
continua fascinando y ate­rrorizando a los lectores.
Lowell se ganó con rapidez implacables enemigos
30 Robert Cromie, APlunge into Space, Londres, 1890.
31 «Hablar de seres marcianos no significa hablar de hombres
marcianos. Igual que las probabilidades apuntan a los primeros también
se alejan de los segundos. Incluso en esta Tierra el hombre es un
accidente por naturaleza. Es el superviviente, no es el organismo físico
superior. Ni siquiera es una forma superior de mamífero. La mente
ha sido su logro. Por lo que podemos ver, algún lagarto o batracio
podría igualmente haber ocupado su lugar en la carrera y ser ahora la
criatura dominante de esta Tierra. Bajo diferentes condiciones físicas,
sin duda lo habría sido. En medio del entorno que existe en Marte, un
entorno tan diferente al nuestro, podemos estar prácticamente seguros
que han evolucionado otros organismos de los que no tenemos ningún
conocimiento», Percival Lowell, Mars, Boston, 1895, p. 211.

28
entre los científicos, como el codescubridor de la
selección natural y cono­cido de Kropotkin, Alfred
Russel Wallace; pero con la prensa popular como
aliada pronto convenció a la opinión pública de
que una civilización marcia­na era un hecho, no una
especulación. Le gustaba asombrar a las audiencias
con fotografías de los «canales», siempre
disculpándose de lo borroso de las imágenes.32 Sin
embargo, ¿cuál era la naturaleza e historia de esta
civiliza­ción extraterrestre? Puede ser que Lowell
coincidiera con Kropotkin cuando este último
dio una serie de conferencias sobre la evolución
en el Boston Lowell Institute en 1901, pero fuera
como fuere, el artículo de 1904 sobre la desecación
progresiva impactó a Lowell como un relámpago.
Ahí estaba la narrativa maestra para explicar
no solo «la tragedia de Marte», sino tam­bién el
destino de la Tierra. Lowell sostenía que debido a
su menor tamaño, la evolución planetaria se había
acelerado en Marte, mostrando así un ade­lanto de
cómo cambiaría la Tierra en los próximos eones. En
su libro de 1906, Mars andIts Canals, «en nuestro
propio mundo solamente podemos estudiar nuestro
presente y nuestro pasado; en Marte podemos
tener alguna clase de atisbo sobre nuestro futuro».
Ese futuro era la desecación del planeta a me­dida
que los océanos se evaporaban y se secaban, los
bosques daban paso a las estepas y los prados a los
desiertos. Estaba de acuerdo con Kropotkin sobre
32 Alfred Russel Wallace, Is Mars Habitable?, Londres, 1907.

29
la velocidad de la aridización: «Palestina se ha
desecado en los tiempos históricos».33
Dos años más tarde, en charlas populares publicadas
bajo el título Mars as Abode of Life, dedicó una
conferencia a «Marte y el futuro de la Tierra»,
advirtiendo que «la circunstancia cósmica más
terrible sobre los desiertos no es lo que son, sino lo
que han empezado a ser. No hay que representarlos
como males locales, evitables, sino como la garra
mortal sobre nuestro mun­do». No sorprende que su
principal ejemplo fuera Asia Central: «El Caspio
está desapareciendo delante de nuestros ojos, como
los restos, a alguna dis­tancia de su orilla, de lo
que una vez fueron puertos que calladamente nos
informan de esa desaparición». Algún día, la única
opción que quedará para los humanos en esta «lucha
por la existencia en la decrepitud y decadencia de
su planeta» será emular a los marcianos y construir
canales para llevar el agua polar a sus últimos
oasis.34 A Lowell, un matemático cualificado pero
un desafortunado geólogo, le gustaba impresionar a
los visitantes de Arizona con el Bosque Petrificado
como un ejemplo de la desecación en marcha,
aun­que los árboles fosilizados datan del Periodo
Triásico, doscientos veinticinco millones de años
33 Percival Lowell, Mars and its Canals, Nueva York, 1906,
pp. 153, 384. No he podido averi­guar la opinión de Kropotkin sobre
las tesis de Lowell. Por temperamento científico era más probable que
hubiera estado de acuerdo con su amigo Wallace.
34 P. Lowell, Mars as Abode ofLife, Nueva York, 1908, pp. 122,
124, 142-143.

30
antes. Del mismo modo daba por hecho la evidencia
de un cambio climático rápido y unidireccional en
la Tierra.
De hecho, la teoría de Kropotkin, basada en
impresiones del paisaje y en la hipótesis de
una capa de hielo euroasiática, era un salto
especulativo muy alejado de cualquier dato sobre
climas pasados o sus causas. Realmente, era
esencialmente incomprobable. La meteorología
teórica, a diferencia de la me­teorología descriptiva,
por ejemplo, todavía estaba en pañales. Por
pura coin­ cidencia, el artículo de Kropotkin fue
publicado casi simultáneamente con un oscuro
artículo de un científico noruego llamado Jacob
Bjerknes, que puso los primeros fundamentos
de una física de la atmósfera, en forma de media
docena de ecuaciones fundamentales derivadas de
la mecánica de fluidos y la termodinámica. Gabriele
Gramelsberger, un historiador de la geofísica,
seña­la que «Bjerknes concebía la atmósfera desde
un punto de vista puramente mecánico y físico,
como un “motor para la circulación de una masa de
aire”, impulsado por la radiación solar y desviada
por rotación, expresada en di­ferencias locales en la
velocidad, densidad, presión del aire, temperatura
y humedad». Haría falta más de medio siglo para
que estas semillas concep­ tuales crecieran en la
moderna meteorología dinámica; mientras tanto
era imposible proponer un modelo climático para

31
la teoría de Kropotkin.35
La evidencia cuantitativa para entender el clima
pasado era igualmente un armario vacío. Brückner
había utilizado registros instrumentales con im­
presionante pericia, pero solamente para el periodo
posterior a la Revolu­ción Francesa. En 1901, el
meteorólogo sueco Nils Ekholm, escribiendo en
el Quarterly Journal ofthe Royal Meteorological
Society, había estudiado con seriedad la evidencia
documental preinstrumental existente y encontró
que gran parte de ella era simplemente inútil:
«Prácticamente el único fenómeno climatológico
del que informan fidedignamente las viejas
crónicas son los in­viernos severos». Comparando
las pioneras lecturas instrumentales del clima
de Tycho Brahe en 1579-1582 desde una isla de
la costa danesa con medidas modernas desde el
mismo lugar encontró algunas muestras de que
los invier­nos eran más suaves y que el clima del
Norte de Europa en general era más «marítimo»
que tres siglos antes. Pero esto era todo lo que se
podía dedu­cir con certeza: «En otros aspectos, las
características y las causas de esta variación son
desconocidas. No podemos decir si la variación es
periódica, progresiva o accidental. Ni hasta dónde
llega en el espacio y el tiempo». Ya que Ekholm
suponía razonablemente que la insolación había
35 Gabriele Gramelsberger, «Conceiving Processes in
Atmospheric Models», Studies in the History and Philosophy ofModern
Physics, vol. 41, núm. 3, septiembre de 2010.

32
permanecido constante por lo menos durante un
millón de años y que la variación orbital de la Tierra
tenía una influencia mínima sobre el clima del
último milenio, la causa más probable del cambio
climático (basado en los famosos experi­mentos de
su colega Svante Arrhenius) era una fluctuación
en el dióxido de carbono atmosférico y por ello el
efecto invernadero.36

36 Nils Ekholm, «On the Origins of the Climate of the Geological


and Historical Past and Their Causes», Quarterly Journal of theRoyal
Meteorological Society, vol. 27, núm. 117, enero de 1901.

33
Ciencia patológica
Pero científicos y geógrafos, así como el público
en general, mostraban un ávido apetito por teorías
más audaces y como la Real Sociedad había sin
duda esperado, el artículo de Kropotkin, aparte
de ser un regalo para la obsesión marciana de
Lowel, estimuló un debate de largo alcance que
duró hasta las vísperas de la Primera Guerra
Mundial. Incluso Lord Curzon, virrey de India,
entró en el debate apoyando a los exploradores
que habían visto la desertificación con sus propios
ojos, a diferencia de los «científicos sedentarios»
que negaban el cambio climático.37 Uno de los
eminentes viajeros y científi­cos que abrazaron
la evidencia de la progresiva desecación fue
otro príncipe rojo europeo, Leone Caetani, cuya
obra Annali dell’Islam (diez volúmenes, 1905-
1929) se convirtió en la piedra fundacional para
los estudios islámicos en Occidente. Caetani, un
cualificado lingüista, había viajado extensamen­te
por el mundo musulmán antes de entrar en política
desde posiciones de izquierda. Aunque era un
príncipe papal, se convirtió en parlamentario del
anticlerical Partido Radical y en 1911 se unió a la
37 Los comentarios de Curzon se recogen en Sidney Burrard,
«Correspondence», The Geo­graphical Journal, vol. 43, núm. 6, junio
de 1914. Curzon estaba hablando en defensa de su amigo Sir Tilomas
Holdich de los Royal Engineers, que se convirtió en un desecacionista
convencido después de un tiempo estudiando la frontera noroeste de
India.

34
facción mayoritaria de los socialistas para oponerse
a la invasión de Libia. Después del ascenso del fas­
cismo se trasladó a Canadá y continuó trabajando
en los Annali.38 Caetani planteó la hipótesis de
que la originalmente fértil península arábiga fue
el hogar de todas las culturas semitas, pero la
aridificación y la posterior sobre-población habían
obligado a que uno tras otro todos los grupos
emigraran; desde luego, la desecación había sido la
fuerza medioambiental impulsora de la expansión
del Islam. Hugo Winckler, el afamado arqueólogo/
filólogo alemán que descubrió Hattusa, la capital
perdida de los hititas, llegó de ma­nera independiente
a la misma idea y la teoría de «Winckler-Caetani»
o de la «Ola semita» posteriormente se convirtió
en la piedra angular de la ideología panárabe en las
décadas de 1920 y 1930.39
Sin embargo, el más ferviente partidario de la
hipótesis de la desecación fue un geógrafo de Yale,
Ellsworth Huntington, antiguo misionero en Tur­
38 Cuando los trabajadores de las fincas familiares ocuparon la
tierra durante el biennio rosso, Caetani abdicó de sus títulos a favor
de su hermano menor y emigró a Vernon, una ciudad a los pies de las
magníficas montañas Selkirk en la Columbia británica donde en sus días
de juventud había cazado osos grizzli. Después de su muerte en 1935, su
mujer y su hija, una consumada artista, se convirtieron en legendarias
ermitañas. Véase Sveva Caetani, Recapitulation: A Journey, Vernon,
1995; y «Sveva Caetani, A Fairy Tale Life», disponible on line.
39 Véase Premysl Kubat, «The Desiccation Theory Revisited»,
les carnets de llfpo (Institute franjais du Proche-Orient), 18 de abril
de 2011, http://www.ifpo.hypotheses.org/1794; y Nimrod Hurvitz,
«Muhibb ad-Din al-Khatib’s Semitic Wave Theory and Pan-Arabism»,
Middle Eastern Studies, vol. 29, núm. 1, enero de 1993.

35
quía y un veterano de la Expedición Pumpelly a
Transcaspia en 1903 y de la Expedición Barret al
Turquestán chino en 1905. Sus observaciones de
esta úl­tima misión confirmaban las de viajeros
anteriores en Xinjiang y apoyaban la teoría de
Kropotkin: «Toda la parte más árida de Asia, más de
4.000 kilóme­tros al este desde el Mar Caspio, parece
haber estado sometida a un cambio climático por el
cual se ha ido volviendo cada vez menos habitable
duran­te los últimos dos mil o tres mil años».40 Al
principio, Huntington defendía enérgicamente las
ideas de Kropotkin por completo, pero en su libro
de 1907, The Pulse of Asia, enmendaba la teoría
en un aspecto decisivo. Consideran­do el abanico
de posibles hipótesis climáticas —«uniformidad,
deforestación [cambio antropogénico], cambio
progresivo y cambio pulsátil»— ahora se de­cantaba
por la última. Huntington sostenía que el cambio
climático tomaba la forma de grandes oscilaciones
impulsadas por el sol de una duración de si­glos:
periodos de lluvias seguidos de megasequías.41
Aunque atribuía la idea a la lectura de Brückner,
sus ciclos eran de un orden de magnitud con una
fre­cuencia más larga y tenían las trascendentales
consecuencias que Kropotkin adscribía a la
desecación progresiva.
40 Ellsworth Huntington, «The Rivers of Chinese Turkestan and
the Desiccation of Asia», The Geographical Journal, vol. 28, núm. 4,
octubre de 1906.
41 Geoffrey Martin, Ellsworth Huntington: His Life and Thought,
Hamden, 1973, pp. 92-93.

36
Como Lowell, Huntington era un excelente
publicista. Buscó enconada­mente nuevas
evidencias para la tesis cíclica en Palestina,
Yucatán y en el Oeste de Estados Unidos, donde
trabajó con el pionero del estudio de los anillos de
los árboles, Andrew Douglas (anterior asistente de
Lowell en el observatorio) en las seculares sequoias
californianas.42 De cada nueva inves­tigación llegaba
un artículo o un libro reforzando su afirmación de
que las sociedades y las civilizaciones surgían y
desaparecían con estas oscilaciones climáticas.
«Con cada paso de la pulsación climática que
hemos sentido en Asia Central, el centro de la
civilización se ha movido en una u otra direc­ción.
Cada vibración ha enviado dolor y decadencia a
las tierras que habían llegado al fin de sus días y
vida y vigor a las que todavía tenían tiempo por
delante».43 (Owen Lattimore, autor en 1940 de la
42 Douglas (1867-1962) había sido el principal asistente de Lowell
en el «cartografiado» de los canales marcianos antes de interesarse en
la posible relación entre la actividad de las manchas solares y la lluvia.
Perfeccionó la utilización del tamaño de los anillos de los árboles
como una referencia para el clima, una tarea propiamente llamada
dendroclimatología. Pero sus técnicas también abrieron la posibilidad
de poner fecha a árboles de muchos años o, por la misma razón, a vigas
de madera de pueblos en ruinas. Al principio solamente era posible una
cronología flotante (relativa), pero en 1929 Douglass descubrió «HH-
39», un tronco de unas ruinas de Arizona que le permitió enlazar una
serie continua de medidas desde el año 700 hasta la actualidad y de ese
modo permitir la primera datación de un emplazamiento arqueológico
prehistórico.
43 E. Huntington, The Pulse ofAsia, Boston, 1907, p. 385. En
cuanto a su original apoyo a las ideas de Kropotkin y su posterior
modificación de esas ideas, véase E. Huntington, «Climatic Changes»,

37
clásica obra The InnerAsian Frontiers of China,
parodiaba la imagen que presentaba Huntington
de «hor­ das de erráticos nómadas, dispuestos a
lanzarse hacia nuevos horizontes ante la sacudida
de un barómetro, a la búsqueda de unos pastos
repentinamente desvanecidos»).44
Las grandiosas oscilaciones de Huntington fueron
un inesperado regalo pa­ra los buscadores de causas
últimas en la historia y The Pulse of Asia ayudó a
inspirar la famosa teoría de Arnold Toynbee de los
ciclos de civilizaciones impulsados por respuestas
a desafíos medioambientales.45 Pero las afirma­
ciones sumarias de Huntington pusieron nerviosos
a otros. Tanto la Real Sociedad Geográfica como
la Universidad de Yale (que estaba considerando
promoverle a una cátedra) discretamente
sondearon la opinión de importan­tes autoridades.
El explorador Sven Hedin se burlaba de toda la
idea de la desecación: «los hombres y los camellos,
el campo y el clima, ninguno de ellos ha sufrido
ningún cambio digno de mención».46 Albrecht
The Geographical Journal, vol. 44, núm. 2, agosto de 1914.
44 Owen Lattimore, «The Geographical Factor in Mongol
History»,[1938] en Studies in Frontier History: Collected Papers,
1928-1958, Oxford, 1962.
45 Toynbee escribió un elogioso prólogo para la biografía de
Huntington que realizó Geof-frey Martin.
46 Philippe Fóret, «Climate Change: A Challenge to the
Geographers of Colonial Asia», Perspectives 9, primavera de 2013.
En su libro de 1914 sobre la parte rusa del Asia Central, Aleksandr
Voeikov describió la teoría del «pulso de Asia» de Huntington como un
desatino. Aleksandr Voeikov, Le Turkestan Russe, París, 1914, p. 360.

38
Penck, uno de los gigantes de la moderna geografía
física, cuidadosamente señaló sobre Huntington
que «algunas veces sus pensamientos van muy
por delante de sus hechos. Trabaja más con una
vital imaginación científica que con una facultad
crítica».47
Desde Viena, Eduard Brückner, a quien Huntington
reconocía como uno de sus maestros, también se
mostró cortés pero devastador en su valoración:
Toma sus datos de obras históricas sin examinarlos
adecuada­mente. No es suficientemente consciente
de hasta qué punto pue­de utilizar los datos como
hechos. Los resultados arqueológicos en especial
no son de ninguna manera tan suficientemente de­
finitivos como él los explica en su obra The Pulse
of Asia [...]. Ha mostrado en diversas ocasiones el
deseo de hacer encajar los hechos en su historia.
Durante mi visita a Yale el doctor Hunting-ton
me mostró los resultados de sus investigaciones
respecto a los anillos de árboles de mucha edad
en su relación con las fluc­tuaciones del clima.
Ha recogido un material muy interesante, pero
de nuevo tuve la impresión de que sacaba más
conclusio­nes de sus curvas de las que una persona
prudente debería sa­car. Afirmó en varios casos que
veía un paralelismo en la curva mientras que yo no
veía ninguno.48
Huntington no obtuvo la cátedra y abandonó Yale.
47 G. Martin, Ellsworth Huntington, cit., p. 86.
48 Ibid., p. 86.

39
La crítica de Brückner anticipó la famosa definición
de Irving Langmuir sobre la «ciencia patológica»
como una investigación «que se deja engañar por
efectos subjetivos, ilusiones o interacciones en
el límite».49 Además de los habituales pecados
de confundir la coincidencia con la correlación
y la correlación con la causalidad, Huntington
y sus diversos y eminentes co­ rreligionarios —
especialmente el geógrafo de la Clark University,
Charles Brook— eran unos adictos a la
argumentación circular. Le Roy Ladurie se­ñalaba en
su Histoire du climat que «Huntington explicaba las
migraciones de los mongoles por las fluctuaciones
en las lluvias y la presión barométrica en las zonas
áridas de Asia Central. Brooks proseguía el trabajo
basando un gráfico de las lluvias en Asia Central ¡en
la migración de los mongoles!».50 En otro ejemplo,
Brooks, que seguía a Huntington en la creencia
de que los climas tropicales no podían mantener
civilizaciones avanzadas, llegaba a la conclusión
de que la existencia de Angkor Wat demostraba
que el clima de Camboya en el año 600 tuvo que
ser más templado.51
En cuanto a las espectaculares ruinas en los
desiertos, el geógrafo e histo­riador Rhoads Murphey
49 Transcripción de su conferencia Physics Today, octubre de
1989, p. 43.
50 Emmanuel Le Roy Ladurie, Histoire du climat depuis Van mil,
París, 1967, p. 17.
51 Charles Brooks, Climate through the Ages: A Study of the
Climate Factors and Their Va-riations,[1926] Londres, 1949, p. 327.

40
demostraba en un artículo de 1951, contra Hunting­
ton, que en el caso del norte de África había pocas
evidencias de un cambio climático desde el periodo
romano. En vez de ello, explicaba los desolados
paisajes donde una vez florecieron campos de
trigo y ciudades romanas co­mo el resultado de la
negligencia o destrucción de las infraestructuras
para almacenar el agua. (Huntington parecía haber
olvidado la dependencia que tenían las sociedades
del desierto del agua de los pozos en vez de la
de llu­via). En un clásico ejemplo de la clase de
«experimento natural» que décadas más tarde Jared
Diamond urgiría que adoptaran los historiadores,
Murphey citaba el ejemplo de Air Massif (Níger)
donde los franceses expulsaron por la fuerza a la
rebelde población tuareg en 1917: «A medida que
disminuía la población se dejó que pozos, jardines
y ganado se fueran deteriorando y en menos de
un año la zona parecía exactamente igual a otras
zonas que se han utilizado como evidencia de la
progresiva desecación».52
Por todo esto, el debate Kropotkin/Huntington
sobre el cambio climático natural en la historia pudo
haber dejado un legado más fructífero si hubiera
permanecido dentro del terreno de la geografía
física. Sin embargo, Hun-tington fusionaba sus
idiosincráticas ideas sobre los ciclos climáticos

52 Rhoads Murphey, «The Decline of North Africa since the


Roman Occupation: Climatic or Human?», Annals of the Association
of American Geographers, vol. 41, núm. 2, 1951.

41
con el extremado determinismo medioambiental
que defendían el geógrafo alemán Friedrich Ratzel
y su discípula estadounidense Ellen Churchill
Semple. Am­bos sostenían que las características
étnicas y culturales estaban impresas mecánica
e irreversiblemente sobre los grupos humanos
por sus hábitats na­turales, especialmente por el
clima. Huntington también se quedó fascinado
por las extravagantes ideas de un profesor de
alemán radicado en Siracusa de nombre Charles
Kullmer, que pensaba que la actividad mental
humana, tanto individual como social, estaba
gobernada por el potencial eléctrico de las de­
presiones barométricas. Como explica el biógrafo
de Huntington, «Kullmer contabilizaba el número
de libros de no ficción sacados de las bibliotecas
y la presión barométrica en cada momento; “las
presiones altas significan li­bros más importantes
y las bajas menos”». Huntington, «electrizado»
por los hallazgos de Kullmer, escribió: «he estado
meditando mucho sobre el Renacimiento italiano;
ahora me pregunto si tal vez estuvo asociado con
al­gún cambio en la frecuencia de las tormentas».
Huntington posteriormente comprobó la tesis de
Kullmer tomando al hijo de un amigo para que
meca­nografiara cada día y durante meses tres
estrofas de la obra de Spencer, The Faerie Queene,
mientras su padre registraba la presión barométrica.
Hunting­ton comparó después la pauta de errores:
«Parece haber una conexión entre el tiempo y la
42
capacidad mental mucho más estrecha de lo que
hemos sospe­chado hasta ahora. Actualmente estoy
trabajando tratando de aplicar esto a Japón».53
Pero Huntington pronto dejó de lado el barómetro
llegando a la conclusión de que realmente era la
temperatura, quizá en colusión con la humedad,
la que determinaba la agudeza mental del
hombre y la eficacia industrial. Este «taylorismo
meteorológico», como lo denomina James
Fleming, fue enton­ces subsumido por la pasión
de Huntington por la eugenesia y la ingeniería
racial.54 Mientras un enfermo Kropotkin, que
había regresado a Rusia en 1917 para apoyar al
movimiento anarquista, estaba luchando para
acabar su magistral testamento científico, Glacial
and Lacustrine Periods,55 Huntington estaba
publicando artículos cada vez más extravagantes
sobre la adaptación del hombre blanco a los
trópicos australianos y el impacto del clima sobre
la productividad humana en Corea. Varios años
después se encontraba lu­chando por entender el
53 G. Martin, Ellsworth Huntington, cit., pp. 102-103, 111.
54 J. Fleming, Historical Perspectives on Climate Change, cit.,
p. 100. Añade: «Aunque el pen­samiento de Huntington fue realmente
influyente en su época, desde entonces su sesgo racial y su crudo
determinismo han sido ampliamente rechazados. No obstante, sus
contundentes errores parecen destinados a ser repetidos por aquellos
que realizan afirmaciones excesiva­mente dramáticas referidas al clima
y a sus influencias», ibid., p. 95.
55 Fue publicado en Rusia en 1998. Hace mucho que debería
haberse realizado una anto­ logía en lengua inglesa de los escritos
científicos de Kropotkin, sobre geografía, glaciología, ecología y
evolución.

43
efecto de la sobrepoblación sobre el carácter chino,
denunciando la inmigración de puertorriqueños a
Nueva York y pontifican­do en Harper sobre «La
temperatura y el destino de las naciones».56 De he­
cho, Huntington, como Raztel, Semple y muchos
otros, estaba ampliando las teorías climáticas de
la raza de Herodoto y Montesquieu —el primero
conven­cido de que Grecia era el perfecto hábitat del
hombre, el segundo, pensando que era Francia—
en una antropología meteorológica global.
En las décadas de 1910 y 1920 estaba en su apogeo
el racismo científico (del que Huntington era un
ferviente defensor) y esas ideas fueron fácilmente
asu­midas por la corriente académica dominante. Sin
embargo, en la década de 1930 una nueva generación
de académicos empezó a alejarse de las oscuras
implicaciones del determinismo medioambiental
unido a la supremacía blan­ca y a su apoteosis, el
fascismo. Como señala cautelosamente su biógrafo,
«la insistencia de Huntington en una jerarquía de
facultades innatas y la consis­tente investigación
en la causa de la eugenesia en la década de 1930,
quizá fue desafortunada. Cuando en vísperas
de la Segunda Guerra Mundial propuso que los
caucásicos con pelo rubio y ojos azules tenían
mayor longevidad que otros, su declaración pareció
peculiarmente non sequitur».57 (Mientras tanto
56 Véase «Appendix A: The Published Works of Ellsworth
Huntington» en G. Martin, Ells-worth Huntington, cit.
57 Ibid., pp. 249-250.

44
los nazis estaban integrando en su argumentación
ideas desecacionistas para la eliminación y
asesinato en masa de las poblaciones de Polonia
y la URSS. Los eslavos estaban simultáneamente
condenados por fracasar en drenar los pantanos
posglaciales al este del Vístula y por permitir
que se convirtieran en desiertos, Versteppung.
Solamente la raza superior podía detener la gran
desecación).58 Las enloquecidas teorías y el crudo
determinismo de Huntington, unido a la ausencia
de datos climatológicos históricos fiables, empezó a
enturbiar para geógrafos e historiadores la empresa
de la historia del cli­ma. En 1937, el físico Sir
Gilbert Walker, que había pasado su vida buscando
una estructura en los datos del clima, escribió un
obituario por el determinismo climático, una teoría
que él equiparaba con la astrología: «Considero
que la extendida fe en el control real del clima
por periodos está basada en parte en un manejo
equivocado de datos trasladados a gráficos y en
parte en un instinto que sobrevive en muchos de
nosotros, como el efecto de la luna sobre el clima,
desde el tiempo en que nuestros antepasados
creían en el control de los asuntos humanos por los
cuerpos celestiales con sus ciclos establecidos».59
58 David Blackbourn, The Conquest ofNature: Water, Landscape,
and the Making ofModern Germany, Nueva York, 2006, pp. 278, 285-
286.
59 Sir Gilbert Walker, «Climatic Cycles: Discussion», The
Geographical Journal, vol. 89, núm.
3, marzo de 1937.

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Además, en el periodo de la posguerra, surgió
entre los climatólogos «un nuevo consenso
disciplinario», «concretamente que el sistema
climático glo­bal contenía fundamentales procesos
niveladores que proporcionaban resis­tencia contra
las seculares fluctuaciones climáticas».60 Mientras
tanto, los archivos naturales de la Eurasia profunda
que escondían los secretos de su historia climática
se encontraban cerrados, los únicos occidentales
que visi­taron la cuenca del Tarim durante la Guerra
Fría fueron los agentes de la CIA (Lop Nor era el
emplazamiento de las pruebas nucleares chinas).
Finalmente, en 2010-2011, más de un siglo después
de las controvertidas expediciones de Stein,
Heden y Huntington, un equipo interdisciplinar
de investigadores chi­nos, estadounidenses, suizos
y australianos pasó una temporada en la cuenca
del Tarim, recogiendo vestigios de hidrologías
y tomando muestras de poten­ ciales archivos
climáticos, como sedimentos en el desaparecido
lago Lop Nor y árboles muertos enterrados en las
dunas de arena.
Sus resultados fueron publicados a principios
de este año. Resultaba que la desecación era un
fenómeno moderno, no una antigua maldición:
«La cuen­ca del Tarim fue de forma continua más
húmeda que en la actualidad por lo menos desde el
año 1180 hasta mediados de la década de 1800».
60 N. Stehr y H. von Storch, «Eduard Brückner’s Ideas», cit., p.
12.

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Esto cae den­tro de los parámetros, generosamente
interpretados, de la Pequeña Edad de Hielo, y
los investigadores atribuyen la humidificación
a un cambio hacia el sur de los vientos boreales
de poniente, que producían la intensificación de
las nevadas en las montañas tributarias del río
Tarim y sus afluentes. Fue este «reverdecimiento
del desierto», no su incesante expansión, el motor
princi­pal de la historia de finales de la época
medieval y principios de la moderna:
Nosotros proponemos que la humidificación del
corredor de de­sierto del interior de Asia estimuló la
migración hacia el sur de los pastizales de invierno,
que fueron esenciales para alimentar las conquistas
a caballo de los mongoles por los desiertos euro-
asiáticos. Además, los desiertos asiáticos más
húmedos que en la actualidad pueden haber
ayudado a la propagación del pastoreo fuera del
corazón de Mongolia, fortaleciendo las afinidades
cul­turales y económicas entre los mongoles y los
grupos de habla turca en la periferia de la estepa.61
Sin embargo, desde finales del siglo XIX el
progresivo calentamiento del in­ terior de Asia
ha producido una desecación neta de la que los

61 Aaron Putnam et al., «Little Ice Age Wetting of Interior


Asian Deserts and the Rise of the Mongol Empire», Quaternary
Science Reviews, vol. 131, 2016, pp. 333-334 y pp. 340-341. Uno de
los coautores es el «pope» del Lamont-Doherty Earth Observatory,
Wallace Broecker, que fue el primero en proponer la teoría del vuelco
meridional de la circulación en el Atlántico Norte, la famosa «cinta
transportadora».

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investigadores advierten que puede ser el preludio
para la futura expansión hacia el norte de los
desiertos. Entre tanto, otros investigadores del
clima han expresado sus preocupaciones de que los
regímenes de precipitaciones en Asia Occidental
puedan estar igualmente cambiando. Un grupo
de investigación, basado en el Lamont-Doherty
Earth Observatory de la Universidad de Columbia,
que ha estado estudiando sequías contemporáneas
e históricas, publicó reciente­ mente un artículo
advirtiendo que la desastrosa sequía de 2007-2010
en Siria, la más severa entre las instrumentalmente
registradas y un catalizador im­ portante de la
agitación social, era probablemente parte de «una
tendencia hacia la desecación a largo plazo»
asociada con el crecimiento de las emi­ siones
de gases de efecto invernadero. Esto coincide
62

incómodamente con un estudio anterior que


predecía que toda el Fértil Creciente climatológico,
desde el valle del Jordán hasta las colinas de
Zagros, puede desaparecer para finales del siglo:
«La antigua agricultura alimentada por la lluvia
permitió que las civilizaciones prosperaran en la
región del Fértil Creciente, pero esta bendición
desaparecerá pronto debido al cambio climático
inducido por el hombre».63 Después de todo parece
62 Colin Kelley et al., «Climate Change in the Fertile Crescent
and Implications of the Re­cent Syrian Drought», Proceedings of the
National Academy of Sciences, vol. 112, núm. 11, 17 de marzo de
2015.
63 Akio Kitoh, Akiyo Yatagai y Pinhas Alpert, «First Super-High-

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que el antropoceno puede reivindicar a Kropotkin.

Resolution Model Pro-jection That the Ancient “Fertile Crescent” Will


Disappear in This Century», Hydrological Research Letters, vol. 2,
2008.

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