Ética Estoicos-Epicureros-Cinicos
Ética Estoicos-Epicureros-Cinicos
Ética Estoicos-Epicureros-Cinicos
Lo que cuenta ante todo es liberar a la “carne” de su sufrimiento, luego permitirle alcanzar el
placer. Para Epicuro, la elección socrática y platónica a favor del amor por el Bien es una ilusión:
en realidad, lo que mueve al individuo no es más que la búsqueda de su placer y de su interés. Pero
el papel de la filosofía consistirá en saber buscar de manera razonable el placer, es decir, en
realidad, en aspirar al único placer verdadero, el simple placer de existir. Pues toda la desdicha,
toda la pena de los hombres, procede del hecho de que ignoran el verdadero placer. Al buscarlo,
son incapaces de alcanzarlo, porque no pueden satisfacerse con lo que tienen, o buscan lo que está
fuera de su alcance, o porque estropean ese placer al temer siempre perderlo. Podemos decir en
cierto sentido que el sufrimiento de los hombres se origina principalmente en sus opiniones huecas,
luego en sus almas. La misión de la filosofía, la misión de Epicuro, será pues ante todo terapéutica:
habrá que sanar la enfermedad del alma y enseñar al hombre a vivir el placer.
“Enseñar al hombre a vivir el placer” será el cometido principal de la ética y la filosofía de Epicuro.
¿Qué es el placer?
Epicuro diferencia entre dos tipos de placeres:
Placeres “en movimiento”: aquellos que se propagan por la carne y que provocan una
excitación violenta y efímera. Epicuro los califica como “dulces y aduladores”. Como
ejemplo más claro podemos citar el placer sexual. Si trasladamos las palabras de Epicuro
a un contexto más contemporáneo, podemos pensar en estos placeres como aquellos que
producen una gran descarga de neurotransmisores (ya sea dopamina, endorfinas u otros),
de manera que producen un “subidón” muy marcado, pero que posteriormente también
producen sufrimiento por su falta. Como tales, son difíciles de moderar y proclives a
dominar al individuo.
Placeres “en reposo”: este tipo de placeres inducen un “estado de equilibrio” en el
individuo. Este estado se caracteriza por su naturaleza negativa: consiste en no tener
frío, no tener hambre y no tener sed; y produce sosiego y ausencia de sufrimiento. Estos
son los verdaderos placeres para Epicuro, pues son los que conducen a la calma y la
sabiduría.
Esta clasificación de los placeres es muy importante para entender qué es el hedonismo de Epicuro.
El epicureísmo aspira a la obtención de placeres más sutiles, obtenidos por vía negativa y que si se
cultivan correctamente conducen a la paz. Como se puede apreciar, esta clasificación tan sencilla es
ya en sí misma un condicionante para un tipo de vida muy concreto.
Leemos en ¿Qué significa la filosofía antigua?:
Tal vez sorprenderá que se atribuya una trascendencia tal a la simple supresión del hambre o la sed
y a la satisfacción de las necesidades vitales. Pero podemos pensar que este estado de supresión del
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sufrimiento del cuerpo, este estado de equilibrio, abre a la conciencia un sentimiento global,
cenestésico, de la propia existencia: todo sucede entonces como si, al suprimir el estado de
insatisfacción que lo absorbía en la búsqueda de un objeto particular, el hombre por fin quedara
libre de poder tomar conciencia de algo extrarordinario, que ya estaba presente en él de manera
inconsciente, el placer de su existencia. (…) Agreguemos que este estado de placer estable y de
equilibrio corresponde también a un estado de tranquilidad del alma y de ausencia de perturbación.
Este tal vez sea el punto más importante de la reflexión epicúrea acerca del placer. La liberación, el
estado de ataraxia, de tranquilidad, permite al individuo abrirse a la contemplación de su propia
existencia.
Creo que es algo que todos hemos experimentado en nuestra vida, aunque solo fuera durante unos
instantes. Cuando nos sentimos libres, tranquilos, sin la mente acuciada por el trabajo, o el deseo o
las preocupaciones. Un momento en el que el solo hecho de existir es un placer.
Esta es una de las grandes enseñanzas de Epicuro. Liberémonos de todo lo superfluo y fijémonos al
fin en el hecho de nuestra propia existencia. Pero para poder llegar a este punto es necesario ejercer
una disciplina del deseo.
Naturales y necesarios: deseos cuya satisfacción libera del dolor y el sufrimiento y que
corresponden a las exigencias vitales y necesidades más elementales: comer, beber…
Naturales y no necesarios: deseo de comer comidas lujosas o el deseo sexual.
Ni naturales ni necesarios: deseos producidos por convenciones sociales u opiniones
vacías, deseo ilimitado por la riqueza, la fama o la inmortalidad.
Así, la vida epicúrea se consagra a satisfacer los deseos naturales y necesarios (que son muy fáciles
de satisfacer), moderar y evitar en la medida de lo posible los deseos naturales y no necesarios, y
evitar por completo los deseos que no son ni naturales ni necesarios.
En la siguiente máxima epicúrea tenemos un buen resumen de esta disciplina de los deseos:
Gracias sean dadas a la bienaventurada Naturaleza que hizo que las cosas necesarias sean fáciles
de obtener y que las cosas difíciles de alcanzar no sean necesarias.
Esta clasificación y método de conducta continúa hoy día completamente vigente. Si examinamos
nuestro modo de vida, veremos que muchos de nosotros tenemos cubiertos en su totalidad los deseos
naturales y necesarios, pero que nos obsesionamos con los naturales y no necesarios y los ni
naturales ni necesarios, y nos llenamos de preocupaciones que tal vez podríamos evitar si
escucháramos la voz de un griego de hace más de 2000 años. Pero supongo que estas cosas no están
de moda.
Pierre Hadot resume esta gestión de los deseos:
“Sobre todo es necesario practicar la disciplina de los deseos, hay que saber contentarse con lo que
es fácil de alcanzar, con lo que satisface las necesidades fundamentales del ser, y renunciar a lo
superfluo. Fórmula sencilla, pero que no impide provocar un trastorno radical de la vida:
contentarse con manjares sencillos, ropa sencilla, renunciar a las riquezas, a los honores, a los
cargos públicos, vivir retirado.”
Esta vida “centrada en el placer de existir” es, para mí, un buen ideal de vida. .Pierre Hadot lo
describe muy bien en su libro:
Una vida centrada en el conocimiento, el diálogo y la amistad. Placeres sencillos, suaves y elevados
que producen una existencia de serenidad, y que abren un espacio en el que es posible contemplar y
disfrutar, simplemente, de “estar vivo aquí y ahora”.
La filosofía epicúrea es claramente una fuente de inspiración para el minimalismo
Las enseñanzas de esta escuela filosófica aún son útiles hoy día, y podemos extraer muchas lecciones
aplicables a nuestra vida, sobre todo en referencia al placer y el deseo.
1. Búsqueda del placer verdadero: ausencia de sed, hambre y frío para obtener calma y
poder así abrirse al simple placer de existir.
2. Disciplina del deseo: satisfacer los naturales y necesarios, moderar los naturales y no
necesarios, evitar los que no son ni naturales ni necesarios.
3. La muerte es la disolución de los átomos del individuo, por tanto cuando se produce no
hay sensación ni sufrimiento. No tiene sentido temerla.
4. Los dioses van a lo suyo y no se preocupan de la actividad de los hombres: no hay por
qué temerlos. Son, en cambio, un ejemplo para el sabio.
5. El epicúreo lleva una vida sencilla, ocupado en lo esencial y lejos de lo que considera no
necesario.
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Ética: estoicos
Las principales fuentes intelectuales del minimalismo se remontan a la filosofía helenística: los
epicúreos, de quienes aprendimos el arte de la moderación; los cínicos y su descreimiento; y sobre
todo los estoicos, quienes nos enseñaron el desapego por los bienes materiales y las riquezas.
Los filósofos helenistas vivieron una época de disolución de un mundo y una manera de pensar y de
vivir que había alcanzado un gran esplendor; una época con muchos puntos de conexión con la
nuestra.
El fundador del estoicismo fue Zenón de Citio, que en el 301 a.C. comenzó a impartir sus enseñanzas
en la stóa, pórtico del que la escuela estoica toma su nombre.
Como el resto de escuelas filosóficas de la antigüedad (entre ellos, los epicúreos), su principal
objetivo era alcanzar la tranquilidad de ánimo, para lo cual preconizaba una serie de preceptos que
conformaban toda una filosofía como forma de vida.
Entre los estoicos más célebres están Epicteto, Séneca, o el Emperador romano Marco Aurelio. Si te
interesa profundizar más en el tema puedes leer estos libros:
La vida feliz significa para los estoicos “vida digna de ser vivida”, y por ello, como veremos, se trata
de una vida que no puede ser entendida sin la preocupación por los demás, y tampoco sin la acción y
la participación activa en la vida política de la sociedad.
La conclusión final de la física es que todo aquello que está regido por la Razón Universal, es decir,
todo aquello que sucede en el mundo, no depende del individuo. Por tanto, solo queda aceptarlo de
buen grado, decir sí al modo en el que suceden las cosas, y declararlo, desde un punto de vista ético,
indiferente. Los reveses de la Fortuna, la mala suerte, las pérdidas de seres queridos, la fama, la
belleza o la fealdad… Todas estas cosas que, a menudo, tanto nos preocupan, no dependen de
nosotros y para la ética son indiferentes. Este es el significado profundo de la expresión común
“aguantar estoicamente”.
Lo que sí depende de nosotros conforma el mundo ético, y aquí es donde nace la elección existencial
y lo que conforma el modo de vida estoico. Podemos elegir no aceptar el mundo como es y entonces
vivir en contra de la Naturaleza, en contra de la Razón, y ser infelices. O podemos vivir a favor de la
corriente del mundo, según la Razón, y vivir una vida feliz. Veremos más adelante que esta
aceptación no constituye necesariamente una rendición ante las injusticias de la vida.
Ética estoica.
Tenemos, pues, como una de las principales conclusiones de la física la idea de que una vida feliz
significa vivir conforme a la Naturaleza o, dicho de otro modo, la vida feliz pasa por aceptar el
destino propio.
Para el estoico también hay una sola cosa que no es indiferente, pero es la Intención moral, que se
plantea ella misma como buena y que compromete al hombre a modificarse él mismo y su actitud en
relación con el mundo. Y la indiferencia consiste en no hacer diferencias, sino en aceptar, hasta en
amar, de igual manera, todo lo que es deseado por el destino.
Esta es la gran enseñanza ética del estoicismo. Es la toma de responsabilidad de la vida de cada uno.
El estoico separa fríamente, con el escalpelo de la razón, aquello sobre lo que podemos actuar y
aquello sobre lo que no podemos actuar. Y dictamina con la misma frialdad que solo podemos actuar
sobre nosotros mismos: la manera en la que reaccionamos a lo que nos sucede, nuestra intención
moral, lo es todo.
No en vano escribe Séneca: “Cada cual es tan desgraciado como imagina serlo”. Así pues, para la
ética estoica lo único que verdaderamente importa es la intención moral. Dicho de otro modo, la
acción del individuo ocupa un lugar capital en este modo de vida filosófico.
Por eso muchos de los ejercicios y máximas de la moral estoica tienen la intención de fortalecer al
individuo: soportar el dolor, el hambre, las privaciones, las jugadas del destino de manera “estoica”,
pues refuerzan el modo de vida estoico según el cual solo importa la acción y la intención moral.
Después de analizar la física y la ética, llegamos a la puesta en práctica del modo de vida de los
estoicos. Hasta ahora, hemos visto que, sumergidos en la vorágine del universo, nuestra vida moral
es lo único sobre lo que podemos aún ejercer un control. Es la única manera que tenemos de hacer el
bien.
Hay dos ejercicios básicos para un modo de vida estoico: la concentración en el presente y la
elevación por encima de las cosas:
a. Concentración en el presente
La única parcela temporal sobre la que la persona puede actuar es el presente: tanto el pasado como
el futuro se encuentran fuera de nuestro rango de acción y, por tanto, nos deben ser indiferentes. La
concentración en el momento presente es un ejercicio que el sabio estoico practica constantemente y
que es la base de la vida feliz. ¿Por qué? Una de las razones es la muerte. La muerte da valor al
momento presente, en el sentido de que uno debe sentirse agradecido del simple hecho de existir
ahora. Tal vez este sea nuestro último instante en este mundo, nuestra última hora, nuestro último
día. Reflexionar constantemente sobre este hecho resalta el valor del presente, la necesidad de vivirlo
tal cual es, libres e independientes de angustias y pasiones que nos atenazan. La reflexión sobre el
presente y sobre la muerte van de la mano.
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Asimismo, el presente es el único lugar donde la acción es posible. Es en el presente donde podemos
hacer algo, donde podemos actuar según nuestra intención moral y llevar a cabo nuestra vida. Por
eso, el estoico es una persona de acción.
“Hay que comprender bien este ejercicio de la concentración en el presente y no imaginar que el
estoico no se acuerda de nada y jamás piensa en el futuro. Lo que rechaza no es el pensamiento
acerca del futuro y del pasado, sino las pasiones que puede ocasionar, las vanas esperanzas, los
vanos pesares. El estoico desea ser hombre de acción, y, para vivir, para actuar, es necesario hacer
proyectos y tomar en cuenta el pasado para prever sus acciones. Pero, precisamente, ya que no hay
acción sino en el presente, sólo en función de esta acción, en la medida en que este pensamiento
puede tener alguna utilidad para la acción, hay que pensar en el pasado y en el porvenir. Es pues la
elección, la decisión, la acción misma la que delimita el espesor del presente”.
Pierre Hadot, ¿Qué es la filosofía antigua?
Dicho de otro modo: para el estoico siempre llega el momento de actuar. Un estoico siempre se
implica por los demás, siempre trata de hacer algo. Y este es un momento de lo más interesante,
porque nos encontramos justo en la frontera de lo que hablábamos al principio: “lo que no depende
de nosotros” versus “lo que depende de nosotros”. Cuando actúa, el estoico entra con su acción (que
depende de él) en el mundo (que no depende de él), con lo se produce una cierta paradoja, una
pequeña contradicción.
El estoico siempre actúa con reserva, pero actúa, participa en la vida social y política”. Desde la
conciencia del presente, el estoico nunca renuncia a experimentar, a poner en práctica aquello que
piensa. Así se entiende que algunos estoicos, tradicionalmente, hayan sido hombres de política, como
Séneca o Marco Aurelio.
En los últimos años el estoicismo ha disfrutado de una gran popularidad en ámbitos muy diferentes.
Las razones de este auge son diversas, pero la principal es que esta filosofía guarda una serie de
técnicas y aprendizajes que son útiles para mejorar nuestra vida:
Es una filosofía de la responsabilidad. Una vez que se acepta que hay cientos de cosas que no
dependen de nosotros, nos concentramos en todo lo que sí depende de nosotros.
Por tanto, es una filosofía de la acción: con reserva, lanzamos al mundo, como pequeños
experimentos, nuestras acciones.
Es una filosofía de la fortaleza: el individuo trabaja para hacerse efectivamente indiferente a todo
cuanto no depende de sí mismo: se prepara contra el hambre, el dolor, la pobreza… Es decir, el
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estoicismo te entrena para la independencia, palabra que aquí quiere decir sobre todo
imperturbabilidad ante todo cuanto nos suceda.
Creo que esta tríada de conceptos es un buen arsenal para afrontar la vida actual, llena de cambios,
vaivenes y problemas: responsabilidad, acción e independencia.