Ibraco - Concurso Literario Xiv

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XIV Concurso Literario El Brasil de los Sueños, Juan Gustavo Cobo Borda

Homenaje a Cora Coralina

Participante : Juan Pablo Sánchez Valencia


C.C : 1136889096
Dirección : Carrera 29 C # 15 - 19 Sur. Bogotá, Colombia. (Barrio La Fragua)
Teléfono : 3229022254
E-mail : [email protected]

Mi nombre es Juan Pablo Sánchez, cumplí 25 años el 14 de Julio de este año. Actualmente
vivo en Bogotá, en el barrio La Fragua. Soy alguien apasionado por la lectura y también por
el deporte. Amo las letras tanto como el ciclismo. Disfruto bastante de aprender nuevas
lenguas y el intercambio cultural, actualmente estoy estudiando francés en mi universidad y
quiero especializarme en la enseñanza de la lengua para extranjeros. Soy estudiante de la
Universidad Distrital Francisco José de Caldas para el proyecto curricular de Licenciatura en
Humanidades y Lengua Castellana. Tuve la oportunidad de visitar Brasil hace algún tiempo y
fue allí donde me enamoré de su cultura, de su lengua y de la riqueza cultural que posee
latinoamérica en general.

Meandros
Mi cabeza se cuestionaba las razones que me habían llevado hasta allí. Todo esto creaba
cierto aire de incertidumbre y mi cuerpo abrazaba el devenir buscando un propósito. Había
renunciado hace un mes a mi antiguo trabajo en la capital tras haber recibido una carta
escrita por mi madre antes de su muerte, en ella me pedía viajar a ver a su padre para darle
la noticia. Una tarea difícil puesto que los únicos recuerdos de mi abuelo eran historias que
mi madre me contaba cuando era niño.

En el avión, contemplaba el paisaje a través de la ventanilla, pensaba que el tiempo parecía


desentenderse del ritmo de las grandes ciudades y aún así me encontraba rumbo a un lugar
en donde los vestigios de una parte de la historia habrían sido contados por las poblaciones
que habitaron ese espacio hace milenios. En el espeso e interminable verdor amazónico
conviven un sin fin de ecos del tiempo que cantan al unísono en cada rincón de la selva, era
un paisaje desbordante de vida.

Decidí pasar esa noche en un hostal en la frontera, a la mañana siguiente buscaría continuar
mi camino. Así fue, al día siguiente mientras caminaba por el parque Santander me percaté
de un hombre joven de estatura baja que ofrecía sus servicios como guía y mototaxista, su
nombre era Korubo, su rostro lucía ajado por el sol y sus gestos daban aires de haber vivido
otras vidas en su propia carne.

Le pregunté si conocía a Efrain Quinchoa, mi abuelo. Él asintió con su cabeza, y en un


español difícil de entender me dijo que podría llevarme. Resolví subir a su moto y luego de
un largo trayecto, finalmente se detuvo en algún punto de la ruta 85, percibí que la carretera
comenzaba a desdibujarse frente a nosotros y la selva imponente reclamaba su lugar.

Sin mediar palabra alguna, descendimos de la moto y nos incorporamos rápidamente en la


selva por un camino que desaparecía por instantes entre los árboles, plantas y palmas que
entremezcladas danzaban libremente al vaivén de la sofocante brisa.

Ambos sabíamos que dentro todo era diferente. Si nos perdíamos, habría un sin fin de
senderos que se bifurcan y se entrelazan entre sí, y aunque mi voluntad escogiese un camino
u otro, tales determinaciones serían solo alternativas hacia el mismo camino a lo
desconocido, escoger no evitaría que viniese el sol o la lluvia, o que una bestia nos devorase
en el peor de los casos, es el destino dicen algunos.

Gracias a ello pensé que hasta ese momento, mi vida se había limitado a las expectativas de
otros en mi, pero ¿quién mejor que yo mismo para decidir el camino que debería tomar mi
vida? Saber qué sería de mí se sentía imposible y aún así, allí estaba.

Después de haber caminado durante horas, vino la oscuridad y consigo la noche. El fuego
que el joven había preparado reproducía las sombras de los árboles que como guardianes
nos rodeaban, seguidamente un gran cansancio se apoderó de mí, mis ojos comenzaron a
cerrarse y en el sueño me perdí.

De repente me encontraba solo en una canoa a la deriva en medio del río Amazonas. un río
inabarcable que fluía sin parar dando forma a enormes serpientes de agua. La oscuridad era
abrumadora, y no podía ver más allá de algunos metros. El sonido de la selva a mi alrededor
se tornó ensordecedor, no pude comprender el ruido de mis pensamientos. El agua se volvía
cada vez más turbia y agitada, y oscuras sombras sin forma aparecieron en el fondo del río.
En un descuido, intenté ver un poco más cerca aquellas sombras pero caí al agua.

Aterrado, desperté sudando y con el corazón agitado. Mientras secaba el sudor de mi rostro,
Korubo comentó que nos habían visitado algunos espíritus en la noche pero no había razón
para temer, añadió.

Transcurrió la mañana entre una extenuante y silenciosa caminata, el olor de fruta madura
se levantaba del suelo gracias al calor y los finos rayos de luz atravesaban la gruesa capa de
verdor en las copas de los árboles dando una iluminación casi surreal.

Llegada la tarde paramos en un claro a descansar, Korubo afirmó que habíamos llegado a
nuestro destino, inmediatamente los susurros de la selva se volvieron más claros, como si la
selva intentara comunicarse conmigo. Inexplicablemente, Korubo se tendió en el suelo y
comenzó a recitar cánticos en un dialecto incomprensible, en el lugar no había nada más que
vegetación, algunas rocas con inscripciones hechas por el tiempo mismo, también había un
gran árbol que no pasaba desapercibido por su gran tamaño.

Sombras antropomórficas surgieron de la vegetación y en una especie de baile nos


rodearon, vi a Korubo desaparecer detrás de algunas palmas que parecían convertir en
humo sus pies y su cabeza. Un destello de luz me cegó completamente, tuve la visión de ser
un niño, una muchacha, una planta, un pájaro y un pez. Fui tierra y fui vida. Fui árbol y al
mismo tiempo una incontenible fuente de agua.

No vi más a Korubo, se había desvanecido en la ecuación de la eternidad y yo le seguía, ya


no era yo, ahora comenzaba a ser parte de la selva también. me había convertido en un
relato inacabado y en una historia sin final. Así, en un último destello de lucidez, mi destino
era ahora ser un guardián más. ¿Acaso era esta experiencia solo un sueño en la mente de
alguien más? Efrain Quinchoa había sido guardián de estos secretos y ahora, yo era parte del
gran árbol que hacía unos minutos se alzaba ante mí.

Ahora el agua del río lleva en su caudal fuente de vida para uso de los sedientos que aún
quedan en la memoria de las generaciones que han de vivir. En cada recodo del camino, en
cada meandro de tiempo, nos renovamos, Porque somos agua en el fluir de la vida y yo
mientras tanto seguiré cuidando de la selva.

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