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Resumen Parcial 2 - Neuropsicología

Módulo 3 lectura 1
Memoria
La memoria se define, bajo el sentido común, como la capacidad de almacenar información. Sin embargo, se debe aclarar que es
mucho más que eso: es la capacidad de registrar, adquirir, almacenar y recuperar información. Sin memoria, no podríamos
percibir, aprender o pensar, en suma, no se podrían expresar las ideas y, de acuerdo con lo que mencionábamos previamente, no
tendríamos una identidad personal, ya que sería muy difícil formar una identidad propia sin saber quiénes somos y sin conocer
los hechos que nos atravesaron.

Historia de la memoria

La memoria, hasta comienzos del siglo XX, o no era estudiada o lo que se sostenía acerca de ella era muy intuitivo, sin una base
empírica que lo sostuviera. Ello fue así hasta que en 1913 Ebbinghaus, a quien muchos consideran el padre de la memoria,
publica un estudio experimental acerca de la memoria, quizás el primer estudio experimental de esta función. Lo interesante del
trabajo de Ebbinghaus es que además, para estudiar de manera científica la memoria, él mismo se utilizó como sujeto
experimental. De esta manera, Ebbinghaus aprendió de memoria una lista de palabras que no tenían ningún sentido en su
idioma. Aprendía esta lista de palabras luego de las repeticiones que fueran necesarias para recordarlas sin cometer errores. Una
vez que consideraba se había aprendido la lista, él mismo se evaluaba.Los resultados obtenidos por el autor sentaron la base
para los experimentos y conocimientos modernos de la memoria actual. Por ejemplo, pudo demostrar que una vez que se
guardaba la memoria, ese conocimiento parecía quedar para siempre. Sin embargo, estableció una tasa de olvido, la cual era
rápida al inicio, para luego ir estabilizándose el recuerdo. También, gracias a estos experimentos, Ebbinghaus pudo demostrar
que el estudio que se encuentra distribuido en el tiempo es mucho más productivo que si se hace todo junto (Pautassi, 2017).

Los diferentes tipos de memoria y áreas cerebrales involucradas: memoria a corto plazo

La memoria a corto plazo es aquella que dura unos pocos segundos y necesita del repaso para que la información se consolide y

almacene en el largo plazo. Los primeros estudios consideraban a dicha memoria como algo estático; sin embargo, en la

actualidad, se considera a la memoria de corto plazo dentro de un constructo más amplio que es la memoria de trabajo.

La memoria de trabajo se define como una memoria a corto plazo, que tiene como función principal guiar la conducta hacia un

objetivo específico. A diferencia de la propuesta de la memoria a corto plazo como algo estático, lo que caracteriza a la memoria

de trabajo es su dinamismo, la puesta en interacción de diferentes memorias con otros procesos como las emociones,

motivaciones, atención, etc. Esta memoria está conformada por dos grandes sistemas: todo lo relacionado con las imágenes y

sonidos internos y un procesador general que es el encargado de coordinar a las distintas memorias y funciones.

Neurobiológicamente, la memoria de trabajo, a diferencia de las memorias específicas como la semántica o la episódica,

depende de múltiples áreas cerebrales. Como se verá más adelante, el procesador general se considera parte de las funciones

ejecutivas, y por ende depende de las cortezas prefrontales (pacientes con lesiones prefrontales presentan graves déficits en la

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memoria de trabajo). También se activa cuando la memoria de trabajo utilizada es el tálamo, corteza sensorial primaria y el

cuerpo estriado, además de otras áreas de asociación (Solís y López-Hernández, 2009).

​Los diferentes tipos de memoria y áreas cerebrales involucradas: memoria a largo plazo

La memoria a largo plazo es lo que comúnmente se denomina “la memoria”, puesto que es aquello que recordamos de hace

mucho tiempo atrás. Puede ser reciente, por ejemplo, lo que se desayunó, o bien más remota, como el primer beso. En cualquier

caso, la memoria a largo plazo se supone tiene una capacidad ilimitada y guarda la información para toda la vida, lo cual implica

que el olvido no significa que se pierda la información, sino que, en todo caso, no se la puede recuperar.

La memoria a largo plazo se subdivide en memoria declarativa o explícita y en memoria no declarativa, implícita o

procedimental, las cuales presentan cada una de ellas estructuras cerebrales subyacentes diferentes. A su vez, la memoria

declarativa se puede dividir en memoria semántica y episódica: la primera, constituye la memoria del conocimiento general (por

ejemplo, recordar cuál es la capital de Argentina); y la segunda, una memoria autobiográfica, propia de cada persona (por

ejemplo, el momento en que ingresó a esta universidad para estudiar Psicología o lo que almorzó hoy al mediodía).

Las evidencias experimentales provenientes de pacientes con lesiones indican que el hipocampo es un área importante para que

las memorias explícitas se consoliden. Así, el hipocampo y las cortezas que lo rodean, la corteza rinal y en particular la corteza

entorrinal (la que constituye la entrada de información hacia el hipocampo), cuando se ven lesionadas, se presentan severas

amnesias anterógradas y retrógradas relacionadas con la memoria semántica. En relación con la memoria episódica, estas áreas

también parecen desempeñar un valioso papel. Sin embargo, se debe destacar otra estructura cerebral con la cual el hipocampo

posee numerosas conexiones anatómicas: la amígdala. En función de que la amígdala se relaciona con las emociones, y que la

memoria episódica conlleva un alto componente emocional, parece ser que el hipocampo y su interacción con la amígdala son

necesarios para que esta memoria pueda consolidarse sin problemas.

Por otra parte, la memoria implícita, no declarativa o procedural, es una memoria inconsciente, automática, que se expresa en

habilidades, ya sean motoras como andar en la bicicleta, manejar el auto o escribir en el celular.

Se sostiene que es una memoria inconsciente, no en el sentido psicoanalítico, por supuesto, sino que es una memoria que no

depende de las cortezas cerebrales, las cuales son necesarias para las cualidades sensoriales conscientes. Específicamente, las

evidencias indican que la memoria de procedimiento depende de estructuras que se relacionan con aspectos motores, como son

los ganglios basales o el cerebelo. También, al ser la memoria emocional de tipo implícita, la amígdala juega un rol importante.

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El engrama

El engrama define a la localización de un recuerdo en el cerebro. En la década del 20, y a partir de estudios con animales, Karl

Lashley intentó buscar el engrama, pero sin resultados positivos. El fracaso para encontrar una posición única en el cerebro de la

memoria fue el puntapié inicial que lo llevó a hipotetizar que el recuerdo no estaba localizado en una parte del cerebro, sino que

estaba largamente distribuido a través de la corteza cerebral.

Paradójicamente, y a pesar de la crueldad de sus experimentos, las evidencias actuales apuntan a que Lashley tenía razón y más

específicamente se cree que el engrama se encontraría, principalmente, en grandes áreas de la corteza cerebral (Solís y

López-Hernández, 2009).

​Interesantemente, en nuestro caso, es difícil precisar el contenido olvidado de Florencia. De vez en cuando aparecen algunos

datos, como si se activaran sus memorias, y especialmente en el último tiempo de su rehabilitación, de vez en cuando logra

recuperar nueva información aprendida. El hecho de que la memoria sea un mecanismo complejo, y su base anatómica no pueda

ser reducida a “un lugar”, es seguramente la causa de nuestro desconcierto ante estas particularidades de Florencia.

La recuperación de la información

Probablemente, la mayoría de las investigaciones actuales sobre la memoria están intentando dilucidar cómo se recupera la

información, ya que las evidencias indican que esta, una vez consolidada, no se pierde jamás.

Sin embargo, el recuerdo no es una copia exacta de información previa o experiencias pasadas, sino que el cerebro, en su afán de

recuperar esa información, reelabora dichas experiencias. Así, la acción de recordar no es lo que fuimos o supimos, sino más bien

lo que somos y sabemos en el presente. Al igual que un historiador que reconstruye un acontecimiento a partir de fragmentos,

los seres humanos reconstruimos nuestro pasado a través de la combinación de fragmentos a los que el cerebro puede acceder.

Dichos fragmentos son combinados a partir de las expectativas del presente y de lo que sentimos en el momento de recordar.

Sabemos (y, seguramente, lo hemos experimentado más de una vez) que recordamos mejor algo que fue significativo y que tiene

un alto contenido emocional. También recordamos mejor cuando un hecho está bien organizado y conocemos todos sus detalles.

Asimismo, existen otros factores que ayudan a que se recuerde mejor algo, a saber:

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● los procesos de recuperación de recuerdos se sabe funcionan mejor cuando dichos procesos se evalúan en iguales o
similares condiciones en las cuales se ha producido el aprendizaje y la consolidación de la memoria. Evidencias
experimentales diversas confirman este hecho, de tal manera que los investigadores denominan este hecho como
principio de Tulving. Por ejemplo, si usted estudia para el parcial de Neuropsicología con una luz tenue, en su habitación
y con música suave “new age”, la situación del parcial, si fuera posible, y se pudiera poner música suave con una luz
tenue y una decoración similar a la de su habitación, probablemente podría recordar mejor la información que
oportunamente consolidó;
● recordamos mejor aquello relacionado con algo emocionalmente significativo para nosotros, ya sea algo positivo, como
una fiesta de cumpleaños, o bien algo negativo, como puede ser la pérdida de un familiar. Esto se conoce como
recuerdos vívidos;
● el estado de ánimo a la hora de consolidar memorias influye notablemente. Se almacena mejor aquello que es
interesante, nuevo y que nos llama la atención;
● recordamos llenando los huecos de la memoria, a veces sacando conclusiones y afirmando cosas que realmente no
pasaron.

El olvido

El olvido, entendido como la incapacidad para expresar una memoria previamente adquirida, es uno de los fenómenos más

fascinantes de la memoria. Este, probablemente, se produce por una saturación de información o, seguramente, por fallos en su

recuperación. Sin embargo, pensemos que recordar todo sería tan o más grave que no recordar nada. Una de las preguntas más

antiguas de la psicología es si el olvido implica que la memoria desaparece totalmente, o bien si, en realidad, todos los recuerdos

permanecen en algún sitio del cerebro.

Las causas del olvido -considerando que la información no se pierde y que la razón de aquel es que no se puede recuperar- son

varias, entre las que se destacan las siguientes:

● lesión cerebral: la neurodegeneración, producida, por ejemplo, en el Alzheimer, puede tener como consecuencia el
olvido. Una de las lesiones que puede producir las llamadas amnesias es la que se produce en el hipocampo;
● interferencia: como el nombre lo indique, una experiencia vivida por la persona puede ser interferida por otra
experiencia. En ese caso, puede ser una interferencia proactiva (donde lo que se aprende obstaculiza algo que se
aprende posteriormente) o una interferencia retroactiva, la cual se presenta cuando algo que se aprende recientemente
interfiere en la recuperación de un recuerdo remoto

Módulo 3 lectura 2

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Trastornos de la memoria

Tomemos el siguiente punto de partida. Si una persona no puede registrar información pertinente, muy probablemente su

problema no sea de memoria, sino, más bien, de atención. De hecho, la mayoría de las personas que tienen quejas de su

memoria, en realidad, tienen déficit en la atención (no poder prestar atención a algo implica que no podrá ingresar información

al cerebro y, por tanto, no se podrá almacenar nada). Las personas que realmente tienen problemas de memoria, la mayoría de

las veces, no se quejan, sino que son sus familiares o allegados quienes detectan el déficit. Particularmente, Florencia no tenía

quejas sobre su falta de memoria. De hecho, ella cursa la mayor parte de su día con muy buen humor y se sorprende cuando su

entorno le remarca cosas, como que “ya se conocían”, cuando en realidad ella no reconoce a la persona que tiene enfrente

(enfermero, médico, terapista, etc.).

Los trastornos de la memoria, en cuanto productos de una lesión cerebral, se denominan amnesias y se pueden reconocer,

principalmente, dos tipos: anterógrada (no se pueden consolidar nuevas memorias) y retrógrada (se pierden aquellos recuerdos

previos a la lesión). Sin embargo, también se puede presentar un déficit en la memoria de trabajo, semántica, episódica,

implícita, etcétera.

​Los trastornos de la memoria no solo pueden observarse luego de lesiones cerebrales causadas por un traumatismo

craneoencefálico o un accidente cerebrovascular, sino también en patologías neurodegenerativas que afectan a las áreas

cerebrales de la memoria. En esta lectura, se realizará una aproximación al conocimiento de la enfermedad de Alzheimer,

teniendo en cuenta que existen otras patologías en las que la memoria se ve afectada.

Enfermedad de Alzheimer y demencia

Es importante tener presente que la demencia y el Alzheimer no son lo mismo. Un paciente con Alzheimer puede desembocar en

una demencia o no. Una demencia, por el contrario, es un síndrome (síndrome definido como un conjunto de síntomas) que

comienza de manera insidiosa (enfermedades que aparentan ser benignas, aunque se sabe que son graves. Por lo general,

comienzan de manera lenta y gradual y sus síntomas no suelen ser detectables fácilmente por quien los padece) y que es

progresivo. Se observan síntomas cognitivos y conductuales.

Los principales síntomas que se observan en una demencia se relacionan con un deterioro cognitivo en el que diferentes

funciones cerebrales superiores se ven afectadas (por ejemplo, la memoria, la atención, las funciones ejecutivas, el lenguaje, la

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visoespacialidad, el movimiento voluntario, etc.). Se le suman a lo anterior, síntomas conductuales: el paciente puede presentar

episodios de agresividad, impulsividad, depresión, ansiedad y, en casos más graves, delirios y alucinaciones. Estos síntomas

descritos, para finalmente diagnosticar una demencia, deben alterar de manera significativa las actividades de la vida diaria del

paciente.

El principal factor de riesgo en las demencias es la edad, pero debe destacarse que se pueden presentar síndromes de deterioro

cognitivo en personas jóvenes, relacionados con traumatismos craneoencefálicos, algunas enfermedades infecciosas, como el

HIV o la sífilis, el consumo de sustancias y diferentes enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo, el Huntington (Fontán,

2012).

El otro concepto que debe quedar claro es que la causa de las demencias siempre es una lesión en el cerebro (figura 1). De

acuerdo con las estadísticas, la primera causa de demencia en la actualidad es la enfermedad de Alzheimer, seguida por las

demencias vasculares. Luego, en porcentajes menores, siguen demencias por Parkinson, Huntington, HIV, diversas encefalitis,

etcétera.

Figura 1: Demencias clasificadas según su causa

Fuente: [imagen sin título sobre las demencias clasificadas según su causa], s. f., https://bit.ly/3HTm2yc

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Enfermedad de Alzheimer

El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa en la que se van muriendo las neuronas y su causa aún es desconocida,

aunque las evidencias apuntan a que el factor genético juega un rol importante como predisponente. Se sabe de muchos genes

que predisponen y luego, en interacción con el medioambiente, aparece la patología. Por eso, se habla de una enfermedad

multifactorial. Solo en unos pocos casos se puede demostrar que su causa es exclusivamente genética.

La enfermedad está caracterizada, en una etapa inicial, por problemas de memoria. En primer lugar, se ve afectada la memoria

episódica reciente, de modo que el paciente olvida dónde dejó las llaves de su casa, pero puede recordar eventos de su infancia

sin mayores problemas. Estos síntomas se asocian a las lesiones del hipocampo y la corteza entorrinal. Se sabe, con exactitud,

que la neurodegeneración en el Alzheimer comienza en la capa 2 de la corteza entorrinal, la cual se constituye como la entrada y

salida de la información hacia y desde el hipocampo. A medida que la enfermedad y la neurodegeneración continúan, se

comienzan a lesionar las áreas de asociación del lóbulo temporal, de tal manera que allí aparecen los problemas de la memoria

semántica y remota. Es aquí cuando el paciente y su cerebro, en un intento por tratar de recuperar lo que se va perdiendo,

confunden los hechos.

Luego, la muerte neuronal alcanza al lóbulo frontal y el cuadro puede complicarse en demasía, puesto que, en esta etapa, la

memoria que se ve afectada es la de trabajo. Además, en esta etapa, el paciente puede presentar episodios de agresividad,

delirios y alucinaciones. Por último, la memoria implícita es la que se pierde. Esto conlleva que el paciente deba estar postrado

en una cama con atención permanente.

Se le suman a lo anterior, dependiendo de cada fase de la enfermedad, síntomas en la función del lenguaje: al comienzo se

presentan anomias y perseveraciones, para luego aparecer diferentes parafasias. En la fase final, el lenguaje se encuentra

limitado a unos pocos monosílabos hasta llegar, en muchos casos, al mutismo. Se observan numerosas apraxias (como, por

ejemplo, la imposibilidad de realizar gestos simbólicos como adiós o tirar un beso), agnosias visuales, principalmente

prosopagnosia, en las que el paciente no reconoce a sus allegados y, en casos extremos, no se reconoce a sí mismo frente al

espejo (Fontán, 2012).

​Conductualmente, y de acuerdo con Mangone, Allegri, Baumann, de Pascale, Arizaga, Taragano y Sica (1999), en el Alzheimer se

pueden presentar delirios, ideaciones paranoides, alucinaciones, trastornos afectivos, agresividad, disturbios en la actividad

psicomotriz, alteraciones del sueño, ansiedad y fobias. Si estos problemas conductuales se suman a los trastornos cognitivos y

ambos afectan a las actividades de la vida diaria del paciente, se tendrá, entonces, una demencia de tipo Alzheimer.

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Causas y factores de riesgo en el Alzheimer

Como se ha mencionado en los párrafos precedentes, la causa del Alzheimer es desconocida, aunque todo indica que existe una

interrelación entre factores genéticos y ambientales. En cambio, sí están bien establecidos los diferentes factores de riesgo; el

principal es la edad. A mayor edad, más probabilidades hay de que aparezca la enfermedad. De hecho, existen investigadores

que sostienen que, si los seres humanos siguiéramos viviendo por más tiempo, tarde o temprano, tendríamos Alzheimer. Esto

explicaría también por qué, en la actualidad, se presenta una mayor cantidad de casos de esta enfermedad, lo cual, por tanto,

traza un paralelismo con la mayor expectativa de vida de los seres humanos. Otros factores de riesgo son el tabaquismo y

algunas mutaciones en determinados genes; además, el sexo femenino tiene más tendencia a sufrir Alzheimer. Como factores

protectores, al menos en lo que refiere a lo vascular, se mencionan: un estilo de vida saludable, evitar las comidas grasas y

mantener relaciones sociales y fluidas (Fontán, 2012).

Muchos investigadores sostienen, además, que el hecho de desafiar al cerebro con una intensa actividad intelectual podría

prevenir la aparición de la enfermedad. A esto lo han llamado la ‘hipótesis de la reserva cerebral’. Sin embargo, en algunos casos,

parece cumplirse, mientras que en otros no. Pacientes que han tenido estudios y que toda su vida ejercieron una actividad

profesional en la que se requería una alta actividad intelectual padecieron Alzheimer, al igual que otros que no tenían dicha

actividad. Lo que sí está comprobado es que, una vez desatada la patología, desafiar al cerebro con actividad intelectual puede

retrasar su avance y, así, en paralelo, mejorar la calidad de vida del paciente.

Es preciso aclarar que el Alzheimer no tiene cura y, en algún momento, la enfermedad seguirá avanzando, pero, durante un

periodo de tiempo, el paciente verá mejorar sustancialmente sus actividades de la vida diaria. Interesantemente, en la actualidad

se conocen los mecanismos por los cuales se mueren las neuronas en el Alzheimer (lo que no se conoce, claro está, es qué

desencadena esa muerte neuronal). En este sentido, se destacan dos acontecimientos: las placas amiloides y los ovillos

neurofibrilares.

​Todos los seres humanos tenemos en nuestro cerebro, específicamente en las membranas celulares, la proteína beta amiloide,

que cumple un rol importante contra el estrés oxidativo y otras funciones intracelulares. En el Alzheimer, los mecanismos de

regulación de esta proteína, de alguna manera, se alteran, de tal modo que esta no puede ser eliminada normalmente una vez

que cumplió su función. Así, al no ser eliminada, la proteína comienza a acumularse de manera anormal y, por lo mismo,

empiezan a formarse, extracelularmente, las placas seniles o placas amiloides. Estas placas vendrían a ser como costras que

rodean a la neurona y que no permiten la entrada o salida de sustancias necesarias para esta. La consecuencia es, finalmente, la

muerte de la neurona (Fontán, 2012).

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El otro componente, los ovillos neurofibrilares, se presenta dentro de la neurona intracelular. La proteína tau es un componente

normal del citoesqueleto de las neuronas, que es necesaria para el movimiento de las diferentes organelas (mitocondrias,

lisosomas, complejo de Golgi, etc.) y mantener la forma y movilidad de las neuronas. Por alguna razón, esta proteína comienza

un proceso de hiperfosforilación (la fosforilación es un proceso celular por el cual se otorgan grupos fosfatos a otra molécula, de

tal manera que dicha molécula se vuelve químicamente activa). Dicho proceso implica que la proteína tau comience a producirse

en mayores cantidades y su producción no puede detenerse. La proteína empieza a acumularse dentro de la neurona de modo

irregular y se enrolla sobre sí misma, por lo que reviste un aspecto de ovillo. Finalmente, las organelas dentro de la célula

colapsan y la neurona muere.Uno de los principales centros cerebrales que sufren estos tipos de muerte neuronal es el núcleo

basal de Meynert, el cual es rico en acetilcolina. De allí que los principales fármacos que actúan como potenciadores cognitivos y

que son útiles para el tratamiento del Alzheimer -aunque no para su cura- son los que trabajan con la enzima acetilcolinesterasa,

que es necesaria para la degradación de la acetilcolina una vez que esta actuó en el terminal postsináptico.

​Cabe destacar aquí que las placas seniles y los ovillos neurofibrilares se observan en el envejecimiento normal. Lo que diferencia

a este de la enfermedad de Alzheimer es la cantidad.

El deterioro cognitivo leve

Es clave diferenciar la enfermedad de Alzheimer, el envejecimiento normal y un estado intermedio que se denomina deterioro

cognitivo leve. En primer lugar, es importante puesto que las diferencias diagnósticas son muy sutiles; en segundo lugar, porque

muchos investigadores sostienen que el deterioro cognitivo leve sería la antesala para la aparición del Alzheimer, aunque esto

último se encuentra en discusión, ya que, en algunas ocasiones, ocurre y en otras no.

Así, algunos investigadores sostienen que padecer deterioro cognitivo leve sería un riesgo para el desarrollo posterior de

demencia. Lo cierto es que, en este cuadro, se presentan diferentes trastornos de memoria y otras funciones cognitivas, pero

estos son leves o moderados y no llegan a interferir significativamente en las actividades de la vida diaria del paciente (Fontán,

2012).

Módulo 3 Lectura 3

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Neurobiología de las emociones

Definición de las emociones Hallar una definición de emoción en la que todos los investigadores acuerden es imposible. Se encon

como modelos teóricos existen y, de hecho, algunas corrientes, como la cognitiva, sostienen que habrá tantas definiciones de emo

puedan definirlas.

Sí se acuerda, en cambio, en el hecho de que las emociones tienen tres componentes, a saber:

1. El componente fisiológico o corporal, esto es, la activación del sistema nervioso autónomo, el cual se puede medir a
través de la dilatación de las pupilas, la erección de los pelos (o la piel de gallina), la aceleración del ritmo cardíaco,
etcétera.
2. El componente subjetivo, que surge de la interpretación que cada persona en particular le da a un determinado
estímulo. Por ejemplo, frente a una comadreja, algunas personas pueden sentir miedo, otras personas pueden sentir
asco, y algunas, por el contrario, alegría, ya que tienen una nueva mascota en su jardín.
3. El componente conductual, que se refiere a lo que hacemos frente a un estímulo emocional. Retomemos el ejemplo
anterior, frente a una comadreja, algunas personas pueden salir corriendo y otras, en cambio, agarrarán una escoba
para atacar y espantarla. En todo caso, y donde más se observa el componente conductual, es en la cara: las
expresiones faciales de las emociones.

En el caso de Florencia, ¿qué componentes fisiológicos de sus respuestas emocionales encuentras? Está claro que la falta de

memoria no le permite subjetivar la razón de sus miedos o rechazos con contenido específico, sin embargo, ella sí actúa de

diversas formas, dando lugar a respuestas conductuales. ¿Cuáles son estas respuestas?

Otra cuestión en la que la mayoría de los investigadores acuerdan es la diferencia de los sentimientos con las emociones. Por lo

general, las emociones son vivencias subjetivas de corta duración, con una clara afectación orgánica y muy intensas; por el

contrario, los sentimientos son de larga duración, sin un componente fisiológico claro y son mucho más suaves. En ese sentido, el

amor, por ejemplo, sería un sentimiento, mientras que la sorpresa de encontrar a la persona amada sería una emoción.

Sin embargo, y retomando las diferencias teóricas existentes, no existe acuerdo en relación con la cantidad de emociones

existentes. Mientras que, desde una perspectiva cognitiva, se sostiene que hay tantas emociones como interpretaciones existan,

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desde la teoría evolucionista (que sostiene que existen emociones básicas que son universales y que las heredamos de nuestros

antepasados) se sostiene que existen las emociones básicas o primarias (alegría, sorpresa, miedo, asco, ira, tristeza y desprecio) y

las emociones secundarias, que surgen de las emociones primarias en interacción con los factores culturales y sociales.

Sí está claro que las emociones atraviesan cada situación de nuestra vida diaria y que cumplen importantes funciones: sociales,

puesto que la expresión y el reconocimiento de emociones son fundamentales a la hora de las interacciones sociales;

adaptativas, en tanto evitaremos una comida que tiene olor y gusto desagradables (¡o una ducha indeseable!), y motivacionales,

ya que los seres humanos tenemos motivación para seguir adelante cuando se trata de una emoción positiva y evitar una

situación que implique una emoción negativa.

Historia de las emociones y su neurobiología

En 1872, se produjo un hecho relevante en el estudio de las emociones: la publicación del libro La expresión de las emociones en

el hombre y los animales, escrito por Darwin. Darwin, partiendo de su teoría de la evolución, suponía que determinadas

emociones eran universales y las compartían tanto los animales como los humanos (Pinel, 2004). Pensaba que las expresiones

emocionales eran producto de la evolución y, a partir de dicha idea, trató de comprender las emociones mediante la

comparación entre especies diferentes (figura 1).

Figura 1: Las emociones básicas y su comparación con animales

La teoría de James y Lange

La teoría postulada por estos dos investigadores fue la primera teoría fisiológica de las emociones, la cual tuvo lugar en 1884. Se

podría sostener, además, que fue la primera teoría cognitiva acerca de las emociones (figura 2). En efecto, la teoría cognitiva

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pone el énfasis en cómo los seres humanos interpretamos y procesamos información. En el caso de la teoría de James y Lange, la

corteza cerebral humana, como ya se mencionó, estaba a cargo de la interpretación de los estímulos sensoriales que entraban al

cerebro (por ejemplo, al ver una comadreja). Por su parte, el sistema nervioso autónomo, por orden del hipotálamo, ponía en

activación el cuerpo. Nuevamente, era la corteza cerebral la que interpretaba los cambios corporales producidos por el sistema

nervioso autónomo, de tal manera que de dicha interpretación surgía la emoción (miedo al ver la comadreja) (Pinel, 2004).

Independientemente de lo postulado por James y Lange, los investigadores ponen al cerebro en un lugar privilegiado en relación

con la aparición de las emociones, destacando la corteza cerebral y el sistema nervioso autónomo.

Figura 2: La teoría de James y Lange acerca del origen de las emociones

Cannon y Bard

Estos investigadores, a inicios del siglo XX, le dieron aún más lugar al cerebro, puesto que consideraban que cuando un estímulo

sensorial ingresaba al cerebro, primero pasaba por el tálamo, el cual activaba la corteza cerebral (que produciría el componente

subjetivo de la emoción) y, en paralelo, se activaba el hipotálamo (que sería el responsable del componente fisiológico) (figura 3).

En cualquier caso, se ponía de manifiesto la importancia de una estructura fundamental en las emociones: el hipotálamo (Pinel,

2004).

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Falsa rabia

En 1929, Bard -experimentando con gatos a los cuales se les había extirpado la corteza cerebral- se dio cuenta de que los

animales eran mucho más agresivos que de costumbre, esto es, que cualquier estímulo disparaba en ellos sentimientos de ira y

que dicha rabia no tenía un objeto particular hacia la cual estaba dirigida. Bard denominó a este hecho “falsa rabia”, justamente

por no tener un objeto al cual se dirigía (Pinel, 2004). Nuevamente, estos estudios pusieron de relieve la importancia del

hipotálamo en las emociones, puesto que la falsa rabia surge luego de que dicha estructura cerebral se estimula.

El sistema límbico

Límbico significa “anillo” y así queda delimitado el sistema límbico como el conjunto de estructuras cerebrales que rodean, en

forma de anillo, al diencéfalo. Propuesto por Papez en 1937, este sistema intentó explicar cómo surgen las emociones en los

seres humanos a través de un conjunto interconectado de núcleos cerebrales (figura 4).

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El síndrome de Kluver-Bucy

Kluver y Bucy, en 1939, observaron un conjunto de síntomas en monos que tenían lesiones bilaterales en su lóbulo temporal

anterior. Estos síntomas comprendían agnosia visual y, como consecuencia de ello, una hiperoralidad (puesto que el animal

llevaba todo a su boca para reconocer lo que no reconocía por la vista), hiperactividad, hipersexualidad y, fundamentalmente,

una pérdida de miedo a cualquier objeto, ya sea un humano, o bien a sus enemigos en la naturaleza, a saber, las víboras.

Analizando con más detalle los cerebros lesionados de los monos, los investigadores se dieron cuenta de que la principal

estructura cerebral lesionada era la amígdala del lóbulo temporal. A partir de allí, una nueva estructura entraba en la lista de

áreas importantes para el control de las emociones. A la amígdala se la ha relacionado, fundamentalmente, con el miedo, pero,

actualmente, existen numerosas evidencias que muestran que la amígdala se relaciona con una amplia gama de emociones.

Interesantemente, el síndrome de Kluver-Bucy se halló también en seres humanos, aunque es raro encontrarlo de forma pura,

puesto que es difícil que solo se lesionen ambas amígdalas.

Paul Ekman y la universalidad de las emociones

En la década del 60, Paul Ekman retoma los estudios iniciales de Darwin y asume una postura evolucionista acerca de las

emociones. Sostiene que existen emociones básicas y, al inicio, cree que están determinadas genéticamente, aunque más tarde

reconoce el impacto de la cultura sobre estas.

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Ekman dirigió su interés en el reconocimiento de emociones faciales y sostuvo que dicho proceso es universal e igual para todos

los seres humanos. Basándose en estudios transculturales, en los que les mostraba a sujetos de diferentes razas las mismas

fotografías de caras expresando emociones, pudo comprobar que todos reconocían las mismas emociones. Ekman, si bien no le

prestó particular atención al cerebro, es un exponente digno de ser mencionado en el estudio de las emociones.

Los marcadores somáticos

La hipótesis del marcador somático (Damasio, 1994) es una teoría moderna acerca del rol que tienen las emociones en los seres

humanos en la vida cotidiana. Dicha teoría propone que la toma de decisiones -proceso que depende fundamentalmente de la

corteza prefrontal- es un proceso que está guiado por señales emocionales.

Damasio intenta proporcionar un modelo que integre los procesos cognitivos y emocionales junto con sistemas neuroanatómicos

(amígdala, corteza prefrontal, etc.), para explicar la relación entre el procesamiento de emociones y la toma de decisiones en

función de las consecuencias futuras del comportamiento (Ostrosky y Vélez, 2013). De esta manera, con la hipótesis de Damasio

(1994) como puntapié inicial y con numerosos desarrollos posteriores a finales del siglo XX, se ponía en evidencia que, además

de la amígdala como estructura fundamental en el procesamiento de las emociones, también estaban las cortezas prefrontales.

​Módulo 3 Lectura 4

Regulación emocional

Neurobiología de las emociones: Joseph LeDoux

LeDoux es un investigador actual en el campo de las emociones que aportó información esencial para entenderlas. LeDoux propon

límbico ya no puede emplearse como el dispositivo cerebral que subyace a las emociones, puesto que dicho concepto presenta m

anatómicas como funcionales. Por ejemplo, una condición para “pertenecer” al sistema límbico es que la estructura cerebral debe

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fisiológicas muy básicas. Sin embargo, el hipocampo, verbigracia, es una estructura encargada de la consolidación de memorias ep

función compleja que se encuentra desarrollada solo en los humanos.

Lo anterior llevó a LeDoux a estudiar más que las emociones; se dedicó a una emoción en particular: el miedo. Para ello, tomó

los experimentos clásicos de condicionamiento de Pavlov y su objetivo fue dilucidar las estructuras cerebrales que subyacen a

dicha emoción. Así, condicionó a una rata y esta “aprendió” a tenerle miedo a un tono auditivo (se presentaba un tono auditivo

y, a continuación, una descarga eléctrica en las patas del animal). Luego del condicionamiento, los investigadores lesionaron

diferentes estructuras de la vía auditiva del animal hasta que, al lesionar la amígdala, la rata no desarrollaba miedo condicionado.

Su efecto demostró, así, que esta estructura procesa estímulos emocionales, principalmente aquellos relacionados con el miedo.

No obstante, quizás el principal descubrimiento de LeDoux fue demostrar que la activación de sistemas cerebrales emocionales

básicos es independiente de la conciencia. Una vez que un estímulo sensorial que tiene como consecuencia el miedo –como, en

este caso, el tono auditivo- llega al tálamo, a partir de allí se divide en dos vías: la vía rápida y la lenta (figura 1). La vía rápida

alcanza el núcleo lateral de la amígdala, para luego pasar al basolateral (la parte más desarrollada en el ser humano) y, desde allí,

salir por el núcleo central hacia centros subcorticales, como el hipotálamo y los núcleos del tronco cerebral. La función de esta

vía adaptativa es preparar al organismo para una lucha o la respuesta de huida, en caso de ser necesario. Esta vía tiene la

particularidad de que no alcanza a la corteza cerebral, por eso su procesamiento es no consciente. Se la denomina vía rápida

porque la información alcanza a la amígdala antes que cualquier otra estructura. Por otro lado, la vía lenta se encuentra bajo el

dominio de la corteza cerebral y, por tanto, sí es consciente. Desde el tálamo, parte la información hacia la corteza sensorial

respectiva y, desde allí, a las áreas prefrontales (que incluyen la porción anterior del cíngulo, la corteza prefrontal orbital y

ventromedial, el lóbulo temporal y la ínsula), las cuales, finalmente, decidirán qué respuesta tomar frente al estímulo que

produce el miedo.

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Tras este proceso, el sujeto produce una respuesta adecuada para cada estímulo, el cual es el resultado de la interacción de la vía

rápida y la lenta. En cualquier caso, lo que revelaron los experimentos de LeDoux fue la importancia de la relación que existe

entre la corteza prefrontal y la amígdala, y el proceso de regulación que existe entre ambas (Ostrosky y Vélez, 2013).

Por supuesto que este sistema complejo puede ser afectado por lesiones cerebrales. Pensemos en el caso del señor R.R. Una

particularidad muy interesante ocurría luego de cometer estas “conductas inapropiadas”, como agredir a alguien físicamente o

tocarlo provocativamente en alguna parte pudiente del cuerpo. Y es que inmediatamente R.R. pedía perdón por su

comportamiento y afirmaba no haber querido hacerlo. A pesar de sus promesas de no repetir la acción, R.R. volvía a caer en el

mismo tipo de conducta, para nuevamente pedir perdón por ellas. Reflexionemos en relación con lo expuesto por LeDoux acerca

de las vías rápidas y lentas del procesamiento emocional.

Si consideramos a ambas vías como procesamientos paralelos, es lógico creer que la conexión entre los procesamientos es lo que

finalmente permite elegir la mejor respuesta ante cada ocasión particular. Pero ¿qué pasa si existe una interrupción de las vías

que conectan, por ejemplo, en este caso, la corteza prefrontal con las regiones asociadas a la amígdala? ¿Sería posible pensar

que las respuestas serían más “impulsivas” y “emocionales” al tener afectada la regulación de la corteza que modera estos

impulsos? Es lógico suponer que en R.R. esta regulación (prefrontal) no está ejerciendo su mejor control sobre sus respuestas

emocionales. Y el paciente actúa de acuerdo con lo que la emoción le transmite en el mismo momento en que la experimenta. A

pesar de ello, se observa un atisbo de conexión entre lo que hace: el arrepentimiento luego de su actuación. Parece que aún hay

posibilidades para R.R.

Figura 1: Las dos vías por las cuales viaja un estímulo sensorial que produce miedo

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La corteza prefrontal

La corteza prefrontal es, probablemente, la parte del cerebro humano más importante, además de la de mayor tamaño.

Efectivamente, ocupa un tercio del cerebro total y se encuentra por delante de las áreas frontales, de allí su denominación:

corteza prefrontal. Funcionalmente, se dice que es el “cerebro del cerebro”, la parte más humana, la sede de la razón, la

inteligencia y el juicio.

La corteza prefrontal, anatómicamente, presenta tres subdivisiones: dorsolateral, orbital y ventromedial. Todas las divisiones de

la corteza prefrontal tienen numerosas conexiones con otras áreas cerebrales, principalmente áreas de asociación, de tal manera

que reciben información altamente procesada y envían nuevamente información a dichas áreas. De interés para esta lectura son

las conexiones de la corteza prefrontal medial (parte de la ventromedial) con el sistema límbico.

La corteza prefrontal medial forma una interfaz entre el mundo externo y el interno y adapta nuestras respuestas emocionales

para cada situación en particular. Específicamente, la corteza prefrontal medial recibe información del sistema límbico, en

particular de la amígdala. Estas conexiones le proporcionan el componente emocional de cada estímulo sensorial (recordemos lo

visto anteriormente a propósito de que la amígdala es una de las primeras estructuras en recibir información sensorial, frente a

la cual, rápidamente, le proporciona el tono emocional). A su vez, la corteza prefrontal medial recibe información sensorial

altamente procesada del mundo externo. Así, esta parte del cerebro se encuentra en el medio, como una interfaz entre el

componente emocional de la amígdala y el contexto externo. La corteza prefrontal medial debe, entonces, mediar, regular, de

alguna manera, la actividad de la amígdala.

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Retomemos el ejemplo anterior del experimento de LeDoux, en el que una rata aprendía a tener miedo a través del

apareamiento de un tono auditivo con una descarga eléctrica en sus patas. Supongamos que al animal se le sigue presentando el

tono auditivo, pero sin la descarga eléctrica, esto es, el tono auditivo ya no predice la aparición de la descarga (fenómeno

denominado extinción de la respuesta condicionada). En este caso, la amígdala de la rata, rápidamente, recibe el tono auditivo,

frente a lo cual le atribuye un tono emocional negativo y la orden es tener miedo. La corteza prefrontal medial recibe

información sensorial de que ya no está la descarga eléctrica y, además, información de la memoria que le dice que ya no estará

presente la amenaza.

En el ejemplo anterior, se aprecia, claramente, la función de interfaz, de regulación emocional que tiene la corteza prefrontal

medial: frente a la amenaza que detecta la amígdala, la corteza medial la regula anteponiendo la realidad externa, esto es, que el

tono auditivo ya no predice la descarga eléctrica y que ya no se debe tener miedo. ¡Cuánto parecido tiene este proceso biológico

al proceso psicoterapéutico que se realiza en una psicoterapia!

Interesantemente, pacientes con lesiones en la corteza prefrontal medial no pueden ejecutar esta función de regulación

emocional y son, por decirlo de alguna manera, pura amígdala. El sujeto puede presentar síntomas similares al trastorno por

estrés postraumático, en el que la persona vuelve a sentir las mismas sensaciones desagradables que sintió, por ejemplo, la

primera vez que le robaron. Lo último, en neuropsicología, se denomina perseveración emocional, que se diferencia de la

perseveración cognitiva y resulta de lesiones en otra región de la corteza prefrontal, la región dorsolateral.

Reflexionemos sobre el caso del paciente R.R. Puntualicemos en la lesión cerebral reportada por clínica médica: sufre una

hemorragia interna, que le produce un gran hematoma en la región frontotemporal anterior. Cuando existe un hematoma

grande en nuestro cerebro, el líquido que se acumula ocupa espacio, ergo, desplaza las estructuras cerebrales. Ya que tenemos

una capacidad limitada de espacio dentro de la bóveda craneal, lo más probable es que el hematoma produzca aplastamiento de

neuronas y sus axones. Por la localización de este hematoma y la clínica observada, existe una alta probabilidad de que las vías

que regulan desde la corteza prefrontal la actividad amigdalina y emocional se encuentren afectadas. R.R. actúa según lo que

siente, sin poder de reflexión en primera instancia, y sin poder inhibir el impulso, por más inadecuado que sea. Luego, toma

conciencia de sus acciones y las puede valorar como buenas o malas, pero sin la vía de regulación para no cometerlas. Es

interesante pensar lo siguiente en este momento: ¿R.R. es responsable de sus conductas inapropiadas?

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La regulación emocional

Como se mencionó anteriormente, las emociones tienen una larga tradición histórica en su estudio, ya que son parte fundamenta

En un primer momento, fueron objeto de estudio de la filosofía por ser fenómenos subjetivos, aunque luego tanto la psicología, la

años, las neurociencias las estudiaron en profundidad desde una perspectiva más científica. Entre los componentes de las emocio

abordados de manera científica, además del fisiológico, el conductual y el subjetivo, se destaca la regulación emocional, la que ha

desde el punto de vista conductual y cognitivo (Silva, 2005).

La regulación emocional puede definirse como toda estrategia dirigida a mantener, aumentar o suprimir un estado afectivo en cur

Spinhoven, 2001) y puede ser considerada como una parte de un concepto más general de la regulación emocional, definida como

extrínsecos responsables de la monitorización, evaluación y modificación de las reacciones emocionales (Thompson, 1994). Los se

evaluamos nuestras emociones y, en función de dicha evaluación, utilizamos distintas estrategias de regulación emocional para tra

dominarlas, con el objetivo de lograr las metas que nos hemos planteado. Las estrategias de regulación emocional que los seres h

veces, tienen como resultado modular las intensidades de las emociones y, a veces, cambian su valencia, esto es, de ser algo nega

algo positivo (Medrano, Moretti, Ortiz y Pereno, 2013).

En concreto, la regulación emocional puede conceptualizarse como los intentos o estrategias que llevan a cabo los humanos para

medida, la ocurrencia, intensidad o duración de un estado emocional, sin importar que este sea negativo o positivo. Estas estrateg

de alterar algunos de los factores que preceden a la emoción propiamente dicha o, a veces, tratar de modificar aspectos del proce

(Medrano, Moretti, Ortiz y Pereno, 2013).

Numerosas investigaciones han aportado evidencias empíricas que cuando las estrategias de regulación emocional utilizadas por l

adecuadas o son deficientes, el resultado es que pueden surgir procesos psicopatológicos. Debe destacarse, sin embargo, que la b

estrategias de regulación emocional positivas tiene como resultado un proceso de adaptación mucho mejor. Las evidencias indica

regulación emocional se asocian a trastornos clínicos como la ansiedad, el abuso de sustancias o la psicopatía, entre otros (Medra

que para lograr una buena capacidad de procesamiento emocional debe poseerse la base material (esto es, las vías nerviosas) sob

habilidad. Y cuando, por alguna razón, se daña esa base material, lo esperable es que sobrevengan conductas desadaptativas, com

La regulación emocional: la psicopatía como ejemplo de la desregulación emocional

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Existen, actualmente, evidencias provenientes de estudios neuroanatómicos, neuroendocrinológicos, funcionales y de

conectividad que muestran que en personas psicopáticas existiría una disfunción de la regulación que debe ejercer la corteza

prefrontal sobre estructuras del sistema límbico.

Teniendo presente esto, es conocido que la corteza prefrontal orbital recibe entrada de información emocional proveniente de la

amígdala y otras estructuras del sistema límbico. Con dicha información, la corteza orbital arma y almacena las representaciones

de los acontecimientos y estímulos emocionales para que estos puedan recuperarse en otro momento. Gracias a la utilización de

las técnicas de neuroimagen funcional (figura 2), se ha visto que existe una hipoactividad en la corteza prefrontal orbital,

producto de una desconexión entre esta corteza y la amígdala. De este modo, la corteza orbitofrontal no podrá formar las

representaciones y eso tendrá como consecuencia que no se generen sentimientos como el temor anticipatorio a

acontecimientos aversivos, fenómeno que sucede en personas con psicopatía.

Figura 2: Hipoactividad en la corteza prefrontal orbital en individuos con psicopatía

Se sabe también que la corteza orbitofrontal regula las emociones a través de numerosas conexiones inhibitorias hacia la
amígdala, de tal manera que una conectividad deficiente podría tener como consecuencia una desinhibición de dicha amígdala y,
por ende, la agresividad reactiva que se observa en la psicopatía (Glenn y Raine, 2008).

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Módulo 4

La corteza prefrontal

La corteza prefrontal es, probablemente, la parte del cerebro humano más importante, además de ser la de mayor tamaño.

Efectivamente, ocupa un tercio del cerebro total y se encuentra por delante de las áreas frontales, de allí que se denomine

corteza prefrontal. Funcionalmente, se dice que es el cerebro del cerebro, la parte más humana, la sede de la razón, de la

inteligencia. Como mencionamos anteriormente, la corteza prefrontal, anatómicamente, presenta tres subdivisiones: la corteza

prefrontal dorsolateral (CPFDL), la corteza orbitofrontal (COF) y la corteza ventromedial (CVM) (Figura 1).

Figura 1: Las divisiones de la corteza prefrontal

Fuente: [Imagen sin título sobre divisiones]. (s.f.).

Neuroanatomía funcional de la corteza prefrontal

Corteza prefrontal dorsolateral

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La corteza frontal dorsolateral, en su totalidad, es la división más grande del lóbulo frontal, y la más nueva desde una perspectiva

evolutiva. Se puede dividir en la corteza motora primaria, la corteza premotora y las cortezas prefrontales dorsolateral y anterior

(Flores Lázaro y Ostrosky Solís, 2008). Nos concentraremos específicamente en la corteza prefrontal dorsolateral.

Esta corteza ocupa la región anterior a las cortezas motoras en el lóbulo frontal y, como se mencionó precedentemente, es la

parte más desarrollada y solo se presenta en los humanos, fundamentalmente su porción anterior. Funcionalmente, son áreas de

asociación cognitiva o supramodales, en tanto no procesan estímulos sensoriales de ninguna modalidad, sino estímulos ya

procesados por otras áreas de asociación.

La corteza prefrontal dorsolateral se divide funcionalmente en dos partes: dorsolateral y anterior, y tienen tres regiones, a saber,

superior, inferior y polo frontal (Flores Lázaro y Ostrosky Solís, 2008). La porción dorsal se relaciona, como se ha marcado

anteriormente, con la memoria de trabajo, la fluidez de diseño y fluidez verbal, y la planeación a futuro considerando los

aspectos pasados y del presente. Aporta, además, a la solución de problemas complejos que se nos presentan en la vida diaria y

es necesaria para hacer una estrategia de trabajo y sus secuencias.

Por otra parte, la porción más anterior de la corteza prefrontal dorsolateral se relaciona con procesos sumamente complejos,

como la metacognición (la cual es necesaria para monitorear y ajustar la actividad en función del desempeño continuo) y

cuestiones psicológicas presentes solo en los seres humanos —al menos así lo indican las evidencias—, como la cognición social

y el autoconocimiento, el cual es necesario para lograr una integración cabal de las experiencias cognitivas y emocionales en

cada uno de nosotros (Flores Lázaro y Ostrosky Solís, 2008).

Ahora te invitamos a reflexionar en nuestro grupo terapéutico. Piensa un momento en los tres casos y las problemáticas

particulares que presenta cada uno. ¿En quién podríamos visualizar la afectación de estas habilidades asignadas a la corteza

prefrontal dorsolateral? Si bien podríamos encontrar en los tres integrantes algunos de estos aspectos afectados, pareciera que

es a Tina a la que más le cuesta hacer uso de estas habilidades. De hecho, manifiesta no poder organizarse por momentos ni

planificar su conducta, y, en las tareas laborales que le demandan mucha información, pareciera que su memoria (de trabajo) no

accede en su auxilio.

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Corteza orbitofrontal

Esta división de la corteza prefrontal está muy relacionada con el sistema límbico y presenta como función principal la de

procesar emociones y, fundamentalmente, regular las emociones junto con la corteza prefrontal medial. También desempeña un

papel importante en el control y en la regulación de la conducta.

Interesantemente, la corteza orbitofrontal es capaz de detectar los cambios que se producen en las condiciones del ambiente, ya

sean positivos o negativos, esto es, para beneficio o riesgo del individuo. Esta función es imprescindible, ya que le permite a la

persona realizar ajustes en el comportamiento que se está llevando a cabo, en función de cambios que pueden ocurrir muy

rápido o repentinamente y que, desde luego, no se habían considerado previamente.

Esta corteza tiene una participación, además, en la toma de decisiones, justamente a partir de la evaluación que se hace del

riesgo o beneficio de cada decisión que se vaya a tomar. Las evidencias indican que la corteza prefrontal orbital tiene una

participación mayor en la toma de decisiones en situaciones inciertas, esto es, aquellas impredecibles. Se cree que su

participación bajo estas condiciones es marcar la relevancia emocional de cada esquema en particular, entre muchas otras

opciones que puedan encontrarse en cada situación dada.

Estudios anatómicos y funcionales han confirmado que la región ventromedial estaría a cargo de la detección de condiciones y

situaciones de riesgo, mientras que la división lateral estaría relacionada con el procesamiento de la valencia de las emociones,

sean negativas o positivas (Flores Lázaro y Ostrosky Solís, 2008).

Si puntualizamos en estas funciones de la corteza orbitofrontal (COF), es probable que puntualicemos en Marcelo algunas de

estas capacidades afectadas. De hecho, la dificultad en la regulación de los impulsos, especialmente ante estímulos que le

producen frustración, es bastante pobre, rol clave de la COF.

Corteza ventromedial

Existe evidencia que apunta a que la corteza prefrontal medial cumple un rol importante para detectar y solucionar conflictos y

procesos de inhibición, así como para regular los procesos atencionales. Como se encuentra relacionada con la información

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emocional proveniente de la amígdala y su regulación, tiene un rol en la regulación de los estados motivacionales y de la

agresión.

Anatómicamente, muchos investigadores consideran que la corteza cingular anterior funciona de manera integrada con la

corteza prefrontal medial. De esta manera, participa en el control autonómico y da respuestas viscerales y reacciones motoras

ante diferentes estímulos afectivos.

Interesantemente, las partes más anteriores de la corteza prefrontal medial tienen un rol importante en los llamados procesos

de mentalización, los cuales involucran a la teoría de la mente, esto es, poder atribuirles estados mentales a los otros con los

cuales interactuamos, sin creer que estos estados, ideas o pensamientos son de uno mismo. La cognición social, junto con el

reconocimiento de emociones y la empatía, forma parte de la teoría de la mente.

Esta división de la corteza prefrontal está muy relacionada con el sistema límbico y presenta como función principal la de

procesar emociones y, fundamentalmente, regular las emociones junto con la corteza prefrontal medial. También desempeña un

papel importante en el control y en la regulación de la conducta, y un aspecto destacado es la motivación para la realización de

actividades deseadas o satisfactorias.

Volvamos al grupo terapéutico. Comienza a complejizarse el análisis de nuestros integrantes, y es esperable, ya que, en su

conjunto, la participación de las tres áreas es la que termina de configurar nuestra conducta. Es probable que volvamos a pensar

en algunos aspectos de la conducta de Marcelo, como sus actitudes agresivas. Sin embargo, también podríamos pensar en el

caso de Pablo, con buena regulación de impulsos, quien, sin embargo, es incapaz de tener la iniciativa necesaria para lograr las

conductas que lo llevarían a conseguir lo que supuestamente quiere. Algo respecto de la iniciativa parecería estar atravesando su

problemática.

Las funciones ejecutivas

Si se tienen en cuenta las funciones particulares que la división de la corteza prefrontal presenta y las sumamos, se puede decir

que las funciones de la corteza prefrontal son numerosas y muy complejas. Lezak, una referente en el campo de la

neuropsicología, ha propuesto el término funciones ejecutivas para englobar a todas las funciones de las que hemos estado

hablando. En su intención original, Lezak quería distinguir el qué del cómo.

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Otras funciones, como la memoria, el lenguaje, las emociones o la atención, se preguntan el qué: qué se almacena, qué signos y

símbolos se utilizan, a qué prestamos atención o qué componente emocional es importante; por el contrario, las funciones

ejecutivas se preguntan el cómo, esto es, lo dinámico: cómo se relaciona la memoria con las emociones. A esto se le suma la

atención y luego la persona utiliza un signo para denominar lo que quiere decir, o bien cómo los seres humanos utilizamos

nuestro conocimiento del pasado, evaluando lo que nos sucede en el momento, para plantearnos objetivos y metas que

abarquen el futuro (Figura 2). Este dinamismo de las funciones ejecutivas hace que estas o, al menos, el enfoque que se les ha

dado, sean exclusivamente humanas (Marino, 2010).

Fuente: Tirapu et al., 2012, p. 93.

Síndromes prefrontales

Un síndrome es un conjunto de síntomas que se asocian a una enfermedad en particular o bajo un mismo cuadro patológico,

como una lesión cerebral. Es fundamental prestar atención a los síntomas esperables luego de lesiones en las diferentes

subdivisiones de la corteza prefrontal, ya que estos, frecuentemente, pueden confundirse con otras patologías mentales. En

términos amplios, se distinguen tres síndromes prefrontales relacionados directamente con cada área de las subdivisiones de la

corteza prefrontal. Es decir, si se lesiona el área prefrontal dorsolateral, el síndrome se conoce como disejecutivo. Si la lesión es

en el área orbitofrontal, los síntomas se asemejan a una pseudopsicopatía o trastornos de comportamiento, algo conocido

también como síndrome desinhibido. Y, si la lesión es en el área ventromedial, los síntomas se asemejan a una pseudodepresión,

con falta de interés y anhedonia (Figura 3).

26
Fuente: Luna-Mathos, McGrath y Gaviria, 2007, p. 136.

No es el objetivo de esta lectura, pero cabe mencionar que el diagnóstico diferencial de estos síndromes con otras patologías

mentales, como la depresión, la esquizofrenia u otras, se logrará con el entrenamiento clínico y, fundamentalmente, con la ayuda

de diferentes test neuropsicológicos y las técnicas de neuroimágenes, tanto anatómicas como funcionales.

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