Desvinculándonos de Nuestros Pensamientos
Desvinculándonos de Nuestros Pensamientos
Desvinculándonos de Nuestros Pensamientos
La idea es llegar a reconocer si esas historietas son de utilidad y cuando no. Si las historias que
nuestra mente nos cuenta nos son útiles para seguir tras nuestros valores y conseguir
nuestros objetivos, podemos decir que son funcionales o adaptativas y, por tanto, son
pensamientos con los que merece la pena acercarse o vincularse. Si, por el contrario, nos
apartan de nuestros valores y objetivos, no nos son útiles, no ayudan y, por tanto, son
disfuncionales o desadaptativos, lo más conveniente sería distanciarse o desvincularse de
dichos pensamientos.
Habitualmente, estamos tan unidos a nuestros pensamientos que es muy difícil separarnos de
ellos. Algunas perspectivas hablan de que estamos «fusionados» con ellos. Esta vinculación es
de tal intensidad que, generalmente, dominan nuestro comportamiento, nos dicen lo que
tenemos que hacer y cómo nos debemos sentir, constituyendo lo que conocemos como
«mente». Y esta mente funciona como una especie de agente acosador o, incluso peor, un
dictador. El ser humano, por tanto, viviría en dos mundos diferentes: el mundo de la
experiencia directa y el mundo del lenguaje o de la «mente». Con frecuencia, podemos estar
tan absortos y tan enganchados a este mundo de la mente que perdemos el contacto con el
mundo de la experiencia directa.
Por lo regular, nuestra mente considera las palabras de forma literal, de modo que estas se
convierten en «cosas reales», no solo en pensamientos. Pero si nos anticipamos a esto,
podemos darnos cuenta de que solo son un manojo de palabras, de que podemos abrir
nuestra mente a algo más que a la conclusión automática que extraemos de estas palabras.
Pero ¿podemos aprender a pensar de otra forma? La respuesta es sí, en tanto que el
pensamiento es un tipo de comportamiento que sabemos gobernado por las leyes de
aprendizaje. Vale y “muy bien, aunque pueda, ¿por qué querría cambiar mi pensamiento?”.
Generalmente, la respuesta tiene que ver con el malestar. El hecho de que pensar sea un acto
espontáneo y aparentemente fácil no significa que resulte deseable o útil en todas las
situaciones. Podemos estar pensando de forma repetitiva e involuntaria sobre algo sin que
ello nos lleve a ninguna solución o tal vez estemos distorsionando en algún grado la realidad
que percibimos en nuestra forma de representárnosla. En estos casos resulta esencial que nos
detengamos a hacer las siguientes reflexiones: ¿pensar me está ayudando a resolver el
problema? ¿Qué utilidad tiene para mí darle vueltas a este asunto? ¿Podría pensar de otra
forma sobre ello? ¿Podría no pensarlo?
Es completamente natural que, a pesar de saber que se puede, disponer de las herramientas
adecuadas y poseer una fuerte motivación, las primeras ocasiones experimentemos frustración
al darnos cuenta de que el pensamiento intrusivo regresa o “pillemos” a nuestra propia mente
volviendo a albergar ciertas ideas negativas. Es normal. Disciplinar la mente es un trabajo muy
duro, y la perseverancia es un factor de suma relevancia.
Como ya hemos comentado, nuestra mente está en continuo funcionamiento generando gran
cantidad de pensamientos de todo tipo, positivos, negativos, interferentes…nuestra cabeza
trabaja a veces con mucha rapidez, cambia de un pensamiento a otro, nos hace volar, nos
hunde, nos distrae, se convierte en un carrusel de sentimientos y emociones. Cómo puedes
suponer, se acentúan cuando además vas solo, ya que, en compañía, la conversación a menudo
suele enmascararlos. Para intentar manejar y cambiar estos pensamientos a otros más
adaptativos y que sean útiles para nuestro bienestar, vamos a aprender varias técnicas. Una de
ellas es la parada de pensamiento + autointrucciones + actividad distractora.
La parada o detención de pensamiento consiste en utilizar una palabra o frase concreta, que se
haya escogido previamente, y cuya finalidad es detener los pensamientos que estamos
teniendo y que empiezan a ser perjudiciales para nosotros, y que van produciendo poco a poco
un efecto bola de nieve que no nos deja pensar con claridad. Esta palabra tiene que cortar de
raíz esa escalada de pensamientos (“para ya”, “venga quiera pará” “ya estás otra vez”).
A veces para que la parada sea más efectiva, puedes acompañar la palabra con un gesto tipo
mover el brazo tipo Nadal, o la cabeza, o dar un aplauso, o un golpe en la mesa, aunque esto es
opcional, pero puede servir para activarnos un poco si es que el problema es que la atención
se nos ha ido a otro sitio.
Llegado este punto, es cuando debemos usar las auto-instrucciones, ya que, si solamente nos
quedamos en la parada, tarde o temprano volverán a aparecer los pensamientos de nuevo. Las
auto-instrucciones, son frases que nos decimos, con las que tratamos de reconducir nuestra
actuación y nos decimos qué es lo que tenemos que hacer. Debe ser una frase positiva, nunca
frases negativas. Como en la parada de pensamiento, hay que intentar que la frase sea siempre
la misma, aunque puede variar en función de los pensamientos que estemos teniendo. Hay
que buscar con esa frase que volvamos a hacer lo que estábamos haciendo hasta ese momento
que nos estaba funcionando.
Una vez que hemos cortado la cadena de pensamientos negativos, es fundamental dirigir
nuestra atención a otra actividad. Esta actividad debe requerir de nuestra concentración, de
forma que impida que podamos pensar en otras cosas.
Por ejemplo, podemos intentar contar desde 100 hacia atrás de tres en tres (cien, noventa y
siete, noventa y cuatro…) Durante este proceso puede que vuelvan a aparecer los
pensamientos negativos, si esto es así debemos volver a emplear el «estímulo distractor» y
empezar de nuevo con la «tarea distractora» e inmediatamente focalizar la atención en la tarea
laboral que precedía esta distracción. Otros ejemplos de tareas distractoras son: contar las
baldosas del suelo de la habitación en la que nos encontramos, llamar por teléfono a alguien
con el que conversaremos de algo que no tenga que ver con lo que nos preocupa, realizar una
operación matemática… Cualquier actividad que distraiga nuestra atención es válida, de forma
que cada uno debe encontrar «su actividad distractora».
¡HAZ LA PRUEBA!
MARTES
MIERCOLES
JUEVES
VIERNES
SABADO
DOMINGO
2. No son órdenes que tenga que obedecer o reglas que tenga que seguir.
5. Pueden ser o no ser importantes usted tiene la posibilidad de decidir cuánta atención les
presta.
Como ya señalamos anteriormente, cuando los pensamientos son sobre uno mismo, la
desvinculación puede ayudar a distinguir entre la persona que tiene el pensamiento (el
verdadero yo) y los propios pensamientos (el otro yo o la mente). Pero podemos cambiar la
relación que tenemos con nuestros pensamientos con nuestra mente. Así, por ejemplo, el
pensamiento «estoy teniendo la sensación de que estoy muy ansioso» es diferente del
pensamiento «¡estoy muy ansioso!». El primer pensamiento está más desvinculado que el
segundo, por lo que provoca menos ansiedad. Otros pensamientos serían: «estoy teniendo el
pensamiento de que voy a ruborizarme», en vez de «voy a ruborizarme». Las frases que
podrían ayudar a la desvinculación podrían ser:
Otras formas de desvincularse de los pensamientos es hacer que se proyecten en una pantalla
en blanco o que aparezcan como nubes en el cielo, como hojas en un río o como agua que cae
de una cascada. Repetir muchas veces y de forma seguida una palabra o un pensamiento
puede hacer también que pierda su carga emocional. Lo mismo si se canta o se expresa con
diferentes entonaciones. No obstante, otra opción, quizá más sencilla y práctica, es adoptar la
presencia de dos personas en una. Por una parte, está la persona real (el yo verdadero),
aquella que incluye nuestros valores para la vida, nuestros objetivos, nuestra esencia como
seres valiosos que somos. Por otra parte, se encuentra la persona (el otro yo, la mente) que
nos fastidia a menudo, que nos evalúa, que nos critica o que nos menosprecia. Puede darle un
nombre, como «Pepito (Pepe) Grillo», «Tio Gilito» («Tio Rico» o «Rico McPato»), «Gollum» o
cualquier otro que le sirva para identificar el lado negativo, impulsivo e indeseado que le suele
acompañar (podría llamarle también mi «mente»). De esta forma, puede considerar, por una
parte, la persona que permanece, que tiene un valor intrínseco como ser humano y que se
mantiene a lo largo del tiempo y de las situaciones (pudiendo, lógicamente, cambiar, aprender
y crecer conforme vivimos la vida). Y, por otra parte, la otra persona puede considerarse como
una especie de suplemento que hemos ido añadiendo por medio de experiencias negativas,
informaciones erróneas, y modelos inadecuados a lo largo de la vida, pero que no refleja
nuestro verdadero yo, sino que lo enmascara, lo distorsiona y lo rebaja, y nos suele producir un
notable sufrimiento. Esta «segunda» persona formaría la «mente» de cada uno de nosotros,
mente que podría tratar como un objeto externo, independiente de su persona valiosa (por
ejemplo, «bien, aquí está mi mente otra vez» o «mi mente se está preocupando de nuevo»).
¡HAZ LA PRUEBA!