El Derecho Indiano
El Derecho Indiano
El Derecho Indiano
Universidad de Guanajuato
División de Derecho, Política y Gobierno
Departamento de Derecho
Año 4, núm. 7
P. 183
EL DERECHO INDIANO,
CONCEPTO, CLASIFICACIÓN Y CARACTERISTICAS1
El derecho indiano nació, formalmente, tres meses y medio antes de que Cristóbal Colón
zarpara del puerto de Palos de Moguer en su primer viaje de descubrimiento. Y casi seis
meses después de que arribara a la isla de Guanahaní. Su certificado de nacimiento fue un
convenio: las Capitulaciones de Santa Fe, fechadas el 17 de abril de 1492. En ellas, y en otros
documentos despachados en los días sucesivos, el Almirante y los Reyes Católicos estable-
cieron las bases jurídicas con las que iba a gobernar un mundo aún desconocido: el Nuevo
Mundo.
Como es lógico suponer, en dichas capitulaciones no se tomaron en consideración las
peculiaridades del territorio que, una vez descubierto, se pretendía gobernar. Por tal razón,
el primer documento jurídico destinado a regir en las Indias Occidentales se basó en otros
principios. ¿Cuáles fueron éstos? La respuesta es evidente: los contenidos en el derecho me-
dieval castellano (en tránsito del medioevo al modernismo), así como los derivados de la
escasa experiencia obtenida por España en sus primeros contactos y conquistas en las islas
de la costa africana, en especial en las Canarias.
Con base en dichos principios y con fundamento en las capitulaciones, se les reconoció
a los príncipes de la India –a cuya presencia se esperaba que llegara Colón para establecer
el comercio de las especies- su dignidad y autonomía. Por el contrario a las islas y tierras
firmes (con sus habitantes) que se encontrasen en el camino, se les sometió a la autoridad de
los Reyes Católicos, nombrándose a Cristóbal Colón Almirante de la Mar Oceana y Virrey,
Gobernador y Adelantado Mayor de las islas y tierras descubiertas y por descubrir. Esto es,
la autoridad suprema y delegada de los reyes castellanos. Se le otorgaron, además, múltiples
privilegios jurisdiccionales y económicos. ¿En que consistieron dichos títulos y prebendas?
El oficio de Almirante conllevaba la jurisdicción civil y criminal en la mar Oceana, así como
el derecho del Almirante a organizar las amadas y flotas. Se trataba de un cargo vitalicio y
hereditario. Los nombramientos de Virrey, Gobernador y Adelantado Mayor, también vi-
talicios y hereditarios, le otorgaban a Colón la jurisdicción civil y criminal en las tierras
descubiertas, así como los derechos a repartir éstas y a presentar ternas al Rey para elegir a
sus funcionarios subalternos.
En cuanto a los beneficios económicos, el Almirante recibiría –con base en la capitu-
lación- el décimo de todas las riquezas y mercaderías obtenidas en la jurisdicción de su
Almirantazgo y el octavo de los beneficios que se adquiriesen en el comercio terrestre. Las
1
Conferencia impartida en el marco de XI Congreso de Historia del Derecho Mexicano en la División de
Derecho, Política y Gobierno de la Universidad de Guanajuato. 12 de noviembre de 2014.
2
Doctora en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1973), Investigadora en el Instituto de In-
vestigaciones Jurídicas de la UNAM. Fundadora y directora técnica de la publicación periódica: Anuario
Mexicano de Historia del Derecho del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Beatriz Bernal Gómez
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Conferencia
aplicación normativa. Es éste el criterio que considero más adecuado. No hay que olvidar
que un importante sector del derecho que se aplicó en las Indias, el privado, fue regulado en
su casi totalidad por las leyes de Castilla.
De lo antes expuesto se desprende que hubo varios elementos formativos del derecho
indiano: el indiano propiamente dicho, esto es, el producido de manera especial en las Indias
o para las Indias, y los derechos castellano e indígena que se aplicaron en ellas con carácter
supletorio o subsidiario cuando no había una disposición especial que aplicar, en el caso
del castellano, o no se contraponía a la religión católica o a la propia legislación indiana, en
el caso del indígena. Los dos elementos quedaron plasmados en las propias leyes de Indias
desde la primera mitad del siglo XVI, y fueron recogidos en dos pasos de la Recopilación de
las Leyes de los Reynos de las Indias, promulgada en 1680. Dichas leyes establecían:
Ley. 2. Que seguarden las leyes de Castilla en lo que no estuviere decidido por
las de las Indias
Ordenamos y mandamos, que en todos los casos, negocios y pleitos en que no estuviere de-
cidido, ni declarado lo que se debe prever por las leyes de esta Recopilación, o por cédulas,
provisiones u ordenanzas dadas y no revocadas para las Indias, y las que por nuestra orden
se despachen, se guarden las leyes de nuestro reino de Castilla, conforme a la de Toro, así
en cuanto a las substancias, resolución y decisión de los casos, negocios y pleitos, como a la
forma y orden de substanciar (Rec. Indias, II.I.2).
Ley 4. Que se guarden las leyes que los indios tenían antiguamente para su
gobierno, y las que se hicieren de nuevo.
Ordenamos y mandamos, que las leyes y buenas costumbres que antiguamente tenían los
indios para su buen gobierno y policía, y sus usos y costumbres observados y guardados
después que son cristianos, y que no se encuentren con nuestra sagrada religión, ni con las
leyes de este libro, y las que han hecho y ordenada de nuevo, se guarden y ejecuten… (Rec.
Indias, II.I.4).
El derecho indiano, pues, atendiendo a los componentes que lo integran, puede clasifi-
carse o subdividirse en: 185
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Derecho indiano criollo, integrado por las normas que expidieron las autoridades delega-
das en América; esto es, las que dictaron, en los distintos niveles de gobierno, los virreyes
y otras autoridades unipersonales, así como las audiencias y cabildos.
1. Derecho castellano, esto es, el sistema jurídico que con el aval de la propia legislación in-
diana aunque con carácter supletorio o subsidiario, se aplicó en las Indias desde que éstas
fueron incorporadas a la Corona de Castilla.
2. Derecho indígena, constituido por el grupo de costumbres jurídicas prehispánicas que,
también con el aval de las leyes Indianas, sobrevivieron, integradas o permitidas por éstas, a
la conquista y colonización.
Ahora bien, el derecho indiano no se compone sólo de la legislación secular. La influencia
secularizadora del derecho contemporáneo nos ha llevado frecuentemente a olvidar o rele-
gar los sistemas jurídicos al ordenamiento canónico; ordenamiento que, junto con las leyes
seculares, tuvo gran importancia en la época que nos ocupa, esto es, antes de la aparición y
consolidación del Estado liberal decimonónico. En efecto, hubo en este periodo un derecho
canónico indiano muy rico en su contenido; derecho que quedó plasmada en los cánones de
los concilios provinciales.
Tampoco debe reducirse el concepto de derecho indiano al conocimiento de las leyes,
sean éstas seculares o canónica, dictadas o aplicadas en las Indias. Ni antes ni ahora el dere-
cho legislativo puede abarcar todas las situaciones jurídicas que se plantean a una sociedad.
Mucho menos darle solución a los conflictos de toda índole que tiene que resolver a diario.
Por tal razón, otras fuentes como la costumbre, la ciencia del derecho o literatura jurídica y
la jurisprudencia o práctica de los tribunales, conformaron, enriquecieron y dieron vida al
derecho indiano.
Visto ya el concepto y los elementos del derecho indiano es necesario hacer referencia a la
integración del derecho castellano en él. Para ello, debo dedicar algunas líneas a señalar los
ordenamientos jurídicos de Castilla que estuvieron vigentes en las Indias, siguiendo el orden
de prelación de los mismos en esa época.
En sentido estricto, se entiende por “orden de prelación” a la declaración legislativa que
establece la jerarquía de las leyes en un sistema jurídico preestablecido. En sentido amplio,
a la jerarquización de todos los elementos que componen dicho sistema. El apogeo De los
186 órdenes de prelación se dio en las postrimerías de la edad Media y en los albores de la Edad
Moderna. Causas de este apogeo fueron los sucesivos casos de “caos legislativo” que se pro-
dujeron en dichos periodos a consecuencia de la proliferación de normas que se dedicaban,
y a la falta de un sistema que las organizara. Esto, como es lógico suponer, no sólo dificultaba
la fijación del derecho, sino también su aplicación, con las consiguientes protestas y reclamos
por parte de quienes tenían que hacerlo valer, esto es, los jueces y letrados.
En Castilla, a cuyo reino quedaron incorporadas las Indias, el orden de prelación había
Ordenamiento
de Alcalá:
quedado establecido en el Ordenamiento de Alcalá, una ley de cortes de 1348 que, en uno de
sus pasajes, decía lo siguiente rezaba:
“establecemos y mandamos que los fueros sean guardados en aquellos casos en que se
usaron, salvo en aquellos que Nos falláramos que se deba “mejorar y enmendar”, o en las
que son contra Dios e contra razón, e contra las leyes que en este libro se contienen. Por
las cuales leyes desde libro mandamos que se libren primeramente todos los pleitos civiles
y criminales; y los pleitos y contiendas que no pudieran liberar por las leyes de este nues-
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tro libro e por los dichos fueros, mandamos que se libren por las leyes contenidas en los
Orden de prelación:
libros de las Siete Partidas” (Ordenanzas de Alcalá, 28.1).
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La mayoría de las normas expedidas, tanto en el Metrópoli como en las Indias, para regular
la vida americana, pertenecieron a la rama del derecho público. Un recorrido por las colec-
ciones de leyes privadas y oficiales (cedularios, compilaciones y recopilaciones), así como
por los textos doctrinales más destacados de la época, lo demuestra cabalmente. Esto no
es de extrañar, la preocupación primera y primordial de la Corona española fue organizar
debidamente el Nuevo Mundo, así como lograr un buen gobierno. De ahí que se dedicara de
inmediato a la tarea de emitir y dictas leyes referentes a los siguientes aspectos de carácter
público: los gobiernos temporal y espiritual de las Indias; la administración de justicia; la
Hacienda; la Guerra; la producción agrícola y minera; las condiciones laborales; la navega-
ción y el comercio interoceánico. Solo una parte mínima del derecho indiano metropolitano
y criollo estuvo dedicado a resolver las relaciones entre particulares. Dentro de estas destaca-
ron las relativas al domicilio de las personas casadas y a los derechos sucesorios de aquellos
que, habiendo fallecido en las Indias, tenían herederos en España.
188 El carácter público del derecho indiano se debió pues, a la necesidad que tuvo el Estado
español de organizar la vida de un mundo nuevo, heterogéneo y completamente distinto al
que ellos conocían y de ajustarlo a sus fines económicos, políticos e ideológicos. Para lograr-
lo no fueron suficientes los esquemas del derecho castellano. Ni siquiera convenientes. Eso
fue debido a que el Viejo Mundo los monarcas se encontraban limitados por una cantidad
de derechos adquiridos y de costumbres inviolables que coartaban su libertad de acción. No
ocurría así en las Indias y los reyes lo aprovecharon. Allí, sin separarse del todo del esquema
castellano, pudieron crear un sistema jurídico hasta cierto punto inédito que les permitió
homogeneizar lo más posible las peculiaridades del obre americano.
Esto no fue tan necesario en lo que respecta al derecho privado. Las normas de esta rama
del derecho, aunque no inmutables, cuentan siempre con mayor estabilidad en el tiempo y
en el espacio que las del derecho público. Por tal razón, los monarcas españoles sólo se vieron
obligados a legislar en dicha área cuando se enfrentaban a situaciones que atentaban contra
lo dispuesto por la religión católica, o cuando las costumbres jurídicas indígenas infringían
las europeas. Ejemplo de ello fueron las disposiciones antes mencionadas que se expidieron
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sobre domicilio. Ellas tuvieron como objetivo lograr, tanto entre los indios como entre los
peninsulares, la estabilidad matrimonial y la unidad familiar, principios fundamentales de
la doctrina católica. Solo me resta añadir que en casi todos los aspectos relativos al derecho
privado se aplicó el derecho de Castilla que, como ya se ha visto antes, fue supletorio en todo
aquello que no estuviera especialmente dispuesto por las leyes de Indias.
2. Casuismo y particularismo
casuismo Un derecho es casuista cuando se legisla para cada caso en concreto; cuando se renuncia a la
uniformidad, a las amplias construcciones jurídicas, y se acomodan las normas teniendo en
particularismo cuenta principalmente al destinatario de las mismas. Un derecho es particularista cuando
se abandona un criterio generalizador y se intenta la búsqueda y aplicación de soluciones
particulares como consecuencia de diferencias de cultura y costumbres en un determinada
ámbito social. En ambos casos el derecho se torna prolífico, profuso, minucioso en su regla-
mentación y, a consecuencia de ello, asistemático. Entonces corre el riesgo de provocar un
caos legislativo por la dificultad, tanto de su conocimiento como de su aplicación.
Esto sucedió con el derecho indiano: fue casuista como todos los de su época y particula-
rista en contraste con el europeo. Sin embargo, a lo largo de los tres siglos que duro el esta-
tuto jurídico indiano, se hicieron serios esfuerzos por organizar y homogeneizar el derecho
que regularía la vida americana. El largo proceso recopilador que culminó con la promul-
gación de la Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias de 1680 es una prueba de
ello. También lo es el hecho de que la prolífica legislación indiana se fundamentase en las
directrices proporcionadas por el viejo derecho común de tradición romano-canónica y por
los principios de la religión católica.
causas: Fueron muchas las causas que llevaron al derecho indiano tanto al casuismo como al
particularismo. Una de ellas, como veremos enseguida, fue el carácter valiente y ocasional
1. de este derecho. En él se destaca como, ante la ausencia de un plan general, de una política
definida, el legislador indiano se vio precisado a dictar normas para cada región, cada esta-
mento y cada circunstancia particular. Normas, que si bien es cierto se repetían constante-
mente (cambiando sólo el nombre del destinatario=, también atentaban contra la vigencia
general que se pretendía tuvieran las leyes. Por eso fueron pocas las disposiciones que se
dictaron con carácter general (por ejemplo, pragmáticas), para regular una institución o una 189
situación que se diera en América. En cambio, fueron infinitas las que se expidieron para
encauzar aspectos concretos de ella.
2. Otro factor que provocó tanto el casuismo como el particularismo del derecho indiano
fue la vastísima legislación de origen local (derecho indiano criollo) sancionada por las au-
toridades delegadas en Indias, en especial por los virreyes, los gobernadores, las audiencias
y los cabildos. Esta legislación estuvo destinada a regular aspectos de la vida jurídica ame-
ricana que no estaban contemplados en el derecho especial emanado directamente del a
Metrópoli, esto es, en el derecho indiano peninsular o metropolitano. Fueron muchas y muy
variadas las instituciones y figuras jurídicas que se regularon a través del derecho indiano
criollo, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada uno de los virreinatos, provincias u
otro tipo de demarcaciones político-administrativas establecidas en las Indias.
3. Si a estos dos grandes factores añadimos el carácter legalista de los reyes de la España im-
perial (la política de gobierno de las Indias llevada a cabo por Felipe II es un típico ejemplo
de ello), acentuado por la desconfianza que siempre le tuvieron a sus autoridades delegadas
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en América (sobre todo durante la dinastía de los Austrias), así como por la multitud y di-
versidad de disposiciones legislativas que dichos reyes dictaron para las Indias, podrá com-
prenderse a cabalidad, no sólo las características de casuismo y particularismo del derecho
indiano, sino también el porqué de su excesiva reglamentación.
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religiosas. Otros más el de las autoridades delegadas del Rey en las Indias. Y otro distinto el
de los propios indios, aun cuando éste casi nunca se tuvo en cuenta. Era lógico pues que se
produjese una situación de desgobierno en las Indias a consecuencia de las formas diversas
de evaluar la problemática indiana y de informar al rey, que tenían las distintas partes en
conflicto. Lógico también que, con base en estos intereses e informaciones contradictorios,
aunque intentando ajustarlo y esforzándose por coordinarlos, el rey y el Consejo de las In-
dias crearan una normatividad vacilante, indecisa, sujeta a múltiples y constantes rectifica-
ciones, esto es, una normativa de ensayo y error.
Solo me resta añadir que no fue sino hasta mediados del XVI, y a consecuencia de las
varias y profundas crisis que se habían sucedido en la primera mitad del siglo, que la Corona
se planteó un examen de conciencia sobre la cuestión del desgobierno en Indias. Entonces,
no solo se avoco a resolver el mal tratamiento de los indios llevaban consigo, sino también a
resolver el problema jurídico que implicaba gobernar a un mundo nuevo y desconocido con
los viejos esquemas del derecho de Castilla.
Durante mucho tiempo fue lugar común entre algunos americanistas, partidarios de la “le-
yenda negra” de la colonización española, el repetir el principio “obedézcase pero no se cum-
pla” había sido inventado por las autoridades españolas con un propósito hipócrita. Nada
más lejos de la verdad. Dicho principio proviene del derecho medieval castellano, y como
muchas otras instituciones y figuras jurídicas de igual origen, se extendió más tarde a las
Indias donde sirvió para flexibilizar las normas que pretendían gobernarla.
Mediante este principio lo que se perseguía era que las autoridades delegadas en América
pudieran suspender la aplicación de una norma dentro de su jurisdicción si estimaba que
ésta podía resultar injusta o dañina a los particulares o a la colectividad. Es de todos sabido el
acontecimiento histórico a través del cual el virrey de Mendoza (a diferencia del virrey Nu-
nez Vela, quien perdió la vida en el alzamiento de los Pizarro en el Perú), evitó una revuelta
de los conquistadores en la Nueva España suspendiendo la aplicación de las Leyes Nuevas
promulgadas en 1542.
El principio de “obedézcase pero no se cumpla” funcionaba de la siguiente manera. Si una
autoridad delegada en las Indias estimaba que no podía aplicar una norma porque dicha 191
aplicación iba a producir un daño grave a la sociedad que gobernaba y que, por otra parte,
la expedición de esa norma se debía a la desinformación (vicio de obrepción) o a la mala
información (vicio de subrepción) que tenían las autoridades reales en la Metrópoli, podía
suspenderla (esto es, no cumplirla) temporalmente y solicitar del rey una ratificación de la
misma. Ahora bien, como se trataba de una disposición proveniente del rey, dicha autoridad
delegada en Indias debía llevar a cabo una serie de ritos en señal de obediencia.
No pretendo negar con lo antes dicho el divorcio que existió entr4e la ley y la realidad
en las Indias. Lo hubo. Divorcio que se hizo patente en el constante y continuado incum-
plimiento de las normas que se expedían desde la Metrópoli. Pero también en ellas pued4e
observarse el interés de la Corona por remediar ese incumplimiento. Muchas fueron las
reales cédulas que se dictaron a lo largo de los más de tres siglos que duro la dominación
de España en América, donde las autoridades metropolitanas insistían en el cumplimiento
de la legislación que habían expedido con anterioridad. Muchas también cuyo contenido
dispositivo estuvo encaminado a eliminar, limitar y atenuar acciones que sin lugar a duda
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se llevaban a cabo en las Indias, pero que el legislador pretendía eliminar desde España –a
través de disposiciones de carácter prohibitivo- con el fin de poner coto al mal tratamiento
de la población indígena y a la deficiente administración de las Indias. Muchas, en fin, dado
su particularismo, que pretendieron y lograron adaptar el derecho a la realidad social década
región, aun en contra de la tendencia centralizadora del monarca y de sus hombres de go-
bierno. Por tal razón, puede aseverarse que el derecho indiano fue flexible en la medida en
que intento, cuando ´pudo, adecuarse a la realidad existente en las Indias.
Convertir a los indígenas en cristianos e imponerles la religión católica fue, sin lugar a du-
das, preocupación primordial de la Corona española. Preocupación que quedó asentada con
el carácter obligatorio en las llamadas Bulas Alejandrinas (en especial en la segunda ínter
Caetera) y que se reflejó más tarde en la legislación indiana.
En las mencionadas bulas (expedidas en 1493 por el Papa Alejandro VI), se les concedía
a los reyes de Castilla y León las tierras descubiertas y por descubrir, siempre y cuando no
pertenecieran a otro príncipe cristiano y se encontrasen al oeste de una línea imaginaria que
corría de polo a polo, a cien leguas de las islas Azores y Cabo Verde. También en ellas apa-
recía la recomendación hecha a la Corona española de evangelizar a la población autóctona
que habitaba dichos territorios.
Pero, ¿tenía derecho el papa de disponer de tierras ya ocupadas por los aborígenes? Y de
tenerlo, ¿la adopción papal era perpetua y sin condiciones, o estaba sujeta a la predicación
evangélica? A resolver esos cuestionamientos se dedicaron los juristas y teólogos españoles
de la primera mitad del siglo XVI, dando lugar a una polémica de altos vuelos que involu-
cro varios problemas: el de la validez de los títulos de dominio que tenía España sobre los
territorios descubiertos y posteriormente conquistados (polémica de los justos títulos); el de
la condición jurídica que debía dársele a los indígenas; y el de la posibilidad de hacerles la
guerra en caso de que éstos no quisieran ser sometidos ni cristianizados. En íntima relación
con dichos problemas, como fundamento y también fin de la conquista, estuvo siempre el
proyecto evangelizador.
En la Europa del medioevo existieron dos corrientes político-ideológicas encontradas.
192 Por un lado, la corriente cesarista que postulaba la supremacía del poder civil. Por el otro,
la teocrática quedaba al sumo pontífice la autoridad más alta, tanto en el orden espiritual
como en el temporal. Esta última fue la que prevaleció en España, después de un sinfín de
cuestionamientos, estudios, alegatos y juntas que pasaron a la historia con el nombre de
Juntas de Valladolid, y que estuvieron a cargo de personajes de la talla de Bartolomé de Las
Casas, Juan Ginés de Sepúlveda, Domingo de Soto, Juan López de Palacios Rubio, Francisco
de Vitoria y otros. La conclusión a que llegaron fue que las bulas alejandrinas constituían,
aunque no el único, si el mejor título que poseía Castilla para justificar sus dominios sobre
el Nuevo Mundo.
Ahora bien, ¿qué papel jugó en estas polémicas la evangelización? La respuesta se en-
cuentra tanto en las bulas como en la solución ecléctica que, basada en la doctrina de Tomás
de Aquino, ofreció a la postre el más destacado de los teólogos-juristas de la segunda esco-
lástica, esto es, Francisco de Vitoria.
Según Vitoria, aunque al Papa le correspondía únicamente la potestad espiritual, podía
intervenir en la temporal cuando fuese necesario para obtener fines sobrenaturales. Por
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Conferencia
consiguiente, los españoles no sólo tenían el derecho de vivir en las Indias, derecho que se
sustentaba en el consorcio universal existente entre todos los hombres y todas las naciones,
sino también el de predicar el evangelio e inclusive declararles la guerra a los indios en caso
de que éstos impidiesen la prédica evangélica. También podían hacerlo cuando amenazaban
o castigaban a otros grupos indígenas ya convertidos al cristianismo. Fue así como la labor
evangélica se convirtió, no sólo en el fundamento, sino también en justificación de la con-
quista. Y, más tarde, en fin de todo el proceso colonizador de España en América.
Sobre el interés de los monarcas españoles por cumplir con la obligación misional im-
puesta en la bula de donación antes mencionada, hay numerosos testimonios en las Leyes
de Indias. Fueron muchas además las instituciones jurídicas y económicas (como la enco-
mienda y las congregaciones) que se fundamentaron en la evangelización. El hecho de que
también sirvieran para reglamentar la innegable e indiscutible servidumbre a la que fue
sujeta la población indígena no invalida la antes dicho.
Esta característica está íntimamente relacionada con la anterior, esto es, con el sentido evan-
gelizador del derecho indiano. Fue por él, y en razón de él, que las autoridades españolas
elaboraron un principio destinado a proteger al indígena: el principio del favor indiarum.
Ahora bien, todo derecho proteccionista es discriminador. Sólo se ampara
o protege a quienes considera inferiores. Así consideró España a los pobladores de las Indias
y por eso les otorgó un sistema jurídico tutelar. Para lograrlo echó mano de instituciones y
figuras del ius commune. El caso que se cita con mayor frecuencia es el de la asimilación del
indígena con el púber menos de edad del derecho romano quien, para ciertos efectos jurí-
dicos, era sometido a una especie de tutela: la cúratela del menor de 25 años. Sólo que en el
caso del indígena el tutelaje consistía en la legislación misma. El libro VI de la Recopilación
de las Leyes de las Indias es el mejor ejemplo de ello, aunque encontramos muchas más
disposiciones legislativas protectoras de los indios a lo largo de la misma.
Por otra parte, todo derecho proteccionista busca siempre la equidad. Qui-
zás no entendida literalmente como la justicia del caso concreto, pero sí entendida con la fi-
nalidad de crear un estatuto jurídico que trate igual a los iguales y proteja a los que considere
desiguales por pertenecer a segmentos de la población dignos de protección. Como ya se ha 193
dicho, en el derecho indiano fue la población indígena la considerada desigual. De ahí que
se generará una amplísima legislación tendente a protegerla. Quien se encuentre familiari-
zado con las Leyes de Indias a través de sus múltiples compilaciones y recopilaciones de se-
guro ha podido observar la gran cantidad de disposiciones legislativas tendentes a proteger
a los indios en sus personas, en sus propiedades y en sus demás derechos que, conforme a la
mentalidad de la época, les fueron concedidos. Que dichas leyes se aplicaran o no es harina
de otro costal. Su discusión nos haría entrar en el derecho legislativo y el derecho realmente
aplicado. Conflicto que, dicho sea de paso, todavía permanece.
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