El Malestar

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Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001 y

vicepresidente senior del Banco Mundial,


vivió y presenció desde las primeras butacas los
efectos nocivos que trae consigo la aplicación, en el
marco de la
globalización, de políticas
económicas manipuladas por intereses financieros e
ideológicos. El autor sostiene que la globalización, en sí, no es buena ni
mala: si beneficia o golpea a los países y a sus
habitantes, depende exclusivamente de sus administradores y
árbitros. Entonces, el autor da comienzo a la dura
crítica a las instituciones
económicas mundiales.

Según Stiglitz, el Fondo Monetario


Internacional traicionó los ideales que lo fundaron, y
gracias a su concepción de la perfección de los
mercados
hundió en la pobreza y el
caos a aquellos que eran los más pobres dentro de los
pobres. Desde el caso etíope, pasando por el del este
asiático y concluyendo con el ruso, se demuestra
cómo las instituciones
globales recomendaron aplicar políticas
desacertadas y estándares que sólo colaboraron a
exacerbar las crisis y
llevar al mundo al borde de un colapso económico global.
La economía
puede parecer una disciplina muy
árida, pero un conjunto de buenas políticas
económicas pueden cambiar la vida de todos los pobres del
mundo.

Con mucha razón miles de personas alrededor


del mundo reclaman por un mundo más justo y equitativo. Y
reclaman porque advierten que los mercados y los
Estados están lejos de ser perfectos. Pero el FMI está
convencido de que los mercados conforman una institución
perfecta, y de ahí los grandes errores cometidos. Lo grave
es que no se reconozcan dichos errores y se continúe por
el mismo camino.

Liberización de los mercados parece ser el


primer mandamiento (y el primer error) para aquellos
países que pretenden huir de la pobreza. Pero es
hipócrita pretender ayudar a los países
subdesarrollados obligándoles a abrir sus mercados para
ser inundados por productos de
países industrializados. De la misma manera, se debe dejar
de coartar el accionar de los Estados cuando éstos busquen
soluciones
para apalear la pobreza de sus
ciudadanos. Hay que lograr que los países en desarrollo
consigan gobiernos fuertes y eficaces, y que los desarrollados
sean justos a la hora de arreglar la economía
internacional.

El sistema no
está enfermo: enfermos están aquellos que lo
manejan. Reestructurándolo se podrá crear una nueva
administración que atienda a los reclamos
de los países desarrollados, pero sobre todo de los
subdesarrollados; de los ricos, pero sobre todo de los pobres. No
es justo que más del 50% de la población mundial viva sumida en la
pobreza, la
exclusión, el analfabetismo,
la enfermedad y la miseria. Es inhumano que actualmente unos
1.200 millones de personas en el mundo vivan con menos de un
dólar diario, al mismo tiempo que 2.500
millones de personas vivan con menos de dos dólares
diarios.

La globalización no cumplió con lo que


prometió. La
globalización no atendió a los desaventajados
ni permitió un mayor acceso a la información, a la salud y a la educación. Muy por
el contrario, la brecha entre pobres y ricos creció, y el
acceso a la información se dificultó. Y por ello
treparon los índices de corrupción
y creció la implementación de políticas
injustas. Es hora, entonces, de que la opinión
pública tenga conocimiento
del fin y del accionar de las organizaciones
globales y de los Estados, para poder
así reclamar por lo que les corresponde, y reclamar por lo
que les corresponde a quienes no pueden ya
reclamar.

Es un hecho que la globalización es un


huésped que no tiene planes para abandonar al mundo.
Será algo beneficioso si queremos, porque nos dará
tiempo y
esperanzas de cambiarla. Pero será preocupante si
continuamos en la misma postura y permanecemos al margen de este
gran problema mundial.

El mundo está lejos de resolver sus problemas,


pero para comenzar a cambiarlo debemos suplir la arquitectura de
las estructuras
internacionales y también el esquema mental en torno a la
globalización. La globalización mal gestionada trae
consigo pobreza, pero también la amenaza a la identidad de
los pueblos, su historia y sus valores
culturales. Se debe lograr un proceso
globalizador que respete a los pueblos y a sus idiosincrasias.
Necesitamos entender que no se necesita de guerras
armamentísticas para generar pobreza o malestar: basta con
destruir culturas y religiones. Necesitamos
entender que no sólo socavan la democracia los
regímenes dictatoriales: la socava también la
injusticia social.

Las instituciones internacionales, los Estados y


todas las demás personas del mundo deben comprender que,
de continuar el mundo que exacerba las diferencias sociales, a
largo plazo sólo se alcanzará la quiebra del
orden mundial. Si elegimos y vamos a vivir en un mundo
globalizado, no permitamos que se globalice la miseria y la
desigualdad. No podemos permitir que el FMI culpe a los
países de no haber sufrido lo suficiente para alcanzar una
economía de mercado. Hay que
luchar por el desarrollo
sostenible de los pueblos: un desarrollo que
no necesite del sufrimiento de los mismos para ser
alcanzado.

Las esperanzas no son nulas. Un cambio en el


seno del Banco Mundial
(tal vez no tan grande ni tan radical, pero cambio para
bien, al fin) se dio a partir de la crisis del
este asiático –o incluso algunos años
antes–. El BM comprendió que era él quien
debía ocuparse del desarrollo de los pueblos, de la ayuda
para concretar ese desarrollo y consecuentemente, de la
erradicación la pobreza.

Para dar el primer paso en pro de la


reformulación de la globalización es necesario que
admitamos los errores que cometimos y que aprendamos de ellos.
Pero ¿cómo aprender de los errores que no
reconocemos? No basta sólo con las buenas intenciones y
mucha voluntad de un puñado de ONGs. Es necesario que las
instituciones globales y los Estados abandonen esa postura de
infalibilidad que los caracteriza para poder
así realizar un importante avance hacia una
globalización más humana.

Es necesario un debate abierto


y sincero sobre las estrategias que
vayan a aplicarse en los diversos países. Y es necesario
que dichas estrategias se
centren en: promover el crecimiento y reducir la pobreza; en
trabajar con los Gobiernos de los países en desarrollo y
desarrollados para atender a las inquietudes tanto del primer
mundo como del mundo subdesarrollado, y en lograr la
cooperación de la comunidad
financiera internacional.

Debemos llegar a un punto en donde los pobres


compartan las ganancias del país donde viven cuando
éste crece, y que los ricos de dicho país compartan
las penurias sociales en momentos de crisis. Debemos llegar a un
punto en donde los pobres reciban aquello que es suyo. Debemos
llegar a un punto en donde se atienda de la misma manera a
poderosos y pobres. En fin, debemos llegar a un mundo justo y
humano.

Entendamos que el desarrollo no consiste en el


enriquecimiento de un puñado de individuos. Como expresa
el autor "(…) no consiste en traer a Prada y Benetton, Ralph
Lauren o Louis Vuitton para los ricos de las ciudades,
abandonando a los pobres del campo a su miseria". El desarrollo
consiste en transformar las sociedades sin
destruirlas, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos
tengan la oportunidad de salir adelante y permitir el acceso de
todos a la salud y sobre
todo a la educación.

Comencemos por abordar el modesto sueño de un


mundo menos pobre. Y luego estaremos en condiciones de pensar y
de luchar por un mundo sin pobreza.

Es éste el malestar en la
globalización. Un malestar que terminará siendo
enfermedad sino se lo cura. Pero si logramos curarlo, entonces
estaremos en condiciones de afirmar que el malestar no
habrá sido en vano.
Globalización. Un término polémico, en
boca de todos: amado por unos, repudiado por otros… En los
últimos años, y sobre todo luego del fin de la
Guerra
Fría a finales de la década del ’80, el
término globalización ha sonado constantemente,
sobre todo en aquellos países en los que, gracias a este
fenómeno, miles de economías han quedado
devastadas. Sin embargo, es curioso que la globalización
no haya actuado de la misma manera en todos los países del
mundo…

Para el autor, la supresión de las barreras al


libre comercio
y la integración de las economías
nacionales al mercado
internacional, es muy benéfico en el marco de la
globalización, sobre todos para los más pobres. Por
desgracia, las decisiones son tomadas por entidades como el
Banco Mundial,
o países como los Estados Unidos de
América; decisiones que encajan con los
intereses o creencias de personas que manejan a "estos grandes".
Claro está, el problema difícilmente se
resolverá, sobre todo porque los intereses de "ese
grupo de
personas" no es hacer a los pobres más ricos…

Stiglitz pasó más de veinticinco años


de su vida escribiendo sobre quiebres, gobiernos de las
corporaciones y apertura y acceso a la información, o lo
que los economistas conocen como "transparencia". El acceso a la
información podría eventualmente solucionar parte
de los conflictos,
aunque no es suficiente.

En 1980, cuando China


comenzó a dar sus primeros pasos en dirección a adoptar una economía de
mercado, aplicaron políticas graduales, progresivas y
acertadas, protegiendo siempre su mercado. A lo largo de 20
años quedó comprobado que las políticas
chinas eran admirables.

En este sentido, algo muy positivo sería vender los


monopolios públicos a empresas privadas
(lo que comúnmente se denomina como "privatización"). La competencia que
se genera es provechosa, sobre todo, para los consumidores. Sin
embargo, el estado no
puede privatizar absolutamente todo.

Hoy por hoy, se dejó de creer en la


perfección de los mercados, es decir, mercados sin
riesgos, sin
desempleo o
con problemas
solucionables sencillamente. No obstante, las políticas
recetadas por el FMI a los "países quebrados" se basan en
la creencia de la perfección del mercado, no permitiendo
las intervenciones de gobierno para que
éste trabaje en pro del bienestar de todos.

Paradójicamente, las organizaciones o


instituciones internacionales, fueron creadas para: *orientar a
los países al desarrollo; *administrar en tiempos de
crisis; y *facilitar la transición económica. La
opinión
pública desconoce el fin de estas organizaciones, y es
por eso que se necesita una mayor transparencia en el mundo y una
mayor información sobre las instituciones
internacionales.

Tanto los mercados, como así también los


estados poseen graves falencias, pero complementándose
pueden "crear" una nueva administración de los países,
administraciones más eficientes, sobre todo en aquellos
países del sur del mundo donde existen los mayores
problemas.

Ciertamente, el mundo está lejos de solucionar sus


problemas. Para comenzar, el Fondo Monetario
Internacional diseña y aplica políticas
económicas, que se caracterizan por ser desacertadas,
estándares y anticuadas… Se emplea la misma receta para
China, para
Uganda o Bolivia, sin
tener en cuenta la mínima consideración por la
diversidad de los pueblos. En organizaciones como ésta, se
evade día a día la discusión; no hay lugar
para ella y, acostumbrados a esto, pretenden que China, Uganda,
Bolivia o
cualquier país, víctima de estas recetas, agachen
sus cabezas "sin chistar". Comenta el autor que ninguno de los
"altos rangos" de la
organización en cuestión cuestionaban siquiera
estas cosas… El dinero que
cobrarían manejaba sus mentes y su corazón.

Las "políticas de ajuste estructural" del FMI,


empleadas para ayudar a un país sólo le
enseñaban a ajustarse ante la crisis, provocaron hambre y
disturbios en muchos rincones del mundo, y cuando "tuvieron
éxito",
sólo fue para el 10% de los "pudientes" de la población. Cuando los fracasos estaban
a la
vista, el FMI respondía que el sufrimiento era necesario
para que las políticas económicas implementadas
tuvieran efecto a largo plazo. Sin duda es necesario "pasar la
tormenta" para ver el sol, pero lo
sufrido por los países del tercer mundo superó
ampliamente al "dolor requerido" para incorporarse al mundo
globalizado. Era imposible que estos países no
reaccionaran ante estas injustas políticas e,
indiscutiblemente, ante la desigualdad del sistema comercial
mundial que exige a los países tercermundistas abrir las
puertas de sus mercados para ingresar los productos del
primer mundo. Esto sólo provoco más riqueza para
los ricos y más pobreza y enojo para los pobres.

Tenemos que ser concientes de que vivimos en un mismo


mundo, y las políticas implementadas deben atender a todos
por igual. Deben ser justas y equitativas y basarse en la
justicia
social.

Nuevamente, hacemos hincapié en la posibilidad de


que el acceso de todos a la información ayude a establecer
políticas más justas.

Capítulo I: La promesa de las instituciones globales (Pp. 29-52)

Las protestas contra las políticas implementadas por


organizaciones e instituciones internacionales no son una
novedad. Lo nuevo hoy es lo que acontece en el primer mundo: la
preocupación por la ola de condenas, la
preocupación de políticos y el dubio de la
implementación de la globalización en el mundo.
Como se puede comprobar, la globalización no
atendió ni dio ventajas a aquellos que las necesitaban.
Sin lugar a dudas, muchos viven mejor de lo que vivían, y
las exportaciones se
fomentaron, y muchos países se enriquecieron. La
globalización permitió un mayor acceso a la
información y a la educación, a la
unión de activistas de todo el mundo por medio de la
red que
logró presionar a muchos estados del mundo en diversas
temáticas; ayudó asimismo a la condonación
de las deudas de países del tercer mundo, y
propició la ayuda exterior. Está claro que la
globalización deberá ser aceptada por los
países del tercer mundo, aunque se resistan a aceptarla.
Ahora bien, y a pesar de todos los adelantos: ¿cumple la
globalización con las promesas del beneficio
económico?

Como se expone más adelante, unos 1.200 millones de


personas en el mundo viven con menos de 1 U$S diario. Hacia 1990,
eran apenas 100 millones, a pesar de que la renta mundial
subía en un 2,5% anual. El problema reside en que los
países con problemas políticos, sociales y
económicos, no pueden atraer a inversores y cada vez se
aleja más la posibilidad de fomentar un desarrollo
sostenido.

Como es de público conocimiento,


los países ricos exigieron a los pobres eliminar sus
barreras comerciales aunque, claro está, ellos las
mantuvieron al igual que las cuotas a productos exportados desde
el tercer mundo y los subsidios agrarios. De la misma manera, se
incentivó la idea de "propiedad
intelectual" y, a modo de ejemplo, los farmacéuticos del
sur del mundo no pudieron fabricar más esos medicamentos a
bajo costo para su
gente. Sobre el flagelo de las pandemias como la del HIV/SIDA, los
precios de los
medicamentos aumentaron su precio de
forma abrupta, y esto acrecentó a un ritmo veloz la
expansión de la pobreza. A esto se le sumaba violencia
urbana en Latinoamérica, conflictos
étnicos en el África y golpes de estado en
Centroamérica.

Por otro lado, el FMI parecía habitante de "otro


mundo". En respuesta a estos gravísimos problemas,
salieron los prestamistas internacionales que, a cambio "de su
ayuda", fijaron "ciertas condiciones", o lo que comúnmente
se denomina "condicionalidad". La globalización estaba
causando estragos.
Ahora bien, ¿es justo culpar a la
globalización de los problemas mundiales? A decir verdad,
la globalización en sí misma no es ni buena ni
mala. Depende de quién la dirija y controle: la
globalización puede provocar graves daños o traer
grandes beneficios. Pero, ¿qué es la
globalización? Consiste, básicamente, en la
integración más estrecha de los
países y pueblos del mundo, provocada por la
reducción de los costos del
transporte y
la
comunicación, y el desmantelamiento de barreras
artificiales a los flujos de bienes,
servicios,
tecnología, conocimientos –en menor
grado–, y personas a través de las fronteras. El
proceso de
globalización fue impulsado por corporaciones
internacionales, principalmente, en la esfera económica,
por tres de ellas: el FMI (Fondo Monetario Internacional), la
OMC (Organización Mundial del Comercio) y el
BM (Banco Mundial).
El FMI y el BM fueron fundados en 1944: el primero tenía
la responsabilidad de crear la estabilidad
económica mundial e impedir otra crisis como la de 1930 en
los Estados Unidos.
El BM –cuyo nombre original era "Banco Internacional para
la Reconstrucción y el Desarrollo"– se
encargaría de la reconstrucción de los
países destruidos por las Grandes Guerras y el
colonialismo, y acompañarlos en su camino hacia el
desarrollo. La estabilidad política
estaría en manos de la
Organización de las Naciones Unidas
(ONU).

Hagamos ahora una mirada introspectiva en el BM. En 1968 se


nombra presidente de esta entidad a Robert McNamara. Afectado por
la pobreza que había contemplado en el tercer mundo,
pidió ayuda al economista Chenery, nombrado economista
jefe, para erradicar la pobreza. Este último
congregó a un grupo de
economistas de primera categoría para que trabajaran con
miras a cumplir con el objetivo que
se le había confiado. Pero con el cambio de guardia, en
1981, fue nombrado jefe del BM William Clausen, y una nueva
economista jefe: Anne Krueger. Era especialista en comercio
internacional, reconocida por sus estudios sobre
"búsquedas de rentas" que explicaban cómo los
intereses creados recurren a los aranceles y
otras medidas proteccionistas para expandir sus rentas a
expensas de otros.

Con estos cambios de aire en el Banco


Mundial, el FMI comienza a ser manejado enteramente por el G-7. A
partir de ese momento, muchas recomendaciones de la entidad
contribuyeron a la estabilidad global, pero, igualmente, se
vivía en un mundo muy injusto. Se necesitaba una organización que regulase las
relaciones
comerciales, facilitase el libre flujo de bienes y
servicios y no
permitiese depresiones económicas. Nace así, en
1995, la OMC.

La OMC no fija las reglas dentro del mundo comercial, sino


que dispone de la infraestructura necesaria para la
creación de foros y debates, y se encarga de que las
decisiones o acuerdos resultantes de dichos encuentros sean
cumplidos.

El principal precedente de la fundación de la OMC se


remonta hacia 1980, cuando se firmó el "Consenso de
Washington", en la ciudad homónima, por el FMI, el BM y el
Tesoro de los Estados Unidos. Esto marcó el comienzo de un
nuevo enfoque a los problemas de América
Latina, que luego se aplicó a todos los países
pobres del hemisferio sur.

Sin embargo, como se especificó anteriormente, en


1981 cambia la presidencia en el FMI, y las recomendaciones
fueron la rápida liberación del mercado…
Así la brecha entre pobres y ricos se
ensanchó.

Capítulo II: Promesas rotas (Pp. 53-88)

Actualmente todo es pensado para evitar el contacto


físico. En las guerras, las bombas se tiran
desde 15.000 mts. de altura, al igual que las políticas
económicas se piensan y aplican por personas que residen
en un hotel de 5 estrellas, muy
lejos de las personas que quedarán destruidas, más
allá de que el lema del Banco Mundial sea "nuestro
sueño es un mundo sin pobreza"…
Traducido a números, actualmente unos 1.200 millones
de personas en el mundo viven con menos de 1 U$S diario, al mismo
tiempo que 2.500 millones de personas viven con menos de 2 U$S
diarios. Suman, las dos partes, más de un 60% de la
población mundial… Cerca de 4.000 millones de personas
habitan en la pobreza más total. 4.000, de 6.000 millones
de habitantes en el mundo.

Comenta Stiglitz que en su primer día como


vicepresidente senior del Banco Mundial concibió la
idea de reducir la pobreza mediante: *estrategias más
eficaces para promover el crecimiento y reducir la pobreza;
*trabajar con los gobiernos de los países en desarrollo
para aplicar dichas estrategias; y *hacer todo lo que pudiese en
los países desarrollados a favor de los intereses e
inquietudes del mundo subdesarrollado, presionando para que abran
sus mercados o presten una asistencia efectiva mayor.
Sabía que su tarea sería ardua, pero no que los
obstáculos a afrontar serían seres humanos de la
"institución hermana": el FMI.

Etiopía y la lucha entre la política del poder y


la pobreza

Mucho antes de 1997, al este de continente africano, la


situación de un país en especial era
catastrófica. El ingreso anual per capita
era de U$S 110, y dos millones de personas habían muerto
por sequías y hambrunas.

Hasta 1991, gobernó este país africano un


marxista: Mengistu Haite Mariam, que fue derrocado por guerrillas
opositoras, comandadas en aquel entonces por Menes Zenawi, en
1997, Primer Ministro de Etiopía. Este último, muy
honrado y comprometido con la descentralización del poder, llevó a
su país, en 1993, a una estable democracia y
le permitió, en el mismo año, la declaración
de independencia
a la actual Eritrea. Sin embargo, y a pesar de todos estos
adelantos, la situación de los derechos humanos
era aún precaria.

Años más tarde, en 1997, se acrecentaba una


disputa entre el FMI y el BM contra Menes, a pesar de que las
condiciones económicas de Etiopía eran
inmejorables. La inflación prácticamente era
inexistente: se trabajaba en pro del crecimiento y los
índices de desempleo bajaban
día a día. Esto, sin lugar a dudas, era muy
importante para el Fondo, ya que si existiera la inflación
significaría que los gobiernos gastan más de lo que
recaudan por impuestos.
También para los economistas esto es así, ya que
consideran que dada la inflación y el estancamiento del
desarrollo, "el esquema macroeconómico sería
desastroso". Cuando ocurre esto último, el FMI suspende la
ayuda económica.

Sin embargo, Etiopía gozaba de un cuadro


económico satisfactorio, se dedicaba a los pobres,
desarrollaba una estrategia de
desarrollo rural y había reducido los gastos militares.
Era un país merecedor de ayuda exterior;
paradójicamente, el Fondo adujo a que estaban preocupados
por la situación presupuestaria etíope. Al recibir
ayuda extranjera, eran prácticamente esos sus ingresos, y al
FMI le preocupó que se agotara esta ayuda.

Menes, con dicha ayuda, construía escuelas y


hospitales, en vez de resguardar parte de ésta para
reservas. El FMI, seguía mostrando sus preocupaciones,
aunque para el Primer Ministro no tenía sentido…
Había luchado 17 años por su pueblo, y no
accedería a irracionales recomendaciones de un grupo de
burócratas. La postura del FMI era, ciertamente,
disparatada, sobre todo porque en el caso etíope
quedó demostrado que la asistencia internacional era
más estable que los ingresos
fiscales. En conclusión: el Fondo planteaba algo carente
de sentido; si los impuestos y la
cooperación internacional no son ingresos, entonces
todos los países se encontrarían en
problemas. En todo caso, Etiopía "no tenía, ni
debía" dale explicaciones al Fondo debido a que le
pagaría la suma total de lo prestado, y a
término.

Pero, claro está, los intereses del Fondo eran otros


muy distintos, y eran éstos precisamente los que causaban
las tensas relaciones entre esta entidad y Etiopía. El FMI
pretendía que Etiopía abriese sus mercados
financieros a la competencia
occidental y dividiese su mayor banco en diversas fracciones, que
difícilmente soportarían a competidores como
Citybank o Travelers. Y, aunque esto hubiera sucedido, el
dinero de
estos bancos
iría a manos de grandes empresarios, y no para los pobres
agricultores etíopes. Ciertamente, y con razón,
Etiopía no cedía a las presiones. No quería
vivir la experiencia de su hermana Kenya que, luego de ceder a
las presiones del Fondo, catorce bancos quebraron
entre 1993 y 1994. Como era de esperarse, el Fondo
suspendió su ayuda. Por suerte, el Banco Mundial,
triplicó su asistencia económica a Etiopía,
aunque pasaron meses hasta que el Fondo suavizara su postura para
con el pobre país africano.

Desde hace mucho tiempo, acerca de las decisiones tomadas por


el Fondo no hay debate
público ni mucho menos y, lo que es peor, poseen un escaso
conocimiento de las economías mundiales, comenzando por la
de los Estados Unidos. Pero los Estados Unidos se puede dar el
lujo de desatender estas recomendaciones sin sufrir
represarías, cosa que no pueden hacer los países
tercermundistas. A modo de ejemplo, para el FMI no existen
imperfecciones en el mercado, como el desempleo o el paro. Si
para el FMI la demanda iguala
a la oferta,
entonces no hay cabida para el paro o el desempleo. Dicho de otra
manera: según el fundamentalismo de mercado, los mercados
funcionan a la perfección y la deuda debe igualar a
la oferta.
Entonces ¿a que atribuyen dichos "desperfectos"? La
primera víctima es el Estado y
sus políticas.

Para ilustrar con un ejemplo, alrededor de 1996 asedió


a Botsuana una sequía que trajo innumerables muertes y
arruinó el sector ganadero del país. El FMI propuso
"su receta", y Botsuana prefirió desatender dichas
recomendaciones, y ajustarse el cinturón hasta recobrarse.
A pesar de dichos ajustes, no se conoció
prácticamente el descontento social que hubiese provocado
un acuerdo del gobierno con el
Fondo. En apenas cuatro meses, Botsuana se había
recuperado.

Según el FMI, no son ellos los que dictan "las


recetas", sino que son negociadas, aunque éste es un
débil argumento considerando la desigualdad de dichas
negociaciones: un país desesperado por un
préstamo sucumbirá fácilmente a las
presiones del Fondo, a excepción de unos pocos. Lo que es
peor es que el país desesperado por dinero no
podrá recibir préstamos de otros donantes (BM, UE y
países independientes) si el FMI no lo autoriza.

Otro de los tantos aspectos a considerar son las condonaciones


de las deudas. Si el FMI no está de acuerdo con el
plan
económico implementado en un determinado país, no
hay lugar para la condonación. Esto otorga al FMI un gran
poder, y ellos lo saben. Si un país cliente desea
establecer un contrato con el
Fondo, debería someterse a la voluntad del mismo.
Entonces, el FMI le dirá qué hacer, de qué
manera hacerlo, qué leyes dictar para
cumplirlo, etc. Para esto, establece plazos de 30, 60 ó 90
días. Son éstas las llamadas "condiciones". Pero
aparece también un término empleado a menudo por el
FMI: la "condicionalidad". Consisten en condiciones más
rigurosas que a menudo convierten al préstamo en herramientas
políticas, en herramientas
de presión.

Igualmente, algo que el FMI hace recurrentemente es sugerir


–por no decir obligar– que los Bancos
Centrales se ocupen pura y exclusivamente de la inflación.
¿Y el paro, el desempleo, los préstamos a personas
de escasos recursos, el
crecimiento, el desarrollo?

Pero las recomendaciones del Fondo parecen no funcionar. Las


buenas políticas no se compran, y la condicionalidad no
garantiza que el dinero sea
gastado correctamente ya que el dinero que entra con un objetivo
libera a otro para un objetivo distinto. Por ejemplo, si al
Presidente de un país se le ocurriese construir un camino
que desemboque en su casa, pero existe la necesidad de crear
camino para que los agricultores lleguen a sus campos, el Banco
optará por el beneficio de los muchos. Una vez construido
el camino, el Estado no
tendrá sobre sus espaldas la responsabilidad de crear un camino para los
agricultores, y así destina dinero de sus fondos para la
construcción de un camino para llegar a la
casa del Presidente.
A pesar de todo los "contra" de la liberización de los
mercados, el Fondo insistía en este punto, y eran sus
programas de
préstamos una evidente base de manejos políticos.
Por ejemplo, el Fondo suspendió el modesto programa de ayuda
a Kenya, aduciendo a la gran corrupción
que envolvía al país. Si bien era esto cierto, a
Rusia no le suspendieron los préstamos, y Rusia es un
país con altos índices de corrupción. Pero
claro, Kenya no posee armas
nucleares.

Otro punto en el que el Fondo insistía, eran las


privatizaciones, propiciadas, en parte, por el hecho de que el
Fondo consideraba que si un Estado administra las empresas no
podrá aislarse de las presiones políticas.

Veamos ahora cómo el Fondo aplica sus recetas. Antes de


visitar un país cliente, el FMI
redacta un borrador; en realidad, copia la mayor parte de una
receta estándar, y la pega en el nuevo borrador. Para ser
justos con el FMI, hay poco tiempo para debatir francamente y
construir los informes sobre
el consenso, pero el Fondo, por ejemplo, estuvo años
tratando con la situación económica africana, y hoy
África es uno de los continentes más pobres del
mundo.

Sin embargo, si lo que se busca es que el país asuma


los programas, se
deben basar en el consenso, y no deben ser programas obligados
por el Fondo. Se debe abandonar la condicionalidad, y se debe
aplicar la "selectividad", es decir, retribuir con más
fondos a los países que demuestren el correcto uso del
dinero, e incentivarlos para que lo sigan haciendo.

Entre otros problemas del Fondo, se encuentra el de la


carencia de transparencia y, al no existir una ley sobre la
libertad de
información, ningún ciudadano del mundo puede
apelar a ella para acceder a los documentos o
informes del
Fondo.

Capítulo III: ¿Libertad de


elegir? (Pp. 89-131)
Los gobiernos podrían mejorar sus políticas
económicas, sobre todo si dieran margen a las
privatizaciones de empresas y se encargaran de proveer servicios
públicos esenciales en vez de administrar empresas.

El problema radica en el hecho de que si la privatización se convierte en un fin y se


excluyen políticas –de bienestar social– para
aplicar luego de las privatizaciones, es imposible el crecimiento
equitativo y sostenible.

Privatización

Desgraciadamente, tanto en las políticas del Fondo como


en las del Banco Mundial, se incentivaba a una
privatización extremadamente rápida, dejando a los
países en "ese" tiempo para planear las políticas a
aplicar, post privatización. De la misma manera, el FMI da
por sentado que los mercados satisfacen todas las necesidades,
cuando en realidad es el Estado que satisface las necesidades de
los más pobres. Los innumerables problemas se
acentúan aún más cuando una empresa
compra a una pública y convence al Estado de concederles
el monopolio. Las
tarifas son sumamente abultadas, sin lugar a dudas, por el poder
que les otorga el monopolio de
fijar los precios ante
la carencia de competencia.

Otro problema que acarrea la privatización es el del


desempleo. Al necesitar empleados jóvenes, despiden a los
de mayor antigüedad con bajas indemnizaciones, y contrata a
los nuevos por escasísimos sueldos. A esto se le s

suma una
gran cantidad de costes sociales que rara vez se solucionan en
poco tiempo.

En algunos países, las privatizaciones han empeorado


mucho las cosas ya que, generalmente, traen a una
compañera de la mano: la corrupción.

Liberización

La "liberización" consiste en la supresión de


interferencia pública en los mercados
financieros, de capitales, y las barreras comerciales. Los
efectos de esta política pueden ser perniciosos; hasta el
FMI ha reconocido que ha insistido en ella excesivamente.
La aplicación de la liberización
contribuyó a crisis financieras globales en la
década del ’90, y fue devastadora en pequeños
y pobres países. Por el contrario, los países del
este asiático se fueron abriendo progresivamente a la
liberización, y la globalización fue aprovechada
para la exportación de sus productos.

En los foros de la OMC, los Estados Unidos y el FMI presionan


cada vez más con la liberización de los mercados
mundiales, y si no la cumplen determinados países, el FMI
procede a suspender los préstamos.

La recesión económica y las crisis bancarias son


sólo algunos de los síntomas de la apertura de los
mercados en países pobres, ya que no existe el tiempo
necesario para establecer las políticas adecuadas para
fortalecer sus propios mercados.

Lo que resulta peor es la liberización del mercado de


capitales que controlan el flujo de dinero caliente
–dinero que entra y sale con rapidez en cortos plazos de
tiempo– que entra o sale de un país. Si pensamos en
las malas condiciones de los países subdesarrollados para
que ciertas empresas inviertan, y a esto le sumamos la
liberización del mercado de
capitales, las consecuencias son catastróficas. Para
evitar situaciones desfavorables, entonces, se les recomienda a
los países apartar a sus reservas la misma suma de dinero
que recibió una empresa, a corto
plazo, y en forma de divisas.

Para comprender mejor esto, ponemos un ejemplo. Si el Tesoro


norteamericano hace un préstamo a corto plazo de 100
millones de U$S, con un 18% de interés, a
una empresa de
un país en vías de desarrollo, el gobierno de dicho
país deberá reservar el mismo monto de dinero. Pero
el problema es el siguiente: el país no puede reservar
dicha cantidad, y ¿a quién acude? Sí. Al
Tesoro de los Estados Unidos que le prestará los 100
millones de U$S con un 4% de interés.
Para éste último significa un gran negociado:
recibirá la suma de 200 millones de U$S, más un
alto porcentaje de intereses. Anualmente, los Estados Unidos
recaudan alrededor de 14 millones de U$S sólo en
intereses.
El problema, todavía peor, es que las empresas que
piden dichos préstamos pertenecen al sector privado y es
el Estado quien debe ajustar sus reservas.

El papel de la
inversión extranjera

Como se plasmó en el Consenso de Washington, la


inversión
extranjera es sumamente importante y uno de los tres pilares
de dicho Consenso. En muchos casos, la inversión
extranjera ha cumplido un importante papel en
muchos países, aunque los aspectos negativos son reales. A
menudo, de la mano de dicha cooperación extranjera se
instalan en un determinado país "multinacionales" que
desplazan a las pequeñas y medianas empresas y tiendas o
almacenes.

Si bien es cierto que muchas personas perderán sus


fuentes de
ingresos, las multinacionales ofrecen sus productos a bajos
precios, lo que es provechoso para los "consumidores
tercermundistas" que conviven a diario con la subsistencia. Pero
para los críticos, no es éste el único punto
de vista por analizar. En ausencia de estrictas leyes que regulen
la competencia, a medida que las multinacionales vayan eliminando
a sus competidores locales, reinará el monopolio, y los
precios serán establecidos de acuerdo a sus intereses. Los
benéficos "bajos precios" pasarán a ser sólo
una ilusión.

Otro gran riesgo consiste


en dejarle la banca de un
país a bancos de otros, como pasó en Argentina antes
de 2001. Sin lugar a dudas, los bancos extranjeros
brindarán mejores servicios y más seguridad en los
depósitos, pero lo cierto también es que
beneficiarán a multinacionales y no a pequeñas,
medianas empresas o microempredimientos. Como se verá, el
desafío no es crear bancos seguros y
solventes, sino bancos seguros y
solventes que ayuden a crecer.

Las "cláusulas de acuerdo firme de compra", los


sobornos por parte de empresas para los gobiernos o la
corrupción en general, en contadas ocasiones hacen las
veces de "aceite" para las maquinarias que montan las
multinacionales. Como se aprecia, son éstos algunos de los
tantos contra de la presencia de la inversión extranjera en un determinado
país.

En pocas palabras, si se pretende ayuda extranjera inmediata,


el precio
será la socavación de los procesos
democráticos. Además, estas inversiones
pueden colaborar a desarrollar una determinada región del
país, y no la totalidad del mismo, y crear así una
"economía dual", o una economía con bolsas de
riqueza; si bien puede ser esto positivo en algunos aspectos, no
es ésta una economía desarrollada. De hecho, el
flujo de recursos puede
causar la llamada "enfermedad holandesa" cuyo síntoma es
el estancamiento del desarrollo. La entrada de capital lleva
a una apreciación de la moneda, que abarata las importaciones y
encarece las exportaciones.
Muy por el contrario a lo que resulta saludable para los
países subdesarrollados, el FMI "recomendaba" hacer,
precisamente, aquello que no se debía hacer.

Secuencia y ritmos

De todos los desatinos del FMI, la falta de sensibilidad ante


los grandes contextos sociales es el peor. No obstante, todos los
errores del Fondo, que son en realidad sus propuestas, afectan
exclusivamente a los más pobres de la parte del mundo
más pobre.

En líneas generales, es importante la eficiencia de


mercado, pero es menester evaluar cuáles serán los
costos sociales
y, a menudo, el FMI no comprende que no sólo
políticas económicas deben ser tomadas por los
Estados para la apertura de sus mercados y llegar al desarrollo:
para que los pueblos se desarrollen, es necesario primero
transformar a las sociedades
mediante la educación. Pero para
el Fondo, la educación gratuita significa
disminución de ingresos fiscales; empero, a pesar de lo
que la entidad opine, Uganda, por ejemplo, brinda
educación primaria gratuita a su gente. Como quedó
comprobado, la situación social de niñas y mujeres
mejoró considerablemente, y los índices de
alfabetización ascendieron.

Para concluir: una inflación moderada no es el ideal


para crear un ámbito propicio para la inversión,
pero la violencia y
las contiendas civiles son peores. Pero, desgraciadamente, en los
celosos cálculos de la macroeconomía del FMI, con
frecuencia no hay sitio para tales inquietudes.

Economía de la filtración

Afortunadamente, con el paso del tiempo, se comenzó a


reconocer que existe un "contrato social"
que vincula a los ciudadanos entre sí y con su Estado. Una
parte de este contrato,
contempla la equidad: que los pobres compartan las ganancias de
la sociedad cuando
crece, y que los ricos compartan las penurias sociales en
momentos de crisis. Las políticas del Consenso de
Washington, no obstante, no prestaron atención a la equidad ya que creían
en la "economía de la filtración", es decir,
consideraban que, finalmente, los beneficios del
crecimiento de un país se filtrarían
y llegarían a los pobres. Pero esto no fue más que
una creencia. A modo de ejemplo, Clinton creyó que esto en
los Estados Unidos jamás funcionaría, y puso en
funcionamiento planes para ayudar a los pobres. Es obvio que, si
en Estados Unidos no funcionó, tampoco funcionaría
en los demás países del mundo.
Paradójicamente, el Tesoro de los Estados Unidos,
recomendaba aplicar esta política en otros
países.

Como prueba, los países latinoamericanos que aplicaron


esta política
económica quedaron destruidos: con más pobres
de los que tenían, a pesar de las mejoras en la
economía. Sin embargo, el FMI se vanagloriaba de los
avances en Latinoamérica en términos de
reformas de mercado durante la década del ’90. Y
decimos "se vanagloriaba" porque su mejor alumna, la Argentina, en
2001 colapsó. Es claro que el crecimiento por sí
solo no siempre mejora el nivel de vida de la población de
un país. Además, la política de
filtración desatiende los problemas de la educación
y la salud, y esto es nocivo para un Estado. En Tailandia, por
ejemplo, tras aplicar esta política de filtración,
la prostitución aumentó y,
además, se tuvieron que recortar los presupuestos
para la lucha contra el sida: el que
había sido uno de los programas más exitosos del
mundo en la lucha contra el HIV, sufrió un serio
revés.

Prioridades y estrategias

En los planes del FMI, el dinero se destina para salvar bancos


pero no para la mejora de la educación, la salud o para
rescatar a desempleados que perdieron sus trabajos luego de sus
recomendaciones macroeconómicas. El FMI batalla para que
el Estado no aplique a sus ricos impuestos impositivos altos;
pero calla cuando a los pobres se les otorga mucho menos del
dinero que les corresponde por su trabajo. Por ejemplo, el Fondo
debería impulsar una reforma
agraria, pero esto supone un cambio en la estructura
social que perjudicaría a las elites económicas y a
quienes operan con ellas: las instituciones financieras
internacionales.

La cuestión tiene que ver con el impacto de


políticas concretas. Algunas
políticas promueven el crecimiento, pero apenas ejercen
efectos sobre la pobreza; algunas, fomentan el crecimiento, pero
aumentan la pobreza; otras, en cambio, provocan el crecimiento y
reducen la pobreza. Estas últimas son las denominadas
políticas pro pobres. Es necesario
entender que la pobreza es un legado que pasa de
generación en generación, porque rara vez padres
pobres pueden brindarle educación a sus hijos, o rara vez
padres pobres tienen los suficientes ingresos como para
calentarse y cocinar en su casa, provocando la tala de árboles
y la degradación del medio
ambiente.

Refiriéndose a los empleos, y a pesar de que los


trabajadores han luchado por decentes empleos, la política
del FMI denominada "flexibilidad del mercado laboral"
sólo augura salarios
más bajos y menor protección laboral. Una vez
más, las estrategias del Fondo devastan a la clase media
–sin hablar de las clases más bajas–, y
enriquece a un puñado de opulentos.

Para empeorar la situación, y luego de la


pérdida de la clase media, la sociedad comienza
a carecer de personas que clamen por el imperio de la ley, por la
educación universal, la seguridad
social y la salud gratuita.
Otra nociva política recomendada por el FMI es la de
reducir los salarios a
aquellos trabajadores que recurran al paro como forma de
expresión. Como quedó comprobado, es una falsa
suposición. Se lograrán, sí, más
puestos de empleo
–aunque con salarios reducidísimos–, pero se
incitará al descontento y a la violencia social.

Como sea, y ya concluyendo, la mayoría de los


países que abrazaron las políticas del Fondo se
hundieron en el fracaso. Si, con suerte, algún país
llegó a mejorarse y a desarrollarse, los beneficios fueron
a parar a manos de unos pocos (generalmente un 10%, o tal vez
menos, de la población)., y el desarrollo no fue
sostenido. Un ejemplo claro es el de Latinoamérica: en los
años ’70 el crecimiento anual de la región
era del 5,4%, mientras que descendió al 2,9% luego de las
reformas del FMI.

En las agendas del Banco Mundial y del Fondo, los planes para
el desarrollo eran buenos. Pero ejecutar los planes de desarrollo
de sus agendas, como por ejemplo la liberización de los
mercados, sin siquiera tomar precauciones y considerar a las
sociedades –especialmente a los pobres–, supone
aplicar políticas que no conducen, por más que se
quiera, al desarrollo… Muy por el contrario, sumergirán
a los países en un marcado subdesarrollo,
tanto económico como humano.

Capítulo IV: La crisis del este asiático. De cómo las políticas del FMI llevaron
al mundo al borde de un
colapso global (Pp. 133-189)

El 2 de julio de 1997 se hundió el bath


tailandés, y así quedo inaugurada la crisis
económica más grande luego de la gran depresión
de 1930. La crisis se extendió a los países
más cercanos y amenazó a América
Latina y los Estados Unidos. Por desagracia, las
políticas que quería implementar el FMI, y que de
hecho implementó, sólo ayudaron a recrudecer y
empeorar la situación. Esto llevó a miles de
personas en el mundo a exigir la revisión no sólo
de las políticas del Fondo sino también de la
efectividad de la propia organización.
En perspectiva, las políticas del FMI no sólo
exacerbaron los problemas en el este asiático sino que, de
hecho, fueron las responsables de que aparecieran. Sin embargo,
los países de la región se recuperaron con tal
rapidez que se conoció al hecho como "el milagro del Este
asiático".

En el informe donde se
explicaba este milagro se llegó a la conclusión de
que los países asiáticos se habían
recuperado por no aplicar ciertas políticas del Consenso
de Washington. Muy por el contrario, esta recuperación se
debía en gran parte al accionar de los estados. El
"milagro" era en realidad ficticio; todo lo que habían
hecho los estados del este asiático fue ahorrar e invertir
correctamente.

La crisis no pareció afectar demasiado a Occidente, y


la postura de Clinton fue la de restarle importancia al grave
problema y, consecuentemente, no asistir económicamente
para aliviar la situación. Esto provocó un
descontento generalizado, sobre todo en Tailandia que en la
Guerra de Vietnam
había ofrecido un intenso apoyo a los Estados Unidos.

Por otro lado, los líderes del BM y el FMI


compartían la postura de Clinton, mientras que los
líderes de los países asiáticos con graves
problemas estaban aterrorizados. Sabían qué medidas
tomar para recuperarse pero, de ser tomadas, el Fondo los
condenaría con la retirada del capital
internacional.

Malasia fue el único país que se atrevió


a enfrentar al Fondo y, "sorpresivamente", la recesión de
dicho país fue la más breve y menos profunda.

El problema en Corea fue prácticamente mediático


(comenzaron a expandirse los rumores de que Corea no
poseía reservas y los bancos extranjeros no les renovaron
los préstamos), pero el problema en Tailandia fue algo
peor. Los especuladores (que advirtieron la devaluación de la moneda local –el
bath–), comenzaron a comprar U$S. Lo que sigue se sabe: el
valor del bath
cayó, y para esto el gobierno comenzó a vender sus
reservas en U$S para evitar la devaluación de la moneda local. Pero
llegó el momento en que el gobierno se quedó sin la
divisa norteamericana e, inevitablemente, la moneda local se
devaluó considerablemente.

A todo esto el problema se acrecentaba. A modo de respuesta,


la comunidad
internacional destinó 95.000 millones de dólares
(55.000 millones para Corea, 33.000 para Indonesia y 17.000 para
Malasia), con el propósito de que dichos países
sostuviesen su tipo de
cambio. Además, el dinero fue utilizado en parte para
pagar las deudas de las empresas de estos países para con
los prestamistas internacionales. Desgraciadamente, los
más ricos comenzaron a comprar U$S a un cambio favorable y
comenzó lo que se denomina salida o fuga de
capitales, es decir, los más ricos sacaron sus grandes
sumas de dinero para depositarlas en bancos internacionales.

Pero, claro está, estos préstamos traían


consigo "condiciones" impuestas por el Fondo: en primer lugar se
debían elevar los impuestos y, seguidamente, recortar el
gasto
público. Asimismo, se obligó la
abolición de los monopolios y a una mayor transparencia.
En fin, a cambio de ayuda, se debía renunciar a gran parte
de la soberanía económica.

Pero la situación no parecía mejorar y las


divisas siguieron perdiendo valor. El FMI
culpó a dichos países de no aplicar seriamente las
políticas recomendadas y, como era de esperarse, los
inversores huyeron. Paralelamente, el PBI se desplomaba y los
bancos cerraban. Los paros se multiplicaban y los índices
de desempleo llegaban a porcentajes altísimos. El
crecimiento de la pobreza era incontrolable.

De cómo las políticas del FMI y el Tesoro de


EE.UU. condujeron a la crisis

Stiglitz sostiene que fue la liberización de la cuenta


de capital lo que condujo a más de cien crisis
económicas alrededor del mundo. Dicha política fue
impulsada y recomendada por el Fondo pero, lo que es peor
aún, es que fue fomentada a pesar de que contaban con
escasas –o nulas– pruebas de
que, con su aplicación, se lograba el desarrollo
económico.
Para el Fondo, el mercado "debe" saber más que nadie y,
lo que él dice, es palabra sagrada. Poco importa si un
país se hunde en el subdesarrollo
o si sus pobres se hacen más pobres… El mercado es el
que manda.

Claro que en este punto y en el de la liberización de


los mercados, el Tesoro de los Estados Unidos, es su fiel y mayor
aliado…

La primera ronda de errores

En 1997, el error inicial fue comparar al este asiático


con América
Latina. Las realidades no podrían ser más diversas.
En primer lugar, los países del este asiáticos no
sufrían de inflación y en segundo lugar gozaban de
superávit. El problema residía en el gran
endeudamiento de las empresas.

En pocas palabras, los países asiáticos


tenían muchos elementos para ponderar… y pocos para
criticar.

Políticas contractivas <<hooveritas>>:


una anomalía en el mundo moderno

Al despuntar la crisis, el este asiático estaba


prácticamente en macro equilibrio
–con reducidas presiones inflacionarias y presupuestos
públicos en equilibrio o
superávit–. Esto tenía dos consecuencias
obvias. Una: el colapso de los mercados cambiarios y
bursátiles, la explosión de la burbuja
inmobiliaria, con una caída de la inversión y el
consumo,
precipitarían una recesión. Dos: el colapso
económico derivaría en un colapso recaudatorio, con
la consiguiente brecha presupuestaria. Desde Hoover,
ningún economista responsable ha sostenido que haya que
concentrarse en el déficit actual y no en el estructural,
esto es, el déficit que se registraría si la
economía operase en pleno empleo. Pero
esto fue justamente lo que recomendó el FMI.

Política de <<empobrecerse a uno


mismo>>
De todos los errores cometidos por el Fondo, al más
difícil de hacerle frente fue al hecho de que la entidad
no reconociese las importaciones
internacionales entre los diversos países. Así,
cada país se debilitaba y reducía sus importaciones
a sus vecinos, arrastrando a éstos hacia abajo. Los
países del este asiático exportaban la
recesión.

La única, aunque lamentable solución al


problema, fue reducir las importaciones. Y sucedió: se
produjeron frenazos económicos masivos, rebajando las
rentas, a pesar del superávit comercial que sobrevino
debido a las exportaciones. Así se puedo pagar a los
acreedores extranjeros, pero los países estaban
devastados. Si el objetivo era éste, fue un éxito.
Pero el costo social fue
muy caro. Ésta fue la mayor traición del FMI a su
razón de ser.

Estrangular la economía con altos tipos de


interés

Elevar los tipos de interés alrededor de un punto


porcentual es preocupante. Y justamente, las políticas
fiscales del FMI no recomendaban elevar más de un punto
porcentual… ¡recomendaban elevarlo veinticinco puntos
porcentuales!

El razonamiento parecía simple: al subir los tipos de


interés, un país se volvería más
atractivo para que el capital fluyese. A mayor entrada de
capital, se sostendrá el tipo de cambio
y la moneda se estabilizaría.

Pero el Fondo sabía que el problema del este


asiático radicaba en instituciones financieras
débiles y empresas excesivamente endeudadas. Sin embargo,
se presionó en pro de aplicar una política de altos
tipos de interés, y que luego de ser aplicadas,
sólo exacerbaron estos problemas

El 75% de las empresas en Indonesia se encontraron en


problemas, y en Tailandia el 50% de los créditos contraídos fueron impagos.
Empero, el FMI demostró no tener la voluntad de ayudar a
la región. De hecho quedó probado cuando, en 1997,
Japón
ofreció cerca de 100.000 millones de U$S para la
creación de un Fondo Monetario asiático que
financiara las medidas de estímulos necesarias. El Tesoro
de los Estados Unidos se empeñó en aplastar la idea
y el FMI, lo secundó. La idea era clara: ellos buscan
generar competencia en los mercados, pero no soportarían
una competencia para su institución.

Sin embargo, cuando ya la crisis era desesperante, Japón


volvió a ofertar el dinero para la creación de la
institución asiática, pero esta vez sólo
ofreció 30.000 millones de U$S. Pese al desacuerdo de los
Estados Unidos (que preferían que con ese dinero se
salvara a sus bancos), se fundó el Fondo Monetario
Asiátivo. Desgraciadamente, su ahogo fue inmediato: los
intereses de los norteamericanos eran precisamente los contrarios
a los propuestos por el FMA.

Muchos funcionarios locales quedaron resentidos para con los


Estados Unidos. Por ello hay iniciado un organismo similar, cuyo
nombre, Iniciativa Chang Mai, nos recuerda a la ciudad tailandesa
donde fue lanzado.

La segunda ronda de errores. La reestructuración


chapucera

A medida que la crisis se agravaba, la nueva consigna era la


necesidad de reestructuración.

El tiempo sería testigo de que la


reestructuración fallaría y que empujaría a
las economías más débiles aun más
abajo.

Sistemas financieros

El problema principal del este asiático fue un problema


financiero; el sistema
financiero puede ser comparado con el cerebro de la
economía. Básicamente, asigna el capital a donde
sea más efectivo y genere mayores rendimientos. Asimismo
vigila los fondos para asegurarse de que fueron empleados de
forma comprometida.

Ahora bien, en un sistema macroeconómico al borde del


colapso, los bancos recortan sus financiamiento, lo que provoca que muchas empresas
reduzcan o suspendan su producción. Sin los beneficios de la
producción, las empresas no pueden pagar a
sus acreedores y entran en quiebra.
Así, los balances de las entidades bancarias empeoran y se
provoca un círculo vicioso del que se hace cuesta arriba
salir. Con la sola quiebra de un importante banco, las
consecuencias pueden ser terribles.

El reconocimiento de la importancia de mantener los flujos


crediticios es algo que ha guiado a los que elaboran
políticas económicas para aplicar.

Provocar una carrera bancaria

La reestructuración bancaria consistió en la


elaboración de un plan que separaba
a los bancos en tres categorías: aquellos que
debían se cerrados por su estado patrimonial, aquellos que
debían mantenerse por tratarse de bancos sólidos y,
finalmente, un tercer grupo de bancos deficientes pero
reparables.

Estas categorías se establecía por lo denominado


ratio de apalancamiento, y se les obligó a los
bancos a implementar la reestructuración. Pero, comenta
Stiglitz, que cometieron el tipo de error sobre el que él
advierte a sus estudiantes en el primer curso de
Económicas, llamado la falacia de composición.
Cuando un solo banco atraviesa por ciertas dificultades, entonces
tiene sentido insistirle en que cumpla con el coeficiente, pero
cuando muchos o la mayoría de los bancos tienen problemas,
esa política puede ser desastrosa.

Con el cierre masivo de bancos, se provocaba un serio


problema. Al existir la devaluación de la moneda, se deben
incrementar las exportaciones. Pero las empresas no pueden
producir porque no hay bancos que les otorguen créditos, y así se exacerban los
problemas. En Indonesia, dieciséis bancos privados fueron
cerrados. La verdadera crisis se había hecho
inevitable…

Reestructuración empresarial

Aunque la reestructuración se centró en la


reestructuración financiera, era evidente que los
problemas financieros no serían resueltos si no se
abordaban los problemas del sector empresarial.

Las empresas prácticamente en quiebra, desconocen


cuáles son sus propietarios: si sus dirigentes del momento
o los acreedores. Pero, de parte de ambos existe la
intención de liquidar los activos de
la empresa. En
Estados Unidos y otros países, para evitar esto
último, cuando las empresas suspenden sus pagos, los
tribunales nombran a unos síndicos. Lamentablemente,
Asia
carecía del marco jurídico para llevarlo a
cabo.

Las políticas que entonces aplicó el Fondo


fueron desastrosas. Confundió la
reestructuración financiera (que implica aclarar
quién es el propietario de la empresa y
pagar la deuda y convertirla en capital) con la
reestructuración real (aquello que la empresa debe
producir, cómo producirlo y cómo organizarse para
hacerlo). Cuando muchas empresas se encuentran en problemas, es
crucial la intervención del Estado para garantizar el
bienestar social. Pero, una vez más, el FMI alegó
que el gobierno no debía intervenir, sobre todo en la
reestructuración financiera. Los países, como Corea
y Malasia, que no siguieron dicha recomendación, en dos
años se recuperaron notablemente. Por el contrario, la
reestructuración en Tailandia que siguió la
estrategia del
Fondo, languideció.

Los errores más penosos: el riesgo de la


agitación social y política

El FMI había apostado unos 23.000 millones de U$S para


sostener el tipo de cambio y rescatar a los acreedores; sin
embargo, los subsidios para la alimentación de los
pobres fueron recortados. Mas, tras grandes tumultos (por ejemplo
en Indonesia) los subsidios fueron repuestos. Claro que esta
decisión no evitó el estallido social: si
había dinero, ¿por qué habían
suspendido los subsidios para la alimentación?

La recuperación: ¿vindicación de las


políticas del FMI?

En Wall Street una crisis termina cuando las variables


financieras empiezan a girar. Pero lo verdadero y real es que no
existe una genuina recuperación hasta que los trabajadores
recuperen sus puestos de trabajo y se restauren los salarios al
precio antes de la crisis.
De todo el problema, lo peor es que los errores del FMI,
probablemente, resulten perdurables. Y cuando se habla de la
necesidad de pasar por una senda dolorosa para recuperarse, es
oportuno señalar que el dolor en exceso y per
se para las sociedades y sus economías es
destructor.

Malasia y China

Malasia fue reticente a aplicar las políticas


económicas del Fondo, y aunque las políticas de
derechos humanos
dejaron mucho que desear, las económicas fueron un
éxito. Mahatir –Primer ministro de Malasia–,
sostenía que el Fondo era de poco fiarse, y recibieron
muchas críticas de parte de la comunidad financiera
internacional.

En 1997, un equipo del FMI y el BM fue enviado a evaluar el


sistema bancario del país. Aunque el nivel de
préstamos incobrables era alto (15%), el Banco Central
había tomado acertadas medidas para proteger a los bancos
de quedar expuestos a la volatibilidad de los tipos de
cambio.

Cuando la crisis regional devino en una crisis global, Malasia


comenzó a actuar. La primera medida fue fijar el ringgit a
3,80 por dólar. Se continuó con severas
restricciones a las transferencias al exterior de los capitales
residentes en el país, y se congeló durante doce
meses la repatriación de las inversiones
exteriores de cartera. En el plazo de un año, Malasia
revirtió su situación reestructurando sus bancos y
empresas.

Hoy en día, Malasia está considerablemente mejor


que sus vecinos que aplicaron las políticas del FMI.

Hay escasas pruebas de que


los controles de capital desanimen a los inversores extranjeros
ya que, de hecho, la inversión extranjera, en este caso
concreto,
aumentó.

Algo similar sucedió con China. Al igual que la


India,
aplicó políticas de control de
capitales, y si bien queda mucho aún por mejorar, China es
hoy un país que se encuentra encaminado hacia el
éxito.

Corea, Tailandia e Indonesia

La situación de Corea también era sumamente


preocupante; alrededor del 40% de los créditos eran
incobrables. Sin embargo, Corea no cerró sus bancos como
recomienda a menudo el FMI, y fue así como el Gobierno
coreano cumplió un activo papel en la
reestructuración empresarial.

La gran parte de los analistas tratan la crisis de Indonesia


como un caso aparte, aduciendo que sólo la economía
del país se vio sacudida por desórdenes sociales y
políticos y restándole responsabilidad a las
políticas del Fondo.

Efectos sobre el futuro

En el mundo es muy poca la inversión nueva financiada


con capital nuevo, es decir, el capital que surge de vender
acciones de
una empresa. De hecho, son sólo Japón, Reino Unido
y Estados Unidos los que disponen de una sólida red accionaria, precisamente
porque cuentan con sólidos sistemas legales
y una alta protección a los inversionistas.

Por el contrario, en el resto de los países del mundo,


las empresas dependen del cobro de deudas. La deuda en sí
es riesgosa, y las recomendaciones por parte del Fondo
–como la de la liberización del mercado–, la
hacen aún más.

Fue así como las políticas del FMI llevaron al


deterioro de muchas economías en el mundo…

Explicación de los errores

El Fondo jamás ha aceptado sus errores. Según


Stiglitz, esto se debe, en gran parte, a la soberbia.

No obstante, en Asia abundan


otras teorías, como aquella que concibe que las
políticas recomendadas por el FMI buscan expandir los
ingresos de Wall Street y otros centros monetarios.

Sin embargo, Stiglitz cree en una teoría


más sencilla: el FMI no integra una conspiración
sino que representa y refleja los intereses de la comunidad
financiera internacional.

Una estrategia alternativa

Al provocarse la quiebra de una empresa en los Estados Unidos


se aplica el Código
de Quiebras, que permite una rápida reorganización
de una empresa deteriorada; esto se conoce como "Capítulo
11".

Esto mismo, sólo que de manera más urgente,


debería haberse aplicado en el Este asiático, y de
haberlo hecho la enérgica intervención del Gobierno
hubiese sido prescindible.

Pero la intervención pública debería


haber apuntado a la reestructuración financiera: el
establecimiento de una clara propiedad de
las empresas que les permitiera volver a entrar en los mercados
de crédito. Ello les habría permitido
aprovechar plenamente las oportunidades para exportar que
derivaban de su bajo tipo de cambio. Habría eliminado el
incentivo para liquidar activos; les
habría suministrado fuertes incentivos para
acometer cualquier reestructuración real que fuese
imprescindible –y los nuevos propietarios y administradores
habrían estado en una posición mucho más
cómoda para
dirigir esta reestructuración ya que, como suele decirse,
los burócratas internacionales o locales, jamás han
debido pagar una nómina–. Tal reestructuración
financiera no demanda
costosos rescates.

Como consecuencia, las empresas deberán recurrir a la


autofinanciación, pero también es de carácter
urgente que instituciones internacionales como el FMI
cambien.

Capítulo V: ¿Quién perdió a Rusia? (Pp. 191-234)

Dos fueron las grandes transiciones económicas de


todos los tiempos: la primera cuando Rusia aplicó el
comunismo y la
segunda tras la caída del Muro de Berlín.
Rusia experimentó un gran crecimiento,
después de 1998, basado en la suba del precio del petróleo y
de los beneficios de la devaluación (a la que tanto se
opuso el FMI). Pero como dichos precios han caído y las
ventajas de la devaluación ya han sido cosechadas, el
crecimiento se ha desacelerado.

Pero para llevar a cabo una exitosa transición de la


economía de estado a la economía de mercado, es
necesario comprender que la Revolución
de 1917 apuntó también a un cambio social y
político. De hecho cuando Rusia abrió sus puertas
al mercado global, en las inmediatas y primeras elecciones
democráticas, tras el hecho se observó un creciente
rechazo a los extremistas de la reforma de mercado y subieron al
poder partidos socialdemócratas.

Desafíos y oportunidades de la
transición

En 1989, había en Rusia bancos que canalizaban el


ahorro pero no
decían quién obtenía los créditos;
había empresas que producían, pero les
decían qué producir y se les asignaban insumos y
materias primas para hacerlo.

Pero los gestores de las empresas se las ingeniaban para


cumplir con sus cuotas de producción al tiempo que
conseguían gratificaciones para ellos, lógicamente,
por encima de sus salarios oficiales. Esto dio lugar a la
elusión de la ley, o directamente, su violación, y
todo esto se convirtió en una forma de vida. Se dio
así lugar a la ruptura del imperio de la ley y el aumento
de la prácticas corruptas.

En el sistema soviético había precios, pero eran


establecidos por el Estado. Los bienes de primera necesidad eran
mantenidos artificialmente bajos para que el sector más
pobre de la sociedad escapara de la miseria.

Hace algunos años se pensaba que la economía de


mercado poseía sólo tres ingredientes esenciales:
precios, propiedad privada y beneficios. Pero dejaban de
considerar la relevancia de las instituciones: aquellos entes
legales y reguladores que ordenan los mercados.
En el caso ruso, gradualmente se fue accediendo a una
economía de mercado, pero no sin antes haber fundado los
entes reguladores que mencionáramos en el párrafo
ut supra.

De cualquier manera, Rusia accedió a una


economía de mercado; sin embargo, el nivel de vida
cayó estrepitosamente.

La historia de la
<<reforma>>

Los primeros cambios comenzaron a vislumbrase alrededor de


1992. El grueso de los precios fue liberalizado aunque se
siguieron controlando aquellos concernientes a los recursos
naturales.

La liberización, la estabilización y la
privatización a toda prisa fueron las políticas
pilares del FMI. Pero en el caso ruso, estas tres
políticas se tradujeron en una caída del 60% en la
producción entre 1990 y 1999. Los inversores,
lógicamente, no se iban a arriesgar a invertir en un
país poco prometedor, y a esto se le sumó la fuga
de capitales.

La crisis de 1998

Las importaciones inundaron a Rusia y los productores locales


a duras penas podían competir. La inversión se
había interrumpido y Rusia ya no estaba produciendo bienes
de consumo. A
todo esto se le sumaba el paro "disfrazado": los trabajadores
simulaban trabajar, y los empresarios simulaban pagar. Los
salarios se derrumbaron, y en forma de pago muchos trabajadores
recibían bienes de primera necesidad en vez de rublos.

Se provocó la sobrevaluación del rublo, lo que


benefició a los empresarios: necesitaban menos rublos para
comprar sus Mercedes o carteras Channel.

Fue así como el FMI recomendó al Estado Ruso


endeudarse en dólares, ya que el rublo era más alto
al cambio que la divisa norteamericana. El Fondo suponía
que el Estado ahorraría mucho y esto paliaría en
cierta manera la crisis. Lo que los burócratas del Fondo
no consideraron es que una moneda no está sujeta a un
exclusivo tipo de cambio, y era factible que el rublo llegase a
desplomarse. Llegado este momento, Rusia sería presa de la
debacle.

Como es de esperar, el FMI eligió no contemplar ese


riesgo.

Rescate

La crisis había estallado, y el paquete de ayuda,


conformado de unos 22.600 millones de U$S, estaba a cargo del FMI
(11.200 millones), el BM (6.000 millones) y el resto a cargo del
gobierno de Japón.

Sin embargo, ¿porqué a Rusia se le otorgaban


22.600 millones de U$S a pesar de ser un Estado sumamente
corrupto, y a Kenya le suspendían la ayuda por sus altos
índices de corrupción?

Tiempo después, el Estado Ruso recibió 300


millones más para mantener el tipo de cambio del rublo con
respecto al dólar, lo que constituyó una
pésima política
económica. Si el rublo sobrevaluado dañaba la
economía ¿para qué mantenerlo? Muchos
creyeron que un gran fracaso se aproximaba… y no se
confundieron.

Fracaso

Luego del préstamo, el 17 de agosto de 1998, Rusia


anunció la suspensión de pagos unilateral, la
devaluación del rublo y un mayor control al
movimiento de
capitales, entre otras cosas. El rublo, para enero de 1999
había caído en términos reales un 45% desde
su nivel en los idus de agosto de 1998.

Con la crisis rusa, muchos países latinoamericanos


estuvieron al borde del colapso; incluso el Banco de Reserva
Federal de New York ,
activó un rescate privado para una importante firma rusa,
temiendo que ésta se declarase en banca rota y se
precipitara una crisis financiera mundial.

El tipo de cambio se sostuvo apenas tres semanas y los


oligarcas desangraron de dinero al país en apenas horas, o
pocos días. Los funcionarios del FMI estaban fuera de
sí: creían que su plan funcionaría. Los 300
millones prestados, a los pocos días, se encontraban en
cuentas bancarias
de Suiza o Chipre… El Gobierno Ruso se los había
proporcionado a los oligarcas para que, precisamente, los sacaran
del país.

En cierto sentido, la devaluación ayudó a las


importaciones de ciertos sectores rusos, y finalmente los bienes
producidos en dicho país obtuvieron una saludable cuota en
el mercado local.

Las transacciones fallidas

En el caso ruso, se esperaba que los beneficios de la


transición del comunismo al
capitalismo
fueran mayores a largo que a corto plazo. Sin embargo,
según datos del Banco
Mundial, el PBI de Rusia en el año 2000 era dos tercios
menor al del año 1989. Lo mismo sucedió con Ucrania
y Moldavia, y otros tantos países pertenecientes a la ex
URSS.

Algo similar ocurrió con al calidad y los


niveles de vida, que influyeron en la esperanza de vida,
disminuyendo ésta unos tres años
aproximadamente.

Un salvable y positivo aspecto fue la reducción de


gastos en
materia
militar y armamentística, aunque no se tradujo en un
incremento del bienestar económico social.

Más pobreza y desigualdad

Para caer en la cuenta del incremento de la pobreza en Rusia,


sólo necesitamos de un índice macroeconómico
considerado en distintos años: el índice de la
pobreza. Las personas pobres –es decir, aquellas que viven
con menos de 2 U$S diarios–, en 1989 constituían
apenas el 2% de la población. A finales de 1998, el
índice había trepado hasta el 23,8%.

A lo anterior se le sumaba que más del 40% del


país vivía con menos de 4 U$S diarios, según
informes del Banco Mundial. Lo peor aún era que más
de un 50% de los niños
del país pertenecían a familias pobres.

Como se aprecia, el antiguo régimen suprimía de


alguna manera las diferencias salariales, y aunque no garantizaba
una vida sencilla, evitó la pobreza extrema.

Rusia había logrado una enorme caída de la


actividad y una enorme alza en la desigualdad.

De cómo las políticas equivocadas malograron


la transición

Si bien son muchos los que dirán que sin las


políticas del FMI nuestro mundo sería aún
peor, hemos visto cómo las recomendaciones de la
institución sólo empeoran la situación
macroeconómica de los países, incrementan los
índices de pobreza y desigualdad social, generan
monopolios, propician cierres y liquidaciones de empresas, y
tantas otras graves enfermedades
económicas.

Inflación

Vimos, sí, cómo la rápida


liberización de los mercados provocó un estallido
inflacionario. Y, si bien el FMI siempre presionó para que
se rebajase la inflación, hay algunas buenas razones para
creer que un celo excesivo en la lucha contra la
inflación, puede traer aparejado un ahogo del crecimiento
económico real.

En el caso ruso, en primer lugar, los altos tipos de


interés ahuyentaron la inversión. Al mismo tiempo,
muchas empresas no pudieron expandirse y liquidaron sus activos.
Del mismo modo, los altos tipos de interés llevaron a una
sobrevaluación de los tipos de cambio que abarató
las importaciones pero dificultó las exportaciones.

Con estas rigurosas políticas monetarias, se


benefició al subempleo y al trueque. Así, un
sistema, o un conjunto de ineficiencias, fue reemplazado por otro
peor.

Privatización
¿Por qué "crear" riquezas cuando era mucho
más fácil robarlas? Esto sucedió con las
privatizaciones en Rusia, en las que el FMI tanto
insistió. Con las masivas privatizaciones, que no
interesaba de qué manera se concretaran, quienes
accedían al control de una empresa tenían un
incentivo para robar activos a los accionistas minoritarios. A
todos los niveles había incentivos para
la liquidación de activos.

Básicamente, la privatización consistió


en pasar las entonces empresas públicas a manos de sus
antiguos gestores.

Otro ejemplo de privatización destructiva en poco


tiempo aconteció en 1995. El gobierno ruso carecía
de fondos y, en vez de recurrir al Banco Central en busca de
ellos, recurrió a los bancos privados. Como
garantía de la devolución del préstamo, el
gobierno ofreció acciones de
las empresas estatales. Y sucedió lo lógico y lo
esperado: el gobierno cesó con el pago de los
créditos y los bancos tomaron a las empresas estatales. En
definitiva, algunos empresarios se enriquecieron en segundos
(controlando más del 50% de la riqueza del país), y
a la vez, miles de personas se empobrecieron aún
más.

Todo lo relatado fue propiciado por Yelstin, y obviamente los


empresarios y poderosos deseaban mantenerlo en el poder. Y
así fue como emplearon nuevas técnicas
en las elecciones y le "enseñaron a utilizar un trato
cordial en los medios de
comunicación" (como ellos la dominaban).

El contexto social

En Rusia uno no se enriquecía trabajando duro o


invirtiendo; se enriquecía robando, privatizando o
mediante otras prácticas mafiosas o corruptas. Y fue esto
lo que produjo un descreimiento de la sociedad en su gobierno.
Así, de a poco, se erosionó el capital social, y
menos empresas desearon invertir. El problema ruso era serio.

Terapia de choque

¿Qué era lo ideal? ¿Apresurar la


transición de la economía de estado a la de mercado
o que la misma se llevase a cabo de forma gradual? No sabemos
qué hubiese sucedido de haberse convertido gradualmente a
la economía del país, pero sí sabemos que la
apresurada transformación que se aplicó,
llevó a un desmedido caos en Rusia.

El enfoque bolchevique en la reforma de los


mercados

La historia nos enseñó que ninguna Revolución


radical condujo a buen término. En contraste a las
Revoluciones Francesa y Rusa, la revolución norteamericana
no fue en sí una revolución social sino un cambio
revolucionario en las estructuras
políticas del país.

La revolución económica radical en Rusia condujo


a la eclosión del país: se privatizaron
rápidamente empresas y medios de
comunicación, generando monopolios, más
corrupción y más pobreza…

Capítulo VI: Leyes comerciales injustas y otros agravios (Pp. 235-251)

El rescate a Rusia en 1998 por parte del FMI tuvo la


única intención de mantener a Yelstin en el poder.
Existía, además, un terrible miedo a que Rusia
retornara al modelo
comunista o, en otro caso, fracasara la terapia de choque
–a mayor pobreza y menores rentas, se minaría el
apoyo a las reformas del estado–.

Pero había un grupo de gente y altos funcionarios


del gobierno que se afanaban en diseñar una estrategia de
crecimiento
económico. Sabían que el crecimiento
requería mucho más que la estabilización, la
privatización y la liberización. Reconocían,
por ejemplo, que el elevado tipo de cambio bloqueaba el
crecimiento, pero con una inflación provocada por la
devaluación no se llegaría tampoco a buen
puerto.

Por otro lado, para muchos el esquema de


privatización de préstamos a cambio de acciones se
transformó en algo inaceptable, y consideraron en ese
momento que Estados Unidos debería haber alzado su voz y
pedir mayor transparencia. Pero Estados Unidos no
reaccionó: entonces dedujeron, lógicamente, que
dicho país estaba aliado a la corrupción…

Lo que debió hacerse

Para los intereses a largo plazo de Estados Unidos


habría sido mejor no haber estado involucrado con
líderes concretos y haber brindado amplio apoyo a los
procesos
democráticos.

Sin embargo, una explicación se puede dar: el entonces


presidente Clinton no fue puesto al tanto de todo el abanico de
cuestiones, puntos de vistas y situaciones.

Los intereses de EE.UU. y la reforma en Rusia

Muchos consideraron que las políticas aplicadas y


fracasadas en Rusia no fueron accidentales, sino que los fracasos
fueron deliberados hasta aplicarlos, eliminando a Rusia como una
amenaza hasta un futuro indefinido. Si bien lo antedicho puede
aparentar un escenario algo tétrico, la situación
real no estuvo lejos de ser así.

Se defendieron –como siempre–, los intereses de la


comunidad financiera internacional y, asimismo, los intereses de
Wall Street, cuales son la propiedad privada, la supresión
de la inflación, etc. ·El interés para con
la competencia es más desinteresado, pero con frecuencia
cuando un país pobre tiene algo por exportar a Estados
Unidos, se aplican las numerosas leyes comerciales para construir
alambrados contra dicha exportación. Por ejemplo, si una empresa se
cerciora de que otra (extranjera) vende productos a bajos
precios, puede denunciarla para que le cobren aranceles
especiales.

El caso del aluminio

En 1994 tuvo lugar el hundimiento del precio del aluminio a


nivel mundial. A consecuencia de ello, los productores de Estados
Unidos acusaron a los de Rusia de cometer dumping. La
situación demostraba que nada estaba más alejado de
la realidad. Los productores rusos trataban de vender aquello que
podían a un menor precio si era necesario, porque la
demanda mundial del aluminio
estaba disminuyendo.
Paul O’Neill, líder
de "Alcoa" (importante empresa estadounidense productora de
aluminio), propuso entonces la creación de un cartel
global del aluminio. Los carteles funcionan restringiendo la
oferta lo que provoca un incremento de los precios.
También pretendía hacer uso la legislación
antidumping si no se creaba dicho cartel en otros
países.

Pero los carteles son ilegales: se debe propiciar la


competencia en el sistema económico mundial, y más
aún si se consideraba que Rusia aún peregrinaba por
su transición del modelo
comunista al capitalista.

Empero, el cartel se creó. Durante un tiempo los


precios aumentaron y la situación se estabilizó
pero en 1995 comenzó a quebrase dado el incremento de la
demanda mundial de aluminio.

La seguridad
nacional, en rebajas

En el caso del aluminio los intereses creados prevalecieron


por sobre el objetivo nacional y global de una transición
con éxito. Finalmente, la empresa norteamericana USEC
(United States Enrichment Corporation) le compraría a
Rusia cabezas nucleares desactivadas y las llevaría a
Estados Unidos. El uranio sería desenriquecido de modo que
no pudiera ser utilizado como armamento nuclear (y evitar
así la proliferación nuclear), pero sí como
energía en centrales nucleares. Y una vez más,
Rusia fue acusada de practicar por productores locales de uranio,
de practicar dumping con la venta de uranio.
Como la vez anterior, la acusación no se basaba sobre
algún fundamentos de peso. Tiempo después se
intentó privatizar a USEC, aunque era alarmante que una
vez privatizada cayera en personas deshonestas que propendieran
la proliferación nuclear. La empresa, entonces, adujo que
jamás actuaría en contra de los intereses de su
país. Días después, la empresa se
privatizaba.

Irónicamente, días después de la misma


semana, se conoció públicamente un pacto secreto
entra una agencia rusa y la USEC. Pero la USEC estaba ya
privatizada y pocas eran las probabilidades de que el gobierno
interviniera o el Tesoro de los Estados Unidos intercediera para
no concederle a la empresa la certificación financiera
exigida por la ley para continuar con su normal
funcionamiento.

Lecciones para Rusia

Se los indujo al libre comercio, a


la liberización de los mercados, a las libres
exportaciones, etc. pero se encontraron con barreras y carteles,
monopolios y corrupción.

Se los acusó injustamente luego de haberles aplicado


aquello que les recomendaban. Si los sermones de "Occidente" no
son tomados seriamente en todo el mundo, sería entonces
bueno preguntarse ¿por qué?

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