América Latina en Su Literatura.
América Latina en Su Literatura.
América Latina en Su Literatura.
https://archive.org/details/americalatinaensOOfern
serie
''américa latina en su cultura”
AMÉRICA LATINA
EN SU
LITERATURA
coordinación e introducción
de
CÉSAR FERNÁNDEZ MORENO
m
siglo
veintiuno
editores
sa
primera edición, 1972
publicado conjuntamente por
siglo xxi editores, s. a.
gabriel mancera 65 — méxico 12, d. f.
y
unesco
7, place de fontenoy
75700 parís
© unesco 1972
IS B N-92-3-301025-2
PREFACIO 1
II. LA LITERATURA Y LOS NUEVOS LENGUAJES, POR JUAN JOSÉ SAER 301
1. Influencia de los "mass-media' en la literatura 301
a] Irreversibilidad de la situación, 301; b] Influencias múltiples, 303;
c] El periodismo, 305; d] La "modernidad", 306; e] Un procedimiento
frecuente, 308; f] El cine, 309
2. Influencia de la literatura en los "mass-media" 310
3. Irreductibilidad profunda 313
a] Una fuerza de detención, 313; b] Lo singular y lo genérico, 315
VIII INDICE GENERAL
BIBLIOGRAFÍA 469
Bibliografía general 469
Bibliografías particulares 470
Parte primera, 470; Parte segunda, 475; Parte tercera, 475; Parte
cuarta, 479; Parte quinta, 482; Parte sexta, 483
ALEGRÍA, FERNANDO
BENEDETTI, MARIO
* Abreviaturas: (a) antología, (c) cuentos, (e) ensayo, (n) novela, (p) poesía, (r) reco-
pilación, (t) teatro.
[XI]
XII NOTICIA SOBRE LOS COLABORADORES
video, 1959; La tregua (n), Montevideo, 1960; Literatura uruguaya del
siglo xx, Montevideo, 1963; Gracias por- el fuego (n), Montevideo, 1965;
Letras del continente mestizo (e), Montevideo, 1967; La muerte y otras
sorpresas (c), México, 1968; Inventario 10 (r de p), Montevideo, 1970;
El cumpleaños de Juan Ángel (p), México, 1971. Dirige el Centro de Inves-
tigaciones Literarias de la Casa de las Américas (La Habana).
CAMPOS, HAROLDO DE
CÁNDIDO, ANTÓNIO
HOUAISS, ANTONIO
JITRIK, NOÉ
NÚÑEZ, ESTUARDO
ORTEGA, JULIO
PRIETO, ADOLFO
SARDUY, SEVERO
SUCRE, GUILLERMO
XIRAU, RAMÓN
cotisecuencia, tanto las reuniones realizadas como las que están en vías de
realización para cada disciplina son integradas atendiendo a su consejo.
Como resultado de la básica reunión de Lima, la Unesco estableció tam-
bién que el estudio debería iniciarse por la literatura, seguir por la arquitec-
tura y el urbanismo y continuar por las artes plásticas y la música. De este
modo, los principios generales sentados en Lima fueron luego ratificados
y particularizados por las reuniones de San José de Costa Rica de 1968 (en
lo que se refiere a la literatura), por la de Buenos Aires de 1969 (por lo que
toca a la arquitectura y el urbanismo), por la de Quito de 1970 (en lo que res-
pecta a las artes plásticas) y por la de Caracas de 1971 (en lo que concierne
a la música).
A partir de la reunión de Lima inclusive, los expertos han actuado en sus
respectivas reuniones a título individual y sin representación ni de su país
ni de las instituciones a que pudieran pertenecer. Han sido convocados, di-
gamos así, en su carácter d.e representantes de América Latina toda, ya que
el proyecto apunta precisamente a definirla como una totalidad. En los años
inmediatamente próximos, el estudio proseguirá con las artes del espectáculo
para culminar con una historia social y cultural de las ideas. En este último
coloquio se procurará realizar un esfuerzo de síntesis que, en alguna forma,
coordine y corone todos los anteriores estudios particulares.
Cada una de estas reuniones ha recomendado muchas medidas y muchas
iniciativas, pero se ha resuelto en todas ellas, por unanimidad, realizar una
serie de estudios ensayísticos que ha sido llamada con el título general de
“América Latina en su cultura”. Esta serie se inicia con este volumen y se-
guirá con otros que se llamarán “América Latina en su arquitectura”, “Amé-
rica Latina en sus artes”, y así sucesivamente. Si, de este modo, la Unesco
logra concentrar en seis o siete volúmenes de tipo ensayístico una visión com-
pleta de América Latina a través de su producción cultural, considero que
habrá aportado al mundo una importante obra destinada a facilitar la com-
prensión de esta gran región.
Se ha deseado llamar para la realización de esta obra colectiva a los más
lúcidos críticos de América Latina, y para ello cada reunión ha asesorado a la
Unesco sobre las personalidades que pueden colaborar en la redacción de cada
obra sobre cada una de las materias de estudio. Sus trabajos particulares
son luego coordinados por la Secretaría, con la ayuda de otros expertos (rela-
tores y revisores de cada obra). A través de este matizado procedimiento, la
Unesco busca garantizar, a la vez, la objetividad y la unidad de la obra em-
prendida, procurando que ella no sea la mera suma de una serie de volunta-
des individuales sino el resultado de un equipo diverso pero homogéneo. En
lo que se refiere a “América Latina en su literatura”, todo el proceso finalizó
en el segundo semestre de 1970.
Dentro de la Secretaría de la Unesco, el conjunto de este proyecto quedó
radicado en el Departamento de Estudios, Desarrollo y Difusión de las Cul-
turas, pertenecientes al Sector de Ciencias Sociales, Ciencias Humanas y
Cultura. Y en este Sector ha estado a cargo del especialista de programa
PREFACIO 3
NOTA: LOS criterios y opiniones de cada autor son, desde luego, personales, y no expre-
san necesariamente los de la Unesco.
Introducción
1
G. W. F. HEGEL
Y bien: ha pasado siglo y medio desde que Hegel hizo su profecía sobre Amé-
rica, mientras estaba diciendo que se negaba a hacerla. Lo que para él era
porvenir ya es presente para América; el continente que para él era natura-
leza es historia ya. Él hablaba de América del Norte y América del Sur: en
la del norte se implanta actualmente la nación más fuerte del mundo; la del
sur, bajo su nombre actualizado de América Latina, representa una de las
ideas más dinámicas del mundo actual. Una serie de factores la han promo-
vido al primer plano de la expectación pública: el primero, la explosión de-
mográfica, aceptando esa etiqueta tecnológica aplicada al hecho de nacer; su
crecimiento continental es el mayor del mundo: 2.9% anual. Actualmente,
cuenta con más de 270 millones de habitantes, irregularmente distribuidos en
21 millones de kilómetros cuadrados. Esta explosión, que se produce en el
contexto económico llamado subdesarrollo, amenaza transformarse, a su vez,
en explosión política. Pero lo que ahora nos interesa específicamente es que
a partir de esta cadena de explosiones, o explosión en cadena, América Latina
va anticipando otra: la cultural.
Y, sin embargo, la expresión América Latina sigue siendo notoriamente
imprecisa. ¿Qué es la América Latina? En primer término, ¿por qué ¡atina?
Toda la latinidad comenzó en el Lacio, pequeño territorio adyacente a la ciu-
dad de Roma, y fue creciendo en círculos concéntricos a lo ancho de la his-
toria: primero hasta abarcar el conjunto de Italia, ampliándose luego a la
parte de Europa colonizada por el Imperio romano, restringiéndose después
i Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, traducción por J. Gaos, t. i,
Madrid, 1928, Revista de Occidente.
[5]
6 INTRODUCCIÓN
a los países y zonas que hablaron lenguas derivadas del latín, y transportán-
dose por fin al continente americano que esos europeos habían descubierto
y colonizado. De este modo, América Latina resultaría ser el cuarto anillo de
esa prodigiosa expansión.
Entre las naciones que realizaron el descubrimiento, conquista y coloniza-
ción del nuevo continente, tres eran lingüísticamente latinas: España, Portu-
gal y Francia. La más vasta concepción histórica de la región, por lo tanto,
debería englobar todas las tierras del nuevo continente que hubieran sido po-
bladas por esas potencias, opuestas en bloque a la América anglosajona, con-
centrada en el norte.2 "Ya en los finales del xix —dice Estuardo Núñez—
empieza a diferenciarse entre lo norteamericano y lo latinoamericano, a raíz
de haberse producido el fenómeno político de la independencia del norte...
Empiezan a usarse entre los escritores franceses sobre todo (y acaso entre to-
dos los europeos) denominaciones nuevas para las cosas de América no sa-
jona: états latins d’Amérique que luce ya en un libro de 1882, peuples latino-
américains, démocraties latines de VAmérique.. . ”3 Estas nuevas expresiones
remiten a un concepto que es a la vez racial, cultural y político. Pero ocurre,
como lo hace notar el mismo Núñez, que vienen a sustituir a otras que tenían
un contenido meramente geográfico : Amériqne méridionale, Amérique septen-
trional, Amérique du Sud, Amérique australe. Se crea así el primer equívoco
sobre la latinidad de esta América: en el concepto geográfico, la expresión
queda reservada al subcontinente meridional, básicamente iberoamericano (es-
pañol y portugués); en el nuevo, caben también los franceses radicados en
América del Norte.
Con respecto a la composición actual de la América Latina, José Luis Mar-
tínez puntualiza que "es algo más compleja que el simple esquema que sub-
sistía hasta mediados del siglo. El conjunto original de veintiún países subsiste
(Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, República Do-
minicana, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá,
Paraguay, Perú, Puerto Rico, El Salvador, Uruguay y Venezuela). Sin embargo,
Puerto Rico es un Estado Libre Asociado a los Estados Unidos y los puerto-
rriqueños tienen la ciudadanía estadounidense. Después de 1960 se han creado
cuatro nuevos países: Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago y Guyana, de
lengua inglesa predominante, que forman parte del British Commonwealth of
Nations".4
Como se ve, el balance a que nos lleva la idea de la latinidad desborda esa
misma idea. Si ensayamos ahora restituirnos a la originaria posición del hom-
bre americano, el adjetivo de América Latina se diluye en la contingencia his-
tórica y nos encontramos sumergidos en la sustancia humana propia del sus-
2
Es curioso recordar que esta división básica se da también en el orden geológico:
América del Norte y América del Sur no estuvieron unidas en su nacimiento. La primera
integró el continente llamado Laurentia, junto con Groenlandia y parte de las islas britá-
nicas (islas donde muy luego tomará origen lo anglosajón en América); mientras que Amé-
rica del Sur integró el Gondwana, con África, Australia, parte de Asia y la Antártida (reivin-
dicada hoy por los estados australes de América Latina).
3
Lo latinoamericano en otras literaturas, cap. v de la primera parte de este libro.
4
Unidad y diversidad, capítulo iv de la primera parte de la presente obra.
INTRODUCCIÓN 7
AL SUR DE UN RÍO
Dentro de tal complejo de tensiones en América Latina, son casi infinitas las
posibilidades de acciones y reacciones y, correlativamente, la tentación intelec-
tual de subsumir sus problemas en otros próximos o análogos. El gran ensa-
yista argentino Martínez Estrada, por ejemplo, tiende a asimilar los problemas
latinoamericanos con los africanos, y subraya los “factores de la vida nacional
pertenecientes a un tipo de historia al que no convienen los patrones que ha-
bíamos tomado antes del modelo, y sí los de los países africanos donde la es-
clavitud y la servidumbre le presentan al observador perspicaz, con similitudes
universales y típicas, formas de vivir comunes a los pueblos que aparente-
mente ejercen su soberanía".5
La idea de la región se nos vuelve así más problemática a medida que
intentamos adentrarnos en ella. El sociólogo Gino Germani señala dos con-
cepciones polares, “diametralmente opuestas entre sí, pero coincidentes en
acordar una existencia real a América Latina". La primera “insiste sobre el
carácter latino, o griego romano, cristiano, hispánico o ibérico del subconti-
nente americano". En la segunda, “América Latina es vista como una unidad
no solamente en términos culturales y sociales, sino también —y sobre todo—
en términos políticos... el factor unificante se origina en un objeto externo,
antagónico y amenazante”. Si bien en la primera de estas hipótesis el factor
central parece ser cultural y en la segunda político, debe observarse que am-
bas están limitadas por otro que es geográfico: en la primera se habla del
“subcontinente americano", en la segunda de un “objeto externo".6
Estas peticiones de principio son casi inevitables en toda conceptualiza-
ción de América Latina. Tampoco serviría un criterio meramente racial, que
opusiera los latinos a los anglosajones. Y esto no sólo por la presencia de los
indios, de los africanos y de los variados inmigrantes ulteriores, sino también
por la inescindible mezcla de todas esas razas que se da ejemplarmente en
muchas islas de las Antillas, donde se confunden bajo la amplísima denomina-
ción de latina las sangres indígena, hispánica y africana (un caso detonante
es Haití, país de mayoría negra y donde se habla francés). Y asimismo por la
indudable penetración racial y social de los latinos en la zona sur de los
Estados Unidos; en este caso, la América Latina va invadiendo desde abajo
a la anglosajona, merced a una especie de capilaridad demográfica que sube a
través de Puerto Rico, México, Cuba, y parecería que tiende a. compensar,
a base de fertilidad, los territorios latinos que fueron perdidos durante el
período formativo de las nacionalidades.
Tampoco sería aceptable una concepción puramente lingüística que predi-
cara como América Latina la que forman aquellos países que hablan español
o portugués. José Luis Martínez recuerda que "de los 254.4 millones de habi-
tantes que forman la población de América Latina (1968), 164.2 millones, o
5
Ezcquiel Martínez Estrada, Prólogo inútil a su Antología, México, 1964, Fondo de Cul-
tura Económica.
6
Gino Germani, América Latina existe y si no habría que inventarla, en revista Mundo
Nuevo, núm. 36, París, 1969.
INTRODUCCIÓN 9
sea el 64.5 %, hablan español; 85.6 millones hablan el portugués en Brasil,
o sea el 33.4 %, y el resto el francés y el inglés”.7 El residual 2.1 %, en efecto,
habla francés o inglés y aun holandés (Curazao, Surinam). Y no sólo se opone
a toda simplificación esta pluralidad de lenguas occidentales, sino también
la supervivencia de las lenguas precolombinas (hay un país que es bilingüe: el
Paraguay). Por análogas razones, debería rechazarse también una concepción
religiosa que opusiera el catolicismo de América Latina al protestantismo de
las colonias anglosajonas (aproximadamente la cuarta parte de Estados Uni-
dos es católica).
A pesar de esta intrincación conceptual, el mundo contemporáneo redes-
cubre con nuevo deslumbramiento este complejo que insiste en llamarse
América Latina, entidad todavía no definida, pero que presenta a simple vista
la consistencia de lo real. Si profundizáramos en busca de las raíces de esta
ostensible unidad, su historia suministra esta primera nota: sucesiva depen-
dencia del conjunto respecto de una potencia exterior. Primero, de las monar-
quías ibéricas; cuando ellas caen, los ingleses y luego los norteamericanos
erigirán a expensas de América Latina sus imperios sucesores, no ya en lo
político, pero sí en lo económico.
Esta nota de dependencia sería, acaso, la primera a considerar para deter-
minar el fugitivo concepto de América Latina. Y, la segunda, su inmersión en
la más fuerte polaridad histórica de la actualidad: el abismo que se abre
entre los países ricos y los pobres; oposición más vasta que la anterior, pero
no contradictoria con ella, ya que se ilustra en el conjunto de las Américas,
donde la anglosajona es la rica y la latina es la pobre. Estos dos criterios se
complementan y confirman por un tercero más elemental: el geográfico, en
que se apoyan, expresa o tácitamente, todos los que hasta ahora hemos com-
pulsado. América Latina sería toda aquella tierra americana que queda al sur
del río Grande o Bravo (que marca el límite de Estados Unidos con México).
La habitualidad de esta expresión {al sur del río Grande, o Bravo) sería prueba
de su veracidad: al sur de este río existe cierta homogeneidad cultural, polí-
tica, social, lingüística, religiosa.
Se han señalado repetidamente los tres incentivos que llevaron a los españoles
a colonizar América: el impulso guerrero adquirido al reconquistar su propio
territorio de manos árabes; el misticismo misional católico; la codicia (de
oro, de esclavos, de mujeres). Entre estos móviles, cada historiador, cada
ensayista, destaca el que más impresiona a su sensibilidad, pero no hay duda
que el conjunto de los tres factores aducidos es el que determina ese proceso
que habría de integrar el mundo, prácticamente, con la mitad que de él
faltaba.
7 Capítulo citado.
10 INTRODUCCIÓN
8
Citado por F. A. Kirpatrick, Los conquistadores españoles, Buenos Aires, 1940, Espasa-
Calpe Argentina.
9 lbid.
INTRODUCCIÓN 11
Del hecho mismo del descubrimiento había nacido ipso jacto una cul-
tura mestiza, no sólo por la amplia simbiosis de razas a que obligó la ausen-
cia de mujeres en las expediciones españolas, sino por la interpenetración
mental que la comprensión recíproca exigía. Los españoles debían explicar
a los americanos qué era Europa, y qué era América a los europeos. Los
indios primero y los mestizos después debieron modificar la conciencia que
de sí mismos tenían como americanos. La solución a aquella falsa opción en-
tre lo americano y lo europeo consistió en ser ambas cosas, en ser mestizo,
real o metafóricamente: es decir, el hombre europeo modificado por América
y viceversa. Triunfa así en la cultura superior latinoamericana una concep-
ción sintética de sí misma, donde se reconocen no sólo los aportes de las
culturas autóctonas, sino también los de las culturas europeas descubridoras,
la fundamental aportación africana que llega a América a través de la escla-
vitud, y por último el refrescamiento de las fuentes universales implícitas en
los movimientos inmigratorios del siglo xix.
"El Nuevo Mundo —dice Paul Rivet— ha sido, desde la época prehistórica,
un centro de convergencia de razas y pueblos... Es en verdad curioso que
el período histórico de la evolución americana no sea sino repetición de los
sucesos étnicos que condicionaron su poblamiento. Desde que fue descubier-
ta, América ha seguido siendo un foco de atracción para los pueblos y razas
más diversos, igual que lo fue durante su larga población precolombina."11
De esta manera, la posible ascendencia asiática y oceánica de todos los pueblos
americanos, y la posible integración geográfica inmemorial de América con
África, son datos que vendrían a encuadrar en su campo máximo la universa-
lidad de América: algo así como un anticipo del mundo futuro, donde, más
allá de las razas y las culturas, el hombre será uno.
EL ESTUDIO DE LA UNESCO
Paul Rivet, Los orígenes del hombre americano, México, 1960, Fondo de Cultura Eco-
nómica.
INTRODUCCIÓN 13
res del proyecto a sentir y expresar su región como una unidad cultural,
lo que ha favorecido en ellos el proceso de autoconciencia que el proyecto
entiende estimular, ya que sólo los intelectuales latinoamericanos son lla-
mados a participar en él;
b) considerar la región a partir de su contemporaneidad, remontándose en el
pasado, eso sí, cuanto sea necesario para comprender el presente. Este
recaudo ha obligado a los colaboradores a enfrentar las ardientes cuestio-
nes de la actualidad, en cuanto suceden en la región o tienen repercusión
en ella.
Si algún inconveniente se deriva de estos criterios, sería meramente la
contrapartida de sus ventajas. El carácter de autorreconocimiento que el es-
tudio asume, lo priva de la visión acaso más objetiva que podrían aportar los
críticos exteriores a la región. La consideración de América Latina como un
todo obliga a dejar de lado o por lo menos a disminuir la atención sobre las
características más localizadas. El enfoque preferente sobre lo contemporáneo
lleva quizá a olvidar otros valores realizados en la región a lo largo de su
historia.
Dentro de estos parámetros, arribamos así a la presentación de este libro,
el primero de la serie América Latina en su cultura. Es aquí donde debemos
señalar el acierto que significa la adopción de dicho título, cuya estructura
se repetirá en todas las obras de la serie, a partir de la presente América La-
tina en su literatura. Por cierto que lo más significativo de esta construcción
no radica en los sustantivos que la integran, sino en la preposición "en". Ella
significa claramente que el objeto de este autoestudio no es la cultura en sí,
los estilos y su evolución, el inventario de las obras realizadas, sino, precisa-
mente, América Latina misma en o a través de esas manifestaciones culturales.
Como prioridad inicial para el estudio de la cultura latinoamericana, la
reunión de Lima fijó la literatura, considerando que ésta no es más que una
forma intensa del lenguaje, que es a su vez el medio comunicativo más directo
y profundo de que el hombre dispone. El rumbo no podía ser más acertado:
los escritores de esta región, por así decirlo, no tienen más remedio que ex-
presar el mundo que los circunda y se les impone, creciente y búhente, mundo
de contradicciones y desgarramientos, de contemplación y acción aniquila-
doras.
Este fenómeno no es, acaso, más que la manifestación de otro más general,
descrito por el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro: sucede en nuestros días,
tal como ha sucedido en todos los momentos de grandes cambios históricos
(en el Renacimiento o en los procesos de emancipación del siglo xix), que
"una nueva ola de creatividad intelectual y de conciencia posible se expresa
críticamente en el mundo de los pueblos desheredados".12 De esta manera,
el multiforme lenguaje de América Latina deviene una literatura cada vez más
crítica, más potente, más universal.
En 1957, sin embargo, el escritor argentino Enrique Anderson Imbert en-
juiciaba así la crítica literaria de la región: "Naturalmente, lo que abunda es
12 Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización, t. 1: La civilización occidental y noso-
tros. Los pueblos testimonio, Buenos Aires, 1969, Centro Editor de América Latina.
14 INTRODUCCIÓN
13
Citado por Guillermo Sucre, El cuestionamiento, cap. n de la tercera parte de este
libro.
14 Ibid.
15
En la reunión de Lima, juntamente con Alfredo Picasso de Oyagüe, tuve el honor
de colaborar con Roger Caillois; en la de San José tuve la responsabilidad de re-
presentar al Director General de la Unesco. En cuanto a mis tareas de “editing”, no me
hubieran sido posibles sin el constante apoyo de las autoridades competentes en el sector
respectivo de la Unesco, y muy especialmente el de N. Bammate, director de la División
de Estudio de las Culturas. También conté con la valiosísima cooperación del relator de
la obra Julio Ortega y del revisor Héctor L. Arena, y con la paciente colaboración de los
autores de cada capítulo de la obra. A lo largo de ella, deberán disculparse algunas men-
ciones a mi obra literaria personal, que algunos de los coautores no han creído del caso
omitir, ni las autoridades de la Unesco eliminar.
INTRODUCCIÓN 15
baño José Antonio Portuondo, los uruguayos Ángel Rama y Emir Rodríguez
Monegal.
A partir de las recomendaciones de esta reunión de críticos, se constituyó,
a su vez, la actual lista de autores, en la que, además de un sostenido criterio
cualitativo, se ha procurado respetar la división regional sugerida por la reu-
nión de Lima. Doce nacionalidades de América Latina están así representadas
por los autores de esta obra: en tal forma, los autores han resultado equili-
bradamente distribuidos como para ofrecer los puntos de vista y concepcio-
nes propios de cada una de sus zonas, aunque siempre aplicadas al conjunto
de América Latina.
La globalidad de la visión regional se obtiene, en última instancia, por com-
pensación: puesto que no es posible exigir su preexistencia en cada escritor
elegido, la delimitación fijada por la reunión de Lima actúa a manera de
cámara compensadora; la visión metódicamente total de cada escritor se des-
compensará de hecho hacia su subregión tanto como en los otros hacia las
suyas. El resultado final de esta azarosa operación podrá ser, esperamos, esa
visión global sin la que este libro perdería parte de su sentido.
Sin buscarlo, y como simple resultado de las decantaciones descritas, se ha
llegado también a una cierta unidad generacional. Predominan entre los
autores dos grupos, nacidos respectivamente en torno al año 1920 el primero
y en torno al año 1930 el segundo, cuyos representantes integran lo que en
algunos países de la región han sido llamadas, sin excesiva precisión pero con
cierta veracidad, generaciones de 1940 y 1950. Sean ejemplo de la primera:
Alegría, Cándido y Martínez, nacidos en 1918, Benedetti en 1920, Rodríguez
Monegal en 1921; y de la segunda: Jitrik y Prieto nacidos en 1928, Bareiro
Saguier y Fernández Retamar en 1930, de Campo en 1931 y Sucre en 1933. Es-
tos dos grupos básicos se apoyan en algunos maestros de más edad y se pro-
yectan hacia el futuro en algunos escritores más jóvenes.
Las partes y capítulos en que los expertos sugirieron dividir la obra —con
las modificaciones y adiciones que fueron dispuestas por la Secretaría— son,
finalmente, las que siguen:
i. Una literatura en el mundo. Sus seis capítulos muestran la irrupción
o "mayoría de edad" de la literatura latinoamericana en el panorama mun-
dial: se analizan los encuentros de culturas en la región, su pluralidad lin-
güística, su impacto en otras literaturas.
II. Rupturas de la tradición.
Se precisan los puntos en que la literatura
latinoamericana comienza a renovarse mediante la reelaboración de las acti-
tudes tradicionales o la invención de otras nuevas: recreación del barroco,
crisis y nuevas formas del realismo.
ni. La literatura como experimentación. Con un criterio más especializado
que en la segunda parte, los capítulos de esta tercera señalan los aspectos
donde la nueva literatura latinoamericana se lanza a experimentar, cuestionan-
do las estructuras vigentes, y entre ellas las de la propia literatura.
iv. El lenguaje de la literatura. Estudia el ensanchamiento del concepto
del lenguaje literario, la entrada de nuevos lenguajes en la literatura, y la de
ella en otros lenguajes, y finalmente, la mayor intercomunicación de que go-
16 INTRODUCCIÓN
zan las distintas zonas de América Latina como consecuencia de esta acción
literaria.
v. Literatura y sociedad. Se señalan aquí las relaciones fundamentales de
la literatura con su medio: literatura y subdesarrollo, situación del escritor.
vi. Función social de la literatura. Esta última parte de la obra pone en
más detallada conexión los conceptos de literatura y sociedad planteados por
la anterior: la influencia de la literatura, los conflictos generacionales. Un
capítulo final expone la imagen general que de América Latina se puede ex-
traer, a través de su literatura.
En su conjunto, este plan constituye una tentativa de aprehensión, que
acaso podría llamarse existencial, de América Latina a través de su expresión
literaria. El proceso de esta expresión es considerado a lo largo de todas sus
etapas:
a) el escritor, su situación en la sociedad, las actividades paraliterarias
y extraliterarias a que debe dedicarse por vocación o por necesidad de sub-
sistencia;
b) el medio social donde vive este escritor, y de donde extrae los mate-
riales para su elaboración literaria;
c) la obra literaria en sí, con un criterio estético, filológico y estructural;
d) la repercusión de esta obra en sus destinatarios: los hombres en par-
ticular y la sociedad en general, analizándose todas las implicaciones socio-
económico-políticas de esta última parte del proceso.
Correlativamente, todos los métodos críticos han sido admitidos: los que
fijan su atención en el escritor y su medio, en la obra misma o en sus desti-
natarios. Pero esencialmente, la vía ensayística, con lo que el ensayo tiene de
poético —esto es, de intuitivo, de adivinatorio— nos ha parecido el más ade-
cuado para encarar esta realidad fluida, móvil, que es hoy la América Latina.
No se espere, pues, un rigor científico, una precisión sociológica o estética,
una ordenación histórica, sino el nervioso saltar del pensamiento sobre una
realidad que también se desplaza imprevisiblemente, como un potro sin domar.
De acuerdo con una actualizada concepción de la crítica literaria que la
obra misma procura no sólo explicar sino ejemplificar, se ha buscado además
que los autores elegidos unieran la capacidad creativa a sus conocimientos
críticos. Por estos caminos, la Unesco ha logrado, quizá, hacer una obra de
crítica literaria que es, a la vez, una obra literaria.
CONCLUSIÓN Y COMIENZO
Encuentro de culturas
1
Véase Mariano Morínigo, Sobre la autonomía de la literatura hispanoamericana, en
Estudios sobre nuestra expresión, Tucumán, ed. del Cardón, 1965, pp. 73-82.
2
A los efectos de facilitar la explicación centramos el análisis en Hispanoamérica, con
la aclaración de que las conclusiones son absolutamente válidas para establecer las rela-
ciones entre la literatura brasileña y la portuguesa.
ENCUENTRO DE CULTURAS 23
2] EL PROBLEMA LINGÜÍSTICO
11 Citas de Los colores del estandarte, artículo publicado en La Nación de Buenos Aires
(27 de noviembre de 1896), reproducido en E. Anderson Imbert, Los orígenes de Rubén
Darío, Buenos Aires, CEAL, 1967.
28 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
12
A. Cándido, Introducción a la literatura de Brasil, Caracas, Monte Avila, 1968.
13
R. Depestre, Problemas de identidad del hombre negro en las literaturas antillanas,
en Casa de las Américas, núm. 53, La Habana, marzo-abril de 1969.
ENCUENTRO DE CULTURAS 29
“Cuánto más ‘auténtica’ nos parece... la poesía del cubano Nicolás Guillén,
que con tanta brillantez expresa el África viva, pero viva en las encantadas
islas de América, uniendo las onomatopeyas y el vocabulario africanos con la
jerga de los bajos fondos o el castellano criollizado, los ritmos sonoros de los
tambores yorubas con las voluptuosas melodías del Caribe”.14 Bastide con-
sidera que “las culturas afroamericanas no sólo no están muertas sino que
continúan radiando su influencia e imponiéndose a los blancos”.
El indigenismo literario que surge en la novela hispanoamericana hacia la
década del 20 al 30 tuvo desde el punto de vista de la expresión una actitud
más timorata y deslavada que el negrismo. En efecto, pese a la ideología de
reivindicación del indio, su lenguaje ha seguido siendo el del modernismo,
con los matices de la evolución operada por la presencia del realismo-natura-
lismo. Se emplearon palabras, se mechó la escritura con expresiones más o
menos indígenas, pero el criterio de selección en gran medida continuaba orien-
tado por el exotismo modernista. La simpatía por el indio no sobrepasó el
cuadro de un interés superficial, desconocedor de los elementos constitutivos
reales de su cultura.
Horacio Quiroga, que no era indigenista sino de extracción modernista, sí
supo captar, aunque tímidamente aún, el aliento del guaraní, lengua hablada
por la mayoría de los personajes en sus cuentos de la selva misionera. Pero
quien hace estallar la lengua narrativa latinoamericana con la carga explo-
siva que tiene la palabra mítica de los indios, es Miguel Ángel Asturias. Pe-
netrando en la raíz de la cultura maya-quiché, pone en evidencia el valor
mágico que tiene el verbo en esa civilización, transformador de todas las
cosas. Es más, asumiendo esa función sagrada, trasponiéndola al plano de la
creación literaria, Asturias exalta el poder del lenguaje, de un lenguaje que
no obedece sino a sus propias leyes. Es la creación por y en la palabra, tal
como la conciben las culturas amerindias. La obra de Asturias —y su momen-
to culminante, Hombres de maíz— es el ejemplo más evidente del aporte
cultural indígena a la lengua literaria hispanoamericana.
Otros dos escritores contemporáneos acusaron el mismo impacto que
Asturias, aunque de manera más discreta, más subterránea: José María Argue-
das y Augusto Roa Bastos. Peruano el primero, su idioma materno fue el
quechua; en su obra, recreadora del mundo maravilloso del indio serrano, se
expresa en español trasvasado en moldes de la lengua aborigen. Arguedas tra-
ta de definir así su instrumento expresivo: “.. .escribí en un tipo de castella-
no que es una especie no de mezcla pero sí de estilo, en el cual el espíritu, las
características del quechua están bastante vibrantes, están muy claras en el
estilo castellano”.15 Mario Vargas Llosa explica mejor este “tipo de castella-
no”: “La solución residía en encontrar en español un estilo que diera por su
sintaxis, su ritmo y aun su vocabulario, el equivalente del idioma del indio”.
Y señala uno de los procedimientos para conseguir esa equivalencia: “la rup-
tura sistemática de la sintaxis tradicional, que cede paso a una organización
u* M. Vargas Llosa, José María Arguedas y el indio, en Casa de las Américas, núm. 26,
La Habana, octubre-noviembre de 1964.
17
Antonio Tovar, Español y lenguas indígenas, algunos ejemplos, en Presente y futuro
de la lengua española, Madrid, Cultura Hispánica, 1964.
ENCUENTRO DE CULTURAS 31
is Carlos Fuentes, Situación del escritor en América Latina (Conversación con Emir
Rodríguez Monegal), en Mundo Nuevo, núm. 1, París, 1966.
32 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
la fuerza poética del novelista, que usa las palabras más como estímulos,
incitaciones en movimiento, que como nominaciones fijas.
*
3] EL PROBLEMA TEMÁTICO
lización mítica del negro, cuya condición sin embargo constituía un problema
real; el indio no era sino una abstracción. No le faltó sinceridad, pero tampoco
pudo eludir la ideología humanitarista de su época —la esclavitud como un
episodio lamentable en el “drama del destino de la historia”—, y así vio al
negro con la óptica grandilocuente y superficial de Victor Hugo, su maestro.
que proyecta sobre los problemas reales del indio, como elemento marginado
en una sociedad clasista. Ya se vio el resultado poco convincente que el indi-
genismo dio en el plano lingüístico. También como tema adoleció de fallas
innegables: su maniqueísmo caricatural; la posición eminentemente humani-
tarista que intentaba defender a los indios de la explotación, condenando si-
multáneamente con el mismo gesto su cultura, por el proyecto de igualación
y de integración en la sociedad “blanca" que el mismo entrañaba. El contra-
sentido era previsible: el indigenismo se basaba en los criterios etnocentris-
tas clásicos de Occidente. Los autores que superaron esos esquemas —Argue-
das, Asturias— son los que ponen de manifiesto las pautas de la cultura indí-
gena mediante una valorización de la vigencia propia que tienen las coordena-
das de esas civilizaciones.
Otra ocasión en que el encuentro cultural problemático como tema se ma-
nifiesta en la literatura latinoamericana, ocurre cuando aparece la cuestión
negra. Ya vimos el nacimiento del negrismo como vehículo expresivo de rit-
mos africanos. Posteriormente surge “la negritud", que trata de explicarse
la raíz profunda del resultado de ese choque cultural. Este movimiento re-
procha al negrismo no haber retenido sino el aspecto superficial y folklórico
de la “condición de los negros en América".22 Pregona una rebeldía capaz de
dar cuenta de una “búsqueda de la identificación". La más lograda es la lite-
ratura antillana, sobre todo en lengua francesa; en lengua española cabe citar
a escritores como Nicolás Guillén y Adalberto Ortiz. La posición ética de la
negritud, la ubica en la corriente de los “problemas sociales" en las letras
hispanoamericanas.
En síntesis, la búsqueda de la identidad literaria mediante el cultivo de
una novela social y comprometida representa una etapa importante en el
proceso de identificación de la realidad social misma. Pero fue una búsqueda
en cierta medida falaz. El mismo criterio de “veracidad documental" adop-
tado engañó, porque presentaba una superficie deformada por la intención
redencionista que cada autor puso. En este sentido, es dudoso también el
carácter de literatura “sociológica" que se le atribuye.23 A propósito dice Ma-
riano Morínigo: “la realidad de esta literatura no es realismo sino mensaje,
conciencia, estímulo, programa clasificador, impostergable del pragmatismo
hispanoamericano: denunciar y combatir”. El crítico marxista José Carlos
Mariátegui ya había puesto en guardia sobre el peligro de un realismo que
aleja de la realidad. Sin mencionar los abusos —cuyas secuelas nefastas per-
sisten aún— a que condujo el intento excluyente de fundar la autenticidad del
escritor latinoamericano en el factor telúrico y en la protesta.
Como se vio al analizar el nivel lingüístico, la aportación del fenómeno in-
migratorio ha sido marginal: la mayoría de los inmigrantes era analfabeta,
su contribución cultural directa, prácticamente nula. Ahora bien, su presencia
22Véase René Depestre, Problemas de la identidad del hombre negro en las literaturas
antillanas, en Casa de las Américas, núm. 53, La Habana, marzo-abril de 1969.
23 Se hace un análisis al respecto, basado en las teorías de Theodor Adorno, en Rubén
Bareiro Saguier, Documento y creación en las novelas de la guerra del Chaco, en Aportes,
núm. 8, París, 1968.
ENCUENTRO DE CULTURAS 39
d] La síntesis actual
dad que se trasluce en las obras actuales es mítica, lúdica, alegórica, legen-
daria o simplemente cotidiana. O como dice elocuentemente Julio Cortázar:
“la auténtica realidad es mucho más que el contexto sociohistórico y político,
...un dentista peruano y toda la población de Latinoamérica..., cada hom-
bre y los hombres, el hombre agonista, el hombre en la espiral histórica, el
homo sapiens y el horno faber y el homo ludens, el erotismo y la responsabili-
dad social, el trabajo fecundo y el ocio fecundo; y por eso una literatura que
merezca su nombre es aquella que incide en el hombre desde todos los ángu-
los (y no por pertenecer al tercer mundo, solamente o principalmente en el
ángulo sociopolítico), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo saca
de sus casillas, lo hace más realidad, más hombre...” 25 Y afirmando que la
literatura puede no tener un “contenido explícito", agrega: “la novela revolu-
cionaria no es solamente la que tiene un 'contenido' revolucionario sino la que
procura revolucionar la novela misma, la forma novela..." Aparece clara la
exposición del “contenidismo" y del intento de apertura de ese concepto, he-
cha por uno de los que están en la tarea.
El procedimiento aprovecha a menudo los ingredientes culturales de base.
Así la presencia temática, subyacente y decantada de los símbolos mitológicos
indígenas puede ser detectada en buen número de obras actuales, especialmen-
te entre los mexicanos (Fuentes, Rulfo, Arreóla, Yáñez) y en escritores de
otros países, como Arguedas y Roa Bastos. No se alude aquí a la utilización
directa sino a la transformación literaria, a la adaptación contemporánea —en
función del relato— del elemento legendario.
Así concebido dentro de la óptica expuesta, el tema o contenido puede ser
considerado a justo título como un elemento definitorio de la identidad lati-
noamericana en la literatura, porque es el resultado de las aportaciones cul-
turales más diversas, resultado siempre abierto a nuevas contribuciones.
La búsqueda es tanto más válida si se considera que esa concepción se ma-
nifiesta mediante una expresión formada en el sistema de la lengua patrimo-
nial por las infinitas desgarraduras de los nuevos brotes en el viejo tronco
español.
En ambos casos —lengua y contenido— hemos comprobado que el proceso
comienza como una afirmación nacional, a la que sigue una etapa de emu-
lación; finalmente se tiende a encontrar una fórmula original, una síntesis
entre los propios elementos y los de afuera.
Si, como dije, el continente mestizo es síntesis, su literatura es síntesis de
América mestiza.
25
Óscar Collazos, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Literatura en la revolución y
revolución en la literatura, México, Siglo XXI, 1970.
II
La pluralidad lingüística
ANTONIO HOUAISS
2] LENGUAS INDÍGENAS
5] Filo hoka (entre otras, familias pomo, yuma, shasta, tlapaneca, tequis-
tlateca, principalmente en California y en México);
6] Filo penuti (entre otras, familias chinook, yokuts, maidu, wintum,
miwok-costano, kalapuya y la lengua zuñi, en el oeste de los Estados Unidos;
familias mixe-zoque, totonaca y maya, en México y Guatemala; y la familia
uru-chipaia en Bolivia);
7] Filo azteca-taño (con las familias kiowa-tano y uto-azteca [yuto-azteca];
a la primera pertenecen las lenguas kiowa, en Oklahoma, y tiva, tewa y towa
en Nuevo México; a la segunda, que se extiende desde el centro de los Esta-
dos Unidos hasta el norte de Honduras, se afilian el náhuatl clásico —también
conocido como mexicano o azteca— y el moderno, en México, las lenguas de
los indios comanches y shoshone en California y muchas otras, entre las cuales
el iute [ute, utah] y el paiute, hopi, pápago, yaqui, tarahumara, huichol, cora);
8] Filo oto-mangue (con las familias mangue, otomí, popoloca, mixteca,
chinanteca y zapoteca, en México y América Central).
El filo restante se sitúa predominantemente en América del Sur, pero in-
cluye también una familia centroamericana;
9] Filo macro-chibcha (incluye, entre otras, las familias misumalpa o
misquito-sumo-matagalpa, en América Central, desde Panamá hasta Guatema-
la; chibcha, en Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua; waiká, en el sur
de Venezuela y norte del Brasil; barbacoa, en Colombia y Ecuador; chocó en
Panamá, Colombia y Ecuador).
Por último, dos últimas grandes unidades son macro-filos, o sea, entida-
des más abarcadoras que los filos y de carácter mucho más hipotético. Am-
bas son exclusivamente sudamericanas;
10] Macro-filo je-pano-karib (que incluye el filo macro-je en Brasil; y, entre
otras, las familias tacana-pano, en Brasil, Guayanas, Venezuela, Colombia y,
antiguamente, Antillas; witoto, en Colombia, Perú y Brasil; mataco, en el
Chaco paraguayo y argentino; lule-vilela-charrúa, en Argentina, extremo sur
del Brasil y Uruguay; huarpe, en el sur de la Argentina);
11] Macro-filo andino-ecuatorial (que incluye el filo quechumará —que
comprende las lenguas quechua y aymará; el aymará se habla en Bolivia; el
quechua está ampliamente difundido en el Ecuador, Perú, Bolivia, hasta el nor-
te de la Argentina— y, entre otras, las familias chon, en la Patagonia y Tierra
del Fuego; záparo, en Ecuador y Perú; tukano, en Brasil, Colombia, Ecuador
y Perú; katukina, en Brasil; puinave, en Brasil y Colombia; aruak, en Brasil,
Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Guayanas y, antiguamente, Antillas, de
donde una lengua fue transportada hacia Honduras Británica, Honduras y
Guatemala; tupí-guaraní, en Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú y Gua-
yana Francesa; samuko, en Paraguay, Bolivia, Colombia y Venezuela).
Vimos arriba que en el área que vendría a ser América Latina venían ocu-
rriendo procesos lingüísticos unificadores en el sentido etnográfico. Al mismo
tiempo que ocurría la sobreposición e implantación de las lenguas europeas,
tales procesos continuaron en más de un punto del área considerada. El ejem-
plo más típico es tal vez el del guaraní del Paraguay, que aún en nuestra
época se impone a las poblaciones del Chaco. Un fenómeno semejante ocurrió
CUADRO 1
Programas y
Lenguas campañas
En lenguas
• habladas
Lenguas ha- por 10 %
bladas por de la
10 °/o de la po- población
blación o por o por más
más de un En la de un mi-
Lengua millón de ha- Otras lengua llón de En otras
oficial blantes lenguas oficial hablantes lenguas
México y
América Central
México español — 20 indígenas Campaña — Gobierno
nacional ILV
1965
Guatemala español quiché 16 indígenas Iniciativa Gobierno Gobierno
privada ILV ILV
El Salvador español 4 indígenas Campaña
nacional
1962
Iglesia
católica
Honduras español 11 indígenas Prog. del
gobierno
1959
Acción
cultural
popular
Nicaragua español —
3 indígenas Proyecto
inglés del
Río Coco
Costa Rica español — inglés Campaña —
nacional
1963
Panamá español inglés Prog. del
3 indígenas gobierno
1959
América del Sur
Colombia español 9 indígenas Acción Gobierno
cultural
popular
1947
Prog. del
gobierno
1960
Venezuela español 8 indígenas Prog. del — Gobierno
gobierno
1958
Ecuador español quechua 6 indígenas Campaña Programa ILV
nacional Andino
1963 1956
Perú español quechua ay mará 1963 Gobierno Gobierno
otras 30 “Año de la ILV ILV
‘indígenas alfabetiza-
ción"
Bolivia español quechua 60 indígenas Acción ILV
Andina
1963
Chiie español — 5 indígenas Prog. del —
gobierno
Argentina español — 12 indígenas Programas
y otras obligato-
lenguas de rios
inmigrantes
Paraguay español guaraní varias
indígenas
Uruguay español portugués Prog. del —
gobierno
1951
Brasil portugués — muchas Programa
indígenas nacional
alemán
Caribe Hispánico
Cuba español — —
Campaña —
nacional
1961
(continúa)
Cuadro 1 (concluye)
Programas y
Lenguas campañas
En lenguas
habladas
Lenguas ha- por 10 Ve
bladas por de la
10 Ve de la po- población
blación o ver o por más
mas de un En la de un mi-
Lengua millón de ha- Otras lengua llón de En otras
oficial blantes lenguas oficial hablantes lenguas
Areas inglesas
Jamaica inglés inglés lenguas de Jamaica
jamaiquino inmigrantes Welfare
Commission
1950
Trinidad inglés criollo lenguas de
francés inmigrantes
Bahamas inglés — — — —
Bermuda inglés — — —
Guayana inglés — varias
indígenas
lenguas de
inmigrantes
Honduras británica inglés español caribe Laubach
maya
Islas Vírgenes inglés — — —
Barbados inglés — — — —
Turcas y Caicos inglés — — —• —
Islas de Sotavento inglés — — — —
Islas de Barlovento inglés criollo — —
francés
Areas francesas
Guadalupe francés criollo — —
francés
Martinica francés criollo — Algunos —
francés programas
1945
Guayana francesa francés criollo varias
francés indígenas
Areas holandesas
Surinam holandés sranan-tongo inglés Programas Progra-
híndostano caribe del mas del
javanés aucan gobierno gobierno
saramalan
Antillas holandesas
Curazao -
Aruba holandés papiamento — —
Bonairc
Saba
St. Eustatius holandés inglés —
St. Maarten
Una raya significa que no hay lenguas de ese tipo y por lo tantc ninguna campaña ni programa en esc país. El espacio en blanco
significa que no tenemos noticia de ningún programa ni campaña.
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O Z
50 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
siglo XVII. Con la independencia política del Paraguay, en el siglo xix, el gua-
raní paraguayo asumió definitivamente la forma literaria, aunque para obras
de sabor preferentemente sentimental, utilizándose el español para fines ad-
ministrativos y de difusión de conocimientos técnicos y científicos.
3] LENGUAS "CREOLES”
La pluralidad cultural
GEORGE ROBERT COULTHARD
1
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de la poesía hispanoamericana, t. n, 1913, pp.
148-9.
2 Raúl Porras Barrenechea, El cronista indio Guamán Poma de Avala, Lima, 1948, p. 67.
LA PLURALIDAD CULTURAL 55
tierra a su hija, pero Rojas tenía una tesis que quería demostrar al hacer
uso de la leyenda incaica.)
La otra pieza que vamos a mencionar es La tragedia de la muerte de
Atawallpa, en la que alienta un sentimiento de catástrofe ineluctable. Cuen-
ta en forma dramatizada los sueños y temores de Atawallpa, la llegada de
los españoles, la muerte de Atawallpa y la destrucción de su imperio. Un
rasgo curioso es que los españoles no hablan, sólo mueven los labios. Feli-
pillo, un mulato, traduce lo que se proponen, en términos groseros, despre-
ciativos e insultantes. El lector queda asombrado por la absoluta sumisión
de Atawallpa a su destino. Parece entregarse a él con una impotencia
absoluta; sin embargo, se sabe que Atawallpa había sido un gran guerrero,
un hombre de acción. ¿Pesa sobre él un sentimiento de culpabilidad por
haber mandado asesinar al verdadero Inca, Huáscar, y por la matanza de
toda la familia de su padre, Huaina Capac (aun Garcilaso, en general idea-
lizador del incanato, describe su acción como "mayor y más sedienta de su
propia sangre que la de los otomanos fue la crueldad de Atawallpa"). Si
es así, no hay la más leve alusión a semejante sentimiento de culpa. Lo que
tal vez sea más probable es que, como en los libros proféticos de Chilam
Balam, escritos después del desastre de la conquista, el autor proyecta el
fatalismo de lo ya acontecido. Jesús Lara utilizó la versión de Chayanta, que
le parece la más auténtica y que, además, contiene pasajes poéticos de ca-
rácter muy andino, como:
No te olvides, mi pequeño
no te olvides.
Cerro blanco
hazlo volver.
Agua de la montaña, manantial de la pampa,
halcón, cárgalo en tus alas
y hazlo volver.
Inmensa nieve, padre de la nieve,
no lo hieras en el camino.
Mal viento, no lo toques.
Lluvia de tormenta,
no lo alcances.
No precipicio, atroz precipicio,
no lo sorprendas.
Hijo mío,
has de volver
has de volver.
Y en Todas las sangres (1964), el impresionante personaje Rendón Wilka,
expresa con giros quechuas su moral. Por ejemplo, al ingeniero Cabrejos
que lo quiere sobornar contesta: "¡Tú borracho patrón! Yo sano. Yo ga-
nando plata con trabajos no más; otra plata es maldición de Dios; hace
crecer gusano feo en el tuétano, en la sangre también". Y a otro indio, que
le habla con cinismo, diciendo "Nadie es limpio", le contesta: "¿Nadie?
Carhuamayo. Si te echan suciedad a tu cabeza, no eres culpable. Si tú ali-
mentas la envidia, la ambición de tu alma, tú mismo entonces, entonces tú
mismo eres sucio". Esto nos recuerda los consejos del Inca Roca en Gar-
cilaso: "La envidia es una carcoma que roe y consume las entrañas del en-
vidioso", "El que tiene envidia de los buenos saca de ellos mal para sí, como
hace la araña en sacar ponzoña". Se trata, como muy acertadamente escribe
Alberto Escobar, de "la invitación a reconocer en el quechua rasgos de un
modo de ser, de entender la realidad y nombrarla".6
6 Alberto Escobar. Patio de letras, Lima, 1966, p. 29.
LA PLURALIDAD CULTURAL 59
8 Antonio Mediz Bobo, traducción de Chilam Balam de Chumayel, San José, Costa
Rica, 1930, p. 36.
62 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
a esperar
que surja la bella
estrella que humea sobre
el bosque. Quitaos
vuestras ropas, desatad
vuestras cabelleras;
quedaos como
llegasteis aquí
sobre el mundo,
vírgenes, mujeres mozas...
Si Mariátegui dijo que una literatura indigenista sólo vendría cuando los
propios indios estuviesen en condiciones de producirla, con más justifica-
ción hubiera podido hacer la misma observación del aporte africano a la
literatura de América. El tema del negro aparece en la primera década del
siglo xix en las novelas antiesclavistas de Cuba. La primera, Francisco, de
Anselmo Suárez Romero, publicada por la Sociedad Antiesclavista de Lon-
dres (en inglés) en 1840 y en español en Nueva York en 1880, fue escrita
para promover un sentimiento de repugnancia contra los horrores de la es-
clavitud y a su autor, escribe José Antonio Portuondo, ‘Te cabe el mérito
indiscutible de haber sido el que más agudamente advirtiera en su tiempo
la riqueza poética escondida en las canciones folklóricas de negros y campe-
sinos, el tesoro latente en el folklore cubano de danzas y tradiciones, de can-
tares de la tierra y de ritmos trasplantados desde el África." 9 Suárez Romero
escribe cosas como las siguientes: “El tambor, para los negros de nación
y para los criollos que con ellos se crían, los enajena, les arrebata el alma;
en oyéndolo, paréceles que están en el cielo. Pero hay tonadas que no va-
rían, porque fueron compuestas allá en África y vinieron con los negros de
nación. Lo singular es que jamás se olvidan: vienen pequeñuelos, corren
años y años, envejecen, y luego, cuando sólo sirven de guardianes, las ento-
nan solitarios en un bohío, lleno de ceniza y calentándose con la fogata que
arde delante; se acuerdan de su patria, aun próximos a descender al sepul-
cro". ¿Nos encontramos ante otra cosa que colorido local, entrañablemente
sentido tal vez, pero al fin y al cabo, colorido local? La gran novela de Cirilo
Villaverde, Cecilia Valdés, de la que apareció un esbozo en 1839, pero que no
llegó a publicarse íntegramente hasta 1882 en Nueva York, también trata del
tema negro con profundidad, ya que ahonda en la psicología del negro, del mu-
lato, y del amo de esclavos, y contiene en germen, aunque no como fórmula,
la idea del Césaire: "colonisation est chosification”. ¿Pero se puede hablar
con respecto a estas novelas de un "aporte africano"? Son novelas escritas
por blancos que se preocupaban del estado del negro en Cuba. Esto es así
incluso en el Francisco de Antonio Zambrana (Santiago de Chile, 1873), en
que el autor parece comprender la mentalidad del negro con mayor sutileza
que Suárez Romero, ya que no trata de hacer de sus personajes, negros con
psicología de blancos, víctimas de un sistema injusto. Para Zambrana el
negro es un ser primitivo; no se olvide que unos años más tarde los parti-
darios de la “négritude” habían de reivindicar el primitivismo como calidad
positiva. "El hombre civilizado —escribe— comprende apenas cierto orden
de ideas y de sentimientos, los cuales son en mayor parte artificiales y lle-
gan a debilitarse en lo que dependen exclusivamente de la naturaleza. Com-
para, cuando se trata del esclavo, la idea de la civilización con la ruda exis-
tencia de la selva, y juzga entonces que el negro ha ganado en el cambio.
Pero el negro ama lo que vosotros despreciáis: su bosque, su música gro-
sera, sus costumbres primitivas. Probadle que es feliz, sed elocuentes y ra-
zonadores : su corazón le dice otra cosa muy distinta." Estas ideas son, como
hemos sugerido, exactamente las que va a proclamar casi dogmáticamente
la “négritude” cuando los francoantillanos la formulen como concepto unos
sesenta años más tarde.
¿Se puede aceptar como aportes culturales africanos el contenido y el
estilo de esta literatura, o sería más razonable rechazarlos completamente?
Se trata, como hemos dicho, del tema negro, pero no escrito por negros ni
mulatos, y aunque hay descripciones de bailes, ceremonias, actitudes negras,
todo está visto desde fuera. Sin embargo, su inclusión en este capítulo po-
dría, acaso, justificarse, puesto que una preocupación tan persistente puede
haber servido para preparar el terreno para una literatura impregnada de
genuinas esencias africanas. La africanía, para emplear un término de Fer-
nando Ortiz, existía en ciertas regiones de América, sobre todo en las Anti-
llas de habla española, francesa e inglesa, pero a un nivel completamente
popular. Este mundo complejo —santería, vudú, costumbres, creencias, can-
tos y bailes— no había encontrado una expresión literaria, sólo había sido
descrito. Gracias, en gran parte, a las obras de Fernando Ortiz (Los negros
brujos, 1906, Los negros esclavos, 1916, El glosario de afro-cubanismos, 1924),
la existencia de este mundo sumergido, vislumbrado, pero no conocido, em-
pezó a interesar a varios antillanos, en su mayoría cubanos. Se empezaron
a examinar las posibilidades de utilización de este arte popular; y en 1928
64 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
“Arará cuévano
arará sabalú”,
o:
“Ay, acaná con acaná
con acaná”,
y en el mismo Cahier d’un retour au pays natal, París, 1939, expresa su odio
por la lógica:
El poema Taño está casi enteramente escrito en twi, pero aun en inglés
(o español) tiene el ritmo del tam-tam:
Dam
Dam
Damarifa due
Damarifa due
due
due
due
¿A quién mira la muerte
a quién
a quién mira la muerte?
Soy huérfano
cuando recuerdo la muerte
de mi padre;
agua de mis ojos
cae sobre mí.
Dam
Dam
Damarifa
Damarifa due, etc.
a] Inmigración
Quizá fuera inevitable, sobre todo en ciertos países como la Argentina, Uru-
guay y el Brasil, que surgieran escritos sobre los inmigrantes.
Generalmente el inmigrante aparece en dos formas. Primero en oposición
y hasta en choques violentos con el modo de ser, las costumbres y prejuicios
de los criollos; esto sucede en obras como La gringa (1904), del uruguayo
Florencio Sánchez y Los gauchos judíos (1910) del argentino Alberto Gerchu-
noff; pero generalmente el extranjero acaba siendo aceptado e integrado. Ta-
les obras tienen un desenlace optimista y feliz. La segunda forma en que apa-
rece el inmigrante puede abarcar elementos de la primera —roces, choques,
lucha con la naturaleza misma— pero al mismo tiempo plantea el problema del
criollo, en ciertos casos inferior al recién llegado. Existen asomos de esta ten-
dencia desde la “Introducción” del Facundo de D. F. Sarmiento (1845) hasta
la Historia de una pasión argentina (1935) de Eduardo Mallea. Sin embargo, la
obra maestra de este tipo de libro es indudablemente Cañad (1902), del brasi-
leño Grapa Aranha. No se trata de una novela de desarrollo fácil y de desen-
lace feliz. En primer lugar resalta la superioridad de los colonos alemanes en
cuanto a capacidad de trabajo y voluntad de construir, en contraste con la
apatía criolla. Pero a pesar de esto, Milkau, personaje complejo y atormen-
tado, reconoce que la grandeza del Brasil consiste en haber vencido una natu-
raleza bravia e intratable. Obra rica en ideas, de escenas realistas inolvidables,
desgraciadamente no se presta a un resumen en unos pocos párrafos. El tema
del inmigrante ha servido, pues, para examinar los resultados de la inmigra-
ción sobre la vida nacional y también de estímulo para aquilatar los valores
nacionales.
70 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
b] Influencias literarias
I»
Unidad y diversidad
a] La narración costumbrista
La relativa paz de que disfrutó Brasil durante el siglo xix —en contraste
con las persistentes agitaciones de la América hispánica— contribuyó al flore-
cimiento de la novela en este país, durante la segunda mitad del siglo, en
conjunto, la más importante de Latinoamérica en este período.
Joaquim Alaría Machado de Assis (1839-1908) es la personalidad eminente
de las letras brasileñas. Su vida fue una patética y silenciosa lucha. Mulato,
pobre, medio tartamudo y epiléptico, venció tan radicalmente sus adversida-
des que en su obra no tocaría ninguna de aquellas sombras de su infancia
para quedarse sólo con el hombre, los hombres y las mujeres comunes de la
clase media brasileña, con los problemas y pasiones vulgares de su cuerpo y
de su alma. Dio también la espalda a la selva, al hombre telúrico, angustiado
por pasiones febriles y a la exuberancia del estilo, para proponerle a su país
ese otro rostro, también brasileño, de reposo y sobriedad, de humor fino que
encanta a sus lectores con la agudeza y sensibilidad de sus estampas. Macha-
do de Assis escribió, a propósito de Alencar, palabras que explican más bien
su propio estilo: "Hay un modo de ver y de sentir —decía— que da la nota
íntima de la nacionalidad, independiente de la cara externa de las cosas".5 En
sus grandes novelas, Memorias pósthumas de Braz Cubas (1880), Quincas
Borba (1891), Dom Casmurro (1900), y en sus espléndidos cuentos, Machado
de Assis, íntimamente brasileño, es uno de los grandes narradores universales.
Colombia tuvo también buenos novelistas de costumbres en la segunda mi-
tad del siglo xix, entre los cuales Tomás Carrasquilla (1858-1940) representa
uno de los momentos culminantes del costumbrismo latinoamericano. Sin-
gular es el caso de este casi ignorado escritor colombiano. Por las fechas de
publicación de sus obras (1896-1935), coincide con el apogeo del modernismo
y aun con la iniciación de la novela moderna. Y aunque conocía bien a los
escritores de su tiempo, se encerró en su región antioqueña para encontrarse
a sí mismo y tratar de comprender a los hombres de su tiempo. Realizó así
una obra que formalmente se encuentra dentro del realismo costumbrista, ya
abandonado por aquellos años, pero con una rara calidad estética, una pene-
trante visión humana y una recreación de la lengua popular que encontró en
sí mismo e hizo parte de su estilo literario. Escribió numerosos cuentos y
cuatro novelas extensas, Frutos de mi tierra (1896), sobre el pueblo de su re-
gión; Grandeza (1910), sobre la sociedad de Medellín; La marquesa de Yo-
lombó (1926), sobre el pasado de una ciudad antioqueña en el siglo xvm, y
Hace tiempos (1935-1936), una vasta evocación de sus propias experiencias y
de los ambientes que conoció. Carrasquilla es un gran novelista extempo-
ráneo, que acaso haya comenzado a vivir para la fama en la magia narrativa
de alguno de sus paisanos.
La novela costumbrista mexicana tiene dos narradores sobresalientes, Pay-
no e Inclán. La novela más importante de Manuel Payno (1810-1894), Los
bandidos de Río Frío (1889-1891), es una amenísima comedia humana de la
vida de México en la primera mitad del siglo xix. Concebida como una narra-
ción folletinesca, para ser leída por "entregas", no escasean en ella los detalles
5
J. M. Machado de Assis, "A estatua de José de Alencar”, Páginas recolhidas, en Obras
completas, Río de Janeiro, Jackson Inc., 1944, pp. 279-280.
UNIDAD Y DIVERSIDAD 77
truculentos; pero además de estos recursos, incluye descripciones costumbris-
tas de casi todas las clases sociales de la época, vistas con tanta simpatía como
eficacia narrativa. Singular es la personalidad de Luis G. Inclán (1816-1875),
“ranchero’' sólo con las letras justas para dejarnos su testimonio de amor por
la tierra y por las “charrerías". Su obra principal, Astucia (1865-1866), vasto
relato de las aventuras de una banda de charros contrabandistas de tabaco,
es un colorido y cordial panorama de la vida rural mexicana a mediados del
siglo XIX.
La variedad y los contrastes de clases de la sociedad cubana de la colonia
se encuentran descritos con realismo en Cecilia Valciés (1839-1879) de Cirilo
Villaverde (1812-1894), iniciador de la novela en su país. El narrador de la
vida chilena en la segunda mitad del siglo xix fue Alberto Blest Gana (1830-
1920) que describió, influido por Balzac, los ambientes chilenos y la incomuni-
cabilidad de las clases.
b] La poesía gauchesca
6 La palabra gaucho parece derivarse del quechua huacho, que significa huérfano, aban-
donado, errante, o del araucano gatchu, compañero.
78 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
d] El modernismo
1896, que señala el punto más alto del modernismo con Prosas profanas y
Los raros de Darío, se publican sin interrupción, hasta 1915 aproximadamente,
los libros culminantes del movimiento que parecen alternarse entre México
y Buenos Aires, Bogotá y Lima, Caracas y Montevideo.
La colección de estudios que Darío llamó Los raros fue muy importante
por haber divulgado las principales figuras literarias del momento, los parna-
sianos y los simbolistas franceses, además de escritores de otras nacionalida-
des como Poe e Ibsen. Tan perspicaz y oportuna guía concluye con un home-
naje al cubano José Martí y una conferencia acerca del poeta portugués Eu-
genio de Castro, iniciador del versolibrismo en Horas (1891), que tuvo gran in-
fluencia en aquellos años.
La intensa actividad literaria se manifiesta también en las revistas que re-
cogen, junto a la producción local, la de los modernistas de otros países así
como traducciones francesas, italianas e inglesas. En la más representativa
de estas publicaciones, la Revista Azul (México, 1894-1896), que animó hasta su
muerte Gutiérrez Nájera, esta apertura americana y universal es excepcional.
Durante los tres años en que se publica incluye colaboraciones de 96 autores
latinoamericanos, seguidores del modernismo, de 16 países, sin contar a los
mexicanos. Darío va a la cabeza con 54 colaboraciones, y le siguen Del Casal
y Chocano, con 19 cada uno, y Martí con 13. Los autores franceses traducidos
llegan a 69, entre ellos Baudelaire, Barbey D’Aurevilly, Coppée, Gautier, Here-
dia, Hugo, Leconte de Lisie, Richepin, Sully Prudhome y Verlaine, los cuales
sintomáticamente superan en número a los españoles, que sólo son 32. Y de
otras nacionalidades se traduce también a Heine, Wilde, Ibsen, D'Annunzio, a
los grandes novelistas rusos y a Poe, que ya había sido traducido en México
desde 1869. En años de comunicaciones precarias, parece una hazaña esta
circulación que lograron establecer los modernistas para conocerse y leerse
entre sí, y divulgar sus obras en las revistas literarias.7
Fue, pues, el modernismo para los escritores finiseculares de América La-
tina una toma de posesión del mundo, pero fue también una toma de con-
ciencia de su tiempo. Atisbando más allá del agotado romanticismo español,
los creadores del movimiento perciben, acaso vagamente, que en el mundo ha
surgido una vasta ola revolucionaria de renovación formal y de la sensibilidad,
y deciden formar parte de ella con su propia expresión. Inconformes con la
vulgaridad del lenguaje, encuentran un primer camino en el rigor del parna-
sianismo francés, y nuevas posibilidades de refinamiento, musicalidad e imagi-
nación en el simbolismo. Poe, Heine, Whitman, D’Annunzio van a contribuir
también, pero el resultado último de esta síntesis será de nuevo original: se
tratará de grandes individualidades predominantemente líricas que participan
por afinidad en un movimiento común de renovación.
En el período inicial y en el de la culminación, que puede limitarse en 1905
con la aparición de Cantos de vida y esperanza de Darío, el modernismo crea
una singular mitología temática de evasiones exóticas. A una Grecia parna-
siana y renanesca vuelven Gutiérrez Nájera en sus Odas breves, Del Casal
en Las oceánidas y en Mi museo ideal, Darío en Coloquio de los ceñían-
ros y en el Responso a Verlaine y Rodó para trazar en Ariel (1900) una
síntesis de la civilización helénica. Un Oriente más imaginativo que conocido,
y reducido a China y Japón, aparece en algunos cuentos de Darío, en poemas
de Del Casal y será inspiración no sólo temática sino formal en varios libros de
Tablada, que introduce en español el haikai japonés. En cambio, en la Cas-
talia bárbara (1897) de Jaimes Freyre surgen la Walhalla y el Graal, elfos y
hadas, Loke y Odín, wagnerianos y nórdicos. Las tradiciones y las figuras del
Antiguo Testamento y de la Edad Media son recreadas en cuentos y poemas
de Darío (El árbol del rey David, Las tres reinas magas, Los motivos del
lobo) y en poemas de Valencia (Palemón el estilista). Una Francia diecio-
chesca, de fiestas galantes a la manera de Verlaine y de Watteau surge en
poemas de Darío, Chocano, Tablada; y en el tono general de Gutiérrez Nájera
y Darío alienta aquel afrancesamiento que Juan Valera llamó “galicismo de
la mente”.
El modernismo parece olvidar los temas americanos y los hispánicos. Sin
embargo, Martí y Gutiérrez Nájera los frecuentaron, y la estancia en Chile de
Darío lo mueve a evocar en un soneto rotundo de Azul... la fuerza hercúlea
de Caupolicán. Después de unos años en que los motivos autóctonos casi
desaparecen, vuelven a surgir en la última fase del modernismo, en poetas
como Valencia, Chocano y Lugones, unidos a elogios de lo hispánico y a te-
mas populares. Darío conocía muy bien a España y su historia y quería ser,
además, el “poeta de América”. Llegaría a serlo tanto por el esplendor de su
lirismo como por haberse hecho vocero de lo hispánico (Salutación del opti-
mista, A Roosevelt), de las grandes figuras españolas como el Cid y Don
Quijote, y por tantos poemas (Tríptico de Nicaragua, Intermezzo tropical,
Oda a la Argentina) en que brilla la presencia o la nostalgia de su propia
tierra y del paisaje americano.
Forman también parte de la mitología modernista dos símbolos persisten-
tes, el “azul” del primer libro importante de Darío y de la Revista Azul de
Gutiérrez Nájera, acaso porque, como había dicho Hugo, “l’art c'est Tazur”,
y el cisne, símbolo de belleza gratuita, muy frecuentado por parnasianos y sim-
bolistas, que va a aparecer en los primeros modernistas y, de manera obse-
siva, en Darío, quien asociándolo al mito de Leda lo convierte en emblema de
la nueva poesía. Cuando González Martínez escribe en 1910 el soneto que
comienza “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, y propone al “sa-
piente buho” como nuevo símbolo reflexivo, la hora del cisne y del moder-
nismo ha llegado a su término.
Estos nuevos y viejos temas y símbolos del modernismo, sin embargo, sólo
sirven para caracterizarlo. La revolución o la renovación más profunda del
movimiento se realiza en el lenguaje y en la sensibilidad; comienza por reac-
cionar contra los descuidos de expresión y se esfuerza por renovar las imá-
genes y simplificar la sintaxis. Existirá aún un peculiar vocabulario modernis-
ta que parece limitarse al lujo y la belleza. El lenguaje poético debe ser una
creación única y sorprendente, y una continua sucesión de hallazgos, como
84 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca
sólo que Silva había acumulado los pies o versos tetrasílabos en grupos irre-
gulares. En fin, los modernistas van a crear nuevos metros; van a intentar,
como lo hicieron Darío (Heraldos en Prosas profanas, 1896) y Jaimes Freyre
(Castalia bárbara, 1897), la libertad métrica, el verso libre, y aun van a teori-
zar sobre el tema como el mismo Jaimes Freyre en sus Leyes de versificación
castellana (1912).
Asimismo, los modernistas buscaron a menudo efectos impresionistas a
base de sensaciones, como los juegos de sinestesias, las trasposiciones visuales
de los colores o los ejercicios de variaciones monocromas. Vocabulario, te-
mas, símbolos, versificación y efectos especiales, todas estas renovaciones for-
males se proponían encontrar la expresión adecuada para una nueva sensibi-
lidad. En el momento triunfal del modernismo, Rubén Darío, que todo lo dijo
y todo lo adivinó, escribirá en el poema inicial de Cantos de vida y esperanza
(1905) este resumen de la nueva sensibilidad:
Pero esta sed de ilusiones y esta decisión de abrazar al mismo tiempo lo an-
tiguo y lo moderno desembocan fácilmente en la duda, la inquietud y el desen-
canto; en un deseo de huir y, finalmente, en el choque contra "el infinito
negro donde nuestra voz no alcanza". Los grandes poetas del apogeo moder-
nista —Darío, Lugones, Herrera y Reissig, Urbina, Ñervo— mostrarán cabal-
8
Baldomcro Sanín Cano, “Notas" a las Poesías de José Asunción Silva, París, Louis
Michaud, s. f., pp. 221-222.
UNIDAD Y DIVERSIDAD 85
mente tanto el rostro triunfal, sensual y plástico de la vida, como este otro,
nocturno y conturbado, que después de la fiesta se encara con la realidad y
la muerte.
En su conjunto, el modernismo fue un movimiento unánime de América
Latina que significó fundamentalmente una renovación formal y la conquista
plena de la expresión original y de la modernidad. Fue un intento poderoso
para formar parte del mundo y del tiempo, para hacer resonar en esta Amé-
rica todas las voces significativas de la hora y para sonar junto a ellas. Como
se ha dicho tantas veces, con el modernismo América Latina toma la inicia-
tiva y se adelanta a España. Ahora serán los escritores españoles de la genera-
ción del 98 los que sigan a América y reconozcan el imperio de un movimiento
y, sobre todo, de Rubén Darío.
En Brasil se realizó también un movimiento de renovación paralelo al de
la América española, aunque no tuvo relaciones con éste sino coincidencias
de época y de influencias. No tuvo tampoco el brasileño aquel aliento uná-
nime y fervoroso; consistió exclusivamente en la aparición de nuevas tenden-
cias, entre las que dominó en un principio la parnasiana, con Alberto de Oli-
veira Correa (1857-1937) y Olavo Bilac (1865-1918), excelente poeta en O caga-
dor de esmeraldas (1904). Posteriormente apareció el grupo simbolista, hacia
1899, cuyo poeta sobresaliente es Joáo de Cruz e Sousa (1863-1898), seguidor
de Verlaine y de Mallarmé en Broqueis y Missais (1893). En Brasil, por otra
parte, la designación de modernismo no se aplica a la obra de los escritores
finiseculares sino al movimiento vanguardista que iniciaron en 1922 Mario de
Andrade y Manuel Bandeira.
a] El teatro
Ateniéndonos aún a los antiguos géneros, el teatro ha sido hasta ahora la acti-
vidad artística que no ha alcanzado plenamente, en esta región, aquella tras-
cendencia que dé constancia de su significación literaria. En la primera dé-
cada del siglo surgió, en Argentina y Uruguay, un movimiento interesante de
teatro costumbrista. Su principal animador fue una familia de empresarios
teatrales, los Podestá, de origen italiano, y su autor más famoso el uruguayo
Florencio Sánchez (1875-1910), que realizaría su obra en Buenos Aires. Tanto
Sánchez como sus seguidores escribieron obras de crítica social, acerca de
los conflictos entre la ciudad y el campo, la asimilación de los inmigrantes y los
problemas morales de una sociedad aún provinciana que hacía su apren-
dizaje de cosmopolitismo. En Buenos Aires, Montevideo y Santiago esta
corriente teatral llegó a adquirir auténtica vitalidad. Los espectadores po-
dían reconocer en aquellas ficciones sus propios rostros y problemas y aun su
propio lenguaje.
Las corrientes literarias que aparecieron entre las dos guerras mundiales
y la difusión de las nuevas doctrinas psicológicas promueven entre 1920 y
1940, en las capitales de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y México, un teatro
que se aleja del costumbrismo y aspira a superar los recursos anquilosados
de la representación romántico-realista, para explorar la subjetividad e inten-
tar formas poéticas y concepciones de espacio y tiempo más libres.
A algunos de los autores dramáticos de este período, como a los argenti-
nos Conrado Nalé Roxlo (1898) y Samuel Eichelbaum (1894), al uruguayo
Vicente Martínez Cuitiño (1887), al chileno Armando Moock (1894-1942) y a
los mexicanos Xavier Villaurrutia (1903-1950), Celestino Gorostiza (1904-1967)
y Salvador Novo (1904), que organizan los grupos y las temporadas llamados
Teatro Ulises (1928) y Orientación (1932), se deben los primeros pasos para
la modernización del teatro latinoamericano.
A estos afanes de renovación y de vanguardia siguieron otras tendencias
importantes, como el teatro de crítica e interpretación de los problemas nacio-
nales, representado por autores como el brasileño Claudio de Souza (1876-
1954), el mexicano Rodolfo Usigli (1905), el peruano Bernardo Roca Rey (1918),
el cubano José Antonio Ramos (1885-1946), el nicaragüense Pablo Antonio
Cuadra (1912) y los del grupo Areyto, fundado en 1935 en Puerto Rico por
Emilio Belaval. El teatro posterior a 1940 se enfrenta a la problemática del
hombre actual, a su soledad, su inseguridad y su confusión, y a los conflictos
que le propone su responsabilidad frente a la violencia y la injusticia.
b] La poesía
(1902) y Augusto Federico Schmidt (1906-1965), para constituir uno de los pe-
ríodos más brillantes de la poesía brasileña.
Pronto se iría apaciguando el aspecto-más agresivo y ruidoso de aquellos
“ismos”, pero subsistirían como conquistas permanentes de esta vasta co-
rriente poética el verso libre, la supresión de la rima, el empleo de composi-
ciones tipográficas, la libertad en la invención metafórica, el lenguaje colo-
quial y el enriquecimiento de la experiencia poética que propone el surrealis-
mo. Junto a estas características, aparecerán en ciertos períodos temas insis-
tentes como el "nativismo" en el que participan poetas como el mexicano
Ramón López Velarde (1888-1921), el brasileño Jorge de Lima, el puertorri-
queño Luis Palés Matos (1899), el cubano Nicolás Guillén (1904) y, en ciertos
momentos de su obra, César Vallejo, Jorge Luis Borges, el ecuatoriano Jorge
Carrera Andrade (1903) y el chileno Pablo Neruda (1904). Ellos dieron valor
poético a los ritmos negros, a la gracia de la provincia, a la épica del barrio
y al secreto de los mundos indígenas.
Estas alusiones derivaron casi necesariamente a los temas sociales que
preocuparon a casi todos los nativistas y singularmente a Neruda, acaso el ma-
yor poeta de América Latina en este período por sus dos grandes cuerpos
poéticos, Residencia en la tierra (1931, 1935) y Canto general (1950).
Además de estos temas y características generales de la poesía contempo-
ránea de América Latina, existen muchas otras que sólo son propias de cada
una de las mayores individualidades poéticas que han aparecido desde 1920
hasta los años cuarenta. Así, la invención verbal y el espíritu conturbado de
Ramón López Velarde; la voz árida y original, llena de piedad y dolor hu-
manos, de la chilena Gabriela Mistral (1889-1957); los acentos clásicos y po-
pulares en el vasto mundo poético del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959)
que es, asimismo, el maestro de la prosa y de la curiosidad intelectual en este
período; el refinamiento lírico del cubano Mariano Brull (1891) y del argen-
tino Ricardo E. Molinari (1898); la sensualidad descriptiva y la imaginación
verbal del argentino Oliverio Girondo (1891-1967) y del mexicano Carlos Pe-
llicer (1899); la mezcla del vanguardismo y clasicismo en el nicaragüense
Salomón de la Selva (1893-1959); la compleja sensibilidad y la fantasía lírica
del colombiano León de Greiff (1895); la radical y trágica humanidad que nos
conmueve en la poesía de César Vallejo; la creación de un universo de fic-
ciones intelectuales y la rigurosa sensibilidad poética de Jorge Luis Borges,
uno de los escritores, con su poesía y su prosa, más influyentes y originales;
la aguda poesía de la inteligencia del mexicano José Gorostiza (1901), cuyo
poema Muerte sin fin (1939) es el más importante de Latinoamérica en este
lapso; el lirismo teológico del argentino Leopoldo Marechal (1900-1970); la
pureza formal, contención lírica y humanismo del mexicano Jaime Torres
Bodet (1902); la metafísica de los sentidos y de las experiencias en el mexi-
cano Xavier Villaurrutia (1903-1950) y el chileno Rosamel del Valle (1900-
1963); la ternura, la ironía y la poesía de lo coloquial en el mexicano Salvador
Novo (1904), y la huella del surrealismo en el guatemalteco Luis Cardoza y
Aragón (1904).
A partir de 1940 se ha destacado vigorosamente una nueva promoción poé-
UNIDAD Y DIVERSIDAD 89
tica latinoamericana, con muy pocos rasgos en común entre sus integrantes
si no es su condición de testigos de un mundo injusto y desgarrado, frente
a cuya confusión se elevan voces tan diversas como las de los argentinos Enri-
que Molina (1910) y César Fernández Moreno (1919), de los brasileños Vini-
cius de Moraes (1913) y Joáo Cabral de Meló Neto (1920), del mexicano Octa-
vio Paz (1914), del chileno Nicanor Parra (1914), del colombiano Alvaro Mutis
(1923), del peruano Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) y del nicaragüense
Ernesto Cardenal (1925). Entre ellos se destaca el intenso y profundo lirismo
de Paz, espíritu singularmente lúcido en el que se cruzan los conflictos y las
experiencias culturales de la historia y de nuestro tiempo.
c] La novela
9
Emir Rodríguez Monegal, Los nuevos novelistas, en Mundo Nuevo, París, noviembre
de 1967, núm. 17, p. 21.
UNIDAD Y DIVERSIDAD 91
de esta década su primer libro memorable, los cuentos de Las armas secretas
I (1959).
Así, tras esta acumulación de experiencias, tras esta lenta conquista de la
libertad y la imaginación, tras este insistente aprendizaje de técnicas y estilos,
tras esta lucha con el lenguaje en el que va centrándose la mayor preocupa-
ción expresiva, y coincidiendo con la formación de un fenómeno más vasto
de desmitificación y de rechazo de estructuras sociales y culturales, de revo-
lución sexual, de nuevas normas y usos vitales, de disolución de los géneros
y las formas artísticas, que esbozan la creación de una sensibilidad y un estilo
propios de los años presentes, se produce el apogeo reciente de la novela
latinoamericana.
Los novelistas que crearon el primer momento de culminación, entre 1924
y 1930, sólo eran seis de primera línea, dispersos en América Latina. Ahora
son casi el doble y, ya sea que escriban en sus propios países, en otros de
América o en Europa, han establecido entre ellos una comunicación y una
alianza muy activas. Su éxito, las amplias y oportunas exégesis que sus obras
han recibido, y el hecho de que hayan alcanzado una difusión excepcional en
su propia lengua y en numerosas traducciones, no son ajenos a la aparición
paralela de una notable promoción de críticos: los uruguayos Mario Benedetti
(1920), Emir Rodríguez Monegal (1921) y Ángel Rama (1926); los mexicanos
Emmanuel Carballo (1929) y Carlos Monsiváis (1938); los chilenos Fernando
Alegría (1918) y Luis Harss (1936), el cubano Severo Sarduy (1937) y el perua-
no Julio Ortega (1942).
He aquí los nombres de los novelistas que forman esta promoción y los
de sus obras más celebradas: el paraguayo Augusto Roa Bastos (1917), con
Hijo de hombre (1960); Carlos Fuentes, con La muerte de Artemio Cruz (1962)
y Cambio de piel (1967); el brasileño Joáo Guimaráes Rosa (1908-1967), con
Gran sertón: veredas (1963); los argentinos Julio Cortázar, con Rayuela
(1963) y La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Ernesto Sábato (1912),
con Sobre héroes y tumbas (1962); los uruguayos Carlos Martínez Moreno
(1917), con El paredón (1963) y Juan Carlos Onetti, con El astillero (1961),
Junt acadáver es (1965) y sus Cuentos completos (1967); el peruano Mario Var-
gas Llosa (1936), con La ciudad y los perros (1963) y La casa verde (1966);
los cubanos José Lezama Lima (1912), con Paradiso (1966) y Guillermo Ca-
brera Infante (1929), con Tres tristes tigres (1967), y el colombiano Gabriel
García Márquez (1928), con Cien años de soledad (1967). El registro no está
ni cerrado ni definitivamente establecido. Con la excepción del ya desapareci-
do Guimaráes Rosa, los demás están en plena creación, y junto a ellos pro-
siguen su obra novelistas de generaciones anteriores o la inician nuevos escri-
tores llenos de promesas. Tampoco puede ser concluyente la calificación de
obras memorables para todas las que forman este ariete latinoamericano que
llama la atención del mundo. Algunas se quedarán sólo con cierto prestigio
en el mundo de la crítica y no las conservará la posteridad. Todas tienen una
libertad de lenguaje y de invención, una desenfadada acometividad y una par-
ticipación tan decidida en los conflictos y en las corrientes de pensamiento
de hoy que las hace significativas y vivientes para el lector moderno de núes-
92 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
ESTUARDO NÚÑEZ
1 ] LA IDEALIZACIÓN INICIAL
Este país ha ganado el nombre de India por la similitud a aquel país del Asia
por ser conformes las costumbres, ferocidad y barbarie de estos pueblos occidenta-
les a algunos de Levante,
isla en que el hombre vive con felicidad, bajo una organización social basada
en un esquema racional. La Utopía es acaso una novela en embrión que con-
tiene una crítica encubierta de la sociedad inglesa y presenta estructuras so-
ciales sugeridas por las noticias de las encontradas entre los incas y aztecas.
A la sombra de Moro, prosperan otras utopías en The New Atlantic (1616) de
Francis Bacon (Nueva Atlántida era un modo de denominar a América),
en La ciudad del Sol de Tomás Campanella publicada en 1602, ubicada imagi-
nariamente en Ceilán, pero en su organización conformada por elementos
ideales americanos.
Por lo demás, los viajeros ingleses, como Drake, Frobisher, Cavendish,
Raleigh, contribuyen con sus escritos al conocimiento del nuevo continente.
Estos elementos llegan, sin duda, a Shakespeare; algún eco de ellos se per-
cibe en La tempestad (1612), obra que en parte se ambienta en una isla ideal
como la de Moro y un tanto en la República de Platón. El nombre del per-
sonaje, Miranda, y el asunto de la obra, provienen de un relato sudamericano
sucedido en la conquista del Río de la Plata y recogido por el francés Charle-
voix y por el portugués Magallanes.
En esta primera fase de la difusión de lo propio de América en el mundo
europeo, se puede apreciar una idealización inicial de lo americano a base de
noticias ciertas o falsas, inconexas o aisladas. En esta idealización se revela
un anhelo europeo de superar la realidad propia y forjar un mundo ideal en
la realidad distante, acaso una especie de refugio contra miserias y restriccio-
nes propias. Es la etapa en que se forja un paulatino acopio de testimonios
sobre lo americano, que enriquecen la curiosidad y el afán expansivo del hom-
bre europeo, pero en que todavía lo verosímil no cede el paso a lo real.
singular fama, cuyo título original era The Ufe and adventures of Robinson
Crusoe, apareció en Londres en 1719.
El Robinson contiene más de lo que se cree elementos de América y sin
duda los difundió con eficacia por toda Europa. En las páginas iniciales de
la novela, el personaje principal desenvuelve su acción en la costa del Brasil,
entregado a las tareas de un sedentario y monótono empleo. Pero su impulso
de trotamundos lo lleva a una corta navegación que concluye en naufragio
y en el refugio solitario encontrado en "su isla”, situada en la costa venezo-
lana oriental, entre la desembocadura del Orinoco y la isla de Trinidad. En
esa isla un tanto convencional van a sumarse elementos, paisajes, usos y reso-
nancias de otras tierras de distintas latitudes americanas situadas incluso al
otro lado del continente sudamericano, esto es, en la costa occidental, que
correspondieron al virreinato del Perú, caletas de la costa peruana y las islas
aledañas, como las de Lobos y más al sur, la de Juan Fernández, frente a
Chile. Hay en todo ello una mezcla de ficción y de realidades un tanto diver-
sas que confluyen tanto en la novela como en la mente del hombre europeo
de comienzos del siglo xvm, y deciden su concepción de lo que era o se en-
tendía que era la América colonizada por españoles y portugueses. Defoe
había leído con el interés natural y la curiosidad de un hombre de su tiempo,
el relato del corsario inglés Woodes Rogers A cruising voy age round the xvorld
(Londres, 1712), de quien históricamente se sabe que desembarcó y entró a
saco en Guayaquil y en otros puertos del Pacífico. Allí se consigna la anécdota
del encuentro y rescate de un marinero escocés (Alexander Selkirk) hallado
en una abandonada isla del grupo de Juan Fernández después de varios años
de incomunicación. La anécdota pudo también haberle sido contada en el
puerto de Bristol en el cual Defoe estuvo en 1713 o en el mismo Londres,
ciudades donde pudo haber arribado Selkirk después de su rescate. Sin em-
bargo, hay otras lecturas que, según Chinard, pudieron servir de fuentes a
Defoe, y nada menos que las de viajeros franceses al mar de las Antillas y
costas sudamericanas como Esquemelin de Oexmelin, Ravenau de Lussan
y Jacques Massé, considerando que el primero y último relatan en sus libros
experiencias semejantes a la de Selkirk. Entonces dominaba una cuantiosa
bibliografía sobre estas materias de aventuras y de viajes que constituía pre-
dilecta lectura de considerable público. Deben considerarse no solamente los
libros franceses antes mencionados, sino también libros de viajes en inglés
que, por razones profesionales y de interés personal, estuvo Defoe obligado a
conocer, como The discovery of the Enipyre of Guiana de Sir Walter Raleigh
(Londres, 1596), quien remonta el Orinoco en pos de El Dorado, y otro más
reciente de William Dampier, A iiexv voyage round the world - Description of Chi-
le and Perú iti 1679 (Londres, 1690-99, 4 vols.), de los cuales debió tomar los ele-
mentos ambientales de la naturaleza tropical que traslada a "su isla”. Defoe
prefirió un ambiente tropical, cerca del delta del Orinoco, o sea en el lugar
del paraíso terrenal según los sueños de Colón y muy próxima de El Dorado,
según la ilusión de tantos ambiciosos conquistadores como Orellana y via-
jeros como Raleigh. De tal suerte, el personaje y la fábula son tomados de
lo sucedido en la isla chilena, en el occidente sudamericano, pero el paisaje
LO LATINOAMERICANO EN OTRAS LITERATURAS 99
2 Cf- Ra
ál Porras Barrenechea, Los viajeros italianos en el Perú, Lima, Ecos, 1957.
LO LATINOAMERICANO EN OTRAS LITERATURAS 103
En una nota del Discurso sobre la desigualdad, Jean Jacques Rousseau, entre
otras posibilidades del viaje por Asia y África, agrega: .
México, Perú, Chile, las tierras magallánicas, sin excluir a los patagones verda-
deros o falsos, Tucumán, Paraguay y, si es posible, el Brasil y en fin, los caribes,
la Florida y todos los parajes salvajes, viaje más importante de todos, aquel que
podría hacer sin el mayor cuidado.
Pero en los viajeros científicos de la segunda mitad del siglo xvm y comienzos
del xix la actitud cambia. Sobre todo con La Condamine y Alexander von
Humboldt, que muestran viva simpatía por el habitante indígena del nuevo
mundo, por su rectitud de vida, sanas costumbres y capacidad de trabajo, en
contraste con las deficiencias y poca ejemplaridad de los colonizadores espa-
ñoles.
La Condamine (1738) es el primer viajero europeo que se adentró en tierras
americanas, sobre cordilleras y a través de selvas inhóspitas del Amazonas, y
permaneció unos diez años en el virreinato del Perú, hazaña que compartió
con los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Su relación trata de excluir
ya lo meramente pintoresco y anecdótico. En su actitud coincide con los mi-
sioneros ya mencionados y con Humboldt.
a] Un hombre de ciencia
En la aurora del siglo xix Alexander von Humboldt abrió las compuertas de
una nueva era en la observación de la realidad americana. No es el último
genio científico y humanista del siglo XVIII sino el primero del xix. América
lo despierta a la fama como científico naturalista, como segundo descubridor
de América Latina, como revelador de su paisaje real. Sin perder su fuerza
ideal, sin despojarse de su intuición poética ni de su sentido universal de la
vida, e incorporando todo el aporte anterior, Humboldt empieza a usar mé-
todos más positivos, una observación más diversificada y sistemática de los
fenómenos concretos. Lo sugestionan los acontecimientos reales, la verdadera
condición del hombre, la realidad antes que la leyenda, la observación cientí-
fica objetiva antes que la fantasía o el hecho imaginario. Aparte de las costas,
su interés se vuelca tierra adentro. Humboldt es el más completo de los via-
jeros venidos hasta ese momento. Su observación es metódica y exacta gra-
cias al empleo de métodos e instrumentos antes nunca aplicados. Su prepa-
ración científica asegura que sus resultados estarán exentos de empirismo o
improvisación. Pero los hechos físicos deben ser confrontados también con
los espirituales. Le preocupan a Humboldt el hombre de estas regiones y las
sociedades que ha formado, pero no sólo dentro de la bibliografía sino sobre
la realidad. La observación del fenómeno natural va conjugado con el estudio
del fenómeno social. Su ideología liberal, fortalecida al calor de los ideales
de la Revolución francesa y de la política europea de su época, lo hacía pro-
nunciarse con repugnancia ante la explotación del hombre por el hombre ob-
LO LATINOAMERICANO EN OTRAS LITERATURAS 105
b] Los románticos
Este anhelo poético, hacia un mundo remoto y extraño que se localiza en tie-
rra americana, puede advertirse igualmente en los poetas que siguen. Keats
y oíros poetas británicos románticos como Robert Southey pudieron leer ya
un texto que por primera vez en ese país hacía la reseña histórica de América
Latina, la History of America de William Robertson (1770).
Otro contemporáneo inglés, Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) es autor
de The rime of the ancient mariner, balada inspirada en una sugestión de
la lectura de A voyage round the worid del inglés Shelvocke (1726) sobre el
vuelo de los albatros, al doblar el cabo de Hornos. Lo maravilloso o el mis-
terio se localizan o se sugieren en esta región del globo. Lo mítico aparece
como consustancial a lo americano meridional.
En el plano de la producción teatral europea, sobre todo en los primeros
años del siglo xix, se mantiene con casi los mismos caracteres el interés por
los asuntos latinoamericanos pero con el agregado de un elemento nuevo: la
exaltación romántica.
En su afán por lo exótico, August Kotzebue —amigo de los Humboldt—
buscó algunos temas peruanos que habían ya planteado en el teatro los autores
franceses neoclásicos. Con dichos asuntos elaboró dos dramas que han que-
dado como testimonio de esa inquietud peruanista: Die Sonnenjungfrau (La
Virgen del Sol o Cora), 1791, y Die Spanier in Perú (Los españoles en el Perú
o la muerte de Rollas), 1796. Cora, virgen y sacerdotisa del sol, seducida en
el Cuzco por un conquistador, llega a ser madre “sin cesar de marchar por los
caminos de la naturaleza y de la inocencia". Su tesis de la “inocencia natu-
ral" anda pareja con la idea rousseauniana del noble y buen salvaje y a lo
lejos con la teoría de Montaigne. Desde la época de la conquista del Perú
había sugestionado a los europeos el tema de las vírgenes del sol, jóvenes es-
cogidas por el Inca, dedicadas al culto y a trabajos prácticos bajo tutela reli-
giosa. El interés por esta institución exótica, tratada por cronistas y viajeros
en tres siglos, no había decaído aún a comienzos del siglo xix. En la segunda
pieza citada, Kotzebue exalta la resistencia del indio frente al conquistador.
Estos dramas se representaron con frecuencia en los escenarios europeos y su
acogida entusiasta se prueba con el hecho de que fueron objeto de adaptacio-
nes por autores de gran prestigio y valía en Francia y en Gran Bretaña, como
Gerardo de Nerval (Cora) y Richard Brinsley Sheridan, quien declaró haber
tomado el argumento del drama de Kotzebue para su tragedia Pizarro, apare-
cida en Londres en 1799.
LO LATINOAMERICANO EN OTRAS LITERATURAS 109
3 Cf. Antonello Gerbi, Viejas polémicas sobre el nuevo inundo, Lima, Banco de Crédito
del Perú, 1946.
110 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
y entra como elemento esencial para definir mejor el criterio acerca de lo que
entraña y significa "lo latinoamericano”.
Una imagen real y auténtica, verdaderamente geográfica e histórica de lo
latinoamericano, sólo surge, pues, en el siglo xix. Dice Edmundo O'Gorman:4
En esta época —el siglo xix— con Hegel, la situación cambia radicalmente y va-
mos a ver cómo América desaparece para ser nuevamente descubierta y nuevamente
incorporada a la cultura; pero ya no dentro del mundo natural, sino dentro del
mundo de las realidades humanas, o sea de la Historia.
América, tienes más suerte que nuestro viejo continente; no posees castillos en
ruinas, ni basaltos. Tu alma no te molesta, para vivir, con recuerdos inútiles y
disputas sin sentido. ¡Goza del presente dichosamente! Y cuando tus hijos poeticen,
que una suerte feliz les evite historias de caballeros, ladrones y fantasmas.
4] LA INTEGRACIÓN UNIVERSAL
Acaso no fue ni por accidente ni por azar que Thornton Wilder escogió el
Perú y unos peínanos, como escenario y personajes de su novela más nota-
ble: El puente de San Luis Rey (1927). Su rara intuición de creador descubrió
tal vez que en esta tierra sureña de hondos contrastes, si bien no existe un
puente de San Luis Rey que procure el tránsito difícil en la ruta entre Lima
y el Cuzco, hay un puente de gracia espiritual que une la leyenda con la
historia, lo real con la fantasía, la comedia de todos los días con el drama
cotidiano, la fe con la duda, el dolor de nuestros grandes conflictos con la
sonrisa benévola y cordial.
Mucho se ha discutido y polemizado en torno de la validez estética o his-
tórica de la obra, cuya trama se desarrolla en el Perú del siglo xvm, principal-
mente en Lima. En cada capítulo asoma la silueta fascinante de "Camila
Perrichola", nada menos que la personificación de la traviesa comediante
dieciochesca, que consagró Próspero Marimeé en Le carrosse du Saint-Sacre-
LO LATINOAMERICANO EN OTRAS LITERATURAS 115
Colón y Le soulíer de satín (París, 1930), el inglés Peter Shaffer en The royal
hunt of the Sun (Londres, 1967) o el novelista alemán Jacob Wassermann en
Das Gold von Caxamalca (Leipzig, 1928) y en su biografía novelada de Co-
lón— han encontrado en los temas latinoamericanos asidero para discutir
grandes problemas de la existencia y del ser del hombre, actitud planteada
ya en las narraciones de otro dramaturgo alemán de hace 150 años: Heinrich
von Kleist.
El mismo caudal ecuménico —excluido lo pintoresco o lo exótico usuales
en otras épocas— prevalece en las novelas de grandes narradores británicos
contemporáneos como David H. Lawrence (The plumed serpent, el símbolo
de los antiguos mexicanos, 1926, Mornings in México, 1927) y Aldous Huxley
(Beyond the Mexique Bay, 1934). Toda esta producción parece corresponder
a un mismo impulso de "oxigenación” de la cultura europea mediante la
escapada al resto del mundo y específicamente al mundo americano. Ya no
es solamente anhelo romántico sino búsqueda de un refugio seguro y repu-
dio de una Europa supercivilizada.
Esta actitud interna del europeo conjuga con la acción externa de los que
difunden una imagen cada vez más concreta y familiar del espíritu latinoameri-
cano y no sólo su ser histórico o su existencia geográfica.
A perfilar con rasgos muy vivos esa nueva imagen de lo latinoamericano
entre los europeos, han contribuido, con gran caudal de trabajo, los traduc-
tores franceses, ingleses, italianos y alemanes y aun los de lenguas eslavas.
Como lo patentizan los impresionantes 20 volúmenes del Index translationum
que la Unesco edita desde 1947, el siglo xx señala como una de sus caracterís-
ticas culturales más acusadas la difusión masiva de las traducciones en todos
los idiomas y de toda índole en obras de todas las materias.
Latinoamérica con sus 180 millones de habitantes —como dice Leopoldo
Zea siguiendo a Toynbee— se ha adelantado conscientemente a otros pueblos
no occidentales del mundo en un impulso por lograr su integración universal:
revela por obra de sus propios representantes, dentro o fuera de ella. España
ha recibido de Hispanoamérica impulsos-para la renovación de su lengua, de
su poesía, de su narrativa. La novela del norte y del sur del nuevo conti-
nente es fuente de sugerencias para los creadores de Europa.
Medio siglo después de empezado el descubrimiento y conquista del nuevo
mundo, el renacentista Montaigne formulaba el vaticinio siguiente: "Cuando
este nuevo mundo no haga más que entrar a la luz, el otro (el viejo) saldrá
de ella". Afortunadamente sólo parte de la sentencia se ha cumplido, pues
América —aquella América del futuro y de la esperanza de que hablaba Hegel
a comienzos del siglo xix— ha entrado o empieza a ingresar a la luz, mientras
que Europa no da señales de salir de ella. Ya integrada al mundo occidental,
América constituye ahora algo más que una esperanza.
VI
La mayoría de edad
1 ] LA FE EN LA METAMORFOSIS ESPONTÁNEA /
Por más pendulares que sean los gustos o las tendencias estéticas, por constan-
te que sea la "ley" de las reacciones intergeneracionales, por caduco o carente
de interés que pueda parecer en grandísima porción su aporte, es innegable
que ese grupo de poetas englobados bajo el rótulo de modernismo trajo algo
LA MAYORÍA DE EDAD 125
3] TRES PERÍODOS
y su instinto se han acordado tan brillantemente con los del público (todavía
amplio) de que disfrutan que resulta difícil aproximarse a los poetas poste-
riores sin una (injusta) presunción de redundancia. Vallejo postuló unas
normas de austeridad; Neruda unas de generosidad y de derroche: unas y
otras resultaron igualmente eficaces, y con Trilce y Residencia en la tierra la
literatura latinoamericana estuvo centrada, por última vez, en la poesía lírica.
En los años que corren, la profusión de poetas parece ser apenas una modali-
dad más del problema demográfico.
Y luego, de golpe, aparece una narrativa latinoamericana de cuya existen-
cia, en buena parte, "nos hemos enterado por la prensa”, como se decía en la
época premacluhaniana. Me anticipo a decir que la producción novelística de
estos últimos años, con toda su incontrovertible brillantez, es hasta cierto pun-
to un epifenómeno, una derivación, si se quiere, de un cambio profundo y
efectivo que se ha producido en la conciencia del escritor latinoamericano, en
sus relaciones consigo mismo, con su ocupación, con su público. Algo se que-
bró, algo nació en estos tiempos; una cesura, un pliegue, como dice Michel
Foucault (mi irresponsabilidad es limitada y me detengo con algún pavor ante
el adjetivo "epistemológico”). Y es indispensable consagrar un momento a
la figura que es al mismo tiempo símbolo y ejecutor de esa ruptura: Borges.
4] UN DEMOLEDOR DE CONVENCIONES
consiste en una complicidad con el destino cuyo trazo final sólo se vislumbra
"antes de morir". No obstante, del casi voluble pero reticente entrevistado
los periodistas producen un tercero, un cuarto, un equis Borges, más o menos
cortado a la medida (el Borges de las entrevistas con Georges Charbonnier
no es el mismo de la entrevista de Life).
Borges abre una brecha; el aspecto más evidente de ésta es el público,
claro está; ningún escritor latinoamericano contemporáneo (ni anterior) ha
logrado la intensidad de esas adhesiones que cobran proporciones de culto;
como hace unos años entre nosotros, Borges suscita fervores en Francia o en
los Estados Unidos que tienen algo de irrevocable, una mezcla de admiración
y de entrañable simpatía que supone la complicidad y engendra cierto tipo de
capillas; Borges no es mencionable sino entre los iniciados y su obra no ad-
mite la exégesis ni la propaganda sino que se trata de una admiración com-
partida tácitamente y, quizá por eso mismo, irrestrictamente. Hay algunos
libros que expresan en público esa parcialidad que sólo es admisible en pri-
vado; hay un excelente estudio sobre su poesía —el de Guillermo Su-
cre— que, justamente, plantea la dificultad de dividir esa expresión unitaria
y total que es la exigua obra del escritor argentino.
Esto, por supuesto, es secundario; Borges es Borges, y lo es para nosotros,
así sus textos fueran ignorados del todo fuera de Latinoamérica. Secundario,
sí, pero también sintomático. Porque, serenamente, Borges desmenuzó todas
las convenciones en torno a las cuales jadeaba y vociferaba nuestra literatura.
Para empezar, clausuró el embeleco de la autenticidad temática; el que en
sus mitologías convivan Homero y Martín Fierro, Babilonia y Buenos Aires,
no es un rasgo de erudición sino la proclama, sin estridencias y agresiones,
del fuero imaginativo ("imaginación" en el sentido de potencia creativa, sus-
citadora, enérgica, como la definía Coleridge). Y este fuero no admite talan-
queras; no las admite en el asunto, y rebasa por consiguiente la cuestión del
realismo; el puñal de Juan Muraña es tan "real" como los que blanden (en
Shakespeare) los asesinos de César; el pintoresquismo, el color local, el fol-
klore son datos que un hombre se incorpora sin necesidad de erigirlos en pro-
grama (por eso, y a pesar de todo el visible "distanciamiento", Borges, con
razón, no estima excesivamente Hombre de la esquina rosada); le gustan los
tangos y admira a José Hernández no porque sean argentinos sino porque son
suyos, tan suyos como los potros de la pampa o el tigre de Blake que tantos
tigres le ha suscitado. Esa libertad dentro de una inmensa patria, interior
pero concreta, le ha conferido el don de la arrogancia, el desdén callado frente
a todas las sistematizaciones, a todas las modas, a todas las manifestaciones
iracundas que reviste el terrorismo político-literario de la época. De la insu-
misión a los contenidos a la insumisión frente a las formas no hay una transi-
ción sino una simbiosis; el ademán intelectual es uno solo e inclusive cuando
los textos son más o menos clasificabas —ensayo, poema, relato, etc.— el ta-
lante es idéntico; compárese, por ejemplo, el "ensayo" sobre las traducciones
de las Mil y una noches con la "ficción" Pierre Ménard, autor del Quijote.
Borges no postula lo ya sabido por todos y que no obstante sigue siendo objeto
de proclamaciones entusiastas. No habla de la disolución o de la intercomuni-
130 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
cación de géneros y formas; se limitó tan sólo a construir una obra que
pone en práctica esa fusión, a hacer dé su literatura una totalidad poética
continuada.
Pero hay todavía otro aporte decisivo de Borges a la mentalidad del escri-
tor latinoamericano contemporáneo. Se trata de la ironía (ya volveremos so-
bre esto) y del humor; se trata de la cancelación de un concepto patético de
la creación literaria. Ni el humor, ni el “sentido del humor" son en forma
alguna claves decisivas para estimar la valía de un autor; Baudelaire carecía
de él (véanse los onerosos sarcasmos en las notas de Épaves), igual que Una-
muno, igual que otros autores más grandes o más modestos. Esta carencia
puede emanar de una filosofía, de una psicología individual, de una situación
existencial. O de lo que, a falta de otra cosa, hay que llamar un clima inte-
lectual. Un clima intelectual, a mi modo de ver, es lo que se manifiesta en
la literatura latinoamericana. Que la vida puede ser una atrocidad y una in-
dignidad; que las penas, el tedio, la opaca insensatez nos siguen rodeando
es una constante de la historia de la literatura y, más aún, una de las razones
de ser de la literatura. Pero entre nosotros se produjo, con recurrencia im-
placable, una sutil inversión de ese tópico; para poetas y novelistas, las cir-
cunstancias exteriores o los infortunios del carácter eran insuficientes; para
nuestros ensayistas, la inanidad de sus asuntos no era bastante; era menes-
ter agravar la desdicha o el tedio, y para ello había un instrumento destinado
específicamente a ese fin: la literatura. Los humoristas del siglo pasado son
escalofriantes; se les siente aplicados concienzudamente a la elaboración de
chistes deletéreos, porque lo cómico constituía un género, y ocupaba un lugar
honorable en las retóricas. Ese arduo empecinamiento con la risa se produce
—aunque con muchísima más abundancia— con el sufrimiento; y se obtiene
entonces la impresión de que el territorio hostil no era la existencia sino la
palabra, que lo que prevalecía de verdad era no una concepción melancólica
y desesperada de la vida sino una concepción melancólica y desesperada de la
literatura. Ésta era un instrumento que se rebajaba al contacto con el gozo,
con el escepticismo, con la serenidad; una falta de equilibrio que produjo
una sucesión de infortunios individuales en poesía, y una especie de sadismo
orondo en la novela.
También con Borges se cancela esa actitud; obviamente, no fue el primero
en divergir de ella; citemos la obra ejemplar de Alfonso Reyes, así como
buena parte —acaso la mejor— de la poesía de León de Greiff. Pero fue Bor-
ges quien le dio el golpe de gracia al subjetivismo sentimental y a la trucu-
lencia “objetiva”; son sus textos los que ponen de presente que el escritor no
sólo tiene la posibilidad sino también el deber de comunicar (el precio que
a él le represente es cosa suya) por lo menos un tipo de gozo, al menos ese
placer sin paralelo que es “la risa de la inteligencia". Estos elementos —los
rechazos y las lecciones— de la obra de Borges, transfigurados, imitados o
simplemente difusos ya en el aire de la época, van a ser decisivos en lo que
tiene de nuevo, de viril y de maduro la literatura latinoamericana de los últi-
mos años.
LA MAYORÍA DE EDAD 131
“Sin embargo, nada me parece menos inconcebible que ese lenguaje apenas
se prescinde de la pertinaz noción realista de la novela, que predomina incluso
en sus formas fantásticas o poéticas. Nada más natural que un lenguaje que
informa raíces, orígenes, que está siempre a mitad del camino entre el orácu-
lo y el ensalmo, que es sombra de mitos, murmullo del inconsciente colec-
tivo; nada más humano, en su sentido extremo, que un lenguaje poético como
éste, desdeñoso de la información prosaica y pragmática, rabdomancia verbal
que catea y hace brotar las más profundas aguas. A nadie le extraña el len-
guaje de los héroes de Ilion o de las sagas nórdicas tan pronto acepta que está
leyendo una epopeya... ¿Por qué no ha de aceptar el lector que los persona-
jes de Paradiso hablen siempre desde la imagen, puesto que Lezama los pro-
yecta a partir de un sistema poético que ha explicado en múltiples textos
y que tiene su clave en la potencia de la imagen como secreción suprema del
espíritu humano en busca de la realidad del mundo invisible?" En estas líneas
del encomio de Julio Cortázar a la novela de Lezama Lima hay una expresión
disonante: la referencia a “la pertinaz concepción realista de la novela". El
detalle es insignificante dentro del texto en cuestión, y del todo desdeñable
dentro del conjunto de ese libro tan vivaz y tan inteligente que es La vuelta
al día en ochenta mundos. Aquí Cortázar expone algunos criterios suyos so-
bre la novela (como páginas antes plantea otros muy pertinentes sobre el
humor argentino en “sobre la seriedad en los velorios", aplicables íntegros
al humor latinoamericano); sus enunciados son totalmente válidos, como
a priori lo había demostrado ya en la admirable Rayuelo.. Mi objeción —si
de objeción puede hablarse— se endereza contra el hábito mental, contra ese
ademán rutinario de denunciar una concepción de la novela que hoy sólo
subsiste —y de manera muy menesterosa, y muy a la defensiva— en la peri-
feria de la actividad intelectual. Algunos stalinistas —un poco tímidos porque,
con razón, no están muy seguros de la línea—, y un vago conjunto de supérs-
tites a quienes se les endilga el inmerecido epíteto de “reaccionarios" cuando
no son sino gentes indolentes y mal informadas. En otros términos: la alusión
de Cortázar ataca a adversarios fantasmales; y aunque, como es obvio, no
toda la literatura latinoamericana de nuestros días tiene el nivel de excelen-
cia del escritor argentino, su actitud frente a la novela, y a la escritura en
general, constituye precisamente el terreno común habitado por los nuevos
escritores del continente.
Precisamente, uno de los problemas de la vanguardia latinoamericana
consiste en procurarse enemigos. El único aspecto en que todavía encuentra
resistencias —aunque tan sólo al nivel policiaco o eclesiástico— es el de la
pornografía, industria que sigue siendo —pero sólo por el momento— mono-
polio del imperialismo norteamericano. Esta situación humillante es intolera-
ble, y confío en que pronto tendremos nuestro Burroughs, nuestro Updike,
nuestro Vidal. Sin embargo, como el LSD O la copulación escénica, son causas
un tanto marginales. La verdad es que, en medio de un confusionismo ge-
neracional, de un entusiasmo político generoso y desordenado, de una inflación
132 UNA LITERATURA EN EL MUNDO
¿Un viraje hacia dónde? Es inútil desconocer el hecho de que estos procesos
no se efectúan en un hortus conclusus sino que participan de circunstan-
cias universales. Con intención elogiosa y con intención denigrante, se dice
que todo el rigor y todo el rococó de la censura de la Unión Soviética proviene
del hecho de que es la URSS, y de que son los rusos, los ciudadanos sovié-
ticos, los únicos que toman hoy en serio, todavía, a la literatura. Sé que es
un criterio empírico y parcial, pero he observado que nuestra gente joven
lee con intensidad y fervor lo que en su idioma les llega de todas las naciones
latinoamericanas. Es verdad que los jóvenes son serios, y que la noción —acep-
tada alegremente— de boom tiene una contrapartida ominosa. No hay que
ser economista ni financiero para saber lo que suele venir después del boom.
La comercialización automática de la libertad, de la anarquía, es un hecho
anotado hasta la saciedad; pero a veces sospecho que el escritor latinoameri-
cano tiene la ilusión de creer que es él quien juega con todos esos mecanis-
mos de la explotación mercantil, que éstos están a su servicio. En este sentido
la irresponsabilidad es peligrosa y la euforia puede convertirse en embria-
guez. Por el momento, está bien; "la revolución de mañana deberá aprender
del libertinaje de ayer , como escribía Jorge Gaitán Durán en su libro sobre
Sade, uno de los dioses equívocos que oscuramente presiden la cultura con-
temporánea.
De otra parte, hoy son sólo los optimistas quienes hablan de crisis de la
novela y quienes siguen pensando en el agotamiento de un género determi-
nado. Lo que está en cuestión es la literatura toda; de esa disyuntiva no es
ciertamente Marshall McLuhan el único testigo, abundan los diagnósticos en
el mismo sentido, provenientes de críticos, de catedráticos, de filósofos, de so-
ciólogos. No deja de ser curioso que el fenómeno parezca estar produciéndose
en proporción inversa al nivel de "alfabetismo" de los países, y que todavía no
sea demasiado agudo en naciones como las nuestras, muchas de las cuales
LA MAYORIA DE EDAD 135
Rupturas de la tradición
I
Tradición y renovación
1] LA TRADICIÓN DE LA RUPTURA
Por tres veces en este siglo, las letras latinoamericanas han asistido a una
ruptura violenta, apasionada, de la tradición central que atraviesa —como un
hilo de fuego— esa literatura. Lo que ocurrió hacia 1960, y coincidiendo con
la mayor difusión de la Revolución cubana, ya había ocurrido hacia 1940
con la crisis cultural motivada por la guerra española y la segunda guerra
mundial, y tenía su más claro antecedente en la otra ruptura importante: la
de las vanguardias de los años veinte. Aun soslayando las tentaciones de
la simetría, es fácil advertir que esos tres instantes de ruptura (arbitraria y
deliberadamente concentrados aquí en torno de una cifra redonda: 20, 40, 60)
corresponden a procesos que tienen simultáneamente dos caras. Si por un
lado cada crisis rompe con una tradición y se propone instaurar una nueva
estimativa, por otro lado cada crisis excava en el pasado (inmediato o remo-
to) para legitimizar su revuelta, para crearse un árbol genealógico, para
justificar una estirpe. Ocupados a la vez del futuro que están construyendo
y del pasado que quieren rescatar, los hombres centrales de estas tres crisis
reflejan claramente ese doble movimiento circular (hacia adelante, hacia
atrás) que es característico de los instantes de crisis.
Pero no es posible llevar más lejos la simetría. Cada una de las tres crisis
tiene muy nítidas características y orienta la materia literaria hacia objetivos
muy precisos, que no son los mismos ni siquiera cuando pueden descubrirse
entre ellos ciertas semejanzas superficiales. Por eso mismo, antes de examinar
en el contexto actual este conflicto entre la tradición y la renovación que
signa tan claramente las letras latinoamericanas de hoy, me parece conve-
niente echar un rápido vistazo a los dos enfrentamientos que lo precedieron,
al tiempo que se intenta reconsiderar, paralelamente, sus búsquedas y sus
hallazgos y se las contrapone a las que caracterizan la confrontación de es-
tos días.
[ 139]
140 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
c] Renovación y revolución
explosivo de esta novedad) pero que al mismo tiempo no hace sino instaurar
una nueva instancia de esa tradición que el propio Romanticismo, en otra
generación, había contribuido a fundar. Por eso mismo, cuando la vanguardia
rompe con los restos del Modernismo, una tercera vez se asiste al mismo
proceso.
Lo que hay detrás de esta renovación, casi ritual, de un proceso es lo que
podría calificarse de cuestionamiento de la herencia inmediata. Cuando Sar-
miento ataca a Bello, o Darío a los fláccidos poetastros hispánicos, está ocu-
rriendo un proceso perfectamente natural e inevitable: una tradición exhausta
es puesta en cuestión, revalorizada, reducida o aniquilada en muchos de sus
postulados, y en su lugar una nueva estimativa, una nueva tradición, entra
en vigencia. Inútil decir que una operación tan radical no se realiza nunca
sin escándalo. La injusticia de Borges con Darío equivale a la injusticia de
Sarmiento con Bello. Es inútil que la erudición más precisa se empeñe en
demostrar (lo que es fácil) que Bello no era enemigo del Romanticismo y
que incluso conocía mejor el Romanticismo que Sarmiento. La imagen de
Bello está alterada por la luz que sobre ella arrojan las ardientes palabras
polémicas del escritor argentino. "Los poetas estamos con Sarmiento", me
dijo cierta vez Pablo Neruda, evocando la célebre polémica de 1842. Lo que
no sabía Neruda en aquel momento es que su poesía de entonces (era 1952)
dependía casi tanto de la visión didáctica y neoclásica defendida por Bello
como de la apasionada defensa del lenguaje popular y del neologismo que
sostuvo Sarmiento. La paradoja final es ésta: al volver hacia el pasado en
busca de una tradición que permita destruir otra más reciente, los creadores
de la ruptura suelen elegir dentro de posiciones que en su tiempo fueron
antagónicas y que el tiempo ahora ha neutralizado. Como los teólogos rivales,
en el célebre cuento de Borges, esas tradiciones podrían descubrir que a la
mirada de Dios (del hoy omnipotente) sus diferencias son mínimas, que las
sectas al cabo se confunden, que todo es uno.
La visión contemporánea, por el contrario, exagera los perfiles, borra las
semejanzas, subraya los antagonismos. De ahí que la vanguardia sea feroz con
Darío, que los existencialistas abominen de Borges, que muchos narradores
de hoy no toleren a Carpentier. Pero de ahí también que algunos de los más
lúcidos sean capaces de reconocer en el pasado inmediato la materia aprove-
chable. Así Cortázar depone ante Borges toda furia parricida y duplica (en
su estilo y con su particular perspectiva) muchas de sus ficciones, en tanto
que Severo Sarduy traslada con máximo rigor estructuralista los hallazgos,
las caóticas intuiciones, el fuego metafórico de Lezama Lima. En el Brasil,
la obra ascética de Joño Cabral de Meló Neto no está tan distante como
pudiera parecer de los experimentos radicales de la poesía concreta, y muchos
de los postulados de Mario de Andrade llegan a realizarse, y en qué dimen-
sión, en la vasta novela de Guimaráes Rosa.
Ruptura y tradición, continuidad y renovación: los términos son antagó-
nicos pero a la vez están honda, secretamente ligados. Porque no puede haber
ruptura sino de algo, renovación sino de algo, y a la vez para crear hacia el
futuro hay que volverse al pasado, a la tradición. Sólo que aquí esa vuelta
TRADICIÓN Y RENOVACIÓN 145
no es un retorno sino una proyección del pasado dentro del presente hacia
el futuro. De ahí el elemento radicalmente revolucionario que tiene esta
tradición de la ruptura. Conviene aclarar aquí que no se trata de una revolu-
ción en el sentido en que suele invocarse la palabra en los textos políticos.
En gran medida, la revolución política busca realizarse también en un con-
texto de revolución cultural, pero ese contexto no suele mantenerse mucho
tiempo. La experiencia de la Revolución rusa, que derivó hacia el stalinismo
y las formas más ordinarias del arte dirigido (realismo socialista, etc.), es sufi-
cientemente explícita. La tradición de la ruptura es, en cambio, profunda-
mente revolucionaria porque no puede institucionalizarse nunca y porque no
es susceptible de ser orientada burocráticamente. Incluso cuando los mismos
poetas pretenden organizaría (como pasó en el superrealismo francés, o en
algunas escuelas efímeras de la vanguardia latinoamericana) la subdivisión
en sectas, la polémica intergeneracional y otras formas subalternas de la
ruptura terminaron por imponerse.
La revolución de que se trata aquí es otra: es la revolución que postula
el cuestionamiento de la literatura por sí misma, del escritor por él mismo,
de la escritura y del lenguaje por ellos mismos. Revolución que es, por defi-
nición, permanente y que no puede ser ilustrada sino como movimiento.
Las letras latinoamericanas han asumido desde sus orígenes en la indepen-
dencia (antes se puede hablar de literatura escrita en la América Latina, no
de literatura latinoamericana) esa tradición de la ruptura. Pero nunca esa
tradición ha estado más viva que en este siglo y nunca, desde que el triunfo
de la Revolución cubana polarizó políticamente la cultura de este continente,
esa tradición se ha visto enfrentada a la responsabilidad mayor de ser, y
seguir siendo, auténticamente revolucionaria. Es decir, crítica.
ción de Rita Hayworth, se sabe que Puig trabaja hace tiempo en una segunda
novela, Boquitas pintadas (que ya ha terminado) y tiene actualmente en
taller una tercera. Tanto en La traición como en Boquitas pintadas, Manuel
Puig sitúa su ficción al nivel de esa subliteratura de consumo "popular" que
tiene sus manifestaciones más conocidas en el folletín (radial, televisado o
impreso), en las películas sentimentales y en la letra de las canciones popu-
lares, tango o bolero, por ejemplo. Con un oído finísimo para el estilo
hablado de esas formas, Manuel Puig ensaya en La traición una pintura
total de los consumidores de esos distintos avatares de una misma alienación
ficcional. Al centrar su mirada en una familia en la que la madre lleva todas
las tardes al cine a su hijito, Toto, para aliviar el tedio de la provincia, Manuel
Puig ha creado una suerte de Madame Bovary de nuestro tiempo. Si la de
Flaubert estaba alienada por la literatura folletinesca del Romanticismo, ésta
de Puig lo está por el radio-teatro, el cine comercial, el folletín. En Poquitas,
pintadas, a diferencia de La traición, la técnica misma es folletinesca. Aquí
Manuel Puig ha asumido completamente la parodia. En tanto que La traición
(formalmente, al menos) se inscribe en la tradición de Joyce (Portrait of the
Artist as a Young Man), de Ivy Compton-Bumett y su discípula Nathalie
Sarraute, Boquitas pintadas es, formal y específicamente, un folletín. La es-
tructura externa del libro, y no sólo su visión o su habla, refleja especular-
mente el folletín. Sólo que como en toda parodia que se respete hay en Bo-
quitas pintadas el grado exacto de exasperación que permite distinguir
naturalmente a Manuel Puig de, digamos, Corín Tellado.
El cuento popular está, ya se sabe, en el centro de toda narración. Pero
las capas y capas de sofisticación que ha agregado el Occidente a esa forma,
desde que Cervantes decidió reflejar no sólo la realidad española de su tiem-
po en el Quijote, sino reflejar la obra misma dentro de su propio texto (haza-
ña que Michel Foucault ha vinculado a la de Velázquez en Las Meninas), toda
la tradición de la novela crítica (de Sterne a Cortázar) había indicado una
ruta que dejaba muy lejos el cuento popular. Por eso mismo resulta más
deslumbrante que en dos de las más sorprendentes construcciones narrativas
de estos últimos años, el cuento popular vuelva por sus fueros. Me refiero,
como es natural, a Gran sertón: veredas, de Joáo Guimaráes Rosa, y a
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
A primera vista, poco de común tienen ambas novelas que, por otra parte,
han sido concebidas y creadas con total independencia la una de la otra.
La incomunicación entre el Brasil y el resto de América Latina explica que el
libro de Guimaráes Rosa, publicado en 1956 en el Brasil, sólo empiece a
existir para las letras hispanoamericanas a partir de su traducción al español
por Ángel Crespo, en 1967. A la incomunicación aludida se suma, en este caso,
la dificultad de lectura que plantea el propio texto de Rosa. Pero si Guimaráes
Rosa y García Márquez crean sus obras a espaldas el uno del otro, sus novelas
de alguna manera se contemplan y se reflejan.
En tanto que Guimaráes Rosa centra su interés en la historia de un joven
que busca su identidad a través de la identidad de su padre, desconocido
(lo que acercaría su novela a Pedro Páramo, de Rulfo, si no difirieran por tan-
TRADICIÓN Y RENOVACIÓN 147
propia poesía lo arrastró más de una vez hacia la anécdota ("El general Quiro-
ga va en coche al muere", sería un lindo’ejemplo); y en cuanto al confesiona-
lismo, toda su poesía de las últimas dos décadas es una confesión, a ratos
inevitablemente patética, de su condición humana límite. Pero no importa aho-
ra señalar las contradicciones de Borges ("es cierto, me contradigo, soy hu-
mano", dijo en una reciente entrevista), sino indicar un punto de partida. Lo
que era anatema en los años veinte habrá de convertirse en práctica habitual
en los años más recientes.
Sería fácil trazar una línea que a través del Neruda de algunas Residencias
(pienso en el Tango del viudo, por ejemplo), del Nicanor Parra de Poemas
y antipoemas (de 1954, no se olvide), incluso del Octavio Paz de La estación
violenta (1958), desembocase en una poesía de la anécdota, una poesía en que
lo "argumental" no está sistemáticamente excluido sino que forma parte de la
creación poética misma. Pero en vez de trazar un panorama literario general,
imposible en los términos de este trabajo, prefiero señalar ahora dos caminos,
distintos pero complementarios, de esa poesía de rescate de una forma olvi-
dada. Un camino es el de la poesía coloquial, que incorpora naturalmente lo
anecdótico a lo lírico. Ya en muchos poemas del mexicano Salvador Novo se
encuentra ese tono de verso hablado, o conversado, que en el Río de la Plata
habrá de desarrollarse con singular fortuna. En la obra de poetas tan diferen-
tes como César Fernández Moreno, Idea Vilariño y Juan Gelman es posible
reconocer una entonación rioplatense que rescata para la poesía la influencia
del tango y del lenguaje popular, o lunfardo. Más estilizado en la poetisa
uruguaya, más programático y didáctico en Gelman, tal vez sea en los últimos
libros de Fernández Moreno donde ese nuevo lenguaje, esa nueva forma,
logra su más rica expresión.
Argentino hasta la muerte tiene un argumento mínimo pero consistente:
es la experiencia del poeta que deja su patria, recorre Europa y regresa luego
para reconocer así mejor una identidad que está indicada en el título del
volumen y gracias a una fórmula (citada a la vez con aire paródico y emo-
cional) de Guido y Spano. Aquí la peripecia es mínima, la anédota casi no
existe, todo está centrado en una subjetividad. Pero los recursos poéticos
de que se vale Fernández Moreno, el tono deliberadamente coloquial de su
texto y su lenguaje hablado vivo que no teme al lunfardo siquiera, sitúan el
poema en una secuencia existencial que es (casi) de novela. De ahí el pre-
visible entronque con la poesía argumental. No es casual, por eso mismo,
que este libro se continúe en otro, Los aeropuertos, que ofrece una nueva
"entrega" (o folletín) de La misma experiencia existencial, llevando al per-
sonaje del poeta, su "persona", una etapa más adelante.
Más decididamente argumental es la poesía que practican otros poetas de
este tiempo. Como ilustración suficiente de este otro camino, mencionaré
la obra de dos: un brasileño, un mexicano. Para contar en Morte e Vida
Severina la historia de una de las víctimas de la periódica sequía del Nordeste,
Joño Cabral de Meló Neto utiliza los recursos básicos de la narración en
verso. Es la suya una historia para contar y no sólo para cantar, y allí se
resumen (con una lucidez y precisión revolucionarias que hacen más intensa
TRADICIÓN Y RENOVACIÓN 149
la obra) todos los temas que muchas novelas y aun películas del Nordeste
han explorado con mayor detalle, aunque no eficacia. La circunstancia de
que el poema de Meló Neto haya sido escenificado, y hasta puesto en música
por Chico Buarque de Hollanda, acentúa aún más su carácter argumental
y demuestra hasta qué punto una forma "olvidada” puede tener en nuestro
tiempo una vigencia aún mayor que las formas más corrientes.
En cuanto a Perséfone, del mexicano Homero Aridjis, aquí ya se borran
del todo las distinciones entre novela y cuento, por un lado, y poesía lírica
por otra. Novela-poema, o poema narrativo, Perséfone es un texto de altas
calidades poéticas que desarrolla en varias secuencias temporales el tema
del amor sexual. Escrito después de la admirable colección de poemas que
se titula Mirándola dormir, el texto de Perséfone amplía hasta cierto punto
las indicaciones eróticas que este volumen proponía. Pero ahora Homero
Aridjis está resueltamente interesado en explorar las virtualidades más noto-
rias de la narración. Hay en Perséfone no sólo la pareja de amantes, sino
también el dueño del burdel y las otras mujeres, los clientes y el mundo
mismo exterior que rodea, envuelve y determina a los personajes. Porque
Perséfone no es la misma en el ámbito de sexualidad alienada del burdel
que en el seguro de la cámara en que se encierra con el Narrador, su aman-
te; no es la misma en la luz leprosa del antro, que en la clara luz matinal.
Novela sin suficiente argumento, poema con un exceso de elementos narra-
tivos, Perséfone no sólo ilustra el rescate (y la reescritura actual) de un
género olvidado, sino que ilustra asimismo un nuevo desarrollo de la lite-
ratura presente: la negación de las fronteras explícitas entre los géneros.
Pero éste es tema que requiere un desarrollo aparte. Si Perséfone oscila
entre la novela y el poema, justificando a su manera aquella afirmación de
Octavio Paz de que no hay una válida distinción entre la prosa y el verso,
conviene advertir que la obra de Aridjis es una de las muchas que hoy de-
muestran esa imposibilidad de distinguir entre los distintos géneros de la
retórica clásica. El tema no es nuevo, ni siquiera en nuestro siglo, y ya Be-
nedetto Croce, y Alfonso Reyes a su zaga, lo han discutido satisfactoriamente.
Lo que me interesa indicar aquí no es el fundamento teórico de esta discusión
sino su aplicación práctica a una realidad literaria, cada día más evidente: los
géneros no han desaparecido del todo pero sus fronteras continúan modificán-
dose, borrándose hasta lo indiscernible, produciendo obras que no responden
ya a una sola categoría.
¿En dónde situar, por ejemplo, El hacedor, de Borges? Libro de prosas
y versos, contiene páginas en prosa que tienen el rigor de un poema, y la
misma materia elusiva y metafórica; poemas de irredento prosaísmo que tal
vez pudieran ser mejorados por una prosa tersa; narraciones que están (in-
diferentemente) en verso o prosa. Pero, aún mejor: cada página del libro
corresponde a un género que no reconoce la retórica clásica pero que es el
género único que justifica la mágica lucidez, el vertiginoso pavor de su lec-
tura. El libro es una "confesión”. Para Borges, en el ocaso de una carrera
de experimentador literario en los tres géneros principales (el poema, el en-
sayo, el cuento), la forma definitiva es la confesión.
150 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
Si los happenings terminan por devolver el teatro a las variadas formas del
espectáculo (sin excluir el exhibicionismo erótico o el ritual orgiástico), cer-
tificando de esta manera negativa la contaminación de la literatura por las
demás artes, al revés la poesía concreta se propone integrar en la literatura
artes que son obviamente exteriores a ella pero que, de alguna manera, pue-
den beneficiarla y enriquecerla. Me refiero a las artes plásticas y a la música.
No es ésta la ocasión de hacer la historia (breve pero ya abundante) de un
movimiento que en poco más de una década ha atravesado como fuego la
poesía de los cinco continentes. Baste señalar que tiene una de sus fuentes,
y centro de irradación más intenso, en el Brasil. Aunque aparece casi simul-
táneamente en varios países (en Italia con Cario Belloli, en Suiza con Eugen
Gomringer, en Suecia con Oyvind Falstrom, en Brasil con los hermanos de
Campos), es indudable que una misteriosa predestinación hace que este mo-
vimiento esté signado por las lenguas del Nuevo Mundo: en tanto que Gom-
ringer nace en Bolivia y escribe en español sus primeros poemas concretos,
Falstrom pasa los tres primeros años de su vida en Sao Paulo. De ahí que
aun aquellos poetas que luego habrán de desarrollar sus experimentos en el
contexto de otras lenguas parecen marcados de origen por el destino latino-
americano. Esta radicación espiritual en el Nuevo Mundo agradaría en su
suprarreal simbolismo a Juan Larrea.
Pero no pretendo con esto fundamentar una absurda nacionalización de la
poesía concreta. Por su propia naturaleza, la poesía concreta es decidida-
mente universal y no sólo trasciende las fronteras lingüísticas sino también
las fronteras entre las artes. Cuando los hermanos de Campos y Décio Pigna-
tari trazan la genealogía de su experimentación, invocan precisamente la poe-
sía anglosajona (E. E. Cummings como Pound y Joyce), pero también invocan
el cine de Eisenstein y la música de Webern. Por otra parte, el nombre mismo
que han elegido para identificar su grupo, Noigandres, es una misteriosa pala-
bra que les llega desde el trovador provenzal Arnaut Daniel por el camino de
Ezra Pound (Cantos, xx). Por eso es legítimo acentuar el origen mayormente
latinoamericano y específicamente brasileño de este movimiento, sin dejar por
eso de subrayar su internacionalidad. Por ser latinoamericano es internacio-
nal, habría que decir forzando la paradoja.
La difusión de la poesía concreta, a partir de los experimentos aislados
que hacen Belloli en Italia o Falstrom en Suecia, y que luego sistematizarán
y coordinarán desde Suiza y Brasil, tanto Gomringer y Max Bunse como los
hermanos de Campos y Décio Pignatari, revela además otro rasgo muy carac-
terístico de la actual literatura latinoamericana: su vocación intemacionalista
que no es sino otra cara de esa modernidad que persiguió Darío y que alucinó
a Huidobro, esa modernidad que Octavio Paz ha subrayado como último rasgo
152 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
3] EL LENGUAJE DE LA NOVELA
a] Adiós a la tradición
de la narración sino las del lenguaje mismo, son las dos novelas por ahora
centrales de Julio Cortázar y José Lezama Lima. Aquí se llega, en más de un
sentido, a la culminación del proceso iniciado por Borges y Asturias, y al mismo
tiempo se abre una perspectiva totalmente nueva: una perspectiva que per-
mite situar con lucidez y precisión la obra de los más recientes narradores.
En Paradiso, Lezama Lima logra mágicamente lo que se había propuesto ra-
cionalmente Marechal con su novela: crear una summa, un libro cuya forma
misma está dictada por la naturaleza de la visión poética que la inspira; com-
pletar un relato en apariencia costumbrista que es al mismo tiempo un tra-
tado sobre el cielo de la infancia y el infierno de las perversiones sexuales;
trazar la crónica de la educación sentimental y poética de un joven habanero
de hace treinta años que se convierte, por obra y gracia de la dislocación
metafórica del lenguaje, en un espejo del universo visible y, sobre todo, del
invisible. La hazaña de Lezama Lima es de las que no tienen par. Ahí está
ese monumento que sólo ahora, con mucha pausa y ninguna prisa, es posible
empezar a leer en su totalidad.
Más aparentemente fácil es Rayuelo., de Cortázar, obra que se beneficia no
sólo de una rica tradición rioplatense (como ya se ha indicado) sino de ese
caldo monstruoso de cultivo que es la literatura francesa y en particular el
superrealismo en todas sus mutaciones. Pero si Cortázar parte con todas esas
ventajas en tanto que Lezama en su isla de hace treinta años estaba como
perdido en una vasta biblioteca de libros desparejos y semicarcomidos por las
erratas; si Cortázar parece haber escrito Rayuelo desde el centro del mundo
intelectual, en tanto que Lezama Lima empezó a escribir su Paradiso en lo
que era una de las periferias más periféricas de América Latina, la verdad
es que Cortázar arranca de esa apoteosis de la cultura que es París para ne-
gar la cultura, y que su libro quiere ser, sobre todo, una resta, no una summa;
una antinovela, no una novela. Por eso ataca lo novelístico, aunque se cuida
de preservar, aquí y allá, lo novelesco. La forma narrativa es puesta en cues-
tión por el libro mismo que empieza por indicar al lector cómo es posible
leerlo; que sigue proponiéndole una clasificación de lectores en lector-hembra
y lector-cómplice; y que termina encerrándolo en una experiencia circular e
infinita ya que el capítulo 58 remite al 131 que remite al 58 que remite al 131
y así hasta el fin de los tiempos. Aquí, la forma misma del libro —un laberinto
sin centro, una trampa que se cierra cíclicamente sobre el lector, una serpiente
que se muerde la cola— no es sino un recurso más para enfatizar el tema pro-
fundo y secreto de esta exploración de un puente entre dos experiencias
(París, Buenos Aires), un puente entre dos musas (la Maga, Talita), un puente
entre dos existencias que se duplican y reflejan especularmente (Oliveira,
Traveler). Obra que se desdobla para cuestionarse mejor, es también una
obra sobre el desdoblamiento del ser argentino, y, más profunda y vertiginosa-
mente aún, sobre el doble que acecha en otras dimensiones de nuestras vidas.
La forma del libro se confunde con lo que antes se llamaba su contenido.
160 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
tiene más de una dimensión, pero que no se decide nunca a levantar los pies
de la sólida, atormentada tierra.
No son estos grandes novelistas jóvenes, ya reconocidos como maestros
por la crítica de esta década, los que han aprovechado los aspectos más
anticipadores de la obra de las dos promociones precedentes, sino autores
como García Márquez y Cabrera Infante, que se han manifestado más tardía-
mente pero ya han producido obras de singular importancia. Tanto en Cien
años de soledad como en Tres tristes tigres es posible reconocer, sin duda
alguna, el parentesco con el mundo lingüístico de Borges o de Carpentier,
con las visiones fantásticas de Rulfo o de Cortázar, con el estilo internacional
de Fuentes o de Vargas Llosa. Aunque no es ese parecido (al fin y al cabo
superficial) lo que verdaderamente cuenta en ellas.
Ambas novelas se apoyan en una visión estrictamente lúcida del carácter
ficticio de toda narración. Son ante todo formidables construcciones verbales
y lo proclaman de una manera sutil, implícita, como es el caso de Cien años
de soledad, en que el tradicional realismo de la novela de la tierra aparece
contaminado de fábula y mito, servido en el tono más brillante posible, im-
pregnado de humor y fantasía. Pero también lo proclaman de manera mili-
tantemente pedagógica como en Tres tristes tigres que, a la zaga de Rayuela
y tal vez incluso con más constante invención novelesca, instala en su centro
mismo la negación de su "verdad", crea y destruye, termina por demoler la
fábrica tan cuidadosamente levantada de su ficción.
Si García Márquez parece adaptar las enseñanzas recogidas simultánea-
mente en Faulkner y en la Virginia Woolf de Orlando (libro que tradujo Bor-
ges al español), a la creación de ese Macondo imaginario en que vive y muere
el coronel Aureliano Buendía, conviene advertir desde ahora que no hay que
dejarse engañar por las apariencias. El ya ilustre narrador colombiano está
haciendo algo más que contar una fábula de infinito encanto, humor inago-
table, fantasía envolvente: está borrando con la práctica más insidiosamente
suasoria la enojosa distinción entre realismo y fantasía en el cuerpo mismo
de la novela, para presentar —en una sola frase y en un mismo nivel meta-
fórico— la "verdad" narrativa de lo que viven y lo que sueñan sus entes de
ficción. Enraizado simultáneamente en el mito y en la historia, traficando
con episodios dignos de las Mil y una noches o de la parte más arcaica de la
Biblia, Cien años de soledad sólo alcanza plena coherencia en esa realidad
hondísima del lenguaje. Lo que no advierten necesariamente la mayor parte
de sus lectores, seducidos por el embeleco de un estilo que no tiene igual en
su fantasía, en su rapidez, en su precisión.
La operación que practica Cabrera Infante es más escandalosamente lla-
mativa porque toda su novela tiene sentido sólo si se la examina como una
estructura lingüístico-narrativa. A diferencia de Cien años de soledad, que
está contada por un ubicuo y omnisapiente narrador, Tres tristes tigres está
contada por sus personajes mismos, o tal vez habría que decir por sus ha-
blantes, ya que se trata de un collage de voces. Discípulo evidente de Joyce,
Cabrera Infante no lo es menos de Lewis Carroll, otro gran manipulador del
lenguaje, y de Mark Twain que descubrió (antes que tantos) un tono de voz
162 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
d] El vehículo es el viaje
Con García Márquez y Cabrera Infante, así como con el Fuentes que habrá
de revelarse en su última complejísima novela, Cambio de piel, ya se entra
en el dominio de la cuarta y por ahora novísima generación de narradores.
No se puede hablar todavía con mucho detalle de ellos porque casi todos
han publicado sólo una primera novela, aunque ya trabajan en otra u otras.
Pero me prevalezco del carácter de novedad que lleva etimológicamente im-
plícita la palabra novela, para adelantar algunos nombres que me parecen
de indiscutible importancia. Sobre todo en México, en Cuba, Brasil y Ar-
gentina, hay actualmente una cantidad de narradores jóvenes que acometen
el acto de narrar con la máxima latitud posible y sin respetar ninguna ley o
tradición visible, salvo la del experimento. Se llaman Gustavo Sainz, Fer-
nando del Paso, Salvador Elizondo, José Agustín, José Emilio Pacheco, en
México; en Cuba, dentro y fuera de la isla pero en la Cuba unida por su
literatura, son Severo Sarduy, Jesús Díaz, Reinaldo Arenas, Edmundo Des-
noes; en Brasil se llaman Nélida Piñón y Dalton Trevisan; en la Argentina,
son Néstor Sánchez, Daniel Moyano, Juan José Hernández, Manuel Puig, Leo-
poldo Germán García. Es imposible hablar de todos, y ya esta enumeración se
parece sospechosamente al catálogo. Prefiero correr el riesgo de equivocarme
y elegir cuatro dentro de esa pléyade.
TRADICIÓN Y RENOVACIÓN 163
Los más visibles, o por lo menos, los que ya han producido al menos
una novela que los distingue y singulariza del todo, son Manuel Puig, Néstor
Sánchez, Gustavo Sainz y Severo Sarduy. A los cuatro los une una conciencia
agravada de que la textura más íntima de la narración no está ni en el tema
(como fingían creer, o tal vez creían, los románticos narradores de la tierra)
ni en la construcción externa, ni siquiera en los mitos. Está, muy natural-
mente para ellos, en el lenguaje. O para adaptar una fórmula que ha sido
popularizada por Marshall McLuhan: "el medio es el mensaje". La novela
usa la palabra no para decir algo en particular sobre el mundo extralitera-
rio, sino para transformar la realidad lingüística misma de la narración. Esa
transformación es lo que la novela "dice", y no lo que suele discutirse in
extenso cuando se habla de una novela: trama, personajes, anécdota, mensaje,
denuncia, protesta, como si la novela fuera la realidad y no una creación
verbal paralela.
Esto no quiere decir, aclaro, que a través de su lenguaje la novela no
aluda naturalmente a realidades extraliterarias. Lo hace, y por eso es tan
popular. Pero su verdadero mensaje no está a ese nivel, en que puede ser
sustituida por el discurso de un presidente o un dictador, por las consignas
de un comité o del párroco más cercano. Su mensaje está en su lenguaje.
Como la idea de un lenguaje de la novela me parece de primera importancia,
voy a insistir un poco más en este aspecto. Cuando hablo de un lenguaje no
me refiero exclusivamente al uso de ciertas formas de lenguaje. En litera-
tura, lenguaje no es sinónimo de sistema general de la lengua, sino (más
bien) sinónimo del habla de un determinado escritor o de un determinado
género. El lenguaje de la novela latinoamericana está hecho sobre todo de
una visión muy honda de la realidad circundante, visión que debe aportes
fundamentales a la obra de los ensayistas y de los poetas, demostrando una
vez más la artificialidad de la separación retórica de los géneros. Por eso,
¿cómo no reconocer la huella ardiente de Martínez Estrada en toda esa
generación parricida que asoma en la Argentina hacia 1950 y tantos? ¿Cómo
no advertir el estilo y hasta las palabras de Octavio Paz en tantos pasajes
claves de las novelas de Carlos Fuentes? En ese aprovechamiento de la obra
de ensayistas y poetas para la creación de un lenguaje narrativo, la novela
latinoamericana ha demostrado su madurez. Pero aquí quiero indicar un
paso más en este proceso: la novela, al cuestionar su estructura y su tex-
tura, ha puesto en cuestión su lenguaje y ha convertido el tema del lenguaje
narrativo en tema de la novela misma. Esto, que se ha visto en Cortázar y en
Lezama Lima, en Cabrera Infante y en García Márquez, se ve (aún más
claro) en los nuevos narradores.
De ahí que en un libro como La traición de Rita Hayworth, de Manuel
Puig, lo más importante no es la historia de ese niño que vive en una ciudad
argentina de provincias y que va todas las tardes al cine con su mamá,
ni tampoco es excesivamente importante la estructura narrativa que se vale
del monólogo interior de Joyce, o de los diálogos sin sujeto explícito que
ha popularizado Nathalie Sarraute. No. Lo que realmente importa en el
fascinante libro de Puig es ese continuo de lenguaje hablado que es a la vez
164 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
ego del autor, escribe. El registro de la realidad novelesca dentro del mismo
libro, así como el registro del libro, participan de idéntica condición verbal
y sonora. Todo es palabras, al fin y al cabo. Como en el segundo Quijote, en
que los personajes discuten el primer Quijote y hasta las aventuras apócrifas
que les inventó Avellaneda, los personajes de Sainz pasan y repasan su pro-
pia novela grabada. Están presos en la telaraña de sus voces. Si todos esos
planos más o menos apócrifos de la “realidad" narrativa de esta novela son
válidos es porque la única “realidad" que “viven" realmente los “personajes"
es la del libro. Es decir, la de la palabra. Todo lo demás es cuestionable
y está cuestionado por Sainz.
He dejado deliberadamente para el final al narrador que ha adelantado
más en este tipo de exploraciones. Me refiero a Severo Sarduy que ya lleva
dos libros publicados: Gestos, que paga tributo a cierta forma del Nouveau
Román —los tropismos de Mme. Sarraute—, pero que ya revela un ojo y un
oído propios; y De dónde son los cantantes, que me parece de las obras deci-
sivas en esta empresa colectiva de la creación de un lenguaje propio para la
novela latinoamericana. (Una tercera novela, Cobra, está en proceso de com-
posición; por lo adelantado en revistas, es posible advertir que confirma lo
que aquí se dice de su autor.)
Lo que presenta De dónde son los cantantes son tres episodios de una
Cuba prerrevolucionaria y esencial: uno de los episodios ocurre en el mundo
chino de La Habana, mundo limitado, de travestí y pacotilla, pero a la vez
mundo de hondísimos símbolos sexuales inquietantes; el segundo episodio
muestra a la Cuba negra y mestiza, la superficie colorida del trópico, en un
relato paródico y satírico que es a la vez una cantata (como tal, ha sido
trasmitida exitosamente por la radio en Francia); la tercera parte se con-
centra sobre todo en la Cuba española y católica, en la Cuba central. Pero
lo que el libro cuenta es secundario para el propósito de Sarduy; lo que im-
porta es cómo lo cuenta. Porque unificando las tres partes, dispares en exten-
sión e interés, hay un medio que se convierte en un fin, un vehículo que es
en sí mismo el viaje. Aquí la lengua habanera del autor (no la de los perso-
najes, como en Cabrera Infante) es el verdadero protagonista. Es el suyo un
lenguaje barroco en el hondo sentido de Lezama Lima y no en el de Carpen-
tier; un lenguaje que se vuelca críticamente, paródicamente, sobre sí mismo,
como pasa también en los escritores franceses del grupo Tel quel, con el que
tan fecunda relación tiene Sarduy. Es un lenguaje que evoluciona a lo largo
de la novela, que vive, padece, se corrompe y muere para resucitar de su
propia materia corrompida, como esa imagen de Cristo que en la tercera
parte llevan en procesión a La Habana.
Con esta novela de Sarduy, así como con La traición de Rita Hayxvorth, las
obras de Néstor Sánchez y Gazapo, de Sainz, el tema de la novela latino-
americana que había sido puesto en cuestión por Borges y por Asturias, que
habían desarrollado deslumbrantemente y desde distintos campos magnéticos
Lezama Lima y Cortázar, que es enriquecido, metamorfoseado, fabulizado por
García Márquez, por Fuentes y por Cabrera Infante, llega ahora a un verda-
dero delirio de invención prosaica y poética a la vez. Es el tema subterráneo
166 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
SEVERO SARDUY
1] LO BARROCO
2] ARTIFICIO
a] La sustitución
Cuando en Paradiso José Lezama Lima llama a un miembro viril "el aguijón
del leptosomático macrogenitoma”, el artificio barroco se manifiesta por
medio de una sustitución que podríamos describir al nivel del signo: el sig
niñeante que corresponde al significado "virilidad” ha sido escamoteado y
sustituido por otro, totalmente alejado semánticamente de él y que sólo
en el contexto erótico del relato funciona, es decir, corresponde al primero en
el proceso de significación.
Formalizando esta operación podríamos escribir:
► Snte.1
Sdo.
b] La proliferación
Snte3
x Snte4
%
N*
\ Snte5
i
%%
i i
1 i
»
Snte i• "Aproximaciones a Paradiso”
\ Sdo
\
8 Cf. Zona Franca, Caracas, año III, núm. 47, julio de 1967.
172 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
9
Pablo Neruda, Canto general, parte xiv, poesía xm.
EL BARROCO Y EL NEOBARROCO 173
c] La condensación
Permutación Condensación
. Snte3
Fonema1... Fonema2... etc. J ^ F1... F2... etc. J Snte1 -> «- Snte2
Significante1 Snte2
Significado
3] PARODIA
Robert Jammes, Études sur l’oeuvre poétique de Don Luis de Góngora y Argote, Bor-
deaux, Institut d'Études Ibériques, 1967.
EL BARROCO Y EL NEOBARROCO 175
a un género menor, pues no existe más que en referencia a esta obra”. Si re-
ferida al barroco hispánico esta aseveración nos parecía ya discutible, referida
al barroco latinoamericano, barroco "pinturero”, como lo llama Lezama Lima,
barroco del sincretismo, la variación y el brazaje, cederíamos a la tentación
de ampliarla, pero invirtiéndola totalmente —operación barroca—, y afirmar
que: sólo en la medida en que una obra del barroco latinoamericano sea la
desfiguración de una obra anterior que haya que leer en filigrana para gustar
totalmente de ella, ésta pertenecerá a un género mayor; afirmación que será
cada día más valedera, puesto que más vastas serán las referencias y nuestro
conocimiento de ellas, más numerosas las obras en filigrana, ellas mismas des-
figuración de otras obras.
En la medida en que permite una lectura en filigrana, en que esconde,
subyacente al texto —a la obra arquitectónica, plástica, etc.— otro texto —otra
obra— que éste revela, descubre, deja descifrar, el barroco latinoamericano
reciente participa del concepto de parodia, tal como lo definía en 1929 el
formalista ruso Backtine.12 Según este autor la parodia deriva del género
"serio-cómico” antiguo, el cual se relaciona con el folklore carnavalesco —de
allí su mezcla de alegría y tradición— y utiliza el habla contemporánea con
seriedad, pero también inventa libremente, juega con una pluralidad de tonos,
es decir, habla del habla. Sustrato y fundamento de este género —cuyos
grandes momentos han sido el diálogo socrático y la sátira menipea—, el
carnaval, espectáculo simbólico y sincrético en que reina lo "anormal”, en
que se multiplican las confusiones y profanaciones, la excentricidad y la ambi-
valencia, y cuya acción central es una coronación paródica, es decir, una
apoteosis que esconde una irrisión. Las saturnales, las mascaradas del siglo xvi,
el Satiricón, Boecio, los Misterios, Rabelais, por supuesto, pero sobre todo el
Quijote: éstos son los mejores ejemplos de esa carnavalización de la literatura
que el barroco latinoamericano reciente —no por azar notemos la importan-
cia del carnaval entre nosotros— ha heredado. La carnavalización implica la
parodia en la medida en que equivale a confusión y afrontamiento, a interac-
ción de distintos estratos, de distintas texturas lingüísticas, a intertextualidad.
Textos que en la obra establecen un diálogo, un espectáculo teatral cuyos
portadores de textos —los actuantes de que habla Greimas— son otros textos;
de allí el carácter polifónico, estereofónico diríamos, añadiendo un neologismo
que seguramente hubiera gustado a Backtine, de la obra barroca, de todo
código barroco, literario o no. Espacio del dialoguismo, de la polifonía, de la
carnavalización, de la parodia y la intertextualidad, lo barroco se presentaría,
pues, como una red de conexiones, de sucesivas filigranas, cuya expresión
gráfica no sería lineal, bidimensional, plana, sino en volumen, espacial y
dinámica. En la carnavalización del barroco se inserta, trazo específico, la
mezcla de géneros, la intrusión de un tipo de discurso en otro —carta en un
relato, diálogos en esas cartas, etc.—, es decir, como apuntaba Backtine, que
la palabra barroca no es sólo lo que figura, sino también lo que es figurado,
que ésta es el material de la literatura. Afrontado a los lenguajes entre-
12 Michail Backtine, Dostoevskij, Turín, Einaudi, 1968. Cf. también el resumen de esta
obra por Julia Kristeva, en Critique, París, abril de 1967.
176 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
13
En Borges, por ejemplo, como el elemento paródico es central, las citas, indica-
dores exteriores de la parodia, pueden permitirse la falsedad, pueden ser apócrifas.
14 Julia Kristeva, Pour une sémiologie des paragrammes, en Tel Quel, núm. 29, París,
1967.
EL BARROCO Y EL NEOBARROCO 177
a] La íntertextualidad
b] La intratextualidad
Agrupamos bajo este inciso los textos en filigrana que no son introducidos
en la aparente superficie plana de la obra como elementos alógenos —citas
y reminiscencias—, sino que, intrínsecos a la producción escriptural, a la
operación de cifraje —de tatuaje— en que consiste toda escritura, participan,
conscientemente o no, del acto mismo de la creación. Gramas que se desli-
zan, o que el autor desliza, entre los trazos visibles de la línea, escritura
entre la escritura.
Gramas fonéticos. En el mismo nivel que las letras que instauran un sentido
en el recorrido lineal, fijado, “normal" de la página, pero formando otras
posibles constelaciones de sentido, prestas a entregarse a otras lecturas, a
otros desciframientos, a dejar oír sus voces a quien quiera escucharlas, existen
otras posibles organizaciones de esas letras. Las líneas tipográficas, paralelas
y regulares —determinadas por nuestro sentido lineal del tiempo—, a quien
quiera transgredirlo, ofrecen sus fonemas a otras lecturas radiales, dispersas,
fluctuantes, galácticas: lectura de gramas fonéticos cuya práctica ideal es el
anagrama, operación por excelencia del escondite onomástico, de la sátira
solapada y adivinable al iniciado, de la risa destinada al hermeneuta; pero
también el caligrama, el acróstico, el bustrofedón y todas las formas verbales
y gráficas de la anamorfosis, de los dobles e incompatibles puntos de vista,
del cubismo; formas cuya práctica engañosa sería la aliteración. La alitera-
EL BARROCO Y EL NEOBARROCO 179
ción que “aficha" y despliega, que ostenta los trazos de un trabajo fonético,
pero cuyo resultado no es más que mostrar el propio trabajo. Nada, ninguna
otra lectura se esconde necesariamente bajo la aliteración, su pista no reenvía
más que a sí misma y lo que su máscara enmascara es precisamente el hecho
de no ser más que una máscara, un artificio y un divertimiento fonético que
son su propio fin. Operación pues, en este sentido, tautológica y paródica, es
decir, barroca.
El cromatismo, el cortante juego de texturas del portugués, que exploró el
poeta gongorino Gregorio de Matos, han servido de base para los mosaicos
fonéticos de Livro de ensaios-Galáxias de Haroldo de Campos, aliteraciones
que se extienden en páginas móviles y que no remiten más que a sí mismas,
tan endeble es la “vértebra semántica" que las une:
Gramas sémicos. El grama sémico es descifrable bajo la línea del texto, de-
trás del discurso, pero ni la lectura transgresiva de sus fonemas ni combina-
ción alguna de sus marcas, de su cuerpo en la página, nos conducirán a él; el
significado a que se refiere el discurso manifiesto no ha dejado ascender sus
significantes a la superficie textual: idiom reprimido, frase mecánicamente
recortada en el lenguaje oral y que quizá por ello no tiene acceso a la
página, rechazada, incapaz de emerger a la noche de tinta, al cubo blanco,
que la excluye, al volumen del libro, pero cuya latencia perturba o enriquece
de algún modo toda lectura inocente. Hermenéutica del significado, manteia
del sema, detección de la unidad de sentido.
Todavía en aquel pueblo se recuerda el día que le sacaron Rey Lulo y tú, el
mal de muerte que se había ido rápido sobre un ternero elogiado por uno de esos
que dan traspiés en la alabanza.
lando las unidades más vastas del discurso según ésta las configura, su per-
tenencia a la categoría "escritura/odísea”. La estructura primaria de secuencia
será aquí, por supuesto, la postulada en Joyce, cuya "autoridad”, en tanto
que modelo, remite a toda la tradición homérica, tradición de un relato
cuyos ejes ortogonales serían "libro como viaje/viaje como libro”. Pero la
categoría nunca se hace explícita sino que sólo están marcadas sus redes más
vastas, un universo en expansión cuyos puntos-eventos (que determinan la
reanudación de las secuencias y la coordinación de las mismas) van configu-
rando posibles recorridos: lecturas de una ciudad, de un día entero, de un
libro-viaje que al escribirse instaura "bajo cuerda” este sentido: todo sentido
es trayecto. Son igualmente las grandes unidades del discurso teatral las que
en las puestas en escena de Alfredo Rodríguez Arias —Goddess, de Javier
Arroyuelo o Drácula, del propio Rodríguez Arias, por ejemplo— funcionan
como índices de un espacio exterior a la representación y que la garantizan
desde su lejanía y su prioridad. Pero en este caso el código de la autoridad
—que sería el constituido por las situaciones teatrales explícitas— es seña-
lado negativamente. Si en estas puestas en escena la detención de los gestos
viene a subrayar ciertas situaciones claves —las que constituyen el léxico
de "lo teatral” en la tradición burguesa: cartas con declaraciones de amor,
personajes que entran a escena cuando se anuncia que se les espera, calami-
dades encadenadas, noticias que conducen abruptamente al happy end—
es precisamente para señalarlas en tanto que letra muerta y, dilatándolas
hasta lo risible con la práctica de la "cámara lenta”, o "perturbándolas” con
un acompañamiento musical contradictorio —los mensajes de Drácula se leen
sobre un fondo de música pop—, para aprovecharlas de nuevo en tanto que
núcleos de energía teatral, que terminología segura, institucionalmente histrió-
nica. El código es aquí utilizado en tanto que lugar común, sus signos se
convierten así en modelos que la parodia al criticar recupera. No se trata,
pues, de un teatro humorístico cuyos temas de sátira fácil serían simples
citas del teatro de boulevard, sino de la puesta en términos explícitos de una
gramática cuya enunciación paródica, mostrándola en su hipérbole, defor-
mándola, se sirve de ella al mismo tiempo que la censura, la corona y la
destrona en el espacio, para Rodríguez Arias carnavalesco, de la escena; es
decir, la emplea para practicar su apoteosis y simultáneamente su irrisión,
como hace con el léxico que lo precede todo artista barroco.
4] CONCLUSIÓN
a] Erotismo
16 Mirada y voz = a los objetos parciales ya designados por Freud, Lacan añade estos
dos; cf. curso sobre el objeto (a), inédito, en la École Nórmale de París.
17
Sobre la (a)lteridad y las relaciones entre A y (a), cf. Moustafa Safouan, en Qu’est-
ce que le structuralisme?
EL BARROCO Y EL NEOBARROCO 183
b] Espejo
c] Revolución
RAMÓN XIRAU
Afirmar que existe una crisis del realismo en las letras hispanoamericanas
contemporáneas es en buena medida exacto; es también en buena medida am-
biguo. ¿Qué entendemos por realismo?, ¿desde cuándo —si es que la hay—
existe una crisis del realismo?, ¿se trata de una crisis o de una renovación
que es, al mismo tiempo, retorno a formas expresivas —las del barroco, por
ejemplo— muy típicas de la literatura hispánica en general y de la literatura
hispanoamericana en particular?
Es innegable la existencia y la persistencia de una larga tradición realista
en las letras españolas y latinoamericanas. Se trata, claro está, del realismo
que ya ponen de manifiesto las imágenes terrestres y encarnadas del Cantar
del Mío Cid, que lleva a sus extremos la novela picaresca —en América algo
tardíamente aparecida en las obras de Concolorcorvo y de Fernández de Li-
zardi—, que se presenta a lo largo de las expresiones sociales del teatro espa-
ñol de los siglos de oro. Pero el realismo hispánico de los siglos de oro, aun-
que tiene mucho de social no es nunca un análisis sociológico. De psicológico
tiene muy poco y nada de biológico en el sentido científico de la palabra.
Este realismo corpóreo y encarnado —presente aun en la mística de Santa
Teresa— salta muchas veces las barreras de la verosimilitud que preconiza-
ban los escritores clásicos de Francia. Verificación y verosimilitud son, en las
letras hispánicas de la era clásica, de muy poca monta. En efecto, dentro de
esta literatura real y de bulto, a veces brutalmente descarnada, está muchas
veces presente una suerte de voluntad de violentar la realidad y trascenderla.
El Cid es real y concreto; no olvidemos que gana su última batalla, ya héroe
mítico, después de muerto. Sancho Panza es sensato pero se contagia fácil-
mente de la fantasía y el sueño de Don Quijote. Santos Vega narra la vida con-
creta de la pampa pero sobre todo canta. Sabemos por Ascasubi que Santos
Vega nació "cantor" "hasta que murió cantando". Es que en nuestra tradi-
ción se manifiesta muchas veces un realismo de las encarnaciones —y por lo
tanto de tradición cristiana— pero es infrecuente un realismo de los hechos.
También los Cristos españoles o los Cristos populares de México sufren y se
desangran; su sufrimiento y su muerte, mucho más que un hecho, es un sím-
bolo encarnado.
Pero, ¿es ésta la única forma de realismo que aparece y reaparece en nues-
[ 185]
186 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
tras letras? De hecho la respuesta a esta pregunta debe ser negativa. A partir
del siglo pasado nace otro tipo de realismo, un realismo que en muy buena
medida procede de Francia y que se funda, precisamente, en los hechos. Se
trata del realismo de Balzac, Dickens, Zola. Este tipo de realismo suele ser
de origen social y psicológico para convertirse a veces en análisis de costum-
bres y en costumbrismo. La escuela realista, principalmente en Francia, está
ligada a las corrientes filosóficas de la época. Auguste Comte es contempo-
ráneo de Balzac; Zola, el naturalista, es contemporáneo de la etapa biológica
del positivismo.
Es sabido que Auguste Comte pensaba la evolución de la humanidad a par-
tir de una era teológica —palabra que en su obra significa era "mágica"—
para llegar, a través de la era metafísica al estadio positivo, época de la cien-
cia, del progreso y de la felicidad humana. De manera similar, Frazer creía
que la evolución de las civilizaciones sigue siempre un mismo ritmo y una
misma pauta: de la magia a la religión, de la religión a la ciencia. No es así
casual que en el mismo momento en que Comte trataba de fundar una "física
social", madre de la sociología, Balzac escribiera, en La comedia humana, "la
historia de una sociedad" (Carta a Hyppolite Castille, en Obras completas,
xxn, p. 361).
Los nombres de Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas, Pereda en España,
o de Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Rafael Delgado, Emilio Rabasa en
México, de Alberto Blest Gana en Chile, de Tomás Carrasquilla en Colombia,
de Eugenio Cambaceres o Roberto J. Payró en Argentina, bastan para mostrar
la influencia de este género de realismo europeo y principalmente francés en
nuestras letras.
Sin embargo, y sobre todo en Latinoamérica, la tradición realista de orden
social, psicológico o naturalista es de duración relativamente breve y de pul-
sación relativamente corta. En efecto, a partir de Martí, de Gutiérrez Nájera,
de Rubén Darío, el realismo —en plena época realista— entra ya en crisis.
Los modernistas no buscan una descripción ni un análisis de la realidad so-
cial. Buscan una armonía que con Darío debe definirse a partir de una doble
tradición. Escribe Darío: "Si hay poesía en nuestra América, ella está en las
cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario y en el inca sensual
y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro”; ".. .yo le pregunto por el
noble Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas”.
Aparte de la evidente tradición simbolista francesa ("y en mi interior digo:
Verlaine...") Darío buscaba en estas "Palabras liminares" a Prosas profanas
dos raíces: la indígena y la del barroco hispánico.
Ciertamente el realismo —especialmente en la novela y en menor grado
de importancia en el teatro— revive en el siglo xx. La forma más honda de
un nuevo realismo, ligado en México a la pintura mural de Diego Rivera y
José Clemente Orozco, es el de la novela mexicana de la revolución de 1910.
Novela toda ella acerca de la Revolución, aunque no siempre novela revolu-
cionaria ni en la forma ni en el contenido. Me refiero, naturalmente, a las
obras que escriben xMariano Azuela —fundamentalmente Los de abajo—, Mar-
tín Luis Guzmán —El águila y la serpiente, La sombra del caudillo, Memorias
CRISIS DEL REALISMO 187
i Como, por lo demás, es sólo inteligible a medias el Finnegan’s Wake de Joyce sin
cierto conocimiento de la vida de Dublin y de las más antiguas tradiciones irlandesas.
188 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
Durante los primeros años de la guerra mundial nacen en Europa los grandes
movimientos de ruptura; lo que Octavio Paz ha llamado repetidamente "tra-
CRISIS DEL REALISMO 189
dición de ruptura” y Harold Rosemberg, de manera muy apropiada, “la tradi-
ción de lo nuevo”. Dadaísmo, futurismo y manifiesto futurista, surrealismo
y primer manifiesto surrealista, suprematismo, ultraísmo en las letras espa-
ñolas y muy pronto en las letras argentinas. No es necesario volver a describir
este momento en que verdaderamente renacen nuestras letras. Búsqueda de
la unión de los opuestos en el inconsciente —presencia clara del romanticismo
alemán en el surrealismo—, necesidad de afirmar al escritor o al artista en
general como creadores absolutos. Vertiginosamente se suceden los distintos
movimientos —a veces las distintas modas— con una movilidad acelerada que
llega a las expresiones artísticas más recientes. Uno de los aspectos fundamen-
tales de la serie de escuelas, subescuelas y distintos “ismos”, es el sentido
del tiempo. Como en buena parte de la vida moderna y como influencia de
las nuevas tecnologías sobre el arte y las letras, se agudiza el sentido del fu-
turo. Caso extremo de esta veneración por el futuro —caso ejemplar también
de la negación del futuro— es el que muestra el futurismo cuando busca la
“velocidad omnipresente” para encontrarse, en las obras de Marinetti, Carra,
Boccioni, que la velocidad absoluta es suprema estaticidad.
Los movimientos que se inician en Europa repercuten en Latinoamérica
hasta matizarse y adquirir orientaciones propias: creacionismo, ultraísmo, es-
tridentismo... En todos ellos hay elementos de juego. En los mejores repre-
sentantes de cada uno de ellos existe una honda necesidad de crear nuevas
realidades que trasciendan al mundo cotidiano. Son muchos los grandes es-
critores que surgen en los años 20 y con ellos —sobre todo si vemos la unidad
de propósito y de estilo de escritores españoles y latinoamericanos— nace un
nuevo Siglo de Oro de nuestras letras. En Hispanoamérica participan en este
movimiento de renovación tanto Neruda como Borges, tanto Villaurrutia como
Vallejo, tanto Huidobro como José Gorostiza, tanto Westphalen como Coronel
Urtecho, tanto Lezama Lima como Octavio Paz.
Trataré de precisar el sentido de la nueva literatura latinoamericana en dos
momentos. El primero quedará aquí simbolizado en la obra de Vicente Hui-
dobro, Pablo Neruda y de Jorge Luis Borges; el segundo, principalmente, en
las obras de Octavio Paz, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Már-
quez, Juan Rulfo, Lezama Lima.2
2 Toda elección de autores tiene algo de caprichoso. Creo, sin embargo, que los auto-
res que aquí escojo —sin desconocer la importancia de otros— representan claramente la
tendencia muy general que lleva, por diversas vías, a buscar “otra" realidad, a veces de
orden mágico, a veces de orden mítico, a veces de orden religioso. Así, los autores aquí
brevemente analizados representan tanto obras de valor intrínseco indudable como ten-
dencias básicas de nuestras letras. El lector que quiera encontrar una presentación general
adecuada de los principales escritores latinoamericanos de este siglo puede remitirse a las
distintas historias literarias, a estudios monográficos especiales y, a fin de cuentas, a
las obras mismas: las que de verdad importan. Por lo que a mí toca trato de encontrar los
diversos síntomas y diversos caminos de una búsqueda literaria que no se conforma con
un realismo referido a los hechos.
190 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges representan tres de las
grandes aventuras —tres de las grandes fuentes caudales— del nuevo espíritu
literario. El primero, la necesidad de fundar una creación absoluta; el se-
gundo, la tentativa de unir magia, revelaciones inconscientes y revolución; el
tercero la necesidad de crear un mundo fantástico, deseado e imposible.
Vicente Huidobro empezó a desarrollar sus ideas sobre la creación poética
cuando, en 1913, fundó, respuesta y reto a Rubén Darío, la revista Azul. Sin
embargo, sus primeras ideas poéticas fueron más anuncio de inconformidad
que exposiciones claras de una teoría personal.
Ya en 1914 Huidobro escribe en su manifiesto Non serviam: "Hemos can-
tado a la Naturaleza (cosa que a ella bien poco le importa). Nunca hemos
creado realidades propias, como ella lo hace o lo hizo en los tiempos pasados,
cuando era joven y llena de impulsos creadores". Dos veces se menciona aquí
la palabra "creación". Huidobro anuncia su futuro ideal poético. En 1916,
pronuncia una conferencia en el Ateneo Hispano de Buenos Aires. Afirma:
"Toda la historia del arte no es más que la historia de la evolución del hom-
bre-espejo al hombre-dios". El poeta ha sido el imitador de la naturaleza.
Desde ahora será el creador de realidades poéticas nuevas surgidas del espí-
ritu y no del mundo. "Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol",
tal es la intención del creacionismo. Huidobro, ya habitante de París, conoce-
dor y a veces imitador de Apollinaire, se sitúa en la vanguardia de la lite-
ratura francesa. El vanguardismo de Huidobro difiere del futurismo y del
surrealismo. No cree, con los futuristas, que la poesía del paso gimnástico, de
la bofetada, del puñetazo, sea una novedad ("Lea el señor Marinetti la Odisea
y la Ilíada"). No cree, con los surrealistas, que el automatismo inconsciente
pueda ser fuente de creación poética porque la poesía es obra de pensamiento
y "la palabra pensamiento ya implica control". En la línea de Mallarmé, de
Rimbaud, del primer Rilke, Huidobro cree en la poesía como creación abso-
luta. Como ellos, y sobre todo como el Mallarmé de Igitur y de Un coup de
dés, piensa que debemos abolir la realidad para recrearla. El poeta se con-
vierte, en efecto, en el "hombre-dios".3
Veamos cómo se cumple el destino de la poesía de Huidobro —su concep-
ción del mundo— en el más ambicioso, tal vez el más hermoso, de sus poe-
mas : Altazor.
Altazor es un poema que se inserta en este género de la poesía contempo-
ránea que tiende a convertirse en épica de la conciencia y de la subjetividad.
En este sentido Altazor se hermana con el Anábasis de St. John Perse, The
waste land de Eliot, los Cantos de Ezra Pound, el Narcisse de Valéry o Muerte
3
La idea del hombre como ser divino tiene antecedentes en el pensamiento gnóstico.
En épocas más recientes se presenta en lo que Proudhon llamó la tradición antiteísta; en
Feuerbach para quien el hombre es el único dios del hombre; en Max Stimer, para quien
el sujeto es el único; en la idea de un futuro feliz en que se adorará a la humanidad
(Saint-Simon o Comte). Es también la idea que subraya la intención poética de Mallarmé
cuando piensa escribir "El Libro" —Libro perfecto y absoluto. Con Mallarmé coincide Hui-
dobro al desear el poema absoluto y declararlo imposible.
CRISIS DEL REALISMO
191
sin fin de José Gorostiza. El tema de Altazor es el de la muerte. Desde las
primeras estrofas asistimos a la caída en un espacio que el poeta declara
vacío:
Altazor morirás...
... Cae
cae eternamente
cae al fondo del infinito
cae al fondo de ti mismo.
Pero el poeta sabe que este mundo es su mundo, que esta realidad es su
creación; sabe que nada existe sino su alucinada lucidez de visionario sin
objeto de visión. Quiere llegar a ser el Todo y al querer serlo ("nostalgia de
ser barro y piedra o Dios”) deja abierto el camino de la angustia, "angustia
del absoluto y de la perfección”. El poeta no puede ya creer en la verdad de
su mundo. Sólo le queda el juego de imágenes y sonidos: "la golonniña, la
golongira, la golonlira, la golonbrisa, la golonchilla”. Ha llegado el momento
de la muerte. El mundo "se petrifica lentamente”. La muerte de Dios conduce
a la muerte del hombre; el poema anula a la poesía y anula a la filosofía de
la misma manera que Muerte sin fin de Gorostiza —cercano al Altazor de Hui-
dobro— niega al mundo, niega a las plantas, a los animales, a los seres iner-
tes, niega al poeta que negó el mundo por él creado.
A grandes rasgos pueden verse cuatro formas y cuatro contenidos en la
poesía de Neruda. La primera la constituye su poesía romántica, a veces
juguetona, a veces nostálgica, representada por los Veinte poemas de amor
y una canción desesperada de 1934. La segunda —seguramente la más perso-
nal— nace con Residencia en la tierra y reaparece en las Odas elementales.
192 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
gar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son deses-
peranzas aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del
infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espan-
toso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo
es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata,
pero yo soy el río; es un tigre que me devora, pero yo soy el tigre; es un
fuego que me conmueve, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente,
es real; yo, desgraciadamente, soy Borges" (Otras inquisiciones).
Las ruinas circulares estallan; se derrumban las ficciones, aun cuando
permanezcan en su deslumbrante belleza soñada. Estamos ante la vida y, des-
de la vida, sabemos que la vida es muerte.
Sin embargo, en los poemas de Borges encontramos frecuentemente una
vía de enfrentamiento a la realidad muy distinta a la de ensayos y ficciones.
La poesía de Borges canta los arrabales de la ciudad. Allá donde Buenos Aires
toca el campo, el poeta se sitúa como quien se sitúa en el lindero de la vida.
Vida sensible y vida de esperanza. Se abre la ciudad a la pampa anchurosa,
a los espacios de una pampa concreta y tangible, a la medida de los sentidos.
Ya no encuentra Borges el horror pascaliano ante el vacío. Encuentra a su tie-
rra, humilde, sagrada:
Pampa.
Eres buena de siempre como el Avemaria.
El espíritu
Es una invención del cuerpo
El cuerpo
Es una invención del mundo
El mundo
Es una invención del Espíritu.
Y el río remonta su curso, repliega sus velas, recoge sus imágenes y se interna en
sí mismo.
(La estación violenta)7
Escojo entre los narradores recientes aquellos que más agudamente plan-
tean el problema de la realidad y la fantasía. Mi insistencia en la obra de
Rulfo y de Lezama Lima se debe tanto al valor de sus obras respectivas
como al hecho de que presentan como pocos escritores casos extremos en
los cuales fantasía y realidad se anudan hasta formar un mundo único y total.8
La obra de Jubo Cortázar entrevera humor, fantasía, ironía, análisis psico-
lógicos, impresionismo y, en los últimos años, preocupaciones sociales. Ra-
juela, la mejor novela de Cortázar, multiplica perspectivas y ventanas abiertas
a personajes vivos y soñados. Cronopios y famas son, ciertamente, seres
de otro mundo, de un mundo imaginario pero son, sobre todo —¿reminis-
cencia de Swift?— un hormigueo satírico de nuestro mundo trasmutado en
fantasía. Letreros parisinos del 68 dan a Último round —primer piso—
toques de realidad y de una suprarrealidad que campeaba en el ambiente
7 Para un análisis detallado de las relaciones entre tiempo cíclico, revolución, parti-
cipación y significado véase mi libro: Octavio Paz: sentido de la palabra, México, Joaquín
Mortiz, 1970.
8 Cierta tendencia a la fantasía puede encontrarse también en el teatro latinoameri-
cano de hoy, género mucho menos desarrollado, en conjunto, que la poesía, la narrativa
y el ensayo. Ya desde Conrado Nalé Roxlo penetra en el teatro argentino una tendencia
lírica que en México cultivó también Xavier Villaurrutia. El teatro reciente de Carlos
Fuentes plantea problemas semejantes a los de sus novelas. El teatro “documental" de
Vicente Leñero es más testimonial y teológico que realista. También es altamente ima-
ginativo y fantástico el teatro de Ornar del Cario en la Argentina.
198 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
palabras fundan sin acabar de decirlos. Toda imagen, todo mito, son alusi-
vos. El lenguaje que utilizan hoy la mayoría de los grandes escritores de
Hispanoamérica es un lenguaje donde la poesía es el verdadero motor y en
el cual la finalidad puede ser —aun cuando incorporada, aun cuando corpó-
rea— mágica o religiosa.
Más que de reminiscencias del surrealismo, más que de una continuidad
de los "ismos" de los años 20 habría que hablar de una literatura —también de
una pintura, de una escultura— que aquellos movimientos hicieron posible.
Arte que no se contenta con describir la realidad sino que busca, más allá de
los hechos y las costumbres —y muchas veces haciéndonos ver más clara-
mente costumbres y hechos; siempre sin abandonar la realidad de donde el
arte nace— el fundamento de unos y otras.
La realidad americana, la "experiencia americana" como la llama Lezama
Lima, se revela en las letras actuales de Latinoamérica a la vez como clara-
mente localizable —Macondo, por ejemplo, no puede estar físicamente ni
imaginariamente sino donde está, en un espacio americano— y como uni-
versal.
Arriesgo la hipótesis siguiente. Claude Lévi-Strauss distingue muy clara-
mente en El pensamiento salvaje entre religión y magia. La primera consis-
tiría en la "humanización de las leyes naturales"; la segunda en la "naturali-
zación de las acciones humanas". Buena parte de la literatura latinoameri-
cana, cuyo valor ha de juzgarse principalmente, claro está, desde un punto
de vista literario, se inclina hacia interpretaciones mágicas o religiosas sin
que ello implique necesariamente que los escritores de Hispanoamérica ten-
gan tal o cual creencia particular. La tendencia que, con mucha latitud, puede
llamarse religiosa, se presenta parcialmente en las obras de Borges, Huidobro,
Paz y, sobre todo, en la obra de Lezama Lima; la tendencia mágica aparece,
tal vez principalmente, en el Neruda de Residencia en la tierra, en los "con-
tagios" de Cien años de soledad, en las acciones a distancia de las últimas
obras de Fuentes. Más religiosos o más claramente mágicos, los escritores
de Latinoamérica, como lo veía Reyes, como lo ha visto Edmundo O'Gor-
man en relación a la historia de la conquista, viven una realidad por lo menos
en parte "inventada" y descubierta día a día. El papel que han asumido es
precisamente el de continuar inventando y descubriendo esta realidad que
se hace y se construye y que ellos contribuyen a construir.
En 1932 escribía Alfonso Reyes en A vuelta de correo: "La única manera
de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal,
pues nunca la parte se entendió sin el todo. Claro es que el conocimiento, la
educación, tienen que comenzar por la parte: por eso 'universal' nunca se
confunde con 'descastado'. A esta universalidad enraizada se dirige vigorosa-
mente la literatura latinoamericana de hoy".
IV J»
1] EL REALISMO Y LA REALIDAD
Cuando adoptó esta nueva definición, el realismo redujo aún más su con-
cepción de la realidad: ya no se trató de todo lo visible —y aun eso era
poco— sino sólo de la realidad grande, de lo real pavoroso de América Latina:
la condición social del campesino. Entonces comenzó una discutible equiva-
lencia, que en el fondo pretendía ser compensación, entre la horizontalidad
del realismo y la verticalidad del comportamiento: como si no se pudiera
ser realista y canalla al mismo tiempo, y lo hemos visto. La realidad social,
por espantosa, parecía jugar a favor del artista; bastaba con que aparecieran
en sus obras indios, llaneros, negros, gauchos y, más ocasionalmente, el hom-
bre pobre de las ciudades, para que se lo inscribiera en las filas del realismo
y de la justicia. Aun cuando se tratara de un costumbrismo más o menos
folklórico (todo el teatro de Florencio Sánchez, las novelas de Larreta) o de
la persistencia de un naturalismo que el propio realismo pretendía combatir,
como el de los relatos neuróticos y precursores de Horacio Quiroga. Debió
pasar mucho tiempo para que, desapasionadamente, pudiera advertirse la
valoración antipopular de El matadero, de Echeverría; o la exaltación pater-
nalista del patrón en Don Segundo Sombra; o la valoración despectiva del
indio en Huasipungo; o la actitud idealista de Santos Luzardo en Doña Bár-
bara; o el romanticismo enfermizo de Arturo Cova en La vorágine. Glauber
Rocha ha señalado lo irreal de ese realismo, al referirse a O cangaceiro, la
206 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
película de Lima Barreto, que “crea la ilusión del mundo del cangago con
un cuadro similar a la ilusión del mundo' de los bandidos de Texas”. Para
advertirlo hubo que esperar a que el realismo exigiera que la obra de arte
tuviera incidencia en la práctica revolucionaria, porque entonces se confor-
maba con la indagación de la realidad.
Obviamente, aunque se lo propusiera, aquello no correspondía a la prosa
de ficción ni a la poesía sino al ensayo. Todas las novelas y poemas juntos
no podrían jamás explicar nuestra realidad o parte de ella, sus causas y, a
veces, sus soluciones, como uno solo de los libros de José Carlos Mariátegui,
Gilberto Freyre o Ezequiel Martínez Estrada. Mucho después, un “latino-
americano” con todos los derechos, Oscar Lewis, crearía con Los hijos de
Sánchez, La familia de Pedro Martínez y La vida la “novela-verdad”: su pro-
cedimiento, descuartizado entre la literatura y la encuesta, no ha sido reto-
mado para indagar la verdad humana de nuestras poblaciones, sino las con-
fusas motivaciones de dos asesinos en In coid blood, de Truman Capote.
Porque si el arte no cuestiona la realidad o la recrea o la inventa, se con-
vierte —como le sucedió al realismo, en lo que Luis Harss llama “la instantá-
nea de una situación fija”, tan fija que en cuarenta años no ha cambiado
sino en Cuba—, en la fotografía de una realidad social que, por razones de
“subdesarrollo”, es decir, de explotación feudal y extranjera y de manteni-
miento por la fuerza de las viejas estructuras, tiene su base más injusta en el
campo. El escritor que pretendía indagar era más bien el espectador justi-
ciero de esa vergüenza, el que la veía de lejos pero creía conocerla a través
de breves giras o de visitas parecidas a vacaciones, en las que tomaba notas
a la manera de Zola en la estación ferroviaria, actuando más por simpatía
que por identificación con sus personajes, porque no podía cambiar de alma
ni de piel. De esta manera, aunque se rebelaba —a veces— airado contra la
realidad social, y pese a toda su intención de solidaridad, también del cam-
pesino no veía sino lo visible, lo externo, y lo incrustó en el paisaje, casi
como elemento inanimado que no llega a personaje. El gamonalismo le
había robado todo a los campesinos; el realismo les escamoteó el alma. En
la literatura de entonces América Latina aparecía como un territorio esque-
mático en el que cada indio es El Indio, como si después de haberlo dejado
sin nada de lo que tuvo se quisiera compensarlo otorgándole lo que no pidió
nunca ni le sirve de nada: una condición de símbolo. Pareció forzoso idea-
lizarlo, como si para la justicia no bastara la verdad atroz. Y más idealista
que ninguno es, por lo general, el realismo socialista: idealiza el presente en
los únicos países de la tierra cuya mecánica social permite la planificación
del futuro, o idealiza las condiciones “objetivas” para inventarnos un futuro
en nuestros países; en ambos casos las consecuencias a veces se saldan con
sangre. O se confundió la verdad con la copia de la realidad de afuera. Des-
critos en su exterior, sin adentro, esos campesinos incitaban más a la com-
pasión (Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas) y hasta a la repugnancia
(Huasipungo, de Jorge Icaza) que a una solidaridad militante. En el gran
continente agrícola surgió la tiranía del tema: el odio de clases en el cam-
po, con personajes unidimensionales, agrupados en dos bandos, víctimas de
EL REALISMO DE LA OTRA REALIDAD 207
Los realistas, que señalaron con inigualado acierto que todo arte está inevi-
tablemente comprometido, quisieron significar una voluntad expresa de com-
promiso. Y el suyo fue políticamente justo : si bien no en todas partes se
atrevió a llamarse "socialista", entendió que al describir o analizar la reali-
dad social debía advertirse la existencia de fuerzas que la cambiarían en un
futuro que no es utopía sino historia, con lo cual la que fue imagen estática
de una dolorosa realidad vendría a convertirse en anuncio —y, para ello, en
estímulo— de soluciones políticas que conducirían hacia lo más parecido a la
felicidad. Pero ese realismo fue artísticamente sectario; se reservó la exclusi-
vidad del anuncio y del compromiso, no quiso tener "compañeros de ruta",
combatió al surrealismo, a pesar de su expresa declaración de fe: "El arte
auténtico de hoy está ligado a la actividad social revolucionaria: tiende a
confundir, a destruir la sociedad capitalista". Menos aún pudo aceptar la uni-
ficación que hizo Bretón de las consignas de Marx y de Rimbaud. Y en lugar
de "resolver dialécticamente" la afirmación de Lenin, "hay que soñar", y la de
Goethe, "hay que actuar", prefirió escamotear ambas. Hubiera podido sus-
cribir las palabras de Lautréamont ("la poesía debe tener como fin la verdad
práctica"), pero rechazó prácticamente toda la poesía, con un rencor no di-
simulado hacia los símbolos y el rigor de la forma. Porque no hubo una gran
poesía realista, con excepción de Nicolás Guillén, quien supo adaptar el tema
colectivo a una forma popular nacional, y de algunas realizaciones de Manuel
Bandeira, Vinicius de Moráes y Carlos Drummond de Andrade, quienes inau-
guraron, en cierto modo, la poesía coloquial y que, a su vez, fueron conside-
rados "prosaicos" por los extremistas líricos. Sin embargo, es el momento
de la gran poesía latinoamericana. Pero el realismo confunde la visión realis-
ta de la realidad con la visión realista del arte e identifica una actitud o
conducta revolucionaria con una forma artística conservadora que, paradójica-
mente, la definiría. Por ello ignora a Vicente Huidobro, acumula adjetivos
acusatorios contra Octavio Paz, descarta gran parte de la estupenda poesía
de Neruda y se ve en aprietos para justificar la oscura profundidad de sus
imágenes en la parte que acoge, no se atreve a adoptar a César Vallejo por
razones de principio pero lo perdona por su muerte, no se decide a opinar
de modo definitivo sobre Raúl González Tuñón. Porque se trata de "escribir
para el pueblo": no, o no solamente, para arrebatarle a la burguesía, antes
que nada, su monopolio del gozo estético, sino para que los libros fueran
armas que le arrebataran su poder político. Pero escribir para el pueblo
significó desde esa perspectiva —tan distinta a la de Antonio Machado—
entregar los productos menos elaborados de la creación, y muchas veces, los
subprO'drrctó'sTcon la excusa de que estaban "a su alcance", porque eran claros
y sencillos, es decir, realistas. Aparte de que el único libro que ha cambiado
al mundo y la concepción del mundo, El capital, no es claro ni sencillo, como
no lo son los escritos filosóficos de Lenin ni los poemas de Mao, en América
Latina no se puede por ahora escribir para el pueblo; en muchos casos no
llegan a él ni siquiera los medios de información (o de dominación, decía
EL REALISMO DE LA OTRA REALIDAD 209
tud del intelectual enfrentado a ellos; más que los propios realistas que se
conformaban con "la obra", hay en la actitud cívica de la mayoría de los
escritores latinoamericanos contemporáneos una definición más justa frente
a los problemas del mundo, y a los de sus países dentro del mundo: optaron
por la justicia. No son revolucionarios, pero conforme a la única definición
válida —"revolucionario es el que hace la revolución"— tampoco lo son quie-
nes así lo señalan ni lo fueron todos los escritores del realismo militante. No
son hombres de acción por diversas razones, que pueden comenzar incluso en
la incapacidad física y que son, por lo menos, tan explicables como las que
impiden que todos los hombres de acción sean al mismo tiempo intelectuales.
Seguramente sus obras no contribuyen de modo inmediato a cambiar la
realidad social, como no lo hizo obra alguna; incluso el Manifiesto comunista
no lo logró sino después de setenta años. Tampoco constituyen esa suerte de
epopeya, a veces ingenua, siempre esperanzada, del realismo, que no corres-
pondía a la verdad histórica sino que casi venía a sustituirla. Los escritores
de hoy —también los de antes, pero ellos eran simplemente testigos— repre-
sentan una capa de una clase social desgarrada en las junturas de la historia,
entrampada entre la cultura del "subdesarrollo" y el subdesarrollo de la
cultura, entre el anuncio de las transformaciones estructurales y la intermi-
tente persistencia de los regímenes de gorilas, entre la aspiración y la lucha
por el bienestar económico y la alienación en la sociedad de consumo ya em-
brionaria en algunos de nuestros países, y que se debate entre su afán de
justicia y su circunstancia económica, entre los restos de la clase social que
rechaza —y no por odiar a una clase se deja de pertenecer a ella— y las mura-
llas y cerraduras que le impiden entrar en aquélla con cuyo destino se iden-
tifica. Y que, a más de todo, tiene una conciencia lúcida de toda su desgarra-
dura, lo que equivale a otra desgarradura.
Tal vez allí comienza esa tenacidad con que el personaje de la novela latino-
americana de ahora —el autor— se busca su identidad, su definición entre
dos momentos históricos o más, entre dos mundos o más, entre dos o más
civilizaciones. Ya Carpentier ha señalado que en América Latina coexisten
el cuaternario y el siglo xxi. Esta cavilación, de que estaba llena la poesía, ha
pasado a ser el tema de la novela. La interminable búsqueda del ser en su pro-
pio laberinto y en el laberinto de los demás podría ser la definición de Los
premios de Cortázar y una de las muchas definiciones de Rayuela; el perso-
naje se busca en todos los caminos de su vida en La muerte de Artemio Cruz
o Cambio de piel o Zona sagrada, de Fuentes; es la preocupación constante
de Onetti, expresamente tratada en La vida breve; en Carpentier la dolorosa
indagación de la realidad se efectúa en diferentes planos: a través de edades
históricas que coexisten en Los pasos perdidos, en El siglo de las luces, del
conflicto entre las simples costumbres humanas y la violencia del poder en
El acoso, de sectas, supersticiones, doctrinas, teorías en El reino de este mundo
y otra vez en El siglo de las luces; y buscan definirse, encontrarse, los per-
sonajes de las novelas precursoras de Manuel Rojas, Hijo de ladrón y Mejor
que el vino. Tal vez ha sido ése siempre el tema, y quizá incluso el móvil,
de toda gran literatura.
EL REALISMO DE LA OTRA REALIDAD 211
Tal vez los lectores encuentran que ellos también, por primera vez, son
personajes de esta literatura; que ella expresa sus vacilaciones, su confusión,
su duda, su crucifixión culpable. Tal vez esta literatura rechaza ese principio
del viejo realismo, según el cual si no ha cambiado la realidad social —esa
torpe economía de explotación a dos manos, oligárquica e imperialista— no
hay razón para que cambie el arte. Tal vez ella comprende que aún antes
de haberse resuelto los antiguos sangrientos problemas, a América Latina le
han nacido otros, entre ellos, el cuestionamiento de ese ser formado, mal-
formado o deformado por la realidad, y cuya indagación es tan honesta como
la de la realidad social e indispensable si se piensa desde ahora en el hom-
bre nuevo.
Todos esos escritores, con excepciones tan contadas que no vale la pena
citarlas, creen en el destino común de América Latina. Para algunos de ellos,
incluso, sería el sustituto de la cultura latinoamericana cuya existencia, en
cuanto tal, ponen en duda. Pero la certeza del futuro no puede reconciliarnos
con la barbarie de hoy, la arremetida estúpida o la tortura. Y las grandes
agresiones y los fracasos transitorios, las grandes contradicciones y la tar-
danza de las soluciones crean una suerte de inseguridad, duda, desconcierto
—síntomas de la urgencia, al fin y al cabo— y esa tensión de la conciencia
desgarrada por la realidad, toda la realidad. Porque con la “imitación fiel",
aunque el realismo protestaba contra la realidad social, se solidarizaba es-
téticamente con el resto de la realidad, la admitía y aceptaba. La nueva genera-
ción de escritores, especialmente los narradores, llevó hasta sus últimas
consecuencias la voluntad de cambiar la realidad, y comenzó por desconfiar
de ella, por impugnarla y desprestigiarla. Allí se origina la violencia de esta
literatura que atrae la cólera de algunos comentaristas y el asombro de mu-
chos lectores. El arte ya no está ni quiere estar tranquilo, ya no tiene la
comodidad del que tolera o acepta la misma realidad que quiere transformar,
sino que se rebela contra ella, contra su propia estructura, contra la rigidez
de su lógica, y concibe la creación como una realidad en sí misma donde
rigen otras leyes, otras nociones de tiempo, de duración, de espacio, de movi-
miento. (Pienso en Le Pare, en Soto, en su batalla victoriosa contra el antiguo
estatismo de la plástica, contra la plástica.) No es de “caos" de lo que hay
que hablar al referirse a la literatura y al arte latinoamericanos de ahora, ni
siquiera al referirse al elemento de libertad total —¿libertinaje?— que Vallejo
empleara a fondo quizá por primera vez conscientemente, sino a lo que
Glauber Rocha ha llamado la “estética de la violencia". Y otro cineasta, el
cubano Santiago Álvarez, decía: “En una realidad convulsa como la nuestra...
el artista debe autoviolentarse, ser llevado conscientemente a una tensión
creadora en su profesión”. Ya un personaje de una película de Alexandre
Kluge decía: “Ante lo inhumano de esta situación el artista sólo puede res-
ponder aumentando las dificultades de su propia creación". Tal vez no sólo,
sino también. Y esa violencia, ese desorden, son también formales; se podría
desencuadernar y volver a encuadernar, cada vez de un modo diferente, La casa
verde o Rayuela sin que dejasen de integrar una realidad literaria coherente.
En Viaje a la semilla, de Carpentier, los hechos suceden en sentido inverso
212 RUPTURAS DE LA TRADICIÓN
3] EL REALISMO Y EL ESTILO
NOÉ JÍTRIK
Sin duda: Vallejo está contando en este poema algún instante de su sacudida
existencia, elabora poéticamente momentos concretos de su verdadera "ham-
bre física, dimensión que todo el mundo, metafóricamente o no, le reconoce
sin dificultad. Pero elabora, es decir que transforma, aunque más no sea por
el hecho de la entonación: su discurso es serpeante, cargado, patético. Es toda-
vía más lo que elabora: una imagen que es como el dibujo de un nacimiento,
de su "autogénesis" (salir, pujar, gritar, sacar, pero de sí mismo, ser uno su
propio vientre; todos estos verbos componen un movimiento cuya línea se
mezcla con la de otro movimiento, el de desnudarse, y entre ambas, entrela-
zadas, dan cuerpo a la idea de que el existir se da por grados y el segundo
logra constituirse a partir de la renuncia al primero, existencia debida a un
vientre exterior y por eso vestida: desnudarse, entonces, es nacer). Son el
hambre y la miseria las parteras, esta pareja de la carencia incrustada por
cierto en una plataforma social, pero eso no limita el alcance del aconteci-
miento: lo que ahora nace tiene por fin identidad (mis propios dientes),
ocupa un lugar en el mundo y tiene la fragilidad de lo que depende de un
"palito". Ésta es la única materialidad posible del hombre, su concreto-precario
ser. Polémicamente, Vallejo nos arranca del positivismo, reino de las rotun-
das, orgullosas y homogéneas afirmaciones del ser.
Todo esto parece cierto: Vallejo vuelca aquí su atormentada lucidez tanto
como sus preguntas sobre el "hombre" (contenido subyacente de toda interro-
gación, aun de las más científicas) pero también se pregunta por el hombre
que está haciendo exactamente lo que hace él al interrogarse, es decir, por el
poeta que protagoniza el sistema de preguntas en que consiste la poesía. Está
[219 1
220 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
3 Cf. Noé Jitrik, Horacio Quiroga, una obra de experiencia y riesgo, Montevideo, Arca,
1967, 2? ed.
4 Carlos Fuentes, en Mundo Nuevo, núm. 1, París, 1966: "Lo que pasa es que al tener
lugar la superposición del mundo capitalista norteamericano a las estructuras feudales
y semifeudales de América Latina, el escritor perdió ese lugar en la élite y quedó sumer-
gido en la pequeña burguesía... se convirtió en un verdadero escritor”.
224 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
3] EL PERSONAJE DE LA NARRACIÓN
J»
Creo que de todo esto se puede deducir una nueva actitud respecto del perso-
naje; tal vez sólo se perfile en los cuentos de Quiroga pero es evidente que se
desarrolla paroxísticamente después. Y se comprende que sobre el personaje
haya recaído semejante responsabilidad: es el elemento que en la narración
tal como la conocemos representa la máxima inteligibilidad de lo que se narra,
es el elemento estructurante más preciso en la medida en que el cuento es con-
tado por un ser humano a otros, lo que actualiza la relación antropomórfica
que rige todas las acciones del hombre. Pero "el” personaje es a su vez innume-
rables personajes y sus respectivas formas varían de acuerdo a condiciones
de aplicación de dicha proyección antropomórfica; de este modo, sería posible
trazar una historia de la forma del personaje cuyos momentos de evolución o
de cambio coincidirían seguramente con los momentos de cambio de la narra-
ción misma. Podemos ver esto en la literatura latinoamericana actual: lo que
le da un nuevo aspecto tiene estrecha relación con lo que ha variado en la
concepción y función del personaje. Es claro que este tema exige un desarrollo
propio, reflexión que no sería inútil profundizar porque ni siquiera está esbo-
zada; la dejo, no obstante, para no perder de vista la descripción del proceso
concreto de cambio en la concepción y función del personaje en nuestra lite-
ratura contemporánea.
Volviendo a Quiroga quiero decir que si sus personajes dibujan una espe-
cie de disolución en la generalidad ello no constituye una tentativa única sino
un aspecto o momento de una tendencia más amplia. A ella voy a referirme
al recordar las reflexiones y ensayos de Macedonio Fernández en su Museo
de la novela de la eterna, el libro que inaugura el gran cambio de orientación
consciente de la literatura latinoamericana de este siglo. Su intento es dema-
siado vasto y complejo para compendiarlo aquí: remito enfáticamente a su
lectura y, en lo que me concierne, voy a examinar sólo una de sus ideas. Se
trata de su observación acerca de que sería "pretensión de autor” elegir un
personaje que fuera "Genio” porque eso supondría que el autor lo es; obser-
vación pertinente porque no existe una imaginación que no sea comparable
al objeto que es capaz de imaginar; además, si el personaje es concebido de
acuerdo a normas de verosimilitud no puede dejar de funcionar el mecanis-
mo de identificaciones sobre el que reposa la verosimilitud: personaje-autor,
personaje-lector, lector-autor. No siendo Genio, pero sin dejar de serlo del
todo —¿quién puede afirmarlo?— Macedonio piensa en un personaje que sea
"¿Quizá-Genio?”, es decir, que su forma es la de una conjetura en sí, una
posibilidad inverificable. Ese campo impreciso prolonga al autor que lo ha
concebido y lo engloba puesto que de él ha salido. Se advierte entonces que
algo le ha quedado a Macedonio de la verosimilitud, las identificaciones, pero
también se ve que lo dirige hacia modelos conjeturales, no quiere seguir co-
piando lo real; esos modelos residen en lo imaginario y a sus normas se atiene
ya sea cuando concibe a NEC, el No-Existente-Caballero, ya cuando compone
su curioso elenco: personajes que antes de aceptar ser incluidos en la novela
preguntan si se los dejará salir de ella, personajes que no aceptan entrar por-
DESTRUCCIÓN Y FORMAS EN LAS NARRACIONES 225
que tienen que cuidar una leche que está en el fuego, personajes de otras
novelas, personajes que se despiden y se van, etcétera.
Pero si crear un personaje "Genio" era "pretensión" inaceptable, ¿qué es
crear personajes imaginarios? Es seguir modelos también imaginarios —recor-
demos que la identificación subsiste— que se encuentran allí donde la imagina-
ción les puede dar una forma. Y si la identificación subsiste, el autor está
sacando de sí lo que él mismo tiene de imaginario, su "sustancia" conjetural.
Por un lado, esto implica un radical rechazo a toda imposición sobre el ser,
o sea la afirmación de la libertad; por otro, esa sustancia conjetural crea
modelos, sostiene una actividad sobre sí misma que se traduce —en virtud de
su libertad— por una cantidad infinita de operaciones: desdoblarse, dividirse,
reproducirse, proyectarse. Cada una de ellas, o la combinación de varias, da
lugar a formas posibles de personajes y todos los que llegan a ese nivel se
organizan paia que la sustancia" conjetural que está en su origen manifieste
su sentido. Esa organización constituye una entidad superior y está en la
conciencia del autor; es más, el autor es autor porque su objetivo es produ-
cir esa organización. Llegamos, entonces, a una conclusión: el autor se pro-
pone, a través de los textos de Macedonio, como organizador; el resultado de
su trabajo es la nueva forma que va interpretando y poniendo en evidencia el
circuito que va del autocuestionamiento a su teoría de la novela.
Sin duda que este tema del escritor como organizador lo vamos a encon-
trar más adelante, cuando tengamos que referirnos a la idea de montaje, cen-
tral en la estructura de la literatura contemporánea; prefiero seguir traba-
jando sobre el personaje, cuya historia de variantes y evoluciones apenas que-
dó esbozada. Quiero referirme ahora a las novelas de Juan Carlos Onetti, en
las que parecieran prolongarse y transformarse las críticas macedonianas a la
consistencia "real" del personaje; a partir de La vida breve Onetti trabaja
los personajes en el sentido de la permutación; el protagonista de esa novela,
Brausen, mientras relata determinado tipo de acciones y describe pensamien-
tos que lo aíslan, vive otra vida bajo otro nombre en el departamento vecino
al suyo; entretanto, escribe un guión de cine cuyo protagonista, Díaz Grey,
constituye una nueva versión de sí mismo esta vez imaginaria; narrado este
episodio —novela dentro de la novela— en tercera persona, en el último capí-
tulo se impone la primera como si Díaz Grey prevaleciera por sobre su ima-
ginados Las tres personas se permutan, no son diversos aspectos escindidos
de una sola, son la frase de Rimbaud, "Je est un autre" con tal fuerza que
liquidan las distinciones entre realidad imaginada por el autor e impostura
e imaginación del personaje. Estos traslados crean una estructura compleja
sobre la que se recorta un conjunto de gestos cuya angustiosa imprecisión
busca una salida; ese impulso se generaliza y toda la novela se hace búsqueda
adquiriendo por lo tanto una entonación policial.
Onetti desarrolla de este modo un esquema que aparece en los cuentos de
Borges casi paradigmáticamente: preguntarse, buscarse, proyectarse en otros
para hallar una respuesta o una solución, son momentos del balanceo enigma-
investigación que Borges formula con una pureza despojada de historia en los
cuentos-notas bibliográficas o, a lo sumo, presentando una historia puramente
226 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
5
Véase mi ensayo Estructura y significación en “Ficciones”, de Jorge Luis Borges, en
El fuego de la especie, Siglo XXI Argentina Editores, Buenos Aires, 1971.
DESTRUCCIÓN Y FORMAS EN LAS NARRACIONES 227
4] LA RELACIÓN "PERSONAJE-AUTOR”
Es claro que las modificaciones que esta concepción del personaje presenta
no agotan todas las modificaciones que caracterizan la actual literatura latino-
americana; repito, el personaje es sólo "un” elemento entre otros y cada uno
por su lado, algunos más o menos, han ido siendo variados, estimulados o
puestos en tensión a partir de la misma actitud profunda de autocuestiona-
miento que es como el centro ciclónico, originante de los cambios. Esos "ele-
mentos no son demasiados pero sí suficientes como para permitir cierto nú-
mero de combinaciones, cada una de las cuales da lugar a un texto. Conviene
hacer una enumeración de los elementos: Personajes (p), Procedimientos de
relato (R), Tema (T), Descripciones y Explicaciones (DE), Ritmo (Rí), Lenguaje
empleado (LE).6 Y bien, dados estos elementos, la combinación /TDEPRíRLE/
dará una figura textual diferente de la combinación /p LE DE T/ y cada una de
estas combinaciones (el orden de los elementos es indicativo de la mayor
acentuación dentro de cada combinación) configura o describe una novela;
esto quiere decir, correlativamente, que toda novela —existente o posible—
debe su forma peculiar, su identidad, a cierta disposición de elementos que
puede analizarse y describirse. Pero también hay que decir que la combina-
ción se lleva a cabo gracias a cierta energía organizativa que proviene sin duda
del lenguaje, del que la novela es una manifestación o un resultado. De este
modo, combinación equivale a organización. Ahora bien, las combinaciones
se realizan, por consecuencia, según modelos prestados por combinaciones que
organizan el lenguaje; se puede por lo tanto homologar ambos niveles, lo que
permite comprender que, dados ciertos elementos, las combinaciones —las
novelas— son innumerables (en el lenguaje, a partir de cierto número de so-
nidos se llega a producir infinitas frases o, como quiere Humboldt para la
gramática, un sistema finito de reglas engendra una infinidad de estructuras
superficiales y profundas ligadas de manera apropiada).7 Pero cada combina-
ción presenta uno o varios elementos más desarrollados que otros, de modo
que la forma definitiva de la novela reside en o depende de dicho reforza-
miento: puede ser comprendida mejor o mejor visualizada al comprenderse
o captarse el elemento cuyo desarrollo ha predominado; de esta manera po-
demos decir que la forma de la novela psicológica, por ejemplo, tiene como
centro organizador el "elemento” personajes (Los siete locos, de Roberto
Arlt), para la novela social, en cambio, el elemento organizador es el tema
{La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa o Los dueños de la tierra, de
6 En mi libro Procedimiento y mensaje en la novela, Córdoba, Universidad Nacional,
1962, trato de poner en evidencia la existencia, génesis y comportamiento de los “elementos''
pero me ocupo fundamentalmente del procedimiento de relato cuyas cinco posibilidades
examino en detalle.
7
Cf. Change, núm. 1, París, 1968; Noam Chomsky, “Linguistique et étude de la pensée”:
“Pour utiliser la terminologie de Wilhelm von Humboldt au début du xixe siécle, une gram-
maire doit faire un usage injini de moyens finís". Y Jean-Pierre Faye, refiriéndose a
Chomsky: “Et qui nous fait entrer dans la production méme de la langue par elle-méme:
pouvoir de produire un nombre infini de séquences avec un nombre fini d’éléments, de
produire ‘des concepts jamais entendus’ ".
228 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
David Viñas), en tanto que en una novela como Paradiso, de José Lezama
Lima, la explosión originadora se da en el lenguaje en estado puro, lo que se
nos cuenta crece sobre las tensiones que aparecen en un lenguaje que se
despierta y la "novela" es básicamente un trabajo sobre cierto lenguaje sien-
do accesorias todas las demás circunstancias, personajes, procedimientos de
relato, etcétera.8
Sin duda que esta idea de las combinaciones de elementos como figuras
de la organización de la novela nos ofrece una ampliación de criterios para
acercarnos más íntimamente a las transformaciones operadas en la forma de
la literatura latinoamericana actual a partir del núcleo que llamamos auto-
cuestionamiento. No será vano reflexionar un poco más acerca del "perso-
naje" aunque más no sea para no dejar de lado el hecho de que tanto éste
como los otros "elementos" tienen una génesis y una historia y han producido
resultados diversos de acuerdo a las condiciones de su aplicación.
La novela, ya lo dijimos, es antropológica fundamentalmente en lo semán-
tico (mensajes y sentidos que salen del hombre y vuelven a él) pero también,
por lo mismo, es antropomórfica tanto por los sentidos que moviliza como
porque el personaje —que representa al hombre dentro de la novela— es el
movilizador: es él quien provoca la concentración lingüística de la cual se
desprenderá una forma reconocible. A su vez, si el lector entiende esa forma
es porque comparte con los personajes un modo de ser —porque ambos par-
ticipan del mismo sistema—, se identifica con ellos porque a través de ellos
los signos que residen en el texto se le hacen descifrables. Por su lado, el
autor construye sus personajes siguiendo el dibujo efectivo o virtual que co-
noce en las personas, los singulariza respetando, variando, negando ciertos
modelos en cuya elección transcurre seguramente la primera etapa de la gé-
nesis de la novela. Y bien, la determinación precisa de este momento nos
ofrece un campo de análisis descriptible: en primer lugar, la elección de los
modelos es indicativa, por qué algunos y no otros (militares en Vargas Llosa,
empleados en Benedetti); en segundo lugar, correspondería precisar qué hizo
con los modelos, o sea qué personajes obtuvo; en tercer lugar, habría que
ver desde dónde los muestra gestándose y actuando. Este último campo pro-
pone, a su vez, dos perspectivas posibles: a) los muestra desde dentro de sus
conciencias, nos hace creer que está metido en esa interioridad que se está
articulando; b) los muestra desde una conciencia exterior, como quien des-
cribe. Si elige a) se le favorecen las fusiones o, por lo menos, es muy difícil
guardar distancia; si efectivamente no la guarda, si se produce la fusión, lo
que hace es decirse a sí mismo a través de las figuras elegidas, en suma se
elige a sí mismo como modelo; si elige b), la exterioridad puede crear un
distanciamiento tan grande que la elección del modelo puede perder sentido ya
que el personaje así conformado, de este modo singularizado, se separará de-
masiado de él y, por lo tanto, de las razones que lo impulsaron a elegirlo.
8
Cf. Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, México, Siglo XXI, 1967: "Por
qué no ha de aceptar que los personajes de Paradiso hablen siempre desde la imagen,
puesto que Lezama los proyecta a partir de un sistema poético, que ha explicado en múl-
tiples textos..."
DESTRUCCIÓN Y FORMAS EN LAS NARRACIONES 229
Esas posiciones extremas indican los límites que pueden detener una crí-
tica que quisiera tener en cuenta todos los elementos que intervienen en la
producción de un texto, desde la forma de los personajes hasta el campo
motivacional del autor, pero más importante todavía es el hecho de que en
esos dos extremos se debate toda construcción de personajes en la literatura
latinoamericana actual: fusión o ajenidad son las acechanzas, contra ellas se
debe luchar. Desde luego que dentro de cada una de ambas salidas hay ma-
tices enriquecedores pero más frecuentes son las soluciones de compromiso
entre interioridad y objetivismo, entre realismo todavía vigoroso y concien-
cia que se describe. En mi opinión, este último es el camino más adecuado si
viene acompañado por un distanciamiento tal que permita una transformación
del modelo en personaje; si no, es muchas veces el refugio de monótonas
confesiones personales tecnificadas mediante el monólogo interior. Tampoco
está cerrado el camino para una aproximación a los personajes desde mira-
das exteriores, pero a condición de que las primeras capas sean atravesadas
y el modelo se transforme según necesidades del autor.
Claro que todo esto no quiere decir que un riguroso aislamiento en cual-
quiera de los extremos no dé resultados ni impida grandes saltos significati-
vos; así, por ejemplo, la estricta objetividad siglo xix o siglo xm con que
Gabriel García Márquez (Cien años de soledad) exhibe sus personajes no im-
pide sino que favorece un complejo ordenamiento mediante el cual muestra,
en una especie de impresionante fresco, los principales tipos y conflictos tra-
dicionales latinoamericanos (el modelo seguido) y, por otra parte, a través
de la confusa genealogía que va dibujando los conduce al plano del mito (la
transformación del modelo).9 Hay, desde luego, una riqueza verbal correlativa
de una imaginación fuera de lo común, pero el pasaje de tipos representativos
a personajes míticos se produce en virtud de la insistencia en presentarlos
de afuera, como puros actuantes, hasta el punto en que a fuerza de estar en
sí mismos se desbordan, empiezan a representar en el espíritu del lector
más allá de los términos en que son descriptos. Mario Vargas Llosa, en La
casa verde emplea el mismo esquema aunque lo tecnifica más: los persona-
jes son enfocados casi por un objetivo que registra lo que hacen y dicen sin
inflexiones; la zona de distancia del narrador está creada por este mecanismo
y los personajes, tan librados a sí mismos, empiezan a ganar terreno, se con-
vierten en figuras que en su descarnamiento representan situaciones, tipos,
climas paradigmáticos, un poco como las imágenes de la iglesia, tan expresi-
vas en su despojo. En la otra punta, José María Arguedas (El zorro de arriba
y el zorro de abajo)10 propone un personaje que no sólo habla en primera
persona, ligándose con el narrador, sino que ambos, o esta nueva figura única
que resulta de la fusión, llevan el nombre del autor: la distancia ha desapare-
cido totalmente pero en razón de que este personaje está trazado en el borde
de las convenciones literarias el modelo se transforma y el personaje se ale-
ja del autor, se trasciende y se generaliza.
9 Cf. Propp, Les transformations des contes jantastiques, en Thóorie de la littérature,
París, Seuil, 1966.
10 Hay un anticipo de esta novela en Amara, núm. 6, Lima, 1968.
230 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
5] EL PROCEDIMIENTO NARRATIVO
11
Cf. Communications, núm. 11, París, 1968, diversos artículos sobre la "verosimilitud”.
DESTRUCCIÓN Y FORMAS EN LAS NARRACIONES 231
como para que no pueda dejar de tener una respuesta unívoca, coincidente
con el "punto de vista" inicial.
Pero el realismo no es "el" realismo sino los intentos realistas y en cada
uno de ellos la limitación de base puede reducirse ya sea porque las relaciones
entre mirada, tiempo y espacio no son necesaria y mecánicamente conflu-
yentes sino a veces muy quebradas y dialécticas, ya porque la experimentación
sienta también allí sus reales, si no en los tres elementos en alguno por sepa-
rado. Por dar un solo ejemplo, el objetivismo "avant la lettre" de Antonio
di Benedetto,12 descripción de ambiente desde los objetos mismos, como si la
mirada fuera la de ellos y no la de alguien exterior, se inscribe en una tenta-
tiva esencialmente realista pero de ninguna manera el efecto es superficial
seguramente porque el desplazamiento del punto de vista desencaja las rela-
ciones, rompe la conjugación asfixiante. La experiencia de di Benedetto es
ejemplar y muestra, ante todo, un cierto marco dentro del cual son posibles
muchas otras transformaciones; así, una de las más importantes, el relator
en primera persona que en la novela tradicional, renacentista y burguesa, sólo
era tolerado en el interior de un relato en tercera; este nuevo procedimiento
se hace cargo de una nueva perspectiva y la formaliza, anuncia que la mi-
rada" que intenta reintroducirse en los personajes y de allí saltar nuevamente
al exterior es otra, si se quiere menos convencional; en todo caso, si esta
novedad no deja por un lado de ratificar el principio mismo de la verosimili-
tud (puesto que esa nueva mirada sería más eficaz y "verdadera"), por el otro
muestra que los instrumentos deben adaptarse. Valga esta conclusión para
subrayar el alcance crítico que tiene un nuevo procedimiento.
Creo que en Macedonio Fernández hay que buscar la primera inflexión
sistemática de los procedimientos. ¿Desde dónde se cuenta en su Novela de
la eterna? No desde el punto de vista de alguien que presume verlo y saberlo
todo desde afuera sino claramente desde el interior del relato mismo; Mace-
donio da todos los rodeos imaginables para asegurar esta modificación: el que
habla —el narrador— cubre varios planos simultáneamente, se mete en todas
partes, sostiene diálogos con los personajes sin serlo él, amonesta al autor
desde el mayor peso de trabajo que le toca, permite la intromisión de lectores
en las conversaciones de personajes, elige y elimina o inventa personajes como
quiere. El narrador asume, entonces, explícitamente, estridentemente, toda
la capacidad de intromisión, la "omnisciencia" del narrador tradicional pero,
por otra parte, del mismo modo que el autor, como organizador, convoca
elementos reales para dar forma a un mundo imaginario ; el narrador, dentro
del relato, es quien une elementos que aparecerían con un desorden total si
no fueran puestos en contacto y relación y no se les diera un sentido. Las
consecuencias son importantes: valoración del narrador como "elemento"
fundamental de la narración y, correlativamente, destrucción de la homoge-
neidad del narrador que se sitúa fuera de lo narrado. Esto no quiere decir que
Macedonio haya inventado un nuevo tipo de narrador, ni siquiera un nuevo
15
Cf. David Lagmanovich, "Rayuela", una novela que no es novela pero no importa,
en La Gaceta, Tucumán, 29 de marzo de 1964.
16
Podemos llamar a este momento “literaridad" o sea la tendencia a producir una
forma a partir de cierto material verbal.
DESTRUCCIÓN Y FORMAS EN LAS NARRACIONES 239
8] EL DIÁLOGO
FERNANDO ALEGRÍA
1] ANTINARRACIÓN
a] Contra la mentira
b] La novela latinoamericana
3 Cf. antinovelas como Tres tristes tigres (1967) de Guillermo Cabrera Infante, Los
niños se despiden de la miseria (1968) de Pablo Armando Fernández, El garabato (1967)
de Vicente Leñero, entre otras.
248 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
2] ANTITEATRO
4 Femando Alegría, Literatura chilena del siglo xx, Santiago de Chile, Zig-Zag, 2? edi-
ción, 1967, pp. 117-118.
ANTILITERATURA 249
se contagia, se droga y se bate en el mismo plano con los hechores que forman
la compañía. El antiteatro, en consecuencia, es un duelo a muerte, es decir,
un foro sin límite de tiempo. Quien más, quien menos contribuye a liquidar
los últimos vestigios del último arte que pretendía ser una copia de la vida. La
ópera es el antiteatro cantado. El antiteatro acabó con la tragedia, el drama
y la comedia, remplazándolos en proporciones clásicas por el absurdo, la
burguesía y la violencia. El antiteatro, como la antinovela y la antipoesía, es
cómico, controla los sentimientos por medio de drogas y yerbas y emplea los
bastidores para que los héroes salten a la muerte por la ventana. Dicho de otro
modo, no controla los sentimientos, sino que los convierte en actos, incita al
hombre para que salte por la ventana o, si gusta, se ría. No tiene principios
ni necesita de salas especiales. El antiteatro es el gran teatro del mundo. Pro-
voca revoluciones.
3] ANTIPOESÍA
a] Antecedentes
provinciana, pueden más que el soneto anticisne para acabar con los orfeones
de la poesía latinoamericana.
Vicente Huidobro afirma en Altazor (1919): “Aquí yace Vicente, antipoeta
y mago". ¿Qué Altazor fue éste para declarar tal cosa? Formado en la tradi-
ción del modernismo, Huidobro manejó en su primera época un lenguaje de
orfebrería clarísima, esencialmente ornamental, de raíz parnasiana y tonalidad
romántica. Sin embargo, cambió de lenguaje de repente, conmovido por una
visión integral de la revolución del arte europeo. Descubrió el valor de los
colores, los ritmos internos, la melancolía de una realidad siempre sugerida,
nunca expresada directamente, el valor técnico de la imagen y la falsa econo-
mía de la metáfora. Es decir, buscó la sombra del simbolismo para apagar la
luz tropical de Darío, cortó el mundo en pedazos y lo reordenó con una cali-
grafía cubista y el resultado fue la invención de una nueva retórica y un
dinámico preciosismo hecho no ya de alusiones al medio ambiente, sino de su-
perposiciones, collages de la realidad característica de su época. Huidobro
no venía a acabar con la poesía, sino a repararla. No era, en verdad, un anti-
poeta. Era sí antidescriptivo, antisentimental, anticampista, antimétrico.
Preparado en lecturas de Bergson, Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Rim-
baud, Apollinaire, testigo del Armisticio y de Dada, conocido de Picasso y
Arp, Huidobro es seguramente el más característico —desde luego, el más bri-
llante—, de los vanguardistas de habla castellana y, por eso, las exclamaciones
de Altazor equivalen al ars poética no sólo del creacionismo, sino también del
ultraísmo, estridentismo, futurismo y demás ismos del año veinte. Pero haga-
mos una composición de lugar.
En la Argentina, Lugones había propiciado un acercamiento a la realidad
que él consideraba criolla. Su lenguaje, sin embargo, no correspondía a esa
realidad y la imagen de ella le resultaría literaria, superpuesta al complejo
de alusiones clásicas que le servía de pedestal. Macedonio Fernández y Jorge
Luis Borges no se deshacen del afán de pulimento lingüístico ni del uso del
mecanismo de sorpresas, herencias del vanguardismo posmodernista. El caso
de Borges es más serio porque siente una realidad argentina para la cual él no
tiene expresión: la alude y la rodea estilísticamente pero no consigue hablar
por ella, ya que el lenguaje de esa realidad no corresponde a su experiencia.
Ni Lugones, entonces, ni Macedonio Fernández, ni Borges, serán precursores
de una antipoesía, solamente partidarios de un criollismo que en contraste
con el modernismo suena bellamente real. Habrá que leer a César Fernández
Moreno para sentir que una actitud antipoética no es sólo revuelta literaria
de índole vanguardista e inclinación al feísmo, sino conjunción con una con-
dición humana individualmente intransferible.
b] Dos precursores
El marrueco de la filosofía
se abrocha con tres botones y un testículo.6
La tumba es todavía
un sexo de mujer que atrae al hombre.8
c] Antipoesía latinoamericana
Este sexo y estos templos establecen de inmediato la línea que une la anti-
poesía de Parra a la de Vallejo y De Rokha. Para llegar a la conclusión de que
el mundo es una cloaca, Parra hace una previa ordenación y síntesis de vicios,
crímenes, mentiras, hipocresías, estafas. Exhibe cada cosa inmovilizada y pa-
tética como en una antigua comedia de equivocaciones. La línea antipoética
llega a su más alta tensión. Parra perfecciona los signos de la destrucción.
Su don de síntesis le permite definir la angustia humana en la medida exacta
de su ineficacia e impotencia.
Parra maneja un lenguaje cotidiano mezclado con fórmulas pedagógicas
y sentencias de pillería popular: es su caballo de batalla, el mismo que usa
el ser anónimo cuando al conversar disimula su desesperación. Su expresión
es sarcástica, llena de una rabia que no estalla en golpes, sino en adema-
nes, en voces, en movimientos, y se queda en el aire, amenazante pero inútil.
Sus poemas más recriminatorios, con el tiempo, se han hecho inmóviles y
están como carteles pegados en ciertos muros de casas centrales, foros y bi-
bliotecas públicas. Me refiero a La víbora, La trampa, Los vicios del mundo
moderno, Soliloquio del individuo.
Después, Parra ha tenido que llevar la antipoesía a sus extremos, convir-
tiendo sus oraciones en axiomas; frases claves que representan la concreción
directa del absurdo filosófico y de la anarquía social. Ha llegado, entonces,
a una poesía mural, no esa alambicada que los ultraístas pegaban con engru-
do en las paredes de la gran ciudad, sino una poesía activista que se escribe
violentamente en la pared en un ambiente de refriega.
Insisto en que Parra se aísla y corta los puentes y rellena los fosos a su
alrededor. Adentro de su poesía Parra está como un leñador frenético, hacha
en mano, cortando y destruyendo hasta el último vestigio de su árbol de la
10 Nicanor Parra, Poemas y antipoemas, Santiago de Chile, Nascimento, 1954, p. 141.
254 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
vida. Ya no va quedando nada. Nunca estuvo tan solo como ahora que apare-
cen antipoetas por todas partes y le tienden los brazos. En la tradición expo-
sitiva de la antipoesía, el plano inclinado donde se abre y extiende a la huma-
nidad como un cuero en el suelo, se le marcan los agujeros y se le pone una
lona abajo para que no pase la sangre, Parra marcó rumbos definitivos.
Pienso que Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, César Fernández Moreno,
Roque Dalton incuestionablemente lo acompañaron. Entre otros.
Ya en 1948, cuando aparece su libro La miseria del hombre, es evidente
que Gonzalo Rojas no desea luchar solamente con las armas blancas del su-
rrealismo chileno: la enumeración caótica, el acto desintegratorio, el proceso
acumulativo de una angustia ornamental. Ataca, en cambio, ciertos aspectos
básicos de la condición humana con armas características de la antipoesía: el
exabrupto, la frase cotidiana, el sarcasmo, las fórmulas del raciocinio dogmá-
tico. Rojas aprieta el objeto poético, se concentra en busca de la semilla y
luego la abre, la extiende, saca consecuencias. Es amigo de las definiciones
y en ellas se encuentra lo más provocativo de su antipoesía. Veamos.
Entre una y otra sábana o, aún más rápido que eso, en un mordisco, nos hicieron
desnudos y saltamos al aire ya feamente viejos, sin alas, con la arruga de la tierra.
Fernández Moreno describe el lugar antes que el turista tome la foto y los
geógrafos militares levanten los mapas, en su doméstica porción de caos, más
allá de los mármoles y boulevares, de los estadios y las playas, de los casinos
y los cuarteles. Su rollo de película está siempre acelerado y no se acaba
nunca. Su antipoesía es un bazar. Es también una pianola y un biógrafo de
barrio. Emparentada de cerca con novelistas, Sábato y Cortázar. Como éste,
juega a cambiarle sonidos al idioma:
Como Sábato está siempre en la huella, el oído puesto para oír pulsos a lo
ancho y a lo largo del país que aún no despierta. Fernández Moreno combate.
La línea política corre por su antipoesía como un tren subterráneo que, en
momentos de crisis, sale y toca el pito en las estaciones abiertas. Nada de
fórmulas ni de consignas. Sólo exclamaciones, una que otra propaganda mu-
ral, recuerdos de la Guerra Civil española, del peronismo, y planes vagos para
el momento de la verdad. Pero siempre una voz, una entonación a lo largo de
poemas y antipoemas, pareja, firme, recordando ciertos aniversarios muy a
tiempo, algunos nombres y las manos del pueblo en el proceso de levantarse.
Nunca suena esta voz a tribuna, por el contrario, mientras más seria menos
elocuente, mientras más emocionada, más parca, dura y disparatada. Fernán-
dez Moreno es consciente del caos que va creando y de la acción que será su
consecuencia.
La antipoesía argentina, como la de otros países latinoamericanos, acelera
el paso en los últimos años buscando la vanguardia donde hará su ataque
final. Del newsreel de Fernández Moreno queda, a veces, la velocidad, pero
no el control de la voz. El verso cae ahora como ladrillo al agua. La angustia
es más inmediata: viene de una cárcel muy real, muy a la mano, de una villa
miseria o de una callampa, de un exilio obligatorio. La revuelta no se anuncia
ni se analiza: se produce. El lenguaje de la soledad es el mismo de la familia
endeudada, del preso, del huelguista, del herido en la Asistencia Publica, no
tiene literatura que lo convierta en memoria, es reportaje inmediato, con
pelos y señales. Lo curioso es que la voz suena como un coro de un lado al
otro del mundo. El ruido de la demolición es general y el polvo que queda
flotando tapa el sol. La escritura es inconfundible.
Desde afuera uno puede seguir este movimiento a través de publicaciones
claves: El escarabajo de oro en Argentina, El corno emplumado, en México,
12 C. Fernández Moreno, Argentino hasta la muerte, Buenos Aires, Sudamericana, 1963.
13 Del mismo poeta, Los aeropuertos, Buenos Aires, Sudamericana, 1967.
256 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
García Robles nombra lo que debe: las villas miseria, la Loeb, la Shell, la
Standard Oil, los portaviones, la Revolución libertadora y saca sus conclu-
siones : Atenti Primavera establece con nitidez el rumbo de esta poesía:
García Robles no acepta estar solo, no se encierra a tijeretear las costuras de
su esqueleto ni a preparar palas, ni a buscar cal. Por el contrario, su anti-
poesía crece como una gran planta en una maceta de barrio. En consecuen-
cia, parece que en este caso la antipoesía desnudó a la poesía para descubrir
un nuevo modo de hablarle al hombre de justicia y de amor, el modo que los
virtuosi habían fementido, disfrazado, negado y enterrado; no un nuevo modo,
entonces, sino el único verdadero, renacido.
Esto me hace pensar en el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal cuya obra
es una de las expresiones más directas y violentamente antirretóricas que
conozco. Cardenal no sólo ha desarmado el idioma preciosista del modernismo
y posmodernismo centroamericanos, acabó también con el mito de la imagen
creadora, desterró la metáfora, incorporó el voseo popular. Sus símbolos van
como una curva oscura buscando el pasado indígena. Ni siquiera en su magno
poema El estrecho dudoso (1966) donde lo histórico y geográfico se envuelve
a menudo en trances surrealistas y donde hay frecuentes ausencias místicas y
breves visiones, como señales de luz sobre el lago maya, Cardenal pierde de
vista el ambiente inmediato extendido como una trampa a sus pies. Este
exteriorismo jamás es decorativo, ni siquiera es representativo (como imagen
14
Víctor García Robles, Oíd mortales, La Habana, Casa de las Américas, 1965, p. 137.
ANTILITERATURA 257
objetiva de la realidad), no funciona para colocar cada cosa en su lugar, sino
todo lo contrario: su dinamismo deriva del desorden con que levanta el mun-
do real, del absurdo y la ira que le sirven de fundamento y, sobre todo, del
amor esencial a la vida y al hombre que constituyen su lazo trascendente.
Caí denal es un antipoeta áspero y disonante que trata de encenderle a lo
prosaico una llama interna para provocar otras luces a su alrededor: es nom-
bradoi de cosas y de seres, confundidor de la historia, trasmutador. Se com-
porta con impetuosa fuerza revolucionaria. Sus mejores líneas son zarpazos
dirigidos a quien lo acosa y le ensucia la vida en su isla solitaria: el imperia-
lismo, la violencia fascista, la dictadura militar, la cocacola sobre el rostro
armado de cuchillos y amuletos. Cardenal descubre en lo material una ver-
dad que no forzosamente será bella pero que ha de trascender bajo el soplo
del hombre común. Ésta es la raíz de su antipoesía.
Cardenal, poi lo tanto, como García Robles, Jitrik, Szpunberg, como el
colombiano J. Mario, los cubanos Heberto Padilla y Carlos Rodríguez Rivera,
los peí uanos Antonio Cisneros y Carlos Germán Belli, el ecuatoriano Carlos
Ramírez Estrada, combate en el plano de la revolución social con armas con-
quistadas en la revolución antiliteraria: se vale de la antipoesía para desen-
mascarar, atacar, purificar. La antipoesía al servicio de la revolución.
En esta cmpiesa, junto a Cardenal, está Roque Dalton, el salvadoreño que
ha hecho la mayor parte de su obra en México y Cuba. En sus libros iniciales
Dalton se mueve en medio de raíces surrealistas buscando luminosidades y
ritmos en alusiones familiares, regionales, rutinarias. El tono de la voz posee
una noble cualidad trágica. La imagen desarma, pone a girar países, personas,
escuelas, Iglesias; una juvenil ternura busca el golpe. El acento de Dalton
despierta ecos de otros mundos poéticos en que el adolescente busca su sol
nocturno. Recoge esa red imaginista, sin embargo. La tapa bajo una recrimi-
natoria social tan fuerte y agresiva como la de Cardenal. Su experiencia re-
volucionaria de estudiante, sus prisiones y exilios, las muchachas que compar-
tieron el movimiento clandestino en América y Europa, el fondo familiar, las
caías de coroneles y policías, la mafia verde bananera, el cerco de rifles impe-
rialistas en Santo Domingo, se agitan en su antipoesía y lo que en México fue-
ra sombría balada juvenil {La ventana en el rostro, 1961) se convierte de súbito
en imprecación, grito, expectación del gran combate que se acerca. Desde
Cuba, Dalton conmina a la patria con voces coléricas:
15
Roque Dalton, El turno del ofendido, La Habana, Casa de las Arnéricas, 1962.
258 LA LITERATURA COiMO EXPERIMENTACIÓN
d] Salud y agitación
lbidl., p. 85.
III
La nueva crítica
GUILLERMO SUCRE
No por ser obvio hay que dejar de decirlo: la crítica es esencial a la creación
literaria. No sólo forma una parte de ella, sino que también la hace posible.
Pero es algo más que un método o un modo de conocimiento. Así como la
ficción literaria no puede ser reducida a sus puras técnicas expresivas y siem-
pre hay en ella una dimensión que las trasciende, de igual modo la crítica
no puede ser confinada a un mero ejercicio de investigación. Toda gran
crítica supone, por supuesto, un método, sólo que este método es una rela-
ción personal con la obra. Tras todo método existe asimismo un sistema
de ideas, pero éstas no operan como categorías permanentes: están en fun-
ción particular de la obra y de la experiencia que ella suscita. En principio,
la actividad crítica es inherente a la propia naturaleza del hombre. Impulso
o acción, el hombre es igualmente pausa reflexiva; su verdadero ser se
define por este tenso equilibrio entre opuestos. 'Todo vivir —afirmaba Al-
fonso Reyes— es un ser y, al mismo tiempo, un arrancarse del ser. La esencia
pendular del hombre lo pasea del acto a la reflexión y lo enfrenta consigo
mismo a cada instante.'’ El gran escritor mexicano añadía también: "La crí-
tica es ser condicionado. La poesía es ser condicionante. Son simultáneas,
pues sólo teóricamente la poesía es anterior a la crítica. Toda creación lleva
infusa un arte poética, al modo que todo creador comporta consigo la
creación”.1
Simultánea a la creación, la crítica no cristaliza, sin embargo, sino en la
fase posterior: en la relación de la obra ya creada con el lector. Y sabemos
justamente que esta relación no es externa: la obra no revela su o sus senti-
dos sino al contacto de una mirada que la actualice. Es el paso de la potencia
a la verdadera presencia —presencia que es continuamente una posibilidad.
Para Borges, el hecho estético es la inminencia de una revelación que no se
produce.2 Búsqueda de esa revelación es la mirada crítica. Esa mirada, en
su presente y en su discurrir es múltiple, así como es múltiple la naturaleza
misma de la obra. La lectura única de un poema o de una novela sería impo-
1
Alfonso Reyes, La experiencia literaria, en Obras completas, t. xiv, México, Fondo
de Cultura Económica, 1962.
- Jorge L. Borges, Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960.
[ 259 ]
260 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
libros Blanco? Sería vano tal vez buscar en este nombre otra implicación
que no sea lo que Paz considera como la naturaleza real de la poesía y la
crítica, y aun del mundo. Su libro es, ciertamente, un libro en blanco. Todos
los procedimientos que emplea Paz en él (desde los caracteres tipográficos,
la disposición del texto, el espacio de la página, hasta las imágenes mismas)
nos llevan a esta evidencia: es un libro que está y no está escrito y en el que
la palabra está y no está dicha. Es, pues, un llamado al lector para que,
convertido a su vez en poeta, le haga decir lo que encierra. Sólo que lo que
dice el lector está de algún modo implícito en el discurso del poeta.
Pero ¿no sería una excesiva pretensión de la crítica querer convertirse
en la mirada que confiere existencia a la obra? ¿Y no supondría igualmente,
por parte del poeta que lo acepta, una dimisión de sus altos poderes creado-
res? Quizá ni una ni otra cosa. Comencemos por la última. Nunca como
ahora, el creador ha cobrado conciencia de que su lenguaje ha perdido unici-
dad y toda rígida connotación semántica; es consciente, además, de que cual-
quier visión del mundo sufre hoy una ruptura y un resquebrajamiento: su
coherencia es un perpetuo móvil. No una unidad compacta sino un conjunto
de relaciones. De ahí que su obra se presente no como algo ya hecho y
dado de antemano, sino como algo que se está haciendo bajo nuestra mirada;
su lenguaje, en definitiva, es sobre todo una búsqueda de sentido. Por ello,
Borges tiende siempre a debilitar la noción de autor. No hay paternidad
porque la obra es un continuo hacerse y rehacerse. El autor no tiene la últi-
ma palabra. Pero tampoco el crítico. En efecto, el crítico no pretende impo-
ner un código de referencias inamovible y eterno; sabe, por el contrario, que
su comprensión de la obra no sólo no es única sino también personal, y
hasta la asume como aventura. Lo que hace es restituir a la obra su original
carácter de obra abierta, es decir, su disposición de ser lo que en verdad es:
realidad e irrealidad de un mundo a través de la palabra. Comprender la
obra sin petrificarla ni desarticularla, ¿no es ya hacerla vivir de nuevo? Pero,
además, el crítico verdadero la hace visible dentro de un conjunto de obras.
En tal sentido, su tarea es también creadora. No es que invente la obra,
obviamente, pero, como alega Octavio Paz, “inventa una literatura (una pers-
pectiva, un orden) a partir de las obras". El propio Paz lleva hasta sus
últimas consecuencias esta idea cuando añade: “en nuestra época la crítica
funda la literatura. En tanto que esta última se constituye como la crí-
tica de la palabra y del mundo, como una pregunta sobre sí misma, la crítica
concibe a la literatura como un mundo de palabras, como un universo verbal.
La creación es crítica y la crítica, creación".6
Pero para inventar esa perspectiva y ese orden de que nos habla Paz, el
crítico no puede valerse de la pura erudición. Es verdad que lo que podría-
mos llamar entre nosotros crítica universitaria ha dado trabajos profundos
de investigación. Esos trabajos quizá constituyan los elementos de una futu-
ra ciencia de la literatura. Pero no son la crítica propiamente dicha. Les
falta posiblemente un mayor grado de imaginación y de poder descifrador.
La crítica más eficaz, para Eliot, era la que se fundaba en los hechos. Pero
<> Octavio Paz, Corriente alterna, México, Siglo XXI, 1967.
262 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
¿qué son los hechos de una obra? No es posible pensar en criterios de obje-
tividad y de verosimilitud. No hay hechos unívocos en literatura. No hay sino
formas que son símbolos, signos que son símbolos. Y, por lo tanto, hay que in-
terpretarlos. No existe una ecuación matemática o una relación fija —adver-
tía Alfonso Reyes— entre el lenguaje poético y lo que nos comunica; esa
relación es cambiante para cada lector. De ahí —concluía Reyes— que “el
estudio del fenómeno literario es una fenomenografía del ente fluido”.7 Y en
otro texto suyo llegaba a formular: “Si ya toda percepción es traducción (la
luz no es luz, la mesa no es mesa, etcétera), mucho más cuando el filtro es
la sensibilidad artística”.8 En efecto, sólo por un resabio de positivismo (de
causalismo extremo) puede creerse que toda interpretación no es más que
fabulación arbitraria o una manera de eludir la realidad de la obra.
El verdadero crítico sigue siendo un traductor y un intérprete, como lo
concebía Baudelaire, sólo que interpreta y traduce iluminando el ser mismo
de la obra. Pues no parece cierto que pueda hablar sobre la obra si no habla
desde ella. No descubrir la obra —dice Roland Barthes—, sino cubrirla con
su propio lenguaje. En efecto, la intuición del crítico no es un alarde de
invención; cuando es eficaz, está en sintonía con la intuición que hizo posible
a la obra. También es verdad que ha sobrevenido en cierta crítica actual una
manía tal de interpretación que se ha perdido no sólo el goce estético espon-
táneo frente a la obra, sino también la visión de su propia naturaleza. Es lo
que Borges denunció hace mucho tiempo con el nombre de “la supersticiosa
ética del lector”: subordinar la emoción que comunica la obra a una suerte
de análisis, inhibitorio y hasta fetichista, sobre la disposición de las partes
que la integran. Así, sostenía Borges, “ya no van quedando lectores, en el
sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales”.9 Más
recientemente, esto lo ha señalado también Susan Sontag en su libro Against
Interpretation. Pero, por supuesto, contra lo que están tanto Borges como
la escritora norteamericana es contra cierto tipo de interpretación; un tipo
que Borges podría calificar de superstición ética y que Susan Sontag, a su
vez, denuncia como superstición humanística, es decir, el sometimiento del
arte a significaciones puramente intelectuales en desmedro de su realidad
sensible, de su potencia formal. Pero ambos, en el fondo, asumen una ma-
nera —una nueva manera— de interpretar la obra. Es evidente, por ejemplo,
que si la crítica de Borges llega a iluminar lo esencial e inherente de la
creación, no por ello deja de ser una mirada muy particular, que vuelve
“borgeano” todo lo que ve. Y no porque Borges sea —como llamaba Eliot
a los artistas críticos— un crítico practicante. Si pensamos en un crítico
puro como Emir Rodríguez Monegal, nos encontramos que al fondo de su
crítica, inmanente y apegada a los textos fundamentalmente, hay una línea
de interpretación más o menos constante: la psicología profunda, la biogra-
fía simbólica. Esa interpretación nos remite, a su vez, a una perspectiva
7
Ibid.
8
A. Reyes, El deslinde, en Obras completas, t. xv, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1963.
9 Jorge L. Borges, Discusión, Buenos Aires, Emecé, 1957.
LA NUEVA CRÍTICA 263
14
O. Paz, op. cit.
LA NUEVA CRÍTICA 267
otra parte, no toda nuestra literatura surge de una concepción que podríamos
llamar ingenuamente realista. Ya con el movimiento modernista hispanoame-
ricano, desde fines del siglo xix, se inicia una nueva perspectiva creadora;
esa perspectiva representó un cambio esencial: su renovación del lenguaje
poético implicaba ciertamente una manera distinta de concebir la creación
misma. Y aunque es verdad que no surgió un sistema crítico correspondiente
a la estética modernista, lo importante es que por primera vez se tiende a
contemplar la obra como creación del lenguaje. Rodó, Blanco Fombona,
Sanín Cano, García Calderón, entre otros, iniciaron ese cambio de la pers-
pectiva crítica. Y no faltaron los aportes teóricos de los propios creadores
del modernismo. Rubén Darío o Jaimes Freyre, por ejemplo, no sólo reno-
varon y enriquecieron el ritmo poético y la estructura del poema, sino que
también formularon ideas sobre el tema; e igual podría decirse de Lugones
con respecto a la metáfora. Es quizá el primer momento en que creación y
crítica tienden a relacionarse más íntimamente.
Ciertamente, no es esto lo que Paz pone en cuestión. Sus ideas apuntan
sobre todo a la existencia o no de una concepción crítica coherente en todos
los planos; no niega los aportes individuales. Pero quizá sean estos apor-
tes los que hoy cuentan. Sobre todo porque no han sido tan aislados; ade-
más, porque son los que han influido en la nueva literatura. Ha habido un
cambio radical en nuestra propia literatura de creación. No se trata tan sólo
del paso de una literatura realista o testimonial a una literatura de la verda-
dera imaginación y de la liberación del lenguaje. Hay tal vez un hecho todavía
más fundamental: el escritor latinoamericano ha cobrado conciencia de
que más que un mundo por expresar o inventariar, lo que tiene ante sí es un
mundo por fundar. Ha cobrado conciencia de lo que el mismo Paz ha lla-
mado literatura de fundación y que en términos distintos pero no opuestos
han concebido también otros escritores hispanoamericanos: Carpentier, Le-
zama Lima, Cortázar.
No voy a resumir aquí todo el pensamiento de Paz al respecto, pero sí
creo indispensable subrayar algunos de sus puntos de vista. Como toda lite-
ratura, la nuestra se erige contra una realidad. Sólo que la realidad contra
la que se levanta nuestra literatura —afirma Paz— es una utopía: la que
creó el pensamiento europeo en tomo a América en el momento del descu-
brimiento. La utopía cristaliza en el nombre mismo, que nos condenó a ser
un mundo nuevo, es decir, un mundo naciente y por hacerse. ¿Lo éramos
realmente? La paradoja de esa utopía era que en los hechos venía a fundarse
en estructuras anacrónicas: la que nos vino de cierta tradición peninsular.
Por ello, nuestra literatura no entra en la modernidad sino cuando empieza
a romper con ese anacronismo, cuando empieza de verdad a realizar la uto-
pía. La ruptura del movimiento modernista con la literatura peninsular
hispánica tuvo una significación más amplia: negación de un pasado, bús-
queda de lo nuevo y de una tradición universal. De ahí que el modernismo
haya sido inicialmente una literatura de la evasión y el desarraigo; pero ello
tuvo en el fondo un objetivo superior: recobrar nuestra realidad de mundo
nuevo a partir, esta vez, de nuestra propia invención. Y así la literatura de
268 LA LITERATURA COMO EXPERIMENTACIÓN
15
Octavio Paz, Puertas al campo, México, Universidad Nacional Autónoma de México
1966.
LA NUEVA CRÍTICA 269
Borges afirma: "Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, esta-
mos en una situación análoga; podemos manejar todos los temas europeos,
manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya
tiene, consecuencias afortunadas’’.16 Asimismo, en este ensayo, como en toda
su obra, Borges plantea no sólo el tema de la tradición, sino también el de la
literatura como invención. Rompe con la idea habitual del determinismo,
que tanto había dominado en nuestra literatura. Para él, aun la supuesta
literatura popular, la poesía gauchesca, es algo más que el simple reflejo de
una realidad: hay en ella una creación verbal intencional, es "un sueño diri-
gido”, como todo arte.
Literatura como empresa de fundación (Paz) o como creación verbal
(Borges), ¿no hay también relación entre estas perspectivas y las reflexiones
de Lezama Lima sobre la imagen o sobre las eras imaginarias? En efecto,
para el escritor cubano la literatura se funda en "una concepción del mundo
como imagen”, y además "en la imagen como un absoluto, la imagen que se
sabe imagen, la imagen como la última de las historias posibles”. Lezama
Lima tiene una visión a la vez estética y metafísica de la imagen. Estética:
en ella cristaliza el poder encantatorio del poema, es la visión final que ase-
gura el cuerpo metafórico, las infinitas relaciones que se suscitan en el poema.
Metafísica: lo importante en ella no es la ilusión realista (aunque no des-
carta la semejanza), sino su capacidad de maravillar y en el maravillamiento
la posibilidad de encarnar al mundo y sus secretas conexiones. Por ello afir-
ma : "Ninguna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer
una resistencia, ha dejado de partir de una semejanza y de una imagen; él
siempre se ha sentido como un cuerpo que se sabe imagen, pues el cuerpo
al tomarse a sí mismo como cuerpo, verifica tomar posesión de una imagen”.17
La imagen es, pues, naturaleza sustituida, pero en esta sustitución se abren
paso todas las relaciones posibles con la cultura y con las imágenes creadas
por ella. De ahí que la estética de Lezama sea una estética de la intuición;
descarta por completo la fácil relación causal para acogerse a la síntesis
creadora. Es también una estética de la Forma, en que la naturaleza, por
acción del sujeto metafórico, se convierte en "paisaje”. Lo esencial en ella
son, por lo tanto, las estructuras y las conexiones del lenguaje. Como bien lo
ha señalado Severo Sarduy, a propósito de la ficción de Lezama, "pero impor-
ta la justeza cultural de [sus] metáforas: lo que ponen en función son relacio-
nes, no contenidos; lo que cuenta no es la veracidad —en el sentido de iden-
tidad con algo no verbal— de la palabra, sino su presencia dialógica, su
espejo”.18 En igual sentido, para Lezama, el diálogo entre hombre y natura-
leza hace de ésta un espacio en el que se conjugan entidades naturales y
culturales que se metamorfosean mutuamente para crear una nueva realidad:
la visión. Por otra parte, la imagen rige la relación de hombre y naturaleza,
pero también la de hombre e historia. No conocemos finalmente la historia
sino a través de imágenes dominantes de cada época; la historia son los
mitos que en ella encarnan. El tiempo del hombre son las "eras imagi-
narias”.19
El lenguaje de la literatura
I
HAROLDO DE CAMPOS
1] CRISIS DE LA NORMATIVIDAD
2] "MASS-MEDIA": SU INFLUENCIA
Lingüísticamente, ese problema puede tal vez ser visto como un conflicto
en el ámbito de aquello que los estructuralistas praguenses, en las “Tesis
de 1929", llamaban “modos de manifestaciones lingüísticas", esto es, la “mani-
festación oral” y la “manifestación escrita" y, en segundo lugar, el “lenguaje
alternativo con interrupciones" y el “lenguaje monologado continuo". La deter-
minación y la medición de la asociación de esos modos junto con las funciones
del lenguaje, es decir, con los diversos dialectos funcionales, es el problema
que se proponen, en este paso, los firmantes de las “Tesis". Centrándose es-
pecíficamente en el “lenguaje literario", los lingüistas del Círculo de Praga
observan que sus trazos característicos están representados sobre todo en el
lenguaje continuo y en particular en las redacciones escritas. El lenguaje lite-
rario hablado está menos lejos del lenguaje popular, aunque conserve límites
claros en relación a este último. El lenguaje continuo (en discursos públicos,
conferencias, etc.) se mantiene más alejado. El que más se aproxima al len-
guaje popular, es el lenguaje alternativo y discontinuo (conversación), que
constituye, en la exposición de los praguenses, una serie de formas de transi-
ción entre las formas canónicas del lenguaje literario y el lenguaje popular.
Abordando el problema de la relación entre los “géneros primitivos” (los
de la literatura popular u oral) y los de la “literatura desarrollada", Wellek .
y Warren (Teoría literaria) se refieren a la opinión del formalista ruso
V. Schklovsky, para quien las nuevas formas del arte son simplemente la
canonización de géneros inferiores (infraliterarios). Y Victor Erlich, en su
esencial Russian formalism, muestra cómo los integrantes de esa escuela crí-
tica renovadora prestaban especial atención a los “géneros híbridos", auto-
biografías, cartas, reportajes, folletines, a los productos de la cultura popular
que viven una existencia contingente en la periferia de la literatura, al perio-
dismo, al vaudeville, a la canción gitana y a la historia policial, para explicar
a través de ellos las innovaciones de autores como Pushkin, Nekrasov, Dos-
toyevslci y Blok.
El “hibridismo de los géneros", en el contexto de la revolución industrial
que se inicia en Inglaterra en la segunda mitad del siglo xvm, pero que alcanza
su apogeo, con el nacimiento de la gran industria, en la segunda mitad del
siglo xix, pasa a confundirse con el hibridismo de los media y se alimentará
de él. La aparición de la gran prensa desempeña un papel fundamental en los
rumbos de la literatura. El lenguaje discontinuo y alternativo, característico
de la conversación, va a encontrar en la simultaneidad y en el fragmentarismo
del periódico su cauce natural. La importancia del diario no escapó ni a ITegel,
ni a Marx. El primero señalaba que la lectura del diario pasaba a ser, para
nuestra época, una especie de oración filosófica matinal; el otro, reflexionando
justamente sobre la imposibilidad de la épica en nuestro tiempo, así como la
concibieron los clásicos, se sirve de una hermosa paronomasia para expresar
que, ante la prensa, el habla y la fábula, el cuento y el canto (das Singen und
Sagen). la musa de los griegos por último, dejan de hacerse oír. Y Mallarmé
que veía en la prensa el “moderno poema popular", una forma primaria del
Libro enciclopédico y último de sus sueños, se inspira en las técnicas de la
espacialización visual y en los títulos de la prensa cotidiana, así como en las
282 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
a] Un precursor
Esta introducción fue un tanto extensa, pero necesaria. Ella no nos apartó
de nuestro objetivo específico, al contrario, nos permitirá entrar de lleno en
SUPERACIÓN DE LOS LENGUAJES EXCLUSIVOS 283
c] Modernismo en Brasil
2 Títulos brasileños de las obras citadas: Perto do coragáo selvagem, Grande sertáo:
veredas.
292 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
triota Lezama, Sarduy menciona este comentario de Cintio Vitier sobre el pri-
mer poema cubano Espejo de paciencia (1608), de Silvestre de Balboa: "Lo
que suele considerarse un extravagante desacierto en el poema de Balboa —la
mezcla de elementos mitológicos grecolatinos, con la flora, fauna, instrumen-
tos y hasta ropas indígenas (recuérdense las Hamadríadas en 'naguas')— es
lo que a nuestro juicio indica su punto más significativo y dinámico, lo que lo
vincula realmente con la historia de nuestra poesía..Es bastante sintomá-
tico que se pueda encontrar algo de semejante en la obra del baiano Gre-
gorio de Matos (1633-1696), la más grande figura de la poesía barroca brasile-
ña y uno de nuestros poetas (desde el punto de vista sincrónico) más actuales.
Gregorio, apodado el "Boca del infierno” por la virulencia de su estro, lleva
la hibridación de elementos, característica del período, hacia la estructura
misma de su lenguaje, mezclando en ella, para obtener efectos de contraste
y para lo grotesco, vocablos tupís (indígenas) y africanos, en una jocunda
operación de amalgamiento lingüístico-satírico. En ese sentido, su lenguaje,
como dijo Octavio Paz del de Lezama, es ya un "caldo criollo”, sazonado en
el trópico.
e] La dimensión metalingüística
en Hispanoamérica, se dibuja esa línea dél poema sobre y/o cohtra el poema:
del poema como mensaje en segunda potencia, como un supersigno, cuyo
significante cuestiona el significado de su mensaje primero (de su proceso
mismo de producción significativa).
Oswald escribe textos como Biblioteca Nacional, poema que consiste
en la simple enumeración de los títulos de libros encontradizos en un anaquel
de biblioteca de provincia: es el humor metalingiiístico, la parodia otra vez.
Este mismo humor, y también la actitud “serio-estética" de raíz mallarmeana
(que es la otra cara de la problemática del metalenguaje) se encuentran en
Drummond: en una antología personal el poeta denomina la segunda actitud
“poesía contemplada". En Cabral, que desciende de Drummond, es la propia
máquina del poema que se monta y desmonta incesantemente con una pre-
cisión rigurosa de geometría {El ingeniero, 1945; La psicología de la compo-
sición, con la Fábula de Anfión y la Antiode, 1947; Un cuchillo sólo lámina,
1955, etc.).3
En la América de expresión española, el chileno Huidobro, anunciadora-
mente, trazaba ya en 1916 este verdadero programa de investigación semioló-
gica del objeto poema:
(el brasileño Joáo Cabral, en el fin de la década del 40, diría aún más sinté-
ticamente: “flor es la palabra flor"). El polo del humor prevalece en los
“antipoemas" (1954) de otro chileno, Nicanor Parra, con su antilirismo, su
antidecorativismo, su crítica de los recursos retóricos, su despojamiento cada
vez más acentuado. Pero en Octavio Paz la postura metalingüística va a al-
canzar su apogeo: primero en una breve composición como Las palabras
(de Puerta condenada, 1938-48), toda hecha de ambigüedad irónica y ferocidad
vivencial, en aquella “hora de la verdad" en que poeta y poema parecen
medir recíprocamente las fuerzas. Después en Blanco (1967), poema des-
doblable, visual, de múltiple lectura, donde, a nuestro modo de ver, el poeta
mexicano llega a la culminación de su itinerario, procurando responder en
términos de su propia práctica poética a la aguda meditación teórica que
venía desarrollando en torno del Un coup de dés de Mallarmé y del futuro
de la poesía (atestiguada por el bello ensayo Los signos en rotación, 1965).
f] La poesía concreta
3
Títulos brasileños: O Engenheiro, A Psicología da Compasigáo, Fábula de Anfión,
Una Faca só Lámina.
SUPERACIÓN DE LOS LENGUAJES EXCLUSIVOS 297
eos), y apuntan hacia una concepción nueva y más adecuada del texto. ''El
concepto de texto —escribe el filósofo alemán Max Bense— tiene un alcance
estético más amplio que el concepto de literatura. Naturalmente, la literatura
es siempre texto y el texto no siempre es literatura. Además, el texto se en-
raiza mucho más profundamente en el horizonte del hacer que la literatura
y no permite que se borren tan fácilmente las huellas de la producción,
dejando visibles las formas aún inconclusas y las entreformas y revelando
las múltiples gradaciones de los estados de tránsito. Precisamente en esa
circunstancia reside su función ampliadora del concepto literatura.” Y añade:
"El concepto de estilo es adecuado para la literatura; el de estructura, al
texto, es decir, en el segundo caso el lenguaje ingresa, esencialmente, en
el dominio de la Microestética... Prosa y poesía son conceptos que caracte-
rizan algo que puede ser hecho en el lenguaje cuando éste ya se presenta
terminado, cuando sus formas son conocidas y dadas y pueden ser consumi-
das y gastadas. El texto es algo que se hace con el lenguaje, de lenguaje por
lo tanto, pero algo que, al mismo tiempo, modifica, amplía, perfecciona,
rompe o reduce el lenguaje. El texto es siempre una información en el len-
guaje sobre el lenguaje y solamente esto”.
Aquí nos cabe considerar el caso de la poesía concreta, justamente una de
las formas de producción textual que ha sido, en especial, objeto de las
reflexiones teóricas de Bense.
El movimiento internacional de poesía concreta nació en los primeros años
de la década del 50 por el trabajo simultáneo, mas independiente, del grupo
brasileño "Noigandres” (después "Invención”), de Sao Paulo, y del poeta
suizo Eugen Gomringer (nacido en Cachuela Esperanza, Bolivia, de madre
boliviana). La primera muestra del movimiento, en términos mundiales, fue
la brasileña, llevada a efecto en 1956, en el Museo de Arte Moderno de
Sao Paulo.
De la poesía concreta brasileña dice Octavio Paz en el ya mencionado
artículo del Times londinense: "...es imposible encontrar entre los jóvenes
poetas de Hispanoamérica algo comparable al grupo brasileño ‘Invención’...
En 1920 la vanguardia estaba en Hispanoamérica; en 1960, en Brasil”.
La poesía concreta brasileña se originó en una meditación crítica de las
formas. Intentó sintetizar y extremar las experiencias de la poesía interna-
cional y nacional. Por un lado existía el ejemplo de Mallarmé, con su sin-
taxis visual y el aprovechamiento de lo blanco de la página; la técnica ideo-
grámica de Pound; la teoría del caligrama de Apollinaire ("il faut que notre
intelligence s’habitue á comprendre synthético-idéographiquement au lieu de
analytico-discursivement”); la palabra-montaje de Joyce; la gesticulación
tipográfica de e.e.cummings; las contribuciones futuristas y dadaístas. Por
otro, la poesía "palo-brasil” de Oswald de Andrade, con sus reducciones lin-
güísticas y sus técnicas de montaje, así como los poemas de Joáo Cabral, con
su rigor constructivo, su disciplina de ingeniería. Pero había también el cine
(Einsenstein y la teoría ideogramática del montaje), la música de Webern y
sus seguidores, las artes plásticas (desde Mondrian a Albers y Max Bill y los
pintores concretos del grupo "Ruptura”, de Sao Paulo); y además el diario,
298 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
a] Irreversibilidad de la situación
b] Influencias múltiples
c] El periodismo
Los tres primeros versos del poema son una descripción perfecta del pe-
riodismo. El primero de todos —"O fato aínda nao acabou de acontecer”—
puede interpretarse como la descripción irónica de una actividad desaforada,
una especie de indiferencia a la realidad existencial en provecho de su narra-
ción, un predominio negativo de la información sobre el hecho. Pero 'Ta
mano nerviosa” del repórter no significa solamente compulsión y velocidad.
La sucesión dramática de hechos termina con la comprobación lacónica: "A
pena escreve”. Teniendo en cuenta que gran parte de la obra poética de
Drummond reflexiona sobre la poesía y sobre su situación en el mundo, no
parece excesivo conjeturar que el Poema do Jornal es al mismo tiempo una
descripción del periodismo y de la actividad poética, es decir, una reflexión
sobre el acto de escribir y su relación con lo real.
Otro poema de Drummond, incluido en el mismo libro, concibe un viaje
en momentos discontinuos, utilizando un procedimiento que tiene relación
con el de las "historias infames” de Borges. El poema se llama Linterna
mágica. No debemos olvidar que la linterna mágica es el arquetipo mítico
del cine, que lo antecedió, y que después de pasar por un breve período en
el que no fue más que objeto de asombro y discusión de científicos y de téc-
nicos, el cine regresó a la etapa de la linterna mágica y se consolidó como un
artefacto de entretenimiento. Con esa metonimia, Drummond muestra que
la literatura puede muy bien concebir al cine no sólo empíricamente, es decir,
a través de la experiencia personal —como espectadores o como guionistas—
de los escritores que hablan de él, sino también como un hecho más pro-
fundo, como un arquetipo expresivo capaz de encarar y de vertebrar a su
modo la realidad, es decir, como un lenguaje.
d] La "modernidad”
e] Un procedimiento frecuente
f] El cine
7 Glauber Rocha, Revisión crítica del cine brasileño, La Habana, ICAIC, 1965.
8 Ibid., p. 20.
9 Ibid., p. 64.
io Ibid., p. 74.
312 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
3] IRREDUCTIBILIDAD PROFUNDA
media son una actividad que tiene por |in trasmitir la experiencia que ya
pasó, la literatura representa, al contrario, una valoración perpetua del pre-
sente, una búsqueda continua de un presente nuevo en el que la experiencia
renazca, para que en su interior la literatura tenga lugar (incluso en la con-
notación espacial de la palabra). De ahí que el ejemplo privilegiado de la
literatura sea la poesía, y en especial la poesía lírica, y que entre la poesía
lírica y los mass-media las relaciones sean casi inexistentes, salvo en el plano
exterior de la difusión. De esto se puede desprender una idea de irreducti-
bilidad de la poesía, y por extensión de la literatura toda. Aquella parte de la
literatura que los mass-media institucionalizan es siempre su parte accidental
y exterior, el precio de exterioridad que paga la poesía por internarse en el
corazón de la experiencia y conquistar en él un lugar en el que se orienta por
medio de la palabra. Lo que invalida la tentativa de Cabrera Infante es que
no se rompen voluntariamente las compuertas del lenguaje para contar lo
que ya pasó, sino que es la fuerza centrífuga de lo que está pasando —la ex-
periencia poética— lo que rompe la camisa de fuerza del lenguaje tradicional
y reagrupa otra vez los fragmentos a su manera. Nunca es la literatura la que
va hacia los media —estoy hablando en el plano del lenguaje— sino al revés;
y si va hacia ellos, los considera en tanto que parte del mundo dado, nunca
como un lenguaje más vertebrado, prestigioso, y por lo tanto enriquecedor.
De las relaciones de la literatura con el cine es necesario destacar un hecho
innegable: hay un cine dividido, así como hay una literatura dividida, un cine
que es un producto típico de la cultura de masas y otro que intenta ponerse
aparte —y rara vez lo consigue—, de sus condicionamientos enajenantes. Ese
cine es ya un lenguaje coherente y la literatura puede a veces enriquecerse
con él. Pero los otros productos de la cultura de masas se apropian de la
literatura y la detienen, la retardan. Cuando los medios de comunicación de
masas ponen de moda cierta literatura, en vez de favorecer el desarrollo
de nuevas formas, lo retardan. La moda, detrás de una apariencia de fluidez
y de cambio perpetuo es, al contrario, una forma de detención. Establecida la
individualidad del objeto, se produce un paréntesis de inmovilidad en el que
el objeto comienza a repetirse, a someterse a una falsa metamorfosis, perma-
neciendo en el fondo idéntico a sí mismo, en una suerte de interioridad estan-
ca, como un insecto que sacude sus alas brillantes clavado con un alfiler sobre
una hoja blanca, que se mueve y se sacude sin progresar, con los mismos
movimientos y sacudimientos del vuelo. La moda, que se presenta bajo la
máscara de la singularidad, dominio típico de la poesía, es sin embargo la ene-
miga de la singularidad, o más bien la remeda grotescamente, asegurándose
primero un consenso y sometiéndose a él a través de una operación que simu-
la independencia en el plano puramente gestual pero que en el fondo se
encadena a una dependencia profunda. Borges ha conquistado un lenguaje
que era propio de los argentinos, una entonación y un léxico que él ha sabido
revelar de un modo incomparable. El periodismo, al adoptarlo, si bien contri-
buye a su difusión, institucionaliza sus aspectos más exteriores, el lastre que
únicamente guardaba significación en el contexto de la experiencia poética
que lo empleó y lo situó. El mecanismo de apropiación es de la misma natura-
LA LITERATURA Y LOS NUEVOS LENGUAJES 315
b] Lo singular y lo genérico
a] Romanticismo
b] Modernismo
3
Modernismo, noventiocho, subdesarrollo, trabajo leído en el III Congreso de la Aso-
ciación Internacional de Hispanistas, México, agosto de 1968.
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 319
c] Vanguardismo
Todavía antes de llegar a nuestros días, cabe aludir a un tercer instante: ese
que, a falta de nombre mejor, solemos designar con el de vanguardismo.
Podemos hablar, como volveré a hacerlo ahora, de “generación vanguardista”,
pero el fenómeno característicamente vanguardista apenas sobrepasa los años
treinta de este siglo. Sólo que entonces, si abandonamos la fidelidad a una
generación, que sigue produciendo e incluso alcanza madurez después de esos
años, para fijarnos en una época, el panorama se hace más complejo. Como
fenómeno restringido, el vanguardismo literario —a semejanza del modernis-
mo, pero con más estrechez que él— fue un hecho predominantemente poéti-
co: Huidobro había inventado antes del 20 y en Europa su creacionismo;
Borges llevó de España a Argentina el ultraísmo en 1921; Maples Arce lanzó
en México el estridentismo, e Hidalgo en Perú el simplismo a mediados de la
década del veinte. Todos eran poetas, y se sentían ferozmente vanguardistas,
aunque apenas pudieran explicar qué era serlo, fuera de señalar algunos des-
mantelamientos del verso y un empobrecedor fanatismo metafórico. Sus revis-
tas eran minoritarias, y algunas tan exiguas que, como la mural Prisma, se
bastaban con una cara de hoja. Pero su intercomunicación era grande, y su
irradiación considerable, mucho mayor de lo que a primera vista pudiera
parecer. Un ejemplo entre tantos de la intercomunicación: la antología índice
de la nueva poesía americana, que en 1926 prologaron el peruano Alberto Hi-
dalgo —quien, al parecer, la compiló—, el chileno Vicente Huidobro y el argen-
tino Jorge Luis Borges. En este libro precoz, están ya reunidos, además de
Hidalgo, Huidobro y Borges (a quienes el tiempo se encargaría de jerarqui-
zar), Marechal, Bernárdez, Pablo de Rokha, Rosamel del Valle, Díaz Casa-
nueva, Neruda, Cardoza y Aragón, Maples Arce (“el compañero Maples Arce”,
como dice entonces Borges), Pellicer, Novo, Pereda Valdés. En cuanto a lo
segundo, su irradiación, sería un error tomar en cuenta sólo sus publicaciones
minoritarias, aunque éstas no carecieran de importancia. (Piénsese en Martín
Fierro, en Amanta, en Revista de Avance, en Contemporáneos.) La verdad es
que con frecuencia asaltaban publicaciones masivas, y desde ellas imponían
sus criterios. Así ocurrió en Cuba, donde su tardío equipo vanguardista logró
expresarse en la mejor revista habitual del país (Social) y en el periódico más
conservador y establecido (Diario de la Marina), cuyo Suplemento Literario
controló en 1927.
Y si miramos no sólo al restringido fenómeno poético que fue el vanguar-
dismo, sino a la época 1920-30, la situación es mucho más rica: en esa década,
Vasconcelos ha hecho de México un centro de atracción para intelectuales
del continente, y ha lanzado desde allí tanto el movimiento de la pintura mural
como sus propias palabras mesiánicas; en esa década, aparecen casi simul-
táneamente las novelas La vorágine (1924), Don Segundo Sombra (1926) y
Doña Bárbara (1929). Sus autores, Rivera, Giiiraldes y Gallegos, pertenecen
por su edad a la generación anterior, la de los poetas Luis Carlos López y Bal-
domero Fernández Moreno. Pero mientras éstos se encuentran con una obra
definida, que apenas modificarán, al romper la década del veinte, es sólo en
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 321
ésta que los novelistas, requeridos de mayor madurez, producirán sus obras
relevantes. Ello acabará vinculándolos más, de alguna manera, a la generación
siguiente, que los ve entonces como sus mayores.4 El fenómeno no es nuevo ni
exclusivo, y lo veremos repetirse con narradores de la propia generación van-
guardista, como Asturias y sobre todo Carpentier, cuyas obras importantes
aparecerán después de 1940, integradas a las de promociones más jóvenes.
Difícilmente puede negarse que conoció intercomunicación latinoamericana
la época de las revistas vanguardistas, de los Veinte poemas de Neruda, del
surgimiento del negrismo, de la Raza cósmica e Indoiogía, de La vorágine,
Don Segundo Sombra y Doña Bárbara, de los Seis ensayos en busca de nues-
tra expresión de Henríquez Ureña y los Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana de Mariátegui. Es una época que expresó la confianza en
lo nuestro, y en que esa confianza encontró eco, de un extremo a otro del
continente.
3] CONSOLIDACIÓN DE LA NOVELA
4 Güiraldes colaboró con los ultraístas argentinos, como uno más entre ellos. Un van-
guardista cubano, Juan Marinello, mezclará abiertamente esas obras a las de su propia
generación, pero considerando a aquéllas “tres novelas ejemplares", en Literatura hispano-
americana. Hombres. Meditaciones, México, Universidad Nacional de México, 1937, pp. 143-163.
322 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
i*
con ira, los rasgos que nos permiten sabernos unos, sólo que esos rasgos no se
les presentan ya a sus autores como continentales, sino como locales, como
nacionales (en países que a veces a duras penas son naciones). En este mo-
mento, trabados entre el arraigo angustioso en lo inmediato y el desarraigo
que nos abría, inferiorizados, hacia otros aires que parecían mejores, el Neru-
da de entonces lanza el anatema que citamos al comienzo. Cuando se volvía
a sus revistas locales, el joven mexicano leería El Hijo Pródigo; el cubano,
Orígenes; el argentino seguía leyendo Sur. Contrastado con este instante, el
nuestro aparece como lleno otra vez, y con fuerza mayor que nunca, de con-
fianza en los valores de nuestra literatura.5
Esto no es igualmente válido para todos los géneros: apenas lo es, en gene-
ral, para el teatro; lo es poco para el ensayo —si dejamos de lado el ensayo
político para quedarnos con el estrictamente literario—; lo es más para la
poesía; y es válido sobre todo para la narrativa, que vive ahora un desarrollo
comparable al que la poesía conoció hace setenta años con los modernistas, o
hace treinta o cuarenta con los vanguardistas. Sobre todo con los primeros,
los poetas modernistas, cabe comparar a estos nuevos novelistas latinoameri-
canos. De hecho, estos últimos parecen hacer para la novelística lo que los
modernistas hicieron para la poesía de Latinoamérica. Decir esto no es, por
supuesto, negar que con anterioridad hubiera habido una novelística y nove-
listas importantes en América Latina (Rivera, Güiraldes, Gallegos, Amado, Ale-
gría...).6 En Tientos y diferencias, después de recordarnos que “puede pro-
ducirse una gran novela en una época, en un país", sin que ello signifique “que
en esa época, en ese país, exista realmente la novela", pues “para hablarse de
novela es menester que exista una novelística", añade Carpentier: “La novela
es un género tardío. Países hay actualmente, del Asia, del África, que, pose-
yendo una poesía milenaria, apenas si empiezan a tener una novelística".7 Todo
indica que para América Latina ésta es la hora de consolidación de ese “gé-
nero tardío", que tardíamente surgió en América (“la última novela picaresca
5
Como podría pensarse que sucumbo aquí a la fácil tentación de incriminar nuestro
“pasado inmediato", quiero recordar unas palabras que dije en aquel pasado, el 11 de no-
viembre de 1957, al dar una conferencia en la Universidad de Columbia: “Si pensamos
en el buen tiempo viejo de la vanguardia, cuando todo el continente parecía sentirse unido
por un aliento común, con todas las revistas con un ingenuo nombre puntiagudo hacia el
futuro —Proa, Revista de Avance, Contemporáneos—, no podemos menos que experimentar
cierta nostalgia al ver la desunión y la desesperanza de nuestros días". (Situación actual
de la poesía hispanoamericana, en Revista Hispánica Moderna, Nueva York, octubre de
1958; y después en el libro Papelería, La Habana, Universidad Central de las Villas, 1962,
pp. 26-27.)
6 Incluso han podido publicarse antologías apreciables de la novela latinoamericana
anterior: cf., por ejemplo, Ángel Flores, Historia y antología del cuento y la novela en
Hispanoamérica, Nueva York, Las Américas Publishing Company, 1959; o Novelas selectas
de Hispano América, siglo xix, dos tomos, prólogo, selección y notas de Salvador Reyes
Nevares, México, Labor, 1959. También pudieron hacerse antologías apreciables de la poesía
hispanoamericana previa al modernismo, desde la de Gutiérrez hasta la de Menéndez y
Pelayo, y aun la de Calixto Oyuela, esta última aparecida después, pero con perspectiva
premodemista.
7
Alejo Carpentier, Tientos y diferencias. (Ensayos), México, Universidad Nacional Au-
tónoma de México, 1964, pp. 5 y 9.
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 323
Y sin embargo, cabe preguntarse si eso es enteramente así: si los de ahora son
lectores vueltos con orgullo sobre nuestras propias producciones, lectores
intercomunicados que han prescindido ya de la interiorizante mirada hacia
afuera para saber qué es lo que hay que leer; o si no será que al mirar hacia
otros países ven ahora en ellos los nombres de autores nuestros, y el verlos
allí, donde antes solían encontrar tan sólo los siempre prestigiosos nombres
extranjeros, los lleva a leer y a gustar de sus conterráneos con la anuencia y
casi con el estímulo de las metrópolis. El hecho no sería nuevo: aunque no se
trate del mismo fenómeno, podría recordarse que en no pocas zonas de Amé-
rica, como el Caribe por ejemplo, se empezó a hacer negrismo hace más de
cuarenta años, no porque ésa fuera, como es, una zona mulata, sino porque
en Europa se hacía negrismo. (Las cosas resultaron después menos simples.) 11
Hoy, hasta lectores muy alejados de algunas actitudes de Borges, pongamos
por caso, no han dejado de experimentar cierto candoroso orgullo local al
leer la primera línea de la obra de Foucault Les mots et les choses (1966):
"Este libro nació de un texto de Borges". Ya no era sólo que obras literarias,
que todo un grupo francés como Tel Quel confesara su filiación con el
ii El negrismo nace en Europa (de manera más o menos consciente) dentro del re-
chazo que la vanguardia artística da a los valores de la sociedad capitalista en vías de ex-
pansión imperialista. Proponer la superior belleza de las estatuillas africanas implicaba
desautorizar la supuesta misión civilizadora del hombre blanco entre los productores de
esas estatuillas. El tercer mundo no se limita a heredar el interés por aquellas formas, que
resultan ser las suyas, sino que desarrolla la rebeldía implícita en la opción europea. Hay
así un vínculo consecuente entre el interés de Apollinaire y los cubistas por el arte africano,
y los textos revolucionarios de Guillén y Césaire —e incluso de Fanón. Sin embargo, con
su tremenda capacidad para retener las formas alterándole sus funciones, la sociedad capi-
talista acabará conquistando para sí cierto negrismo, rebajado a ornamento (como hará
con buena parte de la vanguardia toda, ornamentalizada).
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 325
Por lo visto, para que una obra sea considerada entre nosotros, debe contar antes
con la bendición de Londres, Nueva York o París. La situación sería cómica si no
implicase una dimisión.12
dible. Para empezar, no creo que nadie sostenga seriamente que los autores
actuales sean cualitativamente superiores, por ejemplo, al conjunto formado
por Martí, Darío, Rodó, Lugones, Quiroga, González Martínez...
La difusión de una literatura necesita, por supuesto, de hechos como los
anteriores. Pero ellos distan mucho de ser suficientes. Se requieren otros.
Especialmente uno, elemental: la difusión de una literatura requiere la exis-
tencia de esa literatura. Y esta última, a su vez, requiere que exista, como
entidad histórica suficiente, la zona de la que es literatura. Aunque las he
citado más de una vez, no puedo dejar de traer de nuevo aquí las imprescin-
dibles palabras de Martí: "No hay letras, que son expresión, hasta que no
haya esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura Hispano Americana
hasta que no haya Hispano América". Revientemente, un estructuralista, el
crítico brasileño Antonio Cándido ha distinguido entre "manifestaciones lite-
rarias" y "literatura propiamente dicha". Las primeras son simplemente obras
individuales; la segunda,
anima. Como es el espíritu martiano —o. mejor, el espíritu del cual Martí se
hace adelantado y vocero mayor— el que anima y consolida lo mejor del mo-
dernismo, toma de conciencia (no siempre bastante clara, salvo en el propio
Martí) de lo que después se llamaría el carácter subdesarrollado de nuestro
mundo, así como comienzo de la actitud antiimperialista.14 Es el espíritu ra-
dical alimentado por la Revolución mexicana de 1910 y por la repercusión de
la Revolución rusa de 1917, espíritu expresado de manera articulada por José
Carlos Mariátegui, el que da sentido latinoamericano a la insurgencia de la
vanguardia. En todos estos casos, a través de la literatura (y no sólo de ella),
hay intercomunicación latinoamericana, que es más bien autoconciencia. Pues
tal intercomunicación —en los primeros románticos, en los modernistas, en
los vanguardistas, en nuestros días— no es sino el reencuentro ideal de una
unidad histórica temporalmente desbaratada en la realidad.
14 "La generación de Darío fue la primera en tener conciencia de esta situación, y mu-
chos de los escritores y poetas modernistas hicieron apasionadas defensas de nuestra civi-
lización. Con ellos aparece el antiimperialismo”, Octavio Paz: Cuadrivio, México, Joaquín
Mortiz, 1965, p. 47. En realidad, ya con José Martí aparece el antiimperialismo; pero son
los modernistas más jóvenes quienes lo asumen después como actitud colectiva.
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 329
13 Incluso debe tenerse en cuenta que el despertar del tercer mundo es previo al año
1959 (se hace visible a raíz de la segunda guerra mundial) y que la revolución latinoameri-
cana no es sino un capítulo de ese despertar, el cual atrajo la atención hacia esas zonas
marginales. Ello explica que aun antes del 59, pero ya dentro de la onda de interés por
el tercer mundo, hubiera comenzado la difusión de obras como las de Asturias, Carpenticr,
Borges. Sin embargo, estos autores, publicados incluso por Gallimard en Francia, lo eran
en una colección particular creada al efecto {La croix du sud, dirigida por Caillois): toda-
vía no se había roto el gueto (véase Claude Couffon, La literatura hispanoamericana vista
desde Francia, en Panorama de la actual literatura latinoamericana, La Habana, Casa de
las Américas, 1969). Por otra parte, una vez iniciado el auge de marras, veremos produ-
cirse un intento de vaciamiento sustancial y de absorción de las formas, que no deja de
recordarnos, salvando todas las diferencias, lo ocurrido con el negrismo, por ejemplo.
16 Cf. Noé Jitrik, Estructura y significado en “Ficciones”, de Jorge Luis Borges, y Jean
Franco, El viaje frustrado en la literatura hispanoamericana, en Casa de las Américas, La
Habana, núm. 53, marzo-abril de 1969.
330 EL LENGUAJE DE LA LITERATURA
17
Galvano della Volpe, Crítica del gusto, trad. de M. Sacristán, Barcelona, Seix y
Barral, 1966, p. 127.
is Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, trad. de Alberto Wagner de Reyna,
publicada junto con Doctrina de la verdad según Platón, Santiago de Chile, Universidad
de Chile [c. 1956], p. 223.
19
Jorge Luis Borges, "Prólogo" a la Antología poética argentina, realizada por J. L. B.,
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Sudamericana, 1941, p. 11.
INTERCOMUNICACIÓN Y NUEVA LITERATURA 331
Literatura y sociedad
i
I
Literatura y subdesarrollo
ANTONIO CÁNDIDO
El escritor brasileño Mario Vieira de Mello, uno de los pocos que han tratado
del problema de las relaciones entre subdesarrollo y cultura, establece una
distinción válida no sólo para su país, sino también para toda Latinoamérica.
Dice él que hubo un cambio marcado de perspectiva, pues hasta más o menos
el decenio de 1930 predominaba entre nosotros la noción de “país nuevo”, es
decir, que todavía no había podido realizarse, pero que se atribuía a sí mismo
grandes posibilidades de progreso futuro. Sin haber habido cambio esencial
en la distancia que nos alejaba y aleja de los países ricos, lo que predomina
ahora es la noción de “país subdesarrollado”. Desde la primera perspectiva,
se ponía de relieve la pujanza y, por lo tanto, la grandeza aún no realizada.
Desde la segunda, se subraya la pobreza actual, la atrofia; lo que falta y no
lo que abunda.
Las consecuencias que Mario Vieira de Mello extrae de esa distinción no
me parecen ciertas; pero considerada en sí misma ella es justa y ayuda a
comprender ciertos aspectos fundamentales de la creación literaria en Lati-
noamérica. En efecto, la idea de “país nuevo” produce en la literatura algu-
nas actitudes fundamentales, derivadas de la sorpresa, del interés por lo exó-
tico, de un cierto respeto por lo grandioso y de la esperanza en cuanto a las
posibilidades. La idea de que América constituye un sitio privilegiado se ex-
presó en proyecciones utópicas, que actuaron en la fisonomía de la conquista,
como demostró Sergio Buarque de Holanda en una obra fundamental, donde
estudia la trasposición de nociones y fantasías de carácter paradisiaco, para
componer la imagen del Nuevo Mundo. Pedro Henríquez Ureña señala que el
primer documento relativo a nuestro continente, la carta de Colón, inaugura
el tono de deslumbramiento y exaltación que se comunicaría a la posteridad.
En el sido xvn, el jesuita luso-brasileño Antonio Vieira, mezclando pragmatis-
mo y profetismo, aconsejó la transferencia de la sede de la monarquía portu-
guesa al Brasil, que estaría predestinado a realizar los más altos fines de la
historia, como sede del Quinto Imperio. Más adelante, cuando las contradic-
ciones del estatuto colonial llevaron a las clases dominantes a la separación
política de las metrópolis, surgió la idea complementaria de que América
había sido predestinada a ser la patria de la libertad y, así, consumar los
destinos del hombre de Occidente.
[ 335 1
336 LITERATURA Y SOCIEDAD
1
Parte primera, capítulo II.
338 LITERATURA Y SOCIEDAD
les pueden producir tal cambio en los procesos de creación y en los medios
de comunicación, que, cuando las grandes masas lleguen finalmente a la ins-
trucción elemental, buscarán fuera del libro la satisfacción de las necesidades
universales de ficción y poesía.
Mejor dicho: en la mayoría de nuestros países hay grandes masas que to-
davía no han alcanzado la literatura erudita, zambulléndose en una etapa
folklórica de comunicación oral. Cuando son alfabetizadas y absorbidas por el
proceso de urbanización, pasan al dominio de la radio, de la televisión, de las
tiras cómicas (cómic strips) y revistas de historietas, constituyendo la base
de una cultura de masa. De ahí que la alfabetización no aumenta proporcio-
nalmente el número de lectores de literatura, como la entendemos aquí, sino
que lanza a los alfabetizados, al lado de los analfabetos, directamente de la
fase folklórica a esa especie de folklore urbano que es la cultura masificada.
En la época de la catequesis, los misioneros coloniales escribían autos y poe-
mas, en idioma indígena o vernáculo, para hacer accesibles al catecúmeno los
principios de la religión y de la civilización metropolitana a través de formas
literarias consagradas, equivalentes a las que se destinaban al hombre culto
de entonces. En nuestra época, una catequesis al revés convierte rápidamente
al hombre rural a la sociedad urbana, por medio de recursos comunicativos
que comprenden hasta la inculcación subliminar, imponiéndole valores dudo-
sos y bastante distintos de los que el hombre culto busca en el arte y en la
literatura.
Este problema es, además, uno de los más graves en los países subdesano-
llados, por la interferencia maciza de lo que se podría llamar el know-how
cultural y de los propios materiales ya elaborados de cultura masificada,
provenientes de los países desarrollados, que pueden por este medio no tan
sólo divulgar normalmente sus valores, sino también actuar anormalmente a
través de ellos para orientar la opinión y la sensibilidad de las poblaciones ^
subdesarrolladas hacia sus intereses políticos. Es normal, por ejemplo, que
la imagen del héroe de far-west se difunda, porque independientemente de los
juicios^ de valor, es una de las características de la cultura norteamericana
incorporada a la sensibilidad media del mundo. En países de amplia inmi-
gración japonesa, como el Brasil, está divulgándose de manera también nor-
mal la imagen del samurai, sobre todo por medio del cine. Pero es anormal
que tales imágenes sirvan de vehículo para inculcar en los públicos de los
países subdesarrollados actitudes e ideas que los identifiquen a los intereses
políticos y económicos de Estados Unidos o de Japón. Cuando pensamos que
la mayoría de las tiras cómicas y revistas de historietas llevan copyright nor-
teamericano, y que gran parte de las fotonovelas y de la ficción policial y de
aventura provienen de la misma fuente, o la imitan servilmente, es fácil valo-
rar el efecto negativo que pueden eventualmente ejercer, como dilusión
anormal frente a los públicos inermes.
Conviene señalar respecto a esto que en la literatura erudita el problema
de las influencias (que examinaremos más adelante) puede tener un efecto
estético bueno, o deplorable; no obstante, sólo por excepción repercute en
el comportamiento ético o político de las masas, pues alcanza a un número
340 LITERATURA Y SOCIEDAD
de Almeida, que publicó a comienzos de este siglo, en francés, una obra teatral
nativista compuesta probablemente mucho antes: La jete des cránes, árame
de mceurs indiennes en trois actes et douzc tableaux... Sin embargo, el he-
cho es realmente significativo cuando aparece ligado a autores y obras de
calidad, como el poeta del setecientos, Claudio Manuel da Costa, que dejó
amplia y buena producción en italiano. O Joaquim Nabuco, típico ejemplar
de la oligarquía cosmopolita de sentimientos liberales, en la segunda mitad del
siglo xix, que escribió en francés una obra teatral sobre los problemas mora-
les de un alsaciano después de la guerra de 1870 ( !), además de fragmentos
autobiográficos y un libro de máximas. En ese mismo idioma escribieron
toda su obra o parte de ella varios simbolistas brasileños, incluso uno de los
importantes, Alphonsus de Guimaraens. Francisco García Calderón escribió,
en francés, un libro muy útil en su tiempo como tentativa de visión integrada
de los países latinoamericanos. En francés escribió Vicente Huidobro par-
te de su obra y de su teoría. Estoy cierto de que se encontrarían ejemplos
semejantes en todos nuestros países, desde la vulgar subliteratura oficial y
académica hasta producciones de calidad.
Todo ello no existía sin ambivalencia, pues por un lado las élites imitaban
lo bueno y lo malo de las sugestiones europeas, pero, por otro, a veces
simultáneamente, afirmaban la más intransigente independencia espiritual,
en un movimiento pendular entre la realidad y la utopía de carácter ideoló-
gico. Y así vemos que analfabetismo y refinamiento, cosmopolitismo y regio-
nalismo, pueden tener raíces mezcladas en el suelo de la incultura y del
esfuerzo para superarla.
a] De la dependencia a la interdependencia
De este lado y del otro del Atlántico, veo y confieso, en la gente de lengua es-
pañola, nuestra dependencia de lo francés, y, hasta cierto punto, lo cieo ineludible,
pero ni yo rebajo el mérito de la ciencia y de la poesía en Francia para que sacu-
damos su yugo, ni quiero, para que lleguemos a ser independientes, que nos aisle-
mos y no aceptemos la influencia justa que los pueblos civilizados deben ejercer
unos sobre los otros.
Lo que yo sostengo es que nuestra admiración no debe ser ciega, ni nuestra
imitación sin crítica, y que conviene tomar lo que tomemos con discernimiento y
prudencia [“Juicio crítico" sobre Tabaré, de Juan Zorrilla de San Martín].
soberanía literaria que ésta ejercía. Pero él hecho es que tal cosa no se hizo
a partir de recursos expresivos originales, sino de la adaptación de procesos
y actitudes francesas. Lo que los españoles recibieron fue la influencia de
Francia ya filtrada y traducida por los latinoamericanos, que de este modo
los sustituyeron como mediadores culturales.
Esto no disminuye en nada el valor de los “modernistas” ríi la significa-
ción de su hazaña, basada en una alta conciencia de la literatura como arte,
no como documento, y en capacidad a veces excepcional de realización poética.
Sin embargo, permite interpretar el “modernismo” según la línea desarrollada
aquí, es decir, como episodio sociológicamente importante del proceso de
fecundación creadora de la dependencia, modo peculiar de nuestros países
de ser originales. Por eso, también sin innovar en el plano de las formas
estéticas, el movimiento brasileño correspondiente, aunque menos valioso es
menos engañador, pues al denominarse, en sus dos etapas, “parnasianismo”
y “simbolismo”, dejó clara la fuente donde todos bebieron.
Una etapa fundamental en la superación de la dependencia es la capacidad
de producir obras de primer rango, influidas, no por modelos extranjeros,
sino por ejemplos nacionales anteriores. Esto significa el establecimiento
de una causalidad interna, que hace incluso más fecundos los préstamos
tomados a otras culturas. En el caso brasileño, los creadores del “modernis-
mo”, en el decenio de 1920, derivan en gran parte de las vanguardias europeas.
Pero los poetas de la generación siguiente, en los años 30 y 40, derivan inme-
diatamente de ellos —como ocurre con lo que es fruto de influencia en
Carlos Drummond de Andrade o Murilo Mendes. Éstos, a su vez, inspiraron
a Joáo Cabral de Meló Neto, a pesar de que éste debe también, primero a
Valéry, después a los españoles contemporáneos. Sin embargo, estos poetas
de alto vuelo no influyeron fuera de su país, y mucho menos en los países de
donde nos vienen inspiraciones.
Así es posible decir que Borges representa el primer caso de incontestable
influencia original, ejercida de manera amplia y reconocida sobre los países
de origen por un modo nuevo de entender la escritura. Machado de Assis,
que podría haber abierto nuevos rumbos a fines del siglo xix, se perdió en la
arena de una lengua desconocida, en un país entonces sin importancia.
Es por eso por lo que nuestras propias afirmaciones de nacionalismo e in-
dependencia cultural se inspiran en fórmulas europeas, sirviendo de ejemplo
el caso del romanticismo brasileño, definido en París por un grupo de jóve-
nes que vivían allá y fundaron allá, en 1836, una revista que inició el
movimiento.
Interesante es el caso de las vanguardias del decenio de 1920, que marca-
ron una liberación extraordinaria de los procedimientos expresivos y nos pre-
pararon para alterar sensiblemente el tratamiento de los temas planteados a
la conciencia del escritor. Factores, para todos nosotros, de autonomía y auto-
afirmación, ¿en qué consisten, examinados desde nuestro ángulo? Huidobro
establece el “creacionismo” en París, inspirado en los franceses e italianos;
escribe en francés sus versos y expone en francés sus principios, en revistas
como L’Esprit Nouveau. Directamente tributarios de los mismos orígenes son
LITERATURA Y SUBDESARROLLO 347
II
Temas y problemas
MARIO BENEDETTI
1] EN UN PIE DE IGUALDAD
Desde sus primeros tramos, tal vez por haber nacido cuando otras culturas
ya habían acumulado generaciones y sabiduría, la literatura latinoamericana
se halló desorientada. Como es lógico, no podía repetir el natural proceso
de autoformación que las otras literaturas del mundo habían seguido. En
cierta manera, llegó con retraso al juego del arte, y, desde el Inca Garcilaso
(algo así como un cónsul honorario del renacimiento para las nuevas tie-
rras) hasta los poetas y novelistas actuales, su preocupación ha sido po-
nerse al día.
Sin embargo, durante mucho tiempo uno de los paradójicos atractivos de
esa literatura fue precisamente aquel atraso. Todavía nos llegan ecos del
empecinado ímpetu con que Sarmiento defendía frente a Andrés Bello, en
1842, un romanticismo que probablemente admitía como ya trascendido en Eu-
ropa. Quizá Sarmiento intuía que si la literatura europea había completado
y superado esa revolución, el joven continente, en cambio, debía aún com-
prender y apropiarse el estallido, ya que éste coincidía, mejor que el rígido
academismo de los clasicistas, con las zozobras de su inacabada revolución
política.
En una sola oportunidad América Latina se adelantó a los avances cul-
turales del Viejo Mundo, pero ese adelanto fue provocado, paradójicamente,
por la acumulación de sus muchos atrasos. Sobrevino un período (tres últi-
mas décadas del siglo xix) en que los escritores latinoamericanos se encon-
traron con que tenían en las manos un clasicismo que habían copiosamente
imitado pero no re-creado; un romanticismo, no menos imitado, que ya
empezaba a resultarles incómodo y campanudo; y además, un indigenismo
balbuciente, cuyo atraso tenía poco que ver con lo europeo, y sí con la exi-
gente, postergada realidad.
De esos tres atrasos surgió un solo adelanto: el modernismo. El moder-
nismo tiene elementos clásicos, románticos y autóctonos; tiene resonancias
españolas, francesas, inglesas y otras algo más exóticas. Pero al no ser nada
de ello en particular, resulta por eso mismo típicamente latinoamericano, ya
que fueron los modernistas los primeros acaso en vislumbrar que uno de los
posibles modos de arraigo en este cruce de rumbos encontrados consistía en
fijar el desarraigo.
[ 354 ]
TEMAS Y PROBLEMAS 355
Ahora bien, la literatura latinoamericana pasa hoy por una de las etapas
más vitales y creadoras de su historia. Evidentemente, ya no se trata de
grandes nombres aislados, que siempre los hubo, sino de una primera línea
de escritores capaces de asumir su realidad, su contorno, y también de ins-
cribirse, con un estilo propio, en las corrientes que, constantemente y a es-
cala mundial, se encargan de renovar el hecho artístico. Las renovaciones
literarias europeas o norteamericanas ya no deben esperar varias décadas
para llegar a los escritores de América Latina; por otra parte, como conse-
cuencia indirecta de esa cercanía, de ese tenerlo todo rápidamente a mano,
cada vez son menos frecuentes las imitaciones demasiado respetuosas y hasta
serviles. Hoy en día, el escritor latinoamericano está en un pie de igualdad
con los creadores de otras tierras y otras lenguas, con la ventaja no despre-
ciable, además, de que generalmente está en condiciones de leer textos en
por lo menos una o dos lenguas europeas. El escritor de América Latina ya
no imita fielmente (hay un peligro latente, sin embargo, al que me referiré
al final de este trabajo); tiene la necesaria libertad para crear, sea a partir
de variaciones ajenas, sea a través de descubrimientos propios, un lenguaje
afortunadamente original.
En algunos casos (pienso concretamente en Gran sertón: veredas de
Guimaráes Rosa, o en los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra) se da in-
cluso la circunstancia de que sea el escritor latinoamericano quien ponga
sobre el tapete nuevas técnicas o nuevas actitudes frente al hecho artístico,
destinadas a influir algún día en otras literaturas. En ciertas ocasiones, el
movimiento es de ida y vuelta. Pienso, por ejemplo, en la poesía del peruano
Carlos Germán Belli. En el desesperado testimonio de ¡Oh, hada ciberné-
tica! y El pie sobre el cuello es indisimulable la presencia de Góngora, pero
al emerger ésta del cepo metafísico pacientemente armado por el descon-
certante limeño, la verdad es que ha sufrido algunas "abolladuras” (para
usar uno de los términos preferidos de Belli) peruanas, y son ellas las que
elevan esa extraña poesía a una insólita conjunción de magia y nihilismo.
así como la intercomunicación entre sus creadores, tiene lugar en los últimos
diez años, y es precisamente en ese período cuando, por un lado, la presión
política de los Estados Unidos establece nuevas marcas en la América sub-
desarrollada, y por otra, en los pueblos latinoamericanos adquiere por pri-
mera vez cohesión y carácter un profundo sentido antinorteamericano. Agré-
guese a ello la evidente función balcanizadora, directa o indirecta, que ha
ejercido sobre ciertas zonas de América Latina la presencia económica, pri-
mero de los capitales británicos, y luego de los monopolios norteamericanos.
Sin embargo, y aunque parezca paradójico, es probable que el elemento
más homogeneizante provenga del exterior. En tal sentido, y así sea por
explicable reacción, hasta las primeras décadas del siglo xix resultó más
aglutinante para nuestra América la común presencia colonial de España que
la hipotética afinidad entre un maya de Yucatán y un tehuelche de Patago-
nia; también, a los efectos de crear cierta textura anímica comunal, cierta
conciencia del ser latinoamericano, resulta más decisiva en el siglo xx la
presión económica, política y militar de los Estados Unidos que la despareja
asunción de aproximadamente una veintena de compartimentadas identida-
des nacionales. No parece descabellado conjeturar que también la cultura,
obligada por las circunstancias, va generando los adecuados anticuerpos.
También los escritores responden a esas afinidades y diferencias. La dis-
tancia que efectivamente existe entre dos artistas de primera línea, como
Jorge Luis Borges y Aimé Césaire, además de las distintas lenguas en que
crean, además de las distintas concepciones personales, incluye los muy rea-
les kilómetros que median entre el Cono Sur y las Antillas. Por eso, siempre
que alguien pregunta por el escritor más representativo de América Latina,
hay pocas probabilidades de aproximarse a una respuesta justa. No es difí-
cil llegar a admitir, por ejemplo, que actualmente el narrador mexicano más
representativo sea Juan Rulfo, o que el uruguayo más representativo sea
Juan Carlos Onetti, o que el paraguayo más representativo sea Augusto Roa
Bastos, y así sucesivamente con todos y cada uno de los países. Pero difícil-
mente uno cualquiera de ellos podría representar a América Latina en su
integridad.
Justo es reconocer, sin embargo, que, aparte esas diferencias, y aunque
parezca contradictorio con lo anteriormente expresado, el escritor latinoame-
ricano se halla extremadamente preocupado por el destino global de esa
entidad, a la vez abstracta y concreta, que el crítico chileno Ricardo Latcham
llamó alguna vez “nuestro gran continente mestizo" (un mestizaje que, vale
la pena aclararlo, no es sólo de razas sino también de influencias, aspiracio-
nes e ideologías). Por eso en cada poema, en cada cuento, en cada novela, en
cada drama, hay algo más que el obligado contorno de su autor; también
está presente el resto de América Latina con sus distintos modos de sufri-
miento y de lucidez, y asimismo con su eclosión potencial. Y tal presencia,
clandestina o palmaria, encubierta o expuesta, según los casos, está otor-
gando a la obra de los creadores más aptos una contagiosa vitalidad, un
lenguaje que por fin es el de todos.
TEMAS Y PROBLEMAS 357
Uno de los problemas más espinosos que deben afrontar las^ letras latino-
americanas tiene relación con su lenguaje. Es tal vez el que más resistencias
provoca en los críticos europeos, quienes por lo general llegan a esas obras
gracias a un interés exclusivamente literario, y a menudo con un desconoci-
miento total de los elementos sociales, políticos, culturales, que en muchos
casos condicionan la creación. No hace mucho le escuché a Alejo Carpcntier,
durante una conferencia sobre la novela latinoamericana pionunciada en
París, una observación muy sagaz a este respecto. Recordaba el escritor cuba-
no que Paul Claudel, al comenzar una de sus piezas teatiales, señala que se
trata de una cocina, al estilo de una de Brueghel; y hacía notar que, en un
caso similar, un dramaturgo latinoamericano no habría podido ahorrarse una
descripción sobre la exclusiva base de un antecedente cultural. Si describe
una cocina y quiere trasmitir la impresión vivida de su aspecto, deberá referir
al detalle a sus cacerolas, sus sartenes, sus cucharones, etc., ya que no hay
ningún elemento cultural capaz de sintetizar o ahorrar semejante descripción.
Carpentier hallaba en esa obligación del artista una suerte de justificación
de la notoria tendencia barroca de muchos narradores latinoamericanos. Y no
creo que estuviera errado.
El creador parte virtualmente de cero. Nuestra tradición es muy nueva.
Todo sucedió prácticamente ayer, y en consecuencia no podemos invocar los
366 LITERATURA Y SOCIEDAD
A esta altura corresponde hacer una distinción que cada vez se hace más
necesaria: partir de la región no significa obligatoriamente una literatura
regionalista. Ésta ya cumplió su ciclo en casi todos los países de América
Latina, y hoy puede decirse que es cosa del pasado, una experiencia que sólo
ocupa sitio (bien ganado por cierto) en los manuales e historias de la litera-
tura. Partir de la región, a los efectos de la creación literaria, no implica la
sumisión a (ni el descarte de) modos dialectales, vetas del folklore, monu-
mentos de la historia zonal. Partir de la comarca, es asumirla en tanto ser
humano, tal como en su momento la asumieron Martí, Quiroga, Martínez
Estrada, Gabriela Mistral, y tal como hoy la asumen Rulfo, Cardenal, Céspedes,
José María Arguedas, Roa Bastos. Es también mirar el mundo, entender el
mundo, vivirlo, sufrirlo, gozarlo, pero no con la actitud neutra de los des-
arraigados sino con la mirada preocupada, imaginativa y profunda de los que
tienen los dos pies sobre una tierra. Saber a qué sitio se pertenece no implica
la exigencia de vivir en ese sitio, pero habilita en cambio inmejorablemente
para comprender a quienes viven dondequiera. Salvo excepciones muy ob-
vias, el escritor latinoamericano sabe que pertenece a un continente desespe-
radamente esperanzado, a una suma de comarcas borrosamente unidas, no
sólo por la afinidad de lenguas sino también por el subdesarrollo, la explota-
ción, el analfabetismo y la miseria.
De todo lo dicho hasta aquí, quiero extraer una preocupación que me parece
legítima. En géneros como la poesía, y sobre todo la novela y el cuento, los
escritores latinoamericanos han constituido en los últimos años una verdade-
ra vanguardia. Con excepción de la literatura alemana, que, a partir de la
posguerra, ha surgido con mayor brío y con una evidente calidad artística, no
hay en la literatura europea de hoy (y aquí me refiero al auténtico nivel de cali-
dad y no al que fabrican los críticos de sostén, ni mucho menos al que propo-
nen los críticos de derrumbe) muchos nombres que puedan emparejarse ver-
daderamente a los grandes creadores de América Latina. Sin embargo, esa
excelencia no ha tenido ni por asomo la repercusión que efectivamente mere-
ce. La crítica europea sigue midiendo a los artistas latinoamericanos con
patrones europeos.
Ahora bien, ¿debe la literatura latinoamericana, en su momento de mayor
eclosión, someterse mansamente a los cánones de una literatura de formi-
dable tradición, pero que hoy pasa por un período de fatiga y de crisis? ¿Debe
medirse una novela como Cien años de soledad, por ejemplo, con las reglas
del “nouveau román", cuya experiencia creadora parece hoy más o menos
reseca? ¿Debe considerarse la crítica estructuralista como el dictamen inapela-
ble acerca de nuestras letras? ¿O, por el contrario, junto a nuestros poetas
y narradores, debemos crear también nuestro propio enfoque crítico, nuestros
368 LITERATURA Y SOCIEDAD
1] OBSERVACIONES PRELIMINARES
Las observaciones siguientes no son más que una tentativa de esbozar una
sociología de la producción literaria latinoamericana desde un punto de vista
histórico-comparativo. En el presente tanto como en su dimensión diacrónica,
la situación del escritor que se va a delinear no es una descripción exhaus-
tiva, sino una estilización conceptual, un Idealtypus inevitable. Además, en
virtud no del método escogido, sino de la competencia del observador y del
equilibrio global del presente volumen, nuestro esbozo tenderá a privilegiar
el campo de las letras brasileñas —con lo que no se pretende, en modo alguno,
minimizar las peculiaridades de las literaturas hispanoamericanas, sea en blo-
que (en cuanto se distinguen de la brasileña), sea por separado (en cuanto
su pluralidad refleja la diversidad de las regiones culturales de Hispano-
américa).
a ] La colonia *•
a] Introversión de la literatura
(í
b] Oralidad” latinoamericana
la intuición que tuvo el romanticismo del status peculiar del folklore sigue
siendo valedera. El tipo de objetivación de la obra es diferente en el folklore
y en la literatura. En el primero, la objetivación no es independiente del reci-
tante, sino que la obra se presenta como un potencial de normas y tradiciones
que el intérprete debe actualizar, del mismo modo que los hablantes animan
las determinaciones de la lengua con el aporte de su habla individual. En la
literatura, la obra no se pone como el "análogon" de la lengua, no es un dato
preexistente a la creación; el dato para el escritor no es su obra, es el Corpus
literario en el cual él pretende insertarla.
Ahora bien, la "oralidad" tendencial de la literatura latinoamericana, índi-
ce estilístico de la situación social del escritor, no opera en el registro de
objetivación "metáfora de la lengua", sino en el registro "metáfora del habla";
además, extravertida o no, la literatura no emplea las reglas uniformes y
rígidas que caracterizan al folklore; su sintaxis es mucho más libre. En conse-
cuencia, la oralidad de las letras criollas no vino de una supuesta conversión
al arte popular. He aquí por qué no fue, en sí misma, garantía alguna de
naturalización, de americanización de los modelos artísticos; la extraversión
no impidió en nada la imitación mecánica y constante de los módulos tras-
atlánticos. Desde casi todos los ángulos, la oralidad ha sido negativa.
b] Concentración en lo imaginario
c] El exilio
d] Fidelidad a la literatura
Se dice con razón que los grandes momentos de la teoría política coinciden
con las épocas de crisis. El siglo xx, como el xvi, parece mostrar que las fie-
bres de la historia no son menos propicias a esa forma especial de la función
mitopoética que llamamos literatura erudita y que, en nuestro continente,
tan pobre en las otras artes, casi se confunde con el arte mismo. Las tensiones
previsibles entre la clase literaria y la sociedad pueden inspirar más que
impedir la expansión vigorosa de las letras latinoamericanas, libremente aso-
ciadas al impulso básico de la literatura occidental moderna en su dirección
crítico-problematizante. Sea como fuere, la dignidad del proyecto literario en
Latinoamérica radica hoy en esa dirección. Aunque nadie sea capaz de profe-
tizar su curso concreto, una certidumbre es ya posible: de la situación actual
del escritor latinoamericano, de su status, inseparable de la evolución que ha
tomado la élite del corpas literario en cuanto sistema de valores, se deduce
una ética, la que ordena al escritor buscar la autenticidad crítica de su visión
en la fidelidad misma a la literatura. Los compromisos ideológicos del escritor
sólo alcanzarán su verdadera eficacia cultural si se armonizan con el des-
arrollo autónomo del campo intelectual en su dimensión propiamente literaria.
No se trata de aislar la literatura, sino de cumplir el ascetismo que ella
requiere para hablar sin falsas retóricas en nombre de la salud de la cultura.
La literatura debe seguir siendo crítica inclusive donde la crítica social se con-
vierte en cántico de esperanzas. Quizá eso sea facilitado por el hecho de que
en Latinoamérica la literatura ha sido con frecuencia un instrumento indepen-
diente de conocimiento sociológico; muchas veces el único. El peligro radica
388 LITERATURA Y SOCIEDAD
Literatura y sociedad
1 ] LITERATURA Y REVOLUCIÓN
1
José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, La
Habana, Casa de las Américas, 1963, pp. 15-16.
LITERATURA Y SOCIEDAD 393
2] EL PASADO COLONIAL
paisajes del Mediterráneo, se dice en continuo pasmo ante los cayos, islotes
e islas que le salen al paso a sus carabelas, y ante los desnudos e ingenuos
arawakos, cuando busca afanosamente las tierras fabulosas del oriente des-
critas por Marco Polo. Hay que hacer apetecible a los Reyes Católicos lo des-
cubierto, pobre y escaso, en este primer viaje a lo desconocido, y ni siquiera
tiene la precaución de variar o graduar los adjetivos. La isla mínima de San
Salvador (Guanahaní), primera con que tropiezan sus cansadas quillas, "toda
ella es verde, que es placer de mirarla”. Fernandina (Inagua chica) "es isla
muy verde y llana y fértilísima”; las plantas parásitas que disfrazan de di-
versas y disformes modos a los grandes árboles tropicales, le parecen "que es la
mayor maravilla del mundo”, y todavía añade: "En este tiempo anduve así
por aquellos árboles, que es la cosa más pasmosa de ver que otra que se haya
visto”. La Isabela (Inagua grande) resulta "la isla más fermosa cosa que yo
vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más”. Luego añade: "Y lle-
gando yo aquí a este cabo vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles
de la tierra que es la cosa más dulce del mundo”. Ya es sabido que de Cuba
dijo "que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto” y, refiriéndose
al puerto que ahora se llama Nuevitas, anota el P. Las Casas en su transcrip-
ción del Diario de Colón: "Dice más, que aquel puerto de Mares es de los
mejores del mundo”. Andando por tierras cubanas de Maisí, en el extremo
oriental de la isla, asienta con absoluta rotundidad: "Y certifico a vuestras
Altezas que debajo del sol, no me parece que las puede haber mejores en
fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas buenas y
sanas”. Pero inmediatamente dirá de la Española (hoy Haití y Santo Domingo)
"ques la más hermosa cosa del mundo”, reforzando la afirmación en esta
forma: "En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a ella en her-
mosura y bondad”; y ratifica todavía, más adelante: "Crean vuestras Altezas
questas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles y en especial estas
desta isla española, que no hay persona que no lo sepa decir, y nadie lo puede
creer si no lo viere”.
Al dirigirse a los socios capitalistas de su empresa, a los cuales no puede
ofrecer oro ni piedras preciosas ni especias, apela Colón, con sagaz sentido de
la propaganda comercial capitalista, a una excitante, aunque no variada des-
cripción de tierras feraces en que volcar el excedente humano de la reconquis-
ta/con mano de obra esclava, inclusive, lista para su servicio.
Con Colón llegó la hipérbole. Con Fray Bartolomé de las Casas (1474-
1566) comenzará la polémica, la lucha ardiente por la justicia. Todavía hoy
discuten con saña lascasianos y sepulvedistas sobre los crímenes y la "leyenda
negra”, en torno a la Conquista, pero todos los eruditos furores con que se
pretende probar la paranoia del fraile son, sin embargo, incapaces de acallar,
frente al genocidio de ayer y al de hoy, la apasionada justicia y el generoso
humanismo militante del P. Las Casas: "La humanidad es una —escribe éste—
y todos los hombres son iguales en lo que concierne a su creación y todas las
cosas naturales y nadie nace genio. De £quí sigue que todos nosotros debe-
mos ser guiados y ayudados al principio por aquellos que nacieron antes que
nosotros. Y las gentes salvajes de la tierra pueden ser comparadas a la tierra
inculta de la cual surgen las hierbas malas y las espinas inútiles, pero tiene
entre sí tal virtud natural que con labor y cultivo puede lograrse que produz-
ca sanos y benéficos frutos”.
La hipérbole y la denuncia apasionada están en la raíz de nuestras letras.
- El regusto sensual con lo aparente, la delectación barroca en cuanto es flor
y fruto exuberantes, con lo parasitario y disforme, que encandiló ya a Colón,
convive, se opone y se combina, a veces, con la palabra tajante, el sobrio
alegato o la pasión peleadora, a lo largo del proceso literario latinoamericano.
Y ambos contribuyen a iluminar y a estimular el vivir de nuestros pueblos.
Cuando los conquistadores comienzan a asentarse en las nuevas tierras, sur-
gen el verso y la prosa cultas para describir lo encontrado y contar lo vivido
y, junto a ellos, la voz del pueblo se alza también para dar su versión de los
hechos y reclamar su parte en el botín. Ahí está ese formidable diálogo de
las paredes mexicano, en la primera mitad del siglo xvi en “los versos anóni-
mos que los soldados descontentos escribían en los muros blancos de Coyoa-
cán, pidiendo al conquistador su parte en el oro que, según suponían, tenía
éste escondido. El primer poeta conocido es el propio Hernán Cortés, que
todos los días, con ingenio y buen humor, contestaba en verso a los maliciosos,
hasta que, cansado de tanta impertinencia, puso fin a la justa poética con un
epígrafe casi latino por su concisión: ‘Pared blanca, papel de necios'. Pero los
atrevidos no se callaron, y al día siguiente respondieron en prosa llana: ‘Aun
de sabios, y Su Majestad lo sabrá de presto' ”.9 Y a Su Majestad llegaban
memoriales y poemas como el que compusiera el mexicano Francisco de Te-
rrazas (1525P-1600?), Nuevo Mundo y Conquista, en cuyas octavas se duele
del olvido que padecen los conquistadores y sus descendientes, pospuestos a los
advenedizos. Uno de esos felices advenedizos, Bernardo de Valbuena (c. 1562-
1627), se encargará de exaltar, en hiperbólicos tercetos, La grandeza mexicana,
impresa en México en 1604. Pero habrá voz también que reivindique a los
conquistadores y nos deje el recuerdo de su grandeza, tan nueva y desusada
en la Europa renacentista, que todos la reputan otra muestra de la excesiva
hipérbole americana, y así son considerados hasta hoy, por algunos, los Comen-
tarios reales (1609-1617) del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616). Sólo que,
en aquella hora del capitalismo naciente, muchos agudos pensadores presienten
sus excesos y peligros, y proponen, por remedio al mal que nace, un retorno
a tiempos y lugares ideales que estimulan los relatos fabulosos circulantes so-
bre el nuevo mundo, con sus islas paradisiacas y sus gentes sin corrupción
y sin malicia para situar, en alguna de ellas, Utopía o edificar reinos sabia-
mente ordenados, como la Ciudad del Sol. Muy pronto la Utopía (1516) de
Tomás Moro (1478-1535) volverá a América en las alforjas franciscanas de Fray
Juan de Zumárraga (m. en 1548), primer arzobispo de México, e inspirará los
9 Antonio Castro Leal, Prólogo a las Poesías de Francisco de Terrazas, México, Porrúa,
1941, p. ix.
LITERATURA Y SOCIEDAD 399
las colonias son enviados a las Cortes de Cádiz, uno de ellos, el más elocuente,
el ecuatoriano José Mejía (1777-1813)', se atreve a decir: "Se habla de revo-
lución, y que eso se debe desechar. Señor, yo siento, no el que haya de haber
revolución, sino el que no la haya habido. Las palabras revolución, filosofía,
libertad e independencia, son de un mismo carácter: palabras que los que no
las conocen las miran como aves de mal agüero, pero los que tienen ojos,
juzgan; yo juzgando digo, que es un dolor que no haya en España revolución1'.
dad nacional— hubo que hacerlo apenas en tres décadas en nuestra América.
Y a la luz de experiencias europeas muy posteriores los pensadores latino-
americanos advirtieron que había que comenzar por cambiar la vida para
cambiar radicalmente la letra. El argentino Esteban Echeverría (1805-1851)
encarna el tipo de escritor romántico latinoamericano que quiso dotar de un
nuevo estilo —en la vida y en la letra— a su país desgarrado por las contien-
das civiles. A Echeverría se ha intentado rebajarle los méritos de fundador
e impulsor, subrayando sus deudas intelectuales, pero ni vale menos su Dogma
socialista por lo que haya en él de Saint-Simon y de Lammenais, de Mazzini
o Lerminier, ni las debilidades de La cautiva podrán opacar su fecunda popu-
laridad ni hacernos olvidar el poderoso aliento que emana de las páginas
realistas de El matadero. Pero, con sus limitaciones, Echeverría perdura so-
bre todo por la cerrada unidad de vida y de obra.
Tras él —y tras todos los románticos que vivieron y escribieron más o menos
como él— vino la generación de los fundadores, de los ideólogos de aquella
burguesía liberal que intentó sustituir el caduco ordenamiento de los terrate-
nientes por el capitalismo moderno. Es la hora de Alberdi (1810-1884), de
Mitre (1821-1906) y de Sarmiento (1811-1888). Las bases de Alberdi fundan la
vida constitucional argentina, desterrando la anarquía; el Facundo de Sar-
miento será siempre uno de los libros capitales de nuestra América que se ade-
lanta a esa peculiar interpenetración de géneros —sociología, biografía, novela
e historia— que algunos creen ingenuamente patrimonio exclusivo de nuestra
hora presente, y que no es sino expresión de la necesidad inaplazable de uni-
ficar vida y poesía en la averiguación agónica de la raíz de nuestros grandes
problemas colectivos. La letra señala caminos o anuncia la acción futura,
constituye el programa que llevarán después a efecto Mitre y Sarmiento en la
presidencia de la República Argentina, como luego Benito Juárez (1806-1872)
propaga y realiza los ideales de la Reforma mexicana. Es ésta una etapa de
escritores apasionadamente entregados a la faena política; llegados, por vez
primera, al control de los asuntos públicos. Surgen entonces los caudillos
letrados de una burguesía liberal, de un incipiente capitalismo que, retoman-
do las palabras de Andrés Bello, abren los campos ubérrimos y casi inexplo-
tados de América al inmigrante y al inversionista extranjeros. La civilización,
que viene de Europa y Norteamérica con hombres y capitales, irrumpe en las
tierras donde la barbarie nómade huye o desaparece. Las letras dirán en se-
guida, en el Martín Fierro del argentino José Hernández (1834-1879), sobre
todo, la protesta del hombre de la tierra, arrojado de ella. También denun-
ciarán la presencia del inmigrante, y la novela y el teatro irán mostrando su
lento penetrar y su fusión, a veces, con la población criolla. La literatura par-
ticipa ahora de una manera consciente en la vida social, se hace con plena
404 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
poeta dijo: "¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes
revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso
recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero,
de estrofas de oro, de estrofas de amor". Pero el Rey Burgués, que no era,
naturalmente, afecto a las revoluciones, replicó al poeta: "Daréis vueltas a un
manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca
valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de
música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas ni de ideales".
Darío revela la actitud de la nueva plutocracia estimulada por el imperialis-
mo, y aun señalará más adelante la significación y el peligro de éste, pero,
abriendo la nata de buena parte de los escritores de su tiempo, preferirá dar
vueltas al manubrio de los valses, antes que encararse al Rey Burgués y a sus
amos extranjeros. El imperialismo es la experiencia generacional a que se
enfrentan los hombres del movimiento modernista, y si para unos, encabeza-
dos por Darío, es ocasión para el cultivo del verso y de la prosa preciosistas
y sensuales, para la evasión hiperbólica, en otros, como José Martí (1853-1895),
despierta, en cambio, la pasión combativa y pone el preciosismo formal al ser-
vicio de una lucha incesante por la libertad y la justicia. Toda la obra de
AJartí está dedicada a una lúcida batalla por la libertad de nuestra América
y por lograr —son sus propias palabras— "el equilibrio del mundo". Su visión
política supera los propósitos de los ideólogos democrático-burgueses que le
precedieron y abre el camino hacia nuevos horizontes convirtiendo la lucha
por la liberación nacional de Cuba en una pelea más honda y amplia contra
el imperialismo, sustentada sobre los hombros de las masas trabajadoras. No
fue un marxista, pero preparó el camino a las soluciones socialistas. Y como
entendió —y dijo— que "cada estado social trae su expresión a la literatura,
de tal modo que por las diversas fases de ella, pudiera contarse la historia
de los pueblos, con más verdad que por sus cronicones y sus décadas", por
eso mismo se esforzó en hallar la expresión propia de su momento histórico,
el de la lucha contra el imperialismo, que es todavía el nuestro, y por eso
también mantiene absoluta vigencia su exhortación al poeta: "Junta en haz
alto, y echa al fuego, pesares de contagio, tibiedades latinas, rimas reflejas,
dudas ajenas, males de libros, fe prescrita, y caliéntate a la llama saludable
del frío de estos tiempos dolorosos en que despierta ya en la mente la cria-
tura adormecida, están todos los hombres de pie sobre la tierra, apretados los
labios, desnudo el pecho bravo y vuelto el puño al cielo, demandando a la
vida su secreto".
II
Conflictos de generaciones
ADOLFO PRIETO
*
1
Las discusiones sobre el método generacional aplicado a la historia de la literatura,
desde el estudio clásico de Julius Petersen al libro de Henri Peyre, Les générations litté-
raires, han intentado precisar lo que cabe y lo que no cabe en el concepto de generación.
Fuera de los distingos aportados desde plano teórico, no cabe duda de que las verdaderas
dificultades del método surgen de cualquier intento de verificación en una escala crono-
lógica muy amplia. En el ensayo de José Juan Arrom, Esquema generacional de las letras
hispanoamericanas, la más ambiciosa de las tentativas conocidas hasta la fecha en su cam-
po de interés específico, es posible ponderar esas dificultades. El esquema generacional
funciona en cuanto se lo aplica a períodos culturales excepcionalmente densos; se lo
percibe, en cambio, como una entelequia, cuando pretende circunscribir los desérticos pe-
ríodos de la dominación colonial.
408 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
2] LA GENERACIÓN VANGUARDISTA
Los adultos construyen un mundo. Sacralizan sus instituciones, crean sus nor-
mas educativas, deciden su jerarquía de valores y prioridades, inventan los
mitos con los que encubren sus apetencias y sus miedos. La historicidad de
ese mundo, su condición temporal implican el reconocimiento, más o menos
consciente, de qtie la simple irrupción de los hombres más jóvenes cuestione
su legitimidad y su consistencia. Siempre fue perceptible el paso de una gene-
ración a otra; simpre se sintió como obvio el funcionamiento de un tiempo
histórico pautado por el relevo de sucesivas generaciones. Éste es el modo
de contar del Antiguo Testamento, y es el modo que se vulgariza en toda la
tradición de Occidente y que abona la perduración y el consentimiento acor-
dado al uso de expresiones como "nuestra generación", "la generación de nues-
tros padres", "nueva generación".
A este reconocimiento, a este verdadero lugar común sobre la existencia
de un ritmo generacional, debe agregarse de inmediato un distingo estable-
cido por la reflexión histórica. En las sociedades estables o fuertemente esta-
bilizadas, el paso de una generación a otra se reduce a una alternativa bio-
lógica, a una inserción periódica de elementos jóvenes en una estructura
rígida a la que sólo cabe afectar en aspectos muy secundarios: modas, hábitos
lingüísticos, convenciones de urbanidad. En las sociedades dinamizadas por
rápidos procesos de cambio, por lo contrario, cada nueva generación biológica
asume la instrumentación de los factores del cambio y se declara en conflicto
más o menos abierto con la generación de adultos que obstruye el desarrollo
de aquellos factores.
Desde la primera revolución industrial, Europa, y más tarde los países
incluidos en su órbita de influencia, fueron progresivamente envueltos en un
proceso de mutaciones, a menudo bruscas, y cada vez más sometidas a un ver-
tiginoso movimiento de aceleración. En el ámbito de Latinoamérica, después
de la primera generación romántica, se distancian con cierta parsimonia las
generaciones que sobrellevan realmente alguna carga conflictiva con el pasado
inmediato (el positivismo, el modernismo), pero a medida que los países de
Centro y de Sudamérica, como entidades periféricas, se incorporan al nervio
motor de los países centrales, los nuevos grupos generacionales tienden a
fortalecer su función de contradictores de la sociedad dominada por los
adultos.
La aceleración de este proceso en las últimas décadas, y la circunstancia
de que todo observador del mismo se encuentra necesariamente ubicado den-
tro de sus manifestaciones más recientes, vuelven difícil un ordenamiento
de los hechos, es decir, una discriminación previa de los datos, susceptible de
despejar la tumultuosa imagen que desborda e inhibe el juicio del observador.
Con una deliberada voluntad de abstracción es posible, sin embargo, seña-
lar en el segmento cronológico del último medio siglo, dos picos generacio-
nales de los que parecerían derivar la mayor parte de los rasgos caracteriza-
dores del período. Los dos picos coinciden con fenómenos de proyección
CONFLICTOS DE GENERACIONES
409
internacional: el estallido y el término de la primera y la segunda <man cierra
y pueden estimarse, en buena medida, como reflujo de aquellos acontecí’
¿Qué significa pegar revistas murales, como me dicen que van a hacer algunos
jóvenes de Montevideo, a imitación de lo que hicieron algunos de Buenos Aires,
supongo que a imitación de algunos de París?... ¿Qué es eso de editar un sobre
de tarjetas con versos impresos en tinta violeta, como acaba de hacerlo un muy
querido y talentoso amigo mío, uruguayo por más señas? ¿Y qué me dice usted del
banquete ambulante —creo que en ómnibus— que le preparan a ese necio de Gómez
de la Sema?
¿Chistes? ¿Bromas de “patotas" alegres? En ese caso que cuenten conmigo,
que no soy de palo. ¿Pero eso es literatura? ¡Puah! ¿Pero en nombre de eso se
puede negar todo el pasado, a todos los que amaron y sintieron por lo menos como
ellos, y lo expresaron con mayor emoción? ¡No! Todos fuimos iconoclastas a los
20 años, pero estos jóvenes de la nueva sensibilidad dan cruz y raya. ¡ Qué pedantes! 2
3
“El aumento de la población del mundo representa la irrupción en escena de una
enorme promoción de jóvenes. Se calcula que el número de éstos (gente de 15 a 24 años
de edad) pasará en 40 años, o sea entre 1960 y el año 2000, de 519 millones a 1 128 millones.
Más de las tres cuartas partes de esos jóvenes viven en los países en vías de desarrollo:
59 millones en África, 322 millones en Asia y 44 millones en América Latina. Aunque esta
evolución demográfica haya sido prevista desde hace tiempo, no se han tomado siempre las
medidas que eran de desear para hacerle frente y preparar en debida forma una acogida
lógica a toda esa juventud”, informe de Unesco sobre La juventud en el mundo, en El
Correo, año xxn, abril de 1969.
CONFLICTOS DE GENERACIONES 413
neidad que aseguran los nuevos medios de comunicación de masas, la presen-
cia de parecidos fenómenos en otras sociedades.
Las vastas conmociones sufridas en el continente desde 1945 hasta nuestros
días no se han manifestado (o carecemos de la evidencia de ello) en un pico
generacional neto, como el que se reconoce al promediar la década del veinte.
Parece más justo distinguir una suerte de escalada generacional, de líneas de
significación que concentran, a medida que se aproximan a nuestros días, los
rasgos definitorios de una ruptura generacional.
En la más alejada de esas líneas coexisten una tendencia experimental de
vanguardia, más fuerte que las inmediatamente anteriores, y una actitud crí-
tica, enjuiciadora, de conciencia que se erige en tribunal de los hombres res-
ponsables del pasado y de sus hechos relevantes. La tendencia experimental,
por su empuje, recuerda a la vanguardia de la década del veinte, aunque
lleva a límites más extremos sus postulaciones. El movimiento de la poesía
concreta, en Brasil, representa adecuadamente este brote experimental que
barre con los tímidos ajustes intentados por la promoción poética posterior
a la explosión de la Semana de Arte Moderna, en 1922. La actitud crítica
propone, para los jóvenes que la sostienen, un compromiso total con la
situación histórica vivida y admite, como parte de ese compromiso, la revi-
sión escrupulosa de los acontecimientos y de la responsabilidad que cupo
a los gestores del estadio histórico anterior. Es el "juicio de los parricidas",
según la caracterización del crítico Emir Rodríguez Monegal, válida para los
escritores argentinos nacidos entre los años 1925 y 1930, y que hacia 1955
emprenden una revisión de los nombres consagrados de la literatura nacio-
nal, los "padres" de la generación de 1922; 4 es la conciencia moral que im-
pregna un ciclo novelístico del argentino Viñas, y muchas de las obras de los
peruanos Salazar Bondy y Coingrains Martín, de los mexicanos Fuentes y
Spota, de los chilenos Lafourcade y Donoso, del venezolano Garmendia.5
Al avanzar la década del sesenta, esta conciencia moral fue robustecida y
sensibilizada por los acontecimientos de la revolución cubana, verdadero
catalizador de una América aislada casi siempre y recelosa en sus comparti-
mientos estancos; y lo fue también por la serie ininterrumpida de quiebras
institucionales; por las tensiones creadas, de un modo más o menos coinci-
dente, por los nuevos centros de industrialización, los desplazamientos demográ-
ficos internos y las congestiones urbanas. A esta conciencia se integran escri-
tores nacidos algunos años antes de la frontera cronológica indicada anterior-
mente, como Martínez Moreno o Benedetti. Y se integran, desde luego, los que
empiezan a escribir sobre el filo mismo de los hechos, urgidos por la necesi-
dad de testimonio, de comentario, de sanción. La realidad cubana, ubicada en
un nuevo contexto por los hechos revolucionarios, es la que ha alimentado
el mayor registro de literatura crítica y testimonial a lo largo de la década
del sesenta (piénsese sólo en los nombres de Otero, Desnoes, el primer Cabrera
4
Emir Rodríguez Monegal, El juicio de los parricidas, Buenos Aires, Deucalión, 1956.
5
Este primer frente corresponde, en muchos sentidos, a la caracterización que José
Juan Arrom ofrece de la "generación de 1954", o generación de los "reformistas". Esquema
generacional de las letras hispanoamericanas, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1963.
414 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
Entre los escritores nacidos después de 1935, y que deben incluirse en el esque-
ma precedente, tiende a volverse notorio el amplio margen de libertad con
el que resuelven su actitud de compromiso personal para con la realidad de su
tiempo. Los más, sin duda, trasladan a sus obras aquella actitud y las con-
vierten en testimonio, acta de acusación o instrumento de propaganda ideo-
lógica ; pero no son pocos los que consiguen desglosar los actos del compro-
miso personal del acto específico del escritor, es decir, del acto estético, o
razonan para este último una diversa manera de relación con los reclamos
morales del compromiso.
Vargas Llosa, nacido en 1936, es, probablemente, entre los escritores jóve-
nes, el que expresa con más intensidad esta tendencia. Su novela, La ciudad
y los perros, es en muchos sentidos, todavía, una novela adscrita a una rea-
lidad que incluye la perspectiva moral del autor; pero La casa verde no la
incluye en absoluto, y los elementos de la realidad referidos en la misma se
imponen como simples puntos de soporte para una construcción estética.
Junto con la elaboración de estas novelas, el autor ha venido radicalizando
sus actos de compromiso personal, afirmando o negando, aceptando o recha-
zando hechos y situaciones que configuran una visión moral del mundo y una
elección de determinadas pautas de enjuiciamiento. Al recibir en 1967 el
premio “Rómulo Gallegos" por La casa verde, Vargas Llosa pudo afirmar:
4] LA JUVENTUD ACTUAL
a] La nueva solidaridad
Quede, sin embargo, aclarado desde el principio que para nosotros, sudameri-
canos, brasileños de 1964, vanguardia no es sinónimo de salto ciego sobre el abismo,
no es jugai, no es elucubración sobre la nada, ni es una manera simplona de épater
les bourgeois. Lo que queremos es exactamente lo contrario: evitar la pedantería,
ahorrar el sadismo cultural, huir del monólogo, construir en vez de destruir. No nos
satisface sei un mero reflejo de la crisis industrial burguesa. Al contrarío: ser
vanguardia significa influir en la crisis, digerirla, reducirla a nuestros datos particu-
lares, sobrepasarla, y no limitarse a compendiarla históricamente.8
b] Ambivalencia
12
“"cus DesPu¿s de la alienación. La novela norteamericana actual, Buenos
^iiT0Si raíaos, l^oo»
13 Problemas de la generación joven, Madrid, Ciencia Nueva, 1965.
14 Los sectores estudiantiles, evidentemente, han tomado la delantera en la determina
cion de hechos violentos. Esta constancia parece apoyar algunas de las hipótesis más se
ductores de Marcuse y abre, de hecho, los diques de un desconocido y poderoso gruño
de presión. La prensa mundial ha recogido en todos sus detalles la crónica de la insurrec
ción estudiantil. Un buen acopio de informaciones puede encontrarse en Las luchas estil
420 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
diantiles en el mundo, Buenos Aires, Galerna, 1969, versión del original Combáis d’étu-
diants, París, Seuil, 1968.
15 Este comportamiento, que tiñe una variada gama de fenómenos socioculturales, expli-
ca el distinto papel que desempeña la mujer en la producción literaria más reciente. Hasta
hace una o dos generaciones (piénsese en los casos de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou
o Victoria Ocampo), la mujer proyectaba en sus libros y en la decisión de publicarlos una
verdadera estrategia de lucha. Buscaban ser reconocidas y admitidas, a pesar de ser mujeres,
en un mundo sujeto a valores fundamentalmente masculinos. En los últimos treinta años
la situación ha sufrido un vuelco considerable. Es seguro que no han desaparecido del
todo las actitudes prejuiciosas, pero las mujeres de las últimas promociones parecen ya
despreocupadas de ellas, o no cargan, al menos, en su actividad de escritoras, ninguna
CONFLICTOS DE GENERACIONES 421
política, recelosos de todo sectarismo ideológico, se conceden un amplio carm
po de opciones, en el que caben tanto las efusiones anarquistas como las
simpatías de principio por el espontaneísmo que suele acompañar a los movi-
mientos de izquierda más radicalizados. A diferencia de los jóvenes de las
generaciones anteriores que actuaron siempre como grupos minoritarios en-
quistados en la sociedad de los adultos, tolerados, aplaudidos o ignorados
por ella, estos jóvenes tienen conciencia de su número, de su asombroso pro-
greso en los índices demográficos, y saben que la sociedad entera los observa
con creciente, con preocupado interés. Uno de estos jóvenes, el novelista
mexicano Manuel Farill Guzmán, asume esta definición generacional:
intencionalidad que remita al sexo como condición original y diferenciadora. Puede reco-
nocerse, sí, que ciertas preferencias temáticas, la evocación nostálgica de la infancia, los
conflictos del núcleo familiar, siguen ocupando un lugar destacado en la literatura escrita
por mujeres. Véase sobre el particular, Noé Jitrik, Participación de la juventud en la litera-
tura, en Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, año ix, núm. 5, Córdoba, noviem-
bre-diciembre de 1968.
16 En
Narrativa joven de México, México, Siglo XXI, 1969, con un interesante prólogo
de Margo Glantz. De la selección de textos propuesta, el relato de José Agustín (1944), Cuál
es la onda, es el que ofrece mayores y más nítidos elementos comprobatorios de la pers-
pectiva indicada en nuestro ensayo. En la nota de presentación, a la pregunta, ¿Qaé opinas
de tu generación?, José Agustín responde: “Odio el término generación (por favor, sesu-
dos correctores: no pongan cursivas donde no quiero que vayan). Y lo odio porque: —do,
es un término tan manoseado y sin sentido como sicodélico, a go-go y estabilidad del pue-
blo mexicano; re, puede incluir gente de la misma edad o que aparece públicamente por
las mismas fechas; mí, es una palabra aguda de cuatro sílabas y difícil de incluir en una
canción popular; fa, es demagógica como muchas palabras muchisilábicas terminadas en
ión. En realidad creo que para como anda nuestra lit todos los escritores que han existido
pertenecen a la misma etapa (generación, pues): la del inicio. Y viéndola así, creo: la cosa
marcha bien y llegaremos a una estupenda madurez en breve".
422 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
premio, otorgado por una importante casa editora de Buenos Aires, introduce
al autoi en un circuito en el que abundan, naturalmente, los malentendidos.
Esta distancia puede visualizar muy bien la ambivalencia anteriormente indi-
cada entre el papel subversivo y el repliegue del artista joven en la sociedad
de consumo, y el ejemplo elegido, entre otros posibles, no busca sino carac-
terizar una situación determinada. La contrapartida de esta situación, con
similares rasgos a los anotados en los casos de los Estados Unidos y de Euro-
pa, está dada por un incipiente movimiento que tiende a vincular entre sí a
las editoriales y a las revistas ajenas a los circuitos comerciales, para crear
una red de difusión sin sospecha de complicidad con el mundo al que se re-
chaza. Muchos artistas plásticos y hombres de cine se empeñan en parecidos
objetivos, y la mayor visibilidad de sus actitudes de repudio a exposiciones
y concursos consagratorios les ha permitido ya obtener resultados de espec-
tacular repercusión.
La irreverencia ante los vínculos familiares y ante toda forma de autorita-
rismo; el desprejuicio sexual; la flexibilidad ideológica; el sólido desdén por
las fórmulas y hábitos que remitan al mundo de los adultos, propuestos como
signos reveladores de una conducta generacional, o, si se prefiere, de un vasto
sector de la juventud contemporánea, no deben apreciarse como la suma abs-
tracta de signos que en la realidad encarnan sólo bajo alguno de sus aspectos.
Títulos muy recientes de la producción narrativa, al menos, no dejan dudas
sobre la simultaneidad casi pareja con que se muestran aquellos indicadores.
Entre esos títulos, la novela Pasto verde, del mexicano Parménides García
Saldaña, nacido en 1944, puede arrogarse una cómoda representatividad. La
revuelta comienza aquí, como con frecuencia ocurre en otros narradores jóve-
nes, con el tratamiento a que se somete el lenguaje. Préstamos tomados del
inglés; disparatadas jerigonzas que apuntan a una especie de “lingua franca”,
sustituto del español de México y del inglés de los Estados Unidos; amnesias
insólitas de la puntuación y de las regulaciones gramaticales cumplen, con la
ayuda de una buena dosis de ingenio, la tarea de corroer todo aquello que en
el lenguaje se impone como institución, como cuadro de normas rígidamente
prescritas por otras generaciones. También la ruptura de los esquemas tradi-
cionales del relato; la dislocación de los nexos narrativos; la ambigüedad de
los perfiles psicológicos o la simple parodia de los mismos contribuyen al pro-
pósito de hostilizar, en donde se las encuentre, las convenciones heredadas del
pasado. Y luego están los contenidos manifiestos de la novela: el comporta-
miento cínico de la sociedad de los adultos; el peso muerto de las institu-
ciones ; la disolución de los lazos familiares; la nueva ética del sexo; el nombre
de cada uno de los héroes cuyos pensamientos y cuyas vidas abren la perspec-
tiva de una moral auténtica; y los textos francamente declarativos:
Recuerden hijos míos que cuando se vive en las tinieblas se le quiere arrojar
piedras a cualquiera y hay veces que a uno mismo pero esto cuando menos es más
honesto. But ¿para qué arrojar piedras? ¿Para qué? No tiene caso, sería participar
en el juego. Y cuando uno juega, termina confundido porque la gente que juega no
piensa y la que piensa llena la vida de reglas y es muy fácil demostrar esto, le da
CONFLICTOS DE GENERACIONES
423
uno una palmada a alguien y de pronto esa gente se queda empty y a mitad del
camino desaparece. La onda es hacer lo que uno quiera y punto y ya.
...sé dónde está el blanco en este Paraísodelanada y trataré diario de ser como
no fui ayer y trataré de no ser como los demás y por eso hoy uso lentes oscuros
nada más para distinguirme y por eso uso botas de cuero con barro para no olvi-
darme del camino andado... me enferma no sentirme libre y en la vida nena hay
que ser libres como el viento libres como los pájaros y las abejas como los árboles
y las flores.17
17
Parménides García Saldaña, Pasto verde, México, Diógenes, 1968
III
En un lapso de menos de quince años, cuyo eje es la década del 20, se funda
la novela latinoamericana contemporánea: en 1916, aparece Los de abajo de
Azuela; en 1918, Un perdido de Barrios; en 1919, Raza de bronce de Alcides Ar-
guedas; en 1924, La vorágine de Rivera; en 1926, Don Segundo Sombra de
Güiraldes; en 1928, Macunaíma de Mario de Andrade; en 1929, Doña Bárbara
de Gallegos. Con ellas, nace una nueva novela y nacen sus ismos más defini-
dores : indigenismo, criollismo, regionalismo, naturalismo urbano. Todos estos
matices concurren, sin embargo, a una tendencia común: la documental, que
trata de ofrecer un inventario de la realidad de cada país, sea orográfica o
social, agrícola o política, con una actitud siempre demostrativa y retratista.
Ese apego a la naturaleza y, en general, a los modelos inmediatos que ofrece
la realidad es consecuencia de una vocación misional: por un lado, las novelas
de dicho período funcionan como actas de acusación y denuncia de la violen-
cia e injusticia que rigen la vida del hombre americano; por otro, sirven de
sucedáneo al libro de viajes: describen el país a los que no lo conocen o lo co-
nocen mal, se meten en la selva, en el llano o en el socavón minero para
traer un mensaje de identidad nacional que subsane las diferencias abismales
que la política oficial disimula. Postulan una moral y una fe, cuando no una
militancia; en el fondo son afirmativas y esperanzadas, aunque sus cuadros
sean deprimentes y atroces: los explican la piedad y el afán reivindicatorío.
Hay excepciones, claro está, como Don Segundo Sombra, que significa una
superación del criollismo rioplatense al proponer una imagen mitológica, "poé-
tica", del gaucho, y un tratamiento hiperartístico de la realidad: el autor hace
novela de la tierra del brazo de Valery Larbaud y de los ultraístas, "ennoblece"
la materia con un regodeo estético. "Tengo la sensación —dice Güiraldes en
una carta— de que ciertas obras se desprenden de su origen habiendo conse-
guido una realización formal que las faculta para bastarse a sí mismas." 1 Pero
la novela de Güiraldes, aunque tuvo éxito, remontaba una corriente demasiado
poderosa como para cambiarle el rumbo. Por esas mismas fechas, un solitario,
un misántropo, un atormentado que andaba perdido en la remota zona de
Misiones, escribía sus mejores (sus más atroces) cuentos —por ejemplo, los
que pueden leerse en Los desterrados (1926)—, que elegían uno de los ámbi-
tos favoritos del regionalismo —los infiernos vegetales de la selva— pero sólo
para sumergirse en el mundo tenebroso de las anormalidades psicológicas, de
1
Citado por Guillermo Ara, Ricardo Güiraldes, Buenos Aires, La Mandrágora, 1961, p. 79.
[ 424 ]
UNA DISCUSIÓN PERMANENTE 425
1] LITERATURA DE SALVACIÓN
4
En Variedades, Lima, 26 de marzo de 1930.
5
Citado por Emir Rodríguez Monegal, El viajero inmóvil, Buenos Aires, Losada, 1966.
pp. 99-100.
« Ibid., p. 101.
UNA DISCUSIÓN PERMANENTE 429
"Aquí están los servidores de Mr. Babbit. / Los que educan sus hijos en West
Point. / Aquí están los que chillan: helio, baby, / y fuman “Chesterfield" y
“Lucky Strike". / Aquí están los bailadores de fox trots, / los boys del jazz
band / y los veraneantes de Miami y de Palm Beach. / Aquí están los que piden
bread and butter / y cofee and milk. / Aquí están los absurdos jóvenes sifi-
líticos, / fumadores de opio y de mariguana, / exhibiendo en vitrinas sus
espiroquetas / y cortándose un traje cada semana. / Aquí está lo mejor de
Port-au-Prince, / lo más puro de Kingston, la high life de La Habana..en
1937, su España, "poema en cuatro angustias y una esperanza", y su Canción
a Stalin, en la que el líder soviético aparece en un contexto de divinidades
afrocubanas: "Stalin, Capitán, / a quien Changó proteja y a quien resguarde /
Ochún..." Del 40 al 50, esta poesía de explícito testimonio social y político
predominará en América; en algunos países, en el Peni por ejemplo, cobraría
su mayor prestigio entre el 50 y el 60, cuando ya en otras partes se asiste a la
crisis de su prestigio poético e intelectual.
2] SÍNTOMAS DE LA CRISIS
ción literaria, en que los personajes y sus pequeñas peripecias interiores rem-
plazan a las maniqueas criaturas cortadas con patrones fijos de conducta.
Arguedas —él mismo un trasplantado que tiene que aprender el español en
la capital— prueba que el país no está dividido entre indios y blancos, sino
en infinitos estratos, en sociedades plurales, separadas por irreconciliables
pero sutiles intereses que los echan a unos contra otros. La unilateralidad
indigenista nos había ocultado beatamente esa imagen de la realidad.
3] LA REVOLUCIÓN Y LA PALABRA
5] DOS LÍNEAS
En estos últimos años, la novela y el cuento han sufrido también una rápida
transformación en manos de la gente más joven o menos conocida que los
grandes consagrados. Con inevitable rigidez se puede agrupar a esos escritores
en dos líneas mayores. La línea realista que postula una historia definida en
la base del relato y que trata de renovar la tradición del realismo latinoameri-
cano operando dentro de esa misma tradición. En ese ancho espectro caben el
realismo políticamente comprometido de David Viñas (Los hombres de a
caballo), el realismo mágico-psicológico de Daniel Moyano (sus cuentos de
El monstruo), y Reinaldo Arenas (Celestino antes del alba), el realismo expre-
sionista y a veces barroco de Carlos Martínez Moreno (Los aborígenes, La otra
mitad), el realismo crítico de la burguesía descompuesta de José Donoso (Este
domingo) y Jorge Edwards (Temas y variaciones). La otra línea, cuyos inspira-
dores notorios son el último Carlos Fuentes (Cambio de piel, Zona sagrada),
en cierta forma Cortázar y mucho más plenamente Guillermo Cabrera Infante
(Tres tristes tigres), casi prescinde de la historia o la subordina a una bús-
queda formalista casi exasperada. Pertenecen a ella Severo Sarduy {De dónde
son los cantantes), Manuel Puig {La traición de Rita Hayxvorth, Boquitas
pintadas), Néstor Sánchez {Siberia Bines), Vicente Leñero {El garabato),
Salvador Elizondo {El hipogeo secreto) y Gustavo Sáinz {Obsesivos días circu-
lares). Mientras aquéllos tratan de redimir al realismo de sus trampas ilusio-
nistas encarándolo con mayor finura y penetración, menos cándidamente, los
últimos pueden prescindir de él o usarlo meramente como un pretexto para sus
juegos y distorsiones verbales: escribiendo novelas que quieren burlar el con-
UNA DISCUSIÓN PERMANENTE 437
cepto mismo de la novela. Quizá sea interesante anotar dos datos de geografía
literaria: los primeros proceden generalmente de Chile y otros paíse^ del
Pacífico, los segundos de México y Argentina.
6] RENOVACIÓN TEATRAL
ANDRÉS BELLO
El velo que aparecía suspendido sobre nosotros comenzó a descorrerse y dejó ver
la cumbre de las primeras estribaciones de la sierra... No se observaba ningún
444 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
terreno llano, apropiado para la planta del hombre, entre aquella abrupta pendiente
y la incesante marea...
Luego será la bajada violenta: "Tan pronto como dejamos atrás ese abrup-
to promontorio, se dilató ante nuestros ojos la inmensa planicie de Bogotá”.
Pero después del llano o la sabana, la cordillera se encrespa una y otra
vez; y surgen caminos duros, empinadísimos, entre inmensos roquedales abier-
tos a pico:
Los pedruscos se sostenían sobre los ángulos o extremos de los fragmentos que
quedaban de ellos —explica Duane— sin capas intermedias de tierra o vegetación,
aunque aquí y allá, sobre la superficie de las grandes lajas, se veían masas de musgo
esparcido y parásito que se descolgaba de modo amenazante como si fuera a des-
prenderse y arrastrar consigo aquellas lajas que podían producir efectos catastró-
ficos ...
"Cualquier contacto con el pueblo mexicano, así sea fugaz, muestra que bajo
las formas occidentales laten todavía las antiguas creencias y costumbres —ha
escrito Octavio Paz en El laberinto de la soledad—. Esos despojos, vivos aún,
INTERPRETACIONES DE AMÉRICA LATINA 445
son testimonio de la vitalidad de las culturas precortesianas. Y después de los
descubrimientos de arqueólogos e historiadores ya no es posible referirse a
esas sociedades como tribus bárbaras o primitivas. Por encima de la fascina-
ción o del horror que nos produzcan, debe admitirse que los españoles al
llegar a México encontraron civilizaciones complejas y refinadas.” Todo lo
dicho por Paz para México y Mesoamérica puede decirse para el Perú y para
los pueblos andinos de Sudamérica donde floreció una cultura que tuvo los
dos grandes momentos de Tiahuanaco y Tahuantisuyo. Puede verse a través
del primer capítulo de mi Literatura peruana el reflejo de esa cultura preco-
lombina en las diversas manifestaciones literarias: épicas, líricas, narrativas
y dramáticas. Una realidad especial brota de canciones y relatos donde pre-
dominan notas rurales y comunitarias. Particularmente en los mitos —recuer-
dos magnificados por la poesía— se ve un fascinante mundo lleno de peculia-
ridades de ambiente y sociedad. Esa literatura respondía a un cuadro cultural
definido que abarca los aspectos subculturales de las organizaciones costeñas
y andinas.
Sobre esa cultura se produce la conquista y crea lo que podría ser el tras-
fondo del hombre latinoamericano: una superposición y un entrecruzarse de
posibilidades que forjan una conciencia determinada, muy diferente de la que
retenía el peninsular español o portugués. América crea americanos desde el
primer momento. Ese proceso de amalgamación dura lo que dura el llamado
período colonial o del virreinato; y es el propio Paz quien lo dice: "La inde-
pendencia sobreviene cuando ya nada nos unía a España, excepto la iner-
cia”. A través de esa larga historia o proceso que el poeta mexicano establece
para su país o región, se produce lo que él mismo llama "la búsqueda de
nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas, y
de una forma que nos exprese”. Lentamente nos vamos desarraigando —se-
guimos el pensamiento de Paz— y tratamos de romper definitivamente con
la forma que nos era extraña, aunque hubiera sido ésta por un momento, la
superpuesta estructura occidental que nos cubría. Pero el hombre latinoameri-
cano era ya otro y su forma de expresión debía ser otra aunque no la había
descubierto al independizarse. En medio de ese camino lleno de desgarramien-
to, el hombre se disloca y se pierde tratando de encontrarse consigo mismo.
Una cultura de siglos lo hizo comunitario; una cultura de conquista y de trans-
culturización europea trató de imprimirle el sello de su individualismo. Bajo
una impresionante capa de catolicismo, el cuerpo se agita bajo los antiguos
signos. En el Perú el pensamiento organicista y la idea fundamental de una
vida que brota de la muerte, un mundo de aquí que es el florecimiento del
mundo de abajo, se perciben en una concepción distinta de la resurrección
y en una adoración de la tierra, como divina madre o como dios interior:
Pachacamac, que aún ejerce subyugante hechizo. La cruz se implanta sobre
la huaca. El nacimiento de los hombres a base de piedras y de aquellos que
se convierten en piedra, en metamorfosis de ambos caminos, encuentra aún
réplica en la divinización de la naturaleza y en la conciencia de un génesis
pétreo que se percibe desde los viejos haravicus —poetas del pueblo— hasta
Vallejo. En cambio en Mesoamérica los hombres nacieron del maíz, la lluvia
446 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
Plata o del llano y así: el caballo, la pampa y el cuchillo representan tres aspec-
tos o capítulos fundamentales —con hermosos párrafos poéticos. Y dentro de
ellos: la aparición de un señor errante, solitario, víctima del "espejismo del
desierto", que hace del coraje un culto y de la doma el máximo atributo de su
condición de hombre a caballo. De esa figura específica y regional, pampera,
de pronto nos encontramos con que cabalgamos, en la prosa incisiva de Mar-
tínez Estrada, en términos generalizadores con el caudillo, personaje común
a todos los pueblos latinoamericanos como señor feudal o como bandido. Am-
bas cosas al fin de todo. Martínez Estrada escribe: "El bandido no era nece-
sariamente un ser antisocial. Formaba una sociedad apócrifa contra otra; tenía
sus principios, su código y su rito. En Los bandidos ha descrito Schiller esa
caballería con su arquetipo romántico... El caudillo no era un barón feudal
sino un bandido ... En América, faltando la sociedad, era el embrión de la
sociedad. .. la forma concreta de la barbarie que pretendía eternizarse con un
nombre decoroso...” Aparte de generalizaciones como aquélla, en la que de lo
específicamente platense o sursudamericano se llega a lo americano, Martínez
Estrada constantemente habla de América, sin fijación específica de la pam-
pa: "América había existido y vivido en los diversos pueblos que la forma-
ban, su vida americana. Algunas semillas, caídas de otras culturas, dieron fru-
tos silvestres que no alcanzaron madurez ni sabor". "Cada día de navegación,
las carabelas desandaron cien años. El viaje se había hecho a través de las
edades, retrocediendo de la época de la brújula y la imprenta a la de la piedra
tallada." "Éramos antigüedad y fuimos poblados por una nación de tipo anti-
guo..." Y planteándose el problema de la incomunicación —nacional a más
de individual—; de los problemas geográficos —cargados de notas pesimis-
tas—, pero también de los sociales que nos aíslan y separan, a pesar de nuestra
intensa semejanza y de nuestro afán de ser iguales —partes de un todo que
busca su unidad— Martínez Estrada hace del ensayo literario y social una diag-
nosis un poco apresurada pero intensa de nuestras sociedades o de nuestra
sociedad latinoamericana repartida en focos de excesiva centralización y es-
parcida en pampas, punas y desiertos. Cuando dice que el indio no tiene his-
toria equivoca por apresuramiento. Pero cuando se refiere a la soledad del
mundo y del hombre que tiene caracteres específicos en una América hecha
hasta ahora a los aislamientos, a los grandes soliloquios, su intensidad se mani-
fiesta y su condición de poeta se agudiza. Cuando nos habla del mundo pre-
hispánico su voz pierde rigurosidad y se siente que él no conoce el trasfondo
de las viejas culturas andinas o mesoamericanas. Y no puede aplicar su poesía
a ese gran contraste de dos culturas en pugna. Pero cuando examina la realidad
actual su palabra trasciende: "En una sociedad mal constituida, o constituida
con descontento, el elemento antisocial representa una gran parte de los senti-
mientos reprimidos de la misma sociedad: la soledad latente". Cuando habla
de política sudamericana equivoca, pero cuando habla con el instinto natural
del poeta y con la voz entrecortada de un predicador de los "pueblos elegidos"
que están en desgracia ante la mirada divina, sus frases adquieren grave ento-
nación: "Cordilleras, ríos, selvas de indiferencia los circuyen".
Y luego, cuando centraliza en la Argentina su ensayo podríamos extender
INTERPRETACIONES DE AMÉRICA LATINA 451
algunas conclusiones fundamentales al panorama de Latinoamérica: “Los crea-
dores de ficciones eran los promotores de la civilización, enfrente de los obre-
ros de la barbarie más próximos a la realidad repudiada. Al mismo tiempo que
se combatía por desalojar lo europeo se lo infiltraba en grado supremo de
apelación contra el caos..." “El más perjudicial de esos soñadores, el cons-
tructor de imágenes, fue Sarmiento. Su ferrocarril conducía a Trapalanda —la
tierra falsa del Doiado inexistente— y su telégrafo daba un salto de cien años
en el vacío... Sarmiento fue el primero de los que alzaron puentes sobre
la realidad...” “Quiso violenta, abnegadamente, lo que existía en otras par-
tes. . .” “En su maleta de campaña —refiriéndose al general Mansilla, defensor
de Sarmiento— llevaba a Shakespeare, cuyos versos en inglés embutía en su
diario de expedición.” “Poseemos una tierra en gran parte inculta, donde pros-
peran por igual las plantas útiles y los yuyos; geografía y demografía engen-
dran, por natural coincidencia, el analfabetismo. De todo aquello emergía una
abnegada y gigantesca tarea por desterrar la “barbarie” para crear la “civiliza-
ción , sin compiender el todo de la realidad americana. Se aspiraba a un
mundo construido sobie concepciones falsas, según señala Martínez Estrada
para el ideario de Sarmiento. “Los fantasmas desalojaron a los hombres y la
utopía devoró a la realidad. .. la realidad profunda. Tenemos que aceptarla
con valor, para que deje de perturbarnos, traerla a la conciencia, para que se
esfume y podamos vivir unidos en la salud.” He ahí el optimista resultado
de un negro repasar por América, que pretende tan sólo analizar el cuadro
argentino y hacer una “radiografía de la pampa”.
Martínez Estrada busca un lenguaje que se amolde a la intención de pro-
fundidad que es la base de su ensayo. Su búsqueda de un horizonte se tras-
luce en la persecución de una prosa que se preste a ello. Y el poeta pos-
modernista, de las cosas sencillas y de la voz familiar, adquiere un grave
gesto, sin llegar a grandes complicaciones idiomáticas en los términos ni aún
en las imágenes, aunque sí en complicaciones del discurso en general, en los
contrasentidos con que quiere explicar el contrasentido cultural latinoameri-
cano. Porque, en verdad, es esto lo que persigue al mostrar —con intencio-
nada trampa— solamente la realidad de un sector de nuestro complejo
mundo americano.
4] CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
un ensayo que sirve de pretexto para una historia fabulosa. Entre grandes
cuadros geológicos y minuciosos rincones topográficos, entre hombres de di-
versas latitudes hechos a la vida de la tempestad y la sequía, surge como si fue-
ra un libro bíblico la historia de Antonio Vicente Mendes Maciel, vulgo “Bom
Jesús Conselheiro". Crecido entre luchas de vecinos, con una esposa inquieta
que es raptada por un policía, con la sangre de un pariente en sus manos de
alucinado, con la posibilidad de haber matado a su madre en vez de la mujer
infiel, aparece en Bahía "anacoreta y sombrío, con los cabellos crecidos hasta
los hombros, la barba desgreñada y larga, el mirar fulgurante, este personaje
monstruoso metido dentro de un hábito azul de dril americano, apegado al
clásico bastón en que se apoya el paso tardo de los peregrinos". Y así ingre-
sará a la región de Canudos como la leyenda pinta a Viracocha en tierras
andinas o a Quetzalcóatl entre los toltecas, semejándose a Jesús o a un profeta
hebreo o a un viejo peregrino europeo, con mezcla de rasgos propios de novela
de caballería y de novela picaresca. El extraño personaje domina un medio
supersticioso, donde el cristianismo estaba combinado con el aliento de las
creencias africanas y la supervivencia de las indígenas. Era evangelizador por
un lado y violento por otro. Cargado de leyendas se hace el profeta del sertáo
con alucinantes frases sobre el juicio final; hablará sobre rebaños conducidos
por un solo pastor; sobre San Sebastián saliendo del mar con todo su ejér-
cito, mientras pelean las naciones —Brasil con Brasil, Inglaterra con Ingla-
terra— en el instante en que el enviado celestial "pondrá su espada en una
piedra y dirá: ¡Adiós Mundo!"...
Habiéndose adueñado con su "rebaño de gentes” de la hacienda Canudos,
Antonio Conselheiro provocará con el asalto de sus "jagunzos” a las poblacio-
nes cercanas la intervención de la policía primero y luego del ejército federal.
Soportará campaña tras campaña, con la muerte de generales enemigos en un
largo período de guerra que va de octubre de 1896 a octubre de 1897. Muerto
el 22 de septiembre, sus hombres siguieron combatiendo, cercados y domina-
dos por las explosiones de dinamita. El 1? de octubre los insurrectos entre-
garon 300 ancianos, mujeres y niños; y de aquéllas algunas se arrojaron al
fuego de las fogatas nocturnas junto con sus hijos, mientras frente al ejército
de cinco mil hombres quedaban cuatro miserables fanáticos: dos adultos, un
viejo y un adolescente, que sucumbieron, a su vez, cuatro días más tarde. El
cadáver de Antonio Conselheiro, ya hediondo, fue encontrado bajo una capa
de tierra, envuelto en una tela inmunda. Fotografiaron los despojos y cor-
taron la cabeza para que su cráneo fuera exhibido y todos pudieran conven-
cerse de que estaba, al fin, extinto aquel terrible enemigo. En Os Sertóes
quedó impreso un pedazo de tierra latinoamericana con un tipo de hombre
y una historia, que pueden partir de La Araucana de Ercilla y terminar en un
pedazo de bosque boliviano con el final de un guerrillero. Fue escrita por un
ingeniero del ejército brasileño que nos hizo un cuadro de naturaleza e indi-
viduo, con perfiles autóctonos.
INTERPRETACIONES DE AMÉRICA LATINA
4*
JOSÉ LEZAMA LIMA
catedral de Zamora leemos algunas páginas del Diario de Colón, nos impre-
siona ese afán de querer convertir la naturaleza en un tapiz, subraya el primor
de las aves ligeras que se confunden con las hojas extremadamente matizadas.
En la imaginación de Colón saltan los delfines y los sirénidos del Mediterrá-
neo y los juegos poéticos y los torneos guerreros provenzales.
No puede extrañarnos que un italiano”, que pasa a España en la época de
Carlos V, escriba sobre cosas que nunca vio y se subordine más a la imagina-
ción que hemos llamado siciliana que a la realidad de un paisaje nuevo que
no conocía. Su descripción de Cuba sólo se basa en sus recuerdos imagina-
tivos, en las derivaciones de sus lecturas: "Todo es templado de humedad,
todo rico en productos auríferos. Sus cuevas, como otras tantas bocas abier-
tas, desembuchan en el agua de los ríos. Allí hay cavernas horrorosas, hay
valles oscuros, hay rocas calcáreas", es decir, son los mismos remolinos, ca-
vernas, ríos, rocas, que su imaginación ha tomado de sus lecturas de Homero
a Ovidio y que le sirven para igualar sus imágenes de lo siciliano con un pai-
saje de veras novedoso, frente al cual su imaginación está desamparada y
tiene que buscar esos puntos de apoyo. Así, relata Pedro Mártir de Anglería
que un cacique haitiano tenía en sus lagunas un manatí que comía en sus
manos y transportaba a hombres y niños en la otra ribera. El cronista ha
remplazado los mares que rodean a la isla por el Mediterráneo y apoyándose
en el más leve de los parecidos iguala a un manatí con una sirena. Desgracia-
damente pasamos de la ambivalencia y parecido de las imágenes a un furor
destructivo inconcebible y hoy el manatí es casi una especie extinta. Mejor
hubiera sido para la perdurabilidad de esa especie, mantener la levedad de
un error de la imaginación.
La imagen americana se libera presionada por el espacio gnóstico que
remplaza la dimensión por la imagen, tal como en el mundo antiguo el des-
tierro, el cautiverio y la liberación, empiezan a poblar lo estelar y a reactuar
sobre la historia. Las dimensiones colosales alcanzadas por los incas o por los
aztecas sólo pueden ser comparadas con el imperio ninivita, los persas o
los egipcios en las épocas más significativas de su historia. Ese sentido del
espacio seduce desde el principio a los incas; en una de sus más primitivas
fábulas, salen por las ventanas de unas peñas que están cerca del Cuzco, por
allí salieron cuatro hombres y cuatro mujeres (recuérdense las primeras di-
nastías chinas, donde aparece la sucesión de hermanos). Salieron por la ven-
tana de en medio, es la ventana real. En la ventana tenían que ver un espacio
donde participaban lo estelar y el hombre. En el centro de la ventana aparece
un ombligo, que es la ciudad del Cuzco. Ya en esa fábula aparece el espacio
creador con su ombligo o centro, la sal, pimiento, las danzas y la alegría.
De inmediato, los conquistadores quieren allegar la ventana en la madriguera
con la ventana del arca de Noé, pero el hecho de que el inca se considere
descendiente de toda la naturaleza, cascadas, coyotes o aves, que lo llevan
a una total divinización de todo el mundo exterior, tiene que parecerle indes-
cifrable a los conquistadores, pues ya la vieja imagen que ellos traen nutrida
de infinitas analogías se encuentra con un nuevo espacio que lo desconcierta
y lo hace temblar.
IMAGEN DE AMÉRICA LATINA
467
Tanto el espacio incaico como el azteca tiene semejanzas, la ventana umbi-
lical de los incas coincide con el quincunce de los aztecas, ambos se asemejan
a lo que en la era del doctor Kungtse (Confucio) se llamó el camino del me-
dio, entre cielo y tierra. Yáhuar Huacac, séptimo rey de los incas, llamado
Llora Sangre, parece adelantarse al terror de Moctezuma, vive rodeado de
presagios, miedos, desconfianzas. Pero Yáhuar logra salvar sus miedos por la
aparición de un fantasma, de una imagen, pero lo más curioso es que el prín-
cipe fantasmal se llama Viracocha y el hijo de Yáhuar que es el que lo salva
tiene el mismo nombre. Hay una fusión entre el personaje histórico y el mi-
tológico. Pero Moctezuma comienza por decapitar los sueños. Establece en
su palacio una especie de oficina para los sueños nefastos. Y todos los que
sueñan con la desaparición de su imperio son condenados a muerte.
Lo que hemos llamado la era americana de la imagen tiene como sus me-
jores signos de expresión los nuevos sentidos del cronista de Indias, el seño-
río barroco, la rebelión del romanticismo. Ahí la imagen actúa como un
quantos que se convierte en un quale por el hallazgo de un centro y la propor-
cionada distribución de la energía. El destierro y el cautiverio están en la
misma raíz de esas imágenes. El cronista de Indias trae sus imágenes ya he-
chas y el nuevo paisaje se las resquebraja. El señor barroco comienza su re-
torcimiento y rebrillos anclado en los fabularios y los mitos grecolatinos, pero
muy pronto la incorporación de los elementos fitomorfos y zoomorfos que
están en su acecho, lagartos, colibríes, coyotes, ombú, ceiba, hylam-hylam,
crean nuevos fabularios que le otorgan una nueva gravitación a su obra. La
rebelión romántica entre nosotros es algo más que una ruptura o la simple
búsqueda demoniaca de otra cosa, por el contrario se avecina y expresa la
circunstancia histórica. La rebeldía verbal de los grandes románticos ameri-
canos, de Sarmiento a Martí, igualan sus inauguraciones en el lenguaje con
sus configuraciones como constructores de pueblos. El romanticismo entre
nosotros fusionó a Calimaco y Licofrón con Licurgo y Solón. En la historia
de Occidente, el Dante, por ejemplo, después de su gran construcción simbó-
lica verbal, no tuvo jamás un esencial predominio histórico-político en los
destinos florentinos. En la historia americana el más grande constructor y re-
novador del lenguaje que hemos tenido, sin duda alguna José Martí, crea una
revolución en la más novedosa fundamentación. La imagen termina por en-
carnar en la historia, la poesía se hace cántico coral.
Simón Rodríguez le comunica a Bolívar desde su adolescencia el sentido
de la grandeza histórica americana a través del imperio incaico. Bolívar, al
igual que Napoleón, en su adolescencia estuvo deslumbrado por el general
Miranda. Desde Rusia hasta España, domina Miranda el espacio europeo. Bo-
lívar, en sus primeros años de vuelta a Caracas, cree, presionado por Miranda,
que con la ayuda de la aristocracia liberal se puede alcanzar la independencia.
En esa equívoca dimensión Monteverde destruye a Miranda y se deshace de
Bolívar desterrándolo. Pero sucesivos encuentros con Simón Rodríguez, el
rousseauniano enamorado del espacio incaico, lo llevan a profundizar y a bus-
car nuevos elementos étnicos por la extensión del espinazo andino, que desean
configurarse. Después de la muerte de Bolívar, Simón Rodríguez sigue sumer-
468 FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA
BIBLIOGRAFIA GENERAL
Antologías
BIBLIOGRAFÍAS PARTICULARES
PARTE PRIMERA
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Estudios
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Capítulo V
Capítulo I
Crítica
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Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
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Capítulo II
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480 BIBLIOGRAFIA
Capítulo II
Capítulo III
Véanse algunos números monográficos de la revista Casa de las Américas (La Ha-
bana) como, por ejemplo, el núm. 26, de oct.-nov. de 1964, dedicado a la Nueva
novela latinoamericana; el núm. 42, de may.-jun. de 1967, sobre el Encuentro
con Rubén Darío; y el núm. 45, oct.-nov. de 1967, dedicado a la Situación del
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PARTE QUINTA
Capítulo I
Capítulo II
PARTE SEXTA
Capítulo I
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Capítulo II
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Ensayos
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INDICE DE NOMBRES
Abraham, Karl: 182 Anjos, Ciro dos: 384 Bakhtin, Mijail: 175, 178,
Abreu, Casimiro de: 26 Anglería, Pedro Mártir de: 295
Abreu, Mario: 171-2 466 Balboa, Silvestre de: 292
Acevedo Díaz, Eduardo: 351 Anson, W. R.: 97 Balza, José: 274
Acosta, Joseph de: 459 Antonioni, Michellangelo: Balzac, Honoré de: 70-1, 77,
Acuña de Figueroa, Fran- 309 186, 357, 376
cisco: 153 Apollinaire, Guillaume: 71, Ballagas, Emilio: 28, 200
Achebe, Chinua: 338 1524, 190, 250, 297 Bammate, N.: 14 n
Adán, Martín: 460-1 Apu Ollantay: 56 Banchs, Enrique: 87
Adorno, Theodor W.: 38 n, Ara, Guillermo: 424 n Bandeira, Manuel: 85, 87,
271 ' Aranha, José Pereira de 208, 268, 347, 409, 435
Adoum, Jorge Enrique: 14, Graga: 69, 87, 214 Barba Jacob, Porfirio, 87
204 ss, 360 Araujo, Orlando: 272 Barbosa, Rui: 28, 79-80, 379
Agustini, Delmira: 202 Arena, Héctor L.: 3, 14 n Barco Centenera, Martín
Alas, Leopoldo: 186 Arenas, Reinaldo: 162, 415, del: 95
Alazraki, Jaime: 272 436 Bareiro Saguier, Rubén: 15,
Alberdi, Juan B.: 26, 403 Arguedas, Alcides: 37, 57, 21 ss, 271 n, 386
Albers: 297 71, 351, 424 Barnet, Miguel: 64, 329
Alegre, Francisco Xavier: Arguedas, José María: 14, Barocci: 167
400 29-30, 38, 40, 53, 57-8, 89- Barrenechea, Ana María:
Alegría, Ciro: 57, 90, 155, 187- 90, 155, 157-8, 160, 207, 215, 272
188, 207, 322, 358, 362, 430- 229, 240, 318, 323, 351, 358, Barrera Vásquez, Alfredo:
431 365, 367, 431-2, 439 61
Alegría, Claribel: 360 Aridjis, Homero: 149, 202, Barret, William: 302
Alegría, Femando: 14-5, 91, 436 Barrios, Eduardo: 424
243 ss, 248 n, 271 n, 273, Aristóteles: 150 Barthes, Roland: 147, 173,
351, 385 Arlt, Roberto: 31, 157, 207, 214, 262-5, 311, 368
Aleijadinho: 182 227, 305, 323, 386, 430 Bassani, Giorgio: 71
Alencar, José de: 26, 76, Arp, Jean: 250 Bastide, Roger: 28-9, 39, 378
351, 376 Arrabal: 244 Baudelaire, Charles: 71, 82,
Alexis: 318 Arrate, José Martín Félix 130, 250, 262-4, 280, 282,
Alfinger, Ambrosio: 116 de: 399 284, 375, 379-80
Almeida, Manuel Antonio Arreóla, Juan José: 40, 90, Baudin, Louis: 54
de: 376 122, 133, 212-3, 323 Bayer, Wolfgang: 102
Alone: véase Díaz Arrieta, Arrom, José Juan: 394, Beatles, Los: 420
Hernán 407 n, 413 n Beceyro, Raúl: 304 n
Alonso, Amado: 26n, 192, Arroyuelo, Javier: 181 Bécquer, Gustavo Adolfo:
272-3 Arrufat, Antón: 437 284
Alonso, Dámaso: 169, 200 Artaud, Antonin: 141, 239 Belaval, Emilio: 86
Álvarez Bravo, Armando: Artigas, José G.: 454 Belli, Carlos Germán: 71,
201 Ascasubi, Hilario: 27, 78, 257, 323, 355, 436
Amadís de Gaula: 10 185, 194 Bello, Andrés: 22, 26, 34,
Amado, Jorge: 37, 90, 141, Asturias, Miguel Angel: 22, 79, 122-4, 1434, 318-9, 341,
205, 212, 214, 311, 322, 345, 29, 38, 62, 71, 90, 113, 128, 354, 357, 361, 376,387,401-3,
350-2, 386, 425 156-7, 159, 165, 207, 212, 441, 454, 460
Amat, Manuel: 446 245, 321, 323, 329 n, 351-2, Belloli, Cario: 151
Anderson Imbert, Enrique: 360, 362, 365, 370, 386, 411, Benedetti, Mario: 15, 91,
134, 27 n, 187, 265-6, 272 431, 454 228, 318, 323, 329, 354 ss,
Andrade, Jorge: 438 Atawallpa: 57 413, 436, 438-9
Andrade, Mário de: 28, 85, Auden, W. H.: 141 Bcnedetto, Antonio di: 231,
87, 140, 144, 268, 287-90, Azuela, Mariano: 36-7, 71, 306
295, 347-8, 409, 424 89-90, 155, 186, 205, 222, Benedict, R.: 385
Andrade, Olegario Víctor: 351, 424, 430 Benítez, Jaime: 65
406 Benjamín, W.: 375, 380
Andrade, Oswald de: 140, Bacon, Francis: 96 Bense, Max: 297, 348
287-9, 295-7, 299, 347-8 Bachofen, J. J.: 202 Benzoni, Gerónimo: 93-5, 100
[ 485 ]
486 INDICE DE NOMBRES
Felipe II: 24, 25 Gama, José Basilio da: 400 169, 174, 180, 182, 186, 200,
Fónélon, Salignac de la Mo- Gamio, Manuel: 59 264, 355, 465
tile: 100 Gaos, J.: 5 n González, Manuel Pedro:
Fernández, Emilio: 205 García Calderón, Francisco: 348
Fernández, Macedonio: 143, 267, 343, 460 González Casanova, Pablo:
157, 224, 231-2, 234, 237, García Canclini, Néstor: 273 400 n
250, 293-4 García Lorca, Federico: o7, González Lanuza, Eduardo:
Fernández, Pablo Armando: 427, 460 ^ 202
247, 323, 329, 360 García Márquez, Gabriel: González Martínez, Enrique:
Fernández de Avellaneda, 71, 91-2, 132, 146-7, 160-3, 81, 83, 249, 323, 327
Alonso: 165 165, 177, 189, 198-9, 209, 226, González Prada, Manuel: 79,
Fernández de Lizardi, José 229, 235, 309, 317, 323-5, 404
Joaquín: 78, 185, 402 329, 351, 360-1, 364, 367, González Tuñón, Raúl: 31,
Fernández Moreno, Baldo- 385 , 3934, 415 , 434 208, 308, 427
mcro: 87, 202, 320, 323 García Moreno, Gabriel: 79 González Vera, José San-
Fernández Moreno, César: García Ponce, Juan: 199 tos: 365
3, 5 ss, 89, 148, 215, 250, García Robles, Víctor: 256- Gorostiza, Celestino: 86, 437
254-5, 258, 273, 293, 323, 360, 257, 258 Gorostiza, José: 88, 189, 191,
386 García Saldaba, Parméni- 195, 202
Fernández Muro: 187 des- 422-3 Gounod, Charles: 78
Fernández Retamar, Rober- Gardel, Carlos: 308 Graffigny, Madame de: 101,
to: 15, 216, 308, 317 ss, 368 Garibay K., Ángel María: 102
Ferrier, Paul: 99 59, 60, 62 Graham, R. Cunninghame:
Feuerbach, Ludwig: 190 n Garmendia, Salvador: 160, 111
Feuillée, Louis: 103 318, 357, 365, 413 Gramcko, Ida: 202
Fierro, Pancho: 115 Garvey, Marcus: 67 Gravina, Alfredo: 358
Firmin, Anténor: 65 Gautier, Téophile: 82, 280 Greiff, León de: 88, 130
Fischer, Emst: 419 Gelman, Juan: 148, 215, 307- Greimas, A. J.: 175
Fitzgerald, Edward: 294 308, 323, 329, 357 Grozs, Georg: 352
Fitzroy, Robert: 111 Gener, Pompeyo: 115
Guerra, Ruy: 311
Flaubert, Gustave: 146, 160, Genet, Jean: 244
Guevara, Ernesto “Che':
375 Gerbi, Antonello: 109 n
325, 328, 425, 439
Flores, Ángel: 322 n Gerchunoff, Alberto: 69
Guevara Vasconcelos, Ma-
Florit, Eugenio: 187 Germán García, Leopoldo:
nuel de: 122
Flusser, Vilém: 274 162
Guido y Spano, Carlos: 148
Forster, Georg: 105, 107 Germani, Gino: 8
Guillén, Nicolás: 28, 29, 38,
Foucault, Michel: 128, 146, Gerstaecker, Friedrich: 112
64, 69, 88, 200, 208, 323,
180, 324-5, 368 Getino, Octavio: 209, 437
France, Anatole: 344 324 n, 350, 427-0
Gibbon, Lardner: 113
Franco, Jean: 329 Guillet, Lebranc de: 99
Gide, André: 245
Frazer, George: 186 Guimaraens, Alphonsus de:
Gil, Gilberto: 299-300
Freud, Sigmund: 182, 410 343
Ginsberg, Alien: 117, 244,
Freyre, Gilberto: 206, 271 420 Guimaraes Rosa, Joáo: 31,
Frezier, Amedée: 103, 443 91, 140-1, 144, 146-7, 157-8,
Girondo, Oliverio: 88, 409
Friedrich, H.: 381 160, 172, 205, 207, 209, 213-
Giusti, Roberto F.: 410
Fritz, Samuel: 102 Glantz, Margo: 421 n 216, 291, 318, 351, 353, 355,
Frobisher, Martin: 96 Goeritz, Matthias: 153 ^ 360, 364, 366, 386, 415, 431
Frve, Northrop: 156, 386 Goethe, Johann Wolfgang Güiraldes, Ricardo: 89, 155,
Fuente Benavides, Rafael von: 106, 109-10, 117, 208 187-8, 194, 205, 320-2, 351,
de la: 460 Goic, Cedomil: 274 424-5
Fuentes, Carlos: 31, 40, 62, Goldmann, Luden: 271 Guirao, Ramón: 28, 64
71, 90-1, 133, 160-3, 165, 177, Goldoni, Cario: 102 Gumilla, José: 111
189, 197 n, 198, 203, 207, Gomberville, Martin Le Roy: Gutenberg, Johann: 341
210, 216, 223 n, 230, 239, 96, 101 Gutiérrez, Juan María: 26,
309, 318, 323, 329, 360, 366, Gombrowicz, Witold: 245, 318-9, 322 n
370, 413, 433, 436 418 Gutiérrez, Ricardo: 406
Fuselier, M.: 99 Gómez, Juan Vicente: 341 Gutiérrez Girardot, Rafael:
Gómez de la Serna, Ramón: 273-4
Gaitán Durán, Jorge: 134 156, 410 Gutiérrez Nájera, Manuel:
Galán, Natalio: 178 Gomringer, Eugen: 151, 297 81-3, 186
Gálvez, Manuel: 222 Gongalves Dias, Antonio: Guzmán, Martín Luis: 89-90,
Gallegos, Rómulo: 37, 71, 35, 336, 387 _155, 186
89-90, 127, 155-7, 187, 205, Goncourt, Edmond y Jules: Guzmán, Nicomedes: 207
212, 222, 320-2, 340, 350-2, 27 Guzmán Blanco, Antonio:
363, 365, 424-6, 430 Góngora, Luis de: 71, 141, 114
INDICE DE NOMBRES
489
Hall, Basil: 115 Ibarbourou, Juana de: 420 Kotzebue, August: 108
Hammet, Dashell: 309 Ibargüengoitia, Jorge: 133, Kristeva, Julia: 175 n, 176,
Hardy, Thomas: 350 437 295
Harrington, Jacob: 54 Ibsen, Henrik: 82, 304 n Kusi Coyllur: 56
Harss, Luis: 91, 206, 274, 294 Icaza, Jorge: 57, 90, 187, Kungtse: véase Confucio
Harvey, William: 168 205-6, 351-2, 358, 425 Kusuno: 187
Hauptmann, Gerhart: 117 Icaza, Xavier: 187
Hawthorne, Nathaniel: 379 Inclán, Luis G.: 76-7 La Condamine, Charles Ma-
Hegel, G. YV. F.: 109-10, 117, Iriarte, Tomás de: 84 rie de: 104, 116
120, 123, 281-2, 292 Isaacs, Jorge: 70, 135, 357, Labiche, Eugéne: 304 n
Heidegger, Martin: 141, 201, 363 Lacan, Jacques: 182 n
330
Laferrére, Gregorio de: 30
Heine, Heinrich: 82, 280 Jacob, Max: 288 Lafond de Lurcy, Gabriel:
Hemingway, Ernest: 113, 309 Jacoby, Roberto: 239 115
Hennings, August: 107 Jahn, Jahnheinz: 67 Laforgue, Jules: 280
Henríquez Ureña, Pedro: Jaimes Freyre, Ricardo: 81, Lafourcade, Enrique: 413
32, 74, 187, 270, 321, 335, 834, 267 Lagmanovich, David: 238n
357, 369 Jakobson, Román: 283, 290, Laleau, León: 65
Heraud, Javier: 329,425,436 300, 381 Lam, Wilfredo: 187, 212
Herder, J. G.: 121 James, Henry: 330 Lamartine, Alphonse Marie
Heredia, José María de: 27, Jamis, Fayad: 216, 323 Louis de: 71, 280, 283
70, 82, 361, 402 Jammes, Robert: 174 Lamennais, Félicité de: 403
Hernández, Felisberto: 209 Jarry, Alfred: 141 Landívar, Rafael: 25, 400
Hernández, José: 27, 70, 77- Jennings, Al: 1134 Langer, Susanne K.: 298
78, 129, 194, 209, 327, 330, Jerez, Francisco de: 101 Lara, Jesús: 53, 55, 56n, 57,
351, 403, 406, 433 Jiménez, Juan Ramón: 200 358
Hernández, Juan José: 162 Jiménez de Quesada, Gon- Larbaud, Valery: 117, 424
Hernández de Oviedo, Gon- zalo: 116 Larra, Mariano José de: 70,
zalo: 464 Jitrik, Noé: 14, 219 ss, 223 n, 75
Herndon, Lewis: 113 226 n, 257, 274, 329, 360, Larrea, Juan: 151, 202
Herrera y Reissig, Julio: 421 n Las Casas, Bartolomé de:
84, 249, 323, 342 Jlebnikov: 298 93-5, 97, 116, 393, 395, 397,
Hidalgo, Alberto: 320 Jodorovski, Alejandro: 244, 461
Hidalgo, Bartolomé: 77-8, 248 Larreta, Enrique: 35, 81,
402 José Agustín: 162, 421 205
Hilferding, Rudolf: 392 Joyce, James: 71, 146, 151, Lasso de la Vega, Gabriel:
Hitler, Adolf: 411 156-7, 161, 163, 181, 187 n, 95
Hocke, G. R.: 294 192 n, 237, 239, 245, 264, Lastra, Yolanda: 50n
Hoffmann, E. T. A.: 386 282, 289-90, 294, 298, 313, Latcham, Ricardo: 356
Holderlin, Friedrich: 280, 323, 347, 410, 432 Lautréamont, Isidore Du-
284 Joyce, Thomas A.: 111 casse: 141, 208
Hollriegel, Arnold: 117 Juan, Jorge: 104, 443 Lawrence, David H.: 118,
Homero: 59, 129, 143, 362, Juana Inés de la Cruz, Sor: 205, 302, 311, 317
433, 465-6 25, 399 Le Corbusier: 410
Horacio: 60, 123 Juárez, Benito: 403 Le Pare, Julio: 173-4, 211
Hostos, Eugenio María de: Juarroz, Roberto: 202 Leal, Luis: 274
79-80 Jung, C. G.: 382 Lecomte, Gilbert: 198
Houaiss, Antonio: 41 ss Leconte de Lisie, Charles
Howard, Robert: 97 Kafka, Franz: 156, 192 n, Marie: 70, 82
Huaina Capac: 57 245, 317, 380, 432 Lefebvre, Alfredo: 274
Huáscar: 57 Kayser, W.: 374 Lefévre: 100
Hudson, W. Henry: 111 Kazantzakis, Nikos: 350 Leibniz, G. W.: 39
Huet: 96 Keats, John: 107-8 Lenin, V. I.: 198, 208, 393
Hugo, Víctor: 36, 82-3, 107, Kepler, Johann: 168 Leñero, Vicente: 197n, 199,
280, 377 Kerouac, Jack: 117 232, 247, 309, 358, 436
Fluidobro, Vicente: 87, 140, Khayyam, Ornar: 294 León, Argeliers: 14
143, 152, 189-91, 195, 203, Khury, Walter: 311 León Hebreo: 53
208, 250-1, 284, 286-8, 295-6, Kingley, Robert: 302 León-Portilla, Miguel: 59-60,
320, 323, 343, 346-7, 409, 460 Kirkpatrick, F. A.: 10n 62
Humboldt, Alexander von: Klein, Marcus: 419 Leopardi, Giacomo: 284
104-9, 116, 119, 227, 284, 400, Kleist, Heinrich von: 106-7, Lerminier: 403
443 118 Lesage, Alain René: 99
Humboldt, Wilhelm von: 108 Kluge, Alexandre: 211 Lévi-Strauss, Claude: 124,
Hume, David: 193 Koch-Grünberg, Theodor: 203, 368
Huxley, Aldous: 118 289 Lewis, Oscar: 206
490 ÍNDICE DE NOMBRES
Lezama Lima, José: 91, 131, 154, 190, 250, 260, 264-5, Matto de Tumer, Clorinda:
141-2, 144, 157, 159-60, 163, 281-2, 285, 292, 294, 296-7 392
165, 169, 175, 179-80, 182-3, Mallea, Eduardo: 69, 128, Maupassant, Guy de: 71
189, 197, 199-203, 205, 207, 359, 362, 365 Mauro, Humberto: 311
215, 228, 238, 247, 260, 267, Manco Capac: 55 Maurois, André: 117
269-70 n, 272-3, 275, 291-2, Mandslay: 111 Maximiliano: 404
318, 323, 394, 434, 462 ss Maneiro, Juan Luis: 400 Mayakovski, Vladimir: 298,
Libertella, Héctor: 421 Mann, Thomas: 126, 133, 141 427
Manzoni, Alessandro: 70 Mazzini, Giuseppe: 403
Libro de los cantares de
Dzitbalché: 61 Mao Tse-tung: 208 Mckav, Claude: 66
Libro de los libros de Chi- Maples Arce, Manuel: 320 McLuhan, Marshall: 134, 153,
lam Balam, El: 57, 60 Marco Polo: 397, 462 1634, 282, 299, 420
Licotrón: 467 Marcos, Alejandro: 177 Mediz Bolio, Antonio: 61
Licurgo: 467 Marcos, Plínio: 438 Meireles, Cecilia: 87
Lida, María Rosa: 272 Marcoy, Paul: 112 Mejía, José: 401
Lida, Raimundo: 272 Marechal, Leopoldo: 88, 90, Melgar, Mariano: 402
Lihn, Enrique: 216, 323, 436 156-7, 159, 180, 207, 212, Meló, Thiago de: 323, 329
Lima, Jorge de: 87-8, 268, 216, 240, 246-7, 318, 320, Melo-Franco, Afonso Arinos
311, 350, 435 323, 362 de: 14
Lima Barreto: 206 Marías, Julián: 155 Melville, Hermán: 112-3, 115,
Linneo: 400 Mariátegui, José Carlos: 37- 302, 330, 379
Lins do Regó, José: 37, 311, 38, 54, 59, 62, 127, 206, 321, Mendes, Murilo: 87, 346, 384
345, 351 324, 327-8, 392, 395, 426-7, Mendés, Catule: 27
Liscano, Juan: 427 n 455 Mendilow, A. A.: 298
Lispector, Clarice: 160, 291, Marinello, Juan: 64, 321 n Menéndez y Pelayo, Marce-
353 Marinetti, Filippo Tomasso: lino: 54, 77, 322
Locke, John: 106 189, 190, 427 Mentón, Seymour: 62
Lohmann Villena, Guiller- Mario, J.: 257 Merimée, Próspero: 114-5
mo: 14 Marivaux, Pierre: 99 Merino, Ignacio: 111
Longo, Luigi: 465 Markham, Clements: 111 Merquior, José Guilherme:
Lope de Vega, Félix: 10, 95, Marmontel, Jean Francois: 271 n, 372 ss
126, 174 100-1, 105-6 Merton, Thomas: 418
López, Luis Carlos: 87, 320 Mesonero Romanos, Ra-
Márquez, Pedro José: 400
López Campo, Laura: 14 món de: 75
Maroni, Pablo: 102
López de Gomara, Francis- Mexía, Diego: 443
Mars, Jean-Price: 65
co: 94, 97, 100-1 Middendorf, Alexander
iMartel, Julián: véase Miró,
López Velarde, Ramón: 88, Theodor von: 111
202, 249, 251, 323 José
Mijares, Augusto: 460
López y Fuentes, Gregorio: Martí, José: 70, 79-83, 126,
Mil y tina noches, Las: 60,
187 186, 318-9, 323, 327-8, 330,
161
Lowrv, Malcolm: 205 357, 367, 405, 432, 463, 467
Miller, Henry: 124, 418
Loyola, Ignacio de: 465 Martí, Manuel: 399
Martínez, José Luis: 8-9, 14- Minujin, Marta: 150
Lugones, Leopoldo: 36, 81, Miranda, Francisco de: 107,
834, 125, 220, 249-50, 319, 15, 73 ss
Martínez Amador, Emilio 467
323, 327, 456
M.: 167 Miró, César: 100
Lukács, Georg: 271, 380, 386
Martínez Correa, José Cel- Miró, José: 404
Lussan, Ravenau de: 96, 98
so: 299 Mistral, Gabriela: 88, 202,
Lynch, Benito: 89-90, 155
Martínez Cuitiño, Vicente: 323, 367, 420 n
86 Mitre, Adolfo: 404
Lloréns Torres, Luis: 87 Martínez Estrada, Ezequiel: Mitre, Bartolomé: 403
8, 163, 206, 271, 321, 324, Moctezuma: 441, 467
MacClure, Eduardo: 404 357, 367, 369, 448-50, 453-4, Mocho, Fray: 30, 39, 304 n
Machado, Antonio: 22, 208, 456 Molina, Enrique: 89, 268,
260 Martínez Moreno, Carlos: 323, 435
Machado de Assis, Joaquim 91, 160, 365, 413, 436 Molinari, Ricardo E.: 88,
Maria: 35, 76, 213, 293, Martins, Wilson: 111, 273 202
346, 352, 365, 381, 384 Marx, Karl: 168 n, 208, 210, Mondrian, Piet: 297
Magalháes, Gongalves dé*: 213, 281, 283, 401 n, 432 Monguió, Luis: 36 n
34 Masefield, John: 115 Monroe, Marylin: 153
Magallanes, Hernando de: Massé, Jacques: 98 Monsiváis, Carlos: 91
10, 96 Mastronardi, Carlos: 87 Montaigne, Michel Eyquem
Magdaleno, Mauricio: 187 Matos, Gregorio de: 33, 179, de: 94-5, 108, 120
Magnin: 96 292, 400 Montalvo, Juan: 26, 79, 404
Mallarmé, Stéphane: 70, 85, Matta: 187 Monte, Domingo del: 402
INDICE DE NOMBRES
491
Monteforte Toledo, Mario: Oexmelin, Esquemelin de: Pedro II: 340
14 96, 98 Peláez, Amelia: 178
Montemayor, Jorge de: 150 O’Gorman, Edmundo: 110, Pellicer, Carlos: 88, 320, 323
Monteverde: 467 203 Peña, Umberto: 177
Montes de Oca, Marco An- O. Henry: véase Porter, Peralta Barnuevo, Pedro
tonio: 323 William Sidney de: 381, 399
Montesquieu, Charles de Sé- Ohnet, Jorge: 404 Pereda, José María de: 186
condat: 99 Olavide, Pablo de: 107 Pereda Valdés, Ildefonso:
Moock, Armando: 86 Oliveira, Alberto de: 28, 85 320
Moráes, Vinicius de: 89, Olmedo, José Joaquín de: Pereira, Nelson: 207, 311
208, 311-12, 323, 435 402 Pérez Galdós, Benito: 186,
Morales: 187 Olson, Charles: 300 357
Moreira, Juan: 353 Ollantay: 56 Pérez-Marchand, Monelisa
Moret, A.: 167 Onetti, Juan Carlos: 90-1, Lina: 400n
Morin, Edgar: 302, 304, 315- 141, 155, 157-8, 207, 210, Pérez Martínez, Héctor: 62
316 225-6, 246-7, 318, 323, 356, Perricholi: 114-5, 446
Morínigo, Mariano: 22 n, 23, 360-2, 393, 415, 430 Perse, St. John: 190
33 n, 34, 38 Oña, Pedro de: 32, 399 Pesado, José Joaquín: 402
Morisseau Leroy, H.: 66 Orellana, Francisco de: 98, Pessoa, Femando: 284
Moro, César: 435 117 Petersen, Julius: 407 n
Moro, Tomás: 54, 95-6, 398 Orfeo: 285 Peyre, Henri: 407 n
Moyano, Daniel: 162, 436 Orozco, José Clemente: 186 Pezoa Véliz, Carlos: 81
Mujica Láinez, Manuel: 242 Ortega, Julio: 3, 14, 91, 170 n, Pezzl, O.: 107
Mukafovsky, Jan: 279-80 274 Pezzoni, Enrique: 273, 448
Muñoz, Rafael F.: 187 Ortesra y Gasset, José: 155, Picasso, Pablo: 250, 288, 410
Murena, H. A.: 448 369 Picasso de Oyagiie, Alfre-
Murr, Christoph Gottlieb Ortiz, Adalberto: 38, 69 do: 14 n
von: 102 Ortiz, Fernando: 634 Picón Salas, Mariano: 271
Musil, Robert: 160 Ortiz, Juan L.: 304 n Pignatari, Décio: 151-3, 274,
Musset, Alfred de: 70, 280, Ossian: 70 300
283 Otero, Lisandro: 178, 329, Pino Saavedra, Yolando:
Mussolini, Benito: 411 413 272
Mutis, Alvaro: 89, 3234 Otero Silva, Miguel: 90, 157- Pinera, Virgilio: 248, 437
Mutis, José Celestino: 400 158, 207 Piñón, Nélida: 162
Othón, Manuel José: 361 Pires de Almeida: 342-3
Nabuco, Joaquim: 343, 376 Ovidio: 465-6 Pirón, Alexis: 99
Nalé Roxlo, Conrado: 86, Oviedo, José Miguel: 274, Pizarnik, Alejandra: 202
197 n 424 ss Pizarro, Francisco: 93
Napoleón: 400, 467 Oyuela, Calixto: 322 n Platen, August von: 107
Nariño, Antonio: 400 Platón: 96, 285
Nekrasov, Nicolás: 281 Pacheco, José Emilio: 162, Plinio el Viejo: 464
Neruda, Pablo: 71, 88-9, 127- 202, 216, 226, 323, 436 Podestá (empresarios tea-
128, 140-1, 1434, 148, 172, Padilla, Heberto: 257, 436 trales): 86
189-92, 195, 203, 208-9, 216, Páez, José Antonio: 132 Poe, Edgar Alian: 82, 260,
220, 268, 273, 286, 310, 312, Palés Matos, Luis: 28, 65, 263, 280, 282, 294, 330, 379
317, 320-3, 325, 357, 362, 88 Poma de Avala, Felipe Gua-
370, 427-8, 439, 447 Palma, Ricardo: 35, 442 mán: 54-6
Nerval, Gerard de: 108, 280 Papastamatíu, Basilia: 150 Popol Vuh: 24, 60
Ñervo, Amado: 81, 84, 319 Parra, Nicanor: 71 n, 89, Popper, Karl R.: 121
Nietzsche, Friedrich: 71, 141-2, 148, 216, 253, 258, 295- Porras Barrenechea, Raúl:
344 296, 307-8, 323, 355, 435 54, 102 n
Novalis: 280 Pascal, Blaise: 126 Porro, Ricardo: 170
Novás Calvo, Lino: 242 Paso, Fernando del: 162, 215- Portantiero, Juan Carlos: 394
Novo, Salvador: 86, 88, 148, 216, 370 Porter, William Sidney: 113-
195, 320 Pavese, Cesare: 304 n 114
Núñez, Estuardo: 6 Pavno, Manuel: 76, 186 Portinari: 311
Núñez de Balboa, Vasco: Payró, Roberto J.: 30, 39, Portocarrero, René: 169
107 186, 222 Portuondo, José Antonio:
Paz, Octavio: 89, 141, 148-9, 15, 37, 62, 391 ss
Obieta, Adolfo de: 293 1514, 163, 166, 188-9, 195-7, Pound, Ezra: 151, 190, 245,
Obligado, Rafael: 336 202-3, 208, 216, 260-1, 264-9, 273, 280, 282, 285-6, 297-9,
Ocampo, Silvina: 330 n 2724, 284, 286-7, 292, 294-7, 348
Ocampo, Victoria: 242, 420 n 321, 323-6, 328 n, 360, 368-9, Piada, Renato: 329
Occam, Guillermo de: 193 435, 442, 444-7, 449, 456-7 Prestes, Luis Carlos: 141
492 ÍNDICE DE NOMBRES
Prevert, Jacques: 244 Rimbaud, Arthur: 71, 190, Saavedra, Antonio de: 95
Prévost, Abate: 100 208, 225, 250, 263 Sabat Ercasty, Carlos: 251
Price, Hannibal: 65 Ríos, Edmundo de los: 329 Sábato, Ernesto: 71, 91, 128,
Prieto, Adolfo: 15, 406 ss Riva Palacio, Vicente: 186 157-8, 207, 245, 255, 308, 318,
Prieto, Guillermo: 26 Rivera, Diego: 186 362, 365
Proenga, M. Cavalcanti: Rivera, José Eustasio: 37, Sabines, Jaime: 436
289 71, 89, 127, 155-7,, 187, 205, Sacristán, M.: 330 n
Propp, Vladimir: 229, 289 320-2, 350-1, 361, 424, 430 Sade, Marqués de: 134
Proudhon, Pierre Joseph: Rivera Martínez, Edgardo: Sáenz, Dalmiro: 248
190 n 103
Saer, Juan José: 301 ss
Proust, Marcel: 71, 157, 164, Rivet, Paul: 12
Safouan, Moustafa: 182 n
192 n, 263, 290, 323, 347-8, Roa Bastos, Augusto: 29-30,
Sahagún, Bernardino de: 53
380 40, 91, 160, 212, 309-10, 318,
Puig, Manuel: 145-6, 162-4, 323, 351, 356, 359, 361, 367, Saint-Pierre, Bernardin de:
213, 215, 306-7, 436 431 100, 105
Robbe-Grillet, Alain: 71, 164, Saint-Simon, Henri de: 190,
Pushkin, Alexandre S.: 281
174, 315, 363 403
Quasimodo, Salvatore: 418 Robertson, William: 108 Sainte-Beuve, Charles Au-
Queneau, Raymond: 179 Roca Rey, Bernardo: 86 gustin de: 263
Quevedo, Francisco de: 22, Rocha, Glauber: 205, 207, Sainz, Gustavo: 162-5, 199,
147, 186 211, 311, 437 436
Quintana Roo, Andrés: 402 Rocher, Sieur du: 101 Salarrué, Salvador: 207
Quintero, Héctor: 437 Rodó, José Enrique: 36, 81, Salazar Bondy, Sebastián:
Quiroga, Facundo: 78 83, 126, 260, 267, 318-9, 327, 89, 357, 413, 438
Quiroga, Horacio: 29, 37, 81, 357, 370, 379, 395 Salvador, Humberto: 358,
155-6, 205, 2224, 319, 327, Rodríguez, Simón: 467-8 364
357, 365, 367, 425, 430 Rodríguez, Yamandú: 307 San Martín, José de: 27
Quiroga, Fray Vasco de: Rodríguez Arias, Alfredo: Sánchez, Florencio: 39, 69,
399 150, 181 86, 205
Rodríguez Feo: 200 Sánchez, Luis Alberto: 90
Rabasa, Emilio: 186 Rodríguez Freile, Juan: 441- Sánchez, Néstor: 142-3, 162-
Rabelais, Frangois: 175, 295 442 165, 199, 238, 436
Racine, Jean: 126, 383 Rodríguez Monegal, Emir: Sánchez Albornoz, Claudio:
Radiguet, Max: 111 15, 90-1, 139 ss, 262-3, 273, 464
Raleigh, Walter: 96-8 348, 413, 428 n, 430 Sanín Cano, Baldomero: 84,
Rama, Ángel: 14-5, 91, 274, Rodríguez Rivera, Carlos: 257 267
327 n, 369, 386 Rogers, Woodes: 98 Sanjinés, Jorge: 215
Rameau, Jean Philippe: 99 Rojas, Gonzalo: 216, 254, 258 Sannazaro, Giacomo: 95
Ramírez Estrada, Carlos: Rojas, Manuel: 90, 210, 323, Sarduy, Severo: 91, 142, 144,
257 362, 365 162-3, 165, 167 ss, 199, 238,
Ramos, Graciliano: 37, 90, Rojas, Ricardo: 56-7 269 n, 274, 291, 360, 415, 436
155, 207, 311, 345, 351-2 Rokha, Pablo de: 249-51, 253- Sarmiento, Domingo F.: 26,
Ramos, José Antonio: 86 254, 258, 320 69-70, 77, 79-80, 126, 1434,
Ramusio, Giovanni Battis- Romagnesi: 99 319, 327, 341, 376, 403, 406,
ta: 95 Romano de Sant'Anna, Af- 425, 4514, 463, 467
Recinos, Adrián: 60 fonso: 417 Sarmiento de Gamboa, Pe-
Resnais, Alain: 164 Romero, Silvio: 286 dro: 442
Revueltas, José: 90, 318, 323 Romualdo, Alejandro: 439 Sarraute, Nathalie: 71, 146,
Reyes, Alfonso: 88, 130, 149, 163, 165
Rosas, Juan Manuel de: 452-
200, 202-3, 259-60, 262, 270-1, Sartre, Jean-Paul: 141, 157-8
453
324 Scott, Walter: 70
Rosemberg, Harold: 189
Reyes Católicos: 397 Schklovsky, Víctor: 281, 293
Rosenblat, Ángel: 24, 272
Reyes Nevares, Salvador: Schmidt, Augusto Federi-
Roumain, Jacques: 214, 323
322 n co: 88
Rousseau, J.-J.: 70, 96, 103,
Reyles, Carlos: 35, 351 Schmidt, Conrad: 283
105-6, 194
Ribeiro, Darcy: 13 Schultz de Mantovani, Fry-
Rousset, J.: 168
Ribeiro Couto, Rui: 87 da: 14
Ricardo, David: 168 n Ruess, Gaspar: 102 Schwarz, Roberto: 386
Riccoboni, Luigi Andrea: 99 Ruiz de Alarcón, Juan: 25 Seguí, Antonio: 177, 213
Richardson, Dorothy: 347 Ruiz-Díaz, Adolfo: 2734 Selkirk, Alexander: 98
Richardson, Jack: 198 Rulfo, Juan: 40, 90, 128, 146, Selva, Salomón de la: 88
Richardson, Samuel: 106 157-8, 161, 177, 189, 197, Sender, Ramón J.: 245
Richepin, Jean: 82 199-200, 205, 207, 209, 232- Senghor, Leopold Sedar: 338
Rilke, Rainer María: 126, 234, 304 n, 318, 353, 356, 358- Serra, Joaquín: 286
190, 311, 317, 366 359, 361, 367, 431 Shaffer, Peter: 118
ÍNDICE DE NOMBRES 493
* OI
* 21
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América Latina en su literatura