John-Sott-cap. 1
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John-Sott-cap. 1
FRENTE A LOS
DESAFÍOS
CONTEMPORÁNEOS
JOHN R. W. STOTT
Publicado por
LIBROS DESAFÍO
2850 Kalamazoo Ave. SE
Grand Rapids, Michigan 49560
EE.UU.
1. Es muy difícil obtener estadísticas precisas de las violaciones de los derechos humanos. Las que
presento aquí fueron extraídas de diversas fuentes, entre otras: los informes anuales de Amnesty
International y el libro de David Hayes, Human Rights, Wayland, 1980.
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en circunstancias misteriosas, entre las cuales el más conocido fue Steve Biko,
líder del movimiento «Black Consciousness» (Conciencia negra), quien murió
en 1977.
En tales listas de atrocidades corremos el riesgo de la indignación selectiva,
como si las violaciones de los derechos humanos fueran sólo perpetuados por
esos rusos crueles, esos sudafricanos racistas, las oligarquías o juntas militares
latinoamericanas (según sostienen algunos, en algunos casos con el apoyo de
los Estados Unidos). Por lo tanto, los británicos debemos recordar con
vergüenza que en 1978 la Corte Europea de Derechos Humanos en Estrasburgo
falló que los métodos empleados por la policía de Irlanda del Norte en 1971
para interrogar a catorce supuestos terroristas del IRA violaban el Artículo 3 de
la Convención Europea sobre Derechos Humanos. Si bien la Corte absolvió a
Gran Bretaña de los cargos del gobierno irlandés según los cuales las técnicas
equivalían a la «tortura», no obstante, las definió como «trato degradante e
inhumano». El gobierno británico aceptó el fallo de la Corte, estableció una
comisión investigadora, e instrumentó las recomendaciones de la comisión.
Los seres humanos sufren la opresión de muchas otras formas. La Comisión
sobre Derechos Humanos de las Naciones Unidas recibe alrededor de veinte mil
quejas por año. Ha existido, y en algunos caso aún existe, el trato injusto de las
minorías, por ejemplo, de asiáticos en África Oriental, de indios en el Brasil, de
aborígenes en Australia, de intocables en la India, de curdos en Turquía, Irán e
Irak, de palestinos en Oriente Medio, de indios en Norteamérica, de los «inuit»
(esquimales) en Canadá y, quizá debemos agregar, de católicorromanos en
Irlanda del Norte. También está la grave situación de los refugiados y la
degradación humana causada por el analfabetismo, el racismo, la pobreza, el
hambre y la enfermedad. En la actualidad existe en Occidente el nuevo
problema de la violación de la privacidad y el almacenamiento de información
en bancos de datos. Y peor aun que todos estos males es que persista el uso de
la tortura, a pesar de la censura universal contra ella. El doctor Emilio Castro ha
afirmado con razón: «La tortura mata la humanidad del torturador y aplasta la
personalidad del torturado.»2
2. De un Editorial de Emilio Castro aparecido en International Review of Mission, Vol. LXVI, No.
263, dedicado a «Derechos Humanos», julio 1977, p. 218.
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3. La colección de textos más accesible es Basic Documenta on Human Rights, editado por lan
Brownlie, Clarendon, segunda edición, 1981.
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4. Dr. Malik, Introducción a Free and Equal, Los derechos humanos en perpectiva ecuménica, por
O. Frederick Nolde, WCC, 1968, p. 7.
5. Thomas Paine, The Rights of Man, 1791, octava edición, pp. 47-48.
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La dignidad humana
La dignidad humana se afirma en tres oraciones sucesivas de Génesis 1.27,28,
las que ya hemos examinado en relación con el medio ambiente. 1) «Creó Dios
al hombre a su imagen»; 2) «varón y hembra los creó»; 3) «los bendijo Dios y les
dijo: ... llenad la tierra y sojuzgadla». Aquí se observa que la dignidad humana
está dada por tres relaciones de carácter único que Dios estableció en la
creación, que en conjunto constituyen gran parte de la naturaleza humana y
que la caída distorsionó pero no destruyó.
La primera es nuestra relación con Dios. Los seres humanos son seres de
semejanza divina, creados a imagen de Dios, según él se propuso. La imagen
divina comprende aquellas cualidades racionales, morales y espirituales que
nos separan de los animales y nos vinculan con Dios. En consecuencia,
podemos aprender acerca de él por las enseñanzas de evangelistas y maestros (es
un derecho humano básico oir el evangelio); llegar a conocerlo, amarlo y
servirle; vivir en una consciente y humilde dependencia de él; comprender su
voluntad y obedecer sus mandamientos. Así pues, los derechos humanos que
llamamos libertad de profesar, practicar y propagar la religión, libertad de culto,
de conciencia, de pensamiento y de palabra, corresponden a la primera
clasificación de nuestra relación con Dios. Es asombroso que aun los líderes
deístas de las revoluciones norteamericana y francesa supieran esto instintiva-
mente y que hicieran referencia al «Ser Supremo», en quien se halla el origen
último de los derechos humanos.
La segunda capacidad exclusiva de los seres humanos es la relación de unos con
otros. El Dios que creó a la humanidad es un ser social, un Dios que comprende
en sí mismo tres personas eternamente distintas. Dijo: «Hagamos al hombre a
nuestra imagen» y «No es bueno que el hombre esté solo». Por lo tanto, Dios
hizo al hombre varón y mujer, y les mandó que procrearan. La sexualidad fue
creada por Dios, el matrimonio fue instituido por él y el compañerismo
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6. William Temple, Citizen and Churchman, Eyre & Spottiswoode, 1941, pp. 74-75.
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li mitan a aquello que sea compatible con ser la persona humana que Dios creó
y que tenía como propósito para nosotros. La verdadera libertad la hallamos
siendo nosotros mismos, auténticos seres humanos, no contradiciéndonos. Por
esa razón es fundamental definir al «ser humano» antes de definir los «derechos
humanos». Este principio ha sido útil también cuando tratamos el tema de la
demanda de «derechos de la mujer» y de «derechos del homosexual». La
pregunta que surge frente a estas demandas es hasta dónde las prácticas
feministas y homosexuales son compatibles con la naturaleza humana que Dios
ha creado y se propone proteger.
No existe ninguna situación en la cual sea permisible olvidar la dignidad que
los seres humanos tienen por creación y el consiguiente derecho al respeto. Se
puede privar de la libertad a criminales convictos por un determinado período
de encarcelamiento, y esto puede ser justo. Pero el derecho al encarcelamiento
no implica el derecho a aplicar al prisionero el confinamiento solitario o tratos
inhumanos de otra clase. Me alegró saber que el obispo Kurt Scharf de Berlín-
Brandenburgo visitó en prisión a Ulrike Meinhof y a otros miembros del
notable grupo Baader-Meinhof, con el objeto de investigar el trato que recibían
y escuchar sus quejas.7 Asimismo estoy agradecido por la tarea de Prison
Fellowship International, organización fundada por Charles Colson luego de su
experiencia personal de los efectos brutalizantes del encarcelamiento. Los
presos, que han sido privados de la libertad por la justicia, no deben ser privados
de otros derechos. Jesús dijo: «estuve en la cárcel, y vinieron a verme».
La igualdad humana
La tragedia es que «derechos humanos» no siempre ha significado «derechos
iguales». Los dones buenos del Creador se arruinan por el egoísmo humano. Los
derechos que Dios dio a todos los seres humanos por igual, con facilidad
degeneran en mis derechos, los cuales insisto en defender, independientemente
de los derechos de otros o del bien común. Así es cómo la historia del mundo
es la historia del conflicto entre mis derechos y los tuyos, entre el bien de cada
uno y el bien de todos, entre el individuo y la comunidad. De hecho, cuando
los derechos humanos entran en conflicto unos con otros, se nos presenta un
difícil dilema ético. Puede ser la tensión entre los derechos de la madre y del hijo
nonato cuando se está considerando el aborto; o el conflicto entre el derecho de
un propietario individual a la propiedad y a la paz, por un lado, y la necesidad
que tiene la comunidad de un nuevo aeropuerto o autopista, por el otro; o entre
la libertad de expresión y de reunión que reclama un grupo defensor de los
7. Ver «The Human Rights of the Malefactor» por el obispo Kurt Scharf en International Review o f
Mission, op. cit., pp. 231-239.
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8. Paul Oestreicher, Thirty Years of Human Rights, the British Churches' Advisory Forum on Human
Rights, 1980.
9. Deut. 10.17; 1.16, 17; cf. 16.18,19.
10. P. ej. Hch. 10.3 4; Ro. 2.11; 1 P. 1.17.
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no miras la apariencia de los hombres» (Mr. 12.14). Es decir que ni trataba con
deferencia a los ricos y poderosos, ni despreciaba a los pobres y débiles, sino que
daba el mismo respeto a todos, cualquiera fuese su estrato social. Nosotros
debemos hacer lo mismo.
Considero que la mejor ilustración de este principio la hallamos en el libro
de Job. Específicamente, en la súplica final de Job por justicia, después de que
los tres consoladores han concluido sus acusaciones falsas, injustas y crueles.
Job se aferra a su propia inocencia, a la vez que reconoce que Dios es un Dios
j usto. Si ha quebrantado las leyes de Dios (por inmoralidad, idolatría u
opresión), pues entonces que el juicio de Dios caiga sobre él. Sigue diciendo: «Si
hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos
contendían conmigo, ¿qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él
preguntara, ¿qué respondería yo? El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo
a él? ¿Y no nos puso uno mismo en la matriz?» (Job 31.13-15). Job continúa en
el mismo tono y hace referencia a los pobres y necesitados, a las viudas y los
huérfanos. Tenemos los mismos derechos porque tenemos un mismo Creador.
En las Escrituras tanto la dignidad como la igualdad de los seres humanos
hallan sus raíces en la creación.
Este principio tiene que hacerse aún más evidente en la comunidad
neotestamentaria, ya que además tenemos un mismo Salvador. Pablo establece
reglas para la conducta entre amos y siervos recordándoles a ambos que tienen
un mismo amo celestial y que «para él no hay acepción de personas» (o
favoritismos)." Santiago intenta hacer desaparecer las distinciones clasistas en
el culto público de adoración exhortando a que no se haga diferencia entre ricos
y pobres en la comunidad de creyentes en Cristo Jesús (2.1-9). La misma verdad
es evidentemente aplicable entre los no creyentes. Nuestra común humanidad
basta para suprimir favoritismos y privilegios, y establecer la igualdad de
posiciones y derechos. Toda violación de los derechos humanos se opone a la
igualdad que disfrutamos por creación. «El que oprime al pobre afrenta a su
Hacedor» (Pr. 14.31). Si Dios manifiesta «parcialidad a favor de los pobres» y si
nosotros también deberíamos manifestarla (como se declara a menudo), y si
dicha parcialidad no quiebra la norma de la «no acepción», esto debe hallar
justificación en que la sociedad en general muestra parcialidad en contra de
ellos o que no tienen a nadie más que los defienda.
El hecho de que «para Dios no hay acepción de personas» es la base de la
tradición bíblica de la protesta profética. Los profetas denunciaron con valor la
tiranía de los líderes, en especial de los reyes de Israel y Judá. Ni su investidura
como monarcas, ni el ser «ungidos del Señor» los hacía inmunes a la crítica y a
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La responsabilidad humana
A menudo los cristianos nos retraemos cuando surge el tema de los derechos
humanos, pues nos evoca la imagen de una persona reafirmando sus derechos
en contra de otra, y por lo tanto de conflicto y egoísmo. Aquí se hace necesario
aclarar la relación entre derechos y responsabilidades.
La Biblia habla mucho de la defensa de los derechos de los demás, pero poco
de la defensa de los derechos propios. Por el contrario, cuando se dirige a
12. La protesta profética contra estos tres reyes se encuentra en 2 S. 11-12 (Natán y David), 1 R. 21
(Elías y Acab) y Jer. 22.13-19 (Jerernías y Joacim).
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13. Christopher J. H. Wright, Human Rights: A Study in Biblical Themes, Cuaderno Grove sobre éti-
ca, No. 31, Grove Books, 1979, p. 16.
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14. Sobre la renuncia a los derechos ver Mr. 10.42-45 («pero no será así entre vosotros»); 1 Co. 13.5
(amor); 1 Co 6.1-8 (litigios) y 1 P 2.18-25 (esclavos).
15. Discurso de aceptación del Premio Nobel, 1970.
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