Domando A Un Pícaro Malvado Samantha Holt
Domando A Un Pícaro Malvado Samantha Holt
Domando A Un Pícaro Malvado Samantha Holt
MALVADO
LOS LORDS DE LA CALLE DEL ESCÁNDALO
SAMANTHA HOLT
Traducido por
CRISTINA HUELSZ
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Sobre la autora
Sobre la traductora
1
─V EN CONMIGO .
Ella se le quedó viendo por un momento. ─No.
Era irrealizable. Imposible. Total y completamente inaceptable que se
fuera con él. Pero una pequeña parte de su mente exhausta quería alcanzar
la mano tendida.
Dos días de búsqueda y no había encontrado nada. La noche anterior se
había conformado con dormir en un corral de ovejas. Olía mal y su
estómago se quejaba de no poder poner un pie en la posada o en el salón de
té en ese estado.
La mano extendida, grande y capaz, la tentaba y la atraía. Qué fácil
sería aceptarla y revivir aquellos bellos momentos de romance que habían
compartido cuando eran jóvenes.
Qué fácil y qué tonto.
─Ven conmigo, Rebecca ─dijo con fuerza.
─No.
La tentación la arañó como un animal salvaje tratando de escapar de su
jaula. ¿Qué daño le haría? murmuró una voz rebelde.
Esa misma tentación la empujó a dar un paso atrás. No tenía intención
de quedarse. Aunque quisiera, no podría. Este lugar no había sido su hogar
desde que su padre lo arruinó para ella. Si cedía, le costaría mucho
marcharse, una vez más.
Leo dio un paso adelante, siguiéndola de cerca. Se alzaba sobre ella y su
cabeza le llegaba a los hombros. Su anchura era aún más evidente a la luz
del día.
Giró el cuello para verlo, entrecerrando los ojos bajo la brillante luz del
sol. La luz lo silueteaba, enmascarando ligeramente sus rasgos, pero ella ya
había visto suficiente. Los años habían sido más que benévolos con él,
aumentando la anchura de su mandíbula, añadiendo pequeños toques
dorados a los rizos castaños de su cabello y ensanchando un poco su boca.
El hoyuelo de la barbilla seguía ahí, y sus dedos se crisparon al recordarlo.
Cómo le había gustado apretar un dedo en aquel hoyuelo antes de que él se
abalanzara sobre ella y la besara sin aliento.
Sin embargo, sus ojos azules tenían una intensidad que ella no
recordaba. Una especie de fuego persistente tras ellos que la hizo querer
buscar su mirada hasta descubrir por qué.
No. Dio otro paso atrás.
─No voy a ir contigo ─insistió.
─Rebecca, apestas.
─Bueno, eso es encantador.
Él se encogió de hombros y sonrió. Su estómago hizo ese revoltijo que
recordaba de la noche anterior, e inhaló profundamente. Leo siempre tenía
una sonrisa encantadora y la utilizaba a su favor. Sin duda, se la había
mostrado a muchas mujeres últimamente, y ella sería tonta si cayera en la
trampa.
─Es la verdad.
Rebecca levantó la barbilla. ─Si apesto tanto, le sugiero que se vaya,
milord.
─Oh, así que ahora es milord.
─Siempre ha sido milord.
─Hmm, no estoy tan seguro. Hace un tiempo era Leo. ─Se inclinó y
bajó la voz─. De hecho, creo que solía ser más específicamente tu Leo.
Un doloroso tirón le revolvió el estómago. ─Eso fue hace mucho
tiempo.
La expresión de él cambió. ─Así es.
─Sí. ─Ella se cruzó de brazos─. Bueno... en fin. Debería...
Él la tomó del brazo y lo rodeó con firmeza. ─No vas a ir a ninguna
parte. Ven conmigo y al menos báñate.
─He dicho que no.
─Y yo he dicho que vengas conmigo.
Ella se soltó de su mano. ─Estoy segura de que estás acostumbrado a
darles órdenes a las damas, a que hagan lo que tú les pides, pero quizá
recuerdes que yo nunca fui una de ellas. ─Lo miró fijamente─. Eso no ha
cambiado.
La sonrisa regresó. ─Ya veo.
─Entonces, si me disculpas. ─Intentó rodearlo, pero él se puso delante
de ella.
─Ven conmigo o te delataré.
Ella miró a su alrededor, observando a los numerosos visitantes que se
arremolinaban en torno al lago y a los lugareños que aprovechaban la
ocasión para ganar más dinero. Si sabían quién era, nunca tendría la
oportunidad de encontrar el diamante. Lo más probable es que la echaran de
la ciudad.
Miró a Leo, cruzada de brazos. ─No lo harías.
─No tengo ni idea de por qué sientes la necesidad de este... disfraz. ─Le
hizo un gesto con la mano─. Pero si no vienes, le confesaré al herrero que
Frederick es en realidad la señorita Rebecca Fortescue, que ha regresado de
Dios sabe dónde después de casi diez años.
─No.
Él asintió. ─Estoy seguro de que el señor Cooper no perderá tiempo en
decírselo a los demás. Después de todo, le gustan los cotilleos.
Apretando los dientes, consideró sus opciones. La fatiga era tan
profunda que juraba que la sentía en los huesos. El olor tampoco era mucho
mejor, ni la sensación de suciedad en la piel, que le producía picor. El señor
Cooper era un chismoso y toda la ciudad tardaría unas horas en enterarse de
su regreso. Incluso si los eludía ahora, estarían al acecho de ella, haciendo
su caza aún más difícil, si no imposible.
─Eres un canalla ─murmuró.
─Oh sí, un canalla terrible, queriendo verte descansada y bañada.
Puso los ojos en blanco. Parecía que él tampoco había perdido su toque
sarcástico. Lo señaló con el dedo. ─Quiero que sepas que esto es un
chantaje.
Su sonrisa ladeada hizo que las mariposas bailaran en su estómago.
Apretó los labios por si su propia boca decidía curvarse en respuesta. Aquel
hombre era demasiado encantador, irresistible y atractivo, y él lo sabía muy
bien.
Así que tendría que mantener la guardia especialmente alta porque, por
Dios, si alguien podía atravesar su escudo cuidadosamente construido, ése
sería Leo.
4
Simínimas
Rebecca creía que él iba a darse por satisfecho con las respuestas
que le había dado, era que realmente ya no lo conocía. Ella lo
llamaba terquedad, él lo llamaba tenacidad. Normalmente él la empleaba
para llevarse a una hermosa viuda a su cama por una sola noche, pero hoy
la usaría para obtener más información de Rebecca.
Aunque, al hacerlo, debería tener cuidado. Ya le había echado
demasiadas miradas furtivas a su trasero o se había preguntado qué se
sentiría al enredar sus dedos en su cabello.
Tal vez era sólo un síntoma de la promesa que le había hecho a su
madre. En realidad, debería seguir enfadado con ella. Tal vez lo estaba. Pero
eso no le impedía recordar el calor que hubo entre ellos, incluso cuando
eran jóvenes e inocentes. Había sido palpable, y sospechaba que seguía
siéndolo, aunque el hecho de que ahora ambos fueran adultos los reforzaba.
Pero ella iba a marcharse. Otra vez.
Ella no podía dejarlo más claro. Hablaba de volver a Florencia, de no
encontrar acogida aquí. Él dudaba de que su bienvenida fuera tan fría como
ella sugería, pero no debería importarle. Una vez superado el maldito
escándalo, regresaría a la ciudad y volvería a su antigua vida de libertinaje y
placer. No necesitaba que su cabeza se confundiera con pensamientos de lo
que una vez pudo haber sido.
─Entonces, ¿qué crees exactamente que puedes hacer para compensar el
comportamiento de tu padre?
No creía que ella le debiera nada a nadie. Su padre había pagado por sus
crímenes y Rebecca había sido una inocente, pero incluso cuando era más
joven, ella siempre había cuidado de los demás, desde cuidar mejor a un
joven mozo de cuadra hasta llevarle cada animal herido que encontraba.
Haber causado daño a otros sin duda le dolía. La miró de reojo y le
dedicó una sonrisa de mala gana. Ella podría haberlo dejado sin decir nada
y haberle destrozado el corazón, pero aún conservaba esas cualidades que él
tanto había admirado.
Realmente era frustrante. ¿No podía haberse convertido en una bruja fea
y egoísta y permitirle estar agradecido por haberse librado de un futuro con
ella?
Ella frunció los labios y se levantó las faldas para pasar por encima de
una gran roca en medio del camino. ─Mi padre... dejó algo de valor.
─¿Algo?
Ella lo miró.
─No es que vaya a robarte, Rebecca.
─Un diamante ─soltó ella.
Leo levantó las cejas. ─Un diamante.
Ella asintió. ─Cuando nos fuimos con tanta prisa, él escondió una caja
de pertenencias con la esperanza de poder volver por ellas. Creo que
precisamente por eso estaba en Cumbria cuando fue capturado.
─¿Cómo supiste de esto?
─Unas viejas cartas que leí finalmente después de su muerte:
mencionaban este diamante y su deseo de recuperarlo.
─Y tú crees que es verdad.
─Mi padre inventó muchas historias para ocultar la verdad de su vida...
─Incluida la de hacerse pasar por primo de Lord Phillips ─añadió Leo.
El único crimen que lo había desenmascarado y que le había asegurado
enfrentarse a la soga. No sabía por qué el hombre había intentado cometer
un crimen tan audaz, pero desde su juicio se había sabido que el padre de
Rebecca era ambicioso y parecía creerse totalmente inmune a la ley.
─En efecto. ─Ella hizo una mueca─. Tantas historias que dejó tras de sí
un reguero de esposas e hijos.
─Eso escuché ─dijo Leo solemnemente.
─La mujer con la que se casó después de mi madre no tenía ni idea de
que su primera esposa aún vivía. Ella pensaba que era un caballero bueno y
honrado, pero él se gastó toda su dote y la dejó sin un centavo y con un hijo.
─Dios ─murmuró. Había evitado leer sobre Roger Fortescue. Le
recordaba demasiado a Rebecca.
─Así que cuando encontré la mención de este diamante, supe que debía
encontrarlo. Valdrá una fortuna y podré ayudarla a ella y a mis
hermanastros.
─¿Y si el diamante no es real?
Ella apretó la mandíbula. ─Lo es, estoy segura.
─¿Y si él ya lo encontró y lo movió?
─Si lo tenía, lo habrían mencionado cuando lo detuvieron. Si lo movió,
no puede haber ido muy lejos. Nunca salió de Langmere. ─Se encogió de
hombros─. No comprendí a mi padre cuando era más joven, pero ahora lo
entiendo bastante bien. Las riquezas eran su principal motivación, y la
codicia lo controlaba. Sin duda pensó que podría casarse con la señorita
Young, quedarse con su riqueza y vender el diamante después de casarse.
Leo sacudió la cabeza. ─Si hubiera abandonado los lagos,
probablemente seguiría vivo.
Ella asintió. ─Parece que sólo le importaba el dinero.
─Yo creía que tú le importabas.
Ella levantó un hombro y fijó la mirada en el horizonte. ─Quizás así
fue, no lo sé. Pero en algún momento, claramente se cansó de fingir ser un
padre perfecto.
Él apretó los dientes. Estaba tan enfadado porque ella lo había
abandonado sin saber nada de su destino que no pensó en lo que Rebecca
debió de sentir cuando le arrebataron su mundo. Los Fortescue habían
disfrutado de una vida privilegiada y Roger Fortescue parecía un padre
excelente, que animaba a su hija a leer y a pensar por sí misma. Tal vez
había sido real durante un tiempo, pero aquella pérdida debía de ser grave.
Se detuvo junto a la hilera de árboles que ocultaba la casa de la vista y
le puso una mano en el brazo. ─¿Deseas que vaya a la casa? Si es... em,
demasiado doloroso para ti.
─Por supuesto que no─. Ella levantó los hombros y él trató de no
sonreír. Y pensar que ella lo llamaba testarudo. Realmente no había
cambiado.
U NA VEZ que la casa estuvo a la vista, Rebecca se dejó caer y soltó por fin
el aliento que había retenido durante demasiado tiempo. No estaba segura
de lo que esperaba, pero la casa parecía completamente normal desde fuera.
La hierba que la rodeaba se había vuelto salvaje y el jardín que tanto le
gustaba a su madre estaba cubierto de zarzas, pero no era la ruina
abandonada que temía.
Consciente de que Leo observaba su reacción, se adelantó y se detuvo,
lanzando un grito ahogado. ─¡El puente ha desaparecido!
Él asintió sombríamente. ─Creo que lo desmantelaron por la piedra.
Rebecca se acercó al borde del foso y observó los restos del puente de
piedra que unía la casa con el terreno. Construida en la época de los Tudor,
la casa, de generosas dimensiones, había renunciado hacía tiempo a su
puente levadizo y el de piedra había estado en su lugar años antes de que la
familia de ella viviera allí.
Observó el exterior de piedra. Las ventanas carecían de cortinas o de
cualquier signo de residencia, y la quietud la impresionó. Cuando había
abandonado la casa, había creído tontamente que volverían en cuanto su
padre hubiera resuelto los problemas de los que huían. Parpadeó para
disipar las lágrimas que amenazaban con nublarle la vista.
─¿De verdad crees que el diamante está ahí?
─Tiene que estar. Lo he buscado por todas partes─. Estudió las pocas
piedras que quedaban del puente, rodeadas de una maraña de maleza y agua
turbia. Si tan sólo-
Rebecca...
Miró a Leo. ─Tengo que entrar.
Él negó con la cabeza. ─Si te caes, tendrás suerte de no ahogarte.
─Puedo cruzar─. Señaló las piedras. ─Creo.
─Detestas la maleza, ¿recuerdas? ─Se inclinó y miró el agua─. Creo
que también hay peces ahí.
Un escalofrío la recorrió. Detestaba nadar con peces y prefería hacerlo
en uno de los lagos cristalinos de Cumbria, donde uno podía ver lo que le
rodeaba. La idea de que una alga o un pez se enredaran en su pierna le hizo
un nudo en el estómago.
Mirando de nuevo hacia la casa, levantó los hombros y dio el primer
paso, aterrizando con firmeza en el bloque de piedra. Rápidamente, dio los
dos siguientes, ignorando que Leo pronunciaba su nombre. Dio otro paso,
se tambaleó sobre los escombros desiguales y agitó los brazos hasta que
encontró el equilibrio.
─Sólo faltan unos pocos ─murmuró para sí misma.
─Oh, diablos ─murmuró Leo detrás de ella.
Sólo entendió por qué había maldecido cuando ella dio el siguiente paso
y perdió el equilibrio. Cayó de lado al agua, sumergiéndose por completo
con un grito ahogado. El agua era espesa y la maleza la rodeaba, no como
un colchón, sino más bien como una prisión, enroscándose a su alrededor
como si pretendieran succionarla hacia la oscuridad. Luchó por levantar la
cabeza por encima del agua, sus ropas eran tan pesadas que bien podrían
haber sido de plomo. El agua amarga se le atascaba en la garganta cuando
intentaba respirar y se atragantaba con ella, tragando más en el proceso.
Un fuerte brazo la rodeó por la cintura y la levantó. Ella aspiró aire. Leo
la arrastró hacia delante y ella intentó ayudar, pero el agotamiento ya se
filtraba por todo su cuerpo. Él la acercó al extremo derruido del puente,
empujándola hacia arriba hasta que fue capaz de arrastrarse fuera del agua.
Rebecca se tumbó boca arriba y respiró hondo varias veces, mientras Leo se
levantaba y se tumbaba a su lado. Permanecieron allí unos instantes, en
silencio.
─Sigues igual de loca que siempre ─dijo al final Leo.
Rebecca no pudo evitar la carcajada que se le escapó. Él también se rio.
Ella rodó sobre un costado y se incorporó para sentarse. ─Perdóname.
Él negó con la cabeza y se pasó una mano por el cabello. Ella vio su
sombrero y su gabardina al otro lado del foso. Supuso que su improvisado
baño había sido demasiado predecible.
Entonces su atención se centró en su pecho, donde la tela húmeda de su
camisa se pegaba a su cuerpo. Ya se estaba convirtiendo en un hombre
cuando ella lo conoció, pero dudaba que hubiera podido imaginar el
asombrosamente apuesto espécimen que tenía ante sí. Juntó las manos para
luchar contra la necesidad de inclinarse hacia delante y recorrerlo con los
dedos para ver realmente en qué se había convertido.
Su mirada se cruzó con la suya y ella juró que él se hacía eco de
pensamientos similares.
Ella se levantó con rapidez e hizo una mueca al sentir sus faldas
mojadas pegadas a las piernas. ─Será mejor que nos demos prisa o
moriremos de frío.
─Al menos el día está relativamente cálido. ─Él señaló con la cabeza
hacia el foso─. ¿Y tenemos que decidir cómo demonios vamos a volver a
cruzar?
Hizo una mueca. ─Em. Nadar de nuevo, supongo. Sólo que esta vez
voluntariamente.
Leo levantó la mirada al cielo. ─Debería haberme quedado en casa.
─Sí, deberías haberlo hecho ─espetó ella, recordando como había
coqueteado con aquella joven tan bonita. Por un momento, lo había
olvidado todo. Quién era él, quién era ella. Quiénes eran.
─Bueno, ¿por dónde sugieres que empecemos? ─Indicó hacia la casa.
─Había algunas habitaciones ocultas. Espero que él haya escondido sus
pertenencias en una de ellas y que no haya sido descubierto.
Él hizo una mueca. ─Puede que no podamos buscar.
Leo frunció el ceño y ella siguió su mirada. Una anciana cojeaba por el
lado del foso, haciéndoles gestos de enfado. ─¡Intrusos!
Se puso delante de ella, aunque no sabía por qué creía que necesitaba
protegerse de la anciana encorvada.
─¿La conoces? ─murmuró Rebecca.
Él negó con la cabeza. ─No he estado aquí desde que te fuiste.
Los miró a través de unas gafas con montura de alambre. ─Aléjense de
ahí. No hay nada que llevarse. Los ladrones ya se han llevado todo lo de
valor. ─Agitó el bastón hacia ellos.
─No somos ladrones ─le aseguró Leo. ─De hecho, esta joven vivía
aquí.
A Rebecca se le heló el corazón. ¿Acaso no sabía lo que estaba en
juego? ¿No comprendía en absoluto su necesidad de secreto?
La mujer miró alrededor de Leo, y Rebecca se agachó más detrás de él,
pero al parecer fue demasiado tarde.
─¿Eres pariente de ese horrible Fortescue? ─Escupió en la hierba─.
Todavía le debe dinero a mi esposo. Se fue a la tumba sin pagarnos ni un
céntimo.
Rebecca salió de detrás de Leo. ─Lo siento mucho. Si me dice cuánto se
le debe, me aseguraré de que se pague la deuda.
─Rebecca... ─le advirtió Leo.
─Si a esta señora se le debe dinero, me encargaré de que se salde esa
deuda.
─Podría estar mintiendo ─murmuró él.
─Lo dudo ─dijo ella con un suspiro. ─Mi padre le debía dinero a casi
todos los negocios de aquí.
─¿Tu padre? ─graznó la mujer─. ¿Era tu padre? ─Sacudió la cabeza y
la señaló con un dedo─. Usted debe permanecer lejos de esta mujer ─le
advirtió─. Si lleva la sangre de su padre, no dude de que le sacará todo lo
que vale. ─Les echó un vistazo─. Parece que los dos ya están decididos a
vivir de la forma más escandalosa.
─Por favor ─Rebecca levantó ambas manos─, me encargaré de pagar
sus deudas. Pero no le digan a nadie que estoy aquí. Le prometo que no
tengo malas intenciones.
La mujer apoyó su bastón en el suelo y se sostuvo en él durante unos
instantes. Pasó la mirada de un lado a otro y luego asintió secamente. ─Ve
que la deuda esté pagada y guardaré silencio. ─Señaló con el bastón una
casita blanca que había en la ladera─. Mi esposo y yo vivimos en la granja.
Rebecca asintió enérgicamente y observó a la mujer alejarse hacia la
cabaña.
─Se mueve rápido para ser una anciana ─comentó Leo.
─Y me odia a mí y a mi familia. ─Cerró los ojos brevemente. Si por un
momento creyó que se había equivocado en sus suposiciones, había
quedado demostrado que estaba equivocada.
7
Leo se quedó helado, con la garganta seca. Tal vez fuera la confesión. O la
forma en que la luz de las velas reflejaba su cabello y resaltaba su color
rojo. Tal vez fuera el rubor de sus mejillas. O tal vez porque nunca se había
esfumado. Eran jóvenes, ingenuos y desconocían por completo cómo
funcionaba el mundo.
Pero siempre había sido real.
Y lo seguía siendo. Pulsando entre ellos como las olas golpeando la
orilla: ineludible, poderoso, inconquistable.
Y por primera vez en mucho tiempo, ya no quería conquistarlo. Ya no
quería negar lo que había estado intentando durante todos estos años. No
había enaguas ajenas en las que enterrar su amor por ella, ni palabras
amorosas tras las que esconderse.
Empujó la silla hacia atrás y caminó hacia ella, acortando distancias.
Ella se levantó al mismo tiempo o tal vez un poco después. Todo lo que él
sabía era que se encontraron en un choque. Cuando sus manos sujetaron su
cara, ella jadeó y le rodeó el cuello con los brazos, con la boca ya dispuesta
cuando él apretó los labios contra los suyos.
─Te he echado de menos ─dijo él, con voz grave.
─Yo también te he echado de menos ─murmuró ella entre besos.
Apretó los labios contra los suyos, una y otra vez, probando pequeños
sabores, reencontrándose con ella mientras el calor lo recorría por dentro.
Era lo mismo, pero diferente. Sus labios parecían más suaves. Su cuerpo,
desde luego. Sus pechos se apretaban contra él y sus muslos se amoldaban a
su cuerpo.
La besó más profundamente y ella gimió, así que él bajó la boca por el
suave arco de su cuello. Las manos de ella bajaron por los brazos de él,
apretando y luego subiendo por los hombros, acercándolo todo lo que era
humanamente posible.
Él necesitaba más.
Tras romper el beso el tiempo suficiente para tomar aliento, él observó
sus rasgos enrojecidos, sus ojos muy abiertos. El pulso le palpitaba en la
base del cuello y sus pechos subían y bajaban. Esperó un momento, lo
suficiente para hacerle saber que podía marcharse si ella lo deseaba.
Eso lo mataría, pero lo haría si ella se lo pedía.
─Bésame, Leo ─le suplicó ella.
Con un gemido, él le rodeó la cintura con las manos y la atrajo contra sí.
El aire salió de sus pulmones al contacto, pero no tuvo tiempo de respirar.
No cuando tenía que compensar tanto tiempo de separación. No cuando
tenía a Rebecca dispuesta y necesitada entre sus brazos. Ella quería sus
besos, quería su tacto, y que lo condenaran si podía negarle algo.
Los besos eran más profundos, más fervientes, quizá guiados por su
desesperación, pero sospechaba que eran igual de deseados. Ella retrocedió
unos pasos hasta que su espalda chocó con la madera de la puerta y aspiró.
Él aprovechó la resistencia de la puerta para besarla en el cuello, recorrerle
el escote y volver a subir mientras se movía contra ella, meciéndose a su
alrededor. Ella entrelazó los dedos en su cabello.
─Rebecca. ─Dejó que su nombre resonara brevemente en su oído antes
de mordisquearle el lóbulo y sentir el pequeño estremecimiento que la
recorrió. Muchas cosas habían cambiado, pero ella no. Un simple roce
seguía haciéndola estremecer.
Ella arqueó el cuello e inclinó la cabeza contra la madera. Él la
mordisqueó y la besó, cogiéndole los pechos con una mano y bajando los
dedos, descendiendo. Sujetó la tela de la falda y la levantó hasta que sus
dedos tocaron la seda de las medias y, finalmente, la pequeña tira de piel
que había sobre ellas. Rebecca se aferró a su cuello, dejándole besos
calientes en la mandíbula, pidiéndole que volviera a besarla con acalorados
y urgentes besos.
Sentía la respiración agitada en la garganta. El deseo cegador y
palpitante crepitaba en sus venas. En realidad, todo él se sentía crudo,
vulnerable, desesperado. Si no volvía a verla, podría quebrarse, pero si no
volvía a verla y no le daba lo que ella deseaba, podría lamentarlo el resto de
sus días.
Subiendo con los dedos por la piel suave y blanda de su muslo, encontró
su calor con un gemido en el fondo de la garganta. Ella jadeó contra su boca
y sus besos se volvieron erráticos cuando él la tocó, rodeando su calor y
encontrándola resbaladiza para él.
Siempre había sentido ese deseo entre ellos, tan fuerte incluso cuando
eran más jóvenes, pero nunca había sido así. Tal vez fuera el tiempo o la
experiencia, pero sus besos dulcemente apasionados no se parecían en nada
a este momento.
Sí, tomar a Rebecca podría matarlo. Podría dejarlo marcado por la
agonía de lo que nunca podría volver a tener. Pero no podía negárselo más
de lo que podía negar la verdad. Él la amaba. Siempre la había amado y
siempre la amaría.
FIN
SOBRE L A AUTORA
Samantha Holt, autora bestseller del USA TODAY, es conocida por sus
romances históricos divertidos, ingeniosos y, por lo general, picantes. Es
escritora a tiempo completo desde hace más tiempo del que creía posible,
tras haberse formado como enfermera y arqueóloga. Es campeona de la
siesta, dueña de demasiados animales, madre de gemelos y vive en un
pequeño pueblo en el centro de Inglaterra.
Suele escribir (o echarse la siesta), pero cuando no lo hace, Samantha
trama (libros, por supuesto) con su esposo, toma café, escala colinas
demasiado altas para su estado físico o visita casas señoriales y pretende ser
elegante.
Capturando a la Novia
Lavinia y el laird escocés (Novias Ilustradas nº 1)
Amelia y el vizconde (Novias Ilustradas nº 2)
Julia y el duque (Novias Ilustradas nº 3)
Emma y el conde (Novias Ilustradas nº 4)
Catherine y el marqués (Novias Ilustradas nº 5)
SOBRE L A TRADUCTORA
Cristy nació en México y desde hace unos años vive en Washington junto a
su amado esposo, su fiel compañero de aventuras.
Después de estudiar en la Universidad Autónoma de Querétaro y
desempeñarse como maestra de inglés por algunos años, decidió incursionar
en el área de traducción literaria, inspirada por la novela El hombre que
amó a Jane Austen de Sally Smith O’Rourke.
Es fundadora y directora de la empresa Cristranslates, cuya misión es
acercar las grandes obras clásicas y contemporáneas al público hispano y
latinoamericano.
Ha tomado cursos y diplomados a nivel maestría sobre traducción por la
Universidad de Guanajuato y la Asociación Mexicana de Traductores
Literarios (en colaboración con la UNAM). Es miembro vitalicio de la Jane
Austen Society of North America.
Algunas de sus traducciones al español más destacadas: Nefasto de
Nicole Clarkston, Cuando el sol se duerme de Alix James, sus antologías
navideñas y próximamente Pemberley, el dragón del señor Darcy de Maria
Grace y El descanso del marinero de Don Jacobson
Para conocer más sobre sus proyectos, síguela a través de:
Título original: The Taming of a Wicked Rogue
Traducción: Cristina Huelsz