El Manuscrito (Sanctum) 1er Cap

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EL MANUSCRITO

Marcos va arrastrando los pies por un suelo pedregoso, el


calor es insoportable y tiene una sed inimaginable. Daría
lo que fuera por un vaso de agua fresca, mejor dos, lo que
sea con tal de dejar de sentir ese fuego en la garganta, esa
sensación de estar secándose como un pergamino. Sabe
que detrás de la pequeña loma que tiene delante está su
destino y allí podrá saciar su sed y beber cuanto quiera,
pero parece que sus pies no responden, es consciente de
que va andando pero el montículo parece cada vez más
lejano, es extraño. De pronto suena un disparo, dos, las
balas le pasan rozando y silban amenazadoras al pasar a
su lado. En un último esfuerzo corre a refugiarse tras una
gran piedra. No puede ver al atacante porque tiene el sol
de frente y está sobre el horizonte a esa hora de la tarde.
Pero, ¿por qué le disparan?, ¿quién quiere matarle? No
logra ver al asaltante y por allí no hay nada excepto una
sombra que se mueve a pocos metros delante de la roca
tras la cual se parapeta. Cierra los párpados cuanto puede
y utiliza su mano a modo de visera para tapar esa luz
cegadora. Lo que ve le deja perplejo, una niña bailando
con un hula-hoop que parece ajena a lo que está
ocurriendo, pero, ¿qué hace ahí jugando como si tal cosa?,
¿es que no oye los disparos? Está claro que no se da
cuenta porque sigue cantando su canción mientras da
vueltas a un aro alrededor de su cintura:
—Jápala, jápala, jápala, ja, te canto esta canción, jápala,
ja.
ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

Por más esfuerzos que hace, gritando para que se


aparte, la pequeña desoye las llamadas de atención y corre
grave peligro al encontrarse en la línea de fuego. Tiene
unos seis años, viste una rebeca blanca y una falda plisada
roja, algo pasado de moda, más propio de los años
cincuenta. De pronto, ve venir a su madre corriendo, llega
hasta donde está la niña, la agarra de la mano y se la lleva
casi a rastras de allí. Al alejarse, la mujer vuelve la cabeza
hacía donde está Marcos y le mira con desprecio. Él las
sigue con la vista hasta que se pierden tras la loma en
dirección desconocida y, tras ellas, todo queda en
silencio, los disparos han cesado y comienza a hacer frío.
—¿Qué ocurre después?
—Nada. Como siempre me despierto con la boca
seca, sudando y agitado.
Su psicóloga, María, se sabía el sueño de memoria
pero no conseguía dar una buena interpretación sobre lo
que significaba la maldita piedra. La niña siempre
aparecía subida sobre una que iba cambiando de tamaño
según iba avanzando la canción. Era muy extraño.
—¿Ella sigue siendo tu ex mujer, Marcos?
—Sí, es ella, lo sé, aunque en realidad no tiene su
cara.
—Entiendo.
—Pues yo no, María, ¿por qué se repite tanto ese
maldito sueño?, no conozco a esa niña, no consigo
entenderlo y me angustia bastante.
—Ya lo hemos hablado, Marcos, está claro que tu
mujer te hizo sentir culpable por no lograr tener hijos
—¿Así de simple?

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EL MANUSCRITO

—No es simple.
Su relación con María daba para escribir un tratado
sobre lo complejas que son las relaciones humanas. Se
conocían desde la universidad, donde ella estudiaba
psicología y él derecho. Fueron amigos y luego amantes
durante sus respectivos matrimonios y ahora, ambos
divorciados, tenían la oportunidad de estar juntos, pero
esa situación parecía no atraerles. Preferían seguir siendo
amigos mientras ella ejercía su papel de psicóloga con él,
algo a lo que María se había negado desde un principio.
«Yo no puedo ser tu terapeuta, Marcos, somos amigos, te
conozco demasiado y entre nosotros hay un vínculo que
no me permite analizar los hecho con la distancia
necesaria», «Todo eso son bobadas, nadie mejor que tú
para entender lo que me pasa», le argumentaba él.
Finalmente ella había dado su brazo a torcer aunque le
advirtió que no pensaba dar a aquello un carácter formal
ni profesional porque no le parecía ético, mucho menos
cuando a veces la consulta terminaba en la cama.
Finalmente habían conseguido llegar a una entente por la
cual, más que una terapia al uso, era una conversación
entre dos buenos amigos.
«Tú no estás hecho para vivir solo, necesitas una
mujer a tu lado, una verdadera compañera», le insistía una
y otra vez, «además, con lo guapo que eres no deberías
tener problemas, ¿sabes que en la facultad te llamábamos
Gere, por Richard Gere?». Él, aunque acababa de cumplir
cincuenta y cinco años, era perfectamente consciente de lo
poco que le costaba emprender cualquier relación que se
propusiera, pero no encontraba su mujer ideal. «Tu

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

problema es que eres un egoísta. A las mujeres también


nos gusta que nos comprendan, nos mimen y nos admiren,
no solo a ti», María le aconsejaba que cambiara su punto
de vista y rebajara sus exigencias, porque, en realidad, el
problema de Marcos era que se sentía profundamente solo
y eso no era bueno ni saludable.
—Marcos, tu problema es que buscas una quimera,
pero deberías bajar al mundo real y entender mejor lo que
necesitas, no lo que deseas.
—O sea, que tengo que renunciar.
—No, creo que debes madurar, ya va siendo hora. No
somos perfectos, nadie lo es.
—No, no enciendas la luz.
Era el momento del que más disfrutaba Marcos,
cuando la consulta se quedaba en penumbra y todo
cobraba un aire íntimo muy acogedor.
—Como quieras, pero ya hemos terminado. Mañana
es tu último día de trabajo, ¿no?
—Así es, eso espero.
Marcos hizo un gesto de acercamiento a María pero
ella lo rechazo con un leve gesto y una sonrisa maliciosa.
—Hasta el martes que viene.
—Hasta el martes, entonces.

Esa mañana se levantó con una ilusión desconocida,


como la de un niño el día en que comienzan las
vacaciones, pero esa sensación no le duró mucho tiempo,
únicamente hasta que llegó a su despacho y, en lugar de
unas tarjetas de felicitación con una invitación a una fiesta
de despedida, se encontró con un enorme sobre amarillo

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EL MANUSCRITO

sobre su mesa con una nota adherida a él. «Suances, esto


es importante, viene recomendado de muy arriba y tú eres
la persona indicada para resolver el caso». Tuvo que
contener su rabia porque la nota del comisario jefe
suponía que el retiro soñado se retrasaba. Órdenes de
última hora.
Miró hacia afuera, a través de la mampara acristalada
de su despacho, y la imagen de aquella anticuada
comisaria le provocó un tremendo desasosiego. No, no iba
a ser la última vez que tuviera ante sí aquel horrendo
mobiliario, aquellas paredes pintadas de gris carcelario,
aquel ir y venir de funcionarios. Él siempre había sido un
policía responsable y eficaz, entonces, ¿por qué después
de treinta años de un servicio impecable actuaban con él
de esta manera? Era injusto que retrasaran su retiro por un
asunto menor, un caso que podían haber encargado a
cualquier otro. ¿La persona indicada?, ¿para qué?,
menuda tontería. Al parecer se trataba de una amiga del
ministro de turno que tenía problemas con su marido, que
había desaparecido, pero la falta de urgencia del caso
suponía que no era un asunto criminal, más bien parecía
una desavenencia conyugal, por eso no entendía que se lo
encargaran a él. «Termina este caso con éxito, Suances,
será un buen broche para una gran carrera». Sabía que la
dirección era consciente de que en sus manos aquel asunto
marcharía por los derroteros adecuados, duraría poco y,
de esta manera, se apuntarían un tanto, aunque fuera a
costa de fastidiarle, ya que todos sabían que hacía mucho
tiempo que quería retirarse. Ahora le aguaban la fiesta
persiguiendo a un tipo que seguramente había

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

abandonado a su esposa para largarse con alguna


pelandusca. Inaudito.
Finalmente, su responsabilidad profesional venció,
dejó a un lado sus suspicacias y se puso manos a la obra,
abrió el sobre y extrajo de su interior un documento que
comenzaba con una nota escrita a mano firmada por una
tal Beatriz Téllez en la que, con una letra elegante y
segura, se decía: «Entrega este documento a quien creas
oportuno, es lo que encontró Alberto. Te ruego la máxima
discreción en este delicado asunto. A quien se lo vayáis a
encargar que venga a verme y yo le explico todo».
No sabía exactamente a quién iba dirigida la nota
pero lo suponía. Él, un comisario con una consideración
profesional excelente, ¿tenía que ponerse al servicio de
una señora para actuar como un detective experto en
asuntos matrimoniales? Si no fuera porque el acceso a su
nueva vida estaba ya cercano seguramente habría peleado
contra esta decisión, sin embargo decidió tomarse el
asunto con tranquilidad y tratar de exprimir el aspecto
positivo que presentaba el caso ya que, al fin y al cabo lo
que tenía delante, sobre su mesa, era un documento único.
Según venía explicado, se trataba de un manuscrito
que había sido encontrado en la finca de esta señora, una
antigua heredad de la familia Téllez donde, en el siglo
trece, se había construido un convento, edificación que
ahora se utilizaba como residencia. Al parecer, la autora
del manuscrito era una novicia que había vivido unos
quinientos años atrás en el convento y lo que había dejado
plasmado en él había llegado a trastornar tanto a su
marido que le había llevado a actuar de forma extraña e

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EL MANUSCRITO

inexplicable, hasta el punto de desaparecer sin dejar


rastro.
Podría ocurrir que el asunto no fuera lo que había
sospechado inicialmente y lo que tenía delante era una
oportunidad interesante. Marcos era un amante de la
historia y poder tener acceso a un manuscrito tan antiguo
le seducía, aunque para ello tuviera que aguantar las
“neuras” de alguna ricachona histérica.
Comenzó a leer el montón de folios que comenzaba
con una aclaración: «Esta es una transcripción del
manuscrito original que se ha adaptado a un lenguaje
actual para una mayor comprensión. También se han
incluido notas aclaratorias para facilitar su lectura». Pensó
que a él no le hubiera hecho falta que se tomaran tantas
molestias y a cambio le hubiera gustado más tener entre
sus manos el documento original. Ya pediría verlo más
adelante. De momento, comenzó su lectura.

«Mes de junio de MDXXXVI, Anno Domini. A causa de


los últimos sucesos he tomado la decisión de dejar
testimonio, a través de este escrito, de lo que está
acaeciendo desde mi llegada a esta santa casa.
Hace ya diez meses que mi esposo me fue
arrebatado por el maldito infiel de la barba roja1, ¡que el
diablo se lo lleve!, en la jornada de Túnez, dejándome
viuda de un gran caballero y por el que comenzaba a

_____________________________________________
1
Se refiere al pirata-almirante turco Barbarroja.

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

sentir verdadero amor.


Con ayuda de mi señor padre, benefactor de este
nuestro convento, y de mi señora madre, dispuse mi
matrimonio con Dios Nuestro Señor, quien en el futuro
será quien guíe mis pasos en este valle de lágrimas. Aquí
me trajo el duelo y en este sagrado lugar he encontrado,
en santo retiro, la paz y el reposo que mi alma ansiaba,
una nueva vida en comunidad y donde me han sido
regaladas la bondad de nuestra priora y la comprensión
de las otras dueñas, en especial la de mi querida hermana
Natividad, a través de quien he descubierto que existen
las almas gemelas. Pero el Maligno no descansa y ha
venido a perturbar la paz y la felicidad que reinaba en
nuestro querido monasterio.
Hace ya un tiempo que, siendo la víspera del
nacimiento de Nuestro Señor Jesús, me encontraba de
vigilia en nuestra iglesia. Faltaba al menos una hora
para maitines, aún no cantaba el gallo, y el frío me tenía
aterida. Las rodillas sufrían el rigor de tantas horas en el
reclinatorio y el dolor era casi insoportable. El viento
ululaba a través de las troneras que pareciera que trajera
el mensaje de Satanás para que abandonara y buscara el
refugio del calor junto a mi amada, pero mi penitencia
sería bien empleada si con ello me ganaba el perdón de
mis pecados. La única vela del Santísimo iluminaba el
sagrario y con la luz temblorosa reflejada en él parecía
que las figuras de Nuestra Señora, San Benito y San
Pablo bailaban felices por mi sacrificio, quizás el último
antes de tomar los hábitos.
El miedo se había apoderado de mí porque estaba

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EL MANUSCRITO

sola y rodeada de extraños ruidos que querían distraerme


de mis rezos, sonidos que en mi imaginación se
convertían en lamentos de las almas de los condenados
que sufrían el tormento del fuego eterno.
Todas dormían pero yo sentía que me encontraba a
salvo en lugar tan sagrado. Tras tantas horas de oración
estaba cayendo rendida al sueño cuando, de pronto, sonó
el aldabón del portón del convento. Fueron tres o cuatro
golpes secos que me helaron la sangre porque a esas
horas no podía ser otro que el Demonio quien llamara, en
la seguridad de que nadie más que yo oiría su llamada.
Quedé quieta y en silencio pero al rato se sucedieron
los aldabonazos con insistencia, entonces salí corriendo
en busca de la hermana portera. Traté de despertarla en
su celda pero me despidió de muy mala gana y, de nuevo,
sonó el aldabón, esta vez con más fuerza si cabe.
Corrí a la llamada y, espantada y temblando,
descorrí el cerrojo temiendo que un ángel negro diera un
empellón al portón y entrara con furia para arrebatarme
y llevarme con él al infierno y someterme a padecimientos
inimaginables.
El miedo me impedía abrir por lo que esperé un buen
rato, tiritando a causa del frío y el pavor, hasta que
finalmente, viendo que no ocurría nada extraordinario,
con gran precaución lo abrí.
No había nadie allí delante por lo que me decidí a
salir afuera para iluminar las proximidades, para cuyo
fin tomé un candil de carburo que encendí con el
pedernal. Observé que ya no nevaba, la noche era clara y
el cielo despejado se llenaba de luz a causa una luna casi

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

llena. El blanco del suelo reflejaba la luz del astro frío y


azul, dando a todo una apariencia espectral que me hizo
temer aún más que un ser infernal se abalanzase sobre mí
en ese momento. Gracias a Dios Nuestro Señor nadie se
precipitó hacia mí, muy al contrario todo parecía estar
muy tranquilo, el silencio se alternaba con el susurro del
viento, que aún movía mi saya pero que poco a poco
disminuía en su intensidad.
Un poco más tranquila al ver que ninguna criatura
procedente del averno andaba por las cercanías me fijé
que en el suelo había algo tirado. Parecía un cuerpo
tendido, una persona que permanecía inmóvil. Sin
dudarlo, ignorando que quizás se trataba de una trampa
del diablo, me acerqué a él y vi que era un hombre.
Parecía estar malherido porque el jubón se veía
ensangrentado y la nieve a su alrededor estaba roja. Le
aparté el chambergo y con la luz del candil pude ver su
rostro, era un joven cuyos ojos me miraban implorando
socorro, pues no alcanzaba a decir nada.
Temblando pude acercarme corriendo a casa del
hortelano, Eleuterio, que está junto al convento, y llamé a
golpes hasta que vi luz que se movía. Abrió la mujer y se
asustó al verme tan acongojada, me preguntó la causa de
mi estado de excitación y le pedí ayuda. Le expliqué que
había un hombre medio muerto en la puerta del convento
y el hortelano acudió al oír nuestra demanda. Corrimos
junto a aquel desdichado con la intención de socorrerle,
si es que seguía con vida.
Comprobó Eleuterio que sí, que seguía vivo, y entre
los dos y con mucho esfuerzo pudimos arrastrar el cuerpo

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EL MANUSCRITO

de aquel infeliz hasta su casa. La mujer avivó con unos


leños el fuego del hogar y depositamos, como pudimos, al
hombre junto al calor de la lumbre, le apartamos la capa
y le buscamos acomodo lo más aplicadas que pudimos
porque con cada movimiento los lamentos del hombre nos
hacían sufrir a todos los presentes.
Ya más tranquilos, con la luz de las llamas
enfervorecidas, vimos que se trataba de un joven apuesto,
poco más mayor que yo, de aspecto instruido y delicado.
La hortelana, Balbina, le quitó el jubón y entonces
pudimos ver que en el costado izquierdo tenía una herida,
de la que aún manaba sangre a través de un roto de su
camisa. Con gran maestría Balbina se la rompió toda,
arrancando un gran jirón, y así quedó el torso al
descubierto, lo que me produjo gran perturbación, no
tanto por el cuerpo desnudo de aquel hermoso joven sino
por la lacerante herida del costado, de la que salía sin
pausa un hilo de sangre. La mujer, rápidamente, le aplicó
una cataplasma caliente de árnica y espliego, lo que
pareció aliviar algo al herido.
Le preguntamos cómo se llamaba y qué le había
acontecido. Con una presencia de ánimo admirable nos
contó que cuando estaba de viaje hacia Segovia donde
iba a prestar sus servicios como saludador2, al querer
entrar en una venta para descansar en Villacastín, unos

_____________________________________________
2
Curanderos que decían curar a animales y personas solamente
con su saliva y su aliento. Estaban muy considerados socialmente.

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

asaltantes le habían querido robar. Según dijo, pudo


zafarse de ellos aunque uno le persiguió y con un
canivete3 le hirió en el costado aunque él se revolvió y
pudo devolverle el golpe con su daga. Quedó el malvado
tendido sobre el suelo, al parecer sin vida, por lo que
suponía que le andarían buscando los alguaciles.
Quedaría todavía una hora para la puesta de sol
cuando por suerte pudo auxiliarle un buhonero, de
nombre Donato, muy conocido por nosotras, proveedor
del convento, al que aún le quedaba una legua4 de
camino antes de llegar a su casa. Le ayudó a subir al
carromato, uno que tiene con lona y todo, que es como
una tienda ambulante de abarrotes5, donde ofrece toda
suerte de víveres. Pasada la legua, al cabo tuvo que
apearse, estando próxima la casa del samaritano,
sintiéndolo mucho porque el olor de los mantecados y
dulces que el hombre transportaba en la carreta le
aliviaron en gran medida el disgusto por el trance
sufrido.
Ya había caído la noche y el frío se apoderó de todo
bicho viviente. Comenzó a andar y se dio cuenta de que
las fuerzas le fallaban, entonces se detuvo para beber un

_____________________________________________
3
Cuchillo pequeño.
4
Medida de longitud que equivale a 5 572 metros
5
Colmado, ultramarinos.

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EL MANUSCRITO

poco de vino de un odrecillo que llevaba, una corambre6


que él llama bota, y comer unas pastas de almorta que le
regaló el buhonero. Se tumbó a descansar bajo unas
encinas, en una porción de suelo expedita de nieve, más
acogedora, y se quedó dormido después de taponarse
bien la herida con un paño limpio empapado en resina de
abedul, que le había proporcionado ese buen cristiano.
Cuando se despertó era de noche cerrada, cuyo
silencio solamente se alteraba por el canto del búho.
Estaba muerto de frío y supo que malherido porque le
faltaban las fuerzas, lo que le llevó a suponer que estaba
próxima su muerte, pero en ese momento, gracias a la
luna que el cielo despejado dejaba lucir, pudo atisbar que
a no más de quinientas varas7 había un casar y junto a él
se adivinaba la espadaña de una iglesia y una casa
grande, que supuso un convento. Imaginó que quizás
podría refugiarse en sagrado y no le despedirían sin
socorrerle. En un último esfuerzo echó a andar camino de
su última esperanza.
Mientras hablaba nos miramos los hortelanos y yo al
darnos cuenta de que hablaba muchas cosas en ladino8,
por lo que dedujimos que era un judío, cosa prohibida. Él
se dio cuenta de nuestra desconfianza y entonces del

_____________________________________________
6
Pequeño recipiente de piel de animal para guardar agua o vino.
7
Unos 418 metros
8
Lengua de los judíos españoles.

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

zurrón sacó un crucifijo de madera y unas Sagradas


Escrituras mientras nos explicaba que era converso, de
nombre anterior Simón, y ahora Evangelio, nombre
adoptado como cristiano nuevo, lo que me alegró
sobremanera, ya que se me hacía simpático y agradable
aquel joven desvalido.
Eleuterio y Balbina hacía tiempo que vivían solos, su
único hijo se había embarcado hacia la Indias
Occidentales en busca de fortuna, por lo que la hortelana
sugirió subir al hombre a su habitación, ya que allí
estaría bien porque había un jergón y la casa contaba
con una buena gloria9 que haría la estancia más
confortable.
Una vez arriba, habiendo subido al enfermo con
mucho esfuerzo, dado que Balbina está inválida de una
pierna por un toro suelto que la empitonó, la hortelana
me dijo que iba a calentar un caldo que tenía en la
alhacena, y al decirlo me guiñó un ojo en señal de que
estaba preparando una trampa que al momento creí
entender.
Mientras subía el caldo le pregunté al converso qué
es lo que querían haberle robado, que si era un hombre
acaudalado. Únicamente me dijo que no era dinero lo que
querían, sino algo muy importante y principal que
guardaba consigo, algo que debía permanecer en secreto

_____________________________________________
9
Construcción interior que distribuía el calor de la chimenea por
el suelo del piso superior.

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EL MANUSCRITO

porque cuando se había sabido de su existencia había


despertado el deseo irrefrenable de los hombres por
poseerlo y tras ello había sucedido alguna desgracia.
Había que tenerlo a buen recaudo ya que de otra forma
podía suponer un gran desastre para toda la raza
humana, de cualquier nación o credo. Todo me pareció
muy extraño aunque también pensé que estaba
exagerando el cuento para darse importancia conmigo y
hacerse el misterioso.
Entró Balbina con el tazón de caldo y le advirtió al
converso que estaba hecho de hortalizas, carne y huesos
de puerco. Enseguida comprendí la trama que había
urdido la hortelana, porque de ser un falso cristiano
rechazaría tomar el caldo, ya que para los judíos el
animal cerdo es cosa repugnante y prohibida, pero él lo
bebió sin prevención y alabó lo mucho que de él gustaba,
lo que nos tranquilizó y congratuló al comprobar que era
cristiano nuevo verdadero y no marrano10.
Dejé a los tres en la casa por parecerme
inconveniente seguir allí, no por falta de ganas, y al
volver al convento me di cuenta de que casi era hora de
maitines pues ya clareaba y cantaba el gallo. Volví a mi
celda con al alma encogida por lo sucedido y deseosa de
contarle a mi hermana caso tan extraordinario».

_____________________________________________
10
Del hebro mar-anus, “los forzados”, los que según los judíos
habían sido obligados a convertirse al cristianismo. Por similitud, se
llamaba marranos a los judíos que decían haberse convertido pero
que seguían practicando sus ritos en secreto.

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

Marcos levantó la vista de aquel papel y se recostó


sobre el respaldo de su silla, pensativo. Quizás se había
precipitado y prejuzgado el caso, aquello podía ser un
asunto más interesante de lo que en un principio había
supuesto, un viaje en el tiempo con muchos atractivos.
Decidió entonces saber algo más sobre quien era
Beatriz Téllez y buscó su nombre en Google. Encontró
multitud de imágenes en las que podía observarse a una
mujer esplendida, una persona que desatacaba sobre
cualquier otra que apareciera con ella. Se apreciaba
enseguida que desarrollaba una vida social muy activa
porque muchas de las fotografías estaban extraídas de
revistas de sociedad, las conocidas como revistas del
corazón. Marcos era un absoluto ignorante de los
personajes que solían aparecer en este tipo de
publicaciones aunque sabía perfectamente el
funcionamiento de ese mundillo, no en vano parte de su
familia se movía dentro de alguno de esos círculos, algo
que a él le producía un considerable rechazo.
Extraordinariamente atractiva no aparentaba más de
cuarenta años, por eso le sorprendió ver una serie de
imágenes que, según el pie de foto, pertenecían a la fiesta
en la que se celebraba su medio siglo de existencia.
Haciendo uso de una perspicacia natural reparó en un
detalle que le llamó la atención, que su marido, el
desaparecido, no aparecía nunca en las fotografías, algo
que le pareció extraño. Esta mujer, sin embargo, a pesar
de estar relacionada con ese ambiente parecía no encajar
de todo en él, porque aunque era asidua en aquel tipo de

16
EL MANUSCRITO

publicaciones, también aparecía en otras de carácter


cultural, en las que se contaba que era una experta
historiadora, implicada en investigaciones arqueológicas
muy interesantes, y que había sino nombrada doctora
honoris causa por una prestigiosa universidad. En algunas
revistas de arte se la presentaba como mecenas de varios
artistas y poseedora de una extensa y valiosa colección de
pintura de todas las épocas. Todo ello confería un aura a
esta mujer que la hacía aparecer sumamente interesante.
Le alegraba saber que iba a conocerla pronto, aunque
fuera como policía encargado de un asunto en principio
tan engorroso como el que implicaba a su marido.
Aprovecharía la ocasión para tener acceso a esa colección
de arte que poca gente había tenido ocasión de ver de
cerca.
Marcos era un gran aficionado a la pintura y había
experimentado un gran interés por ella durante toda su
vida. Siendo aún un niño pequeño pasaba largas jornadas
con su padre en diferentes museos. Con él se paraba frente
a cualquier cuadro, siguiendo sus indicaciones y
comentarios, y así llegaba a admirarlo en toda su
extensión. Con verdadera atención escuchaba de los
labios de su progenitor detalles de la vida del autor así
como la intención con la que había pintado tal o cual
motivo. Esta era una de sus pasiones que quería
desarrollar con plenitud en su ansiado retiro, que ahora se
le antojaba lejano, visitando lejanos museos que no
conocía.
Aparecía por tanto en el caso un nuevo aliciente,
sería interesante conocer a esa mujer tan solo por tener

17
ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

acceso a una colección privada que no podía admirarse en


ningún sitio público.
De modo que cogió su móvil y marcó el número de
teléfono que aparecía en la nota.
—Dígame.
—¿Señora Téllez?
—Sí, dígame.
—Soy el comisario Marcos Suances. Me han
encargado la investigación de su caso, el asunto de su
marido.
—Ah, perfecto, encantada comisario, me alegro de
que sea usted tan diligente y me haya llamado tan pronto,
estoy segura de su discreción si le han puesto a usted al
frente. Excuso decirle que no quiero que se airee este
asunto para nada. Debemos concertar una cita
urgentemente.
Su voz le pareció agradable y que trasmitía simpatía,
pero cierto tono autoritario le había colocado en guardia.
No iba a dejarse intimidar, en absoluto.
—Naturalmente, señora Téllez, pero también debe
entender que somos la policía y ello puede implicar
entrevistar a personas que no estén al tanto de todo lo que
haya podido ocurrir.
—¡Claro, claro!, comisario, lo único que le pido es
que guarde discreción en la medida de lo posible.
—Siempre lo hacemos.
Aunque fuera amiga del ministro, según sospechaba,
no estaba dispuesto a que se pusiera en duda la
honorabilidad de la policía, al menos la suya, por lo que
quiso dejar claro desde un principio que era él quien

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EL MANUSCRITO

marcaba las normas y que no iba a dejar de actuar de la


manera más conveniente por no incomodarla. Ella guardó
silencio por lo que Marcos siguió hablando:
—Señora Téllez, permítame que le pregunte algo que
no acabo de entender. Lo normal es que alguien, cuando
ha desaparecido un familiar, esté preocupado porque
pueda estar en peligro…
Beatriz Téllez no dejó que terminara la frase:
—En absoluto, comisario, él se ha ido porque ha
querido y no creo que corra ningún peligro, quizás otros,
pero él no.
—¿Perdone…? —aquella afirmación le resultó
tremendamente chocante a Marcos.
—Ya le explicaré, comisario ¿Puede venir mañana a
mi casa a primera hora?
En este punto de la conversación estuvo correcta al
expresar como un ruego y no una imposición el hecho de
mantener una reunión en su domicilio, un procedimiento
inusual: «Entiéndame, comisario, si aparezco por
comisaria alguien podría reconocerme y el escándalo ya
estaría organizado». Marcos fue compresivo y reconoció
que, si eso ocurriera, no sería conveniente ni para ella ni
para la propia policía.

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ÁLVARO SAAVEDRA MALDONADO

2
CONOCIENDO A BEATRIZ
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