Dioses Que Dejan Huella - VVAA
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INTRODUCTION
AFRODITA
La fiesta de Mónica
La suite presidencial
Alberto preparó un par de bebidas que sacó del servibar sin preguntarle a
ella lo que le apetecía. Le entregó una copa de vino tinto y él se retiró con la
suya al balcón para recargarse en la barandilla a beber y a mirar cómo
rompían las olas del mar en la oscuridad de la noche. Aquella actitud
incrementó la molestia de la exuberante y hermosa mujer, le hirió el orgullo
en lo más profundo de su ser y entonces ella decidió sacar a la fiera que
llevaba dentro. Había pasado innumerables situaciones de lo más
complejas, había desafiado literalmente a los mismísimos dioses para hacer
su voluntad y no había reto que ella no afrontara.
Se deshizo del vestido azul de seda y el cinturón rojo de pequeños
brillantes que adornaba su silueta, su ropa interior era lo suficientemente
sexy y sugerente para parar el tránsito y despertar el deseo de cualquier
hombre. Se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación bastante
complacida y decidió hacerle compañía a su reto personal.
Había tenido la oportunidad de estudiar un poco más a fondo los rasgos
y muchos detalles de su presa. Más allá del desafío que le suponía el que le
estuviera costando un poco de trabajo seducirlo, se sorprendió a sí misma
encantada con lo que veía; un hombre alto, atlético y delgado que guardaba
un aura de paz interna y una sensualidad escondida. Rasgos faciales
varoniles y simétricos adornados con esa barba que estaba tan de moda en
los humanos que le daba su punto de chico malo. Pero era su esencia lo que
le llamaba especialmente.
Se puso a su lado enfocando su mirada donde él la tenía.
—¿Sabías que, cuenta la leyenda que la diosa Afrodita surgió de la
espuma del mar y nació ya hecha mujer? Del infinito, del todo, salida casi
de la nada, la diosa más bella y sensual.
—Lo sé.
—Pues para no interesarte mucho el tema estás bastante enterado.
—Soy culto y me gusta saber de muchos temas, también de los banales.
—¿Banal, dices? Me gustaría saber lo que es trascendental para ti. Eres
un hombre muy peculiar, además de excitante —dijo como una gata en celo
contoneándose a su lado.
—Hay muchas cosas trascendentes en la vida para mí, no te voy a negar
que hay temas y situaciones de lo más apasionantes, pero son efímeras, lo
que aprecio es lo que dura para siempre. La trascendencia de un hecho
verdadero que te deja algo importante dentro.
—¿No te parece que todo puede ser parte de la vida en una totalidad que
te realiza? La pasión y la sensualidad son parte del disfrute natural, Alberto.
Estás de lo más filosófico y eso que apenas nos acabamos de conocer. ¿Por
qué no te relajas y solo te dejas llevar?
—Qué mal se ha puesto el clima esta noche —comentó pensativo
cambiando radicalmente el tema como si tal cosa.
—¡No entiendo qué clase de hombre eres de verdad! —dijo indignada
como una niña chiquita a punto de hacer un berrinche.
—Disculpa mi atrevimiento, Afrodita, pero ¿por qué no te dejas llevar?
Tengo la impresión de que tu ego, con todo respeto, es más grande que el
mismísimo mar y esperas cumplir todas y cada una de tus expectativas a
rajatabla al tiempo que lo indican tus deseos.
Afrodita estaba conmocionada. Solo quería sexo, pasarlo bien, desplegar
sus armas más poderosas entre aquellas sábanas y dejarle un recuerdo
inolvidable a aquel hombre y a la vez de marcarse un nuevo tanto en su
interminable lista. ¡Le estaba haciendo un favor! Solo quería pasarla bien y
se lo estaban poniendo difícil. Sopesó la idea de dejarlo ahí mismo,
provocarle una erección que hasta le doliera tanto que temiera que sus
genitales se consumirían en el mismo fuego de la rabia de la diosa y
después dejarlo plantado, pero ella quería derretirse entre sus manos, le
había despertado unas ganas locas y mucha curiosidad. Estaba mejor dotado
de lo que pensó, desde su osadía de la fiesta al meterle mano se quedó
complacida con su elección. Ya le había dedicado demasiado de su valioso
tiempo y era hora de cobrarse. El hombre le resultó de lo más diferente a lo
que imaginaba.
Le hablaba del clima, de la trascendencia de los momentos únicos... el
sujeto no era apocado como lo percibió al inicio, más bien tenía una
superioridad interna casi imperceptible.
—Deja de pensar y ven, Afrodita.
¿En qué momento pasó de ser controladora a ser controlada? No lo sabía
y no se iba a poner a analizarlo en ese momento, estaba excitada,
emocionada como hacía mucho no experimentaba. Se sentía simplemente…
viva. Él se acercó con cautela sin perder el contacto visual mientras se
desanudaba la corbata y la soltaba del amarre de su cuello, una vez que la
tuvo en una mano se la mostró.
—A una mujer como tú tal vez esto puede parecerle un cliché de mierda,
pero… ¿me permites tapar tus ojos con esto? Me gustaría que te dejes llevar
y simplemente sientas sin distracciones. Tú quieres ser adorada y venerada,
me lo has insinuado toda la noche, esto es difícil para mí, espero que
entiendas que estoy nervioso, aunque te prometo que estos momentos serán
únicos.
Aquella franqueza dejó a Afrodita fuera de combate, haría lo que él le
pedía. Acercó más su cuerpo al suyo y cerró los ojos en señal de rendición
comenzando a respirar de forma algo entrecortada con los labios
ligeramente abiertos. Alberto entendió de inmediato las señales y antes de
dejarla que se lo pensara mejor y se pudiera arrepentir anudó la corbata
alrededor de sus ojos, asegurándose de que efectivamente la diva no pudiera
ver nada, eso era imprescindible para él.
Con las yemas de los dedos comenzó a dibujar con caricias a “su diosa”,
comenzando por el rostro, delineando los labios carnosos que de inmediato
atraparon uno de sus dedos para chuparlo poniéndolos a ambos a mil.
Siguió con su cuello, los brazos, la curva de su torso y su cintura, volvió al
centro y se dedicó a tocarla por encima del sostén de encaje rojo en el que
se vislumbraban los pezones totalmente erectos de excitación. Bajó por su
abdomen y la volvió a asir de la cintura para pegarla a su erección mientras
repartía húmedos besos en su cuello y clavícula.
Afrodita sentía que se derretía. Estuvo a punto de arrancarse el amarre de
los ojos y dar rienda suelta a toda la pasión que en ese momento la
quemaba, pero por alguna extraña razón no lo hizo, respetó el ritual al que
Alberto la estaba sometiendo dejándose llevar por otra persona como muy
contadas veces le había pasado en la vida. Su cabeza era un hervidero de
ideas que se veían nubladas por las sensaciones que la sobrepasaban. Había
algo místico en ese hombre, algo misterioso que no lograba descifrar y que
la impulsaba a seguir con más intensidad aquel juego.
EL RETO DE AIZEN
Rui fue dejando que el agua hirviendo cayera sobre el filtro donde había
colocado el té de tal manera que, lentamente, bañaba las hojas, con tanto
cuidado, que el agua iba tornándose de un color marrón como si una gota de
pintura de tono crema cayera sobre el blanco y fuera mezclándose con
lentitud, pero uniformemente.
Su concentración era tal, que no se percató de que se sentaba alguien
frente a ella hasta que terminó de echar la última gota del agua y levantó la
vista.
—Ai, hola.
—No sé cómo eres capaz de hacer eso… —le dijo la otra persona
observando cómo levantaba el filtro y lo dejaba caer varias veces, con tal
delicadeza, que parecía que el té no se perturbara con ese movimiento.
—Preparar el té y que salga perfecto requiere de concentración —le
comentó ella sin apartar la mirada de la taza que acababa de preparar. La
levantó y se la llevó hacia la nariz, dejando que esta absorbiera el aroma.
—No me extraña que tengas la tetería siempre llena. —Ai echó un
vistazo al lugar. Menos una mesa, todos las demás estaban ocupadas. Los
que ya tenían su té lo bebían casi como si fuera una bebida sagrada. Veía
cómo cerraban los ojos y se dejaban deleitar por los sabores que solo su
amiga era capaz de sacar de esas hierbas.
Sus mezclas, unidas a la forma tan peculiar que tenía de prepararlo,
había hecho que en cuestión de semanas, la tetería se convirtiera en uno de
los lugares de moda de la ciudad. Incluso grandes celebridades
internacionales habían pasado por allí.
Vio cómo Rui cogía la bandeja y se marchaba para atender una mesa,
donde depositó con sumo cuidado las tazas antes de volver con una sonrisa
en su rostro. Le encantaba que su té gustara a todo el mundo.
—¿Quieres que te prepare el de siempre?
Ai sonrió. Un té blanco con vainilla. Le fascinaba la forma en que su
amiga era capaz de prepararlo y que pareciera que cada sorbo era único.
—¿Hace falta que me lo preguntes?
Una pequeña carcajada como respuesta. Enseguida empezó a calentar el
agua y a preparar los ingredientes para una nueva taza.
—Por cierto, ¿ya has pensado qué vas a hacer en San Valentín?
—¿En San Valentín? —preguntó Rui—. Abrir la tetería, por supuesto.
Ese día muchas parejas vienen a tomar el té especial.
—Ya, eso ya lo sé. Pero me refiero a ti.
Rui cogió la jarra de agua hirviendo y la miró.
—¿Qué quieres decir?
Ai gruñó y señaló con la mirada una pila de cartas con sobres de
distintos colores que tenía sobre la encimera de su mostrador. Llevaba una
semana recibiendo cartas románticas donde le pedían una cita el día de San
Valentín.
—Ai, ya lo hemos hablado.
—¡No puedes pensar así! Mira la de cartas que te han mandado. ¡Si
algunas son súper románticas! —exclamó Ai enfadándose con su amiga.
—Pero no los conozco. A algunos ni siquiera les pongo cara,
simplemente dejaron la carta en el buzón de la tetería y ya está. No puedo
corresponder el amor de una persona de la que no sé nada de ella.
—Pero es que las cosas en el amor son así. El amor a primera vista es
casi imposible de encontrar, y mucho menos de durar. Te lo digo por
experiencia.
Rui sonrió bajando la mirada al té para no equivocarse en la mezcla.
Sabía perfectamente a lo que se refería su amiga. Era todo un ejemplo del
enamoramiento a primera vista. Y del desenamoramiento a segunda o
tercera cita.
—No insistas. Además, ese día tengo mucho trabajo como para quedar.
—Puedes hacerlo después de cerrar. Algunos te han ofrecido una cena en
restaurantes de alta categoría. ¡No me digas que vas a desaprovecharlo!
Rui colocó la taza con sumo cuidado delante de su amiga y le regaló una
sonrisa a Ai.
—Pues sí.
Al día siguiente…
Apolo en el Olimpo
Hera, diosa del Cielo y esposa de Zeus, echaba humo por la nariz, y sus
ojos azules, coronados por densas pestañas doradas, parpadeaban inquietos.
Le costaba creer que Leto, la diosa de la Noche, tuviera la osadía de poner
sus ojos en el poderoso Zeus, el portador del rayo, para seducirlo y
complacerlo con un hijo. Se resistió con odio al nacimiento de Apolo, fruto
de ese amor prohibido, comenzando por expulsar a Leto del Olimpo y
enviándola a una isla perdida y abandonada llamada Delos. Zeus, al
enterarse de aquello, transformó Delos en una isla luminosa, otorgándole el
poder de sumergir al alba como una explosión de alegría, entusiasmo y
felicidad.
A pesar del monumental enfado de Hera, Apolo nació y con muy buena
suerte ya que fue bendecido por la diosa Temis con una merienda celestial
compuesta por dos ingredientes muy codiciados: el néctar y la ambrosía.
Nada más probarlos, Apolo se convirtió en un joven apuesto y presentable;
fuerte audaz y diestro como el padre, pero bello y atractivo como la madre.
De porte alto y esbelto como las regias palmeras que formaban los jardines
celestiales, rubio con los rizos dorados rozándole los hombros y con unos
ojos azules como el cielo primaveral; hermoso como el día bañado en las
primeras luces del alba, cuando todo brilla y resplandece. Las manos del
joven dios sujetaban un arco cuyas flechas representaban los mismos rayos
del sol y una lira que simbolizaba el corazón, la música y la poesía.
Zeus nombró al pequeño: Apolo, dios de la Luz y del Día y de las Artes,
protector de la poesía y de la música, el líder del coro de las musas y la
personificación del sol. Desde la sombra, Hera, mortificada de celos y
envidia, lanzó un poderoso conjuro hacia el pequeño deseando que la
intensidad de su luz celestial se redujera a finales de otoño y mucho más en
época de nevadas y, que el amor verdadero, hibernara en su interior como
un eterno invierno que no podrá ser despertado al menos en un milenio.
Esa maldición llegó a los oídos de la diosa Leto, y aun cuando el poder
de Hera era superior al suyo, no se dio por vencida, entonces, utilizando
todo el esplendor y la fortuna de la noche, bendijo al pequeño Apolo con el
siguiente conjuro:
—Que la luz de Apolo regrese en primavera en forma de
desbordamiento de oro, alegría, verdor y cantos de pájaros. Que toda
persona, ya sea divina o mortal, celebre el regreso del dios de la Luz en
cuanto atraviese el horizonte montado en un carruaje de oro, tirado por
cuatro espléndidos cisnes blancos como la nieve. Que el frío que habita en
su interior a causa del hechizo de Hera se transforme en una explosión de
luz y calor cuando el amor verdadero llegue a las puertas de su corazón.
Y así fue como Apolo se convirtió en el dios más querido y admirado de
todo Olimpo. Portaba un aura de luz a su alrededor que todo aquel que se
cruzaba en su camino quedaba irremediablemente rendido a sus pies. Las
mujeres suspiraban y besaban los vientos por él, luchando entre ellas por ser
objeto de las atenciones del hijo de Zeus y Leto. Los hombres buscaban su
aprobación y compañía, siendo inconcebible cualquier celebración o
reunión que no contara con la presencia del amado Apolo.
Todo eso complació al joven Apolo ya que ser deseado, querido y amado
era el sueño de cualquiera; sin embargo, con el paso de los años esas
ceremonias comenzaron a cansarle. Cada atención que recibía entristecía su
alma y cada alabanza le provocaba frustración. No podía no preguntarse
qué había hecho él para ser merecedor de tanto y por qué tenía la capacidad
de engatusar hasta los mismísimos pájaros de plumaje colorido que
alegraban a los dioses con sus cantos celestiales, nada más aparecer el alba.
Una noche, mientras asistía a la fiesta de cumpleaños de la ninfa
Altomis, sufrió una gran revelación. Se hallaba rodeado por un grupo de
mujeres jóvenes, una más hermosa que la otra, ataviadas con vaporosos
vestidos de tul con cinturones de seda fruncida en el medio, con pañuelos
de color del pico de paloma alrededor de los pechos y flores en el pelo. A
pesar de ser el centro de atención de las miradas de las ninfas, Apolo
advirtió que ninguna de ellas se molestaba en ver más allá de su perfecta
apariencia.
Se sintió tan desdichado como un árbol desnudo en medio de una
ventisca. Para calmarse cogió su copa de plata, adornada con varias
incrustaciones de gemas y rubíes y, al advertir que estaba vacía, la alzó a la
altura de sus ojos esperando las consecuencias de ese simple gesto. Y las
tuvo, ya que en cuestión de segundos fue rodeado por media docena de
ninfas, todas ellas divinas y bien dispuestas. Las jóvenes hadas lo fijaban
con ojos de deseo aunque ninguna anhelaba algo más de Apolo que no fuera
su escultural cuerpo adornado con músculos duros como el acero. El hijo de
Zeus permaneció atento buscando un pequeño indicio que le hiciera elegir a
una ninfa en concreto, pero ninguna fue merecedora de su atención, ya que
se ofrecían de un modo vacío e incondicional. El corazón del dios del Sol
no pudo soportarlo más y tirando la copa al suelo, abandonó la fiesta con
media docena de ninfas pisándole los talones.
Esa misma noche se personó ante su padre.
—Dios de los dioses me lo has dado todo: sol, luz y calor, no hay dios o
ninfa en el Olimpo que no me mire con ojos de deseo que no anhele mi
compañía o mis atenciones. Me adoran allí donde voy, mi simple presencia
atrae el buen humor y la alegría, y todo eso es tremendamente agradable…
pero ha llegado a cansarme…
Zeus abandonó su imponente trono confeccionado de plata masiva y dio
un golpe con su bastón de oro en el reluciente suelo de hielo que
descansaba bajo sus pies.
—¿Cansado? —su cara perpleja adquirió un intenso color rojizo—. ¿De
agradar? ¿De que los habitantes del Olimpo beban los vientos por ti? ¿De
que las mujeres más hermosas del cielo se desesperen por una simple
caricia tuya?
Apolo aguantó con estoicismo los reproches de su padre y lo hizo con la
mirada alzada y el porte erguido.
—Padre no me quejo de mi suerte; por favor no me entiendas mal. Solo
que siento algo en mi interior, como un frío húmedo y penetrante que me
quita la alegría. Es irónico, que el mismísimo dios del Sol, capaz de calentar
el Universo entero esté sintiendo su interior helado.
Los astutos ojos de Zeus fijaron a su hijo con atención.
—Posees el mismo sol, ¿qué más podría ofrecerte?
—Deseo alejarme por un tiempo de Olimpo —dijo Apolo, cuando el
Dios de los Dioses recobró la calma—. Quiero tener la oportunidad de
ganarme admiración y respeto por mí mismo. Encontrar personas que no
queden deslumbradas ante mí sin que yo sea el merecedor de ello. Creo que
ha llegado la hora de conquistar, no solo de ser conquistado.
—Esto es prácticamente imposible —le contestó Zeus pensativo—.
Contra la naturaleza de cada uno no se puede luchar. Eres lo que eres por
nacimiento y cuna, tienes unos dones increíbles debido a los regalos
celestiales que se te ofrecieron nada más nacer. Puede que no seas
consciente, ¿pero cómo podrías deshacerte del calor del sol si eres su
mismo dios?
—¡Padre! —exclamó el joven Apolo con los ojos prendidos en las
llamas del deseo—. Quiero pedirte permiso para bajar a la Tierra. Allí, el
sol quedará lejano siendo obstruido por las noches oscuras y los vientos del
norte y mis poderes perderán intensidad.
Zeus lo estudió silencioso, sopesando en su mente una respuesta. Como
a todo padre no le gustaba alejarse de sus hijos, y mucho menos enviarlos a
la Tierra donde el sufrimiento y el dolor eran una constante. Pero también
sabía que toda maduración necesitaba de aquella enseñanza.
—Tienes mi permiso para descender pero no te apresures en tomar una
decisión. Como sabrás, todo dios que baja a la Tierra debe pagar un precio.
El joven Apolo al advertir que sus dedos rozaban el éxito se acercó a su
padre y le besó la mano en señal de agradecimiento.
—Estoy dispuesto a pagar cualquier precio, me comprometo de
antemano a hacerlo —respondió, impetuoso.
—No seas impulsivo —le amonestó Zeus, preocupado por la facilidad de
su hijo de aceptar un castigo sin importarle en lo que consistía—. Tu falta
de rigor en ese sentido me hace endurecerte la penitencia que pensaba
imponerte. Como consecuencia, no sabrás lo que es hasta que llegue la hora
de aplicarla.
Y dicho esto, el Dios de los Dioses levantó sus brazos hacía el cielo y de
su pecho poderoso salió un grito prolongado, cargado de rayos refulgentes y
truenos ensordecedores. Las nubes comenzaron a moverse lentamente, los
brillantes rayos del sol palidecieron hasta quedar usurpados por nubarrones
oscuros y aterradores. El gran sable de Zeus fragmentó el cielo y un terrible
aullido sacudió el Olimpo de arriba abajo. En cuanto el brillo del sable de
plata cayó sobre la cima del monte más alto del Olimpo, el rayo de Zeus se
coló a través del cielo abierto y aterrizó sobre la tierra sacudiéndola desde
sus húmedas entrañas hasta las extensas llanuras de los campos, pasando
por encima de las cumbres de las montañas y terminando en las
profundidades de los océanos. Fue entonces cuando el joven Apolo se dejó
atrapar por el halo de luz formado entre Olimpo y la Tierra y descendió,
feliz y emocionado de haber cumplido su propósito.
Nada más llegar, caminó sin descanso atravesando polvorientas
carreteras, caminos apartados repartiendo alegría y buena disposición allí
donde iba. Su aura de luz disminuyó ya que los rayos del sol apenas
calentaban a los humanos en épocas invernales pero su poder seguía muy
intenso ya que todo aquel que se cruzaba en su camino no podía hacer otra
cosa aparte de adorarle y desear su compañía. Las mujeres se afanaban en
cumplir cualquier deseo que tuviese y complacían sus deseos sexuales sin
exigir ni pedir nada a cambio. Todas lloraban y exasperaban ante su
impasibilidad deshaciéndose en cumplidos hacia el Dios del Sol, cumplidos
que no hacían más que vaciarlo y sumirlo en la desesperación, ya que nunca
nadie le daba la oportunidad de ser lo que tanto anhelaba: un conquistador.
Tras muchos meses añorando algo que sospechaba que nunca llegaría, un
presentimiento extraño comenzó a llenarle de malos pensamientos. El
siempre sonriente Apolo se sumió en la tristeza y comenzó a rehuir a la
gente. En vez de cruzar las grandes capitales, atestadas de personas bien
vestidas, olores exquisitos y teatros repletos de música y artistas, Apolo
siguió su camino transitando los bosques solitarios y los caminos apartados
de la humanidad.
Una mañana lluviosa de primeros de marzo tomó la decisión de volver a
casa y contentarse para toda la eternidad con la suerte que le había tocado.
Se sentó a las orillas de un río que discurría a gran velocidad y comenzó a
tirar piedras sobre la superficie ondulada del agua. De pronto, el río se
separó en dos y a través de las cortinas de agua que se elevaron formando
una cresta, apareció una criatura, tan grácil y hermosa como un cisne en
pleno vuelo, tan misteriosa y sigilosa como la luz anaranjada del
crepúsculo. Los ojos de Apolo se llenaron de admiración cuando el vestido
largo y vaporoso color lavanda de la muchacha, la envolvió como una
bruma suave, cargado de magnetismo. Toda la energía perdida volvió al
pecho del hijo de Zeus y por primera vez en su existencia sintió un aleteo en
la boca de su estómago que le dio prácticamente ganas de volar. La criatura
se percató de su presencia pero sus ojos no brillaron expectantes, tampoco
su boca se ensanchó en una amplia sonrisa. Simplemente le miró con unos
insondables ojos verdes como las profundidades del río y su pelo largo y
oscuro como la noche le tapó el rostro blanquecino.
—No deberías tirar piedras al agua, ahora mi padre está molesto —le
regañó, con una voz directa y sería desprovista de las ondulaciones
femeninas que Apolo tantas veces había apreciado en las mujeres que lo
cortejaron en el pasado.
—Lo siento —se excusó precipitado—. No sabía que bajo esas
profundidades había alguien. Por cierto, soy Apolo —dijo tendiéndole la
mano de forma amistosa—. ¿Quién eres tú? ¿Y quién es tu padre?
La criatura comenzó a dar pequeños pasos sobre la superficie ondulada
del río, obviando de forma deliberada la mano tendida del Dios del Sol, que
experimentaba por primera vez en sus propias carnes la indiferencia. Alzó
sus ojos al cielo buscando el sol e invocándolo con la mente consiguió que
su aura se expandiera a su alrededor y tocara de paso a la joven muchacha.
En cuanto eso sucedió, ella detuvo su marcha y se giró hacia él. Apolo
fijó su potente mirada en ella esperando ser adorado. Pero no había
incandescencia ni deseo en los enigmáticos ojos de la mujer sino una
importante dosis de indiferencia, y eso sumió al dios en la confusión, ya que
nunca nadie se había resistido a la calidez del sol.
—Soy Dafne, la hija del río. Por favor aléjate de nosotros, no nos gustan
los extraños y más cuando son tan ignorantes como tú y piensan que debajo
de las aguas no existe vida.
Y dicho esto, la hermosa Dafne volvió a sumergirse en las profundidades
de río que, una vez la absorbió en sus honduras, regresó a su estado natural,
siguiendo su curso como si nunca antes se hubiese fragmentado ni hubiera
escupido de sus entrañas a la única mujer que no había caído rendida a los
pies de Apolo.
El joven dios esperó a las orillas del río varios días seguidos, pero la hija
del río no volvió a aparecer. Aquella espera comenzó a molestarlo ya que
nunca antes había sido ignorado. Eran otros los que siempre le aguardaban a
él, eran otros los que se desesperaban cuando decidía no presentarse.
Asimismo, empezó a notar un dolor en las entrañas que no era dolor y un
ansia que no le permitía comer ni conciliar el sueño.
Al quinto día, hacia el crepúsculo, cuando el río parecía pulido con oro y
los robledos cantaban una hermosa canción al viento a través del follaje y
en cielo salió la luna como una encantadora antorcha, la espera se le hizo
inaguantable y volvió a lanzar piedras al río. Al principio lo hizo con
delicadeza, quería llamar la atención de Dafne, no molestarla, pero debido a
que ella no hacía acto de presencia, comenzó a tirar pedruscos grandes y
pesados que enturbiaban el agua y la desbordaban. A pesar del jaleo
formado, Dafne no apareció.
Enfadado, Apolo dio un puñetazo en una roca de granito que se partió al
instante en varios trozos desiguales. Agarró un pedazo con el pico afilado y
lo arrojó al río formando una impresionante riada que hizo que el agua se
desbordara e inundara los alrededores. En aquel momento, la superficie del
agua se separó y Dafne se materializó ante él. Su cintura esbelta y elegante,
su hombro liso y medio desnudo, llenaron los ojos de Apolo de una luz
apasionada. En cuanto la muchacha reparó en él, le fulminó con la mirada,
visiblemente molesta por el escándalo formado.
—¿Qué pretendes? —le espetó furiosa con sus enigmáticos ojos de gata
fijos en él.
—Hablar contigo —dijo él, de repente animado. Dio un paso al frente y
se adentró en el agua, dispuesto a aproximarse a ella.
—No te acerques a mí —le pidió la hija del río y detuvo su avance con
un gesto. Aquella mano pequeña y delicada tocó el pecho de Apolo para
detenerlo. Una extraña explosión de calor se formó en el interior del joven
dios que experimentó el deseo de que aquella mano no se despegara nunca
de él.
—Permítame presentarme de nuevo, soy Apolo, el Dios del Sol —dijo
él, dándose un baño de importancia antes sus ojos. Dio otro pasito con la
intención de tocarla pero ella advirtió su gesto y, caminando sobre el agua,
se alejó.
Apolo se detuvo comprendiendo que carecía de la habilidad de caminar
sobre el agua y le sería imposible alcanzarla.
—Apolo —dijo Dafne sin pizca de impresión en la voz—. ¡El Dios del
Sol! —añadió con ironía—. No deseo conocerte. Regresa al Olimpo y
déjame en paz.
Apolo no podía creer que su presencia estaba siendo rechazada y su
nombre como Dios del Sol estaba puesto en duda. Todos los que se
cruzaron en su camino hasta la fecha, ya fueran dioses, criaturas
sobrenaturales, ninfas o humanos ansiaron sus atenciones. Y eso que Apolo
no les había dedicado ni la mitad de la atención que le estaba dedicando a
Dafne.
Decidió hacer un último intento para deslumbrarla. Regresó a la orilla y,
cogiendo su arco, disparó hacia ella una flecha, que no era otra cosa que un
rayo de sol. Nadie podía resistirse al calor de un rayo de sol. La flecha
travesó el aire y se clavó primero en la tela vaporosa de su vestido color
malva, después en sus carnes, a la altura del corazón, revirtiendo un baño de
luz alrededor de la muchacha convirtiéndola en un ser hermoso e hipnótico
que terminó por robar el corazón de Apolo, se quedó mirando embobado su
rostro resplandeciente, sus ojos hipnóticos y sus labios rosados como un
capullo de rosa a principio de primavera. Le tendió la mano esperando su
rendición pero ella, lejos de dar pasos hacia él, se quedó petrificada en
medio del arroyo.
—He sentido algo, una mezcla extraña de bienestar y anhelo… no
vuelvas a usar tus dones celestiales conmigo porque nada de lo que hagas
hará que cambie de decisión.
—¿Por qué? —quiso saber el joven dios, totalmente desconcertado—. Si
todavía no lo has comprendido estoy dispuesto a darte algo que nunca antes
había entregado a nadie: mi corazón y a mí mismo.
—No deseo tu corazón —le aclaró y un intenso brillo iluminó sus ojos
—. Eres hermoso y atraes como el mismo sol, pero no tengo ojos para verte
ni sucumbir ante ti.
¡¿Qué no deseaba su corazón?! El ego dolido era una sensación tan
sumamente nueva y desconocida que Apolo no sabía cómo gestionarla.
Sintió un intenso fuego devorarle el pecho y un ardor penetrante apoderarse
de sus ojos. Al instante todas sus buenas intenciones se convirtieron al
instante en furia.
—No sabes qué suerte tienes de que me haya fijado en ti —dijo con
prepotencia, más decidido que nunca de que aquella criatura sucumbiera
ante él.
—No lo sé ni me importa, ¿y sabes por qué? —Dafne le fulminó con la
mirada preparándose para sumergirse de nuevo en las profundidades del río
—. Porque amo a otro hombre. Es el hijo del bosque, el elegido de mi
corazón.
Y dicho esto se dejó abrazar por las cortinas de agua que le rodearon
primero las piernas, la falda vaporosa del vestido, luego el torso, las manos
y por último su abundante cabello negro como la noche.
Apolo se quedó solo en el claro envuelto en el manto azulado del
crepúsculo. Un viento ligero sopló entre los árboles y las flores inclinaron la
cabeza, como si de repente se hubieran marchitado. Necesitó tiempo para
serenarse y tomar una decisión. La situación hasta el momento le era
desfavorable puesto que la hija del río había entregado el corazón al hijo del
bosque. Pero, Apolo era el hijo del creador del mundo; con seguridad, su
padre, el gran Zeus, invertiría los roles en aquella relación de tres y le
ayudaría a sanar su corazón.
En cuanto decidió llevar el conflicto ante Zeus, se fue a la cima de la
montaña más alta y lo invocó. Estaba atormentado así que recogió en sus
brazos un puñado generoso de rayos del sol y los repartió a los cuatro
vientos creando un colosal desbordamiento de luz que iluminó el mundo
entero desde las grandiosas cimas del Olimpo hasta los confines más
alejados de la tierra. Ante ese resplandor, Zeus, el portador del rayo, abrió
las puertas del Olimpo que temblaron de arriba abajo ante sus firmes
pisadas. Las nubes gruesas y opacas que envolvían el cielo empezaron a
burbujear ante su rugido permitiéndole sentarse sobre las alas del viento que
lo llevaron en un abrir y cerrar de ojos con Apolo.
—¡Padre! —le saludó ansioso en cuanto reparó en su presencia—. Debes
ayudarme, estoy desesperado.
Zeus se acercó a él y tendiéndolo las manos le obsequió con un
esplendor celestial que traspasó los músculos tensos de Apolo para
inundarlo de sosiego y calma.
—¿Qué ocurre hijo mío? —le habló con voz paternal al advertir que la
eterna sonrisa de la cara de su hijo estaba ausente por completo—. ¿La
Tierra no es lo que esperabas? —Lo miró comprensivo—. ¿Anhelas
regresar a casa?
—Antes de hacerlo —respondió Apolo con los ojos en llamas—, deseo
que una muchacha, en concreto la hija del río, me entregue su corazón.
Quiero que todo se asiente serena y bellamente en mi vida y si la tengo a
ella, lo lograré.
—Entonces, has conseguido tu propósito —los brillantes ojos de Zeus se
llenaron de orgullo—. Si tan hondo ha calado esta muchacha en ti significa
que el invierno que heló tu interior se ha transformado en una alegre
primavera. ¡Conquístala! —le animó su padre, desconcertado ante el fulgor
de angustia que observó en los iris celestiales de Apolo—. ¿No es eso lo
que tanto deseabas?
—¡No puedo conquistarla! —se sinceró el Dios del Sol fastidiado—. He
llegado demasiado tarde, padre. Dafne ha entregado su corazón al hijo del
bosque.
Apolo le dedicó a su padre una mirada implorante.
—Tú eres el creador del mundo, de las montañas, de los cielos, de los
bosques y de los mares, haz que el hijo del río desaparezca o que Dafne
deje de amarlo.
El ceño de Zeus se arrugó mientras observaba a su adorado hijo con
seriedad.
—Es cierto, soy el creador y el dios absoluto de todo, capaz de quitar y
devolver vidas, de enviar a la tierra calamidades y tormentas, puedo verter
sobre el mundo enfermedades que siembren la muerte y la desesperación
colmar a la gente de alegrías y dichas. Sin embargo, cada regla tiene una
excepción y esta no iba a ser menos. No puedo mandar en el corazón de
ningún ser o criatura, ya sea celestial o humana, me es imposible influenciar
sus almas. Cada ser tiene completo dominio sobre lo que siente y para quien
lo siente.
El rostro de Apolo se ensombreció.
—¿Entonces todo está perdido? —preguntó incrédulo.
—¡No te desanimes! —Zeus sonrió—. Estás acostumbrado a abrir la
boca y obtener aquello que deseas; de lo normal nadie tiene tu misma
suerte. Debes aprender a luchar, a mantenerte firme contra las adversidades.
No es malo caerse, suspirar, sumergirse en la tristeza y levantarse, con más
ganas con más fuerza, mil veces más fortalecido.
—¿Entonces cuál es tu consejo? ¿Sugieres que vuelva al río para
implorar?
—Conquistar no es lo mismo que implorar. Debes sacarles brillo a tus
cualidades, acariciarla con los cálidos rayos del sol, enamorarla poco a poco
para que el elegido seas tú. No dudo ni por un segundo de que puedes
hacerlo.
Un fulgor de esperanza iluminó los ojos de Apolo.
—Gracias padre por tu valioso consejo. Regresaré ahora mismo y
conquistaré a la hermosa hija del río, cueste lo que cueste. Le escribiré
canciones que podrán competir con el canto más exquisito de los pájaros,
recitaré poemas llenos de palabras sentidas y amor, la invitaré a bailar y
arrancaré amplias sonrisas de sus labios contándole bromas y chistes
divertidos.
Zeus asintió con un gesto y rodeó los hombros de su amado hijo.
—Eres impetuoso como siempre, querido Apolo. Pero te olvidas de un
pequeño gran detalle. Cuando bajaste a la Tierra te dije que debías de pagar
un precio. Ha llegado la hora de cumplir con ello.
—¿Y qué debo hacer?
—Regresar al Olimpo. Tu castigo consiste en que no podrás volver a la
Tierra en un milenio.
Apolo abrió los ojos, perplejo. Sintió frío, como si llevara una generosa
porción de nieve derritiéndose por su cuello, rezumando por su espalda.
—¡Es demasiado tiempo! —protestó—. Dafne no vivirá tanto tiempo,
padre. Si me pides eso me condenas al fracaso y arrojas a la mujer que
quiero en brazos de su amante —Apolo apretó los puños en su divino
pecho, gimiendo; hubiera querido derramar lágrimas para sofocar el
remordimiento que sentía. Pero no pudo. ¡Los dioses no tenían el derecho ni
el poder de derramar lágrimas alguna vez! Esto era un lujo del que solo los
humanos podían disfrutar.
—Los humanos y las criaturas terrestres viven muchas vidas, hijo mío.
En esta, Dafne no será para ti. La próxima vez que bajes, si sigues mis
consejos, ella será tuya.
—Pero no podré encontrarla, acabas de decir que viven muchas vidas —
Apolo se volvió amarillo como una cera consumida—. Con seguridad
dentro de mil años será una criatura diferente. Podría ser una muchacha
normal, la hija del aire o una sirena que viva bajo mar. ¿Cómo podré
reconocerla?
—Cierto —admitió Zeus—, pero si sigues amándola de verdad la
encontrarás. Además, en tu siguiente incursión terrenal en el año 2021
tomarás la forma de un humano, no recordarás quién eres de verdad hasta
que no llegue la hora.
—Padre, reconsidera mi castigo, te lo ruego. ¿No ves que estoy
sufriendo? —se lamentó indignado el hermoso Dios del Sol.
—El sufrimiento es tan necesario como la alegría y el bienestar —dijo
Zeus en tono comprensivo—. Es preciso que lo experimentes para tu
crecimiento personal. Ahora tu corazón está ardiendo, pero te prometo que
el paso del tiempo llevará consigo el olvido, el bálsamo divino más
codiciado. Borra el sufrimiento y revive, joven y alegre el corazón, la
esperanza y el deseo de vivir.
Y dicho esto, Zeus alzó sus brazos hacia el cielo y dejándose llevar por
las impetuosas alas del viento, flotó hacia el Olimpo arrastrando tras él a un
entristecido Apolo que regresaba a casa con el corazón partido.
Apolo en la Tierra
Año 2021
Eduard Stone se arregló la corbata estrecha de seda natural,
asegurándose de quedar justo en medio de los picos opuestos de su camisa
blanca, perfectamente planchada. Alisó con los dedos las solapas de su
chaqueta hecha a medida hasta dejarlas simétricas. Estudió con ojo crítico
su peinado y tras dar un último repaso a su cabello rubio, algo ondulado, se
quitó unas pelusas imaginarias de sus pestañas castañas que alumbraban
unos espectaculares ojos azules, nítidos como el océano.
Antes de separarse del espejo sonrió satisfecho y señalando con el índice
hacia sí mismo, dijo de buen humor:
—Amas la perfección, odias la tristeza y las cosas hechas a medias.
Dando su acicalamiento por finalizado se acercó al gran ventanal de
cristal que ocupaba toda la superficie exterior de su cuarto. El otoño era
bastante tardío y el cielo estaba nublado. En la terraza delantera a la
ventana, el viento traía consigo, en procesiones susurrantes, hojas amarillas
secas de los árboles desnudos del extenso jardín que rodeaba su casa. El sol
no se veía por ninguna parte y eso le quitó el buen humor de segundos atrás.
Eduard sentía verdadera predilección por el calor solar, y su intensa luz era
algo que influía de forma directa en su estado de ánimo.
Miró su reloj. Una de sus obsesiones más grandes era el tiempo. Como si
el paso del mismo por el manillar del reloj estuviera conectado con él de
una forma directa. No le gustaba malgastarlo ni toleraba la impuntualidad.
Nunca.
Un cuarto de hora más tarde llegaba a su oficina, situada en un moderno
edificio de cristal, destinado por completo al mundo empresarial. Eduard
Stone se ganaba la vida como representante de celebrities de mucho éxito
dirigiendo una de las agencias de representación más importantes de
Irlanda. Su plantilla formada por ciento dos trabajadores se afanaba en
cumplir a pie de la letra sus órdenes, ya que trabajar para Eduard no era
tarea fácil pero pagaba suculentos salarios e incentivos y poseía un
verdadero imán para atraer a la gente y mantenerla junto a él.
Nada más acceder al interior de Stone One, como se llamaba su agencia,
barrió con la mirada todos los asientos de sus trabajadores y al no encontrar
ninguno libre, sonrió. Le encantaba comenzar su jornada laboral de buen
humor y con todos sus empleados en sus puestos.
Al cruzar la sala saludó con una sonrisa y sintió como la buena energía
envolvía a todo aquel que se la devolvía. Tenía este extraño efecto en la
gente y contagiaba su estado de ánimo a quien se cruzaba en su camino.
—Señor Stone, desde la facultad de derecho nos envían a tres
absolventes de este año para realizar aquí las prácticas —dijo su secretaria,
Sarah, cortándole el paso. La mujer comenzó a hojear el expediente que
sostenía en la mano y de forma eficiente informó—: Resultados
sobresalientes, comportamientos impecables… ¿aceptamos a las tres?
—Nunca acepto todo lo que se me ofrece —la regañó—. Las empresas
que dicen sí a todo no tienen personalidad.
—Por supuesto, señor —se apresuró la empleada a darle la razón—.
¿Entonces elijo a la de la mejor nota?
—Sacar la mejor nota no es sinónimo de ser el mejor —Stone reflexionó
un instante—. Acepta a la que tenga un plus de algo… por ejemplo,
¿idiomas?
—Entendido, una de ellas, la señorita Dafne Ríos habla español y
francés, al parecer es de ascendencia española.
—Muy bien, que venga a pasar las pruebas preliminares. Llámala y dile
que esté aquí en una hora. Recalca la puntualidad.
—¿No es muy precipitado? No sabemos dónde vive… puede que no…
—Una hora —dijo mirando el reloj y señal de que los minutos
comenzarían a contar a partir de ese mismo instante.
Dafne Ríos tardó una hora y seis minutos y, nada más llegar, fue
informada de que había perdido la plaza de becaria ya que en Stone One no
se admitían los retrasos. Nadie supo cómo había llegado a cruzar la oficina
y se había presentado furiosa en el despacho del jefe para pedirle cuentas de
aquello.
—Buenos días, señor Stone —dijo algo cohibida cuando fue recibida por
una mirada gélida, tan fría como el cristal—. Me llamo Dafne Ríos y hoy
debía comenzar…
Eduard la analizó con detenimiento; tras la sorpresa inicial de verse
importunado de esa manera tan agresiva ya que nadie acudía a su despacho
sin una cita previa, se fue relajando. Los intensos ojos verdes de aquella
chica le resultaban muy familiares, hasta el brillo movedizo del enfado que
se apreciaba en ellos, lo había visto antes.
—Has tardado seis minutos, lo siento —se disculpó haciéndole un gesto
de despedida con la mano—. ¡Fin de la discusión!
Dafne en vez de acobardarse se acercó a su pupitre y colocó ambas
manos en el borde de madera lacada de su mesa de trabajo. Su cabello
negro como la noche sin luna se balanceó sobre sus costados y sus ojos se
clavaron en él de forma estática sin pestañear.
—Señor Stone, permítame que le diga que su decisión es injusta —tomó
aire—. Vivo a diez paradas en metro de aquí, le ofrezco la posibilidad de
comprobar por sí mismo si en una hora es capaz de hacer lo que yo esta
mañana. Si lo hace en menos de sesenta y seis minutos, que fue mi récord,
acepto su decisión.
Eduard la miró perplejo sin poder dar crédito a lo que presenciaba. Era
inaudito que una becaría le sacara los colores poniéndole en un aprieto de
ese tipo. Se levantó de su silla acercando su rostro al de ella, con la
intención de darle una dura lección pero al aproximarse, sintió un dejá vu
tan intenso que lo desconcertó. Varios flashes aparecieron en su mente,
haciéndole visualizar a aquella chica en diferentes imágenes. La vio
caminar sobre la superficie ondulada de un río envuelta en un vestido
vaporoso de tul color lavanda, notó la presión de su mano en su pecho y
después todo se diluyó en su mente como si de una acuarela se tratase.
Y de pronto, un clic iluminó la confusión que habitaba en su mente.
Llevaba esperando aquel instante muchos años. Demasiados para poder
contarlos. Eduard Stone recordó su verdadera identidad, el Dios del Sol.
Tenía aspecto humano y se comportaba como tal pero en realidad era hijo
de Zeus. La inconformista Dafne que peleaba con uñas y dientes por su
puesto de becaria no era otra que la hija del río, la única mujer que había
conseguido agitar su corazón. Una vez recordada su divina personalidad
recuperó todos sus poderes. Cambió la expresión fría de sus ojos por una
colmada de luz y calor y clavó en ella un rayo minúsculo de sol que la
alcanzó de pleno, deslumbrándola.
Atrapada en el hechizo, enderezó su cuerpo y dio un paso hacia atrás,
confundida.
—¿Quién eres tú? —susurró, con sus ojos fijos en Apolo.
El dios no respondió. Podía sentir todo derritiéndose en su interior como
la primavera, cuando sale el sol y transforma en alegres y ruidosos arroyos
los valles de las montañas. El amor renació en su pecho, estallando como
una explosión de alegría, deshelando el largo invierno que habitaba en su
interior desde hacía tanto tiempo.
—Señorita Dafne, queda contratada —dijo cuándo recobró un poco la
serenidad—. Sarah, mi secretaria, la ayudará en todo lo que necesite.
Ella pestañeó perpleja.
—¿Así, sin más?
—En este despacho no hacemos nada, así sin más —le sonrío,
clavándole otros dos rayos de sol en el pecho dejándola completamente
hechizada—. En cuanto terminemos la jornada laboral pienso acompañarte
a casa y comprobar tu coartada. ¿Te parece bien?
—Sí —balbuceó con sus enormes ojos de gata abiertos de par en par.
Apolo decidió que debía darle un respiro a la pobre Dafne ya que la
había deslumbrado bastante para ser el primer día de la nueva y maravillosa
vida que les esperaba.
—Ahora puedes irte, te deseo mucha suerte en tu nuevo puesto —la
animó con un gesto obsequiándole una de sus más arrebatadoras sonrisas—.
Bienvenida a Stone One, señorita Ríos.
—Muchas gracias, señor Stone por la oportunidad —dijo levantándose
de la silla, indecisa—. No se arrepentirá.
—Lo sé —dijo el Dios del Sol. ¡Y vaya que lo sabía!
Lo que Apolo desconocía era que el pasado siempre regresaba. El
todopoderoso Zeus había traído a su vida a la hija del río así como le había
prometido, aunque no le dejó el camino despejado, sino que encarnó
también al hijo del bosque, que ya ostentaba poder sobre el corazón de
Dafne.
¿Conseguiría esta vez Apolo ganarle la partida al amor?
FIN
Acuariana, nacida en Santo Domingo a finales de enero en 1997.
A. Bellerose vive actualmente en Islas Canarias, cuando no está
escribiendo, puedes encontrarla devorando libros para recomendar a sus
amigas lectoras. Su pasatiempo es replicar recetas que encuentra en
YouTube y al caer el sol suele caminar hasta la playa y sentarse a observar a
las personas, al mar y a todo lo que le rodea mientras habla de todo y nada
con su compañero, JM.
Hasta el momento ha publicado la Antología Taboo Wishes, en el cual
puedes hallar una variedad de relatos eróticos; Que nadie nos diga lo que es
el amor, una novela de romance erótico y tabú; y Diosa de La Luna, una
historia de fantasía juvenil.
Para conocer más de la autora y sus obras, visita su cuenta de Instagram
@abellerose_author
A. Bellerose
EL GUERRERO DE ATENEA
CAPÍTULO ÚNICO
Arrodillada en el altar, una mujer daba las gracias por haber sobrevivido
a una de las experiencias más traumáticas de su vida.
Dos días atrás, el hombre que una vez amó fue a buscarla al prostíbulo
con la promesa de reunirla con su hijo, de verdad creyó que lo haría. Se
trató de un engaño para llevarla consigo al muelle, convenciéndola de que
el niño la esperaba en una de las islas, ¡qué ilusa!
Su exmarido la dejó inconsciente tras brindarle un té para calmar sus
nervios, estaban mar adentro cuando empezó a sentirse mareada.
—Vas a reunirte con tu bastardo como prometí, espero que disfrutes tu
estadía en el más allá… —Eso último escuchó antes de perder la
consciencia.
Despertó en medio del océano, en plena noche de tormenta, atada y
amordazada en un bote salvavidas que las olas salvajes arrastraron con
fiereza. El tiempo se le hizo eterno, eventualmente sus párpados se
rindieron de nuevo. La siguiente vez que abrió los ojos estaba postrada en
una cama, siendo atendida por la mujer que la encontró varada en la playa.
—Hija mía, tus plegarias fueron escuchadas y también respondidas. —
Se giró ante la repentina voz femenina y enfrentó a dos figuras que nunca
había visto, pero que le parecieron extrañamente familiares, su corazón se
hinchó cuando ella finalmente los presentó—. Soy Atenea y este es
Ambrose, tu hijo.
Mile Bluett nació en La Habana y actualmente vive en México con su
esposo, su hijo y sus adorables perros Lichi y Coco Star Darcy. Estudió dos
carreras, Derecho y Psicología y una maestría en Psicoterapia. Escribe
desde la adolescencia y el amor a la literatura ha sido una constante en su
vida.
Es autora de la Saga Herederos del mundo: (I) Atrévete a sentir y (II)
Tierras Inhóspitas y (III) La Búsqueda del Arcoíris, de Buscándome te
encontré (2017), No te dejaré escapar (2018), Fuego en invierno (2018) y
Amor Sublime (2017). Todas sus obras han estado en el top 10 de Amazon
en diversas categorías, en Estados Unidos, España y México. Cuenta con
los Best Seller: Fuego en Invierno, Atrévete a sentir y Amor Sublime: estos
dos últimos estuvieron durante meses ocupando el número uno de sus
géneros.
En 2018 firma contrato con la editorial Penguin Random House y
publica bajo el sello Selecta: Prometo no enamorarme (2019) y la Serie
Amor Amor: Una esposa para el heredero (2019), Un ángel se enamora
(2019), Una marquesa enamorada (2019) y El deseo de una flor (2020). En
2021 publicará Para siempre Juliet.
Actualmente se encuentra enfrascada en su nueva serie Dioses Paganos
que dio inicio en junio de 2020 con Leif: Bello como el Sol de Medianoche
y continuó en diciembre 2020 con Dag: Luces del Norte.
La autora refiere: «Hay dos hombres en mi vida que son capaces de
hacerme temblar el alma. Uno tiene los ojos color del amanecer y el otro de
un tono de azul que aún no logro definir. Uno es mi esposo y el otro mi
hijo».
«Soy una mujer orgullosa de serlo. Pienso que antes de dar un paso hacia
atrás hay que dar dos hacia delante. Considero que, si le pusiéramos más
énfasis a la inteligencia emocional seríamos más felices y el mundo sería
menos cruel».
«Amo el agua, la música y mi laptop. El agua porque repara y nutre cada
célula de mi cuerpo, la música porque me regala inspiración y mi laptop
porque es ahí donde sucede la magia».
Mail: [email protected]
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett
Página Facebook: Mile Bluett Autora
Página Amazon: http://author.to/milebluett
Mile Bluett
ROSAS NEGRAS
Prefacio
Anne
Jadeo acostada en mi cama, cuando el rubio enorme que tengo encima
repta por mi cuerpo dejando un reguero de besos sobre mi trémula piel.
—¡Oh, por Dios! —se escapa de mi garganta cuando estruja con sus
poderosas manos mis senos y desciende hasta sumergir su cálida lengua
entre mis piernas.
Gimo sobrecogida ante su asalto. Solo consigo ver su cabellera salvaje,
sus hombros y su espalda; pero es una imagen tan erótica que me hace arder
de excitación.
Gruñe y se apodera de mis caderas, sin dejar de castigar mi intimidad.
Tiro la cabeza hacia atrás sobre la almohada y me deshago en un potente
y abrasador orgasmo.
Despierto de un vívido sueño y mi sexo aún palpita tras llegar a la
cúspide.
—¡Oh, diablos! —exclamo y miro a ambos lados del cuarto para
cerciorarme de que estoy sola.
Mis mejillas arden, seguramente ruborizadas, aunque sé que nadie se ha
dado cuenta.
¡Qué sueño tan loco! Lo más raro es que llevo un tiempo con ellos. Se lo
atribuyo a mi nula experiencia con hombres.
Dejo de compadecerme, abandono el colchón y me apuro para no llegar
tarde a la entrevista de trabajo, donde aseguran que llamarán y yo ruego
para que no lo hagan. Termino por desencantarme del puesto en cuanto
dicen que debo permanecer en el mismo sitio ocho horas seguidas. No sé
qué haré de mi vida. Siento que algo me falta, algo que esta noche podría
conocer al fin.
El resto de la tarde la paso fuera y el tiempo se extingue de prisa.
Llego a tiempo al apartamento y comienzo a alistarme para la salida
nocturna; me desvisto y me meto debajo del agua caliente.
Salgo de la ducha y me envuelvo en toallas, el cuarto de baño está lleno
de vapor. Camino hasta el lavamanos con la cabeza en las nubes, o más
bien, en el asunto que me preocupa y la imagen borrosa que devuelve el
espejo no se parece a mí. Unos ojos azules brillan en medio del vaho, que
limpio desesperada con una mano, hasta lograr ver reflejada y a totalidad mi
cara. ¡Demonios! Juraría que había alguien más, pienso confundida. Tengo
el rostro ojeroso. Mi hermana Libby comienza a apurar y yo saco la
secadora para hacerme algo decente en el pelo, sin quitarme lo sucedido de
la cabeza.
Trato de buscar una explicación razonable, deben ser las malditas
pastillas que me prescribieron para el insomnio. He tomado más de la
cuenta y siguen sin hacerme dormir de corrido.
Cuando llego a la habitación, veo diez rosas negras acomodadas sobre
las sábanas blancas. Niego. Siempre que me siento así, ahogada y como un
barco a la deriva, alguien deja estas flores. ¿Será que lo del baño no me lo
imaginé?
—¿Libby? —grito y reviso para ver si doy con el intruso.
Mi hermana llega corriendo y se queda tan asombrada como yo. La
responsabilizo; rehúsa.
—¿Quién diablos te deja las rosas? —pregunta intrigada.
—No juegues una broma así.
—No soy tan macabra. —Es muy cruda—. Ni siquiera para animarte
guardaría el secreto. ¡Pero si es Jerry lo voy a matar por meterse al
apartamento sin permiso! Solo falta que me encuentre desnuda.
—¿Y cómo diablos Jerry tendría la llave? Solo si tú, que mueres por
tenerlo por cuñado, fueras su cómplice. Hasta ahora el sujeto de las rosas no
había sido tan atrevido, las había enviado sin tarjeta. Dejarlas sobre mi
cama ya es demasiado.
—No soy aliada de Jerry. También es mi sospechoso. ¿Quién más
accedería a una copia de la llave? Es el único que se la pasa pegado a
nosotras y está obsesionado contigo.
—¡Mierda! ¡El reloj da las nueve!
En dos horas ya estamos en el lugar acordado y mirando a los ojos al
tipo que me ha citado.
Lo escucho darme largas y lo exprimo para que escupa lo que investigó
de una vez.
—¿Por qué no me aceptas un baile, rubia? —propone.
Lo último que me falta, que el cretino me quiera ligar.
—Suelta de una vez lo que indagaste, me estás colmando la paciencia —
le exijo.
—No hay nada, muñeca. Escudriñé hasta debajo de las piedras.
Libby me mira con cara de drama, mientras escuchamos al bandido
negar y cortar de cuajo todas mis esperanzas.
—No es posible que no haya rastros de mis padres biológicos, acta de
nacimiento o algo que me ate a mis raíces —me lamento.
—Me lo temía. La oficina de este hombre es un Night Club —espeta mi
hermana como si el susodicho no estuviera presente. La música es tan
ensordecedora que tal vez no la oyó, está más ocupado en beberse su shot
de tequila.
He gastado hasta mi último centavo en contratar a un detective que
investigue el paradero de quienes me dieron la vida. Necesito conocer el
motivo por el que no pudieron cuidarme. Ya los he perdonado, aún antes de
llegar a una conclusión. Bajo ningún concepto quiero pensar lo peor, que
me abandonaron porque no me amaban.
Pienso un argumento para recriminarle al detective por quedarse con el
dinero y no entregarme nada. Entorno los ojos para escupir la lava que me
está subiendo por la garganta. Ya es el quinto que contrato con idénticos
resultados; pero Libby no me deja proferir ni un solo insulto, me toma del
brazo y me aleja de su mesa.
Terminamos en medio de la gente que baila en la pista.
—¡Basta, Anne! —me exige con el ruido de fondo.
—Lo necesito.
—No puedo seguir apoyándote en esto. No si se lo sigues ocultando a
mamá y a papá.
—No quiero herir sus sentimientos.
—Les hiere más verte sufrir —afirma.
Mis padres adoptivos habían pasado varios años de su matrimonio
añorando tener hijos, y la vida no les había premiado con fertilidad. Tras
exámenes médicos y tratamientos, seguían intentándolo, aferrándose a un
pequeño porcentaje de poder concebir. Cuando aquella mañana de invierno
me vieron en la puerta de su casa, lo tomaron como un milagro divino.
Contrataron a un abogado, dieron parte a las autoridades y siguieron todos
los pasos para poder adoptarme de manera legal. No había terminado el año
de irme a vivir con ellos, cuando mamá se embarazó. Algunos se lo
atribuyeron a que, sin el estrés por el deseo de procrear, la naturaleza había
hecho su parte. Ellos me lo adjudicaron a mí.
No tengo recuerdos sin mis cariñosos padres y hermana; pero mamá y
papá decidieron ser sinceros y no guardar secretos. Era pequeña cuando lo
confesaron, y cada año retomaban el tema y ahondaban en la explicación.
Al principio me sentí herida. ¿Por qué no era su hija de sangre? Dijeron que
era hija del amor y terminaron por convencerme. Jamás sentí que me
quisieran menos que a Libby. Sin embargo, el hueco sobre mi origen sigue
robándome el sueño. Solo pretendo encontrar una respuesta a la pregunta:
¿de dónde demonios vengo?
Libby me abraza y lloro con la algarabía de quienes danzan felices a
nuestro alrededor. La música de Sia, ajena a mi dolor, comienza a
metérseme dentro y me muevo al compás. Bailamos como poseídas; pero
mi corazón no se engaña. Mis lágrimas se escurren nublándome los ojos,
hasta que la silueta de un atractivo extraño capta mi distraída atención. Se
gira hacia mí y un escalofrío me recorre entera. Aún no se me revelan los
rasgos de su rostro, pero su figura me sacude. Es muy alto y su actitud es
desafiante. Da unos pasos y me quedo sembrada al suelo. Siento un pálpito
familiar en el corazón. La vista nublada me obliga a limpiarme los ojos.
Cuando la visión queda clara, él ya no está. Parpadeo perpleja.
Camino al bar para desconectar. Pedimos unas copas de Martini y luego
de tomarlos, salimos de aquel lugar.
—¿Más calmada? —pregunta Libby en voz alta por el sonido de los
autos.
El aire fresco borra mis lágrimas.
—Vamos a casa —pido.
—¿Por qué no puedes olvidar y seguir adelante? Haz algo bueno con tu
vida. Encuentra un empleo. Acepta la invitación de Jerry o de otro de los
chicos guapos que te ruegan por una cita.
—Solo es un amigo y los otros tampoco me interesan.
—Jerry es un encanto.
—Te agradezco que intentes darme ánimos, Libby. No quiero ser
pesimista o negativa. Estoy en una etapa en la que no sé para dónde tengo
que encaminarme. Todo parece ir bien si miro en la superficie: bella familia,
carrera recién concluida, chico formidable interesado. ¿Y si es tan
maravilloso, por qué el corazón sigue doliendo? En lo profundo no olvido
que mis verdaderos padres se fueron. No sé qué haré en el futuro porque
mis expectativas como maestra están alejadas de la realidad. No he podido
encontrar un empleo que me satisfaga por más que me esfuerce. Y Jerry es
sensual, talentoso y amable; pero no me despierta mariposas en el
estómago, ni acelera mi pulso, ni me roba el aliento.
—¡Basta, Anne! ¡Me estás asustando! Creo que debes hablar con un
maldito psicólogo.
—¡Solo eso me faltaba! —chillo.
—Te empeñas en ver el vaso medio vacío.
—Libby, no le digas a mamá, ni por teléfono, ni el fin de semana, por
favor. No deseo preocuparla. La última vez se puso tan intensa que tuve que
acudir a un doctor y terminé con las pastillas para el insomnio que me
hacen más mal que bien.
—No creo que puedas ocultarlo. Eres muy transparente y tu cara…
—¿Qué pasa con mi cara?
—Ya no sonríes, Anne.
—No quiero ser así, pero siento que algo muy importante me falta, algo
que necesito desesperadamente encontrar.
—Mamá te hará preguntas hasta sacarte lo que te sucede.
—No viajaré a casa el fin de semana.
—Pero, Anne, llevas más de dos meses sin ir y no tenemos nada hasta el
miércoles.
—Tengo que encontrar trabajo, tú misma lo has dicho.
Llegamos al apartamento en Brooklyn donde vivimos, el que mi madre
heredó de su abuela, y la veo meter sus cosas en una mochila.
—Viajo mañana temprano —indica.
No suele empacar demasiado para ir a la casa de nuestros padres en
Nueva Jersey, pero esta vez la familia se reunirá en nuestra cabaña en las
montañas Poconos. Tenemos la costumbre de viajar a principios de agosto
para pasar unos días en familia. Libby no reclama más, pero sé que le
molesta saber que no tengo citas para entrevistas y que prefiero estar sola.
Antes de encerrarme en mi dormitorio, tomo un jarrón y lo lleno de
agua, siempre tengo uno conmigo, desde que mi pretendiente romántico le
ha dado por regalarme rosas. Aún son botones, supongo que al amanecer
abrirán.
No apruebo el gesto de Jerry, ni que irrumpa sin autorización, pero las
flores son lindas y no las dejaré deshidratarse. Sé que tengo que frenarlo y
no ilusionarlo con una relación que no se dará. ¡Y quitarle la llave o
cambiar la cerradura! Es lo más sensato.
Me desvisto con esa determinación y me dejo caer en ropa interior sobre
la cama, me cubro e intento dormir.
Despierto hacia las cuatro de la mañana, sobresaltada, por una pesadilla.
Otro sueño recurrente en el que estoy enamorada de un hombre que no
puedo ver, él está de espaldas y yo le imploro; pero nada de lo que haga o
diga lo hará volverse para mirarme. Y su figura es idéntica a la del tipo del
bar, tal vez por eso lo vi atractivo y creí, erróneamente, que caminaba hacia
mí; cuando quizá ni siquiera me notó entre el gentío.
El recuerdo de que alguien tiene la llave de mi piso se cuela en mi
cabeza. La duda me abruma. ¿Y si no es Jerry? Me tapo hasta el cuello y
me ciega la oscuridad.
Como puedo me levanto, envuelta en la sábana, y voy de puntillas hasta
el interruptor de la luz. Suspiro. Continúo sola. Me acerco a las rosas y las
examino de cerca, siempre me ha intrigado. No parecen tintadas. Pongo en
el explorador del móvil «rosas negras», y para mi sorpresa, sí pueden
cultivarse; aunque muy lejos. Estamos en Nueva York, aquí todo es posible.
Leo un poco más, dice que la única rosa negra original, o rojo muy oscuro
que engaña a la vista, es la de Halfeti, una región de Turquía, pero que si se
trasplanta a otro sitio no florece de ese color.
Frunzo el entrecejo, los otros tipos, son híbridas. Estas ni siquiera se
parecen a las turcas, son como el ónix.
Observo el frasco de benzodiacepina, tomo una para que me ayude a
conciliar el sueño unas horas más. Y poco a poco caigo rendida.
Hacia las ocho, Libby intenta arrancarme de las garras de Morfeo.
—¿Estás segura de que no irás? Destrozarás el corazón de mamá.
—He dicho que no —balbuceo adormecida.
—Las llaves del auto están sobre la cómoda, yo tomaré el metro.
Se rinde y escucho sus pasos alejarse rumbo a la puerta.
A la una de la tarde reacciono, me doy una ducha, desayuno y la vocecita
demandante de mi hermana me recrimina en la conciencia.
Termino por hacer mi equipaje, tomar las llaves y decido manejar hasta
Poconos; pero antes me armo de valor para resolver un asunto pendiente.
Cuando Jerry me abre la puerta de su apartamento me mira sin podérselo
creer.
—Te hacía con tu familia.
—¡Dame la llave! —le exijo elevando la vista para encontrar sus ojos.
—¿De qué hablas, Anne?
—¿Las rosas negras? Es un gesto lindo, pero ya es suficiente. No es
correcto que entres sin permiso al apartamento que comparto con mi
hermana. Por lo mucho que te conozco descartaré que es algo escalofriante
hacerte de una copia de las llaves, pero…
—¡Alto, alto! No sé de qué demonios estás hablando.
Los ojos color aceitunas de Jerry, dejan de ser risueños como de
costumbre y se vuelven serios.
—No es el momento de seguir fingiendo.
—Nena, me conoces. Me habría encantado ser el responsable, porque
ahora estoy preocupado. ¿Quién diablos te está acosando?
—¿Acosando? —No se me había ocurrido usar esa palabra.
—Debes cambiar la cerradura ya.
Lo miro y no puedo esconder mi inquietud.
—Me estoy yendo con mis padres.
—Si lo deseas, puedes dejarme a cargo y para cuando vuelvas asunto
resuelto. Tienes que reconocer que es muy extraño.
Odio tener que darle la razón. Le dejo mi llave e intento darle dinero,
pero se niega a aceptarlo.
—Te lo agradezco, Jerry, y disculpa irrumpir aquí haciéndote
responsable.
—No deberías conducir hasta allá en ese estado. Quédate aquí, y regresa
a casa cuando ya sea seguro.
—Ahora más que nunca necesito estar fuera unos días.
—Aún no puedo creer que pensaras que yo… Me gustas, Anne, nunca lo
he negado, aunque te empeñas en dejarme en la zona de los amigos.
—Y me siento halagada. Eres un hombre muy dulce y…
—No tienes que explicar.
—No quiero perderte, pero si eso te permite prosperar en otra dirección,
no te cortaré las alas.
—Somos amigos y lo seguiremos siendo, aunque yo tenga que aceptar
que solo me ves de esa forma.
—Te quiero, tonto. Hay una chica por ahí que será más afortunada que
yo, cuando se gane tu corazón.
Me despido de él hacia las cinco con un abrazo. Subo al auto y acelero.
Tras un rato la ciudad queda atrás.
Mis dedos no dejan de moverse sobre el volante, tamborilean, pero no
por la melodía de Homeless de Leona Lewis, que se reproduce. Son mis
nervios. Asumo que debí desistir de este viaje, cuando Jerry lo propuso. La
noche no tarda en caer y transito por una enorme carretera bordeada de
árboles gigantescos.
Cuando por fin arribo. Suspiro. Constatar que Jerry no es el intruso sigue
atormentándome. Me recrimino por haberme confiado. La paz que sentí de
saberme en casa, con los míos, se desvanece cuando veo la cabaña a
oscuras. Asumo que no estarán lejos, quizá fueron al pueblo a cenar. Mis
suposiciones se esfuman cuando veo el buzón con propaganda local, como
si nadie hubiera estado por aquí desde hace meses.
Maldigo al recordar que no tengo las llaves.
Telefoneo a Libby de inmediato.
—¿Dónde están? —indago.
—En casa. ¿Tú cómo sigues?
—Estoy en la cabaña en Poconos.
—¡Mierda!
—Solo eso dirás. ¿Por qué no me avisaron que no viajarían?
—El auto de papá se descompuso y la rotura tardará unos días en
arreglarse, así que nos quedamos aquí.
—¡Carajo! ¡Tendré que pasar la noche en un hotel!
—¿Y tú por qué no dijiste que irías directo para allá?
—Me entró remordimiento después y descubrí que Jerry no es el de las
flores.
—¿En serio? ¿Quién se metió al apartamento?
—No lo sé. Solo quería estar con ustedes.
Hago una pausa mientras escucho a Libby poner al tanto a mi madre.
—Dice mamá que vayas con el vecino que tiene una llave extra, que
pases la noche en la cabaña y mañana vengas para acá.
Vuelvo a encender el motor y conduzco despacio hasta su dirección. Es
una casa de madera rodeada de espesa vegetación y cercana al lago, tal
como la nuestra. Por fortuna las luces están encendidas. Estoy indecisa por
molestar, a punto de desistir y buscar un hotel. No tengo que hacerlo. Aún
no me he bajado del vehículo cuando abre la puerta. Hago lo mismo y me
dirijo a la entrada.
¡Santo vecino! No veo ni rastros de Carl. Quien me recibe es otro
individuo, parecido al sujeto del bar y de mis sueños. El hombre es muy
alto, con la piel pálida y dos piernas que parecen robles enfundadas en
vaqueros. Cabello muy rubio en un corte asimétrico hacia la barbilla, que le
da un estilo salvaje. Camisa a cuadros negra y blanca, con las mangas
recogidas hasta los musculosos antebrazos. Inhalo y me esfuerzo por
disimular mi sorpresa. Él se queda muy quieto observándome, mientras
avanzo en su dirección. Es el tipo más sensual que he visto en mi vida, tanto
que me logra poner nerviosa, solo por tener que intercambiar unas palabras.
Le ordeno al cerebro enfocarse y a mis hormonas entrar en control.
—Hola —pronuncio como tonta y me recrimino para mis adentros.
—Hola —dice el extraño y su voz grave hace que un escalofrío recorra
mi espina dorsal.
Trato de presentarme, comunicar a lo que he venido y soy víctima de una
rara condición, que me deja congelada.
—¿Se encuentra Carl? —logro desatascarme.
—No —pronuncia escuetamente y no deja de mirarme al centro de las
pupilas, como si escaneara mis emociones o se le hiciera graciosa mi
reacción.
—¡Oh! —Mierda, sigo sin palabras que pueda externar, porque en mi
interior parezco una cotorra charlando conmigo. No suelo comportarme
como idiota delante de nadie, pero este semental, no se me ocurre otra
palabra para definirlo, es el primero que me hace quedar como una
muchacha de poco mundo, que no ha tenido ante sí un espécimen
semejante.
—¿Vienes por la llave? —pregunta para mi alivio. Eso me simplifica las
cosas. Solo quiero huir.
—Sí —continúo hecha un manojo de nervios.
—Tu madre habló y me explicó tu situación. —¡Bravo, madre, por
informarle a este desconocido que pasaré la noche sola en la cabaña!—. Soy
el sobrino de Carl —se presenta.
—¡Vaya! No sabía que tenía un sobrino.
Carl es un señor de más de sesenta, calvo y de baja estatura, que
físicamente no se parece en nada al que tengo en frente.
—No habla mucho de la familia. ¿Cómo te llamas?
—Soy Anne Appleby.
—Balder… Odinsson.
—Mucho gusto. —Al fin me comporto civilizadamente.
—Supongo que no tendrás nada para cenar. Estoy cocinando. ¿Te
gustaría acompañarme?
—Acabo de manejar más de dos horas, solo quiero descansar.
—Pero tienes que alimentarte. Solo te evito tener que conducir hasta el
pueblo.
—Te lo agradezco, pero tengo que irme.
Tomo la llave, intento mantenerme firme para no temblar cuando su
mano roza la mía. Hago un ademán para despedirme y salgo disparada al
auto.
La cabaña de mis padres está justo como la última vez que la vi. Adoro
su olor a madera. Dejo mis pertenencias y me acerco al refrigerador que
permanece vacío al igual que las alacenas. Ni siquiera hay café para
preparar. Me contento con un vaso de agua del grifo, mientras escucho a
mis tripas crujir. Debí aceptar la invitación del sobrino de Carl.
Niego ante mis ideas.
Decido salir a comer, dar un paseo y aprovechar lo que queda de la
noche o se me hará eterna y más con mi insomnio.
Cuando vuelvo a arrancar el auto, parpadea el ícono de la gasolina.
Maldigo al darme cuenta de que casi no me queda. Recuerdo lo que dice mi
padre, que al menos debe bastar para aproximarse a una gasolinera cercana.
El detalle es que no estoy segura de cuándo comenzó a titilar. Hago una
mueca y conduzco, rogando para mis adentros que alcance. Y justo a
doscientos metros de la gasolinera el motor se apaga.
Me bajo, doy un portazo y pateo una llanta. Tomo un depósito de mano y
decido avanzar a pie. Unos motociclistas en Harley-Davidson no tardan en
aparecer. No volteo a verlos y espero que sigan de largo, pero no tardan en
comenzar a fastidiarme.
—¿Te quedaste sin gasolina, hermosa? Podemos llevarte —me ofrece
uno.
—No es necesario ya casi llego —contesto.
—Es peligroso que una chica linda como tú ande sola por esta calle.
Sube —ordena el que parece ser el líder, cortándome el paso de un modo
violento con su moto, lo que me hace echarme con rapidez hacia atrás. Se
ve que han estado bebiendo por el tono de sus voces.
—No te preocupes por mí, sé cuidarme.
—¡Súbete a la moto, rubia!
—¡No! ¡Déjame en paz!
Me asusto. Son cinco y no parecen decentes. Ahora pienso que no debí
salir. Puedo ver las luces de la gasolinera desde donde estoy, pero no creo
tener éxito si me lanzo a correr. Piensa, Anne, piensa. No llevo más que el
móvil y el depósito de plástico, lo aprieto, decidida a lastimar al primero
que se me acerque demasiado.
Cuando el hombre se baja de la motocicleta y avanza hacia mí, me siento
perdida. Me agarra de la muñeca y con la otra mano lo golpeo con todas
mis fuerzas. Y antes de poder escapar, otro de ellos me sujeta de la cintura
desde atrás. El líder se sacude para despejarse del aturdimiento y vuelve a la
carga contra mí.
—¡No me hagas enfadar! ¡Solo quiero ayudarte! —brama.
Le permito aproximarse y me preparo para pegarle en la entrepierna con
la rodilla, sé que no podré contra todos, pero no me quedaré de brazos
cruzados.
Un ruido a nuestras espaldas nos hace volvernos. Una camioneta
Chevrolet Colorado frena de golpe. Es Balder, que ha aparecido como caído
del cielo. Derriba a uno de los motociclistas de un golpe en la mandíbula.
Los otros se ponen en guardia.
—¡¿Tú quién demonios eres?! —le grita mi primer atacante—. ¡No te
entrometas!
Sin abrir la boca para contestarles, Balder comienza a propinar
puñetazos, como una máquina asesina. Su agilidad y su fuerza empieza a
dejarlos uno a uno fuera de combate. Los dos últimos, como unos cobardes,
se suben a sus motos y se las echan encima. Balder, en vez de apartarse,
camina hecho una fiera hacia ellos, ruge de ira y frena las motos con sus
manos. Hasta levantarlas dos metros del asfalto, y arrojarlas con sus
ocupantes a varios pasos de nosotros.
Tiemblo. No sé qué me ha asustado más. ¿Es posible que un hombre
tenga fuerza suficiente para…? Balder es poderoso como una montaña y
supongo, que por la adrenalina del momento lo sucedido pueda ser posible.
Me extiende la mano y aún palpitando, se la tomo.
—¿Estás bien? —pregunta al fin, y la veracidad de la preocupación en su
voz me tranquiliza.
—Sí. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste en el momento justo que te
necesitaba?
—Ya no importa, solo saber que no te lastimaron.
Sin darme tiempo a reaccionar me alza en sus brazos como si fuera un
crío y camina conmigo hasta que me deposita en el asiento del copiloto de
su camioneta. Hace una llamada, le indica a alguien que se ocupe de mi
vehículo y conduce de regreso a mi cabaña.
—Estás a salvo —me dice cuando me abre la puerta y me desajusta el
cinturón.
Me bajo y le agradezco por rescatarme. Estoy muy conmovida… y
confundida. Lo invitaría a pasar y le ofrecería una bebida, pero recuerdo
que no tengo nada. Me contento con cerrar la puerta tras él mientras sus
pasos se alejan.
Ni siquiera he entrado al dormitorio cuando escucho que llaman a la
entrada. Me cercioro de quien se trata y lo dejo pasar.
—Traje un poco de lo que cociné para que no te vayas a la cama sin
cenar —me ofrece Balder.
Me extiende un recipiente con lasaña y una botella de vino tinto.
—No sé si pueda probar bocado luego del susto —admito.
—Inténtalo.
—¿Te gustaría acompañarme? —pregunto indecisa.
Asiente. Preparo la mesa y él me ayuda a colocar la vajilla, a servir la
comida y la bebida.
Tomo una copa entre mis manos y bebo un sorbo muy largo.
—Gracias de nuevo —reitero consciente del mal que me libró.
—¡Son unos idiotas! ¡No debes caminar sola por la noche en una calle
solitaria!
—No lo hubiera hecho de no haberse terminado la gasolina.
—Ya no pienses en lo ocurrido, trata de olvidarlo y alimentarte.
Cojo un trocito de la lasaña con el tenedor y me lo meto a la boca. Tiene
un sabor delicioso. Y como un poco más, pero no puedo pasar del quinto
bocado. El hambre se me ha quitado.
—¿Cómo pudiste levantar las motos a la vez y lanzarlas sin hacer gran
esfuerzo? —termino por decir lo que no me saco de la cabeza.
—Hago muchas pesas —contesta sin levantar la vista de su plato.
—¿Y cómo sabías que yo necesitaba ayuda?
—Fue casualidad.
—Una muy conveniente. Ha sido una suerte que Carl tuviera un sobrino
—espeto, pero no le creo nada y él lo sabe.
—Debió presentarnos antes.
Mi móvil vibra y no tardo en contestar, aunque lo que quiero es seguir
interrogándolo. Es mi madre. Me alejo para contestar, pero sin quitarle la
vista de encima a Balder.
—¿Estás bien, Anne? —Su voz suena inquieta.
—Sí, mamá. —Obvio todo lo sucedido.
—Gracias a Dios, cielo. Estoy preocupada. Volví a telefonearle a Carl
para agradecerle y no contestó, así que decidí marcarle al móvil. Me dice
que no tiene ningún sobrino, y menos que se esté quedando en su
propiedad. Carl está en el pueblo en la casa de su hijo. Ya dio parte a la
policía. ¿Tuviste contacto con el hombre? ¿Lo viste?
—No lo hice. Me quedé en un hotel —miento muy rápido y me
desconozco. Debería estar aterrada.
—Mejor no vayas por la cabaña hasta que todo se resuelva. Viaja
mañana temprano.
Parpadeo y Balder ha desaparecido del comedor. No sé cómo pudo
escabullirse tan rápido. La llave de la entrada sigue en la cerradura por
dentro.
Unos toques en la puerta me hacen ponerle una excusa a mi madre y
cortar la comunicación. Es la policía, me preguntan por la intromisión a la
cabaña cercana. Vuelvo a negar haber tenido contacto con el supuesto
intruso. Solo espero que mis padres no sean interrogados o descubrirán mi
engaño. Me refieren que en la morada de Carl todo está como lo dejó, no se
explican quién le salió al teléfono a mamá.
Cuando me libro del revuelo causado, reviso la estancia y no encuentro
rastros de él. ¿Quién desaparece en un pestañeo? Asomo la cabeza al
exterior y su camioneta sigue estacionada en mi entrada. Me meto al
dormitorio, arrepentida de haberlo protegido. No sé quién es Balder en
realidad, o si ese es su nombre.
Diez rosas negras, sobre la cama me alarman. Respiro agitada y corro en
busca del móvil. ¿Cuál fue la palabra que usó Jerry? ¿Acosador? Es Balder.
Tal vez me siguió desde Brooklyn. ¿Qué quiere hacer conmigo? Muero de
pánico. Casi puedo escuchar los latidos de mi corazón. Y antes de digitar el
911 en la pantalla del teléfono, el móvil sale disparado por una fuerza
invisible y termina en la mano de Balder.
—¿Qué demonios eres? —lo enfrento y el valor me brota desde las
entrañas.
—Nanna —me dice y sus ojos se encienden de color azul fluorescente,
para regresar en segundos a su tono natural.
—Soy Anne.
—No debía acercarme a ti, pero no tuve otra salida. Tuve una visión,
ibas a venir hasta tu cabaña, la encontrarías solitaria y cerrada, y regresarías
al pueblo a pernoctar en un hotel. A medio camino —hace una pausa para
tragar y yo retrocedo hasta la cama donde caigo sentada sin dar crédito a lo
que escucho y veo—, la gasolina iba a terminarse y tomarías la pésima idea
de caminar. Ellos iban a dañarte y yo no podía permitirlo. Creí que
cambiaría tu suerte si movía los hilos para que tuvieras la llave. Incluso te
ofrecí cenar. Pero era tu destino, no importa lo que yo hiciera. Fuiste al
encuentro de esos canallas.
—¿Balder Odinsson? —susurro y trago—. ¿Como ese Balder, el hijo de
Odín, que muere cuando Loki engaña a su hermano ciego, para que le lance
una flecha hecha de muérdago?
—Como tu esposo, el dios por quien moriste de pena y con quien fuiste
incinerada en su nave, el padre de tu hijo Forseti.
Yo había leído por curiosidad sobre mitología nórdica y recordaba un
poco a Balder, el más amado de los dioses por su belleza, sabiduría y gracia.
Su historia era triste. Su muerte trajo dolor y fue el primero de otros eventos
que llevaría a la destrucción de los dioses, en la batalla del fin del mundo, el
Ragnarök.
—¡No, no, no! ¿Cómo puedes ser un dios?
—Dios de la paz, la luz y el perdón. ¡Y tú eres mi diosa!
Sería más lógico pensar que he perdido la cordura o que es mi loco
acosador. Pero él… no se comporta como un humano.
—Nuestro destino era renacer en el nuevo mundo y reinar junto a los
hijos de Thor. No debía cruzar palabras contigo, Nanna. Ese fue el trato
para que vinieras a la tierra o de lo contrario las puertas del inframundo se
abrirían y serías arrastrada a su interior. Cuando Thor al fin pudo
rescatarme, solo consiguió sacarme a mí. Enfurecí cuando descubrí que te
había dejado atrás e hice lo imposible para que pudiéramos estar en el
mismo plano. Y Hela puso a prueba tu amor. Solo podías escapar del
Helheim, el reino de la muerte, si aceptabas nacer y vivir como humana…
—Es mejor que te vayas… La policía te busca. Las rosas negras… debes
parar —espeto sin entender el peligro en el que estoy. No puedo asimilarlo.
Ni siquiera puedo aceptar que él y yo seamos...
Lo lógico sería temerle y huir, pero su dolor se ve genuino y termina por
volverme su aliada.
Balder se me acerca, me mira con ternura y me abre los brazos
ofreciéndome refugio. Vacilo.
—Sé que no me recuerdas y que no me crees, pero he estado a tu lado
siempre, en las sombras. Las flores eran una forma de reiterarte mi amor.
Se sienta a mi lado y sus ojos vuelven a brillar. Me toma el rostro entre
sus manos y yo no opongo resistencia. Se acerca tanto que su aliento me
roza.
—Borraron tu memoria, amor. Es uno de los sacrificios que hiciste para
que volviéramos a estar en el mismo plano. No te niegues. Siénteme con
todo tu ser.
Sus labios rosados se acercan a los míos y se estrellan contra estos de
forma voluptuosa. La humedad de su boca inunda la mía y me aferro a su
beso como si de ese contacto cálido dependiera mi subsistencia, como si
fuera lo que estaba esperando, lo único que puede darle sentido a mi vida.
Balder desliza sus dedos desde mi cuello hasta mi cintura y se apodera
de mis pantalones. Toma la iniciativa y empieza a desnudarme. Desesperada
lo sigo y comienzo a desabotonarle la camisa. Admiro sus duros pectorales
y los acaricio, como si estuviera reencontrándome con una tierra recorrida
en el pasado, como si regresara a mi hogar. Y mi sueño recurrente se vuelve
realidad.
Me desviste por completo, me alza y me coloca en el centro de la cama.
Incinera mis labios y baja hasta mi cuello, mientras estruja mis senos, los
que termina introduciéndose en la boca, para envolverlos en un dulce
tormento de lametones e inofensivos mordiscos. Su lengua ávida abandona
mis colinas y desciende por mi línea central, probando, conquistándome
palmo a palmo hasta que se sumerge entre mis piernas, donde causa un
maremoto de placer.
—Balder. —Me corro entre jadeos—. Hazme tuya, te necesito.
—Nanna —gruñe y no me importa cómo me diga.
Se eleva, me aparta más las piernas y por fin se entierra suavemente, me
invade, duele, pero es mayor mi necesidad; lo empujo para que termine de
tomarme. Me embiste de una forma salvaje y rítmica que mi carne conoce,
aunque mi mente no pueda recordar. Nos movemos frenéticos el uno contra
el otro, hasta que nos liberamos, descontrolados, al unísono. Gruñe mientras
su simiente me inunda y más me abrazo contra su torso.
Se vuelve conmigo encima, quedo recostada sobre su pecho, cercana a
su corazón y las rosas negras. Las miro, hace tanto tiempo que me las envía.
—¿Por qué hasta ahora te presentas?
—Estabas en peligro.
Las flores se vuelven rojas ante mis ojos.
—¿Las cambiabas?
—Eran tan negras como mi dolor, estaba roto por dentro por tener que
observarte de lejos, como un extraño.
—¿Me volviste humana?
—No, fue tu elección. Para escapar del inframundo renunciaste a tus
poderes de diosa e incluso a tus recuerdos. Huiste para estar conmigo, pero
ya no podías reconocerme.
—Mi mente pudo borrarte, pero mi corazón nunca te olvidó.
Se pone de pie y comienza a vestirse con prisas. Lo imito al ver la
urgencia y la seriedad en su rostro.
—Vamos —me dice extendiéndome la mano.
—No será en Breidablik, pero no importa donde, si podemos estar
juntos.
—¿Breidablik?
—Nuestro hogar en Asgard, con techo de oro sostenido por columnas de
plata. Nada malo, falso u oscuro podía atravesarlo. Allí estábamos
protegidos del mal. Aquí no. Debemos correr antes de que vuelvan a
separarnos.
—¿Me espera el inframundo? ¡Oh, Balder! —tiemblo.
—Hela ya viene por ti.
Doy una mirada de despedida a la cabaña y los recuerdos que construí
con la familia que me adoptó. Sé que no podré volver a verlos. Me armo de
coraje y corremos a la camioneta de Balder, quien arranca y acelera rumbo
a la carretera principal, para luego tomar un desvío por una abandonada. Él
actúa como si se hubiera preparado para esto toda su vida.
—Dime que tienes un plan —grito.
—Créeme que todos fallaron antes de llevarlos a cabo.
Sufro al pensar en el dolor de mi madre, cuando descubra mi vehículo
abandonado y no encuentre rastro de mi paradero.
Un portal gigantesco se abre ante nosotros. Balder desacelera, las llantas
chirrían, y tras varias volteretas, retoma el control del volante con la
intención de huir en sentido contrario. El portal se crece y amenaza con
tragarnos. Frenamos de golpe y abandonamos el vehículo antes que
desaparezca dentro de la abertura tenebrosa.
Balder me coloca a su espalda y extiende sus manos al agujero,
pronuncia un conjuro en palabras que no consigo entender, el portal detiene
su avance y desde sus bordes comienza a congelarse.
Un perro terrible y ensangrentado corre ladrando hasta nosotros, y frena
justo en el linde del portal, cuando una poderosa cadena se tensa, a punto de
romperse. Hela se muestra ante nosotros con su faz sombría.
—Sabes que debes devolverla al Helheim —gruñe con voz gutural—. Es
el trato.
—¡No! —protesta.
—Entonces tú también morirás.
Balder usa toda su fuerza, pero el mal respalda a Hela, y el terreno que el
hielo gana, se derrite con rapidez. Mi dios está muy agotado, quiero luchar
a su lado, pero he renunciado a mi poder por amor. El ruido del hielo
endureciéndose de nuevo y avanzando, me hace descubrir a cada lado de
nosotros a dos poderosos dioses que se materializan.
—¡Forseti! ¡Thor! ¡No podrán contra la profecía! —los ataca Hela.
—¡Juntos podremos! —brama Balder—. Mi padre también ha acudido a
mi llamado.
Odín también se materializa en su glorioso corcel y terminan por
congelar el portal, que se quiebra causando una lluvia de granizo.
—Madre —me dice Forseti inclinando la cabeza ante mí y colocando la
mano en su corazón. Acepta antes de irse—: Siempre vendré cuando me
necesites, incluso si para eso tengo que quebrar lo único que deseo que
perdure: la paz.
—Mi deuda está saldada, hermano; pero volveremos a encontrarnos— le
dice Thor a Balder y se desvanece luego de guiñarme un ojo.
—Mi amado hijo —esgrime Odín con pesar—. Usa el tiempo para
fortalecerte.
Cabalga hacia el cielo y se desaparece ante nuestros ojos.
Balder, debilitado, cae de rodillas, jadeando. Le coloco una mano en el
hombro para brindarle soporte.
El tono de llamada entrante me recuerda a los Appleby, mi familia.
Contesto el móvil e intento que mi voz no se escuche alterada.
—Libby.
—Mamá quiere saber a qué hora llegarás mañana —me suelta.
—¡No podré viajar!
—¿Bromeas? —reclama.
—Me acaban de llamar para una cita el lunes a primera hora. Puede ser
el trabajo por el que he estado esperando.
—¡Es una buena noticia!
—Iré directo a Brooklyn para prepararme.
—¡Te deseo la mejor de las suertes!
—Gracias, hermana, te quiero. Dile a mamá que lo siento. Les hablaré
cuando pueda.
Tendré que aseverarles que la entrevista fue un éxito, pero que me envían
lejos. Me duele engañarlos, pero debo mantenerlos a salvo.
Balder se toma un par de minutos. Inspira, se eleva y se abraza a mi
cintura. Sus labios sedientos buscan con desesperación los míos.
—Nanna —susurra antes de besarme con pasión.
Sabemos que no es el final. Algún día, las fuerzas del mal volverán para
reclamar lo que creen que les pertenece.
Nosotros estaremos esperando, listos para luchar.
Lúthien Númenessë esblogger, cazadora de novelas románticas, amante
de los animales, pacifista y, algunas veces, escritora. Es una fiel creyente
del InstaLove (amor instantáneo) pues cuando se trata de amor verdadero
no hace falta más que verlo un segundo para saberlo. “Escribo sobre lo que
creo y creo que todos merecemos un amor verdadero, de esos que duran
más allá de la muerte”.
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EPONA
Diosa celta de los caballos, la fertilidad y la naturaleza
DIOS EROS
—¿Hasta cuándo estarás ahí espiando a los humanos? —se escuchó una
voz tranquila mientras avanzaba hacia la ventana de donde se podía ver la
vida de los humanos.
—No molestes, Hades, ¿quién te dio permiso de entrar? —preguntó Eros
cortante sin voltear la mirada.
—Nadie, te recuerdo que soy un dios mayor y no necesito permiso para
entrar a donde yo quiera —contestó con una sonrisa de burla en su rostro.
—Ese es el problema con los dioses —dijo molesto—, creen que por
tener un gran poder tienen derecho a hacer lo que quieran, a jugar con las
vidas de los demás como les plazca —gritó perdiendo la paciencia.
—Tienes razón, nos gusta jugar con eso —confirmó mientras volteaba
lentamente a verlo—. ¿Por qué sigues así? ¿Por qué no vas y la buscas?
—Han pasado eones, no veo el caso de hacerlo, y a ti qué más te da lo
que haga.
—Me preocupa que descuides tu trabajo, la gente necesita de ti —afirmó
mientras le sonreía gentilmente.
—Como si en verdad te importara mi trabajo, lo que yo doy es una
ilusión, no es verdad, nada de lo que hago lo es —contestó triste mientras
fijaba su mirada en el horizonte.
—¿Que no es verdad? No me salgas con eso, mírame a mí, yo soy feliz
gracias a ti, tengo lo que tanto tiempo busqué y eso no es una ilusión, no te
atrevas a decir que es un espejismo —refutó molesto mientras lo tomaba de
los hombros.
—Lo siento, no quise decir eso, sé que lo que tú y Perséfone tienen es
verdadero, pero mírame, cómo puedo ser el “Dios del Amor” si ni siquiera
lo he encontrado para mí.
—Bien, eso es fácil de solucionar, tú eres él que no se ha animado a
buscarla, no a ella específicamente, pero ¿qué tal su reencarnación? Tiene
que estar ahí, esperando por ti, sufriendo igual que tú sufres por no
encontrar la felicidad.
—¿Y tú cómo sabes eso? La única forma de que me esté esperando es
bajo el hechizo de mi flecha, y yo nunca le lancé una, yo quería que me
quisiera por mí mismo, sin poderes de por medio, deseaba que descubriera
el verdadero amor confiando en mí.
Sintió que Hades se tensó a su lado.
—¿Qué hiciste? ¡¡contéstame!! —gritó perdiendo la paciencia y
tomándolo de su túnica.
Hades soltó un suspiro mientras cerraba sus ojos para contar una verdad
que llevaba tiempo guardando.
—Antes de que muriera fui a verla y la maldije, y antes de que te enojes
y quieras hacerme daño, déjame decirte que fue la única manera que
encontré para que la volvieras a ver. Ella estaba suplicando por ayuda a los
dioses y fui el único que atendió a su llamado junto con mi mujer. Ahí nos
dimos cuenta del gran amor que se tienen y que por orgullo de los dos
dejaron pasar, así que para conservar ese amor decidimos maldecirla hasta
que tú la encontraras nuevamente, pero en verdad nunca creímos que
tardaras tanto.
—¡Eso fue lo que hicieron! ¿Cómo se atrevieron? Tus maldiciones son
difíciles de romper, todos sabemos que no podemos jugar con eso, ¿cómo
siquiera pensaste que podría funcionar tu gran idea, oh poderoso Hades? —
dijo con sarcasmo mientras lo miraba levantando la ceja.
—Fácil, querido amigo, yo ayudé a poner esa maldición y créeme hay
una manera de romperla, y antes de que siquiera pase por tu mente que te
diga cuál es, dejame decirte que lo tienes que averiguar tú mismo, antes del
siguiente equinoccio de primavera, si es que no quieres esperar a que
renazca de nuevo y tener que volver a buscarla —dijo Perséfone mientras
entraba triunfante a la habitación tomando la mano de Hades, quien sonrió
con suficiencia al Dios del Amor. Él los observó impresionado por todo lo
que se atrevieron a hacer a sus espaldas.
—Ustedes dos, desde que encontraron el verdadero amor quieren que
todos los dioses lo encuentren —negó con la cabeza mientras se acercaba a
ellos—, y bien, díganme qué tengo que hacer. —La pareja sonrió con
suficiencia, pues Eros tenía un punto desde que descubrieron que el
verdadero amor puede llegar hasta los dioses y entrelazar sus vida por
siempre, como en su caso, y han querido que todos los demás también lo
hallen y qué mejor forma de empezar que haciendo que el Dios del Amor lo
encuentre primero.
—Solo una pista te daremos, ya está en ti entender su significado o
tomar otra forma de buscarla —contestó Perséfone mientras se dirigía a una
flecha para jugar con ella—, ¿en verdad jugabas a disparar esto a los
humanos para encontrar el verdadero amor…?
—Amor, te estás distrayendo, enfócate… —le recordó Hades.
—Cierto, aquí va la pista, una vez que salga de mis labios no la volverás
a escuchar así que presta atención a ella.
«En sus ojos lo sabrás,
diferente a las demás,
en ellos verás la verdad,
parecidos a ti los hallarás,
cuando la encuentres ella entenderá,
que el amor verdadero puede llegar,
cuando sientes que perdido todo está».
Diciendo esto, desapareció dejando tras ella una estela de humo negro,
mientras tanto, Hades soltó una carcajada que hizo retumbar las paredes.
—¿Ya terminaste de reír? ¿y por qué rayos tenía que irse de ese modo?
—interrogó con duda al Dios de la Muerte
—Vamos, ya la conoces, después de decirte la pista tenía que dar una
salida impactante; pero dime ¿entendiste lo que te quiso decir? —preguntó
intrigado
—Sí, lo entendí —sonrió mientras se cubría sus ojos—, ¿en verdad es así
como lo dijo? —preguntó dudoso, pues en verdad no creía que alguien
pudiera tener unos ojos parecidos a los suyos
—Así es y antes de que regrese te diré algo más, ella está sufriendo, cree
que el amor no es para ella y si no la encuentras antes del equinoccio,
cometerá una locura. Así que yo te sugiero que partas ahora mismo.
—Haré lo que esté en mis manos para encontrarla, pero el mundo es
grande, no te aseguro nada, igual, ya esperé mucho tiempo para verla y
pedirle perdón, unos años más no harán la diferencia —le dijo mientras se
acercaba a su ventana para ver cómo transcurría la vida en el mundo
humano.
—¡Oh, vamos, te haré las cosas más fáciles! Ella se encuentra en
Santorini.
—¡¡Hades!! Ya deja que trabaje un poco y desiste de darle pistas o tú lo
pasarás muy mal. —Se escuchó el grito de Perséfone .
—Eros, te dejo, mi mujer puede llegar a ser muy aterradora cuando se lo
propone —con esto último se desvaneció en una estela de humo negro—.
Suerte Eros y que encuentres lo que por siglos has buscado. —Fue lo último
que se escuchó antes de desaparecer por completo.
Eros se quedó pensando cómo haría para bajar con los humanos sin que
Afrodita se diera cuenta, pues sabía que no le agradaba la idea de que bajara
a la tierra. Después de todo, ningún dios lo había hecho y podía llegar a ser
complicado, ya que los humanos olvidaron por completo a los dioses. Y la
única forma de bajar es que lo pidan, que rueguen a Zeus para que lo
permita y así no romper su estúpida regla sobre dejar el Olimpo.
—Esto en verdad se está complicando demasiado. —Suspiró mientras
fijaba su mirada en el fuego de Hestia que desde donde estaba lo podía ver
y le daba la paz que necesitaba.
«Cuando un te amo salga de tus labios, todo se complicará,
pues las personas te dejarán,
a amar y confiar debes aprender,
pues los secretos daño pueden hacer,
cuando entiendas esto, el amor podrá vencer
y al fin feliz podrás ser.
El amor está donde menos lo esperas,
pero para encontrarlo y reconocerlo tu misma tienes que ser».
Abrió los ojos sobresaltada al escuchar estas palabras, otra vez el mismo
sueño con esa persona, pero ahora sí escuchó lo que le dijo.
—Ser yo misma para poder ser feliz, es lo más tonto que he escuchado,
yo siempre soy yo misma, aunque —se levantó corriendo de la cama y fue
al espejo del baño—, ¿cómo puedo ser yo misma con esto? —dijo mientras
recorría su cara con su mano para detenerse en su ojo derecho—. Nadie
tiene ojos así y todos me verán como un bicho raro, es algo que no estoy
dispuesta a aceptar —lo dijo mientras llevaba a su ojo una lentilla color azul
que hacía que sus ojos se vieran del mismo tono.
—Hoy es mi gran día, me casaré con el hombre que amo en un lugar
hermoso como lo es Santorini, debo admitir que estoy nerviosa, es la
relación más larga que he tenido, tanto así que estoy a punto de dar el gran
paso, espero y todo salga bien —comentó mientras se acercaba al vestido de
novia y acariciaba la suave tela.
Aunque seguía algo nerviosa por el sueño que había tenido, pues si bien
su novio demostró con creces que la amaba, y no perdía la oportunidad de
decírselo, fue ella la que apenas se lo dijo la noche anterior mientras él le
preguntaba si estaba segura de dar ese gran paso, ya que nunca le había
dicho un te amo. Y fue así como segura de sí, le dijo las palabras que por
tanto tiempo se había guardado en lo más hondo de su corazón, esas que
tenía tanto miedo de decir.
¿Cómo de ser tan feliz pasó a ser la persona más desdichada del mundo?
Estaba llegando a pensar que esas palabras que escuchó en su sueño eran
verdad. Y allí se encontraba haciendo un repaso mental de todo lo que había
vivido en el transcurso de su existencia, preguntándose si valía la pena
seguir con una vida que no estaba destinada a la felicidad. Con una vida en
donde el amor no tenía cabida, donde siempre se alejaban de ella aquellos a
los que amaba, ¿sería cierto que solo mostrándose tal cual era, y solo
confiando en la gente, podría ser feliz?
—Sabía que te podía encontrar aquí —dijo una voz en un tono
preocupado—, vamos, no estés triste, las cosas pasan por algo, quizás él no
era el indicado —comentó mientras se sentaba cerca de ella.
—¿Qué haces aquí, Grace? No tienes que preocuparte por mí, no estoy
tan triste como para cometer una locura —lo dijo tratando de formar una
sonrisa en sus labios, una que no alcanzaba a iluminar sus ojos—. ¿Sabes,
siempre me he preguntado qué hay de malo conmigo, por qué nadie lograba
interesarse en mí, por qué los hombres salían corriendo cuando la palabra
amor brotaba de mis labios? pero todo cambió cuando conocí a Ray —soltó
un suspiro mientras encogía sus piernas y apoyaba su rostro en sus rodillas
—. Pensé que con él se terminaría eso, que él nunca me dejaría, creí que por
fin formaría la familia que tanto he querido, ¿quieres que te cuente un
secreto? —Grace asintió mientras trataba de tomar su mano.
—Vámonos de aquí, está oscureciendo, todos están muy preocupados
por ti. Cuando lleguemos a casa, te quites el vestido y tomes un baño, me
podrás contar todo lo que quieras, anda, vamos —intentó hacer que se
pusiera de pie sin éxito alguno—. Está bien, te escucho, pero debes
prometerme que después de hablar nos iremos a casa. —Asintió mientras
tomaba aire para empezar a hablar.
—Antes de nada, promete que no te burlarás y me dejarás terminar todo
lo que tengo que decir —volteó a mirarla para ver cómo asentía con su
cabeza—. ¿Sabes, alguna vez he pensado que estoy maldita? —volteó
rápidamente para ver la expresión de sorpresa de su mejor amiga—, sé que
suena loco, pero antes de que digas algo quiero que me escuches, necesito
sacar esto que tengo dentro —la vio afirmar y continuó con su historia—:
sabes lo que mi nombre representa ¿verdad? Mis padres pensaron que si
llevaba un nombre con ese significado nunca faltaría el amor en mi vida,
qué equivocados estaban, pues es lo que siempre me ha faltado, cuando le
dije a mi papá te amo por primera vez, al siguiente día tomó sus cosas y se
fue para nunca más volver, fue la primera vez que pasó y no le tomé
importancia porque era una niña, pero conforme fui creciendo y los te amo
salían de mi boca veía cómo las personas se alejaban de mí, me engañaban,
o jugaban conmigo. Pero eso no es lo más sorprendente, hace unas noches
empecé a tener un sueño recurrente, es algo raro como si viera mi vida a
través de otra persona, me observó mientras moría y rogaba por consuelo
porque alguien se acercara a mí, rogaba que me permitieran verlo una vez
más.
«Invócalo, llámalo,
pídele a Zeus que te permita verlo,
sé que él atenderá tu llamado».
Se sobresaltó al escuchar una voz dentro de la habitación.
—¿Quién anda ahí? —prendió la luz para darse cuenta de que no había
nadie en la habitación.
—Creo que me estoy volviendo loca, ya escucho voces que me dicen
que lo invoque. ¿invocar a quién?
Se llevó las manos a la cabeza mientras trataba de recordar el sueño que
acaba de tener.
—Invocar, tengo que invocar a alguien, ¿a quién? ¿Cómo puedo invocar
a alguien? Debo de estar loca si en verdad estoy pensando en estas cosas.
Cerró sus ojos y soltó un profundo suspiro, eso era lo más loco que había
hecho en toda su vida. Como si decir: oh poderoso Zeus, tú que tienes el
poder, concédele el permiso para venir, para que esté conmigo, que
nuestros caminos se vuelvan a juntar, que me ayude a entender lo que me
pasa. Era una estupidez, como si en verdad los dioses existieran y acudieran
al llamado de los humanos. estoy perdiendo la cabeza. Se recostó en la
cama mientras el sueño la vencía nuevamente y se sumergía en un profundo
sueño donde imágenes del pasado la envolvían y no la dejaron descansar.
—Puedo sentir el llamado, me está invocando, es ella, estoy seguro, no
sé qué pasó, no sé cómo es esto posible, pero es lo que estaba esperando, es
mi oportunidad de bajar a la tierra para buscarla, de traerla conmigo para
ser feliz ahora que sé, que esto puede ser posible, que podemos tener una
eternidad para amarnos.
—Así que te han invocado —se escuchó una fuerte voz mientras un rayo
atravesaba la habitación
—¡Maldición, Zeus! ¿Es que nadie sabe usar las puertas en el Olimpo?
—Sabes que no es necesario, pero no vengo a hablar sobre las puertas y
tu obsesión por que las usemos, solo vengo a advertirte que no puedes pasar
demasiado tiempo con los humanos, pues el brillo que nos rige solo durará
oculto lo que ellos llaman tres meses, no debes mostrar tus poderes ante
nadie, y sobre todo…
—Lo sé, no debo revelar mi identidad a nadie pues pondré el Olimpo en
peligro —interrumpió Eros imitando la voz de Zeus.
—No te burles de mí, Eros —dijo mientras notaba una pequeña sonrisa
en sus labios —, sabes que me preocupo por todos ustedes, no me gustaría
que te pasara algo, es más, estoy seguro de que Afrodita sufriría un ataque
si se entera de que su dios favorito ha bajado a la tierra —sonrió
ampliamente—, no queremos que eso pase, ¿verdad?
—No, ella puede llegar a ser muy sobreprotectora. Regresando al tema,
¿cuándo me puedo ir?
—Se nota tu urgencia por bajar, en verdad quieres encontrarla pronto,
¿no es así? —vio cómo Eros se tensaba ante estas palabras—. Te
preguntarás cómo lo sé, pues qué te digo, soy Zeus, el regente del Olimpo,
el dios más poderoso que hay, no existe nada que yo no sepa —sonrió
sarcástico—, pero no te preocupes, nunca intervendré en las decisiones de
nadie, sabes que tanto Hades como yo, lo hemos encontrado.
—Sí, y ahora quieren que todos los demás lo encuentren —interrumpió
Eros con exasperación—. De haber sabido que actuarían así, nunca les
hubiera ayudado a encontrarlo.
—Vamos, hijo, no puedes hablar en serio, algún día te contaré mi
historia y entenderás que nada es tan fácil como parece, sí, me ayudaste a
encontrar el amor, pero créeme, no me has ayudado a mantener la llama
viva y eso lo sabes bien, ahora déjate de tanta habladuría, baja a la tierra y
encuéntrala, tráela al Olimpo y sé feliz, así podremos seguir buscando
pareja para los demás, se me ocurre que el siguiente puede ser Hermes,
¿qué dices? —fue lo último que comentó, pues desapareció en una estela de
rayos y humo.
—¡¿Es en serio?! —exclamó incrédulo al observar la salida pomposa de
Zeus—. ¡No puedo creer que ningún dios puede salir o entrar con
normalidad de alguna habitación! Bien, es hora de partir para comprobar si
en verdad estamos destinados a estar juntos.
Abrió sus ojos lentamente, ¿es que acaso esos sueños no pararían jamás?
aunque este fue diferente, había alguien más, alguien que la llamaba Psique
decía que la amaba y que tenía que confiar en él. ¿Sería que era parte de una
vida pasada? Era estúpido lo que pensaba, como si en verdad existiera la
reencarnación, pero si se enfocaba en eso, si le servía para distraerse de ese
dolor que sentía, de esas ganas que tenía de terminar con esa vida, dejar de
sufrir y perderse en la oscuridad de su alma; si esos sueños servían para
algo, investigaría hasta saciar su sed por saber qué pasaba, así que tengo
que investigar y dejar de pensar en lo desdichada que era.
—Sí, eso tengo que hacer enfocarme en otras cosas. —Se levantó de la
cama para alistarse e ir a buscar la información que necesitaba y qué mejor
manera que en un museo.
Una vez allí, era cuestión de buscar, era fácil, tenía que encontrar a
alguien con los ojos como los suyos o al menos uno. Empezó a caminar,
maravillado de todo lo que se encontraba a su paso. En verdad, los humanos
habían avanzado sin ayuda de los dioses, pero a un paso demasiado lento, si
no se hubieran olvidado de las deidades sus vidas serían diferentes. Estaba
tan distraído que no se fijó y chocó con algo, o mejor dicho, con alguien
que soltó un grito mientras caía al piso, estiró su mano para tomarla por los
brazos y así evitar una caída aparatosa, carraspeó un poco para aclararse la
garganta mientras intentaba recordar su idioma.
«Dioses, debí pensar en esto antes de bajar, sé todas las lenguas, pero,
rayos, en el mundo hay tantas que no recuerdo cuál es el que hablan aquí».
—¿Puedes soltarme? —escuchó que le decían en un perfecto español, su
mirada se quedó clavada en la de ella.
—Lo siento mucho —susurró mientras la ayudaba a ponerse de pie.
—No se preocupe, venía distraída y no lo vi.
—Sí, yo también venía distraído. —Sonrió mientras miraba a todos lados
como buscando a alguien.
—Soy Ai.
«Amor, que bonito nombre tiene».
—Mi nombre es… —Se quedó pasmado en su sitio, otra cosa que no
pensó.
—Eros —escuchó que ella susurraba.
—¿Disculpa, qué has dicho?
—Tu cadena dice Eros ¿así te llamas? —inclinó la cabeza mientras lo
observaba con esos ojos de un azul intenso y sintió cómo su pecho se
contrajo por una emoción que hacía mucho no sentía.
—Sí, así me llamo.
—Es un nombre poco común, ¿no?
—¿Qué te digo? Mis padres eran amantes de los Dioses Griegos.
—Dejame adivinar, te pusieron Eros para que el amor no faltara en tu
vida.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó un tanto confundido.
—Mis padres tuvieron esa misma idea, por eso mi nombre —sonrió y
volvió a sentir esa punzada en su pecho ¿qué era aquello?
«¿Qué estoy sintiendo por ella?». «No es Psique, si fuera ella, sus ojos
me lo dirían, pero Ai tiene los ojos azules, tan azules como los mares que
Poseidón domina, pero si no es ella, ¿por qué siento como si la conociera de
antes?».
—Bueno, Eros, me dio gusto conocerte, pero voy rumbo al museo y se
me está haciendo tarde.
—¿Al museo? que coincidencia, yo iba justo para allá, ¿qué dices si nos
vamos juntos y así nos conocemos un poco más? —La vio asentir mientras
empezaban el camino al museo.
«No sé qué me pasa, ¿por qué me siento así? Es como si conociera a
Eros, me siento a gusto a su lado, pero no puedo distraerme de mi meta,
tengo que encontrar la verdad sobre esos sueños, necesito saber que está
pasando conmigo, si en verdad eso que pienso sobre la maldición es cierto o
simplemente no soy digna de merecer el amor. Y si eso es verdad ya no
tiene sentido que siga sufriendo por lo mismo».
—Llegamos. —Ai se sobresaltó al escuchar su voz, no se dio cuenta en
qué momento llegaron, se sentía tan a gusto con él, que ni siquiera se
percató del trayecto que recorrieron.
—¿Qué vienes a buscar aquí, Ai?
—Algo sobre una leyenda, estoy segura de que aquí puedo encontrar la
historia de alguien.
—Si, ¿de quién? si se puede saber, quizás yo te pueda ayudar. —«Pero
¿qué me pasa? por qué me ofrezco a ayudarla, tengo una meta, tengo que
encontrarla antes de que sea demasiado tarde».
—Sobre la leyenda de Psique, hace tiempo que quiero saber más de ella.
—mintió, pero es que no le podía decir que buscaba saber si ella formaba
parte de su pasado, estaba segura de que la vería como un bicho raro.
Eros se tensó al escuchar ese nombre, ¿qué tenía que ver Ai con Psique?,
¿acaso ella era el medio para llegar a su amor?
—Bien, dime ¿qué es lo que quieres saber?
—Nada en concreto, solo me dio curiosidad por saber más de su historia
—Se encogió de hombros, despreocupada.
—Por cierto ¿me puedes resolver una duda? —preguntó Eros antes de
ingresar al museo, ella afirmó—. ¿Cuánto falta para el equinoccio de
primavera?
—¡¿En verdad no lo sabes?! —Él negó con la cabeza, pues el tiempo en
el Olimpo no era igual que en la tierra.
—Es en tres días.
Eros se tensó al escucharla decir eso, solo tenía setenta y dos horas para
encontrarla, y no sabía por dónde empezar, al menos que volviera a rogar
por ayuda y estaba seguro de que no lo harán nuevamente, quizás, incluso la
primera vez fue un error.
«Maldito Hades, no pudo aparecer antes y decirme todo esto, me dio
muy poco tiempo para encontrarla y estoy seguro de que no lo lograré y
tendré que esperar por ella nuevamente».
—¿Entramos?
—Sí, claro, tengo curiosidad por saber qué dicen de ella —dijo Eros.
—Aquí está, veamos. Dice que Afrodita mandó a Eros —volteó a verlo
sonriendo con complicidad—. O sea a ti, a engañar a Psique.
«Esos dioses no respetaban a nadie, estoy segura de que algo malo debió
pasar».
—Vamos, continúa leyendo —pidió Eros.
—A ver, dice que ella rompió una promesa, lo vio a la cara haciendo que
él se decepcionara por romper lo pactado, ella, al descubrir de quien se
trataba le reclamó diciendo que la había traicionado al lanzarle una de sus
flechas. Esa palabras llenas de despecho lo hirieron haciendo que él se fuera
decepcionado y la regresara con su familia.
»Espera, ¿es en serio, la dejó solo porque le vio la cara? vamos es lo más
tonto que he leído en mi vida, en definitiva, esos dioses se… —volteó a
verlo y lo encontró concentrado en la leyenda.
—Esto está mal, él no la dejó por eso —dijo con tristeza mientras pasaba
su mano por la vitrina como si lograra tocar los pergaminos guardados con
mucho cuidado.
—¿Y tú cómo sabes que no es verdad? Era el Dios del Amor ¡por todos
los cielos! Él debió de haber jugado con ella, la engañó para tenerla con él,
porque era lo que ellos hacían.
—¡Te equivocas! —gritó perdiendo la paciencia—. Él la amaba más que
a nada en el mundo, él solo le pidió una cosa: que confiara, le solicitó
tiempo y ella rompió su promesa, confió más en la gente que le tenía
envidia, en lugar del que se supone era el amor de su vida —una lagrima
bajaba por su mejilla, en verdad esa historia le afectaba y no entendía por
qué sentía que algo se rompía dentro de ella al darse cuenta de todo lo que
estaba sufriendo, era como si lo estuviera viviendo justo en este momento.
—¿Por qué todos hablan de confianza cuando al amor se refieren? —
preguntó Ai a nadie en particular, pues en verdad no esperaba una respuesta
—Por qué sin la confianza, ¿qué queda? pues nada, no puedes amar a
alguien que te guarda secretos, no puedes estar con alguien que no se atreve
a ser sincero. La confianza es la clave para que el amor crezca, se
fortalezca, para afrontar los problemas dentro de la relación, si la pierdes es
muy difícil volver a ganarla y sobre todo, tienes que trabajar más fuerte
para reparar el daño que causaste, tienes que aprender a amarte tal cual eres
para poder amar a alguien más.
Ai se quedó en silencio al escuchar sus palabras, porque sabía que era
cierto todo lo que decía, sus palabras calaron en lo más profundo de su ser y
fue cuando lo comprendió, nunca sería capaz de tener el verdadero amor
porque nunca se mostraría tal cual era, jamás había dejado que nadie viera
su aspecto real y fue cuando todo cobró sentido, no era una maldición, era
la forma que tenía de alejar a la gente a su alrededor, era la culpable de
todo, era quien los alejaba con sus inseguridades por guardar tanto tiempo
ese secreto.
«Ahora más que nunca estoy segura de que en este mundo no hay
cavidad para alguien como yo, alguien que se niega a confiar en la gente».
Y es así, como llegó a una conclusión sobre lo que tenía que hacer.
—Lo siento, Eros, me tengo que ir, pero fue un placer conocerte.
—Igualmente, Ai, espero que algún día nuestros caminos se vuelvan a
juntar. —La vio asentir y tallar sus ojos, no entendía por qué lloraba.
—Hasta siempre, Eros —alzó su rostro mientras decía esas palabras y
entonces todo se detiene, el mundo de eros deja de girar.
«¡Es ella, no puedo creer que sea ella! y es que, al ver sus ojos, puedo
notar que uno es de un azul tan intenso como el mar, pero el otro es dorado
con un pequeño símbolo dentro de él». Antes de que pueda reaccionar, sale
corriendo, pero él tomó una decisión, no la perderá de nuevo, no otra vez y
sale corriendo para darle alcance.
«Vaya que es veloz, no puedo creer que alguien así pueda ser tan
rápida».
Eros observó que ella se dirigía hacia lo más alto de un acantilado y es
cuando comprendió las palabras de Hades, ella estaba sufriendo y había
decidido acabar con su vida. Corrió lo más rápido que puedo, deseando usar
sud poderes para detenerla, pero no pudo. La vio detenerse en la orilla y se
apresuró a ponerse cerca para no sobresaltarla ya que podía resbalar y caer.
Y en verdad no quería que nada le pasara.
—No lo hagas —es lo único que sale de sus labios—, por favor no
saltes, te necesito.
—Tú no lo entiendes, ya no puedo más, quiero dejar de sufrir, deseo
poder llegar a amar a alguien con tanta intensidad y que también me amen a
mí de esa manera.
—Ai, yo te amo de esa manera, por favor perdóname por tardar tanto en
encontrarte.
Ella volteó a verlo.
—¿Cómo puedes decir eso? Estás loco, no nos conocemos.
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, recuerda, por favor.
—Mira mis ojos, yo nunca te mentiría de esa manera. —Pudo notar el
momento en que los vio, unos ojos igual al suyo, dorados y con el símbolo
en medio—. Confía en mí, por favor.
Prólogo
—Debes encontrar una pareja, al menos una concubina, las ninfas están
bien para pasar el rato, pero tú necesitas más. Estás siempre solo en ese
lugar tétrico. —Calmado escuché cómo, Afrodita, me daba el mismo
sermón de siempre.
Para aquel entonces yo era ignorante ante el destino que me llegaría poco
después de aquella plática que tuve con la Diosa de la belleza.
¿Cómo podría yo saberlo?
¿Cómo podría saber que la encontraría esa cálida mañana?
¿Que mi destino era andar junto a ella, así me enfrentara al Olimpo
mismo para conseguirlo?
Nadie podía saberlo y ciertamente yo no iba a ser la excepción.
Viendo en retrospectiva, parecía un total imbécil caminando entre los
mundos sin preocupación alguna, sin importarme nadie, sin siquiera sentir
una mínima empatía por alguien que no fuera yo mismo.
¿Quién podía esperar algo diferente del Rey del Inframundo, del Dios de
los Muertos, de alguien que pasa sus días con las almas perdidas?
Después de todo, ¿qué mujer en su sano juicio, sea mortal o diosa,
hubiera querido estar conmigo en mi reino?
Aquí no hay nada más que desolación, bueno, al menos así es la mitad
del año. Porque cuando está ella… la luz que irradia su sonrisa es
equivalente a dos soles, al menos así lo siento yo y pronto llegará, pronto
estaremos otra vez juntos y con esto el orden será restaurado. Si hay algo
que odio es el trato que tengo con su manipuladora madre que dejó la tierra
infértil cuando mi pajarillo no quiso irse con ella.
—Debes dejarla, Hades —amenaza Zeus con su imponente voz y ojos
fríos, al ver a una de sus hijas de mi mano.
—No lo haré, ella pertenece a mi lado.
—Mi niña, debes volver conmigo… —solloza Deméter suplicando a
Perséfone volver, pero ella ya no era la misma que conoció.
La hice mía y ella convirtió mi mundo en el suyo.
—No puedes tenerla contigo en contra de su voluntad—Zeus se levanta
de su silla poderosa y me mira con desprecio.
—Estoy con Hades porque deseo hacerlo. Soy su reina, no su prisionera
como aseguran. Él me salvó, me cuidó y me protegió de ella —dice
mirando a la diosa Hera, a un lado en la sala del Olimpo.
Hera sonríe mirándola con desprecio y desdén.
—No puedo, Zeus. No estoy dispuesta a entregar a mi hija a él.
—Y matarás a cada mortal de la tierra por ello, ya nos quedó claro,
Deméter. —La enfrento diciendo la verdad que, al parecer, nadie quiere
decir.
—Sí. Su lugar está al lado de su madre, o sea yo.
—Mi lugar es al lado de mi esposo. Ya no soy una niña a la que puedes
controlar y manipular a tu antojo. Amo a Hades, acéptalo, vive con ello,
madre.
Cinco meses a mi lado habían cambiado para siempre a mi dulce
pajarillo.
—Devuélvela, Zeus, o todo sufrirán —amenaza llena de furia.
—¡Basta! Deméter debes darme una tregua. ¿Qué no ves que no podrás
separarlos? Se casaron, están juntos. Nos guste o no, ella tomó su decisión.
—Pues yo no lo acepto. Secaré la tierra misma desde sus entrañas si no
vuelve a mi lado.
—¡No! Nadie más debe morir por mi causa, si lo que quiere es que esté
con usted, madre —enfatiza esa última palabra con rabia—, lo haré, iré,
pero esto será en contra de mi voluntad. Tú eres mi raptora, no Hades, no
mi amor, nunca él.
Aprieta mi mano con fuerza y yo beso su hombro absorbiendo su aroma.
La amo tanto que duele. Sé que esto carcome su ser, ver morir a personas y
a sus plantas tan adoradas por su causa, por nuestro amor la están
desgastando y como prometí, aceptaré lo que ella quiera. Ella es libre.
—¿Cuántas semillas de granada comiste? —pregunta Zeus.
—Seis.
—Entonces así se hará. Perséfone debe permanecer seis meses en el
inframundo por cada semilla que comió y los otros seis meses del año
restantes con su madre, así está en ese tiempo de dicha y gozo para su
corazón, curará la tierra y las flores renacerán, y así todo estará en
perfecto equilibrio. Los mortales tendrán tiempo de guardar sus cultivos
para los días de tristezas de la diosa Deméter.
—Bien madre, usted ganó, pero no espere nada más de mí porque me
está privando de mi amor la mitad del año.
Los recuerdos de aquellos días siempre me invaden y más cuando la
espera es tan larga, pero ella me eligió y eso para mi corazón lo es todo.
Mi mujer. Mi reina y solo mía.
Seis meses al año debo compartirla. Seis malditos meses en los que
quiero matar a Deméter cada día, pero ese es el orden de las cosas y yo
debo respetarlo.
Me hundo una vez más en mi sillón mientras el juicio de los mortales
continúa. La ventaja de los dioses es que nosotros no seremos juzgados
aquí, nosotros no cruzaremos con mi barquero. Aquí o eres bueno para los
Campos de Asfódelos, donde mi reina es feliz; o eres malo para ir al
Tártaro; o te esforzaste en tu vida y fuiste virtuoso, heroico o bendito para ir
al Elíseo. La elección siempre es de los mortales, pero a ellos les encanta
atribuírselo a fuerzas externas, los dioses nunca nos entrometemos con
ellos, pero se nos atribuye tanto si les va bien o como si les va mal.
Su aroma a flores invade mis fosas nasales, lavanda, rosas, incluso
girasol. Mi Diosa ha vuelto. Miro a Éaco, me levanto y camino hasta él.
—Ha vuelto la señora —declara haciendo callar al mortal que trata de
persuadirlo de su castigo.
—Así es, me iré por una semana.
—Está bien, señor, si lo necesito se lo haré saber.
Cuando estoy a punto de caminar, veo al mortal caer a mis pies.
—Hades, mi Dios, siempre le he profesado devoción, por favor tenga
compasión conmigo.
—Quita tus sucias manos de mí y hazte el grandísimo favor de asumir lo
que has hecho con tu patética vida.
—Fui bueno, fui justo, hay quien diría que fui hasta su héroe.
—¿Crees que te mereces el Elíseo? Arrogante mortal. Mataste a un
hombre inocente por codicia, entre muchas otras cosas.
—Él me debía ese dinero.
—¡Él te pagó ese dinero cuando te llevaste sus cosechas y dejaste a su
familia morir de hambre en el invierno! —El fuego en mis manos
rápidamente se extiende por todo mi cuerpo.
Sueno mi bastón tres veces en la dura roca y el suelo a mis pies retumba.
—¿Escuchas eso? Son las almas atormentadas que te esperan. —Un solo
movimiento de mi bastón basta para que el maldito desaparezca de mi vista
y me voy con la promesa de una semana entera en los brazos de mi amada
Perséfone.
CAPÍTULO 1
Dejo a la ninfa en el borde del río y sigo mi camino por el bosque verde.
Helios apenas sale dando la bienvenida a un nuevo día. Miro a los cielos
sabiendo que él todo lo ve y no me visto con prenda alguna, en su lugar
vago desnudo por los frondosos árboles.
Tuve una noche sinigual, no hay nadie como las ninfas para complacer a
un dios, los mortales no suelen tener sus destrezas y habilidades, aún están
arraigados en sus viejas costumbres. El sexo ante sus ojos es pecaminoso,
para nosotros los dioses es natural y normal, incluso si estás casado puedes
copular con quien quieras mientras nunca repitas, son las reglas que Zeus
impuso, pero hay excepciones también entre nosotros, como Atenea y
Artemisa que se niegan a entregarse a los placeres de ser dioses, ellas aún
son virginales y castas. Simplemente no las entiendo.
—Hola, Hades —saluda la pelirroja y hermosa Afrodita.
—¿Qué haces aquí? —inquiero besando su mano.
Su mirada inquieta escudriña mi cuerpo y yo hago lo mismo con ella.
—Pasaba por el claro cuando te vi. —Mira a su derecha y soy consciente
de más allá, donde el sol resplandece y las flores parecen danzar con la
brisa.
—Tu esposo llegará pronto a casa.
—Lo sé, estoy volviendo a sus brazos de hecho. Ten un buen día, Hades
—se despide y con ello la brisa trae un nuevo aroma a mí—, y recuerda:
debes encontrar una pareja, al menos una concubina, las ninfas están bien
para pasar el rato, pero tú necesitas más. Estás siempre solo en ese lugar
tétrico. —Calmado escucho cómo, Afrodita, me da el mismo sermón de
siempre para luego perderse entre las hojas que trae el viento de la mañana.
—Hola, hermosas blanquitas… así las llamaré desde ahora. —Escucho
no muy lejos su dulce voz y de pronto una risa cantarina—. ¿Quién está
ahí? —pregunta asustada. Me busca entre los árboles.
Llamo a mi bastón y este aparece en mi mano, un toque en el suelo y mis
ropas aparecen en mi cuerpo. Ahora, completamente vestido, me dispongo a
salir de entre las sombras para poder verla mejor.
¿Quién es ella?
¿Quién es la poseedora de tanta belleza y de ese aroma tan… suyo?
Apoyo mi mano en un árbol cuando el sol topa con sus cabellos y estos
brillan como si de oro se tratara. Su piel pálida, sus labios rojos y carnosos,
sus ojos dos mares profundos, pero en calma… ella es la calma misma,
puedo jurar que es la personificación de la paz y debajo de esa fina tela
blanca puedo verla perfectamente, ¡por los Dioses! Sus pezones rosas y
erectos. Tan inocente. Tan pura. Tan perfecta.
Embelesado doy un traspié y me precipito al suelo. Ella corre hasta mí
dejando caer las flores que recogía en su regazo.
—Oh, mi señor, ¿se ha lastimado? —pregunta mirándome una y otra
vez.
La miro sin entender por qué no huye de mí. Generalmente los mortales
lo hacen cuando me ven. Una ninfa no es y una diosa tampoco, o si no yo la
conocería. ¿Quién es ella?
—Estoy bien, mi señorita. —Se sonroja y oculta su vergüenza tras sus
cabellos ondulados—. No tiene por qué sentir vergüenza conmigo. Déjeme
decirle que se ve hermosa con ese color en sus mejillas.
Me acomodo y me siento en la hierba verde mientras la veo
avergonzarse un poco más por mis palabras dichas. Sacudo mis manos para
quitar la tierra o hierba que pudiera tener por mi torpeza y luego coloco mi
bastón a un costado.
—Gracias, mi señor, pero me temo que me está usted mintiendo.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Sus manos —confiesa para luego arrancar un pedazo de tela de su
vestido y envolverlo en la herida que no sabía que tenía. En unos segundos
ya no estará allí, pero ella no tiene por qué saberlo—. Puedo hacerle un
cataplasma con flores y mañana estará como nuevo.
—Tú no sabes quién soy —murmuro en voz alta.
—¿Qué dijo, mi señor?
—Nada, dulce pajarillo —matizo en mi última palabra.
A eso me recuerda la joven, a un ave blanca, pura y hermosa, también
me atrevo a decir que hasta inalcanzable. Como las estrellas el firmamento.
—¿Qué haces aquí sola, pajarillo?
—¿No es predecible acaso? —Se acomoda a mi lado, sus pies pequeños
y descalzos se entierran en la hierba y esta goza de su textura, hasta juro
que de su aroma—. Recogía flores para llevárselas a mi madre.
—Nunca antes te había visto por aquí.
—Mis amigas, las ninfas, me contaron de este lugar, dijeron que aquí
cerca hay un río donde se reúnen y que en este claro florecen las mejores
flores.
Ella conoce a las ninfas. No es ignorante del Olimpo después de todo.
—¿Cómo te llamas, pajarillo?
—Perséfone, soy hija de Deméter y Zeus.
—Y te mantuvieron oculta del Olimpo. —Tomo la flor que está a punto
de caerse de su pelo y lo coloco por encima de su oreja. Mi tacto en su piel
sedosa y suave, se estremece, su cuerpo reacciona igual y ríe mirándome de
reojo.
—Usted, mi señor, es el Dios de los muertos. Hades.
Nunca mi nombre me había gustado tanto como cuando ha salido de su
pequeña boca, de esos labios rojo sangre.
—Entonces me conoces.
—He escuchado de usted y de lo que hace en este lugar. Los mortales le
temen. Los dioses lo respetan.
—Deben hacerlo. Tú misma lo dijiste, soy Hades.
—¿De verdad usted se lleva las almas, mi señor?
—¿Me ves con una bolsa de almas? —pregunto guiñándole.
—No, pero debía preguntar. A mi madre no le gusta hablar mucho de sus
hermanos y los otros dioses.
—Mi dulce hermana no cree a nadie digno de ser honrado con su
presencia.
—Quisiera algún día ir allí —admite mirando a los cielos.
—El Olimpo no es tan maravilloso como crees.
—¿Y el inframundo? ¿Es como lo describen los mortales?
—Mis dominios tampoco son lo que te contaron.
—También quiero conocer esas tierras.
—Allá no es como aquí arriba. Hay desolación. Almas perdidas, fuego y
mucho llanto.
—Bueno, igual quisiera conocerlo, si es que alguien quisiera llevarme
allí algún día, mi señor. —Se remueve en su sitio y nuestros cuerpos se
tocan por unos segundos, en los cuales ambos nos vemos a los ojos—. Debo
irme.
Se aleja privándome de su cuerpo, de su calidez.
—No, por favor, quédate… —Tomo su mano instintivamente.
—Mi madre me está buscando, pero puedo volver mañana a la misma
hora.
Su sonrisa inocente me cautiva y sin poder evitarlo acepto.
—Me haría muy feliz eso. Me gusta tu presencia, tu compañía.
—A mí también, mi señor.
Me levanto aún con su delgada mano en la mía, le doy un pequeño beso
en sus nudillos y ella se pone tensa, luego, de la nada, me devuelve el gesto,
pero en la mejilla y sale corriendo entre las flores.
—Hasta mañana, pajarillo.
La veo perderse entre los árboles, dando pequeños saltos. Sonrío
mirando mi mano vendada. La desenvuelvo y me complace encontrar una
pequeña flor cubierta con mi sangre. Invoco mi bastón, una vez en mi mano
golpeo la tierra y esta se abre para mí. Sostengo con fuerza mi pequeña
margarita manchada y con ella entro a mi reino.
En la puerta, como siempre, se encuentra Cerbero custodiando todo. Al
verme mueve su cola y corre hasta mí. Acaricio sus tres cabezas y este,
inquieto, me sigue hasta que llego a mi trono. Una vez allí abro mi mano y
veo a la pequeña flor marchitarse.
—¡Moiras, vengan ante mí! —llamo por las hermanas.
—Hades, nuestro rey —saludan haciéndome reverencia.
Las tres igual de hermosas, las tres igual de perversas, las tres igual de
temibles. Vestidas de rojo ven curiosas mi mano, con sonrisas en sus labios
y en su mente mil destinos.
—¿Por qué la flor ha muerto? —dice una de ella mirando a la otras.
—Porque lo que tiene que pasar, pasara.
—Y en efecto está pasando ahora mismo —hablan una desde de la otra.
—Su pequeño pajarillo, como la flor, no puede vivir aquí. A menos
que… —Sonríe para sus hermanas.
—Habla de una vez —exijo.
—A menos que coma esto —vocifera la tercera hermana entregándome
una granada madura—. Crece en sus dominios en Elíseo y una vez que lo
coma no podrá salir de aquí.
—Lo que tiene que pasar, está pasando —afirman las tres hermanas en
coro para luego desaparecer.
Si no supiera que ellas son el mismo destino, las consideraría dementes.
Algo está pasando como ellas lo predicen, algo grande.
Perséfone.
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
Sentados en la pequeña embarcación recorremos el Aqueronte junto a
Caronte. Perséfone parece a gusto, puedo decir que está en su elemento. Ni
yo me adapté tan rápido la primera vez a este lugar y aquí está ella
desafiando toda probabilidad, sin temor a lo desconocido, a las almas y
demás.
—¿Estamos cerca de los campos?
—Sí, dejé eso último para ti. Muero porque los veas.
Sonriente empieza a tararear una canción mientras somos llevados por
las aguas.
—¿Eso es una planta? ¿Es eso posible?
—Esas son granadas. Aquí en los Campos Elíseos, es posible sembrar
vida.
—¿Aquí puedo sembrar mis flores? —pregunta inquieta mientras
Caronte se acomoda para que podamos bajar de su navío.
—Nunca lo intenté.
—¿Por qué?
—Supongo porque no había una Perséfone en mi vida antes.
—Bueno, ahora se hará. Quiero sembrar mil cosas.
Pone se sus pies en el suelo y cierra los ojos mientras en el campo verde
donde las almas benditas habitan por la eternidad, empiezan a florecer rosas
blancas.
—¿Qué hiciste?
—Dijiste que aquí puedo todo, bueno, le puse un poco de blanco al verde
de los Elíseos. —Se estira y bosteza con fuerza—. Tengo sueño.
—No, no, no… debemos irnos, pensé que tendríamos más tiempo. Debo
llevarte a casa.
—Sí —dice mientras se desvanece en mis brazos.
Invoco mi bastón y con su golpe abro las puertas del inframundo. Ante
nosotros una cabaña nos recibe, de su chimenea sale humo. La pongo entre
las flores y ella abre sus ojos de a poco. Mira sus manos luego a mí y
sonríe.
—Me llevaste a casa…
—Tu madre está esperándote. Debes volver, ella te protegerá —confieso
soltando su mano.
—¿Acaso me estás dejando, Hades?
—Sí. En mi reino solo corres peligro.
—No lo hagas…
Un rayo cae justo al lado de nosotros y veo cómo caballos bajan de los
cielos. Hera. Con una sonrisa y empuñando su espada viene hasta nosotros.
—¡¡Hoy morirás, Perséfone!! —grita iracunda. En su otra mano lleva el
trueno de Zeus y no duda en lanzarlo, intervengo y desvío su trayectoria
con mis manos.
—¿Qué haces, Hera? ¿Te has vuelto loca?
—Ella morirá, así de simple, quítate de mi camino y no estorbes.
—¡Hades! —grita mientras es arrastrada por uno de los lacayos de Hera.
—¡Perséfone! —Corro detrás de ella eludiendo los ataques del otro
lacayo.
Llamo a mi corcel de entre la tierra y este aparece, me subo en él y voy
hasta el Olimpo por ella.
—¡Perséfone! —la llamo una y otra vez sin éxito. Mi cuerpo empieza a
hacer ebullición y en un segundo convulsiono. El fuego en mis manos lo
extiendo por toda la ciudad del Olimpo, voy a quemar este lugar hasta sus
cimientos si es preciso por ella.
Todo es caos y llamas, los dioses, impotentes, me miran mientras tratan
de salvar sus hogares del fuego inminente.
—¿Qué haces, Hades? —pregunta Helios mientras intenta cruzar las
llamas que nos dividen. Me bajo de mi corcel e intento controlarme.
—La tiene, Hera la asesinará como lo ha hecho con todos los hijos de
Zeus.
—Se dónde están. —Corre y yo lo sigo. Las llamas disminuyen, pero no
en su totalidad—. Ahí adentro tiene su cámara de tortura —señala las
grandes puertas de un salón—, iré por Zeus.
Golpeo sin respuesta alguna, pongo mis manos en el pomo y dejo que las
llamas me invadan otra vez. El pomo se derrite en mis dedos y entro en
busca de mi pajarillo.
—Hera. Escóndete muy bien de mí porque te juro que te mataré si te
atreviste a tocarla.
La veo tendida en una cama de madera, amarrada de manos y pies. Su
boca cubierta con telas y sus ojos llorosos.
—Vaya, mira quién llegó.
—Déjala ir y te dejaré vivir.
—No necesito…
—¿Qué has hecho, mujer? —inquiere una voz detrás de ella dejándola
completamente petrificada—. Me has mantenido tan ciego.
—Hermano —digo tratando de causar algún efecto en él.
—Llévate a la joven, Hades, y asegúrate de que esté segura, su madre irá
por ella luego.
Desamarro a Perséfone y esta se envuelve en mis brazos. Desaparezco
con ella en brazos y vamos directo al claro donde la conocí.
—Debo volver contigo, Hades —dice agarrándose su cabeza,
completamente afligida—. Moriré, ella lo dijo. Me dio de beber… voy a
morir… me quitó mi inmortalidad…
—Perséfone, mírame, concéntrate en mí.
—Me dio de beber una pócima y dijo que en media hora moriré. No
quiero morir. Hades, ayúdame.
—Hay una forma.
—La quiero.
Invoco mi bastón y toco el suelo para que la puerta se nos abra una vez
más. Cerbero nos recibe del otro lado completamente extasiado, pero en
cuanto huele a Perséfone se pone inquieto. Sabe que algo está mal.
—Tranquilo, amigo, yo lo resolveré.
La tomo en mis brazos y camino con ella hasta el árbol de granada de los
campos. La pongo en el pasto recién rociado y tomo una de las frutas.
—Es permanente. Si comes esta fruta no habrá vuelta atrás.
—Pregúntame una vez más ¿por qué quiero besarte?
—¿Por qué quieres besarme, Perséfone?
Toma la granada de mis manos y sonríe mientras acaricia mis facciones.
—Porque te amo. —Abre la granada y saca seis semillas y las introduce
en su boca chupando el jugo de sus dedos—. Porque no hay nadie más que
tú para mí. Este es mi lugar en el mundo, lo supe en cuanto te vi.
—Oh, pequeña Perséfone.
Tomo su rostro en mis manos y la beso. Sus cálidos labios son agua pura
para mi sed incesante. Enredo mis dedos en sus cabellos profundizando
nuestro beso. Haciendo de los segundos, horas. Convirtiendo nuestro
momento en la vida misma.
Se deja caer en el pasto y abre sus piernas para darme un mejor acceso a
ella.
—¿Qué haces, pequeño pajarillo?
—Entregándome al hombre que amo.
—También te amo, Perséfone. Lo supe el día en que te vi, lo supe
cuando olí tu aroma, cuando te escuché hablar y ciertamente lo hice cuando
sonreíste para mí.
—Hazme tuya.
—Ya eres mía, Perséfone —confieso rasgando las telas de su vestido.
Completamente desnuda para mí. Es perfecta. Es mía. Toco cada
milímetro de su piel blanca y descubro de sus placeres junto a ella. La beso
con devoción absoluta. Mañana mismo construiré una iglesia en su nombre,
el mundo debe conocer a mi diosa.
Mis manos en sus senos la hacen retorcerse de placer y yo lo disfruto.
Chupo sus pezones deleitándome con cada gemido suyo en el proceso.
—Hades —pronuncia mi nombre una y otra vez. Está al borde y yo
quiero llegar allí con ella.
Abro sus piernas y oculta su rostro entre sus manos. El pudor en ella
habla. Tomo mi falo en mi mano y lo guío a su hendidura. Lentamente me
deslizo en su cavidad mientras clava sus uñas en mi espalda intentando
sacar mi camisa. Apenas he entrado y esto se siente… no tengo palabras
para describirlo.
Un pequeño movimiento más y atrapo sus gemidos en mi boca
besándola con pasión. Para cuando estoy completamente dentro de ella, sus
dedos juegan con mi piel.
—Perséfone —susurro en su oído.
Mis movimientos son acompañados con los suyos y en cada estocada me
siento morir.
—Mi Hades —exclama dejándose llevar por el inminente orgasmo, al
que le sigue el mío.
Podría vivir perdiéndome en ella una y otra vez.
—Amor mío.
Peino sus cabellos mientras la acomodo encima de mí.
—Perséfone. —La voz de Deméter nos aturde.
—Madre.
—Vístete —dice arrojando unas telas a nuestros pies, jamás me había
sentido incómodo con mi desnudez como ahora—. Debemos volver a casa.
—Estoy en casa —asegura mientras nos ponemos de pie.
—¿Qué dices?
—Lo siento, madre, pero no regresaré contigo, amo a Hades y he
decidido quedarme aquí.
—Estás completamente loca. ¿Qué le has hecho a mi hija?
—Nada o tal vez todo. Su lugar es aquí conmigo.
—Hablaré con Zeus —dice mirándome con rabia.
—Ella no se irá porque no quiere hacerlo, ya la has escuchado.
Deméter, llena de ira. se marcha.
—Volverá.
—Hablaré con mis hermanos, expondré nuestro amor y por nuestras
leyes deben aceptar que eres mi esposa y nada, ni nadie, cambiará eso. Así
será por los siglos de los siglos.
Abrazados y desnudos nos quedamos en ese momento con la promesa de
los siglos, con la convicción de amarnos y con la certeza de que así sería.
Juntos por siempre. Un amor a prueba de fuego. Un amor a prueba del
tiempo mismo. Ella y yo. Perséfone y Hades.
JD Oldman es el producto de tantas y tantas horas de lectura. David, que
es el que se esconde bajo dicho seudónimo, devora los libros en su canal de
YouTube: David Lee Libros, y los reseña para darlos a conocer. De esa
pasión por la lectura nació su amor por la escritura, iniciando su carrera
como escritor en el año 2019 con la publicación de la antología benéfica 39
Saltos en el charco, disponible en Amazon. Posteriormente, en el 2020,
participaría también en otras dos antologías: Antología Romances que dejan
huella y Un salto en el recuerdo, las cuales también puede adquirirse en
dicha plataforma.
Actualmente sigue ejerciendo la labor de reseñador en el canal de
YouTube y presta los servicios de corrección y maquetación a escritores.
Además está inmerso en la creación de hasta tres novelas que espera que
vean la luz a lo largo de este 2021 y principios del 2022. Su primera novela
en publicarse será Sin Escape: Enigmas bajo cero la cual verá la luz en el
primer semestre del 2021. Puedes contactar con él y seguirlo en sus redes
sociales:
Twitter – Facebook: @Davidlelibros
Instagram: @Davidleelibros / @jdolman.escritor
Email para correcciones: [email protected]
J.D. Oldman
EL OJO DE HORUS
Año 2035, en una habitación del hospital John Hopkins de Nueva York,
Estados Unidos.
—Papá, ¿cómo sigue la historia? ¿Qué fue de Horus?
—Hijo, Horus alcanzó la mayoría de edad y, como estaba escrito en su
destino, se enfrentó a su tío Seth, en múltiples enfrentamientos, hasta que
consiguió derrotarlo y gobernar en todo el territorio de Egipto.
—Horus debió de ser muy fuerte, seguro que no tenía rival.
—No fue tan así, hijo, es cierto que Horus tenía la destreza y fuerza de
mil guerreros y la inteligencia de su tío Thot, pero a pesar de todo no le
resultó nada fácil vencer. Incluso en una de esas batallas perdió un ojo, el
izquierdo.
—Noooo, ¿y qué pasó entonces?
—Lo que tenía que pasar, Horus supo superar todas las dificultades y se
hizo de nuevo con el trono de Egipto, el cual mantendría hasta que dejó el
gobierno del país a los grandes reyes míticos, los que fueron conocidos
como Shemsu Hor. Además recuperó su ojo y se lo ofreció como ofrenda a
su padre, y este con él consiguió recobrar la vista, ya que Horus tenía
poderes divinos asociados con la visión y se contaba que podía curar
enfermedades oculares e incluso ver a los muertos. Por eso le dio su ojo a
su padre, aun quedándose él solo con uno, ya que así Osiris que, a pesar de
estar de nuevo vivo no podía ver, pudo recuperar su visión y además
gobernar sin problema en el inframundo, como juez supremo de las almas
errantes de la Duat.
—¡Qué gran historia, papá!
—Sí, sí que lo es, y por eso te la cuento en este instante, tengo aquí algo
que ha pasado de generación en generación hasta llegar a mis manos, y hoy
pasará a las tuyas.
Hanif abrió el maletín y de él sacó un extraño amuleto, un colgante de
oro con la forma de la cabeza del dios egipcio Horus. El medallón brillaba
como el sol, pues este último lo bañó con su luz durante miles de años,
dándole su poder.
—Hijo mío, aquí te hago entrega de la posesión más preciada de nuestra
familia, un objeto que ha pasado de generación en generación, y que hemos
mantenido oculto hasta vernos en la necesidad de usarlo. Se trata del
colgante que Horus llevó en la antigüedad, el cual le acompañaba siempre
en sus enfrentamientos. Se dice que tiene un gran poder y hoy te hago
entrega de él. Es tuyo.
Hanif colocó el colgante en el cuello de su hijo y, al instante, este se
fusionó con la piel del niño.
—¿Qué ha pasado, papá? He sentido que me ponías algo en mi cuello,
pero ahora no siento nada.
—No te preocupes, es parte del proceso, ese objeto ya te acompañará por
el resto de tu vida, ahora lo importante es ver los resultados, ¡quítate la
venda de los ojos!
—¿Estás seguro, papá? Tengo miedo de que todo siga igual, de seguir
sin poder ver.
—Hijo mío, ¿qué te hice prometerme? Que ibas a creer en mí, ¿no?
—Sí, y lo hago, pero no noto nada nuevo.
—Tranquilo, toda obra o milagro lleva su tiempo, pero ahora quítate esas
vendas y abre los ojos.
Adom empezó a quitarse las vendas y, cuando estaba a punto de acabar,
un guardia de seguridad, acompañado de un doctor y de Nauhet, irrumpió
en la habitación.
—Aléjese del chico, no tiene permiso para estar aquí —dijo el guardia.
—Pero bueno, Naif, ¿qué haces aquí? —preguntó el doctor, cuyo
nombre era Stevenson—, Adom necesita descansar, ya se lo dije a su
esposa, que hasta mañana el niño necesitaba reposar —aclaró, acercándose
al muchacho y colocándose junto a él.
—Lo siento mucho, doctor, pero tenía que ver a mi hijo urgentemente.
Su visión dependía de esta visita.
—¿Pero qué dices? No logro entender de qué modo su visita ayudaría a
Adom a recobrar la visión.
—No tiene que hacerlo, usted y sus compañeros ya han hecho por mi
hijo todo lo que estaba en sus manos, y de verdad que se los agradezco,
pero era mi momento, tenía que actuar y así lo he hecho.
—¿Qué has hecho, insensato? —dijo acercándose al niño para verificar
que se encontraba bien—. Ramírez, saca a estos padres de aquí, tengo que
revisar al joven.
—No, doctor, no los eche fuera de la habitación, quiero que estén aquí,
confío en ellos, ellos son mi familia, mi salvación, sin ellos no hay
absolución para mí —contestó Adom, ante la mirada de incredulidad del
médico por haber escuchado esas palabras. Y dicho aquello terminó de
quitarse las vendas y las arrojó al suelo.
Sus párpados aún permanecían cerrados y, poco a poco, empezó a
abrirlos. Todos en la habitación enmudecieron, expectantes ante lo que
podía pasar. En cuestión de segundos los ojos de Adom se encontraban
abiertos de par en par mostrando unos iris azules, tan azules como el mismo
cielo.
—Hijo, cuéntanos, ¿puedes ver? —preguntó Nauhet, angustiada.
—No aún no, lo siento, todo sigue igual, no veo nada.
La mujer bajó la mirada, apenada, y abrazó a su marido.
—¿Han acabado ya con su jueguecito? —preguntó enfadado el doctor—.
Ahora acompañen a Ramírez hasta la sala de espera, yo me reuniré con
ustedes cuando vuelva a vendarle los ojos a Adom, tanta luz ahora mismo
no es buena para su recuperación.
El matrimonio empezó a andar hasta la puerta, acompañado del agente
de seguridad, cuando escucharon hablar a Adom.
—No, doctor, ya le dije que no los echase, que los quería aquí a mi lado
—dijo el niño mientras puso una mano encima del hombro del médico.
En ese momento nadie podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
—Adom, ¿cómo has sabido dónde estaba mi hombro? —preguntó
Stevenson.
—No sé cómo ha sido, doctor, pero de repente he empezado a ver
pequeñas sombras a mi alrededor, figuras borrosas que poco a poco han ido
cogiendo forma, las cuales al final se han aclarado y he podido distinguir.
Sois ustedes, ¡vuelvo a ver!
Hanif y Nauhet se abrazaron llenos de felicidad, las lágrimas caían por
sus mejillas, mientras, el doctor Stevenson aún no sabía cómo reaccionar
ante tal milagro.
—No me lo puedo creer, no sé qué es lo que has hecho, Hanif, pero hace
un rato su hijo no podía ver, yo mismo revisé su visión, y ahora parece que
esta se encuentra totalmente recuperada. Si me lo permitís, y cumpliendo la
voluntad de Adom, voy a revisarlo en su presencia, aunque no es lo
establecido ni apropiado.
—Adelante, doctor, haga lo que tenga que hacer —respondió Hanif.
Stevenson revisó la vista del joven y no salía de su asombro, el chico no
solo había recobrado la visión, sino que esta reaccionaba de forma normal
ante cualquier estímulo.
—Chico, si esto me lo llegan a contar nunca me lo hubiera creído, una
recuperación así, como la que has experimentado en tan poco tiempo, es
algo milagrosa. Pero no puedo estar más contento en estos momentos,
porque sí, todo parece estar bien. Ahora le haremos unas pruebas en la
unidad de oftalmología para cerciorarnos bien, pero podría asegurar que sus
ojos están completamente sanados y recuperados.
—El único milagro aquí, doctor, es la familia que tengo, la cual siempre
estará ahí para mí, al igual que yo lo estaré para ellos, salvaguardando a los
nuestros, cuidando a nuestro linaje, por los siglos de los siglos.
Ante las palabras de Adom, Stevenson, Hanif y Nauhet no pudieron
evitar reír.
—Jovencito, no deja de sorprenderme, además de recuperar la visión, se
expresa como alguien que demuestra mucha inteligencia y que valora lo que
verdaderamente es importante en esta vida: la familia. Espero que siga así,
ahora, acompáñame, las pruebas no durarán mucho y enseguida se reunirá
de nuevo con sus padres. Yo mismo firmaré su alta esta misma noche si los
resultados son positivos.
Adom y el doctor abandonaron la habitación, y los padres del chico se
dirigieron a la sala de espera. Tras poco más de media hora, el chico regresó
junto a Stevenson, y se reunió con sus padres en la sala de espera; una
sonrisa se dibujaba en su cara.
—Señores, ya expresé mi opinión hace un rato, pero me reiteraré en ella,
es asombroso, un milagro diría yo, pero la visión de Adom se encuentra
perfectamente, así que podéis abandonar ahora mismo el hospital y dirigiros
a casa.
—Gracias, muchas gracias, doctor, por todos sus cuidados y por su
valiosa maestría a la hora de ejecutar la operación, estamos seguros de que
sin su aportación y talento nuestro hijo seguiría aún sin ver. Nunca
podremos pagarle la felicidad que nos ha devuelto en el día de hoy —dijo
Nauhet antes de abrazar al médico en señal de gratitud.
—No tiene que darme las gracias, Nauhet, es mi trabajo, además es una
gran satisfacción para mí que todo haya acabado de este modo. El saber que
Adom puede volver a ver es la mayor recompensa que pueda tener.
—¡Dios se lo pague! —exclamó la mujer.
—Lo hará, amor, puedes estar tranquila que lo hará —respondió su
marido, cogiéndola de la cintura.
—Bueno, solo queda que Adom se cambie de ropa en la habitación y
podrán marcharse, yo me despido ya, tengo otro paciente aún por revisar
antes de finalizar el turno esta noche, si me disculpan, ha sido un placer
conoceros.
Tras esto, el joven matrimonio se dirigió junto a Adom de vuelta a la
habitación y allí empezó a cambiarse. A los pocos minutos ingresó en la
sala una enfermera, Stella, y les preguntó cuánto les quedaba, pues ya
habían dado aviso al personal de limpieza para adecentar la habitación y
prepararla para un próximo paciente. No obstante, la mujer captó algo que
le extrañó, un pequeño detalle que no pasó desapercibido ante sus ojos,
aunque no dijo nada.
—Ya salimos, sentimos la tardanza, discúlpenos —contestó Nauhet—,
pero este niño se ha vuelto un poco presumido y no quería ponerse su
antigua camisa, menos mal que al final lo hemos convencido.
Los tres abandonaron la habitación, y Stella no pudo evitar quedarse
pensativa tras lo que había contemplado. Aun así, salió de la misma y se
reunió junto a sus acompañantes con el doctor Stevenson, el cual les
esperaba en el hall de entrada para despedirlos.
—Adom, ha sido un placer poder operarle y ayudarle a que recobrase la
visión, ahora recuerde mis indicaciones, durante unos días repose todo lo
que pueda y use las gafas de sol que le hemos dado, no queremos que esas
nuevas córneas sufran ahora más de la cuenta, por lo demás disfrute y viva
la vida, pues solo tenemos una.
—Muchas gracias, doctor, siempre le estaremos agradecidos —dijo
Hanif dándole un apretón de manos.
El joven matrimonio empezó a salir del recinto junto a Adom, pero este,
en el último momento, se paró y volvió junto a Stevenson. Le abrazó y le
susurró algo al oído. Este se quedó sorprendido por las palabras del niño,
pero no dijo nada, solo le abrazó y luego le despidió con la mano, mientras
el chico regresaba junto a sus padres, para por fin salir del hospital, rumbo a
su hogar.
Una vez afuera, Nauhet le preguntó a su hijo:
—¿Qué le has dicho al doctor Stevenson, Adom?
—Algo que necesitaba oír, mis palabras le ayudarán más adelante, estoy
seguro de ello.
—¿Pero qué dices, hijo? No comprendo cómo pueden ellas ayudar al
doctor.
—Mamá, si algo he aprendido esta noche es que nuestra familia se cuida
a sí misma, se protege, y el doctor hoy se ha ganado pertenecer a mi
familia, pues no es solo nuestra familia la que lleva nuestra sangre, sino la
que te demuestra que te quiere como tal, y él me lo ha demostrado, por eso
con mis palabras hoy no he hecho otra cosa que cumplir con mi cometido
en esta vida: cuidar de mi legado, de mi familia.
La mujer se quedó boquiabierta ante tales palabras, pero no dijo nada
más, estaba rebosante de felicidad por la recuperación de su hijo, y eso era
lo único que le importaba, y ahora sí, sin más interrupciones, regresaron a
su hogar.
Mientras, en el hospital, el doctor se dirigía pensativo a su despacho, las
palabras que le dijo Adom en el último momento le habían desconcertado y
no supo reaccionar ante ellas. Entonces vio a Stella con la mirada perdida,
ausente, como si estuviese recapacitando sobre algo importante.
—¿Qué te ocurre, mi buena amiga?
—Llevo un rato pensando en algo que vi antes, me pareció extraño, por
lo menos en un niño, pero no quise decir nada entonces porque no lo vi
oportuno.
—¿A qué te refieres?
—Verás, doctor, cuando entré en la habitación, para buscar al chico y sus
padres, no pude evitar ver que el niño tenía un extraño tatuaje en mitad del
pecho, ¡no entiendo cómo unos padres pueden autorizar a que a su hijo le
tatúen siendo tan pequeño! ¡Adom solo tiene diez años, por Dios santo, y un
tatuaje es para toda la vida! Además no era un tatuaje cualquiera, era la
cabeza de un antiguo dios egipcio: Horus, si no me equivoco. Lo reconocí
porque a mi hermano le encanta la mitología egipcia y, siempre que voy a
su casa, no puede evitar enseñarme los objetos que tiene y contarme mil y
una historias de allí.
—No te preocupes, amiga, cosas más extrañas que esas se han visto, se
ven y se verán en esta vida. Y un tatuaje no le traerá ningún mal a Adom,
aunque, ahora que lo dices, no recuerdo haber visto antes ningún tatuaje en
su pecho. Bueno, olvidémonos de eso ahora, nada podemos hacer ya. Ahora
vente conmigo, bajemos a la cafetería a tomarnos algo, creo que nos lo
hemos ganado.
Así, doctor y enfermera pusieron rumbo a la cafetería, donde acabarían
la noche entre risas y alegrías, antes de regresar a casa y comenzar un nuevo
día. No obstante, algo no saldría de la cabeza de Stevenson, y sería las
palabras que Adom le dijo ese día.
Epílogo: El legado
Dedicado a todas esas personas que como Adom y los demás personajes
de esta historia valoran la importancia de la familia sobre todas las cosas,
pues esta es la que prevalece en el tiempo, la que nos da fuerza en los
malos momentos y nos ayuda a seguir adelante. Y, cómo no, a mi hermano
Juanda, pues su amor por la mitología egipcia me animó a brindarle esta
historia. Espero que estas letras, este mensaje, calen en él, y también en
ustedes, queridos lectores, si os hice pensar en la importancia de vuestros
seres queridos y en cómo debéis valorarlos, ya me doy por satisfecho.
Lorena Salazar
Siempre fue apasionada de la lectura, aficionada a las novelas
románticas y el género de fantasía. Comenzó a escribir a principios del año
2014, motivada por una inquietud de contar una historia. Su primera novela
fue ¿Crees en el Destino?, después siguió con la trilogía Siempre te amaré,
más un cuarto libro de Spin off con la historia del antagonista y la serie
Exilio. Todas estas novelas, fueron del género de novela romántica
contemporánea.
El libro de Muerte a Media Noche de la Saga de Caballeros Malditos, es
la primera novela de ficción y fantasía, en la que ha incursionado.
Ha auto publicado a la fecha, 8 novelas, a inicios de febrero lanzará el
tercero de la serie de Exilio llamado Ángel Perdido, además de su
participación con un relato, en una antología que será publicada en febrero,
junto con otras 14 escritoras del grupo Libros de Dejan Huella, donde
colabora.
Lorena Salazar
Capítulo 1
Enemigos del pasado
Capítulo 2
Un encuentro con el mal
Capítulo 3
La noche esperada
Prefacio
—¡Odio el chocolate!
Mi respiración se ralentizó y por algún motivo los músculos perdieron su
fuerza mientras mis ancestros atravesaban mi cuerpo y se detenían junto a
la abuela. Jadeé y sonreí al reconocer cómo Itzamná, mi padre, dejaba un
beso en su frente. Un par de lágrimas corrieron por mis mejillas. Observé a
mi alrededor, aunque solo escuchaba los murmullos de mi comunidad y no
era capaz de comprender lo que decían. Mi mente y alma no estaban allí.
Los tamborileros junto a los danzantes me transportaron a una selva que no
era la mía.
—¡Regresa aquí y discúlpate con tu madre!
Oscilé y boté el aire de golpe. La unión espiritual con el hombre que
amaba fue lo único que pudo sacarme de mi trance. Otra vez la música era
viva, nuestros invitados emborrachados por la serotonina que seducía sus
sentidos. Mantuve la calma al ver correr a nuestro hijo hacia la selva y mi
amado esposo pretendió seguirlo.
—No lo encontrarás.
Él llevó los puños a las caderas, sacó el pecho y resopló. Entonces giró
hacia mí. Me mantuve erguida y con una sonrisa en mis labios. Él lucía
enorme y resplandeciente. El cabello más rubio que nunca y sus ojos verdes
como el jade del collar que decoraba su cuello, los adornos del tilmatli2
rezumaban opulencia y nobleza. Nadie tendría dudas de quién era.
—Tiene cuatro años y yo conozco la selva desde mucho antes de que él
naciera.
Prepotente, siempre lo fue. Y esa característica fue la culpable de que me
enamorara de él, pero eso no debía saberlo. Si bien, él nunca dudaría de que
mi amor lo acompañaría aún más allá del Xibalbá. Dio la vuelta y pretendió
continuar.
—Quetzalcóatl…
Mi doctor frenó en seco, bajó la cabeza y hasta mí llegó el suspiro que
exhaló. Lo imaginé con sus preciosos ojos verdes cerrados. El dolor en su
corazón me arrebató el aliento.
Las personas continuaban con la fiesta a nuestro alrededor, ajenos a lo
que sucedía. Aunque pequeños, nuestros hijos dominaban su entorno. Era la
fiesta de cumpleaños de los gemelos —él tan rubio como su padre y ella tan
pelirroja como yo— y nuestro hijo no le robaría el protagonismo a su
hermana.
Mi esposo giró, llevó una rodilla al suelo e inclinó la cabeza, se prohibía
observarme.
—Mi diosa.
Solo hasta ese instante me moví. Mantuve el contoneo suave de mis
caderas y la tranquilidad en mi corazón. En mí recaía mantener el equilibrio
entre las fuerzas que ellos representaban. Me detuve frente a él, deslicé los
dedos en su pálida piel y levanté su cabeza.
—No entre a nuestra selva. Mi cacao está muy débil y con las emociones
que los dominan en este instante no podrá sobrevivir a su presencia. Usted
es la serpiente emplumada y estamos en el solsticio de primavera. Su hijo es
Hunahpú, aquel que junto a su hermana venció al Xibalbá. Déjelo ser.
Coloqué la mano en su hombro. Cuando se puso en pie yo ya estaba
entre sus brazos y su frente apoyada en la mía. Mis brazos lo rodearon
mientras él mantenía los ojos cerrados con fuerza.
Después de tantos años todavía se reclamaba a sí mismo por mis manos.
Pero con el pasar del tiempo agradecí ese accidente, pues mis manos
siempre necesitarían de las suyas para preparar nuestro chocolate.
Compartíamos el proceso del cacao y eso volvía nuestra unión
inquebrantable.
—Estuviste más de tres meses preparando el cacao que se convirtió en el
más suntuoso chocolate. Tus creaciones son cada vez más divinas. Tu cacao
me acompaña, aunque tú no estés y los invitados… Viste sus rostros,
repitieron tres o cuatro veces. Ni siquiera sobró para el consejo supremo.
¿Y nuestro hijo lo desprecia?
Cerré los ojos ante el suspiro de cansancio que afloró de su garganta y
dejé un beso en el mentón, pues sus brazos me aferraban a él como si me
defendiera de un peligro atroz y quizás sería así si no fuera por la visión que
acababa de tener.
—El cacao le mostrará su camino. Él es paciente.
—Yo no.
Se separó de mí unos centímetros y la sonrisa pícara murió al instante en
que fijó la mirada en mí. Frunció el ceño. Intenté mantenerme tranquila, a
pesar del dolor que atravesaba mi pecho. No sabía cuánto más podría
contenerme.
—Papito.
Nuestra hija haló a su padre con tal fuerza que rompió el lazo entre los
dos. Con los labios en una línea recta, él se acuclilló frente a ella.
—¿Sí, princesa?
—Quiero cacao con miel.
Mi doctor no se movió y me forcé a dedicarle una sonrisa que, esperaba,
fuera reconfortante. Nuestra hija insistió, una y otra vez, hasta que él se vio
obligado a seguirla.
Con pasos lentos entré a la cocina de la casa de la abuela. Cientos de
jícaras llenas de pozol resarcían la sed de nuestros invitados y alimentaban
sus almas. Con la sabiduría que la caracterizaba, extendió sus manos y
rodeó mi rostro con ellas. No podía creer que esa sería la última vez que su
calidez me reconfortaría.
—Tuvo una visión.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas sin poderlas contener. La sonrisa
en sus labios era prueba de la juventud de su espíritu. Ella era la mujer más
fuerte que conocía.
—Abuela, no quiero perderle.
—Mi niña amada, en cada uno de sus pasos estaré junto a usted. —Quise
ofrecerle mis respetos al arrodillarme ante ella, pero me lo prohibió—.
Ahora es la sacerdotisa de su comunidad.
Bajé la cabeza.
—No sé si estoy lista.
Sus manos envolvieron las mías.
—Le he enseñado bien.
Contuve el aliento cuando Daniel colocó la mano sobre mi hombro. Su
calor me envolvió, abrazándome, demostrándome que él siempre sería mi
fortaleza.
—Debo haber hecho algo bien cuando la mismísima serpiente
emplumada bajó para acompañarme en mi camino al Xibalbá.
Levanté mi mano y la puse sobre la de mi esposo mientras él rodeaba mi
cintura con su brazo libre. Éramos la dualidad del cacao, uno solo. Ambos
le entregamos a nuestro pueblo un medio de subsistencia a la vez que de
esparcimiento.
—Me uniste a mi verdadero amor, ajt’äbäla3. Sin ti seguiría con mi
amargura y odio. —Él hizo una pausa y sus brazos me aferraron como si
por algún motivo yo fuera a desaparecer—. No, eso no es cierto, ajt’äbäla.
Estoy seguro de que Ic’ä me rescató de la muerte, ¿cómo no acompañarte
en tu camino hacia ella?
La abuela sonrió, lo amaba como sangre de su sangre. Lo respetaba
porque, aunque conmigo esa superioridad que lo dominaba lograba
mostrarse, a ella siempre la escuchó.
—Cuénteme, Ixcacau… Dígame cómo Xólotl perdonará a su hermano.
Muéstrele a Quetzalcóatl que su hijo también protegerá a nuestro muy
apreciado cacao. Mi amada hija, haga que mi camino al Xibalbá sea más
llevadero.
—La primogénita de Xólotl y una diosa chontal4 es universal…
Emma despertó en una cama cómoda que ya le era familiar. Desde hacía
un mes vivía en Tabasco, pues los rescatistas los llevaron allí a petición de
Elio. Su padre era el mejor ortopeda pediátrico de México y allí se
encontraba el hospital de ortopedia más importante del país.
Fue recibida con mucho mimo por parte de la mamá y hermana de Elio.
Ellas la consentían tanto como lo haría su propia mamá. Tardaron cinco días
en rescatarlos, no obstante Elio y ella estaban bien de salud. No
desarrollaron ningún tipo de infección, a pesar de sus heridas y lo expuestos
que estuvieron a los elementos. Elio le explicó que el pozol —la bebida que
él preparó con el cacao y el maíz— era reconstituyente y que con el paso de
los días desarrolló el hongo de la penicilina y por eso estuvieron protegidos.
En ese tiempo el estómago de Emma se acostumbró a las frutas y
vegetales disponibles. No fue de inmediato, pues Ixca, la mamá de Elio
insistió en que tenía que volver a aprender a comer. Su dieta consistía casi
por completo del pozol y cada día probaba un ingrediente nuevo.
Lo mismo sucedió con sus padres, quienes, pudieron llegar gracias a que
los señores Lorena les cedieron sus pases de viaje. Emma aún se estremecía
ante ese primer encuentro. Jamás vio a su padre actuar con tanta
irracionalidad.
—¿Por qué no desapareces de mi vida de una vez? ¡Yo nunca cometí
una falta en tu contra, Daniel!
—Gareth, es una decisión de los chicos.
—¡Es mi hija! ¡Mi familia!
—Hubo un tiempo en que confiaste en mí.
Emma no comprendía qué sucedía, pero los padres de los dos se
susurraban entre ellos y Elio se volvió distante desde que estaban allí. Sin
embargo, tenía la certeza de que él la acompañaba todas las noches. Desde
que probó el pozol ya no podía separar al hombre de la bebida.
Emma sabía que era imposible, pero ellos olían a cacao, como si esa
fuera su esencia. En Ixca era algo floral y fresco, en el doctor cítrico y en
Elio… Gimió. Emma quería pasar la lengua por su piel y comérselo entero.
Salió de la habitación con paso lento y llegó a la cocina. La mañana tenía
una rutina extraña, pues mientras en la hora de la comida o la cena las
mamás de ambos se desvivían en atenderlos y se aseguraban de que no
movieran un músculo de más, en el albor del día todos se quedaban
sentados en la mesa, aunque era palpable cómo contenían sus cuerpos.
Emma los saludó y con una sonrisa incierta acomodó un mechón de su
cabello. Se quedó en medio de la cocina, sin saber si debía sentarse o
acercarse a Elio y ayudarlo. Se decantó por la última opción, aunque solo
dio un paso cuando el giró y le entregó una jícara llena del pozol que él
mismo acababa de preparar.
—Gracias. Yo podría ayudarte.
Él asintió.
—Después.
Elio llevó las manos a las llantas de la silla de ruedas y se impulsó fuera
de la cocina. Emma sonrió con cierta tirantez. Todas las mañanas
intercambiaban esas mismas palabras, pero ese después jamás llegaba. Era
la única que no sabía preparar pozol, por más que le rogó a Ixca y a su
propia madre que le enseñaran.
Salió del lugar y con pasos lentos llegó hasta el exterior de la casa. Se
sentó en una hamaca y se meció dándole pequeños sorbos a la bebida.
Desde allí podía observar los altos y frondosos árboles. Esa selva transmitía
una viveza contagiosa.
Emma sonrió cuando levantó la mirada y encontró a su padre apoyado en
el marco de la puerta. Gareth se sentó junto a su primogénita y tomó sus
manos entre las suyas, transmitiéndole ese calor reconfortante al que ella
estaba acostumbrada. Al instante, Emma se sintió protegida y amada.
—Alguna vez vi esa mirada en tu madre.
Emma sonrió mientras apoyaba la cabeza en su hombro.
—Sin embargo, todos dicen que soy idéntica a ti.
Una risa queda brotó del pecho de Gareth y dejó un beso en la frente de
su hija.
—En lo físico, pero eres igual que tu madre y no podría estar más
orgulloso. —Él guardó silencio y Emma lo abrazó—. Tenle paciencia a ese
joven.
Emma se separó de su padre con los ojos desorbitados.
—De todo lo que creí que me dirías, jamás esperé esas palabras.
Gareth sonrió, existía cierta melancolía en esos ojos como una noche
despejada.
—Son mis vivencias las que hablan.
Emma bajó la cabeza y sus dedos retiraban una pelusa inexistente de su
vestido.
—Él no me quiere.
Gareth tomó una bocanada de aire y la soltó con brusquedad.
—Sí, a todos nos ha quedado claro con sus palabras, pero sus acciones
gritan algo distinto.
Ambos guardaron silencio al escuchar cómo Elio y su padre se
acercaban a ellos mientras discutían.
—Todavía falta un mes para que puedas hacer lo que pretendes.
Elio se detuvo en la puerta de la casa y Emma contuvo el aliento. Estaba
de pie, en sus piernas esas botas ortopédicas que reemplazaban las
escayolas que tenía puestas solo unos minutos antes. Ella cubrió sus labios,
pues el desafío en la postura de él era tan palpable que le dificultaba la
respiración. Emma se levantó, sin saber muy bien qué hacer.
—Elio…
Sin mirarla él dijo:
—¿Le das permiso?
El doctor Lorena se cruzó de brazos y Emma descubrió de quién Elio
heredó la prepotencia.
—No es a mí a quien debes solicitarlo.
—Te pregunto como su doctor. —Elio señaló a Gareth—. El de él ya lo
tengo.
Emma se giró hacia Gareth y él le sonrió como solo un padre lo haría.
Cerró los ojos cuando él volvió a dejar un beso en su frente y la tomó de la
mano para acercarla a Elio.
—Que no se apoye en la pierna izquierda. —La voz del doctor
autoritaria.
Emma asintió y rodeó la cintura de Elio con su brazo. Frunció el ceño
cuando él se apoyó en ella, pues no lo esperaba. Y con lentitud ambos se
dirigieron a la selva.
Emma escuchó a su padre decir:
—Idéntico a ti.
El doctor respondió:
—Eso fue lo que enamoró a la chica. —Y rio.
—¿Después de tantos años tengo que recordarte que ella me eligió?
Ellos rieron.
—Quizás deberían dormir en la calle para que recuerden a quién deben
sus lealtades. ¿No te parece, Ixca? —Emma rio al reconocer la voz de su
madre.
—Me parece bien, Amie. Y nosotras nos iremos a la playa, allí siempre
hay turistas muy guapos.
Ambos hombres gruñeron. Y Emma giró a tiempo para ver como su
padre corría detrás de su madre que reía a carcajadas. Los ojos de Emma se
humedecieron y una gran sonrisa iluminó su rostro. Solo recordaba una
ocasión anterior, pues la lesión lumbar de su padre no le permitía ese tipo de
movimientos.
Observó a los padres de Elio mientras se abrazaban y sonreían.
—Eso fue gracias a tus manos, ajcheraj c’äb6. —Ixca observó a su
esposo con un brillo especial.
—No, mi diosa. Ese milagro solo le pertenece a esa mujer. —El doctor
señaló a Amie.
A Emma le pareció que en ese instante Ixca amó más a su esposo. Volvió
a observar a sus padres, en sus miradas se reflejaba el amor que existía entre
los dos.
Ojeó a Elio y suspiró. No acababa de comprender la insistencia de entrar
a la selva ese día. Se distrajo de sus pensamientos cuando un mosquito la
picaba en el brazo libre. Emma lo levantó y lo observó embobada.
Entonces alzó la mirada y encontró una colmena de abejas, su zumbido
le pareció maravilloso. Más allá unos pájaros cantaban, se escuchaban los
grillos a lo lejos. La selva susurraba.
Ni siquiera se percató de que Elio se detuvo y que la miraba con los
labios en una línea recta. Ella volvió a observar a su alrededor. Sus ojos
resplandecían por las maravillas que la rodeaban.
Elio volvió a caminar. Emma intuyó que lo hacía despacio por ella más
que por sus fracturas. Se detuvieron junto a un árbol muy alto con unas
frutas amarillas del tamaño de balones de fútbol americano.
Elio se deslizó hasta el suelo y le señaló la flor diminuta y blanca. Emma
observó cómo una hormiguita entraba en ella.
—Los insectos son los que hacen que los árboles den sus frutos.
Emma miró a Elio quien asintió con solemnidad.
—Mi madre ha protegido su selva desde tiempos inmemoriales. Cuando
mi padre encontró su camino y llegó a Tabasco, la selva se tornó robusta e
inquebrantable. Excepto dos días al año, en el solsticio de primavera y
otoño.
Emma frunció el ceño, pues le costaba comprender sus palabras. Dirigió
la mirada a los árboles que la rodeaban e inhaló despacio para percibir todos
los olores que inundaban sus papilas gustativas.
—¿Su selva?
Para Emma era imposible, Ixca era una mujer joven, aunque siempre
sintió que su mirada transmitía una sabiduría antigua y ya olvidada.
—Mi madre es Ixcacau, diosa del cacao y la seducción. Y mi padre
Quetzalcóatl, aquel que le entregó a los olmecas las almendras y a su vez la
serpiente emplumada.
Emma intentó responderle, pero su voz le falló. Si no hubiera estado ahí
desde hacía un mes podría creer que Elio se burlaba de ella, pero en ese
lugar existía una unión espiritual con la tierra.
Elio abrió el bulto que llevaba, sacó una hermosa tabla tallada con la
almendra de cacao y colocó sobre ella varios bombones de chocolate. Se la
presentó a Emma con elegancia y esmero.
Emma fijó la mirada en él. Su corazón le gritaba a su cabeza las
evidencias. Frente a ella tenía al dios del sol… Y era hermoso. Le pareció
que su cabello se tornaba más rubio y que los destellos de rojo
resplandecían más, tal y como el astro a esa hora del día.
—Eres Hunahpú.
Los ojos de Elio se dilataron, pues Emma lo reconoció una vez más. No
entendía cómo ella podía saber quién era, pues ella era una mujer de
mundo. Sus padres dirigían el despacho García y García, encargados de las
construcciones de hospitales a nivel mundial. Y él era solo un aprendiz.
—Lo soy.
Elio frunció el ceño al ser testigo de cómo ella absorbía todo a su
alrededor con asombro y curiosidad. Era tan hermoso verla. Quería tomarla
de la mano y correr por la selva, deteniéndose en cada árbol para mostrarle
sus flores y cómo estas se convertían en frutos… Le haría el amor bajo los
cacaotales.
—¿Y en esos dos días no puedes estar en la selva de tu madre? ¿Por eso
estabas en Chetumal?
Elio salió de sus ensoñaciones y asintió.
—Así es.
Emma observó todo una vez más y entonces fijó la mirada en él. Esos
ojos tan negros como los suyos claros y el cabello como el solsticio de
invierno.
—¿Por qué siento que estoy en una prueba?
Elio se sentía diminuto. Estaba a los pies de ella porque así debía ser.
Emma tenía muchos más conocimientos que él. Solo por despreciar lo que
sus padres siempre le ofrecieron, la humildad era una cualidad que debía
practicar. Y empezaría por dejar ir a esa mujer que alborotaba todos sus
sentidos.
—Emma, te sientes unida a mí porque te di de mi pozol, pero fue la
única forma que encontré de mantenerte con vida.
Emma se abrazó a sí misma por lo que Elio tragó con dificultad. Se
preguntó por qué ella se lo hacía tan difícil. Y estaba seguro de que sus
ancestros le hacían pagar la afrenta de hacía tantos años.
—Pero sigo aquí. —La voz de ella en un susurro doloroso.
Él negó con rotundidad. Solo estaba allí porque ese era el lugar que
buscaba. Emma no podía tener otra razón.
—Todavía querías descubrir por qué en nuestra selva hay vida.
Emma extendió la mano, aunque en el último segundo la dejó caer.
—Elio…
Debía terminar con eso ya. Él era de los que se arrancaba la bandita de
golpe y en esa ocasión no tenía por qué ser diferente.
—Mamá permitirá que traslades un árbol de papaya, pues es tu fruta
predilecta. Y en él llevarás varios insectos que le darán vida a tus árboles.
Elio cerró los puños cuando una lágrima se deslizó por esa mejilla tan
tersa. Emma desvió la mirada e intentó limpiarse con disimulo, pero él no
perdía detalle de los movimientos de ella desde que la conoció.
—Pero no es lo que quiero.
—Sí, Emma. Eso es lo único que en realidad quieres.
Elio la escuchó resoplar y jurar en vano sin aliento. Sonrió. Estaba
seguro de que si las miradas mataran él iría camino al Xibalbá. Emma llevó
las manos a la cintura, la furia oscurecía aún más sus ojos.
—¿Según tú me volveré loca cuando pruebe tus bombones? ¿Querré
besarte y pertenecerte? Porque eso quiero hacerlo…
Elio bajó la cabeza y tomó una diminuta rama del cacaotal en un intento
vano de contener el fuego que lo consumía.
—Soy un crío.
Contuvo el aliento y su corazón latió frenético al sentir cómo los dedos
de ella se deslizaban en su rostro y lo levantaban con delicadeza. Otro par
de lágrimas recorrieron las mejillas de Emma. Él se obligó a permanecer
estático, aunque sentía el calor que emanaba de su piel.
—No, no lo eres. Perdóname por llamarte así.
Emma humedeció sus labios mientras se acuclillaba ante él para
entonces llevar sus piernas a cada lado de las suyas y terminar sobre su
regazo.
—Elio… Hunahpú, ¿me permitirías caminar junto a ti en tu selva?
¿Comerías mi primer chocolate conmigo?
Él se quedó en silencio, pues su voz lo abandonó. Emma giró hacia la
tabla de chocolate y agarró con extrema delicadeza el bombón de mezcal,
su favorito.
Emma lo llevó a la boca de él mientras se inclinaba y entreabría sus
labios. Elio gimió al sentir la calidez de su lengua en tanto el chocolate se
derretía en la boca de los dos. Y solo hasta ese instante se atrevió a rodearla
con los brazos, aunque con precaución, pues sabía que todavía no se
recuperaba.
Con una sonrisa, ella se separó de él, dejando besos sueltos en la
comisura de sus labios. Emma volvió a girar, buscó en el bulto la masa de
pozol que él preparó en la mañana y disolvió un poco entre sus dedos y el
agua en la jícara.
Ella la tomó entre las dos manos y la llevó a su boca. Elio fijó la mirada
en ella, sus manos subían y bajaban por la espalda de ella, estremeciéndola
y sonrojándola. Entreabrió los labios y el líquido resbaló por su garganta.
Se obligó a dejar de tocarla para agarrar la jícara entre sus manos y
ofrecerle pozol a la mujer que amaría por siempre.
En cuanto ella aceptó su ofrenda, una brisa ligera meció sus cabellos. El
inconfundible aroma del cacao fresco los rodeó. Elio cerró los ojos, en su
interior el calor se apoderaba de cada terminación nerviosa. Emma buscó
sus labios y él respiró profundo al sentir la esencia inconfundible del
chocolate. Allí junto a ella Hunahpú comprendió que él era su guardián.
Gabriela R. Jones, es el nombre de pluma de Isa Jones quien nació en
México Distrito Federal un 29 de agosto de 1975.
Durante muchos años, debido al trabajo de su papá, vivió en distintas
playas y ciudades de la República Mexicana. Después de probar diferentes
campos laborales, decidió viajar a Londres en busca de nuevos horizontes,
siendo ahí donde la dama destino, haciendo una de sus jugarretas, la puso
frente al que hoy es su compañero de vida. Una vez comenzando su vida de
casada en Londres, Gabriela obtuvo el título de Intérprete Traductora, labor
que realizó durante varios años, pero cuando las demandas del hogar se
hicieron presentes decidió enfocarse de pleno a sus dos hijos y fue en este
tiempo donde encontró el amor por la lectura y las reseñas de novelas de
romance. Percatándose de la oportunidad de convertir su pasión en una
profesión, la empujó a crear el blog de promoción literaria que hoy se
conoce como Jo&Isalovebooks.
La promoción de libros le obsequió la oportunidad de conocer a grandes
escritores y lo que la llevó finalmente a trabajar con la escritora
norteamericana J.S. Scott como una de sus asistentes personales,
descubriendo bajo su tutela el deseo de escribir.
Gabriela es amante del café, el color rosa, las novelas turcas y el
romance.
Nocturno es la primera novela de la autora quien se encuentra ahora
escribiendo su primer libro, A Reason To Save Me, mismo que estará
disponible en el verano del 2021.
Gabriela R. Jones
NOCTURNO
“La Inmortalidad es una idea deseable hasta que te das cuenta de que la tienes que vivir solo”.
NYX
La mayoría de los dioses y diosas de nuestro universo teníamos nuestro
futuro ya marcado en nuestras moléculas genéticas al momento de nacer.
Cada dios descendía de su propia genealogía, perseguía intereses diferentes,
tenía una cierta área de su especialidad y estaba guiado por una
personalidad única.
Mi padre, Caos, siendo lo primero que existió en el Universo, prevaleció
a todos los dioses y fuerzas elementales y, a pesar de no ser un dios, por así
decirlo, su importancia fue venerada por todas las antiguas generaciones.
Después de él se crearon Gea (o la tierra) y el Tártaro (un profundo
abismo utilizado como prisión para los titanes). Ambos eran sus primeros
descendientes y, después de mucho tiempo, nos creó a mí y a mi hermano
Érebo a quien yo consideraba mi mejor amigo y por quien desde hacía
tiempo empezaba a sentir algo muy profundo.
El ser dioses no cambiaba el efecto de que estuviéramos designados a
existir de una manera predeterminada, sin embargo, rara vez estuvimos al
tanto de esta información privilegiada.
Existía un tiempo único en el universo en que se nos otorgaba dicho
linaje, el cual se traducía de manera exclusiva y explícita para la persona
que lo recibía, era el momento en que todos nuestros dones, poderes, dotes,
habilidades y cualidades únicas se nos revelaban.
Por lo general, las diosas recibían su linaje al alcanzar la edad completa
o lo que se conocía como la edad de la inmortalidad. Para mí ese día había
llegado y tristemente no había recibido marca alguna.
Caminando de un lado al otro de mi aposento me preguntaba por qué no
se me había otorgado la marca. No solo era un indicio de con quién íbamos
a copular, nuestros talentos y dominios dependían de ella y estaba ansiosa
por saber qué tenían las divinidades preparadas para mí.
El simple conocimiento de convertirme en un ser inmortal lo hacía todo
aún más difícil; ¿cómo sobreviviría una eternidad al lado de una persona a
quien no amara?, este advenimiento me llenaba de incertidumbre, con cada
segundo mi mente se aceleraba con tantas preguntas y estaba segura de que
si no recibía las respuestas que estaban plagando mi mente, perdería la
razón.
Todo suponía que sería un día especial, había alcanzado la mayoría de
edad y los años con los que iba a existir por siempre, el consejo había
preparado una gran ceremonia para dar a conocer el anunciamiento; a estas
alturas ya debería de haber recibido la marca de la diosa Afrodita, nuestra
diosa del amor y la belleza, pero habiéndome percatado de la realidad de la
situación, me encontraba un poco inquieta. No estaba asustada, sin
embargo, el prospecto de que otros dioses se dieran cuenta de la carencia de
la marca podría atraer la atención de alguno que solo quisiera poseerme
para su propia ventaja, diversión y el uso inadecuado de mis cualidades
divinas.
Al unir la edad en la que los dioses solían vivir solos y el tiempo en el
que la interferencia divina en los asuntos humanos era muy limitada, existía
una época de transición en la que los dioses y los mortales nos podíamos
mezclar libremente, ¿será que estaba destinada a unirme con un mortal? La
imagen de que pudiera ser exiliada a la tierra y repudiada por los dioses del
Olimpo no era algo en lo que quisiera pensar en ese momento y solo había
una última solución de ser así.
No podía ir a ver a mi padre todavía, la decepción sería incalculable y lo
último que quería era provocar un disgusto entre los dioses.
Primero tendría que ir a buscar al Oráculo, tenía que viajar a Delfos lo
antes posible para conseguir la respuesta más acertada y después, una vez
que supiera cuál era mi destino, tomaría la decisión que cambiaría por
siempre el resto de mi existencia.
ÉREBO
Por fin había llegado el día en que podría confesar mi gran secreto.
Desde hacía ya un tiempo, la relación entre Nyx y yo se había convertido
en algo más que fraternal. Desde nuestra creación permanecimos siempre
muy unidos. Nuestro padre, Caos, nos había transmitido dones y poderes
que nos hacían únicos y sobre todo nos caracterizaban de otras deidades.
Nyx ya había desarrollado varios de sus poderes, pero su don especial
estaba reservado para el momento de ser marcada por nuestra diosa
Afrodita. Existía una razón por la cual todos teníamos una edad particular
para conocer a la persona con la que íbamos a copular y es que tanto la
cópula, como nuestro poder definitivo, serían liberados al momento de la
unión.
Cada vez que estaba cerca de Nyx me pasaba lo mismo, una corriente
eléctrica se fusionaba y se esparcía por todo mi ser, era como si todos mis
sentidos se pusieran en alerta al mismo tiempo, de pronto a mi alrededor
todo parecía hacerse más vivo.
La última vez que sin intención rocé su brazo, el simple toque dejó en
mis dedos una sensación de hormigueo que me hizo estremecer, la cual no
pude sacar de mi mente por el resto del día.
Así como aquella vez, ocurrieron varias cosas tiempo atrás y fue lo que
me motivó para ir a buscar respuestas.
Primero, fui a visitar al Oráculo y después de oír lo que este tenía
preparado para mí, me dirigí hacia Afrodita para comprobar si lo que había
escuchado tenía algo de veracidad.
Me era imposible seguir viendo a Nyx con los ojos de fraterno y
confidente amigo. Pero Afrodita me había confesado, después de invocar a
todos los dioses, lo que con tanta anticipación y anhelo yo deseaba.
Después de mucho suplicar logré que me confirmara mis sospechas y era
que Nyx y yo, en efecto, estábamos destinados a unirnos para la eternidad.
Al final me dijo que me había confesado la verdad, solamente porque
sabía que nunca iba a lastimar a Nyx, y sobre todo porque tenía las mejores
intenciones, pero de todos modos le tuve que prometer hasta la luna y las
estrellas y varias otras promesas a cambio de su confesión y, por si fuera
poco, tuve que dejar una ofrenda a cambio de ser yo quien le dijera a Nyx lo
que se le iba a revelar.
Las marcas eran permanentes y no había poder sobrenatural que pudiera
cambiarlo. Por fin dejaría de ocultar lo que mi corazón llevaba gritando por
tanto tiempo.
Sabía que la entrega entre nosotros iba ser el culmen de la pasión y el
fervor que existía en nuestro interior y presentía que de esta unión iba a
crearse algo aún más poderoso que complementaría nuestra perfecta
armonía.
Sin más tiempo que perder, salí de mi aposento para buscar a Nyx. Ya a
estas horas debería de haberse percatado de la ausencia de la marca y no
quería preocuparla más. Tenía que apresurarme si quería pasar unos
momentos a solas con ella.
Finalmente le demostraría lo perfecto que sería estar juntos, tanto con
palabras como con caricias y junto con el poder de nuestras almas, la
eternidad sería aún mejor estando unidos en cuerpo y en espíritu.
Solo esperaba que no estuviera molesta por haberle ocultado esta verdad
por tanto tiempo.
NYX
ÉREBO
“Algo tiene la noche que nos hace sentir la vida con un extraño halo de
irrealidad”.
—¡¿Que hiciste qué?!
Mi padre, Caos, gritaba con una voz que podría hacer hasta al más
valiente de los dioses ponerse a temblar. Desde el descubrimiento de la
carta de Nyx no hacía otra cosa más que caminar de un lado al otro de la
sala de presentación.
Sabía que estaba furioso conmigo, no solo él, Yo estaba furioso
conmigo. En toda mi existencia nunca podría haber imaginado que las cosas
iban a desarrollarse de esta manera, de haberlo creído, nunca hubiera puesto
a Nyx en esa situación.
—Lo siento, padre, tienes que creerme, por todos los dioses que nunca
pensé que Nyx iba a reaccionar así, por favor entiéndeme, solo quería
compartir este momento con ella, mi intención nunca fue hacerla sufrir, tú
sabes que mis sentimientos hacia ella son sinceros, ya nosotros habíamos
hablado de esto, eres la persona que mejor conoce lo que hace latir mi
corazón.
Desde que me di cuenta de que mis sentimientos hacia Nyx iban más allá
de los de dos hermanos, acudí a mi padre para pedir su opinión.
Mi cuerpo sabía desde hacía mucho tiempo lo que mi mente había
tratado de negar.
—Érebo. —Mi padre había dejado de caminar y ahora estaba enfrente
dándome una de sus miradas derrochadoras—. Entiendo que tus intenciones
eran buenas, hijo mío, sin embargo, existen reglas para no desequilibrar el
orden de nuestra existencia, las tradiciones de los dioses se han designado
así para el bienestar de nuestra y las siguientes generaciones, quiero que
estés consciente de que al actuar a espaldas de Nyx no solo la has puesto en
peligro a ella, también a todos nosotros.
Escuchar esto último hizo que la sangre me hirviera. «Pero por los
cielos, Nyx, por qué te fuiste sin decirme nada y por qué fui tan estúpido de
no hacerte ver que mis sentimientos hacia ti habían cambiado».
Forzando mi mente al presente, recordé que no era momento de
cuestionar nuestras acciones, ya habría tiempo para eso y para muchas otras
cosas, simplemente tenía que ir a buscarla de inmediato.
Estaba dispuesto a darlo todo por ella, a luchar por nuestra inmortalidad,
buscarla en cualquier rincón de la tierra y, si fuera necesario incluso,
descender al inframundo y enfrentar al mismo Hades.
Empezaba a dirigirme hacia la puerta de la sala cuando de pronto esta se
abrió de un fuerte azote y dos guardias del palacio procedieron a entrar a
prisa dirigiéndose a donde se encontraba mi padre, de inmediato le dieron
un pergamino y sin más lo abrió y comenzó a leer.
Crucé con velocidad la habitación para acercarme a él y tratar de ver qué
decía, quedándome frío al descubrir su contenido.
Lo primero que pude divisar fue que las palabras estaban inscritas con lo
que parecía ser sangre y la letra no era de un dios, sino de algo típico de un
monstruo.
—¡¡No!!
Mi padre exclamó cayendo de rodillas al suelo. Nunca antes, durante
toda mi existencia lo había visto derrumbarse, después de todo era el dios
del caos, pero la escena simplemente confirmaba lo que mi padre tanto
temía.
—¿Quién les ha entregado esta carta? —les pregunté de manera brusca a
los guardias. Ambos se miraban desconcertados y parecían estar en un tipo
de trance—. ¡Contéstenme! —Volví a insistir, pero seguían inmóviles e
incapaces de darme respuestas.
—Es inútil, no pueden contestar, los han puesto bajo un hechizo. —Una
voz declaró a mis espaldas, dándome la vuelta para ver a quién pertenecía,
pude distinguir que se trataba de Zeus, el dios del trueno y nuestro rey en
Olimpo, quien acercándose a mí y sin preguntar más, arrebató de mis
manos el pergamino y prosiguió a leerlo en voz alta—: El tiempo de mi
reinado por fin ha llegado, el Nocturno a mí ha venido y con ello la
destrucción de los dioses del Olimpo.
Levanté la cabeza y supliqué en silencio, a cualquiera de los dioses que
pudiera escucharme, que me ayudaran a encontrar a mi diosa.
Con mi resolución una vez tomada, decidí salir en busca de Nyx, pero no
habiendo caminado siquiera dos pasos, Zeus bloqueó mi trayectoria
adivinando mis planes.
—Espera, no puedes ir solo, ¿sabes si quiera a quién te tendrás que
enfrentar? Érebo, no ayudará en nada que mueras en el proceso.
La verdad es que a esas alturas no me importaba con lo que pudiera
enfrentarme, ¿ acaso no se daba cuenta Zeus de que estábamos perdiendo
más tiempo?
—Nyx me necesita... ¡AHORA! no puedo quedarme aquí de brazos
cruzados, Zeus, no me importa quién sea, tengo que salvarla, esto ha sido
por mi culpa y estoy dispuesto a dar mi vida a cambio de que ella se salve.
Zeus asintió con la cabeza, pero no cedió a moverse, estaba a punto de
esquivar su cuerpo cuando de nuevo volvió a interponerse en mi camino.
Rey o no, Zeus iba a conocer lo que un dios enamorado estaba dispuesto a
hacer, de pronto tomó mis brazos y clavando su poderosa vista en mí,
comenzó a hablar:
—Escucha, esto solo te lo digo a ti pues no quiero alarmar a la
congregación. —Pude entonces percatarme de que la voz se escuchaba solo
en mi interior y que Zeus no estaba moviendo los labios.
—Nyx te necesita, sus poderes y los tuyos solo se darán a conocer una
vez que sus vidas y cuerpos se unan y cuando Afrodita los haya marcado a
ambos, desafortunadamente la marca de Afrodita no va a poder
manifestarse en Nyx bajo el hechizo en que se encuentra ahora. ¿Es que
acaso no te das cuenta Érebo?, Nyx es la Noche y tú eres la Oscuridad, son
complemento en cuerpo y espíritu y no puede existir uno sin la presencia
del otro.
Las palabras de Zeus resonaron en mi mente llenándome tanto de júbilo
como de angustia; ahora más que nunca sabía que no había marcha atrás y
que iba a destruir a quien tuviera cautiva a Nyx o que íbamos a morir en el
intento.
—Es por esta razón por la que voy a ir contigo. —La voz de Zeus volvió
a sonar en mi cabeza y tuve que asegurarme de que lo que había escuchado
era cierto—. El enemigo más grande de los dioses es quien la ha atrapado,
el Tifón no puede ser derrotado fácilmente y solo con mi ayuda podremos
vencerle y rescatar a Nyx.
Sin más que decir, Zeus me soltó y emprendió la salida con gran
velocidad.
Proseguí a seguirlo solo dando una última mirada a mi padre, dejándole
saber que traería de regreso a nuestra diosa a toda costa.
NYX
El camino de regreso al palacio no era muy largo y por esa razón había
salido sin guardias esa mañana. No fue difícil divisar el plan para
escabullirme sin ser descubierta y aunque era consciente de que tanto mi
padre, como Érebo, iban a estar molestos conmigo, sabía que cualquier
disgusto habría valido la pena con tal de obtener la información del
Oráculo.
La nota que había dejado no daba mucha referencia a dónde me dirigía,
únicamente les informaba que necesitaba ir a buscar respuestas y que
regresaría tan pronto me fuera posible.
Venía tan perdida en mis pensamientos que no me percaté, hasta muy
tarde, de la figura que se había manifestado delante de mí. Al principio, creí
que se trataba de un figmento de mi imaginación, pero una vez que
inspeccioné su forma y figura me di cuenta de que el monstruo era aquel del
que solo había escuchado en historias que me contaba mi padre y que en
más de una ocasión había invadido mis sueños convirtiéndolos en
pesadillas, sin embargo, ningún libro o sueño se aproximaban en veracidad
a lo horripilante y tenebrosa que en realidad era la bestia.
De la cintura para abajo estaba compuesto por serpientes, en la parte de
la espalda tenía unas enormes alas y en lugar de dedos llevaba dos cabezas
de dragón, su estatura era gigantesca y sus ojos eran dos círculos de fuego
de donde se desprendían víboras.
Sabía que era en vano intentar escapar de sus garras y lo mejor era
mantener la calma hasta ver cuáles eran sus intenciones.
—Miren nada más, hoy es mi día de suerte, se me ha premiado con la
presencia de una diosa. — expresó el monstruo soltando una carcajada al
mismo tiempo que una llamarada salía de su boca.
Di un paso atrás para escapar del calor del fuego y sin darme cuenta del
terreno caí al suelo con un fuerte golpe.
—Ten más cuidado, mi diosa, no quiero que se dañe mi mercancía —
dijo al tiempo que me levantó de un fuerte jalón del piso. Sus palabras
hicieron eco en mi mente y no se me había escapado el hecho de que me
dijera “mi diosa”. Con cada segundo en su presencia me convencía de que
esto no terminaría bien y en silencio mandé una oración a cualquier dios
que pudiera escucharme.
—¿Qué quieres de mí?, sabes quién soy y sabes también que si me haces
daño lo vas a pagar con tu vida. —Traté de usar el tono más aterrador que
pudiera salir de mis entrañas, pero tristemente sabía que mis amenazas no
iban a funcionar.
—¿Qué es lo que quiero de ti?, pues es muy fácil, te lo diré. Desde hace
tiempo se me ha destinado a vagar por el inframundo. He esperado
pacientemente el momento de vengarme de los seres que me despojaron de
lo que por derecho me correspondía. Y ahora, copulando contigo y uniendo
nuestros poderes, puedo eliminar a los dioses y mi reinado será eterno. ¿Eso
responde tu pregunta, mi diosa? —preguntó mientras apretaba fuerte y
buscaba mis ojos. Su mirada era tan penetrante que hizo que me perdiera en
el abismo de sus ojos y al mismo tiempo las víboras siseaban sin parar.
Por más que intentaba, no podía dejar de verlo y caí en cuenta entonces
de que esta era la forma de atrapar a su presa. En ese momento no existía
ningún otro pensamiento más que el deseo de irme con él.
Olvidé dónde estaba o hacia dónde me dirigía, me encontraba bajo su
encanto y sin pensarlo más, me di por vencida y sucumbí a su voluntad con
una última visión de Érebo.
ÉREBO
Zeus y yo llevábamos varias horas en busca de la cueva donde se
encontraba Nyx. La travesía en general transcurrió en silencio y solo por
dos o tres palabras no habíamos conversado más, lo cual me indicaba que
ambos estábamos perdidos en nuestros pensamientos y en lo que pudiera
ocurrir al llegar a nuestro destino.
Juzgando por su manera determinada de andar, suponía que Zeus
conocía bien el camino, confirmando mis sospechas de que ya se había
enfrentado en más de una ocasión a la bestia, pero aun así necesitábamos un
plan de acción. Sin poder contener mi curiosidad decidí preguntar.
—¿Cómo es que sabes el camino hacia donde está atrapada Nyx? —mi
pregunta no pareció tener mayor impacto, pero Zeus se detuvo un momento
como para considerarla, después de unos segundos retomó el camino y
comenzó a hablar.
—¿Has oído hablar del Tifón? —Zeus procedió a decir. No esperó a que
le contestara pues sabía que, en efecto, había oído hablar del monstruo en
más de una ocasión––. Cuando tu padre creó a Gea y al Tártaro, de la
primera cópula entre ellos nació un engendro. Ambos estaban horrorizados
de ver que en lugar de haber creado algo puro y bueno, del producto de su
unión había nacido en su lugar un ser que simbolizaba todo lo malo de la
tierra y del vacío inferior, Tifón.
»Para nuestra desgracia, en vez de deshacerse de él, decidieron
esconderlo en una cueva bajo un hechizo, nunca imaginaron que cuando el
monstruo creciera iba a desarrollarse en un ser destructivo y con hambre de
venganza. Ahora Tifón ha encontrado la mejor manera para derrocar a los
dioses e incrementar sus poderes. Tomando a Nyx como su compañera
podrá unir sus dominios y así reinar el Olimpo.
La explicación de Zeus me había dejado con el corazón destrozado. El
concepto de poder perder a Nyx se volvió más y más factible y eso era algo
que no podía permitir. La noción de vivir en un mundo sin ella era algo
inconcebible.
—Pero sabiendo entonces a quién nos enfrentamos, necesitamos hablar
de cómo lo vamos a destruir, Nyx no debe salir lastimada, estoy dispuesto a
todo con tal de que ella se salve. —Mi voz parecía quebrarse en la última
palabra y caminé más a prisa para impedir que Zeus notara mi debilidad.
—El hecho de que seamos dioses no indica que no suframos, Érebo. Sé
que estás triste y perturbado, pero ten la seguridad de que haremos hasta lo
imposible para salvar a tu diosa y que ambos van a salir de esta situación
triunfantes para comenzar su inmortalidad. No debes preocuparte por cómo
vamos a derrotar a la bestia, de eso me encargaré yo y por eso es que insistí
en acompañarte. Tu única misión es sacar a Nyx y regresar al palacio lo más
pronto posible. Tienes que prometerme en este momento que harás lo que
yo te diga sin titubear o cuestionar mis instrucciones. ¿Te queda claro?
No tuve más remedio que asentir a la petición de Zeus. Comenzaba de
pronto a presentir la presencia y la conexión de Nyx indicando que
estábamos cerca y, tratando de concentrarme lo mejor posible, le mandé con
mi pensamiento las palabras de aliento que le pudieran llegar a su corazón.
«No desesperes, amor mío, muy pronto estaré ahí para salvarte».
NYX
FIN
Liz Rodriguez vive en Texas con su marido y su hijo. Su pasión es la
lectura, es una ávida lectora de novelas románticas. Se considera una
apasionada del café, del vino y de las redes sociales.
Liz divide su tiempo entre la lectura, el trabajo, atender a su familia y la
comunidad de libros que tanto ama: Libros Que Dejan Huella. En
septiembre del 2017, sale publicada su primera novela Qué Será de Mí la
cual ha llegado en papel a países que jamás imaginó y que hasta el día de
hoy sigue posicionada en los primeros diez lugares en los más vendidos
Amazon México después de más de veintiocho meses consecutivos, publicó
Mala Saña Spin-off de la Bilogía Que será de mí. En estos momentos se
encuentra emocionada incursionando como socia fundadora y locutora
junto al gran equipo de Radio Passion US.
Sus novelas bajo el seudónimo de L. Rodriguez
Bilogía: Qué será de mí (2017)
Qué será de nosotros (2018)
Novella: Corrompido (2019)
Mala Saña (2020)
Redes Sociales:
www.lrodriguezoficial.com
[email protected]
Facebook: Liz Rodriguez
Instagram: l.rodriguezoficial
L. Rodriguez
TORMENTA EN LA PIEL
Leira Rowe
Leira Rowe
El sol estaba en todo su esplendor, eran las tres de la tarde, el tiempo era
perfecto. Después de ponerme el bloqueador solar, guardé todas mis cosas
en la bolsa de playa y la dejé sobre la toalla, acomodé mi traje de baño de
dos piezas color amarillo y, al percatarme de que estaba lista, salí corriendo
hasta la orilla del mar, caminé un poco y, cuando sentí profundidad, me
metí sin miedo al agua, como toda una sirena. Al salir a la superficie, me
mantuve flotando moviendo las piernas, así estuve un buen rato
sumergiéndome en el agua y disfrutando del mar hasta que un chico llamó
mi total atención, el muchacho se abrió paso con su tabla de surf bajo el
brazo, después de que entró en el agua se acostó sobre ella y avanzó con
seguridad, no pude dejar de admirarlo, así que regresé nadando hasta la
orilla y me senté sobre la arena para seguir contemplándolo desde lejos.
Observé cómo balanceaba y cachaba la marea como si el mar le
perteneciera, danzaba como leyendo las olas, demostrando quién mandaba
en el lugar.
—Si te presento a mi hermano, ¿me perdonarías? —preguntó alguien a
mi lado.
Estaba tan concentrada en observar al guapo surfista que no me percaté
de que alguien se hallaba sentado junto a mí, lo miré incrédula, era el patán
de hacía unas horas atrás.
—¿Estás de broma? —contesté alejándome un poco, el chico estaba muy
cerca para mi gusto, invadía mi espacio personal.
—No, no lo estoy. —Silbó fuerte y levantó la mano tratando de llamar la
atención del joven que seguía ondeando las olas.
Seguía consternada y pensé que sin duda ese día me había levantado con
el pie izquierdo. Ahora ese idiota le diría al chico guapo, que llevaba un
buen rato babeando por él y eso no lo podía permitir, de un salto me levanté
y con paso acelerado me fui por mis cosas, cuando estaba sacudiendo la
toalla se volvió acercar.
—Oye, en verdad no quería molestarte. —Levanté mi rostro para mirarlo
—. Sé que no comenzamos nada bien, pero desde que Poseidón puso sus
ojos en ti ha estado muy extraño, y ahora que te veo observándolo de la
misma manera que él lo hizo contigo, no sé… es raro. —Se rascó la cabeza
un tanto pensativo—. He sido el culpable de tantas cosas, y una de ellas es
que él también se encuentre aquí, así que pensé, mmm, que quizás tú….
—Es verdad que aparte de patán, también estás algo chiflado —contesté
girándome para comenzar a caminar, mi tiempo en la playa había
terminado.
Poseidón
Leira Rowe
Poseidón
Leira Rowe
Poseidón
Epílogo
EL CAZADOR ERRANTE
La leyenda de Vali
ZEUS
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Sunev con aquel toque le mostró la verdad a su padre Hades, que Zeus
era inocente, nunca existió en su corazón ningún indicio de maldad, no
quería crear semidioses, ni batallas. Tampoco tenía nada en contra de los
mundanos, es más, los envidiaba. Sus vidas le parecían fascinantes.
Hera fue desterrada al inframundo, condenada junto a su ahora esposo
Poseidón. Ares, hijo de Zeus, llevó armonía al Olimpo. Era hora de regresar
a casa y reirían junto a los suyos.
La joven Sunev empacaba en su pequeño departamento, triste metía los
libros pesados de su mamá en cajas. Aquellas historias eran reales, no
fueron inventadas por su madre. Hacía cuatro semanas que la había perdido,
sentía que su vida se quedaba sin ningún propósito. No encajaba y tampoco
tenía con quién compartir sus nuevos conocimientos.
Rael siempre trataba de permanecer a su lado y sacarle una sonrisa, pero
las cosas ya no eran como antes. Ella no pertenecía del todo a la tierra y
sentía curiosidad de ese otro mundo.
En su memoria se encontraban lindas vivencias que Zeus implantó en
ella. Las ninfas en el lago, los niños, las reuniones de celebración, la gente
de aquel pueblo… Todo era tan hermoso. Sin sufrimiento, ninguna guerra.
En ese mundo reinaba la paz.
Luego de esa noche, fue en busca de Zeus a Olimpia, pero no se le
permitió la entrada.
Si no fuera por la falta de su madre, juraría que todo aquello no era más
que una simple jugarreta de su cabeza, un cuento inventado de esas
historias. Sin embargo, era real.
Selló la última caja y suspiró, empezó a moverlas una por una al camión
estacionado al frente de su apartamento, era una pequeña casa, la mitad de
un condominio. Iría a la universidad y olvidaría todo lo ocurrido.
—¿Así que te marchas? —Escuchó esa voz conocida que solo en sueños
recordaba. Observó sobre su hombro, encontrando a Zeus sentado en el
alféizar de la casa. Se le hizo más guapo de lo que lo recordaba y notó que
sus ojos ya no eran grises y vacíos, sino dorados.
—A la universidad —respondió, como si aquella conversación fuera
normal. La había olvidado un mes completo, sin una respuesta desde esa
noche y ahora aparecía como si nada. Recordó también, que para Zeus el
tiempo era efímero. Lo que para ella era tanto, para él solo era un soplo,
nada más—. Fui a Olimpia y no estabas.
—Debía arreglar algunas cosas —reviró sonriendo. Esta sí llegó a sus
ojos.
—Perdonadme, su majestad —se burló Sunev dejando la última caja en
la parte trasera del camión. Se movió, cerrando este y decidida a partir. Al
volverse tenía a Zeus a su lado, este sin perder tiempo se inclinó y le besó el
hombro. Una corriente de electricidad la estremeció, cada parte de ella
vibrando y silbando en sincronía con él.
—¿A qué has venido? —Jadeó. Zeus le acarició con la punta de su dedo
la mejilla, donde sea que la tocara, esa pequeña parte se iluminaba.
—Hades raptó a Perséfone del Olimpo, la llevó con él al inframundo, la
convirtió en una reina y cuando fuiste creada, ambos decidieron que
deberías vivir como una mundana, con sus costumbres. Fuiste valiosa para
ellos.
—Ni tanto, desapareció esa noche —recriminó dolida Sunev.
—Hades no puede estar en la tierra, formaría caos y destrucción al
mundo que conoces.
—¿Por qué tú sí pudiste estar aquí?
—Fui condenado a ello, diosa.
—Y ahora tienes un trono que llenar —concluyó triste, bajando su
cabeza. Zeus tocó su barbilla y se inclinó, besando sus labios suavemente
—. La caricia de dos amantes —susurró Sunev.
—Sí —musitó Zeus besándole el cuello, dejando una estela de caricias
con sus labios—. Ven conmigo, Venus. Sé mi diosa.
Fin
Somos Kiyametin Amazonlari: Kaos, Kan, Öfke y Ölüm; somos un
grupo de amigas que se nos ocurrió (¿por qué no?) participar por primera
vez en una antología; y qué mejor darnos a conocer en la Antología Dioses
que dejan Huella. Unir cuatro mentes para crear algo bueno, es complicado,
pero no imposible. Así que ha llegado el día de darnos a conocer, venimos
con la intención de despertar sus mentes y prepararlos para comenzar una
nueva era; en donde reinará el caos, la ira, la muerte y la sangre.
Kiyametin Amazonlari
(Kaos, Kan, Ölüm, Öfke)
VINDICTA
La redención de Sin
Epílogo
Los gritos de las mujeres no se hicieron esperar, y más cuando en escena
se encontraba el mejor bailarín que pudiera tener el club Péché Originel
(pecado original). Solo era cuestión de que se prendiera la luz roja y azul, y
todas las mujeres sabían que Galip estaba en escena. Él siempre las recibía
con una sonrisa sensual que ocasionaba que a todas las mujeres se les
mojaran las bragas con tan solo un ligero movimiento de sus caderas.
En una mesa exclusiva, Soleil también gritaba al igual que las demás
mujeres, por los movimientos que su amado Sin realizaba.
Como cada noche que terminaba su show, se acercaba a ella y la besaba
apasionadamente.
—¿No estás enojado conmigo por haber tomado la decisión de regresar a
mi época?
—No, preciosa, ahora sé que te seguiría hasta el inframundo si así me lo
pidieras. Además, mi hijo y Aya gobiernan el panteón sumerio.
Le sonrió y la besó de nuevo.
AGRADECIMIENTOS
Hola, amigo lector, estoy de nuevo escribiendo unas palabras para ti
agradeciendo por tu apoyo y por llegar al final de esta antología. Quiero
darte las gracias por viajar con nosotros y vivir a nuestro lado estos
dieciséis relatos que con mucho cariño nuestros amados y talentosos
escritores escribieron para esta ocasión especial, alejándonos de la situación
mundial que nos rodea.
Este proyecto no sería posible sin la invaluable colaboración de nuestros
autores invitados A. Bellerose, Encarni Arcoya, Gabriela R. Jones,
Gleen Black, Isa Quintín, J.D. Oldman, Kiyametin Amazonlari, Jessyca
Vilca Aparicio, L. Rodriguez, Lorena Salazar, Lúthien Númenesse,
Mile Bluett, Nadia Noor, Paula Guzmán, R.M. de Loera y Aicitel
Gama.
Gracias a Tulipe Noire Design Studio por trabajar una vez más de
nuestra mano dándole vida a una bellísima portada y una ilustración interior
que en conjunto crean un libro inolvidable, a su vez, gracias a Sharing
Book Community por encargarse de la distribución de este bello ejemplar.
Por último, pero no menos importante, gracias a las personas que me
acompañaron de cerca y que me impulsaron a aventurarme de nuevo en esta
bella antología:
Brisa Fernández, Fátima Natividad, Glory Morales, Karen
Medrano, Isaura Tapia, Letty Ramírez, Delia Montoya, Maricela
Moreno, Nuria Vargas, Susan Márquez y Valeria Loor.
Y a todos los que nos brindan su apoyo por medio de publicaciones ¡mil
y mil gracias!
Liz Rodriguez
CRÉDITOS
¡Feliz lectura!
XXOO
J. Kenner
New York Times, USA Today y autor número uno en ventas internacionales
[←2]
Una gran manta que se anuda sobre el hombro, bordada en colores muy vivos. Utilizada por los aztecas.
[←3]
Palabra en chontal que significa: adulto, anciano, antepasado.
[←4]
El significado de chontal es extranjero. Fue el nombre que le dieron los aztecas a los habitantes de Tabasco a su llegada a la
región. Sin embargo, ellos se consideran yoko t'aan o el pueblo de la lengua verdadera. El significado de la oración es para dar a
entender que la esposa de Xólotl es una diosa que no pertenece a la mitología maya – olmeca.
[←5]
Persona que con ilegalidad ayuda a traspasar a otra la frontera de un país. Por lo general a un alto costo.
[←6]
El arquitecto de mis manos.
[←7]
Dios de la Tierra
[←8]
Ciudad donde los dioses vivieron junto a los humanos antes del Diluvio Mesopotámico
[←9]
Tipo de arpa, llamada lira o arpa de Ur.
[←10]
En lenguaje sumerio, Nin significa, indistintamente, señora o señor.
[←11]
Dios de la lluvia y las tormentas
[←12]
El lugar. de los dioses, Tierra de la vida o el hogar de la salida del so
[←13]
Demonios o espíritus de las religiones acadia, asiria y babilonia
[←14]
Dios de la sabiduría
[←15]
Diosa del grano
[←16]
Señor de los cielos y la tierra
[←17]
Diosa del amor, la fertilidad y la guerra
[←18]
Siglas en inglés de Liras Turcas.
[←19]
Comida típica de Turquía consiste en carne adobada que se cocina mientras gira en un asador, que luego se
introduce en un pan especial.
[←20]
La escultura representa aGudea, símbolo de la fecundidad, brota agua con pequeños peces; el líquido está
representado con ondas talladas en la piedra. Fue adquirida por el Museo del Louvre en Francia en el año1967, forma
parte de la colección de arte babilónico en el Louvre.
Table of Contents
Sinopsis
J. Kenner
INTRODUCCIÓN
Paula Guzmán
AFRODITA
Encarni Arcoya
EL RETO DE AIZEN
Nadia Noor
APOLO, EL DIOS DEL SOL
A. Bellerose
EL GUERRERO DE ATENEA
Mile Bluett
ROSAS NEGRAS
Lúthien Númenessë
EPONA
Aicitel Gama
DIOS EROS
Jessyca Vilca Aparicio
UN AMOR A PRUEBA DE FUEGO
J.D. Oldman
EL OJO DE HORUS
Lorena Salazar
EL RETORNO DE UNA DIOSA
R.M. de Loera
EL GUARDIÁN DEL CHOCOLATE
Gabriela R. Jones
NOCTURNO
L. Rodriguez
TORMENTA EN LA PIEL
Isa Quintín
EL CAZADOR ERRANTE
Gleen Black
ZEUS
Kiyametin Amazonlari
VINDICTA
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS