Dioses Que Dejan Huella - VVAA

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Sinopsis

El despertar de los dioses se avecina. Durante siglos hemos leído sobre


las grandes hazañas de las deidades, esas heroicas batallas que han
cambiado la historia de la humanidad, pero ¿hay más acerca de ellos que
desconocemos?
No lo dudamos, griegos, nórdicos, egipcios, aztecas..., todos ellos han
dejado huella no solo por las impresionantes contiendas que han librado,
sino por las historias que llevan en el fondo de sus corazones, haciéndoles
vulnerables a ese sentimiento que creen tan terrenal. La prueba máxima de
un hombre es cuando debe luchar por amor, ¿la de un Dios será igual?
Libros que dejan huella se enorgullece en presentar una emocionante
colección de relatos reunidos en una antología que nos hará caminar por las
tierras mitológicas que habitaron los dioses desde el inicio de los tiempos,
un grupo de talentosos autores se han unido para despertar con las notas
suaves de un arpa milenaria, a las deidades más imponentes de las
mitologías del mundo y les han devuelto a la vida en dieciséis relatos donde
encontrarás amor, lealtad, hermandad, amistad, fantasía, suspenso… y
mucho más que irás descubriendo al pasar las páginas mientras te adentras
en una mágica interpretación de lo que podría suceder si compartiéramos
una aventura entre humanos y divinidades, entre lo real, el misticismo y la
ficción.
En este 2021 los seres supremos regresan a la tierra para darle vida a
Dioses que dejan Huella.
«Los dioses nos envidian porque somos mortales, porque cada instante
nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final.»

BRAD PITT, Aquiles


Escritora americana, Julie Kenner estudió Radio y Televisión en la
Universidad de Texas antes de terminar sus estudios de derecho. Tras varios
años de ejercicio legal, Kenner comenzó a escribir sus primeras novelas de
género romántico con toques de fantasía y elementos paranormales.
Sin embargo, la mayor parte de la obra de Kenner que ha sido traducida
al castellano pertenece a sus novelas románticas tradicionales, así como
aquellas con grandes dosis de erotismo, como las series Deseo o Desátame.
En Estados Unidos varios de sus libros más fantásticos han sido
comprados por la Warner Bros. para desarrollar una serie de televisión.
J. Kenner

INTRODUCTION

Dear romance lovers!


If you’re like me, you love romance. The hope, the humor, the angst.
That push-pull of a growing relationship. And, of course, those yummy
heroes!
I fell in love with romance late in the game. As a kid, I read everything,
but my favorite books had an element of epic fantasy like Dune or things
closer to home like Freaky Friday. I didn’t realize it, though, but what I was
really turning the pages for was developing relationships. And if there
wasn’t one, I always shut the book disappointed.
When I first started to try seriously to write a book, I worked in Los
Angeles as a lawyer, and John Grisham and Scott Turow were very much
leading the pack. Naturally, I tried to write a legal thriller. Alas, I was bored
with my job, and it wasn’t very thrilling. That’s when I truly discovered
romance.
In and of itself, romance is a bit of a fantasy, but who doesn’t want a
relationship that is guaranteed a Happily Ever After? But when you add in
the extra element of paranormal/sci-fi fantasy, then those stories really
shine.
Fantasy lets us lose ourselves in a different world. Romance allows us
vicariously experience the ups and downs of a relationship, with the bonus
of a guaranteed happy ending. Together, they make for wonderfully
compelling and moving stories. I am so honored to have been asked to write
this introduction to Dioses Que Dejan Huella, a fabulous collection of
romance fantasy short stories written by authors representing various
countries.
Get ready to lose yourself in these marvelous stories!
Happy reading!
XXOO
J. Kenner1
Paula Guzmán. Ciudad de México. Su vida laboral siempre la dedicó al
mundo financiero, aunque siempre ha sido una apasionada de la literatura.
Inicia su sueño de ser escritora en diciembre de 2015, publicando en España
su primera novela “Un Corazón para Ana” bajo el sello de Editorial
Leibros. Ha participado en más de 20 Antologías con relatos de su autoría
publicadas en Amazon digital y también en tapa blanda, principalmente en
España.
Miembro fundador de “Romance en Tinta”, grupo de escritoras
mexicanas.
Miembro del grupo de escritoras latinas: “Romántica, novelas con
corazón.
Socia fundadora, directora de programación y logística y locutora de
Radio Passion US, seduciendo tus sentidos.
Publicaciones:
Un corazón para Ana.
Resurgiendo en tu mirada.
El hada de los peluches. (Cuento infantil)
Todo por un beso
Detrás de la magia de un beso, solo tú.
Amelia, en el beso que te encontré
Próximas publicaciones:
Adriana, la verdad de un sueño roto.
Tras las huellas de Kelly (Cuento infantil)
Los amigos no se besan en la boca.
En línea
FACEBOOK: Paula Guzmán Autor.
INSTAGRAM: paulaguzmanautor
EMAIL:[email protected]
Radio Passion Us
www.radiopasssionus.com
Paula Guzmán

AFRODITA
La fiesta de Mónica

El sonido del mar embravecido de aquella madrugada, no concordaba


con las suaves brisas de las noches de verano que habían precedido los días
anteriores. Se sentía un viento inusual en el jardín de la mansión de los
Sanders en plena fiesta, sin embargo, nadie parecía notarlo, eso no era
impedimento para que todas las personas ahí reunidas siguieran disfrutando
del gran festejo de Mónica Sanders, la primogénita consentida de aquella
familia. Lo que sí era notorio y captaba la atención de muchos de los
asistentes era la presencia de aquella mujer tan hermosa que parecía atrapar
las miradas de todos. Cada movimiento, la gracia de su andar moviéndose
entre tanta gente y su sonrisa eclipsando todo a su paso. Tenía unos ojos
grandes, negros y hermosos, que, más allá del perfecto y natural maquillaje
que lucía, ejercían un magnetismo cautivador.
—Es hermosa, ¿no lo crees, Alberto?
—Más que eso, pero debes tener cuidado porque a tu prometida no le va
gustar que tu atención la capte otra mujer y menos una desconocida en
plena celebración del cumpleaños de la dueña de la casa.
—Cierto, es que no había tenido el gusto de conocerla hasta ahora. Me
corrijo, ni siquiera la conozco de mirada, aunque sí está aquí, desconocida
no debe ser del todo. Eso es lo que me tiene tan intrigado a la par de
fascinado.
—Allá tú, pero ya cambia esa cara de imbécil que por ahí viene Mónica
con su padre directo a buscarte.
Alberto, el brazo derecho del Sr. Sanders en la fábrica textil más
importante del norte del país, tuvo el mal tino de presentar a su mejor
amigo, Raúl, en un evento de negocios. Alberto desde que conoció a
Mónica Sanders, se enamoró perdidamente de ella, pero era la hija de su
patrón. Demasiado bella, demasiado mimada y demasiado perfecta a sus
ojos para un simple empleado asalariado como él. Durante un tiempo
fantaseó con que algún día podría conquistarla como ella se merecía, pero
lo pensó demasiado, Raúl, en una noche, con dos bailes y una hora de
charla se la echó al bolsillo, encandilándola de manera tan contundente que
ante sus ojos estaban las consecuencias demoledoras para sus ilusiones.
Mónica, esa noche además de estar radiante, celebraba su cumpleaños y él
sabía que la guinda del pastel sería la entrega del anillo de compromiso por
parte de su mejor amigo a la mujer que él amaba en secreto.
Alberto sabía que Raúl estaba más enamorado del status de su prometida
que de ella en realidad, pero no se atrevió jamás a hacer ni decir nada. Ya
tocaba que fuera así, se lo había ganado por inseguro y por haber querido
hacer las cosas bien; además, de algún modo muy en el fondo sabía que la
había idealizado desde un principio. Nunca llegó a conocerla demasiado
hasta que se hizo novia de su amigo y, algunas reuniones o eventos
informales lo hicieron estar más cerca por escasos momentos. Digamos que
le cautivaba su rostro angelical, la exquisita educación y modales que
mostraba en todo momento y circunstancia, y por supuesto lo elegante y
atractiva que era, un sueño inalcanzable, la mujer perfecta. ¿Perfecta? No
tenía mucho de donde echar mano en experiencia, dos novias de la colonia
y una del instituto, por lo que se conformaba con mirarla y fantasear de vez
en cuando. Tratar de ser alguien en la vida requería de mucha dedicación y
trabajo. No había tiempo de desmadrarse y menos de pensar en amores.
—Hola, ¿tienes fuego? —Alberto sorprendido giró para buscar la voz
sensual que escuchó susurrar a su lado derecho. La mujer de la noche,
aquella que tenía atrapadas las miradas de hombres y mujeres en la
recepción, parecía una aparición divina mirándolo fijamente a los ojos
sosteniendo un cigarrillo delgado en sus delicadas manos perfectamente
manicuradas y elegantes. Trató de recomponerse lo antes posible porque,
aunque pareciera un tonto, lo cierto era que su timidez siempre le jugaba
malas pasadas.
—Claro, permíteme, por favor —buscó el mechero con torpeza en los
bolsillos de su pantalón lo más rápido que pudo, pero la mujer se le
adelantó metiendo sin vergüenza la mano en la chaqueta y sacando
triunfante el artefacto, se lo entregó en la mano. —Vaya, qué despistado
soy, ¿cierto? Tú has sido más perspicaz al imaginar el paradero. Permíteme
—accionó el fuego lo más dignamente que pudo y cumplió el pedido de la
mujer sin mayor contratiempo, felicitándose internamente de no haberla
vuelto a cagar por los malditos nervios.
La mujer todo ese tiempo no dejó de observarlo con sensualidad sin
inmutarse de los apuros del joven, esperando pacientemente y en el fondo
hasta divirtiéndose un poquito de la situación. Estaba tan oxidada de acción
que hasta le pareció entretenido. Para ella no era ninguna novedad el efecto
que causaba en los hombres y hasta en las mujeres, pero esa noche
especialmente volvió a sentir que algo corría por sus venas al estar al frente
de aquel hombre joven, que, aunque era bastante apuesto, se veía muy
apocado. Le pareció un buen reto para comenzar a divertirse.
—Alberto, ¿cierto? —preguntó dando una calada honda al tabaco sin
despegar los ojos del hombre. No dejó más que él asintiera para seguir su
conversación—. Soy muy observadora y escuché por ahí a alguien
nombrarte, gracias por el fuego. Por cierto, ¿alguna vez te han dicho que
eres un hombre verdaderamente apuesto? —acompañó la última afirmación
exhalando el humo de una forma tan sensual que al pobre sujeto por poco se
le va el aire, pero por ahogarse de la contaminación directa a su rostro. Él
iba a hablar, pero ella no se lo permitió—. Las relaciones humanas son de lo
más complejas, ¿no lo crees? Los buenos sentimientos a veces quedan
opacados por la hipocresía y la conveniencia. Pero vamos, que en todos
lados es igual, no te creas y no olvides que muchas veces cada cual tiene lo
que merece. No idealices a nadie, Alberto, te lo digo por experiencia. No es
tan malo ser algo egoísta, o mucho, finalmente nadie verá por ti mejor que
tú mismo.
—¿Quién eres? —preguntó Alberto a la interlocutora que tenía enfrente,
realmente había logrado intrigarlo por encima de la fascinación inicial de su
aspecto físico, y eso ya era mucho.
—Una invitada más, una mujer observadora y con experiencia, alguien
que te mira como tú quisieras que ella te mirara. Pero dejemos eso para
después, y tienes razón, qué descortesía la mía, mi nombre es Afrodita —se
lo dijo de un modo infaliblemente cautivador, según ella, pues nunca le
había fallado… hasta ese día.
—Como la diosa… digo, tus padres seguramente desde pequeña al verte
tan hermosa atinaron al nombre exacto —comentó como si fuera cualquier
dato curioso.
—Supongo que debo decir gracias, por el cumplido, ¿te gusta la
mitología? —expuso ella, divertida de la situación y algo molesta de ver a
ese sujeto un poco indiferente o no totalmente postrado como ella estaba
acostumbrada.
—No realmente, pero es cultura general. Es un nombre muy original y
lindo, te queda bien.
A Afrodita desde el principio de la conversación, o lo poco que había
dejado hablar al muchacho, le agradó que la tuteara. Era un hecho que para
cualquier ser humano, por más experimentado que fuera, le resultaba
imposible atreverse a calcularle la edad, pero su ego se alimentó un poco de
no haber perdido el touch desde la última vez. Y no es porque hubiera
salido desesperada a agarrar lo primero que se le pusiera en frente, tenía
buen gusto y siempre había sido así, no tenía por qué manchar la reputación
a estas alturas de su existencia. Alberto era un hombre muy guapo, aunque
él no se lo creyera y no se sacara el partido que debiera. Pero eso no tenía
relevancia, lo podría arreglar en poco tiempo, porque sí, por extraño que le
pareciera hasta a ella misma, le había atraído, divertido y enternecido
Alberto a partes iguales. Por lo que se motivó al ser consciente de sus
pensamientos y decidió no perder más el tiempo.
La noche siguió su curso entre copas y bailes. Raúl se quedó de piedra al
ver a su tímido amigo en compañía de la mujer más hermosa y sexy que
había conocido en su vida, no daba crédito; Mónica, rompiendo por un
momento su burbuja egocéntrica que la rodeaba, se percató de que desde
hacía rato había dejado de ser la protagonista de la noche y entre tanto
tumulto de amigos y conocidos de los conocidos, fue consciente de la
presencia de la mujer que ahora sentía le hacía sombra en su propia casa, ni
más ni menos que en su fiesta. Preguntó a su padre y a quién pudo
indagando de dónde había salido aquella intrusa sin tener ninguna
explicación coherente, por lo que decidió ir a enfrentarla y de paso, si se
podía, echarla de allí, le estaba empezando a arruinar el momento.
Para allá iba cuando el grupo musical dejó de tocar y anunciaban la
sorpresa especial de aquella noche para la festejada. Todos los asistentes
comenzaron a aplaudir cuando la chica del coro solicitó su presencia al
frente, mientras de fondo se escuchaban unas fanfarrias.
—Señoras y señores —decía la mujer de manera solemne—, ha llegado
el momento especial de la velada, por lo que cedo el micrófono al señor
Raúl Cifuentes que tiene una sorpresa para la linda festejada de la noche, un
aplauso por favor.
La gente comenzó a congregarse muy cerca de la pista de baile
esperando la sorpresa y Afrodita junto a Alberto no fueron la excepción.
—¿En serio estás enamorado de esa niñata? —le preguntó Afrodita a su
acompañante haciendo cara de asco—. Deberías mirarte también los gustos,
guapo.
Alberto iba a decir algo cuando se vio sorprendido con la mano de
Afrodita tocando su entrepierna a la vista de todos, dejándolo mudo de la
impresión al verse expuesto de esa forma. Muchos no perdían de vista los
movimientos de la desconocida.
—Quita esa cara de espanto, deberías sentirte triunfante, yo a tu amigo
no le agarraba “el paquete”. Ahora eres más envidiado que Raúl, ¿lo ves?
Qué morbo le da a la gente no perdernos de vista en lugar de estar
pendientes del discurso de los anfitriones.
—No me gusta —dijo contundente mirándola fijamente.
—¿No te gustan las mujeres? No me lo puedo creer, si estás colgado de
la señoritinga esa…
—Sí me gustan las mujeres, lo que no me gusta es ser protagonista de un
espectáculo tan corriente.
Afrodita se quedó muda por un momento. Pocas veces le había pasado
algo así, era de locos. ¡Ella era Afrodita, por todos los dioses del Olimpo!
Salió después de mucho tiempo de su encierro y de más de lo mismo, iba
a tener ciertas consecuencias el haber salido de su hogar y más para ir a la
tierra, y eso era lo de menos, ella estaba acostumbrada a hacer lo que le
venía en gana, pero esperar tanto tiempo para escuchar aquello y sentirse
¿despreciada por un simple mortal? Era inaguantable, esa sensación no
estaba en su lista de vivencias, ni siquiera las más desagradables.
Pensaba echar un ojo, divertirse aquí y allá un rato, pero esa actitud del
hombre que tenía en frente se había convertido en un reto para ella. Se iba a
enterar ese simple e insignificante ser de quién era la diosa Afrodita y se
juraba, que, como tantos, jamás lo olvidaría.
—Nos vamos —dijo de pronto, sujetando la mano de Alberto. Casi con
rabia, la de una diosa enojada, que no era poca cosa, lo que a él lo paralizó
como hechizado y se dejó guiar hasta la salida sin esperar nada más de
aquella fiesta.
Afrodita vio a la salida del lugar un Jaguar negro aparcado a la mano.
Con total determinación solicitó las llaves al valet parking y se puso al
volante en cuanto se aseguró de que Alberto se hubiera acomodado e
instalado, incluso con el cinturón de seguridad. Condujo a alta velocidad
hasta llegar a uno de los hoteles más lujosos de la bahía y pidió la suite
presidencial dejando a cambio la tarjeta de crédito de un atontado Alberto
que seguía sus instrucciones sin parpadear.
Aquello carecía de emoción. Dominar de esa forma a un hombre le
quitaba lo divertido y la seducción, no daba paso a ser cortejada, adorada y
codiciada como ella merecía y estaba acostumbrada, por lo que, llegando a
la habitación, aflojó el amarre mental del chico y se preparó para
desquitarse a sus anchas.

La suite presidencial

Alberto preparó un par de bebidas que sacó del servibar sin preguntarle a
ella lo que le apetecía. Le entregó una copa de vino tinto y él se retiró con la
suya al balcón para recargarse en la barandilla a beber y a mirar cómo
rompían las olas del mar en la oscuridad de la noche. Aquella actitud
incrementó la molestia de la exuberante y hermosa mujer, le hirió el orgullo
en lo más profundo de su ser y entonces ella decidió sacar a la fiera que
llevaba dentro. Había pasado innumerables situaciones de lo más
complejas, había desafiado literalmente a los mismísimos dioses para hacer
su voluntad y no había reto que ella no afrontara.
Se deshizo del vestido azul de seda y el cinturón rojo de pequeños
brillantes que adornaba su silueta, su ropa interior era lo suficientemente
sexy y sugerente para parar el tránsito y despertar el deseo de cualquier
hombre. Se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación bastante
complacida y decidió hacerle compañía a su reto personal.
Había tenido la oportunidad de estudiar un poco más a fondo los rasgos
y muchos detalles de su presa. Más allá del desafío que le suponía el que le
estuviera costando un poco de trabajo seducirlo, se sorprendió a sí misma
encantada con lo que veía; un hombre alto, atlético y delgado que guardaba
un aura de paz interna y una sensualidad escondida. Rasgos faciales
varoniles y simétricos adornados con esa barba que estaba tan de moda en
los humanos que le daba su punto de chico malo. Pero era su esencia lo que
le llamaba especialmente.
Se puso a su lado enfocando su mirada donde él la tenía.
—¿Sabías que, cuenta la leyenda que la diosa Afrodita surgió de la
espuma del mar y nació ya hecha mujer? Del infinito, del todo, salida casi
de la nada, la diosa más bella y sensual.
—Lo sé.
—Pues para no interesarte mucho el tema estás bastante enterado.
—Soy culto y me gusta saber de muchos temas, también de los banales.
—¿Banal, dices? Me gustaría saber lo que es trascendental para ti. Eres
un hombre muy peculiar, además de excitante —dijo como una gata en celo
contoneándose a su lado.
—Hay muchas cosas trascendentes en la vida para mí, no te voy a negar
que hay temas y situaciones de lo más apasionantes, pero son efímeras, lo
que aprecio es lo que dura para siempre. La trascendencia de un hecho
verdadero que te deja algo importante dentro.
—¿No te parece que todo puede ser parte de la vida en una totalidad que
te realiza? La pasión y la sensualidad son parte del disfrute natural, Alberto.
Estás de lo más filosófico y eso que apenas nos acabamos de conocer. ¿Por
qué no te relajas y solo te dejas llevar?
—Qué mal se ha puesto el clima esta noche —comentó pensativo
cambiando radicalmente el tema como si tal cosa.
—¡No entiendo qué clase de hombre eres de verdad! —dijo indignada
como una niña chiquita a punto de hacer un berrinche.
—Disculpa mi atrevimiento, Afrodita, pero ¿por qué no te dejas llevar?
Tengo la impresión de que tu ego, con todo respeto, es más grande que el
mismísimo mar y esperas cumplir todas y cada una de tus expectativas a
rajatabla al tiempo que lo indican tus deseos.
Afrodita estaba conmocionada. Solo quería sexo, pasarlo bien, desplegar
sus armas más poderosas entre aquellas sábanas y dejarle un recuerdo
inolvidable a aquel hombre y a la vez de marcarse un nuevo tanto en su
interminable lista. ¡Le estaba haciendo un favor! Solo quería pasarla bien y
se lo estaban poniendo difícil. Sopesó la idea de dejarlo ahí mismo,
provocarle una erección que hasta le doliera tanto que temiera que sus
genitales se consumirían en el mismo fuego de la rabia de la diosa y
después dejarlo plantado, pero ella quería derretirse entre sus manos, le
había despertado unas ganas locas y mucha curiosidad. Estaba mejor dotado
de lo que pensó, desde su osadía de la fiesta al meterle mano se quedó
complacida con su elección. Ya le había dedicado demasiado de su valioso
tiempo y era hora de cobrarse. El hombre le resultó de lo más diferente a lo
que imaginaba.
Le hablaba del clima, de la trascendencia de los momentos únicos... el
sujeto no era apocado como lo percibió al inicio, más bien tenía una
superioridad interna casi imperceptible.
—Deja de pensar y ven, Afrodita.
¿En qué momento pasó de ser controladora a ser controlada? No lo sabía
y no se iba a poner a analizarlo en ese momento, estaba excitada,
emocionada como hacía mucho no experimentaba. Se sentía simplemente…
viva. Él se acercó con cautela sin perder el contacto visual mientras se
desanudaba la corbata y la soltaba del amarre de su cuello, una vez que la
tuvo en una mano se la mostró.
—A una mujer como tú tal vez esto puede parecerle un cliché de mierda,
pero… ¿me permites tapar tus ojos con esto? Me gustaría que te dejes llevar
y simplemente sientas sin distracciones. Tú quieres ser adorada y venerada,
me lo has insinuado toda la noche, esto es difícil para mí, espero que
entiendas que estoy nervioso, aunque te prometo que estos momentos serán
únicos.
Aquella franqueza dejó a Afrodita fuera de combate, haría lo que él le
pedía. Acercó más su cuerpo al suyo y cerró los ojos en señal de rendición
comenzando a respirar de forma algo entrecortada con los labios
ligeramente abiertos. Alberto entendió de inmediato las señales y antes de
dejarla que se lo pensara mejor y se pudiera arrepentir anudó la corbata
alrededor de sus ojos, asegurándose de que efectivamente la diva no pudiera
ver nada, eso era imprescindible para él.
Con las yemas de los dedos comenzó a dibujar con caricias a “su diosa”,
comenzando por el rostro, delineando los labios carnosos que de inmediato
atraparon uno de sus dedos para chuparlo poniéndolos a ambos a mil.
Siguió con su cuello, los brazos, la curva de su torso y su cintura, volvió al
centro y se dedicó a tocarla por encima del sostén de encaje rojo en el que
se vislumbraban los pezones totalmente erectos de excitación. Bajó por su
abdomen y la volvió a asir de la cintura para pegarla a su erección mientras
repartía húmedos besos en su cuello y clavícula.
Afrodita sentía que se derretía. Estuvo a punto de arrancarse el amarre de
los ojos y dar rienda suelta a toda la pasión que en ese momento la
quemaba, pero por alguna extraña razón no lo hizo, respetó el ritual al que
Alberto la estaba sometiendo dejándose llevar por otra persona como muy
contadas veces le había pasado en la vida. Su cabeza era un hervidero de
ideas que se veían nubladas por las sensaciones que la sobrepasaban. Había
algo místico en ese hombre, algo misterioso que no lograba descifrar y que
la impulsaba a seguir con más intensidad aquel juego.

Haciéndole el amor a una diosa

Los preliminares se sucedieron de manera casi cardiaca para ambos. Él


llevaba la voz cantante y todo lo hizo tan delicadamente morboso que
ambos disfrutaron de cada toque. La sumisión y entrega de ella fue
simplemente sublime. Era un espectáculo erótico para los sentidos.
Él no mintió, la veneró y la adoró como prometió. Cuando ya entre las
sábanas ella esperaba que por fin él se colara dentro de ella para culminar
una vez más en un abismo de placer, se encontró con la sensación de tener
su virilidad al alcance de su degustación. Él ya la había hecho correrse dos
veces, la primera con solo toques y caricias y la segunda probándola hasta
dejarla satisfecha. Afrodita se sintió generosa y además exultante de serlo
pues la anticipación la hizo desear tanto como él otorgarle un gran placer.
Era experta en el tema y sin embargo en algún momento se preocupó de
esmerarse simplemente para devolverle el favor con creces porque también
a ella le apetecía por propio gusto.
No fue solo sexo, aquello había sido algo más que las cuatro veces que
se enredaron en las sábanas. Alberto tenía un aguante digno de admirar, no
paró ni un momento, casi parecía un dios, casi parecía que no era el sujeto
inseguro al que se acercó por diversión. Se atrevió incluso a pensar que el
favor no se lo había hecho ella a él, fue algo de dos que traspasó el simple
deseo carnal.
Habían pasado varias horas y la madrugada estaba por transformase en
alba, no quería que el tiempo terminara, no quería quitarse la corbata de los
ojos. Aquello solo había despertado más necesidad y deseo que palpitaba en
todo su cuerpo. No quería dejarlo marchar y entonces dijo algo que la
sorprendió hasta a ella misma.
—Abrázame, Alberto. Abrázame tan fuerte como si no quisieras
soltarme nunca.
Él cumplió su deseo y le colocó la cabeza en su pecho acariciando la
curvatura de su cintura con los dedos de manera delicada haciendo círculos
lentos.
Esa noche, antes de quedarse dormida en brazos de Alberto, Afrodita
rememoró todo lo acontecido desde los besos lánguidos convirtiéndose en
pasionales hasta las innumerables estocadas que le robaron por completo el
aliento. No se arrepentía de nada. Ni de su elección, ni de haberse escapado
del Olimpo sin avisar, menos aún de permanecer con los ojos tapados.
Los dos se quedaron dormidos sin darse cuenta, ella con los ojos todavía
tapados, cubiertos de saciedad y de una manta de la cama que los había
hecho entregarse a un muy merecido descanso.
Afrodita recordó entre sueños como él se había despertado en un par de
ocasiones para besarla y volverla a estrechar como si quisiera fundirla con
él solo por el hecho de estar a su lado.
Esa noche no fue solo sexo, definitivamente, no lo fue.

Las cosas como son

Nada es para siempre, ni lo bueno ni lo malo. La sed y algo de hambre


despertaron a Afrodita quien se descubrió sola en la cama. Pensó que ya
habrían pasado muchas horas desde que se quedó dormida. Se llevó las
manos a la parte trasera de su cabeza luego de estirarse como gatita en la
cama, tenía que quitarse la famosa corbata, pero la voz de Alberto la detuvo
sintiendo cómo había salido de la nada aquel hombre para susurrarle al
oído.
—Antes de que te quites eso quiero decirte algo.
—Pero… —dijo ella algo desconcertada, finalmente, aunque hubiera
estado muy bien la noche anterior, no estaba acostumbrada a que nadie le
diera órdenes. Aun así, cedió. Tenía su punto excitante.
—Tenía una eternidad queriendo adorarte como me permitiste anoche,
espero que puedas comprender las razones de todo. Eres tan hermosa como
soberbia, tan cabezota como majestuosa, tan egocéntrica como sensual, tan
peligrosa y letal para aplastar los sentimientos de alguien como
deslumbrante. No sé si después de lo vivido puedas llegar a entender que no
todo se reduce a tus caprichos y que las ganas y las emociones de los demás
también cuentan.
—¡Pero, qué carajos!
Quiso alejarse de él para descubrirse y así mirarlo a los ojos. ¿Ese simple
humano qué podía saber de ella para hablarle así?
A menos que… la conociera.
—Espera, solo una cosa más —le dijo él con cautela—, no se te ocurra
pensar que esto es una venganza, no vayas a ensuciar este recuerdo, los
momentos disfrutados, con malos pensamientos o palabras fuera de lugar,
de lo que en realidad fue magia pura. No podrás negar nunca, por más que
quieras, que lo que aquí ocurrió lo gozaste igual que yo.
Harta de andar jugando a las adivinanzas con un casi desconocido, se
arrancó la corbata de los ojos. La luz del día la deslumbró y por un
momento tuvo que parpadear en varias ocasiones para poder enfocar todo a
su alrededor.
No había sido un sueño, definitivamente no. La suite estaba como la
recordaba, solo la luz del día mostraba la majestuosidad del lujo, iluminada
por los rayos del sol que entraban a raudales por los ventanales. La puerta
del balcón estaba abierta y la brisa se colaba en el ambiente; ella, entre
sábanas revueltas de satín blanco vio su ropa acomodada encima de un
taburete rojo y a él, nuevamente recargado de espaldas en la barandilla del
balcón.
Se levantó y, sin importar su desnudez, se dirigió hacia él, cuando llegó
lo tomó del brazo para decirle que se dejara de sandeces y especulaciones
sobre su carácter, mismas que no iban con ella, estaba extrañamente
inquieta con una rara sensación de vacío en el estómago, y entonces él
volteó el rostro súbitamente haciendo que Afrodita emitiera un grito
ahogado y soltara su brazo como si la hubiera quemado.
—Buenos días, querida. ¿Qué tal dormiste?
—¡No me jodas! ¡Esto es una puta broma! ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Y tú me lo preguntas? Yo creo que te acuerdas muy bien de cada
detalle, aunque si quieres repetir solo tienes que decírmelo.
A Afrodita de súbito le incomodó su desnudez y se metió a la habitación
para buscar algo con qué cubrirse. Aunque fuera muy segura de sí misma,
había batallas que no permitían distracciones. Lo primero que vio fue una
bata de baño que estaba húmeda tirada en el piso, seguramente él la había
usado después de la ducha. Se la puso y volvió a salir al balcón destilando
furia.
—Andas muy gracioso, aunque tus chistes baratos solo te hacen gracia a
ti. ¿Por qué me estás siguiendo? ¿Qué pretendes, controlarme? Permíteme
que me ría, querido, si no has podido conmigo en una eternidad es muy
iluso de tu parte pensar en conseguirlo en una noche, mi adorado esposo.
Hefesto, el marido deforme de Afrodita, el dios con el que casaron a la
mujer más hermosa del Olimpo, el hombre que desde su enlace matrimonial
ha recibido rechazo tras rechazo de su esposa, el que ha soportado los
berrinches, caprichos e infidelidades de la mujer más bella pero cruel y
superficial de todos los tiempos, el mismo que tuvo el impulso de poseerla
aunque solo fuera una vez solo para adorarla y para demostrarle que era
más que un rostro desagradable, para hacerle ver que la hombría empezaba
con la intensidad de sus sentimientos y anhelos más sinceros. Él sabía que
podría tener a cualquier otra mujer sensible que valorase sus otras
cualidades no visibles, y de hecho, en algunos momentos había sido así.
Pero con Afrodita tenía una cuenta pendiente desde la noche de bodas, y no
era venganza ni mucho menos el deseo insano de humillarla, era
simplemente un regalo que quería ofrecerle. Aunque ella no se diera cuenta,
él siempre estaba pendiente de su seguridad y aunque casi no se metiera en
su vida y sus decisiones, esperó el momento por mucho tiempo, de tener la
oportunidad de estar lejos del Olimpo y de todo lo conocido para poder
tener esa oportunidad.
Manipuló la situación cuando fue el momento preciso, solo un poco, solo
lo necesario. Siguió a su mujer en su escapada y se coló sin ser visto en la
casa de los Sanders. Vio cómo Afrodita escogía a su presa sexual y después
todo fluyó como si el destino le hubiera ayudado. Hefesto manipuló un
poco las apreciaciones de la diosa sin quitarle su esencia y el resto es un
maravilloso recuerdo que nadie le quitará.
—Me has sorprendido, Hefesto. Fue una jugada digna de un dios.
—¿Solo eso te ha sorprendido?
—No, querido, pero el resto me lo reservo de momento, tal vez en otra
ocasión te haga partícipe, por ahora estoy muy encabronada, que lo sepas,
¿eh? Solo quiero preguntarte qué pasó con Alberto.
—Alberto, un buen chico. Nos hicimos camaradas en unos minutos.
Realmente estaba sorprendido de que lo hubieras elegido a él para
conversar y aunque se sintió halagado no dejaba de sufrir pensando que el
amor de su vida, según él, se casara con su amigo, por lo que le di un par de
consejos y creo que le salió bien la jugada. Hay que ser osados de vez en
cuando para conseguir lo que uno desea, tú sabes bien de lo que estoy
hablando, nena.
—No me digas nena y no te tomes esta curiosidad de mi parte como una
tregua entre tú y yo. Eso ya lo arreglaremos en casa.
—No me creo nada, Afrodita. Estoy seguro de mí y de lo que hay, y sí,
ya lo conversamos después en casa.
Ambos se arreglaron un poco y estaban ya listos para regresar a casa, a
punto de salir de la suite, Afrodita se detuvo un momento en la puerta.
Hefesto la miró de nuevo, tan hermosa, la mujer más impresionante y más
sensual que hubiera visto jamás. Se quedó un poco embelesado hasta que
ella con un chasquido frente a los ojos le expresó una última duda.
—¿Qué consejos le diste a Alberto?
—Simple, que se jugara todo. Le recomendé que besara a Mónica
delante de todos y se le adelantara a su amigo a pedirle matrimonio. Era esa
su única oportunidad.
—¿Y sabes cómo terminó?
—Mientras dormías mandé a uno de mis soldados a echar un vistazo y
para fortuna del muchacho, después de hacer lo que le dije, Mónica se puso
a llorar y se tiró a sus brazos. Parecía que el sentimiento era mutuo, pero
ninguno se atrevió jamás a dar el paso. Raúl se quedó con el anillo en el
bolsillo y sin novia. Alberto y Mónica terminaron la noche en el
apartamento de él y con el consentimiento de sus padres, por si fuera poco.
Y no me mires así, mujer. Yo en eso no tuve nada que ver.
—Tú sabrás, Hefesto, pero, querido… no te dejes olvidada la corbata.
¡Hola! Encarni Arcoya (o Soy Kayla Leiz). Llevo escribiendo varios años en múltiples géneros
(cuento infantil, novela juvenil, romántica, erótica, etc.) y nunca me canso de imaginar nuevas
historias. Si quieres conocerme, yo estaré encantada de charlar contigo y que me descubras a través
de las páginas de mis libros.
http://encarniarcoya.com
http://kaylaleiz.com
Encarni Arcoya

EL RETO DE AIZEN

Le encantaba ver esa expresión en los humanos… Podía beber el deseo y


la lujuria a través de los ojos que se le acercaban, como una mosca a la
miel, para acabar probando el fruto prohibido y caer en la tentación.
—Aizen… —El susurro de una voz femenina le hizo girar su cabeza
para encontrar a una mujer desnuda acariciándole su pecho, mientras
ronroneaba cerca de su oído—. Ahora a mí… —suplicaba ella.
—Como desees —respondió él centrando sus atenciones en ella mientras
sentía cómo otras manos le acariciaban el vientre, una boca depositándole
besos que hacían que su cuerpo hecho de carne se estremeciera al contacto.
Sin dejar que eso le despistara, agarró por el cuello a la mujer
atrayéndola hacia su rostro, mirándola a los ojos antes de devorarla en un
beso intenso que hizo que gimiera de placer a la par que se estremecía por
la intensidad.
Era todo un experto en seducción y en dar placer. Hacía que lo
disfrutaran al mismo tiempo que lo desearan más.
—Más… —escuchó a la mujer pronunciar entre sus labios mientras
profundizaba en el beso. Su lengua sabía dónde rozar, acariciar y tender una
trampa para que ella cayera. Y así iba apropiándose cada vez más de su
voluntad.
Notó cómo empezaban a besarle el cuello y alargó la mano hacia la otra
persona que yacía con ellos en la cama de sábanas de seda roja que cubrían
una mínima porción de piel de los protagonistas. Rozó con ella el muslo y
fue subiendo hasta agarrar su nalga y apretar con la intensidad justa para
que esta se pegara más a su cuerpo y al mismo tiempo lo deseara.
Se apartó de la primera para ofrecer las mismas atenciones a la segunda,
no sin posar su otra mano en el pecho de ella para que no se sintiera privada
de su contacto. Mientras sus dedos jugaban con el pezón, él jugueteaba con
la lengua dentro de la boca de su nueva conquista.
Unos golpes en la puerta ni siquiera lo distrajeron de lo que estaba
haciendo. Hasta que estos se hicieron tan intensos que retumbaron en su
propia cabeza.
—Ahora no… —murmuró para sí mismo, como si eso mismo fuera una
respuesta para que cesara el golpeteo que empezaba a molestarle.
—Pero, mi amo… —se disculpó una voz en su mente—. Es la hora… no
puede hacerle esperar…
—Él me hace esperar a mí —contestó de mala gana mientras empujaba a
una de las mujeres sobre la cama y se posicionaba encima de ella. Una de
sus manos siguió las curvas internas de una de las piernas de la otra mujer
hasta que llegó al centro mismo, húmedo y deseoso de ese toque, como le
hizo saber el propio suspiro que se escapó de los labios de ella.
—Dios Aizen, por favor… Si no llegamos a la hora lo enfureceremos…
—insistió en la mente esa voz, haciendo que Aizen chasqueara la lengua y
girara la cabeza para mirar con odio la puerta.
Sus ojos se encendieron con dos llamas rojas vibrantes, y su pelo largo
pareció cambiar su tonalidad negra por un color carmesí oscuro que parecía
hacerle brillar por sí mismo.
—Tengo que irme —declaró a regañadientes levantándose de la cama.
—¡No! No te vayas ahora… —rogó la mujer que había estado a punto de
sentir el poder que albergaba entre sus piernas.
—No puedes dejarnos así… —intervino la otra.
Ambas empezaron a mover sus cuerpos en un intento de seducción que,
en esos momentos, y tal y como estaba, sabía que no podría resistirse
mucho. En cambio, chasqueó sus dedos haciendo que las dos mujeres
empezaran a tocarse y a darse placer entre ellas.
—No tardaré. Mientras tanto, seguid así —comentó disfrutando de la
vista que tenía delante y que, por mucho que quería, debía dejar. Al menos
esperaría que la reunión no durara lo suficiente como para olvidarse de ellas
y así volver donde lo había dejado.
Totalmente desnudo, salió de la habitación hacia el salón y, de ahí, a la
puerta. En el momento en que la abrió, un largo abrigo rojo rodeó toda su
espalda, amoldado a cada músculo de su cuerpo. Tenía botones de oro
perfectamente abrochados a lo largo de su pecho, hasta el abdomen, donde
se abría para dejar a la vista unos pantalones de cuero negros y unas botas
con detalles rojos y dorados que parecían ambas prendas abrazar cada
centímetro de él. Una camisa negra sobresalía entre las solapas del abrigo.
—Mi amo —saludó la persona que estaba al otro lado de la puerta,
haciendo una reverencia.
Era más bajo que él, y también más delgado comparado con casi los dos
metros de altura y su porte corpulento. Tenía el pelo corto, pelirrojo, en
punta. Otra diferencia con el suyo, largo hasta la cintura y de un color negro
azabache… salvo que quisiera cambiarlo a su color original, el rojo fuego.
Llevaba un traje oscuro y solo la camisa roja difería de su atuendo sobrio.
—Acabemos con esto de una vez… —sentenció cerrando su habitación,
no sin antes echar un último vistazo al interior, donde dos mujeres gemían y
chillaban incrementando el deseo de Aizen de quedarse con ellas en lugar
de cumplir con lo que debía.

Rui fue dejando que el agua hirviendo cayera sobre el filtro donde había
colocado el té de tal manera que, lentamente, bañaba las hojas, con tanto
cuidado, que el agua iba tornándose de un color marrón como si una gota de
pintura de tono crema cayera sobre el blanco y fuera mezclándose con
lentitud, pero uniformemente.
Su concentración era tal, que no se percató de que se sentaba alguien
frente a ella hasta que terminó de echar la última gota del agua y levantó la
vista.
—Ai, hola.
—No sé cómo eres capaz de hacer eso… —le dijo la otra persona
observando cómo levantaba el filtro y lo dejaba caer varias veces, con tal
delicadeza, que parecía que el té no se perturbara con ese movimiento.
—Preparar el té y que salga perfecto requiere de concentración —le
comentó ella sin apartar la mirada de la taza que acababa de preparar. La
levantó y se la llevó hacia la nariz, dejando que esta absorbiera el aroma.
—No me extraña que tengas la tetería siempre llena. —Ai echó un
vistazo al lugar. Menos una mesa, todos las demás estaban ocupadas. Los
que ya tenían su té lo bebían casi como si fuera una bebida sagrada. Veía
cómo cerraban los ojos y se dejaban deleitar por los sabores que solo su
amiga era capaz de sacar de esas hierbas.
Sus mezclas, unidas a la forma tan peculiar que tenía de prepararlo,
había hecho que en cuestión de semanas, la tetería se convirtiera en uno de
los lugares de moda de la ciudad. Incluso grandes celebridades
internacionales habían pasado por allí.
Vio cómo Rui cogía la bandeja y se marchaba para atender una mesa,
donde depositó con sumo cuidado las tazas antes de volver con una sonrisa
en su rostro. Le encantaba que su té gustara a todo el mundo.
—¿Quieres que te prepare el de siempre?
Ai sonrió. Un té blanco con vainilla. Le fascinaba la forma en que su
amiga era capaz de prepararlo y que pareciera que cada sorbo era único.
—¿Hace falta que me lo preguntes?
Una pequeña carcajada como respuesta. Enseguida empezó a calentar el
agua y a preparar los ingredientes para una nueva taza.
—Por cierto, ¿ya has pensado qué vas a hacer en San Valentín?
—¿En San Valentín? —preguntó Rui—. Abrir la tetería, por supuesto.
Ese día muchas parejas vienen a tomar el té especial.
—Ya, eso ya lo sé. Pero me refiero a ti.
Rui cogió la jarra de agua hirviendo y la miró.
—¿Qué quieres decir?
Ai gruñó y señaló con la mirada una pila de cartas con sobres de
distintos colores que tenía sobre la encimera de su mostrador. Llevaba una
semana recibiendo cartas románticas donde le pedían una cita el día de San
Valentín.
—Ai, ya lo hemos hablado.
—¡No puedes pensar así! Mira la de cartas que te han mandado. ¡Si
algunas son súper románticas! —exclamó Ai enfadándose con su amiga.
—Pero no los conozco. A algunos ni siquiera les pongo cara,
simplemente dejaron la carta en el buzón de la tetería y ya está. No puedo
corresponder el amor de una persona de la que no sé nada de ella.
—Pero es que las cosas en el amor son así. El amor a primera vista es
casi imposible de encontrar, y mucho menos de durar. Te lo digo por
experiencia.
Rui sonrió bajando la mirada al té para no equivocarse en la mezcla.
Sabía perfectamente a lo que se refería su amiga. Era todo un ejemplo del
enamoramiento a primera vista. Y del desenamoramiento a segunda o
tercera cita.
—No insistas. Además, ese día tengo mucho trabajo como para quedar.
—Puedes hacerlo después de cerrar. Algunos te han ofrecido una cena en
restaurantes de alta categoría. ¡No me digas que vas a desaprovecharlo!
Rui colocó la taza con sumo cuidado delante de su amiga y le regaló una
sonrisa a Ai.
—Pues sí.

Aizen abrió las dobles puertas de la sala de reuniones donde se celebraba


la cita que le había privado de la compañía de dos prostitutas que se habían
ofrecido a hacerle pasar un rato agradable. A pesar de que había empezado
a jugar con ellas tres horas antes de que tuviera lugar su compromiso, los
preliminares se habían alargado en el tiempo, disfrutando de la intensidad
del deseo que de ellas emanaba.
No le importó que todos los rostros se volvieran hacia él. Tampoco que
quien presidiera frunciera el ceño por tal interrupción. Ni siquiera lo miró
cuando se sentó en el asiento que le correspondía y se apartó el pelo de la
cara haciendo que este cambiara radicalmente de color al suyo original,
junto con sus ojos rojos.
—Llegas tarde. —Le echó en cara.
—Da gracias que he venido. Estaba ocupado.
—Te avisé con semanas de antelación. ¿Por qué siempre haces algo las
horas previas a la cita? ¿Acaso no deberías prepararte para informarme de
los planes que tienes para el asunto que nos concierne?
—¿Es que necesitas que te informe qué voy a hacer? — respondió
alzando una ceja—. Sabes perfectamente lo que hago. Y es lo que quieres
que haga. Da resultado, ¿para qué voy a cambiar de método?
—Aizen… hoy no estoy para juegos.
—Entonces acabemos pronto: el día de San Valentín bajaré a la Tierra e
iré al lugar más concurrido de parejas. Seduciré, y llenaré de lujuria el lugar
para que estas desaten sus pasiones ese día y puedas recolectar el poder que
necesitas para que el amor siga primando. ¿Algo que deba cambiar?
—¿Cuánto crees que va a servirte ese simple truco? —preguntó otro de
la reunión.
Aizen lo miró y esbozó una media sonrisa mordaz.
—Que tus resultados sean cada vez más penosos no es culpa mía. Quizá
deberías empezar a pensar en un amor más “picante” en lugar del típico
“vainilla”. La sociedad ha cambiado, buscan retos, fantasías para cumplir. Y
eso es lo que yo les doy. Después queda en ellos el recordarlo o hacer como
si no hubiera ocurrido nunca.
—También hay lugar para ese tipo de amor —se justificó el otro.
—Sí, claro… con los más tradicionales. Que cada vez son menos. Quizá
deberías modernizarte…
—¿¡Cómo te atreves!? —Se alteró el otro golpeando la mesa y
levantándose de su asiento.
—Calma —intervino el presidente de la reunión—. Cada uno tiene un
cometido. Tú debes atraer el amor verdadero; Aizen se encarga del
lujurioso. Necesitamos rellenar las reservas o en el verano tendremos
problemas para que las parejas formadas se mantengan juntas.
—De acuerdo —claudicó el otro, mirando de reojo, y quizá con algo de
envidia, a Aizen.
—Y, Aizen. —Se dirigió entonces el presidente a él directamente—.
Intenta que no pase lo de la última vez.
Aizen rio. La última vez había disfrutado provocando sentimiento llenos
de sensualidad y lascivia, rozando incluso la obscenidad.
—¿De verdad le estás pidiendo eso al dios de la lujuria, la pasión y el
amor?
—Al menos córtate un poco… —pidió él.
—No prometo nada.
Y, acto seguido, sin que la otra persona diera por finalizada la reunión, se
levantó y se dirigió hacia la salida. Con algo de suerte, tendría la
oportunidad de seguir donde lo había dejado. O quizá debía empezar de
nuevo con ellas, algo que le atraía aún más.

Día de San Valentín

—Gracias por echarme una mano —le susurró Rui a Ai mientras


preparaba los tés que le habían pedido.
El lugar estaba a rebosar, y lo peor, o mejor, era que había parejas
haciendo cola para poder entrar a tomar algo. Al final había surtido efecto
la publicidad que había hecho días atrás en la que anunciaba un nuevo “té
del amor”, ideal para las parejas.
Se había pasado semanas para conseguir la mezcla perfecta de una
bebida que gustara al mismo tiempo a los más golosos y a los que no les
gusta el dulce. Y, este, estaba teniendo bastante éxito. De hecho, salvo dos o
tres parejas, todas las demás habían pedido ese té pensando que eso les
auguraba una relación fructífera y duradera.
Y Rui esperaba que fuera así. Aunque sabía que eso no iba a ser cosas de
su té, sino de los propios sentimientos de cada uno.
—¿Y dejarte en la estacada? Imposible. Además, tuviste una idea genial
con el té del amor. Y más el dejar que lo probaran antes. Ahora ha salido en
todas partes, incluso en el periódico.
Sí. Cuando lo había recogido esa mañana y lo había ojeado, uno de los
artículos escritos hacía referencia a su negocio, y concretamente al té que se
iba a servir ese día de forma especial para los “enamorados”.
—¿Y dónde has dejado a Isai? —preguntó Rui colocando las tazas en la
bandeja para volver a salir para atender las mesas.
—Vendrá a las 5, cuando acabe su turno en el trabajo —le comentó Ai
—. Así que hasta esa hora no tengo nada que hacer.
—¿No necesitas arreglarte? —Rui se arrepintió de hacer la pregunta. Su
amiga había llegado a la tienda dos horas después de abrir la tienda y ya
había cautivado a algunos de los hombres. Llevaba un vestido blanco
ceñido con algo de vuelo y su pelo recogido en un moño del que se le
escapaban varios mechones que caían sobre su espalda, hombros y rostro de
manera sensual.
—¿Quieres que le dé un infarto a Isai? —insinuó Ai echándose a reír.
Rui se unió a ella antes de volver a sus quehaceres y salir con prisa de la
barra para llevar el té y tomar el pedido de otra pareja que acababa de
entrar.
—Buenas tardes, ¿qué desean tomar? —preguntó a la feliz pareja cuando
esta se sentó. De forma rápida retiró las tazas usadas y limpió la mesa para
que pudieran sentirse cómodos.
—Dos tazas del té especial.
—Ahora mismo —asintió tomando nota del número de mesa y de los
nuevos tés que debía preparar. Menos mal que al pedirlo en cantidad tenía
varias tazas ya creadas y solo les faltaba añadir el agua caliente. Así podía
servirlos más rápido.
Caminaba hacia el mostrador cuando notó cómo el ambiente cambiaba
de repente. El aura se volvía más espesa, pero no incómoda, sino… Tomó
una aspiración más fuerte de lo normal y notó cómo un aire cálido la
rodeaba.
Los murmullos que hasta entonces habían sido la melodía de la tetería se
acallaron y el tiempo pareció congelarse.
Lentamente, Rui se volvió sobre sí misma. Sus ojos se encontraron con
un rostro de facciones duras, pero al mismo tiempo suaves. Unos intensos
ojos negros y una sonrisa pícara se desplazaba por todo el lugar haciendo
que las mujeres, y también los hombres, se alteraran ante la presencia de esa
persona.
Llevaba un pantalón negro y una camisa roja, desabrochada en los dos
primeros botones, lo cual dejaba parte de su pecho al descubierto. El pelo,
tan largo como nunca antes había visto en un hombre, estaba recogido en
una trenza que le caía por la espalda.
Aizen tenía las manos en los bolsillos y su aura emanaba lujuria por
todos los poros.
Entonces los ojos de Rui y los de él se encontraron. Y saltaron chispas.
Aizen no podía apartar la mirada de esos ojos grises que lo miraban con
una especie de curiosidad, miedo y recelo. ¿Pero por qué no, pasión? ¿Por
qué esa mujer no lo deseaba como todo el resto de humanos que había en el
lugar. Hasta los de fuera estaban sintiendo el embrujo que había lanzado
para que todos tuvieran ese día una dosis de amor.
Sin embargo, esa mujer parecía inmune a sus encantos. ¿O quizá
necesitaba un trato especial?
—Buenas tardes, señor. —La voz melodiosa que escuchó lo sacó de sus
pensamientos y no pudo entender cómo esa muchacha se había acercado
tanto a él sin darse cuenta—. Lo siento, todas las mesas están ocupadas en
estos momentos. Si no le importa esperar, puedo atenderle en cuanto se
quede una mesa libre…
Aizen la miró de arriba abajo. Apenas llegaría al metro setenta, eso si lo
alcanzaba. Era delgada y no se veía demasiado fuerte, más bien delicada.
Sus manos tenían unos dedos largos y finos, con unas uñas largas bien
cuidadas que parecían estilizarla aún más.
Llevaba el pelo en una melena corta, liso y de color castaño, mientras
que sus ojos eran de un gris azulado que parecía obnubilarlo.
—No me importa sentarme en la barra —respondió él. No esperó a que
Rui le diera una respuesta, se encaminó hacia ella haciendo que su aura se
intensificara rodeándola a ella para que también cayera en sus redes.
—Pero, ¿a su pareja no le importa?
Aizen se volvió de inmediato. Había pasado al lado de ella. Había
lanzado su mejor hechizo para enamorarla. ¿Y le estaba preguntando por su
pareja? Frunció el ceño, gesto que hizo que ella apartara la mirada.
—No tengo pareja —respondió él zanjando el asunto, quizá de una
forma demasiado brusca.
—Oh, lo siento. Sí, claro, puede sentarse en la barra.
Rui se apresuró a volver a su trabajo pasando al lado de Aizen sin apenas
percatarse del estado de confusión que le había provocado. Pasó al otro lado
de la barra y se dispuso a preparar los tés que le habían encargado mientras
observaba de reojo que todas las parejas tenían los ojos puestos en el
hombre que ahora se sentaba justo delante de donde ella estaba.
No sabía si la ponía nerviosa o simplemente era la reacción que había
provocado en los demás. Tampoco se sentía incómoda con su presencia. Era
solo que intuía que era diferente. Pero no sabía en qué sentido.
—¿Qué le gustaría tomar? —le preguntó mientras terminaba de llenar las
tazas que debía llevar.
—Una taza de ese té tan famoso.
Rui asintió y llenó una tercera taza para ponérsela delante a Aizen. Sin
más palabras, se marchó para atender a sus clientes, quienes, poco a poco,
volvieron a cuchichear, todas las conversaciones relacionadas, primero, con
ese desconocido que acababa de entrar; para después ir subiendo de tono y
haciendo que las parejas abandonasen de manera más rápida su local, como
si necesitaran dar rienda suelta a la pasión que parecía haberse instalado en
ese lugar.
Hasta cuando Isai llegó para recoger a Ai tuvo esa reacción. Primero, se
quedó mirando al hombre, que seguía en la barra con su taza de té, y
después apresurando a su chica para salir cuanto antes de allí (no sin antes
susurrarle algunas cosas que sacaron los colores a la amiga de Rui).
Poco a poco, las horas fueron pasando. Y el único que parecía perenne
en ese ir y venir de parejas era Aizen. Todo aquel que entraba parecía verse
hechizado por un deseo por su pareja. Algunos hasta no habían podido
resistirse a “jugar” bajo la mesa, o a ser menos cohibidos, hasta que
finalmente necesitaban ir a un lugar más íntimo.
Ese era su cometido ese día. Inundar de un amor lujurioso los lugares
donde más parejas se concentraran. Y, como no, ese lugar había captado la
atención ese año. Pero, lo que más lo había hecho, fue esa mujer que, pese a
lo que estaba influyendo en ella, parecía inmune a sus encantos. Ni siquiera
las conversaciones que había iniciado con ella parecían surtir efecto.
Se sentía vencido. Cabreado. Furioso… ¿quién era ella para negarse a
recibir sus encantos? Golpeó la barra haciendo que de Rui saliera un gritito
ante el susto que se había llevado.
—Lo siento —se disculpó Aizen.
Miró a su alrededor. Ya había anochecido y apenas había una o dos
parejas. Debía seguir el recorrido y pasar por otras zonas de “ocio
nocturno” que estuvieran más concurridas.
Dejó un billete sobre la encimera y se marchó hacia la puerta sin dirigir
una mirada más a Rui, a pesar de que esta sí que lo observó irse sin saber si
eso la entristecía o la aliviaba.

Al día siguiente…

Rui estaba llegando ya a su negocio. Agachó la mirada para rebuscar en


su bolso las llaves de la tienda para poder abrir los candados y levantar la
persiana. Sin embargo, como si algo la hubiera alertado, un escalofrío lleno
de un sentimiento cálido, la asaltó, levantando la mirada hacia delante para
encontrarse con el hombre misterioso que el día anterior había irrumpido y
trastornado su día como solo un huracán sabía hacer.
¿Qué hacía ese hombre allí de nuevo? ¿Y por qué parecía estar
esperándola a ella?
Sentía miedo y deseo al mismo tiempo, pero no sabía el motivo por el
que esa persona le estremecía de esa manera. ¿Acaso no era un hombre
como otro cualquiera?
—Buenos días, señor. Siento haberle hecho esperar, ahora mismo le abro
—se disculpó apresurándose a quitar el candado de la persiana para
levantarla.
Sin embargo, ni siquiera llegó a acercarse a ella ya que Aizen la agarró
del brazo en el momento en que pasaba por su lado. La giró rodeándola con
su brazo para acercarla a su cuerpo. Los dos rostros estaban tan cerca el uno
del otro que casi podían respirar el mismo aire.
—¿Por qué? —susurró Aizen mirando con intensidad los ojos.
—¿Por qué, qué? —repitió Rui mientras se sentía acorralada entre los
brazos de ese hombre.
Vio cómo se acercaba más a ella y logró levantar su brazo para
interponerlo entre sus labios y los de él antes de que fuera demasiado tarde.
Aizen levantó las cejas en señal de sorpresa. Jamás nadie se le había
resistido como ella. Todas caían rendidas a sus encantos, y en ese momento
se estaba esforzando al máximo porque ella experimentara en su cuerpo
todo lo que él era como dios. ¿Por qué sus poderes no funcionaban con ella?
—Esto… Si le apetece una taza de té, necesito abrir.
—Me apeteces tú… —contestó él gastando su última baza. Si su cuerpo
o su mirada no había sido suficiente, la voz grave y seductora debía bastar.
Rui no pudo evitar echarse a reír. Fue el detonante que hizo que Aizen la
soltase, desconcertado por la reacción tan insólita que había tenido ella.
¿Qué le hacía gracia? ¿Acaso se estaba burlando de él?
—Perdón. Pero ahora mismo no tengo té de Rui —dijo esta intentando
evitar la risa que de volvía a asaltarle.
Sin esperar que él contestara, se separó y se agachó para quitar el
candado. Levantó la persiana y abrió la puerta de la tetería.
—¿Mi señor? —El hombre de confianza de Aizen se materializó sin que
fuera visible para Rui, quien observaba a Aizen a través de la barrera que
conformaban las puertas de cristal de su negocio—. ¿Ocurre algo?
Ni se había vuelto hacia su asistente, su mirada seguía fija en Rui, la
mente repitiendo una y otra vez la escena que acababa de vivir. Había sido
la segunda vez que lo rechazara. Y entonces sonrió. Hacía siglos que no
tenía un desafío que lo divirtiera tanto.
Por fin tenía la oportunidad de emplearse a fondo en seducir a una
humana. Y, cuando lo hiciera, se convertiría en una conquista trofeo de la
que alardearía con los suyos. Porque estaba seguro de que tarde o temprano
caería en sus redes.
Pero, cuando vio que ella se apartaba y dejaba de prestarle atención, su
ego se sintió herido.
Entonces sus pasos actuaron por iniciativa. Empezó a caminar hacia la
tetería. La haría suya. A como diera lugar.
Nadia Noor vive en Valencia (España) con su marido y sus dos hijos. Es
ingeniera técnica y tiene un Máster en Políticas de Integración Ciudadana.
Trabaja en el departamento de exportación de una empresa y dedica todos
sus ratos libres a escribir, que es su gran pasión. Apasionada de la literatura
romántica, consiguió ver cumplido su sueño al publicar en 2017 su primera
novela Míster 7, con Ediciones Urano, sello Titania.
Otras novelas:
2018- Deuda de familia I Editorial LXL
2019- Deuda de familia2 Editorial LXL
2018- El principio del mal- Segundo premio de novela romántica
Editorial LXL
2019- Segunda piel –Selecta
2020-Dark Face –Selecta
2020- Bilogía- En tu mundo -Selecta
2020- ASYA- Autopublicado
2020-Junior-Autopublicado
2020- El despertar de Nepheltis
2021- colaboración en la antología Dioses que dejan huella- Apolo, el
Dios del Sol
https://www.instagram.com/nadianoor_autor/
https://www.facebook.com/nadianorocel/
Nadia Noor

APOLO, EL DIOS DEL SOL

Apolo en el Olimpo

Hera, diosa del Cielo y esposa de Zeus, echaba humo por la nariz, y sus
ojos azules, coronados por densas pestañas doradas, parpadeaban inquietos.
Le costaba creer que Leto, la diosa de la Noche, tuviera la osadía de poner
sus ojos en el poderoso Zeus, el portador del rayo, para seducirlo y
complacerlo con un hijo. Se resistió con odio al nacimiento de Apolo, fruto
de ese amor prohibido, comenzando por expulsar a Leto del Olimpo y
enviándola a una isla perdida y abandonada llamada Delos. Zeus, al
enterarse de aquello, transformó Delos en una isla luminosa, otorgándole el
poder de sumergir al alba como una explosión de alegría, entusiasmo y
felicidad.
A pesar del monumental enfado de Hera, Apolo nació y con muy buena
suerte ya que fue bendecido por la diosa Temis con una merienda celestial
compuesta por dos ingredientes muy codiciados: el néctar y la ambrosía.
Nada más probarlos, Apolo se convirtió en un joven apuesto y presentable;
fuerte audaz y diestro como el padre, pero bello y atractivo como la madre.
De porte alto y esbelto como las regias palmeras que formaban los jardines
celestiales, rubio con los rizos dorados rozándole los hombros y con unos
ojos azules como el cielo primaveral; hermoso como el día bañado en las
primeras luces del alba, cuando todo brilla y resplandece. Las manos del
joven dios sujetaban un arco cuyas flechas representaban los mismos rayos
del sol y una lira que simbolizaba el corazón, la música y la poesía.
Zeus nombró al pequeño: Apolo, dios de la Luz y del Día y de las Artes,
protector de la poesía y de la música, el líder del coro de las musas y la
personificación del sol. Desde la sombra, Hera, mortificada de celos y
envidia, lanzó un poderoso conjuro hacia el pequeño deseando que la
intensidad de su luz celestial se redujera a finales de otoño y mucho más en
época de nevadas y, que el amor verdadero, hibernara en su interior como
un eterno invierno que no podrá ser despertado al menos en un milenio.
Esa maldición llegó a los oídos de la diosa Leto, y aun cuando el poder
de Hera era superior al suyo, no se dio por vencida, entonces, utilizando
todo el esplendor y la fortuna de la noche, bendijo al pequeño Apolo con el
siguiente conjuro:
—Que la luz de Apolo regrese en primavera en forma de
desbordamiento de oro, alegría, verdor y cantos de pájaros. Que toda
persona, ya sea divina o mortal, celebre el regreso del dios de la Luz en
cuanto atraviese el horizonte montado en un carruaje de oro, tirado por
cuatro espléndidos cisnes blancos como la nieve. Que el frío que habita en
su interior a causa del hechizo de Hera se transforme en una explosión de
luz y calor cuando el amor verdadero llegue a las puertas de su corazón.
Y así fue como Apolo se convirtió en el dios más querido y admirado de
todo Olimpo. Portaba un aura de luz a su alrededor que todo aquel que se
cruzaba en su camino quedaba irremediablemente rendido a sus pies. Las
mujeres suspiraban y besaban los vientos por él, luchando entre ellas por ser
objeto de las atenciones del hijo de Zeus y Leto. Los hombres buscaban su
aprobación y compañía, siendo inconcebible cualquier celebración o
reunión que no contara con la presencia del amado Apolo.
Todo eso complació al joven Apolo ya que ser deseado, querido y amado
era el sueño de cualquiera; sin embargo, con el paso de los años esas
ceremonias comenzaron a cansarle. Cada atención que recibía entristecía su
alma y cada alabanza le provocaba frustración. No podía no preguntarse
qué había hecho él para ser merecedor de tanto y por qué tenía la capacidad
de engatusar hasta los mismísimos pájaros de plumaje colorido que
alegraban a los dioses con sus cantos celestiales, nada más aparecer el alba.
Una noche, mientras asistía a la fiesta de cumpleaños de la ninfa
Altomis, sufrió una gran revelación. Se hallaba rodeado por un grupo de
mujeres jóvenes, una más hermosa que la otra, ataviadas con vaporosos
vestidos de tul con cinturones de seda fruncida en el medio, con pañuelos
de color del pico de paloma alrededor de los pechos y flores en el pelo. A
pesar de ser el centro de atención de las miradas de las ninfas, Apolo
advirtió que ninguna de ellas se molestaba en ver más allá de su perfecta
apariencia.
Se sintió tan desdichado como un árbol desnudo en medio de una
ventisca. Para calmarse cogió su copa de plata, adornada con varias
incrustaciones de gemas y rubíes y, al advertir que estaba vacía, la alzó a la
altura de sus ojos esperando las consecuencias de ese simple gesto. Y las
tuvo, ya que en cuestión de segundos fue rodeado por media docena de
ninfas, todas ellas divinas y bien dispuestas. Las jóvenes hadas lo fijaban
con ojos de deseo aunque ninguna anhelaba algo más de Apolo que no fuera
su escultural cuerpo adornado con músculos duros como el acero. El hijo de
Zeus permaneció atento buscando un pequeño indicio que le hiciera elegir a
una ninfa en concreto, pero ninguna fue merecedora de su atención, ya que
se ofrecían de un modo vacío e incondicional. El corazón del dios del Sol
no pudo soportarlo más y tirando la copa al suelo, abandonó la fiesta con
media docena de ninfas pisándole los talones.
Esa misma noche se personó ante su padre.
—Dios de los dioses me lo has dado todo: sol, luz y calor, no hay dios o
ninfa en el Olimpo que no me mire con ojos de deseo que no anhele mi
compañía o mis atenciones. Me adoran allí donde voy, mi simple presencia
atrae el buen humor y la alegría, y todo eso es tremendamente agradable…
pero ha llegado a cansarme…
Zeus abandonó su imponente trono confeccionado de plata masiva y dio
un golpe con su bastón de oro en el reluciente suelo de hielo que
descansaba bajo sus pies.
—¿Cansado? —su cara perpleja adquirió un intenso color rojizo—. ¿De
agradar? ¿De que los habitantes del Olimpo beban los vientos por ti? ¿De
que las mujeres más hermosas del cielo se desesperen por una simple
caricia tuya?
Apolo aguantó con estoicismo los reproches de su padre y lo hizo con la
mirada alzada y el porte erguido.
—Padre no me quejo de mi suerte; por favor no me entiendas mal. Solo
que siento algo en mi interior, como un frío húmedo y penetrante que me
quita la alegría. Es irónico, que el mismísimo dios del Sol, capaz de calentar
el Universo entero esté sintiendo su interior helado.
Los astutos ojos de Zeus fijaron a su hijo con atención.
—Posees el mismo sol, ¿qué más podría ofrecerte?
—Deseo alejarme por un tiempo de Olimpo —dijo Apolo, cuando el
Dios de los Dioses recobró la calma—. Quiero tener la oportunidad de
ganarme admiración y respeto por mí mismo. Encontrar personas que no
queden deslumbradas ante mí sin que yo sea el merecedor de ello. Creo que
ha llegado la hora de conquistar, no solo de ser conquistado.
—Esto es prácticamente imposible —le contestó Zeus pensativo—.
Contra la naturaleza de cada uno no se puede luchar. Eres lo que eres por
nacimiento y cuna, tienes unos dones increíbles debido a los regalos
celestiales que se te ofrecieron nada más nacer. Puede que no seas
consciente, ¿pero cómo podrías deshacerte del calor del sol si eres su
mismo dios?
—¡Padre! —exclamó el joven Apolo con los ojos prendidos en las
llamas del deseo—. Quiero pedirte permiso para bajar a la Tierra. Allí, el
sol quedará lejano siendo obstruido por las noches oscuras y los vientos del
norte y mis poderes perderán intensidad.
Zeus lo estudió silencioso, sopesando en su mente una respuesta. Como
a todo padre no le gustaba alejarse de sus hijos, y mucho menos enviarlos a
la Tierra donde el sufrimiento y el dolor eran una constante. Pero también
sabía que toda maduración necesitaba de aquella enseñanza.
—Tienes mi permiso para descender pero no te apresures en tomar una
decisión. Como sabrás, todo dios que baja a la Tierra debe pagar un precio.
El joven Apolo al advertir que sus dedos rozaban el éxito se acercó a su
padre y le besó la mano en señal de agradecimiento.
—Estoy dispuesto a pagar cualquier precio, me comprometo de
antemano a hacerlo —respondió, impetuoso.
—No seas impulsivo —le amonestó Zeus, preocupado por la facilidad de
su hijo de aceptar un castigo sin importarle en lo que consistía—. Tu falta
de rigor en ese sentido me hace endurecerte la penitencia que pensaba
imponerte. Como consecuencia, no sabrás lo que es hasta que llegue la hora
de aplicarla.
Y dicho esto, el Dios de los Dioses levantó sus brazos hacía el cielo y de
su pecho poderoso salió un grito prolongado, cargado de rayos refulgentes y
truenos ensordecedores. Las nubes comenzaron a moverse lentamente, los
brillantes rayos del sol palidecieron hasta quedar usurpados por nubarrones
oscuros y aterradores. El gran sable de Zeus fragmentó el cielo y un terrible
aullido sacudió el Olimpo de arriba abajo. En cuanto el brillo del sable de
plata cayó sobre la cima del monte más alto del Olimpo, el rayo de Zeus se
coló a través del cielo abierto y aterrizó sobre la tierra sacudiéndola desde
sus húmedas entrañas hasta las extensas llanuras de los campos, pasando
por encima de las cumbres de las montañas y terminando en las
profundidades de los océanos. Fue entonces cuando el joven Apolo se dejó
atrapar por el halo de luz formado entre Olimpo y la Tierra y descendió,
feliz y emocionado de haber cumplido su propósito.
Nada más llegar, caminó sin descanso atravesando polvorientas
carreteras, caminos apartados repartiendo alegría y buena disposición allí
donde iba. Su aura de luz disminuyó ya que los rayos del sol apenas
calentaban a los humanos en épocas invernales pero su poder seguía muy
intenso ya que todo aquel que se cruzaba en su camino no podía hacer otra
cosa aparte de adorarle y desear su compañía. Las mujeres se afanaban en
cumplir cualquier deseo que tuviese y complacían sus deseos sexuales sin
exigir ni pedir nada a cambio. Todas lloraban y exasperaban ante su
impasibilidad deshaciéndose en cumplidos hacia el Dios del Sol, cumplidos
que no hacían más que vaciarlo y sumirlo en la desesperación, ya que nunca
nadie le daba la oportunidad de ser lo que tanto anhelaba: un conquistador.
Tras muchos meses añorando algo que sospechaba que nunca llegaría, un
presentimiento extraño comenzó a llenarle de malos pensamientos. El
siempre sonriente Apolo se sumió en la tristeza y comenzó a rehuir a la
gente. En vez de cruzar las grandes capitales, atestadas de personas bien
vestidas, olores exquisitos y teatros repletos de música y artistas, Apolo
siguió su camino transitando los bosques solitarios y los caminos apartados
de la humanidad.
Una mañana lluviosa de primeros de marzo tomó la decisión de volver a
casa y contentarse para toda la eternidad con la suerte que le había tocado.
Se sentó a las orillas de un río que discurría a gran velocidad y comenzó a
tirar piedras sobre la superficie ondulada del agua. De pronto, el río se
separó en dos y a través de las cortinas de agua que se elevaron formando
una cresta, apareció una criatura, tan grácil y hermosa como un cisne en
pleno vuelo, tan misteriosa y sigilosa como la luz anaranjada del
crepúsculo. Los ojos de Apolo se llenaron de admiración cuando el vestido
largo y vaporoso color lavanda de la muchacha, la envolvió como una
bruma suave, cargado de magnetismo. Toda la energía perdida volvió al
pecho del hijo de Zeus y por primera vez en su existencia sintió un aleteo en
la boca de su estómago que le dio prácticamente ganas de volar. La criatura
se percató de su presencia pero sus ojos no brillaron expectantes, tampoco
su boca se ensanchó en una amplia sonrisa. Simplemente le miró con unos
insondables ojos verdes como las profundidades del río y su pelo largo y
oscuro como la noche le tapó el rostro blanquecino.
—No deberías tirar piedras al agua, ahora mi padre está molesto —le
regañó, con una voz directa y sería desprovista de las ondulaciones
femeninas que Apolo tantas veces había apreciado en las mujeres que lo
cortejaron en el pasado.
—Lo siento —se excusó precipitado—. No sabía que bajo esas
profundidades había alguien. Por cierto, soy Apolo —dijo tendiéndole la
mano de forma amistosa—. ¿Quién eres tú? ¿Y quién es tu padre?
La criatura comenzó a dar pequeños pasos sobre la superficie ondulada
del río, obviando de forma deliberada la mano tendida del Dios del Sol, que
experimentaba por primera vez en sus propias carnes la indiferencia. Alzó
sus ojos al cielo buscando el sol e invocándolo con la mente consiguió que
su aura se expandiera a su alrededor y tocara de paso a la joven muchacha.
En cuanto eso sucedió, ella detuvo su marcha y se giró hacia él. Apolo
fijó su potente mirada en ella esperando ser adorado. Pero no había
incandescencia ni deseo en los enigmáticos ojos de la mujer sino una
importante dosis de indiferencia, y eso sumió al dios en la confusión, ya que
nunca nadie se había resistido a la calidez del sol.
—Soy Dafne, la hija del río. Por favor aléjate de nosotros, no nos gustan
los extraños y más cuando son tan ignorantes como tú y piensan que debajo
de las aguas no existe vida.
Y dicho esto, la hermosa Dafne volvió a sumergirse en las profundidades
de río que, una vez la absorbió en sus honduras, regresó a su estado natural,
siguiendo su curso como si nunca antes se hubiese fragmentado ni hubiera
escupido de sus entrañas a la única mujer que no había caído rendida a los
pies de Apolo.
El joven dios esperó a las orillas del río varios días seguidos, pero la hija
del río no volvió a aparecer. Aquella espera comenzó a molestarlo ya que
nunca antes había sido ignorado. Eran otros los que siempre le aguardaban a
él, eran otros los que se desesperaban cuando decidía no presentarse.
Asimismo, empezó a notar un dolor en las entrañas que no era dolor y un
ansia que no le permitía comer ni conciliar el sueño.
Al quinto día, hacia el crepúsculo, cuando el río parecía pulido con oro y
los robledos cantaban una hermosa canción al viento a través del follaje y
en cielo salió la luna como una encantadora antorcha, la espera se le hizo
inaguantable y volvió a lanzar piedras al río. Al principio lo hizo con
delicadeza, quería llamar la atención de Dafne, no molestarla, pero debido a
que ella no hacía acto de presencia, comenzó a tirar pedruscos grandes y
pesados que enturbiaban el agua y la desbordaban. A pesar del jaleo
formado, Dafne no apareció.
Enfadado, Apolo dio un puñetazo en una roca de granito que se partió al
instante en varios trozos desiguales. Agarró un pedazo con el pico afilado y
lo arrojó al río formando una impresionante riada que hizo que el agua se
desbordara e inundara los alrededores. En aquel momento, la superficie del
agua se separó y Dafne se materializó ante él. Su cintura esbelta y elegante,
su hombro liso y medio desnudo, llenaron los ojos de Apolo de una luz
apasionada. En cuanto la muchacha reparó en él, le fulminó con la mirada,
visiblemente molesta por el escándalo formado.
—¿Qué pretendes? —le espetó furiosa con sus enigmáticos ojos de gata
fijos en él.
—Hablar contigo —dijo él, de repente animado. Dio un paso al frente y
se adentró en el agua, dispuesto a aproximarse a ella.
—No te acerques a mí —le pidió la hija del río y detuvo su avance con
un gesto. Aquella mano pequeña y delicada tocó el pecho de Apolo para
detenerlo. Una extraña explosión de calor se formó en el interior del joven
dios que experimentó el deseo de que aquella mano no se despegara nunca
de él.
—Permítame presentarme de nuevo, soy Apolo, el Dios del Sol —dijo
él, dándose un baño de importancia antes sus ojos. Dio otro pasito con la
intención de tocarla pero ella advirtió su gesto y, caminando sobre el agua,
se alejó.
Apolo se detuvo comprendiendo que carecía de la habilidad de caminar
sobre el agua y le sería imposible alcanzarla.
—Apolo —dijo Dafne sin pizca de impresión en la voz—. ¡El Dios del
Sol! —añadió con ironía—. No deseo conocerte. Regresa al Olimpo y
déjame en paz.
Apolo no podía creer que su presencia estaba siendo rechazada y su
nombre como Dios del Sol estaba puesto en duda. Todos los que se
cruzaron en su camino hasta la fecha, ya fueran dioses, criaturas
sobrenaturales, ninfas o humanos ansiaron sus atenciones. Y eso que Apolo
no les había dedicado ni la mitad de la atención que le estaba dedicando a
Dafne.
Decidió hacer un último intento para deslumbrarla. Regresó a la orilla y,
cogiendo su arco, disparó hacia ella una flecha, que no era otra cosa que un
rayo de sol. Nadie podía resistirse al calor de un rayo de sol. La flecha
travesó el aire y se clavó primero en la tela vaporosa de su vestido color
malva, después en sus carnes, a la altura del corazón, revirtiendo un baño de
luz alrededor de la muchacha convirtiéndola en un ser hermoso e hipnótico
que terminó por robar el corazón de Apolo, se quedó mirando embobado su
rostro resplandeciente, sus ojos hipnóticos y sus labios rosados como un
capullo de rosa a principio de primavera. Le tendió la mano esperando su
rendición pero ella, lejos de dar pasos hacia él, se quedó petrificada en
medio del arroyo.
—He sentido algo, una mezcla extraña de bienestar y anhelo… no
vuelvas a usar tus dones celestiales conmigo porque nada de lo que hagas
hará que cambie de decisión.
—¿Por qué? —quiso saber el joven dios, totalmente desconcertado—. Si
todavía no lo has comprendido estoy dispuesto a darte algo que nunca antes
había entregado a nadie: mi corazón y a mí mismo.
—No deseo tu corazón —le aclaró y un intenso brillo iluminó sus ojos
—. Eres hermoso y atraes como el mismo sol, pero no tengo ojos para verte
ni sucumbir ante ti.
¡¿Qué no deseaba su corazón?! El ego dolido era una sensación tan
sumamente nueva y desconocida que Apolo no sabía cómo gestionarla.
Sintió un intenso fuego devorarle el pecho y un ardor penetrante apoderarse
de sus ojos. Al instante todas sus buenas intenciones se convirtieron al
instante en furia.
—No sabes qué suerte tienes de que me haya fijado en ti —dijo con
prepotencia, más decidido que nunca de que aquella criatura sucumbiera
ante él.
—No lo sé ni me importa, ¿y sabes por qué? —Dafne le fulminó con la
mirada preparándose para sumergirse de nuevo en las profundidades del río
—. Porque amo a otro hombre. Es el hijo del bosque, el elegido de mi
corazón.
Y dicho esto se dejó abrazar por las cortinas de agua que le rodearon
primero las piernas, la falda vaporosa del vestido, luego el torso, las manos
y por último su abundante cabello negro como la noche.
Apolo se quedó solo en el claro envuelto en el manto azulado del
crepúsculo. Un viento ligero sopló entre los árboles y las flores inclinaron la
cabeza, como si de repente se hubieran marchitado. Necesitó tiempo para
serenarse y tomar una decisión. La situación hasta el momento le era
desfavorable puesto que la hija del río había entregado el corazón al hijo del
bosque. Pero, Apolo era el hijo del creador del mundo; con seguridad, su
padre, el gran Zeus, invertiría los roles en aquella relación de tres y le
ayudaría a sanar su corazón.
En cuanto decidió llevar el conflicto ante Zeus, se fue a la cima de la
montaña más alta y lo invocó. Estaba atormentado así que recogió en sus
brazos un puñado generoso de rayos del sol y los repartió a los cuatro
vientos creando un colosal desbordamiento de luz que iluminó el mundo
entero desde las grandiosas cimas del Olimpo hasta los confines más
alejados de la tierra. Ante ese resplandor, Zeus, el portador del rayo, abrió
las puertas del Olimpo que temblaron de arriba abajo ante sus firmes
pisadas. Las nubes gruesas y opacas que envolvían el cielo empezaron a
burbujear ante su rugido permitiéndole sentarse sobre las alas del viento que
lo llevaron en un abrir y cerrar de ojos con Apolo.
—¡Padre! —le saludó ansioso en cuanto reparó en su presencia—. Debes
ayudarme, estoy desesperado.
Zeus se acercó a él y tendiéndolo las manos le obsequió con un
esplendor celestial que traspasó los músculos tensos de Apolo para
inundarlo de sosiego y calma.
—¿Qué ocurre hijo mío? —le habló con voz paternal al advertir que la
eterna sonrisa de la cara de su hijo estaba ausente por completo—. ¿La
Tierra no es lo que esperabas? —Lo miró comprensivo—. ¿Anhelas
regresar a casa?
—Antes de hacerlo —respondió Apolo con los ojos en llamas—, deseo
que una muchacha, en concreto la hija del río, me entregue su corazón.
Quiero que todo se asiente serena y bellamente en mi vida y si la tengo a
ella, lo lograré.
—Entonces, has conseguido tu propósito —los brillantes ojos de Zeus se
llenaron de orgullo—. Si tan hondo ha calado esta muchacha en ti significa
que el invierno que heló tu interior se ha transformado en una alegre
primavera. ¡Conquístala! —le animó su padre, desconcertado ante el fulgor
de angustia que observó en los iris celestiales de Apolo—. ¿No es eso lo
que tanto deseabas?
—¡No puedo conquistarla! —se sinceró el Dios del Sol fastidiado—. He
llegado demasiado tarde, padre. Dafne ha entregado su corazón al hijo del
bosque.
Apolo le dedicó a su padre una mirada implorante.
—Tú eres el creador del mundo, de las montañas, de los cielos, de los
bosques y de los mares, haz que el hijo del río desaparezca o que Dafne
deje de amarlo.
El ceño de Zeus se arrugó mientras observaba a su adorado hijo con
seriedad.
—Es cierto, soy el creador y el dios absoluto de todo, capaz de quitar y
devolver vidas, de enviar a la tierra calamidades y tormentas, puedo verter
sobre el mundo enfermedades que siembren la muerte y la desesperación
colmar a la gente de alegrías y dichas. Sin embargo, cada regla tiene una
excepción y esta no iba a ser menos. No puedo mandar en el corazón de
ningún ser o criatura, ya sea celestial o humana, me es imposible influenciar
sus almas. Cada ser tiene completo dominio sobre lo que siente y para quien
lo siente.
El rostro de Apolo se ensombreció.
—¿Entonces todo está perdido? —preguntó incrédulo.
—¡No te desanimes! —Zeus sonrió—. Estás acostumbrado a abrir la
boca y obtener aquello que deseas; de lo normal nadie tiene tu misma
suerte. Debes aprender a luchar, a mantenerte firme contra las adversidades.
No es malo caerse, suspirar, sumergirse en la tristeza y levantarse, con más
ganas con más fuerza, mil veces más fortalecido.
—¿Entonces cuál es tu consejo? ¿Sugieres que vuelva al río para
implorar?
—Conquistar no es lo mismo que implorar. Debes sacarles brillo a tus
cualidades, acariciarla con los cálidos rayos del sol, enamorarla poco a poco
para que el elegido seas tú. No dudo ni por un segundo de que puedes
hacerlo.
Un fulgor de esperanza iluminó los ojos de Apolo.
—Gracias padre por tu valioso consejo. Regresaré ahora mismo y
conquistaré a la hermosa hija del río, cueste lo que cueste. Le escribiré
canciones que podrán competir con el canto más exquisito de los pájaros,
recitaré poemas llenos de palabras sentidas y amor, la invitaré a bailar y
arrancaré amplias sonrisas de sus labios contándole bromas y chistes
divertidos.
Zeus asintió con un gesto y rodeó los hombros de su amado hijo.
—Eres impetuoso como siempre, querido Apolo. Pero te olvidas de un
pequeño gran detalle. Cuando bajaste a la Tierra te dije que debías de pagar
un precio. Ha llegado la hora de cumplir con ello.
—¿Y qué debo hacer?
—Regresar al Olimpo. Tu castigo consiste en que no podrás volver a la
Tierra en un milenio.
Apolo abrió los ojos, perplejo. Sintió frío, como si llevara una generosa
porción de nieve derritiéndose por su cuello, rezumando por su espalda.
—¡Es demasiado tiempo! —protestó—. Dafne no vivirá tanto tiempo,
padre. Si me pides eso me condenas al fracaso y arrojas a la mujer que
quiero en brazos de su amante —Apolo apretó los puños en su divino
pecho, gimiendo; hubiera querido derramar lágrimas para sofocar el
remordimiento que sentía. Pero no pudo. ¡Los dioses no tenían el derecho ni
el poder de derramar lágrimas alguna vez! Esto era un lujo del que solo los
humanos podían disfrutar.
—Los humanos y las criaturas terrestres viven muchas vidas, hijo mío.
En esta, Dafne no será para ti. La próxima vez que bajes, si sigues mis
consejos, ella será tuya.
—Pero no podré encontrarla, acabas de decir que viven muchas vidas —
Apolo se volvió amarillo como una cera consumida—. Con seguridad
dentro de mil años será una criatura diferente. Podría ser una muchacha
normal, la hija del aire o una sirena que viva bajo mar. ¿Cómo podré
reconocerla?
—Cierto —admitió Zeus—, pero si sigues amándola de verdad la
encontrarás. Además, en tu siguiente incursión terrenal en el año 2021
tomarás la forma de un humano, no recordarás quién eres de verdad hasta
que no llegue la hora.
—Padre, reconsidera mi castigo, te lo ruego. ¿No ves que estoy
sufriendo? —se lamentó indignado el hermoso Dios del Sol.
—El sufrimiento es tan necesario como la alegría y el bienestar —dijo
Zeus en tono comprensivo—. Es preciso que lo experimentes para tu
crecimiento personal. Ahora tu corazón está ardiendo, pero te prometo que
el paso del tiempo llevará consigo el olvido, el bálsamo divino más
codiciado. Borra el sufrimiento y revive, joven y alegre el corazón, la
esperanza y el deseo de vivir.
Y dicho esto, Zeus alzó sus brazos hacia el cielo y dejándose llevar por
las impetuosas alas del viento, flotó hacia el Olimpo arrastrando tras él a un
entristecido Apolo que regresaba a casa con el corazón partido.
Apolo en la Tierra

Año 2021
Eduard Stone se arregló la corbata estrecha de seda natural,
asegurándose de quedar justo en medio de los picos opuestos de su camisa
blanca, perfectamente planchada. Alisó con los dedos las solapas de su
chaqueta hecha a medida hasta dejarlas simétricas. Estudió con ojo crítico
su peinado y tras dar un último repaso a su cabello rubio, algo ondulado, se
quitó unas pelusas imaginarias de sus pestañas castañas que alumbraban
unos espectaculares ojos azules, nítidos como el océano.
Antes de separarse del espejo sonrió satisfecho y señalando con el índice
hacia sí mismo, dijo de buen humor:
—Amas la perfección, odias la tristeza y las cosas hechas a medias.
Dando su acicalamiento por finalizado se acercó al gran ventanal de
cristal que ocupaba toda la superficie exterior de su cuarto. El otoño era
bastante tardío y el cielo estaba nublado. En la terraza delantera a la
ventana, el viento traía consigo, en procesiones susurrantes, hojas amarillas
secas de los árboles desnudos del extenso jardín que rodeaba su casa. El sol
no se veía por ninguna parte y eso le quitó el buen humor de segundos atrás.
Eduard sentía verdadera predilección por el calor solar, y su intensa luz era
algo que influía de forma directa en su estado de ánimo.
Miró su reloj. Una de sus obsesiones más grandes era el tiempo. Como si
el paso del mismo por el manillar del reloj estuviera conectado con él de
una forma directa. No le gustaba malgastarlo ni toleraba la impuntualidad.
Nunca.
Un cuarto de hora más tarde llegaba a su oficina, situada en un moderno
edificio de cristal, destinado por completo al mundo empresarial. Eduard
Stone se ganaba la vida como representante de celebrities de mucho éxito
dirigiendo una de las agencias de representación más importantes de
Irlanda. Su plantilla formada por ciento dos trabajadores se afanaba en
cumplir a pie de la letra sus órdenes, ya que trabajar para Eduard no era
tarea fácil pero pagaba suculentos salarios e incentivos y poseía un
verdadero imán para atraer a la gente y mantenerla junto a él.
Nada más acceder al interior de Stone One, como se llamaba su agencia,
barrió con la mirada todos los asientos de sus trabajadores y al no encontrar
ninguno libre, sonrió. Le encantaba comenzar su jornada laboral de buen
humor y con todos sus empleados en sus puestos.
Al cruzar la sala saludó con una sonrisa y sintió como la buena energía
envolvía a todo aquel que se la devolvía. Tenía este extraño efecto en la
gente y contagiaba su estado de ánimo a quien se cruzaba en su camino.
—Señor Stone, desde la facultad de derecho nos envían a tres
absolventes de este año para realizar aquí las prácticas —dijo su secretaria,
Sarah, cortándole el paso. La mujer comenzó a hojear el expediente que
sostenía en la mano y de forma eficiente informó—: Resultados
sobresalientes, comportamientos impecables… ¿aceptamos a las tres?
—Nunca acepto todo lo que se me ofrece —la regañó—. Las empresas
que dicen sí a todo no tienen personalidad.
—Por supuesto, señor —se apresuró la empleada a darle la razón—.
¿Entonces elijo a la de la mejor nota?
—Sacar la mejor nota no es sinónimo de ser el mejor —Stone reflexionó
un instante—. Acepta a la que tenga un plus de algo… por ejemplo,
¿idiomas?
—Entendido, una de ellas, la señorita Dafne Ríos habla español y
francés, al parecer es de ascendencia española.
—Muy bien, que venga a pasar las pruebas preliminares. Llámala y dile
que esté aquí en una hora. Recalca la puntualidad.
—¿No es muy precipitado? No sabemos dónde vive… puede que no…
—Una hora —dijo mirando el reloj y señal de que los minutos
comenzarían a contar a partir de ese mismo instante.
Dafne Ríos tardó una hora y seis minutos y, nada más llegar, fue
informada de que había perdido la plaza de becaria ya que en Stone One no
se admitían los retrasos. Nadie supo cómo había llegado a cruzar la oficina
y se había presentado furiosa en el despacho del jefe para pedirle cuentas de
aquello.
—Buenos días, señor Stone —dijo algo cohibida cuando fue recibida por
una mirada gélida, tan fría como el cristal—. Me llamo Dafne Ríos y hoy
debía comenzar…
Eduard la analizó con detenimiento; tras la sorpresa inicial de verse
importunado de esa manera tan agresiva ya que nadie acudía a su despacho
sin una cita previa, se fue relajando. Los intensos ojos verdes de aquella
chica le resultaban muy familiares, hasta el brillo movedizo del enfado que
se apreciaba en ellos, lo había visto antes.
—Has tardado seis minutos, lo siento —se disculpó haciéndole un gesto
de despedida con la mano—. ¡Fin de la discusión!
Dafne en vez de acobardarse se acercó a su pupitre y colocó ambas
manos en el borde de madera lacada de su mesa de trabajo. Su cabello
negro como la noche sin luna se balanceó sobre sus costados y sus ojos se
clavaron en él de forma estática sin pestañear.
—Señor Stone, permítame que le diga que su decisión es injusta —tomó
aire—. Vivo a diez paradas en metro de aquí, le ofrezco la posibilidad de
comprobar por sí mismo si en una hora es capaz de hacer lo que yo esta
mañana. Si lo hace en menos de sesenta y seis minutos, que fue mi récord,
acepto su decisión.
Eduard la miró perplejo sin poder dar crédito a lo que presenciaba. Era
inaudito que una becaría le sacara los colores poniéndole en un aprieto de
ese tipo. Se levantó de su silla acercando su rostro al de ella, con la
intención de darle una dura lección pero al aproximarse, sintió un dejá vu
tan intenso que lo desconcertó. Varios flashes aparecieron en su mente,
haciéndole visualizar a aquella chica en diferentes imágenes. La vio
caminar sobre la superficie ondulada de un río envuelta en un vestido
vaporoso de tul color lavanda, notó la presión de su mano en su pecho y
después todo se diluyó en su mente como si de una acuarela se tratase.
Y de pronto, un clic iluminó la confusión que habitaba en su mente.
Llevaba esperando aquel instante muchos años. Demasiados para poder
contarlos. Eduard Stone recordó su verdadera identidad, el Dios del Sol.
Tenía aspecto humano y se comportaba como tal pero en realidad era hijo
de Zeus. La inconformista Dafne que peleaba con uñas y dientes por su
puesto de becaria no era otra que la hija del río, la única mujer que había
conseguido agitar su corazón. Una vez recordada su divina personalidad
recuperó todos sus poderes. Cambió la expresión fría de sus ojos por una
colmada de luz y calor y clavó en ella un rayo minúsculo de sol que la
alcanzó de pleno, deslumbrándola.
Atrapada en el hechizo, enderezó su cuerpo y dio un paso hacia atrás,
confundida.
—¿Quién eres tú? —susurró, con sus ojos fijos en Apolo.
El dios no respondió. Podía sentir todo derritiéndose en su interior como
la primavera, cuando sale el sol y transforma en alegres y ruidosos arroyos
los valles de las montañas. El amor renació en su pecho, estallando como
una explosión de alegría, deshelando el largo invierno que habitaba en su
interior desde hacía tanto tiempo.
—Señorita Dafne, queda contratada —dijo cuándo recobró un poco la
serenidad—. Sarah, mi secretaria, la ayudará en todo lo que necesite.
Ella pestañeó perpleja.
—¿Así, sin más?
—En este despacho no hacemos nada, así sin más —le sonrío,
clavándole otros dos rayos de sol en el pecho dejándola completamente
hechizada—. En cuanto terminemos la jornada laboral pienso acompañarte
a casa y comprobar tu coartada. ¿Te parece bien?
—Sí —balbuceó con sus enormes ojos de gata abiertos de par en par.
Apolo decidió que debía darle un respiro a la pobre Dafne ya que la
había deslumbrado bastante para ser el primer día de la nueva y maravillosa
vida que les esperaba.
—Ahora puedes irte, te deseo mucha suerte en tu nuevo puesto —la
animó con un gesto obsequiándole una de sus más arrebatadoras sonrisas—.
Bienvenida a Stone One, señorita Ríos.
—Muchas gracias, señor Stone por la oportunidad —dijo levantándose
de la silla, indecisa—. No se arrepentirá.
—Lo sé —dijo el Dios del Sol. ¡Y vaya que lo sabía!
Lo que Apolo desconocía era que el pasado siempre regresaba. El
todopoderoso Zeus había traído a su vida a la hija del río así como le había
prometido, aunque no le dejó el camino despejado, sino que encarnó
también al hijo del bosque, que ya ostentaba poder sobre el corazón de
Dafne.
¿Conseguiría esta vez Apolo ganarle la partida al amor?
FIN
Acuariana, nacida en Santo Domingo a finales de enero en 1997.
A. Bellerose vive actualmente en Islas Canarias, cuando no está
escribiendo, puedes encontrarla devorando libros para recomendar a sus
amigas lectoras. Su pasatiempo es replicar recetas que encuentra en
YouTube y al caer el sol suele caminar hasta la playa y sentarse a observar a
las personas, al mar y a todo lo que le rodea mientras habla de todo y nada
con su compañero, JM.
Hasta el momento ha publicado la Antología Taboo Wishes, en el cual
puedes hallar una variedad de relatos eróticos; Que nadie nos diga lo que es
el amor, una novela de romance erótico y tabú; y Diosa de La Luna, una
historia de fantasía juvenil.
Para conocer más de la autora y sus obras, visita su cuenta de Instagram
@abellerose_author
A. Bellerose

EL GUERRERO DE ATENEA

CAPÍTULO ÚNICO

—¡Dioses del Olimpo, protejan a mi niño!


Se escuchaba una y otra vez en el Partenón, donde una mujer herida y
con el corazón hecho trizas, pedía de rodillas a los dioses que alguno
ofreciera un manto protector que mantuviera a salvo a su hijo donde quiera
que estuviera.
No tenía idea de lo que había hecho su esposo, pensó que, tal vez, lo
dejaría en las puertas de un templo; se consoló pensando en que el pequeño
tendría un destino mejor que el suyo.
Un escalofrío la recorrió y repitió la oración que le enseñó su bisabuela,
quien le contó historias sobre los seres del Olimpo cuando era niña.
Era tarde ya, no estaba permitido deambular en el Partenón en este
horario, pero conocía a los guardias de turno y le concedieron unos minutos
al notarla desdichada. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, así como su
marido se había deshecho cruelmente de su bebé, no dudaría en hacer lo
mismo con ella, o peor.
—Así que aquí te escondías. —La voz, que antaño le ofrecía consuelo,
hoy era fuente de mal augurio.
—¿Está a salvo? —consiguió preguntar, negándose a enfrentarlo.
Mientras esperaba la temida respuesta, un estremecimiento la recorrió, no
trató de ocultar los temblores de su cuerpo, ni las lágrimas que descendían
por sus mejillas. Mentalmente, seguía pidiendo a los dioses misericordia
por su bebé.
—A salvo, sí —rio—. Aunque no puedo decir lo mismo de ti, ¿cómo
debería hacerte pagar la vergüenza que esto provocaría si no hubieras tenido
un parto prematuro mientras volvíamos de las Islas?
—Mi señor, yo... —Sacudió la cabeza y apretó los labios, era imposible
que le creyera si confesaba lo que pasó ocho meses atrás, con aquel que
profesó ser el mejor amigo de su esposo. Quien, aprovechando la ausencia
del marido por negocios en altamar, se presentó en su hogar una fría y
tormentosa noche.
No sabía cómo explicar lo sucedido. Sentía vergüenza de sí misma, fue
incapaz de resistirse al acto de seducción, en aquella ocasión parecía un
hombre diferente, poderoso. Nunca volvió a verlo.
Con un suspiro de resignación, la mujer enfrentó a su esposo. Lo
encontró mirándola sin emoción, en otra época fue vista con amor y
devoción, todo cambió al nacer su hijo.
—¿Qué piensas hacer conmigo?
—Ya que estás tan dispuesta a abrirte de piernas para cualquiera, harás
de tu próximo destino un hogar para ti. La madama y sus chicas te esperan.
Cuando considere que has cumplido tu castigo, iré a por ti y te llevaré con
el bastardo.
Un alivio pasajero la inundó, al menos, lograría ver de nuevo a su bebé.
Tan solo había tenido un atisbo de él, bastó con notar la piel oscura y el pelo
azabache para que su corazón se disparara y buscara con pánico a su
esposo, en él vio resentimiento, decepción e ira.
—¿Prometes reunirme con él? —preguntó, esperanzada.
Recibió una respuesta afirmativa, pero se perdió totalmente en la sonrisa
cruel del hombre.

En el interior de una cesta de mimbre se hallaba un recién nacido,


flotando en el mar Egeo sin rumbo fijo. La luna brillaba en lo alto del cielo,
emitiendo una luz azul que podía hipnotizar a cualquiera, aunque en esa
noche en particular parecía trazar una ruta para el pequeño que, inocente, se
removía dentro del refugio. A veces llorando, otras gorgoteando, sin tener
idea de que su vida, por corta que fuera, estaba a punto de cambiar.
A pesar de que le rodeaban animales peligrosos mar adentro, nada
parecía perturbar la travesía del pequeño, podría incluso decirse que estaba
siendo guiado a través de las más suaves olas y que pronto encontraría
tierra.
Se trataba de una de las Islas Griegas, de las que estaban aparentemente
deshabitadas y que, de hecho, no aparecía en los mapas. Pocos conocían su
existencia, pues solo algunos tenían la dicha de contemplar su belleza
tropical y participar en las actividades que allí se llevaban a cabo.
En la playa, una joven que recolectaba caracolas divisó la cesta y, entre
curiosa y preocupada, se sumergió en el agua hasta alcanzarla, su sorpresa
al notar lo que había en su interior fue expresada con un jadeo ahogado. De
inmediato lo cogió, dejando atrás su bolsa de caracolas, emprendió camino
al templo.
Nada la detuvo de llegar al majestuoso altar dedicado a la diosa de la
Sabiduría, que en ese momento se hallaba impartiendo conocimientos al
grupo de jóvenes que pronto se unirían a la Pugna Immortalia.
Al atraer la atención, no solo de los chicos, sino también de su señora, la
muchacha hizo una reverencia y se acercó al trono, se posó en sus rodillas y
le mostró su hallazgo.
—¿Qué tenemos aquí? —La diosa extendió los brazos y sostuvo a la
criatura, al principio frunció el ceño, observando con curiosidad al
pequeñito que abrió los ojos de repente y quedaron trabados en las perlas
violetas de la diosa. Algo sucedió en ese momento, todos lo sintieron; una
brisa fresca y pacificadora alcanzó a cada habitante de la isla—. Llévalo
con Aliquam —decidió con fingido desdén, hablando como si se tratara de
un futuro guerrero cualquiera. Un instante antes de devolver al niño a la
joven, se inclinó y besó su frente, sellando el destino de ambos.
Si alguno de los presentes encontró extraño el gesto, no lo expresó en
voz alta. Aunque la diosa Atenea los cuidaba y formaba para participar en
la Pugna, jamás demostraba sus sentimientos. Era conocida por mantener la
cabeza fría y los pensamientos en orden, de su desenvolvimiento como
estratega dependía su triunfo.

—¡Así no es! —espetó impaciente el hombre blanco, corpulento y con


barba oscura que le cubría la mitad del rostro, alguien que a pesar de su
edad se mantenía en forma, muchos decían que los años no le pasaban, pues
seguía con la misma apariencia de décadas atrás
—Estoy haciendo lo mismo que tú —reviró el chico, alto, de piel canela
y el pelo azabache. Alzó su espada y confrontó la de su entrenador,
deteniendo un golpe que habría ido directo a su cabeza. El hombre no
parecía preocuparse por matarlo.
—Giras la muñeca en el último segundo, lo veo y puedo predecir tu
siguiente movimiento, por eso no puedes derribarme —aclaró Aliquam.
El joven quiso refutar, pero se contuvo. No le veía el punto a todo esto.
Era consciente de que todos los hombres de la isla Sokaistra eran enviados a
la Pugna, todos excepto él. Sin importar que su edad era la adecuada para
participar en los juegos, siempre había una excusa para no permitirle ser
parte.
Decidió preocuparse por ello más tarde, tenía entendido que la diosa los
visitaría en los próximos días. Sus apariciones no eran a menudo, creció
oyendo historias sobre lo grandiosa que era y lo agradecido que debía estar
porque ella le salvó la vida y le permitió quedarse en la isla.
Él deseaba expresar su gratitud en persona, pero cada vez que se
proponía hacer tal cosa, algo extraño sucedía. Como si un hilo invisible le
impidiese ir tras la diosa. A veces eran los lugareños que lo entretenían con
mandados urgentes, o extrañas misiones a las que Aliquam lo enviaba. En
ocasiones, era simplemente la naturaleza. La última vez corría por el bosque
y pisó accidentalmente una trampa, cayó cuatro metros bajo tierra y por
muy habilidoso que fuera, se le hizo imposible lograr un salto que lo sacara
a tiempo de allí.
Lo extraño era que él conocía la isla como la palma de su mano, sabía la
ubicación de todas las trampas que servían de obstáculos en los
entrenamientos. Y esa trampa no estuvo ahí el día anterior cuando recorría
su tierra.
El sonido de metal cortando el aire le trajo de vuelta al presente, desvió
el golpe de la espada de Aliquam y levantó su pierna derecha, golpeando el
pecho del hombre con fuerza, obligándole a retroceder. Recordó la
observación de hacía unos minutos y evitó mover su muñeca antes de
asestar el golpe que le dio la victoria, la punta filosa de su espada se detuvo
a milímetros del cuello de su maestro.
—He ganado, viejo. —No había burla en su tono—. ¿Ahora sí admitirás
que puedo ganar los juegos? Quiero decir, si puedo contigo, puedo con
todo.
—Eres un ingenuo —espetó, apartando con un dedo el arma, se puso de
pie y miró severamente al muchacho—. No tienes idea de las cosas que
enfrentarás en la Pugna, no vale ser el más veloz o el más fuerte, tienes que
ser inteligente. Y paciente. Cosa que, obviamente, no eres.
—Puedo ser paciente —aseguró, metiendo la espada en la vaina atada a
su cadera.
—Chico, si eso fuera cierto no estarías insistiendo tanto en ser parte de la
lucha.
—Soy un guerrero. O es que, como soy un recogido, un niño
abandonado a su suerte, ¿no tengo el mismo derecho que los demás?
El rostro de Aliquam enrojeció.
—Tienes mucho que aprender todavía. Y sí, eres un guerrero, pero no
puedes compararte con los otros, sería injusto. Tienes algo que ellos nunca
tendrán. Algo que habrá sido dado en vano si no cambias tu actitud
arrogante y aceptas que no estás listo.
—¿De qué estás hablando, viejo?
—Lo sabrás a su tiempo, muchacho. Ahora, ve a por unas loulóudi tis
sofías, tienes cinco minutos.
—Esas flores crecen al otro lado de la isla, me tomará diez minutos
llegar allí —protestó.
—Será mejor que corras entonces. Forman parte de la ofrenda a nuestra
señora, Hipatia olvidó recogerlas esta mañana y como está organizando el
banquete de esta noche…
—Bien —cedió, no era como si tuviera otra opción, Las ofrendas eran
algo importante en Sokaistra. Dio una mirada al altar, ubicado a varios
metros de distancia, donde suelen adorar a su señora y donde ellos se
encontraron por primera y única vez. Con un suspiro emprendió el camino
hacia el norte, apuró sus pasos, casi corriendo con el viento. Disfrutaba de
eso, mezclarse con la naturaleza; él podía jurar que sus sentidos
aumentaban, que podía detectar incluso el paso de las hormigas.
El sonido de las aves cantando en la distancia, el roce de las olas en la
costa, el bullicio de los habitantes, todo llegaba a él como un susurro. No
podía explicar la razón, hacía años que lo experimentaba. Tampoco le había
contado a nadie, temía que lo hallaran extraño y lo repudiaran. Además de
Aliquam, todos en la isla eran simples humanos; el entrenador había ganado
la Pugna una vez, su juventud y habilidades estaban justificadas.
Según había escuchado, aquel que ganaba los juegos tenía dos opciones,
pedir un deseo, cualquiera y sería concedido; o, la inmortalidad. La segunda
opción era la favorita. Los ganadores creían que, teniendo todo el tiempo
del mundo, podrían solucionar cualquier situación que les obstaculizara el
camino.
Algunos ambicionan riqueza, otros popularidad, los guerreros ansiaban
la vida eterna.
Se preguntó brevemente cómo sería Atenea, en la aldea la describían
como la mujer más sabia y justa de toda la existencia. Una imagen mental
tomó forma en su mente: una figura esbelta, indiscutiblemente femenina,
con el pelo oscuro cayendo a raudales en su espalda, piel de porcelana y
ojos... violeta.
El destello de esos ojos perforó la imagen, él recordaba unas orbes del
color de las loulóudi tis sofías, no era producto de su imaginación. Tenía un
presentimiento.
Finalmente dio con el manantial, en el cual desembocaba una corta
cascada, avanzó, quitándose el calzado y lo dejó tras una roca, junto a su
espada.
Pasó a través de la cascada, encontrando el lugar escondido donde él
prefería buscar las flores. Ellas crecían en toda la zona, bordeando el
manantial, pero las que nacían en este pedacito de tierra lucían más
brillantes y vivas. Eligió una docena, cortando con más cuidado del que
alguien cómo él podía presumir. Generalmente era tosco, sus manos
demasiado grandes y callosas para ser delicadas, pero lo intentaba.
Tardó más de lo que esperaba, lo que significaba que estaría castigado,
haciendo doble entrenamiento o mandados. Por un momento consideró
hacer que valiera la pena. Últimamente, sin importar lo bien que hiciera las
cosas, al mínimo error era amonestado severamente. Le llamaban crío, pero
cumpliría veintiún años a las doce de la medianoche de ese día. Hacía
tiempo que no se sentía como un niño.
Con un suspiro procedió a marcharse, dejando a buen recaudo las flores
en un compartimiento que les permitiría respirar y a la vez, las protegería de
los elementos. Atravesó la cortina de agua y se detuvo en seco. Por poco
dejó caer el recipiente, su mandíbula se aflojó y colgó, sus ojos se abrieron
amplios y sus pensamientos se esfumaron.
No podía creer lo que veía. Tanta belleza debería estar prohibida.
Sacudió la cabeza recuperando el control, más no pudo evitar liberar un
gemido. No fue un susurro así que captó la atención de quien, en ese
momento, estaba tomando un baño en las aguas purificantes del manantial.
La mujer inclinó la cabeza mirándole con curiosidad, se hallaba
sumergida hasta la cadera, el pelo oscuro y largo ocultaba sus atributos
delanteros. Un brillo de reconocimiento pasó a través de los ojos violeta, su
cuerpo entró en tensión, pero alejó la incómoda sensación tan pronto como
llegó.
—Ambrose —susurró la diosa, calmada y atenta—. Reconocería esos
topacios donde fuera.
El tono plateado blanquecino de sus ojos destacaba contra su piel canela
y pelo negro.
—¿Señora? —dudó, estaba casi convencido de la identidad de la mujer,
por otro lado, no podía creer su suerte.
—Diosa, guerrero —corrigió, él inmediatamente se arrodilló, sin
importarle que el agua de la cascada lo empapara.
—Mis disculpas, mi diosa. Es un honor y un placer conocerla al fin.
—De pie. —El joven obedeció, procuró no mirar descaradamente a su
señora, pero era inevitable, una parte de él despertó repentinamente y se
maldijo. No podía actuar como un chiquillo frente a ella. Respiró hondo, y
verificó las flores, todavía intactas. Se acercó a la roca donde tenía sus
pertenencias y colocó todo en su lugar—. ¿Son para mí? —Giró a verla,
estaba casi por completo fuera del agua, tomó todo de sí mantener unidas
sus miradas.
—Sí, hay un banquete esta noche. —De pronto comprendió—. Ah, ellos
saben que vendrá, ¿no? Siempre hacen estas celebraciones y casualmente
apareces, pero no es coincidencia —observó. La diosa negó.
—Les doy una señal, pero es cosa suya hacer tal homenaje, creen que lo
merezco.
—¿Y no es así?
—Considerando que envío niños a la guerra... —Dejó el resto a su
imaginación.
—No somos niños —protestó Ambrose—. La edad mínima para
participar en la Pugna es de dieciocho años, voy tres años retrasado, por
cierto.
—Comparados conmigo y los demás, son unos bebés, apenas
comenzando a vivir; pero si no hago nada, ellos ganarán.
—¿Quienes?
—Mi padre y sus hermanos, siempre luchando por el poder. Desde hace
un par de siglos tienen un capricho: ver a los humanos matarse unos a otros,
ofreciendo riqueza y vida eterna a los que luchan por su causa. Quien tenga
el mayor porcentaje de victoria, liderará a los mismos dioses. Queda un
puñado de Pugnas para decidir quién será el ganador. Entenderás que no
pienso permitir que los dioses menores y demás criaturas vivan bajo una
tiranía, pueden llegar a ser mezquinos, y no quieras saber lo que hacen
cuando están aburridos.
—Me parece una causa justa. ¿Quién lleva la delantera?
—Es difícil contestar, vamos muy a la par, aunque siempre se las
arreglan para minimizar mis esfuerzos. Se unen contra mí.
—Porque no pueden contigo. Eres demasiado inteligente, una maestra en
el arte de la guerra, por lo que he escuchado.
—Me halagas.
—Hablas como si los aldeanos no te alabaran todos los días, cada uno de
ellos cree en lo que profesa de tu persona.
—¿Y tú?
—Crecí oyendo historias sobre ti, tu grandeza y magníficas hazañas, no
hay mucho que pueda mencionar en tu contra.
—Sin embargo, hay algo, ¿no? Puedo sentirlo. Habla con libertad,
Ambrose.
—¿Por qué no se me permitía verte? ¿Por qué no puedo entrar a la
Pugna?
La diosa se detuvo un momento a pensar, debería ser honesta. Cuando
sostuvo a aquel niño en sus brazos por primera vez, supo que el destino se
estaba tejiendo, en parte dándole esperanzas y también condicionándola.
¿Se arriesgaría a perderlo? Hacía miles de años que renunció a encontrar
una criatura que fuera su igual, jamás imaginó que la esperanza volvería a
florecer y mucho menos, en el cuerpo de un hombre.
Amaba a los humanos, cuidaba de ellos y, a cambio, ellos ofrecían
tributos, hasta su propia vida, pero sabía lo codiciosos que podían llegar a
ser.
—Eres único.
Ambrose se quedó pensando, ¿acaso hablaba de sus habilidades?
—¿Qué quieres decir?
—Llegaste a mí de manera misteriosa, Ambrose, como si fuera cosa del
destino. Te acogí a pesar de que mis instintos gritaban que un día serías
peligroso.
La diosa se aproximó, quedando a centímetros de distancia, el muchacho
inhaló y todo lo que pudo percibir fue el olor de las flores, solo que más
potente y afrodisíaco.
—Yo jamás haría daño a quien me salvó la vida.
—Eso dices ahora, pero cuando se te presente la oportunidad, escogerás
aquello que más anhelas. Entonces dime, ¿cómo te hace eso diferente a los
demás hombres de mi vida?
Incapaz de contenerse, Ambrose alzó la mano y acunó la mejilla de
quien veía como la mujer más hermosa, la que en él había despertado cosas
que no sabría cómo describir.
—Has dicho que soy único. —Su tono, un susurro ronco—. Permíteme
demostrarlo.
—Nunca actúo sin pensar en las consecuencias, cada paso que doy
proviene de un plan previamente organizado a detalle. Esta sería la primera
vez que iría en contra de mis principios.
—No te defraudaré.
«Oh, lo harás». Pensó la diosa, resignada, mas no lo expresó en voz alta.
Era imprescindible que Ambrose explorara sus opciones, no podía
mantenerlo reprimido para siempre, a la larga eso también le afectaría
negativamente. De cualquier manera, las acciones de aquel hombre serían
decisivas en la batalla que libraba con sus similares.
Esa misma noche, mientras los aldeanos disfrutaban de un banquete en
honor a la diosa, Ambrose preparaba su partida. Tras despedirse de su
señora, con algo de reticencia, porque algo muy dentro suyo le instaba a
quedarse junto a ella, volvió a su casa y empacó lo necesario.
Saldría al alba, en compañía de Aliquam y un puñado de guerreros que
ya estaban listos para luchar. El entrenador no ocultó su disgusto por la
presencia del muchacho, presentía que traería más problemas de los que
podían permitirse. Una vez falló a la diosa, eligiendo la vida eterna en lugar
de otorgarle un punto a ella. Vivía con ese arrepentimiento, aunque debido a
ello se propuso formar personalmente a las siguientes generaciones.
Si los demás dioses supieran de la procedencia de Ambrose, no dudarían
en convencerlo de unirse a su causa y si él aceptara, tendrían consigo la
mejor arma.
Eso era Ambrose después de todo, un arma hecha carne y huesos.
Las Ruinas hacían alarde a su nombre, montones de piedras apiladas una
encima de otra, formaban un semicírculo de cuatro pisos de alto, con un
interior desconocido. A unos metros de distancia, divididos en grupos,
estaban los participantes. Uno en particular se hallaba inquieto desde que
Aliquam les advirtió que, una vez dentro, no debían confiar ni en sus
propios compañeros; estarían solos, peleando contra todos. El último en pie
reclamaría su premio.
—Y recuerden, cuando les pregunten qué desea el ganador, su respuesta
debe ser: un punto para Atenea.
—Sí, señor.
Al menos estaban de acuerdo. Sin embargo, lo que no les dijo el
entrenador, fue la condición a pagar por dicho reclamo. Condición que
impulsaba a la mayoría a tomar cualquier otra cosa que en ese momento
saciara su ambición.
El anfitrión del evento se asomó y comunicó que la Pugna empezaría, las
puertas de Las Ruinas se abrieron y cada guerrero entró a lo que pronto
sería el lugar de su muerte.
Ambrose se hallaba ansioso, su piel hormigueaba y se sentía poderoso,
aunque atribuyó la emoción a la promesa que hizo a su señora.
Una vez dentro, se percató de la magia que rodeaba el recinto. Tras
cruzar la puerta se encontró frente a un jardín de rosas blancas, ni rastro de
sus compañeros. Entonces así iba la cosa, eran separados desde el principio
y como no sabían qué peligros enfrentarían, no podían fiarse si por
casualidad se encontraban.
Con su espada en mano rodeó el jardín, aparentemente no había salida,
no obstante, algo estaba fuera de lugar. Una rosa negra con motas rojas
destacaba entre las demás, se arriesgó a tomarla, arrancándola del arbusto y
al instante, las otras flores se agruparon, los tallos verdes se alargaron y se
entrecruzaron, formando una figura humanoide de apariencia femenina.
Los instintos de Ambrose se pusieron en alerta, no bajó la guardia y
cuando el brazo de la criatura se extendió en su dirección con el objetivo de
desarmarlo, saltó a su costado; inclinó la cabeza, pensativo y se debatió en
cuál sería su debilidad.
Esquivó varios de los ataques, otros lograron cortar superficialmente su
piel. Si alguna vez renegó de sus buenos reflejos, hoy se estaría
recriminando, eran sus amplificados sentidos los que le estaban salvando la
vida. Dudaba de que, si fuera un humano corriente, pudiera moverse lo
suficientemente rápido como para evitar los ataques que ahora iban a sus
puntos vitales.
La criatura alcanzó su brazo derecho, ¡qué bueno que fuera ambidiestro!
Pasó la espada a su otra mano, cortó la planta y se escuchó un alarido, al
menos la había herido. Mientras ella se quejaba, Ambrose pudo permitirse
unos segundos para decidir su próximo movimiento. Era una planta, y las
plantas tienen raíces.
Notó que la criatura solo movía los brazos, jamás su tronco, y aunque era
lo bastante largo para permitirle moverse en el radio completo, permanecía
atada al suelo. Tendría que acercarse.
Con eso en mente, avanzó atacando y evitando heridas profundas, siseó
cada vez que la planta le rozó con sus espinas, pero nada lo detuvo de llegar
al centro, donde clavó su espada y comenzó a cortar a la criatura desde su
nacimiento.
Entre los sonidos de dolor y los ataques sin sentido, uno logró golpear a
Ambrose en el pecho, enviándolo a volar. Cayó estrepitosamente en el
suelo, con una mano verificó el estado de su torso, ahogó una respiración y
se quejó, se había formado un gran moretón.
Consiguió ponerse de pie, no tenía tiempo que perder, vio que la criatura
estaba tendida, sin vida y que su boca se hallaba abierta con un espacio
suficiente para que él pasara a través.
Un vistazo alrededor le confirmó que era su única salida.

Era de noche y Ambrose estaba recorriendo un camino que parecía


salido del mismo infierno, con suelo de piedra y llamas en los laterales.
Cuando vio las ruinas imaginó que encontraría a sus rivales y tendría que
luchar por su vida; esto era muy diferente. No llevaba la cuenta de cuantos
seres enfrentó, cada uno más peligroso que el anterior, perdió un cuchillo y
su espada en la última pelea, privándolo de su mejor defensa.
Intuía que llevaba dos días en Las Ruinas y su alijo de provisiones estaba
casi agotado. Creyó haberse preparado bien, no debió ser tan confiado.
Liberó un suspiro y acechó a su próximo contrincante. Un cuadrúpedo de
tres cabezas custodiaba las puertas de su siguiente reto.
Apretó su puño en torno a la única arma que le quedaba, debía acercarse
sigilosamente al monstruo y perforar su corazón, era peligroso, pero no se
le ocurría nada mejor.
Caminó, lento y en silencio, rodeó una pata de gran tamaño y siguió,
pasó una de las cabezas, el aliento cálido y oloroso lo bañó, gracias a los
dioses estaba dormida, aunque eso sería un inconveniente, dada la posición
en que descansaba no podía llegar a su corazón.
Pero bien podía rodearla y dar con la puerta, sin necesidad de pelea. Con
eso en mente prosiguió, la puerta doble se alzaba dos metros por encima de
su estatura, agarró el manubrio y tiró, justo en el instante en que sintió la
presencia de la bestia a su espalda, giró y con el cuchillo en alto se alistó
para defenderse.
No llegó a ser necesario, la bestia olisqueó y pareció gustarle, o más bien
reconocer algo en él y con el dorso de su pata lo empujó más allá de la
puerta dorada. Ambrose trastabilló, apenas pudo mantenerse en pie cuando
la puerta se cerró ante sí, su cuerpo entró en tensión, el aire se espesó y un
olor dulce, familiar, penetró su sentido del olfato.
—Atenea —murmuró al dar media vuelta, la diosa se postraba en todo
su esplendor a poca distancia, vistiendo una túnica traslúcida, que nada
hacía para ocultar sus curvas. Pasó saliva, restregó sus ojos, ¿acaso estaba
teniendo alucinaciones? Sacudió la cabeza, no—. De verdad estás aquí.
—Estás a punto de entrar a la Pugna, mi guerrero; habiendo llegado
hasta aquí, obtienes un privilegio, puedes pedirme una sola cosa, que te
brinde ventaja en la competencia. ¿Una espada, tal vez? —Mientras
hablaba, con ese tono melodioso que Ambrose encontraba seductor, él se
aproximó, asombrado por cómo su cuerpo reaccionaba, algo en él gritaba
por sentirla de formas que nunca antes deseó en una mujer—. Curar tus
heridas —ofreció, notando los cortes sangrantes en sus brazos musculosos,
el joven no se perdió el escrutinio, ella le observaba con lo que él solo podía
interpretar como anhelo—. Ambrose, ¿estás prestándome atención?
—No —respondió con honestidad—. Probablemente has escuchado esto
un millón de veces a lo largo de los siglos, pero tengo que decirlo, eres
increíblemente hermosa, te veo y mi corazón se acelera, mi cuerpo... ¿Es
esto normal, mi diosa? Es la segunda vez que me honras con tu presencia y
aun así, por algún motivo, despiertas algo en mí que no sabía que existía,
una especie de descontrolado deseo, estabas hablando y apenas podía
pensar en una única cosa. Me has dicho que puedo pedir lo que sea, ¿cierto?
—Ambrose, concéntrate, estás a minutos de arriesgar tu vida por mi
causa, lo que sea que esté rondando tu mente, puede esperar.
—O quizás no, tú lo has dicho, podría no salir vivo de allí. Así que, ¿vas
a concederme lo que quiero? —insistió, no se reconocía a sí mismo,
siempre se jactó de su autocontrol, más no podía evitar sentir aquello, su
sangre hervía bajo su piel y corría en una sola dirección, temía que dentro
de poco no pudiera pensar con claridad y actuara por impulso.
—Tienes que concentrarte en lo importante, esta batalla es decisiva,
necesito que des todo de ti ahí fuera.
—Lo haré, lo prometo. No pienso fallarte. ¿Quién está en la cima?
—La esposa de mi padre y yo, estamos empatadas.
—Ah, una rival; intuyo que no se llevan bien.
—Y que lo digas —bufó, el gesto fue tan poco elegante que la hizo
sonrojar, Ambrose sonrió, contento de provocar acciones inusuales en la
diosa.
—Entonces, si resulto ganador, llevarás la delantera —expresó, no se
estaba repitiendo, planeaba algo. Atenea asintió—. Bien, dame mi ventaja
—pidió, aunque sonó como una exigencia y no pasó desapercibido.
—Te estás tomando muchas libertades, ¿quién crees que eres?
—¿Yo? Soy un hombre que sabe lo que quiere. No me obligues a
tomarlo, prefiero que me lo des libremente.
—De acuerdo, ¿qué es lo que deseas, Ambrose?
—Un beso.
La diosa abrió y cerró la boca, incrédula, estaba al tanto de la reacción
que producía en él, pero no esperó que lo exhibiera. Una oleada de
satisfacción la recorrió, por un momento se permitió bloquear de su mente
todas las razones por las que esto saldría mal y se dejó llevar.
Se colocó de puntillas, posó las manos en los anchos hombros del
guerrero y alzó el rostro; él no perdió tiempo, se inclinó y unió sus labios.
El contacto fue suave, la impresión evocó un sentimiento de posesión.
Tomó sus mejillas y profundizó el beso, explorando su cálido interior con la
lengua. Se oyó un gemido, no supo de quién, pero el sonido los alertó e
impulsó a separarse.
Ella no tenía palabras para describir las emociones que la recorrían y él,
considerando que era recíproco, decidió que lo hablarían a su regreso. En
ese momento, tenía una batalla que librar.
Antes de irse y atravesar la última puerta, depositó un beso casto pero
significativo en la frente de Atenea, quiso decir algo, pero un nudo en su
garganta lo impidió. Soltó un suspiro y la rodeó, era hora de superar la
prueba final.

La Pugna Immortalia era un combate de armas blancas, o mano a mano


si acontecía; el estadio tenía seis filas de gradas en lo alto, cada asiento
ocupado por un espectador ansioso por el desenlace. El fondo, un laberinto
de piedra rojiza y suelo de arena, donde varios guerreros ya luchaban.
Ambrose tenía un cuchillo, no se sentía en desventaja, pues desde que
entró, despejó su mente y recordó su entrenamiento, sus cualidades
sobrenaturales serían su mejor aliado.
Su actual contrincante, el tercero desde que empezó la Pugna, blandía
dos espadas con gran habilidad, observó los movimientos del hombre, no
era muy rápido y su pierna derecha tenía una leve cojera. Cuando el
luchador corrió en su dirección y atacó, planeando degollarlo con un corte
cruzado empleando ambas hojas, Ambrose se deslizó por la arena, pasó por
entre sus piernas e incrustó su arma en la parte trasera de la rodilla
izquierda.
Realizó una herida profunda y repitió la acción con la otra pierna,
logrando que el hombre cayera, acto seguido se paró y sin dudarlo, lo
golpeó en la nuca con el duro mango del cuchillo, dejándolo inconsciente.
No había matado a nadie, aún.
La siguiente vez que Ambrose luchó, fue desarmado y usó sus manos
para neutralizar a su oponente. La adrenalina corría por su cuerpo, su mente
no elaboraba pensamientos innecesarios. Hasta que encontró un guerrero
ágil, veloz e inteligente, que predecía sus ataques y le impedía noquearlo.
Bañado en sudor y manchado de sangre, Ambrose se lanzó contra el
hombre, empleando sus puños para golpear y piernas para retener, recibió
una mordida en un hombro y un puñetazo en la sien, que lo dejó aturdido.
El combatiente se creyó vencedor, quedaban solo ellos dos, nada más
faltaba dar el golpe mortal. Se subió a horcajadas de Ambrose, en sus
manos sostenía la correa de uno de sus zapatos, la envolvió alrededor de su
garganta y apretó.
Poco a poco, Ambrose fue perdiendo el conocimiento.
«Dioses del Olimpo, protejan a mi niño».
Flotaba en la niebla, no reconoció la voz.
«¿Prometes reunirme con él?».
Vio una película de imágenes que no provenían de su memoria,
finalmente el niño que navegó en una cesta conoció su origen.
Y también su propósito.
Abrió los ojos y sostuvo los antebrazos del luchador, tan fuerte que
rompió sus huesos, hizo oídos sordos al alarido, se deshizo del amarre en su
cuello y se puso de pie, ignoró al hombre que gemía y lloraba como un
bebé; en ese instante, Ambrose era más que un hombre.
Sus ojos grises brillaban como el astro lunar y en su cabellera negra
apareció un mechón plateado. Su figura, de por sí alta, se incrementó,
alcanzando los dos metros de altura y la complexión de un dios.
El asombro llenó a la audiencia.
—Yo gano —dijo alto y claro, el luchador a sus pies no estaba en
condiciones de continuar. Tras decir aquellas palabras, el laberinto se
esfumó e hicieron acto de presencia once, de los doce olímpicos.
—Felicitaciones, Ambrose de Sokaistra —proclamó uno de ellos—.
Puedes reclamar tu premio, ¿qué deseas? ¿Inmortalidad, oro… un punto
para tu diosa? —Aquello último lo expresó con un tinte de maldad—.
Puedes elegir cualquiera de estos objetos divinos —ofreció.
Ambrose parpadeó, sus pensamientos iban de ida y vuelta a toda
velocidad. Se fijó en la pila de artefactos, escaneó cada uno hasta que dio
con lo que buscaba.
—Elijo… el sfaíra theïkón epithymión.
El silencio se extendió por largos segundos, la diosa de ojos violeta
sonrió.
—¿Estás seguro? —La nueva voz femenina estaba teñida de burla.
—Creo que los dioses poseen una excelente audición, fui lo bastante
directo.
—Eres un insolente…
—¡Suficiente! —interrumpió otro dios—. Toma el dichoso orbe —
espetó. Ambrose obedeció, sostuvo la esfera en sus manos, estaba bañada
en oro, parecía hueca por dentro—. Hemos terminado aquí.
—Yo creo que no —habló el guerrero—. Este orbe divino me concederá
un deseo, ¿cierto?
—Claro, hace un milenio, tal vez. Ahora no es más que un trasto, te
deslumbraste por su brillo y tendrás que conformarte.
Ambrose hizo malabares con el orbe, lo examinó y ciertamente no tenía
nada fuera de lo común. Necesitaría algo afilado, vio a lo lejos un cuchillo,
el que le arrebataron más temprano, lo tomó y bajo la aburrida mirada de
los olímpicos, realizó un corte de la palma de su mano, su sangre goteó en
la esfera, cuya forma empezó a derretirse, abriéndose como una flor.
—El orbe de los deseos pertenecía a mi padre. Se activa con su sangre
divina. Como su descendiente, soy capaz de usarlo.
—Eres un semidiós.
—Sí, yo también estoy sorprendido.
—Adelante, muchacho, pide tu deseo, tienes una oportunidad antes de
que la esfera se cierre y desaparezca por cien años.
—Yo… Deseo… Victoria para Atenea.
Ya no podían tomar a cambio su vida y así, Ambrose cumplió su
promesa. Si hubiera ofrecido su vida por un punto, la lucha solo se
pospondría, y si él hubiera elegido la inmortalidad, la diosa habría perdido
su única oportunidad de ganar la Pugna.
—Lo hiciste. —Atenea se unió a su guerrero tras la partida de los
Dioses.
—No rompo mis promesas, recuérdalo, mi diosa. Y ahora, creo que
tenemos un asunto pendiente, tú y yo.
Atenea le concedería eso. Ambrose no viviría para siempre, pero
perduraría más que un hombre común. Por primera vez en toda su historia,
Atenea sintió que valía la pena librarse de sus cadenas y simplemente gozar
los privilegios de la divinidad.
—Seré toda tuya… después de que me acompañes a conocer a alguien
que naufragó hasta Sokaistra hace un par de días.

Arrodillada en el altar, una mujer daba las gracias por haber sobrevivido
a una de las experiencias más traumáticas de su vida.
Dos días atrás, el hombre que una vez amó fue a buscarla al prostíbulo
con la promesa de reunirla con su hijo, de verdad creyó que lo haría. Se
trató de un engaño para llevarla consigo al muelle, convenciéndola de que
el niño la esperaba en una de las islas, ¡qué ilusa!
Su exmarido la dejó inconsciente tras brindarle un té para calmar sus
nervios, estaban mar adentro cuando empezó a sentirse mareada.
—Vas a reunirte con tu bastardo como prometí, espero que disfrutes tu
estadía en el más allá… —Eso último escuchó antes de perder la
consciencia.
Despertó en medio del océano, en plena noche de tormenta, atada y
amordazada en un bote salvavidas que las olas salvajes arrastraron con
fiereza. El tiempo se le hizo eterno, eventualmente sus párpados se
rindieron de nuevo. La siguiente vez que abrió los ojos estaba postrada en
una cama, siendo atendida por la mujer que la encontró varada en la playa.
—Hija mía, tus plegarias fueron escuchadas y también respondidas. —
Se giró ante la repentina voz femenina y enfrentó a dos figuras que nunca
había visto, pero que le parecieron extrañamente familiares, su corazón se
hinchó cuando ella finalmente los presentó—. Soy Atenea y este es
Ambrose, tu hijo.
Mile Bluett nació en La Habana y actualmente vive en México con su
esposo, su hijo y sus adorables perros Lichi y Coco Star Darcy. Estudió dos
carreras, Derecho y Psicología y una maestría en Psicoterapia. Escribe
desde la adolescencia y el amor a la literatura ha sido una constante en su
vida.
Es autora de la Saga Herederos del mundo: (I) Atrévete a sentir y (II)
Tierras Inhóspitas y (III) La Búsqueda del Arcoíris, de Buscándome te
encontré (2017), No te dejaré escapar (2018), Fuego en invierno (2018) y
Amor Sublime (2017). Todas sus obras han estado en el top 10 de Amazon
en diversas categorías, en Estados Unidos, España y México. Cuenta con
los Best Seller: Fuego en Invierno, Atrévete a sentir y Amor Sublime: estos
dos últimos estuvieron durante meses ocupando el número uno de sus
géneros.
En 2018 firma contrato con la editorial Penguin Random House y
publica bajo el sello Selecta: Prometo no enamorarme (2019) y la Serie
Amor Amor: Una esposa para el heredero (2019), Un ángel se enamora
(2019), Una marquesa enamorada (2019) y El deseo de una flor (2020). En
2021 publicará Para siempre Juliet.
Actualmente se encuentra enfrascada en su nueva serie Dioses Paganos
que dio inicio en junio de 2020 con Leif: Bello como el Sol de Medianoche
y continuó en diciembre 2020 con Dag: Luces del Norte.
La autora refiere: «Hay dos hombres en mi vida que son capaces de
hacerme temblar el alma. Uno tiene los ojos color del amanecer y el otro de
un tono de azul que aún no logro definir. Uno es mi esposo y el otro mi
hijo».
«Soy una mujer orgullosa de serlo. Pienso que antes de dar un paso hacia
atrás hay que dar dos hacia delante. Considero que, si le pusiéramos más
énfasis a la inteligencia emocional seríamos más felices y el mundo sería
menos cruel».
«Amo el agua, la música y mi laptop. El agua porque repara y nutre cada
célula de mi cuerpo, la música porque me regala inspiración y mi laptop
porque es ahí donde sucede la magia».
Mail: [email protected]
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
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Página Facebook: Mile Bluett Autora
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Mile Bluett

ROSAS NEGRAS

Prefacio

—¿Y él podrá despertar? —pregunta Thor para asegurarse, con las


deidades hay que ser muy claros.
—Cuando el Ragnarök venga —le responde quien se oculta bajo la
capa.
—No puedo esperar tanto. Pide lo que desees —gruñe lleno de dolor.
—¿Lo que sea?
—¿Volverá a Asgard?
—Solo puedo darle un sitio entre los humanos y tendrá que esconder su
magnificencia como dios. A cambio, ¿renuncias a burlar a la muerte y
aceptas tu fin en el Ragnarök?
—Pero lo que exiges es demasiado —brama el dios del trueno.
—Un sacrificio que solo puede hacer un hermano.
—Estoy dispuesto a liberarlo del inframundo. También la quiero a ella.
—Te doy a tu hermano, pero a ella no.
—¡Maldita seas!
—¿Tenemos un trato?
—¡Sí! No me dejas alternativa.
—Él no te lo perdonará.

Anne
Jadeo acostada en mi cama, cuando el rubio enorme que tengo encima
repta por mi cuerpo dejando un reguero de besos sobre mi trémula piel.
—¡Oh, por Dios! —se escapa de mi garganta cuando estruja con sus
poderosas manos mis senos y desciende hasta sumergir su cálida lengua
entre mis piernas.
Gimo sobrecogida ante su asalto. Solo consigo ver su cabellera salvaje,
sus hombros y su espalda; pero es una imagen tan erótica que me hace arder
de excitación.
Gruñe y se apodera de mis caderas, sin dejar de castigar mi intimidad.
Tiro la cabeza hacia atrás sobre la almohada y me deshago en un potente
y abrasador orgasmo.
Despierto de un vívido sueño y mi sexo aún palpita tras llegar a la
cúspide.
—¡Oh, diablos! —exclamo y miro a ambos lados del cuarto para
cerciorarme de que estoy sola.
Mis mejillas arden, seguramente ruborizadas, aunque sé que nadie se ha
dado cuenta.
¡Qué sueño tan loco! Lo más raro es que llevo un tiempo con ellos. Se lo
atribuyo a mi nula experiencia con hombres.
Dejo de compadecerme, abandono el colchón y me apuro para no llegar
tarde a la entrevista de trabajo, donde aseguran que llamarán y yo ruego
para que no lo hagan. Termino por desencantarme del puesto en cuanto
dicen que debo permanecer en el mismo sitio ocho horas seguidas. No sé
qué haré de mi vida. Siento que algo me falta, algo que esta noche podría
conocer al fin.
El resto de la tarde la paso fuera y el tiempo se extingue de prisa.
Llego a tiempo al apartamento y comienzo a alistarme para la salida
nocturna; me desvisto y me meto debajo del agua caliente.
Salgo de la ducha y me envuelvo en toallas, el cuarto de baño está lleno
de vapor. Camino hasta el lavamanos con la cabeza en las nubes, o más
bien, en el asunto que me preocupa y la imagen borrosa que devuelve el
espejo no se parece a mí. Unos ojos azules brillan en medio del vaho, que
limpio desesperada con una mano, hasta lograr ver reflejada y a totalidad mi
cara. ¡Demonios! Juraría que había alguien más, pienso confundida. Tengo
el rostro ojeroso. Mi hermana Libby comienza a apurar y yo saco la
secadora para hacerme algo decente en el pelo, sin quitarme lo sucedido de
la cabeza.
Trato de buscar una explicación razonable, deben ser las malditas
pastillas que me prescribieron para el insomnio. He tomado más de la
cuenta y siguen sin hacerme dormir de corrido.
Cuando llego a la habitación, veo diez rosas negras acomodadas sobre
las sábanas blancas. Niego. Siempre que me siento así, ahogada y como un
barco a la deriva, alguien deja estas flores. ¿Será que lo del baño no me lo
imaginé?
—¿Libby? —grito y reviso para ver si doy con el intruso.
Mi hermana llega corriendo y se queda tan asombrada como yo. La
responsabilizo; rehúsa.
—¿Quién diablos te deja las rosas? —pregunta intrigada.
—No juegues una broma así.
—No soy tan macabra. —Es muy cruda—. Ni siquiera para animarte
guardaría el secreto. ¡Pero si es Jerry lo voy a matar por meterse al
apartamento sin permiso! Solo falta que me encuentre desnuda.
—¿Y cómo diablos Jerry tendría la llave? Solo si tú, que mueres por
tenerlo por cuñado, fueras su cómplice. Hasta ahora el sujeto de las rosas no
había sido tan atrevido, las había enviado sin tarjeta. Dejarlas sobre mi
cama ya es demasiado.
—No soy aliada de Jerry. También es mi sospechoso. ¿Quién más
accedería a una copia de la llave? Es el único que se la pasa pegado a
nosotras y está obsesionado contigo.
—¡Mierda! ¡El reloj da las nueve!
En dos horas ya estamos en el lugar acordado y mirando a los ojos al
tipo que me ha citado.
Lo escucho darme largas y lo exprimo para que escupa lo que investigó
de una vez.
—¿Por qué no me aceptas un baile, rubia? —propone.
Lo último que me falta, que el cretino me quiera ligar.
—Suelta de una vez lo que indagaste, me estás colmando la paciencia —
le exijo.
—No hay nada, muñeca. Escudriñé hasta debajo de las piedras.
Libby me mira con cara de drama, mientras escuchamos al bandido
negar y cortar de cuajo todas mis esperanzas.
—No es posible que no haya rastros de mis padres biológicos, acta de
nacimiento o algo que me ate a mis raíces —me lamento.
—Me lo temía. La oficina de este hombre es un Night Club —espeta mi
hermana como si el susodicho no estuviera presente. La música es tan
ensordecedora que tal vez no la oyó, está más ocupado en beberse su shot
de tequila.
He gastado hasta mi último centavo en contratar a un detective que
investigue el paradero de quienes me dieron la vida. Necesito conocer el
motivo por el que no pudieron cuidarme. Ya los he perdonado, aún antes de
llegar a una conclusión. Bajo ningún concepto quiero pensar lo peor, que
me abandonaron porque no me amaban.
Pienso un argumento para recriminarle al detective por quedarse con el
dinero y no entregarme nada. Entorno los ojos para escupir la lava que me
está subiendo por la garganta. Ya es el quinto que contrato con idénticos
resultados; pero Libby no me deja proferir ni un solo insulto, me toma del
brazo y me aleja de su mesa.
Terminamos en medio de la gente que baila en la pista.
—¡Basta, Anne! —me exige con el ruido de fondo.
—Lo necesito.
—No puedo seguir apoyándote en esto. No si se lo sigues ocultando a
mamá y a papá.
—No quiero herir sus sentimientos.
—Les hiere más verte sufrir —afirma.
Mis padres adoptivos habían pasado varios años de su matrimonio
añorando tener hijos, y la vida no les había premiado con fertilidad. Tras
exámenes médicos y tratamientos, seguían intentándolo, aferrándose a un
pequeño porcentaje de poder concebir. Cuando aquella mañana de invierno
me vieron en la puerta de su casa, lo tomaron como un milagro divino.
Contrataron a un abogado, dieron parte a las autoridades y siguieron todos
los pasos para poder adoptarme de manera legal. No había terminado el año
de irme a vivir con ellos, cuando mamá se embarazó. Algunos se lo
atribuyeron a que, sin el estrés por el deseo de procrear, la naturaleza había
hecho su parte. Ellos me lo adjudicaron a mí.
No tengo recuerdos sin mis cariñosos padres y hermana; pero mamá y
papá decidieron ser sinceros y no guardar secretos. Era pequeña cuando lo
confesaron, y cada año retomaban el tema y ahondaban en la explicación.
Al principio me sentí herida. ¿Por qué no era su hija de sangre? Dijeron que
era hija del amor y terminaron por convencerme. Jamás sentí que me
quisieran menos que a Libby. Sin embargo, el hueco sobre mi origen sigue
robándome el sueño. Solo pretendo encontrar una respuesta a la pregunta:
¿de dónde demonios vengo?
Libby me abraza y lloro con la algarabía de quienes danzan felices a
nuestro alrededor. La música de Sia, ajena a mi dolor, comienza a
metérseme dentro y me muevo al compás. Bailamos como poseídas; pero
mi corazón no se engaña. Mis lágrimas se escurren nublándome los ojos,
hasta que la silueta de un atractivo extraño capta mi distraída atención. Se
gira hacia mí y un escalofrío me recorre entera. Aún no se me revelan los
rasgos de su rostro, pero su figura me sacude. Es muy alto y su actitud es
desafiante. Da unos pasos y me quedo sembrada al suelo. Siento un pálpito
familiar en el corazón. La vista nublada me obliga a limpiarme los ojos.
Cuando la visión queda clara, él ya no está. Parpadeo perpleja.
Camino al bar para desconectar. Pedimos unas copas de Martini y luego
de tomarlos, salimos de aquel lugar.
—¿Más calmada? —pregunta Libby en voz alta por el sonido de los
autos.
El aire fresco borra mis lágrimas.
—Vamos a casa —pido.
—¿Por qué no puedes olvidar y seguir adelante? Haz algo bueno con tu
vida. Encuentra un empleo. Acepta la invitación de Jerry o de otro de los
chicos guapos que te ruegan por una cita.
—Solo es un amigo y los otros tampoco me interesan.
—Jerry es un encanto.
—Te agradezco que intentes darme ánimos, Libby. No quiero ser
pesimista o negativa. Estoy en una etapa en la que no sé para dónde tengo
que encaminarme. Todo parece ir bien si miro en la superficie: bella familia,
carrera recién concluida, chico formidable interesado. ¿Y si es tan
maravilloso, por qué el corazón sigue doliendo? En lo profundo no olvido
que mis verdaderos padres se fueron. No sé qué haré en el futuro porque
mis expectativas como maestra están alejadas de la realidad. No he podido
encontrar un empleo que me satisfaga por más que me esfuerce. Y Jerry es
sensual, talentoso y amable; pero no me despierta mariposas en el
estómago, ni acelera mi pulso, ni me roba el aliento.
—¡Basta, Anne! ¡Me estás asustando! Creo que debes hablar con un
maldito psicólogo.
—¡Solo eso me faltaba! —chillo.
—Te empeñas en ver el vaso medio vacío.
—Libby, no le digas a mamá, ni por teléfono, ni el fin de semana, por
favor. No deseo preocuparla. La última vez se puso tan intensa que tuve que
acudir a un doctor y terminé con las pastillas para el insomnio que me
hacen más mal que bien.
—No creo que puedas ocultarlo. Eres muy transparente y tu cara…
—¿Qué pasa con mi cara?
—Ya no sonríes, Anne.
—No quiero ser así, pero siento que algo muy importante me falta, algo
que necesito desesperadamente encontrar.
—Mamá te hará preguntas hasta sacarte lo que te sucede.
—No viajaré a casa el fin de semana.
—Pero, Anne, llevas más de dos meses sin ir y no tenemos nada hasta el
miércoles.
—Tengo que encontrar trabajo, tú misma lo has dicho.
Llegamos al apartamento en Brooklyn donde vivimos, el que mi madre
heredó de su abuela, y la veo meter sus cosas en una mochila.
—Viajo mañana temprano —indica.
No suele empacar demasiado para ir a la casa de nuestros padres en
Nueva Jersey, pero esta vez la familia se reunirá en nuestra cabaña en las
montañas Poconos. Tenemos la costumbre de viajar a principios de agosto
para pasar unos días en familia. Libby no reclama más, pero sé que le
molesta saber que no tengo citas para entrevistas y que prefiero estar sola.
Antes de encerrarme en mi dormitorio, tomo un jarrón y lo lleno de
agua, siempre tengo uno conmigo, desde que mi pretendiente romántico le
ha dado por regalarme rosas. Aún son botones, supongo que al amanecer
abrirán.
No apruebo el gesto de Jerry, ni que irrumpa sin autorización, pero las
flores son lindas y no las dejaré deshidratarse. Sé que tengo que frenarlo y
no ilusionarlo con una relación que no se dará. ¡Y quitarle la llave o
cambiar la cerradura! Es lo más sensato.
Me desvisto con esa determinación y me dejo caer en ropa interior sobre
la cama, me cubro e intento dormir.
Despierto hacia las cuatro de la mañana, sobresaltada, por una pesadilla.
Otro sueño recurrente en el que estoy enamorada de un hombre que no
puedo ver, él está de espaldas y yo le imploro; pero nada de lo que haga o
diga lo hará volverse para mirarme. Y su figura es idéntica a la del tipo del
bar, tal vez por eso lo vi atractivo y creí, erróneamente, que caminaba hacia
mí; cuando quizá ni siquiera me notó entre el gentío.
El recuerdo de que alguien tiene la llave de mi piso se cuela en mi
cabeza. La duda me abruma. ¿Y si no es Jerry? Me tapo hasta el cuello y
me ciega la oscuridad.
Como puedo me levanto, envuelta en la sábana, y voy de puntillas hasta
el interruptor de la luz. Suspiro. Continúo sola. Me acerco a las rosas y las
examino de cerca, siempre me ha intrigado. No parecen tintadas. Pongo en
el explorador del móvil «rosas negras», y para mi sorpresa, sí pueden
cultivarse; aunque muy lejos. Estamos en Nueva York, aquí todo es posible.
Leo un poco más, dice que la única rosa negra original, o rojo muy oscuro
que engaña a la vista, es la de Halfeti, una región de Turquía, pero que si se
trasplanta a otro sitio no florece de ese color.
Frunzo el entrecejo, los otros tipos, son híbridas. Estas ni siquiera se
parecen a las turcas, son como el ónix.
Observo el frasco de benzodiacepina, tomo una para que me ayude a
conciliar el sueño unas horas más. Y poco a poco caigo rendida.
Hacia las ocho, Libby intenta arrancarme de las garras de Morfeo.
—¿Estás segura de que no irás? Destrozarás el corazón de mamá.
—He dicho que no —balbuceo adormecida.
—Las llaves del auto están sobre la cómoda, yo tomaré el metro.
Se rinde y escucho sus pasos alejarse rumbo a la puerta.
A la una de la tarde reacciono, me doy una ducha, desayuno y la vocecita
demandante de mi hermana me recrimina en la conciencia.
Termino por hacer mi equipaje, tomar las llaves y decido manejar hasta
Poconos; pero antes me armo de valor para resolver un asunto pendiente.
Cuando Jerry me abre la puerta de su apartamento me mira sin podérselo
creer.
—Te hacía con tu familia.
—¡Dame la llave! —le exijo elevando la vista para encontrar sus ojos.
—¿De qué hablas, Anne?
—¿Las rosas negras? Es un gesto lindo, pero ya es suficiente. No es
correcto que entres sin permiso al apartamento que comparto con mi
hermana. Por lo mucho que te conozco descartaré que es algo escalofriante
hacerte de una copia de las llaves, pero…
—¡Alto, alto! No sé de qué demonios estás hablando.
Los ojos color aceitunas de Jerry, dejan de ser risueños como de
costumbre y se vuelven serios.
—No es el momento de seguir fingiendo.
—Nena, me conoces. Me habría encantado ser el responsable, porque
ahora estoy preocupado. ¿Quién diablos te está acosando?
—¿Acosando? —No se me había ocurrido usar esa palabra.
—Debes cambiar la cerradura ya.
Lo miro y no puedo esconder mi inquietud.
—Me estoy yendo con mis padres.
—Si lo deseas, puedes dejarme a cargo y para cuando vuelvas asunto
resuelto. Tienes que reconocer que es muy extraño.
Odio tener que darle la razón. Le dejo mi llave e intento darle dinero,
pero se niega a aceptarlo.
—Te lo agradezco, Jerry, y disculpa irrumpir aquí haciéndote
responsable.
—No deberías conducir hasta allá en ese estado. Quédate aquí, y regresa
a casa cuando ya sea seguro.
—Ahora más que nunca necesito estar fuera unos días.
—Aún no puedo creer que pensaras que yo… Me gustas, Anne, nunca lo
he negado, aunque te empeñas en dejarme en la zona de los amigos.
—Y me siento halagada. Eres un hombre muy dulce y…
—No tienes que explicar.
—No quiero perderte, pero si eso te permite prosperar en otra dirección,
no te cortaré las alas.
—Somos amigos y lo seguiremos siendo, aunque yo tenga que aceptar
que solo me ves de esa forma.
—Te quiero, tonto. Hay una chica por ahí que será más afortunada que
yo, cuando se gane tu corazón.
Me despido de él hacia las cinco con un abrazo. Subo al auto y acelero.
Tras un rato la ciudad queda atrás.
Mis dedos no dejan de moverse sobre el volante, tamborilean, pero no
por la melodía de Homeless de Leona Lewis, que se reproduce. Son mis
nervios. Asumo que debí desistir de este viaje, cuando Jerry lo propuso. La
noche no tarda en caer y transito por una enorme carretera bordeada de
árboles gigantescos.
Cuando por fin arribo. Suspiro. Constatar que Jerry no es el intruso sigue
atormentándome. Me recrimino por haberme confiado. La paz que sentí de
saberme en casa, con los míos, se desvanece cuando veo la cabaña a
oscuras. Asumo que no estarán lejos, quizá fueron al pueblo a cenar. Mis
suposiciones se esfuman cuando veo el buzón con propaganda local, como
si nadie hubiera estado por aquí desde hace meses.
Maldigo al recordar que no tengo las llaves.
Telefoneo a Libby de inmediato.
—¿Dónde están? —indago.
—En casa. ¿Tú cómo sigues?
—Estoy en la cabaña en Poconos.
—¡Mierda!
—Solo eso dirás. ¿Por qué no me avisaron que no viajarían?
—El auto de papá se descompuso y la rotura tardará unos días en
arreglarse, así que nos quedamos aquí.
—¡Carajo! ¡Tendré que pasar la noche en un hotel!
—¿Y tú por qué no dijiste que irías directo para allá?
—Me entró remordimiento después y descubrí que Jerry no es el de las
flores.
—¿En serio? ¿Quién se metió al apartamento?
—No lo sé. Solo quería estar con ustedes.
Hago una pausa mientras escucho a Libby poner al tanto a mi madre.
—Dice mamá que vayas con el vecino que tiene una llave extra, que
pases la noche en la cabaña y mañana vengas para acá.
Vuelvo a encender el motor y conduzco despacio hasta su dirección. Es
una casa de madera rodeada de espesa vegetación y cercana al lago, tal
como la nuestra. Por fortuna las luces están encendidas. Estoy indecisa por
molestar, a punto de desistir y buscar un hotel. No tengo que hacerlo. Aún
no me he bajado del vehículo cuando abre la puerta. Hago lo mismo y me
dirijo a la entrada.
¡Santo vecino! No veo ni rastros de Carl. Quien me recibe es otro
individuo, parecido al sujeto del bar y de mis sueños. El hombre es muy
alto, con la piel pálida y dos piernas que parecen robles enfundadas en
vaqueros. Cabello muy rubio en un corte asimétrico hacia la barbilla, que le
da un estilo salvaje. Camisa a cuadros negra y blanca, con las mangas
recogidas hasta los musculosos antebrazos. Inhalo y me esfuerzo por
disimular mi sorpresa. Él se queda muy quieto observándome, mientras
avanzo en su dirección. Es el tipo más sensual que he visto en mi vida, tanto
que me logra poner nerviosa, solo por tener que intercambiar unas palabras.
Le ordeno al cerebro enfocarse y a mis hormonas entrar en control.
—Hola —pronuncio como tonta y me recrimino para mis adentros.
—Hola —dice el extraño y su voz grave hace que un escalofrío recorra
mi espina dorsal.
Trato de presentarme, comunicar a lo que he venido y soy víctima de una
rara condición, que me deja congelada.
—¿Se encuentra Carl? —logro desatascarme.
—No —pronuncia escuetamente y no deja de mirarme al centro de las
pupilas, como si escaneara mis emociones o se le hiciera graciosa mi
reacción.
—¡Oh! —Mierda, sigo sin palabras que pueda externar, porque en mi
interior parezco una cotorra charlando conmigo. No suelo comportarme
como idiota delante de nadie, pero este semental, no se me ocurre otra
palabra para definirlo, es el primero que me hace quedar como una
muchacha de poco mundo, que no ha tenido ante sí un espécimen
semejante.
—¿Vienes por la llave? —pregunta para mi alivio. Eso me simplifica las
cosas. Solo quiero huir.
—Sí —continúo hecha un manojo de nervios.
—Tu madre habló y me explicó tu situación. —¡Bravo, madre, por
informarle a este desconocido que pasaré la noche sola en la cabaña!—. Soy
el sobrino de Carl —se presenta.
—¡Vaya! No sabía que tenía un sobrino.
Carl es un señor de más de sesenta, calvo y de baja estatura, que
físicamente no se parece en nada al que tengo en frente.
—No habla mucho de la familia. ¿Cómo te llamas?
—Soy Anne Appleby.
—Balder… Odinsson.
—Mucho gusto. —Al fin me comporto civilizadamente.
—Supongo que no tendrás nada para cenar. Estoy cocinando. ¿Te
gustaría acompañarme?
—Acabo de manejar más de dos horas, solo quiero descansar.
—Pero tienes que alimentarte. Solo te evito tener que conducir hasta el
pueblo.
—Te lo agradezco, pero tengo que irme.
Tomo la llave, intento mantenerme firme para no temblar cuando su
mano roza la mía. Hago un ademán para despedirme y salgo disparada al
auto.
La cabaña de mis padres está justo como la última vez que la vi. Adoro
su olor a madera. Dejo mis pertenencias y me acerco al refrigerador que
permanece vacío al igual que las alacenas. Ni siquiera hay café para
preparar. Me contento con un vaso de agua del grifo, mientras escucho a
mis tripas crujir. Debí aceptar la invitación del sobrino de Carl.
Niego ante mis ideas.
Decido salir a comer, dar un paseo y aprovechar lo que queda de la
noche o se me hará eterna y más con mi insomnio.
Cuando vuelvo a arrancar el auto, parpadea el ícono de la gasolina.
Maldigo al darme cuenta de que casi no me queda. Recuerdo lo que dice mi
padre, que al menos debe bastar para aproximarse a una gasolinera cercana.
El detalle es que no estoy segura de cuándo comenzó a titilar. Hago una
mueca y conduzco, rogando para mis adentros que alcance. Y justo a
doscientos metros de la gasolinera el motor se apaga.
Me bajo, doy un portazo y pateo una llanta. Tomo un depósito de mano y
decido avanzar a pie. Unos motociclistas en Harley-Davidson no tardan en
aparecer. No volteo a verlos y espero que sigan de largo, pero no tardan en
comenzar a fastidiarme.
—¿Te quedaste sin gasolina, hermosa? Podemos llevarte —me ofrece
uno.
—No es necesario ya casi llego —contesto.
—Es peligroso que una chica linda como tú ande sola por esta calle.
Sube —ordena el que parece ser el líder, cortándome el paso de un modo
violento con su moto, lo que me hace echarme con rapidez hacia atrás. Se
ve que han estado bebiendo por el tono de sus voces.
—No te preocupes por mí, sé cuidarme.
—¡Súbete a la moto, rubia!
—¡No! ¡Déjame en paz!
Me asusto. Son cinco y no parecen decentes. Ahora pienso que no debí
salir. Puedo ver las luces de la gasolinera desde donde estoy, pero no creo
tener éxito si me lanzo a correr. Piensa, Anne, piensa. No llevo más que el
móvil y el depósito de plástico, lo aprieto, decidida a lastimar al primero
que se me acerque demasiado.
Cuando el hombre se baja de la motocicleta y avanza hacia mí, me siento
perdida. Me agarra de la muñeca y con la otra mano lo golpeo con todas
mis fuerzas. Y antes de poder escapar, otro de ellos me sujeta de la cintura
desde atrás. El líder se sacude para despejarse del aturdimiento y vuelve a la
carga contra mí.
—¡No me hagas enfadar! ¡Solo quiero ayudarte! —brama.
Le permito aproximarse y me preparo para pegarle en la entrepierna con
la rodilla, sé que no podré contra todos, pero no me quedaré de brazos
cruzados.
Un ruido a nuestras espaldas nos hace volvernos. Una camioneta
Chevrolet Colorado frena de golpe. Es Balder, que ha aparecido como caído
del cielo. Derriba a uno de los motociclistas de un golpe en la mandíbula.
Los otros se ponen en guardia.
—¡¿Tú quién demonios eres?! —le grita mi primer atacante—. ¡No te
entrometas!
Sin abrir la boca para contestarles, Balder comienza a propinar
puñetazos, como una máquina asesina. Su agilidad y su fuerza empieza a
dejarlos uno a uno fuera de combate. Los dos últimos, como unos cobardes,
se suben a sus motos y se las echan encima. Balder, en vez de apartarse,
camina hecho una fiera hacia ellos, ruge de ira y frena las motos con sus
manos. Hasta levantarlas dos metros del asfalto, y arrojarlas con sus
ocupantes a varios pasos de nosotros.
Tiemblo. No sé qué me ha asustado más. ¿Es posible que un hombre
tenga fuerza suficiente para…? Balder es poderoso como una montaña y
supongo, que por la adrenalina del momento lo sucedido pueda ser posible.
Me extiende la mano y aún palpitando, se la tomo.
—¿Estás bien? —pregunta al fin, y la veracidad de la preocupación en su
voz me tranquiliza.
—Sí. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste en el momento justo que te
necesitaba?
—Ya no importa, solo saber que no te lastimaron.
Sin darme tiempo a reaccionar me alza en sus brazos como si fuera un
crío y camina conmigo hasta que me deposita en el asiento del copiloto de
su camioneta. Hace una llamada, le indica a alguien que se ocupe de mi
vehículo y conduce de regreso a mi cabaña.
—Estás a salvo —me dice cuando me abre la puerta y me desajusta el
cinturón.
Me bajo y le agradezco por rescatarme. Estoy muy conmovida… y
confundida. Lo invitaría a pasar y le ofrecería una bebida, pero recuerdo
que no tengo nada. Me contento con cerrar la puerta tras él mientras sus
pasos se alejan.
Ni siquiera he entrado al dormitorio cuando escucho que llaman a la
entrada. Me cercioro de quien se trata y lo dejo pasar.
—Traje un poco de lo que cociné para que no te vayas a la cama sin
cenar —me ofrece Balder.
Me extiende un recipiente con lasaña y una botella de vino tinto.
—No sé si pueda probar bocado luego del susto —admito.
—Inténtalo.
—¿Te gustaría acompañarme? —pregunto indecisa.
Asiente. Preparo la mesa y él me ayuda a colocar la vajilla, a servir la
comida y la bebida.
Tomo una copa entre mis manos y bebo un sorbo muy largo.
—Gracias de nuevo —reitero consciente del mal que me libró.
—¡Son unos idiotas! ¡No debes caminar sola por la noche en una calle
solitaria!
—No lo hubiera hecho de no haberse terminado la gasolina.
—Ya no pienses en lo ocurrido, trata de olvidarlo y alimentarte.
Cojo un trocito de la lasaña con el tenedor y me lo meto a la boca. Tiene
un sabor delicioso. Y como un poco más, pero no puedo pasar del quinto
bocado. El hambre se me ha quitado.
—¿Cómo pudiste levantar las motos a la vez y lanzarlas sin hacer gran
esfuerzo? —termino por decir lo que no me saco de la cabeza.
—Hago muchas pesas —contesta sin levantar la vista de su plato.
—¿Y cómo sabías que yo necesitaba ayuda?
—Fue casualidad.
—Una muy conveniente. Ha sido una suerte que Carl tuviera un sobrino
—espeto, pero no le creo nada y él lo sabe.
—Debió presentarnos antes.
Mi móvil vibra y no tardo en contestar, aunque lo que quiero es seguir
interrogándolo. Es mi madre. Me alejo para contestar, pero sin quitarle la
vista de encima a Balder.
—¿Estás bien, Anne? —Su voz suena inquieta.
—Sí, mamá. —Obvio todo lo sucedido.
—Gracias a Dios, cielo. Estoy preocupada. Volví a telefonearle a Carl
para agradecerle y no contestó, así que decidí marcarle al móvil. Me dice
que no tiene ningún sobrino, y menos que se esté quedando en su
propiedad. Carl está en el pueblo en la casa de su hijo. Ya dio parte a la
policía. ¿Tuviste contacto con el hombre? ¿Lo viste?
—No lo hice. Me quedé en un hotel —miento muy rápido y me
desconozco. Debería estar aterrada.
—Mejor no vayas por la cabaña hasta que todo se resuelva. Viaja
mañana temprano.
Parpadeo y Balder ha desaparecido del comedor. No sé cómo pudo
escabullirse tan rápido. La llave de la entrada sigue en la cerradura por
dentro.
Unos toques en la puerta me hacen ponerle una excusa a mi madre y
cortar la comunicación. Es la policía, me preguntan por la intromisión a la
cabaña cercana. Vuelvo a negar haber tenido contacto con el supuesto
intruso. Solo espero que mis padres no sean interrogados o descubrirán mi
engaño. Me refieren que en la morada de Carl todo está como lo dejó, no se
explican quién le salió al teléfono a mamá.
Cuando me libro del revuelo causado, reviso la estancia y no encuentro
rastros de él. ¿Quién desaparece en un pestañeo? Asomo la cabeza al
exterior y su camioneta sigue estacionada en mi entrada. Me meto al
dormitorio, arrepentida de haberlo protegido. No sé quién es Balder en
realidad, o si ese es su nombre.
Diez rosas negras, sobre la cama me alarman. Respiro agitada y corro en
busca del móvil. ¿Cuál fue la palabra que usó Jerry? ¿Acosador? Es Balder.
Tal vez me siguió desde Brooklyn. ¿Qué quiere hacer conmigo? Muero de
pánico. Casi puedo escuchar los latidos de mi corazón. Y antes de digitar el
911 en la pantalla del teléfono, el móvil sale disparado por una fuerza
invisible y termina en la mano de Balder.
—¿Qué demonios eres? —lo enfrento y el valor me brota desde las
entrañas.
—Nanna —me dice y sus ojos se encienden de color azul fluorescente,
para regresar en segundos a su tono natural.
—Soy Anne.
—No debía acercarme a ti, pero no tuve otra salida. Tuve una visión,
ibas a venir hasta tu cabaña, la encontrarías solitaria y cerrada, y regresarías
al pueblo a pernoctar en un hotel. A medio camino —hace una pausa para
tragar y yo retrocedo hasta la cama donde caigo sentada sin dar crédito a lo
que escucho y veo—, la gasolina iba a terminarse y tomarías la pésima idea
de caminar. Ellos iban a dañarte y yo no podía permitirlo. Creí que
cambiaría tu suerte si movía los hilos para que tuvieras la llave. Incluso te
ofrecí cenar. Pero era tu destino, no importa lo que yo hiciera. Fuiste al
encuentro de esos canallas.
—¿Balder Odinsson? —susurro y trago—. ¿Como ese Balder, el hijo de
Odín, que muere cuando Loki engaña a su hermano ciego, para que le lance
una flecha hecha de muérdago?
—Como tu esposo, el dios por quien moriste de pena y con quien fuiste
incinerada en su nave, el padre de tu hijo Forseti.
Yo había leído por curiosidad sobre mitología nórdica y recordaba un
poco a Balder, el más amado de los dioses por su belleza, sabiduría y gracia.
Su historia era triste. Su muerte trajo dolor y fue el primero de otros eventos
que llevaría a la destrucción de los dioses, en la batalla del fin del mundo, el
Ragnarök.
—¡No, no, no! ¿Cómo puedes ser un dios?
—Dios de la paz, la luz y el perdón. ¡Y tú eres mi diosa!
Sería más lógico pensar que he perdido la cordura o que es mi loco
acosador. Pero él… no se comporta como un humano.
—Nuestro destino era renacer en el nuevo mundo y reinar junto a los
hijos de Thor. No debía cruzar palabras contigo, Nanna. Ese fue el trato
para que vinieras a la tierra o de lo contrario las puertas del inframundo se
abrirían y serías arrastrada a su interior. Cuando Thor al fin pudo
rescatarme, solo consiguió sacarme a mí. Enfurecí cuando descubrí que te
había dejado atrás e hice lo imposible para que pudiéramos estar en el
mismo plano. Y Hela puso a prueba tu amor. Solo podías escapar del
Helheim, el reino de la muerte, si aceptabas nacer y vivir como humana…
—Es mejor que te vayas… La policía te busca. Las rosas negras… debes
parar —espeto sin entender el peligro en el que estoy. No puedo asimilarlo.
Ni siquiera puedo aceptar que él y yo seamos...
Lo lógico sería temerle y huir, pero su dolor se ve genuino y termina por
volverme su aliada.
Balder se me acerca, me mira con ternura y me abre los brazos
ofreciéndome refugio. Vacilo.
—Sé que no me recuerdas y que no me crees, pero he estado a tu lado
siempre, en las sombras. Las flores eran una forma de reiterarte mi amor.
Se sienta a mi lado y sus ojos vuelven a brillar. Me toma el rostro entre
sus manos y yo no opongo resistencia. Se acerca tanto que su aliento me
roza.
—Borraron tu memoria, amor. Es uno de los sacrificios que hiciste para
que volviéramos a estar en el mismo plano. No te niegues. Siénteme con
todo tu ser.
Sus labios rosados se acercan a los míos y se estrellan contra estos de
forma voluptuosa. La humedad de su boca inunda la mía y me aferro a su
beso como si de ese contacto cálido dependiera mi subsistencia, como si
fuera lo que estaba esperando, lo único que puede darle sentido a mi vida.
Balder desliza sus dedos desde mi cuello hasta mi cintura y se apodera
de mis pantalones. Toma la iniciativa y empieza a desnudarme. Desesperada
lo sigo y comienzo a desabotonarle la camisa. Admiro sus duros pectorales
y los acaricio, como si estuviera reencontrándome con una tierra recorrida
en el pasado, como si regresara a mi hogar. Y mi sueño recurrente se vuelve
realidad.
Me desviste por completo, me alza y me coloca en el centro de la cama.
Incinera mis labios y baja hasta mi cuello, mientras estruja mis senos, los
que termina introduciéndose en la boca, para envolverlos en un dulce
tormento de lametones e inofensivos mordiscos. Su lengua ávida abandona
mis colinas y desciende por mi línea central, probando, conquistándome
palmo a palmo hasta que se sumerge entre mis piernas, donde causa un
maremoto de placer.
—Balder. —Me corro entre jadeos—. Hazme tuya, te necesito.
—Nanna —gruñe y no me importa cómo me diga.
Se eleva, me aparta más las piernas y por fin se entierra suavemente, me
invade, duele, pero es mayor mi necesidad; lo empujo para que termine de
tomarme. Me embiste de una forma salvaje y rítmica que mi carne conoce,
aunque mi mente no pueda recordar. Nos movemos frenéticos el uno contra
el otro, hasta que nos liberamos, descontrolados, al unísono. Gruñe mientras
su simiente me inunda y más me abrazo contra su torso.
Se vuelve conmigo encima, quedo recostada sobre su pecho, cercana a
su corazón y las rosas negras. Las miro, hace tanto tiempo que me las envía.
—¿Por qué hasta ahora te presentas?
—Estabas en peligro.
Las flores se vuelven rojas ante mis ojos.
—¿Las cambiabas?
—Eran tan negras como mi dolor, estaba roto por dentro por tener que
observarte de lejos, como un extraño.
—¿Me volviste humana?
—No, fue tu elección. Para escapar del inframundo renunciaste a tus
poderes de diosa e incluso a tus recuerdos. Huiste para estar conmigo, pero
ya no podías reconocerme.
—Mi mente pudo borrarte, pero mi corazón nunca te olvidó.
Se pone de pie y comienza a vestirse con prisas. Lo imito al ver la
urgencia y la seriedad en su rostro.
—Vamos —me dice extendiéndome la mano.
—No será en Breidablik, pero no importa donde, si podemos estar
juntos.
—¿Breidablik?
—Nuestro hogar en Asgard, con techo de oro sostenido por columnas de
plata. Nada malo, falso u oscuro podía atravesarlo. Allí estábamos
protegidos del mal. Aquí no. Debemos correr antes de que vuelvan a
separarnos.
—¿Me espera el inframundo? ¡Oh, Balder! —tiemblo.
—Hela ya viene por ti.
Doy una mirada de despedida a la cabaña y los recuerdos que construí
con la familia que me adoptó. Sé que no podré volver a verlos. Me armo de
coraje y corremos a la camioneta de Balder, quien arranca y acelera rumbo
a la carretera principal, para luego tomar un desvío por una abandonada. Él
actúa como si se hubiera preparado para esto toda su vida.
—Dime que tienes un plan —grito.
—Créeme que todos fallaron antes de llevarlos a cabo.
Sufro al pensar en el dolor de mi madre, cuando descubra mi vehículo
abandonado y no encuentre rastro de mi paradero.
Un portal gigantesco se abre ante nosotros. Balder desacelera, las llantas
chirrían, y tras varias volteretas, retoma el control del volante con la
intención de huir en sentido contrario. El portal se crece y amenaza con
tragarnos. Frenamos de golpe y abandonamos el vehículo antes que
desaparezca dentro de la abertura tenebrosa.
Balder me coloca a su espalda y extiende sus manos al agujero,
pronuncia un conjuro en palabras que no consigo entender, el portal detiene
su avance y desde sus bordes comienza a congelarse.
Un perro terrible y ensangrentado corre ladrando hasta nosotros, y frena
justo en el linde del portal, cuando una poderosa cadena se tensa, a punto de
romperse. Hela se muestra ante nosotros con su faz sombría.
—Sabes que debes devolverla al Helheim —gruñe con voz gutural—. Es
el trato.
—¡No! —protesta.
—Entonces tú también morirás.
Balder usa toda su fuerza, pero el mal respalda a Hela, y el terreno que el
hielo gana, se derrite con rapidez. Mi dios está muy agotado, quiero luchar
a su lado, pero he renunciado a mi poder por amor. El ruido del hielo
endureciéndose de nuevo y avanzando, me hace descubrir a cada lado de
nosotros a dos poderosos dioses que se materializan.
—¡Forseti! ¡Thor! ¡No podrán contra la profecía! —los ataca Hela.
—¡Juntos podremos! —brama Balder—. Mi padre también ha acudido a
mi llamado.
Odín también se materializa en su glorioso corcel y terminan por
congelar el portal, que se quiebra causando una lluvia de granizo.
—Madre —me dice Forseti inclinando la cabeza ante mí y colocando la
mano en su corazón. Acepta antes de irse—: Siempre vendré cuando me
necesites, incluso si para eso tengo que quebrar lo único que deseo que
perdure: la paz.
—Mi deuda está saldada, hermano; pero volveremos a encontrarnos— le
dice Thor a Balder y se desvanece luego de guiñarme un ojo.
—Mi amado hijo —esgrime Odín con pesar—. Usa el tiempo para
fortalecerte.
Cabalga hacia el cielo y se desaparece ante nuestros ojos.
Balder, debilitado, cae de rodillas, jadeando. Le coloco una mano en el
hombro para brindarle soporte.
El tono de llamada entrante me recuerda a los Appleby, mi familia.
Contesto el móvil e intento que mi voz no se escuche alterada.
—Libby.
—Mamá quiere saber a qué hora llegarás mañana —me suelta.
—¡No podré viajar!
—¿Bromeas? —reclama.
—Me acaban de llamar para una cita el lunes a primera hora. Puede ser
el trabajo por el que he estado esperando.
—¡Es una buena noticia!
—Iré directo a Brooklyn para prepararme.
—¡Te deseo la mejor de las suertes!
—Gracias, hermana, te quiero. Dile a mamá que lo siento. Les hablaré
cuando pueda.
Tendré que aseverarles que la entrevista fue un éxito, pero que me envían
lejos. Me duele engañarlos, pero debo mantenerlos a salvo.
Balder se toma un par de minutos. Inspira, se eleva y se abraza a mi
cintura. Sus labios sedientos buscan con desesperación los míos.
—Nanna —susurra antes de besarme con pasión.
Sabemos que no es el final. Algún día, las fuerzas del mal volverán para
reclamar lo que creen que les pertenece.
Nosotros estaremos esperando, listos para luchar.
Lúthien Númenessë esblogger, cazadora de novelas románticas, amante
de los animales, pacifista y, algunas veces, escritora. Es una fiel creyente
del InstaLove (amor instantáneo) pues cuando se trata de amor verdadero
no hace falta más que verlo un segundo para saberlo. “Escribo sobre lo que
creo y creo que todos merecemos un amor verdadero, de esos que duran
más allá de la muerte”.
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Lúthien Númenessë

EPONA
Diosa celta de los caballos, la fertilidad y la naturaleza

—¡Joder! Vaya que corre rápido.


Era otro lluvioso y muy ventoso día de octubre en la pacífica costa de
Álftanes, Islandia. Un inesperado frente frío arrasaba la península, aunque
de inesperado no tenía nada, los habitantes ya estaban más que
acostumbrados a los repentinos cambios climáticos del caprichoso lugar.
Sin embargo, este en particular los tomó desprevenidos. Los ganaderos y
rancheros se esforzaban por cubrir los plantíos y mantener a los animales a
salvaguarda.
—Iré tras él. —Ragnar montó el primer caballo que encontró a su
alcance, tomó un par de lazos y salió detrás del potro que acababa de
escapar.
Prince Charming era el más nuevo y joven caballo alojado en el rancho
Aiteall, un potro arrogante, rebelde, inexperto, en otras palabras: peligroso.
Y en ese momento lo que menos necesitaba Ragnar era un problema más,
no podía permitírselo, sabía que si el animal lastimaba a alguien o causaba
daños a terceros solo había dos maneras de saldar la deuda: pagando el
coste de las reparaciones o sacrificando al causante de los estropicios.
En el último año ya había tenido que deshacerse de media docena de
caballos, otro más y debería cerrar el rancho, algo que no permitiría.
Montado sobre Ride Through Nature, cabalgó tan rápido como le fue
posible, buscando al descontrolado potro. Por suerte le dio alcance cerca de
la costa, desde lejos notó que se encontraba nervioso, dando círculos
alrededor de una madeja de algas en la playa. Así que, con toda la calma
que pudo, a pesar de que la tempestad apremiaba, se fue acercando a él con
pasos lentos.
—¡Eh, muchacho! Tampoco te gustan las tormentas, ¿cierto?
En un principio pensó que la actitud del animal se debía a los
relámpagos que caían desde aproximadamente media hora, pero al irse
acercando notó que algo entre las algas era la verdadera razón. Antes de
poder inspeccionar, aseguró a Prince Charming pasándole los lazos por el
cuello y atándolo a Ride Through Nature, con la punta de su bota removió
el sargazo creyendo que encontraría alguna serpiente o algo semejante. Pese
a lo esperado fueron hebras de cabello dorado lo que descubrió.
—¿Pero qué demonios...? —Rápidamente se inclinó para escarbar entre
el sargazo, donde apareció el rostro de una mujer inconsciente—.
¡Señorita... señorita! — Le palpó el rostro para hacer que reaccionara.
Quitó más sargazo de ella solo para descubrir que se encontraba
desnuda. Sin saber qué hacer, pues ciertamente era la primera vez que se
veía ante semejante situación, giró el rostro al cielo para dejar de
contemplar aquel cuerpo perfecto, notando que la tormenta estaba a punto
de desatarse, lo menos que quería era quedar atrapado en medio de ella con
dos caballos nerviosos y una inconsciente y desnuda mujer. Se sacó la
cazadora con la cual consiguió envolverla a medias, la subió en Ride
Through Nature y la sujetó con la soga que le sobraba.
Él también tuvo que hacer el intento de montar varias veces, pues cada
vez que subía un pie en el estribo de la silla, la mujer se deslizaba hacia un
costado, precipitándose al suelo. Pero lo consiguió, llegó al rancho cuando
la tormenta estaba en todo su apogeo y caían gotas del tamaño de naranjas.
—¡Lo has encontrado! —exclamó Egill desde el porche trasero de la
casa donde se resguardaba de la lluvia.
—Ven, échame una mano con esto.
Como Ragnar se cernía sobre la mujer para protegerla del mal clima, su
amigo ni siquiera había reparado en ella, Egill tomó el bulto pensando que
sería algún perro herido, casi la deja caer al suelo cuando, al sostenerla de
cualquier manera, vio más de lo cordialmente permitido, por suerte el otro
hombre ya se encontraba en tierra y se apresuró a cubrirla.
—Guarda a los caballos, asegúrate de reforzar la puerta de Prince
Charming, estará nervioso toda la noche y no quiero tener que volver a ir
tras él. —Le pidió, quitándole a la mujer de los brazos.
—¡Pero qué demonios! ¿Quién es ella?, ¿qué le pasó?, ¿dónde la
encontraste?, ¿por qué está desnuda?
—¡Eha! —Ragnar chasqueó los dedos frente a Egill para que le prestara
atención—. ¿Escuchaste lo que te pedí? —Le volvió a extender las riendas
de Ride Through Nature—. Me gustaría secarme.
Egill no dejó de voltear hacia la casa, a pesar de que Ragnar ya había
desaparecido en el interior de esta, apresurándose para atender a la mujer
cuanto antes. La llevó hasta su habitación y la depositó sobre su propia
cama, contemplándola brevemente, preguntándose qué le habría pasado.
Entró al cuarto de baño por toallas y se puso a la laboriosa tarea de secarla,
tratando de invadir lo menos posible su intimidad, desviando la mirada de
su cuerpo desnudo. Una vez seca, la envolvió en una manta, arrancó las
sábanas mojadas de la cama y sacó más cobertores del armario esperando
que entrara en calor pronto. Aunque su cabello, por otro lado, seguía
húmedo, ya que era largo y vasto.
Como a primera vista no tenía heridas físicas, decidió que lo mejor sería
dejarla descansar, cuando despertara le podría decir lo que le ocurrió.

Epona despertó en un lugar extraño, rodeada de objetos extraños y ruidos


extraños. Alterada, giró la cabeza para ambos lados tratando de descubrir
dónde era que se encontraba. Al notar una presencia muy cerca de ella, se
incorporó asustada, cayendo de la cama, agazapándose en una esquina.
—Tranquila, tranquila. —Ragnar, experto en tratar con criaturas
nerviosas y asustadizas, le habló en un tono bajo y suave, manteniendo la
distancia para no alterarla más, pero también porque, al caer de la cama, se
encontraba desnuda una vez más. Aunque su largo cabello, despeinado y
enredado, alcanzaba a cubrirla parcialmente—. Soy Ragnar, estás en mi
casa, te encontré ayer en la playa, en medio de la tormenta.
Epona, que había dejado de buscar cómo escapar, lo observó con sus
enormes ojos verdes, tratando de comprender lo que le decía.
—Toma... —le extendió una de sus camisas de franela—. Solo yo vivo
aquí y me temo que no tengo nada mejor para ofrecerte.
Pero la mujer no hizo el intento de tomarla, dio un titubeante paso hacia
la cama donde dejó la prenda. Algo en ella despertaba sus instintos más
primarios y esa necesidad de cuidarla y protegerla era latente en cada una
de sus exhalaciones.
—Lo dejaré aquí para que te vistas, estaré allá afuera, cuando te sientas
lista...
Dejó escapar un largo suspiro al comprender que, una vez más, no
obtendría respuesta, retrocedió sin romper el contacto visual y con sumo
cuidado cerró la puerta. Mil dudas corrían a toda velocidad dentro de su
cabeza, preguntándose quién era esa mujer o por qué se encontraba en esa
situación, pero al parecer tendría que esperar un poco más para averiguarlo.
Epona observó todo lo que la rodeaba, sin tener idea de cómo era que
había terminado en ese lugar. Recordaba que cumplía con su encomienda de
acompañar a las almas, ayudándolas en su viaje para ascender, una tarea
que ha realizado desde siempre, entonces ¿por qué era que se encontraba
ahí?
Se asomó por la ventana, vio árboles y, un poco más allá, efectivamente
estaba la playa. Pero fue otra cosa la que llamó su atención, ladeó la cabeza
tratando de concentrarse, dio un par de pasos dispuesta a salir de ahí, fue
cuando se percató que no llevaba ropa. Además, estaba en un segundo piso,
si quería llegar hasta su objetivo tenía que usar otra salida. Con sumo
cuidado abrió la puerta y asomó la cabeza, el interior de la casa parecía
estar en completo silencio, no escuchó voces ni sintió la presencia de
ninguna otra persona, entonces se echó a correr.
Cuando Ragnar terminó la llamada telefónica con el banco, quienes le
negaron el préstamo que había solicitado un par de semanas atrás, era
natural que estuviese de pésimo humor, fue a servirse una taza de café,
aunque aquello ameritaba algo más fuerte, pero eran apenas las 11:20 a.m.
A medida que se tranquilizaba pensó que quizás su invitada estaría
hambrienta, le preparó un poco de té, un par de tostadas y alguna cosa más,
lo puso en una bandeja y subió a la habitación para descubrir que estaba
vacía.
—Egill —interceptó a su amigo, quien salía del cuarto de baño en la
planta baja—, ¿has visto...?
Interrumpió sus palabras cuando, con horror, observó cómo la chica se
acercaba a un muy excitado e impredecible Prince Charming. El caballo
daba vueltas alrededor del corral de entrenamiento, sacudiendo la cabeza y
pateando con fuerza el suelo, mientras que la mujer, ataviada con su camisa
y nada más, iba directo a encontrarse con un rebelde potrillo.
—¡¿Por qué lo has dejado ahí solo?! —vociferó Ragnar, corriendo hasta
ellos.
—Solo he ido a mear —respondió Egill yendo tras él.
La imagen que se presentó ante ellos los dejó pasmados, ambos hombres
se detuvieron al mismo tiempo, ya era tarde para poder evitar el encuentro
entre la mujer y el caballo, lo que nunca imaginaron vino después.
El rebelde potro acudió a su encuentro como un dulce corderito, a trote
lento, ella levantó su mano para acariciarlo, el impulso de ir a interponerse
entre ambos era fuerte, pero Ragnar no podía moverse. La visión de esa
mujer acariciando al potro lo dejó desconcertado.
Epona desenvolvió su don, tratando de comprender qué era lo que tenía
tan inquieto al joven caballo, dándose cuenta que podía hacerlo sin
problema, al parecer todo estaba bien con ella. Subió sobre el lomo del
potro con una gracia y una agilidad sin igual, intentando conectar
rápidamente con su entorno, lista para salir de ahí.
—¡Detente! —pidió un aterrorizado Ragnar.
Prince Charming era un caballo difícil, pues había tirado a Egill en cada
intento que este hizo por montarlo, solo él era capaz de controlar al animal
ya que no dejaba nadie más se le acercara. Ver cómo el potro se calmó ante
la presencia de ella fue alucinante, más aún verla subir sobre su lomo sin
ningún problema o la necesidad de una silla o riendas, ni siquiera él, tan
experto en trabajar con esos animales como era, se atrevía a probar algo tan
temerario. Su corazón latía fuertemente y aunque en un principio no pudo
reaccionar, se apresuró a llegar al borde del corral.
—Por favor, ¿podrías bajar? Prince Charming es un caballo en
entrenamiento, un poco volátil, puede que te lastime.
Epona abrió la boca para decirle que eso no sucedería, ningún caballo la
había herido jamás. Sin embargo, no tuvo tiempo.
—¡Ragnar! —El chillido, proveniente de la parte trasera de la casa alteró
al animal, que se alzó sobre sus cuartos traseros.
Distraída como se encontraba, Epona no alcanzó a sujetarse, por lo que
cayó al suelo. De inmediato Ragnar saltó sobre el borde del corral para
sacar a la mujer de ahí, pues quedó atrapada entre las patas de Prince
Charming, el cual golpeaba el suelo y movía la cabeza enfurecido,
perdiendo el control nuevamente. Egill llegó un momento después para
intentar calmar al animal, o al menos alejarlo de ellos.
—¡Maldición, Celeste! Ya te he dicho que no debes gritar así cuando
tenemos a algún caballo en el corral, o en ninguna ocasión ya que estamos.
—Le espetó molesto, pasando por su lado con la mujer en brazos.
—¿Cómo se supone que iba a saber que tendrías un caballo ahí?, ¿y
quién es ella? ¡Espera! ¿A dónde es que la llevas? —protestó, al ver que
subía hasta la habitación principal.
—No es asunto tuyo.
Una vez más depositó a la mujer en la cama, examinándola, tratando de
ver qué tan herida se encontraba. Tenía algunas manchas de lodo aquí y
allá, y su cabello se notaba más enredado que antes, pero fuera de eso no
parecía haberse lastimado, aunque necesitaba que volviera en sí para que le
dijera si tenía alguna fractura. Con un paño empapado le limpió el rostro,
por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le molestaba verla así de
descuidada. Suspiró con pesar, su cabeza se llenaba de más y más
preguntas.
—¿Y ahora qué haces? —preguntó Celeste, recargada contra el marco de
la puerta de la habitación, con los brazos cruzados.
—He tenido una muy mala mañana, dime a qué has venido para que me
dejes seguir con mi día.
Celeste hizo un mohín enfurruñada, pero sabía que si quería conseguir
algo de Ragnar era mejor discutir civilizadamente, podía ser un hombre
muy tolerante y permisivo, pero como cualquier macho de la región, no le
gustaba ser manipulado. Y Ragnar era un macho alfa en toda regla.
—Vengo a recordarte que hoy es la fiesta de inauguración en el
hipódromo, pero aún no me has confirmado si me acompañarás.
—Sabes que no me gusta ir a esas cosas.
—¿«Esas cosas»?¡«Esas cosas»! —repitió indignada—. Disculpa,
Ragnar, pero esas cosas son las que mantienen este rancho vivo.
Dudaba que eso fuera cierto, pero no estaba de humor para entrar en esa
discusión, así que se limitó a rodar los ojos. Al ver que Celeste no dejaría de
gritar, optó por salir de la habitación y cerrar la puerta para que la
conversación no perturbara el descanso de aquella desconocida.
—Entonces ve tú en mi lugar. Eres publicista y asesora de imagen, ¿no?
—Sabes que no funciona así. —Celeste siguió a Ragnar por toda la casa,
dando saltitos como niña en plena rabieta—. ¿Qué tal que alguien quiera
comprar un caballo?
—No tenemos caballos a la venta.
—Bueno, ¿y si me preguntan estadísticas o esas cosas?
—Pues les dices que hablen conmigo, siempre son bienvenidos en el
rancho Aiteall, sirve y ven el lugar.
—¡Ragnar! —chilló Celeste, con la cara roja por estar conteniendo la
rabieta.
—¿Qué es lo que ocupas, Celeste? Ya te lo dije; no tengo tiempo de ir...
—Y yo te lo repito; ¿quién demonios es ella?
—Probablemente quien me vaya a demandar por daños. Ahora, si me
disculpas, debo ir a ver cómo está Prince Charming y, si es que vas a
seguirme ahí también, te recomiendo cambies tus zapatillas por botas de
trabajo, ya te lo he dicho.

Por segunda ocasión, Epona despertó en aquella habitación, envuelta en


ese aroma tan masculino y reconfortante. Sintió como cada pequeña parte
de su ser le dolía como nunca, pues jamás había experimentado una caída
como esa, de hecho, era la primera vez que padecía algún malestar, era una
sensación extraña que la desconcertaba, y estar confundida no le agradaba.
Otra cosa que no le gustaba era estar sucia, y su cabello parecía llevar días
sin que un cepillo pasara por él, con los dedos intentó deshacer algunos
nudos. Al escuchar pasos acercarse, tomó el extremo de la sábana y se
cubrió con ella, pues usualmente no mostraba tanta piel.
—¡Estás despierta! —Ragnar terminó de abrir la puerta y entrar en la
habitación, le extendió una bandeja con té y un tazón de sopa, no tenía idea
de cuando había sido la última vez que probó bocado, pero Epona se limitó
a verlo con precaución—. Es comida, ¿no tienes hambre? —ella no
respondió—. ¿Recuerdas cómo llegaste a la playa? —Otra larga pausa sin
respuesta—. ¿Por qué subiste a Prince Charming? —Al quedarse
aguardando por una respuesta que no llegó es que lo entendió—. ¿Puedes...
puedes hablar?
No tuvo que esperar por una negativa, era evidente que aquella extraña
mujer no hablaba, al menos no su idioma, quizás por eso era que se veía tan
asustada, probablemente no comprendía su lenguaje, se hizo la anotación
mental de buscar si había reportes de algún incidente en barco, pudiera ser
que tuviera un accidente en mar abierto y por ello que terminara en aquellas
condiciones.
Le habló en otros idiomas, pero solo conocía cuatro, a parte de su lengua
materna, y ella no respondió en ninguno. Suspiró resignado, tenía que
encontrar la manera de ayudarla, de momento, lo único que podía hacer era
encargarse de sus necesidades básicas.
—¿Te gustaría cambiarte de ropa? —Acompañó sus palabras con
ademanes, tratando de darse a entender—. Roooooopa... ¿bañarte?
Eso sin duda captó la atención de Epona, pues estaba deseosa de quitarse
toda la suciedad del cabello, con una sonrisa se levantó de la cama,
sintiendo algo extraño al hacerlo, se dio cuenta que no podía apoyar el pie,
lo cual era desconcertante. Perdió el equilibrio y tuvo que sujetarse de la
pared para poder estabilizarse.
—¿Te encuentras bien? —De nada servía hacer la pregunta en voz alta,
aunque era más por costumbre—. ¿Dejarías que...?
Era inútil, nada de lo que dijera lo entendería, así que simplemente se
acercó inclinándose a su lado y tomó el pie entre sus manos. Al sentir que
casi perdía el equilibrio una vez más, Ragnar hizo que lo sujetara por los
hombros, ocasionando en Epona un sinfín de sensaciones nunca antes
experimentadas.
—Creo que te has torcido el tobillo de cuando te caíste de Prince
Charming. Espera aquí.
Entró al cuarto de baño, abrió el grifo de agua caliente y se dispuso a
prepararle el baño. Ragnar había hecho eso cientos de veces antes, pues al
tener que cuidar de su madre durante sus últimos años de vida, sabía lo que
se debía hacer. Probó la temperatura del agua un par de veces y, hasta que
estuvo satisfecho, vació jabón y una de esas cosas aromáticas que a Eilis le
gustaba añadir.
Regresó a la habitación, sin molestarse en explicarse, la tomó entre sus
brazos y la depositó a un lado de la bañera, ayudándola a mantener el
equilibrio sujetándola por la cintura. El vapor que la envolvía era muy
agradable y de un aroma reconfortante, sin demora comenzó a
desabotonarse la camisa; al darse cuenta, Ragnar puso una de sus manos
sobre las de ella para detenerla.
—Espera hasta que me vaya para que te la quites. —La sujetó por la
cintura y la alzó para colocarla en la tina, la cual era enorme—. Te he
dejado ropa limpia, si necesitas ayuda para salir solo grita. —Lo pensó por
un segundo—. ¡AAAAH! Así, ¿vale?
Lo observó salir del cuarto de baño, Epona no entendía por qué aquel
hombre gritaba, o por qué le hablaba de esa manera, pero se quedó muy
quieta dentro de la bañera hasta que dejó de escuchar sus pisadas,
inspeccionó su alrededor un momento, terminó de quitarse la prenda, la cual
ya estaba empapada, así que la dejó en el borde y se sumergió en el agua.
Dejó escapar un lánguido suspiro de satisfacción, cerró los ojos para relajar
su cuerpo y descifrar qué diablos estaba ocurriendo.
Por largo rato intentó conectar con Belenus o Nodens, sus dos íntimos
amigos, pero no lo consiguió, pareciera que algo le impedía llegar hasta
ellos. Además, estaba preocupada por Álainn, su yegua, pues iba montada
sobre ella mientras ayudaba a aquella alma a cruzar de un mundo a otro.
Pero, ¿de quién se trataba?
—¿Necesitas ayuda? —Los golpes en la puerta la sobresaltaron, ¿cuánto
tiempo llevaba ahí? Su piel ya se había arrugado y el agua enfriado. Se
apresuró a salir de la tina, secar su cuerpo y colocarse la ropa que le habían
dejado. Y, como era de esperar, el dolor en su pie había desaparecido.
Cuando Ragnar la vio salir del cuarto de baño, quedó impresionado, pues
emitía un resplandor único; lucía completamente distinta, aunque igual de
bella de como la encontró entre las algas. Lo dejó sin habla por un momento
observándola con la boca abierta, a tal grado que tuvo que sacudir la cabeza
para poder centrarse.
—¿Cómo está tu pie? —Entonces recordó que ella no hablaba—. Estuve
pensando, hoy en la noche hay un evento en el pueblo, deberíamos ir, habrá
un montón de gente, tanto locales como extranjeros, quizás reconozcas a
alguien o alguien te reconozca a ti. —Suspiró frustrado—. Saaaaa-liiiii-r. —
Acompañó la palabra con ademanes y movimientos extraños, ella no pudo
resistirlo y comenzó a reír, era cómico ver cómo intentaba explicarse—.
Vale, al menos has reído, encontré estos vestidos en el ático por si quieres
probártelos, eran de mi madre, espero no te importe, un cepillo y no creo
que te vengan los zapatos, parecen muy grandes para ti...
Le fue mostrando cada uno de los artículos al pronunciarlos, la miró
fijamente antes de dejarla sola para que se vistiera, si en una hora seguía sin
hacer nada, desecharía la idea de llevarla a la fiesta en el hipódromo, ya se
las ingeniaría para averiguar sobre ella después.
Al asegurarse de que estaba sola, Epona examinó con cuidado cada uno
de los vestidos sobre la cama, disfrutando de la textura de las telas. Tomaba
uno para ir a verse en el espejo, luego volvía a dejarlo con cuidado en el
mismo lugar. Sin embargo, su atención se desvió al cepillo, finalmente
podría desenredar su cabello. Ragnar le había dicho que irían a una fiesta,
una fiesta humana. Por lo general no pasaba mucho tiempo entre los
humanos, pues su deber era con los caballos, pero había escuchado a
algunos cuantos dioses menores hablar sobre las costumbres de estos y, la
verdad, se sentía muy curiosa. Con cuidado eligió su vestido, con unas
cintas consiguió atarse unas botas y tan pronto estuvo lista salió de la
habitación.
Abajo, Ragnar la esperaba en la sala de estar junto a Egill, quien fue el
primero en percatarse de su presencia. Él solo le había dado un par de
vistazos a la mujer, por lo que se quedó completamente anonadado por la
belleza de esta, la observaba con los ojos abiertos como platos y la
mandíbula en el suelo, ocasionando que Epona se sintiera un poco cohibida.
Ragnar, al percatarse de la reacción de su amigo, siguió la dirección de
su mirada, encontrándose con la razón de aquella expresión de idiota,
seguramente la misma que tendría él. Por un segundo se olvidó de los
buenos modales que su madre se esforzó tanto en enseñarle, cuando pudo
reaccionar, acudió a su lado ofreciéndole la mano para que terminara de
bajar los peldaños que le faltaban.
—Él es Egill, mi amigo, irá con nosotros al evento. —Acompañó las
palabras con grandes ademanes, los cuales no representaban lo que trataba
de transmitir.
—Un placer mademoiselle —saludó Egill, contemplando la mano libre
de Epona, besándole el dorso en un gesto muy galante.
Ragnar gruñó por lo bajo, molesto porque Epona le sonriera de aquella
manera a su amigo. Al cual, con un codazo, empujó hacia atrás.
—Venga, vámonos —dijo entre gruñidos.
Egill, durante todo el camino, fue parloteando de esto y aquello, tratando
de impresionar a la mujer con su vasto vocabulario y sus heroicas hazañas
rescatando caballos alrededor de todo el mundo.
—Egill, basta ya. —Farfulló Ragnar a pocos kilómetros del hipódromo
—. Ya te dije que ella no entiende una palabra de lo que vas hablando.
—Puede que no, pero al menos el sonido de mi voz amortiguará tus
gruñidos, la estás espantando.
Y efectivamente, no había podido dejar de gruñir durante todo el
trayecto.
Cuando llegaron al hipódromo, Egill se adelantó para ayudarla a bajar de
la furgoneta, pero Ragnar lo desplazó rápidamente.
—Yo me encargo desde aquí. Daremos unas vueltas para ver si alguien
la reconoce, mientras tú encárgate de todo. —No le dio tiempo de replicar,
tomó a Epona de la mano, alejándose rápidamente.
—¿Ragnar? —No habían dado más de dos pasos cuando el chillido de
Celeste los hizo detenerse—. Creí que dijiste no vendrías, pero estás aquí, y
acompañado.
—Cambié de opinión. —Intentó seguir caminando, pero una vez más la
mano de Celeste lo hizo detenerse.
—En serio, Ragnar, ¿quién es ella?
—Es una amiga, y necesita de mi ayuda, así que vine aquí para ayudarla.
—¿Y qué hay de mí? —espetó Celeste con los dientes apretados,
tratando de disimular la voz.
—¿De qué estás hablando?
—Pensé que sería buen momento para formalizar nuestra relación. He
sido muy paciente, primero lo de tu madre, después los problemas con el
rancho, pero creo que ya lo llevamos bien y esta era la oportunidad perfecta
para...
—Aguarda un momento, Celeste. Tú y yo no tenemos ninguna relación
salvo la laboral. Es verdad que tu compañía me fue de gran ayuda cuando
las cosas se pusieron difíciles con mi madre, pero, sinceramente, nunca te vi
como algo más que una amiga.
—¿Cómo puedes decir eso? —Frunció los labios, como si se estuviera
obligando a llorar—. No creo que pueda seguir trabajando para ti, me siento
tan humillada.
—Pues eso dependerá de ti, Celeste.
Se quedó boquiabierta, no podía creer que la estuviera botando así de
fácil, ella, que se creía indispensable para el rancho Aiteall, pensó que le
pediría que no renunciara, usó su carta segura solo para darse cuenta que no
inmutaba a Ragnar en lo más mínimo. Y cuando se dio media vuelta con la
misteriosa mujer, sus ojos se llenaron de ira. No estaba dispuesta a aceptar
su derrota tan fácilmente.
Dando la vuelta por el lugar, Ragnar notó que Epona llamaba mucho la
atención, pero no por la razón que quisiera, sino porque deslumbraba con su
belleza a los hombres y llenaba de envidia a las mujeres. En esos eventos
era normal que mucha gente, interesada en sus caballos, se acercara a
hablarle, esa noche era diferente, preguntaban quién era ella o si estaban
saliendo.
Aunque seguía sin obtener respuestas, no lo vio como una pérdida total
ya que pudo pasar la velada a su lado.
Al terminar de hablar con Ólafur Jónsson, dueño del hipódromo, y quien
se mostró interesado únicamente en Epona, ya que no le quitó los ojos de
encima, pasaron frente al bar cuando una mujer «accidentalmente» se
tropezó, vertiendo sobre el vestido de ella una copa con vino tinto.
—¡Disculpa! —dijo con arrepentimiento fingido—. No te vi.
Intercambió una mirada de complicidad con su acompañante y, después,
un poco más allá, con Celeste.
—¡Pero qué demonios! —espetó Ragnar, molesto.
—Fue un accidente —intervino la otra mujer, pasándole una servilleta a
su amiga.
Fingiendo que «intentaba» ayudar a limpiar el estropicio del vestido, al
tiempo que esparcía más la mancha, terminó por rasgar la manga
deliberadamente, al hacer que su anillo se enganchara en el fino encaje.
—¡Ups! Lo siento. —Intentó rasgar más el vestido, pero Ragnar le dio
un manotazo para que lo dejara.
—Creo que ya has ayudado suficiente. —Interponiéndose entre las dos
mujeres, se sacó el blazer para pasarlo sobre los hombros de Epona.
—¿Qué pasa, Ragnar? —Celeste hizo su gran entrada triunfal—. ¿Es qué
tu amiguita no puede librar sus propias batallas?
Lo pensó por un momento, decirle que era muda o que no entendía el
lenguaje, aunque en realidad no lo sabía bien, quizás no fuera lo mejor, así
que prefirió no hacerlo, no quería mostrarla débil, mucho menos ante
aquellas arpías. Se limitó a tomarla de la mano y sacarla de ahí cuanto
antes.
De camino a la furgoneta se percató que sollozaba por lo bajo, al verla
así de consternada le supuso tanta ternura que, sin pensarlo, la envolvió
entre sus brazos, acariciando su cabello, tratando de consolarla.
—Todo estará bien, traerte aquí fue un error, siento que hayas tenido que
pasar por esto.
—He arruinado el vestido.
Ragnar se quedó sorprendido de escuchar aquella melodiosa y tímida
voz, la sujetó por los hombros observándola perplejo.
—¿Puedes hablar?, ¿me entiendes?, ¿por qué no me lo dijiste antes? Creí
que no podías hablar, o que eras extranjera y no me entendías...
Pero Epona no prestaba atención, pequeñas lágrimas corrían por sus
mejillas, consternada por haber arruinado el hermoso vestido de la madre de
Ragnar. Al verla así de triste dejó de hacer preguntas. Con cuidado levantó
su rostro, tomándola por el mentón, haciendo contacto con sus brillantes
ojos verdes.
—No te preocupes por lo que pasó.
—Era un recuerdo de tu madre. —Ragnar estaba maravillado por su voz,
que era justo como ella: perfecta.
La atrajo hacia él en un abrazo protector, para distraerla le preguntó.
—¿Por qué te acercaste a Prince Charming?
—Quería sanarlo —respondió, con el rostro enterrado en el pecho de
Ragnar, un lugar donde se sentía segura.
—Estoy trabajando en ello. —Eso pareció llamar su atención, se separó
de él para escucharle—. Mi padre decía que tenía el don de escuchar a los
caballos, aunque claro, él era mucho mejor de lo que yo soy.
—¿Y dónde está ahora?
—Murió cuando yo tenía 15 años. —Sonrió con amargura—. Desde
entonces mi madre y yo nos hicimos cargo del rancho y los caballos, pero
ella enfermó. Fue cuando todo comenzó a complicarse.
—¿Por qué? —La pregunta, formulada en aquel tono tan suave, removió
sentimientos en el interior de Ragnar.
—Los médicos no pudieron determinar lo que tenía, y lo catalogaron
como «una enfermedad extraña», lo que a menudo equivale a muchas
deudas y pocas opciones. Tuve que vender a la mitad de los caballos y dejar
de ayudar a otros más.
—Tú también necesitas ser sanado. —Epona posó su mano en la mejilla
de Ragnar, y él, siguiendo un impulso muy primario, no pudo retenerse, o
quizás no quiso hacerlo, y la besó.
Pero aquel era un beso distinto a cualquiera que Ragnar hubiese dado
antes; era tenue y tranquilo, era sanador y reconfortante, era como volver a
casa. Epona jamás había experimentado algo igual, quería abrazarlo,
fundirse bajo su piel, convertirse en un manto protector. Pero sobre todo,
deseaba que jamás terminara. Algo había nacido en su interior, algo que la
llenaba de calidez y ternura.
Ragnar se encontraba confundido, pues nunca antes había sentido lo que
en ese momento. Aquella mujer, con esos enormes ojos verdes y labios
rojos, le recordaban a alguien, solo que no conseguía descifrar a quien.
—¿Quién eres?
Epona deseaba responderle, estaba por hacerlo, pero entonces un
recuerdo llegó a su mente de manera tan inesperada que la dejó sin aire.
—Debo irme.
—¡No! Espera. —Ragnar salió corriendo tras ella.
Lo último que pudo ver, fue un par de faros brillantes aproximarse a gran
velocidad.

—¡Epona! Faltaste a las reglas sagradas al traerlo aquí.


—No podía dejar que muriera. —La diosa acariciaba con ternura el
rostro de Ragnar, el cual, a pesar de la situación, mostraba un ceño fruncido.
—Soluciona esto antes que cualquier otro te encuentre. —Le aconsejó
Belenus, Dios de la curación.
—Por favor, Belenus, ayúdalo.
El dios le lanzó una mirada de desaprobación, los humanos eran criaturas
efímeras en la tierra, su destino era perecer; ya fuera por edad, enfermedad
o algún accidente. Nunca, ningún dios, debía intervenir en ese ciclo natural.
Algo que Epona sabía perfectamente, pues al ser la encargada de guiar a las
almas hasta su siguiente morada, era muy consciente de las consecuencias,
podía conocer la historia de aquellos a quienes acompañaba, algo que casi
nunca hacía, no le gustaba sentir el sufrimiento por el que pasaban.
Por lo que aquella petición estaba completamente fuera de lugar.
Epona vio a Belenus con ojos implorantes, llenos de esperanzas y
anhelos.
—¿Quién es este humano? —preguntó el dios.
—Él es...

Ragnar dejó de sentir frío de pronto, y su corazón se llenó de calidez. No


había dolor o pesar en su alma, solo sosiego. Entre la bruma en su cabeza
una imagen empezó a tomar forma, haciéndose nítida; era la extraña a la
que rescató de aquella tormenta. Entonces un recuerdo se sobrepuso a otro y
otro más.
Desde la muerte de su padre, todo en el rancho Aiteall permaneció justo
como él lo dejó, y aunque ahora Ragnar era el nuevo dueño, jamás cambió
nada, ni siquiera aquella pintura de la diosa Epona colgada en la pared
dentro de la oficina en las caballerizas.
—Es la diosa protectora, mientras la honremos, ella nos protegerá. —Le
decía su padre cada vez que Ragnar preguntaba por qué conservaba aquella
pintura desgastada.
Por eso la extraña le resultaba tan familiar, era idéntica a la mujer en esa
pintura. ¡Imposible! Debía comprobarlo, solo que no sabía cómo salir de
ese lugar de oscuridad en el que se encontraba. Se concentró en la calidez
que iba extendiéndose desde su rostro hasta el resto de su cuerpo.
Unos enormes ojos verdes se abrieron paso entre la oscuridad, y poco a
poco aquel rostro fue iluminándose. Epona estaba frente a él, con lágrimas
derramándose por sus mejillas.
—¿Morí?
Ella negó con la cabeza.
—Tu cuerpo sigue en el plano humano, te traje aquí para que sanara tu
alma.
—Eres ella. —No era una pregunta, lo sabía, de alguna manera lo sabía.
Epona asintió, pues comprendía a lo que se refería.
—¿Cómo es posible? Eres una diosa.
—Soy la encargada de acompañar a las almas cuando dejan el plano
humano. Ahora lo recuerdo; ese día, cuando me encontraste en medio de la
tormenta, acababa de recolectar una para guiarla a su lugar de descanso. Sin
embargo, era oscura... y poderosa, todo se volvió negro y terminé ahí,
contigo.
Ragnar extendió su brazo para acariciarle el rostro, antes de hacer
contacto se detuvo, ¿le era permitido tocarla?
Epona se inclinó hasta él, sujetando su mano entre las suyas, colocándola
en su propia mejilla, deleitándose con el tacto. Sentía que una conexión se
había formado desde el momento que lo vio por primera vez, y estaba por
perderlo.
—Mostraste compasión y diste cobijo a un extraño, me ayudaste sin
saber quién era, incluso trataste de regresarme a mi hogar.
—Tengo miedo de haber faltado a alguna regla, alguna ley divina...
Ragnar se incorporó lentamente, sin romper el pequeño contacto entre
ambos.
—¿Qué tan rápido sopla el viento en tu corazón, Ragnar?
—No lo suficiente como para olvidarme de ti en cien vidas. Pero es lo
que pasará, ¿cierto? Me harás olvidar que te he conocido.
—Es lo que se supone que debo hacer, pero no quiero, mi corazón no me
lo permite. Quiero ser egoísta y dejarte con tus memorias, que no te olvides
de mí. Aunque... podrías quedarte aquí.
Epona se puso en pie para mostrarle el lugar, era un hermoso bosque,
con pasto verde brillante, enormes árboles y coloridas flores. Ragnar fue
hasta su lado, la sujetó por el rostro con ambas manos. Notó que ya no
llevaba aquella ropa humana estropeada, sino que un vestido verde de
alguna tela vaporosa la cubría por completo. Acarició su sedoso cabello, el
cual enmarcaba su figura perfecta.
—Debo regresar, mi lugar está en la tierra.
—¿Por qué? —preguntó llena de tristeza con grandes lágrimas cayendo
de sus ojos.
—Hay muchas personas que dependen de mí, del rancho, para poder
seguir adelante. Además, alguien tiene que cuidar de los caballos, ¿qué
pasará con Prince Charming? Nadie lo comprende como lo hago yo.
Epona dio un corto asentimiento, aquella explicación estaba llena de
sensatez, sabía que era lo correcto, pero eso no impedía que le doliera en lo
profundo del alma. El único sentimiento más fuerte que el amor es el de un
corazón roto.
—Te enviaré de regreso.
Ragnar se acercó para depositar un casto beso en sus labios, una
agridulce despedida.
—No puedes esconderte de mí, pequeña Epona. —Una atronadora voz
rompió aquel hermoso momento, llenando el bosque de maldad, haciendo
que Epona cayera al suelo, sujetándose la cabeza con fuerza, pues cada
palabra era como una descarga eléctrica que la recorría por dentro.
—Eres tú —dijo entre jadeos—. Eres esa alma.
Ragnar se apresuró a cubrirla con su cuerpo, no comprendía lo que le
ocurría a Epona, pues él no era capaz de sentir o escuchar nada.
—Gracias por mostrarme tu punto débil. El corazón de ese humano.
—¡NOOO!
Pero fue demasiado tarde, un rayo salió de algún lugar y donde antes
estaba Ragnar protegiéndola, ahora solo brillaba una pequeña esmeralda.
Aicitel Gama se describe así misma como una amante de la lectura,
apasionada por el cine.
Desde pequeña es una ávida lectora, incursionando en novelas
románticas desde hace apenas unos años, vive en Tampico Tamaulipas con
sus padres, su hermana, su bisabuela y dos mascotas a las que ella quiere,
pero ellos odian.
Incursiona en el mundo de la escritura gracias a la invitación de L.
RODRÍGUEZ dentro del grupo Chicas del Reiki animándose a escribir el
que será su primer relato. Y esperando poder algún día llegar a más.
Alguien sencilla, de carácter fuerte, que divide su tiempo entre su
familia, el trabajo y sus lecturas.
Aicitel Gama

DIOS EROS

—¿Hasta cuándo estarás ahí espiando a los humanos? —se escuchó una
voz tranquila mientras avanzaba hacia la ventana de donde se podía ver la
vida de los humanos.
—No molestes, Hades, ¿quién te dio permiso de entrar? —preguntó Eros
cortante sin voltear la mirada.
—Nadie, te recuerdo que soy un dios mayor y no necesito permiso para
entrar a donde yo quiera —contestó con una sonrisa de burla en su rostro.
—Ese es el problema con los dioses —dijo molesto—, creen que por
tener un gran poder tienen derecho a hacer lo que quieran, a jugar con las
vidas de los demás como les plazca —gritó perdiendo la paciencia.
—Tienes razón, nos gusta jugar con eso —confirmó mientras volteaba
lentamente a verlo—. ¿Por qué sigues así? ¿Por qué no vas y la buscas?
—Han pasado eones, no veo el caso de hacerlo, y a ti qué más te da lo
que haga.
—Me preocupa que descuides tu trabajo, la gente necesita de ti —afirmó
mientras le sonreía gentilmente.
—Como si en verdad te importara mi trabajo, lo que yo doy es una
ilusión, no es verdad, nada de lo que hago lo es —contestó triste mientras
fijaba su mirada en el horizonte.
—¿Que no es verdad? No me salgas con eso, mírame a mí, yo soy feliz
gracias a ti, tengo lo que tanto tiempo busqué y eso no es una ilusión, no te
atrevas a decir que es un espejismo —refutó molesto mientras lo tomaba de
los hombros.
—Lo siento, no quise decir eso, sé que lo que tú y Perséfone tienen es
verdadero, pero mírame, cómo puedo ser el “Dios del Amor” si ni siquiera
lo he encontrado para mí.
—Bien, eso es fácil de solucionar, tú eres él que no se ha animado a
buscarla, no a ella específicamente, pero ¿qué tal su reencarnación? Tiene
que estar ahí, esperando por ti, sufriendo igual que tú sufres por no
encontrar la felicidad.
—¿Y tú cómo sabes eso? La única forma de que me esté esperando es
bajo el hechizo de mi flecha, y yo nunca le lancé una, yo quería que me
quisiera por mí mismo, sin poderes de por medio, deseaba que descubriera
el verdadero amor confiando en mí.
Sintió que Hades se tensó a su lado.
—¿Qué hiciste? ¡¡contéstame!! —gritó perdiendo la paciencia y
tomándolo de su túnica.
Hades soltó un suspiro mientras cerraba sus ojos para contar una verdad
que llevaba tiempo guardando.
—Antes de que muriera fui a verla y la maldije, y antes de que te enojes
y quieras hacerme daño, déjame decirte que fue la única manera que
encontré para que la volvieras a ver. Ella estaba suplicando por ayuda a los
dioses y fui el único que atendió a su llamado junto con mi mujer. Ahí nos
dimos cuenta del gran amor que se tienen y que por orgullo de los dos
dejaron pasar, así que para conservar ese amor decidimos maldecirla hasta
que tú la encontraras nuevamente, pero en verdad nunca creímos que
tardaras tanto.
—¡Eso fue lo que hicieron! ¿Cómo se atrevieron? Tus maldiciones son
difíciles de romper, todos sabemos que no podemos jugar con eso, ¿cómo
siquiera pensaste que podría funcionar tu gran idea, oh poderoso Hades? —
dijo con sarcasmo mientras lo miraba levantando la ceja.
—Fácil, querido amigo, yo ayudé a poner esa maldición y créeme hay
una manera de romperla, y antes de que siquiera pase por tu mente que te
diga cuál es, dejame decirte que lo tienes que averiguar tú mismo, antes del
siguiente equinoccio de primavera, si es que no quieres esperar a que
renazca de nuevo y tener que volver a buscarla —dijo Perséfone mientras
entraba triunfante a la habitación tomando la mano de Hades, quien sonrió
con suficiencia al Dios del Amor. Él los observó impresionado por todo lo
que se atrevieron a hacer a sus espaldas.
—Ustedes dos, desde que encontraron el verdadero amor quieren que
todos los dioses lo encuentren —negó con la cabeza mientras se acercaba a
ellos—, y bien, díganme qué tengo que hacer. —La pareja sonrió con
suficiencia, pues Eros tenía un punto desde que descubrieron que el
verdadero amor puede llegar hasta los dioses y entrelazar sus vida por
siempre, como en su caso, y han querido que todos los demás también lo
hallen y qué mejor forma de empezar que haciendo que el Dios del Amor lo
encuentre primero.
—Solo una pista te daremos, ya está en ti entender su significado o
tomar otra forma de buscarla —contestó Perséfone mientras se dirigía a una
flecha para jugar con ella—, ¿en verdad jugabas a disparar esto a los
humanos para encontrar el verdadero amor…?
—Amor, te estás distrayendo, enfócate… —le recordó Hades.
—Cierto, aquí va la pista, una vez que salga de mis labios no la volverás
a escuchar así que presta atención a ella.
«En sus ojos lo sabrás,
diferente a las demás,
en ellos verás la verdad,
parecidos a ti los hallarás,
cuando la encuentres ella entenderá,
que el amor verdadero puede llegar,
cuando sientes que perdido todo está».
Diciendo esto, desapareció dejando tras ella una estela de humo negro,
mientras tanto, Hades soltó una carcajada que hizo retumbar las paredes.
—¿Ya terminaste de reír? ¿y por qué rayos tenía que irse de ese modo?
—interrogó con duda al Dios de la Muerte
—Vamos, ya la conoces, después de decirte la pista tenía que dar una
salida impactante; pero dime ¿entendiste lo que te quiso decir? —preguntó
intrigado
—Sí, lo entendí —sonrió mientras se cubría sus ojos—, ¿en verdad es así
como lo dijo? —preguntó dudoso, pues en verdad no creía que alguien
pudiera tener unos ojos parecidos a los suyos
—Así es y antes de que regrese te diré algo más, ella está sufriendo, cree
que el amor no es para ella y si no la encuentras antes del equinoccio,
cometerá una locura. Así que yo te sugiero que partas ahora mismo.
—Haré lo que esté en mis manos para encontrarla, pero el mundo es
grande, no te aseguro nada, igual, ya esperé mucho tiempo para verla y
pedirle perdón, unos años más no harán la diferencia —le dijo mientras se
acercaba a su ventana para ver cómo transcurría la vida en el mundo
humano.
—¡Oh, vamos, te haré las cosas más fáciles! Ella se encuentra en
Santorini.
—¡¡Hades!! Ya deja que trabaje un poco y desiste de darle pistas o tú lo
pasarás muy mal. —Se escuchó el grito de Perséfone .
—Eros, te dejo, mi mujer puede llegar a ser muy aterradora cuando se lo
propone —con esto último se desvaneció en una estela de humo negro—.
Suerte Eros y que encuentres lo que por siglos has buscado. —Fue lo último
que se escuchó antes de desaparecer por completo.
Eros se quedó pensando cómo haría para bajar con los humanos sin que
Afrodita se diera cuenta, pues sabía que no le agradaba la idea de que bajara
a la tierra. Después de todo, ningún dios lo había hecho y podía llegar a ser
complicado, ya que los humanos olvidaron por completo a los dioses. Y la
única forma de bajar es que lo pidan, que rueguen a Zeus para que lo
permita y así no romper su estúpida regla sobre dejar el Olimpo.
—Esto en verdad se está complicando demasiado. —Suspiró mientras
fijaba su mirada en el fuego de Hestia que desde donde estaba lo podía ver
y le daba la paz que necesitaba.
«Cuando un te amo salga de tus labios, todo se complicará,
pues las personas te dejarán,
a amar y confiar debes aprender,
pues los secretos daño pueden hacer,
cuando entiendas esto, el amor podrá vencer
y al fin feliz podrás ser.
El amor está donde menos lo esperas,
pero para encontrarlo y reconocerlo tu misma tienes que ser».
Abrió los ojos sobresaltada al escuchar estas palabras, otra vez el mismo
sueño con esa persona, pero ahora sí escuchó lo que le dijo.
—Ser yo misma para poder ser feliz, es lo más tonto que he escuchado,
yo siempre soy yo misma, aunque —se levantó corriendo de la cama y fue
al espejo del baño—, ¿cómo puedo ser yo misma con esto? —dijo mientras
recorría su cara con su mano para detenerse en su ojo derecho—. Nadie
tiene ojos así y todos me verán como un bicho raro, es algo que no estoy
dispuesta a aceptar —lo dijo mientras llevaba a su ojo una lentilla color azul
que hacía que sus ojos se vieran del mismo tono.
—Hoy es mi gran día, me casaré con el hombre que amo en un lugar
hermoso como lo es Santorini, debo admitir que estoy nerviosa, es la
relación más larga que he tenido, tanto así que estoy a punto de dar el gran
paso, espero y todo salga bien —comentó mientras se acercaba al vestido de
novia y acariciaba la suave tela.
Aunque seguía algo nerviosa por el sueño que había tenido, pues si bien
su novio demostró con creces que la amaba, y no perdía la oportunidad de
decírselo, fue ella la que apenas se lo dijo la noche anterior mientras él le
preguntaba si estaba segura de dar ese gran paso, ya que nunca le había
dicho un te amo. Y fue así como segura de sí, le dijo las palabras que por
tanto tiempo se había guardado en lo más hondo de su corazón, esas que
tenía tanto miedo de decir.
¿Cómo de ser tan feliz pasó a ser la persona más desdichada del mundo?
Estaba llegando a pensar que esas palabras que escuchó en su sueño eran
verdad. Y allí se encontraba haciendo un repaso mental de todo lo que había
vivido en el transcurso de su existencia, preguntándose si valía la pena
seguir con una vida que no estaba destinada a la felicidad. Con una vida en
donde el amor no tenía cabida, donde siempre se alejaban de ella aquellos a
los que amaba, ¿sería cierto que solo mostrándose tal cual era, y solo
confiando en la gente, podría ser feliz?
—Sabía que te podía encontrar aquí —dijo una voz en un tono
preocupado—, vamos, no estés triste, las cosas pasan por algo, quizás él no
era el indicado —comentó mientras se sentaba cerca de ella.
—¿Qué haces aquí, Grace? No tienes que preocuparte por mí, no estoy
tan triste como para cometer una locura —lo dijo tratando de formar una
sonrisa en sus labios, una que no alcanzaba a iluminar sus ojos—. ¿Sabes,
siempre me he preguntado qué hay de malo conmigo, por qué nadie lograba
interesarse en mí, por qué los hombres salían corriendo cuando la palabra
amor brotaba de mis labios? pero todo cambió cuando conocí a Ray —soltó
un suspiro mientras encogía sus piernas y apoyaba su rostro en sus rodillas
—. Pensé que con él se terminaría eso, que él nunca me dejaría, creí que por
fin formaría la familia que tanto he querido, ¿quieres que te cuente un
secreto? —Grace asintió mientras trataba de tomar su mano.
—Vámonos de aquí, está oscureciendo, todos están muy preocupados
por ti. Cuando lleguemos a casa, te quites el vestido y tomes un baño, me
podrás contar todo lo que quieras, anda, vamos —intentó hacer que se
pusiera de pie sin éxito alguno—. Está bien, te escucho, pero debes
prometerme que después de hablar nos iremos a casa. —Asintió mientras
tomaba aire para empezar a hablar.
—Antes de nada, promete que no te burlarás y me dejarás terminar todo
lo que tengo que decir —volteó a mirarla para ver cómo asentía con su
cabeza—. ¿Sabes, alguna vez he pensado que estoy maldita? —volteó
rápidamente para ver la expresión de sorpresa de su mejor amiga—, sé que
suena loco, pero antes de que digas algo quiero que me escuches, necesito
sacar esto que tengo dentro —la vio afirmar y continuó con su historia—:
sabes lo que mi nombre representa ¿verdad? Mis padres pensaron que si
llevaba un nombre con ese significado nunca faltaría el amor en mi vida,
qué equivocados estaban, pues es lo que siempre me ha faltado, cuando le
dije a mi papá te amo por primera vez, al siguiente día tomó sus cosas y se
fue para nunca más volver, fue la primera vez que pasó y no le tomé
importancia porque era una niña, pero conforme fui creciendo y los te amo
salían de mi boca veía cómo las personas se alejaban de mí, me engañaban,
o jugaban conmigo. Pero eso no es lo más sorprendente, hace unas noches
empecé a tener un sueño recurrente, es algo raro como si viera mi vida a
través de otra persona, me observó mientras moría y rogaba por consuelo
porque alguien se acercara a mí, rogaba que me permitieran verlo una vez
más.

—Pero, ¿ver a quién? ¿de qué estás hablando? —preguntó Grace un


tanto confundida.
—Eso es lo que no logro descifrar, sé que fue alguien muy importante en
mi vida, pero no recuerdo quién es o cómo es.
—Mira, no le tomes importancia, es como tú dices, un sueño. Estoy
segura de que no significa nada, y con respecto a lo otro, sinceramente es
una locura, ¿cómo crees que puedes estar maldita? Si ese fuera el caso yo
no estaría aquí contigo, porque sabes que te amo, eres mi mejor amiga y
nunca te dejaré sola, ahora vámonos, se hace tarde y la verdad yo me muero
de frío, ya mañana será otro día y con la mente fría podrás decidir qué hacer
con tu vida, recuerda que las cosas pasan por algo. —Sonrió mientras la
tomaba de la mano para iniciar el descenso del acantilado.

«Recuerda ser tu misma,


para el amor encontrar
y así feliz lograr ser».
Abrió los ojos sobresaltada, otra vez ese maldito sueño, esas palabras
que no la dejaban en paz.

«Invócalo, llámalo,
pídele a Zeus que te permita verlo,
sé que él atenderá tu llamado».
Se sobresaltó al escuchar una voz dentro de la habitación.
—¿Quién anda ahí? —prendió la luz para darse cuenta de que no había
nadie en la habitación.
—Creo que me estoy volviendo loca, ya escucho voces que me dicen
que lo invoque. ¿invocar a quién?
Se llevó las manos a la cabeza mientras trataba de recordar el sueño que
acaba de tener.
—Invocar, tengo que invocar a alguien, ¿a quién? ¿Cómo puedo invocar
a alguien? Debo de estar loca si en verdad estoy pensando en estas cosas.
Cerró sus ojos y soltó un profundo suspiro, eso era lo más loco que había
hecho en toda su vida. Como si decir: oh poderoso Zeus, tú que tienes el
poder, concédele el permiso para venir, para que esté conmigo, que
nuestros caminos se vuelvan a juntar, que me ayude a entender lo que me
pasa. Era una estupidez, como si en verdad los dioses existieran y acudieran
al llamado de los humanos. estoy perdiendo la cabeza. Se recostó en la
cama mientras el sueño la vencía nuevamente y se sumergía en un profundo
sueño donde imágenes del pasado la envolvían y no la dejaron descansar.
—Puedo sentir el llamado, me está invocando, es ella, estoy seguro, no
sé qué pasó, no sé cómo es esto posible, pero es lo que estaba esperando, es
mi oportunidad de bajar a la tierra para buscarla, de traerla conmigo para
ser feliz ahora que sé, que esto puede ser posible, que podemos tener una
eternidad para amarnos.
—Así que te han invocado —se escuchó una fuerte voz mientras un rayo
atravesaba la habitación
—¡Maldición, Zeus! ¿Es que nadie sabe usar las puertas en el Olimpo?
—Sabes que no es necesario, pero no vengo a hablar sobre las puertas y
tu obsesión por que las usemos, solo vengo a advertirte que no puedes pasar
demasiado tiempo con los humanos, pues el brillo que nos rige solo durará
oculto lo que ellos llaman tres meses, no debes mostrar tus poderes ante
nadie, y sobre todo…
—Lo sé, no debo revelar mi identidad a nadie pues pondré el Olimpo en
peligro —interrumpió Eros imitando la voz de Zeus.
—No te burles de mí, Eros —dijo mientras notaba una pequeña sonrisa
en sus labios —, sabes que me preocupo por todos ustedes, no me gustaría
que te pasara algo, es más, estoy seguro de que Afrodita sufriría un ataque
si se entera de que su dios favorito ha bajado a la tierra —sonrió
ampliamente—, no queremos que eso pase, ¿verdad?
—No, ella puede llegar a ser muy sobreprotectora. Regresando al tema,
¿cuándo me puedo ir?
—Se nota tu urgencia por bajar, en verdad quieres encontrarla pronto,
¿no es así? —vio cómo Eros se tensaba ante estas palabras—. Te
preguntarás cómo lo sé, pues qué te digo, soy Zeus, el regente del Olimpo,
el dios más poderoso que hay, no existe nada que yo no sepa —sonrió
sarcástico—, pero no te preocupes, nunca intervendré en las decisiones de
nadie, sabes que tanto Hades como yo, lo hemos encontrado.
—Sí, y ahora quieren que todos los demás lo encuentren —interrumpió
Eros con exasperación—. De haber sabido que actuarían así, nunca les
hubiera ayudado a encontrarlo.
—Vamos, hijo, no puedes hablar en serio, algún día te contaré mi
historia y entenderás que nada es tan fácil como parece, sí, me ayudaste a
encontrar el amor, pero créeme, no me has ayudado a mantener la llama
viva y eso lo sabes bien, ahora déjate de tanta habladuría, baja a la tierra y
encuéntrala, tráela al Olimpo y sé feliz, así podremos seguir buscando
pareja para los demás, se me ocurre que el siguiente puede ser Hermes,
¿qué dices? —fue lo último que comentó, pues desapareció en una estela de
rayos y humo.
—¡¿Es en serio?! —exclamó incrédulo al observar la salida pomposa de
Zeus—. ¡No puedo creer que ningún dios puede salir o entrar con
normalidad de alguna habitación! Bien, es hora de partir para comprobar si
en verdad estamos destinados a estar juntos.

«—Tienes que confiar en mí, no puedes encender la luz cuando yo venga


a visitarte, tienes que confiar, sabes que jamás te haría daño, pero no
puedes verme, aún no es tiempo, solo necesito dos meses, después de eso
podrás mirarme. Sabes que te amo, Psique.
—También te amo y confío en ti».

Abrió sus ojos lentamente, ¿es que acaso esos sueños no pararían jamás?
aunque este fue diferente, había alguien más, alguien que la llamaba Psique
decía que la amaba y que tenía que confiar en él. ¿Sería que era parte de una
vida pasada? Era estúpido lo que pensaba, como si en verdad existiera la
reencarnación, pero si se enfocaba en eso, si le servía para distraerse de ese
dolor que sentía, de esas ganas que tenía de terminar con esa vida, dejar de
sufrir y perderse en la oscuridad de su alma; si esos sueños servían para
algo, investigaría hasta saciar su sed por saber qué pasaba, así que tengo
que investigar y dejar de pensar en lo desdichada que era.
—Sí, eso tengo que hacer enfocarme en otras cosas. —Se levantó de la
cama para alistarse e ir a buscar la información que necesitaba y qué mejor
manera que en un museo.

Una vez allí, era cuestión de buscar, era fácil, tenía que encontrar a
alguien con los ojos como los suyos o al menos uno. Empezó a caminar,
maravillado de todo lo que se encontraba a su paso. En verdad, los humanos
habían avanzado sin ayuda de los dioses, pero a un paso demasiado lento, si
no se hubieran olvidado de las deidades sus vidas serían diferentes. Estaba
tan distraído que no se fijó y chocó con algo, o mejor dicho, con alguien
que soltó un grito mientras caía al piso, estiró su mano para tomarla por los
brazos y así evitar una caída aparatosa, carraspeó un poco para aclararse la
garganta mientras intentaba recordar su idioma.
«Dioses, debí pensar en esto antes de bajar, sé todas las lenguas, pero,
rayos, en el mundo hay tantas que no recuerdo cuál es el que hablan aquí».
—¿Puedes soltarme? —escuchó que le decían en un perfecto español, su
mirada se quedó clavada en la de ella.
—Lo siento mucho —susurró mientras la ayudaba a ponerse de pie.
—No se preocupe, venía distraída y no lo vi.
—Sí, yo también venía distraído. —Sonrió mientras miraba a todos lados
como buscando a alguien.
—Soy Ai.
«Amor, que bonito nombre tiene».
—Mi nombre es… —Se quedó pasmado en su sitio, otra cosa que no
pensó.
—Eros —escuchó que ella susurraba.
—¿Disculpa, qué has dicho?
—Tu cadena dice Eros ¿así te llamas? —inclinó la cabeza mientras lo
observaba con esos ojos de un azul intenso y sintió cómo su pecho se
contrajo por una emoción que hacía mucho no sentía.
—Sí, así me llamo.
—Es un nombre poco común, ¿no?
—¿Qué te digo? Mis padres eran amantes de los Dioses Griegos.
—Dejame adivinar, te pusieron Eros para que el amor no faltara en tu
vida.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó un tanto confundido.
—Mis padres tuvieron esa misma idea, por eso mi nombre —sonrió y
volvió a sentir esa punzada en su pecho ¿qué era aquello?
«¿Qué estoy sintiendo por ella?». «No es Psique, si fuera ella, sus ojos
me lo dirían, pero Ai tiene los ojos azules, tan azules como los mares que
Poseidón domina, pero si no es ella, ¿por qué siento como si la conociera de
antes?».
—Bueno, Eros, me dio gusto conocerte, pero voy rumbo al museo y se
me está haciendo tarde.
—¿Al museo? que coincidencia, yo iba justo para allá, ¿qué dices si nos
vamos juntos y así nos conocemos un poco más? —La vio asentir mientras
empezaban el camino al museo.
«No sé qué me pasa, ¿por qué me siento así? Es como si conociera a
Eros, me siento a gusto a su lado, pero no puedo distraerme de mi meta,
tengo que encontrar la verdad sobre esos sueños, necesito saber que está
pasando conmigo, si en verdad eso que pienso sobre la maldición es cierto o
simplemente no soy digna de merecer el amor. Y si eso es verdad ya no
tiene sentido que siga sufriendo por lo mismo».
—Llegamos. —Ai se sobresaltó al escuchar su voz, no se dio cuenta en
qué momento llegaron, se sentía tan a gusto con él, que ni siquiera se
percató del trayecto que recorrieron.
—¿Qué vienes a buscar aquí, Ai?
—Algo sobre una leyenda, estoy segura de que aquí puedo encontrar la
historia de alguien.
—Si, ¿de quién? si se puede saber, quizás yo te pueda ayudar. —«Pero
¿qué me pasa? por qué me ofrezco a ayudarla, tengo una meta, tengo que
encontrarla antes de que sea demasiado tarde».
—Sobre la leyenda de Psique, hace tiempo que quiero saber más de ella.
—mintió, pero es que no le podía decir que buscaba saber si ella formaba
parte de su pasado, estaba segura de que la vería como un bicho raro.
Eros se tensó al escuchar ese nombre, ¿qué tenía que ver Ai con Psique?,
¿acaso ella era el medio para llegar a su amor?
—Bien, dime ¿qué es lo que quieres saber?
—Nada en concreto, solo me dio curiosidad por saber más de su historia
—Se encogió de hombros, despreocupada.
—Por cierto ¿me puedes resolver una duda? —preguntó Eros antes de
ingresar al museo, ella afirmó—. ¿Cuánto falta para el equinoccio de
primavera?
—¡¿En verdad no lo sabes?! —Él negó con la cabeza, pues el tiempo en
el Olimpo no era igual que en la tierra.
—Es en tres días.
Eros se tensó al escucharla decir eso, solo tenía setenta y dos horas para
encontrarla, y no sabía por dónde empezar, al menos que volviera a rogar
por ayuda y estaba seguro de que no lo harán nuevamente, quizás, incluso la
primera vez fue un error.
«Maldito Hades, no pudo aparecer antes y decirme todo esto, me dio
muy poco tiempo para encontrarla y estoy seguro de que no lo lograré y
tendré que esperar por ella nuevamente».
—¿Entramos?
—Sí, claro, tengo curiosidad por saber qué dicen de ella —dijo Eros.
—Aquí está, veamos. Dice que Afrodita mandó a Eros —volteó a verlo
sonriendo con complicidad—. O sea a ti, a engañar a Psique.
«Esos dioses no respetaban a nadie, estoy segura de que algo malo debió
pasar».
—Vamos, continúa leyendo —pidió Eros.
—A ver, dice que ella rompió una promesa, lo vio a la cara haciendo que
él se decepcionara por romper lo pactado, ella, al descubrir de quien se
trataba le reclamó diciendo que la había traicionado al lanzarle una de sus
flechas. Esa palabras llenas de despecho lo hirieron haciendo que él se fuera
decepcionado y la regresara con su familia.
»Espera, ¿es en serio, la dejó solo porque le vio la cara? vamos es lo más
tonto que he leído en mi vida, en definitiva, esos dioses se… —volteó a
verlo y lo encontró concentrado en la leyenda.
—Esto está mal, él no la dejó por eso —dijo con tristeza mientras pasaba
su mano por la vitrina como si lograra tocar los pergaminos guardados con
mucho cuidado.
—¿Y tú cómo sabes que no es verdad? Era el Dios del Amor ¡por todos
los cielos! Él debió de haber jugado con ella, la engañó para tenerla con él,
porque era lo que ellos hacían.
—¡Te equivocas! —gritó perdiendo la paciencia—. Él la amaba más que
a nada en el mundo, él solo le pidió una cosa: que confiara, le solicitó
tiempo y ella rompió su promesa, confió más en la gente que le tenía
envidia, en lugar del que se supone era el amor de su vida —una lagrima
bajaba por su mejilla, en verdad esa historia le afectaba y no entendía por
qué sentía que algo se rompía dentro de ella al darse cuenta de todo lo que
estaba sufriendo, era como si lo estuviera viviendo justo en este momento.
—¿Por qué todos hablan de confianza cuando al amor se refieren? —
preguntó Ai a nadie en particular, pues en verdad no esperaba una respuesta
—Por qué sin la confianza, ¿qué queda? pues nada, no puedes amar a
alguien que te guarda secretos, no puedes estar con alguien que no se atreve
a ser sincero. La confianza es la clave para que el amor crezca, se
fortalezca, para afrontar los problemas dentro de la relación, si la pierdes es
muy difícil volver a ganarla y sobre todo, tienes que trabajar más fuerte
para reparar el daño que causaste, tienes que aprender a amarte tal cual eres
para poder amar a alguien más.
Ai se quedó en silencio al escuchar sus palabras, porque sabía que era
cierto todo lo que decía, sus palabras calaron en lo más profundo de su ser y
fue cuando lo comprendió, nunca sería capaz de tener el verdadero amor
porque nunca se mostraría tal cual era, jamás había dejado que nadie viera
su aspecto real y fue cuando todo cobró sentido, no era una maldición, era
la forma que tenía de alejar a la gente a su alrededor, era la culpable de
todo, era quien los alejaba con sus inseguridades por guardar tanto tiempo
ese secreto.
«Ahora más que nunca estoy segura de que en este mundo no hay
cavidad para alguien como yo, alguien que se niega a confiar en la gente».
Y es así, como llegó a una conclusión sobre lo que tenía que hacer.
—Lo siento, Eros, me tengo que ir, pero fue un placer conocerte.
—Igualmente, Ai, espero que algún día nuestros caminos se vuelvan a
juntar. —La vio asentir y tallar sus ojos, no entendía por qué lloraba.
—Hasta siempre, Eros —alzó su rostro mientras decía esas palabras y
entonces todo se detiene, el mundo de eros deja de girar.
«¡Es ella, no puedo creer que sea ella! y es que, al ver sus ojos, puedo
notar que uno es de un azul tan intenso como el mar, pero el otro es dorado
con un pequeño símbolo dentro de él». Antes de que pueda reaccionar, sale
corriendo, pero él tomó una decisión, no la perderá de nuevo, no otra vez y
sale corriendo para darle alcance.
«Vaya que es veloz, no puedo creer que alguien así pueda ser tan
rápida».
Eros observó que ella se dirigía hacia lo más alto de un acantilado y es
cuando comprendió las palabras de Hades, ella estaba sufriendo y había
decidido acabar con su vida. Corrió lo más rápido que puedo, deseando usar
sud poderes para detenerla, pero no pudo. La vio detenerse en la orilla y se
apresuró a ponerse cerca para no sobresaltarla ya que podía resbalar y caer.
Y en verdad no quería que nada le pasara.
—No lo hagas —es lo único que sale de sus labios—, por favor no
saltes, te necesito.
—Tú no lo entiendes, ya no puedo más, quiero dejar de sufrir, deseo
poder llegar a amar a alguien con tanta intensidad y que también me amen a
mí de esa manera.
—Ai, yo te amo de esa manera, por favor perdóname por tardar tanto en
encontrarte.
Ella volteó a verlo.
—¿Cómo puedes decir eso? Estás loco, no nos conocemos.
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, recuerda, por favor.
—Mira mis ojos, yo nunca te mentiría de esa manera. —Pudo notar el
momento en que los vio, unos ojos igual al suyo, dorados y con el símbolo
en medio—. Confía en mí, por favor.

—¿Crees que hacemos lo correcto al espiarlos?


—Shh… calla. No me quiero perder nada de esto, hemos estado
interviniendo en sus vidas desde hace mucho tiempo, tenemos derecho a
saber cómo terminará todo.
—Pues yo en verdad espero que bien, no me gustaría verlo sufrir
nuevamente
—Vamos, amor, qué tan difícil es tomarle la mando a alguien mientras
pronuncia: confío en ti, yo en verdad te tomaría la mano sin dudarlo.
—Lo sé amor, pero para ella es más difícil de lo que crees, creo que
tenemos que darle otro empujoncito para que tome su mano.
—¿Qué se te ocurre, Perséfone?
—Solo enviaré un poco de brisa que la relaje y hará bajar su guardia, así
estoy segura que tomará su mano, ella en verdad quiere confiar.
—¿Y bien? ¿cómo van?, ¿ya tomó su mano? —pronunció Zeuz una voz
como trueno.
—Maldición, hermano, ¿es que nunca dejarás de asustarnos de esa
manera?
—¿Y quitarle lo divertido a la vida? ¡Jamás! ¿Y bien?
—En eso está, solo tengo una duda ¿alguien le dijo cómo romper la
maldición?
Tanto Hades como Zeus voltearon a verla con la duda en su cara.
—Pero si tú nos dijiste que no lo hiciéramos —pronunciaron
asombrados.
—Bien, esto será doloroso para él —afirmaron mientras regresaban su
vista para ver si ella tomaba su mano.
—Confía en mí —repitió Eros—, por favor. —Mantenía mano extendida
esperando, rogando para que la tomara.
Una brisa suave los envolvió mientras ella veía a Eros con su mano
extendida esperando a que tomara una decisión
«Siento que puedo confiar en él, que puedo hacerlo».
Caminó lento mientras levantaba su mano para tomar la de él. Se acercó
lentamente y la agarró.
—Confío en ti, Eros.
Eso hizo que él sonriera de oreja a oreja, «¿cómo unas simples palabras
pueden hacerte inmensamente feliz?», y es cuando lo siente, la tierra
empezó a moverse, el piso bajo ella desapareciendo, entonces resbaló de su
mano y cayó. Eros se lanzó para tratar de atraparla, pero simplemente no
pudo hacer nada, la volvió a perder. Cuando estuvo junto a ella, la tomó en
sus brazos y entonces grito, lleno de dolor porque a pesar de todo no pudo
hacer nada para salvarla, gritó con la ira contenida, lleno de desesperación
porque pensó que podrían volver a estar juntos y lloró por los sueños que no
podrían hacer realidad.
—Perdóname, Ai no pude salvarte. —Besó su frente mientras se iba
desvaneciendo, pues si la persona que invoca a un dios, muere, el dios debe
regresar al Olimpo—. En esta tierra ya nada me ata. Hasta la siguiente vida,
mi amor —se despidió de ella mientras veía cómo su cuerpo quedaba entre
las rocas.

Tres pares de ojos vieron la escena con un sentimiento de tristeza, pues


si un dios sufre, todos lo hacen, más si es el Dios de Amor
—Bien, es nuestro turno de actuar.—dijo Hades. Los tres asintieron
mientras desaparecían junto con el cuerpo de Ai.
Caren Jessyca Vilca de Barba nació en la Cuidad de La Paz-Bolivia el 11
de Agosto del 1991, se graduó del Colegio Mayor San Pablo, a los cinco
años llego desde La Paz a Santa Cruz junto a toda su familia; sus padres
Fernando Vilca y Maria Luisa Aparicio, sus hermanos Luis Fernando y Ana
Luz buscando una mejor vida. Santa Cruz le dio todo y está agradecida con
la Tierra Cruceña.
Sus padres triunfaron personalmente y construyeron un hogar que cada
vez es más grande. A los 18 años se casó con su novio del colegio Alvaro
Gustavo Barba Justiniano el 20 de Marzo del 2010 y aunque no les ha sido
fácil su hogar es sólido y siguen aprendiendo el uno del otro cada día, el 11
de Noviembre del 2010 fueron bendecidos con su cielo bonito, Dabne
Camila Barba Vilca y el 11 de Septiembre del 2020 llegó a ellos su
campeón Ian Gustavo Barba Vilca que vino a demostrarles que el amor todo
lo puede.
Ama leer, pasa sus días entre la música y viendo sus series y películas.
Tiene un carácter fuerte pero a la vez es muy dulce, ama ayudar a los
demás. Es una persona querida y muy parlanchina (nunca se calla) siempre
está de aquí para allá con mucho en la cabeza por eso empezó a escribir ya
que tenía tanto y necesitaba plasmarlo en algún lugar, fue en la escritura que
encontró su pasión. Su primera obra literaria es la bilogía MIEDOS “Ojos
del mar”, un libro que la ayudó a superar sus propios miedos. El 2017
emprendió un camino de locura cuando empezó a escribir la Serie LOCO
AMOR, El juego de mi vida, un libro que la inspira muchísimo y el cual
adora escribir. El 2018 llegó a la luz Necesito más de ti, serie LOCO AMOR
2 y el 2019 Nunca es suficiente LOCO AMOR 3. Sus libros sin duda lo son
todo para ella.
Sus metas son ver a su hija convertirse en la mujer que ella quiera ser,
poder apoyarla y levantarla cuando se caiga, otra de sus metas es ver algún
día sus libros en librerías de Bolivia y poder llegar a viejitos con su esposo.
No es de extrañar que tenga cantantes y grupos favoritos ya que ama la
música que a su vez son su fuente de mayor inspiración así que aquí va una
breve lista; Gloria Trevi, Lady Gaga, Adam Lambert, Fall Out Boy y 30
seconds to mars, ella tiene una canción para todo, tanto para sus libros
como para algún importante recuerdo que le han marcado.
Facebook: Jessyca Vilca Aparicio
Instagram: @jessy.1108
Correo: [email protected]
Jessyca Vilca Aparicio

UN AMOR A PRUEBA DE FUEGO

Prólogo

—Debes encontrar una pareja, al menos una concubina, las ninfas están
bien para pasar el rato, pero tú necesitas más. Estás siempre solo en ese
lugar tétrico. —Calmado escuché cómo, Afrodita, me daba el mismo
sermón de siempre.
Para aquel entonces yo era ignorante ante el destino que me llegaría poco
después de aquella plática que tuve con la Diosa de la belleza.
¿Cómo podría yo saberlo?
¿Cómo podría saber que la encontraría esa cálida mañana?
¿Que mi destino era andar junto a ella, así me enfrentara al Olimpo
mismo para conseguirlo?
Nadie podía saberlo y ciertamente yo no iba a ser la excepción.
Viendo en retrospectiva, parecía un total imbécil caminando entre los
mundos sin preocupación alguna, sin importarme nadie, sin siquiera sentir
una mínima empatía por alguien que no fuera yo mismo.
¿Quién podía esperar algo diferente del Rey del Inframundo, del Dios de
los Muertos, de alguien que pasa sus días con las almas perdidas?
Después de todo, ¿qué mujer en su sano juicio, sea mortal o diosa,
hubiera querido estar conmigo en mi reino?
Aquí no hay nada más que desolación, bueno, al menos así es la mitad
del año. Porque cuando está ella… la luz que irradia su sonrisa es
equivalente a dos soles, al menos así lo siento yo y pronto llegará, pronto
estaremos otra vez juntos y con esto el orden será restaurado. Si hay algo
que odio es el trato que tengo con su manipuladora madre que dejó la tierra
infértil cuando mi pajarillo no quiso irse con ella.
—Debes dejarla, Hades —amenaza Zeus con su imponente voz y ojos
fríos, al ver a una de sus hijas de mi mano.
—No lo haré, ella pertenece a mi lado.
—Mi niña, debes volver conmigo… —solloza Deméter suplicando a
Perséfone volver, pero ella ya no era la misma que conoció.
La hice mía y ella convirtió mi mundo en el suyo.
—No puedes tenerla contigo en contra de su voluntad—Zeus se levanta
de su silla poderosa y me mira con desprecio.
—Estoy con Hades porque deseo hacerlo. Soy su reina, no su prisionera
como aseguran. Él me salvó, me cuidó y me protegió de ella —dice
mirando a la diosa Hera, a un lado en la sala del Olimpo.
Hera sonríe mirándola con desprecio y desdén.
—No puedo, Zeus. No estoy dispuesta a entregar a mi hija a él.
—Y matarás a cada mortal de la tierra por ello, ya nos quedó claro,
Deméter. —La enfrento diciendo la verdad que, al parecer, nadie quiere
decir.
—Sí. Su lugar está al lado de su madre, o sea yo.
—Mi lugar es al lado de mi esposo. Ya no soy una niña a la que puedes
controlar y manipular a tu antojo. Amo a Hades, acéptalo, vive con ello,
madre.
Cinco meses a mi lado habían cambiado para siempre a mi dulce
pajarillo.
—Devuélvela, Zeus, o todo sufrirán —amenaza llena de furia.
—¡Basta! Deméter debes darme una tregua. ¿Qué no ves que no podrás
separarlos? Se casaron, están juntos. Nos guste o no, ella tomó su decisión.
—Pues yo no lo acepto. Secaré la tierra misma desde sus entrañas si no
vuelve a mi lado.
—¡No! Nadie más debe morir por mi causa, si lo que quiere es que esté
con usted, madre —enfatiza esa última palabra con rabia—, lo haré, iré,
pero esto será en contra de mi voluntad. Tú eres mi raptora, no Hades, no
mi amor, nunca él.
Aprieta mi mano con fuerza y yo beso su hombro absorbiendo su aroma.
La amo tanto que duele. Sé que esto carcome su ser, ver morir a personas y
a sus plantas tan adoradas por su causa, por nuestro amor la están
desgastando y como prometí, aceptaré lo que ella quiera. Ella es libre.
—¿Cuántas semillas de granada comiste? —pregunta Zeus.
—Seis.
—Entonces así se hará. Perséfone debe permanecer seis meses en el
inframundo por cada semilla que comió y los otros seis meses del año
restantes con su madre, así está en ese tiempo de dicha y gozo para su
corazón, curará la tierra y las flores renacerán, y así todo estará en
perfecto equilibrio. Los mortales tendrán tiempo de guardar sus cultivos
para los días de tristezas de la diosa Deméter.
—Bien madre, usted ganó, pero no espere nada más de mí porque me
está privando de mi amor la mitad del año.
Los recuerdos de aquellos días siempre me invaden y más cuando la
espera es tan larga, pero ella me eligió y eso para mi corazón lo es todo.
Mi mujer. Mi reina y solo mía.
Seis meses al año debo compartirla. Seis malditos meses en los que
quiero matar a Deméter cada día, pero ese es el orden de las cosas y yo
debo respetarlo.
Me hundo una vez más en mi sillón mientras el juicio de los mortales
continúa. La ventaja de los dioses es que nosotros no seremos juzgados
aquí, nosotros no cruzaremos con mi barquero. Aquí o eres bueno para los
Campos de Asfódelos, donde mi reina es feliz; o eres malo para ir al
Tártaro; o te esforzaste en tu vida y fuiste virtuoso, heroico o bendito para ir
al Elíseo. La elección siempre es de los mortales, pero a ellos les encanta
atribuírselo a fuerzas externas, los dioses nunca nos entrometemos con
ellos, pero se nos atribuye tanto si les va bien o como si les va mal.
Su aroma a flores invade mis fosas nasales, lavanda, rosas, incluso
girasol. Mi Diosa ha vuelto. Miro a Éaco, me levanto y camino hasta él.
—Ha vuelto la señora —declara haciendo callar al mortal que trata de
persuadirlo de su castigo.
—Así es, me iré por una semana.
—Está bien, señor, si lo necesito se lo haré saber.
Cuando estoy a punto de caminar, veo al mortal caer a mis pies.
—Hades, mi Dios, siempre le he profesado devoción, por favor tenga
compasión conmigo.
—Quita tus sucias manos de mí y hazte el grandísimo favor de asumir lo
que has hecho con tu patética vida.
—Fui bueno, fui justo, hay quien diría que fui hasta su héroe.
—¿Crees que te mereces el Elíseo? Arrogante mortal. Mataste a un
hombre inocente por codicia, entre muchas otras cosas.
—Él me debía ese dinero.
—¡Él te pagó ese dinero cuando te llevaste sus cosechas y dejaste a su
familia morir de hambre en el invierno! —El fuego en mis manos
rápidamente se extiende por todo mi cuerpo.
Sueno mi bastón tres veces en la dura roca y el suelo a mis pies retumba.
—¿Escuchas eso? Son las almas atormentadas que te esperan. —Un solo
movimiento de mi bastón basta para que el maldito desaparezca de mi vista
y me voy con la promesa de una semana entera en los brazos de mi amada
Perséfone.

CAPÍTULO 1

Dejo a la ninfa en el borde del río y sigo mi camino por el bosque verde.
Helios apenas sale dando la bienvenida a un nuevo día. Miro a los cielos
sabiendo que él todo lo ve y no me visto con prenda alguna, en su lugar
vago desnudo por los frondosos árboles.
Tuve una noche sinigual, no hay nadie como las ninfas para complacer a
un dios, los mortales no suelen tener sus destrezas y habilidades, aún están
arraigados en sus viejas costumbres. El sexo ante sus ojos es pecaminoso,
para nosotros los dioses es natural y normal, incluso si estás casado puedes
copular con quien quieras mientras nunca repitas, son las reglas que Zeus
impuso, pero hay excepciones también entre nosotros, como Atenea y
Artemisa que se niegan a entregarse a los placeres de ser dioses, ellas aún
son virginales y castas. Simplemente no las entiendo.
—Hola, Hades —saluda la pelirroja y hermosa Afrodita.
—¿Qué haces aquí? —inquiero besando su mano.
Su mirada inquieta escudriña mi cuerpo y yo hago lo mismo con ella.
—Pasaba por el claro cuando te vi. —Mira a su derecha y soy consciente
de más allá, donde el sol resplandece y las flores parecen danzar con la
brisa.
—Tu esposo llegará pronto a casa.
—Lo sé, estoy volviendo a sus brazos de hecho. Ten un buen día, Hades
—se despide y con ello la brisa trae un nuevo aroma a mí—, y recuerda:
debes encontrar una pareja, al menos una concubina, las ninfas están bien
para pasar el rato, pero tú necesitas más. Estás siempre solo en ese lugar
tétrico. —Calmado escucho cómo, Afrodita, me da el mismo sermón de
siempre para luego perderse entre las hojas que trae el viento de la mañana.
—Hola, hermosas blanquitas… así las llamaré desde ahora. —Escucho
no muy lejos su dulce voz y de pronto una risa cantarina—. ¿Quién está
ahí? —pregunta asustada. Me busca entre los árboles.
Llamo a mi bastón y este aparece en mi mano, un toque en el suelo y mis
ropas aparecen en mi cuerpo. Ahora, completamente vestido, me dispongo a
salir de entre las sombras para poder verla mejor.
¿Quién es ella?
¿Quién es la poseedora de tanta belleza y de ese aroma tan… suyo?
Apoyo mi mano en un árbol cuando el sol topa con sus cabellos y estos
brillan como si de oro se tratara. Su piel pálida, sus labios rojos y carnosos,
sus ojos dos mares profundos, pero en calma… ella es la calma misma,
puedo jurar que es la personificación de la paz y debajo de esa fina tela
blanca puedo verla perfectamente, ¡por los Dioses! Sus pezones rosas y
erectos. Tan inocente. Tan pura. Tan perfecta.
Embelesado doy un traspié y me precipito al suelo. Ella corre hasta mí
dejando caer las flores que recogía en su regazo.
—Oh, mi señor, ¿se ha lastimado? —pregunta mirándome una y otra
vez.
La miro sin entender por qué no huye de mí. Generalmente los mortales
lo hacen cuando me ven. Una ninfa no es y una diosa tampoco, o si no yo la
conocería. ¿Quién es ella?
—Estoy bien, mi señorita. —Se sonroja y oculta su vergüenza tras sus
cabellos ondulados—. No tiene por qué sentir vergüenza conmigo. Déjeme
decirle que se ve hermosa con ese color en sus mejillas.
Me acomodo y me siento en la hierba verde mientras la veo
avergonzarse un poco más por mis palabras dichas. Sacudo mis manos para
quitar la tierra o hierba que pudiera tener por mi torpeza y luego coloco mi
bastón a un costado.
—Gracias, mi señor, pero me temo que me está usted mintiendo.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Sus manos —confiesa para luego arrancar un pedazo de tela de su
vestido y envolverlo en la herida que no sabía que tenía. En unos segundos
ya no estará allí, pero ella no tiene por qué saberlo—. Puedo hacerle un
cataplasma con flores y mañana estará como nuevo.
—Tú no sabes quién soy —murmuro en voz alta.
—¿Qué dijo, mi señor?
—Nada, dulce pajarillo —matizo en mi última palabra.
A eso me recuerda la joven, a un ave blanca, pura y hermosa, también
me atrevo a decir que hasta inalcanzable. Como las estrellas el firmamento.
—¿Qué haces aquí sola, pajarillo?
—¿No es predecible acaso? —Se acomoda a mi lado, sus pies pequeños
y descalzos se entierran en la hierba y esta goza de su textura, hasta juro
que de su aroma—. Recogía flores para llevárselas a mi madre.
—Nunca antes te había visto por aquí.
—Mis amigas, las ninfas, me contaron de este lugar, dijeron que aquí
cerca hay un río donde se reúnen y que en este claro florecen las mejores
flores.
Ella conoce a las ninfas. No es ignorante del Olimpo después de todo.
—¿Cómo te llamas, pajarillo?
—Perséfone, soy hija de Deméter y Zeus.
—Y te mantuvieron oculta del Olimpo. —Tomo la flor que está a punto
de caerse de su pelo y lo coloco por encima de su oreja. Mi tacto en su piel
sedosa y suave, se estremece, su cuerpo reacciona igual y ríe mirándome de
reojo.
—Usted, mi señor, es el Dios de los muertos. Hades.
Nunca mi nombre me había gustado tanto como cuando ha salido de su
pequeña boca, de esos labios rojo sangre.
—Entonces me conoces.
—He escuchado de usted y de lo que hace en este lugar. Los mortales le
temen. Los dioses lo respetan.
—Deben hacerlo. Tú misma lo dijiste, soy Hades.
—¿De verdad usted se lleva las almas, mi señor?
—¿Me ves con una bolsa de almas? —pregunto guiñándole.
—No, pero debía preguntar. A mi madre no le gusta hablar mucho de sus
hermanos y los otros dioses.
—Mi dulce hermana no cree a nadie digno de ser honrado con su
presencia.
—Quisiera algún día ir allí —admite mirando a los cielos.
—El Olimpo no es tan maravilloso como crees.
—¿Y el inframundo? ¿Es como lo describen los mortales?
—Mis dominios tampoco son lo que te contaron.
—También quiero conocer esas tierras.
—Allá no es como aquí arriba. Hay desolación. Almas perdidas, fuego y
mucho llanto.
—Bueno, igual quisiera conocerlo, si es que alguien quisiera llevarme
allí algún día, mi señor. —Se remueve en su sitio y nuestros cuerpos se
tocan por unos segundos, en los cuales ambos nos vemos a los ojos—. Debo
irme.
Se aleja privándome de su cuerpo, de su calidez.
—No, por favor, quédate… —Tomo su mano instintivamente.
—Mi madre me está buscando, pero puedo volver mañana a la misma
hora.
Su sonrisa inocente me cautiva y sin poder evitarlo acepto.
—Me haría muy feliz eso. Me gusta tu presencia, tu compañía.
—A mí también, mi señor.
Me levanto aún con su delgada mano en la mía, le doy un pequeño beso
en sus nudillos y ella se pone tensa, luego, de la nada, me devuelve el gesto,
pero en la mejilla y sale corriendo entre las flores.
—Hasta mañana, pajarillo.
La veo perderse entre los árboles, dando pequeños saltos. Sonrío
mirando mi mano vendada. La desenvuelvo y me complace encontrar una
pequeña flor cubierta con mi sangre. Invoco mi bastón, una vez en mi mano
golpeo la tierra y esta se abre para mí. Sostengo con fuerza mi pequeña
margarita manchada y con ella entro a mi reino.
En la puerta, como siempre, se encuentra Cerbero custodiando todo. Al
verme mueve su cola y corre hasta mí. Acaricio sus tres cabezas y este,
inquieto, me sigue hasta que llego a mi trono. Una vez allí abro mi mano y
veo a la pequeña flor marchitarse.
—¡Moiras, vengan ante mí! —llamo por las hermanas.
—Hades, nuestro rey —saludan haciéndome reverencia.
Las tres igual de hermosas, las tres igual de perversas, las tres igual de
temibles. Vestidas de rojo ven curiosas mi mano, con sonrisas en sus labios
y en su mente mil destinos.
—¿Por qué la flor ha muerto? —dice una de ella mirando a la otras.
—Porque lo que tiene que pasar, pasara.
—Y en efecto está pasando ahora mismo —hablan una desde de la otra.
—Su pequeño pajarillo, como la flor, no puede vivir aquí. A menos
que… —Sonríe para sus hermanas.
—Habla de una vez —exijo.
—A menos que coma esto —vocifera la tercera hermana entregándome
una granada madura—. Crece en sus dominios en Elíseo y una vez que lo
coma no podrá salir de aquí.
—Lo que tiene que pasar, está pasando —afirman las tres hermanas en
coro para luego desaparecer.
Si no supiera que ellas son el mismo destino, las consideraría dementes.
Algo está pasando como ellas lo predicen, algo grande.
Perséfone.

CAPÍTULO 2

Miro impaciente la fiesta que hay a mi alrededor sin importarme lo que


pasa realmente. Necesito irme cuanto antes, pronto amanecerá.
—¿En qué tanto piensas, hermano? —pregunta Hera tomando su copa de
vino.
—Tengo tareas que hacer.
—Nunca te vi preocupado por ello antes. No será que es algo más…
—Hera, guarda tu veneno para otro, que hoy no estoy de humor para
lidiar contigo.
—Solo digo que se te ha visto por el claro de las ninfas en compañía
de…
—¡Calla!
—Es una bastarda y sabes perfectamente lo que hago con ellas.
¿Acaso se atrevió a amenazar a Perséfone?
Mis dedos empiezan a formar fuego como siempre suelen hacerlo
cuando mi humor es colmado.
—No sería prudente que amenaces a nadie hoy en mi presencia.
—¿Por qué? No es más que una bastarda que me escondieron bastante
bien, de hecho, te debo las gracias por hacerla notar ante mí.
—No te atrevas a ponerle una mano encima.
—Que no se te olvide dónde estás, quién soy y por favor controla tu
fuego.
Cuando termina de hablar, recién veo que mi cuerpo empieza a prenderse
en llamas. Los dioses a mi alrededor me ven esperando lo peor. No puedo
perder el control otra vez. Zeus es nuestro rey y yo por fin estoy en paz con
ello.
—Permiso —me despido y salgo de la fiesta justo cuando el primer rayo
de sol cruza el horizonte.
Pongo mis pies en el césped y escucho unos pasos detrás de mí. Me doy
la vuelta esperando verla por fin, tremenda sorpresa me doy cuando no es a
quien yo esperaba.
—Sé que no soy a quien esperabas.
—Helios. ¿Qué haces aquí?
—Tenía que verlo con mis propios ojos.
—Tú todo lo ves —digo para luego abrazarlo a modo de saludo.
—Debo advertirte, Deméter empieza a sospechar.
—¿Cómo es eso posible?
—Me ha visitado ayer y me preguntó por su hija, y por qué sonríe tanto.
—¿Le dijiste? —pregunto cuando su aroma llega a mí.
—No podría hacerte eso a ti. Eres mi amigo.
—Gracias.
—Ten cuidado, están tramando hilos de la traición en torno a la joven
Perséfone.
—Yo la protegeré. No te preocupes.
Con una sonrisa lo veo irse con el viento, al sol, donde él habita.
—Mi buen señor.
—Solo mi pajarillo puede considerarme bueno.
—Lo es, conmigo así es; cortés y digno. Mi buen señor.
—Aún eres inocente, pajarillo.
—Sé que lideró una revuelta contra Zeus por el poder del Olimpo.
—Así es, también debes saber que perdí dicha revuelta.
—Pero nadie se atrevió a ir contra Zeus antes —concluye decidida.
—Perséfone. Perséfone. Tan inocente.
Su vestido se mueve con el viento cuando siento el peligro asomarse.
Hera. Me doy la vuelta decidido a enfrentar el peligro, pero este nunca
llega. Estamos siendo espiados. No podemos estar aquí.
—¿Qué sucede? —indaga aferrándose a mi cuerpo cuando el cielo se
oscurece.
—No lo sé, pero no estás segura aquí. —Mi bastón toca el suelo y la
tierra se abre—. Ven conmigo.
—El inframundo. ¿Cómo puedo ir a tus dominios si aún no he muerto?
—Conmigo a mi lado podrás cruzar el umbral entre la vida y la muerte,
no es permanente. No te preocupes.
Le extiendo mi mano y esta acepta sin pensarlo, el color de nuestras
manos juntas es casi parecido. Ella no parece estar tanto tiempo al sol como
para amar tanto las flores como lo hace. Las flores en su cabello se
marchitan en cuanto cruzamos mis dominios.
De pronto, un rayo cae justo cuando la tierra abierta por donde entramos
termina de cerrarse. El grito de Perséfone retumba en mis oídos.
—¿Qué sucede? —dice soltando mi abrazo sacándose las flores de su
pelo.
—Aquí solo hay muerte y como tal todo lo vivo muere al entrar aquí.
Así nos aseguramos de que ningún mortal o inmortal quiera entrar para
salvar a un alma perdida.
—La flor que puse en su mano, mi señor —inquiere con la mirada triste.
—También murió. Lo siento, Perséfone.
—No importa. Ahora estoy segura aquí —concluye dándome un beso en
la mejilla.
—Señor, disculpe, requieren de su presencia —anuncia una de las almas
malditas que me sirven de ayudante.
—Quien sea puede esperar. Ahora estoy ocupado.
—Sí señor.
—Ese hombre da miedo —comenta Perséfone uniéndose a mi brazo una
vez más.
—Es un alma perdida que eligió servirme en lugar de pasar su tiempo en
el Tártaro sufriendo su condena.
—Ohhh.
—Antes era un hombre vanidoso, rico y poderoso, aquí es uno más de
mis esclavos, no es nadie, menos que nadie, con los años ha olvidado su
propio nombre.
—Pensé que las almas no podían pudrirse, pero ese hombre.
—Es el reflejo de lo que fue en vida. Un despojo humano.
—¿Cómo son los Campos Elíseos?
—¿Quieres conocerlos?
—Claro que sí, mi buen señor.
—Te enseñaré todo, Perséfone, iremos con el barquero primero, quiero
que veas cómo cruzan las almas hasta aquí y cómo es su recorrido hasta su
descanso final.
—¡¡Sí!! —exclama emocionada dando saltitos, de pronto veo sus pies
descalzos y comprendo que si no usa la ropa adecuada puedo perderla entre
las almas.
—Antes de darte todo el recorrido, pequeño pajarillo, necesito que
vengas a mis aposentos…
—¿A tu casa?
¿Mi casa? ¿Será ese lugar de dolor y tormento mi hogar? No, claro que
no.
—Es el lugar donde duermo, no puedo decirte que es mi hogar.
—Bueno, pero en algún punto lo tendrás y quiero ser yo quien lo elija.
—Todo lo que quieras, mi pajarillo.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Y si pido un beso de mi buen señor…?
—¿Por qué quieres besarme, Perséfone? —pregunto acariciando su
mejilla sonrojada.
—Porque… —Se remueve nerviosa.
—No me llames señor, ciertamente soy mayor que tú, pajarillo, pero ya
que has dicho que quieres que te bese no sería conveniente que me sigas
llamando de esa manera.
—Está bien… mi… Hades. Me gusta cómo suena.
—A mí me encanta cuando lo dices, pero dime por qué quieres ser
besada por el Dios de los Muertos.
—Tal vez así pueda quedarme para siempre aquí.
—¿Por qué quisieras quedarte en un lugar así? ¿En un lugar donde no
crecen tus flores amadas?
Tomo su mano y la guío hasta mis aposentos. La enorme construcción de
piedras negras se alza en medio de una isla, rodeada de lava ardiente.
Dragones de piedra custodian la entrada y almas errantes se esconden en las
sombras, lamentándose sus vidas pasadas.
—Me gusta el negro.
—Quién lo diría en una niña que solo viste blanco pulcro y de pies
descalzos.
—En el prado de mi madre no necesito nada más. No hay nadie cerca y
el sol es demasiado para vestir algo más. Aquí es prácticamente igual.
Puedo verme viviendo aquí.
Los pasos de Cerbero se sienten y antes de que yo pueda detenerlo se
abalanza sobre Perséfone, ella lo ve y sonríe y las tres cabezas empiezan a
lamerla, junto a él, parece pequeña, para las cabezas la chica no sería nada
más que el desayuno matutino. Acaricia cada cabeza con ternura y él mueve
la cola, inquieto. Mi perro, el guardián del inframundo, nunca antes se había
portado así.
«Lo que tiene que pasar, está pasando».
Retumban en mis oídos las voces de las Moiras junto a su cruel risa.
—¿Quién es mi buen chico? —pregunta ella llamándolo y este responde
sentándose en total sumisión.
—Una vez Zeus vino hasta mí. Cerbero trató de devorarlo. No es
amistoso con nadie, excepto conmigo, claro está.
—Y ahora conmigo. —Toma la cabeza del medio haciéndole caras
tiernas, él se tumba, pero se acomoda de tal manera que la hace caer en su
espalda. Ella ríe a carcajadas.
—Creo que quiere que lo montes.
—¿Es posible eso?
—Nunca antes lo he visto, pero él lo quiere.
Perséfone me extiende su mano y la ayudo con la tarea de montar al gran
perro. Se sostiene de su pelaje mientras que el animal toma su posición de
perro guardián, muestra sus dientes a las sombras a lo lejos y luego me mira
sacando sus lenguas.
—¿Sí puede?
—Claro que sí y será mejor porque cruzar el puente sería doloroso para
tus pies descalzos —informo viéndola.
Sonrientes cruzamos dicha travesía y una vez en la puerta de madera
negra, estas se abren de golpe dándonos la bienvenida. El gran candelabro
de velas colgado en lo alto del recibidor se prende y Perséfone mira todo
maravillada, mientras se baja del animal.
—Pieles… —dice tocando todo a su paso mientras me sigue a mi
habitación en la planta alta.
Abro la puerta y la cama con dosel roja nos recibe expectante. Si de otra
mujer se tratara, ya estuviera rogando mis caricias en esa cama.
—¡Wow! ¿Puedo? —pregunta con los ojos bien abiertos esperando mi
señal para tumbarse en la cama roja.
—Claro que sí.
Sostiene su vestido sobre sus rodillas y preparada corre para tumbarse en
la cama con los brazos abiertos.
—Es enorme. Aquí fácilmente caben diez personas.
«Hasta quince en una orgía bien planeada».
Sostiene sus cabellos en lo alto y estos brillan a la luz del fuego.
—¿Por qué me trajiste aquí?
—Porque puedes hacerte daño si no te doy un calzado adecuado para
recorrer el inframundo.
—Soy una diosa al igual que tú. No puedo hacerme daño real a menos
que sea en manos de otro dios y sé que tú nunca me dañarías.
—Así es, pero hay quien quiere hacerte daño y tiene espías hasta en mis
dominios.
Saco de mi cajón de noche un carbón junto a cuatro monedas. Ella me ve
atenta y en mis manos empiezo a conjurar un pendiente del carbón de mis
dominios y de las monedas con las que pagaron al barquero hago una fina
cadena. Uno cada pieza y cuando está lista la aprieto fuerte en mi mano,
dándole un soplo de mi aliento termino con mi ritual.
Camino hasta ella y esta se pone de pie ante mí.
—Con esto podrás caminar oculta, serás para todos parte de mis
dominios, serás yo en persona. Mi reflejo eres tú. —Se da la vuelta
sosteniendo sus cabellos en lo alto. Toco su piel desnuda y ella me mira de
lado.
Tan sensual, tan inocente, tan Perséfone.
Pongo el collar en su cuello y me burlo de mi hermana, Deméter, que
trata de buscarla desesperadamente. Le doy un beso en su hombro y ella
deja escapar un suave gemido.

CAPÍTULO 3
Sentados en la pequeña embarcación recorremos el Aqueronte junto a
Caronte. Perséfone parece a gusto, puedo decir que está en su elemento. Ni
yo me adapté tan rápido la primera vez a este lugar y aquí está ella
desafiando toda probabilidad, sin temor a lo desconocido, a las almas y
demás.
—¿Estamos cerca de los campos?
—Sí, dejé eso último para ti. Muero porque los veas.
Sonriente empieza a tararear una canción mientras somos llevados por
las aguas.
—¿Eso es una planta? ¿Es eso posible?
—Esas son granadas. Aquí en los Campos Elíseos, es posible sembrar
vida.
—¿Aquí puedo sembrar mis flores? —pregunta inquieta mientras
Caronte se acomoda para que podamos bajar de su navío.
—Nunca lo intenté.
—¿Por qué?
—Supongo porque no había una Perséfone en mi vida antes.
—Bueno, ahora se hará. Quiero sembrar mil cosas.
Pone se sus pies en el suelo y cierra los ojos mientras en el campo verde
donde las almas benditas habitan por la eternidad, empiezan a florecer rosas
blancas.
—¿Qué hiciste?
—Dijiste que aquí puedo todo, bueno, le puse un poco de blanco al verde
de los Elíseos. —Se estira y bosteza con fuerza—. Tengo sueño.
—No, no, no… debemos irnos, pensé que tendríamos más tiempo. Debo
llevarte a casa.
—Sí —dice mientras se desvanece en mis brazos.
Invoco mi bastón y con su golpe abro las puertas del inframundo. Ante
nosotros una cabaña nos recibe, de su chimenea sale humo. La pongo entre
las flores y ella abre sus ojos de a poco. Mira sus manos luego a mí y
sonríe.
—Me llevaste a casa…
—Tu madre está esperándote. Debes volver, ella te protegerá —confieso
soltando su mano.
—¿Acaso me estás dejando, Hades?
—Sí. En mi reino solo corres peligro.
—No lo hagas…
Un rayo cae justo al lado de nosotros y veo cómo caballos bajan de los
cielos. Hera. Con una sonrisa y empuñando su espada viene hasta nosotros.
—¡¡Hoy morirás, Perséfone!! —grita iracunda. En su otra mano lleva el
trueno de Zeus y no duda en lanzarlo, intervengo y desvío su trayectoria
con mis manos.
—¿Qué haces, Hera? ¿Te has vuelto loca?
—Ella morirá, así de simple, quítate de mi camino y no estorbes.
—¡Hades! —grita mientras es arrastrada por uno de los lacayos de Hera.
—¡Perséfone! —Corro detrás de ella eludiendo los ataques del otro
lacayo.
Llamo a mi corcel de entre la tierra y este aparece, me subo en él y voy
hasta el Olimpo por ella.
—¡Perséfone! —la llamo una y otra vez sin éxito. Mi cuerpo empieza a
hacer ebullición y en un segundo convulsiono. El fuego en mis manos lo
extiendo por toda la ciudad del Olimpo, voy a quemar este lugar hasta sus
cimientos si es preciso por ella.
Todo es caos y llamas, los dioses, impotentes, me miran mientras tratan
de salvar sus hogares del fuego inminente.
—¿Qué haces, Hades? —pregunta Helios mientras intenta cruzar las
llamas que nos dividen. Me bajo de mi corcel e intento controlarme.
—La tiene, Hera la asesinará como lo ha hecho con todos los hijos de
Zeus.
—Se dónde están. —Corre y yo lo sigo. Las llamas disminuyen, pero no
en su totalidad—. Ahí adentro tiene su cámara de tortura —señala las
grandes puertas de un salón—, iré por Zeus.
Golpeo sin respuesta alguna, pongo mis manos en el pomo y dejo que las
llamas me invadan otra vez. El pomo se derrite en mis dedos y entro en
busca de mi pajarillo.
—Hera. Escóndete muy bien de mí porque te juro que te mataré si te
atreviste a tocarla.
La veo tendida en una cama de madera, amarrada de manos y pies. Su
boca cubierta con telas y sus ojos llorosos.
—Vaya, mira quién llegó.
—Déjala ir y te dejaré vivir.
—No necesito…
—¿Qué has hecho, mujer? —inquiere una voz detrás de ella dejándola
completamente petrificada—. Me has mantenido tan ciego.
—Hermano —digo tratando de causar algún efecto en él.
—Llévate a la joven, Hades, y asegúrate de que esté segura, su madre irá
por ella luego.
Desamarro a Perséfone y esta se envuelve en mis brazos. Desaparezco
con ella en brazos y vamos directo al claro donde la conocí.
—Debo volver contigo, Hades —dice agarrándose su cabeza,
completamente afligida—. Moriré, ella lo dijo. Me dio de beber… voy a
morir… me quitó mi inmortalidad…
—Perséfone, mírame, concéntrate en mí.
—Me dio de beber una pócima y dijo que en media hora moriré. No
quiero morir. Hades, ayúdame.
—Hay una forma.
—La quiero.
Invoco mi bastón y toco el suelo para que la puerta se nos abra una vez
más. Cerbero nos recibe del otro lado completamente extasiado, pero en
cuanto huele a Perséfone se pone inquieto. Sabe que algo está mal.
—Tranquilo, amigo, yo lo resolveré.
La tomo en mis brazos y camino con ella hasta el árbol de granada de los
campos. La pongo en el pasto recién rociado y tomo una de las frutas.
—Es permanente. Si comes esta fruta no habrá vuelta atrás.
—Pregúntame una vez más ¿por qué quiero besarte?
—¿Por qué quieres besarme, Perséfone?
Toma la granada de mis manos y sonríe mientras acaricia mis facciones.
—Porque te amo. —Abre la granada y saca seis semillas y las introduce
en su boca chupando el jugo de sus dedos—. Porque no hay nadie más que
tú para mí. Este es mi lugar en el mundo, lo supe en cuanto te vi.
—Oh, pequeña Perséfone.
Tomo su rostro en mis manos y la beso. Sus cálidos labios son agua pura
para mi sed incesante. Enredo mis dedos en sus cabellos profundizando
nuestro beso. Haciendo de los segundos, horas. Convirtiendo nuestro
momento en la vida misma.
Se deja caer en el pasto y abre sus piernas para darme un mejor acceso a
ella.
—¿Qué haces, pequeño pajarillo?
—Entregándome al hombre que amo.
—También te amo, Perséfone. Lo supe el día en que te vi, lo supe
cuando olí tu aroma, cuando te escuché hablar y ciertamente lo hice cuando
sonreíste para mí.
—Hazme tuya.
—Ya eres mía, Perséfone —confieso rasgando las telas de su vestido.
Completamente desnuda para mí. Es perfecta. Es mía. Toco cada
milímetro de su piel blanca y descubro de sus placeres junto a ella. La beso
con devoción absoluta. Mañana mismo construiré una iglesia en su nombre,
el mundo debe conocer a mi diosa.
Mis manos en sus senos la hacen retorcerse de placer y yo lo disfruto.
Chupo sus pezones deleitándome con cada gemido suyo en el proceso.
—Hades —pronuncia mi nombre una y otra vez. Está al borde y yo
quiero llegar allí con ella.
Abro sus piernas y oculta su rostro entre sus manos. El pudor en ella
habla. Tomo mi falo en mi mano y lo guío a su hendidura. Lentamente me
deslizo en su cavidad mientras clava sus uñas en mi espalda intentando
sacar mi camisa. Apenas he entrado y esto se siente… no tengo palabras
para describirlo.
Un pequeño movimiento más y atrapo sus gemidos en mi boca
besándola con pasión. Para cuando estoy completamente dentro de ella, sus
dedos juegan con mi piel.
—Perséfone —susurro en su oído.
Mis movimientos son acompañados con los suyos y en cada estocada me
siento morir.
—Mi Hades —exclama dejándose llevar por el inminente orgasmo, al
que le sigue el mío.
Podría vivir perdiéndome en ella una y otra vez.
—Amor mío.
Peino sus cabellos mientras la acomodo encima de mí.
—Perséfone. —La voz de Deméter nos aturde.
—Madre.
—Vístete —dice arrojando unas telas a nuestros pies, jamás me había
sentido incómodo con mi desnudez como ahora—. Debemos volver a casa.
—Estoy en casa —asegura mientras nos ponemos de pie.
—¿Qué dices?
—Lo siento, madre, pero no regresaré contigo, amo a Hades y he
decidido quedarme aquí.
—Estás completamente loca. ¿Qué le has hecho a mi hija?
—Nada o tal vez todo. Su lugar es aquí conmigo.
—Hablaré con Zeus —dice mirándome con rabia.
—Ella no se irá porque no quiere hacerlo, ya la has escuchado.
Deméter, llena de ira. se marcha.
—Volverá.
—Hablaré con mis hermanos, expondré nuestro amor y por nuestras
leyes deben aceptar que eres mi esposa y nada, ni nadie, cambiará eso. Así
será por los siglos de los siglos.
Abrazados y desnudos nos quedamos en ese momento con la promesa de
los siglos, con la convicción de amarnos y con la certeza de que así sería.
Juntos por siempre. Un amor a prueba de fuego. Un amor a prueba del
tiempo mismo. Ella y yo. Perséfone y Hades.
JD Oldman es el producto de tantas y tantas horas de lectura. David, que
es el que se esconde bajo dicho seudónimo, devora los libros en su canal de
YouTube: David Lee Libros, y los reseña para darlos a conocer. De esa
pasión por la lectura nació su amor por la escritura, iniciando su carrera
como escritor en el año 2019 con la publicación de la antología benéfica 39
Saltos en el charco, disponible en Amazon. Posteriormente, en el 2020,
participaría también en otras dos antologías: Antología Romances que dejan
huella y Un salto en el recuerdo, las cuales también puede adquirirse en
dicha plataforma.
Actualmente sigue ejerciendo la labor de reseñador en el canal de
YouTube y presta los servicios de corrección y maquetación a escritores.
Además está inmerso en la creación de hasta tres novelas que espera que
vean la luz a lo largo de este 2021 y principios del 2022. Su primera novela
en publicarse será Sin Escape: Enigmas bajo cero la cual verá la luz en el
primer semestre del 2021. Puedes contactar con él y seguirlo en sus redes
sociales:
Twitter – Facebook: @Davidlelibros
Instagram: @Davidleelibros / @jdolman.escritor
Email para correcciones: [email protected]
J.D. Oldman

EL OJO DE HORUS

Capítulo 1: Una misteriosa visita

Año 2035, hospital John Hopkins en Nueva York, Estados Unidos

Ya era de noche y la tranquilidad reinante hasta ese momento en el


hospital se vio interrumpida por la entrada en el recinto de un hombre que
lo recorría prácticamente en su totalidad, para llegar hasta la sala de espera
de la unidad de cirugía. Este llevaba un maletín esposado a su muñeca
derecha, lo cual llamaba la atención de todo aquel con el que se iba
cruzando. Por fin llegó a su destino y se encontró con la persona a la que
iba a buscar.
—Buenas noches, cielo, ¿hay novedades? ¿Cómo ha ido todo? —le dijo
el hombre a la mujer que, desconsolada, no dejaba de llorar abrazada a un
broche de oro con la forma del dios egipcio, Horus.
La mujer, al escucharle, levantó la mirada y, con la voz un poco tocada
pero firme, le respondió al que era su marido.
—La operación salió bien… los médicos lo han examinado y han
verificado que no se ha producido ninguna complicación posterior a la
intervención. No obstante… cariño… él sigue sin poder ver. Los
especialistas dicen que puede ser cuestión de tiempo que vuelva a recuperar
la visión, que puede ser un proceso gradual, o que cabe la posibilidad de
que, a pesar del trasplante, el nervio óptico estuviese dañado y no pueda
volver a ver nunca más. —En ese momento la mujer se derrumbó, no
aguantó más y se lanzó a los brazos de su marido, buscando algo de paz que
la reconfortase.
—No te preocupes, como te prometí, tengo un as en la manga. Por eso
no he podido estar durante la operación, pero escúchame, cariño,
escúchame bien, te aseguro que nuestro hijo volverá a ver, sus ojos
contemplarán una vez más la luz del sol.
—Pero, ¿cómo? Esta operación era nuestra última oportunidad, nuestro
último recurso, si no funcionaba… él... —En ese momento, la mujer se dio
cuenta de que su marido llevaba algo en la mano—. ¿Qué es eso que llevas
ahí? ¿Qué hay en ese maletín? ¿Para eso tuviste que viajar y ausentarte todo
este tiempo?
—Así es, mi vida, siento no haber estado con ustedes en estos duros
momentos, pero tenía que asegurarme de recuperar algo que ha pertenecido
a mi familia desde hace muchas generaciones, un objeto muy importante y
extraño, y de ahí que lo mantengamos oculto a los ojos de los demás. Solo
acudimos a él en ocasiones de extrema necesidad, como la que se nos
presenta ahora. —El hombre cogió a su esposa de la mano para invitarla a
acompañarlo—. Sígueme, hagamos que se produzca un milagro, una vez
más.
—Un momento, ¿a dónde quieres que vayamos? No podemos pasar a la
habitación de Adom, si eso es lo que pretendes, los médicos han dicho que
tiene que guardar reposo hasta mañana y que no puede recibir visitas.
—Ningún doctor me va a impedir que le devuelva la visión a mi hijo, si
quieres venir conmigo, adelante, si no quédate aquí, yo iré hasta esa
habitación y haré lo que tengo que hacer para cumplir con mi cometido.
La mujer, atónita con aquellas palabras, emprendió el camino siguiendo
a su marido, si había alguna forma de que su querido hijo recuperase la
visión no dudaría en hacer lo que fuese necesario, aunque eso conllevase
saltarse las normas y la ley.
Con sigilo, llegaron a la habitación de Adom, su hijo, el cual permanecía
dormido en aquella cama de hospital, con la única compañía de una
máquina a la que permanecía conectado y que captaba sus constantes vitales
en todo momento.
El hombre se dispuso a abrir la puerta y, en ese instante, un personal de
seguridad empezó a doblar la esquina del pasillo, sus discordantes silbidos
así se lo hacían saber al joven matrimonio. El hombre no dudó y se
introdujo en la habitación de su hijo, esperando que su mujer hiciera lo
mismo, sin embargo, esta se quedó fuera, cerró la puerta y, pegando su cara
a la misma, le susurró: «haz lo que tengas que hacer, yo le entretendré».
Una vez en el interior de la habitación, el hombre contempló a Adom,
este dormía tranquilo, relajado, como podría hacerlo en su misma
habitación, allí en Roma, pero lo hacía con la cabeza aún vendada, fruto de
la operación. Un accidente de tráfico provocó una lesión en sus ojos, y
desde ese momento estos se apagaron, y el chico no pudo volver a ver. Sus
padres, Hanif y Nauhet, desde ese momento juraron hacer todo lo posible
para que recuperase la visión, por ello no dudaron en vender todas sus
posesiones más valiosas y costear esa cara operación, a pesar de que sabían
que las probabilidades de éxito eran muy reducidas. El padre no aguantó
más, se acercó al niño y le besó la frente. Este se despertó al notar el
contacto de unos labios en su piel y, asustado, no pudo evitar preguntar:
—¿Quién está ahí? —dijo el niño algo nervioso, sin poder evitar que sus
pulsaciones empezasen a subir.
—Tranquilo, hijo mío, tranquilízate o nos descubrirán, soy yo, Hanif, tu
padre, recuerda que sigues conectado a esa máquina que te monitoriza en
todo momento. Así que controla tus emociones o todo habrá sido en vano.
—Las palabras del hombre surtieron efecto en el niño, y este comenzó a
estabilizar su respiración. Al verlo ya más tranquilo, Hanif volvió a hablar
—. Siento no haber estado contigo y con tu madre durante la operación,
pero ya estoy aquí y no me ausentaré más, siempre estaré a tu lado. ¿Cómo
te encuentras?
—Bien, me encuentro bien, pero ha ocurrido lo que no queríamos, la
operación no me ha devuelto la vista, aparentemente todo ha salido de
forma satisfactoria, pero tras las primeras exploraciones del doctor
Stevenson solo contemplo la más siniestra oscuridad, todo sigue igual que
antes, papá.
—No te preocupes, hijo, por ese motivo me ausenté todos estos días, por
si llegaba este momento, he traído algo que te devolverá la visión, pero para
ello debes de tener fe, fe en mí y en tu familia, la cual nunca te abandonará
y te cuidará a pesar del paso de los siglos. ¿Crees en nosotros? ¿Crees en tu
legado?
—Por supuesto, papá, nunca dudaría de ustedes.
—No me refiero solo a mí o a tu madre, o la familia que has conocido
hasta ahora, tus miras tienen que ir mucho más allá, hacia lo que será
nuestra familia en el futuro y lo que fue antaño, solo si crees en todos ellos,
ascendientes, familiares actuales y futuros descendientes, con total
seguridad se obrará el milagro.
—Está bien, papá, sí, creo en todos, siempre nos hemos cuidado y lo
seguiremos haciendo a lo largo de los años.
—Eso era lo que necesitaba oír. Pero antes de entregarte lo que he traído
tengo que contarte una historia que debes de saber, una narrada y acontecida
en el pasado y que ha ido pasando de padres a hijos, de generación a
generación. —Adom asintió, esperando que su padre comenzase.
Hanif levantó la mirada al cielo, como esperando que alguien le diese
permiso para lo que estaba a punto de revelar, y entonces empezó a narrar.
—La historia que te vengo a relatar se narró tal cual hace miles de años,
cuando el dios Horus se encontraba junto a su tío, Thot, el dios de la
sabiduría.

Capítulo 2: Una historia del pasado

Hace varios milenios en alguna parte de Egipto

—Tío, por favor, cuéntame la historia de mi padre.


—Otra vez con lo mismo, Horus, sabes que tu madre no quiere que te
relate los hechos que tuvieron lugar y los que están produciéndose en estos
momentos.
—Por favor, tú eres Thot, el dios de la sabiduría y sé que lo sabes todo,
necesito comprender qué ocurre en mi reino.
—Está bien, muchacho, pero esto debe quedar entre nosotros.
—Así será —contestó el joven, expectante por la historia que le iba a
narrar su tío.
—Hace muchos años, Geb y Nut, los dioses de la tierra y el cielo,
concibieron a cuatro hijos: dos varones, Osiris y Seth, y dos mujeres, Isis y
Netfis. Tu padre, Osiris, se casó con Isis, y tu tío, Seth, lo hizo con Netfis.
La envidia y los celos provocaron numerosos enfrentamientos entre ellos y
un nefasto día, gracias a un engaño, Seth logró su cometido y consiguió
asesinar a Osiris. No obstante no le bastó con su muerte y dividió su cuerpo
en catorce partes, las cuales dispersó y ocultó, desperdigándolas por todo
Egipto. A pesar del gran dolor, tu madre no paró de buscar día y noche cada
una de las partes de tu padre y por fin las reunió todas y, usando sus poderes
divinos, consiguió reanimarlo, no obstante tu padre ya no era el mismo y se
tuvo que conformar con reinar en el país de los muertos, la Duat. Haciendo
uso de tales poderes tu madre también pudo concebirte, pero, temiendo las
represalias de tu tío, te trajo hasta mí nada más nacer para que yo te
ocultara, a la misma vez que te instruyese para convertirte en un gran
guerrero. Desde entonces, Seth reina en Egipto a la espera de que un nuevo
heredero acabe con su reinado.
—Yo seré ese guerrero que acabe con su tiranía, tío. Honraré a mi padre
y a mi familia, y recuperaré lo que nos pertenece.
—Estoy seguro de que lo harás, Horus, pero no ahora, en estos
momentos debes concentrarte en tu educación y adiestramiento.
—Así será, tío, puedes estar seguro de ello —dijo Horus con una mirada
cargada de ira y de venganza.

Capítulo 3: El Ojo de Horus

Año 2035, en una habitación del hospital John Hopkins de Nueva York,
Estados Unidos.
—Papá, ¿cómo sigue la historia? ¿Qué fue de Horus?
—Hijo, Horus alcanzó la mayoría de edad y, como estaba escrito en su
destino, se enfrentó a su tío Seth, en múltiples enfrentamientos, hasta que
consiguió derrotarlo y gobernar en todo el territorio de Egipto.
—Horus debió de ser muy fuerte, seguro que no tenía rival.
—No fue tan así, hijo, es cierto que Horus tenía la destreza y fuerza de
mil guerreros y la inteligencia de su tío Thot, pero a pesar de todo no le
resultó nada fácil vencer. Incluso en una de esas batallas perdió un ojo, el
izquierdo.
—Noooo, ¿y qué pasó entonces?
—Lo que tenía que pasar, Horus supo superar todas las dificultades y se
hizo de nuevo con el trono de Egipto, el cual mantendría hasta que dejó el
gobierno del país a los grandes reyes míticos, los que fueron conocidos
como Shemsu Hor. Además recuperó su ojo y se lo ofreció como ofrenda a
su padre, y este con él consiguió recobrar la vista, ya que Horus tenía
poderes divinos asociados con la visión y se contaba que podía curar
enfermedades oculares e incluso ver a los muertos. Por eso le dio su ojo a
su padre, aun quedándose él solo con uno, ya que así Osiris que, a pesar de
estar de nuevo vivo no podía ver, pudo recuperar su visión y además
gobernar sin problema en el inframundo, como juez supremo de las almas
errantes de la Duat.
—¡Qué gran historia, papá!
—Sí, sí que lo es, y por eso te la cuento en este instante, tengo aquí algo
que ha pasado de generación en generación hasta llegar a mis manos, y hoy
pasará a las tuyas.
Hanif abrió el maletín y de él sacó un extraño amuleto, un colgante de
oro con la forma de la cabeza del dios egipcio Horus. El medallón brillaba
como el sol, pues este último lo bañó con su luz durante miles de años,
dándole su poder.
—Hijo mío, aquí te hago entrega de la posesión más preciada de nuestra
familia, un objeto que ha pasado de generación en generación, y que hemos
mantenido oculto hasta vernos en la necesidad de usarlo. Se trata del
colgante que Horus llevó en la antigüedad, el cual le acompañaba siempre
en sus enfrentamientos. Se dice que tiene un gran poder y hoy te hago
entrega de él. Es tuyo.
Hanif colocó el colgante en el cuello de su hijo y, al instante, este se
fusionó con la piel del niño.
—¿Qué ha pasado, papá? He sentido que me ponías algo en mi cuello,
pero ahora no siento nada.
—No te preocupes, es parte del proceso, ese objeto ya te acompañará por
el resto de tu vida, ahora lo importante es ver los resultados, ¡quítate la
venda de los ojos!
—¿Estás seguro, papá? Tengo miedo de que todo siga igual, de seguir
sin poder ver.
—Hijo mío, ¿qué te hice prometerme? Que ibas a creer en mí, ¿no?
—Sí, y lo hago, pero no noto nada nuevo.
—Tranquilo, toda obra o milagro lleva su tiempo, pero ahora quítate esas
vendas y abre los ojos.
Adom empezó a quitarse las vendas y, cuando estaba a punto de acabar,
un guardia de seguridad, acompañado de un doctor y de Nauhet, irrumpió
en la habitación.
—Aléjese del chico, no tiene permiso para estar aquí —dijo el guardia.
—Pero bueno, Naif, ¿qué haces aquí? —preguntó el doctor, cuyo
nombre era Stevenson—, Adom necesita descansar, ya se lo dije a su
esposa, que hasta mañana el niño necesitaba reposar —aclaró, acercándose
al muchacho y colocándose junto a él.
—Lo siento mucho, doctor, pero tenía que ver a mi hijo urgentemente.
Su visión dependía de esta visita.
—¿Pero qué dices? No logro entender de qué modo su visita ayudaría a
Adom a recobrar la visión.
—No tiene que hacerlo, usted y sus compañeros ya han hecho por mi
hijo todo lo que estaba en sus manos, y de verdad que se los agradezco,
pero era mi momento, tenía que actuar y así lo he hecho.
—¿Qué has hecho, insensato? —dijo acercándose al niño para verificar
que se encontraba bien—. Ramírez, saca a estos padres de aquí, tengo que
revisar al joven.
—No, doctor, no los eche fuera de la habitación, quiero que estén aquí,
confío en ellos, ellos son mi familia, mi salvación, sin ellos no hay
absolución para mí —contestó Adom, ante la mirada de incredulidad del
médico por haber escuchado esas palabras. Y dicho aquello terminó de
quitarse las vendas y las arrojó al suelo.
Sus párpados aún permanecían cerrados y, poco a poco, empezó a
abrirlos. Todos en la habitación enmudecieron, expectantes ante lo que
podía pasar. En cuestión de segundos los ojos de Adom se encontraban
abiertos de par en par mostrando unos iris azules, tan azules como el mismo
cielo.
—Hijo, cuéntanos, ¿puedes ver? —preguntó Nauhet, angustiada.
—No aún no, lo siento, todo sigue igual, no veo nada.
La mujer bajó la mirada, apenada, y abrazó a su marido.
—¿Han acabado ya con su jueguecito? —preguntó enfadado el doctor—.
Ahora acompañen a Ramírez hasta la sala de espera, yo me reuniré con
ustedes cuando vuelva a vendarle los ojos a Adom, tanta luz ahora mismo
no es buena para su recuperación.
El matrimonio empezó a andar hasta la puerta, acompañado del agente
de seguridad, cuando escucharon hablar a Adom.
—No, doctor, ya le dije que no los echase, que los quería aquí a mi lado
—dijo el niño mientras puso una mano encima del hombro del médico.
En ese momento nadie podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
—Adom, ¿cómo has sabido dónde estaba mi hombro? —preguntó
Stevenson.
—No sé cómo ha sido, doctor, pero de repente he empezado a ver
pequeñas sombras a mi alrededor, figuras borrosas que poco a poco han ido
cogiendo forma, las cuales al final se han aclarado y he podido distinguir.
Sois ustedes, ¡vuelvo a ver!
Hanif y Nauhet se abrazaron llenos de felicidad, las lágrimas caían por
sus mejillas, mientras, el doctor Stevenson aún no sabía cómo reaccionar
ante tal milagro.
—No me lo puedo creer, no sé qué es lo que has hecho, Hanif, pero hace
un rato su hijo no podía ver, yo mismo revisé su visión, y ahora parece que
esta se encuentra totalmente recuperada. Si me lo permitís, y cumpliendo la
voluntad de Adom, voy a revisarlo en su presencia, aunque no es lo
establecido ni apropiado.
—Adelante, doctor, haga lo que tenga que hacer —respondió Hanif.
Stevenson revisó la vista del joven y no salía de su asombro, el chico no
solo había recobrado la visión, sino que esta reaccionaba de forma normal
ante cualquier estímulo.
—Chico, si esto me lo llegan a contar nunca me lo hubiera creído, una
recuperación así, como la que has experimentado en tan poco tiempo, es
algo milagrosa. Pero no puedo estar más contento en estos momentos,
porque sí, todo parece estar bien. Ahora le haremos unas pruebas en la
unidad de oftalmología para cerciorarnos bien, pero podría asegurar que sus
ojos están completamente sanados y recuperados.
—El único milagro aquí, doctor, es la familia que tengo, la cual siempre
estará ahí para mí, al igual que yo lo estaré para ellos, salvaguardando a los
nuestros, cuidando a nuestro linaje, por los siglos de los siglos.
Ante las palabras de Adom, Stevenson, Hanif y Nauhet no pudieron
evitar reír.
—Jovencito, no deja de sorprenderme, además de recuperar la visión, se
expresa como alguien que demuestra mucha inteligencia y que valora lo que
verdaderamente es importante en esta vida: la familia. Espero que siga así,
ahora, acompáñame, las pruebas no durarán mucho y enseguida se reunirá
de nuevo con sus padres. Yo mismo firmaré su alta esta misma noche si los
resultados son positivos.
Adom y el doctor abandonaron la habitación, y los padres del chico se
dirigieron a la sala de espera. Tras poco más de media hora, el chico regresó
junto a Stevenson, y se reunió con sus padres en la sala de espera; una
sonrisa se dibujaba en su cara.
—Señores, ya expresé mi opinión hace un rato, pero me reiteraré en ella,
es asombroso, un milagro diría yo, pero la visión de Adom se encuentra
perfectamente, así que podéis abandonar ahora mismo el hospital y dirigiros
a casa.
—Gracias, muchas gracias, doctor, por todos sus cuidados y por su
valiosa maestría a la hora de ejecutar la operación, estamos seguros de que
sin su aportación y talento nuestro hijo seguiría aún sin ver. Nunca
podremos pagarle la felicidad que nos ha devuelto en el día de hoy —dijo
Nauhet antes de abrazar al médico en señal de gratitud.
—No tiene que darme las gracias, Nauhet, es mi trabajo, además es una
gran satisfacción para mí que todo haya acabado de este modo. El saber que
Adom puede volver a ver es la mayor recompensa que pueda tener.
—¡Dios se lo pague! —exclamó la mujer.
—Lo hará, amor, puedes estar tranquila que lo hará —respondió su
marido, cogiéndola de la cintura.
—Bueno, solo queda que Adom se cambie de ropa en la habitación y
podrán marcharse, yo me despido ya, tengo otro paciente aún por revisar
antes de finalizar el turno esta noche, si me disculpan, ha sido un placer
conoceros.
Tras esto, el joven matrimonio se dirigió junto a Adom de vuelta a la
habitación y allí empezó a cambiarse. A los pocos minutos ingresó en la
sala una enfermera, Stella, y les preguntó cuánto les quedaba, pues ya
habían dado aviso al personal de limpieza para adecentar la habitación y
prepararla para un próximo paciente. No obstante, la mujer captó algo que
le extrañó, un pequeño detalle que no pasó desapercibido ante sus ojos,
aunque no dijo nada.
—Ya salimos, sentimos la tardanza, discúlpenos —contestó Nauhet—,
pero este niño se ha vuelto un poco presumido y no quería ponerse su
antigua camisa, menos mal que al final lo hemos convencido.
Los tres abandonaron la habitación, y Stella no pudo evitar quedarse
pensativa tras lo que había contemplado. Aun así, salió de la misma y se
reunió junto a sus acompañantes con el doctor Stevenson, el cual les
esperaba en el hall de entrada para despedirlos.
—Adom, ha sido un placer poder operarle y ayudarle a que recobrase la
visión, ahora recuerde mis indicaciones, durante unos días repose todo lo
que pueda y use las gafas de sol que le hemos dado, no queremos que esas
nuevas córneas sufran ahora más de la cuenta, por lo demás disfrute y viva
la vida, pues solo tenemos una.
—Muchas gracias, doctor, siempre le estaremos agradecidos —dijo
Hanif dándole un apretón de manos.
El joven matrimonio empezó a salir del recinto junto a Adom, pero este,
en el último momento, se paró y volvió junto a Stevenson. Le abrazó y le
susurró algo al oído. Este se quedó sorprendido por las palabras del niño,
pero no dijo nada, solo le abrazó y luego le despidió con la mano, mientras
el chico regresaba junto a sus padres, para por fin salir del hospital, rumbo a
su hogar.
Una vez afuera, Nauhet le preguntó a su hijo:
—¿Qué le has dicho al doctor Stevenson, Adom?
—Algo que necesitaba oír, mis palabras le ayudarán más adelante, estoy
seguro de ello.
—¿Pero qué dices, hijo? No comprendo cómo pueden ellas ayudar al
doctor.
—Mamá, si algo he aprendido esta noche es que nuestra familia se cuida
a sí misma, se protege, y el doctor hoy se ha ganado pertenecer a mi
familia, pues no es solo nuestra familia la que lleva nuestra sangre, sino la
que te demuestra que te quiere como tal, y él me lo ha demostrado, por eso
con mis palabras hoy no he hecho otra cosa que cumplir con mi cometido
en esta vida: cuidar de mi legado, de mi familia.
La mujer se quedó boquiabierta ante tales palabras, pero no dijo nada
más, estaba rebosante de felicidad por la recuperación de su hijo, y eso era
lo único que le importaba, y ahora sí, sin más interrupciones, regresaron a
su hogar.
Mientras, en el hospital, el doctor se dirigía pensativo a su despacho, las
palabras que le dijo Adom en el último momento le habían desconcertado y
no supo reaccionar ante ellas. Entonces vio a Stella con la mirada perdida,
ausente, como si estuviese recapacitando sobre algo importante.
—¿Qué te ocurre, mi buena amiga?
—Llevo un rato pensando en algo que vi antes, me pareció extraño, por
lo menos en un niño, pero no quise decir nada entonces porque no lo vi
oportuno.
—¿A qué te refieres?
—Verás, doctor, cuando entré en la habitación, para buscar al chico y sus
padres, no pude evitar ver que el niño tenía un extraño tatuaje en mitad del
pecho, ¡no entiendo cómo unos padres pueden autorizar a que a su hijo le
tatúen siendo tan pequeño! ¡Adom solo tiene diez años, por Dios santo, y un
tatuaje es para toda la vida! Además no era un tatuaje cualquiera, era la
cabeza de un antiguo dios egipcio: Horus, si no me equivoco. Lo reconocí
porque a mi hermano le encanta la mitología egipcia y, siempre que voy a
su casa, no puede evitar enseñarme los objetos que tiene y contarme mil y
una historias de allí.
—No te preocupes, amiga, cosas más extrañas que esas se han visto, se
ven y se verán en esta vida. Y un tatuaje no le traerá ningún mal a Adom,
aunque, ahora que lo dices, no recuerdo haber visto antes ningún tatuaje en
su pecho. Bueno, olvidémonos de eso ahora, nada podemos hacer ya. Ahora
vente conmigo, bajemos a la cafetería a tomarnos algo, creo que nos lo
hemos ganado.
Así, doctor y enfermera pusieron rumbo a la cafetería, donde acabarían
la noche entre risas y alegrías, antes de regresar a casa y comenzar un nuevo
día. No obstante, algo no saldría de la cabeza de Stevenson, y sería las
palabras que Adom le dijo ese día.

Epílogo: El legado

Tres meses después, en el hospital John Hopkins de Nueva York, Estados


Unidos.

El doctor Stevenson estaba de guardia, como cada noche de esa semana.


Todo estaba tranquilo hasta ese momento, entonces se empezó a escuchar
un gran alboroto que provenía del exterior de su despacho, situado en la
tercera planta del hospital. Se levantó de su sillón y salió de la habitación
para ver qué era lo que ocurría. Una vez fuera pudo comprobar cómo la
situación era peor de lo que podía imaginar. Todo el mundo corría sin parar
intentando llegar a la planta baja.
—¿Qué ocurre? —preguntó a una enfermera que pasó por su lado, era su
amiga Stella, la cual llevaba ya unos cuantos años trabajando a su lado.
—Stevenson, apresúrate, no hay tiempo que perder, se ha producido un
incendio en la cuarta planta y se está expandiendo rápidamente, tenemos
que salir de aquí cuanto antes. Acompáñame.
El doctor siguió a su compañera de trabajo y llegaron hasta el ascensor
de dicha planta.
—Stella, ¿de verdad ves apropiado montarnos en el ascensor cuando hay
un incendio en el edificio? —preguntó desconcertado el doctor.
—No te preocupes, Stevenson, el incendio se ha producido en la planta
superior y el ascensor no se ha visto afectado por él. Así que es el medio
más rápido para bajar hasta el hall, por las escaleras tardaríamos más
tiempo —respondió la enfermera, provocando que el doctor se animara
finalmente a entrar dentro del elevador.
No obstante, cuando iba a introducirse en él tuvo un mal presentimiento,
una extraña sensación hizo mella en su pecho, y se detuvo.
—Vamos, apresúrate —le decía su amiga, pero él no parecía reaccionar.
—Un momento, Stella, no me siento bien.
Entonces la luz se fue en el hospital y el pánico empezó a reinar por todo
el lugar.
—Vamos, Stevenson, a pesar del corte de luz podemos bajar sin
problemas, ya sabes que el ascensor cuenta con un sistema de emergencia y
luz independiente al del lugar —dijo otro doctor que también estaba dentro
del elevador.
—Dame unos instantes, necesito respirar, es como si algo me dijera que
no entre, aunque sé que tengo que hacerlo.
—¡No podemos perder más tiempo! —le gritó su compañero de
profesión—. Si no se decide a entrar, espere a que el elevador vuelva a
quedarse libre o baje por las escaleras.
Tras esto, las puertas del habitáculo se cerraron y el doctor se quedó
afuera, reflexionando sobre qué hacer. No pasaron muchos segundos
cuando en su mente apareció la imagen de Adom, el niño que había operado
meses atrás, y el mensaje tan extraño que le dijo entonces:

“Doctor, hoy me ha demostrado que la familia no es solo la que lleva


nuestra sangre, sino la que llevamos en nuestro corazón. Hoy usted se has
ganado formar parte de la mía y por tanto tengo un mensaje que darle:
cuando la oscuridad le inunde y no sepa qué hacer, recuerde: no siempre la
salida más fácil es la correcta ni la que ha de tomar, solo tiene que confiar
en su familia y sabrá qué rumbo tomar”.

Al recordar estas palabras pensó el porqué esas mismas venían a su


mente en esos momentos y, sin perder más tiempo, empezó a descender por
las escaleras, alejándose del ascensor. Pasaron varios minutos hasta que
consiguió llegar a la planta baja y, cuando estaba a punto de llegar a la
puerta para salir, una gran explosión tuvo lugar. El ascensor en el que
descendían sus compañeros se había estrellado contra el piso y de él salía
mucho humo fruto del impacto. En ese momento lo entendió, no sabía
cómo, pero Adom le había salvado, pues fueron sus palabras las que le
habían guiado, si hubiese optado por el camino fácil, como hicieron Stella y
los demás, ahora estaría muerto.
Salió del hospital y se encontró con el resto de pacientes y profesionales
que habían conseguido escapar de las llamas. Una vez a salvo, miró al cielo
y dio gracias a Dios por haber hecho que Adom entrase en su vida, pues sin
él esta no continuaría.
FIN

Dedicado a todas esas personas que como Adom y los demás personajes
de esta historia valoran la importancia de la familia sobre todas las cosas,
pues esta es la que prevalece en el tiempo, la que nos da fuerza en los
malos momentos y nos ayuda a seguir adelante. Y, cómo no, a mi hermano
Juanda, pues su amor por la mitología egipcia me animó a brindarle esta
historia. Espero que estas letras, este mensaje, calen en él, y también en
ustedes, queridos lectores, si os hice pensar en la importancia de vuestros
seres queridos y en cómo debéis valorarlos, ya me doy por satisfecho.
Lorena Salazar
Siempre fue apasionada de la lectura, aficionada a las novelas
románticas y el género de fantasía. Comenzó a escribir a principios del año
2014, motivada por una inquietud de contar una historia. Su primera novela
fue ¿Crees en el Destino?, después siguió con la trilogía Siempre te amaré,
más un cuarto libro de Spin off con la historia del antagonista y la serie
Exilio. Todas estas novelas, fueron del género de novela romántica
contemporánea.
El libro de Muerte a Media Noche de la Saga de Caballeros Malditos, es
la primera novela de ficción y fantasía, en la que ha incursionado.
Ha auto publicado a la fecha, 8 novelas, a inicios de febrero lanzará el
tercero de la serie de Exilio llamado Ángel Perdido, además de su
participación con un relato, en una antología que será publicada en febrero,
junto con otras 14 escritoras del grupo Libros de Dejan Huella, donde
colabora.
Lorena Salazar

EL RETORNO DE UNA DIOSA

Capítulo 1
Enemigos del pasado

Nueva York en la actualidad

Ishtar, adorada en la antigüedad por ser la diosa de la fertilidad, el amor,


la guerra y el principio de la vida, había perdido su importancia y eso la
llenaba de rabia y frustración. Su padre, el dios mayor del panteón sumerio,
al darse cuenta de que era en una deidad incontrolable, hambrienta de
poder, la sometió a Baal, un dios despiadado y cruel que quiso mellar su
espíritu guerrero y dominante. En cuanto la convirtió en su consorte, la
desterró de la tierra y con el paso del tiempo, poco a poco, fue olvidada,
transformándose en una leyenda.
Cuando pudo liberarse y volver, la humanidad había cambiado. Ahora
debía permanecer oculta, a la sombra de un dios único impuesto apenas
unos miles de años atrás.
«¡Qué manipulables son los estúpidos humanos! », pensó con desprecio.
Eran utilizados como peones en un juego de divinidades procedentes de
todos los planos del universo y no se enteraban de nada.
Era inconcebible cómo otra raza los había usurpado a ellos, los dioses
originales.
Su padre, el líder supremo de su planeta de origen, fue incapaz de mover
un dedo para oponerse. Solo se replegaron regresando a Nibiru, pero ahora
ella estaba de vuelta, moviendo los hilos desde lo profundo para que su
grandeza entre la humanidad volviera a ser lo que un día fue.
Aprovechó un pequeño culto en un templo donde unas pocas
sacerdotisas aún la adoraban. Esos rituales le valieron como conducto para
regresar a este plano que le tenían prohibido.
El tiempo de su venganza había llegado. Usaría sus dones, engaños y
artimañas para convencer a los hombres que eran corruptibles a sus
creencias, otorgándoles virtudes y placeres carnales para doblegarlos y
conseguir su devoción total.
En una noche sin luna y flotando sobre la corona de la escultura más
grande del mundo erigida en su nombre: la estatua de la Libertad. Ishtar
observaba las luces de la ciudad de Nueva York con una sonrisa ladina. Sus
planes estaban a punto de concretarse, luego de siglos de articular
problemas había conseguido lo que anhelaba: retomar el control y eliminar
a sus enemigos.
Cada día más y más hombres se hacían adeptos a sus clanes que eran
dirigidos por sacerdotisas entregadas a su culto, las cuales la alimentaban
con su espíritu y su fuerza vital. Realizando orgías y sacrificios en su
nombre, incrementando su poder. Todos sus seguidores eran atraídos por la
avaricia y la lujuria: los pecados más comunes en la humanidad.
Se presentaba como una mujer hermosa, casi etérea. Pelirroja de grandes
ojos verdes con una expresión de inocencia y bondad, que enmascaraba a la
entidad ruin y malvada que habitaba en su interior.
De pronto, un hombre imponente se materializó a su costado.
—Aquí me tienes, esposa mía. ¿Qué es tan importante que fuiste capaz
de pronunciar mi nombre después de huir de mí? —escupió el dios con
rencor.
La diosa volvió su mirada para encontrarse con el culpable de su caída.
Era lo que más odiaba en el Universo y, sin embargo, lo necesitaba. Si no
fuera por eso, destruiría hasta la última molécula de su cuerpo para que se
perdiera en el olvido.
—Ya ves, pude salir de la prisión en la que me encerraste por miles de
años, pero mira, no soy rencorosa, querido —espetó arrastrando sus
palabras—. He vuelto a reclamar mi lugar en este mundo —declaró con
ironía.
Baal se carcajeó al escuchar tal historia. La mujer enarcó una ceja
evaluándolo, pero no dejó de mostrar esa sonrisa perversa e imperturbable.
Él era el dios de la lluvia, del trueno y la fertilidad, inicialmente, fue una
deidad bondadosa que se corrompió con el paso del tiempo y se convirtió en
un dios denigrado en varias civilizaciones hasta convertirse en Moloc, un
dios siniestro que pedía sacrificios de sangre y perversiones. Siglos
después, los cristianos se inspiraron en sus horribles agresiones,
convirtiéndolo en la fuente de maldad de la tierra.
La apariencia del dios, ahora, era la de un hombre misterioso, viril y
extremadamente atractivo. Rubio de ojos grises y con rasgos casi perfectos.
Un envase magnífico para encantar a las serpientes como ella. Ya que su
apariencia original, no era la más adecuada para sus fines.
—Habla, mi tiempo es demasiado valioso —le ordenó con desdén,
arreglándose el cabello que se le despeinó con el desapacible viento de la
isla.
Ishtar apretó los dientes, soportando sus desplantes. Baal seguía con su
actitud prepotente y altanera, como siempre.
—Claro, tienes demasiadas almas que corromper para seguir
alimentando tu ego y tu vanidad —agregó con ironía.
—Igual que tú, querida. Que yo sepa, no eres la más benevolente y no
solo te complace que los mortales recen en tu nombre, deseas sangre y
muerte igual que yo —le aclaró en un tono insolente.
La pelirroja soltó una sonora carcajada, porque era verdad. Los dioses
sumerios no se distinguían precisamente por haber sido compasivos, ya que
sus intenciones eran las de someter y dominar al hombre, utilizando el
miedo y la ignorancia para lograrlo.
—No te olvides de que soy la diosa de la guerra, además, sabes que
obtienes más del sufrimiento y la agonía, que del amor y de la felicidad.
—No voy a negar que tienes razón —aceptó con una sonrisa perversa.
—Sé que tienes seguidores muy poderosos en el mundo, te has hecho de
una élite privilegiada que es capaz de sacrificar a sus hijos para complacerte
—admitió mirando con frialdad el horizonte de la ciudad más poderosa del
mundo y también la más corrompida.
—Pues los tuyos no se quedan atrás, han formado empresas que
controlan la vida y la muerte en la mayoría de los países —chasqueó la
lengua desaprobándolo. —Estoy enterado de todos sus movimientos como
también de tus pasos. —El dios la miró con una intensidad macabra.
—Quiero una alianza —declaró con las manos en la cintura. Sería
directa en sus intenciones, tenía que actuar lo antes posible.
Los relámpagos comenzaron a surcar el cielo, una tormenta se avecinaba
en la ciudad y también en todos los rincones de la tierra.
—Y a mí, ¿en qué me conviene?, no te he necesitado en milenios, ¿por
qué tendría que aliarme contigo?
—El alto consejo de los siete abrirá la red y el cinturón será apagado —
le reveló Ishtar con malestar.
La sorpresa en Baal fue evidente, nunca creyó posible que la
confederación se pondría de acuerdo para apagar un dispositivo que había
operado desde la edad de bronce.
— ¿Por qué harían algo así?, hay un tratado que no pueden romper —
bramó incrédulo.
—Estamos entrando en una nueva era, la galaxia se está alineando. Este
planeta volverá a la luz, ni con la manipulación de la luna es posible
mantenerlo en la oscuridad. Debemos tomar el control total antes de que eso
suceda.
—Esta humanidad no es mejor que las anteriores. Nunca ha sido capaz
de abrir los ojos ante la verdad, aun teniéndola frente a sus narices desde
hace años. Tienen tanto miedo, que prefieren seguir sumidos en la
ignorancia. Son como niños que desean que alguien resuelva sus problemas
y les diga qué hacer, aunque los lleve a su perdición, y no son capaces de
hacerse responsables de su propia vida. ¿Por qué debo preocuparme por su
despertar? —arremetió con desprecio.
—Aunque no lo creas, no están solos. Mi padre es un idiota que no fue
capaz de mantener el control sobre lo que nosotros ayudamos a crear y
ahora vienen estos malditos hijos de puta a querer hacer su voluntad,
imponiendo sus reglas moralistas —proclamó con ira.
La diosa Ishtar se refería a los Arcángeles y Ángeles, los guardianes
como los conocían las religiones cristianas. El consejo estaba compuesto
por todas las razas superiores y cada una contaba con sus propios dioses o
gobernantes, que alguna vez, tuvieron injerencia en la tierra y fueron
desterrados por el último Dios, al que los hombres llamaban Yahvé.
—¿Así que tu odio contra ellos es más fuerte que el que me tienes a mí?
—declaró con ironía.
—¡No te equivoques!, a ti te detesto, pero mi sed de venganza es más
grande. Estoy asqueada de ver templos alrededor del mundo, adorando a un
impostor que no participó en la creación, ¿con qué derecho usurpó nuestro
lugar? —chilló con furia.
Hablaba de Cristo, la única deidad que realmente deseó que el ser
humano dejara de ser esclavo y alcanzara el conocimiento que se le había
negado desde que fue creado, pero que no pudo lograrlo.
—Explícame, ¿cómo demonios pretendes detener al consejo?, los
nuestros nos dejaron atrás y abandonaron este mundo antes de que fuera
puesto en cuarentena cuando se firmó el pacto —le recordó
El pacto consistía en no intervenir directamente sobre la humanidad, que
todas las deidades y seres acordaron, hasta que llegara el momento en el
que la tierra estuviera preparada.
—Primero necesito detener a uno —señaló determinada.
— ¿A quién? —inquirió el dios ladeando la cabeza.
—Al general encargado de sus operaciones, el único que puede cruzar
entre planos a placer y que le han concedido las llaves para abrir un portal
por el cual otros seres de su raza han regresado para disfrutar de los
mortales, pero que hipócritamente han censurado para los demás —la diosa
se enfurecía al recordar el poder que perdieron en sus manos.
—¿El arcángel Miguel? —musitó azorado, aunque era una entidad
poderosa, sabía que era muy peligroso y que, incluso, poseía dones que
ellos no tenían.
—Ese imbécil se ha inmiscuido en mis negocios, se ha hecho de tanto
poder que ahora domina al consejo —chilló frenética.
—Entonces te escucho, ¿cómo pretendes doblegar a alguien como
Miguel? Te recuerdo que le han hecho concesiones importantes con el fin
de mantenernos a raya. Él se mueve entre esta dimensión y las otras para
informar de las violaciones. No podemos manifestarnos libremente ante los
mortales como en el pasado y engañarlos otra vez, es parte del acuerdo —le
aclaró entre dientes.
El poder que cada uno tenía no era nada comparado al de ellos, ya que
sus seguidores, aunque eran muchos, no se comparaban con las plegarias
que diariamente eran elevadas a estas deidades por miles de millones en el
mundo.
—Por eso es importante acabar con él. Si lo exhibimos ante los suyos,
pondrán en duda todo lo que ha hecho y perderá sus favores. El idiota tiene
un punto débil. Por fin. después de milenios, volvió a sucumbir ante la
tentación y eso será su perdición —aseveró satisfecha.
—¿Una mujer o un hombre? —inquirió con malicia.
Para Baal, no importaba aplacar sus bajas pasiones utilizando a hombres
o mujeres, así como tampoco la edad de estos.
—Una mujer y por lo que me han informado, ha violado varias reglas,
que incluso para él están prohibidas, solo por ella —agregó enarcando una
ceja.
—Veo que lo tienes bien vigilado, por lo que me pregunto: ¿yo en qué te
puedo ayudar?
La mujer sacó una ampolleta con la etiqueta de PiCh-13 y se la ofreció.
El líquido translúcido era la droga más poderosa jamás producida en la
tierra.
—Esto es un regalo de mi parte —se lo ofreció con una sonrisa.
—Tengo las drogas que quiero, ¿para qué me serviría una más? —
expresó con desdén.
—No es una simple droga. Está modificada para que tus seguidores
experimenten, por un momento efímero, lo que es ser un dios —le advirtió
con los ojos brillantes.
— ¡Eso está prohibido!
—No me digas que tú, el dios por el que sacrifican bebés te preocupa
romper las reglas —arremetió elevando las manos al aire haciendo comillas
imaginarias.
—Sabes bien que nos han dejado actuar con la condición de que los
humanos lo hagan por su voluntad, pero usar tecnología ancestral se castiga
con el destierro.
—Esto fue creado en mis laboratorios por hombres, bueno, digamos que
solo planteé la idea en algunas mentes brillantes y les hice creer que fueron
invenciones propias —admitió con malicia.
Baal tomó con avaricia el pequeño frasco y lo contempló.
—Prueba su efectividad, rogarán por una dosis diaria y harán lo que sea
para obtenerlo.
— ¿Cuáles son los efectos?
—La pérdida de toda humanidad, y se me olvidaba un pequeño detalle,
la eterna juventud mientras lo consuman —esa era la trampa, enganchar al
consumidor eternamente, volviéndolos esclavos de sus ambiciones.
—¡Es imposible! —decretó atónito.
—Con la ayuda de cierto científico milenario que siempre ha estado
enamorado de mí, fue posible, bastó con susurrarle unas cuantas fórmulas
para que eligiera la correcta.
—¡¿Enki fue capaz de traicionar a tu padre?! —Su sorpresa fue
mayúscula ante la revelación, pero si él había intervenido, no podía dudar
de su efectividad.
—Mi padre nunca lo sabrá, ¿verdad? —anunció como una amenaza.
Le arrebató el elixir que le ofreció y lo observó con avaricia.
—¿Dime qué quieres sin rodeos?
—Quiero detener a las personas que forman parte del grupo de Miguel,
son tan patéticos que se preocupan por el destino de los mortales. Han
mermado mis clanes arruinando mis laboratorios. Mis seguidores en Europa
sufrieron un ataque atroz y me vi atada de manos al observar cómo los
masacraron.
Asintió evaluando sus palabras.
—Te daré acceso a un hombre en particular, que podrás usar a tu antojo.
Tiene el poder suficiente para proteger tus instalaciones en todos los
continentes.
—¿De quién estamos hablando?
—Nathan Rothschild será la nueva cabeza de la familia y tomará el
asiento en el consejo que está detrás de los mandatarios de las naciones más
poderosas del mundo —le informó.
Era bien sabido que el grupo que controlaba el dinero, controlaba al
mundo y este grupo era dueño de toda la banca.
—Es perfecto, no tendré que intervenir directamente para cumplir con
mis planes como está estipulado —sonrió satisfecha.
—En un mes habrá un evento en Londres donde asistirán los hombres
más ricos del mundo.
—¿Los verdaderos o los que aparecen en la lista?
—Por supuesto, los que realmente dirigen a la humanidad. Ya sabes
cómo les gusta aparentar cosas que no son y disfrazan esas galas en donde
se regodean de su pasión por ayudar a los más desprotegidos —apuntó con
burla.
—Entonces, prueba lo que te di y me avisas a dónde quieres que envíe
un lote completo para que lo comiences a distribuir.
—¿Será gratis?
—No te equivoques, eres mi aliado, pero mis clanes tienen que crecer y
mantener ciertos gustos, además, secuestrar a cientos de niños para generar
el producto no es nada barato. Cuando estés convencido, nada más di mi
nombre y arrodíllate para invocarme —le sugirió provocándolo.
A Baal se le iluminaron los ojos, lapso en que Ishtar desapareció en la
negrura de la noche. El dios sacudió la cabeza incrédulo ante la desfachatez
de la ramera de su ex, que se había largado con un acto dramático, como le
encantaba.

Capítulo 2
Un encuentro con el mal

Londres un mes después…

Nathan Rothschild volvió luego de un día más de arduo trabajo. Sus


horarios laborales eran extenuantes. Era un hombre formado en negocios en
las universidades más importantes del mundo, había sido educado y
preparado por su padre para asumir la dirección de los negocios de la
familia. Todos los secretos caerían sobre sus hombros, convirtiéndose en el
octavo sucesor de los Rothschild, los hombres que manejaban los hilos del
mundo, detrás de escena.
Un hombre con una agenda cronometrada desde el despuntar del alba
hasta el anochecer. Con una disciplina militar, tanto física como mental.
Pero su tiempo no sería tan largo como el de su abuelo. Sus años estaban
contados. Nadie sabía que un año antes fue sido diagnosticado con una
enfermedad mortal y degenerativa que no tenía cura. A pesar de todo el
dinero que tenía, nadie podría salvarlo, solo alargarían su vida tal vez unos
cinco años más, pero los estragos de la enfermedad se manifestarían con el
pasar del tiempo.
Las rejas de la imponente mansión en la calle de Eaton Square en
Belgravia, se abrieron para dar paso al Rolls-Royce Phantom color negro
blindado que era manejado por su chófer y guardaespaldas. Se estacionó
dentro de la propiedad, rodeada de fastuosos jardines, resguardada por un
centenar de guardias y un sofisticado sistema de seguridad, todo para
garantizar su seguridad.
Tomó su maletín y una vez que le abrieron la puerta, bajó del auto con la
gracia que lo caracterizaba. Caminó apenas unos metros y el mayordomo
que lo esperaba con la puerta abierta, tomó su gabardina y se inclinó dando
un paso atrás para permitirle el acceso. Nadie le hablaba, a menos que lo
pidiera expresamente. Subió al segundo piso, donde se encontraba sus
habitaciones privadas, a las cuales pocas personas podían entrar.
Su privacidad era muy importante.
Estaba listo para tomar una ducha y dormir. Por la mañana tenía que
tomar un vuelo directo a París, donde se reuniría en privado con el
presidente del Fondo Monetario Internacional y luego tendría una comida
con el presidente de Francia.
En un mes se llevaría a cabo la gala de la fundación Rockefeller, su
abuelo ya no quería asistir a ese tipo de eventos por lo que él lo
representaba. La cena sería celebrada en el museo de Londres y lo
recaudado iría a países en donde la propia fundación administraba oficinas.
En realidad era mínimo el dinero que recibía la gente que lo necesitaba, más
del 70% era para los gastos operativos, pero eso nadie lo sabía.
Solo era un show bien organizado para hacer creer que se preocupaban
por los países en desarrollo, cuando vivían de sus necesidades y sus
enfermedades, era el negocio más lucrativo después de la guerra.
Abrió la puerta sin prender la luz, se quitó la chaqueta y continuó hacia
el baño en donde terminó de desvestirse. Tomó una ducha caliente para
relajarse y salió anhelando su cama, pero lo que encontró allí, lo dejó
perplejo.
Una mujer semidesnuda estaba acostada seductoramente. Tenía el
cabello rojo y ondulado, una piel nívea perfecta, ojos verdes, grandes y
expresivos, una verdadera belleza, además contaba con un cuerpo
curvilíneo cubierto con un delicado sostén y pequeñas bragas a juego en
color blanco, confiriéndole un toque casi virginal.
«Pero ¿qué puta broma es esta?», pensó con furia.
Aunque de inmediato se puso duro al contemplarla, no era tan fácil que
una mujer lo tentara, él podía tener a la mujer que quisiera y nadie se le
resistía.
— ¿Quién te dejó entrar? —le preguntó interesado, definitivamente
alguien de su seguridad había roto sus reglas y esa persona lo pagaría.
—Vaya, tienes una voz muy sexy cuando te enojas. Debo reconocer que
eso es un plus, esperaba a un hombre poco agraciado y mírate, eres
demasiado guapo para tu propio bien —le dijo, incitándolo divertida.
Ishtar lo recorrió de pies a cabeza. Admirando el cuerpo bien formado de
Nathan, que vestía únicamente un pantalón de pijama con el torso desnudo.
La diosa tenía años sin tomar un cuerpo físico y ahora pensaba
aprovecharlo al máximo.
—Mira, puta, ¿quién te crees que eres? —bramó el hombre.
La mujer cambió su expresión, volviéndose severa al oír que la
insultaba, por lo que se elevó hasta posicionarse frente a él en una fracción
de segundo. Nathan era bastante alto y la mujer casi lo miraba a los ojos.
—Tienes razón, soy una ramera, pero soy la madre de las rameras,
¡imbécil! —la diosa levantó un dedo y lo colocó sobre su hombro con tanta
fuerza, que hizo que cayera postrado a sus pies.
Nathan entró en pánico, ¿qué demonios era? Ishtar le sujetó la cara y se
metió en su cabeza, provocando que el hombre gritara de dolor.
—Así que tienes ciertos fetiches bastante escandalosos —le dijo con un
gesto de desaprobación tras ver lo que había en su mente. —Me gusta, eres
perfecto para divertirme contigo —declaró con una sonrisa de complicidad
y luego lo soltó emitiendo una sonora carcajada. Nathan respiraba con
dificultad.
—¿Qué quieres de mí?
Ella se sentó sobre la cama y lo miró con lascivia.
—Tu devoción —le contestó—, serás mi esclavo en todos los sentidos y,
a cambio, te daré lo que más quieres en la vida.
—¡Soy un hombre poderoso! ¿Qué puedes darme que no tenga? —
exclamó enarcando una ceja.
—Tiempo —chasqueó los dedos y apareció un frasco color ámbar.
Se lo ofreció a continuación.
—Eso es imposible.
—Nada es imposible para mí —esbozó una amplia sonrisa. —Tu cuerpo
se consume poco a poco y nadie puede ayudarte, sin embargo, lo que yo te
ofrezco es vivir más allá de lo que nunca has imaginado.
—¿Cómo sé que no es un engaño?
—No lo sabes, pero no tienes nada que perder intentándolo. Si te tomas
esta pastilla, nunca más te volverás a enfermar en tu vida.
Nathan miró el frasco con desesperación.
—¿Quieres mi alma?
Ella se carcajeó echando la cabeza hacia atrás.
—Te voy a contar un pequeño secreto —Ishtar se inclinó para acercarse
al hombre que seguía en el piso arrodillado—: Nadie puede tomar el alma
de nadie, así que, si crees en esos cuentos de hadas que te han vendido
desde pequeño, en donde el demonio se llevará tu alma si te portas mal, te
informo que es la mentira más grande de la historia. En el momento en que
abandones este cuerpo físico desaparecerás de este plano, por lo que si
piensas que cuando mueras alguien te esperará en las puertas del cielo o del
infierno, te llevarás una gran sorpresa.
Nathan se sentó sobre sus talones y pasó las manos por la cabeza,
asimilando lo que la mujer le explicaba, aunque parecía no ser una mujer
cualquiera.
—¿Entonces no comprendo qué puedo darte?
—La energía vital que emana de ti, me alimenta y me da poder, pero
específicamente lo que necesito es tú influencia sobre los gobiernos y gente
poderosa.
—¿Qué más voy a obtener de todo esto?
—Aparte de vivir el tiempo que quieras, sin volver a sufrir ni siquiera un
resfriado, serás todavía más rico.
La sonrisa de Nathan iluminó su rostro, estaba haciendo un pacto con el
diablo, aunque tuviera apariencia angelical, sabía que era un ser perverso.
Se arrastró de rodillas hasta llegar a la mujer que le tendió el frasco y de
inmediato lo abrió, dentro encontró una sola pastilla que se metió en la boca
y se tragó con ansias.
—Recuerda, si cumples con el trato yo cumpliré con lo que te prometí,
pero tengo el poder de revertir lo que he hecho con esa pastilla y ni siquiera
sabrás cuándo lo hice —le advirtió—. Ahora comenzarás a servirme.
—Claro que sí, mi señora —le contestó sumisamente.
La diosa se regocijó y se dejó caer sobre el colchón. Nathan se sentía
pletórico, se había convertido en un títere, pero no le importaba si a cambio
recibiría todo lo que le había prometido.
Se posó sobre su cuerpo, colocando sus manos a los lados de su cabeza y
le dio un beso que lo condujo a la locura. Besar a esa mujer era como una
droga que te embelesaba. La besó con pasión y desenfreno. Gimió al sentir
las manos de la mujer recorriendo su espalda, para bajar y dirigirse a su
pene erecto y listo para penetrarla.
Ella, desesperada por lo que un simple hombre le hacía sentir, lo tomó
para restregarlo sobre su sexo húmedo y necesitado. Él con la experiencia
que cargaba sobre sus hombros, la empaló de una sola estocada y comenzó
a follarla, como si su vida dependiera de ello.
Ishtar gritó y disfrutó del cúmulo de sensaciones que azotaban su cuerpo,
un cuerpo por fin, después de tanto tiempo. Enterró las uñas en su espalda,
sacándole sangre cuando explotó en un orgasmo que le proporcionó tanto
placer que casi perdió el sentido.
Estaba satisfecha, había encontrado un amante que usaría mientras le
apeteciera y que utilizaría para sus planes. Nathan se dejó caer, saciado y
drenado más allá de la extenuación, no solo en el sentido figurado.
La transferencia de energía durante el coito era brutal, por eso sus
seguidores hacían orgías en su nombre, pero una cosa era usar el sexo como
conducto y otra practicarlo. Ya había olvidado el gran placer que le
significaba.
—Arregla todo lo que necesites, volveré en una semana —le ordenó con
la respiración agitada.
Ella desapareció y dejó tendido en la cama a Nathan, que por un
momento pensó que era un sueño. Pospondría su viaje, lo único que le
importaba era volver a verificar el diagnóstico de su enfermedad para saber
si esa pastilla había hecho en su cuerpo lo que le había asegurado, la mujer
que ni siquiera le dijo su nombre.
Como si le hubieran leído la mente, una voz le susurró al oído: Ishtar.

Capítulo 3
La noche esperada

Museo de Londres, gala benéfica

Nathan bajó del auto y corrió para abrir la puerta de su acompañante. El


chófer lo miró pasmado por la actitud que mostraba ante la mujer misteriosa
que apareció de la nada en la mansión tres semanas atrás. El hombre altivo
y mezquino desaparecía cuando ella estaba cerca. Una mujer hermosa y con
una imagen casi inocente. Todos pensaban que era demasiado ingenua para
un hombre despiadado como él.
Sin embargo, nadie sabía lo que esa criatura cautivadora era en realidad.
Ishtar estaba desempeñando un papel, fingiendo ser algo que no era y, al
parecer, se estaba divirtiendo bastante engañando a todos a su alrededor.
Enfundada en un vestido color melocotón de satín, lucía preciosa, en la
parte superior era de tela transparente bordada en cristales, con mangas
largas y un escote cruzado, con un faldón voluminoso que dejaba asomar
una de sus piernas, su cabello estaba recogido y lo complementaba con un
maquillaje natural e impecable.
—Te ves preciosa, mi diosa —le dijo con admiración.
El hombre estaba subyugado ante la belleza y el poder de la diosa a la
que ahora veneraba. Como un hombre nuevo y completamente sano.
Le agarró la mano y le plantó un beso en los nudillos, ella sonrió
angelicalmente y caminó a su lado para la sorpresa de propios y extraños.
El heredero de una de las familias más poderosas del mundo llegaba con
una desconocida, era un hecho inaudito.
Recorrieron las escalinatas hasta entrar en el museo en donde fueron
recibidos de inmediato. Les entregaron una copa de champaña y ella se
colgó del brazo del hombre, que todos pensaban era el que tenía el control,
pero qué equivocados estaban.
Esa noche lo que quería Ishtar era encontrarse con la directora de
UNICEF, ya que uno de sus clanes tenían que entrar en uno de los países de
tercer mundo para producir la droga que ahora era distribuida a los
seguidores de Baal, que incluían a los hombres más poderosos del mundo,
entre mandatarios, empresarios e incluso clérigos. Eso la llenaba de
satisfacción. Estaba actuando debajo de las narices del consejo, pero como
no había hecho uso de su divinidad, nadie podía intervenir.
Pero había algo con lo que no contaba la diosa y era que dentro de ese
salón, también se encontraba otro ser poderoso, capaz de acabar con sus
intenciones. Cuando Ishtar lo miró se borró la sonrisa de satisfacción de su
hermoso rostro, no podía creerlo, estaba utilizando su apariencia verdadera.
El hombre al que no podía quitarle la vista de encima, sobresalía de entre
la multitud por su altura, debía medir casi dos metros y su belleza era casi
angelical, el muy hijo de puta estaba ahí mostrándose sin ninguna tapadera.
Mostrando una sonrisa arrolladora que dejó obnubilado a todo el que lo
miraba a su paso. La pelirroja miró a la mujer que llevaba del brazo, una
mujer morena de mediana edad que lucía un vestido negro bastante
discreto, si bien era bonita, no era nada espectacular, sin embargo, emitía
unas vibraciones que eran apetecibles hasta para ella.
¿Quién era esa mujer? ¿En dónde la había encontrado?, definitivamente,
era la misma que le había hablado Baal, pero la incógnita era su origen, y
¿cómo era posible que una simple mortal tuviera esa capacidad de vibrar a
unas frecuencias tan altas?
Miguel la tenía sujeta de una mano, pero no dejaba de tocarla. Apenas
ella daba un paso, él la cubría con su enorme cuerpo, como si fuera una
extensión de su anatomía. Así que el jodido arcángel estaba encaprichado
con su nuevo juguete, Ishtar sonrió maliciosamente.
Sería divertido romperle el cuello para saber si sería capaz de usar sus
dones para sanarla, quebrando sus propias reglas. Apenas dio un paso en su
dirección cuando Miguel la miró directamente a los ojos y tuvo la osadía de
sonreírle. Sacudió la cabeza y atrajo a la mujer sobre su pecho para darle un
beso en el cuello. El maldito la reconoció de inmediato. Era un mensaje
directo que la diosa recibió con agrado, le gustaban los retos. No podía
cuidarla las 24 horas del día, a fin de cuentas, era una simple mortal
¿verdad?
Nathan se dio cuenta de que su diosa miraba con insistencia a un
hombre. Había gente famosa, además de las personas de negocios que
utilizaban como distractores ante los reflectores, por lo que podía ser un
actor, pensó.
—¿Quién es ese hombre? —le preguntó intrigado.
—Mi enemigo y alguien que no debería estar aquí entre los mortales —
espetó con desprecio.
—¿Es otro dios? —inquirió nervioso.
—No, es un arcángel —le aclaró murmurando.
—¡Pero tú dijiste que no existe el cielo!—exclamó asustado.
—No existe, créeme, todos estamos aquí por lo mismo, solo utilizamos
métodos diferentes. Necesito que vayas y lo distraigas.
—¿Qué pretendes? —masculló arreglando su cuello, disimulando lo
perturbado que se sentía.
—Darme el placer de quitarle a su pequeña mascota —musitó
entusiasmada por hacer sufrir un poco a ese infeliz.
—Como lo órdenes —declaró el hombre que se había convertido en su
marioneta, aunque inseguro no podía dejar de cumplir sus órdenes.
Nathan se dirigió hacia Miguel, él era alto, pero el arcángel le sacaba
casi una cabeza. Extendió su mano y Miguel la estrechó sonriente. Estaban
rodeados de personas que deseaban hablar con él. Ishtar se mantuvo alejada,
pero cuando vio que la mujer le decía algo al arcángel y acto seguido se
dirigía a los servicios, fue tras ella. Mientras el imbécil estaba entretenido
con Nathan, ella podía hacer de las suyas.
La siguió hasta que entró en los baños que se encontraban desiertos,
abrió la puerta esperando encontrarla, pero en cuanto puso un pide dentro,
la puerta se cerró sobresaltándola. Se giró para enfrentarse con Miguel cara
a cara, que la miraba fijamente con los ojos entornados.
—Eres una ingenua. Sospecho que haber ocupado un cuerpo de una
mujer tan inexperta como ese, te hizo idiota. Se te olvidó que puedo leer tu
mente y puedo estar en más de un lugar a la vez. Sigo hablando ahí afuera
con ese hombre que manejas a tu antojo, entregándole tecnología prohibida,
por cierto —señaló Miguel, que conocía los pensamientos de Nathan y con
ellos, se enteró de lo que ella hizo.
—¡Me tienes harta!, has estado milenios jodiéndome y sigues
interponiéndote en mi camino. Eres un farsante, pero no eres mejor que yo.
Vienes y te muestras con tu rostro real y te paseas con una mujer mortal del
brazo, que debe conocer perfectamente quién eres, ¿No se supone que tú y
tu estúpido dios establecieron las reglas de prohibición? —exclamó irritada.
—Te advierto, Ishtar, ni siquiera mires en dirección a mi mujer. Aunque
no puedes lastimarla, no voy a permitir que le hagas ningún daño. Además,
si ella tiene los dones que tiene, fue gracias a que tú se los otorgaste —
confesó triunfal de restregarle en la cara los errores que había cometido.
—¡¿De qué me hablas?!
El arcángel movió la cabeza y chasqueó la lengua, provocando que la
diosa se enfureciera aún más.
—Recuerda que por hacer tus berrinches de princesa malcriada, unos
nueve siglos atrás, si mi memoria no me falla, dejaste caer una maldición a
ciertos hombres, pero nunca calculaste que los harías tan poderosos,
¿verdad?
Los ojos de Ishtar se abrieron como platos de sorpresa.
—¡Eres un maldito hijo de puta!, retorciste mi maldición hacia esos
cabrones que asesinaron a mis seguidoras. —La mujer apretó los puños y
comenzó a temblar de rabia.
—Tus actos insensatos se convirtieron en mi beneficio —arremetió
contra ella, con satisfacción, estaba provocándola, pero no debía olvidar que
el cuerpo que poseía no tenía la culpa y podía salir lastimado.
—¡Esto no se ha acabado! —gritó furiosa.
—Todavía no, pero no queda mucho tiempo. Tu padre está harto de tus
acciones y de dar la cara por ti. Te advierto que Baal también está en la mira
del consejo. Toda esa élite que está coludida con ustedes, va a caer y
pagarán por las atrocidades que están cometiendo.
—¿Eso crees?, la humanidad los adora. No te equivoques, a este grupo
los idolatran más que a nosotros, Miguel, inclusive más que a tu padre, ¿y
aun así los defiendes?, son unos borregos sin cerebro y con el corazón tan
vacío que solo les importa quién tiene más seguidores en sus redes sociales
—despotricó enfrentándolo.
Miguel la miró con encono, en parte la diosa tenía razón, en un acto
visceral se acercó a ella y posó su mano sobre su cabeza. Ishtar chilló sin
dar crédito a tal atrevimiento, una luz cegadora que salió de sus ojos y de su
boca, iluminó el baño y de pronto, la mujer se desmayó. En un arranque de
furia expulsó a la diosa de su huésped.
Levantó en brazos al cuerpo laxo y abandonó el lugar, antes que llegara
otra mujer y lo sorprendiera. Sara lo esperaba en el pasillo y cuando los
divisó se acercó boquiabierta.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó mientras miraba a la joven y luego a él,
desconcertada.
—No pude evitarlo —le confesó haciendo una mueca y bajó la cabeza,
no tenía ningún remordimiento. Solo se avergonzaba de su falta de control,
pero cuando se dio cuenta de lo que Ishtar planeaba hacerle a Sara, quiso
matarla en ese mismo momento.
Y aunque tendría que dar cuentas por sus acciones, esperaba salir bien
librado, ya que su arrebato estaba más que justificado.
La muchacha emitió un gemido y llevó las manos a su cabeza,
despertando. Este la dejó en el suelo y se alejó de inmediato. Asustada,
escudriñó su alrededor que le era desconocido.
—¡Dios mío! ¿En dónde estoy? —exclamó perturbada y con la cabeza
hecha un lío.
—¿Cómo te llamas? —indagó Sara, que se acercó para darle confianza.
—Milena… Bain, lo último que recuerdo fue estar paseando en Central
Park —musitó angustiada.
No tenía idea de cómo había llegado ahí. Definitivamente, aquel sitio no
era Nueva York.
—Estamos en Londres. No te preocupes, vamos a ayudarte —la mujer
asistió a la joven, después miró a Miguel que puso cara de inocencia y le
sonrió como niño travieso.
Sara sacudió la cabeza, ya le explicaría a detalle. Ishtar no estaba
equivocada, Miguel estaba loco por ella y no lo disimulaba. Caminaron a la
salida con Milena del brazo de Sara, escabulléndose entre la gente. Nathan,
que esperaba ansioso, corrió para interponerse en su camino.
—¿Qué hacen con mi novia? —El hombre se detuvo antes de mencionar
el nombre de su diosa.
La joven se encogió de hombros temerosa, no lo conocía, nunca había
visto a ese hombre y eso la asustó. Le susurró a Sara que no sabía quién era.
—No te preocupes, Miguel arreglará todo —le aclaró y siguieron
avanzando.
Nathan no entendía qué pasaba, ¿qué habían hecho con su diosa? Quiso
detenerlas, pero Miguel lo sujetó con fuerza, haciéndolo a un lado.
—Te sugiero que vuelvas a la fiesta discretamente. Se del arreglo que
hiciste con Ishtar. Ella no volverá muy pronto. Así que, enmienda tus
acciones o tendré que visitarte en el futuro —le dijo amenazante.
Miguel le transfirió una serie de imágenes, que aterrorizó lo suficiente al
hombre que salió corriendo despavorido.
«¡Cobarde!», pensó.
Se habían librado de Ishtar, pero no era para siempre, nada más había
aprovechado un momento de debilidad de la muy estúpida, pero ella
volvería y más encabronada que nunca. El hombre se dirigió a la puerta en
busca de las mujeres, ahora tendría que resolver el embrollo que la
caprichosa diosa había provocado.
FIN
R.M. de Loera nació en San Juan, Puerto Rico. Durante ocho años vivió
en la Ciudad de México pues fue estudiante de la UNAM. Le apasiona
involucrarse en las historias de sus personajes, escucharlos y darles voz.
Para ella, una historia tiene que tocar tu corazón y hacerte pensar y eso es lo
que desea transmitir. Para su próxima aventura se pregunta: El amor, ¿puede
traspasar la barrera del tiempo?

Algunas de sus novelas:


La chica de Gent
Comenzar de nuevo (relato)
Antes de partir
El duque del cielo
Avikar
Bilogía mi acuerdo con el arquitecto
Chocolate
R.M. de Loera

EL GUARDIÁN DEL CHOCOLATE

Prefacio

—¡Odio el chocolate!
Mi respiración se ralentizó y por algún motivo los músculos perdieron su
fuerza mientras mis ancestros atravesaban mi cuerpo y se detenían junto a
la abuela. Jadeé y sonreí al reconocer cómo Itzamná, mi padre, dejaba un
beso en su frente. Un par de lágrimas corrieron por mis mejillas. Observé a
mi alrededor, aunque solo escuchaba los murmullos de mi comunidad y no
era capaz de comprender lo que decían. Mi mente y alma no estaban allí.
Los tamborileros junto a los danzantes me transportaron a una selva que no
era la mía.
—¡Regresa aquí y discúlpate con tu madre!
Oscilé y boté el aire de golpe. La unión espiritual con el hombre que
amaba fue lo único que pudo sacarme de mi trance. Otra vez la música era
viva, nuestros invitados emborrachados por la serotonina que seducía sus
sentidos. Mantuve la calma al ver correr a nuestro hijo hacia la selva y mi
amado esposo pretendió seguirlo.
—No lo encontrarás.
Él llevó los puños a las caderas, sacó el pecho y resopló. Entonces giró
hacia mí. Me mantuve erguida y con una sonrisa en mis labios. Él lucía
enorme y resplandeciente. El cabello más rubio que nunca y sus ojos verdes
como el jade del collar que decoraba su cuello, los adornos del tilmatli2
rezumaban opulencia y nobleza. Nadie tendría dudas de quién era.
—Tiene cuatro años y yo conozco la selva desde mucho antes de que él
naciera.
Prepotente, siempre lo fue. Y esa característica fue la culpable de que me
enamorara de él, pero eso no debía saberlo. Si bien, él nunca dudaría de que
mi amor lo acompañaría aún más allá del Xibalbá. Dio la vuelta y pretendió
continuar.
—Quetzalcóatl…
Mi doctor frenó en seco, bajó la cabeza y hasta mí llegó el suspiro que
exhaló. Lo imaginé con sus preciosos ojos verdes cerrados. El dolor en su
corazón me arrebató el aliento.
Las personas continuaban con la fiesta a nuestro alrededor, ajenos a lo
que sucedía. Aunque pequeños, nuestros hijos dominaban su entorno. Era la
fiesta de cumpleaños de los gemelos —él tan rubio como su padre y ella tan
pelirroja como yo— y nuestro hijo no le robaría el protagonismo a su
hermana.
Mi esposo giró, llevó una rodilla al suelo e inclinó la cabeza, se prohibía
observarme.
—Mi diosa.
Solo hasta ese instante me moví. Mantuve el contoneo suave de mis
caderas y la tranquilidad en mi corazón. En mí recaía mantener el equilibrio
entre las fuerzas que ellos representaban. Me detuve frente a él, deslicé los
dedos en su pálida piel y levanté su cabeza.
—No entre a nuestra selva. Mi cacao está muy débil y con las emociones
que los dominan en este instante no podrá sobrevivir a su presencia. Usted
es la serpiente emplumada y estamos en el solsticio de primavera. Su hijo es
Hunahpú, aquel que junto a su hermana venció al Xibalbá. Déjelo ser.
Coloqué la mano en su hombro. Cuando se puso en pie yo ya estaba
entre sus brazos y su frente apoyada en la mía. Mis brazos lo rodearon
mientras él mantenía los ojos cerrados con fuerza.
Después de tantos años todavía se reclamaba a sí mismo por mis manos.
Pero con el pasar del tiempo agradecí ese accidente, pues mis manos
siempre necesitarían de las suyas para preparar nuestro chocolate.
Compartíamos el proceso del cacao y eso volvía nuestra unión
inquebrantable.
—Estuviste más de tres meses preparando el cacao que se convirtió en el
más suntuoso chocolate. Tus creaciones son cada vez más divinas. Tu cacao
me acompaña, aunque tú no estés y los invitados… Viste sus rostros,
repitieron tres o cuatro veces. Ni siquiera sobró para el consejo supremo.
¿Y nuestro hijo lo desprecia?
Cerré los ojos ante el suspiro de cansancio que afloró de su garganta y
dejé un beso en el mentón, pues sus brazos me aferraban a él como si me
defendiera de un peligro atroz y quizás sería así si no fuera por la visión que
acababa de tener.
—El cacao le mostrará su camino. Él es paciente.
—Yo no.
Se separó de mí unos centímetros y la sonrisa pícara murió al instante en
que fijó la mirada en mí. Frunció el ceño. Intenté mantenerme tranquila, a
pesar del dolor que atravesaba mi pecho. No sabía cuánto más podría
contenerme.
—Papito.
Nuestra hija haló a su padre con tal fuerza que rompió el lazo entre los
dos. Con los labios en una línea recta, él se acuclilló frente a ella.
—¿Sí, princesa?
—Quiero cacao con miel.
Mi doctor no se movió y me forcé a dedicarle una sonrisa que, esperaba,
fuera reconfortante. Nuestra hija insistió, una y otra vez, hasta que él se vio
obligado a seguirla.
Con pasos lentos entré a la cocina de la casa de la abuela. Cientos de
jícaras llenas de pozol resarcían la sed de nuestros invitados y alimentaban
sus almas. Con la sabiduría que la caracterizaba, extendió sus manos y
rodeó mi rostro con ellas. No podía creer que esa sería la última vez que su
calidez me reconfortaría.
—Tuvo una visión.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas sin poderlas contener. La sonrisa
en sus labios era prueba de la juventud de su espíritu. Ella era la mujer más
fuerte que conocía.
—Abuela, no quiero perderle.
—Mi niña amada, en cada uno de sus pasos estaré junto a usted. —Quise
ofrecerle mis respetos al arrodillarme ante ella, pero me lo prohibió—.
Ahora es la sacerdotisa de su comunidad.
Bajé la cabeza.
—No sé si estoy lista.
Sus manos envolvieron las mías.
—Le he enseñado bien.
Contuve el aliento cuando Daniel colocó la mano sobre mi hombro. Su
calor me envolvió, abrazándome, demostrándome que él siempre sería mi
fortaleza.
—Debo haber hecho algo bien cuando la mismísima serpiente
emplumada bajó para acompañarme en mi camino al Xibalbá.
Levanté mi mano y la puse sobre la de mi esposo mientras él rodeaba mi
cintura con su brazo libre. Éramos la dualidad del cacao, uno solo. Ambos
le entregamos a nuestro pueblo un medio de subsistencia a la vez que de
esparcimiento.
—Me uniste a mi verdadero amor, ajt’äbäla3. Sin ti seguiría con mi
amargura y odio. —Él hizo una pausa y sus brazos me aferraron como si
por algún motivo yo fuera a desaparecer—. No, eso no es cierto, ajt’äbäla.
Estoy seguro de que Ic’ä me rescató de la muerte, ¿cómo no acompañarte
en tu camino hacia ella?
La abuela sonrió, lo amaba como sangre de su sangre. Lo respetaba
porque, aunque conmigo esa superioridad que lo dominaba lograba
mostrarse, a ella siempre la escuchó.
—Cuénteme, Ixcacau… Dígame cómo Xólotl perdonará a su hermano.
Muéstrele a Quetzalcóatl que su hijo también protegerá a nuestro muy
apreciado cacao. Mi amada hija, haga que mi camino al Xibalbá sea más
llevadero.
—La primogénita de Xólotl y una diosa chontal4 es universal…

El mundo no era el mismo. El aire era limpio, la humanidad utilizaba la


energía solar por lo que el cielo era azul y sin emisiones de carbono. El
agua era cristalina y fresca, los árboles tan verdes como las plumas del
quetzal, pero la tierra ya no susurraba.
De eso se percató Emma García en cuanto llegó a Chetumal una ciudad
en la costa este de la península de Yucatán, México. Viajó desde Chicago,
Estados Unidos donde acompañó a sus padres a recibir el premio Pritzker
por su contribución a la humanidad a través de la arquitectura. Como gastó
el único viaje que se le permitía en un año tuvo que pagarles a unos
coyotes5 para llegar al lugar.
No era ético, mas su huella ecológica era una de las más bajas a pesar del
viaje en esos vehículos extraños que se movían con placas solares
anticuadas.
Emma observó a la derecha y luego a la izquierda mientras fruncía el
ceño. Ese no era el lugar al que pidió ir, estaban en medio de la nada. La
esperaban en el laboratorio de investigación ambiental más importante del
mundo. Allí experimentaría el cambio climático en la zona en una cápsula
que la protegería de los elementos.
Los hombres detuvieron el vehículo y le apuntaron con varias armas.
Emma se obligó a permanecer indiferente a pesar del frío gélido que
recorrió su espalda.
—¿Nos quedamos sin energía, caballeros?
Ellos se observaron unos a otros, pues su reacción los tomó
desprevenidos.
—Quítese la ropa y arroje la mochila.
La garganta de Emma se movió con brusquedad. De nada le serviría
intentar hacerse la heroína, eran cuatro contra una. Uno de ellos silbó
cuando lo único que cubría su pálida piel era un bikini blanco. Emma no
intentó taparse, no les daría la satisfacción de sentirse intimidada.
Le guiñó al hombre, quien recibió varios golpes de sus compañeros que
lo urgieron a marcharse. De seguro la confundieron con una universitaria,
quienes tenían tres pases de viaje al año. Se llevarían una decepción.
La pulsera de Emma comenzó a emitir un pitido, oprimió un botón y
observó la enorme pastilla, la misma que su padre insistió que se llevara y
que lo dejaría sin una semana de comida. Abrió la boca y se obligó a
tragarla. No tenía agua.
Encendió el implante ocular para ubicarse. No iría a Chetumal, pues ese
no era su destino. Giró rumbo al oeste y apagó el implante para no consumir
calorías, tendría que guiarse por su instinto.
Comenzó a caminar dispuesta a sentir sobre su piel lo que pretendía
experimentar en un simulador.
Cuatro horas después, Emma levantó la cabeza y observó el cielo. El sol
era radiante, el azul inconfundible, las nubes esponjosas. Sin embargo, las
hojas de los árboles estaban estáticas, era una calma extraña, una que
provocaba que el bikini estuviera empapado y las gotas de sudor resbalaran
por su piel sin contemplaciones, incluso su respiración se veía afectada.
Estaba sofocada como si el aire hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.
Cerró los ojos al sentir una brisa inesperada, no obstante, la sonrisa que
se esparcía en su rostro se quedó congelada, pues escuchó un atronador
desgarre y en segundos una ceiba, con por lo menos cientos de años, se alzó
en el aire como si sus extensas y anchas raíces no significaran nada.
Le siguieron palmeras, árboles de caoba, cedros y robles. Ella cayó al
suelo por el impulso del aire y se hizo un ovillo para pretender protegerse,
mas la ligera lluvia era como cortadas de papel sobre su cuerpo. Solo hasta
ese momento comprendió la advertencia del clima las últimas horas. Estaba
en medio de un huracán, semidesnuda y sin pastillas de alimentación.
Y mientras las nubes densas oscurecían el cielo, pensó en sus padres y
tres hermanas.
Contuvo el aliento al escuchar el ruido como el que hacían los vehículos
extraños en que llegó, tal vez se compadecieron de ella. Se obligó a ponerse
en pie y agitó las manos. El vehículo frenó en seco como si la hubiera visto
en el último segundo.
Emma tragó con dificultad, pues era alguien más. La puerta se abrió y
escuchó el golpe de los pies sobre la tierra. Mas tuvo que levantar la mano y
cubrir sus ojos porque era como presenciar un eclipse solar. Los ojos le
ardieron y se tornaron llorosos. Se cubrió por completo porque si no se
quedaría sin visión.
—¿A dónde te diriges?
Emma frunció el ceño y atribuyó lo que acababa de ocurrir como un
producto del cansancio, solo tenía a un chico frente a ella. Uno que le
resultó familiar. Era más alto que ella y con el cabello demasiado rubio con
algunos destellos rojos como… como el Sol. En su mente se burló de sí
misma. Solo era un niño, al menos en comparación con ella. Aunque eso no
menguaba el deseo de probar sus labios.
—A Tabasco.
Él se cruzó de brazos, su boca en una línea recta en tanto la lluvia los
empapaba.
—¿El Hyperloop tiene alguna falla mecánica?
El ruido de los árboles al quebrarse era como huesos que se fracturaban
una y otra vez. Ese era un sonido que Elio detestaba desde que era niño.
Mucho menos comprendía qué hacía esa mujer en medio de una selva que
se desgajaba y sus alaridos presagiaban su muerte.
—No.
Fijó la mirada en ella como si con ello pudiera leer sus pensamientos,
algo que solo ocurría con su hermana. Todos decían que solo era el vínculo
entre gemelos, pero él sabía que era algo más, si bien que se lo negaba a sí
mismo.
Regresó su atención a la mujer con el cabello tan negro como el suyo
rubio, sus ojos oscuros como una noche sin Luna. Movió de un lado al otro
el diminuto pedazo de resina de chicozapote en su boca, quería intimidarla,
conocer sus intenciones. Las personas ya no caminaban por la selva, se
conformaban con los jardines en los techos de los edificios.
—Pudiste llegar allá en menos de una hora.
Debía de ser una ilusa que le pagó a los coyotes por una aventura. Una
universitaria estúpida en busca de alcohol, sexo y drogas durante las
vacaciones de otoño. Se preguntó por qué siempre le tocaba rescatarlas,
pero la respuesta era obvia. Era el único que se atrevía a transportarse en
tierra.
Ella desvió la mirada, con los brazos se abrazaba a sí misma en un
intento vano de darse calor. Elio giró, el coraje bullía en su interior. Subió al
automóvil y pretendió arrancar, mas ella logró sujetarse del asa y abrió la
puerta. Al parecer le quedaba un atisbo de inteligencia, él sería su única
salvación.
Ella soltó un suspiro cuando se puso en marcha. Elio mantuvo la mirada
al frente, lo que alguna vez se conoció como chicle iba de un lado al otro en
su boca. No obstante, la mantenía en constante vigilancia en su periferia.
Resopló al percatarse de cómo las oscuras aureolas eran por completo
visibles.
Rumió algo ininteligible, estiró la mano a la parte posterior sin perder la
atención a la carretera y a tientas encontró una de sus camisas. La dejó caer
sobre las piernas de ella mientras intentaba esquivar la rama de un árbol.
Volvió a masticar en tanto ella se colocaba la prenda y soltaba su bikini
como si se conocieran de años y no fueran unos extraños. Aunque ella
permanecía sumergida en sus pensamientos, mantenía la mirada en la selva
como si la estudiara. Su nívea piel erizada. Ese día la selva le demostraría
cuán inclemente podría ser.
El vehículo se sacudía con violencia de un lado al otro por la fuerza del
viento, la capacidad visual reducida por la intensidad de la lluvia. Emma
agradeció que ese joven apareciera, aunque todavía sentía frío. Llevó la
mano a la cabeza, pues la sintió ligera. Comenzó a percatarse de que era
imposible sobrevivir en ese lugar, ya las personas no estaban preparadas
para ello. La investigación sería un fracaso. Sus hombros cayeron y mordió
sus labios.
—¿Me vas a decir?
Apoyó la cabeza en el asiento, las hojas que cuando llegó tenían distintos
tonos de verde, para ese instante, lucían maltrechas y monótonas. El clima
era despiadado. Del mismo modo en que se sintió sofocada de calor en ese
momento el frío calaba sus huesos.
—No creo que comprendas.
—Inténtalo.
Emma infló sus mejillas y soltó el aire de golpe. Uno más a la larga lista
de los que pensaban que su investigación era una pérdida de tiempo.
—Soy arquitecta agrónoma.
Lo vio hacer ese gesto con la boca y deseó que le compartiera un poco
de eso que masticaba. La palidez en los nudillos de él era prueba inequívoca
de la fuerza que ejercía para mantener el control del vehículo.
—Eso no explica por qué no tomaste el transporte común.
Emma frunció el ceño y humedeció sus labios. Giró en el asiento y fijó
la mirada en él.
—¿No me vas a preguntar qué es?
Él negó con rotundidad. Emma llevó los labios a un lado por la
arrogancia que él mostraba como si fuera superior a ella y tuviera todos los
conocimientos del mundo.
—Soy el CEO de la mejor compañía de arquitectura en México.
Ella rio. Por eso le pareció tan familiar. Se habían encontrado en varios
congresos sobre arquitectura. Si bien, él no la reconocería, pues jamás se
dignaba a observar a los peones. El chiquillo se creía un dios.
—El crío del señor Lorena.
Él entrecerró los ojos y el movimiento en su boca cesó de golpe.
—¿Me critica una vieja excéntrica y desorientada que solo viste bikini
en medio de la selva durante un huracán categoría seis?
El tono de su voz fue áspero, cortante.
—Demasiadas palabras para ser un insulto.
Emma intentó no sonreír, pero le fue imposible. El júbilo se adueñó de
su mirada y piel. Toda ella resplandecía, no muchos tenían la oportunidad
de bajarle los humos.
Él abrió la boca y la cerró de golpe. Su rostro, cuello y pecho rojos de
furia. El interior de Emma bulló hasta estallar en una carcajada.
—Solo establezco los hechos. Estás a 904 kilómetros de tu destino.
La risa murió en su garganta. Ese chico la rescató y ella se burló de él.
Mordió su labio inferior para contener el temblor. Apoyó el codo en la
puerta y observó el exterior, su mano cubría la boca. Intentaría explicarse,
tal vez estaba equivocada y él era el único que podía comprenderla.
—¿Recuerdas la papaya? ¿El plátano? ¿Los mangos? Sé que eres…
—¿Qué con eso? Las pastillas de alimentación contienen todos los
nutrientes que el cuerpo necesita. Los alimentos son un lujo que ya no
podemos costear. Además, sigues sin responderme.
Emma tragó con dificultad ante el tono déspota mientras con los dedos
jugaba con el borde de la camisa. Contuvo el aliento y se obligó a
continuar:
—La Riviera Maya estableció la conservación del área desde los años
noventa del siglo pasado. Quería investigar el cambio climático entre las
dos ciudades. Aunque las áreas preservadas no son agrícolas.
Emma lo vio asentir, si bien él mantenía la concentración en el camino,
las ramas y la lluvia golpeaban el vehículo con tanta fuerza que parecía que
estaban en medio de una balacera. Si estuviera sola estaría gritando como
un bebé.
—¿Y qué hay en Tabasco?
Emma apoyó la cabeza en el asiento, su mirada perdida en la selva.
—No estoy segura de que todavía exista lo que busco. —Su voz
ahogada.
—¿Y cómo sabes que alguna vez existió?
Emma aclaró la garganta para obligarse a componerse. No comenzaría a
llorar frente a él, eso solo lograría que se burlara más de ella.
—Porque ojeé unos planos que mamá tenía escondidos.
Una risita burlona provino del asiento de al lado.
—Querrás decir que no tenías su consentimiento para verlos.
Emma levantó un hombro y lo dejó caer, aunque una comezón se adueñó
de su boca. ¡No quería reírse!
—Semántica…
Elio resopló. Comenzó a creer que esa mujer no tenía ni idea de por qué
estaba en la selva. La ojeó unos segundos, ella llevó la mano derecha sobre
el estómago y la hundió. Observó de refilón la pulsera en su mano
izquierda. Era hora de comer, si bien esperaría un poco más.
—Mujeres, jamás llegan directo al punto.
La escuchó soltar todo el aire en sus pulmones y se acomodó de lado en
el asiento, una de sus piernas dobladas. Ajena a que estaba desnuda debajo
de la camisa —hecho que él tenía muy presente—. Carraspeó mientras
sacudía la pierna para ajustar su virilidad. Cómo le gustaría castigar esa
boquita respondona.
—Papá me regaló un terreno y conseguí semillas de varias frutas y
vegetales. Los árboles nacieron…
A Elio se le dificultó tragar. Hasta ese momento comprendió qué era lo
que ella buscaba.
—Pero no te dan sus frutos.
Distraída, la vio jugar con el doblez de su camisa. Era muy hermosa,
mayor a él sí, mas no por eso una vieja. ¡Y arquitecta! Otra vez ella apoyó
la cabeza en el asiento, la mano continuaba sobre el estómago. No sabía
durante cuánto tiempo caminó, si es que en algún momento lo hizo, sin
embargo, el temblor en su cuerpo no había parado en la última hora y eso la
obligaría a tomar al menos dos o tres pastillas. El clima de la ciudad estaba
controlado, era perfecto y una píldora de alimentación te sostendría durante
una semana, sin embargo esa era la selva. Y desde que la rescató, ella no
consumió ninguna.
—Por eso busco ese lugar.
Elio volvió a ojearla. En sus palabras había un rastro de expectativa y
anhelo. Ella en realidad añoraba algo que, para él, no tenía importancia. Ese
lugar estaba anclado al pasado, eran anticuados y se negaban a aceptar los
cambios y con ellos la modernidad.
—Pero ¿por qué?
Vio cómo ella bajaba la cabeza y sonreía. El mundo a su alrededor era un
caos y ella aún conservaba la ilusión.
—¿No extrañas que el jugo de una naranja resbale por tu mentón? O
¿quejarte de que la remolacha sabe a tierra?
No, no lo hacía.
—Asumo que tú sí.
—Mamá solo nos cocinaba comidas saludables. Después de la pandemia
durante los veinte y, los eventos atmosféricos que le siguieron, los
alimentos frescos se volvieron prohibitivos. Confieso que amé las pastillas
de alimentación, lograron atajar la hambruna mundial. Ahora… —Ella
guardó silencio y volvió a acomodarse en el asiento, como si necesitara la
distancia con su persona—. Creo que soy una vieja como tú dices.
Emma observó cómo él golpeaba el volante con los dedos, sus labios en
una línea recta. Era un chico sí, pero también el único que no se burló de
ella al platicarle de sus sueños y ambiciones. Tal vez lo juzgó mal.
—Entonces cuentas con el apoyo de tus padres.
Ella sonrió y negó en repetidas ocasiones.
—Papá me prohibió viajar. Mamá lo apoyaba, como siempre, pero ella
es de las que piensa que debes cometer tus propios errores.
Lo escuchó reír y contuvo el aliento. Era una risa fresca y natural. Algo
que escapa de manera espontánea.
—Nuestros padres serían mejores amigos…
Él la observó como para darle a entender que esperaba su nombre, en sus
labios finos todavía bailaba una sonrisa. Ella pensó en sus palabras. Quizás
tenía razón, a ambas familias les apasionaba la arquitectura. Se preguntó
qué pensaría su padre de él y estaba segura de que sus hermanas se
burlarían de ella por el resto de su vida.
—Emma García.
Él asintió. Y solo hasta ese momento fue capaz de reconocerla. Por un
segundo se vio parado junto a ella en la premiación más importante de la
arquitectura y no era él quien recibía el galardón. El aire abandonó sus
pulmones y un vacío se apoderó de su pecho… Lo que acababa de ocurrir
no era un deseo o su imaginación. Se aferró al volante como si con ello
pudiera evitarlo, llevaba una vida queriendo borrar su esencia.
—Elio Lorena.
La vio sonreír y resopló, por supuesto que ella sabía quién era él.
El vehículo se zarandeó de un lado al otro, aunque a Emma le pasó
desapercibido. El dolor en su estómago se volvió intolerable. Se apretó el
abdomen y se encorvó. Necesitaba un poco de alivio.
—La alarma de tu reloj debió dispararse hace mucho.
Ella asintió sin poder contener la mueca en la boca.
—La silencié.
Sus miradas se encontraron y Emma gimió de vergüenza, pues la piel de
Elio estaba muy roja. Ella jamás conoció a alguien que se sonrojara así.
Como estaban distraídos, ninguno se percató de la enorme ceiba que
golpeó el vehículo, el cual, dio varias volteretas por la fuerza del viento.
Rodaron hasta que solo otro árbol fue capaz de detener su avance.
En las esquinas del magullado vehículo retumbaron los jadeos y quejidos
de dolor. Emma se obligó a observar a Elio, quien, tenía las piernas
atrapadas entre el volante y el tablero. Intentó moverse, pero una punzada
atravesó su pecho. Era probable que tuviera una costilla fracturada, aunque
necesitaría el implante ocular para estar segura.
La mano de él agarró la suya con una delicadeza que la tomó
desprevenida. Varias lágrimas recorrieron sus mejillas mientras el pecho le
subía y bajaba descompasado.
—Me distraje, lo siento.
Ella negó y le dedicó una sonrisa que esperaba fuera reconfortante.
—Tarde o temprano algo nos pegaría. Me protegiste cuando no era tu
responsabilidad y por siempre te estaré agradecida.
Emma volvió a observar a Elio y aferró su mano a la suya. Su piel estaba
demasiado pálida y era evidente que hacía un gran esfuerzo por no gruñir de
dolor.
Se arrastró fuera del vehículo. En tanto jadeaba llegó junto a Elio.
Oprimió los botones en la pulsera de él para encender el implante ocular.
Sacó la última pastilla y la llevó a la boca de él. Se quitó la camisa y con
ella hizo un torniquete en la pierna de él.
Con el brazo rodeó el pecho de Elio y llevó la mano bajo su axila.
Esperó varios minutos en lo que la píldora hacía su función. En esa ocasión
no lo alimentaría, solo estabilizaría su cuerpo, actuaría como los primeros
auxilios que ofrecería cualquier paramédico.
Solo entonces ella se atrevió a halarlo hacia sí y gritó por el esfuerzo. La
cabeza de Emma cayó sobre el pecho de él y Elio rodeó su diminuto cuerpo
con el brazo. Para ese instante el cerebro de Emma enviaría señales de
alerta por inanición.
Elio se aferró a ella con los ojos cerrados. Emma no tenía por qué
arriesgarse por él de ese modo. Movió los hombros hasta que la cabeza de
ella estuvo junto a la suya. Acomodó el cabello negro y llevó los dedos al
mentón fino y suave.
—Dime qué es lo que más añoras. Si ese lugar que mencionas existiera y
tuviera todo lo que deseas, ¿qué escogerías? —La voz de Elio ahogada,
susurrante.
Emma le dedicó una sonrisa que le robó el aliento, sus ojos
resplandecieron como una noche estrellada y él no pudo contenerse.
Levantó la cabeza hasta que su boca encontró los labios tersos. Los acarició
con los suyos y con la lengua recogió su dulzura. Descubrió la calidez de su
lengua y el abandono con que se entregaba.
Se alejó de ella, pues debía pensar en el bienestar de ella y no su deseo.
Emma le sonrió con timidez y Elio la asió a él como si fuera lo más
preciado.
—Chocolate.
La garganta de Elio se movió con brusquedad. Jamás esperó esa palabra.
—¿Chocolate?
Emma asintió entusiasmada, parecía como si recordara el mejor
momento de su niñez.
—¿Lo conociste? Era amargo, suntuoso… pecaminoso.
Elio rio, no lo pudo evitar. Ambos debían estar locos. Cientos de cosas
volaban a su alrededor, estaban tan empapados que el frío calaba sus huesos
y estaban heridos. Sin embargo, hablaban del chocolate. Estaba seguro de
que su abuela se burlaba de él desde el Xibalbá.
—¿Alguna vez viste la mazorca?
Emma frunció el ceño y él deslizó la yema de sus dedos en un intento de
aliviar su confusión.
—¿La del maíz?
Elio sonrió, era incapaz de parar de tocarla, de observarla. Se preguntó
cómo esa mujer se apoderó de él. La había visto, sí, en los congresos de
arquitectura y en la televisión, mas esa era la primera vez que hablaban.
Debía de ser esa boquita respondona que Emma tenía.
—No, la del cacao. Su sabor es como la guanábana y el lichi.
Emma parpadeó con rapidez.
—¿Es?
Elio cerró los ojos y dejó un par de besos en las mejillas de ella.
—El árbol de cacao necesita sombra porque es muy delicado. Sin
embargo, llevan cientos de años en ese lugar. Y están rodeados de papaya,
mamey, plátanos, jícaros y las orquídeas de la vainilla se enredan en todos.
Emma negó con rotundidad mientras Elio continuaba acariciándola para
mantenerla serena. Su cuerpo no debía gastar energía.
—El cacao se extinguió.
Se hablaban en susurros a pesar del escándalo que los rodeaba, sus voces
no daban para más.
—La selva es claustrofóbica y sofocante. Los mosquitos hacen fiesta con
tu piel, pero nada de eso importa. Allí los árboles son tan altos que tocan el
cielo y sus hojas tan verdes…
Emma levantó la mano y sus dedos tocaron la sien de Elio en una
caricia.
—¿Como tus ojos?
Elio la observó en silencio. Las mejillas de ella con un sonrojo leve y su
mirada tan brillante como el chocolate que su madre preparaba.
—Sí, como mis ojos. —La voz de Elio ahogada—. Y las mazorcas son
como mi cabello cuando están maduras, su pulpa tan blanca como mi piel…
No obstante, el cacao necesita calor para convertirse en chocolate.
Emma dejó un beso en su mentón y comisura de sus labios. Inhaló
profundo y dijo:
—Entonces el cacao te necesita… Hunahpú.
Elio volvió a tragar con dificultad, los latidos de su corazón tan
acelerados como los vientos que experimentaban.
—¿C-Cómo me llamaste?
Emma sonrió, ajena al tumulto de emociones que acababa de provocar
en él, una tormenta peor a la que experimentaban.
—Hunahpú, el dios sol. Debes conocer la leyenda. —Ella recorrió su
rostro mojado con los dedos. Era una caricia tan ligera como reconfortante
—. Tú eres el cacao personificado y tu calor lo convierte en chocolate.
Elio negó una y otra vez mientras su cuerpo se estremecía de la cabeza a
los pies. Allí, en medio de esa selva que no era la suya, la hermosa mujer
entre sus brazos lo devolvía a sus raíces… Y por primera vez en años, Elio
se sintió completo.
—¿Lo crees en realidad, Emma?
La certeza en ella fue contundente.
—Sí.
Dejó un beso en los labios de ella y con precaución apoyó su cabeza en
la tierra. Elio se arrastró hasta el vehículo y se forzó a alcanzar la mochila
que tenía en la parte trasera. En sus pensamientos suplicó que su madre no
se hubiera rendido con él.
Vació el contenido con rapidez y agarró lo que necesitaba. Volvió a
arrastrarse hasta donde Emma estaba recostada y la vistió con otra de sus
camisas.
Se alejó de ella y con manos temblorosas y el corazón acelerado abrió el
inconfundible paquete. Le ofreció sus respetos a los cuatro elementos y
llamó a sus ancestros por primera vez en catorce años. Ellos le susurraron
qué hacer. Una bebida que no tomaba desde que rechazó el chocolate de su
madre hacía ya tanto tiempo.
El descendiente de Hunahpú sacó las almendras de cacao —que su
madre siempre escondía en el equipaje— y las molió con la ayuda de dos
piedras que estaban junto a él. Entonces agarró la masa de maíz envuelta en
la hoja de plátano y formó una masa blanda y manejable con ambos
productos. Tomó la jícara negra y labrada de su abuelo y permitió que el
agua de lluvia la llenara, entonces disolvió la masa en el agua hasta formar
un líquido espeso con su olor característico.
Se arrastró una vez más hasta donde Emma estaba y con delicadeza la
levantó entre sus brazos. Las caderas de ella apoyadas en sus piernas y los
senos contra su pecho. Llevó la antigua vasija a los labios y dejó caer el
líquido en su boca.
—Solo mis padres y hermana saben cómo convertir el cacao en
chocolate. Prométeme que vivirás y a cambio comerás todos los bombones
que desees.
Elio la abrazó con suavidad, pues sabía que le sería imposible
responderle. El cuerpo de Emma se quedó sin energía, para ese instante solo
su cerebro y corazón recibirían los nutrientes necesarios.
La obligó a tragar el líquido y cuando sintió sus manos un poco tibias,
tocó los botones en su pulsera para encender el implante ocular de ella.
Él estaría bien, sin embargo, no estaba seguro de ella, pues su cuerpo se
alimentaba de la manera tradicional, algo a lo que ya no estaba
acostumbrado.
Elio le suplicó a sus ancestros que la ayuda llegara pronto.

Emma despertó en una cama cómoda que ya le era familiar. Desde hacía
un mes vivía en Tabasco, pues los rescatistas los llevaron allí a petición de
Elio. Su padre era el mejor ortopeda pediátrico de México y allí se
encontraba el hospital de ortopedia más importante del país.
Fue recibida con mucho mimo por parte de la mamá y hermana de Elio.
Ellas la consentían tanto como lo haría su propia mamá. Tardaron cinco días
en rescatarlos, no obstante Elio y ella estaban bien de salud. No
desarrollaron ningún tipo de infección, a pesar de sus heridas y lo expuestos
que estuvieron a los elementos. Elio le explicó que el pozol —la bebida que
él preparó con el cacao y el maíz— era reconstituyente y que con el paso de
los días desarrolló el hongo de la penicilina y por eso estuvieron protegidos.
En ese tiempo el estómago de Emma se acostumbró a las frutas y
vegetales disponibles. No fue de inmediato, pues Ixca, la mamá de Elio
insistió en que tenía que volver a aprender a comer. Su dieta consistía casi
por completo del pozol y cada día probaba un ingrediente nuevo.
Lo mismo sucedió con sus padres, quienes, pudieron llegar gracias a que
los señores Lorena les cedieron sus pases de viaje. Emma aún se estremecía
ante ese primer encuentro. Jamás vio a su padre actuar con tanta
irracionalidad.
—¿Por qué no desapareces de mi vida de una vez? ¡Yo nunca cometí
una falta en tu contra, Daniel!
—Gareth, es una decisión de los chicos.
—¡Es mi hija! ¡Mi familia!
—Hubo un tiempo en que confiaste en mí.
Emma no comprendía qué sucedía, pero los padres de los dos se
susurraban entre ellos y Elio se volvió distante desde que estaban allí. Sin
embargo, tenía la certeza de que él la acompañaba todas las noches. Desde
que probó el pozol ya no podía separar al hombre de la bebida.
Emma sabía que era imposible, pero ellos olían a cacao, como si esa
fuera su esencia. En Ixca era algo floral y fresco, en el doctor cítrico y en
Elio… Gimió. Emma quería pasar la lengua por su piel y comérselo entero.
Salió de la habitación con paso lento y llegó a la cocina. La mañana tenía
una rutina extraña, pues mientras en la hora de la comida o la cena las
mamás de ambos se desvivían en atenderlos y se aseguraban de que no
movieran un músculo de más, en el albor del día todos se quedaban
sentados en la mesa, aunque era palpable cómo contenían sus cuerpos.
Emma los saludó y con una sonrisa incierta acomodó un mechón de su
cabello. Se quedó en medio de la cocina, sin saber si debía sentarse o
acercarse a Elio y ayudarlo. Se decantó por la última opción, aunque solo
dio un paso cuando el giró y le entregó una jícara llena del pozol que él
mismo acababa de preparar.
—Gracias. Yo podría ayudarte.
Él asintió.
—Después.
Elio llevó las manos a las llantas de la silla de ruedas y se impulsó fuera
de la cocina. Emma sonrió con cierta tirantez. Todas las mañanas
intercambiaban esas mismas palabras, pero ese después jamás llegaba. Era
la única que no sabía preparar pozol, por más que le rogó a Ixca y a su
propia madre que le enseñaran.
Salió del lugar y con pasos lentos llegó hasta el exterior de la casa. Se
sentó en una hamaca y se meció dándole pequeños sorbos a la bebida.
Desde allí podía observar los altos y frondosos árboles. Esa selva transmitía
una viveza contagiosa.
Emma sonrió cuando levantó la mirada y encontró a su padre apoyado en
el marco de la puerta. Gareth se sentó junto a su primogénita y tomó sus
manos entre las suyas, transmitiéndole ese calor reconfortante al que ella
estaba acostumbrada. Al instante, Emma se sintió protegida y amada.
—Alguna vez vi esa mirada en tu madre.
Emma sonrió mientras apoyaba la cabeza en su hombro.
—Sin embargo, todos dicen que soy idéntica a ti.
Una risa queda brotó del pecho de Gareth y dejó un beso en la frente de
su hija.
—En lo físico, pero eres igual que tu madre y no podría estar más
orgulloso. —Él guardó silencio y Emma lo abrazó—. Tenle paciencia a ese
joven.
Emma se separó de su padre con los ojos desorbitados.
—De todo lo que creí que me dirías, jamás esperé esas palabras.
Gareth sonrió, existía cierta melancolía en esos ojos como una noche
despejada.
—Son mis vivencias las que hablan.
Emma bajó la cabeza y sus dedos retiraban una pelusa inexistente de su
vestido.
—Él no me quiere.
Gareth tomó una bocanada de aire y la soltó con brusquedad.
—Sí, a todos nos ha quedado claro con sus palabras, pero sus acciones
gritan algo distinto.
Ambos guardaron silencio al escuchar cómo Elio y su padre se
acercaban a ellos mientras discutían.
—Todavía falta un mes para que puedas hacer lo que pretendes.
Elio se detuvo en la puerta de la casa y Emma contuvo el aliento. Estaba
de pie, en sus piernas esas botas ortopédicas que reemplazaban las
escayolas que tenía puestas solo unos minutos antes. Ella cubrió sus labios,
pues el desafío en la postura de él era tan palpable que le dificultaba la
respiración. Emma se levantó, sin saber muy bien qué hacer.
—Elio…
Sin mirarla él dijo:
—¿Le das permiso?
El doctor Lorena se cruzó de brazos y Emma descubrió de quién Elio
heredó la prepotencia.
—No es a mí a quien debes solicitarlo.
—Te pregunto como su doctor. —Elio señaló a Gareth—. El de él ya lo
tengo.
Emma se giró hacia Gareth y él le sonrió como solo un padre lo haría.
Cerró los ojos cuando él volvió a dejar un beso en su frente y la tomó de la
mano para acercarla a Elio.
—Que no se apoye en la pierna izquierda. —La voz del doctor
autoritaria.
Emma asintió y rodeó la cintura de Elio con su brazo. Frunció el ceño
cuando él se apoyó en ella, pues no lo esperaba. Y con lentitud ambos se
dirigieron a la selva.
Emma escuchó a su padre decir:
—Idéntico a ti.
El doctor respondió:
—Eso fue lo que enamoró a la chica. —Y rio.
—¿Después de tantos años tengo que recordarte que ella me eligió?
Ellos rieron.
—Quizás deberían dormir en la calle para que recuerden a quién deben
sus lealtades. ¿No te parece, Ixca? —Emma rio al reconocer la voz de su
madre.
—Me parece bien, Amie. Y nosotras nos iremos a la playa, allí siempre
hay turistas muy guapos.
Ambos hombres gruñeron. Y Emma giró a tiempo para ver como su
padre corría detrás de su madre que reía a carcajadas. Los ojos de Emma se
humedecieron y una gran sonrisa iluminó su rostro. Solo recordaba una
ocasión anterior, pues la lesión lumbar de su padre no le permitía ese tipo de
movimientos.
Observó a los padres de Elio mientras se abrazaban y sonreían.
—Eso fue gracias a tus manos, ajcheraj c’äb6. —Ixca observó a su
esposo con un brillo especial.
—No, mi diosa. Ese milagro solo le pertenece a esa mujer. —El doctor
señaló a Amie.
A Emma le pareció que en ese instante Ixca amó más a su esposo. Volvió
a observar a sus padres, en sus miradas se reflejaba el amor que existía entre
los dos.
Ojeó a Elio y suspiró. No acababa de comprender la insistencia de entrar
a la selva ese día. Se distrajo de sus pensamientos cuando un mosquito la
picaba en el brazo libre. Emma lo levantó y lo observó embobada.
Entonces alzó la mirada y encontró una colmena de abejas, su zumbido
le pareció maravilloso. Más allá unos pájaros cantaban, se escuchaban los
grillos a lo lejos. La selva susurraba.
Ni siquiera se percató de que Elio se detuvo y que la miraba con los
labios en una línea recta. Ella volvió a observar a su alrededor. Sus ojos
resplandecían por las maravillas que la rodeaban.
Elio volvió a caminar. Emma intuyó que lo hacía despacio por ella más
que por sus fracturas. Se detuvieron junto a un árbol muy alto con unas
frutas amarillas del tamaño de balones de fútbol americano.
Elio se deslizó hasta el suelo y le señaló la flor diminuta y blanca. Emma
observó cómo una hormiguita entraba en ella.
—Los insectos son los que hacen que los árboles den sus frutos.
Emma miró a Elio quien asintió con solemnidad.
—Mi madre ha protegido su selva desde tiempos inmemoriales. Cuando
mi padre encontró su camino y llegó a Tabasco, la selva se tornó robusta e
inquebrantable. Excepto dos días al año, en el solsticio de primavera y
otoño.
Emma frunció el ceño, pues le costaba comprender sus palabras. Dirigió
la mirada a los árboles que la rodeaban e inhaló despacio para percibir todos
los olores que inundaban sus papilas gustativas.
—¿Su selva?
Para Emma era imposible, Ixca era una mujer joven, aunque siempre
sintió que su mirada transmitía una sabiduría antigua y ya olvidada.
—Mi madre es Ixcacau, diosa del cacao y la seducción. Y mi padre
Quetzalcóatl, aquel que le entregó a los olmecas las almendras y a su vez la
serpiente emplumada.
Emma intentó responderle, pero su voz le falló. Si no hubiera estado ahí
desde hacía un mes podría creer que Elio se burlaba de ella, pero en ese
lugar existía una unión espiritual con la tierra.
Elio abrió el bulto que llevaba, sacó una hermosa tabla tallada con la
almendra de cacao y colocó sobre ella varios bombones de chocolate. Se la
presentó a Emma con elegancia y esmero.
Emma fijó la mirada en él. Su corazón le gritaba a su cabeza las
evidencias. Frente a ella tenía al dios del sol… Y era hermoso. Le pareció
que su cabello se tornaba más rubio y que los destellos de rojo
resplandecían más, tal y como el astro a esa hora del día.
—Eres Hunahpú.
Los ojos de Elio se dilataron, pues Emma lo reconoció una vez más. No
entendía cómo ella podía saber quién era, pues ella era una mujer de
mundo. Sus padres dirigían el despacho García y García, encargados de las
construcciones de hospitales a nivel mundial. Y él era solo un aprendiz.
—Lo soy.
Elio frunció el ceño al ser testigo de cómo ella absorbía todo a su
alrededor con asombro y curiosidad. Era tan hermoso verla. Quería tomarla
de la mano y correr por la selva, deteniéndose en cada árbol para mostrarle
sus flores y cómo estas se convertían en frutos… Le haría el amor bajo los
cacaotales.
—¿Y en esos dos días no puedes estar en la selva de tu madre? ¿Por eso
estabas en Chetumal?
Elio salió de sus ensoñaciones y asintió.
—Así es.
Emma observó todo una vez más y entonces fijó la mirada en él. Esos
ojos tan negros como los suyos claros y el cabello como el solsticio de
invierno.
—¿Por qué siento que estoy en una prueba?
Elio se sentía diminuto. Estaba a los pies de ella porque así debía ser.
Emma tenía muchos más conocimientos que él. Solo por despreciar lo que
sus padres siempre le ofrecieron, la humildad era una cualidad que debía
practicar. Y empezaría por dejar ir a esa mujer que alborotaba todos sus
sentidos.
—Emma, te sientes unida a mí porque te di de mi pozol, pero fue la
única forma que encontré de mantenerte con vida.
Emma se abrazó a sí misma por lo que Elio tragó con dificultad. Se
preguntó por qué ella se lo hacía tan difícil. Y estaba seguro de que sus
ancestros le hacían pagar la afrenta de hacía tantos años.
—Pero sigo aquí. —La voz de ella en un susurro doloroso.
Él negó con rotundidad. Solo estaba allí porque ese era el lugar que
buscaba. Emma no podía tener otra razón.
—Todavía querías descubrir por qué en nuestra selva hay vida.
Emma extendió la mano, aunque en el último segundo la dejó caer.
—Elio…
Debía terminar con eso ya. Él era de los que se arrancaba la bandita de
golpe y en esa ocasión no tenía por qué ser diferente.
—Mamá permitirá que traslades un árbol de papaya, pues es tu fruta
predilecta. Y en él llevarás varios insectos que le darán vida a tus árboles.
Elio cerró los puños cuando una lágrima se deslizó por esa mejilla tan
tersa. Emma desvió la mirada e intentó limpiarse con disimulo, pero él no
perdía detalle de los movimientos de ella desde que la conoció.
—Pero no es lo que quiero.
—Sí, Emma. Eso es lo único que en realidad quieres.
Elio la escuchó resoplar y jurar en vano sin aliento. Sonrió. Estaba
seguro de que si las miradas mataran él iría camino al Xibalbá. Emma llevó
las manos a la cintura, la furia oscurecía aún más sus ojos.
—¿Según tú me volveré loca cuando pruebe tus bombones? ¿Querré
besarte y pertenecerte? Porque eso quiero hacerlo…
Elio bajó la cabeza y tomó una diminuta rama del cacaotal en un intento
vano de contener el fuego que lo consumía.
—Soy un crío.
Contuvo el aliento y su corazón latió frenético al sentir cómo los dedos
de ella se deslizaban en su rostro y lo levantaban con delicadeza. Otro par
de lágrimas recorrieron las mejillas de Emma. Él se obligó a permanecer
estático, aunque sentía el calor que emanaba de su piel.
—No, no lo eres. Perdóname por llamarte así.
Emma humedeció sus labios mientras se acuclillaba ante él para
entonces llevar sus piernas a cada lado de las suyas y terminar sobre su
regazo.
—Elio… Hunahpú, ¿me permitirías caminar junto a ti en tu selva?
¿Comerías mi primer chocolate conmigo?
Él se quedó en silencio, pues su voz lo abandonó. Emma giró hacia la
tabla de chocolate y agarró con extrema delicadeza el bombón de mezcal,
su favorito.
Emma lo llevó a la boca de él mientras se inclinaba y entreabría sus
labios. Elio gimió al sentir la calidez de su lengua en tanto el chocolate se
derretía en la boca de los dos. Y solo hasta ese instante se atrevió a rodearla
con los brazos, aunque con precaución, pues sabía que todavía no se
recuperaba.
Con una sonrisa, ella se separó de él, dejando besos sueltos en la
comisura de sus labios. Emma volvió a girar, buscó en el bulto la masa de
pozol que él preparó en la mañana y disolvió un poco entre sus dedos y el
agua en la jícara.
Ella la tomó entre las dos manos y la llevó a su boca. Elio fijó la mirada
en ella, sus manos subían y bajaban por la espalda de ella, estremeciéndola
y sonrojándola. Entreabrió los labios y el líquido resbaló por su garganta.
Se obligó a dejar de tocarla para agarrar la jícara entre sus manos y
ofrecerle pozol a la mujer que amaría por siempre.
En cuanto ella aceptó su ofrenda, una brisa ligera meció sus cabellos. El
inconfundible aroma del cacao fresco los rodeó. Elio cerró los ojos, en su
interior el calor se apoderaba de cada terminación nerviosa. Emma buscó
sus labios y él respiró profundo al sentir la esencia inconfundible del
chocolate. Allí junto a ella Hunahpú comprendió que él era su guardián.
Gabriela R. Jones, es el nombre de pluma de Isa Jones quien nació en
México Distrito Federal un 29 de agosto de 1975.
Durante muchos años, debido al trabajo de su papá, vivió en distintas
playas y ciudades de la República Mexicana. Después de probar diferentes
campos laborales, decidió viajar a Londres en busca de nuevos horizontes,
siendo ahí donde la dama destino, haciendo una de sus jugarretas, la puso
frente al que hoy es su compañero de vida. Una vez comenzando su vida de
casada en Londres, Gabriela obtuvo el título de Intérprete Traductora, labor
que realizó durante varios años, pero cuando las demandas del hogar se
hicieron presentes decidió enfocarse de pleno a sus dos hijos y fue en este
tiempo donde encontró el amor por la lectura y las reseñas de novelas de
romance. Percatándose de la oportunidad de convertir su pasión en una
profesión, la empujó a crear el blog de promoción literaria que hoy se
conoce como Jo&Isalovebooks.
La promoción de libros le obsequió la oportunidad de conocer a grandes
escritores y lo que la llevó finalmente a trabajar con la escritora
norteamericana J.S. Scott como una de sus asistentes personales,
descubriendo bajo su tutela el deseo de escribir.
Gabriela es amante del café, el color rosa, las novelas turcas y el
romance.
Nocturno es la primera novela de la autora quien se encuentra ahora
escribiendo su primer libro, A Reason To Save Me, mismo que estará
disponible en el verano del 2021.
Gabriela R. Jones

NOCTURNO

“La Inmortalidad es una idea deseable hasta que te das cuenta de que la tienes que vivir solo”.

NYX
La mayoría de los dioses y diosas de nuestro universo teníamos nuestro
futuro ya marcado en nuestras moléculas genéticas al momento de nacer.
Cada dios descendía de su propia genealogía, perseguía intereses diferentes,
tenía una cierta área de su especialidad y estaba guiado por una
personalidad única.
Mi padre, Caos, siendo lo primero que existió en el Universo, prevaleció
a todos los dioses y fuerzas elementales y, a pesar de no ser un dios, por así
decirlo, su importancia fue venerada por todas las antiguas generaciones.
Después de él se crearon Gea (o la tierra) y el Tártaro (un profundo
abismo utilizado como prisión para los titanes). Ambos eran sus primeros
descendientes y, después de mucho tiempo, nos creó a mí y a mi hermano
Érebo a quien yo consideraba mi mejor amigo y por quien desde hacía
tiempo empezaba a sentir algo muy profundo.
El ser dioses no cambiaba el efecto de que estuviéramos designados a
existir de una manera predeterminada, sin embargo, rara vez estuvimos al
tanto de esta información privilegiada.
Existía un tiempo único en el universo en que se nos otorgaba dicho
linaje, el cual se traducía de manera exclusiva y explícita para la persona
que lo recibía, era el momento en que todos nuestros dones, poderes, dotes,
habilidades y cualidades únicas se nos revelaban.
Por lo general, las diosas recibían su linaje al alcanzar la edad completa
o lo que se conocía como la edad de la inmortalidad. Para mí ese día había
llegado y tristemente no había recibido marca alguna.
Caminando de un lado al otro de mi aposento me preguntaba por qué no
se me había otorgado la marca. No solo era un indicio de con quién íbamos
a copular, nuestros talentos y dominios dependían de ella y estaba ansiosa
por saber qué tenían las divinidades preparadas para mí.
El simple conocimiento de convertirme en un ser inmortal lo hacía todo
aún más difícil; ¿cómo sobreviviría una eternidad al lado de una persona a
quien no amara?, este advenimiento me llenaba de incertidumbre, con cada
segundo mi mente se aceleraba con tantas preguntas y estaba segura de que
si no recibía las respuestas que estaban plagando mi mente, perdería la
razón.
Todo suponía que sería un día especial, había alcanzado la mayoría de
edad y los años con los que iba a existir por siempre, el consejo había
preparado una gran ceremonia para dar a conocer el anunciamiento; a estas
alturas ya debería de haber recibido la marca de la diosa Afrodita, nuestra
diosa del amor y la belleza, pero habiéndome percatado de la realidad de la
situación, me encontraba un poco inquieta. No estaba asustada, sin
embargo, el prospecto de que otros dioses se dieran cuenta de la carencia de
la marca podría atraer la atención de alguno que solo quisiera poseerme
para su propia ventaja, diversión y el uso inadecuado de mis cualidades
divinas.
Al unir la edad en la que los dioses solían vivir solos y el tiempo en el
que la interferencia divina en los asuntos humanos era muy limitada, existía
una época de transición en la que los dioses y los mortales nos podíamos
mezclar libremente, ¿será que estaba destinada a unirme con un mortal? La
imagen de que pudiera ser exiliada a la tierra y repudiada por los dioses del
Olimpo no era algo en lo que quisiera pensar en ese momento y solo había
una última solución de ser así.
No podía ir a ver a mi padre todavía, la decepción sería incalculable y lo
último que quería era provocar un disgusto entre los dioses.
Primero tendría que ir a buscar al Oráculo, tenía que viajar a Delfos lo
antes posible para conseguir la respuesta más acertada y después, una vez
que supiera cuál era mi destino, tomaría la decisión que cambiaría por
siempre el resto de mi existencia.

ÉREBO
Por fin había llegado el día en que podría confesar mi gran secreto.
Desde hacía ya un tiempo, la relación entre Nyx y yo se había convertido
en algo más que fraternal. Desde nuestra creación permanecimos siempre
muy unidos. Nuestro padre, Caos, nos había transmitido dones y poderes
que nos hacían únicos y sobre todo nos caracterizaban de otras deidades.
Nyx ya había desarrollado varios de sus poderes, pero su don especial
estaba reservado para el momento de ser marcada por nuestra diosa
Afrodita. Existía una razón por la cual todos teníamos una edad particular
para conocer a la persona con la que íbamos a copular y es que tanto la
cópula, como nuestro poder definitivo, serían liberados al momento de la
unión.
Cada vez que estaba cerca de Nyx me pasaba lo mismo, una corriente
eléctrica se fusionaba y se esparcía por todo mi ser, era como si todos mis
sentidos se pusieran en alerta al mismo tiempo, de pronto a mi alrededor
todo parecía hacerse más vivo.
La última vez que sin intención rocé su brazo, el simple toque dejó en
mis dedos una sensación de hormigueo que me hizo estremecer, la cual no
pude sacar de mi mente por el resto del día.
Así como aquella vez, ocurrieron varias cosas tiempo atrás y fue lo que
me motivó para ir a buscar respuestas.
Primero, fui a visitar al Oráculo y después de oír lo que este tenía
preparado para mí, me dirigí hacia Afrodita para comprobar si lo que había
escuchado tenía algo de veracidad.
Me era imposible seguir viendo a Nyx con los ojos de fraterno y
confidente amigo. Pero Afrodita me había confesado, después de invocar a
todos los dioses, lo que con tanta anticipación y anhelo yo deseaba.
Después de mucho suplicar logré que me confirmara mis sospechas y era
que Nyx y yo, en efecto, estábamos destinados a unirnos para la eternidad.
Al final me dijo que me había confesado la verdad, solamente porque
sabía que nunca iba a lastimar a Nyx, y sobre todo porque tenía las mejores
intenciones, pero de todos modos le tuve que prometer hasta la luna y las
estrellas y varias otras promesas a cambio de su confesión y, por si fuera
poco, tuve que dejar una ofrenda a cambio de ser yo quien le dijera a Nyx lo
que se le iba a revelar.
Las marcas eran permanentes y no había poder sobrenatural que pudiera
cambiarlo. Por fin dejaría de ocultar lo que mi corazón llevaba gritando por
tanto tiempo.
Sabía que la entrega entre nosotros iba ser el culmen de la pasión y el
fervor que existía en nuestro interior y presentía que de esta unión iba a
crearse algo aún más poderoso que complementaría nuestra perfecta
armonía.
Sin más tiempo que perder, salí de mi aposento para buscar a Nyx. Ya a
estas horas debería de haberse percatado de la ausencia de la marca y no
quería preocuparla más. Tenía que apresurarme si quería pasar unos
momentos a solas con ella.
Finalmente le demostraría lo perfecto que sería estar juntos, tanto con
palabras como con caricias y junto con el poder de nuestras almas, la
eternidad sería aún mejor estando unidos en cuerpo y en espíritu.
Solo esperaba que no estuviera molesta por haberle ocultado esta verdad
por tanto tiempo.

NYX

El eco de mis pasos acompañaba el ritmo de mi corazón y solo podía


pensar en llegar pronto al templo del Oráculo.
Seguro que para este momento alguien debería haber encontrado la carta
que dejé en mi celda antes de salir en búsqueda de respuestas y en la cual
les explicaba, de la mejor manera, el motivo de mi ausencia.
La verdad es que había una sola cosa de la que me arrepentía y era el no
haber buscado a Érebo antes de mi partida. Todo se hacía más claro cuando
hablaba con él, no sabía qué era, pero sus palabras siempre lograban traer
paz a mi interior, como si un bálsamo pudiera curar cualquiera de mis
dolencias y con el simple hecho de estar a mi lado ofreciera una sombra que
hiciera desaparecer todos los problemas a mi alrededor. Existía una
necesidad absoluta de estar cerca de él y el tiempo compartido nunca era
suficiente.
Sin dudar más, di velocidad a mi descenso y me dirigí hacia la puerta del
ádyton, el lugar en el Olimpo donde se encontraba nuestro más antiguo
Oráculo conocido también como la Sibila de Cumas.
No sabía si era el estado de aprehensión en que me encontraba o el temor
por lo que podría averiguar lo que hacía a ese lugar aún más aterrador.
Una ráfaga de viento hizo que mi entorno se envolviera en un torbellino
y una fuerza me transportara por los aires, mis pies no tocaban la superficie
y la corriente era tan fuerte que no me permitía ver mis alrededores.
Finalmente, así como había llegado el viento, de repente se detuvo y al abrir
los ojos pude percatarme de que estaba en otra celda.
La luz que penetraba hacía resplandecer todo a mi alrededor, era como si
las constelaciones hubieran bajado y me encontrara rodeada de estrellas.
Por un lado estaba la luz y por el otro la oscuridad.
—¿A qué debo el honor de recibir a la hija de Caos? —Un tono
melódico como el canto de una sirena se dejó escuchar a mi alrededor. No
podía ver un cuerpo que correspondiera a la voz, solo un conjunto de luces
que crecía y palpitaba con cada palabra.
—Necesito respuestas —le contesté, sin saber si existía alguna
salutación especial para dirigirme al Oráculo, no tenía mucho tiempo y la
verdad desconocía qué más decir.
—En efecto —pronunció el Oráculo—, tengo entendido que hoy es el
día de tu ceremonia de anunciamiento, pero al mismo tiempo he podido
percatarme de que no llevas la marca de la diosa en tu cuerpo.
No era extraño que la Sibila se avizorara de mi situación, así que
asintiendo con la cabeza esperé algún otro tipo de explicación. Después de
aguardar lo que pareció una eternidad, la Sibila continuaba sin revelarme
nada aún.
Cuando creí que no me diría nada más, miles de voces comenzaron a
hablar al unísono, era un coro celestial que repetía una y otra vez la misma
oración y del que emanaba un eco en las paredes de la celda.
Eán i apántisi thélete na máthete mia erótisi prépei na kánete.
«Si la respuesta quieres saber, solo UNA pregunta puedes hacer»,
repetían una y otra vez.
—Dime, Nyx, por qué has venido a verme y cuál es el motivo de dudar
de lo que tiene deparado el destino, no es propio de una diosa primordial
como tú el tener este tipo de cuestionamientos y como hija de Caos deberías
tener más respeto a los advenimientos, todas tus dudas serán reveladas muy
pronto, la paciencia es una virtud.
Sí, todo eso tenía mucha lógica, pero precisamente como diosa
primordial, ¿no era mi privilegio tener respuestas a lo que era un derecho
universal?
—Entiendo que lo que el destino me depare será lo más conveniente para
mí —le contesté con un tono fuerte—. Pero aun así existe un tiempo para
todo, y el no haber recibido la marca me llena de duda y aprehensión. Me
pregunto si la ausencia de marca significa que estoy destinada a copular con
un mortal.
Tan pronto las palabras salieron de mis labios, me percaté de que a pesar
de tener muchas otras dudas, por alguna extraña razón, esta pregunta era la
que mi mente había decidido revelar y después de escuchar la advertencia
de las voces, sabía que iba a ser la última.
—Nyx… —El Oráculo interrumpió—. Tu futuro está destinado a
grandes maravillas al lado de un dios semejante, tu descendencia será
abundante y tu legado vivirá por miles de generaciones. Tus dones son
inigualables y una vez que confíes en tus poderes y pongas en marcha tus
designios, serás una diosa primordial que muchas generaciones temerán y
otras venerarán.
La respuesta de la Sibila me llenó de gozo y me dio esperanzas de que lo
que tanto deseaba se podría hacer realidad, tenía que volver lo más pronto
posible, quería buscar a Érebo, tenía que dejar de tener miedo y darle paso a
mis sentimientos. Existía una razón lógica por la que no había recibido la
marca y ahora me daba cuenta de que no debía temer.
—Sin embargo… —La Sibila interrumpió mi diálogo interno—. Tu
impaciencia no te ha dejado ver lo que siempre ha estado enfrente de ti,
percibo que de eso ahora te das cuenta, pero has tomado una decisión
arrebatada. No deberías haber venido y solo por ser la hija de Caos te diré
algo más: Tu presencia aquí ha puesto tu existencia en peligro, si quieres
permanecer con vida tienes que marcharte lo antes posible y regresar a los
confines de tu palacio.
Con un último destello la Sibila desapareció sin decir nada más, dejando
en su lugar a miles de partículas de luz. Extendí la mano para tratar de tocar
una y al momento de hacerlo todo desapareció a mi alrededor y en un abrir
y cerrar de ojos de nuevo me encontraba en las afueras del ádyton.
—¡Soy una tonta! —grité. Mi duda me había cegado y ahora no solo
había puesto mi existencia en peligro, sino también la de Érebo. Ahora veía
todo con más claridad, era él en realidad con quien siempre había querido y
estaba destinada a compartir mi inmortalidad y con quien en ese momento
debería estar recibiendo el anunciamiento de Afrodita.
Levante la mirada hacia los cielos y con un último suspiro, rogué con
todas mis fuerzas, a cualquiera de los dioses que pudiera escucharme, que
me ayudara a volver a salvo a los brazos de Érebo.

ÉREBO

“Algo tiene la noche que nos hace sentir la vida con un extraño halo de
irrealidad”.
—¡¿Que hiciste qué?!
Mi padre, Caos, gritaba con una voz que podría hacer hasta al más
valiente de los dioses ponerse a temblar. Desde el descubrimiento de la
carta de Nyx no hacía otra cosa más que caminar de un lado al otro de la
sala de presentación.
Sabía que estaba furioso conmigo, no solo él, Yo estaba furioso
conmigo. En toda mi existencia nunca podría haber imaginado que las cosas
iban a desarrollarse de esta manera, de haberlo creído, nunca hubiera puesto
a Nyx en esa situación.
—Lo siento, padre, tienes que creerme, por todos los dioses que nunca
pensé que Nyx iba a reaccionar así, por favor entiéndeme, solo quería
compartir este momento con ella, mi intención nunca fue hacerla sufrir, tú
sabes que mis sentimientos hacia ella son sinceros, ya nosotros habíamos
hablado de esto, eres la persona que mejor conoce lo que hace latir mi
corazón.
Desde que me di cuenta de que mis sentimientos hacia Nyx iban más allá
de los de dos hermanos, acudí a mi padre para pedir su opinión.
Mi cuerpo sabía desde hacía mucho tiempo lo que mi mente había
tratado de negar.
—Érebo. —Mi padre había dejado de caminar y ahora estaba enfrente
dándome una de sus miradas derrochadoras—. Entiendo que tus intenciones
eran buenas, hijo mío, sin embargo, existen reglas para no desequilibrar el
orden de nuestra existencia, las tradiciones de los dioses se han designado
así para el bienestar de nuestra y las siguientes generaciones, quiero que
estés consciente de que al actuar a espaldas de Nyx no solo la has puesto en
peligro a ella, también a todos nosotros.
Escuchar esto último hizo que la sangre me hirviera. «Pero por los
cielos, Nyx, por qué te fuiste sin decirme nada y por qué fui tan estúpido de
no hacerte ver que mis sentimientos hacia ti habían cambiado».
Forzando mi mente al presente, recordé que no era momento de
cuestionar nuestras acciones, ya habría tiempo para eso y para muchas otras
cosas, simplemente tenía que ir a buscarla de inmediato.
Estaba dispuesto a darlo todo por ella, a luchar por nuestra inmortalidad,
buscarla en cualquier rincón de la tierra y, si fuera necesario incluso,
descender al inframundo y enfrentar al mismo Hades.
Empezaba a dirigirme hacia la puerta de la sala cuando de pronto esta se
abrió de un fuerte azote y dos guardias del palacio procedieron a entrar a
prisa dirigiéndose a donde se encontraba mi padre, de inmediato le dieron
un pergamino y sin más lo abrió y comenzó a leer.
Crucé con velocidad la habitación para acercarme a él y tratar de ver qué
decía, quedándome frío al descubrir su contenido.
Lo primero que pude divisar fue que las palabras estaban inscritas con lo
que parecía ser sangre y la letra no era de un dios, sino de algo típico de un
monstruo.
—¡¡No!!
Mi padre exclamó cayendo de rodillas al suelo. Nunca antes, durante
toda mi existencia lo había visto derrumbarse, después de todo era el dios
del caos, pero la escena simplemente confirmaba lo que mi padre tanto
temía.
—¿Quién les ha entregado esta carta? —les pregunté de manera brusca a
los guardias. Ambos se miraban desconcertados y parecían estar en un tipo
de trance—. ¡Contéstenme! —Volví a insistir, pero seguían inmóviles e
incapaces de darme respuestas.
—Es inútil, no pueden contestar, los han puesto bajo un hechizo. —Una
voz declaró a mis espaldas, dándome la vuelta para ver a quién pertenecía,
pude distinguir que se trataba de Zeus, el dios del trueno y nuestro rey en
Olimpo, quien acercándose a mí y sin preguntar más, arrebató de mis
manos el pergamino y prosiguió a leerlo en voz alta—: El tiempo de mi
reinado por fin ha llegado, el Nocturno a mí ha venido y con ello la
destrucción de los dioses del Olimpo.
Levanté la cabeza y supliqué en silencio, a cualquiera de los dioses que
pudiera escucharme, que me ayudaran a encontrar a mi diosa.
Con mi resolución una vez tomada, decidí salir en busca de Nyx, pero no
habiendo caminado siquiera dos pasos, Zeus bloqueó mi trayectoria
adivinando mis planes.
—Espera, no puedes ir solo, ¿sabes si quiera a quién te tendrás que
enfrentar? Érebo, no ayudará en nada que mueras en el proceso.
La verdad es que a esas alturas no me importaba con lo que pudiera
enfrentarme, ¿ acaso no se daba cuenta Zeus de que estábamos perdiendo
más tiempo?
—Nyx me necesita... ¡AHORA! no puedo quedarme aquí de brazos
cruzados, Zeus, no me importa quién sea, tengo que salvarla, esto ha sido
por mi culpa y estoy dispuesto a dar mi vida a cambio de que ella se salve.
Zeus asintió con la cabeza, pero no cedió a moverse, estaba a punto de
esquivar su cuerpo cuando de nuevo volvió a interponerse en mi camino.
Rey o no, Zeus iba a conocer lo que un dios enamorado estaba dispuesto a
hacer, de pronto tomó mis brazos y clavando su poderosa vista en mí,
comenzó a hablar:
—Escucha, esto solo te lo digo a ti pues no quiero alarmar a la
congregación. —Pude entonces percatarme de que la voz se escuchaba solo
en mi interior y que Zeus no estaba moviendo los labios.
—Nyx te necesita, sus poderes y los tuyos solo se darán a conocer una
vez que sus vidas y cuerpos se unan y cuando Afrodita los haya marcado a
ambos, desafortunadamente la marca de Afrodita no va a poder
manifestarse en Nyx bajo el hechizo en que se encuentra ahora. ¿Es que
acaso no te das cuenta Érebo?, Nyx es la Noche y tú eres la Oscuridad, son
complemento en cuerpo y espíritu y no puede existir uno sin la presencia
del otro.
Las palabras de Zeus resonaron en mi mente llenándome tanto de júbilo
como de angustia; ahora más que nunca sabía que no había marcha atrás y
que iba a destruir a quien tuviera cautiva a Nyx o que íbamos a morir en el
intento.
—Es por esta razón por la que voy a ir contigo. —La voz de Zeus volvió
a sonar en mi cabeza y tuve que asegurarme de que lo que había escuchado
era cierto—. El enemigo más grande de los dioses es quien la ha atrapado,
el Tifón no puede ser derrotado fácilmente y solo con mi ayuda podremos
vencerle y rescatar a Nyx.
Sin más que decir, Zeus me soltó y emprendió la salida con gran
velocidad.
Proseguí a seguirlo solo dando una última mirada a mi padre, dejándole
saber que traería de regreso a nuestra diosa a toda costa.

NYX

“Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo.


Cuando miras tanto tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de
ti”.

El camino de regreso al palacio no era muy largo y por esa razón había
salido sin guardias esa mañana. No fue difícil divisar el plan para
escabullirme sin ser descubierta y aunque era consciente de que tanto mi
padre, como Érebo, iban a estar molestos conmigo, sabía que cualquier
disgusto habría valido la pena con tal de obtener la información del
Oráculo.
La nota que había dejado no daba mucha referencia a dónde me dirigía,
únicamente les informaba que necesitaba ir a buscar respuestas y que
regresaría tan pronto me fuera posible.
Venía tan perdida en mis pensamientos que no me percaté, hasta muy
tarde, de la figura que se había manifestado delante de mí. Al principio, creí
que se trataba de un figmento de mi imaginación, pero una vez que
inspeccioné su forma y figura me di cuenta de que el monstruo era aquel del
que solo había escuchado en historias que me contaba mi padre y que en
más de una ocasión había invadido mis sueños convirtiéndolos en
pesadillas, sin embargo, ningún libro o sueño se aproximaban en veracidad
a lo horripilante y tenebrosa que en realidad era la bestia.
De la cintura para abajo estaba compuesto por serpientes, en la parte de
la espalda tenía unas enormes alas y en lugar de dedos llevaba dos cabezas
de dragón, su estatura era gigantesca y sus ojos eran dos círculos de fuego
de donde se desprendían víboras.
Sabía que era en vano intentar escapar de sus garras y lo mejor era
mantener la calma hasta ver cuáles eran sus intenciones.
—Miren nada más, hoy es mi día de suerte, se me ha premiado con la
presencia de una diosa. — expresó el monstruo soltando una carcajada al
mismo tiempo que una llamarada salía de su boca.
Di un paso atrás para escapar del calor del fuego y sin darme cuenta del
terreno caí al suelo con un fuerte golpe.
—Ten más cuidado, mi diosa, no quiero que se dañe mi mercancía —
dijo al tiempo que me levantó de un fuerte jalón del piso. Sus palabras
hicieron eco en mi mente y no se me había escapado el hecho de que me
dijera “mi diosa”. Con cada segundo en su presencia me convencía de que
esto no terminaría bien y en silencio mandé una oración a cualquier dios
que pudiera escucharme.
—¿Qué quieres de mí?, sabes quién soy y sabes también que si me haces
daño lo vas a pagar con tu vida. —Traté de usar el tono más aterrador que
pudiera salir de mis entrañas, pero tristemente sabía que mis amenazas no
iban a funcionar.
—¿Qué es lo que quiero de ti?, pues es muy fácil, te lo diré. Desde hace
tiempo se me ha destinado a vagar por el inframundo. He esperado
pacientemente el momento de vengarme de los seres que me despojaron de
lo que por derecho me correspondía. Y ahora, copulando contigo y uniendo
nuestros poderes, puedo eliminar a los dioses y mi reinado será eterno. ¿Eso
responde tu pregunta, mi diosa? —preguntó mientras apretaba fuerte y
buscaba mis ojos. Su mirada era tan penetrante que hizo que me perdiera en
el abismo de sus ojos y al mismo tiempo las víboras siseaban sin parar.
Por más que intentaba, no podía dejar de verlo y caí en cuenta entonces
de que esta era la forma de atrapar a su presa. En ese momento no existía
ningún otro pensamiento más que el deseo de irme con él.
Olvidé dónde estaba o hacia dónde me dirigía, me encontraba bajo su
encanto y sin pensarlo más, me di por vencida y sucumbí a su voluntad con
una última visión de Érebo.

ÉREBO
Zeus y yo llevábamos varias horas en busca de la cueva donde se
encontraba Nyx. La travesía en general transcurrió en silencio y solo por
dos o tres palabras no habíamos conversado más, lo cual me indicaba que
ambos estábamos perdidos en nuestros pensamientos y en lo que pudiera
ocurrir al llegar a nuestro destino.
Juzgando por su manera determinada de andar, suponía que Zeus
conocía bien el camino, confirmando mis sospechas de que ya se había
enfrentado en más de una ocasión a la bestia, pero aun así necesitábamos un
plan de acción. Sin poder contener mi curiosidad decidí preguntar.
—¿Cómo es que sabes el camino hacia donde está atrapada Nyx? —mi
pregunta no pareció tener mayor impacto, pero Zeus se detuvo un momento
como para considerarla, después de unos segundos retomó el camino y
comenzó a hablar.
—¿Has oído hablar del Tifón? —Zeus procedió a decir. No esperó a que
le contestara pues sabía que, en efecto, había oído hablar del monstruo en
más de una ocasión––. Cuando tu padre creó a Gea y al Tártaro, de la
primera cópula entre ellos nació un engendro. Ambos estaban horrorizados
de ver que en lugar de haber creado algo puro y bueno, del producto de su
unión había nacido en su lugar un ser que simbolizaba todo lo malo de la
tierra y del vacío inferior, Tifón.
»Para nuestra desgracia, en vez de deshacerse de él, decidieron
esconderlo en una cueva bajo un hechizo, nunca imaginaron que cuando el
monstruo creciera iba a desarrollarse en un ser destructivo y con hambre de
venganza. Ahora Tifón ha encontrado la mejor manera para derrocar a los
dioses e incrementar sus poderes. Tomando a Nyx como su compañera
podrá unir sus dominios y así reinar el Olimpo.
La explicación de Zeus me había dejado con el corazón destrozado. El
concepto de poder perder a Nyx se volvió más y más factible y eso era algo
que no podía permitir. La noción de vivir en un mundo sin ella era algo
inconcebible.
—Pero sabiendo entonces a quién nos enfrentamos, necesitamos hablar
de cómo lo vamos a destruir, Nyx no debe salir lastimada, estoy dispuesto a
todo con tal de que ella se salve. —Mi voz parecía quebrarse en la última
palabra y caminé más a prisa para impedir que Zeus notara mi debilidad.
—El hecho de que seamos dioses no indica que no suframos, Érebo. Sé
que estás triste y perturbado, pero ten la seguridad de que haremos hasta lo
imposible para salvar a tu diosa y que ambos van a salir de esta situación
triunfantes para comenzar su inmortalidad. No debes preocuparte por cómo
vamos a derrotar a la bestia, de eso me encargaré yo y por eso es que insistí
en acompañarte. Tu única misión es sacar a Nyx y regresar al palacio lo más
pronto posible. Tienes que prometerme en este momento que harás lo que
yo te diga sin titubear o cuestionar mis instrucciones. ¿Te queda claro?
No tuve más remedio que asentir a la petición de Zeus. Comenzaba de
pronto a presentir la presencia y la conexión de Nyx indicando que
estábamos cerca y, tratando de concentrarme lo mejor posible, le mandé con
mi pensamiento las palabras de aliento que le pudieran llegar a su corazón.
«No desesperes, amor mío, muy pronto estaré ahí para salvarte».

NYX

“Vamos más lejos en la noche, vamos donde ni un eco repercuta en mí,


como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti”.
Una extraña pesadilla me despertó de súbito y al abrir los ojos descubrí
que tristemente el sueño solo era una extensión del entorno en que me
encontraba. Recordé de pronto que el Tifón me había traído a su cueva y las
intenciones de mi captura.
Lágrimas empapaban mi rostro con la triste realización de que no
volvería a ver a Érebo o a mi padre y les suplicaba a los dioses, en silencio,
que mi muerte los dispensara de sufrimiento.
Tratando de no hacer mucho ruido inspeccioné mis alrededores y me
percaté de que Tifón no estaba cerca, armándome de valor decidí ir a buscar
una salida, pero no di tres pasos cuando dos serpientes se manifestaron
delante de mí.
«Seguro son los guardianes de la cueva», pensé y retrocedí a mi lugar
inicial. Tenía que pensar en otra forma de escapar.
—No desesperes, amor mío, muy pronto estaré ahí para salvarte.
La voz de Érebo llegó a mí de la nada y aunque pensé que era solo mi
imaginación haciéndome una jugarreta, la volví a escuchar una y otra vez.
—¡Érebo!, ¿eres tú? —pregunté interiormente.
—Sí, estoy muy cerca, por eso podemos comunicarnos así. Nuestra
conexión se hará aún más fuerte conforme me acerque. No desesperes, sé
fuerte, Zeus nos ayudará a que salgas de ahí. Solo continúa escuchando mi
voz. Procura no mirar al Tifón a los ojos, Zeus dice que es así como
hipnotiza a sus víctimas.
—Lo sé, ya he caído presa de su mirada por eso es que estoy aquí. Tenía
tanto miedo de no volver a escuchar tu voz, perdóname, nunca creí que esto
ocurriría.
—Ya habrá tiempo de conversar. Pero, Nyx... yo soy el culpable de todo
esto, quería que hoy, mirándonos a los ojos, declaráramos lo que sentíamos
mutuamente. No quería que una simple marca dictara nuestro futuro.
Digerí todo lo que había dicho Érebo y pensé que ambos habíamos
actuado impulsivamente y sin tomar en cuenta al otro, la falta de
comunicación era lo que nos había puesto a los dos aquí. No sentía un
indicio de resentimiento en absoluto por haberme ocultado la verdad, y
pensé en todo lo que tuvo que planear para tratar de que nuestro día fuera
inolvidable y eso borraba cualquier disgusto hacia él.
—¿Nyx? —Érebo volvió a hablar y me di cuenta de que probablemente
había tomado mi silencio como enojo.
—Perdón. Solo estaba poniendo mis ideas en orden. No estoy molesta.
Mi amor por ti es infinito y solo deseo poder compartir mi existencia
contigo durante la eternidad.
Un fuerte trueno se escuchó a lo lejos y dos rayos cayeron fulminantes
en las cabezas de las serpientes. Sabía entonces que ya estaban en la cueva,
pues el trueno era uno de los atributos de nuestro rey Zeus.
—¡Nyx! ¿Estás bien? —Érebo me envolvió en un sólido abrazo y
tratando de no apretar demasiado, me susurró al oído palabras de perdón y
arrepentimiento. Lo abracé tan fuerte como él a mí y en turno le dije
palabras de amor y aliento.
—¡Érebo, Nyx! —Zeus llamó nuestra atención—. No hay tiempo que
perder, necesitan salir de aquí lo más pronto posible.
—¿Y qué será de ti? —Érebo interrogó con preocupación.
—Este es mi destino. Ya el Oráculo me había advertido que me
enfrentaría una vez más al Tifón. Vengo preparado. Esta vez no habrá
marcha atrás. Solo necesito que hagan lo que les pido y regresen al palacio
para dar inicio a su ceremonia. Son indispensables para nuestro futuro.
¡Ahora corran! ¡Y no miren atrás! Mientras más se acerquen al palacio
mayor posibilidad hay de que Afrodita pueda percibir su cercanía y les
pueda aplicar la marca. Entonces nadie podrá separarlos.
—Nunca podré agradecer todo esto que has hecho por nosotros —le dije
a Zeus.
—Nyx, algún día, quizás, pediré su ayuda para matar a otro monstruo.
Zeus volvió a producir un trueno. Tomando a Érebo de la mano,
intentamos buscar la salida.
—Espera. —Érebo se detuvo varios minutos después.
—¿Qué pasa? —contesté preocupada.
—Sé que Zeus es nuestro rey y por ende sus órdenes son absolutas, pero
me siento responsable. Estamos aquí por mi egoísmo y la inhabilidad de
hacerle frente a mis sentimientos, no podré perdonarme si algo le pasa.
—¿Cómo podemos ayudarlo? El Tifón es más fuerte y aún no podemos
usar nuestros poderes en su totalidad.
Érebo pensó un momento.
—En efecto, es más fuerte, pero ahora estamos juntos, lo que nos hace
invencibles. ¿Confías en mí, Nyx?
Nunca dudaría de él, así que asentí dándole un fuerte apretón de mano.
Podíamos sentir el incremento de calor, dejándonos saber que estábamos
cerca del Tifón.
—Necesitamos concentrarnos y canalizar nuestra energía para oscurecer
nuestro alrededor y así acercarnos a Zeus.
Concentrándome, invoqué los poderes de la noche, la oscuridad y las
tinieblas y al ver que Tifón no se inmutaba por nuestra presencia sabía que
el conjuro había funcionado.
En un susurro, Érebo pronunció el nombre de Zeus alertando nuestra
cercanía e indicándole que siguiera su voz hacia nuestra sombra. Al
principio, trató de reprocharnos haber vuelto, pero reconoció la ventaja de
nuestra oscuridad. Tifón no pudo darse cuenta de que Zeus estaba casi
frente a él hasta muy tarde y así dejó caer miles de rayos a su alrededor que
hicieron desmoronar las paredes de la cueva. Una piedra enorme cayó de
pronto en la cabeza del Tifón tirándolo al suelo.
— Ya han hecho suficiente —dijo Zeus. Esta batalla ahora es solo mía,
huyan antes de que queden atrapados en los escombros.
Viendo que el dios del trueno tenía la ventaja, dimos las últimas palabras
alentadoras y salimos con velocidad en busca de nuestro palacio.
NYX

“Es de noche que se percibe mejor el estruendo del corazón, el repiqueteo


de la ansiedad, el murmullo del imposible y el silencio del mundo”.

Tal como lo había indicado Zeus, cuando Afrodita percibió nuestra


cercanía dejó caer en nosotros la marca de nuestro destino. En la parte
superior del brazo derecho ahora llevaba la imagen de un cuarto menguante
junto con un épsilon simbolizando la letra E. Por su parte, Érebo había sido
marcado en el pectoral izquierdo con la imagen de una luna llena junto con
mi inicial. Ambas complementaban nuestros elementos y era orgullo llevar
en la piel algo permanente e indicativo de nuestra pertenencia.
Después de alcanzar las puertas del palacio, mi padre nos abrazó y
reprendió a ambos invocando y dando las gracias a los dioses por habernos
devuelto con bien.
Las nubes mandaron la señal de que Zeus había derrotado al Tifón tal y
como lo predijo el Oráculo y con esta noticia se pudo dar inicio a nuestra
ceremonia, la cual duró pocos minutos pues ambos estábamos impacientes
y deseosos de estar solos por fin. Una vez concluida, procedimos a buscar la
que sería nuestra celda copulante y tan pronto cerramos las puertas, no
tardamos en abrazarnos.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Érebo—. Estás temblando.
—Hemos estado juntos durante tanto tiempo, sin embargo, ahora no sé
qué decir o cómo comportarme. No estoy nerviosa, solo quiero que este
momento sea inolvidable.
Llevándome hacia nuestro lugar de reposo, Érebo prosiguió a
demostrarme lo perfectos que éramos el uno para el otro y que nuestro amor
era parte de nuestras mismas almas, juntos descubrimos el placer que
significaba fusionar nuestros espíritus creando una chispa divina que era
única, incorruptible, indivisible e imperecedera.
En el lugar donde nos había marcado Afrodita se produjo un calor
intenso y sentimos de inmediato la energía en nuestras venas y la fuerza en
nuestros cuerpos que daban inicio a nuestros dominios y poderes.
Esa noche nuestra oscuridad daría origen a la luz y de nuestra unión
nacerían el brillo y el día.
De ese momento en adelante no existiría una noche en el Olimpo sin la
presencia de la oscuridad, ni dejarían de brillar las estrellas en los cielos, así
como nunca jamás podría existir la diosa Nyx sin su dios Érebo.

FIN
Liz Rodriguez vive en Texas con su marido y su hijo. Su pasión es la
lectura, es una ávida lectora de novelas románticas. Se considera una
apasionada del café, del vino y de las redes sociales.
Liz divide su tiempo entre la lectura, el trabajo, atender a su familia y la
comunidad de libros que tanto ama: Libros Que Dejan Huella. En
septiembre del 2017, sale publicada su primera novela Qué Será de Mí la
cual ha llegado en papel a países que jamás imaginó y que hasta el día de
hoy sigue posicionada en los primeros diez lugares en los más vendidos
Amazon México después de más de veintiocho meses consecutivos, publicó
Mala Saña Spin-off de la Bilogía Que será de mí. En estos momentos se
encuentra emocionada incursionando como socia fundadora y locutora
junto al gran equipo de Radio Passion US.
Sus novelas bajo el seudónimo de L. Rodriguez
Bilogía: Qué será de mí (2017)
Qué será de nosotros (2018)
Novella: Corrompido (2019)
Mala Saña (2020)
Redes Sociales:
www.lrodriguezoficial.com
[email protected]
Facebook: Liz Rodriguez
Instagram: l.rodriguezoficial
L. Rodriguez

TORMENTA EN LA PIEL

Leira Rowe

El calor era abrumador, adoraba la playa. Toda la semana estuvo


lloviendo, fue como si la diosa lluvia se negara a irse para que el destino
mandara al astro sol a iluminar mis tardes. Sin embargo, no debía quejarme,
pues al fin estaba bajo sus rayos, quemando mi piel, besando con sus
descargas mis labios, poseyéndome con su resplandor, simplemente
calentándome el alma.
Llevaba tan solo dos semanas con mi convertible BMW del año, moría
por sacarlo a pasear así que me dirigía hasta Coronado Island a treinta y
cuatro minutos aproximadamente de casa según el navegador. Mi padre
rezongó mucho por mi decisión, pero él claramente me dijo: «escoge el que
quieras, será tu regalo, de cumpleaños», y yo tomé ventaja y decidí que
sería el coche de mis sueños, un convertible azul como el color del mar; así
que no se podía quejar. Era una muchacha enfocada en mis metas, jamás les
daba problemas, es más, seguía viviendo en casa de mis padres, claro que
ya tenía la mayoría de edad, pero continuaba en los brazos protectores de
mis progenitores.
Leira Rowe era mi conocido y aclamado nombre desde mi infancia,
gracias a mi preciosa madre y famoso padre. Yo cursaba el último año de
colegio, asistía religiosamente a la Universidad de San Diego, estudiaba una
Licenciatura en Ecología, Comportamiento y Evolución, mi sueño era
fundar una organización para ayudar al medio ambiente, claro que mi padre
tenía otros planes para mí, quería que siguiera los pasos de la familia, que
eran rumbo al estrellato.
Mi madre era una pionera de las películas más famosas de Hollywood y
mi padre era un célebre entrevistador de un conocido programa llamado
Tonight Show que, desde su primera emisión, dio pie para que se la pasaran
molestándolo por un autógrafo a donde quiera que íbamos. Su programa se
mantenía al aire después de treinta años, ganó varias veces el premio como
mejor programa de televisión de todos los tiempos. Yo, en cambio, trataba
de pasar desapercibida, no me gustaba la atención y, aunque no se me daban
tan mal las escenas artísticas, no era algo de lo que quisiera hacer una
profesión; cuando era pequeña cumplí con todas las clases que me
impartían en casa, pero fue al cumplir los diecisiete años que mi madre
abogó con mi padre para que me permitiera cambiar las clases privadas para
asistir a la universidad como cualquier chica de mi edad. Al principio no le
gustó mucho la idea, pero terminó cediendo, además, tenía a Josh Jr. Rowe
para seguir sus pasos. Junior era cinco años mayor que yo y era el típico
hermano odioso, vanidoso hasta hacer que te preguntaras: ¿Señor, en serio
estás seguro de que mi hermano es heterosexual? Aunque su lado player
confirmaba su hombría por todos los recovecos y lugares populares de Los
Ángeles y San Diego juntos, pues era la copia exacta de mi padre: guapo,
educado, popular y brillantemente talentoso.
Por fin, después de varios minutos de búsqueda, encontré el
estacionamiento perfecto, me orillé y puse mi señal para esperar con
paciencia a la joven mamá que juntaba sus pertenencias después de pasar la
mañana en la playa con sus hijos, subía todo a su cajuela para, a
continuación, acomodar a sus dos pequeñitos quienes esperaban pacientes
para que les abrocharan su cinturón de seguridad; me puse un poco
impaciente ante la lentitud de la señora, pero el lugar valía la pena así que
para adelantarme mientras aguardaba, me estiré para agarrar la bolsa de
playa donde se encontraba mi toalla y bloqueador solar que estaba bajo la
silla del pasajero, fueron solo unos cuantos minutos, pero cuando alcé mi
cuerpo, agarré con fuerza el volante ante el descaro que estaba sucediendo
frente a mí, mis ojos eran dos finas rejitas de incredibilidad bajo los lentes
de sol, al ver a un patán tan quitado de pena estacionándose en el espacio
por el cual yo estuve esperando por todo ese tiempo, «pero ese idiota me va
a escuchar». Puse las luces en intermitentes y me bajé de un salto del
automóvil, tras mi desenfreno azoté la puerta de mi nuevo bebé y el dolor
me llegó al alma al escuchar el ruido estruendoso al cerrarse, el gesto, tras
mi arranque mortal por salir de prisa, alimentó más mi coraje.
—¡Oye, sinvergüenza, ¿quién te has creído?! —grité sin un ápice de
timidez. Siempre era pasiva y cortés, pero estaba en mis límites.
El chico, alrededor de la edad de mi hermano arriba de los veinticinco,
volteó a mirarme con una sonrisa de suficiencia, el muy cabrón se quiso
hacer el bromista.
—Hola, dulzura, ¿estabas esperando por este lugar? —Se tocó el pecho
con una de sus manos, como si le doliera su falta de educación y tacto.
Hecho que me hirvió la sangre.
—Por favor —solté sin ocultar mi molestia—. Es obvio que te diste
cuenta de que las luces de mi coche estaban indicando que esperaba por el
espacio. ¿Cómo puedes ser tan maleducado? —pregunté incrédula ante
tanta desfachatez.
—Hades, deja a la hermosa sirenita en paz. —Una voz profunda se
escuchó a mi espalda, sentí la fuerza de su mirada recorrerme completa—.
¿Por un maldito día podrías comportarte y dejar de ser un patán a tiempo
completo?
Al oír la voz del individuo que se escuchaba muy cerca de donde me
encontraba parada, sentí como si un rayo me diera directo en la espalda, y
que al chocar con mi piel electrizaba todo mi cuerpo. Quería girarme para
verlo, pero me armé de valor aferrándome a la furia que se quería
desvanecer pues cambió súbitamente de enfoque, ya que deseaba conocer
quién era el dueño de esas profundas palabras. Orienté mis pensamientos y
volví a arremeter contra mi objetivo que era el tipejo llamado Hades.
«¿Cuál madre en su sano juicio le pondría a una criatura tremendo
nombre?».
—¿Entonces qué esperas para moverte? —Cambié el peso de mi cuerpo
a mi otra pierna —. ¿Podrías tener la decencia de quitarte? —El chico
estaba a punto de abrir la boca para contestar, pero lo interrumpí, eso era un
caso perdido y no dejaría que ese idiota arruinara mi tarde—. ¿Sabes qué?,
olvídalo. Que te aproveche.
Me giré y caminé de prisa hacia mi automóvil, me puse el cinto de
seguridad y, aunque sentía todavía una mirada que me acechaba no
despegué mis ojos del frente, puse el automóvil en marcha y salí del lugar.
Poseidón

Llevaba un buen rato esperando a Hades, el idiota olvidó las tablas de


surf en el departamento que compartíamos. Mi loco hermano siempre
estaba distraído, a pesar de los miles de años que llevábamos en la tierra,
seguía deslumbrado, permanecíamos pagando por un castigo que mi
hermano mayor nos impuso mucho tiempo atrás, entendía que allí
obteníamos mucha más diversión que en el inframundo y era yo quién tenía
que mantenerlo controlado, aunque muy en el fondo lo comprendía, no
podría imaginar cómo me sentiría si estuviera lejos del mar, tan siquiera
tenía esos momentos en San Diego, quizás por esa razón, entre tantos
lugares donde permanecimos durante todo ese tiempo, las últimas tres
décadas nos quedamos en América, era todo lo que nos quedaba hasta
regresar a nuestra forma divina y que pudiéramos volver por completo a
casa, a nuestro hogar, al mar.
Desde que Zeus nos salvó de nuestro padre Cronos, se autoproclamó el
dios supremo, algo así como el patriarca de los seis hermanos. Era el altivo,
al que le gustaba tener la última palabra, de hecho, jamás tuvo ningún
problema con él, desde que dividió los reinos todo era paz y cada quien
regía con sus propias reglas, pero todo cambió cuando Hades se encaprichó
con Perséfone hija de nuestra hermana Deméter. En una visita, mi hermano
me comentó al respecto, pero jamás imaginé que llevaría a cabo esos planes
descabellados y fuera capaz de raptar y enamorar a nuestra propia sobrina
hasta engañarla para que probara las semillas de granada y así convencerla
de que permaneciera a su lado. Cuando Zeus se enteró, lo consideró una
ofensa, pero mi fallo fue no decir nada, lo único que dije a mi favor en
aquel momento, fue que jamás creí que, el Dios del Inframundo, no mentía
cuando me confesó sus intenciones, y así fue como los dos terminamos en
la tierra.
—Si la sigues mirando así podrías calcinarla —soltó Hades sin
remordimientos mientras bajaba las tablas de surf.
Hasta que se perdió el automóvil de la chica volteé a ver a mi hermano,
no podía creer que estuviera tan quitado de la pena después de su
desfachatez.
—¿Qué fue lo que pasó? —inquirí serio, acercándome a él para tomar
mis pertenencias del Jeep.
—Nada, la chica estaba distraída, así que aproveché y me estacioné —
respondió sincero—. Sabes bien que si me lo hubiera pedido, me muevo —
sonrió descarado, confirmando con su gesto que mentía. Lo miré
inquisitivo, y se apresuró a agregar—. O quizás no, pero eso ya no importa,
se ha ido.
Cuando escuché esas últimas palabras, sentí un vacío en el pecho, no lo
percibí bien, pero lo aprecié. Era extraño de explicar, pero cuando observé
su cuerpo completo de espaldas a mí, vibré y lo más raro fue que, a medida
que me acercaba a ella, vi un aura brillante a su alrededor, un resplandor
que me cegaba y me incitaba a seguirla.

Leira Rowe

El sol estaba en todo su esplendor, eran las tres de la tarde, el tiempo era
perfecto. Después de ponerme el bloqueador solar, guardé todas mis cosas
en la bolsa de playa y la dejé sobre la toalla, acomodé mi traje de baño de
dos piezas color amarillo y, al percatarme de que estaba lista, salí corriendo
hasta la orilla del mar, caminé un poco y, cuando sentí profundidad, me
metí sin miedo al agua, como toda una sirena. Al salir a la superficie, me
mantuve flotando moviendo las piernas, así estuve un buen rato
sumergiéndome en el agua y disfrutando del mar hasta que un chico llamó
mi total atención, el muchacho se abrió paso con su tabla de surf bajo el
brazo, después de que entró en el agua se acostó sobre ella y avanzó con
seguridad, no pude dejar de admirarlo, así que regresé nadando hasta la
orilla y me senté sobre la arena para seguir contemplándolo desde lejos.
Observé cómo balanceaba y cachaba la marea como si el mar le
perteneciera, danzaba como leyendo las olas, demostrando quién mandaba
en el lugar.
—Si te presento a mi hermano, ¿me perdonarías? —preguntó alguien a
mi lado.
Estaba tan concentrada en observar al guapo surfista que no me percaté
de que alguien se hallaba sentado junto a mí, lo miré incrédula, era el patán
de hacía unas horas atrás.
—¿Estás de broma? —contesté alejándome un poco, el chico estaba muy
cerca para mi gusto, invadía mi espacio personal.
—No, no lo estoy. —Silbó fuerte y levantó la mano tratando de llamar la
atención del joven que seguía ondeando las olas.
Seguía consternada y pensé que sin duda ese día me había levantado con
el pie izquierdo. Ahora ese idiota le diría al chico guapo, que llevaba un
buen rato babeando por él y eso no lo podía permitir, de un salto me levanté
y con paso acelerado me fui por mis cosas, cuando estaba sacudiendo la
toalla se volvió acercar.
—Oye, en verdad no quería molestarte. —Levanté mi rostro para mirarlo
—. Sé que no comenzamos nada bien, pero desde que Poseidón puso sus
ojos en ti ha estado muy extraño, y ahora que te veo observándolo de la
misma manera que él lo hizo contigo, no sé… es raro. —Se rascó la cabeza
un tanto pensativo—. He sido el culpable de tantas cosas, y una de ellas es
que él también se encuentre aquí, así que pensé, mmm, que quizás tú….
—Es verdad que aparte de patán, también estás algo chiflado —contesté
girándome para comenzar a caminar, mi tiempo en la playa había
terminado.

Poseidón

Las semanas transcurrieron muy lentas y no me quitaba a la preciosa


mujer de melena pelirroja de mi mente, con el paso de los años en la tierra
conocí a infinidades de ninfas, pero ninguna tan significativa como esa
chica que era como si me llamara, como si con su presencia se terminara la
tempestad en la que vivía constantemente. El día en la playa sentí en todo
momento sus ojos en mí, vi la fascinación en su rostro con la que me
observaba, con total devoción, y cada movimiento que hacía con las olas
era, de alguna manera, un gesto para seguir llamando su atención. Jamás me
cruzó por la cabeza que llegaría Hades a arruinarlo todo, sin siquiera darle
la oportunidad de presentarse, se sentía molesto, enojado, frustrado, era
tanta mi desesperación que esa tarde le grité cosas horribles, por su culpa
estaban allí, por sus errores estaba encarcelado en esa vida. Por primera vez
sentía una ilusión, una necesidad diferente en su pecho, y su hermano lo
arruinó, como lo hacía siempre con sus malditas estupideces. Nunca
pensaba en los demás, ninguna vez podía ver más allá de su ego y de sus
necesidades, ahora no sabía dónde buscarla y con solo pensar que no la
volvería a ver, se formaba de nuevo esa tempestad en mi pecho que a pesar
de los años me seguía consumiendo, matando poco a poco las esperanzas de
que algún día Zeus me perdonara y nos dejara volver.

Leira Rowe

Estaba esperando impaciente por estas semanas de descanso, mis padres


me rogaron para que los acompañara a un crucero que los llevaría al Caribe
para pasar juntos el spring break, pero me negué rotundamente, después fui
con mamá y a solas le comencé a llenar la cabeza diciéndole que si Junior
ya tenía su plan para esas vacaciones que ella debería de aprovechar para
pasar varios días con papá como dos recién casados y eso la convenció al
instante, además, no les sorprendía que no los quisiera acompañar, pues
siempre era una lucha constante para sacarme de California, cuando
proponían ir a esquiar sabían que lo primero que respondería era que odiaba
el frío, y cuando querían ir a otra playa, siempre les decía que no tenían
necesidad de salir de la ciudad, pues se hallaba una preciosa muy cerca de
casa. Sin embargo, al mar, por nada del mundo, le ponía excusa, era algo
que desde niña me llamaba, entre el agua me sentía libre, satisfecha y en
paz.
Todos se fueron cuando ya era tarde y, después de despedirlos en el
aeropuerto, me dirigí directo a la bahía a cenar en un restaurante costero al
que mi padre nos traía desde niños. Después de comer solita una orden
completa de tacos de camarón y un consomé al mojo de ajo, estaba tan llena
que decidí que lo ideal era caminar un poco por la playa antes de regresar a
casa. La noche era fresca, el viento azotaba como una caricia sobre mi
rostro, ni me molesté en ir al coche para dejar mis pertenencias, me fui
adentrando en la acera y bajé los escalones con las sandalias en mis manos,
no pude evitar expulsar por completo el aire de mis pulmones al sentir la
arena fresca entre mis dedos, la playa era segura y aunque fuera de noche
todavía pasaban parejas corriendo, otras personas hacían yoga y meditación
a la orilla del mar.
Mientras caminaba a paso lento, a la vez estaba concentrada viendo las
estrellas que resplandecían con intensidad, hasta que a lo lejos, mis ojos se
posaron en un hombre alto y fornido que era iluminado por la luz de la luna,
se hallaba erguido en todo su esplendor, sus brazos fuertes y marcados se
encontraban elevados, mientras que con sus manos diestras juntaban con
maestría su melena de cabello largo de hebras oscuras, maniobraba una liga
para hacerse una coleta y después, con un movimiento ágil lo enrolló todo
dejándolo en un moño muy masculino que le daba un aspecto de chico
malo, observé hipnotizada la escena como si pasara frente a mí en cámara
lenta, al instante se me secó la boca y pasé saliva con dificultad, el
individuo solo llevaba unas bermudas de color naranja fosforescente y de la
cintura para arriba estaba completamente desnudo, las gotas de agua le
escurrían por todo su torso esculpido, ese espécimen masculino no era para
nada un chico, era todo un hombre que medía más de dos metros de altura,
su cuerpo se veía firme y musculoso, una estructura trabajada con
intensidad.
En todo ese tiempo no me di cuenta de que seguía admirándolo, estaba a
unos cinco metros de distancia de donde continuaba plantada como una
estatua, sentí una opresión en el estómago cuando se giró y me regaló una
preciosa sonrisa revelando su perfecta dentadura e inesperadamente corrió
hacia mí y me abrazó con fuerza, sentí claramente cómo respiró profundo
oliendo mis cabellos, era tan alto que había tenido que encorvarse un poco
para tomarme entre sus brazos, sin embargo, no me movía, seguía inerte sin
reaccionar.
—Por el poder del Olimpo, pensé que no te volvería a ver —soltó
aliviado, renuente se retiró un poco para mirarme a los ojos.
Lo contemplé impactada, no sentía miedo de él, simplemente estaba
asombrada de su reacción.
—Disculpa, no quería asustarte. Soy Poseidón. —Al notar mi rostro de
sorpresa, se disculpó enseguida y me ofreció su mano, automáticamente la
acepté. Cuando me tocó sentí una descarga placentera que me recorrió todo
el cuerpo—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó un tanto inquieto.
—Hola, mucho gusto, me llamo Leira... Leira Rowe — respondí al
instante, estaba segura que si no me concentraba el hombre frente a mi
creería que era una estúpida, así que tomé aire profundo y dejé los nervios
que me provocaba su presencia a un lado e intenté continuar la
conversación—. ¿Seguías surfeando a esta hora? —Al ver la tabla de surf
insertada en la arena, cuestioné lo primero que me pasó por la cabeza.
Poseidón giró su rostro para ver sus pertenencias sobre la arena, volteó a
verme y me contestó sonriendo:
—Sí, me encanta el mar, cuando estoy dentro del agua pierdo
completamente la noción del tiempo, acompáñame. —Con un gesto muy
natural me tomó de la mano y caminamos juntos hasta donde estaban sus
cosas, con renuencia me soltó para agarrar su mochila y ponérsela sobre sus
hombros.
—A mí también me encanta —declaré metiendo mis pies en el agua.
—Me he dado cuenta. —La imitó y se puso a mi lado.
Observamos las olas mientras éramos acariciados por el aire fresco de la
noche.
—Me viste, ¿verdad? —No era una pregunta, al contrario, estaba
asombrada de no sentir vergüenza por saber que él me notó aquella tarde.
—Claro que te vi, sería un tonto de no sentir tu presencia, emanas un
brillo que me hipnotiza, sirenita —expresó girándose y contempló mi perfil,
estiró su mano y tomó con delicadeza mi barbilla elevándola para verla
mejor—. Eres una preciosa ninfa, una dríada hecha para mí.
—Tú y tu hermano son muy extraños —declaré nerviosa al ser
inspeccionada tan meticulosamente.
—La gente pensaría que después de tanto tiempo de vivir aquí
podríamos acostumbrarnos, pero la verdad es que las cosas cada vez son
más complicadas —explicó con mucha seriedad.
El teléfono nos interrumpió, lo saqué de la bolsa y comprobé que eran
mis padres, rápido aplané el botón de ignorar y lo volví a guardar.
—Creo que me tengo que ir, Poseidón, —Su nombre en mis labios fue
revelador, sonreí al pronunciarlo y no pude callarme la pregunta que se me
formó en la punta de la lengua—. ¿En verdad ese es tu nombre? —
cuestioné insegura—. ¿También me vas a decir que tienes otro hermano que
se llama Zeus?
—Lo tengo —aseguró con sinceridad—, pero no es momento para
aburrirte con toda esa información, mejor déjame acompañarte a tu coche.
—Me tomó de la mano mientras yo guiaba el camino.
Era tan natural tenerlo a mi lado, cuando pensaba que no se daba cuenta,
giraba mi cabeza para verlo tan alto resguardándome, como un gran
gladiador que podría arrollar a todos por salvarme si estuviera en aprietos.
—Y lo haría —expresó con una sonrisa de lado.
—¿Qué harías? —pregunté confundida, al detenerme con mi reacción, él
hizo lo mismo.
—Los arrollaría a todos por mantenerte a salvo. —Me encaró sin
dificultad y soltó esas palabras ahuecando mis mejillas. Su aliento
mentolado me hizo sentir que flotaba, mis manos se sostenían de sus
antebrazos y solo pensé en cómo deseaba que me besara.
—Sus deseos son órdenes. —Fue lo último que escuché mientras se
inclinaba lentamente y posaba sus delicados y suaves labios en los míos, fue
un beso delicado, tierno, revelador, con compromiso, su lengua buscó
camino hacia mi boca, la abrí con sutileza para él y se adentró hasta el
último de los recovecos de mi alma, lo sentía en cada fibra de mi cuerpo,
aunque lo único que invadía era mi boca de una manera especial
haciéndome sentir venerada.
Mis labios hinchados me hicieron separarme de él, mientras lo observaba
instintivamente llevé mi mano hasta mi boca, los toqué con cuidado y sentí
un hormigueo, era un sentimiento que me recorría completa,
inexplicablemente todavía percibía su tacto en mí, como si se hubiera
estampado en mi piel.
—¿Lo sientes? —preguntó prudente, mi rostro confundido lo hizo
explicarse—. ¿Sientes nuestra conexión?
En ese momento no entendí de lo que hablaba, solo sentía como si de
alguna manera nos estuviéramos conectando, pero, ¿cómo un beso nos llevó
hasta ese sentimiento?, me pregunté.
—La mujer que esté destinada a mí, sentirá lentamente la conexión que
nos irá uniendo hasta hacernos uno solo —explicó con prudencia—. Nos
estamos encontrando... —dejó la oración incompleta para continuar
diciendo emocionado—: esto es increíble, después de tanto tiempo, jamás
pensé que te encontraría. —Me abrazó y me atrajo a su pecho para después
besarme tiernamente los cabellos.

Poseidón

Poco a poco la intensidad de sus pensamientos se hicieron más claros,


cada instante que seguía a mi lado lo percibía con claridad y ahora, después
de ese beso tan intenso y significativo, podía sentirla vibrando en mi
cuerpo.
—Esto es muy extraño, siento... no sé cómo explicarlo, algo crece dentro
de mí. —Se tocó el pecho—. Como si algo se estuviera adhiriendo a todo
mi ser. —Busqué sus preciosos ojos y le acaricié las mejillas.
—Siéntelo, sirenita, dale la bienvenida. —Me percaté del miedo en su
mirada y sentí tristeza, no quería que tuviera temor al sentimiento que nos
uniría, busqué en una de las bolsas de mi mochila una caracola, era el único
objeto mágico que poseía y que podía utilizar para que ella lo entendiera y
creyera en las próximas palabras que estaba por contarle. Reconocía que
todo era muy rápido, pero siempre había escuchado que las conexiones con
tu alma gemela eran así, naturales y espontáneas. Durante todo ese tiempo
imaginé que mi pareja estaba en mi reino y que por eso siempre navegaba
en solitario, pero hasta ese momento fui consciente de que las cosas no eran
como las pensé, estaba seguro de que esa mujer pelirroja, esa humana
delicada e inocente, sería mi mujer.
—Mírame —ordené mientras con cuidado amarraba la caracola a su
cuello, no era ninguna joya preciosa era simplemente una concha que se
sostenía de un cordón café—. Al cerrar tus ojos podrás ver mi hogar, todo
es real, todo está ahí esperando por nosotros y un día, que espero no sea
muy lejano, podré regresar y será contigo a mi lado.
Leira cerró los ojos sin imaginar lo que vería a continuación, la senté en
la banqueta y me acomodé frente a ella, tomé sus manos con fuerza y me
preparé para mirar lo mismo, en segundos aparecimos juntos frente a la
gran puerta de mi imponente palacio. Era un castillo titánico, lo que lo hacía
único y especial era que el poder del mar con el paso de los años tomó
presencia y se adaptó a la estructura, ahora grandes corales se unían a los
gigantescos pilares que lo conformaban, si estabas nadando podrías
continuar sumergido por debajo de las grandes rocas hasta llegar al centro
del lugar y dirigirte sin problemas a la entrada subterránea que te dirigía a la
superficie. La mitad del castillo estaba sumergida bajo el agua, mientras que
la otra parte era completamente tradicional, contaba con un acceso típico
medieval y un portón firme de hierro puro resguardaba la entrada con
seguridad.
Abrí la puerta para ella y la dejé pasar, Leira abrió mucho los ojos al
observar lo espacioso y llamativo que era todo a su alrededor. El castillo
tenía un toque cálido y acogedor a pesar del aspecto imponente que
brindaba.

Leira Rowe

Me adentré sintiendo a Poseidón caminar tras de mí, dándome espacio,


dejándome que recorriera e inspeccionara sola el lugar, de repente escuché
risitas que llamaron mi atención y tras dar unos cuantos pasos más, bajo un
arco medieval gigante vi desde ese piso cómo varias mujeres salían de
debajo del agua, demostrando que habían tomado un largo baño, pero mi
sorpresa se intensificó al mirar que cuando se sentaban en la orilla de la
superficie de las rocas una larga cola de pez se agitaba de un lado al otro.
Me tallé los ojos pensando que me encontraba soñando, pero recordaba
claramente cómo Poseidón me sentó en la orilla de la banqueta y me puso el
collar, no podía estar drogada, ni dormida, él me aseguró que lo que vería
era real, se dio la media vuelta y lo miró directo a los ojos.
—¿Ellas son sirenas? —pregunté sintiéndome una tonta porque
obviamente lo eran, pero estaba confundida, ¿cómo podía existir un lugar
donde fueran reales, no se suponía que ellas eran solo un mito? Sin dejarlo
contestar me giré de nuevo para verlas y esta vez noté que cada una de ellas
traía un pequeño y sencillo sujetador.
Sentí sus brazos abrazándome con delicadeza desde atrás, ajustándome a
su cuerpo y cuando comenzó a hablar me hizo estremecer.
—Leira, ese es mi mundo, hace muchos años fui expulsado de allí, soy el
rey, el señor, el Dios del Mar, pero he sido castigado y tengo que
permanecer en la tierra —me giró para que lo mirara—. No sé si algún día
podré regresar, pero quería que conocieras quién soy y de dónde vengo.
Momentos como este es lo único que puedo obtener muy de vez en cuando,
solo venir a ver desde lejos mi hogar.
No dije nada, solo levanté mis manos para acariciar sus mejillas con
ternura, las ahuequé sintiendo pena por él, su rostro cambió mostrando la
tristeza que lo invadía por dentro, esperaba que con su presencia, ella
pudiera ayudarlo a aligerar el dolor que sentía.
Sin saber cuánto tiempo transcurrió, abrí los ojos sin dificultad y me
percaté de que Poseidón seguía sosteniendo mis manos con firmeza.
—¿En verdad todo eso fue real? —Volví a preguntar.
—Sí, sirenita. —afirmó observando su reacción.
—Y, tú y yo… —dejé la oración incompleta, en ese momento sentí mis
mejillas calentarse, no sabía cómo preguntarle si él y yo podíamos tener
algo que ver.
Él me sonrió y se abalanzó para depositarme un explosivo beso que me
dejó sin aliento.
—No te preocupes por eso, sirenita, en estos momentos soy cien por
ciento humano. —Me sonrió con picardía—. Es más, podría dejarte hacer
una exploración completa por todo mi cuerpo.
—Oye, espera, escuchas mis pensamientos, ¿verdad? —Con toda la
fascinación que sentía por ese hombre cautivador, dejé pasar por alto ese
pequeño detalle al percatarme de que contestaba preguntas no verbalizadas.
—Bueno, al principio no lo podía hacer, solo te sentía como una
vibración que me llamaba, pero desde que toqué tu mano, poco a poco tus
pensamientos se han ido aclarando en mi cabeza —dijo muy tranquilo.
—Oye, eso no es muy amable de tu parte. —Me quejé levantándome, mi
trasero estaba molido, miré mi reloj y sorprendida me di cuenta de que
pasaba de la media noche.
—No te preocupes, después tú también podrás escuchar los míos. —Se
alzó siguiéndome—. Claro, si así lo deseas.
—¿A qué te refieres? —Lo miré intrigada.
—Si profundizamos la conexión, y yo vuelvo a tener de vuelta mi poder,
podrás escuchar mis pensamientos y …
—¿Y? —Noté la inseguridad en su rostro. —Dime —demandé.
—Serías una sirena. —Poseidón expresó muy bajito como temiendo que
no aceptara el compromiso de sus palabras.
No dije nada, ¿qué podía decir ante eso? Eran muchas cosas por
procesar, pero él me encantaba. Era un hombre divino, quizás no lo conocía
tan bien, pero lo que apreciaban mis ojos era tremendamente cautivador. No
existía poder que pudiera resistirse a su encanto, siendo humano, dios,
surfista… o lo que fuera. En ese instante me percaté cómo Poseidón se
volvía a reír con esa sonrisa que me calentaba el pecho y muchas cosas
más…
«Oh, no, Leira, ahí vas de nuevo, contrólate mujer. ¡¡Recuerda que él
puede leer tus pensamientos!!».
—Ven acá —me ofreció su mano—, vas a dejar que te acompañe, iré tras
de ti. Solo quiero asegurarme de que llegues bien a casa.
—¿Y si eres tú el secuestrador? —solté en broma.
—¿Te gustaría que te secuestrara? —Su voz sensual me derritió, el dios
del Mar al notarlo me atrajo a su cuerpo, me pegó a él y me devoró la boca
dejándome hipnotizada—, contéstame, sirenita, porque yo, felizmente y sin
ningún remordimiento, lo haría ahora mismo. —Mordió mi labio, y suspiré
conmocionada.

Poseidón

Pasaron varias semanas desde que conoció a Leira, nos mensajeábamos


todo el tiempo y nos veíamos constantemente. Hasta le acompañé al
aeropuerto a recoger a sus padres y después de varios días tuve el placer de
conocer a su hermano en una cena familiar. Después de que asimilaron mi
presencia, todos me recibieron con los brazos abiertos, bueno, más su
madre, que seguía cautivada con mi porte y eso último lo supe porque mi
bella pelirroja era para ese momento ya muy transparente de leer y
súbitamente un día mientras estábamos en la mesa compartiendo la cena, le
pasó por su cabeza todo lo que habían platicado más temprano, creo que
nadie me había hecho sonrojar tanto como la progenitora de mi sirenita y
sin siquiera proponérselo.
—¿Cuál es el plan de hoy? —Hades preguntó mientras se acercaba a
ayudarme a ajustar las velas—. ¿Iremos a pescar? —inquirió interesado.
—Leira está por llegar, la llevaré de paseo.
Mi hermano me miró curioso, llevaba semanas compartiendo con mi
chica, me había comentado que no le molestaba su presencia solo le llenaba
de curiosidad.
—Vale, solo ten cuidado. El tiempo es algo extraño —soltó mientras se
bajaba del velero.
—Por favor, Hades, soy el Dios del Mar, lo tengo todo controlado —dije
con suficiencia.
Después de media hora llegó Leira, muy hermosa, usando un vestido
veraniego floreado y debajo su biquini de dos piezas. En su bolso llevaba
un cambio de ropa, una toalla y varios artículos personales. Cuando me vio
se me fue encima, la atrapé feliz, encantado de su muestra de afecto. Hasta
ese momento no habíamos compartido intimidad, le estaba dando tiempo a
que me conociera, pues después de estar juntos nada sería lo mismo.
—¿Preparada? —pregunté tomándola de la mano y guiándola por el
muelle. Antes siquiera de tener oportunidad de contestarme se llevó las
manos a la boca, sorprendida.
—¡Noo! —chilló emocionada.
—¡Sí! —le respondí feliz.
Leira se me fue encima de nuevo desbordando felicidad, no pasó
desapercibido el bote de pintura que yacía a un lado del velero y cómo en el
barco se leía claramente: Sirenita.
—¿Se lo has escrito hoy?
—Así es. —La atraje y nos volvimos a besar sin importarnos nadie a
nuestro alrededor.
Después de muchos mimos, subimos al barco y comenzamos nuestro
viaje, todo era perfecto, el sol brillaba en lo alto, la marea era agradable,
nos encontrábamos bebiendo una refrescante margarita cuando súbitamente
se empecé a sentir una ráfaga de viento intensa, como si estuviéramos
entrando a una tempestad, en un abrir y cerrar de ojos estábamos dentro de
una lluvia densa que no nos dejaba ver con claridad y, aunque era un
experto, el pequeño velero se movía frenéticamente de un lado a otro.
Leira se sujetaba con fuerza, se notaba que trataba de ser valiente, pero
era inevitable no dejarme saber lo que sentía, de repente no lo vimos venir,
todo sucedió demasiado rápido, una vela se zafó y cuando reaccioné, vi
cómo le golpeaba el lado izquierdo de su rostro, tras el impacto perdió el
balance y cayó con fuerza al agua. Aterrado me tiré al mar, mi corazón
palpitaba desbordado, lo único que me repetía era que tenía que estar bien,
no sentía la conexión, no había pensamientos que pudiera registrar, no tenía
nada. De repente enfoqué mi mirada, me sentía inútil sin mi poder, pero mi
instinto me guio, no quería salir a tomar aire, era tiempo perdido, los
pulmones me ardían, pero cada vez me introducía más en la profundidad.
Un borrón rojo llamó mi atención, me apresuré y por fin, después de
muchos minutos buscándola, la detecté en una imagen borrosa, de prisa la
sostuve junto a mí e inmediatamente nadé de regreso.
Con cuidado la deposité en el suelo de madera y me sentí aún más
impotente al ver la terrible herida de la cual no paraba de salir sangre a
borbotones su oído estaba reventado, se encontraban en medio del mar, no
tenía muchas esperanzas, su piel estaba muy blanca y su latido era muy
débil. La tomé entre mis brazos y la sostuve muy fuerte sintiendo que me
desgarraba por dentro al no tener cómo ayudarla.
—¡No, por favor no, Zeus, no lo hagas. No me castigues así por favor,
hermano! ¡Por favor! No ella, —gritaba cosas sin sentido, plegarias
descabelladas, sabía que si tuviera mi poder podría curarla—, ¡Zeusss te lo
juro, jamás pensé que Hades lo haría, no te lo dije porque no lo creí capaz!
Hermano, por favor, no me hagas esto. —La mano de Leira súbitamente se
resbaló sin vida desde su vientre, sin querer aceptarlo la pegué más a mi
pecho y sollocé desgarrado.
No fui consciente del tiempo, la tempestad se desvaneció y la oscuridad
reinaba en todo el barco, nos alumbraba la luz de la luna y las estrellas.
Leila estaba fría, su cuerpo no tenía color ni vida, pero no la quería soltar,
me rehusaba a vivir sin ella, no me importaba tener mis poderes, no me
interesaba regresar de nuevo a mi hogar, me había sentido completo en ese
corto tiempo que compartí a su lado y ahora me sentía perdido,
desorientado como nunca antes.
Mientras veía al horizonte con Leira todavía en mis brazos, vio una luz
brillante que lo cegaba al acercarse.
—¿Me llamaste? —Zeus, resplandeciente, caminó por el barco hasta
sentarse con cuidado frente a mí.
—¿Por qué, hermano? —Le reclamé con la voz ronca por haber gritado
con tanta desesperación—. ¿Por qué no me ayudaste? ¿Qué he hecho mal?,
¿Qué te hice yo para merecer esto?
Zeus observó a la mujer que tenía en mi regazo sin vida, me giré para
contemplarla con adoración.
—¿La amas? —preguntó curioso.
—Es mi otra mitad —aseguré— No lo entiendo, no sé cómo has
permitido que se muriera así. —Mi voz se quebró, respiré profundo y
continué—: tú tienes tu poder, si no quieres regresar los míos, no importa,
pero por favor sálvala.
—¿Estás seguro de lo que me pides? —indagó intrigado tras los
sentimientos que mostraba por ella—. ¿Estás dispuesto a entregármelos
para siempre? Piénsalo bien, jamás los tendrás de regreso, serían tus
poderes por su vida.
—Lo estoy. —Me levanté de prisa y la acerqué a Zeus, depositándola
frente a él.
Antes de que captara el siguiente movimiento del dios del cielo y de la
luz, vi súbitamente aparecer en mis manos mi tridente, confundido, no pude
preguntarle lo que significaba, entonces escuché su explicación:
—Poseidón, ahora tienes el poder. Estoy orgulloso de ti, después de
miles de años has pasado la prueba, desechaste tus ambiciones de poder por
el sentimiento más puro que existe en todo el universo: el amor.
No perdí tiempo, me lancé al agua con Leira entre mis brazos, sumergí la
punta del tridente en el mar y comencé a girarlo, un aro de espuma brillante
nos envolvió, tenía los colores del arcoíris, deposité con delicadeza el
cuerpo sin vida sobre el círculo y permití que se sumergiera por completo,
después de varios minutos, que sentí como una eternidad, ella misma y con
su propio impulso, saltó frente a mis ojos tomando una bocanada profunda
de aire fresco, su cabello rojo brillaba con intensidad, sus mejillas estaban
sonrojadas, tenía una preciosa sonrisa en su rostro y, de repente, una
hermosa cola verde se asomó un poco a la superficie moviéndose de un lado
al otro, por un momento me preocupé de su reacción, pero al ver su amplia
sonrisa y la fascinación en su mirada, la atraje a mí y sin perder tiempo la
besé como si no existiera mañana.
—Mi preciosa y hermosa sirena. —Le acuné sus mejillas y contemplé su
rostro fascinado, mi mano derecha recorrió su suave piel desnuda hasta
llegar a su espalda baja, su bellísimo cabello rojo cubría sus exquisitos
senos que moría por conocer. En ese instante, Leira se sonrojó—. ¿Me has
escuchado?
—Te escucho y te siento... —respondió encontrando su voz. —. Esto es
maravilloso —declaró contenta, rodeándole el cuello con sus brazos para
ser ahora ella quién se adueñará de mi boca.
En ese momento, mientras nos besábamos, cambié a mi forma sagrada y
ella, al separarse de mí y verme, quedó impresionada, en ese instante leí sus
pensamientos, ella siempre me miró de una manera divina, mi porte,
estructura, presencia, pero ahora lo observaba anonadada, y me fasciné al
percatarme que pensaba que era simplemente maravilloso.
—No, amor mío —sin poder dejar de tocarla me acerqué a ella y
murmuré sobre sus labios—, tú eres maravillosa.

Epílogo

La vida no ha podido ser más maravillosa desde que encontré a mi


amada alma gemela, aunque decidimos quedarnos en la tierra por un par de
años, jamás los disfruté hasta ese momento. La vida comenzó cuando la
encontré, en los brazos de Leira todo era perfecto.
Mi mujer me convenció, quería terminar la universidad y darles a sus
padres el tiempo necesario para que asimilaran que un día, no muy lejano,
se convertiría en mi mujer. Disfrutaba ir por ella a la universidad, ayudarla
con sus proyectos, las reuniones familiares con sus padres, viajamos juntos
hasta que le pedí que se casara conmigo. Leira encantada me dio el sí y le
otorgó el gusto a su madre de armar una boda por todo lo alto, sabía que un
día partiríamos y deseaba que atesorara todos esos hermosos momentos
junto a sus seres queridos. Enumeradas veces, entre mimos, cuando la
observaba cabizbaja entre mis brazos, le aseguré que podríamos regresar
cuando ella quisiera y estaba seguro de que al llegar a casa se perdería entre
la magia de nuestro reino. Solíamos escaparnos a navegar y cuando nos
sentíamos seguros dejábamos a nuestro cuerpo ser libre, nos sumergíamos y
perdíamos la noción del tiempo explorando las profundidades del mar.
—¿Sigues nerviosa? —pregunté observando cómo retorcía sus manos y,
a la vez, ligeramente movía una de sus rodillas con intensidad.
—Un poco —confesó mientras seguía viendo el camino que navegaba.
Esa mañana nos habíamos despedido de sus padres, ellos creían que nos
mudábamos a Hawái por trabajo, pero la verdad era que partíamos a casa.
Abriría un portal en el agua y nos sumergiríamos a enfrentar nuestro nuevo
destino mientras que Hades se encargaría del barco, su travesía por la tierra
continuaba.
—Cuñada, no te preocupes, recuerda que siempre puedes volver. Este
grandulón te seguirá a dónde quieras —dijo Hades sentándose a un lado de
ella, dándole un fuerte apretón.
Aunque su mujer y el dios del inframundo vivían en constante estira y
afloja, notaba en su hermano el aprecio que sentía por Leira y lo feliz que
se encontraba por él. Apagó el motor y dejó el timón para encontrarse con
ellos.
—Ni se te ocurra, sabes que odio las despedidas. —Hades se adelantó a
decir cuando vio que se acercaba.
—Te quiero, hermano, —lo atrajo y pegó su cabeza a la de él con
camarería—, deseo que encuentres lo que necesites para ser completamente
feliz.
—Vete de aquí, rufián, antes que te pongas a llorar, ¡lárguense los dos!
Nos aventamos al agua y no perdí el tiempo, con mi tridente abrí el
portal y en minutos estuvimos de regreso en casa. Esta vez guie a mi mujer
y entramos por la puerta subterránea, cuando llegamos a la superficie solo
alcanzó a sentarse y se desvaneció en segundos.
Mi pecho dolió, no entendí qué estaba sucediendo, todo fue tan
repentino, le acaricié la mano con ternura mientras una de las mujeres la
examinaba bajo mi atenta mirada, antes de presionar por alguna respuesta,
volteó a mirarme con una gran sonrisa en el rostro.
—Mi señor Poseidón, es usted afortunado, muy pronto será padre.
Fin
Soy Isa.
Esa es la parte simple.
Soy solo una chica,si parafraseo Nothing Hill, buscando contar historias
y que otros las disfruten tanto como yo.
Empecé a escribir a causa de un corazón roto y creo que hoy puedo decir
que fue lo mejor que me pudo pasar. Lo hice en un blog que se llamó Isa
Agridulce, hasta que decidí escribir un primer libro y autopublicarlo por
medio de la plataforma de Amazon.
Leo muchísimo, sí, pero mi género favorito es el policíaco, el misterio, el
thriller... soy serie adicta, cinéfila y adicta a los superhéroes.
Melómana, amante de la poesía y algo bohemia.
No tomo café y no veo en 3D.
Y el amor de mi vida ladra, mueve la cola y se llama Sabas.
Soy cofundadora de ENLIRO un encuentro de literatura romántica que
se realiza en la ciudad de Bogotá cada año. Fui cocreadora de la revista
digital ZL Magazine y actualmente me desempeño también en el área del
diseño gráfico y soy fundadora de la agencia Tulipe Noire Studio, enfocada
al mundo literario.
¿Quieres saber más de mí?
Te espero en todas mis redes sociales:
Facebook page: Isa Quintín
Instagram: isa_quintin
Twitter: @IsaAgridulce
Website: www.isaquintin.com
Agencia de diseño: www.tulipenoirestudio.com
Novelas publicadas:
Bilogía Fugitiva
Me llaman Halcón Negro
Tú, te lo pierdes
LadyKiller
Amor de Invierno
Isa Quintín

EL CAZADOR ERRANTE

La leyenda de Vali

Anocheció en un parpadeo, no le alcanzó el día para terminar con sus


labores en la cocina. Agradeció que Gertrude fuese tan amable y se
ofreciera a limpiar mientras ella terminaba de coser ese montículo de
camisas rotas, sus hermanos eran expertos en rasgarlas. Permanecía sentada
en un sillón junto a la más pequeña de sus hermanas que finalmente se
había dormido, pero le quedaban seis por domar, los podía escuchar
hablando en el comedor y armando jaleo, adoraba a esos pillos pero cada
vez que los podía visitar, terminaba rendida.
—Hellä, ¿puedes contarnos una historia? —susurró Rieka, la pequeña de
cinco años con mofletes sonrojados y hermosos rizos dorados.
Ella sonrió y asintió, tomó las camisas restantes por remendar y le indicó
que la seguiría a la habitación. Allí encontró a los demás preparados para
dormir.
—Espero que hayan hecho sus oraciones… o no habrá historia...
—Hellä, casi nunca vienes. Por favor, no recemos hoy —pidió Duibhín,
el mayor de los hermanos. Los demás se unieron a la petición.
—Padre dejó órdenes y no podemos romperlas, así que quiero escuchar
una pequeña plegaria.
Los niños asintieron y se arrodillaron frente a su respectiva cama, ella
también se arrodilló y los escuchó entonar sus plegarias.
—Pido que Hellä consiga un buen esposo. —Fue la petición de Rieka y
ella se estremeció al recordar que su padre prometió volver con un
pretendiente para ella.
—Rieka —riñó Aleksi, el segundo de los siete—, ese tema no nos
importa.
—Claro que nos importa —rebatió la pequeña—, escuchaste a mamá,
solo podremos volver a verla el día que esté casada. Y si no lo hace, nunca
la volveremos a ver.
Empezó a sollozar y Hellä no pudo evitar conmoverse, acudió a su lado
para consolarla.
—No te preocupes por eso, verás que todo estará bien. Mejor dime:
¿cuál es la historia que quieres escuchar?
—La del dios vikingo.
—¿Por qué siempre pides la misma? —La miró curiosa mientras
acariciaba su moflete.
—No sé, es triste. A veces me gustaría que le cambiaras el final.
—No puedo, así la escribió el escaldo Snorri. Todos los finales tienen
una razón, y en este caso, nuestro valiente guerrero Liosberi tenía un
destino por cumplir.
Hellä se acomodó y tomó la camisa y el hilo, los demás ya estaban en
sus camas esperando por el inicio de la historia.
—¿Cuál era el destino del valiente guerrero? —preguntó uno de ellos.
—Liosberi habitaba el Valhalla junto a los dioses sobrevivientes del
Ragnarök, el mundo ya no necesitaba de los dioses, los humanos
empezaban a olvidarlos y se creían superiores a ellos. Pero existía una
profecía que los escaldos fueron contando de aldea en aldea por siglos y que
decía: «Un dios guerrero vendrá a la tierra, habitará entre los hombres,
luchará en sus batallas y les enseñará a dominar los mares, pero los
humanos le van a traicionar y la furia de los dioses caerá sobre ellos.»
—¿Por qué lo traicionaron? —preguntó otro de los pequeños.
—Shhh… déjala seguir.
—Liosberi tenía una maldición, su nacimiento fue una circunstancia
planificada por el poderoso Odín, su destino era ser un justiciero, vengar la
terrible muerte del amado dios Balder. Y su única recompensa sería
sobrevivir al fin del mundo nórdico. Él cumplió con su destino, pero al cabo
de los días mientras el mundo volvía a formarse, descubrió que estaba
maldito, que su arco era el mismo que sirviera de instrumento para terminar
con la vida de su hermano. La hermosa y poderosa diosa del amor y la
belleza lo reveló sin intención frente a él. Esa era la razón por la que todos
los seres se alejaban al verle, le temían, le veían como a una bestia sin alma
que no merecía la inmortalidad.
—¿Era feo?
—No lo era, su cabello era dorado como los rayos del sol, por eso le
llamaban Liosberi o portador de luz, era muy alto pero no como los
gigantes, aunque su madre era una, y fuerte. Era el mejor arquero, su
puntería era insuperable. Pero ese arco lo vestía de brutalidad y terror, por
eso prefería la soledad. Al descubrir la razón sintió tristeza. Él era noble,
obediente, solo cumplió con el objetivo impuesto al ser creado.
—¿Qué hizo para quitarse la maldición? —cuestionó Aleksi.
—Freyja, que era la valquiria más poderosa, conocedora de la magia
oscura y mucho más… le dijo que para quitarse la maldición debía cruzar el
puente Bifröst que separa a los humanos de los dioses, unirse a ellos y legar
su arco luego de ofrecer un sacrificio. Pero no podría legarlo a cualquier
humano, debía ser alguien con el alma pura, alguien sin malicia o avaricia y
quien lo heredara debía quemarlo en un ritual de fuego después del
invierno.
—¿Y él aceptó?
—Lo hizo, él creía en la humanidad, pensaba que le recibirían con
amabilidad. Pero al llegar a las tierras heladas del norte se encontró con un
grupo de bucaneros llamados vikingos. Hombres aguerridos que no
conocían el miedo o la misericordia. En su primer día los vio asolar un
monasterio, murieron muchos monjes y los que se salvaron fueron llevados
para venderlos como esclavos. Eran la encarnación del terror y así como
eran valientes, su brutalidad no tenía límites.
»Intentó esquivarlos pero llegó directamente a una de sus aldeas
persiguiendo a una presa de cervatillo, le vieron usar el arco y en un tiro de
diez quimeras lo alcanzó. El jarl de la aldea le dio la bienvenida al forastero
y lo nombró Dúghall o forastero negro porque vestía de negro y se cubría la
cabeza con una capucha, nunca se la descubría, no podía hacerlo porque el
brillo de sus cabellos podría cegarlos.
—¿Se quedó con ellos?
—Así es, aprendió sus costumbres y se unió a sus campañas de piratería
y saqueo. Se encargaba de disminuir a los centinelas con el arco mientras
los demás cumplían con su parte. Pero una noche hubo una batalla en tierra,
un ejército de la Bretaña los interceptó y los vikingos no tenían armas
especiales, solo básicas, su habilidad era insuperable en el mar pero en
tierra no tenían tácticas de batalla. Esa noche cayeron todos y el único
sobreviviente traicionó a Dúghall al revelar su ubicación. El ejército del rey
lo apresó con dificultad porque era grande y con fuerza sobrehumana, lo
ataron con cadenas y lo llevaron a un fuerte militar donde lo metieron en
una cripta húmeda.
—¿El fuerte como el que está junto al acantilado?
—Sí, un fuerte militar donde llevaban a los peores forajidos para ser
ejecutados.
—¿Y lo ejecutaron? —cuestionó angustiada la pequeña Rieka.
—No, él era un dios. Se transformó en lobo y huyó a lo más profundo de
los bosques escandinavos.
—¿Y qué pasó con él?
—Se dice que habita los bosques y que por eso nadie puede entrar en
ellos o la espesura lo consumirá. Decidió alejarse de los humanos pues ya
no confiaba en ellos. Quienes han intentado acercarse al bosque Tiveden
dicen que han visto una silueta horripilante y escuchado gruñidos
aterradores.
—¿Por eso está prohibido acercarse al bosque? —cuestionó Bjorn.
—Así es, el bosque está prohibido.
—Pero si era un dios pudo vengarse y volver a casa —agregó Aleksi.
—La leyenda dice que la diosa Freyja maldijo a las generaciones de esos
soldados y si alguno de ellos ataca al dios, ella desatará la destrucción. Por
esa razón nadie entra al bosque.
—Yo creo que el dios ya se ha ido a casa —aseguró Rieka.
—Es posible, aunque no se sabe de nadie que haya heredado un arco tan
especial. Pero esto es solo una historia, ahora a dormir que se me ha hecho
tardísimo para volver a casa.
Hellä se levantó y le dio a cada uno un beso en la frente, cuando llegó
junto a la pequeña Rieka, esta la detuvo de la mano
—No te vayas, papá dice que la noche es peligrosa para las mujeres.
—Recuerda que la condición de tu madre es que no esté en casa para su
regreso.
—Pero…
—Estaré bien, si no me voy ahora, mis tías me castigarán enviándome a
limpiar las caballerizas.
—¡Qué asco!
Se despidió y salió en busca de su abrigo, estaba por alcanzar la puerta
cuando Gertrude se interpuso.
—Te puedo esconder en mis aposentos y te vas justo al alba.
Hellä le sonrió con dulzura y se acercó para besar la frente de la mujer.
—No quiero que algo ocurra y ambas seamos descubiertas. Ya sabes que
tengo un atajo, pero debes dejarme ir.
—No te vayas por el bosque a esta hora, es tarde y la luna apenas
alumbra —suplicó Gertru.
—Conozco la ruta, Gertru, estaré bien.
La mujer negó con la cabeza, sería inútil detenerla, era obstinada y
respetuosa de las normas. Nada la detendría porque romper las reglas
representaba no ver a sus hermanos nunca más.
—Ya sé que no te puedo detener, pero no cenaste, llévate esto. —Le
acercó una canastilla que contenía una hogaza de pan de trigo, pedazos de
jamón ahumado y una jarra con vino tinto.
—Eres un ángel. —Le dijo antes de abrazarla y luego salió cubriéndose
la cabeza con la capucha de la capa, notó, enseguida puso un pie fuera, que
estaba helando y que corría una brisa intensa que chocaba contra sus
mejillas. Sabía que el paso por el bosque sería complicado con ese clima,
pero era la ruta más cercana a la aldea desde la mansión campestre de su
padre. Apuró el paso mientras sus pies se hundían en la nieve espesa que
cubría el suelo. La visibilidad era cada vez más escasa y el paso por el
puente era apenas alumbrado por los tímidos rayos de la luna. Tenía dos
caminos a seguir: cruzar el puente y entrar en la aldea o bordear los cipreses
del bosque prohibido que llevaban al lago y la dejaban más cerca de la casa
de sus tías. Optó por el bosque, no le temía a la espesura de los árboles y
estaba segura de que el temido cazador no estaría a la espera de una presa
como ella, pensaba en él como un hombre solitario que temía más a los
aldeanos de lo que ellos decían temerle.
Desvió hacia la base del puente y se dispuso a saltar la barrera de piedra
que dividía al bosque del resto de los habitantes, como un gato cayó de pie,
no mintió al decir que conocía esa ruta como a la palma de su mano,
muchas veces la había usado para acortar camino y llegar pronto junto a sus
hermanos o a visitar a su padre cuando la señora no estaba en casa. Sabía
que en setenta pasos estaría alzándose victoriosa al filo del bosque y vería
las aguas cristalinas del lago. Pero acercándose a mitad del camino pudo
divisar que algo se movía entre los arbustos, su corazón brincó de terror,
ahogó un gemido y se agazapó entre el monte que la rodeaba. Pero fue
tarde, no supo cómo pero alguien la tomó por detrás y le cubrió la boca con
una mano fuerte que olía a tierra y cerveza.
—Una putita me ha traído este bosque como regalo —gruñó el hombre
con voz rasposa y queda, se notaba que estaba borracho, eso y el olor rancio
que expelía su cuerpo. Sintió repulsión y un horrible nudo en el estómago.
Intentó moverse pero el hombre la apresaba con fuerza.
—¡Quieta, puta! Veamos lo que tienes para mí.
Le tiró el cuello alto del vestido del que saltaron algunos botones y metió
su mano tosca para tocar su cuello, Hellä forcejeó una vez más y logró darle
un pisotón, el hombre se quejó y ella aprovechó para morderle, una vez
mermó la fuerza, ella huyó de sus manos pero el hombre consiguió tomarla
de la cola de la capa y la precipitó al suelo, sintió su cuerpo pesado
aprisionarla contra la nieve y perder el aire.
—¡Por favor! —suplicó con apenas aliento—. Soy la hija de…
—¡Cállate, zorra! —Le golpeó la cabeza y empezó a tocarla sin
miramientos, Hellä estaba asqueada y no conseguía dejar de temblar. Seguía
inmovilizada bajo ese corpulento hombre. Ya había subido su falda y con
torpeza batallaba contra las enaguas. Hellä miró al cielo y se concentró en
las estrellas, recordó que llevaba una daga en su pierna, solo tenía que
conseguir moverse un poco y tendría cómo defenderse.
—¡Por favor, déjeme! —suplicó de nuevo cuando notó su intimidad
expuesta, pero la respuesta fue un nuevo golpe y notó el líquido caliente
bajar por la comisura de su labio. Se armó de un valor que no reconocía en
ella y empezó a buscar entre la nieve algo que le sirviera para defenderse,
halló una roca y no dudó en golpear al maldito borracho en la cabeza, el
hombre cayó a un lado quejándose y ella aprovechó para tomar la daga y
amenazarle, sin embargo, el borracho no llegó a intimidarse y giró con ella
poniéndose encima.
—No te preocupes, zorra, también pensaba matarte.

Llevaba varios días merodeando por el bosque, desde que el invierno se


había asentado, sus horas de luz se reducían y poco a poco fue perdiendo la
noción de su ubicación. Estaba cansado, sucio y hambriento. Últimamente
se sentía disminuido por la mínima caminata, pero no desistiría, volvería a
su cabaña y allí podría descansar, llevaba algunas buenas presas que le
darían energía para sobrevivir al inclemente invierno escandinavo. Ya
estaba acostumbrado a los vientos complejos, a las bajas temperaturas y
adoraba el sonido de los árboles cuando la brisa se enredaba en sus ramas.
Ese lugar era su santuario, rodeado de lobos y aves nocturnas permanecía
errante mientras terminaba su odisea, hacía mucho que se resignó a no
cumplir con su misión, se creía abandonado por los dioses, solo era el
rezago de sus días más gloriosos.
Caminaba apoyado en una vara de pino sólido, arrastrando los pasos para
evitar tropezar, la luz del día estaba apagándose en el ocaso y debía buscar
un refugio para esa noche, estaba seguro de que ese día anduvo en círculos.
Notó el aleteo inconfundible de un halcón, y lo era porque se trataba de
Freyja, ya la había sentido merodeando, enviando mensajes en las runas,
pero él las ignoró una y otra vez. Siguió andando y de pronto notó las garras
en su hombro. Deseó decirle que le dejara tranquilo pero ya no le
funcionaba la voz, la tenía rota.
—Vine a llevarte a casa —susurró a su oído, él no se detuvo—. No
puedo soportar ver cómo te consumes.
»Detente, traje una manzana de las que cuidaba Idún, cómela y te llevaré
a casa.
Él la ignoró, tomó el hacha y empezó a cortar leños para encender fuego.
—¡Vali, hijo de Odín, dios de noble corazón, obedece a tu señora!
Él elevó el rostro y con altivez la enfocó, notó que su silueta se
materializaba frente a él, percibió el aroma a flores de su túnica, recordó,
como en un eco, los valles infinitos y verdes del Valhalla.
—Permite que te lleve a casa, esconderé ese arco entre los humanos y
que ellos tomen la maldición, ya ha sido suficiente, no mereces este castigo
—tocó su mejilla y le miró con clemencia, su alma abundante en amor no
soportaba la idea de que, por su causa, alguien como Vali muriese entre los
hombres que le traicionaron.
Vali negó con la cabeza y la inclinó ante ella, era su modo de decirle que
hacía mucho tiempo que aceptó su destino y solo esperaba por el fin.
—Llevas tres siglos humanos, en casa el tiempo pasa lento pero aquí ha
sido una eternidad. Ya has cumplido con tu castigo por vengar la sangre de
un hermano con la misma sangre de dioses. Quiero llevarte a tu hogar —
susurró con ternura mientras tomaba entre sus manos sus mejillas marcadas
de cicatrices.
De los ojos de Vali asomó un destello brillante, estaba seguro de que ya
no volvería al Valhalla, pero el Helheim ya no parecía tan mala idea.
Freyja puso la manzana en uno de los bolsillos bajo esa enorme capa de
piel de oso y besó su frente con ternura.
—Te daré redención, amado Vali, lo juro.
La diosa retomó su forma de halcón y se disponía a irse cuando ambos
escucharon el quejido de una criatura, Vali asumió la postura alerta y tomó
su arco, su oído era tan fino como el de un lobo que escucha a su manada a
la distancia, supo exactamente de dónde provino, lo que no comprendía era
la urgencia por acercarse a ese lugar.
—Son humanos —advirtió Freyja.
El quejido se hizo súplica y Valí no dudó en tomar la flecha, contabilizó
ocho quimeras de distancia y también divisó entre las penumbras de sus
ojos que alguien se movía como una presa atrapada en una trampa de
cazador, notó que alguien más la inmovilizaba. Determinado a evitar la
injusticia que su alma le gritaba que ocurría, lanzó un disparo que no matara
al captor, solo le redujera y la mujer pudiera correr. Pero lo segundo no
ocurrió. No supo qué fuerza le movió a caminar en su dirección y romper
sus propios límites al dejar el bosque y entrar en territorio de humanos.
Hellä vio a su captor caer a su costado, quejándose, no vio lo que ocurrió
y tampoco le importó quedarse, se movió para huir, tomó su canasto pero su
capa estaba enredada y no conseguía zafarla. Cuando finalmente lo hizo y
dio un paso al frente, quedó petrificada ante la visión, una bestia enorme
caminaba hacia ella, parecía un oso, sus ojos brillaban como el fuego y
creyó ver sus fauces asomarse para devorarla, podía ser su imaginación o
pudo ser real, pero no consiguió soportarlo y se desmayó frente a aquella
bestia que la acechaba.
Vali observó a la chica caer frente a él, por un momento dudó de su
puntería, la movió como buscando sangre, entonces escuchó a Freyja:
—Ella está bien, vuelve al bosque.
Vali tomó a la chica y la cargó sobre su hombro como si se tratase de uno
de los ciervos que cazaba para la cena.
—¿Qué haces? ¡Te has vuelto loco! —Freyja intentó detenerlo en vano,
estaba decidido a llevarla con él, necesitaba asegurarse de que estaba bien y
cuando despertara y lo comprobase, la dejaría ir.
Tomó camino al bosque andando a pasos lentos, y apoyado en su bastón,
llegó al lugar donde tenía la leña y las presas que cazó, dejó a la chica sobre
unas rocas que no estaban cubiertas de nieve.
—No me ignores, esto te traerá problemas.
Vali levantó su mano derecha indicando que se detuviera.
—Bien, te guiaré de regreso a tu hogar, pero come la manzana, sabes que
la necesitas.
Él suspiró y tomó a la chica en brazos, Freyja conjuró los elementos y
unos elfos aparecieron para ayudar con la madera y los animales muertos,
una vez vio desde lo alto que Vali estaba en su lugar seguro, elevó el vuelo
y desapareció en la profunda oscuridad del firmamento.
Los lobos se acercaron a saludar, le tenían un profundo respeto al dios
cazador. Él agradeció el saludo compartiendo las entrañas de los ciervos y
algunos huesos, observó de reojo a la mujer que seguía dormida entre las
pieles con las que la cubrió. Pensó que meterla en la cabaña y ponerla en la
cama sería inapropiado para las leyes humanas, por eso la acomodó junto al
fogón en el que ya tenía agua calentando, se disponía a retirar la piel de sus
presas cuando escuchó que ella se removía y gemía, se irguió atento pero
sin detenerse, a pesar de habitar en penumbras podía realizar la mayoría de
las tareas que por costumbre ya ejecutaba sin dificultad.
Hellä abrió los ojos aturdida y desorientada, tardó un par de minutos en
retomar el recuerdo de lo ocurrido y entonces se estremeció de terror. El
borracho y la bestia.
¿Dónde estaba?
Notó la piel oscura que la cubría y miró alrededor, había una olleta al
fuego, cuernos de animales, cabezas secas, una cabaña rústica… pero al
mirar un poco más pudo notar a un grupo de lobos y volvió a sentirse
aterrada, se levantó de inmediato y tomó el primer tronco que encontró, fue
cuando sintió dolor en los brazos, y el cuello. Los lobos la miraron sin
interés. Hellä divisó su entorno, solo la espesura y muy lejos en lo alto, las
estrellas.
Dio un par de pasos y entonces vio de nuevo a la bestia, gritó aterrada y
empuñó el tronco, los lobos gruñeron y se pusieron junto al dios en posición
de defensa, él se puso de pie y con una señal de sus manos les indicó que
estaba bien. Hellä lo observó, era mucho más alto que los soldados del
fuerte y sabía bien que eran hombres grandes. Usaba una piel de oso negro
pero gracias al fuego notó que bajo la capucha había un rostro.
—¿Quién eres? —preguntó con más seguridad de la que sentía.
Él no respondió, no podía hacerlo. Pero necesitaba decirle que no le
haría daño por eso elevó sus manos mostrando que no iba a herirla, sin
embargo, al estar manchadas de sangre la aterró más. Al notarlo se movió
con torpeza buscando agua para lavarse. Volvió a mostrarlas a la mujer y
Hellä comprendió que no la lastimaría.
—¿Cómo puedo volver a casa?
Vali le señaló el arroyo, pero Hellä no conocía el lugar, no recordaba
haber estado antes en uno así.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó con las pupilas vacilantes y los
labios temblorosos.
Vali dio un paso por instinto, no deseaba que ella se sintiera aterrada por
él, no fue quien intentó hacerle daño, pero la mujer retrocedió empuñando
el tronco.
—¡No te acerques! —bramó con la voz cortada.
Él retrocedió enseñando las manos, tropezó con la leña y, sin poder
evitarlo, cayó al suelo, la olla del fogón también se precipitó y él gruñó al
sentir el agua hirviendo, quemándole la piel.
—¡Oh Dios! —gimió Hellä, su prevención se disolvió y corrió en su
ayuda. Le acercó un bastón pues sabía que ella sola no podría levantarle, le
sirvió de apoyo y recogió la olla, fue al arroyo por agua y volvió para
dejarla en el fuego, tomó el borde de su enagua y la rasgó, luego la mojó en
agua tibia y se acercó al hombre.
—¿Puedo? —preguntó señalando su mano.
Vali asintió al notar su roce delicado en su mano tosca.
Hellä la tomó y la limpió, luego enredó la tela alrededor e hizo un nudo
fuerte.
—Se sanará en unos días.
Vali inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y se dispuso a volver
con su labor. Ella lo siguió con la mirada, bajo esa gruesa capa de piel era
difícil distinguir cómo era, apenas notaba su cabello largo y rubio. Aunque
no estaba segura, la luz de la hoguera no era potente.
Le vio limpiar la carne y dejarla en salmuera.
—¿Puedo ayudar? —preguntó tímida—. Sé cocinar y la carne en brasa
me queda exquisita, o eso dicen mis hermanos.
Vali le extendió la pierna del animal y ella supo que era una invitación.
La tomó para prepararla. Deseó tener algunas de sus hierbas, pero su
canasto seguramente se había perdido.
—¿Viste la cesta que llevaba?
Vali señaló a la cabaña, ella sonrió levemente y fue a buscarla. Encontró
las hierbas y agregó un poco de ese vino tinto que diera mejor sabor.
—¿Tienes mucha hambre? —preguntó, él negó con la cabeza. Estaba
hambriento pero le gustaba verla moverse por el lugar como si lo conociera.
Su destreza era admirable. Recordó a las mujeres vikingas con las que
compartió en el pasado.
—Es mejor dejarlo un tiempo para que los sabores se asienten, prometo
que la espera vale la pena.
Él asintió y siguió preparando las pieles. La carne en salmuera para que
resistiera, tiraba trozos a los lobos y se mantenía en silencio. Mientras la
carne tomaba el sabor, Hellä husmeó la cabaña en busca de otros
ingredientes, halló una calabaza, quedaría muy bien como un puré. La cortó
en trozos y la puso en el agua con sal, luego acomodó las brasas para poner
la carne. Mientras eso ocurría, Vali se había alejado hacia el arroyo, lavó su
rostro con la sal, al igual que sus manos y dientes, se sentía sucio delante de
ella que en comparación era absolutamente visible para él. En ese momento
deseó que sus ojos fuesen jóvenes y pudiese distinguir los detalles y
colores, solo sabía que era menuda, con la cabellera espesa y larga y la piel
delicada y suave.
Al volver, su olfato se colmó del aroma exquisito de la carne, su
estómago rugió.
—Pensé que no volverías —dijo Hellä—. La carne acaba de salir del
fuego, la cena está servida.
Ella señaló al suelo, había puesto una piel que vio colgada y encima la
carne sobre una bandeja de metal, dos platos de peltre con puré de calabaza,
tomó el jamón que le diera Gertru y lo partió en dos pero le dio a él el trozo
más grande así como el pan, y sirvió vino en dos jarras. Era un detalle
hermoso que Vali no pudo apreciar como hubiese deseado, se limitó a bajar
la cabeza para agradecer.
Durante la cena hubo silencio, él comió con ansias, no recordaba haber
probado algo semejante en todos sus años de vida, estaba delicioso. Ella lo
miraba comer y sonreía, era como un animalito hambriento, le causaba
ternura. En pocas horas descubrió que era inofensivo, si quisiera hacerle
daño hubiera actuado como el borracho del puente.
Él se encargó de limpiar y le señaló la cabaña para que descansara,
adentro encontró un colchón de paja con una piel de oso encima, él le
ofreció la misma piel con que la cubriera antes y salió para permitirle
descansar.
Antes del alba se sumergió en las aguas heladas del arroyo para quitarse
el sudor y la sangre, le gustaba nadar en la madrugada, le daba libertad esa
sensación de silencio y paz. Al tomar la ropa sucia vio la manzana y por un
instante sintió que valdría la pena un mordisco si eso le daba un recuerdo
para atesorar de esa mujer. Pero desistió enseguida. Peinó su larga cabellera
con sus dedos, se hizo un par de trenzas y acabó recogiendolo en media
coleta, ya no era dorado como el sol, era opaco y cenizo como su barba.
Terminaba de ponerse la capucha cuando escuchó la puerta abrirse, la
silueta de la mujer envuelta en la piel fue lo primero que alumbraron los
tenues rayos del sol que se colaban en el espeso bosque de abetos que eran
los verdaderos gigantes del bosque.
Ella se deleitó con la vista, la bruma se alzaba entre los árboles, parecía
que los suspendiera en una atmósfera encantadora y misteriosa. Buscó a su
alrededor, con la luz del día notó mejor el escarpado paisaje. Los lobos ya
no estaban y cerca del arroyo divisó al hombre acercarse, andando
lentamente apoyado en su bastón. Quería agradecerle y pedirle que le
indicara el camino de regreso.
—Gracias por tu hospitalidad, por salvar mi vida —él inclinó la cabeza
—. ¿Puedes indicarme cómo volver? Mis tías van a matarme si no lo hago .
Vali hizo sonar sus labios y en minutos llegaron un grupo de seis lobos,
los señaló y ella supo que ellos la llevarían de regreso, luego lo vio
agacharse y acariciar a uno como si le diera indicaciones.
Hellä sonrió, segura de que estaba cerca de casa, el arroyo parecía el
mismo que alimentaba el lago. Se quitó la piel para devolverla pero él la
detuvo con su mano. Negó con la cabeza y le señaló la bruma, quería decir
que iba a necesitarla.
—Te lo agradezco —estiró su mano esperando que él la tomara, pero no
lo hizo.
Hellä asintió, tomó su canasto y vio un pañuelo que le bordó a su padre,
iba a dárselo para su cumpleaños pero se sentía en deuda así que se acercó
al hombre, tomó su mano y lo puso en ella.
—Siempre estaré agradecida contigo.
Le dio una sonrisa más y se dio vuelta, los lobos tomaron el camino y
ella les siguió.
No contaba con que una extraña nostalgia la invadiera al partir. De algún
modo podía comprender esa soledad del hombre ermitaño. A medida que
avanzaba pudo notar que estaban muy lejos de la aldea y que en realidad se
encontraba en el bosque prohibido. Un estremecimiento la recorrió por
completo, ¿ese hombre era el cazador al que todos temían? Miró atrás y no
vio nada más que árboles y piedras, el camino era accidentado y complejo,
varias veces debió ayudarse de sus manos para no caer. Miró al cielo y vio
que el sol estaba en lo alto, se acercaba el medio día y se sentía extraviada.
Miró a los lobos, seguían andando muy seguros. Se detuvo ante el
cansancio de sus pies. Se sentó en una piedra, los lobos se detuvieron
también. Encontró agua en la jarra del vino y un pedazo de carne. Sonrió y
lo comió.
No supo cómo pero se quedó dormida, el gruñido de los lobos la
despertó, al divisar alrededor vio a un grupo de soldados armados
acercándose a su posición. Miró por entre los árboles y sintió miedo, sin
pensarlo se dio vuelta buscando el camino de regreso, pero en poco tiempo
los soldados los alcanzaron.
—¡Ahí está! —gritó alguien.
Se detuvo y pudo ver a su padre.
—¿Papá?
Se dejó llevar por la emoción y corrió a sus brazos.
—¡Hija mía, ¿estás bien?! Mira como vienes...
Ella asintió.
—¿Qué haces aquí?
—Supimos lo que te ocurrió a nuestra llegada en la madrugada, una
bestia te raptó e hirió al centinela del puente. El capitán Karlsson ordenó la
búsqueda inmediata.
—¿Quién es ese capitán?
—Soy yo, milady —dijo un hombre tras ella, al darse vuelta se encontró
con un imponente militar rubio, con los ojos verdes y la piel pálida.
—El capitán es tu prometido, ha aceptado darte su apellido y estatus a
cambio de un par de propiedades.
Hellä se separó de su padre en cuanto escuchó lo que acababa de decir.
—¿Mi prometido? —Volvió a mirarlo y notó que estaba muy cercano a
la edad de su padre y su mirada era arrogante.
—Así es milady, me han transferido y necesito que alguien cuide de mis
hijos, mantenga mis uniformes impecables y atienda a mis invitados.
Espero que sepa cocinar, porque me gusta la buena comida y que siempre
esté caliente.
—Yo no… padre…
—Está decidido, Hellä, la boda se hará en un mes, vivirán en la casa
principal mientras el capitán construye la vuestra.
—Y me gusta este terreno cerca del lago, podemos hacer madera de los
cipreses para edificar una mansión. Es hora de explorar este bosque y
sacarle provecho.
—¡Noo! —exclamó Hellä—. El bosque es…
—Hellä no me avergüences —reprendió su padre—. Vamos a casa.
Gracias capitán Karlsson, gracias por rescatar a mi hija.
—No he hecho nada, señor Johansson, ahora seguiré el camino en busca
de esa bestia a la que dicen temer.
Hellä miró a los lados en busca de los lobos pero no halló a ninguno.
—Papá, ese hombre no…
—Vamos, Hellä, dejemos al capitán hacer su trabajo. Espero que sea
ejecutado en la plaza por atreverse a hacerte daño.
Guardó la esperanza de que los lobos defendieran al hombre o que los
soldados no dieran con él. No era el culpable de lo ocurrido, pero su padre
decidió no escuchar su versión solo dijo que esperaba que su virtud siguiera
intacta o el capitán la repudiaría y esa sería la peor vergüenza. Pero a Hellä
no le importaba su reputación tanto como a su padre y su esposa. Ella
llevaba toda su vida siendo rechazada por ser una hija bastarda, fue criada
por sus tías y no podía ver a sus hermanos porque la esposa de su padre
pensaba que ser bastarda era una enfermedad incurable.
Pasaron cuatro días desde que regresó del bosque, no había noticias del
cazador o de los soldados y el mentado capitán. Los aldeanos estaban
pletóricos con su valentía, decían que por fin acabaría la maldición del
bosque. Estaba terminando de hornear un par de panes que sus tías
venderían en el mercado, cuando se escuchó la algarabía. Cascos de
caballos y metales chocando, vítores y gente soltando cánticos.
—¿Qué ocurre? —preguntó a uno de los aldeanos.
—¡Le tienen! ¡La bestia ha caído, somos libres de la maldición!
El corazón de Hellä latió desbocado, sus manos temblaron y sintió
angustia.
—¿Dónde está?
—Le llevan a las mazmorras del fuerte.
Hellä sabía lo que eso significaba, sería torturado por los soldados y él
no era culpable de nada, pero nadie creería a una mujer, su palabra no tenía
validez alguna.
Entró en la casa, sacó el pan y lo dejó preparado para sus tías, tomó su
capa y su piel de oso y emprendió el camino al bosque, tenía que encontrar
algo que lo salvara. Cuando entró en la espesura ya no supo dónde estaba o
a dónde ir, caminó entre los árboles hasta escuchar un aullido. Siguió el
sonido y la escena la destrozó, los lobos heridos y muertos por las brutales
espadas de los soldados, se acercó a uno de ellos y acarició su hocico, lloró
de impotencia y culpa. ¡Era su culpa! Corrió en busca del aullido y encontró
a un lobo junto a una piel de oso, la piel del cazador. La tomó en sus manos,
estaba manchada de sangre, gimió de dolor y la apretó a su pecho. Miró al
lobo.
—¡Llévame a su casa, por favor! Debemos salvarlo.
El lobo paró las orejas y empezó a correr, ella fue tras él, luego de un
largo tramo llegaron a la cabaña, estaba intacta, los soldados no llegaron a
tocarla, quizá lo encontraron antes. Buscó entre sus cosas, halló un hacha, le
podría servir pero no lo suficiente para salvarlo del fuerte militar. Rebuscó
entre las pieles y finalmente encontró el arco y las flechas, estaba indefenso
cuando fue apresado. Lo tomó en sus manos, era muy pesado, las flechas
parecían de un metal fino, tenían detalles grabados en runas.
Salió de la cabaña dispuesta a salvarle como pudiera. El lobo ya no
estaba allí pero en su lugar vio a un ejemplar de caballo frisón, negro como
la noche con el pelo largo y ondulado.
Se acercó para acariciarlo, no comprendía la mística que rodeaba al
cazador pero agradeció que estuviera allí.
—¿Puedes llevarme con él?
El caballo bajó la cabeza y Hellä recordó al cazador. Subió en él y tomó
camino a la aldea, al llegar junto al lago se escondió tras el fuerte y, como
alguna vez trabajó allí en la cocina, conocía cómo entrar y salir sin ser
detectada, Una vez dentro, se vistió un pantalón negro y una camisa que
eran parte de un uniforme que estaba en la lavandería. Tomó el arco y
avanzó hacia el subterráneo que conectaba los dormitorios con las
mazmorras. Por el camino escuchaba los quejidos de los reos, sabía que allí
pasaban todo tipo de cosas crueles porque Gertru lo escuchó de un
condenado que fue liberado, pero no quiso pensar en ello. Cuando alcanzó
el cruce encontró una ventanilla que daba visibilidad al patio. Su corazón se
quebró en dos al ver a un hombre atado con cadenas al que golpeaban y
torturaban, estaba malherido, su piel desollada por las heridas abiertas, su
cabeza hacia adelante y una larga melena opaca caía sobre su rostro. Lo
detalló mejor, esperaba que no fuese el cazador.
—¡Basta, mañana nos divertiremos con la bestia! —bufó burlón el
capitán que su padre encontró para casarla. Esa si era una bestia sin
sentimientos.
—Ya no es tan terrible —aseveró otro soldado.
—La gente le temía a un simple hombre.
Era él, el cazador que la salvó estaba siendo tratado como un rufián de
mala calaña.
Esperó en el pasadizo hasta que los soldados fueron llamados a comer,
sabía que el fuerte no era vigilado con mucho interés. Un rato más tarde
siguió la ruta a la salida y vio que uno de los soldados estaba a duermevela,
no se detuvo, con sigilo salió del túnel y llegó al pasillo. El cambio de turno
no tardaría, sería el momento para acercarse. Los minutos corrieron muy
lento, el frío calaba los huesos y escuchaba al cazador gemir, estaba
semidesnudo en medio del patio. Finalmente el soldado se alejó y el patio
quedó a solas, se movió rápidamente y llegó hasta él.
—¿Cazador? Soy yo. ¿Cazador…?
En medio de su delirio, escuchó la voz de la mujer, pero creyó que solo
la imaginaba. Su cuerpo dolía como nunca antes. Una vez más los humanos
le encadenaban como a un animal peligroso.
—¿Cazador? Por favor, debes moverte.
Supo que era real, movió la cabeza y finalmente vio su silueta.
Gimió angustiado, esta vez no podría salvarla. Ella notó su miedo.
—Estoy bien, necesito que te muevas, apenas dé aviso al caballo, vendrá
por nosotros y tienes que subir a él.
Vali negó con la cabeza, era mejor que ella lo dejara. ¿Por qué estaba
allí?
—Sí, por favor tienes que moverte.
Se removió en la piel para quitársela y cubrirlo, entonces encontró algo
redondo y firme, al sacarlo vio que era una manzana, se veía fresca y
madura.
—¿Puedes comerla? No sé si ayude mucho pero es alimento.
Él miró su mano y supo lo que era. Escuchó el gañido de un halcón,
Freyja estaba cerca, seguro todo era obra suya.
—Vamos, cazador. Come, por favor.
Pasó saliva con dificultad, no estaba seguro de querer hacerlo. No estaba
seguro de seguir adelante.
Se escucharon pasos y enseguida el grito del soldado anunciando al
intruso. Hellä se tensó y soltó la manzana y la piel. No supo qué hacer en
ese momento, los soldados se acercaban, entonces Vali llamó al caballo y el
frisón entró en el patio como una horda, acompañado de una manada de
lobos. Hella reaccionó al ver que el cazador le señalaba al caballo, siguió su
orden y subió a él. Los soldados empuñaron las espadas dispuestos a
enfrentar a los animales, mientras Hellä tomaba el arco e intentaba disparar
a algunos de los hombres. Como una verdadera guerrera cabalgó el patio
del fuerte lanzando flechas indistintamente. Vali, en el suelo, intentaba
alcanzar la manzana. El halcón llegó hasta él para cubrirlo con sus alas, los
hombres estaban demasiado ocupados con los animales que no se
percataron del prisionero.
—Cómela o no podré sacarte de aquí.
Vali acercó la fruta a su boca y apenas alcanzó a probarla, el capitán
Karlsson llegó hasta él para arrastrarlo y Freyja tuvo que alzar vuelo. Vio a
los demás dioses habitantes del Valhalla unirse a ella, el momento había
llegado.
Hellä dejó el arco y cabalgó hacia Vali, él por su parte sintió recobrar
una porción de sus fuerzas, la pequeña dosis de inmortalidad que consumió,
logró levantar su espíritu para soltarse del militar y romper sus cadenas,
Hellä llegó a él y le ayudó a subir al caballo. El animal se paró en las patas
traseras evocando el presagio, enseguida la tierra empezó a temblar sin
piedad, ambos huyeron hacia el bosque y los lobos les siguieron como un
séquito. Vali se aferró a la muchacha para evitar caer, una herida en su
costado sangraba sin que ella lo notase, su vida escapaba de sus manos.
Una vez en la espesura del bosque, todo parecía tranquilo. Hella bajó del
caballo y ayudó al cazador a hacerlo, al notar la herida se alarmó, y corrió a
buscar una tela que le sirviera para presionar la herida.
—Estarás bien, cazador. Resiste.
Él tomó su mano para detenerla, su tiempo estaba terminando.
Ella se lo quedó viendo con embeleso, su rostro pálido a pesar de las
cicatrices era de piel lozana y níveo, llevó su mano para acariciarla y era
suave como la seda. Su barba larga parecía brillar, y sus ojos estaban
cubiertos de nubes espesas que lo opacaban, suprimió el gemido lastimero
al descubrir que era ciego.
La mano del cazador aún tenía el trozo de tela que ella le puso y junto a
él, el pañuelo bordado, Hellä comprendió la inevitabilidad del fin.
—Vuelvo enseguida.
Buscó una vasija que mezcló con verbena, tomillo y limón y volvió a él
para limpiarlo. Había notado que le gustaba mantenerse aseado y en ese
momento olía a la tortura que soportó.
—Vamos al arroyo, voy a limpiarte.
Él sonrió levemente, estaba agradecido, demasiado agradecido, cuando
el cansancio vence, los complejos de culpa y las necesidades primarias se
confunden. Especialmente en un mundo donde la leyenda va primero y la
acción después.
Se levantó como pudo y llegaron juntos a la orilla.
—Voy a tener que desvestirte y luego entrar al agua.
Tímido, sorprendido, pero dócil, dejó que le soltara los cordones que
amarraban sus pantalones. Una vez desnudo se dejó guiar por el agua, el
toque helado le devolvió un atisbo de realidad a su ensoñación. Ella entró
con él, la camisa quedó empapada al instante pegándose a su pecho. Tomó
la vasija y con el trapo empezó a frotarlo a medida que la sangre teñía el
arroyo. En medio de un lenguaje mudo se contaron muchas cosas, el alma
humana del dios se fue desprendiendo de su cuerpo y este se transformó
lentamente, su cabello fue tornándose dorado como el sol, su piel se pintó
de un tono tostado y sus ojos perdieron los velos que los cubrían dando
paso a un par de zafiros penetrantes. Cuando finalmente pudo verla, su
pecho brincó de júbilo. Era preciosa, de piel pálida y cubierta de pecas,
cabellera rojiza y ondulada, ojos azules como el cielo y los labios dulces y
mullidos cuyo arco tenía la misma forma del suyo.
Sonrió sutilmente y Hellä suspiró anonadada.
—¿Quién eres, cazador?
—Sabes quién soy. —Su voz estaba de regreso, era cálida y profunda.
Ella se cubrió los labios intentando asimilar la realidad.
—Mi señor Liosberi —exteriorizó en su jadeo, salió del agua e inclinó
su cuerpo.
El dios la siguió y se tendió en el prado cubierto de nieve. Su sangre
manchó la capa blanca de un rojo vibrante.
—Por favor dime tu nombre.
—Soy Hellä.
—Hellä —repitió saboreando en su boca las notas de esa palabra. Le
hacía honor, era pura gentileza.
Un relámpago iluminó el firmamento, anunciando la tormenta. Vali miró
a su alrededor, el caballo seguía allí, pero no era un simple caballo era su
hermano Vidar, él estaba allí para llevarlo de regreso a casa.
—Gracias, Hellä. Fui un cazador errante por siglos, cada paso que di lo
hice buscando tu alma gentil y noble, al fin te he hallado.
Ella jadeó, la profecía se estaba cumpliendo palabra por palabra.
—¿Por qué yo? ¿Por qué tanto tiempo?
—Porque debías nacer para que pudiera conocerte. El destino está en las
estrellas, ellas me anunciaron tu llegada solo debíamos coincidir.
—Vine al mundo para amarte, cazador.
Sonrió de nuevo, el borde de sus ojos se humedeció, comprendió que
finalmente su vida tenía un propósito distinto al de vengar la sangre de los
dioses.
Cerró los ojos y le acarició el cabello llenándose de ella.
—Sabes lo que debes hacer.
—Lo haré al terminar el invierno, mi señor.
Él negó.
—No soy tu señor, es lo contrario. Yo te pertenezco, ninfa del bosque, te
he conocido a través de los tiempos. Este momento no es extraño para mí,
no es sino una pausa entre tiempo y espacio mientras te vuelvo a encontrar.
Suspiró y su cuerpo se elevó al firmamento para perderse en las estrellas
de esa eterna noche sin fin.
Grislanddy L. Hernández nació un veintisiete de mayo en República
Dominicana, es una mujer apasionada del romance, mismo que la motivó a
escribir. De su afición por la ropa oscura, nació su seudónimo: Gleen Black.
A la corta edad de ocho años descubrió su pasión por las letras, dejándose
envolver en un mundo de fantasía con su primera historia leída. Para ella no
hay nada como escribir en pijama, coleccionar post-it y llenarlos con sus
frases de libros favoritas. Un muro y su esposo son los fieles testigos de esa
pequeña fascinación, ama pegar esas frases y repasarlas para revivir las
historias y sus personajes. Es madre de dos pequeños, vive en la Gran
Manzana, rodeada de amigos y familiares. Amante de la naturaleza, es
fanática de las redes sociales y ama escribir y leer en invierno con una taza
de café y miles de ideas
Gleen Black

ZEUS

EL REY DE LOS DIOSES

El fuego del abismo quemaba su espalda, la putrefacción de su carne y el


dolor por las cadenas que le mantenían preso eran un recordatorio constante
de su dolor. Quien una vez había reinado el Olimpo, ¡ahora estaba
desterrado como un animal! Su alma clamaba venganza contra su verdugo.
Sus intentos de escape cada día se alejaban más de la realidad. Estaba
condenado a quemarse una y otra vez, a sufrir el amargo trago de la
traición.
La venganza le mantenía de pie, la ira se acumulaba en su interior. Todos
iban a pagar.
Saldría de las mismísimas fosas del infierno, ¡lo haría!
Las llamas se intensificaron, logrando que emergiera de su boca un grito
agonizante.
En aquel mundo no existía la piedad ni el arrepentimiento. Había
gobernado con justicia y bondad… Ahora todo era un hecho lejano, perdido
en el pasado.
No recordaba desde cuándo estaba atado al fuego glorioso de Hades,
tampoco sus mejores tiempos con sus amantes, su gente. ¿Le habían
olvidado? ¿Acaso alguno lo recordaría con afecto? «Oh, mi amada Hera.»
Lamentó. Nunca imaginó cómo un amor tan hermoso sería su mayor
castigo, ¿por qué no hizo caso a su profecía? Oh, estúpido Zeus. Siempre
creyéndose vencedor. Aún recordaba las palabras de viejo Tiresias, aquellas
que ahora se hacían lejanas.

—Mi señor, la profecía no miente —anunció Tiresias, el viejo adivino.


La tormenta se intensificó, las nubes blancas como algodones,
oscurecidas de repente. Zeus era incapaz de contener su ira en aquellos
momentos. Tiresias era ciego desde pequeño, gracias a la sed vengativa de
Hera, su esposa y hermana. Zeus le había bendecido con el don de la
profecía y le otorgó una larga vida tratando de resarcir el gran fallo de su
esposa. Observó el oráculo, solo los dioses eran capaces de interpretarlo.
—Mi hermano nunca me traicionaría.
—Está escrito.
—Lo sé —se lamentó sentándose en su trono—. Esperaba esto de Hades,
después de todo es el rey del inframundo.
—Poseidón siempre ha sentido envidia, mi señor. Está sentado bajo sus
pies, no encima de ellos.
Zeus conocía el corazón de sus hermanos, por esa razón había dividido
su reino entre ellos. Poseidón era amo y señor de los mares, pensó que eso
aplacaría la sed de poder en su interior, pero no era suficiente. Ahora su
hermano creaba un ejército en su contra, mundanos con sangre de los
dioses, seres inmundos. Mitades imperfectas.
—¿Qué más no me estás diciendo, Tiresias?
—Una mujer —meditó el adivino caminando en círculos sostenido por
su bastón—. Ella tiene sangre de ángel y ha sido bendecida con la belleza
del Infierno.
—Descendiente de Hades —dedujo admirando su cetro.
—Ella caminará en la tierra de los mortales y poseerá la marca de los
dioses.
—¿Cómo es eso posible?
—No hay tiempo, mi señor. Debe ir a la tierra y sacrificar su alma.
—Ella es valiosa para Hades.
El anciano bajó la cabeza, sus servicios ya no eran necesarios. Su señor
conocía su destino y cómo detener una guerra contra Poseidón, una que
quizás no ganaría. Su misión era sencilla, arrebatar la vida de aquella
descendencia de Hades e inculpar a Poseidón. Regresaría a su trono,
reinaría en el Olimpo mientras sus hermanos peleaban una batalla que no
empañaría su poder.
Nada podría salir mal… Nada.

El látigo golpeó su espalda, trayéndolo a su infierno personal de golpe,


arrancándole de aquel recuerdo lejano. Intentó en su momento obviar la
profecía, se creyó omnipotente, allí radicó el error, en creer que podría
cambiar lo que estaba escrito en el oráculo, no vio venir la traición de parte
de su amada y por ello ahora estaba sometido en el inframundo. Su propio
hermano Hades aporreaba su látigo y lo golpeaba. Su hermano, a quien
había amado de tal forma, que ahora simplemente pensarlo era doloroso.
—¡Oh, grande eres, Zeus! —se burló a su espalda y le atravesó la piel
con un nuevo golpe.
—Te perdono, hermano —murmuró dejando caer su cabeza. Aceptaría
su castigo, incluso si aquel era injusto. Su tiempo en el inframundo se
agotaba, lo sabía.

Capítulo 01

—Mamá perderá la cabeza, Rael —murmuró Sunev alisando su negra


cabellera.
—Estás cumpliendo dieciocho, ¡puedes entrar a Olimpia! —exclamó su
mejor amigo entusiasmado. Los adolescentes de su edad soñaban con entrar
al club de moda en la ciudad, se rumoraba que ocurrían ciertas actividades
misteriosas en el mismo. Algunas mujeres narraban su encuentro con un ser
que parecía de otro mundo.
—¡Exacto! No veintiuno —le recordó colocándose labial.
—Para eso tenemos estas. —Rael sonrió mostrándole las licencias de
conducir falsas—. No es como si las fuéramos a necesitar. Anne dice que ha
entrado, el lugar es pura perversión.
—No encuentro lo divertido, es un club más en New York.
—¿No tienes curiosidad por conocer a ese tipo? ¡Vamos, se hace llamar
a sí mismo Zeus…!
—“El rey de los dioses” —exclamó Sunev girando sus ojos, a modo de
burla.
Sentía curiosidad, claro que sí, como todos, quizás por ello la idea no era
tan desagradable. Existía un cierto anhelo en su interior por lo desconocido.
Su vida era por demás aburrida e insulsa. Su madre permanecía oculta en su
pequeño departamento, a duras penas le había permitido ir a la escuela
local. Tomaba clases cada noche sobre ángeles y seres místicos llamados
dioses. Al principio resultaban en su pequeña mente ser solo cuentos e
historietas, con el pasar de los años su curiosidad por aquel mundo parecía
volverse más real. Soñaba con ello, meditaba en que existía ese Olimpo
donde doce dioses reinaban en paz y armonía, aunque no le pasaba
desapercibido el dolor en su madre cuando mencionaba al todopoderoso
Zeus, tal vez por ello estaba preparándose para ir a ese club.
¿Y si todo era real? ¿Si esas historias realmente se vivieron?
Se tocó la marca de nacimiento en su hombro, siempre estuvo allí, pero
con el pasar de los años se iba definiendo más y más… Un águila dorada.
Tenía aspecto de ser un tatuaje, algo novedoso para quien no la conocía.
—¡Esto es precioso, Sunev! —exclamó su amigo tomando la pequeña
caja negra en su tocador y admirando el colgante, la pieza circular que
figuraba en la medalla, parecían las manecillas de un reloj antiguo.
—Me lo ha regalado mi madre.
—Te quedará perfecto esta noche, ¡póntelo! —animó, sin esperar una
respuesta se movió con rapidez y empezó a colocarlo en el cuello de su
amiga.
Así era Rael, siempre a su lado, jovial y vivaz, animándola en cada
momento. Al finalizar, Sunev se puso de pie y lo abrazó, no sin antes darle
un pequeño beso en los labios. Ya era una costumbre para ellos. Se amaban
profundamente, no con la pasión desmedida de dos amantes, sino con ese
amor puro y sin malicia de la familia.
—¡Hora de irnos!
—¿Tanto entusiasmo por ir al cine? —preguntó su madre desde el
umbral de la puerta. Las mejillas de Rael enrojecieron. Era una pequeña
mentira. Si la señora Crusoe se enteraba de su verdadero destino, Sunev
nunca conocería aquel club en su vida.
—Esta película es particularmente increíble —musitó Rael, aplaudiendo.
—¿Sí? ¿De qué trata?
—Mitología…
—Romana —interrumpió Sunev tomando su abrigo y colocándoselo.
Era una noche fría en New York, necesitaría protegerse del viento.
—Tienes que hacerme un resumen al volver.
—Con gusto, mamá. —La chica no se contuvo y terminó rodeando el
cuello de su madre y abrazándola. Tenían una relación muy pacífica y
ordenada—. Te contaré todo mañana.
—¡Vuelvan temprano! —gritó la mujer a sus espaldas observándoles
marchar. Si Sunev hubiese mirado hacia atrás habría encontrado la mirada
soñadora de su madre una vez más, si tuviese algún don de mirar el futuro,
ese abrazo quizás hubiese sido eterno.
“Olimpia constituía la casa del pecado y la depravación humana, los
actos más bárbaros se cometían bajo aquellas ruinas, las leyes mundanas
eran obsoletas. Se creía que los dioses deberían regir y gobernar bajo la
justicia y la ley, pero Zeus era conocido por su facilidad con las mujeres;
diosas, ninfas y humanas habían caído en su encanto. Tenía tantos hijos
para contar fuera de su lecho, que era casi imposible conocer la cantidad.
¿Estás preparado para Dangerous Olimpia?”.
Rael leía divertido la nota de invitación que minutos antes el seguridad
de la puerta le entregó. Para él eran palabras sin sentido, solo para incitar el
morbo. La hoja en su mano se pulverizó, parecía un acto de magia y
mientras Sunev frunció el ceño confundida, él continuó aplaudiendo
emocionado con toda la situación. El club era oscuro, telas delgadas y
blancas colgando de pilares, música baja y sexual en el ambiente. Una
camarera se acercó a ellos, colocando una corona de hojas verdes en sus
cabezas, ofreció algo de tomar para ambos.
—Dos elixir de los dioses —pidió Rael.
—Tienes que estar bromeando —murmuró Sunev.
—¡Así están nombradas las bebidas!
Para Sunev el lugar era una burla a aquellas historias contadas por su
madre, donde narraba guerreros, batallas, mujeres fuertes y hombres
salvajes con un solo propósito: el bien.
Pronto Rael encontró compañía, era muy bueno para hacer migas con las
personas, se le daba bien interactuar, mientras Sunev prefería mantenerse
alejada. Estaba más intrigada por conocer al anfitrión del lugar. Así que se
propuso tener su propia aventura secreta y se alejó del pequeño grupo
reunido. Pasando más allá de la tela colgante.
No necesitó buscar mucho entre la multitud, allí se encontraba el dueño
del club, era claro que aquel espécimen masculino con un aura de poder era
a quien buscaba. Sentado en su trono exudaba respeto, era un espectáculo
observarle. Sus ojos grises, maliciosos, impenetrables, las cejas arqueadas y
pobladas, esos labios voluptuosos… Su piel, por Jesucristo, aquello
brillaba, en un dulce tono almendrado. Todo él resaltaba en el lugar, sus
gestos autoritarios y a la vez despreocupados. El hombre era un gobernante
nato.
Sunev se movió innegablemente atraída y curiosa sin dejar de analizarlo,
ahora que le tenía más cerca percibía el pelo rubio con algunos mechones
más claros recogidos en una coleta. Las manos en el trono, sobre un cetro
de oro, sus dedos largos y firmes.
En un segundo, el aleteo de su pecho se intensificó y soltó el aliento. El
hombre sentado parpadeó y buscó entre la multitud directo hacia ella. Sus
piernas le fallaron levemente, ¿por qué parecía que estaba siendo atraída
por una luz invisible? El chico no parecía tan mayor, quizás unos
veinticinco, ¿cómo era el dueño y señor de aquel lugar? ¿Por qué quería
estar a su lado? Y ahora que la observaba ¿por qué no existía ninguna
sorpresa en esos ojos lobunos?
—¿Algo de tomar? —Una de las camareras semidesnudas se acercó a
ella, con una bandeja llena de diversos tragos—. ¿Un Martini quizás?
—Elixir de los dioses —respondió distraída Sunev, atraída por el chico
frente a ella. Recibió la bebida, la cual tomó de un solo golpe. Era un
manantial en su paladar, dulce y fresco. Apartó su larga melena del hombro
y se armó de valor. No era una mujer tímida, conocía su belleza.
Su madre solía decir que era tan hermosa como su padre, le alisaba el
pelo negro y suspiraba mientras lo hacía. Empezó a caminar, empujando a
algunas personas y eludiendo a otras que disfrutaban del placer carnal
exhibido, confirmando aquel dato en la invitación, Olimpia era perversión
pura. Suponía que, si los dioses existían, así disfrutaban ellos. Bebidas y
sexo desmesurado. Ahora entendía el anexo… Dangerous.
—Hola —musitó con voz cantarina. Parecían acordes suaves del mejor
violinista.
—Se ha escapado una ninfa del Olimpo… —lamentó Zeus, un poco
entristecido de tener que robarle el alma a tal majestuosa mujer. Era un
catador de la belleza y ella sin duda tenía sangre de una diosa, ¿quién era su
madre?
—¿En serio esa línea funciona? ¿Ahora es cuando me dices que eres
Ares, un ser mitológico y sexualmente activo? —se burló y teniendo la
osadía atrevida de su padre levantó la mano y la colocó sobre la de Zeus.
Este contuvo el aliento. Ella era más infierno que cielo.
—Oh, no. Ese es mi hijo —confesó con una suave sonrisa en sus labios.
—¿Quieres bailar? —preguntó la chica contagiándose de esa pequeña
sonrisa. Su belleza aumentó con ese solo acto, su sonrisa parecía angelical,
mientras tanto, sus ojos brillaban en malicia.
—¿Cómo se llama tu madre? —reviró Zeus analizándola. Era una joven
delgada, enfundada en un pedazo de tela blanca que no le hacía justicia, la
corona de hojas verdes en su pelo negro como el ébano le hacía parecer una
doncella, este era liso y largo hasta su cintura, sus ojos verdes le recordaban
los árboles brillantes de Atenas.
—¿Afrodita? —bromeó siguiéndole el juego.
—Bueno, tienes la belleza de una diosa.
—¿Por qué este concepto de los dioses? —cuestionó, curiosa, aún seguía
tocándolo e hipnotizada con esos ojos grises. Ninguno de los dos notaba
cómo se convertían en el centro de atención en la sala, para Zeus era normal
acaparar las miradas.
Luego de pagar su castigo en el inframundo, fue condenado a vagar por
la tierra, desterrado en un mundo insulso y monótono, los días no parecían
ser diferentes uno del otro, pasaban sin dejar ningún rastro… Hasta esa
noche. Estaba escrito.
La primogénita de Hades lo buscaría, la chica con la señal de los dioses,
un alma pura, sin ser corrompida por los mundanos. Su sacrificio le
devolvería el poder de regresar al Olimpo y desafiar el reinado de Poseidón.
Ganaría, ya lo había hecho una vez contra su padre Cronos.
—¿No te parece interesante?
—Mi madre estaría de acuerdo, tiene una extraña fascinación con estos
temas.
—Apuesto que sí, ¿quieres conocer el lugar? —ofreció seductor, solo
necesitaba un momento apartado. Sunev parpadeó, deslumbrada por aquella
sonrisa aunque no le pasó desapercibido que no alcanzaba a percibir
totalmente los ojos de Zeus en ningún instante. A simple vista parecían
grises, sin embargo, sus ojos eran solo cuencas vacías y sin ningún
sentimiento, parecía carente de afecto.
—¿Y me concederás un baile al final?
—¿No te das por vencida? —apostilló el hombre.
—No, siempre consigo lo que quiero.
—¿Y qué quieres de esta noche? Piensa, si fuera la última, ¿qué anhela
tu joven alma?
—Un baile con el gran Zeus —aseguró y le pareció a él percibir un poco
de sarcasmo en el comentario de la pelinegra.

Capítulo 02

El tiempo compartido junto a Zeus parecía correr a una velocidad


alarmante, las horas parecían simples segundos. Él poseía dominio y
facilidad de palabra, escucharlo era cautivante y un tanto adictivo. La joven
asentía fascinada, le recordaba mucho a su propia madre narrando aquellas
historias, pero en Zeus existía la otra cara. Aunque sus ojos brillaban, sus
palabras vestían un poco de amargura.
—¿Entonces no existía el incesto? ¿O no les importaba? —cuestionó un
poco escandalizada. Hermanos se casaban con sus hermanas, tíos con sus
sobrinas.
—Ninguno conocía la palabra —confesó Zeus, para ellos el amor
constituía algo sagrado, iba más allá de la sangre en sus venas.
—Mi madre narra que Zeus se casó con Hera. Ella era su hermana.
—Tu pareja debe ser un hermano, un amigo, ¿en quién más vas a confiar
para dormir a tu lado en tus horas más vulnerables?
«Yo lo había hecho. Y la traición tocó mi puerta».
Se lamentó ayudando a la joven a tocar la arena. Estaban muy alejados
del club para ese momento, pero ella no lo notaba, mientras, Zeus
escuchaba las olas romper en la bahía y ese olor a sal en el aire. Le entregó
los mares a su hermano Poseidón, pero aquello no fue suficiente. La daga
en su bolsillo pesaba. Antes como un dios en el Olimpo, la culpa no existía
en su interior, ahora, desterrado en la tierra de los mundanos. Aprendió a
sentir culpa y a veces compasión. La joven no merecía aquel destino, pero
la opción de volver era más tentadora. Necesitaba ganar su trono
nuevamente.
—Es el punto más oscuro —musitó Sunev observando el cielo. Pronto el
amanecer llegaría, no entendía cómo era posible, tenía minutos al lado de
aquel hombre ¿o acaso eran horas? No lo sabía y eso le aterró un poco. Su
amigo se preocuparía, ¡su madre!—. Creo que debemos regresar —dijo
dubitativa, señalando a su espalda. Dándose cuenta de que estaban en la
playa, ¿cómo era posible?
—¿No quieres ese último baile antes de que termine la noche? —ofreció
Zeus, extendiendo su mano. Esa hipnosis volvió a engullirla.
—Casi lo olvido.
—Nunca lo permitiría —aseguró rodeando su cintura y pegando sus
cuerpos. Sunev empezó a escuchar arpas melodiosas, un sonido de paz. Se
sentía parte de aquello, las manos de Zeus vagaban por su cuerpo, como si
ella fuera aquel instrumento, de algún modo sentía que ellos eran la música,
los creadores. Entregada al ambiente, levantó su cabeza y buscó los labios
del hombre, besando por voluntad propia a aquel desconocido. El cielo
gritó, los rayos alumbraron el mar y la tierra, el universo se unificó en sus
labios y luego, con sus ojos cerrados, imaginó un mundo diferente. Lagos
de aguas cristalinas, castillos enormes sobre colinas, niños felices corriendo
y jugando, un hombre sentado en su trono, admirando su creación, una
mujer detrás… maliciosa y vengativa, hermanos tramando traiciones y
batallas conspirativas… Luego, aquello se transformó en un fuego eterno.
Llanto, lamentos y destrucción.
Se apartó asustada, empujando el cuerpo de Zeus lejos de ella, cayó al
piso sintiendo lágrimas en sus ojos. El dolor y la pena empezaban a
consumirla, su cabeza era un caos.
—Te he otorgado el don del conocimiento —anunció Zeus sacando la
daga plateada creada en las fauces del inframundo, solo aquella arma era
capaz de arrebatar el alma pura de la chica. Los rayos en el cielo se
intensificaron, el mar gruñó embravecido y la tierra empezó a llorar, Zeus
elevó sus manos al cielo–. ¡Yo soy el rey de los dioses! ¡Hijo de Cronos y
Rea! —gritó lleno de furia, sus manos se alumbraron y un rayo salió de
ellas directo al cielo, las nubes se abrieron, el viento golpeó su rostro, sus
ojos se convirtieron en dos piedras doradas preciosas.
—¡Padre! —exclamó una tercera voz, corriendo hacia ellos. Su cabello
dorado, la túnica blanca cubriendo su cuerpo parecía levitar sobre la tierra.
Zeus observó, paralizado, a su hermosa Perséfone, su hija, aquella que
había llorado su partida, la única que sufrió su dolor. Y en ese momento
entendió todo, la joven Sunev era hija de Hades y Perséfone, no solo le
habían arrebatado un siglo de su reinado, sino que Hades raptó a su amada
hija.
El sacrificio del alma pura no era la chica llorando en la arena, sino su
hija, carne de su carne.
Su amada llegó, rodeando su cuerpo y abrazándolo. Zeus dejó caer sus
manos, maravillado de poder abrazarla una vez más, sin notar que en aquel
rayo se creó la brecha perfecta para dejar entrar a Poseidón a la tierra de los
mortales.
—¡Perdonadlo! —susurró Perséfone.
—¡No! —Lloró Zeus. No podía perdonar a ninguno, no después de que
creyeron las mentiras de Hera, se dejaron envolver en su sed vengativa.
Poseidón había concebido hijos en nombre de Zeus y Hera rencorosa no le
dejó explicarse. Ella sembró la espina de la duda en Hades, el único capaz
de contener a los dioses en el inframundo.
Poseidón era el culpable de todo, quería reinar en el Olimpo sin la
sombra de su hermano menor, odiaba compartir lo que por derecho le
pertececía solo a él, culpó a Zeus de armar un ejército de semidioses en la
tierra, de quebrantar su ley más sagrada.
Zeus no percibió a Poseidón acercarse sigiloso a su espalda, Perséfone
fue quien notó aquello, por eso empujó a su padre y se interpuso entre ellos.
El tridente de Poseidón la golpeó directo en el pecho, clavándose en este y
abriendo su carne.
—¡¡Mamá!! —gritó Sunev escandalizada, temblando de impotencia.
Ahora conocía la verdad, tenía el don del saber, Zeus se lo había otorgado
minutos atrás. Sabía quién era su madre y su padre. La tierra empezó a
temblar abriendo una grieta, el agua del mar siendo absorbida, el clamor de
un dios saliendo de aquel suelo negro. El fuego glorioso del inframundo
serpenteó doblegando a Poseidón, quien cayó sobre sus rodillas. La
tormenta creada se intensificó más, Zeus estaba fuera de control
sosteniendo el cuerpo de su hija en brazos.
—¡Perdonadlo! —suplicó una vez más, tosiendo por un poco de aire. El
tridente de Poseidón fue creado como un regalo celestial y divino, el arma
perfecta, nunca imaginó que sería la que arrebataría de sus manos a su hija.
La profecía de Tiresias se cumplía, un alma pura, con la marca de los dioses
y bendecida con la belleza del infierno moría en la tierra.
Las tres cabezas de Cerbero aullaron y la bestia salió de la grieta abierta
en el suelo, enfurecida y clamando derramar la sangre del dios de los mares,
no se detendría hasta devorarlo, arrancándole la cabeza. El mar silbó y las
olas golpearon con más fuerza. La voz de Hades resonó en todos con un
poderío inigualable, ató con sus cadenas a Poseidón en una condena
perpetua en el inframundo, a llorar y quemar sus crímenes. Luego caminó
hasta Zeus y cayó junto a este, quien lloraba desconsolado la muerte de
Perséfone.
El cielo empezó a llorar, la lluvia los cubrió a todos. Hades hizo temblar
la tierra y de su garganta brotó un grito terrorífico, la había raptado y
llevado con él, habían creado a Sunev y ambos prometieron mantenerla
protegida. Se amaban y adoraban uno al otro.
Ella estaba muerta en sus brazos, la agonía de la pérdida parecía
consumirlo. Sintió una mano pequeña en su hombro, levantó la mirada
encontrando el pelo negro mojado de la chica y luego su rostro.
Su hermosa Sunev… Su primogénita.

Capítulo 03

Sunev con aquel toque le mostró la verdad a su padre Hades, que Zeus
era inocente, nunca existió en su corazón ningún indicio de maldad, no
quería crear semidioses, ni batallas. Tampoco tenía nada en contra de los
mundanos, es más, los envidiaba. Sus vidas le parecían fascinantes.
Hera fue desterrada al inframundo, condenada junto a su ahora esposo
Poseidón. Ares, hijo de Zeus, llevó armonía al Olimpo. Era hora de regresar
a casa y reirían junto a los suyos.
La joven Sunev empacaba en su pequeño departamento, triste metía los
libros pesados de su mamá en cajas. Aquellas historias eran reales, no
fueron inventadas por su madre. Hacía cuatro semanas que la había perdido,
sentía que su vida se quedaba sin ningún propósito. No encajaba y tampoco
tenía con quién compartir sus nuevos conocimientos.
Rael siempre trataba de permanecer a su lado y sacarle una sonrisa, pero
las cosas ya no eran como antes. Ella no pertenecía del todo a la tierra y
sentía curiosidad de ese otro mundo.
En su memoria se encontraban lindas vivencias que Zeus implantó en
ella. Las ninfas en el lago, los niños, las reuniones de celebración, la gente
de aquel pueblo… Todo era tan hermoso. Sin sufrimiento, ninguna guerra.
En ese mundo reinaba la paz.
Luego de esa noche, fue en busca de Zeus a Olimpia, pero no se le
permitió la entrada.
Si no fuera por la falta de su madre, juraría que todo aquello no era más
que una simple jugarreta de su cabeza, un cuento inventado de esas
historias. Sin embargo, era real.
Selló la última caja y suspiró, empezó a moverlas una por una al camión
estacionado al frente de su apartamento, era una pequeña casa, la mitad de
un condominio. Iría a la universidad y olvidaría todo lo ocurrido.
—¿Así que te marchas? —Escuchó esa voz conocida que solo en sueños
recordaba. Observó sobre su hombro, encontrando a Zeus sentado en el
alféizar de la casa. Se le hizo más guapo de lo que lo recordaba y notó que
sus ojos ya no eran grises y vacíos, sino dorados.
—A la universidad —respondió, como si aquella conversación fuera
normal. La había olvidado un mes completo, sin una respuesta desde esa
noche y ahora aparecía como si nada. Recordó también, que para Zeus el
tiempo era efímero. Lo que para ella era tanto, para él solo era un soplo,
nada más—. Fui a Olimpia y no estabas.
—Debía arreglar algunas cosas —reviró sonriendo. Esta sí llegó a sus
ojos.
—Perdonadme, su majestad —se burló Sunev dejando la última caja en
la parte trasera del camión. Se movió, cerrando este y decidida a partir. Al
volverse tenía a Zeus a su lado, este sin perder tiempo se inclinó y le besó el
hombro. Una corriente de electricidad la estremeció, cada parte de ella
vibrando y silbando en sincronía con él.
—¿A qué has venido? —Jadeó. Zeus le acarició con la punta de su dedo
la mejilla, donde sea que la tocara, esa pequeña parte se iluminaba.
—Hades raptó a Perséfone del Olimpo, la llevó con él al inframundo, la
convirtió en una reina y cuando fuiste creada, ambos decidieron que
deberías vivir como una mundana, con sus costumbres. Fuiste valiosa para
ellos.
—Ni tanto, desapareció esa noche —recriminó dolida Sunev.
—Hades no puede estar en la tierra, formaría caos y destrucción al
mundo que conoces.
—¿Por qué tú sí pudiste estar aquí?
—Fui condenado a ello, diosa.
—Y ahora tienes un trono que llenar —concluyó triste, bajando su
cabeza. Zeus tocó su barbilla y se inclinó, besando sus labios suavemente
—. La caricia de dos amantes —susurró Sunev.
—Sí —musitó Zeus besándole el cuello, dejando una estela de caricias
con sus labios—. Ven conmigo, Venus. Sé mi diosa.
Fin
Somos Kiyametin Amazonlari: Kaos, Kan, Öfke y Ölüm; somos un
grupo de amigas que se nos ocurrió (¿por qué no?) participar por primera
vez en una antología; y qué mejor darnos a conocer en la Antología Dioses
que dejan Huella. Unir cuatro mentes para crear algo bueno, es complicado,
pero no imposible. Así que ha llegado el día de darnos a conocer, venimos
con la intención de despertar sus mentes y prepararlos para comenzar una
nueva era; en donde reinará el caos, la ira, la muerte y la sangre.
Kiyametin Amazonlari
(Kaos, Kan, Ölüm, Öfke)

VINDICTA

La redención de Sin

Dilmun, Valle del Éufrates, 2400 a.C


Panteón Mesopotámico
Su mirada prístina y penetrante iba más allá de un descuido, él la miraba
con genuino interés, recorría con sus ojos celestes los detalles de su cuerpo
sin preocuparse de disimular. No era la primera vez que lo encontraba
mirándola de ese modo y en otras circunstancias hubiese ordenado que le
laceraran los ojos con espinas como castigo a su osadía. Pero era evidente
que había algo magnético en el nuevo visir de su marido que la hacía sentir
diferente. Podría tratarse de su juventud, para nadie era un secreto la
diferencia de años que la distanciaba del poderoso Sin Nanna o el
decaimiento de su unión, el dios estaba más concentrado en recibir
adoración por parte de los humanos y hacerles favores, que en visitar los
aposentos de su señora, pasaba largas temporadas en la tierra mezclándose
como un pastor, cuidando rebaños y descubriendo ese fascinante mundo.
Los humanos no le gustaban, eran seres dependientes, minimizados, sin
orgullo, siempre pidiendo favores, arrastrándose cual serpiente, haciendo
rituales cada vez más absurdos para alcanzar clemencia. Seguía sin entender
por qué Ea7 tuvo piedad de esa ralea, y los puso a salvo del diluvio en
Shuruppak8.
Tomó su copa dorada y la llevó a sus labios para darle un sorbo más a
ese néctar que la relajaba, de soslayo miró a Alammuš, él permanecía de
pie, usaba el traje de comandante de los ejércitos, pues era el visir de la
guerra, que lo componía una túnica rectangular con bordados de círculos y
rectángulos en colores vibrantes de mangas largas y estrechas, un anaxirides
(pantalón) y el tocado en su cabeza era un casquete con el grabado de un
toro y una serpiente que luchaban, usaba un brazalete encima de la túnica
en el brazo izquierdo y un collar largo que caía sobre su pecho y acababa en
la cabeza de una serpiente con siete pares de ojos, cada par eran
incrustaciones de gemas curativas como jaspe, espectrolita, ónix, citrino,
ojo de tigre y piedra lunar.
Estaba a punto de levantarse y acercarse a él cuando escuchó que las
puertas del gran salón de audiencias se abrían. Tomó una postura rígida en
espera del visitante y su entereza fue golpeada por la visión que acaeció,
Utu ingresaba al salón bañado en sangre, muestra de la batalla que acababa
de enfrentar, la misma de la que Alammuš advirtió a Sin y no halló
respuesta.
—¡Hijo mío, ¿qué te ha ocurrido?! —expresó consternada llegando hasta
él para acariciar su mejilla—. ¿Estás herido? Hemos de llamar al sanador
para que pueda curarte.
—Estoy bien, madre —respondió adusto, hizo una señal a las esclavas
para que les dejaran a solas—. Necesito hablar con mi padre y no puedo
esperar.
—Tu padre no ha regresado de su viaje a la tierra. —Su voz estaba
cargada de desprecio.
—Tendré que hacer algo para que regrese, aunque deba buscarle entre
humanos…
—¡No, eso nunca! —exclamó alarmada y llegó hasta él—. Los humanos
son despreciables y ruidosos, no permitiré a ninguno de mis hijos que ponga
un pie allí.
—Entonces pondré a la tierra en completa oscuridad por tres días, pediré
a Aya que evite el alba. Sus humanos estarán aterrados y padre tendrá que
volver.
Ningal miró a su hijo con gesto complacido, era tenaz y resuelto.
—Ve a lavarte, hijo. Las esclavas están a tu disposición, también mis
doncellas.
Utu salió del gran salón sin reparar en el visir, apenas lo había visto en la
batalla y le pareció un acto de cobardía abandonar a sus soldados, ya le
hablaría a su padre sobre ese comandante del que no tenía referencias,
aunque un destello en su mirada le recordó a alguien más.
Al notar que estaban a solas, el visir tomó la palabra:
—Mi señora, es momento de retirarme. —Dio tres pasos lentos hacia
ella sin dejar de mirarla.
Ella se estremeció, tenía un timbre de voz cálido y vibrante, resonó en la
paredes como música de kitara.9
—Visir, has esperado mucho. Quédate, el banquete está por servirse. De
hecho, pediré que preparen una habitación para tu descanso hasta que
puedas hablar con vuestro señor.
—Es usted magnánima, nin.10 Pero no deseo importunar.
—Me harás un agravio si declinas.
El visir sonrió ladeando la comisura de sus labios. Hizo una reverencia y
tomó la mano de la diosa para luego llevarla a sus labios y depositar un
beso.
—En ese caso, será un honor, mi señora.
Salió del gran salón en medio de la nube de tensión y magnetismo que
juntos expelían.
La gran señora Ningal tomó posesión de su trono en medio de la bruma
que colmaba sus sentidos, ese “enigmático” visir la trastornaba. Miró por el
amplio balcón hacia el cielo, iba a anochecer y la luna reinaba en
menguante, los humanos preferían ese ciclo para las cosechas y siembras,
pero ella le daría a Sin motivos para volver y si lo hacía enojado, mucho
mejor.
—¡Oh poderoso Iskur, amo de las lluvias y las tormentas, tu amada
señora Ningal, clama tu presencia! —repitió la invocación tres veces y un
minuto después sintió el olor de la lluvia y oyó el rugir de los truenos, un
relámpago iluminó el salón y se materializó un dios imponente, de gran
altura, piel de ébano, cabellos rizados y larga barba negra.
—Mi señora —la saludó con una inclinación de cabeza—. ¿A qué debo
su llamado?
—Mi querido Iskur11, toma asiento, por favor —hizo sonar sus manos y
enseguida llegó una de las esclavas, con un ademán le indicó servir al dios
—. Lamento si te aparté de tus obligaciones.
—Para mi señora Ningal nunca estaré ocupado.
Ella sonrió acercando su copa para brindar.
—Gracias por tu lealtad, querido, te he llamado porque sé que no me
negarás un favor.
—Usted dirá, mi reina.
Con un gesto teatral puso una expresión de congoja y miró hacía el vacío
infinito de la bóveda nocturna.
—Vuestro señor lleva varias lunas fuera de Dilmun12, nuestro hogar se
ha levantado en batallas, nuestro refugio ha sido invadido por las armas y la
ira. Hemos perdido hermanos y según se dice, los malvados Utukki13
comandados por uno de los nuestros, están sembrando el terror. Es una
insurrección que Sin no ha atendido como es debido.
—Mi señora, desconocía lo que acontece en este vergel, he estado
ocupado en otras eras, los humanos son cada vez más destructivos.
—Los humanos son la peor idea que ha tenido Ea.14
—No lo discuto, mi señora. Ya no se pueden controlar.
—Sé que has visto más allá de nuestros tiempos, querido Iskur, pero
quiero prevenir que caiga cualquier desgracia sobre nuestra descendencia.
No podemos permitir una rebelión, alteraría el orden natural, sería nuestro
fin. Los humanos no pueden ser dueños de lo que hemos creado, somos sus
dioses y ellos nuestros sirvientes, así ha sido por eones.
El dios asintió en silencio mientras probaba de las bayas en la bandeja,
—¿Qué desea de mí? Puedo unirme a la batalla.
—¡No! Eres un ser superior, tu sabiduría es más valiosa que tu fuerza.
Mi hijo ha estado en lugar de su padre, pero no es su momento de reinar, es
aún muy joven, no tiene descendencia y temo que estos viles demonios
encuentren el modo de herirle.
—No sucederá, mi señora. Es su hijo y de nuestro señor Sin, es el dios
del Sol, poderoso guerrero, victorioso general.
Luego de un momento de profundo silencio, la diosa se puso de pie y
caminó hacia el barandal de su balcón.
—Lo que voy a pedirte es sencillo, pero hará que vuestro señor regrese,
es imperativa su presencia para poder reunir a los siete y decidir nuestra
postura frente a este conflicto.
—Dígamelo, gran señora.
—Mi hijo oscurecerá la tierra por tres días, los humanos entrarán en
pánico, pero es época de tierra fértil, así que te pido que por tres noches
envíes lluvias sobre sus cosechas.
—Pero, mi señora… tengo prohibido inundar la tierra otra vez.
—Lo sé, Iskur, no será un diluvio, solo lluvias que impidan que tengan
fuego, la oscuridad total los hará implorar a Sin y él tendrá que volver para
poner en orden el hogar de sus amados humanos.
Iskar guardó silencio por un momento, meditando las consecuencias de
complacer a la poderosa diosa.
—Lo haré, mi señora, pero debo pedir algo a cambio.
—Lo que quieras, querido Iskur.
—Quiero a Shala15 como esposa.
—¡Imposible! Esa traidora ha sido expulsada de Dilmun, si te unes a ella
perderás tu lugar aquí.
—Mi señora, usted la desterró por enseñar a los hombres a cultivar, pero
no significa que haya cometido algún acto de traición, es conocida su
abominación por la humanidad, pero nosotros solo cumplimos con las
tareas para las que fuimos creados. Le dio a mi amada el mismo destino de
Enlil16 y bien sabe que no hay comparación entre su deplorable acto y el de
Shala.
—Lo que mi suegro haya hecho no nos incumbe, Iskur. Pero en vista de
que te debo un favor, permitiré que te unas a Shala y que retorne a nuestro
hogar.
—Agradezco su bondad, mi señora. Enseguida cumpliré con mi palabra.
La diosa asintió y él desapareció ante ella en una nube de tempestad,
minutos después vio los relámpagos anunciando la tormenta. Estaba
satisfecha de saber que tenía el favor y la lealtad de los dioses y eso lo
usaría en su beneficio para obligar a Sin a permanecer en su palacio, sabía
que sus hijos estarían de su parte pues Utu e Inanna17 formaban parte de
los dioses que decretaban, también sabía que su suegro fue ayudado por
algunos demonios del inframundo en su destierro así que no estaba segura
de su postura, y en cuanto a los demás, esperaba que decidieran brindar su
apoyo y no lo viesen como una simple rebelión. Además, debía enviar
llamar a Nergal, el amo del inframundo, él no había reportado la deserción
de sus demonios y esa también podía ser una traición. Su plan no tenía
margen de error.
—Nin, el banquete se ha servido —anunció una de sus doncellas.
—¿Mi hijo? —preguntó mientras la doncella acomodaba su túnica y
peinado.
—Ha dicho que no asistirá, va a reunirse con mi señora Aya y volverá
antes de la aurora.
Salió del salón rumbo al comedor y allí se encontró reunidos a los trece
visires.
—Mi señora —habló el más anciano—, las malas noticias siguen
llegando.
La diosa siguió su camino y llegó hasta su lugar en la mesa, tomó asiento
y los demás la imitaron.
—Cenemos mientras haya paz, si vuestro señor no regresa luego de la
advertencia que hemos enviado, entonces yo misma pediré audiencia con
los señores principales y que ellos decidan.
Las esclavas sirvieron los manjares y los visires llevaron la conversación
a los temas de las batallas, seguían sin conocer al dios traidor que intentaba
reinar por encima de todos y por el momento lo estaba consiguiendo, su
poder era desconocido por los sabios y su energía no provenía de un solo
centro, al parecer podía ejercer control en varios elementos de la naturaleza
y si llegaba a dominar la creación, sería el fin del panteón. Las normas eran
claras, las jerarquías se respetaban, así había sido siempre.
El único visir que permanecía en silencio era Alammuš, ella lo
observaba desde su pedestal, él también lo hacía desde la mesa del
banquete. Alguien de fuera no entendería por qué sentía ese nivel de
atracción por un sirviente, un ser por debajo de ella. Si bien había tenido sus
aventuras, nunca lo hizo con alguien inferior menos con un desconocido,
era una diosa poderosa y arriesgarse le podría costar demasiado. Pero el
dueño de esa mirada la seguía traspasando como una daga, su ímpetu la
atraía, que sin temor la mirara de ese modo era algo que la tenía
encandilada, le gustaban los hombres valientes y ese que tenía enfrente no
conocía el miedo. Ella lo sabía muy bien.
Al término de la cena, los visires dejaron el comedor enterados de los
hechos venideros. Convocarían a los sabios y al regreso de Utu de su
morada subterránea, le pedirían que revelase lo visto durante la batalla.
Tenían que dar con el enemigo que les acechaba.
Ningal tomó camino a sus aposentos, era hora de su baño en leche y
flores y luego volvería a su cama frío.
Una vez cumplido su ritual, las doncellas la vistieron con un camisón de
seda, se metió en la cama segura de que esa sería una mejor noche. En
medio del silencio nocturno escuchó la suave melodía de una kitara, las
delicadas notas se elevaban por su recámara, quien tocaba estaba cerca de
sus aposentos.
Se puso de pie, llevada por el anhelo, conocía al autor de esa melodía,
siguió el camino que el instrumento le marcaba, por el pasillo silencioso las
notas se hicieron cada vez más intensas hasta que encontró al causante de su
desvelo, el visir Alammuš interpretaba con destreza y aunque su habilidad
era admirable, ella quedó prendada de su visión a media luz, no usaba su
uniforme y pudo notar que sin el casquete se revelaba ante ella un hombre
diferente, el pelo le caía en ondas por los hombros y era tan oscuro como la
noche, aunque, en contraste, sus piel era nívea y sus ojos tan azules como el
mismo cielo. Era joven, se notaba en la lozanía de su piel y no llevaba en el
palacio más de cuatro lunas, Sin lo llevó en reemplazo del anterior visir de
la guerra muerto por la mordedura de una serpiente.
La melodía terminó y pudo notar en su expresión que estaba
melancólico, quiso darse vuelta y volver, pero él se giró y notó su presencia.
Se puso de pie enseguida.
—Mi señora, lamento si alteré su descanso —dejó el instrumento a un
lado, ella llegó junto a él.
—Sabes que era un llamado. Vuelve a hacerlo.
Él asintió y tomó el instrumento, interpretó de nuevo la melodía mientras
Ningal lo observaba, notaba en Alammuš que la nostalgia inundaba su
rostro.
—Lo haces mejor con el tiempo.
—Gracias, mi señora.
—Sabes que en privado no debes llamarme de ese modo, además, esa
melodía no la tocas por azar.
—Es par mi hijo—confesó sin mirarla—. A veces la toco esperando que
él pueda oírla.
—El inframundo está muy lejos de aquí.
—Mi melodía no se dirige allí… es la historia de un amor perdido.
Ella lo observó admirada. Pasaron muchas lunas para que el destino los
juntase de nuevo.
—Aquí me tienes, no falta mucho para que la eternidad nos cobije.
—¿Desea una copa de néctar, mi señora? —cuestionó con la mirada
vestida de deseo.
—A esta hora suele ponerme algo alegre… —confesó con las mejillas
pintadas de un rubor tenue.
—Es solo miel fermentada, apenas se siente el sabor del licor.
—Está bien.
El visir sirvió dos vasos de néctar y le entregó uno a la diosa, se sentó
junto a ella en la piel de zorro gris, volvió a mirarla de ese modo que la
traspasaba y se aventuró a jugar con su cabello mientras le hablaba en
susurros:
—Mi señora es la más hermosa entre las diosas, su cabello cae como una
cortina de luz roja que lo enciende todo a su paso, sus ojos brillan más que
las estrellas y sus labios son tan apetitosos como una manzana. Es bella,
más que eso, es inalcanzable. Su piel me invita a sentirla, puedo decir que
es tan suave como la seda y tierna como el melocotón.
La piel de la diosa se estremeció por completo, esa voz meliflua y sus
halagos despertaban en ella los deseos que llevaba conteniendo. Pero él no
se detuvo allí, siguió hablando y ella no lo retuvo, la hacía sentir deseada.
—Desde la primera vez que la vi ya no pude dejar de hacerlo. Su
ausencia solo alimentó mis ansias y ahora que he vuelto a su lado, necesito
beber de su belleza, he imaginado el sabor de sus labios, he anhelado el
roce de su piel. Sé que no lo tengo permitido, que puede ser mi condena,
pero no me importaría el castigo si antes llego a obtener el verdadero néctar
que ansío.
La diosa llevó su índice a los labios del visir y los recorrió lentamente
mientras lo observaba con deseo. Delineó lentamente sus rasgos, un
hormigueo nació en la base de su espalda y en segundos le invadió el
cuerpo.
—Algo deseas de mí, Alammuš, nadie viene a tu señora sin querer su
favor.
Él negó mientras sonreía seductor, se aventuró a tocar su mejilla con
dulzura mientras se acercaba poco a poco.
—No hay deseo más grande en mí que usted, mi señora. He notado su
soledad, he visto que no es amada y maldigo el día en que me fue
arrebatada. Deseo amarla, soy su vasallo. Nada más.
Ningal no pudo detenerse ante la vorágine de sensaciones que esas
palabras despertaron en ella. Sus amantes los elegía por el capricho de
satisfacer su carne, pero Alammuš iba más lejos, no era un esclavo, no
estaba acatando una orden, se impuso sobre ella mostrando sus deseos, le
dijo las palabras que anhelaba oír y despertó su sensualidad, su juventud le
pedía a gritos rendirse al placer, vivir en lugar de sentirse muerta en vida.
Su pasado común estaba tocando a su puerta y no iba a negarse a él. Ese
visir no estaba allí por azar y esta vez ella cambiaría el rumbo del destino.
Envolvió sus manos alrededor del cuello de Alammuš y él se encargó de
sellar sus labios en un beso delicado y sutil que fue tomando camino a la
urgencia. Con el beneplácito de la diosa se abrió paso por su cuerpo
acariciándola por encima de la delgada tela que cubría sus curvas.
Alammuš salió de los aposentos de Ningal antes de que amaneciera para
evitar a las doncellas o criados del palacio. Tenía que ser muy cuidadoso si
quería que todo saliera como lo tenían planeado. El resto del día se alejó un
poco de la diosa para no levantar sospechas, pero de vez en cuando la diosa
lo buscaba con la mirada y al dar con él, sus ojos emitían un destello de
lujuria y picardía. Esa misma noche haría otro movimiento importante para
conseguir lo que tanto anhelaba, ella lo ayudaría en eso. También tenía que
aprovechar la ausencia de Utu, quien se había retrasado en llegar al palacio
por motivos personales que no pudo descubrir.
A la mañana siguiente, Utu regresó al palacio. No durmió la noche
anterior porque se reunió con Aya e Iskur para adelantar el plan que haría
que su padre regresara lo antes posible al palacio. Iskur le contó que ya
estaba enterado de los motivos y lo que tenía que hacer porque se reunió
con Ningal. Aunque no le contó lo que pidió a cambio. Utu esperaba que su
padre viniese lo antes posible al palacio para que acabara con la batalla que
había en su reino, y además tenía que contarle lo que descubrió sobre el
nuevo visir de la guerra que estaba en el palacio. Se sentía preocupado por
su madre quien estaba sola a merced de ese visir traidor y maligno. Sabía
que no era de confianza y por eso tuvo que investigar sobre Alammuš
mientras iba de camino al palacio de Aya. Recordó claramente que lo había
visto por primera vez en el palacio del dios Enki. Alammuš se presentó
como un sanador, pero lo único que hizo fue dar falsas esperanzas y quitarle
una piedra preciosa al dios. Infortunadamente no sobrevivió y el falso
sanador desapareció. No comprendía por qué había olvidado ese
acontecimiento tan importante cuando lo tuvo en frente.
Se dirigió a los aposentos de su madre, sin esperar el permiso de entrar,
abrió las puertas de par en par. Se le hizo raro que no hubiera ninguna
doncella en los alrededores. Buscó a su madre y la encontró sentada en la
cama y al lado de ella estaba Alammuš. Sintió que el odio corría por sus
venas y se abalanzó sobre el visir a quien tomó por sorpresa y lo tiró al
suelo. Se escuchó un fuerte ruido y el grito de sorpresa de Ningal quien se
levantó de la cama y trató de separar a su hijo de Alammuš.
—Hijo mío ¿qué haces?
Utu volteó a ver a su madre sin soltar a Alammuš.
—Madre este es un traidor y ha matado a varios dioses. Ha conseguido
de cada uno las piedras de poder. Ha venido a este reino a hacer lo mismo,
pero yo no lo permitiré.
La confusión llenó el lugar, el visir y el dios se enzarzaron en una lucha
que terminó con Utu muerto por el filo de una daga.
El poderoso dios Sin entró por las puertas del palacio, todos dejaron sus
labores y le siguieron con la mirada. Sin no sabía que su hijo había muerto.
Él venía enfurecido y no atendió a los visires que lo llamaban, tenía un solo
destino y era los aposentos de su esposa. Tenía muy claro que ella era la
culpable de los estragos en la tierra y juró que nadie pasaría sobre su
autoridad. Ignoró a las doncellas que intentaron detenerlo y entró. Se llevó
una gran sorpresa al ver a la diosa atada de manos y con una venda en su
boca. Estaba dormida porque tenía sus ojos cerrados y una respiración
tranquila. Se acercó a ella y le pasó una mano por su rostro, notó que ella
trataba de abrir sus ojos, pero no pudo hacerlo. A Sin se le olvidó su enojo y
sintió confusión. Al voltearse para pedir una explicación se encontró con
Alammuš el nuevo visir de guerra, quien hizo una reverencia.
—Mi señor, lo hemos buscado sin poder hallarlo. Hay algunas malas
noticias y necesitamos de usted… —pero Sin no lo dejó continuar.
—¿Qué le ha pasado a mi esposa? —demandó.
—Como puede ver, nuestra señora ha enfermado y ha ocasionado una
desgracia que lamentamos mucho. Ella ha… asesinado a vuestro hijo. —
Tuvo que disimular su felicidad al ver la expresión de Sin.
El dios sintió un gran dolor en su corazón, desde que había llegado al
palacio presentía que algo no andaba bien, pero ignoró ese sentimiento por
el coraje que tenía. Miró a los demás visires que llegaban y cómo las
doncellas más cercanas a su esposa comenzaban a llorar.
—¡¿Pero cómo puede ser posible?! —gritó Sin—. Mi esposa amaba a su
hijo, tanto, que sería imposible que ella lo matara —comenzó a caminar por
el cuarto de lado a lado como un animal salvaje que no encuentra su lugar.
No podía creer que Ningal fuera capaz de hacer tal barbaridad. ¡No, ella no
haría eso y menos a su hijo amado! Encontraría al verdadero culpable y lo
destruiría con sus propias manos.
—Mi señor, tranquilícese. Lo que le ha dicho el visir Alammuš es
verdad. Una de nuestras doncellas ha visto cómo nuestra señora estaba
encima de su hijo con una daga en su mano, con la cual le quitó la vida —
habló uno de los visires.
—Hagan que mi esposa despierte y después me dejan a solas con ella —
ordenó Sin.
—Mi señor, no es recomendable despertarla , está fuera de sí, puede
atacar a alguien más, es peligrosa —expresó Alammuš, pero no se imaginó
que Sin lo abofeteara, de repente todo se quedó en silencio.
—¡Yo soy su dios y nadie contradice mis deseos! —Se alejó de
Alammuš y le dijo a una doncella que cuando regresara quería ver a su
esposa despierta. Después le ordenó a un visir que lo llevara a ver a su hijo.
Alammuš vio a Sin alejarse.
«Me las pagarás, maldito Sin, Me las pagarás», pensó Alammuš y su
odio comenzaba a desbordarse por todo su cuerpo.
Miró que la doncella se acercaba para quitar la venda a Ningal y
rápidamente la separó de ella diciéndole que él lo haría. Le desató las
manos y le dijo a la doncella que trajera agua. Les dijo a las demás que se
encontraban en la habitación que lo dejaran solo porque no sabía cómo iba a
reaccionar la diosa y no quería que les hiciera daño.
La diosa apenas había abierto los ojos cuando Sin entró de nuevo en la
habitación. lucía devastado y más viejo. Sus miradas se cruzaron y se
quedaron viendo por un momento. Sin se acercó a ella y la abrazó
fuertemente, ambos lo hicieron. Después se tranquilizaron y Ningal fue la
primera en hablar.
—Perdóname por no proteger a nuestro hijo. Perdóname, Sin. —Ella
suplicaba—. Todos me acusan, pero yo no lo hice, fue…
—¿Quién fue, Ningal? ¿Dime quién fue?
—Vamos al corral del toro y ahí te podré decir todo. Alguien me vigila y
no es seguro que te lo diga aquí. —Sin vio en su mirada un gran temor así
que decidió obedecer.
Los dos se dirigieron al lugar donde estaba el toro, tomaron asiento y Sin
preguntó enseguida.
—Habla de una vez, ¿quién es el asesino de nuestro hijo?
—Alammuš. ¡el visir que trajiste a casa lo hizo!
Sin sintió la sangre hervir en sus venas.
—¿Mi visir de la guerra? ¡Es imposible!
—¡No, no lo es! Yo lo he visto todo y ahora es él quien me acusa de
locura y de asesinar a mi propio hijo, pero no fue así. Utu descubrió el
pasado oscuro de ese visir y fue a advertirme, pero…
La diosa hizo una pausa y bajó la cabeza.
—¿Qué pasó? ¡Habla de una vez!
Ningal limpió sus lágrimas y empezó su relato:
Utu hablaba con su madre así que no se dio cuenta de que Alammuš
había sacado una daga de su cinturón y lo apuñaló directamente en el
pecho. Utu sintió un dolor profundo y soltó a Alammuš el cual se alejó
rápidamente de él y se dirigió a cerrar las puertas. Utu tocó su pecho y
sintió el mango de la daga y sangre saliendo de esa herida. Su madre volvió
a lanzar otro grito desgarrador y se desplomó en ese instante. Utu sentía
cómo la vida se le iba poco a poco y no le quedaban fuerzas para ir con su
madre quien permanecía inmóvil en el suelo frío. Alammuš solo veía la
escena recargado en la pared, disfrutando de lo que estaba pasando. Todo
estaba saliendo a su favor. Desde esa mañana le avisaron que Utu venía en
camino. Tuvo que ir a los aposentos de la diosa y hacer que ella corriera a
sus doncellas y a los guardianes cercanos a esa área. Sabía que Utu había
investigado sobre él y descubierto su verdad, al dios Sol nada le era oculto.
Por eso tuvo que matarlo antes de que echara a perder sus planes. Vio otra
vez el cuerpo inerte de Utu y se acercó para quitarle la daga y usar su
sangre para reforzar su poder. Guardó su daga especial y tomó otra que
insertó en la misma herida de Utu. Acomodó todo como si Ningal hubiera
matado a su propio hijo.
Después, Alammuš salió de los aposentos y por el camino miró que se
acercaban dos doncellas, tuvo que esconderse entre unos pilares. Enseguida
escuchó los gritos de las dos doncellas y vio que una de ellas salió
corriendo para avisar a los guardias. Regresó a la recámara al escuchar los
gritos de la diosa, quien al verlo, se lanzó al cuerpo de su hijo como si
quisiera protegerlo, intentaba hablar pero de su boca solo salían palabras
incoherentes y lamentos. Alammuš se acercó a la doncella quien estaba
muy asustada y llorando.
—¿Que ha pasado aquí?
La doncella se sobresaltó cuando escuchó la voz de Alammuš, pero tomó
aire y se tranquilizó un poco para poder platicarle lo que había visto.
—Hemos venido a los aposentos de la señora para ver si se le ofrecía
algo, hemos llamado a la puerta y como no recibimos respuesta, tuvimos
que abrirla porque pensamos que algo le había pasado a la diosa. Luego
vimos sangre en el piso y la diosa tenía la daga en su mano apuñalando a su
hijo Utu… —La doncella gimió.
En eso llegaron los guardias y los visires y quedaron perplejos al ver la
escena. Alammuš tuvo que hablar primero y hacer que todos se movieran.
Se dirigió a las doncellas y las obligó a que retiraran a la diosa de su hijo.
También tuvo que ordenar a los guardianes que levantaran el cuerpo de Utu
y lo llevaran al salón donde lo prepararían para su funeral. Algunas
doncellas se encargaron de limpiar el piso.
Después se dirigió a los demás visires quienes se encontraban en el
pasillo hablando entre ellos y llamó a la doncella para que volviera a contar
lo que había visto.
—Señores tenemos que encontrar una forma para que nadie se entere de
lo que ha pasado aquí porque nuestros enemigos se nos echaran encima y
no habrá quien nos defienda al no tener al dios Utu y a Sin con nosotros. —
Los visires solo escucharon y asintieron a lo que Alammuš les dijo. Al ser
tan viejos y no tener experiencia en una situación como esta, se encontraban
perdidos y Alammuš tenía que aprovecharlo y tomar el liderazgo.
Todos voltearon a mirar cuando la diosa gritó agarrándose la cabeza
como una demente. Trató de alejarse de las doncellas y tomó entre sus
manos un jarrón que aventó a la pared. Alammuš ordenó a los guardias que
le amarraran las manos y pies y la pusieran sobre su cama.
—Señores tengo que anunciar que nuestra señora tiene síntomas de
demencia. Su comportamiento lo comprueba ha matado a su propio hijo...
Debemos mantenerla encerrada y aislada hasta que nuestro señor Sin
regrese y decida su castigo. —Todos asintieron de acuerdo con la decisión.
Por dos días, Alammuš tuvo que hacerse cargo de la diosa Ningal y
ordenar a los visires mantenerse en batalla, aunque sin Utu no tenían
esperanza.
Ningal terminó su relato y Sin permanecía inmóvil, no podía creer lo que
oía. Uno de los suyos puso en revolución a su reino. Resuelto a ir a por él y
vengar la sangre de su hijo se dio vuelta de regreso al palacio, pero una
flecha lo sorprendió clavándose en un brazo. Solo se escuchó un gemido y
Sin rápidamente buscó al agresor. Sin embargo, su brazo comenzaba a
dormirse y sentía que perdía la fuerza poco a poco. Ningal se quedó en su
lugar sin hacer nada. Sin, atónito, se desplomó, todo se movía a su
alrededor. Escuchaba a Ningal reclamarle a alguien y de las sombras salió
Alammuš.
—Mi querida diosa, has hecho un buen trabajo y me has traído un
obsequio para demostrarme tu amor. —Sin se quedó perplejo con lo que
escuchó y trató de ver a Ningal, pero ella solo tenía puesta la mirada en
Alammuš.
—Ningal… explícame… ¿qué es esto? —Le costaba hablar.
Alammuš tomó entre sus brazos a Ningal a quien se le veía una
expresión tranquila y no se alejó de Alammuš.
—Mi señor, ¿qué es lo que no entiendes? Nosotros matamos a tu hijo
con esta daga —respondió el visir enseñando el arma—. Y Ahora es tu
turno de morir y hacerle compañía a tu hijo. —Le entregó la daga a Ningal.
La diosa tomó la tomó y se acercó a Sin, en un solo movimiento clavó la
hoja afilada en el pecho del poderoso dios Sin Nanna.
Sin observaba turbado a su mujer, ella, su compañera, su amante, hizo lo
impensable: herirle de muerte. Pero ¿por qué? Esa pregunta rondaba en su
cabeza y no hubo necesidad de esperar mucho, ya que Alammuš comenzó
con su discurso esclarecedor.
—Así que Sin, el dios todo poderoso, después de todo no lo es. Como
puedes percatarte, esta vez tus poderes no lograrán ayudarte, ya que, mi
querido dios, la daga que te clavó tu mujer está hecha del cuerno de tu toro
y bañada con el veneno de la serpiente, que, como bien sabes, la
combinación de ambos puede herir gravemente a un dios, y la muerte de
este puede ser lenta y muy dolorosa. Pero esa no es mi intención, ya que no
soporto que sigas vivo más tiempo del necesario.
Miró fijamente a Sin y soltó una carcajada.
—No… no… no lo entiendo… Alammuš. —cuestionó.
—¿Qué es lo que no comprendes?
—Tu… tu odi… o
—¡¿Te parece suficiente el que me hayas arrebatado a mi mujer para
saciar tus caprichos y alejado a mi hijo de mí?! —Lo dijo gritando de rabia
—. ¿Acaso creíste que no iba a vengarme? Mi espera ha sido lenta y muy
dolorosa, ya que cada minuto que he estado alejado de ellos, mi corazón se
ha ido llenando de rabia y rencor.
—Yo… yo no…
—Tú, ¿tú qué? ¿Me vas a decir que no podías hacer algo para que ellos
siguieran a mi lado, y crees que te lo voy a creer? No lo haré, menos cuando
he visto los milagros que has hecho a esos estúpidos humanos, crees que no
te he observado bien, que cuando ellos te han pedido algo se los has
concedido. Y yo que te he ayudado desde el principio del tiempo, no
pudiste permitirme la felicidad, tu egoísmo me arrebató lo único que amaba.
—Lo dijo subiendo cada vez más el tono de su voz.
—Lo… lo siento… Alammuš.
Indignado por la respuesta de Sin, Alammuš se agachó, tomó la daga y
agarró el brazo de Ningal. Sin trató de levantar su mano, pero esta no le
respondía, ya que cada vez estaba más débil.
—Por… por favor —respiró hondo—, no…
—¿Por qué clamas?
—No la las…ti…mes
Alammuš rio.
—¿Acaso piensas que tu mujer no te quiere muerto igual que yo? ¡Qué
iluso eres, Sin! Voy a contarte que mientras tú estabas allá abajo,
divirtiéndote, observando a los humanos; tu mujer y yo nos divertíamos en
tu cama. —Esto se lo dijo mirándole a los ojos, y Sin dedujo que no mentía,
Alammuš continuó—: Ella me contaba lo infeliz que era ya que encontrabas
más fascinante a esos seres que en ella, que ni su amor ni su cuerpo eran
suficientes para mantenerte a su lado. ¿Acaso no sabes lo que una mujer
herida puede llegar a hacer? Aun cuando lo has dudado, tu mujercita fue la
que asesinó a tu hijo, porque este también te prefería a ti más que a ella.
Lentamente volteó para mirar a Ningal, y lo que alcanzó a ver, hizo que
Sin sintiera mucho dolor en su corazón, ya que nunca se había percatado de
cuánto sufría su familia por su culpa. Simplemente dio por hecho que ellos
estarían siempre, mientras él observaba a esos seres que tanto le fascinaban.
El rostro de Ningal se mostraba apacible, pero en su mirada se reflejaba
lo que realmente sentía, vio su rencor y entendió que su culpa iba más allá y
que no importaba si el visir o su esposa eran los asesinos de su hijo, él había
condenado a su familia cuando eligió a los humanos.
Alammuš llevó su mano al rostro de ella y la acarició, posó la otra mano
en la nuca y la atrajo a él, para así besarla y dar la estocada final al
arrogante Sin. Y su última visión fue ver cómo el visir le clavaba a Ningal
la daga en el pecho.
Se acercó al cuerpo de la diosa y le quitó la daga, luego se acercó a Sin,
que se mostraba cada vez más pálido, apenas observaba por instantes lo que
Alammuš hacía. El visir se agachó, acercó lentamente su rostro al de Sin y
mientras lo hacía, clavó el puñal en el corazón para así terminar lo que
Ningal dejó a medias.
El dios intentó detenerlo, pero sus fuerzas lo abandonaron
definitivamente, y antes de cerrar los ojos, susurró:
—Es… to… no…que...dará…así
Se escuchó un leve suspiro y Sin falleció.
Y así fue como se dejó ir y sus ojos perdieron su luz. Pero con un
pensamiento y juramento en lo más profundo de su ser.
¡Regresaría para vengarse!
—¿Esto es lo que sienten los mortales al llegar a término su existencia?
—pensó mientras caía en un abismo de oscuridad.
Alammuš fue a buscar ayuda diciendo que alguien había atacado a sus
señores, llegaron algunos guardias, levantaron el cuerpo de su señor y lo
llevaron directo a sus aposentos para que los sanadores pudieran curar sus
heridas, pero todo fue inútil porque Alammuš, al ser el principal sanador,
apenas pretendió estar sanando a Sin. Por lo tanto solo dejó pasar un tiempo
prudente y así no levantar sospecha alguna sobre él. Pasado ese lapso,
Alammuš decidió salir de la habitación y comunicó a los visires y a todo el
que se encontraba en palacio en ese momento, que su Señor había muerto,
que no hubo manera de sanarlo porque sus heridas eran de muerte. Pero en
su interior estaba lleno de gozo por haber cumplido parte de su plan de
venganza.
No supo cuánto tiempo transcurrió ni cuánto tiempo se mantuvo en ese
abismo de oscuridad en el cual se sumió. Comenzó a tomar consciencia de
sí cuando sintió cómo su cuerpo se balanceaba de un extremo a otro,
entonces abrió lentamente sus ojos para percatarse de que se encontraba
sobre un suelo de madera en una especie de barco, que se movía al compás
del vaivén sobre la superficie en la cual se deslizaba.
Se levantó, buscó una salida y a su derecha vio una entrada por donde se
colaba una luz que provenía de un pasillo que estaba alumbrado con
algunas antorchas encendidas. Llegó al final del pasillo y encontró unos
escalones que lo llevaron al exterior. Al estar afuera, miró a su alrededor y
se encontró con un panorama de lo más desolador. No se podía distinguir si
era de día o de noche, no había forma de hacerlo. Eso asustó por un
momento a Sin y tuvo temor, pero solo fue por un tiempo breve, pues ya
estaba tomando consciencia de todo lo acontecido.
Para ese momento él ya sabía que se encontraba cerca de los dominios
de la diosa Ereškigal y su esposo consorte, el dios de la muerte Nergal,
hermano de Ninazu. Se encontraba de camino a Irkalla, estaba llegando a la
tierra sin retorno, a la tierra de la oscuridad, lugar del que no se vuelve.
Miró hacia atrás y se encontró con la mirada de Urshanabi, el barquero.
Este decidió ayudarlo a cruzar el Hubur, un mar de aguas negras, profundas
y muy peligrosas. Mientras se miraban uno a otro, Urshanabi le dirigió unas
palabras:
—Nunca pensé verte a ti aquí, en este lugar y menos en esta situación
¡muerto! Es difícil de creer —soltó el barquero.
—Sí, es difícil pero no imposible como puedes constatarlo tú mismo —
replicó Sin mientras se aventuraba a seguir mirando todo a su alrededor.
—Es un honor conducir al gran dios sabio hacia las puertas de la tierra
sin retorno. —Sin no contestó, solo miró hacia el frente observando esa
atmósfera desoladora, oscura y deprimente que reinaba en ese lugar. Todo
lo que se podía apreciar eran cúmulos de tierra y relieves cuneiformes.
En tanto Sin seguía reconstruyendo los últimos sucesos antes de que le
dieran muerte, abrir sus ojos y asimilar encontrarse ahí. La manera en la que
fue traicionado y cómo fue muerto su amado hijo, pero, sobre todo, quienes
estaban detrás de semejante calamidad: su mujer, la madre de sus hijos y el
principal sanador del palacio
—No puedo entender cómo mi amor y favores concedidos a los
humanos pudieron dañar los sentimientos y emociones de mi querida
esposa Ningal y el negarme a cambiar los designios y decretos de
Mammentum para con los humanos desencadenaron toda esta protervia —
se decía así mismo el dios.
Tan sumido estaba en sus pensamientos que no notó el momento en que
llegaron a la orilla del escabroso mar y donde iniciaba el Inframundo, hasta
que la voz áspera del barquero lo hizo volver a la realidad.
Urshanabi solo le dirigió unas palabras a Sin, avisándole que hasta ahí
llegaba él y que ahora le tocaba emprender a solo el camino hacia la puerta
de entrada a los dominios de los dioses reinantes del Irkalla. Sin asintió con
recelo y bajó de la barca de un salto, se alejó de la orilla y al volver la vista
para agradecer la ayuda recibida sin que fuera un mandato, se dio cuenta de
que ya no había rastro alguno de la barca y su tripulante. Entonces, regresó
su vista al frente y emprendió de nuevo sus pasos hacia su destino. Caminó
un largo camino mientras recordaba lo poco que sabía de ese lugar porque
nunca lo había visitado mientras se encontraba con vida, pensaba que no
valía la pena rebajarse a ir a visitar un lugar tan inferior. Ahora se daba
cuenta cuán equivocado estaba y que tal vez eso le pesaría más adelante. Se
decía que no era el cielo ni el infierno, sino que era un mundo inferior vasto
y vacío donde las almas de los muertos existían después de la muerte. Se
decía que Irkalla no tenía castigo o recompensa, sino que era visto como
una versión más triste de la vida anterior de quienes habitaban ese lugar;
donde la diosa Ereškigal y su consorte Nergal fungían como guardianes de
los muertos en lugar de ser unos siniestros gobernantes.
Durante su viaje divisó las almas de algunos humanos que proyectaban
hacia él, su hambre y sed y vio a otros comiendo polvo del mismo suelo
donde se encontraban, eso le causó una profunda tristeza pues se dio cuenta
cómo terminaban algunas almas de los humanos por los cuales sentía un
gran amor; pero al mismo tiempo se percató de que él no echaba en falta
dichas necesidades y no supo qué pensar de eso. Continuó su camino y no
tardó mucho en llegar a una especie de muro alto y deforme y en medio de
este una gran puerta, ahí se encontró con alguien que al parecer vigilaba de
la entrada.
—¡Ey, alto ahí! ¿Quién eres? y ¿qué buscas aquí? —preguntó el
individuo.
—¡Que quién soy! ¿Cómo osas dirigirte a mí de esa manera? ¡No seas
insolente! Y ¡llévame ante tus señores en este mismo instante! —replicó
con enfado.
—¡Pues déjame decirte que yo soy el dios Neti, soy guardián de esta
entrada! Y no puedo permitirte el paso hasta saber tu nombre y anunciarte a
mi reina y señora Ereškigal —respondió el guardián.
El ímpetu, lealtad y sin temor con el que lo enfrentó el guardián le
agradaron al dios porque pudo ver que no lo dejaría pasar hasta saber qué
asuntos podrían haberlo llevado hasta ahí y que a pesar de su aspecto el otro
no le temía ni un poco. Aunque al mismo tiempo se daba cuenta, con
tristeza y miedo, que había perdido casi por completo su divinidad, además
de su inmortalidad.
Tenía que darse prisa, no podía seguir perdiendo tiempo por su
arrogancia y necedad, entonces decidió dar lo que le era solicitado.
—Soy Sin, el dios de la Luna y señor de la sabiduría. También me
llaman el padre de los dioses.
Neti no se sorprendió al escucharlo, lo cual llamó la atención del dios.
—Veo que no te ha causado sorpresa el escuchar quién soy, guardián de
la entrada, ¿es así? Acaso, ¿ya sabías que vendría? ¿Ya esperaban mi
llegada? —pregunto Sin.
—Así es, ya había sido anunciada y registrada tu llegada por Belit-tseri
al entrar al reino oscuro. Por lo tanto no es necesario el anunciarte con mis
señores, ellos esperan por ti en el gran salón de su reino —le anunció Neti
al dios.
—Pero antes de que emprendas tu partida tengo que ponerte al tanto del
decreto que tienes que seguir y es que esta es una de las siete puertas que
tendrás que cruzar para poder llegar a los dominios de mis señores. Al
atravesar cada puerta se encontrará con un guardián al cual tendrá que dar
algo a cambio como símbolo de ofrenda para proseguir su camino hacia
cada una de las puertas.
—¡Me rehúso! ¡No se me puede tratar así! ¡A mí! ¡Soy un dios! Esto es
una ignominia —objetó con verdadero enojo el dios Sin.
El salvaguardia ni se inmutó ante el enojo y los gritos del dios, este
continuó dando los puntos del decreto que el dios tenía que seguir si quería
llegar a donde tanto deseaba.
—Pues tiene que asirse al decreto establecido ancestralmente, si quiere
continuar, mi señor —le espetó Neti.
—Que así sea —respondió el dios con resignación y enfado.
—Llegado el momento sabrá y decidirá qué es lo dejará en cada una de
las puertas —continuó diciendo el guardián—: "Entre señor y sea
bienvenido a los dominios de Nergal".
Al cruzar esa primera puerta el guardián se volvió a dirigir a él,
diciéndole:
—Tiene que dejar algo al cruzar esta puerta.
—Así lo haré. —Sin comenzó por desprenderse de su kaunace, al
terminar se lo entregó a Neti diciéndole, con una voz llena de fastidio—:
¡Aquí tienes! ¿Ya puedo continuar mi travesía hacia la siguiente puerta?
—Sí, ahora puede seguir su camino a la siguiente puerta —respondió
aquel.
Entonces Sin emprendió de nuevo su viaje hacia la siguiente parada.
Anduvo por un camino tan angosto que separaba dos extensiones de algo
que parecía líquido hirviente, solo que de un color grisáceo y de donde
provenía un pestilente aroma, el cual tuvo que soportar tapándose nariz y
boca con su antebrazo izquierdo ya que no podía usar ambas manos pues en
su mano derecha llevaba un bastón, un rollo y una hacha pequeña y así fue
hasta que se topó con un muro que se veía del mismo color que del líquido
hirviente y pestilente por el cual pasó, buscó la puerta y la encontró del lado
derecho, caminó hacia ahí; al tocar la puerta la sintió algo caliente pues esta
era de metal, la empujó, abrió y cruzó.
Sin repitió el mismo ritual, esta vez buscó alrededor de algún objeto con
filo que pudiera encontrar, caminó unos pasos a su izquierda y pudo ver una
especie de piedra caliza de forma casi triangular, entonces deshizo el
anudado de cabello detrás de su nuca, tomó un puñado y lo cortó, enseguida
lo entregó a quien custodiaba la segunda puerta y continuó su camino hacia
la tercera puerta. En esa ocasión ese camino lo llevó dentro de una especie
de cueva húmeda y oscura, al adentrarse se dio cuenta de que estaba
alumbrada por antorchas y estas estaban esparcidas por eso era que solo
había suficiente iluminación para ver por donde caminar, notó que
caminaba dando pequeñas desviaciones hacia todas direcciones, eso lo hizo
pensar que estaba en una especie de laberinto. Siguió caminando pero se
sentía sofocado y cansado por la humedad de la cueva, además de sentirse
un poco sediento, pero eso no detuvo su andar, caminó por un rato más
dando desviaciones, comenzaba a desesperar cuando al fin pudo observar
un pequeño resquicio de esa luz que dominada ese lugar, una luz entre roja,
amarilla y negra, parecida al atardecer, al salir pudo ver la tercer puerta al
fin.
Esta tercer puerta era diferente. Tenía forma circular y al tacto se sentía
que estaba hecha de madera. Y en ella se podía apreciar que tenía dibujada
la figura de un gran dragón emanando fuego por su hocico, en la figura por
donde se levantaba una de sus alas, el dios logró ver la manija, la tomó y
empujó pero esta no abrió, Intentó de nuevo con más fuerza y se abrió,
entró, ahí vio al guardián de esa puerta a la espera de lo que el visitante
dejaría en ofrenda y le sorprendió lo que vio, un panorama diferente del que
lo acompañó durante el tiempo que llevaba en Kur.
En esta ocasión el dios Sin entregó el hacha pequeña que traía en su
mano, al hacerlo solo un pequeño pensamiento pasó por su mente:
«No tendré un arma con que defenderme si llegara a necesitarla».
Y así continuó su viaje a la siguiente puerta. Como había visto al cruzar,
ese paisaje constaba de un camino, pero de escalones deformes hechos de
piedra que se dirigían hacia arriba y por los laterales todo eran montículos
de arena de distintos tamaños y de diversas tonalidades de colores oscuros.
Comenzó a subir los escalones, contó 367 escalones en total cuando por fin
llegó a la cima y se encontró con una entrada sin puerta, era solo una
abertura entre dos grandes árboles sin hojas ni vida, estaban totalmente
secos y deformados uniéndose entre sí.
Sin cruzó la cuarta puerta y ahí se topó con otro guardián, pero este
parecía un niño por su cuerpo pequeño, pero la mirada era dura y siniestra.
A este le entregó su túnica, el kaunake que vestía, quedó semidesnudo. El
siervo lo recibió y asintió.
Pudo entonces retomar el camino hacia la quinta puerta, este camino
atravesaba una especie de bosque que parecía estar sin vida, seco, triste,
ventoso. Caminó y todo era lo mismo: un paisaje sin vida, atravesó lo que
parecían árboles caídos, ramas con espinas, algunas se le incrustaron en el
cuerpo sin hacer mayor daño, así fue su travesía hasta que a lo lejos pudo
observar unas piedras gigantes que, desde donde estaba, no tenían forma,
pero al irse acercando pudo darse cuenta que eran estatuas de animales que
a la vez hacían de muro tapando así la vista y el paso hacia el otro lado. Ya
estando cerca vio que allí tampoco había una puerta solo la figura de dos
pájaros en posición de tomar el vuelo formaban un arco, dejando un
estrecho espacio entre ambos como entrada. Al cruzar se encontró con otro
peculiar guardián. Este era una estatua de un dragón de color rojizo, en sus
ojos había movimiento, estos lo escrutaban mientras estaban a la espera de
la ofrenda que el nuevo visitante le haría.
De esta manera, Sin, con rapidez llevó las manos a su cabeza y se
despojó de su tocado ceremonial y lo puso sobre la cabeza de la estatua ante
su atenta mirada. Sin le dio la espalda y continuó su camino a la sexta
puerta.
Este sendero lo llevó por una hilera de escalones hacia abajo, estos
estaban flanqueados por muros de piedra porosa, parecía que no había
peligro alguno solo fue largo el camino. Al salir de este sendero se encontró
con un puente colgante de madera que pasaba por un gran abismo que
parecía no tener fin pues lo cubría una neblina espesa y húmeda. Sin sabía
que del otro lado estaba la penúltima puerta. Empezó a caminar por el
puente y al llegar a lo que parecía la mitad de camino, sintió frío, pero eso
no lo detuvo al avanzar, se encontró con almas humanas que detenían su
cruce pues estaban amontonadas atacándose unas a otras, El dios trató de
pasar sin que se dieran cuenta, pero estas percibieron que él no era un
humano común y quisieron atacarlo, pero se defendió con su bastón y las
almas retrocedieron abriéndole paso, este avanzó poco cuando las almas
volvieron al ataque y el dios tuvo que correr, por momentos tropezaba pues
el puente se movía demasiado entre sus pasos y los pasos de esas almas que
lo seguían, buscando lo que percibían en él, lo que todavía le quedaba de
divinidad y que si no se daba prisa perdería para siempre. Por fin el dios
llegó al final del puente y tras dar unos cuantos pasos fuera de él, vio la
sexta puerta.
La puerta no era tal solo era una especie de tela gigante que colgaba de
los extremos por una soga gigante que parecía hecha de miles de serpientes
que se movían entre sí y por la longitud que cubría esa cortina de tela de
color del vino.
Sin, cruzó la cortina y del otro lado se encontró con una bella mujer que,
conjeturó, era la custodia de esta puerta. La observó, era de piel canela,
larga cabellera negra y mirada lobuna. Esa mirada lo cautivó mientras le
hablaba.
—Ha recorrido un gran camino, mi señor, ya falta poco para que se
encuentre ante mis señores —le dijo la mujer.
—¿Quién eres tú?—preguntó Sin.
—Yo solo soy quien salvaguarda esta entrada y a quien debe dejar una
prenda u objeto para permitirle pasar y que pueda continuar con su camino
a ver mis señores de Irkalla.
Sin no dijo nada más y soltó su bastón y rollo un momento para poderse
quitar los brazaletes de oro que traía puestos en cada muñeca y entregarlos a
la guardiana, ella los tomó y con uno de sus brazos hizo un ademán
señalándole al dios por donde tenía que seguir.
El dios emprendió lo que parecía ser su destino final hacia la última
puerta. Esta travesía la hizo en corto tiempo pues solo atravesó un camino
de piedras que se encontraba entre dos montañas rocosas, pero en las
paredes de estas se veían entradas y se escuchaban voces, no quiso reparar
en eso ni detenerse a saber si había alguien dentro. Siguió caminando, no
tardó mucho en dejar esas montañas atrás y ver un gran muro, en medio de
este se encontraba la entrada. Se notaba que fue hecha rompiendo parte del
mismo muro que salvaguardaba lo que al otro lado se encontraba, el palacio
de los señores del Inframundo, Ereškigal y Nergal.
Al cruzar se encontró con Namtar, el ser que servía de mensajero a
Nergal y Ereškigal entre el Irkalla y el mundo de los vivos. Sin se dirigió
hacia él.
—¡Llévame ante tu señor Nergal, es de suma importancia que hable con
él! —dijo el dios con tono presuroso.
—Lo haré en cuanto siga con el rito establecido y el que ha hecho
anteriormente, no se puede olvidar de eso, mi señor —replicó Namtar
—¡Aquí tienes! Imposible olvidarlo —le espetó el dios con sarcasmo.
Sin le hizo entrega de su bastón y su rollo, estos simbolizaban su divinidad.
Namtar los tomó y guio al dios hacia el gran salón del palacio de los
señores de Irkalla. Estos estaban esperando por él, se encontraban sentados
en sus respectivos sillas, una al lado de la otra, se les veía complacidos.
Namtar lo anunció ante sus señores y este hizo una pequeña reverencia
hacia a ellos en son agradecimiento por recibirlo. Aunque con lo arrogante
que era no le costó hacerlo.
Entonces Nergal se levantó y fue hacia él.
—Por lo que veo eran ciertos los rumores. Alguien encontró la manera
de darte muerte, Sin, dios de la sabiduría. ¡No podía creerlo! Y solo lo hice
hasta que Belit-tseri me lo hizo saber. —El dios lo miró sin decir nada, pero
sintiendo frustración y rabia en su interior.
—¿Qué es lo que te trae hasta aquí? ¿Qué es lo que quieres hablar
conmigo? —preguntó el dios Nergal.
Sin, lo miró fijamente y con firmeza le dijo:
—¡Quiero hacer un trato contigo para poder recobrar la inmortalidad,
que me ha sido arrebatada, y tomar justicia por las muertes de mi esposa y
mi amado hijo!
—¿Y para qué quieres volver al mundo de los vivos? ¿No deseas pasar
el umbral? —preguntó el dios del inframundo.
—¡No! ¡No quiero ni es mi deseo! Quiero tener devuelta mi
inmortalidad —aseveró.
—Veo que estás decidido. Veremos hasta dónde estás dispuesto a llegar
con tal de conseguir tu propósito Sin, dios de la sabiduría —soltó Nergal
con una sonrisa.
—¡Acepto! Pero hay ciertas rituales que tendrás que acatar para poder
obtener lo que deseas y como he me he percatado, no creo que tengas
ninguna objeción o reparo por cumplirlas.
—¡Haré lo que esté en mi poder para poder cumplir mi promesa! —
anunció Sin.
—Muy bien, Sin, ya que has aceptado el trato, te diré en qué consiste el
ritual del acertijo.
—Es muy simple. ¿Estás preparado? —le preguntó Nergal viéndolo
directamente a los ojos.
—Sí —respondió Sin fríamente.
—No te confíes, lo más valioso es tu respuesta, no te daré otra
oportunidad.
—¿Qué tengo que hacer? —dijo Sin, desafiante, seguro de que iba lograr
superar la prueba.
—Escucha atentamente y resuelve este acertijo, no tienes mucho tiempo,
piensa muy bien lo que vas a decir.
—¿Qué titila rojo y caliente como una llama, pero no es fuego?
Nergal estaba seguro de que Sin no lograría dar con la respuesta, ahora
que sus poderes se estaban extinguiendo.
Analizando la pregunta, a Sin se le pasaron varias respuestas por la
cabeza, pero sabía que no podía responder a la ligera.
—Se te agota el tiempo. —presionó Nergal, sabe que así puede
distraerlo.
Sin lo voltea ver de forma arrogante.
—La sangre. —Una sonrisa de triunfo invade el rostro de Sin, al ver que
Nergal se ha quedado asombrado, confirmándole que su respuesta es
correcta.
—Te subestimé, no pensé que acertaras. Necesito algo más de tu parte
para cerrar el trato. Un poco de tu sangre. —Nergal le extendió una daga.
—Tienes que depositarla en este reloj de arena.
Sin frunció el ceño, agarró la daga no muy convencido. Sabía que la
sangre de un dios en las manos equivocadas podría provocar un gran caos.
No lo pensó más y se hizo el corte en la mano, la sangre empezó a brotar
mientras Namtar, que se mantuvo en segundo plano observando todo,
sostenía el reloj para que la sangre fuera tiñendo la arena, al estar todos los
granos rojos, Namtar le pasó a Nergal el reloj junto con el puñal que le
devolvió a Sin.
—Ya he cumplido con mi parte del trato, ahora cumple con la tuya. —Le
espeta Sin a Nergal con voz autoritaria.
—Recuerda que tú necesitas de mi ayuda y no lo contario. —Nergal
recibió la copa que le entregó Namtar, luego se la extendió a Sin.
—Tómate todo el contenido. —Sin se quedó observando el vaso, su
mirada se desvió a Nergal y este le dijo:
—¿Quieres recuperar tu inmortalidad? Haz lo que te digo. Si te quisiera
muerto ya lo habría hecho sin tener que perder mi tiempo contigo.
Sin agarró la copa y se la tomó de un solo trago, su contenido era amargo
y su olor algo repugnante, se limpió la boca con un paño que le extendió
Namtar y recogió la copa de las manos de Sin.
—Lo que acabas de tomar te ayudará a viajar al futuro, cuando llegues
allá tienes que encontrar el Vaso de Gudea, no te digo que será fácil, pero si
de verdad quieres ser lo que eras, tendrás que esforzarte.
Nergal le extendió el reloj de arena.
—Llévatelo, tienes que regresar antes de que el reloj se consuma en su
totalidad.
—No lo pierdas de vista, porque es lo que te va a indicar el tiempo que
te queda.
Sin lo recibió y se quedó viéndolo.
—¿Y cómo haré ese viaje?
Nergal se le acercó:
—Cierra tus ojos —ordenó. Luego puso las dos manos en los ojos y le
dio un leve empujón, Sin sintió que iba cayendo al vacío, eso le provocó un
leve mareo que lo hizo perder la conciencia.
Capadocia, Turquía
2021 d.C
Cuando Sin despertó de su trance y reaccionó, se dio cuenta de que ya no
estaba en el inframundo sino al bode de un acantilado, sin una idea del lugar
de la tierra donde se encontraba, ya que en sus viajes no se adentraba
demasiado en el futuro. Se levantó del suelo para ver lo que lo rodeaba,
eran más acantilados unos más pronunciados que otros, pero en medio de
ellos vio un camino que decidió tomar para salir de ahí, al seguirlo
escuchaba que en cada paso se desprendía un tintineo, miró hacia abajo y se
sorprendió de que en sus brazos y cuello llevara sus joyas, aquellas que fue
dejando en cada puerta del inframundo, se alegró de verlas ya que eran las
que más apreciaba por ser ostentosas.
Siguió el camino hasta llegar a un lugar que le parecía conocido, pero no
logró recordar de dónde. Hizo un recorrido de las altas formaciones rocosas,
su piel se erizó por todo lo que ese lugar le estaba haciendo sentir, un
sentimiento de familiaridad lo rodeó, nostalgia e impotencia, emociones
desconocidas para él y de las que desconoce el origen.
A lo lejos escuchó murmullos que llamaron su atención, pero desde su
ubicación no logró ver a nadie, levantó la mirada al cielo, sus ojos se
encontraron con algo que lo dejó asombrado, un grupo de esferas de
diversos colores poblando el cielo, luego de salir de su asombro, se dejó
guiar por los murmullos que poco a poco se fueron convirtiendo en voces
de personas conversando, trató de entender lo que decían, pero era una
lengua que no comprendía así que decide acercarse, puede ver que son dos
hombres y una mujer, todos vestidos con atuendos muy diferentes a los que
él está usando, se detuvo pensando en si se les acerca o no, pero luego
recordó que necesitaba saber dónde se encontraba para poder emprender su
búsqueda del Vaso de Gudea, siguió caminando hasta estar cerca de ellos,
así que les preguntó en lengua sumeria:
—¿Ustedes saben qué lugar es este? —El grupo lo volteó a ver,
asombrado por el atuendo que vestía, en su cabeza llevaba un turbante
hecho por un echarpe(chal) enrollado y una capucha con forma de punta, la
corona hecha de cuero, su cara estaba cubierta de barba con mechones
largos, en punta y de forma cuadrada y patillas, sus ojos estaban muy
maquillados delineados en negro que los resaltaba mucho más, un manto le
cubría los hombros y los brazos, en la parte inferior llevaba una falda larga
de piel con mechones tejidos de forma estilizada, seccionado por volantes
horizontales y en la cintura un chal de mechones estrechos que caían junto
al faldón, acompañando el atuendo con múltiples prendas de oro, argollas,
collares, brazaletes y pulseras, todas esas joyas tenían incrustadas diversos
tipo de piedras preciosas de diferentes tamaños y colores, finamente
talladas, pero lo que sobresalía en todas sus joyas era un enorme camafeo
que llevaba tallado en relieve una media luna en una piedra color azul
noche, en el lado derecho a la altura del corazón, mientras que sus pies se
encontraban descalzos. Luego de que el grupo dejara de observarlo, se
percataron de que no lograron entender lo que les dijo Sin.
El hombre más alto del grupo le dijo:
—No estamos entendiendo lo que dices.
Sin tampoco lo hizo, en otras circunstancias lo haría, pero en su situación
se le dificultaba utilizar sus poderes para poder comunicarse en la lengua de
los extraños. Esa no era más que una muestra de que el tiempo apremiaba,
sabía que sus poderes serían cada vez más escasos, cerró los ojos y tomó
una respiración profunda, pasaron unos minutos y cuando volvió a abrir los
ojos, vio al grupo y les habló en la misma lengua que lo hicieron ellos:
—¿Ustedes saben qué lugar es este? —El grupo lo observó algo
confundido, luego se voltearon a ver entre sí y soltaron carcajadas, la única
mujer del grupo le respondió:
—¿Cómo no vas a saber dónde te encuentras? Primero que todo, ¿cómo
llegaste aquí si no lo sabes?
Sin resopló de enfado por las preguntas tontas que le hizo la mujer.
—¿Crees que si supiera donde me encuentro les estaría preguntando? —
añadió una mirada de exasperación.
—Estás en Ürgüp —El hombre más alto del grupo le respondió.
—Urq… ¿qué? —preguntó Sin con cara de confusión.
—Ürgüp, Capadocia. Ahora no me vengas a decir que no conoces
Capadocia y que tampoco sabes que estás en Turquía —le dijo en son de
burla.
—Aunque viéndote con esas ropas diría que vienes de otra época.
—¿Por qué andas disfrazado? ¿Dónde es la fiesta? —le preguntó el
hombre más bajo, con una risita.
Sin ignoró sus preguntas y le respondió con otra. Confirmando lo que
siempre ha creído de los humanos, que son unos tontos.
—¿Qué son todos esos objetos de colores que se ven en el cielo?
El hombre más alto dejó de obsérvalo para desviar su mirada al cielo,
volvió a mirar a Sin y le respondió.
—Parece que andas de broma hoy. —Sus amigos solo asintieron, él
continuó hablando—: Definitivamente eres un hombre muy extraño, por
como vistes y las preguntas que nos estás haciendo. —Decidió seguirle la
corriente—. Te voy a responder para terminar con esta conversación sin
sentido. Eso que ves en el cielo son globos aerostáticos y son muchos
porque hoy inicia el Festival de Globos de Aire Caliente, como cada año
para estas fechas aquí en Capadocia.
—No puedo creer que nunca los hayas visto —agregó la mujer.
Sin se quedó pensando en lo dicho por el hombre, luego le respondió con
otra pregunta:
—¿Cómo puedo salir de este lugar?
—La salida está a unos tres kilómetros desde aquí, sigue directo hasta
llegar al final del camino donde hay una calle, si deseas ir hasta el centro de
la ciudad debes girar hacia la izquierda y si deseas llegar al festival, debes
girar hacia la derecha, no creo que te pierdas.
Sin no sabía cuál elegir para encontrar el vaso y así poder volver a ser
ese dios poderoso que todos adoraban, emprendió su camino sin agradecer
al hombre por su ayuda, así de grosero era él, creyendo que todos tenían
que rendirle respeto, siguió las indicaciones que le dieron, «elegiré qué
dirección tomar cuando llegue al final del camino».
Llevaba un kilómetro recorrido cuando empezó a sentir que le dolían los
pies, se detuvo a revisarse, nunca había sentido esas molestias, otro
recordatorio de que estaba perdiendo sus poderes, cuando vio sus pies, se
sorprendió porque estaban llenos de sangre y ampollas, escuchó el ruido de
algo acercándose a su espalda, se giró para ver lo que era y su perplejidad
fue mayor al ver un auto aproximándose, ya que para él era algo
desconocido. El auto se detuvo a un lado de Sin, llevaba los vidrios tintados
por lo que no logró ver a nadie dentro, retrocedió intimidado al desconocer
ese artefacto, la ventana del auto empezó bajar y le mostró al mismo
hombre que le dio la dirección.
—¿Hacia dónde vas? —Le preguntó el hombre y al no recibir respuesta,
agregó—: Sube, te doy un aventón para que salgas de aquí, si ya te vas,
porque si has decidido ir al festival entonces no podré llevarte, nosotros ya
nos vamos.
Sin cerró los ojos y tomó una profunda respiración, cuando los volvió
abrir comprendió que debía ir con ellos si deseaba apurarse en su búsqueda.
Subió con algo de recelo, dentro del auto el chico alto que le ofreció
llevarlo, preguntó:
—¿Cuál es tu nombre? Hemos estado hablando y nunca nos
presentamos.
—Yo soy Murat, mi novia es Reyyan y mi primo Serkan… bien, ahora
dinos tu nombre.
Sin, a medida que los iba escuchando, pensó si decirles su nombre real o
no, volteó a ver a su derecha y se encontró con la mirada de Serkan.
—Sin, ese es mi nombre —responde.
—¿Sin, de qué país vienes? Porque estoy segura de que no eres turco,
por como reaccionaste cuando te dijimos donde estabas —preguntó
Reyyan.
—Simplemente me desubiqué un poco. No estaba dispuesto a decirles
más.
—¿Cómo llegaste hasta ese lugar sin darte cuenta?
—Es una larga historia —respondió con evasiva.
Reyyan siguió insistiendo con las preguntas que Sin trató de responder
sin dar mayores detalles, pero Serkan es quien siguió interrogándolo.
—¿Qué le ocurrió a tus zapatos? ¿Por qué utilizas ese tipo de ropa? —
Sin, se sintió exasperado con tantos cuestionamientos, si no los necesitara
en ese momento se hubiera desecho de ellos.
Antes de que Sin respondiera a las preguntas, Murat le dijo:
—Hemos llegado, creo que desde aquí se te hará más fácil para
movilizarte hacia donde desees ir.
Sin bajó del auto, con su mirada hizo un recorrido rápido de su entorno,
Murat llamó su atención diciéndole:
—¡Suerte amigo! Ve a que te revisen esos pies que se ven mal. —Subió
el vidrio del auto, aceleró y se perdió en la carretera.
El ruido que hacen los autos con sus bocinas lo asustaron, pegó un salto
y sintió un dolor recorrer por su cuerpo, bajó la mirada a sus pies, estaban
hinchados, con la sangre seca y varias ampollas reventadas, necesitaba
sentarse, no aguantaba el dolor, en ese momento el odio recorrió todo su ser
y juró regresar a su palacio para vengarse de todos aquellos que lo quieren
muerto, parado en la acera vio que al otro lado de la calle había un edificio
con mesas y sillas, a su lado se puso una mujer que pretendía cruzar la calle,
pero antes de que lo hiciera, su teléfono timbró, el sonido lo asustó e intentó
alejarse de ella, pero el dolor en los pies se lo impidió, antes de contestar, la
mujer le hizo un recorrido de pies a cabeza y puso una expresión de
desagrado, contestó la llamada y se perdió en la conversación.
Sin no imaginó que, a pocos metros, un hombre estuvo observándolo
desde que bajó del auto de Murat.
Mientras tanto, él intentaba cruzar la calle, pero se le hacía difícil
aligerar el paso por el dolor, un auto se acercaba a toda marcha en su
dirección, un transeúnte se percató del hecho y corrió en medio de la calle,
lo agarró fuertemente por el brazo jalándolo de regreso a la acera, todo
sucedió tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar sobre lo sucedido.
—Amigo, ten más cuidado al cruzar la calle, por poco y te atropellan. —
El hombre se fue sin esperar respuesta.
Sin no salía de la agitación que le causó el percance, intentó calmarse
para volver a cruzar la calle, pero esta vez prestó atención a los autos. Al
tratar de mover sus pies, los sintió entumecidos por el dolor, se esforzó con
cada paso que dio. Poco a poco cruzó la vía hasta llegar al edificio donde
estaban las mesas y las sillas, agarró una y se sentó, el alivio se hizo
presente en sus pies.
Un mesero llegó hasta él y se presentó:
—Buenas tardes, señor. Mi nombre es Çetin. ¿Qué desea tomar? —Sin
lo observó ceñudo—. Le puedo ofrecer café, té, agua, zumos o alguna
bebida fría.
Sin tenía sed y le rugía el estómago. Se sintió molesto porque antes no
tenía que preocuparse por esas cosas tan triviales de los humanos.
Çetin, mientras esperaba, se quedó viendo la ropa y las joyas que vestía
el extraño, cuando le vio los pies se quedó asombrado.
—Señor, ¿qué les ha ocurrido a sus pies? Necesita un médico para que
los revise.
—Tráeme un café. —Le respondió de manera tosca.
Él recordaba que en viajes que había hecho a la tierra, los humanos
tomaban mucho ese líquido oscuro que nunca quiso probar y que ellos lo
hacían con gran gusto.
El mesero se retiró a buscar su pedido.
Con la mirada, Sin recorrió todo el lugar, había personas dispersas en las
mesas del local, unas conversando, otras leyendo o simplemente tomando
algo a solas, cada uno en lo suyo.
—Señor, aquí tiene su café. ¿Desea algo más?
—No. —Con un gesto exasperado de la mano le dijo que se retirara. Así
lo hizo Çetin.
Sin huele el café y luego lo prueba, le gusta su sabor y su aroma, en poco
tiempo se lo termina. Estuvo pensando en cómo iniciar su búsqueda del
Vaso de Gudea, se levantó para marcharse, avanzó dos pasos fuera del local
cuando el mesero le gritó:
—¡Señor, señor, no se puede ir! No ha pagado el café que se tomó. Son
$13.00 TL18
Sin lo voltea a ver con cara de enfado.
—¿Pagar? ¿Qué es eso?
—Señor, tiene que darme el dinero por el café que se tomó, no se haga el
que no entiende. No puedo dejarlo ir sin pagar, si no tenía el dinero no
debió consumir nada. Esto solo me pasa a mí, viendo como viste, con esos
harapos que parecen sacados del museo de Hacıbektaş, dijo por lo bajo,
pero Sin logró escucharlo.
—¿Museo? ¿Eso que es? —Le preguntó con el ceño fruncido.
—Si piensa que me va hacer creer que no sabe lo que es un museo, le
digo que no voy a caer en su trampa. —Le responde el mesero enojado.
—Si te estoy preguntando es porque no lo sé. —Lo ve directamente a los
ojos con ganas de fulminarlo con la mirada. Cómo extrañaba en esos
momentos tener todos sus poderes.
Çetin dejó caer los hombros dándose por vencido. Decidió seguirle la
corriente.
—Un museo es un lugar donde hay muchos objetos antiguos, así como
las joyas y ropa que lleva puestas, en el museo de Hacıbektaş, encuentras
ese tipo de objetos con un valor incalculable. ¿Ahora si me va a pagar? —
Sin ignora la pregunta, intrigado por eso que llaman museo.
—Cuéntame más sobre ese lugar llamado museo… —Se le vino una
idea a la cabeza, quizás ahí podría encontrar el vaso y así regresar a su casa.
—Señor, por favor págueme, no puedo dejarlo ir si no lo hace. Me van a
despedir.
Sin iba a continuar caminando hacia la salida, pero Çetin lo agarró por el
brazo para impedirle que avanzara, Sin consiguió soltarse porque es más
fuerte, el mesero trató de agarrarlo, pero es más ágil y lo esquiva.
Al otro lado de la calle, el hombre que ha estado observando a Sin
decidió intervenir antes de que hiciera un problema más grande, ya todos
los clientes se estaban percatando de lo que ocurría.
El hombre misterioso cruzó la calle y se acercó hasta donde estaban Sin
y Çetin discutiendo.
—Buenas tardes, caballeros. ¿Qué está ocurriendo aquí?
Sin lo volteó a ver con cara de pocos amigos.
—No es de tu incumbencia. —Se giró para seguir discutir con el mesero.
—Sin, lo que menos debes hacer es estar perdiendo el tiempo
discutiendo, tu tiempo es contado. —Le recordó el hombre con voz
molesta.
Inmediatamente, Sin se dio la vuelta y se le quedó mirando a los ojos,
estaba confundido.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ven conmigo y te lo diré.
—El señor no se puede ir sin pagar.
El extraño sacó de su bolsillo dinero y se lo entregó al mesero.
—Con esto debe ser suficiente para pagar el café y tu propina.
—Vamos, Sin.
Cuando estuvieron fuera del local. Sin habló primero:
—Explícame cómo sabes quién soy, y de paso ¿quién eres tú?
—Aquí todos me conocen como Emirhan, soy un semidios, dos partes
divinas y solo una parte mortal. Y sé quién eres porque me han
encomendado la tarea de ayudarte mientras te encuentres en la tierra.
—¿Qué ganas con ayudarme? Nada es gratis, siempre piden algo a
cambio.
—Me darán algo que deseo desde hace mucho tiempo y que aún no
logro conseguir: la inmortalidad —Sin se mantuvo en silencio—. Tus pies
necesitan que los revisen, no creo que estén peor de lo que se ven y esa ropa
ya no la vas a poder utilizar aquí, lo que menos necesitamos en este
momento es empezar a llamar la atención —dijo, cambiando de tema.
—¿Qué tiene mi ropa? Es mucho mejor que la que llevas puesta. Mi ropa
es digna de un dios tan poderoso como yo.
—En este momento el poder te escasea —discrepó Emirhan—. Si
quieres que te ayude, harás lo que te digo, deja tu arrogancia a un lado y
céntrate en lo que viniste a hacer a la tierra. Ahora vamos a mi casa para
que te des un buen baño, te cures los pies y te pongas ropa limpia.
Emirhan se sorprendió de que Sin no lo contradijera.
Sin no estaba de acuerdo con quitarse sus ropas que lo hacían sentirse
orgulloso, pero no era tonto, necesitaba la ayuda de este semidios. Por el
momento haría lo que le dijera.
Emirhan paró un taxi e indicó a Sin que subiera y le dio la dirección al
conductor. En media hora estuvieron dentro de un pequeño apartamento
ubicado en la planta baja de un edificio de ocho pisos, dentro, la decoración
era sencilla, típico de un hombre soltero, contaba con una sala-comedor, en
donde había un sofá grande, dos pequeños y una mesa con dos sillas, una
cocina, un baño y una recamara. Todo era muy austero para las
comodidades a las que estaba acostumbrado Sin.
—La puerta a la mano derecha es el baño. —Le indico a Sin. Se fue a su
recámara y regresó con una tolla que le extendió—. Sobre la cama te dejaré
ropa limpia para que te vistas.
No dijo más y se retiró a la cocina.
Sin tuvo problemas para abrir la regadera, después de unos minutos
logró entender cómo funcionaba.
Una hora más tarde, Sin traía puesta la ropa que Emirhan le había
dejado, le resultaba incomoda, no le dio mayor relevancia y se dirigió a la
sala, en la mesa se encontró un plato con un kebab19. Su estómago gruñó,
recordándole que no había comido nada en varias horas.
—Supongo que por el ruido que acaba de hacer tu estómago debes tener
hambre. Eso que está ahí es para ti —le dijo Emirhan señalando el plato en
la mesa.
—La comida de los humanos no es de mi agrado —replicó Sin.
—Si quieres sobrevivir en la Tierra te recomiendo que te acostumbres,
ya no eres tan poderoso, ahora dependes de la fuerza de tu cuerpo, no lo
olvides.
Sin se sentó a comer, con el primer bocado se sorprendió de que no fuera
tan malo como esperaba, continúo engullendo la comida mientras Emirhan
hablaba:
—Por tu cara veo que te está gustando ese kebab, te sorprendería el
sabor de los platillos turcos, es una mezcla de muchas especias que dan ese
sabor único a sus comidas.
—La vida en la Tierra no es tan mala como todos los dioses creen, tiene
sus partes buenas y divertidas. —Esto último lo dijo con un toque de
segundas intenciones., los humanos han evolucionado mucho desde la
última vez que la visitaste—. Sin se estaba comiendo su último pedazo de
kebab, cuando Emirhan le dijo—: Si ya terminaste, toma esta pomada y
ponla en tus pies. Le extendió la mano para que la agarrara—. Así me
podrás contar por qué te enviaron aquí y cómo te voy ayudar.
Sin tomó asiento en uno de los sillones que estaba frente a Emirhan,
dirigió su mirada a sus pies y agarró la crema, empezó a esparcirla por
ambas plantas mientras le narraba al semidios la traición, su muerte, el paso
por el inframundo, hasta que llegó al lugar escarpado, lo que ahora sabía
que se llamaban globos aerostáticos, aunque no tenía muy claro lo que era.
—No logro comprender por qué cuando estaba en ese lugar tuve todas
esas sensaciones recorriendo mi cuerpo, fue muy extraño. Hasta llegué a
pensar que me había hecho débil, como los tontos humanos.
—Cuidado con lo que dices, recuerda que yo también tengo parte de
ellos y soy quien te puede ayudar —advirtió Emirhan con voz seria—.
¿Sabes por qué te ocurrió eso? Es para recordarte que ya no eres un dios y
que empiezas a ser un mortal más, pero también porque tuviste una
conexión con ese lugar, lo que hoy los turcos conocen como el Parque
Nacional de Göreme, esas ruinas tan famosas albergan mucha más historia
de la que ellos pueden imaginar, no saben que al inicio de los tiempos,
fueron las tierras de una civilización con gran poderío. ¿No te imaginas
quienes fueron? —Le preguntó Emirhan con una media sonrisa en el rostro.
—No tengo la menor idea —contestó Sin con algo de confusión.
—Bueno, te lo diré para no seguir dándole largas a esto. Son las ruinas
de tu civilización, el gran y poderoso Panteón Sumerio. ¿Comprendes ahora
el porqué de tu reacción cuando estabas ahí?
Sin se quedó viéndolo con cara de asombro, no podía creer que eso fuera
cierto. Se tomó unos minutos para reaccionar.
—¿Cómo lo sabes?
—Es una pregunta tonta para alguien que fue o es un dios. Me vas hacer
creer que tu intelecto solo funciona con tus poderes. —Se sonríe mientras lo
dice—. La sed de poder entre tu decendencia acabó con todo, hasta dejar
solo las ruinas y leyendas sobre quienes vivieron en ellas.
Sin no lograba salir de su asombro, sintió una gran pena, esa era su casa,
todo lo que amaba, lo que tanto protegió por siglos. Ahora entendía un poco
más a los humanos, por qué lloraban, si ellos llegaban a sentir ese dolor tan
grande que estaba experimentando en ese momento, que no era provocado
por ningún objeto, sino que brotaba de lo más profundo de su ser, causando
impotencia por no poder hacer nada más que llorar, cerró los ojos por un
momento tratando de calmarse.
Emirhan buscó cambiar el tema.
—¿Qué tipo de objeto estamos buscando, Sin? Me contaste todo, pero no
me dijiste qué era.
—El Vaso de Gudea,20 tengo que regresar con él para poder ser inmortal
nuevamente, no puedo perder tiempo porque si no llego a encontrarlo… —
sacó el reloj de arena con los granos teñidos de rojo y se lo mostró—, poco
a poco lo que queda de mis poderes los terminaré perdiendo y seré solo un
simple humano. ¿Ahora comprendes mi afán en encontrarlo? Jamás me
podré acostumbrar a vivir como un humano y no hacer lo que me plazca.
—Pero tú has venido antes a la tierra y has estado entre los humanos,
¿qué lo hace diferente ahora? —Sin le dio una mirada penetrante a
Emirhan.
—Cuando vine siglos atrás, ellos no tenían el desarrollo que ahora
poseen y me adoraban, clamaban por mí para que los ayudara y les diera lo
que pedían, pero ¿crees que ahora que mis poderes son limitados, y si los
llego a perder por completo, me adoraran y clamaran por mí como antes?
Yo no lo creo —dijo Sin con una voz algo rasposa, tratando de poner sus
emociones en orden.
Emirhan se había puesto a analizar donde podría estar el vaso.
—Te ayudaré, sé en qué lugares podemos empezar la búsqueda, solo
tengo que hacer algunas averiguaciones en Internet.
Sin no entendió cuando dijo Internet, pero en esta ocasión no preguntó.
Emirhan se levantó del sofá y se dirigió a su habitación, en un momento
regresó con la laptop, la puso en la mesa, jaló una silla y se sentó.
—Sin, hay que averiguar más sobre donde se encuentra el Vaso de
Gudea, porque hace unos meses estaban anunciando que lo traerían desde
París a Turquía, para ponerlo en exhibición en varios museos del país.
Incluso una famosa arqueóloga e historiadora de este país, iba a dar una
conferencia sobre ese vaso y lo que han encontrado sobre él.
—Entonces debemos ir inmediatamente donde está el vaso, no hay
tiempo que perder —replicó Sin.
—No tan rápido, no podemos empezar una búsqueda museo por museo,
créeme que te sorprendería la cantidad que hay en este país, nos tomaría
mucho tiempo. Voy a buscar dónde lo tienten actualmente. —Emirhan
empezó a teclear, comentando mientras tanto—: Aquí dice que para este
mes estaría en Capadocia, lo hicieron coincidir con el festival, así los
turistas podrían apreciar la obra. Lo malo es que no especifican en qué
museo se encuentra. Me imagino que por razones de seguridad, es
demasiado valioso. Lo bueno es que se reduce nuestra búsqueda. Vamos a
empezar por los museos de Capadocia, en alguno podemos encontrar algo
que nos dé una pista de donde pueda estar. —Emirhan seguía tecleando y
comentándole a Sin sobre lo que iba encontrando. El dios permanecía
sentado a su lado viendo cómo el semidios tecleaba.
—Vamos a ir descartando los museos naturales y centrándonos en los
que han sido creados por el hombre. Porque si mi intuición no me falla, le
llevaran a los que exhiben objetos arqueológicos y otros artículos de las
culturas de este país y que de seguro están muy bien custodiados.
Emirhan fue descartando museos, cuando creyó tener los que
necesitaban, le dijo:
—¡Los tengo! Podemos empezar por estos cinco museos —procedió a
leerle la lista
—Museo de Nevsehir, Museo de Arqueología y Etnografía de
Hacıbektaş, Complejo Hacı Bektaş Veli, Museo de Ürgüp, Museo de
Aksaray.
Mañana iremos a los que están más cerca y luego de que sean
descartados, iremos a los más lejanos —le explicó—. Creo que para ti por
hoy es suficiente, debes descansar, te ves exhausto.
—Podemos ir ahora mismo, no me siento cansado y mis pies ya no
duelen —replicó Sin.
—No seas terco, necesitas descansar, mañana será un largo día y
debemos empezar muy temprano. Además, a esta hora están cerrados. —
Era pasada la media noche, el tiempo se les había pasado volando,
investigando sobre el Vaso de Gudea y descartando posibles museos donde
podría estar.
Se levantaron antes del alba, Sin había dormido en el sofá. El semi Dios
le dio una almohada y unas cobijas porque, aunque estuvieran en verano,
por las noches la temperatura caía varios grados.
Mientras Sin estaba en el baño, Emirhan se encargaba de preparar el
desayuno para ambos. Cuando ya estuvieron listos Sin preguntó, impaciente
por partir:
—¿Cuál será el primer museo que visitaremos?
—Solo quiero advertirte algo, yo no puedo ayudarte con mis poderes, lo
tengo prohibido si quiero dejar mi parte mortal para ser completamente un
dios, puedo ir ayudándote como lo haría cualquier otro humano, con los
medios que utilizarían ellos. El esfuerzo lo tienes que realizar tú. Y
respondiendo a tu pregunta, iremos al Museo de Ürgüp, queda a unas
cuantas calles de aquí.
Se dirigieron a la salida, cerrando la puerta.
Habían decidido ir en un taxi, para aprovechar el tiempo, por si era
posible visitar otro museo antes de que cerraran.
—¿Por qué te quedaste en la tierra, si puedes vivir como un semidios y
dominarlos a ellos a tu antojo? —Esa interrogante le había surgido a Sin
cuando le contó quién era.
—A diferencia de ti, a mí sí me gusta vivir entre los humanos, tienen sus
cosas buenas y malas como lo tiene ser un dios, pero lo mejor de todo es
que cuando deciden brindarte su lealtad lo hacen porque lo desean no
porque los obligas.
—No compares, porque vivir como dios es mucho mejor, haces lo que
quieres a tu voluntad sin importar lo que opinen los demás. No tiene
desventajas. —replicó Sin.
Emirhan lo miró pensativo, luego desvió la mirada hacia la ventana,
después de unos minutos volvió a hablar.
—Es imposible que entiendas porque tu ego es muy grande y te ciega. —
Fue todo lo que dijo antes de que llegaran al museo. Luego pagó al
conductor.
Para entrar al museo tuvieron que pagar, Emirhan lo hizo por los dos.
—Vas a tener que vender alguna de tus joyas si deseas seguir andando
porque mi dinero se está agotando.
Sin lo volteó a ver con mala cara.
—No pienso vender ninguna de mis joyas, son demasiado preciadas para
deshacerme de ellas.
—¿Piensas que voy a seguir pagando todo por ti? Porque si es así, vete
bajando de esa nube, todo esto te beneficia a ti, entonces tú cubrirás tus
gastos. Sé dónde puedes venderlos y obtener buen dinero.
—¡No pienso venderlas! —Sin empezaba a molestarse.
—Eso ya lo veremos. —Emirhan se divertía al verlo molesto. No mentía
cuando le dijo que ya no pagaría nada más.
Entraron y dieron un recorrido por el museo viendo todo lo que había,
como recién estaban abriendo no había muchos turistas, así que pudieron
tomarse su tiempo para apreciar losobjetos arqueológicos y etnográficos,
como cerámicas prehistóricas, figuras, lámparas, estatuas, objetos de metal,
vidrio y otros ornamentos, joyas, manuscritos y tapices. En el jardín del
museo se exhibían obras de piedra y jarras de agua hechas de arcilla. No
vieron por ningún lugar el Vaso de Gudea en exhibición. Se acercaron a uno
de los de los empleados del museo, en un gafete estaba su nombre: Emir.
— ¡¿Dónde está en Vaso de Gudea?! —exigió Sin de forma brusca y en
un tono alto.
—Cálmate, Sin, hablando de esa forma no conseguirás nada. —Emirhan
le susurró esas palabras para que Emir no escuchara—. Déjame preguntar a
mí.
—Lo que mi amigo quiso decir, es que si usted sabe en qué parte del
museo tienen el Vaso de Gudea.
Emir los miró con cara de confusión, no recordaba ningún objeto dentro
del museo que llevara ese nombre.
—Señores, que yo recuerde no tenemos nada con ese nombre en
exhibición, de todas manera denme un momento que voy a consultar con
una compañera.
Sin ya se encontraba impaciente y molesto.
—¿Por qué demora tanto ese hombre? No se supone que trabaja aquí y
debe saber lo que hay y lo que no dentro de este museo.
Unos minutos después, regresó Emir:
—Disculpen la tardanza, me comenta mi compañera que en efecto el
Vaso de Gudea estuvo aquí, pero se lo llevaron la semana pasada para otro
museo. Todo indica que han acortado la estadía del objeto en el país, por
ciertos inconvenientes que no nos han informado. Van a recorrer los museos
que tenía previstos aquí en Capadocia, acortando el tiempo.
—¿Sabe cuál es el próximo museo al que la llevaran? —cuestionó Sin,
irritado.
—Por seguridad del objeto nunca se le notifica a nadie cuál es su
recorrido, así que lo siento por no ser de mucha ayuda.
Sin iba hablar, pero Emirhan se le adelantó.
—Gracias por la información, Emir.
Dando media vuelta se dirigieron a la salida.
—¿Por qué le diste las gracias a ese inepto? —replicó Sin
Emirhan miró su reloj, no respondió porque sabía que Sin era un caso
perdido. Tenía claro que, si no lo necesitara y tuviera sus poderes, Sin ya se
hubiera deshecho de él.
—Nos da tiempo de visitar otro museo, pero antes debemos comer algo
porque el viaje será de unas dos horas.
—Y debemos ir a vender algunas de tus joyas para pagar los gastos. Hay
que alquilar un auto, porque llegaremos en menos tiempo que si vemos en
trasporte público.
—No pienso vender nada, ya lo he dicho.
—Si eso es así, entonces hasta aquí llega mi ayuda, no puedo hacer más
por ti. —Emirhan ya había tenido mucha paciencia con Sin.
—Debe haber otra manera que no sea vender mis joyas.
—Deja de hacer berrinches y compórtate como un dios de tu nivel.
Parece que no quieres tu inmortalidad. Sé que para ti no es fácil estar en
esta situación porque estabas acostumbrado hacer y deshacer a tu antojo en
el Panteón Sumerio y aquí en la Tierra. Deberías aprender un poco de los
humanos. Ellos saben que, si no se adaptan a los cambios y evolucionan,
mueren. Así de simple —concluyó Emirhan.
Sin se quedó analizando todo lo que le dijo.
—Vamos a comer en ese restaurante que está enfrente y luego iremos a
vender tus joyas. —Se encontraba molesto, si fuera en otra ocasión ya lo
hubiera abandonado por su cuenta.
Luego de comer fueron a una casa de empeños que estaba a tres calles
del restaurante, cuando entraron al local los recibió un señor mayor que
amablemente les preguntó si deseaban vender o empeñar un objeto,
Emirhan le dijo que empeñar, quería darle la oportunidad a Sin de recuperar
sus preciadas joyas.
Sin, sacó de un pequeño bolso que ha cargado desde que salió del
apartamento, un par de brazaletes de oro, se los entregó al señor, no muy
convencido de querer dejarlos ahí, el hombre revisó los brazaletes con una
pequeña lupa, comprobando si el objeto era real, luego lo puso en una
balanza para saber su peso.
—Nunca antes había visto uno como estos que fuera real, y con la
calidad del oro puro. —Les comentó el hombre.
—¿Cuánto nos puede dar por ellos? —replicó Emirhan.
Sin solo observó, sintiendo lo mismo que cuando estuvo en las ruinas.
—Puedo darle 17,000 TL
—Denos un poco más, sabe que si las vende puede sacar mucho más que
eso —afirmó Emirhan.
A Sin los ojos casi se le salen de sus orbitas cuando escucho que serían
vendidas.
—Que ni lo intente o les cortaré la cabeza —espetó Sin.
—25,000 TL, no más de eso les puedo ofrecer —pronunció el anciano
viendo a Sin con algo de temor, su cara estaba roja de furia.
Realizaron el trato y salieron, detuvieron un taxi y le dijeron que los
llevara a la agencia de alquiler de autos más cercana. Cuando llegaron a su
destino, Sin sacó dinero y le pagó al conductor.
Alquilaron el auto por varios días. Emirhan condujo por hora y media
hasta el Museo de Nevsehir, antes de bajarse del auto, Sin abrió el pequeño
bolso y revisó el reloj de arena, se dio cuenta de que estaba había avanzado
bastante desde que llegó a la tierra, eso le recordó que debía apresurarse si
quería recuperar su inmortalidad. Volvió a guardar el reloj en el bolso y se
bajó del auto.
Se detuvieron en la taquilla del museo para pagar el boleto, caminaron
hacia las puertas del museo, en la entrada dejaron el boleto y recibieron un
folleto con los objetos en exposición.
—Vamos a preguntar primero si está aquí el vaso. —Le dijo Emirhan
mientras caminaba por el lugar buscando a algún empleado.
El sitio estaba lleno de turistas que caminaban de un lugar al otro viendo
los objetos expuestos y leyendo las reseñas.
A lo lejos lograron ver a una mujer de mediana edad explicando sobre un
pergamino. Esperaron a que terminara de hablar para acercarse, si hubiera
sido por Sin la hubiera interrumpido.
—Buenas tardes, señora Fatmagul. —En el gafete que llevaba, Emirhan
logró leer el nombre.
—Buenas tardes, caballeros, bienvenidos, ¿en qué puedo ayudarles?
En ningún momento Sin dijo nada, ya habían acordado que él no hablara
para no retrasar la búsqueda.
—¿Nos podría decir si en este museo tienen en exhibición el Vaso de
Gudea? Ese que traen desde Francia.
—Lamento decirles que aquí no lo hemos recibido todavía. Varios
turistas nos han estado preguntando hoy por él.
—¿Sabe en qué museo lo tienen?
—No, esa información hasta para nosotros como empleados del museo
es restringida. Suele ser de esa manera cada vez que traen un objeto del
extranjero, lo hacen para evitar que lo roben.
—Muchas gracias, señora Fatmagul. —Se despidió Emirhan dándole la
mano.
Cuando llegaron al auto, Sin estaba frustrado y muy molesto, sentía que
todo se complicaba más. Llegaron al apartamento, Sin se dirigió al baño y
Emirhan a la cocina, abrió la nevera y sacó una botella de agua que ingirió
toda.
Se fueron a dormir sin cenar, ambos estaban cansados del viaje.
Quedaron en que al día siguiente irían a visitar dos museos más que se
encontraban cerca uno del otro y tratarían de sacarle información a los
empleados.
Se levantaron temprano, comieron algo ligero y emprendieron su
búsqueda, esta vez irían al Museo de Aksaray, ya que tenían probabilidades
de que ahí se encontrara el vaso, porque ellos exhibían piedras, fósiles,
obras de arte y piezas etnográficas.
Estos museos quedaban a las afueras de Ürgüp, les llevaría varias horas
de viaje y no estaban seguros de llegar antes de que cerraran. Por esa razón
decidieron llevar ropa extra, quizá tendrían que hospedarse en un hotel.
Cuando llegaron faltaban dos horas para que cerrara el museo, se
apresuraron pagando los boletos, necesitaban hablar con algún empleado,
entraron y con la mirada buscaron, caminando hacía ellos venia una mujer
alta y un señor de mediana estatura, calvo, ambos estaban conversando, Sin
y Emirhan se apresuran a encontrarlos, el primero interrumpió la
conversación de los dos.
—Buenas tardes, señorita Sila. —Sin había leído el gafete de la mujer.
Emirhan se sorprendió al escuchar a Sin hablar con amabilidad.
—Buenas tardes —respondieron Sila y el señor que estaba a su lado—.
¿En qué puedo ayudarlos, caballeros?
—¿Usted nos puede decir si tienen en exhibición el Vaso de Gudea? —
preguntó Sin.
—Es muy famoso ese vaso, no son los primeros en preguntar por él,
hace un rato vinieron otros turistas por lo mismo. Pero lamento decirles,
caballeros, que el vaso se lo han llevado antes de mediodía, solo lo tuvimos
un par de horas por la mañana. Fueron muchos los visitantes a quienes
tuvimos que restringir la entrada porque se llenó el museo y no podíamos
mantener la seguridad adecuada.
—¿Sabe a dónde lo llevaron?
Sin no podía creer que ese maldito vaso se le estaba escabullendo de las
manos.
—Según nos dijo la persona que está encargada de la movilización y
custodia del vaso, mañana a primera hora viajan de regreso al Museo del
Louvre en Francia, al parecer la seguridad del vaso está en juego.
—Gracias por la información, teníamos ganas de conocer ese famoso
vaso, pero parece que será en otra ocasión. — Emirhan les dio la mano a
Sila y al hombre.
Sin asintió con la cabeza y se retiró. Se sentía derrotado, estuvo tan cerca
del vaso y lo perdió.
Subieron al auto en silencio, dirigiéndose al hotel más cercano, el viaje
de regreso será extenuante.
Como había predicho Emirhan, el viaje a Ürgüp fue silencioso, Sin no
emitió palabra alguna, se mantuvo perdido en sus pensamientos y Emirhan
no lo molestó. Imaginó como debía sentirse.
En el camino hicieron una parada para a comer algo, unas horas después
llegaron agotados, ya en el apartamento se fueron a descansar, al día
siguiente tenían que ver cómo resolverían lo del vaso.
A la mañana siguiente, cuando el semidios salió de su habitación, le
había estado dando vueltas a las cosas, tenía pensado qué podría hacer Sin
para recuperar el vaso. Lo encontró despierto y bañado, sentado en el sofá,
se le acercó y le dijo:
—Debes viajar a Francia e ir al museo y buscar el vaso, sé que no será
fácil, pero te las arreglarás para para conseguirlo, eres capaz de lograrlo, si
cruzaste el inframundo puedes hacer cualquier cosa. No encuentro otra
manera para que lo consigas. Necesitarás documentos para salir del país.
—¿Viajar a Francia? ¿Cómo podría yo viajar si no tengo mis poderes?
—replicó Sin, desconcertado.
—Sin, ¿cómo crees que viajan los humanos? Ellos no tienen poderes y
eso no los ha limitado, todo lo contrario, los ha convertido en personas
creativas que se las han ingeniado para poder volar. Han logrado ir a la
Luna.
Sin lo miró sorprendido cuando escuchó eso último. No podía creer que
lo lograran sin poderes.
—¿Cómo lo han hecho? Si yo soy el dios de la Luna, nadie se acerca a
ella sin mi permiso.
—Los has subestimado todo este tiempo, empieza a cambiar tu forma de
verlos. Dales un poco de crédito. Ellos han creado naves muy modernas
para surcar los cielos y el espacio.
Sin cambió de tema, le molestaba saber que los humanos visitaban la
Luna.
—Entonces dime cómo viajaré a Francia.
—Viajarás en avión, es rápido y muy fácil. Lo que será un poquito
complicado son tus identificaciones, porque legalmente no podemos
conseguirlas, por obvias razones. Te haré un humano legal de Turquía. —
Emirhan soltó una carcajada, sabía cuánto molestaba a Sin ese comentario.
El dios frunció el ceño y lo vio directo a los ojos, si lo hubiese podido
fulminar con la mirada solo quedarían cenizas.
Continuó hablando, haciendo caso omiso de esa mirada.
—Dejando las bromas a un lado, ya que veo no te hacen mucha gracia,
yo te ayudaré a conseguir el pasaporte, los documentos de identidad y la
licencia de conducir, por eso no te preocupes. Eso sí, tendrás que vender
más joyas porque debes pagar por el boleto de avión, tus documentos y los
gastos que tengas en Francia.
El resto del día se ocuparon de ir a vender las joyas, Sin había hecho uno
de sus berrinches, pero Emirhan lo hizo entrar en razón. Luego revisaron
los vuelos de Capadocia hasta París, Sin tendría que hacer una escala en
Estambul, ya que desde ahí no había vuelo directo, el viaje duraría
aproximadamente 6 horas y 25 minutos. Planearon que en dos días
realizaría el viaje. No pudieron reservar el boleto porque no tenía los
documentos. Tomaron una cena temprana antes de irse a reunir con la
persona que les ayudaría a obtener los documentos.
Se detuvieron frente a un bar con una fachada muy elegante, bajaron del
auto y Sin se disponía a ir hacia la puerta cuando Emirhan lo agarró por el
brazo para detenerlo, negó con la cabeza
—No es aquí. Sígueme, es por este lado.
Sin no entendió por qué se detuvieron en ese lugar si no era ahí. Siguió
caminando detrás de Emihran, que lo conducía a un callejón poco
iluminado que daba a la parte de atrás del bar, se detuvieron frente a una
puerta roja que tenía un letrero iluminado en rojo con dorado que decía:
Paradise Harem Club, a la mano izquierda había una imagen de una mujer
de tamaño real, desnuda, tapándose con las manos sus partes y guiñando el
ojo izquierdo con coquetería, a la mano derecha había un hombre desnudo
también, de tamaño real, tapando sus partes con una narguile que sostiene
con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostiene la boquilla que
tiene entre los labios de manera sexy.
Sin no perdió de vista nada de lo que lo rodeaba.
Emirhan tocó el timbre que se encontraba escondido cerca de la imagen
de la mujer y que pasaba totalmente desapercibido.
—Te agradecería que me dejaras hablar a mí, no actúes altanero porque
no creo que te guste lo que conseguirás.
Sin solo asintió. No muy convencido de no poder expresarse.
Abrieron la puerta. Un hombre alto, corpulento, vestido de negro, con
abundante barba, ojos negros y mirada intimidante, los recibió, los hizo
pasar dándole un asentimiento con la cabeza a Emirhan y viendo a Sin
directamente a los ojos.
—Te esperan en la oficina, ya conoces el camino —habló el hombre con
voz gruesa.
—Gracias, Burac.
Se dirigieron por un corto pasillo bien iluminado con una luz roja donde
había dos puertas, una negra y otra dorada, Emirhan agarró la manija de la
puerta dorada, luego tocó, la puerta se abrió y entraron, los recibió la
hermosa sonrisa, una mujer de cabello largo, negro azabache, ojos
almendrados color turquesa, nariz respingona, boca en forma de corazón,
piel nívea y facciones delicadas; sentada tras un escritorio amplio color
caoba, se puso de pie sin quitar su vista de Sin y Emirhan, era una mujer
imponente de 1.80 cm, usaba un vestido tipo sastre, blusa blanca de seda
manga larga, sobre la blusa un hermoso collar de oro blanco con grandes
incrustaciones de rubíes y pequeños diamantes que cubrían gran parte de su
exuberante busto, un pantalón tipo halter que se ajustado a su estrecha
cintura, en color negro que resaltaba cada una de sus curvas, acompañado
de unos zapatos rojos de 12 cm, en su muñeca derecha un delicado reloj y
en su dedo medio izquierdo un anillo de platino en forma de mariposa con
un rubí en el medio, el anillo abarcaba los dedos índice y anular.
—Qué gusto volver a verte, Emirhan —dijo la mujer con voz sensual,
nunca perdiendo la sonrisa.
—El gusto es todo mío, Aysel —replicó Emirhan regalándole una gran
sonrisa pícara.
—Dime, ¿en qué te puedo ayudar? —pronunció esas palabras mientras
detallaba descaradamente a Sin.
—Necesitamos de tus habilidades.
—¿Cual, de todas ellas? Recuerda que tengo muchas.
Emirhan soltó una carcajada.
—En eso tengo que estar totalmente de acuerdo contigo y no podría
decir en cual de todas eres mejor.
Sin se encontraba en un segundo plano, escuchando la conversación,
posando su mirada de un lado al otro. Empezaba a impacientarse con tanta
palabrería, al recordar que en la mañana cuando vio su reloj de arena este
había bajado considerablemente.
Aysel le dio un leve asentimiento:
—Me dirás a qué se debe tu grata visita, basta de perder el tiempo.
—Mi amigo aquí presente —lo señaló—, necesita una documentación
completa, de forma urgente.
—Sabes que las urgencias tienen un costo extra, si estás de acuerdo
entonces te ayudaré.
—No recurriría a ti sino lo tuviera muy claro.
—¿Para qué desea tu amigo esos documentos? Y lo más importante, ¿es
un tipo de fiar?
Sin no soportó más y dio un paso adelante para quedar frente a Aysel,
luego espetó:
—¿Vas ayudarnos o no? No tengo tiempo para perder con una mujer que
se cree que tiene el poder.
—Sin, por favor cállate, yo me encargo de esto, recuerda lo que
hablamos.
Sin no le dio importancia y prosiguió:
—Dame una respuesta, al menos para salir de aquí y buscar alguien que
sí nos sea de ayuda.
La mirada de Aysel mostraba enfado. No estaba acostumbrada a que le
hablaran en ese tono y menos que le faltaran al respeto en su propio
territorio.
—Ya veo que tu amigo no sabe ocupar su puesto —volteó a ver a
Emirhan.
—Discúlpalo, tiene muchos problemas y eso lo tiene un poco nervioso
por eso se comporta así. Emirhan fulminó con la mirada a Sin. Todo lo que
le dijo le entró por un oído y le salió por el otro.
—Si en verdad quiere mis disculpas va a tener que ganárselas.
Emirhan tenía conocimiento de primera mano de lo que esas palabras
querían decir.
Se lo había advertido, que no abriera la maldita boca, ahora lo dejaría
que afrontara las consecuencias de su altanería.
No quedaba de otra, Sin se iba a molestar, pero todo era su culpa.
—Será como tú digas. —Le respondió Emirhan. Agarró a Sin por el
brazo y le susurró por lo bajo—: cierra esa maldita boca, si quieres ir por el
vaso, haz lo que ella te diga, porque estamos en sus manos. Por las buenas
es esplendida, pero por las malas no querrás conocerla. Que no te engañe
esa cara bonita.
Sin solo asintió , no podía sentir temor de lo que esa mujer pudiera
hacerle, aunque sus poderes fueran muy limitados, él continuaba siendo el
Dios supremo del Panteón Sumerio y juró eso continuaría siendo así, solo
necesitaba el Vaso de Gudea.
—Síganme entonces. —Aysel los guio hasta una puerta que se
encontraba detrás del escritorio, cuando la cruzaron, Sin se sorprendió con
lo que vio, muchas mesas y sillas en medio de un gran salón muy elegante,
decorado en tonos negro, rojo y dorado, en ambos extremos del salón había
un escenario con diversas decoraciones y un gran tubo en el medio, en un
extremo había una gran jaula y en el otro extremo un sillón tántrico junto
una mesa con varios artilugios que no lograba distinguir.
Emirhan se reía por lo bajo al ver la reacción de Sin, si esa era su cara
solo por ver, no quería imaginarse lo que haría cuando descubriera lo que
Aysel había planeado para él. Se lo había ganado por no obedecer.
—Burak, acércate —llamó a un chico que se encontraba detrás de la
barra limpiando las copas, se notaba que estaba en los inicios de sus veinte
por lo joven que era, se acercó a ella, vistiendo únicamente una pajarita sin
camisa, un delantal rojo amarrado en la cintura y unas sandalias tipo
gladiador de color negro.
—Señora, ¿en qué puedo servirle?
—Quiero que te subas al escenario y nos hagas una demostración de tu
presentación de esta noche.
—Como ordene señora.
Burak subió al escenario y le pidió al dj que le pusiera la música para la
presentación.
Una melodía muy sensual salía por los altavoces inundando todo el local,
Burak hacia movimientos sensuales con sus caderas, desplazándose por
todo el escenario, un grupo de chicas que trabajaban en el local lo rodearon,
les bailaba, sobando sus cuerpos con el suyo, se dio la vuelta quedando de
espaldas para al público, mostrando la tanga que tenía puesta, dejando ver
sus duros glúteos y que las chicas pidieran tocar. Se giró nuevamente y con
ritmo que quitó el delantal tirándolo a la audiencia, las chicas empezaron a
hacer vítores, él era uno de los chicos más sensuales y solicitados en el
local. Como punto final el chico se soltó la tanga con una mano y con la
otra sostuvo sus exuberantes atributos, luego haló la tanga tirándola para
quedar tapándose con sus manos. Les guiñó un ojo a las chicas y después
hizo una revejecía.
El dios lo observó todo sin emitía ningún tipo de comentario, estaba
mudo, viendo cómo las mujeres actuaban como locas viendo a Burak ligero
de ropa al igual que ellas.
—Gracias Burak por la demostración, ve a cubrirte y prepárate que en
una hora tendrás que volver al escenario, de paso busca a alguien para que
te releve en el bar. —Dicho esto, Aysel se volteó hacia donde estaban
Emirhan y Sin.
—Todo lo que hizo Burak, es lo que tu amigo tendrá que hacer si desea
que yo lo ayude, así que él decide. Les encimó una sonrisa de satisfacción,
ya los tenía en sus manos. Ese hombre pensó que era más listo y arrogante
que ella, estaba muy equivocado.
Sin analizo todo, si se negaba a hacer lo que ella pedía, perdería tiempo y
eso no podía permitírselo. Dio un paso adelante con la espalda erguida y la
cabeza en alto enfrentando a Aysel
—Si eso es lo que tengo que hacer para que me ayudes, entonces lo haré
—dijo con voz firme y desafiante mirando a los ojos a la mujer.
Emirhan estaba sorprendido, esperó todo menos esa reacción por parte
de Sin. Pensó que iba a dar pelea y armarle un berrinche como hacia cuando
no quería hacer lo que él le pedía
—Si no fueras tan arrogante créeme que me caerías muy bien, pero los
hombres como tú no me gustan. Aysel volteó a ver de reojo a Emirhan,
quien solo le dio una media sonrisa y un guiño.
—Emirhan, lleva a Sin al camerino con Burak para que le preste el
atuendo, luego tú y yo hablaremos a solas de asuntos que tenemos
pendientes.
El semidios asintió y condujo a Sin para que se preparara. No cruzaron
palabras, él lo prefirió así, no quería que se echara para atrás.
Cuando llegaron al camerino, Emirhan hablo con Burak para informarle
que Sin bailaría con él esa noche. El chico no se mostró molesto, todo lo
contrario, lo animó y diciéndole que harían una dupla explosiva y ganaría
mucho dinero. Emirhan se retiró del camerino para ir a hablar con Aysel,
dejando a Sin muy atento a las indicaciones que le daba el chico.
Una hora después, Sin ya tenía el atuendo, había practicado ciertos
movimientos de cadera que le enseñó Burak, llevaba la pajarita en dorado,
la tanga roja, un delantal negro y las sandalias de gladiador del mismo
color, le habían puesto aceite por todo el cuerpo. Hasta sorprendió a varias
chicas que lo ayudaron, con su cuerpo bronceado y tonificado. Le dijeron
que sería todo un éxito. Burak le recordó que tuviera cuidado cuando se
soltara la tanga, tenía que hacerlo de forma sensual y hacer creer a las
chicas que quedaría totalmente desnudo.
Una de las chicas que lo había ayudado con el aceite, entró luciendo un
sexy babydoll negro, que dejaba poco a la imaginación, pero que lograba su
cometido, llamar la atención.
—Chicos ya es hora de que salgan. Les deseo suerte.
Sin estaba en el escenario, esperando a que empezara la música como le
había indicado Burak, no se permitió pensar en nada, solo dejarse llevar,
porque si analizaba todo iba a sentirse humillado. El local estaba lleno de
mujeres gritando, se encontraban eufóricas y aún no empezaba el show.
Cuando la música empezó a salir por los altavoces, Burak lo miró y le
dio un asentimiento, él iniciaría bailando y luego Sin se le uniría. Las
mujeres no paraban de gritar y expresar lo que deseaban hacerles.
El chico inició haciendo movimientos atrevidos que tenían vueltas loca a
las mujeres, vio de reojo hacia Sin, dándole la señal para que se le uniera.
Al inicio los movimiento no fueron muy rítmicos, pero cuando se fue
dejando llevar por la música y esta se apoderó de su cuerpo, sus
movimientos pélvicos tenían alucinando a las mujeres, le gritaban todo lo
que querían que les hiciera, él meneaba las caderas como si lo hubiera
hecho toda la vida, pasándose las manos por todo el cuerpo de forma
sensual, excitando mucho más a las mujeres, si eso era posible, se movió
hacia el tubo, lo agarró con las dos manos, se meneó al ritmo de la música
contra la barra metálica, haciendo que los gritos fueran ensordecedores, con
agilidad volvió junto a Burak quien había subido a una chica al escenario y
estaba haciéndole un baile en el que, prácticamente, sus partes íntimas
quedaban frente a la boca de la chica, ella gritaba de la emoción, el chico se
apartó para que Sin continuara con el baile, eso no estaba contemplado en
lo que tenía que hacer, pero qué más daba, ya había visto cómo lo hacía
Burak, no creía que fuera tan difícil, se paró frente a la chica, le guiñó un
ojo y le agarró la mano para luego pasarla por el cuerpo resbaladizo
mientras se meneaba sobre ella, esos movimientos pélvicos eran todo un
éxito, se dio la vuelta quedando de cara al público, agitando el trasero en los
pechos de la chica con sensualidad, de repente sintió una nalgada que lo
hizo dan un respingo, pero rápidamente reaccionó y siguió bailándole,
después de unos breves minutos se giró quedando nuevamente frente a la
chica, moviéndose sobre el regazo de ella, se inclinó sobre su cara para
susurrarle:
—No me vuelvas a azotar.
Se apartó y siguió balando como si nada hasta que llegó la parte final del
show, Burak se llevó a la chica hacia el público, le dio un sensual beso en la
palma de la mano, dejándola en la mesa con su grupo de amigas, Sin no
paró de bailar, cuando estuvieron uno al lado del otro en el centro del
escenario, ocurre el cierre. Sin se suelta el delantal de la cintura lanzándolo
a las féminas que gritan acaloradamente, cuando tienen que quitar la tanga,
Sin hace lo que Burak le enseñó.
—¡Te quiero comer enterito ese cuerpo de dios! —gritó una mujer del
público distrayéndolo y sin darse cuenta jala la tanga sin taparse sus bien
dotadas partes íntimas, las mujeres gritan, pareciendo poseídas, se empiezan
a subir a la tarima de manera descontrolada, los de seguridad tratan de
bajarlas, pero son muchas lo que hace imposible poder controlarlas a todas,
una escapa del cerco y se abalanza sobre Sin besándole la boca y con la
mano apretándole sus genitales con fuerza lo que hace que Sin salga de su
letargo y reaccione empujando a la mujer para que lo suelte, en breve llega
Burak a sacarlo del escenario.
—Sin ¿qué te ha ocurrido? Ya habíamos practicado lo que tenías que
hacer.
—Esas mujeres están locas —fue lo único que dijo, retirándose junto al
chico al camerino.
A lo lejos, Emirhan se asombraba de ver a un Sin tan desinhibido, tanto
que podría asegurar que le gustaba lo que estaba haciendo, lo último que
vio no lo podía creer. A su lado se encontraba Aysel que también había
estado atenta viendo el baile de Sin, le pareció un hombre muy sensual,
podría hacer mucho dinero si se dedicaba a bailar. Si solo estuvo un rato en
el escenario y el local se quería caer con tanto grito. Pero su arrogancia
hacía que lo deseara lejos.
—Parece que a Sin le ha gustado esto de bailar, se le da mucho mejor de
lo que pensaba.
—A mí me ha dejado sin palabras, no me esperaba todo lo que vi —
replicó Emirhan.
Se retiraron a la oficina para esperar a Sin, ya se había ganado que lo
ayudaran.
Cuando Sin entro a la oficina, espetó:
—Ya hice lo que deseabas, ahora me ayudarás.
—Bájale a ese tonito que yo no soy tu empleada. Te ayudaré porque yo
cumplo mi palabra, por eso y nada más. No estoy para aguantarle nada a
ningún hombre.
Sin estaba tan agotado que no quiso decir más nada. Solo necesitaba salir
de ese lugar, darse un baño y acostarse a dormir.
—Mañana a la una de la tarde pueden pasar a buscar los documentos, se
los dejaré con Borac. No tienes que pagar nada, Sin, Emirhan y yo nos
arreglamos. Pueden retirarse.
Estaban en el auto camino al apartamento, eran pasada las tres de la
madrugada, el cansancio los estaba matando.
—¿Por qué no me advertiste que era una mujer con la que íbamos a
tratar? —Le preguntó Sin a Emirhan.
—¿Cambiaria en algo el saberlo? Te sorprendería la libertad que tienen
hoy en día a las mujeres, creo que ya te has podido percatar de eso dentro
del club.
—Parece que nunca han visto a un hombre desnudo…
—Me imagino que en el Panteón Sumerio no se dan estas situaciones.
¿Comprendes por qué te digo que los humanos tienen sus cosas buenas? —
Suelta una carcajada.
—¿Qué tipo de relación tienes con Aysel? Al parecer se conocen
bastante bien por esas miradas intensas y las indirectas que te lanzaba.
Llegaron al edificio, Emirhan se estacionó y antes de bajarse le
respondió:
—Es una larga historia que no viene al caso en este momento.
Recostado en el sillón, Sin analiza todo lo ocurrido desde un par de horas
atrás, no puede creer todo lo que tuvo que hacer para poder lograr llegar
hasta donde está el vaso, de un momento a otro cayó en un sueño profundo.
Al día siguiente se despertaron pasada las diez de la mañana, Emirhan
hizo el desayuno para ambos, se alistaron de prisa para no llegar tarde a
recoger los documentos, sabía que a Aysel no le gustaba la impuntualidad,
aunque no se fueran a reunir con ella, de seguro Borac se lo contaría.
Recogieron los documentos a la hora acordara y regresaron al
apartamento, el resto de la tarde se la pasaron en la laptop viendo los vuelos
que estaban disponibles hacia París.
Reservaron un vuelo para la mañana siguiente a las once de la mañana,
el vuelo partiría desde el aeropuerto de Capadocia haciendo escala en
Estambul y luego directo a París.
Decidieron que como era su última noche en esa ciudad, saldrían a
tomarse un té y a disfrutar del aire.
Sin despertó muy temprano, no logró dormir mucho por la excitación
que le daba el saber que en pocas horas estaría más cerca del Vaso de
Gudea.
Todo estaba listo, llevaba una pequeña maleta de mano y algunas
prendas más de ropa que Emirhan le había insistido que comprara. No podía
presentarse con ropa informal en un museo tan importante como lo era el
Louvre.
Subieron al auto y se pusieron en marcha, entonces Sin tomó la palabra:
—Estos días no te he puesto fácil las cosas, me he comportado arrogante,
pero es porque no conozco otra forma de ser, es como he sido toda mi vida,
el poder que yo poseo, o mejor dicho, que poseía, me permitía hacer lo que
deseara sin importar lo que los demás quisieran.
—Sin tu ayuda las cosas hubieran sido más complicadas, mis poderes ya
casi no funcionan, son pocas las cosas en las que puedo utilizarlo.
—Gracias Emirhan, tuviste mucha paciencia conmigo.
—Recuerda que todo lo hice para tener mi inmortalidad —le dice
Emirhan aparcando en el estacionamiento del aeropuerto—. Te acompañaré
hasta que estés en la puerta de abordaje, no vaya a ser que decidas quedarte
a vivir conmigo y eso sí que no lo soportaría, suficiente de ti en estos días.
Le da una sonrisa. Sin también se ríe.
—Oh, pero si el dios Sin, sabe cómo reír, aparte de mover las caderas
para volver locas a las mujeres —dice con tono de burla. Escuchan que
llaman para abordar el vuelo.
Sin, antes de entrar a la puerta de abordaje, se voltea y le da mano a
Emirhan junto con un asentimiento.
—Espero que lo que has hecho por mí te ayude a recibir tu recompensa.
Te la mereces. —Sin más palabras se voltea y camina hacia las puertas de
abordaje.
Al ingresar al avión, Sin se sintió asombrado ante el avance tecnológico
del ser humano, nunca pasó por su mente que el hombre pudiera crear este
tipo de artefacto tan misterioso para él. Al tomar asiento, la azafata le indicó
que debía abrocharse el cinturón de seguridad, Sin la miraba como si la
chica tuviera tres cabezas, ya que no comprendía eso de cinturón de
seguridad.
La azafata, al ver el hombre no seguía las indicaciones proporcionadas
por parte de la aerolínea, decidió acercarse para preguntar sí tenía algún
problema.
—Buenas tardes, señor, ¿necesita ayuda con el cinturón? —preguntó la
Azafata acercándose seductoramente. Sin, al percatarse de que la mujer era
hermosa y le estaba coqueteando, le habló con voz profunda y sensual.
—Sí, señorita, es la primera vez que subo a este tipo de artefacto y no
comprendo a qué se refiere con eso del cinturón de seguridad.
La chica sonrió seductoramente, porque en su cabeza imaginó que el
hombre solo coqueteaba con ella.
—Permita que le ayude, señor…
—Galip, mi nombre es Galip Gelmek.
La chica sonrió, se le acercó más de lo permitido tocando levemente sus
senos con el antebrazo de Sin, y le puso el cinturón de seguridad.
— Listo, señor Galip, su cinturón ha quedado bien puesto, después del
despegue podrá quitárselo sin problema alguno.
—En caso de no saber cómo hacerlo, ¿puede venir a ayudarme?
Ella mostró una sonrisa socarrona, pensando en que ha encontrado la
conquista perfecta para no aburrirse en París.
—Por supuesto, Galip, solo toca ese timbre —le señaló cuál—, y vendré
enseguida a auxiliarte.
La chica se retiró para tomar su lugar antes del despegue del avión.
Cuando ocurre, Sin no pudo evitar agarrarse demasiado fuerte del brazo
de su asiento, y por un momento pasó por su mente que moriría por la
forma en que sus entrañas se contrajeron, pero conforme pasaron los
minutos, poco a poco fue relajándose. Cerró los ojos al grado de quedarse
dormido.
Un ligero movimiento en su hombro lo hizo despertar y tratar de buscar
a la persona que se atrevió a interrumpir su sueño y castigarle. Pero al
percatarse de que es la mujer que lo ayudó, no pudo evitar sonreír.
— Disculpe señor, pero es hora de ingerir los alimentos, ¿le gustaría
decirme cuál de los platillos que hay en la carta prefiere?
Sin tomó la carta, leyó lo que decía, pero al desconocer su origen y
sabor, señaló el primero que vio: pollo ahumado en salsa barbacoa con
mostaza, servido con sémola y queso cheddar blanco, col caballar, maíz
asado, cebolla y pimientos, un panecillo y una ensalada de arándanos,
calabaza y quinua.
La azafata le preguntó si deseaba algo más, tal vez un postre o una
bebida, él solo respondió que la bebida que ella creyera que iba mejor
acompañando su comida. La chica asintió y le dijo que lo sorprendería.
Cuando le llevó los alimentos a Sin, este observó con el ceño fruncido y
detenidamente lo que estaba a punto de comer, y se preguntó por qué le
pondrían nombres tan raros, si para él es simple pollo con verduras, hierbas
y queso; que no tiene nada de extraordinario; al contrario, si lo humanos
probaran los alimentos de los dioses, se quedarían con la boca abierta.
La azafata un poco inquieta por la cara del hombre, preguntó:
— ¿Todo en orden, señor? ¿Prefiere otro tipo de alimentos?
Hasta ese momento Sin se percató de que la chica lo estuvo mirando, y
como no deseaba ser grosero, respondió:
— Sí, todo en orden —y añadió una sonrisa. Comenzó a comer y se
percató de que el sabor después, de todo, no es desagradable como lo pensó.
Al terminar sus alimentos, la azafata retiró la charola y él le agarró el brazo
delicadamente.
—Gracias, tu comida y bebida, estuvo exquisita.
La chica sonrió y buscó en la mano de Sin para ver si traía un anillo, y al
observar que no tenía, decidió ser audaz.
— ¿Tu destino es París? ¿O piensas tomar otro vuelto desde allí?
— Mi destino es Paris —respondió Sin, mirándola fijamente—. ¿Y el
tuyo también es París?
Ella sonrió pensando en que se ha ganado la lotería.
—Así es, mío y el de mis amigas por unos días. ¿Conoces París?
—No, es la primera vez que voy a ese lugar.
—¿Te gustaría…? —mordió levemente su labio—, ¿…que te lo
mostrara? —alzó la mirada batiendo sus pestañas seductoramente.
Él la observó con una sonrisa depredadora
—Por supuesto, nunca he estado en ese lugar y nada sería mejor que
conocerlo junto a una bella dama.
Ella rio discretamente.
—Entonces, cuando el avión aterrice, trata de ser el último en bajar, para
así irnos juntos.
Él asintió con un ligero movimiento de cabeza, y mientras ella retiraba la
charola, Sin cerró los ojos para descansar otro rato mientras llega a su
destino.
El altavoz despertó a Sin, cuando abrió los ojos la azafata estaba a su
lado.
—Lo siento, no quería despertarte, solo vine a colocarte el cinturón de
seguridad. —Y antes de que Sin pudiera protestar, la chica bajó de más su
mano y tocó sutilmente las partes del dios, haciendo que diera un respingo,
con ese pequeño detalle lo único que pretendía la mujer era saber si el
hombre estaba bien dotado, ya que no quería llevarse un chasco, por muy
guapo que este fuera.
Puso lentamente el cinturón, levantó la mirada para verle el rostro y vio
su expresión de satisfacción, ella se le acercó más, tocando levemente esa
boca provocadora con sus labios.
El capitán pidió tomar asiento, ella se retiró para acomodarse en su
respectivo lugar. Como era la primera vez que Sin viajaba en un avión, por
un momento creyó que el despegue era horrible, pero confirmó que no era
así, porque el aterrizaje lo hizo sentirse un poco abrumado y temeroso.
Después de todo el proceso de aterrizaje, finalmente abrieron las puertas
del avión para que las personas descendieran, él hizo lo que la chica le
pidió, bajar al final para irse juntos.
Una vez fuera del aeropuerto, ella le preguntó por el hotel en que se
hospedaría, él simplemente le respondió que aún no lo había decidido y que
sería grandiosa si ella le ayudase porque no conocía París.
—¿Tienes algún hotel en mente en el cual te gustaría quedarte?
Sin la observó, se hallaba un poco incómodo, pensando en cómo
explicarle a la chica que no tenía una maldita idea de qué responder.
—¿Galip?
—Disculpa, estaba pensando en si habrá un hotel cerca del museo
Louvre.
—Vaya así que nuestro visitante le gusta el arte, qué sorpresa, creo que
mi amiga Lyzzie sería muy feliz llevándote al museo, ya que a ella le
encanta el arte. Por cierto, no me he presentado adecuadamente, que
olvidadiza soy, mi nombre es Zusanne.
En eso sonó el celular de Suzanne, Sin observó cómo ella jugaba
seductoramente con su cabello negro. Terminó su llamada y miró a Sin con
ojos muy expresivos.
—Galip, hoy es tu día de suerte.
—¿Por qué Zusanne? —preguntó intrigado.
—Porque en lugar de llevarte a un hotel, te llevaré a mi casa, no te
preocupes, esta queda cerca del museo, pero como mañana estará cerrado
debido a que están preparando una exposición importante, eso nos da un
margen de más de un día para disfrutar, ¿no crees?
Sin observó la mirada de la chica, la cual se parecía mucho a la de las
mujeres del lugar que visitó, tuvo una ligera idea que lo que esta se
proponía; así que sin decir más se dirigieron a la casa de ella.
Al llegar al departamento de Zusanne, se percató de que era grande y
decorado con gusto, ella le señaló que podía dejar su maleta en un pequeño
cuarto, le preguntó si quería bañarse, él asintió; ella lo encaminó al baño
para que no se perdiera.
Mientras se enjabonaba, escuchó la puerta de la ducha, trató de abrir los
ojos, pero la espuma del champú se lo impidió, se calmó cuando escuchó:
— Tranquilo, pensé que te gustaría un poco de compañía.
Los pezones de la mujer rozaron su pecho, haciéndole sentir excitado por
el encuentro. Bajó lentamente la mano por la espalda de Zusanne
estremeciéndola, ella colocó sus brazos en el cuello de él y lo atrajo a su
boca para darle un beso apasionado.
Tan ensimismado se encontraba probando del cuerpo de la chica que no
se percató de que alguien más entró con ellos en la ducha, hasta que
escuchó una voz que lo distrajo:
—¡Vaya con la sorpresita! —dijo la mujer a Sin, sugestivamente—.
Ahora comprendo por qué querías que llegara rápido.
Sin las miró sin comprender qué sucedía, no tenía la menor idea de que
las mujeres actuales fueran tan osadas, a diferencia de su época. Si la nueva
chica creía que lo amedrentaría, se equivocaba, ya que él podría cumplirle
perfectamente a las dos, y no por ser engreído, pero podría con ellas y más.
Zusanne estiró su mano en dirección de la mujer, esta la tomó y lo atrajo
hacia ellos. Ellas comenzaron a besarse, y Sin, no pudo evitar ponerse más
cachondo de lo que ya se encontraba, ellas se separaron y le sonrieron.
—Espero que no te importe que haya invitado a una amiga.
Sin le sonrió.
—Por supuesto que no, al contrario, esta tarde comienza a ponerse
ligeramente excitante.
Ella volteó para mirar a la chica y dijo:
—Lyzzie te presento a Galip.
—Un placer que estés con nosotras, Galip —se mordió levemente el
labio—, solo espero que no nos defraudes.
Sin la tomó de la nuca para atraerla a él y besarla, cuando se retiró, ella
tenía el pulso acelerado y jadeaba; lo cual le sorprendió ya que nunca un
hombre había tenido ese efecto en ella.
Cuando volteó para mirar a su amiga, esta le sonrió dándole su
aprobación para que continuaran. Salieron de la ducha y se dirigieron a la
cama. Al ser unas mujeres que les gustaba el control, lo encadenaron a los
postes, Sin no dijo nada, las dejó continuar porque quería saber hasta dónde
llegarían, él sabía que si hubiera sido en su época no lo permitiría, pero ha
comprobado que las mujeres de esta era son diferentes.
Las chicas sonrieron satisfechas de tener a un adonis a su merced,
mientras Lyzzie se posesionaba de su boca; Zusanne agarró con sus dos
manos el falo, llevando la punta a su boca y pasó la lengua varias veces
probando las primeras gotas del líquido preseminal.
—Galip, he probado muchos penes, pero el tuyo definitivamente es el de
mejor sabor, siento como si saboreara a un dios —dijo Zusanne y comenzó
a follarlo con la boca.
Lyzzie al ver que su amiga se encontraba entretenida, dio media vuelta y
puso su vagina en la boca de él y comenzó a restregarse sin vergüenza.
Se escuchó un grito:
—¡¡Así las quería encontrar!!
Lyzzie y Zusanne sonrieron.
—Has llegado justo a tiempo, Tizia, deberías unirte.
La chica levantó la ceja y respondió:
—¿Creen que realmente ese hombre pueda con las tres?
Antes de que ellas respondieran, Sin se adelantó.
—La pregunta no es si yo podré con las tres, sino: ¿Ustedes creen ser
suficiente para mí? —Levantó la ceja retando a Tizia.
—¡Vaya! Por fin un hombre que le gustan los retos, pero ya veremos si
es verdad que nos dejarás satisfechas.
Se quitó la ropa y en lugar de ir a la cama con ellos, se fue directo a la
ducha, y al terminar se aventó a la cama.
—¡Ahora sí, podemos comenzar el juego!
Desató a Sin. Él solo la observó.
—Como somos tres mujeres que participamos, no creo que te sientas
cómodo con solo sentir que te tocamos, preferiría que también te unieras.
Tizia, sin decir más palabra, se le acercó y comenzó a besarlo.
Al siguiente día, Sin solo observó los cuerpos laxos de las mujeres,
quienes dormían satisfechas. Él solo sonrió por haber cumplido cada uno de
los caprichos de ellas.
Salió del cuarto y se dirigió a la cocina, trató de preparar comida porque
de seguro las mujeres estarían hambrientas al despertar. Y efectivamente
eso sucedió media hora después, una a una despertó y salió del cuarto, y
cuando lo vieron no pudieron evitar ruborizarse ya que nunca en sus vidas
habían encontrado un amante como él.
—¿He cumplido con las expectativas? —preguntó Sin, arrogante.
—Definitivamente por mucho, me retracto de las palabras que dije antes
—respondió Tizia.
—Concuerdo con Tizia, la verdad es que nunca había llegado tantas
veces como anoche —responde Zusanne.
—A mí no es necesario que me mires de esa forma, que bien sabes que
fui la primera en caer, y creo que esto te da una idea de qué tan satisfecha
he quedado.
Sin se carcajeó.
—Ha sido un verdadero placer para mí, complacerlas, mis bellas damas.
Pero imagino que tendrán mejores cosas que hacer, así que, con su permiso,
buscare hospedaje.
Las tres dijeron al unísono:
—¡¡¿Por qué no te quedas hoy?!!
Él las miró sorprendido.
—Sí, por qué no te quedas, Galip, al cabo que hasta mañana abren el
museo, y a nosotras no nos incomoda que nos acompañes una noche más —
dijo Zusanne sonrojándose levemente, ya que su invitación tenía un doble
sentido.
Sin se percató de la intención de la chica y le respondió:
—Me quedo con la condición de que me permitan agradecer a cada una,
por su amable hospitalidad.
Ellas se miraron entre sí e hicieron movimientos con sus manos, a Sin le
llamó la atención y se preguntó qué era lo que estaban haciendo.
—Estamos jugando piedra, papel y tijeras.
Sin levantó sutilmente su ceja, intrigado por no comprender lo que
sucedía. Tizia notó su confusión y respondió de tajo:
—Como esta vez no queremos compartirte al mismo tiempo, estamos
jugando este juego para ver quién es la primera que se acostará contigo.
Sin estaba asombrado, las mujeres modernas eran un misterio para él.
La primera en ganar fue Lyzzie, la segunda Tizia y al final Zusanne. Así
que a cada una le demostró lo agradecido que estaba.
Al otro día, se dirigió temprano al museo, gracias a las indicaciones de
Lyzzie llegó pronto, compró su boleto para ingresar y así recuperar el Vaso
de Gudea.
Sin se sorprendió por lo grande que era el museo, y no creyó que le diera
tiempo de recorrerlo todo en un día, a menos de que tuviera suerte y
encontrara pronto lo que estaba buscando; recorrió el ala Denon primero, la
cual le llevó casi todo el día. Un poco cansado y fastidiado se detuvo un
momento a descansar en uno de los sillones del interior.
Mientras descansaba, se percató de que la gente se arremolinaba frente a
la imagen de una mujer, él los observó sin comprender qué es lo que les
llamaba tanto la atención.
—Esa pintura que las personas tanto observan, se llama La Gioconda.
Sin miró a la dueña de la voz melodiosa, se levantó y quedó frente a ella;
al reparar en su rostro, sintió un leve cosquilleo recorrer su cuerpo, algo que
nunca, ni con su mujer, había sentido.
La chica era hermosa, de tez blanca, labios gruesos, nariz pequeña y
recta, cabello negro y largo, manos pequeñas, pero dedos largos y delgados;
sus ojos eran realmente extraños, uno de color ámbar y el otro de color
verde. Algo que él nunca vio en otro ser. La chica usaba un traje escocés
compuesto de saco con pantalón, que relucía su cadera prominente, trasero
de infarto, piernas bien torneadas.
Así como él la estaba evaluando de pies a cabeza, ella hacía lo mismo. Y
notó lo guapo que era. Sus ojos almendrados, nariz perfilada, labios
delgados, mirada penetrante, cejas pobladas, barba bien recortada y bigote;
mentón rígido y barbilla partida, el cabello oscuro y la piel tostada.
Cuando terminaron de examinarse, el primero en romper el hechizo fue
Sin.
—¿Y qué tiene de especial esa imagen para que las personas se
arremolinen a su alrededor?
La chica levantó levemente los hombros.
—Esa imagen es famosa, en primer lugar porque la pintó Leonardo Da
Vinci, y, en segundo lugar, porque la mires desde donde la mires, si tú estás
sonriendo, la verás sonriendo, pero si tú la miras serio, su sonrisa será seria.
Sin no creía lo que la chica mencionó, y ella, al percatarse de que él
dudaba, lo tomó de la mano y lo llevó, indicándole que la mirase, serio o
sonriendo. El dios miró la imagen e hizo exactamente lo que la chica le
pidió y quedó gratamente sorprendido ya que ella tenía razón.
—Dime, mujer, ¿qué clase de magia oscura es esa?
—¡Verdad que parece magia!, por eso Da Vinci fue un gran pintor,
porque sus obras te transmiten algo.
Sin asintió como si realmente comprendiera lo que la chica comentaba.
—Imagino, por tu reacción, que no es por Da Vinci que has venido a este
museo o me equivoco, señor…
—Galip, mi nombre es Galip Gelmek.
—Mucho gusto, señor Galip, mi nombre es Soleil Legran.
—Señorita Legran, solicitan su presencia. —Los interrumpió un hombre.
—Disculpa, Galip, pero debo atender un asunto de suma importancia.
—No te preocupes, de igual modo me retiraré por hoy, veo que recorrer
este lugar me llevará días.
—Si regresas mañana, pregunta a uno de los trabajadores del museo por
mí y yo con gusto te hago un recorrido. ¿Aceptas?
Sin sonrió.
—Por supuesto, Soleil, nos veremos mañana.
Sin buscó un hotel en donde quedarse, cuando entró al cuarto, se recostó
en la cama y sacó de su pantalón el reloj de arena que le dio Nergal, lo
observó detenidamente y se percató de que la arena señalaba los días que
había estado en el futuro. Comprendió que le quedaba poco tiempo para dar
con el vaso, solo quince días más y, si lo conseguía, tendría a su familia con
él. Y con ese pensamiento se quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente, como acordó con Soleil, pidió ayuda a uno de los
trabajadores, ella llegó rápidamente y empezó a mostrarle el museo a partir
de donde se quedaron, pero esta vez, Soleil le fue explicando cada una de
las colecciones dentro de la ala Denon, y como no terminaron de recorrerla,
quedaron de verse al otro día.
Sin descubrió durante el recorrido, parte de lo que había sucedido en el
mundo a través de las imágenes y estatuas que le mostraba Soleil, incluso se
percató de que la cercanía con la chica no le era del todo indiferente, porque
cuando la veía hablando de alguna de las pinturas o de alguna figurilla, él
solo deseaba atraer sus labios carnosos y devorarlos para comprobar su
sabor.
Pero algo que aprendió es que en esta época si la mujer no quiere nada
con el hombre, no puedes obligarla. Así que solo respiró resignado. Pero lo
que él no sabía, era que la chica, al igual que él, también tenía esos
pensamientos y que la presencia de Sin le hacía sentir algo diferente.
Por un momento llegó a considerar eso del amor a primera vista, pero se
notaba que Galip solo le prestaba atención a cada una de las palabras que
ella decía.
—Galip, dudo que este fin de semana pueda continuar con el recorrido,
ya que son los días con más visitas y no podrás apreciar cada una de las
cosas que guarda el ala Richelieu. ¿Te parece si nos vemos el lunes y
continuamos?
—Por supuesto, Soleil, estos días te he quitado tu tiempo, y ni siquiera te
he preguntado si tienes familia…
— No te preocupes, Galip, no tengo familia, vivo sola.
Sin sonrió.
—Entonces, ¿vas a estar ocupada aquí en el museo?
—No, son mis días de descanso.
Sin decide aprovechar la oportunidad.
—¿Qué te parece si me muestras un poco más de París?
—Me parece perfecto.
El fin de semana, Soleil llevó a Sin a conocer un poco más de esa
maravillosa ciudad. El domingo por la tarde, invitó a Galip a su
departamento y lo que por algunos días estuvieron evitando, por fin
sucedió.
Sin no comprendía lo que esa mujer que se encontraba con él en la cama,
le estaba haciendo, ya que experimentaba una conexión con ella mucho más
fuerte que con su propia mujer. Era como si el destino de ambos estuviera
entrelazado.
El lunes, cuando llegaron al museo, Soleil lo llevó al ala Richelieu, que
era donde se encontraba lo que Sin tanto había buscado, pero al ver el vaso,
por un momento dudó de querer regresar a su tiempo.
—¿Te encuentras bien, Galip?
—Sí, Soleil, creo que por fin he dado con el lugar correcto, ya que no
vine para observar pinturas, sino que estoy en búsqueda de algo que
extrajeron de mi pueblo.
La chica intrigada no dudó en preguntarle.
—¿Y qué es eso que extrajeron de tu pueblo?
—Un vaso.
—¿Un vaso?
—Sí, un vaso, pero no es cualquier vaso, en él se puede observar un
relieve formado por dos serpientes entrelazadas, enmarcadas por dos
dragones alados, armados con largas hachas, seres del mundo del dios
tutelar de Gudea.
La chica lo miró sorprendida.
—¿Y por qué buscas tú ese vaso?
—Porque me gustaría ver si realmente es el original o solo una copia,
porque el verdadero vaso se encontraba en manos de personas muy
importantes y se me hace difícil de creer que lo hayan prestado a un museo
para su exposición.
La chica lo miró intrigada.
—¿Tú cómo sabes que ese vaso estaba custodiado?
—Porque llegué a conocer al creador.
Soleil no pudo evitar reírse.
—No comprendo qué te causa risa —dijo muy serio.
—Disculpa, pero ese vaso tiene más de cuatro mil años. Así que dudo
que hayas conocido a la persona que lo creó.
—Aunque lo dudes, Soleil, sí lo conozco.
Ella lo miró como si tuviera dos cabezas, ya que era imposible que
conociera realmente al autor de esa magnifica pieza, pero algo le decía que
ese hombre no mentía.
—¿Tú sabes en que parte de este lugar se ubica el vaso?
—Sí lo sé, pero…
—¿Me puedes llevar?
—Sí puedo llevarte, pero…
—Dime, qué dirección debo tomar. —Lo dijo enérgico.
Soleil lo miró sobresaltada y sin decir nada, comenzó a caminar. Le
señaló la estatua que se encontraba en una de las vitrinas de la sala dedicada
a las antigüedades orientales.
—¿Es ese el vaso que buscas?
Sin observó la figura que la chica le mostraba, lo hizo detenidamente y
por un momento apareció una chispa en sus ojos y agregó:
—¡Por fin te he encontrado! —Miró a la chica y preguntó—: ¿Cómo
puedo sacar el vaso de aquí?
Ella se puso nerviosa.
—Eso no se puede, Galip, ya que, al ser una escultura antigua ninguna
persona puede tener acceso a ella.
Cuando Sin iba a seguir cuestionando, una persona los interrumpió:
— Doctora Legran, qué bueno que la he encontrado, solo quiero avisarle
que en unos minutos más inicia la conferencia que dará acerca del Vaso de
libaciones de Gudea, para que por favor esté preparada…
Soleil asintió y se disculpó con Sin porque debía retirarse, el hombre que
se había acercado, dio unos pasos para irse cuando Sin lo detuvo.
—¿Por qué le has dicho doctora a esa mujer?
El hombre se mostró confuso por la pregunta.
—La doctora Legran es una gran arqueóloga, ya que ha realizado
importantes trabajos de excavación en los cuales ha tenido mucho éxito,
sobre todo en lo referente a la civilización Sumeria, que hace algunos años
no era tan conocida como lo es en la actualidad. Y como puede observar —
señaló con su mano las vitrinas en la sala—, la mayoría de los artículos que
aquí se encuentran, son hallazgos de ella.
—¿Está insinuando que esa mujer encontró todo lo que hay aquí?
—No todo, pero sí reliquias que han ayudado a conocer más la
civilización, si no tiene otra pregunta, me retiro ya que debo ayudar a
acomodar la sala para la conferencia.
El hombre se alejó y Sin observó el lugar por donde el hombre se había
metido, así que decidió seguirlo y escuchar lo que la mujer tenía para decir.
Sin entró a una pequeña sala, en la cual había sillas y al fondo una mesa,
poco a poco se fue llenando, él, para pasar desapercibido, se sentó en la
parte de atrás. Cuando inició la conferencia, Sin no pudo evitar
sorprenderse por la pantalla que estaba usando Soleil, mientras iba
hablando, mostraba una diapositiva del tema, Sin se sentía un poco cohibido
ya que no comprendía cómo era que esa chica había logrado conocer tan
bien a su pueblo. Al terminar, escuchó algunos aplausos y ella sonrió.
El dios se quedó sentado mirando el reloj de arena que extrajo de su
bolsillo, su tiempo se terminaba y necesitaba convencer a la mujer para que
le ayudara a recuperarlo, un leve toque en su hombro lo sacó de sus
pensamientos.
—Creo que te he dejado pensando con la plática que he dado hoy,
¿verdad?
—¿Como es que sabes tanto de Sumeria? —soltó Sin.
—Es una ciudad que desde que tengo conciencia, siempre ha llamado mi
atención, y de niña juré que sería una gran arqueóloga y descubriría más de
este lugar mágico.
—¿Qué es arqueóloga?
—Es una persona que estudia la historia de la humanidad a través de sus
restos como huesos, tejidos, cerámica, herramientas, características del
paisaje y construcciones a través del mundo.
—¡Interesante! Así que gracias a eso tu pudiste conocer más a mi
pueblo.
—Sí, Galip, gracias a la arqueología pude conocer más de los Sumerios.
—¿Cómo puedo hacer para que las personas me devuelvan el vaso de los
dioses?
—¿El vaso de los dioses?
—El vaso que me mostraste, a ese me refiero.
—Pero no se llama así, sino el Vaso de libaciones de Gudea.
—Veo que después de todo, no conoces a fondo nuestra cultura. —Lo
dijo más para sí mismo. La chica, por fortuna, no lo alcanzó a escuchar—.
Dime entonces, ¿cómo puedo hacer para solicitar que me devuelvan ese
vaso?
—No se puede, Galip, ya te lo dije, al ser una reliquia esta queda en
resguardo para que nadie la pueda robar…
—Doctora Legran, en unos minutos más van a cerrar el acceso al
público.
—Gracias Pierre —dirigió su mirada de nuevo hacia Sin—, como te iba
diciendo, es complicado que alguien te de una reliquia, lo mejor es
dirigirnos a la salida o nos dejarán encerrados aquí.
Sin asintió, se levantó y dirigió su mirada al vaso. Cerca del expositor no
pudo evitar poner levemente su mano derecha en el cristal, entonces ambos
se percataron de que el vaso se movió ligeramente.
—¿Qué fue eso, Galip? —preguntó Soleil sobresaltada.
—El vaso sabe que soy su dueño —respondió Sin, seriamente.
Ambos se quedaron un momento observando el vaso, un ruido
estrepitoso hizo sobresaltar a Soleil, y por instinto tomó la mano izquierda
de Sin. Todo ocurrió muy rápido, Soleil se percató de cómo el vaso salía de
la vitrina y se colocaba en la mano derecha de Sin, después, todo se tornó
oscuro.
Sin fue el primero en abrir los ojos, y al hacerlo, el lugar se le hizo
familiar, pero no logró ubicarlo. Después de un rato de mirar con atención,
se dio cuenta que se encontraba en el palacio de los señores del inframundo,
Ereškigal y Nergal.
Zarandeó levemente el hombro de Soleil para que despertara, cuando
ella abrió los ojos, se sobresaltó y se alejó rápidamente de Sin.
—¿Dónde estamos?, ¿cómo es que llegamos aquí? ¿Eres un
secuestrador?
Sin trató de responder las preguntas cuando se escuchó una voz profunda
y tétrica.
—Así que ha regresado el gran dios Sin.
—Nergal —respondió Sin con una leve inclinación.
—Y por lo que puedo observar no has venido solo, trajiste contigo a
Gunurra.
Ni Sin ni Soleil entendieron de lo que hablaban.
—¡Vaya! Ahora entiendo lo que te tenía preparado Anu.
—¿Anu? Por qué él me tendría preparado algo, si el que rige es Enlil.
—Wow, wow, wow, esperen… Quiero ver si comprendí bien la situación
¿estamos hablando de los dioses mitológicos de Sumeria?
Ambos hicieron una afirmación con la cabeza. Pero la chica pensó que la
estaban engañando.
—De seguro esto es una broma y ustedes pertenecen a una de esas sectas
locas que creen en que siguen existiendo dioses que vagan por el mundo
como si fueran humanos...
—Te equivocas, Gunurra, no somos una secta, somo tan reales como
tú…
—Espera, ¿quién carajos es Gunurra?
—Eres tú —respondió Nergal.
—No, yo no soy eso que dices, mi nombre es Soleil…
El sorprendido fue Nergal.
—Sol… ya lo estoy comprendiendo, ahora entiendo por qué ocurrieron
las cosas, se acerca una nueva era. —Lo dijo más para sí que para ellos.
—Explícate, Nergal, que no lo estoy comprendiendo.
—Gunurra —señaló con un dedo a Soleil—, es la hija del dios Ninurta y
la diosa Gula, y la protectora del Vaso de los Dioses. Si lo recuerdas, creo
que, en tus años de juventud, hiciste un trato con su padre, en el cual él te
dio lo que le solicitaste en ese tiempo, pero a cambio de que Anu le hiciera
modificaciones a tu destino.
Sin se llevó su mano derecha a la barbilla en señal de estar recordando
algo que había olvidado.
—Ahora que lo mencionas, Nergal, sí lo recuerdo. En ese tiempo no
querían que me uniera a mi esposa Ningal, y para complacerme, Anu tuvo
que modificar mi destino, ese fue el trato.
—Y de seguro nunca preguntaste cuál fue el cambio que le hicieron
¿verdad?
—Siendo sincero, no lo hice. Ya que por fin había obtenido lo que yo
quería.
—Pero Ningal no estaba prometida a ti, ¿sabías eso?
—Sí lo sabía, pero nunca pregunté a quién estaba prometida.
—A Alammuš —confesó Nergal.
Sin se pasmó ante la respuesta de Nergal.
—Vaya, mi querido dios, sí que te ha sorprendido mi respuesta y creo
que ahora entenderás un poco más la situación y por qué él atacó a tu
familia.
Sin seguía sin creer aquella revelación.
—Por eso me odia Alammuš, porque le quité a la mujer destinada para
él.
Nergal hizo un movimiento de negación.
—No exactamente, pero eso lo descubrirás pronto.
Soleil solo escuchaba estupefacta el diálogo de los dioses, realmente no
daba crédito a las palabras que decían, cómo era posible que ella fuera hija
de un dios, si estos ya no existían, o eso creía ella.
Nergal se acercó a ellos y se agachó para levantar el vaso.
—Pronto descubrirás la verdad, Sin —dijo Nergal sosteniendo el vaso
entre sus manos—. Te pedí que consiguieras el vaso y lo has traído, ahora
me toca a mí decirte cuál es el uso que se le dará.
Le entregó el vaso a Sin para que lo sostuviera, tomó a la chica por el
brazo y le hizo una pequeña cortada, ella gritó de dolor; Nergal vertió un
poco de la sangre el vaso, después pasó lentamente su dedo por la herida,
cerrándola.
Quitó de la mano de Sin el vaso y se lo dio a Soleil, ella lo sostuvo e
hizo exactamente lo mismo a Sin. Cuando la sangre de ambos se combinó
en el vaso, brotó un resplandor azul.
Sin se percató de que la única alma en regresar fue la de su hijo Utu.
Miró con desconfianza a Nergal.
—¿Y mi esposa?, ¿por qué ella no ha regresado? —gritó Sin lleno de
furia, haciendo sobresaltar a Soleil.
—Mi función es traer a los muertos, mas no a los vivos.
Sin se quedó perplejo ante la revelación de Nergal. Cuando su hijo
recobró la conciencia y lo miró, solo atinó a decir:
—Padre, pensé que había muerto.
Sin se agachó poniéndose a su lado.
— Así es, hijo mío, Alammuš te mató y puso la daga en la mano de tu
madre para inculparla.
—¡¿ Alammuš ?! No, padre, él no me hizo nada, quien me atacó fue mi
madre.
Ante esa revelación, Sin se quedó atónito, sin entender por qué la mujer
a la que tanto amó, pudo traicionarlo de esa manera.
—Padre, perdón por lo que te diré, pero, por lo que pude observar,
Alammuš y ella eran amantes desde hacía mucho tiempo, escuché cómo
entre los dos planeaban tu asesinato, cuando entré a la recámara, mientras
Alammuš me encaraba, no me percaté de que mi madre se acercaba por
detrás, y de pronto sentí, cómo algo filoso se enterraba en mi piel. Después
todo es confuso, ya que no recuerdo exactamente dónde me encontraba.
Sin derramó algunas lágrimas. Soleil, que solo era una espectadora de la
situación, se acercó para consolarlo, lo acunó en sus brazos hasta que se
relajó.
—¿Qué harás ahora que conoces la verdad? —preguntó Nergal.
—Enfrentarlos.
—Pero para hacer eso, es necesario que te regrese tus poderes y tu
vestimenta.
Sin asintió, Nergal tocó su cabeza haciendo que sintiera un leve mareo.
Cuando terminó, Sin observó a su hijo.
Utu puso su mano en el hombro del dios.
—Estoy contigo, padre.
A punto de retirarse, Nergal los detuvo.
—Soleil, tus padres me han pedido que te entregue tus recuerdos, ya que
estos son necesarios para enfrentar lo que viene.
Tocó la cabeza de la chica, y ella percibió cómo una ola de energía
recorría su cuerpo haciendo insoportable su fuerza. Cuando Nergal terminó,
Sin advirtió que la chica estaba a punto de caer, así que consiguió atraparla
en el aire y la levantó en sus brazos.
—Tardará un rato en despertar, será mejor que te la lleves, no la puedes
dejar aquí, porque para poder derrotar a Alammuš , es necesaria su
presencia.
Sin no dijo ninguna palabra y los tres se marcharon.
Lograron entrar al palacio sin ser vistos, ingresaron a la alcoba que antes
había sido de Sin; no había nadie ya que todos se encontraban en el gran
salón festejando. Esos minutos de silencio, los aprovechó para acostar a
Soleil en la cama, mientras él ingresaba al cuarto donde estuvo el toro.
Recorrió lentamente el lugar, repasando lo ocurrido, entonces se escuchó
un grito y él se escondió para que no lo vieran.
Ningal gritó histérica, confrontando a Alammuš.
—¡¿Qué hace esta humana en mi cama?! ¡¡Explícamelo Alammuš!!
Él tranquilamente le respondió:
—Por qué habría de explicártelo si ni siquiera la conozco. Además, yo,
al igual que tú, odió a los humanos, ¿no crees que es ilógico lo que tu
cabecita está pensando?
—¿Cómo sabes qué es lo que estoy pensando?
Alammuš la abrazó.
—Porque conozco a mi mujer. —Le dio un beso apasionado.
Mientras tanto, Sin no pudo evitar pensar en lo estúpido que había sido
al confiar en ese par.
Un leve jadeo los hizo separarse, ambos miraron hacia la cama y se
cuestionaron quién trajo a la chica a sus aposentos.
—¿Crees, esposo mío, que alguno de los dioses quiere ponerse en
nuestra contra?
—Eso mismo estaba pensando, pero no entiendo quién es tan tonto como
para enfrentarse a su fin.
Nuevamente se escuchó un jadeo, pero esta vez fue de sorpresa, la chica
se levantó rápidamente de la cama y los miró con miedo.
—¿Quiénes son ustedes y por qué me tienen aquí?
—Eso es lo que precisamente pensábamos preguntar: ¿Quién eres y por
qué estás aquí?, ¿cuál de nuestros enemigos fue el que te envió?
—¡Enemigos! Disculpa, pero no sé de qué carajos me hablas.
Ningal se le acercó y comenzó a zarandearla.
—No tenemos mucha paciencia, humana, o hablas por las buenas o lo
harás por las malas —dijo la diosa, enojada.
Iba a responder, cuando un pequeño movimiento llamó su atención, Sin
le pidió guardar silencio llevándose a sus labios el dedo para hacerle esa
señal.
Soleil, para que no notasen lo que vio, tocó su cabeza con sus manos.
—Lo último que recuerdo es estar en el museo de Louvre, estaba…
mmm acomodando unas vasijas antiguas, y después no recuerdo nada
más… y ahora despierto aquí.
Alammuš y Ningal la observaron detenidamente.
—¡Mientes y es mejor que nos digas quién fue el dios que te trajo aquí,
más te vale decírnoslo! —advirtió Ningal con voz fría y tranquila, pero en
sus ojos se podía notar su furia.
Sin estaba a punto de salir para enfrentarla, cuando Utu ingresó en la
alcoba.
Ningal lo miró aterrada y comenzó a balbucear.
— Yo… yo…
Utu la retó con la mirada.
—No me esperabas, ¿verdad, madre?
Alammuš se mostró igual de aterrado, pero reaccionó rápido y se movió
a un costado de Utu.
El joven dios, sin dejar de mirar a su madre, espetó:
—Alammuš, si fuera tú no daba un paso más, o acaso piensas que voy a
ser tan estúpido como la primera vez cuando me distrajiste mientras mi
madre me clavaba la daga. No, Alammuš, esta vez no vine solo.
Sin salió de su escondite.
—Y pensar que por ti fui al mismo lugar de los muertos para traerte con
vida, y cuál va siendo mi sorpresa, que solo habías fingido tu muerte y que
además, mataste a nuestro hijo. Y eso es algo que nunca te perdonaré,
Ningal.
La diosa gritó ante la sorpresa de escuchar la voz de Sin, el rostro de
Alammuš se tornó pálido.
—No… no es lo que tú crees, Sin.
El dios curvó levemente la ceja.
—¿Estás diciendo que no querías matarnos para poder estar con tu
amante?
—Escucha, Sin —desesperada por no saber qué hacer, empezó a decir
disparates—: Alammuš vertió una pócima en mi copa, él me manipuló para
que hiciera lo que hice, no fue mi intención matar a nuestro hijo y mucho
menos a ti.
Alammuš la miró furioso.
Sin los observó a ambos y con una sonrisa burlona, cuestionó:
—¿Así que todo fue idea tuya? Responde, Alammuš.
—No, ambos planeamos todo…
—¡Mentira! Tú lo planeaste todo y a mí solo me utilizaste para alejarme
de mi esposo y de mi hijo…
—¿Por qué no dices la verdad, Ningal? Ya estamos al descubierto —dijo
Alammuš con convicción, mirando fijamente a Ningal y con un pequeño
gesto le mostró la daga. Ella captó la indirecta y empezó a despotricar.
—Tienes razón, Alammuš, es mejor dejar las cosas claras de una vez.
¡No sabes cómo te odio, Sin! Por tu culpa he sido el hazme reír de todos los
dioses, ¿sabes lo difícil que fue para mí vivir todos esos años junto a ti? —
Lo miró con desprecio—, no, no lo sabes; ya que de ti nunca sintieron
lástima porque prefirieras a los humanos antes que a mí. Por eso maté a tu
hijo, porque no quería tener nada que me recordara a ti. Pero veo que fue
inútil, al final lo regresaste de entre los muertos.
Al escuchar la confesión de Ningal, Alammuš aprovechó para acercase
lentamente a Sin y poder clavarle la daga, pero no contaba con que Soleil
no había dejado de observarlo. Y cuando este por fin estuvo a punto de
atacarlo, Soleil se abalanzó sobre él, deteniéndolo un instante que
aprovechó Utu para quitarle la daga y clavársela a Alammuš.
Ningal soltó un grito desgarrador y se acercó a Alammuš llorando.
—¡No, no, no, Alammuš, tú no, por favor no te mueras, quédate a mi
lado, dime cómo puedo ayudarte, por favor no me dejes aquí!
Alammuš levantó su mano y tocó levemente el rostro de la diosa Ningal
—No llores, mi señora, tu rostro es tan hermoso que las lágrimas lo
opacan.
—¡Alammuš! —soltó un sollozo—, no me dejes, eres el único ser al que
amo, no me dejes.
—Yo también te amo… mi preciosa Ningal. —Su mano cayó y Ningal
ahogó un jadeo. Las lágrimas poblaron su rostro.
Sin, Soleil y Utu, la miraron sorprendidos, sin creer que realmente
Ningal estuviera enamorada de Alammuš.
Cuando Ningal se tranquilizó, sacó la daga del pecho de Alammuš y se
fue en contra de Sin para matarlo, pero Soleil fue más rápida, y con su
cuerpo protegió al dios, recibiendo ella la puñalada.
Sin la sostuvo en sus brazos, sorprendido por el acto de la chica, no se
dio cuenta de que Ningal intentó atacarlo de nuevo, pero esta vez, Utu fue
quien la detuvo, clavándole la daga en el corazón.
—¡Por favor, Soleil no me dejes, te necesito a mi lado!
Apareció una luz resplandeciente.
—Ninurta y Ninkarrak, ¿pueden ustedes ayudarme a salvarla, por favor?
—pidió Sin con tono de súplica.
—Podemos ayudarte, pero antes de hacerlo, necesitamos saber qué
estarías dispuesto a sacrificar por ella.
—Lo que ella me pida estoy dispuesto a dárselo.
—Muy bien, así sea.
Los dioses se acercaron al cuerpo de su hija para sanarla, cuando Soleil
abrió los ojos, vio la silueta de una pareja frente a ella.
—Yo los conozco —dijo con voz temblorosa.
—Hola, mi pequeña, ¿cómo has estado?
—¡¿Mamá?! —dijo Soleil con sorpresa—, pero ¿qué haces tú aquí?
—Venimos a ayudarte.
—No lo entiendo, ¿qué pasó? Lo último que recuerdo es a la mujer loca
que me clavó una daga en la espalda… ¡por todos los dioses! —empezó a
tocarse el cuerpo—. ¡¿No morí?!
Sin intervino:
—Sí lo hiciste, pero tus padres, que son unos dioses poderosos, te
trajeron de regreso.
—Hija, escucha con atención lo que te diremos, no podemos estar más
tiempo del necesario aquí.
Soleil asintió y los dioses comenzaron a hablar, ella los miró sin poder
dar crédito a sus palabras, lo que por un momento creyó que era mentira de
Nergal, ahora lo confirmaba, sus padres eran dioses y le estaban dando la
oportunidad de vivir con ellos en su mundo o regresar al suyo para
continuar con su vida, pero esta vez tenía que pensar también en Sin, ya que
su vida estaba en sus manos.
Después de meditarlo unos minutos, miró a sus padres, a Sin y a Utu, y
les dio su respuesta.

Epílogo
Los gritos de las mujeres no se hicieron esperar, y más cuando en escena
se encontraba el mejor bailarín que pudiera tener el club Péché Originel
(pecado original). Solo era cuestión de que se prendiera la luz roja y azul, y
todas las mujeres sabían que Galip estaba en escena. Él siempre las recibía
con una sonrisa sensual que ocasionaba que a todas las mujeres se les
mojaran las bragas con tan solo un ligero movimiento de sus caderas.
En una mesa exclusiva, Soleil también gritaba al igual que las demás
mujeres, por los movimientos que su amado Sin realizaba.
Como cada noche que terminaba su show, se acercaba a ella y la besaba
apasionadamente.
—¿No estás enojado conmigo por haber tomado la decisión de regresar a
mi época?
—No, preciosa, ahora sé que te seguiría hasta el inframundo si así me lo
pidieras. Además, mi hijo y Aya gobiernan el panteón sumerio.
Le sonrió y la besó de nuevo.
AGRADECIMIENTOS
Hola, amigo lector, estoy de nuevo escribiendo unas palabras para ti
agradeciendo por tu apoyo y por llegar al final de esta antología. Quiero
darte las gracias por viajar con nosotros y vivir a nuestro lado estos
dieciséis relatos que con mucho cariño nuestros amados y talentosos
escritores escribieron para esta ocasión especial, alejándonos de la situación
mundial que nos rodea.
Este proyecto no sería posible sin la invaluable colaboración de nuestros
autores invitados A. Bellerose, Encarni Arcoya, Gabriela R. Jones,
Gleen Black, Isa Quintín, J.D. Oldman, Kiyametin Amazonlari, Jessyca
Vilca Aparicio, L. Rodriguez, Lorena Salazar, Lúthien Númenesse,
Mile Bluett, Nadia Noor, Paula Guzmán, R.M. de Loera y Aicitel
Gama.
Gracias a Tulipe Noire Design Studio por trabajar una vez más de
nuestra mano dándole vida a una bellísima portada y una ilustración interior
que en conjunto crean un libro inolvidable, a su vez, gracias a Sharing
Book Community por encargarse de la distribución de este bello ejemplar.
Por último, pero no menos importante, gracias a las personas que me
acompañaron de cerca y que me impulsaron a aventurarme de nuevo en esta
bella antología:
Brisa Fernández, Fátima Natividad, Glory Morales, Karen
Medrano, Isaura Tapia, Letty Ramírez, Delia Montoya, Maricela
Moreno, Nuria Vargas, Susan Márquez y Valeria Loor.
Y a todos los que nos brindan su apoyo por medio de publicaciones ¡mil
y mil gracias!

Liz Rodriguez
CRÉDITOS

ANTOLOGÍA DIOSES QUE DEJAN HUELLA


©2021, Liz Rodriguez en nombre de LIBROS QUE DEJAN HUELLA
©2021 de la presente edición en castellano para todo el mundo Diseño de
portada y dirección de arte: ©Tulipe Noire Studio
Corrección: Andrea Herrera K. para ©Tulipe Noire Studio
©AUTORES INVITADOS: A. Bellerose, Encarni Arcoya, Gabriela R.
Jones, Gleen Black, Isa Quintín, J.D. Oldman, Kiyametin Amazonlari,
Jessyca Vilca Aparicio, L. Rodriguez, Lorena Salazar, Lúthien Númenesse,
Mile Bluett, Nadia Noor, Paula Guzmán, R.M. de Loera y Aicitel Gama.
Primera edición: Febrero de 2021
Sello: Independently Published
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del titular del


Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
y/o parcial, adaptación, distribución, en cualquier medio impreso y/o
digital, de las obras en este perfil compartidas por cualquier medio o
procedimiento. Relatos originales, no es adaptación, ni traducción.
Contenido
Sinopsis
J. Kenner
INTRODUCCIÓN
Paula Guzmán
AFRODITA
Encarni Arcoya
EL RETO DE AIZEN
Nadia Noor
APOLO, EL DIOS DEL SOL
A. Bellerose
EL GUERRERO DE ATENEA
Mile Bluett
ROSAS NEGRAS
Lúthien Númenessë
EPONA
Aicitel Gama
DIOS EROS
Jessyca Vilca Aparicio
UN AMOR A PRUEBA DE FUEGO
J.D. Oldman
EL OJO DE HORUS
Lorena Salazar
EL RETORNO DE UNA DIOSA
R.M. de Loera
EL GUARDIÁN DEL CHOCOLATE
Gabriela R. Jones
NOCTURNO
L. Rodriguez
TORMENTA EN LA PIEL
Isa Quintín
EL CAZADOR ERRANTE
Gleen Black
ZEUS
Kiyametin Amazonlari
VINDICTA
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS
Notas
[←1]
¡Queridos amantes del romance!
Si eres como yo, te encanta el romance. La esperanza, el humor, la angustia. Ese tira y
afloja de una relación en crecimiento. ¡Y, por supuesto, esos deliciosos héroes!
Me enamoré del romance al final del juego. Cuando era niña, leía de todo, pero mis
libros favoritos tenían un elemento de fantasía. Fantasía épica como Dune o cosas más
cercanas a casa como Freaky Friday. Sin embargo, no me di cuenta, pero lo que realmente
buscaba era el desarrollo de relaciones. Y si no había ninguno, siempre cerraba el libro
decepcionada.
Cuando comencé a tratar seriamente de escribir un libro, estaba trabajando en Los
Ángeles como abogada y John Grisham y Scott Turow lideraban el grupo. Naturalmente,
intenté escribir un thriller legal. Por desgracia, estaba aburrida de mi trabajo y no era muy
emocionante. Fue entonces cuando realmente descubrí el romance.
En sí mismo, el romance es un poco una fantasía, pero ¿quién no quiere una relación
que tenga garantizada la felicidad para siempre? Pero cuando agregas el elemento extra de
fantasía paranormal / de ciencia ficción, entonces esas historias realmente brillan.
La fantasía nos permite perdernos en un mundo diferente. El romance nos permite
experimentar indirectamente los altibajos de una relación, con la ventaja adicional de un final
feliz garantizado. Juntos, forman historias maravillosamente convincentes y conmovedoras, y
me siento muy honrada de que me hayan pedido que escriba esta introducción a Dioses Que
Dejan Huella, una fabulosa colección de cuentos románticos y fantásticos escritos por autores
que representan a una variedad de países.

¡Prepárate para perderte en estas maravillosas historias!

¡Feliz lectura!

XXOO
J. Kenner
New York Times, USA Today y autor número uno en ventas internacionales
[←2]
Una gran manta que se anuda sobre el hombro, bordada en colores muy vivos. Utilizada por los aztecas.
[←3]
Palabra en chontal que significa: adulto, anciano, antepasado.
[←4]
El significado de chontal es extranjero. Fue el nombre que le dieron los aztecas a los habitantes de Tabasco a su llegada a la
región. Sin embargo, ellos se consideran yoko t'aan o el pueblo de la lengua verdadera. El significado de la oración es para dar a
entender que la esposa de Xólotl es una diosa que no pertenece a la mitología maya – olmeca.
[←5]
Persona que con ilegalidad ayuda a traspasar a otra la frontera de un país. Por lo general a un alto costo.
[←6]
El arquitecto de mis manos.
[←7]
Dios de la Tierra
[←8]
Ciudad donde los dioses vivieron junto a los humanos antes del Diluvio Mesopotámico
[←9]
Tipo de arpa, llamada lira o arpa de Ur.
[←10]
En lenguaje sumerio, Nin significa, indistintamente, señora o señor.
[←11]
Dios de la lluvia y las tormentas
[←12]
El lugar. de los dioses, Tierra de la vida o el hogar de la salida del so
[←13]
Demonios o espíritus de las religiones acadia, asiria y babilonia
[←14]
Dios de la sabiduría
[←15]
Diosa del grano
[←16]
Señor de los cielos y la tierra
[←17]
Diosa del amor, la fertilidad y la guerra
[←18]
Siglas en inglés de Liras Turcas.
[←19]
Comida típica de Turquía consiste en carne adobada que se cocina mientras gira en un asador, que luego se
introduce en un pan especial.
[←20]
La escultura representa aGudea, símbolo de la fecundidad, brota agua con pequeños peces; el líquido está
representado con ondas talladas en la piedra. Fue adquirida por el Museo del Louvre en Francia en el año1967, forma
parte de la colección de arte babilónico en el Louvre.
Table of Contents
Sinopsis
J. Kenner
INTRODUCCIÓN
Paula Guzmán
AFRODITA
Encarni Arcoya
EL RETO DE AIZEN
Nadia Noor
APOLO, EL DIOS DEL SOL
A. Bellerose
EL GUERRERO DE ATENEA
Mile Bluett
ROSAS NEGRAS
Lúthien Númenessë
EPONA
Aicitel Gama
DIOS EROS
Jessyca Vilca Aparicio
UN AMOR A PRUEBA DE FUEGO
J.D. Oldman
EL OJO DE HORUS
Lorena Salazar
EL RETORNO DE UNA DIOSA
R.M. de Loera
EL GUARDIÁN DEL CHOCOLATE
Gabriela R. Jones
NOCTURNO
L. Rodriguez
TORMENTA EN LA PIEL
Isa Quintín
EL CAZADOR ERRANTE
Gleen Black
ZEUS
Kiyametin Amazonlari
VINDICTA
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS

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