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A mi madre

A mi hija

A todas las mujeres del palacio


Mientras haya mujeres que lloren, lucharé.
Mientras haya niños que pasen hambre y frío, lucharé. [...]
Mientras en la calle haya una chica que se venda, lucharé. [...]
Lucharé, lucharé y lucharé.
W ILLIAM BOOTH

Una cosa es segura: los muertos siguen presentes en los lugares en los
que vivieron, como si, por un fenómeno de filtración, su recuerdo
impregnara el suelo.
SYLVAIN TESSON,
Une très légère oscillation
El suelo está helado.
Es lo que me viene a la mente mientras aguardo
con los brazos en cruz y la frente en la piedra.
Hoy elijo este lugar como morada eterna.
Pronuncio mis votos perpetuos. Es mi elección.
Entre estas paredes pasaré toda la vida.
He querido abandonar el mundo para habitarlo mejor.
Estoy lejos de él y, al mismo tiempo, en su corazón.

Me siento mejor aquí que en las animadas calles que me rodean.


En este claustro, donde se ha detenido el tiempo,
cierro los ojos y rezo.

Rezo por quienes necesitan que lo haga,


por aquellos a quienes la vida ha herido,
maltratado, dejado en la cuneta.
Rezo por quienes pasan hambre y frío,
por quienes han perdido la esperanza y las ganas.
Rezo por quienes ya no tienen nada.

Mi plegaria se eleva entre las piedras


en el jardín, en el huerto,
en esta capilla, helada en invierno,
en mi celda diminuta.

Vosotros, que pasáis por este mundo,


seguid con vuestros cantos y vuestras rondas.
Yo estoy aquí, en el silencio y las sombras,
y rezo para que, en medio de la agitación y el ruido,
si llegarais a caer, Dios no lo quiera,
una mano suave y fuerte hacia vosotros se extienda,
una mano amiga,
que os coja y os levante
y os devuelva sin juzgaros
al gran torbellino de la vida,
en el que seguiréis danzando.
Monja anónima del convento de las Hijas de la Cruz, siglo
XIX
1

París, hoy
Ha sucedido en un visto y no visto. Solène salía con Arthur Saint-Clair de
la sala del tribunal. Estaba a punto de decirle que no entendía la decisión
del juez ni la severidad de la condena. No le ha dado tiempo.
Saint-Clair ha corrido hacia el antepecho de cristal y ha pasado al otro
lado.
Después ha saltado desde la galería de la sexta planta del palacio.

Durante unos instantes que han durado una eternidad, su cuerpo ha


permanecido suspendido en el vacío. Luego se ha estrellado contra el suelo
veinticinco metros más abajo.

Solène no se acuerda del resto. Las imágenes se le aparecen


desordenadas, como a cámara lenta. Seguramente habrá gritado, antes de
desmayarse.
Se ha despertado en una habitación de paredes blancas.
El médico ha pronunciado esta palabra: burnout. Al principio, Solène se
ha preguntado si hablaba de ella o de su cliente. Luego, las piezas han
empezado a encajar.

Hacía mucho tiempo que conocía a Arthur Saint-Clair, un influyente


hombre de negocios acusado de fraude fiscal. Lo sabía todo sobre su vida:
matrimonios, divorcios, amantes, las pensiones alimenticias que pasaba a
sus ex mujeres y sus hijos, los regalos que les traía de sus viajes al
extranjero... Había estado en su villa de Sainte-Maxime, en sus lujosas
oficinas y en su magnífico piso del distrito séptimo de París. Había
escuchado sus confidencias y sus secretos. Había dedicado meses a
preparar la vista oral sin dejar nada al azar, sacrificando sus noches, sus
vacaciones, sus días de fiesta. Era una abogada excelente, trabajadora,
perfeccionista, concienzuda. En el prestigioso bufete para el que trabajaba,
todos valoraban sus cualidades. Pero las contingencias judiciales existen,
todo el mundo lo sabe. Y Solène no se esperaba semejante sentencia. El
juez había condenado a su cliente a prisión y a asumir millones de euros
en indemnizaciones e intereses. Toda una vida pagando. El deshonor, la
reprobación de la sociedad. Saint-Clair no lo había soportado.

Había preferido arrojarse al vacío del inmenso patio interior del nuevo
Palacio de Justicia de París.

Los arquitectos pensaron en todo menos en eso. Diseñaron un edificio


elegante de líneas perfectas, un «palacio de cristal y luz». Idearon
fachadas altamente resistentes en previsión de atentados, instalaron arcos
de seguridad, equipos de control en las entradas, cámaras... El palacio está
lleno de puntos de detección de intrusiones, puertas con apertura
electrónica, interfonos y pantallas de última generación. Pero en sus
planos, los arquitectos sencillamente olvidaron que la justicia la imparten
seres humanos a otros seres humanos a veces desesperados. Las salas de
vistas están repartidas en seis plantas que se elevan alrededor de un patio
de cinco mil metros cuadrados bajo un techo situado a veintiocho de
altura. Un espacio que puede dar vértigo. Y malas ideas a quienes acaben
de ser condenados.
En las cárceles se multiplican las medidas de seguridad para prevenir el
riesgo de suicidios. Aquí no. Las galerías están protegidas por simples
antepechos. A Saint-Clair le bastó con dar unos pasos, pasar por encima de
uno de ellos y saltar.

La imagen atormenta a Solène, que no puede olvidarla. Vuelve a ver el


cuerpo de su cliente, descoyuntado sobre las losas de mármol del edificio.
Piensa en su familia, en sus hijos, sus amigos, sus empleados. Es la última

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