Leyenda 2°A
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(Leyenda chilena)
Añañuca vivía en un extenso territorio semidesértico, que se alarga desde el valle de Copiapó al
de Quilimarí, en el Norte Chico del país. Cierto día llegó a la región un minero, buscando la bondad de
un rico yacimiento. Sin embargo, dejó de lado todos sus planes, al enamorarse de la hermosa joven.
Encandilado por su extraordinaria belleza, contrajo matrimonio y se quedó a vivir por siempre junto a
ella. Pasó el tiempo y nada alteraba la felicidad de la pareja. Hasta que el esposo tuvo un sueño que
cambió su vida. En él, se presentó un duende de las montañas, bromista y curioso, para revelarle el sitio
donde se hallaba un fabuloso yacimiento.
A la mañana siguiente, le contó a su mujer y le
manifestó su ardiente deseo de seguir al pie de la letra las
indicaciones reveladas durante el sueño. Mucho tiempo después
y como Añañuca no recibía noticias de la suerte corrida por el
amado, decidió partir en su búsqueda, siguiendo el mismo
camino tomado por el esposo. Se produjo entonces el hecho
más extraordinario ocurrido en el valle de Quilimarí. La misma
mañana de la partida, en los roqueríos desérticos, para recordar
por siempre a la joven que se alejaba, floreció por millares una
preciosa flor
roja, sorprendente y espontánea. Los habitantes de la región la bautizaron con el nombre de Añañuca, pues su
aparición coincidió con la partida de la bella enamorada.
Y desde aquel suceso, afirman en el valle, Añañuca se
reunió al fin con su amado y juntos explotan
amorosamente el rico mineral, que fue revelado en
sueños por aquel duende. Y algún día regresarán junto al
Quilimarí a compartir la riqueza alcanzada. Mientras
ello ocurre, quedaron las añañucas como recuerdo
imborrable para que los habitantes del valle guarden por
siempre la memoria de los felices desposados y el
maravilloso embrujo de aquel amor.
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