Unidad Iii

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MATERIA: Derecho Procesal II y Prácticas.

TITULAR: Dr. Julio Quinteros.

APUNTE SEGÚN PROGRAMA DE ESTUDIO O ENSEÑANZA.

UNIDAD TEMÁTICA III

Normas de lectura obligatoria.

Artículos 40 a 96 y 105 a 110 del Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires y normas
concordantes relativas a la capacidad en sentido genérico, la representación legal y el mandato, contenidas en el
Código Civil y Comercial de la Nación.

1. LAS PARTES. Concepto. Capacidad sustancial y procesal. Deberes. Representación de las partes: legal y
convencional. Litisconsorcio: concepto y clasificación. Litisconsorcio necesario y facultativo. El mandato.
Deberes del mandatario. Unificación de personería: concepto y fundamentos. Procedimiento. Revocación y
cesación.

Es parte el que demanda en nombre propio (o en cuyo nombre se demanda) una actuación de ley, y aquel contra el
cual esa actuación de ley es demandada.

En un orden de ideas similar, puede decirse que parte es quien pretende y frente a quien se pretende, o, más
ampliamente, quien reclama y frente a quien se reclama la satisfacción de una pretensión.

Tales conceptos —con los que coincide la mayor parte de la doctrina— destacan dos notas fundamentales, a saber: 1º)
Que la noción de parte se halla circunscripta al área del proceso: es parte quien reclama, o frente a quien se reclama la
protección jurisdiccional, o sea, quienes de hecho intervienen o figuran en el proceso como sujetos activos y pasivos de
una determinada pretensión, con prescindencia de que revistan o no el carácter de sujetos legitimados, porque la
legitimación constituye un requisito de la pretensión y no de la calidad de parte. Si ésta, en otras palabras, no se
encuentra legitimada, ocurrirá que su pretensión será rechazada, pero esta contingencia no la privará de aquella
calidad; 2º) Que sólo es parte quien actúa en nombre propio (o en nombre de quien se actúa). No reviste tal calidad,
en consecuencia, quien, como el representante (legal o convencional), actúa en el proceso en nombre y por un interés
ajeno.

En ese orden de consideraciones, corresponde reconocer calidad de partes tanto al sustituto procesal como a los
terceros que ingresan al proceso mediante cualquiera de las modalidades de la intervención.

También son partes (aunque transitorias o incidentales) quienes, siendo ajenos a la relación jurídica
sustancial que se debate en el proceso, actúan en él defendiendo un derecho o un interés propio. Tal lo que ocurre
con los peritos en los incidentes promovidos con motivo de su recusación; con los abogados y procuradores cuando
intentan el cobro de sus honorarios regulados con motivo de una condena en costas; etcétera.

Las precedentes conclusiones sólo resultan aplicables a los procesos contenciosos, pues únicamente en ellos cabe
hablar de "partes" en sentido estricto. En los procesos voluntarios el concepto de parte debe ser reemplazado por el
de "peticionarios", a quienes corresponde definir, en concordancia con las nociones enunciadas oportunamente, como
aquellas personas que, en nombre e interés propio, o en cuyo nombre e interés se reclama, ante un órgano judicial, la
emisión de un pronunciamiento que constituya, integre o acuerde eficacia a determinado estado o relación jurídica
privada.
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Capacidad para ser parte.

Este tipo de capacidad, que constituye un reflejo de la capacidad de derecho genéricamente considerada, se refiere a
la posibilidad jurídica de figurar como parte en un proceso, y no es otra cosa, por consiguiente, que la aptitud para ser
titular de derechos y de deberes procesales.

Del principio general en cuya virtud toda persona humana goza de la aptitud para ser titular de derechos y deberes
jurídicos (Cód. Civ. y Com., art. 22) se infiere que toda persona, por el solo hecho de serlo, goza de capacidad para ser
parte. La adquisición y pérdida de esta clase de capacidad, en consecuencia, ha de coincidir necesariamente con la
adquisición y pérdida de la personalidad.

Capacidad procesal.

No todas las personas que tienen capacidad para ser partes se hallan dotadas de capacidad procesal, o sea de la
aptitud necesaria para ejecutar personalmente actos procesales válidos.

La capacidad procesal supone, pues, la aptitud legal de ejercer los derechos y de cumplir los deberes y
cargas inherentes a la calidad de parte. De allí que coincida con la capacidad de hecho reglamentada en el derogado
Código Civil, hoy denominada capacidad de ejercicio (Cód. Civ. y Com., art. 23), cuyas normas sobre el tema resultan
aplicables a ella.

Deberes de las partes.

Si bien la actividad de las partes en el proceso se manifiesta, en principio, mediante el cumplimiento de cargas, ello
no descarta la existencia de ciertos

deberes procesales. Son éstos el de respeto al tribunal y el de lealtad y buena fe.

Existen dos clases de actitudes procesales reñidas con la vigencia de aquellos deberes. Una de ellas es la del litigante
que deduce pretensiones o defensas cuya falta de fundamento no puede ignorar de acuerdo con una mínima pauta de
razonabilidad. Se trata, en otras palabras, de la actuación procesal que se cumple con la conciencia de la propia
sinrazón. La otra actitud que transgrede los deberes de lealtad, probidad y buena fe es la del litigante que opone
injustificada resistencia a la marcha del proceso, mediante la realización de actos tendientes a obstruir o dilatar su
curso normal, tales como la promoción de incidentes o la deducción de recursos manifiestamente inadmisibles.

Representación de las partes.

La capacidad procesal habilita, a quien goza de ella, para intervenir en el proceso personalmente o por medio
de un representante convencional. Respecto de las personas a quienes afecta una incapacidad de hecho, funciona, en
cambio, la denominada representación legal. En análoga situación a los incapaces de hecho se encuentran las personas
jurídicas, que por efecto de su propia naturaleza y composición solamente pueden actuar por medio de sus
representantes legales o estatutarios.

El art. 46 del CPCC impone a los representantes, sean legales o convencionales, la carga de acreditar formalmente la
personería que invocan. Dispone, en efecto, que

"la persona que se presente en juicio por un derecho que no sea propio, aunque le competa ejercerlo en virtud de
una representación legal, deberá acompañar con su primer escrito los documentos que acrediten el carácter que
inviste

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". Excepción al principio general que impone la carga de acreditar la personería lo constituye el último párrafo del art.
46, con arreglo al cual "los padres que comparezcan en representación de sus hijos y el marido que lo haga en nombre
de su mujer, no tendrán obligación de presentar las partidas correspondientes, salvo que el juez, a petición de parte o
de oficio, los emplazare a presentarlas, bajo apercibimiento del pago de las costas y perjuicios que ocasionaren".

El art. 47 del CPCC, refiriéndose a los apoderados o procuradores, dispone que éstos "acreditarán su personalidad
desde la primera gestión que hagan en nombre de sus poderdantes, con la competente escritura del poder".

Estas reglas procesales habrán de ser interpretadas hoy a la luz de lo que contempla el nuevo Código Civil y Comercial
de la Nación en lo relativo a la representación (arts. 358 a 381) y en lo atinente al contrato de mandato (arts. 1319 a
1334).

La representación convencional.

Si bien toda persona procesalmente capaz tiene el derecho de comparecer en juicio personalmente o por intermedio
de un mandatario, sólo puede conferir el mandato a aquellas personas que la ley habilita para ejercer la procuración
judicial.

Extensión del mandato.

El poder conferido para un pleito determinado, cualesquiera sean sus términos —dispone el art. 51 del CPCC—
comprende la facultad de interponer los recursos legales y seguir todas las instancias del pleito. También
comprende la facultad de intervenir en los incidentes y de ejercitar todos los actos que ocurran durante la secuela de
la litis, excepto aquéllos para los cuales la ley requiera facultad especial, o se hubiesen reservado expresamente en el
poder.

Cesación del mandato.

Art. 53 del CPCC: Cesación de la representación. La representación de los apoderados cesará:

1) Por revocación expresa del mandato en el expediente. En este caso, el poderdante deberá comparecer por sí
o constituir nuevo apoderado sin necesidad de emplazamiento o citación, so pena de continuarse el juicio en
rebeldía. La sola presentación del mandante no revoca el poder.

2) Por renuncia, en cuyo caso el apoderado deberá, bajo pena de daños y perjuicios, continuar las gestiones
hasta que haya vencido el plazo que el juez fije al poderdante para reemplazarlo o comparecer por sí.
La fijación del plazo se hará bajo apercibimiento de continuarse el juicio en rebeldía. La resolución que así lo
disponga deberá notificarse por cédula en el domicilio real del mandante.

3) Por haber cesado la personalidad con que litigaba el poderdante.

4) Por haber concluido la causa para la cual se le otorgó el poder.

5) Por muerte o incapacidad del poderdante. En tales casos, el apoderado continuará ejerciendo su personería
hasta que los herederos o representante legal tomen la intervención que les corresponda en el proceso.
Mientras tanto, comprobado el deceso o la incapacidad, el juez señalará un plazo para que los interesados
concurran a estar a derecho, citándolos directamente si se conocieren sus domicilios, o por edictos durante 2
días consecutivos, si no fuesen conocidos, bajo apercibimiento de continuar el juicio en rebeldía en el primer
caso y de nombrarles defensor en el segundo.
Cuando el deceso o la incapacidad hubieren llegado a conocimiento del mandatario, éste deberá hacerlo
presente al juez o tribunal dentro del plazo de 10 días, bajo pena de perder el derecho a cobrar los honorarios

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que se devengaren con posterioridad. En la misma sanción incurrirá el mandatario que omita denunciar el
nombre y domicilio de los herederos, o del representante legal, si los conociere.

6) Por muerte o inhabilidad del apoderado. Producido el caso, se suspenderá la tramitación del juicio y el juez
fijará al mandante un plazo para que comparezca por sí o por nuevo apoderado, citándolo en la forma dispuesta
en el inciso anterior. Vencido el plazo fijado sin que el mandante satisfaga el requerimiento, se continuará el
juicio en rebeldía.

Litisconsorcio.

Concepto y clasificación.

Existe litisconsorcio cuando, por mediar cotitularidad activa o pasiva con respecto a una pretensión única,

un vínculo de conexión entre distintas pretensiones

, el proceso se desarrolla con la participación (efectiva o posible) de más de una persona en la misma posición de
parte.

Según que la pluralidad de sujetos consista en la actuación de varios actores frente a un demandado, de un actor
frente a varios demandados, o de varios actores frente a varios demandados, el litisconsorcio se
denomina, respectivamente, activo, pasivo y mixto.

El litisconsorcio es facultativo cuando su formación obedece a la libre y espontánea voluntad de las partes, y es
necesario cuando lo impone la ley o la misma naturaleza de la relación o situación jurídica que constituye la causa de la
pretensión.

Puede también ser el litisconsorcio originario o sucesivo, según que la pluralidad de litigantes aparezca desde el
comienzo del proceso (acumulación subjetiva de pretensiones) o se verifique durante su desarrollo posterior
(integración de la litis, intervención adhesiva litisconsorcial, etc.).

Litisconsorcio necesario.

El litisconsorcio es necesario cuando la sentencia sólo puede dictarse útilmente frente a todos los partícipes de la
relación jurídica sustancial controvertida en el proceso, de modo tal que la eficacia de éste se halla subordinada a la
citación de esas personas. Por ello prescribe el art. 89 CPN que "cuando la sentencia no pudiere pronunciarse
útilmente más que con respecto a varias partes, éstas habrán de demandar o ser demandadas en un mismo proceso".

A veces es la ley la que impone la constitución del litisconsorcio. Tal es el caso del art. 582 del Cód. Civ. y Com., según el
cual la demanda de filiación matrimonial, cuando ésta no resulte de las inscripciones en el correspondiente Registro,
debe entablarse conjuntamente contra el padre y la madre, y por fallecimiento de éstos contra sus herederos.

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Litisconsorcio facultativo.

Es el que depende, según se anticipó, de la libre y espontánea voluntad de las partes, y su formación puede obedecer:
1º) A la existencia de un vínculo de conexión entre distintas pretensiones;

2º) A la adhesión que un tercero puede formular respecto de una pretensión ya deducida, o de la oposición a ella,
en el supuesto de que, según las normas de derecho sustancial, hubiese estado legitimado para demandar o ser
demandado en el juicio en el que la pretensión se hizo valer.

La primera hipótesis se halla contemplada en el art. 88 CPCC, conforme al cual "podrán varias partes demandar o ser
demandadas en un mismo proceso cuando las acciones (pretensiones) sean conexas por el título, o por el objeto, o por
ambos elementos a la vez". A la segunda hipótesis se refiere el art. 90, inc. 2º del mismo ordenamiento, al definir
la condición del interviniente adhesivo autónomo o litisconsorcial.

Pero ya sea que existan varias pretensiones conexas, o una sola pretensión a la que posteriormente adhiera un tercero,
la característica de este tipo de litisconsorcio reside en la circunstancia de que cada uno de los litisconsortes goza de
legitimación procesal independiente, razón por la cual tanto el resultado del proceso como el contenido de la
sentencia pueden ser distintos con respecto a cada uno de ellos.

Unificación de la personería.

Tiene lugar la unificación de la personería cuando, existiendo litisconsorcio, se designa a un apoderado único para que
represente a todos los litigantes que tienen en el proceso un interés común.

El art. 54 del CPCC, dispone, en su primer párrafo, que "cuando actuaren en el proceso diversos litigantes con un

interés común, el juez de oficio o a petición de parte después de contestada la demanda,


les intimará a que unifiquen la representación siempre que haya compatibilidad en ella, que el derecho o el
fundamento de la demanda sea el mismo o iguales las defensas". De los términos de la norma se infiere que la
unificación de la personería es admisible en cualquiera de las modalidades que presenta el litisconsorcio, y que la razón
de ser de la institución reside en la necesidad de evitar la profusión de trámites y el consiguiente desorden procesal
que origina la actuación independiente de cada uno de los litisconsortes. Pero la norma también es clara en el
sentido de que no es suficiente, para que la unificación proceda, la mera circunstancia de existir pluralidad de partes
en las posiciones de actora o demandada; es necesario, además, que los litisconsortes se hallen vinculados por un
interés común o compatible.

Establece el art. 54, segundo párrafo, CPCC, que a los efectos de unificación el juez "fijará una audiencia dentro de los
diez días y si los interesados no concurriesen o no se aviniesen en el nombramiento de representante único, el juez lo
designará eligiendo entre los que intervienen en el proceso". Por aplicación de los arts. 1319 y 289, Cód. Civ. y Com., la
resolución mediante la cual se designa al representante común constituye suficiente título habilitante.

Revocación y cesación.

El mandato conferido al representante común puede revocarse por acuerdo unánime de las partes, o mediante
resolución judicial, cuando alguno de los litisconsortes lo solicitare, acreditando la existencia de justa causa por ello.
La revocación, sin embargo, no produce efectos mientras no tome intervención el nuevo mandatario
(CPCC, art. 55, párr. 1º).

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Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el nombramiento común subsiste aunque se produzca el fallecimiento de
uno de los herederos que han unificado la representación, debiéndose cumplir respecto del mandante fallecido los que
contempla la segunda parte del art. 1333, Cód. Civ. y Com.

La unificación, finalmente, debe ser dejada sin efecto cuando desaparecen los presupuestos fundamentales que la
condicionan, a saber: la existencia de litisconsorcio y la compatibilidad de intereses entre quienes lo integran (CPCC,
art. 55, párr. 2º).

2. RESPONSABILIDAD DE LAS PARTES POR LOS GASTOS DEL PROCESO. Costas. Fundamentos. Régimen legal.
Beneficio de litigar sin gastos.

Concepto de costas.

Denomínase costas a las erogaciones o desembolsos que las partes se ven obligadas a efectuar como consecuencia
directa de la tramitación del proceso, y dentro de él.

Durante el curso del proceso cada parte soporta los gastos que de él derivan, siendo en la sentencia donde
corresponde determinar cuál es el litigante que, en definitiva, debe hacerse cargo de ellos. Lo mismo que todos los
ordenamientos vigentes en la República, el CPCC ha adherido al sistema en cuya virtud las costas deben ser pagadas,
como regla, por la parte que ha resultado vencida en el pleito.

Fundamentos.

La justificación de este instituto encuéntrase en que la actuación de la ley no debe representar una disminución
patrimonial para la parte en favor de la cual se realiza, siendo interés del comercio jurídico que los derechos tengan un
valor posiblemente puro y constante.

El fundamento de la condena en costas no es más que el hecho objetivo de la derrota, lo que sitúa a la institución en el
terreno estrictamente procesal y descarta la aplicación de teorías extraídas del derecho privado que, como la fundada
en la presunción de culpa, no se avienen con la licitud que reviste, en principio, el ejercicio del derecho de acción, ni
con el alcance de dicha condena, que se limita a los gastos directa e inmediatamente producidos por el proceso y no
comprende otros daños que puedan ser consecuencia de aquél.

Régimen legal.

Dispone el art. 68, párr. 1º CPCC, que "la parte vencida en el juicio deberá pagar todos los gastos de la contraria, aun
cuando ésta no lo hubiese solicitado".

El CPCC admite, en materia de imposición de costas, el principio derivado del "hecho objetivo de la derrota", con
prescindencia de la buena o mala fe del litigante vencido. Por ello la jurisprudencia remite constantemente al
mencionado principio y considera a la condena en costas como una restitución de los gastos que se ha visto obligada a
efectuar la parte vencedora para obtener el reconocimiento judicial de su derecho.

La segunda parte del art. 68 prescribe que "sin embargo, el juez podrá eximir total o parcialmente de esta
responsabilidad al litigante vencido, siempre que encontrare mérito para ello, expresándolo en su
pronunciamiento bajo pena de nulidad".

Como es obvio, la posibilidad de que los jueces eximan del pago de las costas al litigante vencido no quiere decir,
que la eximición alcance a todas las costas del proceso, sino solamente a las del litigante vencedo r. De allí que el
vencido a quien se exime de las costas debe abonar las propias y la mitad de las comunes.

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En tanto supedita la eximición a la circunstancia de que el "juez encuentre mérito para ello", el CPCC deja librado el
punto al arbitrio judicial, aunque exige, "bajo pena de nulidad", que el pronunciamiento respectivo sea fundado. Los
fallos judiciales suelen justificar la eximición y, por lo tanto, la imposición de las costas en el orden causado, en la
existencia de "razón probable o fundada para litigar", concepto amplio y elástico que remite, en definitiva, a la
conducta del vencido, y que resulta aplicable cuando, por las circunstancias del caso, puede considerarse que aquél
actuó sobre la base de una convicción razonable acerca de la existencia de su derecho. También se ha hecho aplicación
de la excepción contenida en la norma en los casos de cuestiones jurídicas complejas, o respecto de las cuales existe
jurisprudencia contradictoria, o recientemente modificada, o cuando se trata de la aplicación de leyes nuevas.

Existen casos, asimismo, en que la eximición del pago de las costas se funda en actitudes de la parte vencida que
revelan el propósito de facilitar la solución del conflicto y de evitar erogaciones innecesarias. Se hallan contempladas
en el art. 70 CPCC.

Una de las contingencias posibles en todo proceso es la de que su resultado final, o de alguno de sus incidentes, sea
parcialmente favorable a ambos litigantes. Tal lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de que prosperen tanto la
demanda como la reconvención, o en el de que ambas sean rechazadas. El CPN prescribe que, en tales hipótesis, las
costas se compensarán o se distribuirán prudencialmente por el juez en proporción al éxito obtenido por cada uno de
los litigantes (art. 71).

Excepcionalmente las costas pueden imponerse al vencedor cuando las constancias del proceso demuestren la
total inutilidad de la pretensión o su planteamiento en términos notoriamente exagerados. Al primer supuesto se
refiere el apartado final del art. 70 en tanto dispone que cuando de los antecedentes del proceso resultase que el
demandado no hubiere dado motivo a la promoción del juicio y se allanare dentro del plazo para contestar la
demanda, cumpliendo su obligación, las costas se impondrán al actor. El segundo supuesto se halla contemplado por el
art. 72, con arreglo al cual será condenado en costas el litigante que incurriere en pluspetición inexcusable, si la otra
parte hubiese admitido el monto hasta el límite establecido en la sentencia, aunque si no media dicha admisión o
ambas partes incurren en pluspetición es aplicable la ya mencionada regla del art. 71. La pluspetición debe ser
descartada cuando el valor de la condena depende legalmente del arbitrio judicial, de juicio pericial o de rendición de
cuentas o cuando las pretensiones de la parte no son reducidas por la condena en más de un veinte por ciento.

Beneficio de litigar sin gastos.

Sin perjuicio de las exenciones de orden fiscal con que las leyes facilitan la actuación procesal de determinados
litigantes (Estado Nacional o provincial, municipalidades, reparticiones autárquicas, asociaciones, entidades
civiles de asistencia social), los ordenamientos procesales han debido contemplar la situación de aquellas personas que
carecen de los recursos indispensables para afrontar los gastos de un proceso.

A tal necesidad obedece la institución del beneficio de justicia gratuita o beneficio de litigar sin gastos, el que por un
lado se fundamenta en la garantía constitucional de la defensa en juicio (CN, art. 18), pues en razón de que ésta
supone básicamente la posibilidad de ocurrir ante algún órgano judicial en procura de justicia, es obvio que tal
posibilidad resulta frustrada cuando la ley priva de amparo a quienes no se encuentran en condiciones económicas de
requerir a los jueces una decisión sobre el derecho que estiman asistirles.

También acuerda fundamento al beneficio analizado el principio de igualdad de las partes, el cual supone que éstas se
encuentren en una sustancial coincidencia de condiciones o circunstancias entre las que no cabe excluir las de tipo
económico, de modo que se impone la necesidad de neutralizar las ventajas que en ese orden pueden favorecer a uno
de los litigantes en desmedro del otro.

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El CPCC condiciona la obtención del beneficio a la concurrencia de dos requisitos: la carencia de recursos y la
necesidad de reclamar o defender judicialmente derechos propios o del cónyuge o de hijos menores.

3.INTERVENCIÓN DE TERCEROS. Concepto y clases. Intervención voluntaria y coactiva.

Concepto y clases.

La intervención de terceros tiene lugar cuando, durante el desarrollo del proceso, y sea en forma espontánea o
provocada, se incorporan a él personas distintas a las partes originarias a fin de hacer valer derechos o intereses
propios, pero vinculados con la causa o el objeto de la pretensión.

Según que la intervención responda a la libre y espontánea determinación del tercero, o a una citación judicial
dispuesta de oficio o a petición de alguna de las partes originarias, se la denomina voluntaria o coactiva.

Interesa destacar que, una vez declarada admisible la intervención en cualquiera de sus formas, el tercero deja de
ser tal para asumir la calidad de parte, pues el objeto de la institución consiste en brindar a aquél la posibilidad de
requerir la protección judicial de un derecho o interés propio.

Intervención voluntaria.

La doctrina, así como la legislación que reglamenta el tema, contemplan generalmente tres categorías de este tipo de
intervención: 1º) principal o excluyente; 2º) adhesiva autónoma o litisconsorcial; 3º) adhesiva simple.

Intervención obligatoria o coactiva.

Tiene lugar este tipo de intervención cuando el juez, de oficio o a petición de alguna de las partes, dispone que se cite a
un tercero para participar en el proceso a fin de que la sentencia que en él se dicte pueda serle eventualmente
opuesta. El art. 94 CPN contempla esta modalidad de la intervención en tanto dispone que 94 "el actor en el escrito
de demanda, y el demandado dentro del plazo para oponer excepciones previas o para contestar la
demanda, según la naturaleza del juicio, podrán solicitar la citación de aquél a cuyo respecto consideren
que la controversia es común". Ello no descarta, sin embargo, que la intervención pueda ser ordenada de oficio, lo
que se encuentra autorizado, como se ha visto, en los supuestos de integración de la litis (CPCC, art. 89).

El art. 94 CPN, sin embargo, no descarta la admisibilidad de otras modalidades de la intervención obligada, como son
las denominadas nominatio o laudatio auctoris y llamado del tercero pretendiente.

La nominatio o laudatio auctoris se verifica cuando, entablada una pretensión real contra quien tiene temporariamente
la posesión de una cosa ajena (en calidad de inquilino, prestatario, depositario, etc.), el demandado denuncia en el
proceso el nombre y domicilio del poseedor mediato a fin de que el litigio continúe con éste.

Al comparecer al proceso al cual ha sido citado, el tercero asume calidad de parte. Pero a diferencia de lo que ocurre
con el interviniente voluntario, no puede ser obligado a aceptar el proceso in statu et terminis, pues ello podría
configurar un injusto menoscabo de su derecho de defensa, susceptible de haberse ejercido con toda amplitud en un
proceso independiente. Por ello el art. 95 CPCC dispone que la citación del tercero (que debe hacerse en la misma
forma que al demandado), "suspenderá el procedimiento hasta su comparecencia o hasta el vencimiento del plazo
que se le hubiese señalado para comparecer".

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3. AUXILIARES DE LAS PARTES. El patrocinio letrado. Requisitos. Derechos y deberes. Honorarios. Sustitución
procesal: concepto y supuestos.

Llámese abogado a la persona que, contando con el respectivo título profesional y habiendo cumplido los requisitos
legales que la habilitan para hacerlo valer ante los tribunales, asiste jurídicamente a las partes durante el transcurso
del proceso.

El patrocinio letrado comprende no sólo la facultad de asesorar a las partes en el planteamiento de las cuestiones de
hecho y de derecho sobre las que versa el pleito, sino también la de asistirlas en la ejecución de los actos que requieran
la expresión verbal como medio de comunicación con el tribunal (audiencias y juicios verbales). En esta última clase de
actos, la regla consiste en que el abogado formule directamente (aunque en presencia de la parte o de su
representante) las peticiones que correspondan (repreguntas, ampliación de preguntas o de posiciones, oposiciones a
una pregunta o a una posición estimada inadmisible o impertinente, etc.).

El art. 56 CPCC impone el patrocinio obligatorio en los siguientes términos: "Los jueces no proveerán ningún escrito de
demanda o excepciones y sus contestaciones, alegatos o expresiones de agravios, ni aquéllos en que se
promuevan incidentes, o se pida nulidad de actuaciones y, en general, los que sustenten o controviertan derechos, si
no llevan firma de letrado. No se admitirá tampoco la presentación de pliegos de posiciones ni de interrogatorios que
no lleven firma de letrado, ni la promoción de cuestiones, de cualquier naturaleza, en las audiencias, ni su
contestación, si la parte que las promueve o contesta no esté acompañada de letrado patrocinante".

A título de retribución por los trabajos que realizan en el proceso, o extrajudicialmente, los abogados tienen derecho a
la percepción de honorarios cuyo monto se halla tarifado con arreglo a los porcentajes establecidos en las leyes
arancelarias.

Sustitución procesal.

Concepto.

Existe sustitución procesal cuando la ley habilita para intervenir en un proceso, como parte legítima, a una persona que
es ajena a la relación jurídica sustancial que ha de discutirse en ese proceso.

La sustitución procesal constituye un ejemplo de legitimación procesal "anómala o extraordinaria", por cuanto a
través de ella se opera una disociación entre el legitimado para obrar en el proceso y el sujeto titular de la relación
jurídica sustancial en que se funda la pretensión.

Esta figura se diferencia de la representación en la circunstancia de que, mientras el sustituto reclama la protección
judicial en nombre e interés propio, aunque en virtud de un derecho vinculado a una relación jurídica ajena, el
representante actúa en nombre de un tercero —el representado— y carece de todo interés personal en relación con el
objeto del proceso.

De lo dicho se sigue que el sustituto, a diferencia del representante, es parte en el proceso. Tiene, por ello, todos los
derechos, cargas, deberes y responsabilidades inherentes a tal calidad, con la salvedad de que no puede realizar
aquellos actos procesales que comporten, directa o indirectamente, una disposición de los derechos del sustituido
(confesión, transacción, desistimiento del derecho, etc.).

No obstante la legitimación autónoma y originaria que reviste el sustituto procesal, el demandado puede oponer a su
pretensión las mismas defensas que cabrían contra la pretensión del sustituido, desde que ambas tienen
sustancialmente el mismo contenido.

La sentencia pronunciada con respecto al sustituto produce, como principio, eficacia de cosa juzgada contra el
sustituido, aunque éste no haya sido parte en el proceso.

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