DISCÍPULO

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DISCÍPULO

Durante el ministerio terrenal de Jesús, Él llamó a doce hombres para que


fueran apóstoles, pero llamó a muchos más hombres y mujeres a ser
discípulos. De hecho, Cristo ha continuado llamando discípulos desde
entonces. Todo cristiano es, de hecho, un discípulo: alguien llamado a
aprender a los pies de Jesús y a hacer lo que Él ordena.
El mandato de Jesús es hacer discípulos.
“Años atrás un pastor formaba parte de un grupo de iglesias que decidieron
organizar una campaña evangelística y que invitarían a un predicador muy
conocido en la radio, en el primer día de campaña llegaron muchas personas y
el predicador hizo el llamado a las personas que habían aceptado a Jesucristo
y luego hizo un segundo llamado y al pastor le llamado mucho la atención el
segundo llamado cuando hizo pasar adelante a los que querían ser discípulos
de Cristo y la sorpresa del pastor que formaba parte del comité al ver sus
amigos muy conocidos que estaban pasando a ser por primera vez discípulos
de Cristo.”
Esta segunda invitación me perturbó. En esencia, el predicador estaba
enseñando que hay dos tipos de cristianos: los convertidos y los discípulos.
Conforme a su enseñanza, los convertidos son los que confían en Cristo como
su Salvador; discípulos son aquellos que toman un paso posterior para seguir a
Cristo como su Señor. Técnicamente, alguien podría convertirse y ser cristiano
sin ser un discípulo. No obstante, en los evangelios, Jesús no hace tal
distinción. Ser cristiano es ser discípulo; ser discípulo es ser cristiano.
La verdadera fe salvífica es la fe que nos obliga a seguir y a obedecer a Cristo
como Sus discípulos.
«Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mat. 28:19). El
imperativo de Jesús no es de convertir personas sino de hacer discípulos. En
otras palabras, para el cristiano no es opcional el seguir y obedecer a Cristo. El
apóstol Juan es aún más franco cuando escribe: “El que dice: Yo he llegado a
conocerle, y no guarda Sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está
en él” (1Jn. 2:4).
Me temo que mucho de lo que podríamos llamar cristianismo evangélico ha
perdido de vista esta verdad importante. Muchos se han dejado engañar al
pensar que, por tan solo haber orado una oración, firmado una tarjeta o pasado
al altar ya tienen el cielo garantizado. Pero Jesús nos pide algo más. Jesús nos
exige confiar en Él con nuestras vidas. Jesús nos exige seguirle (Lc. 9:23). En
pocas palabras, Jesús exige que seamos Sus discípulos.
¿Qué es un discípulo?
cómo eran llamados los primeros seguidores de Cristo? Simplemente los
llamaban «discípulos». Discípulo era la referencia preferida para los creyentes.
Pero, ¿qué es un discípulo?
En resumen, un discípulo es un estudiante. Un discípulo es aquel que se
disciplina a sí mismo en las enseñanzas y prácticas de otro. La palabra
discípulo, al igual que disciplina, proviene de la palabra latina discipulus, que
significa «alumno» o «aprendiz». En consecuencia, aprender es disciplinarse
uno mismo. Por ejemplo, si se quiere avanzar en las artes o las ciencias o el
atletismo, uno tiene que disciplinarse y aprender y seguir los principios y
fundamentos de los mejores maestros en esa área de estudio. Así fue y es con
los discípulos de Cristo. Un discípulo sigue a Jesús.
Cuando Jesús llamó a Sus primeros discípulos, simplemente dijo: «Sígueme»
(Mc 1:17; 2:14; Jn 1:43). Un discípulo es un seguidor, uno que confía y cree
en un maestro y sigue sus palabras y ejemplo. Por lo tanto, ser un discípulo es
estar en una relación. Es tener una relación íntima, instructiva e imitativa con el
maestro. En consecuencia, ser un discípulo de Jesucristo es estar en una
relación con Jesús, es buscar ser como Jesús. En otras palabras, seguimos a
Cristo para ser como Cristo (1 Cor 11:1) porque como Sus discípulos,
pertenecemos a Cristo. El discípulo de Jesús tiene ciertas características que
son acordes con una relación con Jesús. ¿Cuáles son las cualidades de un
discípulo de Cristo? ¿Cuáles son los rasgos de aquellos que siguen y son
llamados discípulos de Cristo?
Nadie puede realmente llamarse a sí mismo un discípulo de Jesús si no está
dispuesto a obedecerlo.
Un discípulo escucha a Jesús
Nadie puede decir que es un discípulo de un maestro a menos que esté listo
para escucharlo. El mundo está inundado de maestros compitiendo por oyentes
y seguidores. Escuchar a Jesús es lo que un discípulo cristiano hace . Cuando
Jesús habla, el discípulo escucha. El discípulo se aferra a cada palabra del
Maestro como si esa palabra fuera pan para el hambriento o agua para el
sediento. Cuando Jesús se reunió con Sus discípulos en el Monte de la
Transfiguración, Dios el Padre habló desde el cielo con un mandato claro:
«Este es mi Hijo amado… a Él oíd» (Mt 17:5). No puedes ser cristiano y no
escuchar a Jesús.
Un discípulo aprende de Jesús
Escuchar a Jesús no es suficiente. Un discípulo no escucha y luego se aleja
como si las palabras del maestro no tuvieran impacto. Cuando Jesús llama a
Sus discípulos, los llama a aprender y a escuchar. Cuando vienen, Él dice:
«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mat 11:29). El
discípulo es un aprendiz, y las palabras de Cristo le son de peso. Cuando
Jesucristo expulsó a los buscadores de panes y peces en el pasaje de Juan 6,
se volvió hacia los doce discípulos y preguntó: «¿Acaso queréis vosotros iros
también?» Pedro, hablando en nombre de los demás, respondió: «Señor, ¿a
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y
conocido que Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6:68-69). Aprender de Cristo es el
mayor deseo del discípulo. Es la base de todo lo que cree. Con gozo recibe las
palabras de su Maestro. Estas son su pan de cada día. Medita en ellas día y
noche (Sal 1:2).
Un discípulo obedece a Jesús
Nadie puede realmente llamarse a sí mismo un discípulo de Jesús si no está
dispuesto a obedecerlo. El discípulo, el que realmente escucha y aprende,
pondrá en práctica lo que aprende. Para el discípulo, la obediencia no es
opcional. Jesús ha demostrado ser digno de toda obediencia. Aquellos que lo
conocen mejor están más conscientes de esto. Cuando la boda en Caná se
quedó sin vino, María (la madre de Jesús) les dijo a los sirvientes de la casa
que buscaran a Jesús y «haced todo lo que Él os diga» (Jn 2:5). Ese fue un
gran consejo. Poner en práctica las enseñanzas del Maestro es el fruto del
verdadero discipulado. Jesús mismo declaró que aquellos que lo aman
demuestran su amor por Él guardando Sus mandamientos (Jn 14:21, 23;
15:10).
Algunos tratan de hacer una distinción entre ser un discípulo y ser un cristiano.
Sin embargo, la Biblia nunca hace tal distinción. Antes de ser llamados
cristianos, fueron llamados discípulos. Ser un discípulo de Cristo es ser un
cristiano. Ser cristiano es confiar en Cristo, escuchar a Cristo, aprender de
Cristo y obedecer a Cristo. En consecuencia, ser cristiano es ser un discípulo.
Fue así en el comienzo y así sigue siendo hoy.
Los discípulos guardan los mandamientos de Cristo
Cuando Jesús llamó por primera vez a Simón Pedro y a su hermano Andrés
para Su obra, el mandato fue: «Seguidme». Con el tiempo, aquellos que fueron
tras Jesús y le siguieron fueron llamados Sus «discípulos», «estudiantes» o
«seguidores». A lo largo de Su ministerio, Jesús dejó claro a Sus oyentes que
ser Su discípulo no era simplemente recibir una educación o incluso adherirse
a un conjunto de principios o estipulaciones éticas. Ser un discípulo de Jesús
significaba reconocerlo por lo que realmente era: el Hijo de Dios encarnado, el
tan esperado Mesías, y, por lo tanto, reorientar la vida para que se ajuste a los
estándares de Su reino celestial.
Nuestra obediencia a Jesús es una de las características que nos distingue
como aquellos que realmente le aman.
Nuestra salvación se basa, entera y completamente, en la justicia de Cristo,
tanto en Su vida como en Su muerte, imputada a nosotros. Esa sola justicia es
la base de nuestra justificación. Pero hay fruto espiritual evidente en aquellos
que han sido justificados: un reconocimiento de Jesús como el Rey, y un amor
lleno de gratitud hacia Él que produce un deseo lleno del Espíritu de seguirlo y
obedecer Sus mandamientos.
Los discípulos tropiezan
No hay ambigüedad en lo que dice el apóstol Juan en 1 Juan 1:8: «Si decimos
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no
está en nosotros». Por lo tanto, cualquier noción bien intencionada pero
equivocada de perfeccionismo cristiano debe ser descartada. Parece que todas
las exhortaciones de Juan en esta carta descansan en tres verdades
fundamentales: no debemos pecar (2:1), pecaremos (1:8, 10), y tenemos
perdón y propiciación por nuestros pecados (1:9 ; 2:1-2).
Sí, los discípulos tropiezan, pero Dios usa su tropiezo para mostrarles más y
más de la gracia que es más grande que todos sus pecados.
Los discípulos confiesan sus pecados
Juan dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para
perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1Jn1. 9).
«Confesar» literalmente significa «decir lo mismo», es decir, estar de acuerdo
con lo que otra persona dice. El contexto deja claro que confesar nuestros
pecados significa estar de acuerdo con el diagnóstico de Dios de que somos
pecadores y de que hemos pecado.
El perdón que Dios nos promete a través de la confesión no es un estímulo
para continuar pecando. El propósito de la manifestación del perdón y la gracia
de Dios es para que vivamos una vida sin pecado. Cualquiera que abuse de la
confesión como una válvula de escape para el pecado ciertamente nunca ha
sido verdaderamente perdonado por Dios y se está engañando a sí mismo.
Los discípulos discipulan a sus hijos
El Señor diseñó el hogar como un lugar especial para el desarrollo de
discípulos. En Deuteronomio 6:6-7 se les ordena a los padres a enseñar a sus
hijos la palabra de Dios diligentemente y a hablar de ella cuando se sienten en
su casa, cuando anden por el camino, cuando se acuesten y cuando se
levanten. En el Nuevo Testamento, cuando una cabeza de familia se convertía
en discípulo, traía consigo implicaciones para su familia (Lc. 19:9; 1 Cor. 7:14;
2 Tim. 1:5). Efesios 6:4 contiene un mandamiento directo de discipular a los
hijos: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina
e instrucción del Señor”. El Señor claramente llama a Sus discípulos a
discipular a sus hijos.
Podemos decir que los hogares cristianos son como invernaderos donde los
hijos crecen como plantitas por un tiempo. Se les da agua y son nutridos por la
Palabra, cultivados y podados, y hasta cierto punto protegidos. Es tu llamado
como padre ser diligente en discipular y proteger, pero también de ser alentado
por el hecho de que el Espíritu Santo usa hogares santos para nutrir la fe, a
pesar de nuestros fracasos inevitables. Confía en Su obra por encima de todo y
se fiel orando para que Dios dé el crecimiento.
Los discípulos atesoran la Palabra de Dios en sus corazones
Un verdadero discípulo de Cristo, que realmente quiere ser como Cristo,
memorizar las Escrituras es una disciplina vital. Si memorizaste las Escrituras
cuando eras niño, probablemente aprendiste el Salmo 119:11: «En mi corazón
he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti».
Una de las tareas sagradas de un padre judío era familiarizar a su hijo con la
Torá (Génesis-Deuteronomio) y enfatizar la importancia de memorizar con
precisión lo que Dios había dicho (Deut 6:4-7). Por lo tanto, la Ley se recitaría
en la audiencia del niño desde sus primeros días, y los pasajes clave serían
repetidos una y otra vez. Puesto que la mayoría de los hogares eran
demasiado pobres para tener su propia colección de pergaminos del Antiguo
Testamento, la memorización era esencial.
Entonces no te demores. Comienza ahora. Escoge un verso (o pasaje).
Escríbelo. Repásalo de manera continua. Ríndele cuentas a alguien.
Apréndetelo no para jactarte, sino para que puedas vivirlo y para que Cristo sea
visto en ti.
El costo del discipulado
Es fácil seguir a la gente hoy día. Nos seguimos con el clic de un botón en las
redes sociales. El costo es minúsculo. Como mucho, perdemos un poco de
dignidad (dependiendo de a quién sigamos). Por lo general, queremos seguir a
amigos y familiares, o personas cuyas vidas codiciamos. Las celebridades
tienen millones de seguidores y no piden mucho a cambio, tal vez un «me
gusta» ocasionalmente. Hoy en día, seguir a alguien es fácil, tan fácil que
podemos seguir a cientos, incluso miles de personas. Me pregunto si este
fenómeno ha ayudado a confundirnos con las palabras de Jesús: «Sígueme».
La vida que Jesús nos llama a emular en realidad no fue codiciada por nadie.
Si Instagram hubiera existido en el primer siglo, no estoy seguro de que Jesús
hubiera tenido muchos seguidores. Él era un marginado religioso, así que los
piadosos de aquel tiempo no hubieran querido ser identificados con Él o
seguirle. En nuestros días, a «los espirituales pero no religiosos» les resulta
igualmente difícil seguir a Jesús por dos razones.
Primero, Jesús exige que le sigamos de manera exclusiva. «Si alguno viene a
mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y
hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lc 14:26).
Familiares y celebridades están felices de compartir sus seguidores, pero
Jesús no. No puedes seguir a Jesús y dedicarte a los demás de la misma
manera que te consagras a Él. Este tipo de exclusividad es especialmente
difícil en sociedades como la nuestra, donde los no cristianos se alegran de
incluir a Jesús entre los grandes maestros religiosos, pero no sobre ellos. Sin
embargo, Jesús no compartirá escenario con nadie más, y exige que nuestro
amor por Él sea único.
Segundo, Jesús exige que le sigamos precisamente cuando no sea
emocionante o cómodo. «El que no carga su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo» (v. 27). La comodidad y la gloria que a menudo
deseamos para nosotros mismos son radicalmente contrarias a la cruz. Sin
embargo, seguir a Jesús es abrazar una vida cruciforme. Juan Calvino escribió
que los seguidores de Cristo «debían prepararse para una vida dura, trabajosa
e inquieta, llena de muchos y diversos tipos de maldad». Tan grande es el
costo de seguir a Jesús que Él nos exhorta a considerar la decisión
cuidadosamente antes de que hagamos «clic» (vv. 28-32).
Jesús concluyó Su llamado al discipulado en Lucas 14 diciendo: «Así pues,
cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser
mi discípulo» (v. 33). En pocas palabras, seguir a Jesús te costará todo, pero lo
que ganas es más grande que lo que pierdes. A través de la cruz, obtenemos
al Cristo, que por nuestra salvación lo soportó antes que nosotros.

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